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Con todo ello y otras muchas propuestas que podríamos detallar en torno a la revalorización del
papel y de una posición más activa del ciudadano frente a las Administraciones Públicas, una
mejor articulación de los principios de unidad, autonomía y solidaridad, o la cooperación,
participación y lealtad institucional en la cogobernanza del Estado12 se podrá avanzar en una
solución, en un salto federal, a los problemas que en estos momentos tiene nuestro modelo
autonómico. Donde existe un modelo federal, nadie discute que la Administración federal tiene su
campo propio de actuación, ni que tiene la última palabra en algunos asuntos. En España, la
Constitución le encarga, entre otras cosas, dos: en primer lugar, asegurar la igualdad, lo que hace
regulando las bases mínimas en determinadas materias esenciales y facilitando la coordinación en
otras; y, en segundo lugar, garantizar la solidaridad territorial, por lo que no cabe hablar de
solidaridad tributaria de unos territorios respecto a otros.
Conforme esta comentado en: Sevilla, J., Vidal, J.M. y Elías, C. Vertebrando España.
“(…) los acuerdos en los cuales ciudadanos, empresarios, ONGs u otros actores no-
gubernamentales toman decisiones y gestionan redes de espacios verdes urbanos en diferentes
niveles, con o sin la participación de las autoridades gubernamentales y las agencias públicas”
(Ambrose-Oji et al., 2017, p. 5). [cita traducida]
Los procesos de gobernanza de IVU son diversos, complejos y dinámicos, presentándose varios
tipos de iniciativas, alianzas, acuerdos y resultados, los cuales varían caso a caso, ya que dependen
del contexto bajo el cual se desarrollen, quienes los lideran y dónde se desarrollan, entre otros
factores. Además, cabe señalar que los procesos de gobernanza no aseguran la participación
efectiva de todos los actores y sectores de la sociedad, y no están exentos de complicaciones
(Ambrose-Oji et al., 2017).
Un tipo de gobernanza que destaca por sobre los demás es la gobernanza comunitaria o
“grassroots initiatives”, la cual consiste en iniciativas de gobernanza impulsadas por la ciudadanía
de manera autoorganizada y que pueden contar o no con el apoyo de algún otro grupo, pero
siempre sosteniendo el liderazgo y la toma de decisiones en la comunidad. Estas iniciativas tienen
el potencial para que actores que normalmente tienden a ser afectados por las decisiones y
espacios que se les imponen desde el gobierno, logren incidir sobre la gestión y mantención de la
IVU, con la cual se encuentran estrechamente relacionados. Por lo tanto, a través de este tipo de
gobernanza se favorece el empoderamiento de la comunidad, la cohesión social y se fortalece la
red social local, lo que a su vez mejora la relación que tienen estos actores con la infraestructura
verde al producir un mayor sentido de arraigo y valoración social (Ambrose-Oji et al., 2017).
De todas formas, la gobernanza comunitaria, así como el amplio espectro de gobernanzas que se
generan en torno a la IVU, ha sido bastante analizada dentro de la literatura y se ha logrado
identificar una serie de problemáticas reiteradas que las afectan, tales como la falta de
financiamiento, conflictos en torno a las relaciones de poder y un posible déficit democrático
(Ambrose-Oji et al., 2017; Swyngedouw, 2005; Bond y Thompson-Fawcett, 2008; Van Der Jagt et
al., 2016; Perkins, 2010). Así mismo, se han reconocido factores claves que inciden sobre el éxito
de estas iniciativas de gobernanza como, por ejemplo, el apoyo político a través del
reconocimiento formal de las iniciativas, su institucionalización y la capacidad de adaptación de
quienes las lideran (Ambrose-Oji et al., 2017; Fox-Kämper et al., 2018; Mattijssen et al., 2017).
Pero estas problemáticas sólo se han analizado de manera extensiva en países europeos, los
cuales difieren en muchos aspectos de la realidad latinoamericana, y específicamente chilena, por
lo cual resulta relevante analizar la forma en que se desarrolla la gobernanza de IVU en Chile.
En este contexto, se desarrolla el presente estudio que se enfoca en caracterizar y analizar la
situación nacional respecto a los distintos tipos de gobernanza de IVU, específicamente aquellos
generados desde la comunidad. Esto con la finalidad de comprender las dinámicas que presenta
este fenómeno en Chile, las similitudes y diferencias con las categorías ya exploradas por estudios
internacionales y así poder identificar los principales factores claves que inciden en su éxito con el
fin de potenciar su desarrollo.
La IVU es cada vez más considerada al interior de la planificación urbana debido al reconocimiento
de los beneficios sociales y ambientales que esta presenta. Esto ha captado el interés de diversos
sectores de la sociedad para intervenir en su gestión, generándose nuevos modos de gobernanza
para la IVU.
Para poder comprender estas iniciativas emergentes de gobernanza en la IVU, se debe definir qué
se entiende por gobernanza
“La Gobernanza más allá del estado, se refiere en este contexto a la emergencia, proliferación e
incentivo activo (por parte del estado y entidades internacionales como la Unión Europea o el
Banco Mundial) de acuerdos institucionales de ‘gobernar’ los cuales dan un rol mucho mayor en la
realización de políticas, administración e implementación a actores económicos privados por una
parte y a partes de la sociedad civil por otra en la auto administración que hasta hace poco era
proveída y organizada por el estado nacional o local” (Swyngedouw, 2005, p. 1992). [cita
traducida]
La gobernanza es reciente en la IVU y surge bajo un contexto específico, donde la gestión de estos
espacios es ineficiente por parte del sector gubernamental, por lo que se podría considerar como
una respuesta a la incapacidad estatal. Esto se complementa con un creciente interés por parte de
distintos grupos no-gubernamentales en aumentar su participación dentro de los procesos de
toma de decisión y gestión de la IVU, generando el escenario propicio para un re-escalamiento de
la gobernanza. Es decir, se amplía el espectro en que los distintos grupos no-gubernamentales
pueden participar de la gestión de los espacios verdes urbanos, lo que a su vez se relaciona con un
aumento del compromiso que generan distintos actores con estas áreas (Mattijssen et al., 2017).
Sin embargo, la participación en estos procesos no es uniforme y varía caso a caso, influyendo el
contexto, el tipo de gobernanza y quién lidera la iniciativa. Además, cabe destacar que “pasar a
una gobernanza de la infraestructura verde urbana no implica que la participación de actores no
estatales sea una vía garantizada o fácil de alcanzar” (Ambrose-Oji et al., 2017) [cita traducida].
A partir de lo anterior, es posible hablar de un cambio desde el gobierno o gobernabilidad
tradicional a la gobernanza. En Chile, el modo tradicional de gobierno de la IVU gestiona esta
infraestructura a través del Ministerio de Vivienda y Urbanismo (MINVU), quien se encarga de las
infraestructuras de mayor tamaño al interior de la ciudad. Además de las municipalidades, las cuales
se guían principalmente por el Plan de Desarrollo Comunal (PLADECO) de cada comuna, aunque
solo de manera indicativa, ya que se trata de un documento no vinculante. Las municipalidades a su
vez poseen diversos departamentos que se hacen cargo de la gestión de la IVU, pero el presupuesto
y la importancia que estos tengan dependerá netamente de las prioridades y los recursos que tenga
cada municipio. Ante esto cabe señalar que las municipalidades tienen presupuestos desiguales que
no se condicen con la extensión territorial y las necesidades de cada comuna (Castillo, 2018). Esto
limita la capacidad de gestión de ciertos municipios, los cuales priorizan otras necesidades antes
que la IVU, generando una distribución desigual y una gestión ineficiente de esta.
La gobernanza, por otra parte, plantea una modificación de los roles en la gestión de la IVU, donde
grupos no gubernamentales se encargan de esta labor de manera autónoma y voluntaria. Aunque,
cabe señalar que la gobernanza no se encuentra reconocida en una normativa, por lo que su
visibilidad y validación como un modo de gobernar la IVU dependerá del contexto en que se
desarrolle. Además, la falta de claridad dentro de estas iniciativas da cabida a contradicciones
entre lo que se plantea alcanzar con estas nuevas formas de gobernanza y lo que se presenta en la
práctica, por lo que es de gran importancia ahondar en los principios que guían estas nuevas
formas de gobernanza, principalmente en su relación con la democracia, la participación y el
poder en la toma de decisiones.
La gobernanza se guía por una serie de principios, los cuales se relacionan con la visión y objetivo
que se plantea para la infraestructura. En este apartado se reconocerán dichos principios,
tomando como referencia los 5 principios reconocidos por Ambrose-Oji et al (2017) los cuales son:
- “Garantizar que los procesos de toma de decisiones y el trabajo activo de gestión generen
beneficios para la sociedad y el entorno urbano” (p.7) [cita traducida]. En otras palabras, hay que
asegurar que estos procesos sean favorables para la comunidad en la cual se encuentran, tanto en
términos sociales como medioambientales. Aunque esto no garantiza que los beneficios sean
equitativos para todos los sectores de la sociedad, ya que esta no se puede entender como una
masa homogénea y repercute inevitablemente de manera diferenciada sobre los distintos grupos
que la componen.
“Brindar oportunidades para la inclusión de los interesados en las decisiones de gobernanza que
los afectan a ellos o a su entorno inmediato” (p.7) [cita traducida]. Esto se refiere a propiciar
espacios de participación y de recepción de las distintas visiones de aquellas personas que se ven
afectadas de manera directa o indirecta por las decisiones de gobernanza. El concepto de inclusión
que se plantea en este punto es fundamental para el desarrollo de un buen proceso de
gobernanza, pero pocas veces esto se refleja en la práctica.
- “Facilitar formas significativas para que las partes interesadas participen y se involucren a través
de procesos y métodos con los que se quieran involucrar” (p.7) [cita traducida]. Este principio se
relaciona directamente con el anterior y hace referencia a generar instancias de participación
diversas que inviten y permitan a todos los interesados involucrarse a través de la forma que se
acomode más a ellos y sus intereses. Para lograr esto, se debe tener una visión flexible de la
participación, permitiendo un involucramiento diverso en formas y escalas.
En relación con los principios anteriormente descritos, cabe señalar que su cumplimiento en la
práctica presenta una gran dificultad debido a que estos procesos de gobernanza carecen de un
marco normativo o una entidad regulatoria determinada que se encargue de su cumplimiento.
Esto hace a las iniciativas de gobernanza dependientes del contexto específico en el que se
enmarcan y, por consiguiente, de la voluntad de los distintos actores que configuran el proceso, lo
que lleva al desarrollo de conflictos de intereses y ejercicio de poder de parte de los involucrados.
De todas formas, esto no implica que todos los casos no puedan cumplir con los principios
propuestos o estén destinados al fracaso, pero si da cuenta de una dificultad que se tiene al
momento de desarrollar estas iniciativas de gobernanza.
Los tipos de gobernanza, tal como se ha señalado, son diversos y varían ampliamente
dependiendo de quién las lidera, quienes las integran y el lugar específico en donde se desarrollan.
En adición a esto otro factor que incide sobre estos procesos es el rol de las comunidades.
Los cuales requieren ser abordados desde distintas aristas de manera simultánea, por lo que se
necesita una amplia participación de distintos actores que aporten visiones, conocimientos e
intereses diversos para el desarrollo de la iniciativa.
