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Toñi

Zoe
Kaz
Lucila
Ataliel
MeliH
Nat
Juls

Belly
Zoe M.

Lu
LÍNEA DE TIEMPO
ANTES DE LA ERA AUTOMA

ERA 900, AÑO 7: COMIENZA EL GOBIERNO DE THEA

La Reina Thea, la Reina Estéril, gobernante de todo Zulla, desea un hijo.


Funda la Real Academia de Creadores en el palacio.

AÑO 911

El fabricante Thomas Wren crea a Kiera, el primer Automa.

AÑO 915

Tener una mascota Automa se ha vuelto furor entre la élite humana.


Kiera se vuelve inestable, violenta.

AÑO 917

Thomas Wren es arrestado por intentar matar a Kiera.

AÑO 920

Mientras está en prisión, Wren perfecciona la Corazonita, la gema alquímica que


impulsa los Automas, y comienza a producir grandes cantidades.
Wren es perdonado por la reina.
Wren establece el Corazón de Hierro, una mina de Corazonita.

AÑO 921

Los Automas comienzan a rebelarse contra sus comisionados humanos.

AÑO 924

Una Automa llamada Neo mata a su comisionado humano y escapa, llamando a


todos los Automas a tomar las armas.
Primera revuelta Automa organizada.
Se declara la guerra entre humanos y Automas.

AÑOS 924–929: LA GUERRA DE ESPECIES


Neo y un grupo de rebeldes Automas matan a Thomas Wren y toman el control
del Corazón de Hierro.
Kiera se va contra la reina Thea; La Reina Thea la mata
Un Automa llamado Tayol asesina a la Reina Thea
El estado de la guerra ha cambiado; las Automas salen victoriosos

INICIO DE LA ERA AUTOMA

AÑO 1–2

Tayol intenta distribuir tierras y recursos a la clase dominante de Automas.


Zulla está sumida en el caos; hay muchas redadas de Automas en aldeas humanas.

AÑO 3

Tayol se convierte en soberano de Zulla.


Neo establece los Guardianes del Corazón: Automas que dedican sus vidas a proteger el
Corazón de Hierro.

AÑO 5

Una humana llamada Siena crea una niña Automa que no requiere sangre ni Corazonita
Siena nombra a la niña “Yora”. . . y la mantiene en secreto

AÑO 6

Los Automas de la nación minera Varn declaran su independencia del resto de Zulla

AÑO 7

El soberano Tayol establece el Tradicionalismo.


Tayol comisiona a un heredero, Hesod.

AÑO 10

El Rey Automa Fierven toma el poder en Varn

AÑO 31

Clara, la hija de Siena, tiene sus propios hijos: los gemelos Ayla y Storme.
Hesod se convierte en Soberano de Zulla y forma el Consejo Rojo.
Hesod comisiona a una heredera, Crier.

AÑO 40

El soberano ordena un ataque en el pueblo de Delan.

AÑO 43
Scyre Kinok publica los primeros panfletos sobre un nuevo movimiento que él llama
"Anti-Dependentista", la antítesis del Tradicionalismo.

AÑO 44

Scyre Kinok comienza a ganarse el favor de los Automas en Rabu.


El Rey Automa Fierven de Varn es asesinado; su hija, Junn, asciende al trono.

AÑO 46

El Movimiento Anti-Dependentista continúa creciendo.


Scyre Kinok busca una alianza con el Soberano Hesod.
Scyre Kinok y Lady Crier están comprometidos.

AÑO 47 — DÍA ACTUAL


PRÓLOGO
Había una vez una reina llamada Thea, y a los veintiún años se decidió que debería tener
un hijo. Como era tradición en el Antiguo Zulla, la reina fue llevada a la preparación para
el parto. Su cuerpo fue purificado con baños diarios de leche y lavanda salada, con
ingestas regulares de raíz de dara azul, y sus doncellas tejieron cintas simbólicas y flores
blancas en su cabello. Los humanos de la era novecientos creían que el descanso casi
total, particularmente de los deberes del trono, era necesario para que un humano pudiera
concebir un hijo. Esta creencia no tiene fundamento en el estudio de los Organismos,
como se sabe ahora que los humanos pueden crear más de su tipo en casi cualquier
entorno, naciendo nueva vida ya sea que se desee o no, al igual que las malas hierbas.

Sin embargo, la reina Thea fue una excepción. Según todos los relatos de esa época,
incluidos los registros de la partera personal de la reina, Bryn, la reina, después de un
tiempo, se consideró estéril. A pesar de esto, acompañada solo por Bryn y una sola
doncella, la reina Thea se encerró en su habitación e insistió en siete semanas adicionales
de preparación ceremonial, seguidas de otros tres meses de intento de procreación con el
rey Aedel. Ella repetiría este ciclo dos veces más antes de aceptar formalmente que no
podría tener un hijo.

En la era novecientos, año siete, después de la notable muerte del rey Aedel, la reina
Thea declaró que cualquier Creador capaz de construirle un niño, uno que pudiera imitar
perfectamente todo el funcionamiento de un humano, sería recompensado con oro por
toda una vida. y un asiento a la diestra del trono.

A la manera de los humanos, que se rigen por los pilares defectuosos de la Intuición y
la Pasión, los Creadores pensaron que esta solicitud era imposible. Ellos estaban
equivocados.

—DE LOS INICIOS DE LA ERA AUTOMA

POR EOK DE LA FAMILIA MEADOR, 2234610907, AÑO 4 ERA AUTOMA


OTOÑO
Año 47 EA
1
Cuando ella estaba recién creada y todavía frágil, y el tejido fresco de su piel era suave y
brillante debido a la creación, el padre de Crier le había dicho:

—Siempre fíjate en los ojos. Así es como puedes distinguir si una criatura es humana.
Está en los ojos.

Crier pensó que su padre, el Soberano Hesod, estaba hablando de una metáfora, que
se refería a que los humanos poseían una clase especial de poder. El amor, una linterna
encendida en sus corazones; el hambre, un calor líquido en sus estómagos; sus almas,
pozos oscuros en sus ojos.

Por supuesto, ella luego aprendió que no era una metáfora.

Cuando la luz golpea los ojos de un Automa de frente, el iris es de un oro brillante.
Un segundo de reflejo, refracción, como los ojos de un gato en la noche. Un destello de
oro, y sabías que esos ojos no pertenecían a un humano.

Los ojos humanos absorbían la luz entera.

Crier contó cuatro latidos: una liebre y tres crías.

El bosque parecía curvarse a su alrededor, los árboles convergiendo sobre su cabeza,


mientras que cerca de sus pies estaba la guarida de un conejo, una cálida madriguera bajo
la tierra escondida de los lobos y zorros… pero no de ella.

Se mantuvo imposiblemente quieta, escuchando las cuatro pequeñas pulsaciones


irradiando a través de la tierra, latiendo tan rápido que sonaban como un panal de abejas.
Crier agachó su cabeza, fascinada por el amortiguado zumbido de órganos vivos. Si se
concentraba, podía escuchar el aire moviéndose a través de cuatro pares de pulmones del
tamaño de un pulgar. Como todo los Automas, estaba Diseñada para captar incluso los
sonidos más leves y lejanos.

Tan profundo en el bosque, el amanecer apenas había tocado el suelo de los árboles,
el tiempo perfecto para cazar. No es que Crier disfrutase cazar.

La caza era un viejo ritual humano, tan viejo que la mayoría de los humanos ya no
lo usaban. Pero Hesod era un Tradicionalista e historiador de corazón, y albergaba un
aprecio único por las tradiciones humanas y la mitología. Cuando Crier fue Creada, él
había ungido su frente con vino y miel para la buena fortuna. Cuando alcanzó la mayoría
de edad a los trece, le había regalado un vestido plateado con las fases de la luna bordadas.
Cuando él decidió que ella se casaría con Kinok, un Scyre de las Montañas Occidentales,
no hizo arreglos para que Crier participara en la tradición Automa de viajar al taller de un
Creador, para diseñar y crear un regalo simbólico para su futuro esposo. Él había
organizado una cacería.

