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espiritualidad refiere algo muy preciso1, pero no es en general el sentido en que se lo
utiliza en el discurso psicológico.
2. El psicólogo y su propia experiencia religiosa
Los investigadores en ámbitos de la salud mental y los terapeutas son seres humanos.
En cuanto tales, su actividad científica o su práctica clínica están conectadas a todas las
dimensiones de su personalidad, incluidas sus creencias y compromisos, más allá de que
estas creencias estén enmarcadas en tradiciones religiosas estructuradas y explícitas, o
sean más implícitas y menos tradicionales. Nuestra cosmovisión influye nuestro modo
de ver el mundo, incluso cuando se hace ciencia, porque no podemos dejar de ser
humanos.
Quizás en parte por esto, existe una cantidad considerable de estudios acerca de la
religiosidad de los profesionales de la salud mental. El interés gira en torno a la posible
relevancia que pueden tener la experiencia y posiciones en torno a lo religioso por parte
del profesional de cara a la comprensión de sus pacientes y a la eficacia de sus
intervenciones, en el ámbito de la práctica psicoterapéutica.
a. Algunas estadísticas
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Las estrategias de coping frente al encuentro con el mundo universitario (que en
cualquier disciplina siempre supone un salto de madurez y realismo) son variadas entre
aquellos que quieren mantener viva su fe mientras descubren el fascinante universo de
la psicología. En primer lugar se encuentran los que recurren a una cierta disociación
mantenida sin grandes dificultades: por un lado discurre el itinerario académico y sus
cuestionamientos más o menos gentiles a la fe; por otro la vida cotidiana de los vínculos
con los demás creyentes y con Dios (y las instituciones religiosas). Otros se dejan
interpelar por algunas críticas de la psicología (particularmente del psicoanálisis) hacia
la religión y logran revisar en profundidad las motivaciones reales de cuanto creen y
esperan. El caso más frecuente quizás sea el de aquellos estudiantes que ingresan a la
universidad con una experiencia de fe “sociológica”, ambiental, no internalizada. En
general rápidamente se termina de diluir algo que en realidad nunca había madurado.
Una fe infantil normalmente no resiste el encuentro con el mundo adulto. Por último,
habría que mencionar aquellos que buscan con esfuerzo e insistencia alguna línea
teórica que sea más compatible (o al menos no hostil) a su experiencia religiosa
personal. En este caso son muchos los que encuentran sobre todo en el análisis
existencial, entre otros enfoques teóricos, un espacio donde integrar la práctica de la
profesión con la vida de fe.
3. Modelos de relación entre la psicología y la religión
A lo largo de la historia de la relación entre estos dos ámbitos, para muchos marcada
por una distancia importante en aras de la neutralidad y la autonomía de los saberes, han
existido una serie de modelos distintos. Podríamos resumirlo en tres grandes modos,
sugiriendo un cuarto modelo superador (Jones, 1994). Cada uno de los tres modos
clásicos ha sido unidireccional, dejando a la psicología sin ser afectada en forma
substancial a raíz de la interacción. Lo que poseen en común es que en cada caso la
religión es abordada como un objeto a ser estudiado, auxiliado en sus tareas propias o
reformado. Todas ellas facetas legítimas de la interacción, pero incompletas. La religión
nunca aparece como una instancia con la cual dialogar en condiciones de mayor
simetría, respeto y mutualidad. Esto último es propuesto por Jones en el cuarto modelo
de interacción.
a. Psicología de la religión
Como hemos visto en el primer apartado, este primer modo de interacción tiene una
larga historia, casi tanto como la historia de la psicología como ciencia.
c. Psicologización del cuidado pastoral
Según este modo de interacción, la psicología ha provisto a las tareas propias del
cuidado pastoral (sobre todo en el ámbito cristiano protestante norteamericano). Los
pastores y líderes religiosos han buscado en la psicología luces para mejorar la atención
de las distintas demandas de los creyentes teniendo en cuenta las dinámicas humanas
detrás de los procesos de fe. Esto ha generado un subcampo llamado psicología pastoral
(Szentmartoni, 2003).
d. Revisión y reinterpretación de las religiones tradicionales
Freud. La primera e ineludible referencia en esta vertiente es sin dudas Sigmund Freud
y toda su investigación del fenómeno religioso que ocupó buena parte de su obra: Tótem
y Tabú (1913), El porvenir de una ilusión (1927), Moisés y la religión monoteísta
(1939). La síntesis, extremadamente reductiva, de su pensamiento puede resumirse en
las siguientes tesis: la religión es una neurosis obsesiva universal construida sobre una
fallida solución del conflicto edípico, en el cual los deseos sexuales hacia la madre,
reprimidos y no sublimados, serían el origen del “síntoma” religión. La represión del
deseo omnipotente infantil sobre la madre se desplaza hacia la figura del Padre celestial.
Dios es un sustituto consolador frente a la incapacidad de afrontar las frustraciones de la
vida con seriedad, a través de la razón. Por esto, para Freud, la religión es una “ilusión”
que hay que desterrar de la humanidad.