En la literatura son varios los beneficios que se asocian a la infraestructura verde en términos de
medioambiente, salud y bienestar de las personas (Abraham et al., 2010; Pretty et al., 2005; Heidt
y Neef, 2008; Fuller, et al., 2007). Un gran número de los autores se han enfocado en identificar
los beneficios en términos de bienestar físico y mental que produce la interacción de las personas
con la infraestructura verde, pero no existen muchos estudios que analicen los beneficios que se
generan a través del involucramiento de las personas con la IVU, específicamente mediante
procesos de gobernanza. En este apartado se abordan los beneficios que aporta la IVU tanto para
las personas como para la infraestructura en cuestión, a través de una iniciativa de gobernanza en
IVU.
Para esto, en primer lugar, se debe considerar cómo ha evolucionado la relación entre las
comunidades y la IVU, ya que el paso de un gobierno a una gobernanza, en conjunto con un mayor
interés por esta infraestructura por parte de las personas, han modificado la relación histórica que
se tenía con la IVU. Así lo reconocen Van Der Jagt et al. (2016) quienes señalan que
“Los espacios verdes urbanos, en particular los parques, han servido tradicionalmente como
lugares de encuentro para personas de diversos orígenes culturales y sociales. Sin embargo, la idea
de diseñar activamente espacios verdes de manera que refleje los requisitos de una variedad de
grupos de usuarios u organice actividades que atraen a diferentes grupos de usuarios es
relativamente nueva”
Bajo estas nuevas dinámicas, se reconoce un involucramiento más profundo con la IVU, el cual no
solo se ejerce individualmente, sino que se caracteriza por ser comunitario. El rol de la comunidad
en la generación de beneficios es fundamental, ya que es a través de las relaciones sociales que
surgen del compromiso cotidiano de las personas con los espacios públicos, que se generan más
beneficios sociales (Dinnie, Brown, y Morris, 2013). El compromiso con la IVU
En definitiva, son múltiples los beneficios que tiene la gobernanza, principalmente aquella con un
alto nivel de participación comunitaria, y la IVU, influyendo sobre distintas áreas y en múltiples
escalas. Es importante que estos beneficios se comprendan de manera integrada, tomando en
consideración los aportes que realiza la IVU en sí, así como en su interacción con las comunidades
al interior de una iniciativa de gobernanza, ya que es mediante esta relación que los beneficios de
las relaciones sociales y de la IVU se complementan y potencian.
De todas formas, se debe considerar que estos beneficios no se aplican de la misma forma a todos
los tipos de gobernanza en la IVU, sino que dependen en gran parte del grado de participación que
se presenta en cada caso. De manera específica, en la gobernanza comunitaria se pueden
reconocer de manera más evidente todos los beneficios previamente mencionados, ya que uno de
los pilares fundamentales para su funcionamiento es la cohesión social y es a través de esta misma
que se puede alcanzar un mayor capital social, así como sentimientos de realización personal
producto del trabajo directo y producción del espacio, la interacción con la naturaleza y la
generación de nueva IVU desde la visión comunitaria.
Las iniciativas de gobernanza comunitaria en IVU han sido reconocidas como complejas y, tal como
se ha evidenciado en los casos estudiados en Europa y otros sectores de occidente, no se
encuentran exentas de dificultades. Múltiples autores se han referido a las problemáticas que
tienden a presentarse en estas iniciativas, así como también han sugerido ciertos consejos para
sobrellevarlas y lograr una iniciativa de gobernanza exitosa, destacándose los siguientes:
- Rol del sector gubernamental: independiente de quien lidere la iniciativa de gobernanza, el rol
que adopta el sector gubernamental frente a esta es fundamental para el éxito que tenga tanto en
el corto como en el largo plazo. Esto responde principalmente a que muchos de los espacios
donde se llevan a cabo las iniciativas de gobernanza son de propiedad estatal, por lo que sostienen
un gran poder sobre la aprobación de esta (Van Der Jagt et al., 2016). En este mismo sentido,
puede ser que las iniciativas que se quieran llevar a cabo en el lugar no coincidan con los objetivos
o planes que tengan las autoridades, generando conflictos entre ambos sectores (Mattijssen, Bujis,
Elands, y Arts, 2017). Por lo tanto, para evitar este tipo de problemáticas, se aconseja tener una
relación positiva o de colaboración con las autoridades, ya que esto puede conducir a beneficios
para ambas partes (Mattijssen, Bujis, Elands, y Arts, 2017).
- Capital social y cultural: se entiende por capital social “las relaciones entre individuos y grupos, la
construcción de confianza y reciprocidad que conduce a la acción colectiva, y las reglas y normas
que gobiernan una red de comunicación sólida” (Ross, 2001, pág.10) [cita traducida]. En otras
palabras, el capital social se refiere al desarrollo de vínculos y organización entre personas y
comunidades, lo que permite el trabajo comunitario y a la generación de ciertos códigos o
normativas sociales que rigen dicha organización.
Contar con un capital social importante es favorable para el desarrollo exitoso de las iniciativas de
gobernanza comunitaria, ya que este “constituye los elementos preexistentes de las estructuras
sociales, que los actores sociales pueden utilizar para lograr sus objetivos” (Rydin y Pennington,
2000, pág. 161) [cita traducida]. Por lo tanto, este es un elemento que se debe tener como base o
que se debe gestionar para eventualmente lograr desarrollar los objetivos que se planteen, ya que
mediante el capital social se podrán gestionar los recursos y generar la organización necesaria para
dar comienzo a las iniciativas gobernanza.
En consecuencia, se debe considerar la importancia que tiene el capital social para las iniciativas
de gobernanza comunitaria, ya que este tipo de iniciativas se gestionan a través de la participación
y el vínculo de personas y comunidades para el alcance de objetivos en común. Por lo tanto, el
poseer un buen nivel de comunicación interna, una estructura interna consolidada y participativa,
son factores fundamentales para la gestión y el desarrollo a mediano y largo plazo de la iniciativa.
En este mismo sentido, se debe tener en consideración la importancia que tiene el capital cultural
para el desarrollo de las iniciativas de gobernanza comunitaria. El capital cultural “comprende las
habilidades sociales y la capacidad de acción de las personas, incluidas sus percepciones, valores,
normas, habilidades cognitivas y operativas” (Abel, 2008, pág.2) [cita traducida]. El tener
conocimientos prácticos o teóricos que se relacionen con la gobernanza o que puedan ser
aplicados a iniciativa en cuestión, influyen positivamente sobre el éxito de la iniciativa. Así, el tener
una buena red de conexiones con otros actores que tengan un buen capital cultural puede aportar
a la iniciativa. De esta misma forma, las redes de contactos con actores claves, medios de
comunicación o con el sector gubernamental, siempre facilitarán el éxito de la iniciativa
(Mattijssen, Bujis, Elands, y Arts, 2017). Esto se explica por la capacidad cultural que pueden
aportar estos actores para el desarrollo de labores más complejas de la iniciativa de gobernanza o
por la capacidad de difusión que aportan, lo que se relaciona con la convocatoria de la iniciativa y
su reconocimiento.
Normativa: El rol que tiene la normativa en las iniciativas de gobernanza se relaciona a dos
factores principales, la propiedad del terreno donde se quiera llevar a cabo la iniciativa y el
reconocimiento legal que se haga o no de la iniciativa en cuestión. La propiedad del territorio
moldeara en cierta forma las relaciones que se darán en torno a la iniciativa, ya que el dueño de
dicha propiedad podrá ejercer cierto dominio y poder, pudiendo modificar el curso de lo
propuesto en primera instancia por parte de quienes lideran la iniciativa.
A partir de lo anterior, es importante señalar que en todos los tipos de gobernanza se generan
diferentes relaciones a través de las cuales se ejerce poder, confluyen intereses y se llega a ciertos
acuerdos. Bajo estas dinámicas es que ciertas iniciativas pueden o no prosperar dependiendo de
su disposición a actuar bajo las “reglas del juego” así como en base a las herramientas de base que
tengan para participar
Todo esto resulta bastante contradictorio respecto a los principios de la gobernanza, ya que uno
de los principios a los que se realiza más énfasis y por el cual se destaca este tipo de gobernanza es
la participación y la inclusión de todos los actores de manera equitativa, y a través de estas
dinámicas de poder queda en evidencia que esto tiende a quedar solamente en la teoría.
Existen diversos modelos de gobernanza participativa en la IVU, los cuales varían dependiendo de
qué actores lideran la iniciativa y de los acuerdos que se generan durante el proceso de
gobernanza. De manera general se pueden reconocer tres tipos de iniciativas, aquellas que son de
arriba-abajo (gobernabilidad), las de abajo-arriba (gobernanza comunitaria) y las de cogobernanza.
Las iniciativas de gobernabilidad son aquellas que se gestionan desde el sector gubernamental
hacia los otros sectores de la sociedad. Este tipo de iniciativa hace referencia al modelo clásico de
gobierno, donde la participación de los otros actores se encuentra limitada a las instancias
demarcadas por el sector gubernamental, las cuales se caracterizan por ser democráticas y a
través de canales formales. Por otra parte, las iniciativas de gobernanza comunitaria hacen
referencia a aquellas que surgen desde otros sectores de la sociedad, principalmente desde la
sociedad civil no organizada. Estas se caracterizan por la participación de actores no-
gubernamentales en la toma de decisiones y el involucramiento que se genera entre el grupo que
lidera la iniciativa y el territorio en cuestión. En último lugar, se tiene la cogobernanza, la cual se
trata de una alianza entre dos o más actores de distintos sectores de la sociedad para el desarrollo
de una iniciativa colaborativa. En este tipo de iniciativas se reparten las responsabilidades y
funciones para alcanzar un objetivo consensuado (Van Der Jagt et al., 2016). Estos tres tipos de
iniciativas representan de manera bastante amplia los tipos de la gobernanza que se pueden
apreciar hoy en día en la IVU. Pero dentro de estos tipos de iniciativas se encuentran múltiples
variantes, las cuales se encuentran compuestas por complejas relaciones de poder y formas de
participación.
a. Gobernabilidad: Son aquellas iniciativas que surgen desde el sector gubernamental y que no
permiten una participación real de actores involucrados en la toma de decisiones. Los actores no-
gubernamentales tienen un rol limitado y pueden influir solamente cuando el gobierno está
abierto a que esto pase (Arnouts, van der Zouwen, y Arts, 2012). Las instancias participativas que
se dan a los grupos no-gubernamentales son limitadas, selectivas y tienden a ser consultivas antes
que de participación efectiva. Estas iniciativas se atienen a los canales democráticos formales de
participación. Existe una clara jerarquía y ejercicio de poder por parte del sector gubernamental.
Tiende a ser parte de un proceso formal de planificación liderado por el sector gubernamental, se
caracteriza por desarrollarse a una gran escala de ciudad o que incluya varios sectores de esta.
Este tipo de iniciativas se podrían identificar como aquellas que pertenecen al paradigma
tradicional de gobierno, limitando la participación e involucramiento de otros estamentos de la
sociedad.
b. Cogobernanza: Son acuerdos de gobernanza donde se genera una alianza entre dos o más
actores gubernamentales y no-gubernamentales para alcanzar un objetivo en común. La relación
que se da entre los actores y la forma de organizarse internamente varía caso a caso. El poder en
la toma de decisiones, así como las responsabilidades pueden estar a cargo de un líder de la
iniciativa, donde la participación del resto de los actores se realiza a través de actividades que
consideran un involucramiento directo con el espacio, ya sea mediante su mantención,
responsabilizándose de su cuidado, etc., pero su influencia en procesos de toma de decisión es
limitada (Fox-Kämper et al., 2018), o pueden quedar repartidas entre los actores que forman parte
de la alianza, donde cada uno tiene una tarea específica (Arnouts, van der Zouwen, y Arts, 2012).
Esta es una forma de gestión mucho más flexible, aunque puede influir negativamente en el
proceso de toma de decisiones, ya que al realizarse una repartición difusa del poder entre los
participantes puede dificultar la coordinación entre estos.