Así que en realidad Crier no estaba sola en estos bosques. En algún lugar ahí afuera,
escondido bajo las sombras y los árboles, su prometido, Kinok, estaba cazando también.

Kinok era considerado un héroe de guerra. Él había sido creado mucho después de
la Guerra de Especies, pero ha habido numerosas rebeliones, grandes y pequeñas, en las
cinco décadas desde la guerra misma. Una de las más grandes, una serie de golpes de
estado llamado los Levantamientos del Sur, había sido reprimida casi sin ayuda por Kinok
y su ingenio.

Además, él era el fundador y líder del Movimiento Anti-Dependentista, un grupo


político muy reciente que buscaba distanciar la especie Automa y la humanidad incluso
más. Literalmente. La mayoría de su agenda estaba centrada en construir una nueva
capital Automa en el Norte Lejano, en un territorio que era inhabitable para los humanos;
en lugar de continuar usando la capital actual, Yanna, la cual había sido una vez una
ciudad humana. Era, francamente, ridículo. No tenías que ser la hija del soberano para
saber que construir una nueva ciudad entera requeriría diez mil, cien mil, un millón de los
cofres de oro del rey, ¿y por qué un esfuerzo tan vano valdría tiempo y ese costo? Era una
fantasía.

Antes de que Kinok empezara el Movimiento Anti-Dependentista, aproximadamente


tres años atrás, había sido un Guardián del Corazón de Hierro. Era una tarea sagrada,
proteger la mina que producía Corazonita, y fue el primero en nunca dejar su puesto. Lo
cual, por supuesto, había causado mucha especulación entre la especie Automa. Que él
haya sido despedido, desterrado por alguna ofensa seria. Pero Kinok aseguraba que había
sido simplemente una diferencia de filosofías respecto al destino de su Especie, y nadie
había descubierto una razón más siniestra que esa.

La vez que Crier le preguntó sobre su pasado, él había sido elusivo.

—Esos fueron tiempos oscuros —había dicho—. Tan pocos de nosotros hemos visto
la luz alguna vez.

Ella no tenía idea a qué se refería. Tal vez lo estaba complicando demasiado: él había
estado viviendo en una mina, después de todo.

Aun así, los secretos que él guardaba (sobre el Corazón de Hierro, cómo operaba, la
ubicación exacta dentro de las Montañas Occidentales) lo hacían inherentemente
poderoso, y diferente. Muchos de los consejeros de su padre, (los Manos Rojas del
soberano, como eran llamados) parecían atraídos por Kinok. Como Hesod, Kinok atraía
cierta gravedad hacia él, cierta atracción, aunque en donde él era serio, Hesod era jovial.
Donde Kinok era controlado y tranquilo, Hesod era ruidoso, temperamental,
frecuentemente intrépido. Y determinado a casar a su hija con Kinok, a pesar de todos los
susurros y rumores. O quizás justamente por eso.

Meses antes de la llegada de Kinok, Crier y su padre habían paseado por los
acantilados.

—Los seguidores de Kinok son pocos y están dispersos, pero él está ganando
influencia a un ritmo que no creía posible —había explicado.

Ella había escuchado atentamente, tratando de entender su punto. Había oído de los
mítines de Kinok, si es que “mítines” es siquiera la expresión correcta. Eran
esencialmente solo reuniones intelectuales, en donde pequeños grupos de Automas
podían compartir sus ideales, hablar sobre política y progreso.

—Scyre Kinok es un filósofo, padre, no un político —Crier había dicho—. No


representa una amenaza para ti.

Había sido a finales de verano, el cielo claro y delfinios azules. Crier solía atesorar
esas caminatas largas y lentas con su padre, acumulando momentos como piezas de
joyería, cosas bonitas para girar y admirar en la luz. Ella las esperaba cada día. Eran sus
momentos, lejos del Consejo Rojo, lejos de sus estudios, en los que ella podía aprender
de él, y solo de él.

—Sí, pero su filosofía está ganando terreno entre los Creados, cuya protección y
reinado son responsabilidades tanto mías como tuyas. Debemos convencerlo de ingresar
a una familia. Para cerrar la brecha.

Crier se detuvo cerca de las flores que recientemente habían empezado a florecer en
el borde del acantilado.

—Pero si él no está de acuerdo con los principios del tradicionalismo, seguramente


tampoco lo estará con el tipo de unión que propones. —Todavía no podía obligarse a sí
misma a decir matrimonio.

—Es lo que uno pensaría, pero tengo motivos para creer que aceptará la oportunidad.
A él le otorgaría poder y posición social. A nosotros, estabilidad y acceso. Seremos
capaces de rastrear lo que el Movimiento Anti-Dependentista está intentando lograr, y
controlarlos mejor.

—Así que no estás de acuerdo con el MAD —dijo Crier.

Hesod vaciló.

—Su opinión respecto a la humanidad es demasiado extrema para mi gusto. Una cosa
es dominar a aquellos que son inferiores, y otra completamente es comportarse como si
no existieran. Debemos construir las normas en base a la realidad de la que venimos. No
fuimos creados en un vacío, carentes de historia. Es ignorante pensar que no podemos
aprender de las estructuras ya existentes de los humanos.

—Piensas que el MAD es muy extremo… ¿Entonces considerarías peligroso a su


líder? —preguntó Crier.
—No —dijo Hesod fríamente. Luego, añadió—: No aún.

Y así lo había entendido. Crier era la venda para una herida, una que era pequeña,
por ahora, pero que tenía el potencial de infectarse con el tiempo. Una pequeña fractura
en el invulnerable reinado de Hesod, su control sobre todo Zulla, desde el mar oriental a
las Montañas Occidentales, exceptuando el territorio separado de Varn. Varn era parte de
Zulla, pero era aún gobernada por una monarquía Automa separada. La reina Junn, la
Niña Reina. La Reina Loca. La Devoradora de Huesos.

Hesod no necesitaba más separación. Él quería unión.

Él quería mantener lo mismo que Crier sabía que Kinok quería:

Poder.

Ahora: las ramas sobre la cabeza de Crier estaban semidesnudas debido a la


proximidad del invierno, pero los árboles estaban tan densamente comprimidos que
bloqueaban casi toda la débil y grisácea luz solar, envolviendo el suelo del bosque en las
sombras. En lo alto, las hojas eran como grabados cobrizos, mil manos agitándose en
tonos de rojo, naranja y dorado pulido; bajo los pies, eran del pálido marrón de las cosas
muertas. Crier pudo oler tierra mojada y el humo de la madera, el olor de animales, la
clara esencia a pino y a la savia de los árboles. Era tan diferente a lo que estaba
acostumbrada, viviendo en las frías costas del Mar Estrellado con el fuerte olor a mar. El
sabor de la sal en su lengua. El pesado olor a peces y algas podridas.

Les tomó medio día de viaje alcanzar estos bosques, y Crier solo había estado aquí
una vez antes, alrededor de hace cinco años atrás. Al igual que los humanos, su padre
disfrutaba cazar ciervos. Ella recordaba haber comido unos cuantos bocados de carne de
venado caliente y condimentado, llenándose la barriga con comida que no necesitaba.
Más ritual que comida. Era el centro del tradicionalismo de su padre: adoptar hábitos y
costumbres humanas en la vida diaria. Decía que generaba sentido y estructura. Bajo la
mayoría de las circunstancias, Crier entendía las ventajas de las creencias de Hesod. Era
por lo que lo llamaba “padre”, a pesar de no haber tenido nunca una madre y de no haber
nacido. Ella había sido comisionada, Creada.

