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TEOLOGÍA 2022
EXAMEN FINAL
Laura Caraccioli
Eliana Carley
Verónica Navarro
A. ¿Qué sería propiamente el discernimiento cristiano?
Discernimiento, del latín: discernere = diferenciar, cribar, decidir separando una cosa de
otra, es la capacidad y efecto de distinguir bien una cosa de otra, a través del raciocinio; es
una tarea permanente de todo hombre en cada situación de la vida.
El discernimiento cristiano es el saber distinguir entre lo bueno y lo malo, lo correcto o
incorrecto y, aún más, diferenciar entre lo bueno, lo mejor y lo óptimo, es decir, lo que sería
más perfecto hacer en cada caso concreto, y decidir ejercitarse en ello, actuando en
consecuencia. El discernimiento posibilita actuar con libertad y responsabilidad en relación
con Dios y con los demás; orienta al hombre a buscar una mayor complacencia de Dios,
más allá del simple cumplimiento de las leyes de la Iglesia y de las reglas básicas de la
moral, o de la obediencia eclesial que, si bien son muy necesarios, no son suficientes para
un adecuado conocimiento y cumplimiento de la voluntad singular que Dios tiene sobre
cada persona y para lograr una mayor filiación con Él.
E. ¿Cuáles son las lógicas de alienación en las que se puede caer y cómo el sano
discernimiento las rompe?
Se puede caer fácilmente en la alienación, es decir, abandonar el camino de la reflexión y
las decisiones personales, por la comodidad del simple cumplimiento de la ley y de las
normas morales, las cuales ya están determinadas y no exigen opciones responsables.
Esto es porque ofrecen al cristiano una sensación de seguridad en su camino de salvación,
pero lo lleva, en realidad, hacia el conformismo y la rutina, el infantilismo, el tradicionalismo
muerto y la irresponsabilidad, que lo debilitan.
El sano discernimiento rompe con esa alienación porque pone al alma en movimiento,
haciéndola crecer y profundizar en el amor, e impulsándola al seguimiento de Jesús, a
través de la imitación de sus actitudes y sentimientos de humildad y amor a los hombres.
Del texto es todo sumamente interesante y para destacar, te hace reflexionar y pensar si
verdaderamente estamos en el correcto seguimiento de Jesús y logrando el discernimiento
que este quiere para nosotros. Me parece muy importante la parte de ser excéntricos, ya
que conocíamos un significado distinto a lo que se refiere este concepto, que importancia
tan grande tiene el discernimiento para lograr esta conversión que Dios quiere para
nosotros, para que podamos lograr salir de nosotros mismos y que comprendamos que no
somos el centro, que dejemos ese individualismo de lado y podamos reflexionar y actuar
por el otro, por aquel que lo necesita.
- Mariana: Desde los 18 hasta los 26 años de edad, tuve la oportunidad de hacer cada año
un Retiro Espiritual Ignaciano de 7 días, en los que pude profundizar en el significado del
discernimiento cristiano y aplicarlo luego en mi vida cotidiana. Si bien ya no vivo a pleno la
experiencia de Dios en mi vida, continúo con la fuerte convicción de que la búsqueda del
bien común es el único medio para ser más humana y alcanzar la libertad de espíritu, para
lo cual es necesario el discernimiento, en cada situación de mi vida, incluso en los detalles
más cotidianos, de lo que es bueno y lo que es aún mejor o más perfecto. Intento vencer
mi tendencia a la comodidad y al egoísmo y a mis excusas de: “esta persona no merece
misericordia”, “se va a aprovechar o malinterpretar mi generosidad”, “no tengo tiempo”,
“alimentaré su vicio”, “no vale la pena”. Y cada vez que logro dar gratuitamente de mi tiempo
y de lo que soy o tengo, a un “otro”, encuentro la paz y la fuerza para una nueva entrega.
Lo más difícil es no quejarme después, de las consecuencias, que no siempre son tan
gratas como mi orgullo pretende.