Por lo tanto, este tipo de gobernanza es bastante amplio y depende en gran parte de la
organización interna que tenga la iniciativa, de quién la lidera, así como los objetivos que se
busque lograr, y la forma en que se desarrolle. Aunque queda claro que un factor fundamental
para su desarrollo es la capacidad de adaptación de los actores a las formas y ritmos de trabajo de
los otros participantes de la iniciativa. En estas iniciativas es donde se generan la mayor diversidad
de interacciones entre los distintos sectores de la sociedad, por lo que representan una
oportunidad para que aquellos actores que normalmente no trabajan en conjunto puedan aliarse
aportando desde sus capacidades a la creación, mantención o mejoramiento del espacio sobre el
cual manifiestan interés.
Además, cabe destacar que el rol que juegan las bases en estos acuerdos de cogobernanza es
fundamental, ya que en gran parte son quienes aportan con la participación y capital social, siendo
esto un pilar de base para la generación de las iniciativas.
En Chile, la gestión de la IVU es abordada a través de municipalidades, las cuales no poseen las
mismas capacidades técnicas y financieras para gestionar este tipo de infraestructura. De esta
forma, muchos espacios se encuentran altamente deteriorados o en estado de abandono a la
merced del estado financiero de quien lo administre. Además, cabe señalar que la gestión
gubernamental de la IVU se realiza de manera cerrada, dejando fuera opiniones de las
comunidades que interactúan cotidianamente con ella.
En este sentido, la gobernanza comunitaria viene a proponer una forma diferente de gestionar la
IVU. A través de este tipo de gobernanza se plantea una toma de decisiones horizontal desde las
comunidades, que refleje la visión y necesidades de las comunidades locales, y por lo tanto
contribuya al sentido de identidad, pertenencia y uso efectivo. Así lo reconocen Segovia y Neira
(2009) quienes señalan que “Una alta calidad de uso y de apropiación de los espacios públicos
contribuye al fortalecimiento del sentido de pertenencia, sociabilidad y confianza colectiva en un
barrio, zona o ciudad; y que, por tanto, el espacio público puede ser un actor en los procesos de
integración social y de formación de identidad en el seno de la sociedad urbana” (167).
Por lo tanto, a través de este tipo de gobernanza de IVU se genera una simbiosis entre la
ciudadanía y el espacio, beneficiándose mutuamente. A través del trabajo conjunto de las
comunidades se favorece a la cohesión social y se produce la apropiación de la IVU, lo que
repercute de manera positiva sobre el espacio al ser intervenido por la ciudadanía. Esto le entrega
una carga identitaria, lo que genera un espacio de confianza y seguridad. Al mismo tiempo, la
existencia espacios verdes de calidad, propicia el desarrollo de más y mejores lazos entre la
ciudadanía, y una comunidad más cohesionada tiene una mayor propensión a mantener y cuidar
la IVU.
Sin embargo, este modelo de gobernanza no es el único que busca responder a las problemáticas
que presenta actualmente la gestión de la IVU, por lo que cabe preguntarse qué diferencia a la
gobernanza comunitaria de otras formas de gobernanza. En primer lugar, está el factor
económico, la gobernanza comunitaria posee una tendencia al autofinanciamiento y al
financiamiento a través de fondos concursables, por lo que quita parcial o totalmente la
responsabilidad económica del sector gubernamental, disminuyendo los costos de gestión de la
IVU. En segundo lugar, la gobernanza comunitaria favorece la relación simbiótica anteriormente
señalada, generando identidad y apropiación, lo que repercute en el cuidado y la cohesión social
que se produce en la IVU. Esta situación no se presenta de la misma forma en los otros tipos de
gobernanza, ya que la apropiación y el sentido de identidad muchas veces se encuentran limitados
debido a la visión e intereses de quienes lideran la iniciativa. Por último, la gobernanza
comunitaria permite la participación directa de las comunidades para el desarrollo de la iniciativa,
aportando todos los interesados desde sus conocimientos y habilidades, lo que a su vez propicia
beneficios personales para cada uno de los participantes en términos de salud (Dinnie, Brown, y
Morris, 2013). Mientras que en los otros tipos de gobernanza la participación queda delimitada
por los líderes, siendo la intervención de la ciudadanía más bien puntual.
De todas formas, a pesar de los amplios beneficios que presenta la gobernanza comunitaria, es
necesario mantener una visión objetiva y no olvidar que este tipo de gobernanza, al igual que el
resto de los acuerdos de gobernanza existentes, no se encuentra exento de dificultades para su
desarrollo ni funciona exactamente como se plantea en la teoría. Es por esta misma razón, que a
través de esta investigación se analiza la experiencia chilena con relación a este tipo de
gobernanza y se identifican los factores claves de éxito. Esto permite potenciar y favorecer su
desarrollo de manera óptima, sorteando los obstáculos que frecuentemente se presentan.
Participación multisectorial con marcadas tendencias: Se logró evidenciar varias tendencias en las
experiencias de iniciativas de cogobernanza y gobernanza comunitaria en Chile. En primer lugar, se
puede identificar que una mayoría considerable corresponden a iniciativas de cogobernanza por
sobre iniciativas de gobernanza comunitaria (Gráfico N°1). Esto puede tener distintas
explicaciones, por un lado, se podría pensar que debido a la escala en que estas actúan estas
últimas resulta difícil identificarlas, ya que tal como señalan Ambrose-Oji, et.al (2017) estas
iniciativas “(…) tienden a centrarse más en las soluciones a pequeña escala en vecindarios locales,
parques empresariales o áreas de desarrollo” (p. 28) [cita traducida]. Por lo que muchas de estas
iniciativas tienden a adoptar un perfil más discreto, sin difusión a través de redes sociales o
páginas web, lo que limita su reconocimiento o su conocimiento desde primera fuente a través de
sus participantes.
Por otra parte, se podría atribuir esta tendencia a favor de la cogobernanza a la versatilidad de
estas. Las iniciativas de cogobernanza permiten la inclusión, el diálogo y trabajo conjunto de
distintos sectores de la sociedad para la gestión de IVU desde una perspectiva integrada. El aporte
que realiza cada uno de los sectores desde sus capacidades y en representación de sus intereses,
hace de las iniciativas de cogobernanza un tipo de gobernanza bastante atractivo, más inclusivo y
más visible.
Dentro de los factores que se identificaron como claves de éxito de la gobernanza comunitaria, el
capital social y la participación son fundamentales para la creación, desarrollo y mantención a
largo plazo de las IVU gestionadas a través de las iniciativas.
Por un lado, el capital social resulta fundamental para el desarrollo de una iniciativa gobernanza
comunitaria, ya que través de este que se consolida un grupo con una determinada orgánica
interna, el cual se encarga de liderar e implementar la iniciativa. A través de los fuertes vínculos
entre quienes lo conforman, el dialogo constante y la toma de decisiones colectiva, el capital social
aporta la capacidad organizacional, la cohesión social interna y la resiliencia (Ross, 2001), lo cual
será fundamental para el desarrollo de la iniciativa. Por lo tanto, su ausencia podría significar de
cierta forma el fin de la iniciativa, ya que sin este no se tiene un punto de apoyo central desde el
cual responder a las diversas problemáticas que se puedan presentar en el transcurso de la
iniciativa. Además, la falta de capacidad organizativa influye directamente sobre la continuidad de
las iniciativas, ya que es a partir del núcleo central que conforma el capital social que estas se
pueden sostener, pues es este quien se encarga del incentivo a la participación de más y nuevos
actores, de la búsqueda de alternativas de financiamiento y de relacionarse con otros actores.
Las comunidades gestoras de la gobernanza pueden poseer un elevado capital social desde el
comienzo o pueden desarrollarlo durante la iniciativa. La forma en que se genera el capital social
es variable, pero depende principalmente de la capacidad que posean los individuos y grupos
interesados en desarrollar la iniciativa para comunicarse, participar y generar vínculos de
confianza. Para esto, se requiere una participación de base, así lo señalan Viljoen y Howe (2005)
quienes reconocen que "la participación social conduce directamente al crecimiento del capital
social, es decir, la capacidad de una comunidad para interesarse y moldear su propio futuro"
- Dinnie, E., Brown, K., y Morris, S. (2013). Community, cooperation and conflict: Negotiating the
social well-being benefits of urban greenspace experiences. Landscape and Urban Planning, 1-9.
- Duff, C. (2010). On the role of affect and practice in the production of place. Environment and
Planning D: Society and Space, 881-895.
- Fox-Kämper, R., Wesener, A., Münderlein, D., Sondermann, M., McWilliam, W., y Kirk, N. (2018).
Urban community gardens: An evaluation of governance approaches and related
4. Factores de riesgo psicosocial laboral en académicos de instituciones de educación superior
en Latinoamérica: Una revisión sistemática
(Torres &Schugurensky, 2002; Díaz-Barriga, 2008; Taracena, 2011), lo que a su vez ha impactado
en las condiciones de trabajo y derechos laborales de los trabajadores universitarios, aunque
aparentemente cuenten con suficiente autonomía (Choi & Juárez-García, 2019).
Se relaciona con la gestión pública o capacidad que tiene un ente para acceder y administrar los
recursos. Rosas (2008) la define como un proceso vinculado a la gobernanza, es decir, se refiere a
la potestad política, económica y social adoptada por el Estado en aras de optimizar las
capacidades de la organización o entidad, identificar y lograr los desafíos que demanda el
desarrollo sustentable del territorio.
Duque (2012) explica que la capacidad institucional, es una cultura funcional, pues a través de ella
busca fortalecer la gestión administrativa y el crecimiento local o nacional. Según lo expuesto por
Duque (2012) al mejorar la “estructura interna”, los métodos y estrategias de una organización, se
robustecen sus funciones, asegurando una gobernanza eficiente y eficaz de todos los procesos.
Para Ramírez-Alujas, (2011) el término gobernanza (governance) surge por la necesidad de ir más
allá de la palabra gobierno (government), demasiado ligada a modelos de decisión propios de los
antiguos escenarios, predominantemente jerárquicos (Longo, 2008). Es así como, a partir de un
plano descriptivo, la gobernanza es entendida con un conjunto de ajustes institucionales por
medio de los cuales establecen y se llevan a ejecución las decisiones públicas en un territorio
determinado. No obstante, superando su descripción es importante enmarcar la teoría en
lineamientos o normativa que es la que permite encaminar a la acción pública a provocar
resultados de calidad generando así, configurándose como un atributo que caracteriza a las
sociedades capaces de afrontar con éxito los restos del progreso y el bienestar (Longo, 2008). Se
destacan así, tres perspectivas que serán de utilidad para los fines de nuestra reflexión: a) La
relación de la gobernanza con la calidad de la democracia (gobernanza democrática) que pone el
acento en facilitar la aproximación e incorporación de los ciudadanos a la acción pública y se
expresa en los esfuerzos de apertura a la participación, la rendición de cuentas y el control social;
b) El vínculo con la capacidad para resolver problemas colectivos (gobernanza eficaz) y alcanzar los
fines (socialmente) pretendidos, que se vincula a la eficacia directiva del proceso mediante el cual
los actores deciden sus objetivos de convivencia y la forma de coordinarse para realizarlos; y c) La
que considera su papel como garantía para los mercados y el buen funcionamiento de la sociedad
civil (buena gobernanza), que se refleja en los marcos institucionales –formales e informales- que
aseguren un funcionamiento eficaz del sistema económico y faciliten el desarrollo del espíritu
emprendedor y la formación de capital social (Longo, 2008).