A diferencia de los humanos, todo lo que los Automas realmente necesitaban era
Corazonita. Donde los cuerpos humanos dependían de carne y maíz, los cuerpos Automas
dependían de la Corazonita: un mineral rojo especial, impregnado con energía alquimista;
piedra bruta extraída de las profundidades de las Montañas Occidentales y luego
transmutada por alquimistas a una poderosa sustancia mágica. Así fue como Thomas
Wren, el más grande de los alquimistas humanos, los había creado cien años atrás cuando
diseñó a Kiera, la Primera. Los Automas todavía eran modelados de la misma manera.

Crier se arrastró por la maleza, manteniéndose en las sombras más oscuras. Sus pies
eran silenciosos incluso cuando caminaba sobre pequeñas ramas y hojas secas. Nada sería
capaz de escucharla acercarse. Ni un venado, ni un ciervo. Ni siquiera otro Automa. Se
detenía de a momentos, escuchando sus alrededores: el sonido de pequeños animales
deslizándose por los arbustos, el susurro del viento, el canto de los pájaros del mediodía
y de los cuervos viejos. Fue cuidadosa de mantener su ritmo cardíaco bajo. Si se disparaba
demasiado repentinamente, la campana de peligro en la parte posterior de su cuello
emitiría una señal que solo los Automas podían escuchar, y todos sus guardias vendrían
corriendo.

El arco ceremonial era pesado en su mano. Había sido tallado de una pieza de caoba
oscuro, pulido hacia un brillo perfecto, e incrustado con vetas de oro, piedras preciosas y
huesos de animales. Las tres flechas enfundadas en su espalda eran igual de hermosas.
Una punta de hierro, otra de plata, y la otra de hueso. Hierro para fuerza y poder. Plata
para prosperidad. Hueso por dos cuerpos unidos en uno.

Crujido. Crier se dio la vuelta, ya cargando una flecha y lista para disparar, pero
encontrándose cara a cara con el mismo Kinok. Se había congelado a mitad de camino,
parcialmente oculto detrás de un enorme roble, la mitad de su rostro oscurecido y la otra
mitad a la luz del sol. Cada vez que lo veía, lo cual ahora eran aproximadamente diez
veces por día desde que se había establecido en las habitaciones de invitados de su padre,
Crier recordaba lo apuesto que era. Como todo Automa, era alto y fuerte, de hombros
anchos, diseñado para ser aún más atractivo que los hombres humanos más hermosos. Su
rostro era un estudio a la sombra y la luz: pómulos altos, una mandíbula afilada, una nariz
delgada y filosa. Su piel era morena, un tono más claro que la suya, su cabello oscuro
recortado. Sus ojos marrones eran agudos y escrutadores. Los ojos de un científico, un
líder político. Su prometido.

Su prometido, el cual estaba apuntando la punta de hierro de su flecha directo a la


frente de Crier.

Hubo un momento, (tan breve que más tarde cuando pensó en ello no estaba segura
de que realmente eso había sucedido) en el que Crier bajó su arco y Kinok no lo hizo. Un
momento en el que se miraron el uno al otro y Crier se sintió levemente al borde de los
nervios.

Entonces Kinok bajó su arco, sonriendo, y ella se regañó por ser tan tonta.

—Lady Crier —dijo, aun sonriendo—. No creo que debamos interactuar entre
nosotros hasta que termine la caza… pero eres más conversadora que los pájaros. ¿Has
atrapado algo ya?

—No, todavía no —dijo—. Estoy esperando un ciervo.

Sus dientes brillaron.

—Yo estoy esperando un zorro.

—¿Por qué?

—Son más rápidos que los ciervos, más pequeños que los lobos, y más listos que los
cuervos. Me gusta el desafío.

—Ya veo. —Ella se movió, captando el lejano altercado de un conejo en la maleza.


Las sombras motearon el rostro y los hombros de Kinok con la tonalidad de un caballo.
Todavía la estaba mirando, los restos de su sonrisa todavía apareciendo en las comisuras
de su impecable boca. —Le deseo suerte con su zorro, Scyre —dijo ella, preparándose
para rastrear el conejo—. Apunte bien.

—En realidad, quería felicitarla, mi lady —dijo repentinamente—. Mientras estamos


aquí, lejos del… del palacio. He oído que convenció al Soberano Hesod de dejarla asistir
a una reunión del Consejo Rojo la próxima semana.

Crier se mordió la lengua, tratando de esconder su entusiasmo. Luego de años de casi


rogar, su padre había accedido a dejarla asistir a una reunión del consejo. Después de
años de estudiar historia, filosofía, teoría política, de leer y releer una cantidad de libros
equivalente a docenas de bibliotecas, de escribir ensayos y cartas y a veces hasta
acalorados pequeños manifiestos, ella finalmente, finalmente tenía permitido tomar
asiento entre los Manos Rojas. Tal vez incluso compartir sus propuestas para una reforma
del consejo. Como hija del soberano, participar del Consejo Rojo era su derecho; era tan
parte de ella como lo eran sus Pilares. Ella fue Creada para esto.

—Sabe, creo que tiene razón —continuó Kinok—. Leí la carta que envió a la
concejala Reyka. Sobre su propuesta de una redistribución en la representación del
Consejo Rojo. Tiene razón en que, si bien hay una voz para cada distrito en Zulla
exceptuando Varn, no hay una voz para cada sistema de valor.

—¿Usted leyó eso? —dijo Crier, con los ojos fijos en su rostro—. Nadie leyó eso.
Incluso dudo que la consejala Reyka lo haya hecho.

No pudo evitar el dejo de amargura en su voz. Era tonto, pero había pensado que la
consejala Reyka, entre todas las personas, la escucharía. Su argumento había sido que, en
los lugares de mayor densidad poblacional humana, los intereses de esos humanos debían
de tenerse en cuenta y ser puestos en las manos de quienes se sentaban en el consejo de
su padre. Aunque se preguntaba si cuando Kinok había mencionado la frase, “sistemas de
valor”, estaba más interesado en sus propios valores, aquellos que estaba tratando de
esparcir en la tierra, a través del MAD, que en los valores de los ciudadanos humanos.

Aun así, le halagó que lo haya leído. Significaba que sus palabras tenían más poder,
un mayor alcance, del que ella había pensado.

Esperó que Reyka lo hubiera leído también, pero sin ninguna respuesta solo le
quedaba pensar lo peor. Que Reyka pensaba que ella era ingenua y tonta. A veces, Crier
se preguntaba si tal vez su padre también lo pensaba. Se había negado por tanto tiempo.

Pero Reyka siempre había tenido un punto débil por Crier. Al ser la miembro más
antigua del Consejo Rojo, Reyka siempre había sido como un mueble fijo en la vida de
Crier. Había visitado el palacio con bastante frecuencia. Cuando Crier era menor, Reyka
le traía regalos de sus viajes: viales de aceites de dulce aroma para el pelo, una caja
musical del tamaño de un pulgar, la extraña delicadeza oscura que eran los caramelos de
Corazonita.

Crier había llegado a pensar en ella de la misma forma en que los niños humanos de
los cuentos pensaban en sus madrinas. No podía decirle eso a Reyka, o a nadie. Era un
pensamiento tan débil y blando. Así que lo pensaba para sí misma, haciéndola sentir
cálida.
—Pues… —Kinok dio un paso adelante, la luz deslizándose en su rostro. Sus pisadas
eran silenciosas en medio de la alfombra de hojas secas. —Lo leí dos veces. Y estoy de
acuerdo. Los Manos Rojas no deberían basarse solo en el distrito, eso lleva a desequilibrio
y favoritismo. ¿Le has mencionado este asunto a tu padre?

—Sí —dijo Crier discretamente—. No fue increíblemente receptivo.

—Podemos trabajar en eso. —Ante su mirada de sorpresa, Kinok encogió un hombro.


—Estamos obligados a casarnos, ¿no es así? Estoy de su lado, Lady Crier, así como usted
está del mío. ¿Cierto?