Rizzuto. Nos detenemos en el aporte de Ana María Rizzuto, que propone en una obra
sumamente original, un estudio sobre el origen de “la imagen de Dios” en el psiquismo
humano (Rizzuto, 2006). Nacido de una larga investigación sobre 123 pacientes
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psiquiátricos, empleados del hospital y pacientes sanos de control, el estudio se enmarca
en la teoría de las relaciones objetales.
Una apretada síntesis de los hallazgos de Rizzuto en su estudio podría resumirse así:
Dios, psicológicamente hablando, es un objeto transicional ilusorio. Es un tipo de
representación objetal creada por el niño en el espacio transicional entre la realidad
objetual y el sí mismo. De acuerdo con Winnicott, Dios sería así al mismo tiempo
interno, externo y en la frontera. Un objeto transicional del todo particular porque está
construido a partir de las representaciones objetales primarias del individuo. Mientras
otros objetos transicionales (ositos, mantas) son relegados poco a poco a un limbo de
olvido, el “objeto Dios” es revestido continuamente de energía libidinal a medida que
crece la persona. Sus características dependen de la resolución del conflicto edípico y
tienen consecuencias duraderas, ya que “Dios permanece como un objeto transicional
para toda la vida que le permite afrontar con éxito a sí mismo, a los demás y a la vida
misma”. Incluso en el caso de no ser creyente, toda persona conserva en sí misma una
representación de Dios ante la cual se rebela o se define indiferente. Esta representación
será usada por el individuo para encontrar la mejor solución al equilibrio psíquico
perdido o amenazado por las distintas dificultades de la vida.
El estudio, hacia el final, enuncia varias consecuencias prácticas de las indagaciones.
Por ejemplo, advierte que el niño que se encuentra por primera vez con la religión
organizada (Iglesia, Sinagoga, etc.) no lo hace como una tabula rasa. Porta consigo ya
una representación originalísima y personal del objeto Dios que entrará en relación
amigable o conflictiva con el Dios presentado por las figuras de autoridad. Hay que ser
extremadamente delicados. Tratar de cambiar el Dios “distorsionado” de un niño por
otro Dios más “normal” podría equivaler a violentar y manipular el mundo privado del
niño y su adaptación al entorno. También señala como tesis importante a la luz de las
teorías de E. Erikson, que “Dios, en tanto que representación transicional, precisa ser
recreado en cada una de las crisis evolutivas, con el fin de parecer relevante con vistas a
una fe duradera”.
f. Aproximación empírico-experimental
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A pesar de ciertos problemas psicométricos, la escala de Allport-Ross ha sido usada
ampliamente, revisada y validada en muchos contextos culturales diferentes. Puede
verse un estudio de validación para la Argentina de una versión revisada de la escala
realizada por Hugo Simkin y colaboradores (Simkin & Etchezahar, 2013).
Pargament. El autor, proveniente del universo cultural judío aunque no reconociéndose
a sí mismo como practicante, ha dedicado buena parte de su investigación al estudio de
las estrategias de coping en relación a la religiosidad. Las personas hacen distintos tipos
de cosas con la religión en tiempos difíciles (pensemos en el hospital, frente al riesgo de
vida de un familiar querido). Las personas pueden recurrir a una larga lista de opciones
(rezar, leer la Biblia, conversar con un pastor o sacerdote, imponerse sacrificios, hacer
promesas, etc.). La descripción desnuda de las actividades religiosas dice poco acerca
de la funcionalidad de las mismas en un individuo concreto. Para el autor, la religión es
más que fuga del dolor o resignación frente a lo inevitable. No es necesariamente y en
todos los casos una estrategia pasiva de afrontamiento (Pargament, 2001).
Pargament y colaboradores, lograron distinguir tres tipos de control de las situaciones
causantes de stress a través de la religión. También diseñó una escala para medir la
presencia de estos tipos de coping en individuos concretos. Los tres estilos son: 1)
control centrado en sí mismo, donde las personas confían en sus propias fuerzas más
que en Dios, 2) centrado en Dios, donde la responsabilidad última acerca de la propia
vida pertenece a Dios, por lo tanto en tiempos difíciles el individuo entrega pasivamente
el control a la divinidad, 3) centrado en la relación entre Dios y el sujeto, en un estilo
colaborativo. En éste último caso, el individuo percibe una sensación de sociedad
cooperativa con Dios, donde la responsabilidad del coping es compartida. A pesar de
que en general un estilo centrado en sí mismo o en la cooperación sugieren modos más
adaptivos de control del stress, los resultados de la investigación de campo indican que
el tema es más complejo. El estilo “centrado en Dios” no es incorrecto, pero sí
incompleto. La eficacia de uno o de otro variará de situación en situación.
5. Espiritualidad y psicoterapia
Si bien los estudios psicológicos acerca de la religión han aumentado en los últimos
años, tal como hemos mencionado, esto no implica necesariamente que haya crecido el
interés por integrar la dimensión espiritual del paciente en la clínica. De hecho, sólo el
41% de los profesionales del conurbano bonaerense consideran importante conocer la
religión que profesan sus pacientes (Korman et al., 2011). A juicio de estos autores, es
frecuente el riesgo de interpretar un comportamiento como patológico a causa del
desconocimiento del contexto religioso cultural de pertenencia de los pacientes 2.