En esa dirección se propone una estrategia de cogobernanza colaborativa, mediante una alianza
público-privada (en adelante APP), en aras de afianzar la capacidad institucional del ente territorial
y ampliar los alcances de la responsabilidad social, hasta ahora puesta en evidencia por las
empresas que operan en el municipio. La Fundación CODESPA (2013) afirma que la necesidad de
trabajar en modelos de colaboración intersectoriales es una consecuencia de tres aspectos
fundamentales que han alterado el modus operandi del entorno institucional:
- La gran dimensión que han adoptado los retos globales que las soluciones no pueden ser
asumidas solo por los gobiernos y/o los organismos internacionales.
- El creciente papel que han adquirido el sector privado y la sociedad civil en la provisión de bienes
y servicios, tanto locales como globales.
En este sentido, en relación con las cofradías, se pueden diferenciar tres perspectivas identificables,
aunque no exclusivistas. En perspectiva jurídico-institucional se ha analizado el marco normativo
que afecta a las cofradías y las características del sistema de gobernanza (agentes y reglas) y su
relación con el sistema de recursos naturales objeto de su actividad (Rebollo et al, 1996; Giráldez,
1996; Barrio, 1998; Taboada, 2004; Caballero et al, 2008; Ballesteros, 2018). Los análisis en
perspectivas sociológica y antropológica han permitido profundizar en las particulares
características e implicaciones del fuerte arraigo regional y local de las cofradías, el
entrecruzamiento de relaciones familiares y laborales, la dinámica en las funciones de cogestión y
mediación entre colectivos pesqueros, o las características e intensidad de los procesos
participativos, que pueden mostrar diferencias significativas entre cofradías (Alegret, 1989, 1999;
Galván, 1997; Pascual-Fernández, 1999; Freire y García Allut, 2000; García- Allut, 2002). La
perspectiva económica y empresarial permite avanzar también en aspectos específicos de
funcionamiento corporativo u observando el componente privado de las cofradías (aisladamente, en
el contexto híbrido público-privado), actuando en una economía de mercado, pero con
características económicas específicas que condicionan su funcionamiento y sus resultados
(Cabaleiro et al, 2004; Cervera, 2010; Alló-Loureiro, 2017; Astorkiza y del Valle, 2018).
La primera cuestión se vincula a la dimensión de las unidades productivas y al carácter de las artes
de pesca, con tecnologías, en principio, menos agresivas. La segunda cuestión remite al sistema de
recursos objeto de explotación y, sobre todo, al sistema de gobernanza. En este caso, es interesante
la definición de derechos (qué y quienes) y reglas (formales e informales), siendo un factor decisivo
el grado de protagonismo y la forma de participación, en principio asociativa, de los pescadores en
los sistemas de gestión.
La literatura económica sobre PPE ha concedido bastante atención a estas cuestiones, entendiendo
la gestión de estas pesquerías como un problema complejo, con diferentes objetivos, que van más
allá de la eficiencia individual en una pesquería y en un momento determinado. En este sentido, se
incorporan al análisis las asociaciones y comunidades pesqueras y los valores ambientales, sociales
y económicos que representan, atendiendo al particular equilibrio entre sistema de recursos y
sistema de gobernanza (Mc Ginnis y Ostrom, 2014; Jentoft y Chuenpagdee, 2015).
A los efectos de este capítulo, por tanto, dentro de la problemática de gestión de recursos naturales,
se destacan fundamentalmente tres aspectos de la perspectiva institucionalista
(NEI): el análisis de los derechos de propiedad, el análisis de los sistemas de gobernanza, y el
análisis del cambio institucional.
Respecto a los sistemas de gobernanza, el punto de partida en este problema de recursos naturales
es que la definición de derechos básicos y de reglas principales en la relación entre reguladores y
actores, viene determinada desde la administración pública y sus instituciones, donde, por ejemplo,
se delimitan formas de participación en la gestión y se dirime la resolución de conflictos (Ostrom,
1990; Kooiman et al, 2008; Suárez-de-Vivero,
2008). La confluencia de distintas combinaciones de derechos, actores y reglas de gobernanza,
unido a distintos sistemas de recursos, da lugar a una “diversidad institucional”. Esta diversidad se
aleja del escenario de unos problemas con soluciones
“únicas” (McGinnis y Ostrom, 2014), y obliga al análisis institucional a desplegar un abanico
amplio de estudio de casos, para abarcar esta complejidad (Jentoft y
Chuenpagdee, 2015).
los tres niveles clásicos en que se plantean las acciones de gobernanza, es posible sintetizar la
situación de la siguiente manera:
1) Nivel constitucional. La legislación a nivel estatal y autonómico otorga ciertos derechos a las
cofradías y a los pescadores en ellas integrados. Estos pueden ser tanto los derechos de extracción
de los recursos como los relativos a la interlocución y colaboración a efectos de la gestión de los
mismos. No es fácil que se produzcan cambios en el corto plazo, y en todo caso se dirimirían en un
contexto de intereses y representación múltiple (parlamentos), y por tanto con mínima incidencia de
las cofradías y de los pescadores (Gobierno de España, 1978, 2001; Xunta de Galicia, 1993a, 2008,
2014).
2) Nivel de acción colectiva. En este nivel se definen planes de actuación y se desarrollan los
derechos generales establecidos en el anterior nivel. Cofradías y pescadores participan y son
consultados en este ejercicio. Pero la decisión última corresponde a la Administración, en este caso,
fundamentalmente autonómica. En razón de ello, objetivos y criterios de regulación son
responsabilidad de las AA.PP. (Xunta de Galicia, 1993b, 2018b, 2018c). Sin entrar a valorar fases y
procesos habidos, la tendencia general es y ha sido mantener el status quo, planteando ajustes
clásicos y de corto alcance ante los problemas (modificaciones básicas vía inputs, outputs y vedas),
tratando de “resolver las reclamaciones” por la vía de minimizar cambios e impactos y sin objetivos
declarados a medio y largo plazo (Ballesteros, 2018).
3) Nivel operacional. Este es el nivel donde tienen cabida las iniciativas individuales de las
cofradías en materia de gestión. En él se percibe la mencionada confluencia o interferencia de los
intereses colectivos e individuales. En la medida en que el margen de maniobra es estrecho y los
participantes múltiples, los acuerdos de máximos son improbables y las acciones oportunistas
aumentan. Esta tendencia se acrecienta si:
i) hay desincentivos al cumplimiento: mecanismos de control y sanción inadecuados o ineficientes;
ii) hay un grado alto de heterogeneidad dentro de cada cofradía y entre diferentes cofradías.
Este marco establece los componentes principales de un sistema socio-ecológico: los sistemas de
recurso, las unidades de recurso, los sistemas de gobernanza y los usuarios. Cada uno de estos
elementos se considera una variable de primer nivel, la cual se despliega en otras variables de
segundo nivel que, a su vez, pueden contener múltiples niveles de detalle. La idea central es que los
usuarios extraen las unidades de recurso de un sistema de recursos mediante un sistema de
gobernanza, mientras se ven expuestos a influencias exógenas derivadas del entorno. Estas variables
exógenas se dividen en el contexto socio-cultural, las reglas de la comunidad y las condiciones
físicas y materiales de los ecosistemas relacionados (McGinnis y Ostrom, 2014).
En el centro del marco se colocan las situaciones de acción (Tabla 3.1), donde los usuarios y actores
se relacionan entre sí en las interacciones de gobernanza y, de esta forma, afectan conjuntamente a
los resultados. Las situaciones de acción se ven influidas por los sistemas de recursos y gobernanza,
así como por los sistemas sociales, institucionales y biofísicos, los cuales se convierten en insumos
para las decisiones tomadas por los individuos. Así, el marco se plantea como un sistema dinámico,
donde los múltiples actores se ven influenciados por las diferentes variables, realizan la acción y por
ello generan cambios sobre las variables del entorno en un tiempo futuro (McGinnis y Ostrom,
2014).
En relación con la gobernanza interactiva, los conceptos de gobernanza y gobernabilidad han
cobrado relevancia al observarse que no hay una sola forma de gobernanza que funcione en todas
las situaciones. Basándose en conceptos previamente desarrollados, como la “Nueva Gobernanza”
de Rhodes (1996) y la propia “Gobernanza Interactiva” ya definida y discutida por Kooiman y
Bavinck (2005), Chuenpagdde y Jentoft proponen el
Marco de Evaluación de la Gobernabilidad, que establece diferencias entre el sistema de
gobernanza y el sistema a gobernar, así como los modos de gobernanza. En uno de sus trabajos más
recientes, desarrollado en conjunto con multiplicidad de autores, Jentoft y Chuenpagdee (2015)
aplican este marco de análisis al caso de la pesca a pequeña escala, donde diferentes pesquerías, a
pesar de compartir muchas características entre ellas, siempre tienen rasgos distintivos que deben
considerarse en el análisis.
El objetivo de la evaluación de la gobernabilidad es entender bajo qué condiciones un sistema de
gobernanza particular aborda determinadas cuestiones básicas, como la seguridad alimentaria, la
sostenibilidad, la justicia o el cuidado del medio ambiente. En este sentido, la gobernabilidad
depende de las características del sistema de gobernanza, del denominado sistema a gobernar (que
puede ser tanto natural como social) y de las interacciones de gobernanza (Tabla 3.1). El foco del
análisis se sitúa en la diversidad (número de especies, agentes, intereses, imágenes, etc.); la
complejidad (cómo se relacionan los componentes); las dinámicas de interacción de los
componentes; y la escala o límites del sistema. El marco también destaca la relevancia de la
identificación de procesos y el análisis de las potencialidades (capacidad, calidad) y los conflictos
(Jentoft y Chuenpagdee, 2015).
En ambos marcos se puede observar que las interacciones ocupan un lugar destacado dentro del
análisis institucional de la gobernanza y, además, aportan un carácter dinámico al sistema analizado.
Las diferentes variables del sistema influencian la actuación de un determinado actor y/o usuario,
restringiendo las acciones que este puede realizar. Estudiando las interacciones de gobernanza se
puede identificar qué variables afectan más a la acción y en qué medida, haciendo posible centrar la
mejora de la gestión en los problemas más destacados.
La gobernanza como concepto puede ser definido y redefinido continuamente sin perder su
sustancia o sentido básico. Los autores de esta obra se ajustan a una definición analítica del mismo,
siguiendo lo planteado por Guillaume Fontaine y Susan Velasco. El concepto de gobernanza se
configura de acuerdo al sistema que conforma, por esto sus características pueden diferenciarse
entre sí y manifestarse de distintas formas, de acuerdo al ámbito de acción al que se refiera. La
gobernanza ambiental está conectada a la conservación de los recursos naturales2 y las áreas
protegidas, contemplando otros espacios como la gobernanza indígena y la gobernanza democrática
como sistema institucional que constituye los Estados nacionales.
La gobernanza ambiental está relacionada con la protección de las áreas protegidas, la conservación
de los recursos naturales e inclusive puede incluirse en el debate socioambiental y político sobre el
cambio climático. En el espacio de la gobernanza, los procesos de concertación y la
institucionalización de arreglos dan paso a las políticas públicas como respuesta a las demandas e
inquietudes de variados actores sociales. La gobernanza ambiental ha cobrado un importante interés
en la literatura de las ONG y los organismos internacionales preocupados por la complejidad de la
relación entre la humanidad y el medio ambiente (Bridge y Perreault, 2008).