—Cierto —se encontró a sí misma diciendo, mirándolo maravillada. ¿Qué nuevas


oportunidades le llegarían con este matrimonio? Por meses había pensado sobre esto
como nada más que una maniobra política prolongada, desagradable pero como una
última instancia soportable, como el hedor a pescado podrido en el aire del océano.

No se le había ocurrido que podría estar ganando un defensor, así como un marido.

—Y si estamos en el mismo bando, hay algo que debería saber —dijo Kinok, bajando
la voz incluso cuando estaban completamente solos, ningún otro ser vivo más que los
conejos y los pájaros cerca—. Hubo un escándalo en la capital recientemente. Lo sé sólo
porque estaba con la consejala Reyka cuando ella se enteró de eso.

Crier casi pone en duda eso; no era secreto que la consejala Reyka odiaba todo sobre
el Movimiento Anti-Dependentista, incluyendo al mismo Kinok. Pero otra palabra captó
su atención.

—¿Un escándalo? —preguntó—. ¿Qué tipo de escándalo?

—Sabotaje de una Matrona.

Los ojos de Crier se ensancharon.

—¿A qué se refiere con sabotaje? —preguntó. Las Matronas eran una parte esencial
del proceso de Creación. Eran creadas para ser asistentes de los Creadores mismos, un
puente entre Creador y Diseñador. Ayudaban a los Automas recién creados a adaptarse al
mundo—. ¿Qué hizo la Matrona?

—Falsificó un grupo de planos de Diseño para el niño de un noble. Fue un desastre.


El niño fue Creado mal. Más animal que Automa o incluso que humano. Su mente era
salvaje, violenta. Tuvieron que deshacerse de ello por la seguridad de la familia del noble.

—Es horrible —exhaló Crier—. ¿Por qué haría algo así la Matrona? ¿Acaso fue
locura? —Sabía que esa condición a veces atacaba a los humanos.

—Nadie lo sabe —dijo Kinok—. Pero, Lady, hay algo que debería saber.

Había algo extraño en su voz. ¿Advertencia? ¿Inquietud?

—Esta no fue su primera Creación —continuó Kinok, encontrando los ojos de Crier—
. Ella había estado trabajando con los nobles de Rabu durante décadas.
Un agujero pareció abrirse en el estómago de Crier, pero no estaba segura por qué.

—¿Quién era, Scyre? —preguntó lentamente—. La Matrona. ¿Cuál era su nombre?

—Torras, su nombre era Torras.

Crier sujetó su arco tan fuerte que la madera crujió en protesta. Porque ella conocía
a la Matrona Torras.

La conocía, porque esa había sido la Matrona que había ayudado a crearla a ella.

Tan pronto como la caza terminó, con dos conejos y una codorniz capturada, y su grupo
regresó al palacio, Crier se retiró a su recámara, leyendo cuidadosamente de nuevo el “El
manual de la Matrona”, un libro delgado y con encuadernación de cuero con el que se
había encontrado en el puesto de un vendedor de libros, y que había comprado con tanto
entusiasmo que incluso el vendedor se había visto alarmado. Se aseguró a sí misma que
una infracción como la que Kinok había mencionado era casi imposible.

No había manera de que su propio Diseño haya sido alterado, por supuesto. Ella era
demasiado importante.

Además, si hubiera algo mal, alguna Falla, algo diferente sobre ella, ya lo sabría…
¿no?
Es el deber de la Matrona Humana cuidar de la nueva Creación Comisionada
como lo harían por sus propios hijos Humanos.

Es el deber de la Matrona proveer a la nueva Creación Comisionada


Corazonita al igual que los portadores de niños proveen a los hijos Humanos de
leche.

Es el deber de la Matrona asegurarse que los mecanismos internos de la nueva


Creación Comisionada fueron Creados correctamente y sin ninguna Falla. La
nueva Creación Comisionada debe contener en su pecho los Cuatro Pilares:
Razón, Cálculo, Organismo e Intelecto. Similares al Temperamento Humano,
estos Cuatro Pilares son la base del Automa como individuo y de la Sociedad
como un todo.

Es el deber de la Matrona asegurarse que la nueva Creación Comisionada haya


sido Creado acorde al Diseño del Comisionado; si son descubiertas
discrepancias, la Matrona debe reportarlas en detalle al Jefe y a la Matrona al
mando, y continuar cuidando de la nueva Creación Comisionada hasta que una
decisión sea tomada.

Es el deber de la Matrona anteponer la continuidad de existencia de la nueva


Creación Comisionada por sobre la suya propia.

Es el deber de la Matrona anteponer la continuidad de existencia de la nueva


Creación Comisionada por sobre la del resto.

En el extraño caso de una Orden de Terminación ordenada por el Soberano,


con el apoyo unánime del Consejo Rojo, solo entonces la Matrona deberá hacer
una excepción a la Ley y permitir que la Comisión Fallada sea terminada.

—DE EL MANUAL DE LA MATRONA

POR LA MATRONA HALLA DE LA SALA DE CREACIONES RM437 DEL


ESTADO SOBERANO DE RABU.
2
Luna fue asesinada en un vestido blanco.

Había pasado una semana desde su muerte, y el vestido que había sido arrancado de
su cuerpo y colgado en el poste más alto, todavía ondeaba con la leve brisa. Era una
especie de símbolo, o advertencia. Ahora, el vestido estaba podrido por el agua de lluvia,
pero aún había algunas partes lo suficientemente blancas como para captar la luz del sol.
Para captar la mirada.

Ayla no podía dejar de mirarlo, y cada vez que lo hacía sentía otra vez, como
puñetazo en el estómago, lo que le había sucedido a Luna. Y ahora, días después, el
recordatorio se extendía entre los humanos como lo hacía el mismo vestido al viento
veraniego. Nadie sabía siquiera lo que Luna había hecho. El por qué los guardias del
soberano la habían asesinado.

Ayla continuó su camino a través del mercado. Generalmente trabajaba en las huertas
del palacio del soberano Hesod, sembrando semillas y recolectando canastas de manzanas
maduras, pero uno de los sirvientes estaba prácticamente delirando de fiebre y le habían
ordenado que lo reemplazase. Durante la semana pasada se había unido al grupo de
exhaustos sirvientes, que salían de sus camas a mitad de la noche solo para poder llegar
al pueblo más cercano, Kalla-den (unas buenas cuatro leguas de costas traicioneras y
rocosas desde el palacio), y establecer su mercadería para el amanecer. Hubiese sido
miserable sin importar qué, pero que el vestido sin cuerpo de Luna le dé la bienvenida al
mercado, empeoraba todo. Era como un fantasma. Como un pálido pez en aguas oscuras,
parpadeando en los bordes de la visión de Ayla.

Ayla había trabajado en el palacio del soberano durante los últimos cuatro años.
Habían sido solo meses desde que pudo finalmente salir de los establos y entrar en el
cuidado de los huertos. Algunos días estaba tan cerca de las paredes blancas del palacio
que podía oler el fuego de la chimenea, sentir el humo en su lengua. Y aun así… todavía
no se las había arreglado para meterse dentro.

Nada importaba hasta que entrase. Y ella había prometido hacerlo, para cobrar su
venganza, incluso si eso la mataba.

Pero ahora Ayla miraba el mercado, a la multitud de elegantes y hermosos Automas


(sanguijuelas) y trataba de mantener el odio y desagrado fuera de su rostro. Nadie le
compraba flores a una chica con cara de preferir estar vendiendo veneno.

—¡Flores! —gritó, tratando de mantener su voz ligera. Era casi anochecía, era casi
tiempo de rendirse por ese día, pero todavía había demasiadas guirnaldas sin vender en
su canasta. —¡Tenemos flores marinas, flor de manzana, las sales de lavanda más lindas
de la costa!

