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A través del tiempo, las “pequeñas cosas” de la vida forman nuestro

carácter.
Así como la inclinación de los pastos indican en qué dirección sopla el viento, hay
pequeñas cosas que indican la dirección de los sentimientos y pensamientos de una
persona14.
Las cosas pequeñas no son sino partículas de las grandes. El pasto no llega a su altura total
de súbito, sino que brota y crece tan silenciosa y suavemente que ningún oído podría oírlo,
quizás invisible también a la vista más aguda; la lluvia no cae en un torrente sino en gotas;
los planetas no saltan en su órbita, sino que centímetro a centímetro y línea por línea van
circunvalándolas. El intelecto, los sentimientos, el hábito y el carácter, todo llega a ser lo
que es por la influencia de cosas pequeñas; y en la moral y en la religión, es por las
nimiedades, las pequeñas acciones, que cada uno de nosotros se dirige, no en grandes saltos
sino seguramente, centímetro a centímetro, hacia la vida o la muerte eterna.

La gran lección que debemos aprender en el mundo de hoy es la forma de aplicar los
gloriosos principios del Evangelio a las acciones y los deberes aparentemente
insignificantes de la vida. Por parecer algunas cosas pequeñas y triviales, no pensemos que
carecen de importancia. Después de todo, la vida está hecha de cosas pequeñas. Nuestra
vida, nuestro ser, funciona físicamente con los latidos de un pequeño corazón; si ese
pequeño corazón dejara de latir, la vida en este mundo llegaría a su fin. El majestuoso sol
es una poderosa fuerza en el universo, pero recibimos las bendiciones de su fulgor porque
nos llega en la forma de pequeños rayos que, sumados, llenan el mundo de luz. La
oscuridad de la noche se atenúa con el brillo de lo que parecen ser pequeñas estrellas; y así,
la vida del verdadero cristiano está formada de pequeños actos benignos que se llevan a
cabo en este momento, este mismo instante, en el hogar, en el quórum, en la organización,
en el pueblo, donde sea que nuestra vida y acciones transcurran15.
Lo que una persona sea hoy determinará, en gran parte, lo que haya de ser mañana; lo que
haya sido el año pasado marcará, en gran medida, su curso para el año que tiene por
delante. Día a día, hora tras hora, el hombre forma el carácter que va a determinar su lugar
y estado entre sus relaciones a través de las épocas16.
Cultivamos un carácter similar al de Cristo mediante la obediencia y
el autodominio.
El carácter se forma adhiriéndose a los principios; se cultiva desde adentro, como crece un
árbol, como crece cualquier cosa viva. No hay nada externo para ponerse a fin de hacerse
más hermoso; los [cosméticos ayudan], es cierto, pero su efecto no es más que superficial y
temporario. La verdadera belleza, así como el carácter, viene del interior, y cualquier cosa
que contribuya a fortalecerlo está de acuerdo con los principios enunciados por el profeta
José Smith y por el Salvador mismo: la virtud, la integridad, la santidad, o sea, guardar los
mandamientos de Dios [véase History of the Church, 5:134–135]17.
En la formación del carácter, así como en el diseño de un jardín, las leyes de paz y felicidad
siempre están en funcionamiento. El esfuerzo, la abnegación y la acción diligente son los
escalones del progreso; la satisfacción egoísta y el pecado son los vándalos destructores del
carácter y sólo dejan una estela de pesar y remordimiento18.
El autodominio es el gobierno y la reglamentación de todos nuestros apetitos, deseos,
pasiones y afectos naturales; y no hay nada que dé al hombre más fortaleza de carácter que
el sentido de haberse conquistado a sí mismo, el darse cuenta de que puede poner a su
servicio sus apetitos y pasiones en lugar de ser el siervo de éstos. Esta virtud está formada
de moderación, abstinencia, valor, entereza, esperanza, sobriedad, castidad, independencia,
tolerancia, paciencia, sumisión, continencia y pureza19.
En esta tierra, ¿cuál es la máxima gloria del hombre en lo referente a su logro individual?
Es el carácter, el carácter desarrollado mediante la obediencia a las leyes de la vida, tal
como fueron reveladas por medio del Evangelio de Jesucristo, quien vino para que
tuviéramos vida y para que la tuviéramos en abundancia [véase Juan 10:10]. La
preocupación principal del hombre en la vida no debiera ser la adquisición de oro, fama ni
posesiones materiales. No debiera ser la ejecución de proezas físicas ni la fortaleza
intelectual, sino que su meta, la más elevada en esta vida, debe ser el desarrollo de un
carácter similar al de Cristo20.

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