Guillaume Fontaine y Susan Velasco, a través de un rápido recorrido por el desarrollo conceptual y
etimológico de la gobernanza, nos muestran la multiplicidad de planteamientos existentes alrededor
de este término, pero apuntan que “el concepto de gobernanza debe ser asumido como un
instrumento analítico para comprender cómo funciona un sistema social y político reflexivo”3. Así
también, presentan el aporte del concepto gobernanza a la discusión sobre la influencia de la
globalización y en la redefinición del rol del Estado. Para estos autores, la gobernanza connota un
sentido de dirección, de capacidad de acción del Gobierno, con referencia a los modelos de gestión
y funcional a la dinámica del sistema capitalista imperante en el mundo actual, pero sin desconocer
otros sistemas políticos que contienen su propia forma de gobernanza. La gobernabilidad ratifica la
existencia de un nuevo rol de los actores en la toma de decisiones, con base en una mayor
participación en la esfera política de una nación. Desde los organismos de cooperación
internacional, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, se acuñó la idea de “buena
gobernanza” asociándola con la transparencia de procesos, el pluralismo, la participación de los
ciudadanos en la toma de decisiones, la representación y la rendición de cuentas en una sociedad
(USAID, 1998). A estos puntos, se les suma las capacidades de eficiencia, la responsabilidad del
Estado en la aplicación de políticas, la libertad de expresión, la estabilidad política, el imperio de la
ley y el control de la corrupción (Kaufmann et al., 1999). Los problemas se presentan al momento
de establecer los criterios de medición y los indicadores para medir la calidad de la democracia. La
gobernanza debe evaluarse desde las metas obtenidas por el sistema político en relación con los
objetivos sociales propuestos. El sistema de gobernanza debe tener la capacidad de atender los
pedidos de la sociedad civil y asumir los conflictos (Salgado, 1999; Saldomando, 2000). La
gobernanza se refiere a las estructuras democráticas de un país y las interacciones entre los actores
sociales y políticos están referidas a la gobernabilidad (Camou, 2001). La gobernanza suele
definirse por el conjunto de normas y acciones del Gobierno que dan base a la legitimidad del
Estado, y la gobernabilidad se define desde la expresión social, las confrontaciones y negociación,
la legitimidad de la representación, la intermediación y los acuerdos (Prats, 2003). La relación entre
gobernanza y gobernabilidad se la entiende desde el proceso de ajuste del sistema social y político,
el mismo que está condicionado por las interacciones entre las demandas de la sociedad y la
capacidad del Gobierno para responderlas (Kooiman, 1993b). Fontaine y Velasco resaltan que,
“cada tipo ideal de gobernanza es el resultado de las interacciones sociales y de los medios por los
cuales los actores pueden interpretarlo”. Y definen la gobernanza como “un sistema de regulación
resultado de los esfuerzos de intervención de los actores sociales, políticos y económicos en la
actividad de gobernar y en la definición de las reglas e instrumentos del gobierno”. Concluyen
definiendo a la gobernabilidad como el proceso de interacciones entre el Estado, la sociedad y los
actores económicos y la gobernanza como el modo de regulación de estas interacciones. Este
planteamiento sirve como referencia al desarrollo de los capítulos siguientes desarrollados por
Karen Andrade, José Luis Fuentes y Marco Andrade.
La gobernanza de los recursos naturales4, la gobernanza de las áreas protegidas5 y la gobernanza
indígena6, se refieren al sistema de regulación de la intervención de los actores. La gobernanza se
genera en diversos ámbitos: local, nacional, regional y global. La gobernanza mundial se refleja en
los acuerdos y tratados internacionales adoptados por las naciones y respaldados por las
obligaciones legales establecidas en las constituciones de cada país. Muchos de los parámetros de la
buena gobernanza han sido definidos desde la cooperación internacional y reproducen muchos de
los planteamientos sugeridos en el presunto “Consenso de Washington”. En el ámbito de la
conservación, muchas de las políticas nacionales se moldearon desde las recomendaciones de la
cooperación internacional y de la opinión de las organizaciones no gubernamentales de carácter
internacional, desde mediados del siglo XX hasta fines del mismo. Aún hoy, muchos de los
acuerdos y tratados para la conservación de la naturaleza son impulsados desde el ámbito
internacional y acogidos por las naciones y sus sociedades, pero esto no significa que no haya una
retroalimentación desde lo local. Las necesidades son particulares a cada zona y grupo social. Las
políticas que surgen desde la incorporación de las demandas y preocupaciones de la sociedad civil y
la cooperación internacional, están relacionadas principalmente con la conservación de los recursos
naturales y las áreas protegidas. La gobernanza de los recursos naturales es un medio para asegurar
la conservación, y está referida a los marcos normativos y las políticas ambientales, que deben
responder a las necesidades de la población, la consolidación de espacios democráticos y la
conservación de la biodiversidad. La gobernanza de los recursos naturales está relacionada con el
manejo y conservación de la biodiversidad y los ecosistemas. A través del sistema de gobernanza
una sociedad define sus metas y prioridades, y comprende los sistemas de toma de decisiones, el
acceso a la información y de participación. En lo ambiental, la gobernanza responde a los
compromisos, tratados y acuerdos internacionales adoptados por los Estados y las organizaciones
sociales. Desde inicios de los años setenta, en el siglo XX, el régimen internacional ambiental se ha
complejizado y enriquecido a través de las alianzas internacionales y contribuye a direccionar las
políticas ambientales con sentido de lo global desde lo local y nacional. En este documento se
ejemplifica la complejidad de los sistemas de gobernanza través de la situación de los recursos
naturales, las áreas protegidas y la gobernanza indígena en Bolivia y Perú. Karen Andrade muestra
la situación de los recursos naturales en Bolivia y Perú, y los medios que implementan o se dejan de
implementar para su conservación. Ambos países son exportadores de materia prima y la industria
extractiva es la más importante en cada uno de ellos. La necesidad de marcos normativos que
regulen y controlen el acceso y la explotación de los recursos naturales es indispensable para evitar
el aumento progresivo de los impactos ambientales, los conflictos sociales y la degradación de los
ecosistemas. La gobernanza ambiental es un medio para asegurar la conservación de los hábitats y
la naturaleza. La gobernanza de los recursos naturales está direccionada al aprovechamiento y las
acciones para la conservación de los mismos. En este ámbito, las organizaciones sociales son
actores claves para delinear las políticas ambientales para el aprovechamiento y conservación de los
recursos naturales y los ecosistemas7, en conjunto con actores gubernamentales y privados. Pero en
muchos casos, los marcos normativos y las políticas ambientales se contradicen con otras políticas
públicas al enfatizar en el desarrollo per se aún a costa de desconocer la importancia de conservar
los recursos naturales y los hábitats para asegurar el futuro de las próximas generaciones. Los
impactos sociales y ambientales se incrementan progresivamente con el crecimiento de la industria
extractiva en cada uno de los países. Los conflictos provocados por la implementación de proyectos
de hidrocarburos, de minería, de explotación forestal, entre otros, complejizan la situación de los
pueblos que habitan cerca de las zonas intervenidas y/o que dependen en gran medida de los
recursos naturales.
José Luis Fuentes caracteriza el sistema de gobernanza sobre las áreas protegidas de Bolivia y Perú.
Detalla que los sistemas de gestión de las áreas naturales protegidas muestran las dificultades a las
que se enfrentan los actores en la ejecución de las políticas de conservación. La gobernanza se
plantea como una herramienta de análisis para la administración de las áreas protegidas, las
políticas y las normas, los procesos y los actores involucrados en las dinámicas alrededor de las
mismas. Estas zonas son diversas y se debe considerar la participación de las comunidades
asentadas dentro de ellas o en sus cercanías. La gobernanza en áreas protegidas se configura desde
la interacción de los marcos institucionales, las estructuras, la cultura y tradición, los mecanismos
de participación, la responsabilidad y la gestión de los distintos actores entorno a estas áreas de
conservación. Distintas posiciones respecto al aprovechamiento de los recursos naturales existentes
en las áreas protegidas hacen compleja la toma de decisiones y la implementación de políticas de
conservación. A esto se suma la dimensión étnica presente en la administración de las áreas
protegidas en Bolivia y Perú. En ambos países, desde los años noventa, el Sistema de Áreas
Protegidas se ha expandido y la participación de la población ha incrementado con la creación de
comités de gestión. En los dos casos, el Estado ha buscado estrategias frente a los problemas que
presenta la administración de las áreas protegidas, para implementar efectivas actividades de control
y vigilancia, en función de los objetivos para los que fueron creadas.
Tal como se observa, en la problemática de la conservación y la gobernanza ambiental están
vinculados los pueblos indígenas y las poblaciones aledañas como usuarios de los recursos
naturales. Gran parte de los pueblos que habitan en zonas aledañas o dentro de las áreas protegidas
son indígenas.
La gobernanza indígena constituye uno de los aspectos prioritarios para el análisis de la gobernanza
de las áreas protegidas y los recursos naturales, pues muchas de las zonas de alta biodiversidad se
encuentran en territorio indígena o son áreas que contemplan en su movilidad y en su
aprovechamiento de recursos.
Marco Andrade caracteriza la gobernanza indígena como las formas de gobierno, autogobierno y
ejercicio autónomo de los pueblos indígenas para definir sus propios asuntos. La gobernanza
indígena no está supeditada al reconocimiento estatal e incluye aspectos relacionados con el acceso
a la tierra, el derecho al territorio, a los recursos naturales y el reconocimiento a los derechos
políticos y culturales. La situación de la población indígena en Bolivia y Perú no es igual, ni su
población alcanza porcentajes similares, pero existe una necesidad de reconocimiento “externo” de
los derechos indígenas y eficacia en los sistemas internos de derecho: consuetudinarios, de
organización social y de tradiciones con relación al medio ambiente. Las formas de autogobierno
pueden entrar en conflicto con las formas organizativas de los Estados porque “hablan” lenguajes
distintos sobre el ejercicio de la autoridad y el control de los recursos naturales. Las disputas por los
recursos naturales con otros actores, como el Estado y la industria, complejizan la situación de las
poblaciones indígenas pues el acceso, uso y aprovechamiento de los recursos naturales, sumado a la
discusión sobre la distribución de los beneficios de su explotación, dificultan el logro deconsensos
respecto a la implementación de políticas ambientales y sociales. Andrade plantea un mayor avance
en Bolivia que en Perú respecto al reconocimiento de derechos de los pueblos indígenas, al acceso y
manejo de los recursos naturales, sustentado en la Constitución actual y en los marcos normativos
formulados en los últimos años. Los procesos de consolidación territorial de los pueblos indígenas
en Bolivia se encuentran en construcción para el reconocimiento de parte del Estado; el proceso de
gestión territorial indígena, en varios espacios de tierras altas, es un proceso que puede tener
debilidades, pero no se halla en el proceso inicial, desde sus propios gobiernos, territorialidades,
etc., y es la base de un proceso de resistencia histórica desde la colonia. En el Perú, el tema de la
gestión territorial está dominado por una política excluyente de lo indígena. Esto evidencia los
desniveles existentes respecto a la participación de los pueblos indígenas en la toma de decisiones.
En relación a los mecanismos establecidos para la resolución de conflictos en las poblaciones
indígenas, stos se relacionan con el manejo de sus tradiciones, usos y costumbres.