Algunos estudios (Post & Wade, 2009) indican que los terapeutas en general están
abiertos a tratar temas religiosos o espirituales, que los pacientes muchas veces quieren
discutir estos temas en terapia, y que muchas veces en algunos pacientes las
intervenciones que integran recursos religiosos-espirituales pueden ser muy beneficiosas
para el proceso terapéutico (Smith, Bartz, & Richards, 2007). Los estudios empíricos
sugieren que lo más importante es el respeto y conocimiento de los valores religiosos
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Un ejemplo, entre muchos, puede ser la posible confusión entre depresión y “noche oscura”. Éste último
concepto pertenece a la tradición espiritual cristiana y se refiere a un estado “del alma” que presenta
muchas similitudes a nivel fenomenológico con algunos trastornos del estado de ánimo (DSM-5: trastorno
depresivo persistente o distimia, trastorno depresivo mayor, trastorno ciclotímico) pero también presenta
diferencias que permiten distinguirlos. Puede verse un excelente trabajo de recopilación de aportes
interdisciplinares en: PLATTIG, M. – BAÜMER, R. (Eds.) Noche oscura y depresión. Desclée de
Brouwer, Bilbao 2011.
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del paciente por parte del terapeuta; menos importante para un resultado positivo de la
terapia parece ser el hecho de que el terapeuta y el paciente compartan necesariamente
la misma experiencia religiosa.
Antes de proponer algunos principios integradores (Pargament, 2011), recordemos que
los pacientes no dejan su religiosidad en la sala de espera del consultorio, sino que
entran con ella a la terapia. Vale la pena, entonces, ofrecer algunas orientaciones para
integrar esta dimensión fundamental de la experiencia humana en el encuadre
psicoterapéutico, comprendiendo los alcances y límites de dicho encuadre y las posibles
superposiciones con otros ámbitos de ayuda (dirección espiritual, counseling pastoral,
confesión sacramental, etc.).
g. Marco general para una integración de la espiritualidad
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Es muy frecuente en ciertos ámbitos el pedido de recomendación por parte de
personas con una vida espiritual más o menos activa, de profesionales que sean
“creyentes” o amigables con la religión. Como hemos mencionado antes, existe un
estereotipo del psicólogo “ateo” o poco respetuoso de la religión debido sobre todo a
la vertiente crítica de la ciencia. Es importante recordar que si bien para muchos
psicólogos la religión es una variable junto a otras que opera en el trasfondo cultural
de la persona, para muchas personas está en el primer plano. Muchas encuestas
(Pargament, 2011) revelan que un gran porcentaje de los pacientes esperan
sensibilidad respecto a sus inquietudes espirituales cuando buscan un profesional de
la salud mental.
Es importante recordar algo bien sabido en los trayectos de formación para
psicoterapia: al profesional no se le pide expedirse sobre la verdad o falsedad de las
creencias religiosas de sus pacientes, sino sobre el modo (patológico o saludable) en
el que dichas creencias interactúan con el psiquismo del cliente.
Bibliografía citada
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Bergin, A. E. (1991). Values and religious issues in psychotherapy and mental health.
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Jones, S. L. (1994). A Constructive Relationship for Religion with the Science and
Profession of Psychology: Perhaps the Boldest Model Yet. American
Psychologist, 49, 184-199. https://doi.org/10.1037/0003-066X.49.3.184
Korman, G., Sarudiansky, M., Rosales, M., Simkin, H., Schinelli, F., Pinto, C., …
Garay, C. (2011). Psicología, psiquiatría y religiosidad. Exploración en
profesionales de la salud mental del área metropolitana de Buenos Aires,
Argentina. Fundamentos en Humanidades, 12, 199-212.
Kuhn, T. S. (2012). La estructura de las revoluciones científicas (3rd edition). México:
Fondo de Cultura Económica.
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Spirituality. Guilford Publications.
Pargament, K. I. (2001). The Psychology of Religion and Coping: Theory, Research,
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Pargament, K. I. (2011). Spiritually Integrated Psychotherapy: Understanding and
Addressing the Sacred. Guilford Press.
Post, B. C., & Wade, N. G. (2009). Religion and spirituality in psychotherapy: a
practice-friendly review of research. Journal of Clinical Psychology, 65(2), 131-
146.
Rizzuto, A. M. (2006). El nacimiento del Dios vivo: Un estudio psicoanalítico. Madrid:
Trotta.
Simkin, H., & Etchezahar, E. (2013). Las Orientaciones Religiosas Extrínseca e
Intrínseca: Validación de la «Age Universal» I-E Scale en el Contexto
Argentino. Psykhe, 22(1)..
Smith, T., Bartz, J., & Richards, P. (2007). Outcomes of religious and spiritual
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17, 643-655.
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Szentmartoni, M. (2003). Manual de psicología pastoral. Salamanca: sigueme.
Zollner, H. (2010). Psicologia della Religione. A. Melloni (Ed.), Dizionario del sapere
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