Teología y Discapacidad
➢ Teología de la solidaridad:
La racionalidad del mercado y de la ideología neoliberal conllevan la negación de la
solidaridad. En el sistema neoliberal actual, la tecnología y la ciencia no están al servicio
de la vida humana y de la naturaleza, sino de la economía, de la competitividad, la utilidad
para la ganancia. El sistema invierte más en la eficiencia de capital financiero, el cual no es
productivo y por ello no alcanza para todos. Esto lleva a la ética de la insolidaridad, donde
cada uno piensa sólo en sí mismo y se asegura la vida de los que son necesarios e
insustituibles para el desarrollo del mercado, el resto sobra y queda excluido del sistema.
El gobierno tampoco invierte en salud y educación porque no es útil y rentable. Y de la
exclusión se pasa con facilidad a la liquidación: la ideología neoliberal va evolucionando
hacia una ideología neo-fascista, donde se excluye a todo aquel que se considera inferior
o no productivo, discriminando por raza, género, edad o, en este caso, por “discapacidad”.
La solidaridad es lo opuesto al sistema de libre-mercado y su ideología neoliberal y sólo
puede ser vivida en resistencia a este sistema. Si bien, viviendo dentro de él no se tiene el
poder para construir una alternativa diferente al mercado total, sí que es posible construir
una alternativa al espíritu del mismo, rechazando la esencia, la lógica, la racionalidad de
esa ideología, a través de la solidaridad con la vida de los excluidos y con la naturaleza
dañada, que son sus víctimas, construyendo así una cultura de vida, contra la cultura de
muerte del sistema. El sujeto creyente es el que oye el grito de los frágiles y el grito de la
tierra.
➢ El seguimiento de Jesús:
Hay dos maneras de seguir a Jesús: una formal, que consiste en limitarse a conocer y
obedecer sus enseñanzas, intentando traducirlo a la propia vida, como si Jesús fuese más
un objeto de imitación que de seguimiento. Esto reduce al cristianismo a una práctica
meramente moral y espiritual, en contradicción con lo que se vive o se está obligado a vivir.
El seguimiento real, en cambio, implica tomar el camino histórico de Jesús; se lo puede
conocer mejor por el proceso de su vida personal que por sus propias enseñanzas, para
captar el sentido global y coherente de su estilo de vida.
El seguimiento crea un nuevo tipo de relación con Jesús y un vínculo especial entre
aquellos que participan de la misma aventura. Exige rupturas radicales y renuncias, de las
que Él fue un ejemplo vivo, pero tienen un sentido positivo: la total libertad para la
dedicación al Reino de Dios.
El estilo de vida de Cristo se ordenaba a la acción. No vivía en el desierto ni en la
clandestinidad, sino en medio de la sociedad de su tiempo y todos sus actos tenían una
coherencia profunda, pues procedían de decisiones que se unificaban en el Proyecto
fundamental de Dios. La acción de Jesús puede ser analizada en los diversos niveles en
que se articula toda sociedad: económico, político, social y religioso.
- Nivel económico: Jesús era un pobre, en comunión con todos los pobres y solidario.
- Nivel social: sus relaciones humanas se regían por el amor y no por el miedo o el interés.
- Nivel político: no negaba la función del poder, lo entendía como servicio, proclamando la
igualdad de todos los hombres y una fraternidad universal.
- Nivel religioso: practicó la religión de su pueblo; pero subiendo al Templo para enseñar,
discutir o defender la honra de Dios, no para ofrecer sacrificios. Fue un hombre religioso
por su intimidad misteriosa con el Padre, que era también objeto de gozo y su compasión
por los hombres revelaba la compasión del Padre.
- Libertad soberana delante de la ley e instituciones religiosas, cuando el bien del hombre
estaba en juego.
1) Buscar qué está haciendo la iglesia para comprender y dar solución a la situación
que han elegido:
Para ello, procura mover a todo cristiano a reconocer en cada persona la dignidad de hijos
de Dios, a descubrir que el valor del otro reside en su ser personal y no en sus habilidades
físicas o cognitivas, y a “hacerse cargo”, es decir, ver al otro en sus necesidades concretas
de persona humana y re-accionar con misericordia y decisiones eficaces.