En el último capítulo8 se realiza un acercamiento a los enlaces, conflictos y la transposición entre
los dominios de gobernanza de las áreas protegidas y los pueblos indígenas. En esta sección se
plantea que ésta debe ser considerada como un marco analítico para la comprensión de los cambios
organizativos y los procesos de manejo. La gobernanza reconoce la existencia de una realidad que
no es homogénea, ni homogenizante. El sistema de gobernanza ambiental de cada país está
relacionado con el régimen internacional ambiental, pues incide directa e indirectamente en la
formulación y diseño de políticas ambientales en los espacios nacionales. La UICN9 tiene un papel
relevante en sensibilizar a las poblaciones y sus gobiernos respecto al uso sostenible de los recursos
naturales e impulsar acciones para la conservación de éstos. UICN ha promovido alianzas, acuerdos
y tratados con el fin de consolidar la conservación de los recursos naturales y los ecosistemas en el
planeta. A través de los acuerdos internacionales también se busca asegurar la participación de los
pueblos indígenas en la definición de las políticas públicas respecto de sus territorios, las áreas
protegidas y los recursos naturales. Es importante que las naciones se aseguren de no crear áreas
protegidas sin el consentimiento libre, previo e informado de los pueblos indígenas, cuando éstas se
sobreponen a sus territorios de posesión y ocupación ancestral. Igualmente, es esencial avanzar
hacia procesos de armonización y de gestión compartida que faculten el ejercicio de la libre
determinación, los sistemas organizativos propios indígenas en su gestión territorial, a la vez que se
materialicen los objetivos de las áreas protegidas. En este capítulo se presentan y analizan varios de
los acuerdos, tratados y convenios alrededor de la situación de las áreas protegidas y los pueblos
indígenas. Debe aclararse que este capítulo no pretende ser una sección de conclusiones, pues cada
una de las partes ya presenta sus propias conclusiones.
Con este recorrido conceptual y analítico, al final del documento, se proponen algunos indicadores
de gobernanza para la conservación de las áreas protegidas y de gobernanza indígena. Este libro no
pretende dar recomendaciones o conclusiones académicas sobre cada uno de los temas, su objetivo
final es servir como herramienta a los investigadores de cada país proveyéndoles los conocimientos
básicos de cada discusión, que pueden ser amplificadas con una mayor investigación en cada una de
las zonas.
Aguilar Villanueva, Luis (2008) [2006]. Gobernanza y gestión pública. México: Fondo de Cultura
Económica.
Fischer, Anke, Lorenz Petersen y Walter Huppert (2004). “Recursos naturales y gobernanza.
Incentivos para el uso sostenible”. Manual de asistencia. Eschborn: GTZ.
Fontaine, Guillaume (2006). “La gobernanza ambiental como instrumento de la conservación para
las áreas protegidas”. En Fortalecimiento de la efectividad de manejo en los Andes. Memorias del
Taller Regional, 5 al 7 de Septiembre de 2005, M. Cracco (Ed.). Quito: UICN
Modos de Gobernanza
El primer elemento en el ámbito de la gobernanza se refiere a la estimación sobre el tipo de
concertación o negociación entre actores del PRICC en el proceso de definición de la
estrategia de adaptación. En este punto es pertinente citar el enfoque de gobernanza,
definido como un proceso sociopolítico orientado hacia el logro del desarrollo sostenible
(Philipp Lange, 2013), Meadowcroft, 2007). Aquí se involucran actores gubernamentales,
del sector privado y sociedad civil en varios niveles, desde el internacional hasta el local.
De otro de lado, la literatura se refiere a los tipos o modos de gobernanza como las formas
en que interactúan y se relacionan los distintos actores ya mencionados. Entre las tipologías
más destacadas está la de Arnouts (2010) que establece cuatro tipos de gobernanza (Philipp
Lange,
2013):
Gobernanza jerárquica
Co-gobernanza cerrada
Co-gobernanza abierta
Auto-gobernanza
Estos modos de gobernanza difieren entre ellos en la manera como están involucrados
actores estatales y no estatales. Además, el autor se refiere a las distintas formas en las
cuales los actores pueden cooperar, desde una co-gobernanza abierta a una cerrada,
dependiendo de lo restringida, flexible o autónoma que pueda ser su estructura en cada una
de estas tipologías. Arnouts lo denomina como “enfoque de arreglos de política pública”, el
cual es definido en términos de actores, de su poder (o capacidad de influencia) y de sus
reglas; estas relaciones también se definen entre actores estatales y no estatales.
10. Gobernanza del río San Francisco: Indicador de desarrollo urbano sostenible del
centro de Bogotá
GOBERNANZA
Concebida como la segunda categoría conceptual desde donde se aborda el problema de
investigación, a continuación algunas de sus principales definiciones, modos, enfoques y relaciones.
Gobernanza no es gobernabilidad
Varios autores han puesto sobre la mesa la necesidad de aclarar la diferencia conceptual existente
entre gobernanza y gobernabilidad. En la actualidad estos términos son confundidos y utilizados
inadvertidamente como si fuesen palabras sinónimas.
Hufty (2009) establece que en el francés de la baja edad media, la palabra gobernanza se convierte
en sinónima de –gobierno- con un sentido jerárquico, y aunque tiempo después cayó en desuso, en
muchos diccionarios aún el término es definido de esta manera, aumentando la confusión ya
existente alrededor de ésta. (Hufty, 2009, p.78ss)
Gobernanza también es confundida con el término gobernabilidad, entendida como “la capacidad de
un gobierno para formular e implementar decisiones públicas” (Prats, 2003,). Al respecto, Prats
realiza un despliegue analítico que establece las diferencias más profundas que existen entre estos
dos conceptos al plantear que son términos complementarios, y tomando como eje de análisis el
institucionalismo, establece que la gobernanza “es la interacción entre actores estratégicos causada
por la arquitectura institucional. La gobernabilidad debe entenderse como la capacidad que dicha
interacción proporciona al sistema sociopolítico para reforzarse a sí mismo” (Prats, 2003, p. 244ss).
Igualmente, González (2009) aclara brevemente que ambos términos (gobernanza y gobernabilidad)
son una traducción de la palabra –governance- en inglés, pese a la existencia de la palabra –
governability-. (González, 2009, p.150). Para efectos de este proyecto, se utilizara y desarrollará el
enfoque de gobernanza y no de gobernabilidad.
Gobernanza ambiental
El concepto de gobernanza ambiental parece ser la resultante de la combinación de los enfoques de
sostenibilidad con los de gobernanza, aunque autores como Lange et al, (2013,) los considere
inherentes y hasta condicionales23. Esta gobernanza dirige su interés hacia los temas medio
ambientales pero no se constituye en un tipo o modo de gobernanza. Sus dinámicas se circunscriben
en las tipologías existentes pero aparentemente su perspectiva ambiental cobija problemáticas
asociadas con la pobreza, la desigualdad social, extendiendo a los movimientos sociales su
capacidad para contribuir con su mejora. (Núñez de León, 2008.
El éxito de la gobernanza ambiental como un mecanismo para caminar hacia la sostenibilidad,
dependerá según lo plantea el PNUMA (2010) del reconocimiento de las funciones y
responsabilidades de todos aquellos que afectan al medio ambiente y de la cooperación de todos los
actores vinculados, el gobierno, las empresas y la sociedad civil, (PNUMA, 2010, p.2), “de buscar
procesos de concertación y la institucionalización de arreglos que den paso a las políticas públicas
como respuesta a las demandas e inquietudes de variados actores sociales,”(Mendoza, 2011.
Muy en la línea de los planteamientos de gobernanza establecidos por Hufty (2009), Rhodes, (1997)
y Peters (2007); Hernández, Flórez y Naranjo, (2011) determinan la gobernanza ambiental como el:
Conjunto de reglas y trayectorias institucionales, dinámicas organizacionales y procesos colectivos
de toma de decisiones, a través de los cuales se influencian las acciones y resultados ambientales y
se enfrentan los dilemas y los problemas que se derivan del uso, apropiación y conservación de los
recursos naturales.
(Hernández et al., 2011)
Asevera así mismo, citando a Barriga (2007) como la gobernanza ambiental fomenta la
participación ciudadana, la capacitación, el conocimiento, la conciencia ciudadana sobre las
problemáticas del medio ambiente y contrarresta las dinámicas privadas o particulares (Hernández
et al., p.12) al estar presente en los niveles local, regional, nacional y global como establece Brenner
(2010). No obstante sus principales desafíos asociados con los múltiples y contradictorios intereses
y acciones de los diversos actores sociales, la dificultad en el uso y distribución de los recursos,
(Brenner, 2010, p.283) así como con la emergencia de derechos de propiedad sobre los recursos
naturales y la falta de apoyo a las organizaciones no gubernamentales tal como plantea Lemos &
Agrawal (2006).
Cabe resaltar que la gestión, la cogestión, las alianzas privado-sociales y las público-privadas son
consideradas dispositivos que posibilitan el desarrollo de la gobernanza ambiental al permitir
ejecutar los planes estratégicos (Barriga et al., 2007, p.13), las estrategias y mecanismos de la
gobernanza ambiental (Lemos & Agrawal, 2006.
El enfoque y los procesos de gobernanza durante este periodo no lograron incidir en el cambio de
uso del río San Francisco, la conducta de los bogotanos frente al uso de sus aguas o la gestión del
mismo en términos de un enfoque ambiental del desarrollo urbano. Sin embargo es notorio como el
interés por canalizar el río como la única alternativa posible, es el resultado de una destacada acción
colectiva ciudadana, de cooperación con la ciudad y de valoración individual. Fue un cambio en el
modelo de gobernanza, que no se había dado por 400 años.
Así, se materializó un enfoque de urbanismo caracterizado por una evidente desarticulación
con el medio ambiente, en el que el río seguía transportando los residuos de la ciudad, pero ahora ya
nadie lo percibía. Desde el planteamiento de (Arnouts et al., 2012) se puede describir este tipo y
modo de gobernanza, como un ejercicio de “co-gobernanza cerrada,” caracterizada por un ejercicio
del poder difuso, que a veces carece de cierto grado de precisión en virtud del aporte económico que
hicieron los habitantes de la ribera del río y de la participación en la Junta de Canalización, pero que
mediante la normativa formal (Acuerdo 6 de 1916) retorna hacia el gobierno municipal.
La gobernanza del río San Francisco ha cambiado históricamente en virtud de la evolución o
involución de los puntos nodales identificados anteriormente, los matices y variaciones de las
interacciones entre los diversos actores y las transformaciones de las instituciones formales e
informales, influenciando o afectando los enfoques de desarrollo urbano sostenible del centro de la
cuidad. Así, los procesos de gobernanza del río han transitado en distintos modos, como lo han
hecho las variables independientes que subyacen a los contextos sociales, económicos, culturales y
políticos por los que ha atravesado el centro de
Bogotá en su desarrollo. De este modo, la transición de los modos de gobernanza del río San
Francisco ha presentado rasgos particulares como la emergencia de nuevos actores85, el incremento
de las limitaciones formales (mediante la legislación en distintos niveles de las relaciones de la
ciudadanía con el medio ambiente y particularmente con los cuerpos de agua), lo cual ha
documentado la forma en que se deben gestionar los ríos de la cuidad (aunque sin ninguna mención
a los canalizados), la cambiante percepción de la ciudadanía frente al río San Francisco que ha
demandado una postura diferente del gobierno distrital y la pérdida del rol de actores estratégicos de
los habitantes del centro.
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Para Peters y Pierre (2002, 433), la gobernanza consiste en “el proceso mediante el cual las
acciones y recursos públicos y privados son coordinados y se le da una dirección y un
significado comunes”. En el mismo sentido, Mayntz (2001, 1) la concibe como “una forma
de gobernar más cooperativa […] [en la cual] las instituciones estatales y no estatales, los
actores públicos y privados, participan y a menudo cooperan en la formulación y la
aplicación de políticas públicas”.
Desde una perspectiva más amplia, Kooiman (2005) reconoce que, en las sociedades
actuales, marcadas por la diversidad, la complejidad y el dinamismo, la gobernanza
constituye una combinación de diversas actividades y estructuras de dirección y
coordinación. Asumiendo como unidad de análisis la interacción, entendida como “una
relación mutuamente influyente entre dos o más entidades” (Kooiman 2005, 62-63), el
autor identifica tres diferentes tipos de gobernanza.