Ni una sanguijuela miró en su dirección. El Mercado Kalla-den era un caos del


tamaño de un reino metido en un área del tamaño de un granero, y era tan ruidoso que
podías oírlo desde media legua de distancia. El mercado estaba formado por puestos de
vendedores empujados unos contra otros, sus carretillas y cestas rebosantes de frutas
confitadas, pasteles, pescado fresco, ostras que olían a muerte incluso bajo el débil sol de
otoño. Habían sanguijuelas apiñadas alrededor de canastas de polvo de Corazonita,
enterrando las puntas de sus dedos en los finos granos rojos, llevándolos a sus labios para
evaluar su calidad. Habían pollos enteros o patas de cabra girando en asadores, asándose
lentamente, el humo llenando el aire al punto de hacer lagrimear los ojos de Ayla; había
vino y sidra de manzana y pilas de coloridas especias; había una multitud de humanos
sucios, esqueléticos y desesperados vendiendo sus mercancías a una oleada interminable
de Automas.

Y por supuesto, las filas y filas de las preciadas manzanas del sol de Hesod, brillando
como tantas joyas rojas, su color casi tan carmesí y brillante como el de la misma
Corazonita.

Pero la mayoría de los Automas parecían tratar al mercado como una de esas
atracciones callejeras. Adelante, amigos. Miren todo lo que quieran. Miren a los
humanos. Miren a los animales de carne y hueso. Observen, por qué no. Mírenlos sudar
y chillar como cerdos.

Lo único bueno del mercado era Benjy. Lo miró mientras gritaba “¡Flores!” de
nuevo. Era lo más cercano a un amigo que Ayla se permitiría. Lo conocía desde que tenía
doce años y estaba hundida por el dolor. En medio de todo lo que le acababa de pasar.

A diferencia de Ayla, Benjy estaba acostumbrado a la locura de Kalla-den. Incluso


parecía alegrarse en ella, sus ojos marrones radiantes y brillantes, el sol resaltando las
pecas en sus morochos cachetes. El primer día que Ayla se le unió en el mercado, casi se
le habían salido los ojos de lugar mientras él le señalaba todas las cosas emocionantes que
quería que Ayla viera. Coloridas esferas de cristal, insectos mecánicos con alas a cuerda,
pedazos de pan azucarado con forma de animales. En el segundo día, Benjy le mostró a
Ayla el lado secreto y oculto del mercado: objetos Creados. Estos eran cosas prohibidas
creadas por alquimistas, Creadores, y pasadas de mano en mano en las sombras,
escondidas por el polvo y la multitud. Objetos más pequeños que el meñique de Ayla,
pero valuados en el doble de su altura en oro. Poseer un objeto Creado para los humanos
estaba prohibido, ya que los objetos Creados eran el resultado de la alquimia y
considerados peligrosos, poderosos. Después de todo, los mismos Automas eran Creados.
Quizás no les gustaba el recordatorio de que ellos, también, fueron alguna vez tratados
como chucherías y juguetes. Los objetos Creados eran completamente ilegales y, por lo
tanto, tentadores.

Ayla no le veía el sentido a la tentación, excepto en un solo caso. El medallón que


colgaba alrededor de su cuello. El único resto que tenía de su familia, un recordatorio de
la violencia que había sufrido, y de la venganza que planeaba tomar. Ni siquiera sabía
cómo funcionaba, o si realmente funcionaba, pero sabía que era Creado, y que estaba
prohibido, y que era lo único que podía llamar suyo.

—¿Vas a ayudarme o no? —dijo Ayla ahora, pinchando sus costillas. Él chilló. —
He gritado tanto en la última hora que me duele la cabeza, es tu turno.

Él la miró, entrecerrando los ojos a la luz del poniente sol.

—El día terminó. Escucha esto de alguien que ha hecho esto cientos de veces Todo
lo que alguien está dispuesto a comprar ahora es Corazonita.

Ayla resopló.

—Tú más que nadie sabes que si no vendemos hasta la última de estas flores no
tendremos cena.

—Créeme, lo sé. Mi estómago ha estado gruñendo desde media mañana.

—¿Tienes comida escondida en los cuarteles?

—No —dijo tristemente—. Tenía algunas ciruelas secas guardadas en el cobertizo


del viejo jardinero, pero la última vez que me fijé ya no estaban. Supongo que alguien
más las encontró. —Tiró de sus desordenados rizos oscuros, se limpió el sudor de la frente
y jugueteó con una de las guirnaldas que aún tenían que vender. Así era Benjy, siempre
en movimiento. Habría hecho que Ayla se pusiera nerviosa si no fuese porque estaba
acostumbrada a ello.

—El mundo está lleno de ladrones, ¿o no? —dijo Ayla con un dejo de diversión.

Benjy arrancó un pétalo de una de las flores marinas.

—Como si tú misma no fueses una ladrona.

Ella sonrió.

La primera vez que Ayla se encontró con Benjy, él había parecido más un ciervo que
un chico. De piernas largas, torpe y con los ojos bien abiertos, dulce y joven y enojado,
pero un tipo de enojo suave. Un tipo de enojo inofensivo. Su familia no había sido
asesinada por los hombres del soberano. Nunca la había conocido en absoluto, su madre
lo había dejado en las puertas de un viejo templo, todavía húmedo del nacimiento. Si
hubiese sido Ayla, ella sabía que hubiese sido consumida por la necesidad de rastrearlos,
de encontrar a su madre biológica, de preguntarle un millón de cosas que empezaban con
por qué. Pero Benjy no era así. Había sobrevivido bajo el cuidado de los curas del templo
por nueve años, y después había huido. Tres meses después, Rowan lo había acogido.

El enfado de Benjy era diferente ahora. Había crecido, aprendido más sobre este
mundo roto, aprendido sobre la Revolución. Un poco de rencor se había filtrado en él; un
poco de pasión. Pero todavía era blando. Siempre lo sería. Durante años, esa blandura
había enfadado a Ayla. Le había hecho querer agarrar sus hombros y sacudirlo hasta que
un poco de furia saliera.
Después de todo, fue la furia la que había mantenido viva a Ayla todos esos años;
una furia que había encendido una llama en su pecho y la había hecho continuar por pura
ira.

Cuando no tenía una fogata que la mantuviera cálida, se imaginaba la mirada en el


rostro de Hesod cuando su preciada hija yaciera en las manos de Ayla, destruida e
irreparable. En los días en los que su estómago parecía encogerse por la falta de pan, se
imaginaba una versión mayor y más fuerte de sí misma mirando a Hesod directo a los
ojos y diciendo: Esto es por mi familia, sanguijuela asesina.

Ayla escaneó la multitud, sintiéndose horriblemente pequeña y blanda, un ratón


rodeado de gatos. Los Automas se parecían a los humanos tanto como las estatuas; podrías
ser engañado desde lejos, pero una vez que te acercabas podías ver todas las diferencias.
La mayoría de las sanguijuelas medían alrededor de un metro ochenta, algunos incluso
más, y sus cuerpos, sin importar la forma o tamaño, eran agraciados y de músculos
marcados. Sus rostros eran angulares, sus rasgos afilados. Eran diseñados en la Sala de
Creaciones, cada uno esculpido para ser hermoso, pero era una belleza escalofriante. Un
poco de vanidad enfermiza: ¿Cuán grandes podemos hacer sus ojos? ¿Qué tan filosos
sus pómulos? ¿Cuán perfectamente simétricas sus facciones?

Había también algo raro en el aspecto de la piel de una sanguijuela. Seguro, era
perfecta. Sin poros, sin vellos, sin pecas o quemaduras de sol o cicatrices, solo piel suave
y lisa. Pero más allá de eso, era la forma en que lucían tallados de piedra, indestructibles.
Era la forma en la que su piel se estiraba sobre sus músculos y huesos diseñados a mano.
Como si apenas pudiese mantener al monstruo dentro.

Las sanguijuelas se habían permitido olvidarse de que habían sido creados por los
mismos humanos que ahora trataban peor que a los perros. En los cuarenta y ocho años
que había pasado desde su ascenso al poder, se habían permitido convenientemente
olvidar su pasado. Olvidar que una vez fueron meramente mascotas y juguetes de la
nobleza humana.