- San Juan Pablo II, en su discurso ante un grupo de personas con discapacidad, de la
diócesis italiana de Verona, en septiembre de 1981, expresaba: “La calidad de una
sociedad y de una civilización se mide por el respeto que manifiesta hacia los más débiles
de sus miembros.” “En efecto, en Dios descubrimos la dignidad de la persona humana, de
cada una de las personas humanas. El grado de salud física o mental no añade ni quita
nada a la dignidad de la persona; más aún, el sufrimiento puede darle derechos especiales
en nuestra relación con ella.” (Juan Pablo II, Año Internacional de los Minusválidos, 1981).
Y en otra ocasión: “La diversidad es riqueza que debe terminar con las lógicas excluyentes
que marginan a quien es más frágil. La discriminación sigue estando demasiado presente
en varios niveles de la vida social, se alimenta en prejuicios, la ignorancia y una cultura que
lucha por comprender el valor inestimable de cada persona. Seguir considerando que la
discapacidad es el resultado de la interacción entre las barreras sociales y las limitaciones
de cada persona como si fuera una enfermedad, contribuye a mantener sus vidas
separadas y alimenta el estigma en su contra. Toda persona, incluso y especialmente la
más pequeña y frágil, es amada por Dios y tiene un lugar en la iglesia y en el mundo. La
iglesia no es una comunidad de perfectos, si no de discípulos en camino siguiendo al señor,
necesitados de su perdón. Para las familias que viven el nacimiento de un hijo con
discapacidad, que sean un signo de esperanza para que nadie se encierre en sí mismo, en
la tristeza y la desesperación (Papa Francisco, Audiencia con Asociación Francesa “Foi et
Lumière”, 2021).
El seguimiento real de Jesús, hoy, exige una adhesión efectiva a su práctica histórica: no
basta con oír las palabras de Jesús, es necesario vivirlas, encarnando el sentido de sus
gestos y de sus enseñanzas en el propio contexto de vida.
Jesús no pide a todos trabajar sin salario, dejando todo para ser pobre entre los pobres, ni
hacer milagros de curación de los enfermos. Su ejemplo muestra que el servicio a los más
débiles y vulnerables se hace, sobre todo, por el reconocimiento de su dignidad;
practicando la generosidad y la presencia compasiva: dando un poco más del propio
tiempo, escuchando, empatizando, estando; elevando la voz por los que no pueden
hacerse oír.
- Pensar y proponer, dentro las propias posibilidades, pero con creatividad, sin excusarse
en la comodidad, herramientas de inclusión, de accesibilidad, dentro de los propios ámbitos
(familiares, escolares, laborales y barriales).
Una sociedad que se precie de justa y solidaria, debe ayudar a las personas con
discapacidad para que puedan desarrollar todos sus dones y vivir plenamente, más allá de
las limitaciones, para lograr una convivencia inclusiva, sin barreras ni discriminación.
- Asistir al paciente con discapacidad para ayudarlo a recuperar o maximizar sus funciones,
siempre considerando la totalidad de sus componentes personales: físico, psíquico, ético y
espiritual, reconociendo su dignidad y la predilección que Dios tiene sobre cada uno de
ellos.
- Bregar por leyes de Discapacidad más justas y solidarias e interceder cuanto sea posible
ante las Obras Sociales y autoridades competentes, para que el paciente perciba los
beneficios que le corresponden y sea tratado como persona, con dignidad.
“Cada decisión es la cosa más bella de mi vida; reservo para todos mi amor, mi sonrisa;
tengo miedo de perder un segundo viviendo sin sentido [...] aprovecho las ocasiones
que se presentan cada día para realizar acciones ordinarias de manera extraordinaria”
(Cardenal Francisco van Thuan, Residencia obligatoria Cay-Vong, Vietnam, 1975).