La autogobernanza se caracterizaría por interacciones muy fluidas, propias de sistemas
autónomos y cerrados. La cogobernanza, por su parte, incorpora formas horizontales de
gobierno, en las cuales las entidades renuncian a parte de su autonomía para cooperar,
coordinar o comunicarse con otras sin la presencia de un actor dominante. La gobernanza
jerárquica, finalmente, abarca interacciones muy formalizadas, organizadas de acuerdo a
responsabilidades y tareas de supra-subordinación. A pesar de esta diferenciación analítica,
el autor admite que la resolución de problemas y el aprovechamiento de oportunidades en
las sociedades contemporáneas suelen demandar modos mixtos, en los que diversos actores
reúnan y ejerzan capacidad de iniciativa y de coordinación. Bajo esta perspectiva, es
posible caracterizar la política de turismo comunitario del Ecuador a partir de sus
instrumentos y analizar la aparente inconsistencia entre ellos como una consecuencia de la
existencia de diferentes y contradictorios modos de gobernanza.
En este artículo se propone un análisis del turismo comunitario como subsector de política
desde la perspectiva de su gobernanza. Bajo esta perspectiva, se interpreta el problema del
turismo comunitario en Ecuador, particularmente la brecha existente entre la práctica
desarrollada y la política establecida y dentro de la política, entre objetivos e instrumentos y
entre distintos instrumentos, como expresión de las contradicciones abiertas entre tres
lógicas de gobernanza que concurren en torno a la arena: la jerárquica-gubernamental, la
mercantil y la comunitaria. En efecto, la incapacidad de lograr una interacción satisfactoria
entre estas lógicas y modos de gobernanza ha conducido a un diseño inconsistente e
incoherente. El análisis instrumental ha permitido identificar el reglamento de CTC
(complementado con el instructivo) como el instrumento clave que ha bloqueado el
despliegue de los otros instrumentos. Su concepción y diseño bajo una lógica de
gobernanza jerárquica, fundada en la tríada reglamentación-supervisión-control, se ha
expresado en la adopción de un concepto convencional de calidad, así como en el
posicionamiento de la legalización como paso previo al acceso a los recursos de la política.
Este diseño contradice no solo la práctica del turismo comunitario sino también un objetivo
central de la política y los supuestos de operación de los demás instrumentos. Esto ha
conducido a la consolidación de un diseño cerrado y excluyente, que amenaza con abrir
más –hasta separar totalmente– la brecha entre la práctica efectiva del turismo comunitario
(desarrollada principalmente a través de emprendimientos en desarrollo o frágiles,
demandantes de apoyo estatal) y la propia política (que concibe la calidad como requisito y
no resultado). Si bien se enfatiza la concepción “oficial” de la calidad tu
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El concepto “gobernanza” surge en los países centrales en función de las diferentes señales de crisis
mencionadas anteriormente y de las crecientes dificultades de los gobiernos para responder
adecuadamente a los retos complejos y diversos de nuestro tiempo. En primer lugar, el concepto
“gobernanza” y con él, el desplazamiento –tanto teórico como empírico– de la atención centrada en
la actuación del gobierno hacia el proceso de gobernación comprendido como interacción entre una
pluralidad de actores –públicos y privados–, resulta del temor a la ingobernabilidad en condiciones
de crisis. Frente a esa “premisa gubernamental(ista)” (Villanueva, 2006: 71) surgió “la pregunta de
si más allá del territorio del gobierno existían capacidades de solución de problemas y realización
de futuros deseados” (ibid.: 72). Así, tendencialmente, las estructuras verticales y jerárquicas
comienzan a dar lugar a las emergentes estructuras en red, de carácter más horizontal. Este parece
ser un punto de encuentro pacífico entre los teóricos de la gobernanza, aunque existan diferencias
importantes en términos metodológicos y teórico-ideológicos Habiendo sido asimilado de forma
tardía en América Latina, es importante repasar los orígenes del concepto gobernanza que se
remontan a dos escuelas distintas, la anglosajona y la europea. Según Klijn y Skelcher (2007: 588),
la tradición anglosajona, sobre todo la norteamericana, está marcada por un abordaje instrumental
cuyo foco de atención está en el aumento de eficiencia en la prestación de servicios públicos
conforme con las orientaciones del New Public Management (NPM). El abordaje es en esencia
antiestatal, pues considera que el Estado y la tendencia expansiva de la burocracia son los factores
explicativos de las crisis. Este enfoque inspiró la primera ola de reformas del sector público como
respuesta a la crisis fiscal de los años ochenta, sujetada al dictado general de recorte del gasto
público (Bevir, 2009: 10); en palabras críticas de Stoker (1998: 18), el término gobernanza “is on
occasions used to provide the acceptable face of spending cuts”.
Gobernanza sabía
Una persona sabia suele ser honesta y buena, pero una persona honesta y buena no es
necesariamente sabia. Del mismo modo, una gobernanza sabia es más que una
“buena gobernanza”. Aquí proponemos que un entorno de gobernanza sabia es aquél en el que se
toman decisiones con un alcance significativo, las cuales realzan el bien común y la solidaridad, y
que además de permitir también fomentan el compromiso de todos los actores relevantes de la
sociedad.
Qué implicaría un alcance significativo? Tal como se mencionó anteriormente, las unidades de
gobernanza deben tener una coherencia socioeconómica, y por consiguiente no ser tan grandes que
sean inmanejables o tan pequeñas que sean irrelevantes. El número de actores a involucrar debe ser
manejable y no abrumador, de tal manera que puedan trabajar juntos de manera armoniosa y
efectiva. Además, la sabiduría se da cuando las decisiones son motivadas por el bien común y la
solidaridad. Por ejemplo, los que toman las decisiones pueden esforzarse por evitar la acumulación
y el desperdicio, fomentar el respeto, la buena voluntad y la convivencia, y desalentar el egoísmo y
la codicia. En este sentido, la gobernanza sabia necesita cualidades humanas: sentido de apreciación
y comprensión, actitud positiva, curiosidad, atención, cuidado, generosidad, paciencia, incluso
humildad, al igual que perseverancia, determinación y, la mayoría de veces, coraje. A partir de estas
cualidades, algunas “decisiones” pueden ayudar a las personas a ser lo mejor que pueden ser.
Gobernanza innovadora y vital
Los múltiples y aparentemente intratables desafíos que enfrenta nuestro mundo –el cambio
climático, la pérdida de la biodiversidad, la creciente necesidad de alimentos, agua dulce y servicios
sociales para un gran número de personas– resaltan la necesidad de encontrar nuevas soluciones y
descubrir nuevos valores, reglas y normas. Una nueva forma de pensar se ha centrado en los
“sistemas complejos”, la dinámica no lineal, los umbrales, la incertidumbre, la sorpresa y las
interacciones a través de escalas temporales y espaciales (Folke, 2006). En este sentido, las
innovaciones surgen a través de cambios graduales y repentinos, en ciclos adaptativos que incluyen
períodos de cambio rápido (explotación), periodos de rigidez (conservación), periodos de reajuste y
colapso (liberación) y períodos de reorganización (renovación). Algún tipo de perturbación
desencadena la secuencia de un período de cambio gradual a uno de cambio rápido, posiblemente
en conjunto con ciclos más grandes. Mirar este mundo como un sistema adaptativo complejo puede
ayudarnos a entender cómo las partes se influencian mutuamente y cómo podemos intervenir para
hacer que el sistema esté en mejor posición de innovar y así obtener los resultados sociales,
ambientales, económicos y culturales deseados (Hill et al., 2013b; Simonsen et al., 2014).
Gobernanza empoderada
Entendemos como gobernanza empoderada un sistema de toma de decisiones que es autoconsciente
y autodirigido, capaz no solo de organizar sus propias respuestas a las condiciones ambientales
cambiantes, sino también de hacer cumplir sus decisiones. Esta afirmación puede parecer trivial.
Por definición, la gobernanza es el ejercicio de la autoridad y la responsabilidad, pero el verdadero
empoderamiento es poco común, es, más que nada, una cuestión de capacidades y un profundo
reconocimiento y apropiación de la responsabilidad. Para hacer que la autoridad sea significativa, se
requiere de capacidad, la cual incluye conocimientos, medios y cualidades de liderazgo. Tener
autoridad sobre la vida silvestre en un territorio dado significa poco sin datos confiables sobre la
presencia de tal vida silvestre y sobre el hábitat y las condiciones de reproducción, y sin contar con
los medios necesarios para inspeccionar el territorio y defenderlo de los cazadores furtivos.
También significará poco sin la voluntad de demostrar liderazgo. Y la responsabilidad significa ser
lo suficientemente maduro como para limitar algunos de los derechos y privilegios propios para
reconocer los de los demás –las generaciones futuras, los desposeídos, otras especies en este
planeta–; todos los que asumen los costos de lo que hoy hacen los poderosos. El verdadero
empoderamiento no es solo con respecto a los demás, sino con respecto a uno mismo. Incluso los
entornos de gobernanza legalmente autónomos –como una junta de administración legalmente a
cargo de un área protegida o una autoridad consuetudinaria que gobierna un territorio indígena–
incluyen actores legítimos marginados de la toma de decisiones por una variedad de razones, desde
el pobre acceso a los medios de comunicación, hasta la falta de reconocimiento social.
La gobernanza adaptativa es necesaria, pero el cambio constante, las reglas que no son confiables y
la falta de seguridad para las inversiones generan caos. La subsidiariedad, la atención a los
contextos y el respeto por las culturas y valores locales son importantes, pero también lo es el bien
común, incluidos los ecosistemas viables y un clima estable, al igual que los valores humanos
universales, como los que ponen freno a la codicia y el egoísmo, y a los comportamientos violentos
y destructivos.
Es importante escuchar y poner a dialogar a las personas con valores diversos, al igual que a
quienes tengan interpretaciones opuestas del mundo e intereses divergentes, pero no pueden
perseguirse al mismo tiempo valores y visiones de futuro que sean contradictorios. Para que la
gobernanza tenga resultados coherentes, las decisiones deben tomarse y mantenerse en el tiempo.
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Habiendo sido asimilado de forma tardía en América Latina, es importante repasar los orígenes del
concepto gobernanza que se remontan a dos escuelas distintas, la anglosajona y la europea. Según
Klijn y Skelcher (2007, p. 588), la tradición anglosajona, sobre todo la norteamericana, está
marcada por un abordaje instrumental cuyo foco de atención está en el aumento de eficiencia en la
prestación de servicios públicos conforme con las orientaciones del New Public Management
(NPM). Este enfoque inspiró la primera ola de reformas del sector público como respuesta a la
crisis " fiscal de los años ochenta, sujetada al dictado general de recorte del gasto público (Bevir,
2009, p. 10); en palabras críticas de Stoker (1998, p. 18), “governance is on occasions used to
provide the acceptable face of spending cuts”. Tal enfoque se acoge a los principios del
neoliberalismo con sus críticas a la ineficiencia del Estado y a las demandas concernientes de
minimización y reinvención del Estado. En ello reside la contradicción inherente a la concepción
neoliberal del Estado; por un lado, lo considera el origen del mal estado de las economías, mientras,
por otro, reivindica un Estado renovado en el sentido de un “‘entrepreneurial government’, based on
competition, markets, customers, and measurement of outcomes” (Bevir, 2009, p. 5); para ello
recurre a instrumentos gerenciales propios del sector privado, tales como la gestión por contratos y
de “performance” y la contratación externa de servicios. Las redes de políticas, en el marco del
neoliberalismo y de la teoría de la elección racional, son vistas como “centres of power and
privilege that give structural advantage to particular private interests in the process of making or
shaping public policy decisions” (Klijn & Skelcher,
2007, p. 588). En la literatura europea predominan, por el contrario, concepciones que consideran
las nuevas redes de gobernanza o de políticas públicas, en el marco de una perspectiva pluralista de
la política, como nuevas arenas de interacción política. Éstas serían capaces de transponer las
restricciones y constreñimientos inherentes de la democracia representativa y la política de partido.