Ayla tampoco se permitía pensar sobre su propio pasado. El fuego, el miedo, la forma
en la que la pérdida vivía en la cavidad de su pecho, la forma en que la carcomía desde el
interior. Pensar de esa forma no era la manera en la que sobrevivías.

Ella y Benjy levantaron el puesto antes de que se pusiera el sol, con el objetivo de ya
haber desaparecido cuando la oscuridad cayera en Kalla-den. Al tiempo que tomaban un
atajo a través de un pasaje, con canastas de flores marinas sin vender amarradas a sus
espaldas, alguien cayó unos pasos detrás de ellos. Ayla volteó la mirada y, a su pesar, casi
sonrió cuando vio a Rowan.

Rowan era una costurera que vivía y trabajaba en Kalla-den. Al menos, eso es lo que
era en el exterior.

Para las personas como Ayla, era algo completamente diferente. Una mentora. Una
entrenadora. Una protectora. Una madre para los perdidos, los golpeados y los
hambrientos. Ella les daba refugio. Y les enseñaba a dar pelea.
No podrías adivinarlo por su apariencia. Tenía una de esas caras en las que no podías
determinar cuántos años tenía (los únicos signos de su edad eran su pelo plateado y las
ligeras arrugas en las esquinas de sus ojos) y era baja, incluso más baja que Ayla. Lucía
más como un gorrión regordete saltando alrededor, plegando sus alas. Dulce e inofensivo.

Como muchas otras cosas, era una mentira cuidadosamente construida. Rowan no
era un gorrión. Era un ave de presa.

Siete años atrás, había salvado la vida de Ayla.

Tenía tanto frío que ya no se sentía como frío. Ni siquiera quemaba. Apenas
notó el aire invernal, la nieve empapando sus andrajosas botas, los cristales
de hielo que azotaban su rostro y dejaban su piel roja y en carne viva.
Estaba fría desde dentro hacia fuera, el frío pulsaba a través de ella con
cada desvaneciente latido de su corazón. Débilmente, ella supo que así era
cómo se sentía justo antes de morir.

Era reconfortante.

Estaba tan fría, y tan cansada de estar sola. Tan cansada de sentir
dolor. Lo último que había comido había sido un trozo de carne a medio
pudrir tres días atrás. Tal vez cuatro. El tiempo se había vuelto borroso,
rodando sobre sí mismo y quedando patas para arriba como un animal
muerto. Ayla ya no tenía hambre. Su estómago había dejado de hacer ruido.
Silenciosamente, se estaba comiendo los pocos músculos que le quedaban.

Había una mancha de oscuridad más adelante. Oscuridad, lo cual


significaba algo sin cubrir por la nieve. Ayla tropezó hacia adelante, el
suelo inclinándose de maneras extrañas bajo sus pies. Sus ojos continuaban
cerrándose contra su voluntad. Los forzó a abrirse de nuevo, su cabeza
martillando, su visión reducida a un agujero de luz del tamaño de un alfiler
al final de un largo, largo túnel. La oscuridad estaba allí. Tan cerca. Gris,
una pared de piedra. El marrón oscuro de adoquines.

Era un pequeño espacio entre dos edificios. Un techo inclinado


protegía el piso de la nieve. Ayla se arrastró al espacio oscuro y sin nieve,
y sus piernas se rindieron. Golpeó la pared a un costado y cayó
bruscamente, su cráneo crujiendo contra los adoquines. Y allí permaneció.

—Oye.

Sus ojos estaban cerrados.

—¡Oye!¡Despierta!
No. Finalmente sentía calidez.
—¡Despierta, idiota!
Un sonido como el de una ostra golpeando una roca; una presión
afilada y punzante en su mejilla. Calor, por un momento. Alguien estaba
hablando, tal vez, pero estaba muy lejos, y Ayla no podía distinguir las
palabras. El cansancio se cernió sobre su cabeza como agua, y ella se dejó
ir.

Fue solo más tarde que supo qué tan lejos Rowan había arrastrado su cuerpo hacia el
calor y la seguridad, antes de darle salud de nuevo.

En ese entonces, el pelo de Rowan todavía había sido marrón, las manchas plateadas
solo en sus sienes. Pero sus ojos eran los mismos. Profundos y firmes.

—Estabas lista para morir —había dicho.

Ayla no respondió.

—No sé exactamente qué te sucedió —dijo Rowan—, pero sé que estás sola. Sé que
has sido dejada de lado, abandonada para morir en la nieve como un animal. —Ella
alcanzó y tomó las manos de Ayla, sosteniéndolas entre las suyas. Se sintió como ser
acunada: como ser enteramente sostenida. —Ya no estás sola. Puedo darte algo por lo
que luchar, niña. Puedo darte un propósito.

—¿Un propósito? —había dicho Ayla. Su voz era débil, rasposa.

—Justicia —dijo Rowan, y apretó las manos de Ayla.

—Hay luna llena —dijo Rowan ahora, mirando hacia arriba, en el tono tranquilo y
codificado que Ayla había llegado a conocer tan bien.

Los tres se movían fácilmente a través de la multitud de humanos, acostumbrados a


esquivar gente y carretas y perros callejeros. El caos de las calles de Kalla-den era una
especie de bendición extraña: un millón de voces humanas gritando al mismo tiempo
significaba que era el lugar perfecto para conversaciones que no quieres que nadie
escuche.

—Cielos despejados últimamente —dijeron Ayla y Benjy al unísono. Nada que


reportar.

Había sido Rowan, por supuesto, quien les había enseñado el lenguaje de la rebelión.
Una ramita de romero pasada entre manos en una calle concurrida, guirnaldas tejidas con
flores con significados simbólicos, mensajes en código escondidos dentro de barras de
pan, historias de hadas o canciones folclóricas antiguas usadas como contraseñas para
determinar en quién podías confiar. Rowan les había enseñado todo. Había salvado a Ayla
primero, a Benjy unos meses después. Los había acogido. Vestido. Enseñado cómo rogar,
y luego cómo encontrar trabajo. Alimentado. Pero también les había dado algo nuevo por
lo que tener hambre: justicia.
Porque ellos nunca tendrían que haber necesitado rogar en un primer lugar.

—¿Hay noticias? —preguntó Benjy.

—Un cometa estará cruzando los cielos sureños —dijo Rowan con una sonrisa—.
Dentro de una semana. Será una noche hermosa.

Benjy tomó la mano de Ayla y la apretó. Ella sabía lo que el código significaba: un
levantamiento en el sur. Otro más. Llenó su estómago de sospecha y temor.

Doblaron en una calle más ancha, la multitud disminuyó un poco. Ahora hablaban
más suavemente.

—Cruzando el sur —repitió Ayla. Su corazón se hundió. —¿Y cuántas estrellas


habrá en los cielos sureños?

—Oh, he oído que cerca de doscientas.

—Doscientas —repitió Benjy, con ojos brillantes.

Doscientos humanos rebeldes reuniéndose en el Sur.

—Ya va siendo hora, amores.

Rowan se había ido tan rápido como había aparecido, dejando solo un arrugado
folleto en las manos de Benjy. Un folleto religioso, algo sobre dioses y creyentes. Ayla
sabía que estaría lleno de códigos, códigos que solo aquellos en la Resistencia podían
descifrar.

A una parte de Ayla le preocupaba que Rowan siguiera albergando esperanzas en


estos levantamientos, en eso que llamaba “justicia”, a causa de su pena por Luna y su
hermana, Faye. Después de todo, habían sido dos de los niños perdidos de Rowan, al igual
que Ayla y Benjy. Era sabido en el pueblo que cualquier niño huérfano podía encontrar
comida y asilo con Rowan. Ayla recordaba cuando Faye y Luna habían venido con
Rowan, luego de que su madre muriera. Ayla le había agarrado cariño a Luna
inmediatamente, una niña de sonrisas tímidas y dulces preguntas. Faye había sido más
quisquillosa y desconfiada, demasiado parecida a Ayla como para que se lleven bien. Pero
aun así, habían crecido juntas. Y Ayla sabía que el corazón blando de Rowan aún estaba
afligido por las dos hermanas. Aquellas dos niñas que había tratado de salvar.