La fluidez y flexibilidad de las nuevas estructuras también propiciarían nuevas formas de
intermediación basadas en procesos de negociación y deliberación.
Esta distinción inicial es importante desde el punto de vista metodológico. Conforme con el
individualismo metodológico, el abordaje anglosajón considera los intereses particulares como el
elemento constitutivo – y decisivo – del proceso de gobernanza, razón por la cual,
consecuentemente, el punto de partida de sus análisis es el nivel micro del comportamiento
individual de los actores políticos. En contrapartida, la tradición europea resalta la centralidad de los
objetivos, valores y realizaciones colectivas buscados por regímenes de gobernanza.
Según Villanueva (2006, pp. 108-109), Kooiman fue “el primero en haber distinguido entre la
acción del gobierno y la gobernanza de la sociedad y en haber planteado el problema de la
gobernación/gobernanza como algo merecedor de análisis y algo crucial para el futuro de las
sociedades”. En su concepción, la interdependencia y la interacción son los elementos
fundamentales del proceso de gobernar en sociedades caracterizadas por la diversidad, la
complejidad y el dinamismo (Kooiman, 2000, p. 140; 2004, p. 173). No es considerado un concepto
normativo, simplemente como “el modo y proceso de gobernar una sociedad en las condiciones
sociales contemporáneas” (Villanueva, 2006,)
En segundo lugar, identificamos tres ejes de tensión importantes respecto a la autonomía y auto-
gobernanza: por una parte, la tensión entre la apropiación de conocimiento técnico especializado
sobre los conflictos de interés y la construcción de conocimiento social en torno a éstos; no es
posible avanzar en la construcción de alternativas viables y legítimas sin recurrir a éstos. Por otra
parte, la tensión entre el conocimiento del marco institucional-legal y las posibilidades de acción
que ofrece y el conocimiento de marcos de acción alternativos, como los ofrecidos por foros más
amplios de organizaciones sociales o espacios colaborativos con otros actores. Finalmente, la
tensión entre los esfuerzos para avanzar en la democratización de las formas de organización interna
y los esfuerzos para democratizar las formas de interacción externas a la organización, como la
interfase Estado-sociedad.
En los estudios de gobernanza ha prevalecido el interés por los arreglos institucionales promovidos
por agentes gubernamentales ante la necesidad de resolver conflictos de forma cooperativa (Frey,
2007; Stoker, 2000). En los casos sistematizados por el estudio, encontramos actores sociales que
presionan la apertura de espacios de interlocución, confrontación y negociación con agentes
gubernamentales de diferentes niveles. Éstos, aunque no proponen o generan arreglos
institucionales sí generan propuestas alternativas de política pública, al tiempo que emplean los
instrumentos legales disponibles desde enfoques críticos y para la garantía de derechos. Sus
repertorios de acción y de discurso no están influenciados por enfoques teóricos de gobernanza sino
por intereses emancipadores y expectativas de redistribución de la balanza de poder para aumentar
su fuerza y autonomía política frente a las instituciones del Estado y los actores privados que operan
en sus territorios. El potencial democrático e instituyente de estas iniciativas se debate entre los
arcos de tensión identificados y las condiciones democráticas del entorno institucional y cultural.
Kooiman amplía su concepto original de gobernanza con elementos del nuevo institucionalismo y
de la teoría de sistemas para proponer tres modos de gobernanza: autogobernanza, cogobernanza y
gobernanza jerárquica, así como tres órdenes de gobernanza: un primer orden, concerniente a los
problemas y oportunidades societales; un segundo orden, relativo a las instituciones, y un tercero, o
metagobernanza, relativo a los valores y normas de la propia gobernanza. Introduce, asimismo, el
concepto de gobernanza interactiva, que difiere de otros modelos en su aplicabilidad y existencia en
diferentes escalas societales, desde la local hasta la global, con autoridades y responsabilidades
intersectoriales superpuestas; en adición a las redes horizontales, todos los arreglos verticales de
gobierno entre entidades públicas y privadas forman parte también de la gobernanza. Sin embargo,
Kooiman mantiene el sentido original del concepto como patrón o estructura en el que no sólo el
estado, sino también el mercado y la sociedad civil, tienen papeles prominentes en el gobierno de
las sociedades modernas (Kooiman, 2003 y 2004).La reseña de los usos del término gobernanza
podría extenderse indefinidamente, algo que no es el propósito de este artículo. Las definiciones de
Rhodes y Kooiman son muy útiles como punto de partida porque contienen los elementos y las
implicaciones básicas del concepto de gobernanza de uso más generalizado en la actualidad:• No
sólo el gobierno gobierna; las redes autoorganizadas y los mercados, en tanto estructuras de
gobierno, también gobiernan. El gobierno ha perdido el monopolio de la función de gobernar.• Las
redes son el espacio privilegiado del gobierno de los actores. Los actores son “cualquier unidad
social que posee agencia o poder de acción. Esto incluye a individuos, asociaciones, líderes, firmas,
departamentos y organismos internacionales” (Kooiman et al., 2008, 3).• La responsabilidad y la
rendición de cuentas de las intervenciones se extienden a actores públicos y privados, en tanto que
comparten la función de gobernar.
Y en efecto, como también dice Rhodes, el concepto de gobernanza se ha vuelto muy popular, no
sólo en el pensamiento anglosajón sino en muchas partes del mundo, incluida Iberoamérica. Para un
recuento de los planteamientos sobre la gobernanza en nuestros países pueden verse, entre otros, los
trabajos de Blanco y Gomà (2003), Prats (2005), Aguilar (2006) y Sahuí (2009). Con pocas
excepciones, los planteamientos son en general favorables a la gobernanza y, como se verá más
adelante, la idea de un gobierno compartido entre el gobierno tradicional y los actores de la
sociedad civil es bien vista por muchos pensadores, académicos y también practicantes de la
función pública en esta región del mundo, con una característica que cabe mencionar: los
defensores —a veces auténticos promotores— de la gobernanza se sitúan a todo lo largo del
espectro político, desde posiciones conservadoras afines al liberalismo ortodoxo hasta posiciones
severamente críticas de lo que suelen denominar neoliberalismo.2 La popularidad de la gobernanza
es algo notable, habida cuenta de sus implicaciones potencialmente adversas para la democracia: un
gobierno compartido entre autoridades democráticamente electas y otras que no lo son genera
muchas interrogantes, como también las genera la idea misma de actores, por oposición a los
muchos que, más allá del voto, no tienen esa capacidad de agencia y poder de acción a la que se
refiere Kooiman, y también la idea de la responsabilidad y rendición de cuentas en la gobernanza,
muy claras cuando se trata de actores gubernamentales, en cuyo caso deben rendir cuentas a los
poderes constituidos y a sus ciudadanías, pero mucho menos claras cuando se trata de actores
privados que también gobiernan.
Gobernanza democrática Los modelos de gobernanza que se distancian del marco liberal, a veces
de manera expresa, como el de Joan Prats (2005), son muy heterogéneos y tienen muchos matices;
sin embargo, también tienen similitudes importantes, como su preocupación, mucho más acentuada
que en los modelos liberales, por fortalecer la democracia en tanto democracia, más allá de tópicos
como la prestación de servicios públicos de calidad al ciudadano-cliente o el desarrollo económico
local o regional, objetivos que consideran legítimos y necesarios pero insuficientes. También
consideran insuficiente a la tradicional democracia electoral como mecanismo de agregación,
atención y respuesta a las demandas ciudadanas y a los problemas sociales, y en las tesis de la
nueva gobernanza ven posibilidades de avanzar hacia formas de democracia participativa e incluso
directa. Son estas similitudes las que nos permiten hablar, para los propósitos de este artículo, de
una gobernanza democrática, distinta —aunque no necesariamente opuesta— a la gobernanza de
cuño liberal.
La gobernanza democrática tiene horizontes un tanto diferentes. Aspira a trascender los estrechos
límites del marco legal-institucional del estado como vía de realización de los anhelos democráticos
de los pueblos y comunidades (ya no sólo de los ciudadanos-clientes) y avanzar hacia formas de
democracia que trascienden al marco electoral; aun cuando tiene muchas variantes, algunos de sus
modelos traen a la memoria el Contrato Social y también el concepto de voluntad general de
Rousseau. Como en la pequeña república rousseauiana, el estado deja de ser el temido Leviatán de
Hobbes para convertirse en un mero ejecutor de la voluntad general, conformada en el marco de la
democracia directa y participativa. La sociedad deja de ser gobernada por parlamentarios y
ejecutivos que, lejos de representarla, representan en realidad intereses particulares; en cambio,
asume la búsqueda consciente de los verdaderos intereses de la colectividad.
GOBERNANZA Y ESTADO Al margen de las críticas que desde el campo de la teoría pueden
formularse a la gobernanza lo cierto es, como dice Kooiman, que desde hace algunos años el
concepto se ha puesto de moda (Kooiman, 2004, 171). En un marco de optimismo sobre las
posibilidades de la gobernanza, reforzado por la difusión de sus prácticas y experiencias exitosas a
cargo de intelectuales, think tanks, organismos multilaterales y algunos gobiernos, los contornos del
viejo estado benefactor del siglo xx parecen en efecto desdibujarse ante lo que se presenta como el
avance irresistible de la sociedad civil.7Cuando se miran más de cerca los discursos habituales de la
gobernanza, varios patrones empiezan a perfilarse. El primero de ellos es el hecho fácilmente
verificable de que la mayor parte de las reivindicaciones conciernen a la provisión de servicios
públicos como salud, educación, agua, energía, infraestructura, capacitación para el empleo, apoyos
a los sectores productivos, promoción de las exportaciones, entre otros. Con argumentos
convincentes, los modelos de gobernanza demuestran que la activa participación ciudadana, o bien
la inclusión de mecanismos de tipo mercado (según el énfasis del modelo), mejoran la eficiencia,
eficacia y calidad de los servicios y, por lo tanto, elevan la satisfacción del ciudadano-cliente y de
las comunidades de usuarios. Estos servicios, estímulos y apoyos públicos pueden conceptualizarse
como políticas distributivas, en términos de la conocida tipología de políticas públicas de Theodore
Lowi, que distingue entre políticas distributivas, regulatorias y redistributivas: las primeras se
caracterizan por su facilidad para agregarse y repartirse en unidades independientes entre sí. Los
favorecidos y desfavorecidos no se enfrentan directamente; en muchas ocasiones los desfavorecidos
no pueden siquiera identificarse como grupo. Las políticas regulatorias también causan impactos
específicos e individuales, pero no pueden desagregarse; las leyes se elaboran en términos generales
pero su impacto incide en elevación de costos o en reducción de opciones individuales; involucran
una elección directa sobre quién se verá afectado y quién beneficiado en el corto plazo. Por último,
las políticas redistributivas son similares a las regulatorias en el sentido de que incluyen relaciones
entre amplias categorías de individuos, cercanas a considerarse como clases sociales (propietarios y
desposeídos), e implican modificaciones de fondos en los acuerdos nacionales básicos, como la
distribución de la riqueza y el poder (Lowi, 1992).
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