Dos niñas a las que, en su mente, les había fallado.

Y en medio de ese dolor, Rowan estaba dispuesta a enviar más inocentes para
encontrar más de su “justicia”.

A lo largo de los años, habían recibido información de levantamientos aquí en Rabu,


pero cada uno de ellos había sido sangriento y reprimido rápidamente. El Estado Soberano
de Rabu era controlado por el Soberano Hesod. Su reinado había llegado a extenderse
sobre toda Zulla, exceptuando el territorio de Varn. A pesar de asegurar de que él no tenía
todo el poder, ya que se suponía que el Consejo Rojo (un grupo de aristócratas Automas)
compartía el gobierno de Rabu, Ayla apenas creía que eso fuera cierto. Hesod era
enormemente rico e influyente. También tenía hambre de poder. Había sido su padre el
que había liderado las tropas Automas en la Guerra de Especies. Él había sido el primero
en declarar que los humanos debían ser separados de sus familias. Y era en su propia
tierra, en los vastos terrenos del palacio al lado del mar, en la que vivían y trabajaban
Ayla, Benjy y cuatrocientos sirvientes humanos más.

El Consejo Rojo era cruel, despiadado y, lo peor de todo, creativo. Esa era una de las
razones por las que la Revolución iba tan lenta, la gente estaba tan malditamente aterrada
del Consejo y sus leyes cada vez más rigurosas. Incluso Ayla debía admitir que sus
miedos estaban bien fundamentados. Luna, y su vestido incorpóreo, eran la prueba de
ello.

Benjy la miró mientras subían el abruptamente inclinado camino hacia el palacio,


sus ojos llenos de esperanza y emoción. El mensaje era claro: él quería unirse. Incluso
después de los desastrosos levantamientos del año pasado.

Ella meneó su cabeza. No. Él lo sabía. Él sabía que ella no podía irse ahora, esta
noche. No cuando estaba así de cerca del interior del palacio. Y de Crier.

La sonrisa de Benjy desapareció.

—Ayla.

—No —dijo ella—. No voy a ir. —¿Quería lo que él quería? ¿Quería ver a las
sanguijuelas muertas? Por supuesto, pero no así. No cuando implicaba un rastro de sangre
humana, no cuando estaba condenado a ser en vano. No estaba lista para perder a nadie
más. La última vez que había habido un levantamiento en el Sur, fue reprimido casi de
inmediato, y ese levantamiento había sido masivo, con casi dos mil humanos marchando
a través de la ciudad de Bram, armados con antorchas y salitre, dispuestos a tomar el
corazón de la ciudad donde vivía el Automa más poderoso. Habían sido derrotados en
una sola noche. El Automa que había liderado el contraataque, el que los había destruido,
se había vuelto un héroe de guerra condecorado. Un nombre famoso, un monstruo
famoso. Kinok.

Benjy guardó silencio, pero Ayla finalmente pudo sentir su enojo, pudo sentir que
ahora iba dirigido a ella. Las pisadas de él se alargaron, determinadas, mientras llegaban
al angosto camino que se curvaba hacia el palacio. Ella pudo ver los techos más altos de
las torres del palacio desde la distancia.

Se apuró para alcanzarlo, jadeando por el calor. Ahora ya estaban más lejos de la
multitud. Agarró su hombro, y él dejó de caminar tan abruptamente que casi se choca con
él.

—Ya sé lo que vas a decir —dijo él entre dientes.

Ayla luchó por recuperar el aliento.

—Podrías. . . ver el cometa sin mí. —Las palabras le rayaron la garganta como si
hubiera tragado un bocado de sal.
Sus ojos marrón oscuro se clavaron en los de ella. La brisa bailó en su desordenado
pelo. Había crecido, más alto y ancho que ella. Ella mantuvo su mirada.

Por un minuto entero, él no dijo nada. Se mantuvieron ahí, respirando con dificultad,
mirándose el uno al otro. Pensando lo mismo: era muy pronto.

Ayla quería decir: No me dejes.

Ayla debería haber dicho: Déjame. Porque tal vez sería mejor así.

La furia de Benjy pareció transformarse en tristeza, sus labios entre abriéndose.


Finalmente, dijo:

—No lo haré. No iré sin ti y lo sabes.

Lo sabía. Y eso la asustaba más que nada. Él no la dejaría. Eso hacía que su corazón
se enfureciese. Vete, quería gritar. No te quedes por mí.

Pero después, otra parte de ella, enterrada tan profundamente que casi, casi se había
quedado callada, sabía que no podía hacer esto, nada de esto, sin él.

Sus labios estaban aún ligeramente entreabiertos, como si hubiese algo más que
quisiese decir. Ella sabía cuánto necesitaba esto. Revolución. Sangre. Cambio. Esperó a
que continuase, que tratara de convencerla. Pero él también sabía cuánto ella quería lo
que quería: la sangre de Lady Crier en sus manos.

Así que al final, Benjy solo suspiró. Más y más sirvientes empezaron a pasar a su
lado en la ruta del estrecho pasaje, y Ayla dejó espacio de por medio entre ella y Benjy,
manteniendo sus ojos en el desnivelado camino mientras continuaban rumbo a sus
cuarteles en silencio, con el pasado apilándose en sus pensamientos como palazos de
tierra.

Después de lo que Ayla había llegado a pensar como ese día, el día que cambió todo,
el punto de división en su mente, el suceso que dividió su vida en un antes y después, la
pesadilla que la despertaba por las noches, la mancha de sangre, el hueso astillado que no
sanaría, ese día, Ayla se había permitido una semana para llorar y lamentar.

Incluso a los nueve años, ella había sabido que era demasiado fácil ahogarse en el
dolor, ser arrastrada hacia abajo y nunca volver a subir. Una semana, se había dicho. Una
semana.

Una semana para llorar la muerte de toda su familia.

Mamá. Papá. Su hermano mellizo, Storme, quien había amado a Ayla más que a nada
en el mundo. Quien había sido arrebatado de ella, tratando de protegerla de ellos. Storme,
quien, por el sonido de sus gritos ininterrumpidos, había encontrado su fin en ese
momento, justo entre las paredes del que había sido su hogar.

No podías depender de mucho en este mundo, pero podías depender de esto: el amor
no trae más que muerte. Donde existía el amor, la muerte lo seguiría, un lobo rastreando
un ciervo herido. Ayla había aprendido eso de la manera difícil.
Ahora tenía dieciséis, y todo lo que siempre había querido estaba casi al alcance de
sus dedos.

Cuando Rowan la había rescatado, Ayla solo tenía su sufrimiento y su furia.

Pero un día, después de un mes estando con Rowan, un grupo de humanos nómadas
habían llegado a la ciudad. Rowan le había dado a Ayla una opción. Irse con estos
humanos viajeros, dejar todo su dolor y sus memorias atrás y empezar de nuevo. O
quedarse bajo la protección de Rowan. Rowan la cuidaría hasta que pudiese encontrar
trabajo. Y Ayla aprendería a pelear, a vivir, y a planear justicia.

Hesod. La sanguijuela que ordenó el ataque al pueblo de Ayla.

Habían sido los hombres de Hesod los que habían irrumpido en el hogar de la
infancia de Ayla, los que habían asesinado a su familia tan solo porque podían.

Hesod se enorgullecía de haber esparcido el Tradicionalismo a lo largo de Rabu, la


creencia Automa de moldear su sociedad en base al comportamiento humano, como si
los humanos fueran una civilización perdida tiempo atrás de la que podían seleccionar los
mejores atributos para imitar. La familia era importante para el Soberano Hesod, o al
menos eso era lo que él y su consejo predicaban. Ayla no había olvidado la ironía.

Y ahora trabajaba para él. La asqueaba, cada segundo de ello, pero era la única forma
en la que podría acercarse a Hesod. Había llegado tan lejos. No iba a arrojarlo todo por la
borda por algún sueño de revolución condenado al fracaso.

Rowan siempre le había dicho que la justicia era la respuesta. Y por mucho tiempo,
Ayla le había creído. Había creído que la revolución era posible, que, si los humanos
continuaban alzándose, negándose a ser sometidos, podrían realmente cambiar las cosas.
Pero Ayla había entrado en razón ahora. Con el paso de los años, había visto lo inútiles
que eran los sueños de Rowan. Cada levantamiento había fallado; cada plan brillante
había sido aplacado; cada maniobra nueva solo resultaba en más muertes humanas.

La justicia era una diosa, y Ayla no creía en cosas tan infantiles.

Ella creía en la sangre.


3
El padre de Crier, y Kinok ya estaban en el gran salón para el desayuno cuando ella llegó
esa mañana usando un nuevo vestido. Las cabezas de su padre y de su prometido estaban
inclinadas en una discusión que se cortó tan pronto como Crier entró.
Por un momento, ella se quedó mirando a su padre, el hombre que la había
comisionado. Hesod era una obra maestra de Diseño. Fue Creado para ser poderoso,
influyente, brillante incluso para un Automa, respetado por todos en Zulla. Cuando
hablaba, la gente lo escuchaba.
¿Qué diría de la traición de la Matrona Torras?
No le había dicho aún.
La asustaba hacerlo.
Kinok había mencionado el escándalo una semana atrás, durante la Caza, y aun así se
lo había guardado para ella.
Se sentó en la mesa frente a Kinok. El gran salón, en el ala este del palacio, podía dar
lugar a cincuenta personas fácilmente. Era enorme, espacioso, con un techo alto y
arqueado y una gigante mesa para banquetes hecha de pino lustrado. Pero a pesar de su
amplitud, la mayoría de los días solo veía a Hesod, Crier y un puñado de sirvientes. Y, a
lo largo de esos meses de cortejo, Kinok.
—Buenos días, mi Lady —dijo Kinok. Crier asintió a forma de saludo, evitando su
mirada.
—Hija —dijo Hesod, y Crier se las arregló para mirarlo a los ojos.
—Padre —murmuró.
Un sirviente, un chico, vino trayendo una fuente dorada y, con ella, Corazonita líquida.
La joya subterránea, cuidadosamente extraída, era la fuente de la fuerza de los
Automas. Corría por sus venas, sus mecanismos internos, no como la sangre humana,
sino como el icor, la sangre de los antiguos dioses en todos los libros de cuentos humanos.
Algo más cercano a la magia, la alquimia, que a algo natural.
Crier se enderezó en su asiento.
La Corazonita líquida fue servida en una taza de té con la forma del cráneo de un
pájaro, con una gran asa tallada de la misma Corazonita. Vapor salía de las cuencas de
los ojos del pájaro. Crier trató de no lucir ansiosa cuando levantó su taza.
Necesitaba esto. Especialmente luego de lo que Kinok le había contado la semana
pasada. Sobre el escándalo de la matrona, el Diseño que había sido alterado. Hacía que
su estómago se endureciera y se retorciera por dentro pensar que existía incluso la más
mínima posibilidad de que su propio Diseño corriera riesgo. No había dormido desde
entonces.
Los Automas no necesitaban noches de descanso como los humanos, pero era
recomendable tener al menos seis horas de sueño cada tres días. Dormir les permitía a sus
órganos ralentizarse y reajustarse, les permitía a sus cuerpos reparar cualquier daño,
interno o externo. Usualmente Crier era muy diligente respecto a tener la cantidad de
sueño adecuada, lo encontraba casi gratificante, acurrucarse en las suaves sábanas y mirar
la luna alzarse fuera de su ventana.
Se sentía como si fingiera ser humana.
Pero desde que Kinok había vuelto al palacio, a Crier le había costado más y más
despejar su mente lo suficiente como para dormir.
El chico sirviente llenó la taza de Crier. El líquido que vertió era de un rojo oscuro y
profundo, el color del polvo de Corazonita impregnó el agua. Era menos concentrado de
esta forma, pero era más fácil de digerir, y además Hesod había encontrado placer en
imitar las costumbres humanas, como tomar el té a la mañana. A diferencia de otros
miembros del Consejo Rojo, él creía que los Automas podían aprender de los humanos.
La cultura humana había sido, después de todo, la base de la estabilización a través de
Rabu: Organización, Sistema, Familia. Los valores centrales de Hesod. Nunca debemos
olvidar, decía, que por miles de años los reyes de estas tierras eran todos humanos. Y los
reyes humanos comenzaban su día con té.
Crier se estiró para alcanzar la taza, pero en su apuro su mano se sacudió. Salpicó el
líquido.
—Mis disculpas —ella murmuró, agarrando su servilleta para secarlo.
La mano de Hesod se posó sobre la suya, deteniéndola.
—No. Para eso están ellos aquí. —Chasqueó sus dedos hacia el chico sirviente.
Crier bajó su mirada.
Cuando él terminó, ella sostuvo su taza otra vez, con cuidado. Un sorbo de Corazonita
líquida, y Crier sintió el poder esparciéndose a través de ella. Era como pisar un espacio
iluminado por el sol, como deslizarse en una bañera caliente, una sensación lenta y
agradable que la calentó de pies a cabeza. Cualquier efecto negativo de la falta de sueño
se había esfumado ahora. Crier se sintió más fuerte por todas partes, como si pudiera salir
corriendo del Gran Salón y no detenerse hasta llegar a las Montañas Aderos, a quinientas
leguas de distancia. Incluso su cerebro se sintió más fuerte, más claro. Escondió una
sonrisa de satisfacción detrás de su taza.
—¿Hay algo que encuentre divertido, Lady Crier? —dijo Kinok, mirándola
curiosamente.
Por supuesto que Kinok lo había notado. Él lo notaba todo. La estaba mirando por
encima de su propia taza, sus labios ligeramente manchados de rojo.
—No es de importancia —dijo Crier, un poco nerviosa por la mirada inquebrantable
de Kinok—. Simplemente pensé en un libro que estaba leyendo anoche.
—Ah. ¿Cuál libro?
—Una colección de ensayos sobre estructura económica —dijo ella—.
Específicamente la intersección de la estructura mercantil con el entorno físico o
geográfico.
Kinok alzó las cejas.
—Ya veo. —A Hesod, le dijo—: Qué curiosidad característica. Quizás sea lo mejor
que aún no haya asistido a una reunión del Consejo. Creo que, al cabo de una hora, ella
se haría con el liderazgo.
Crier se sintió adulada, hasta que vio la mandíbula de Hesod apretarse.
—Al contrario —dijo él—, creo que asistir a la reunión de la próxima semana será una
experiencia invaluable para ella. Tal vez la haga detenerse la próxima vez que se vea
tentada a expresar sus opiniones sobre cómo gobernar una nación.
Crier miró a Kinok. Él le dio una pequeña sonrisa torcida.
—Será un honor tenerla allí.
Lo cual significaba que él también asistiría.
Recordó lo que su padre le había dicho: que Kinok no era una amenaza al dominio de
Hesod sobre Rabu y los otros territorios. No si se unía a una familia. No si se sometía al
Tradicionalismo.
Parecía que Hesod confiaba en él lo suficiente para incluirlo en los problemas del
Consejo Rojo.
En los casi cincuenta años desde la Guerra de Especies, el padre de Crier se había
esforzado enormemente para coexistir pacíficamente con los humanos de Zulla. Con la
formación del Consejo Rojo, había ganado exitosamente el control sobre todos los
acuerdos humanos no solo en Rabu, el principal territorio de Zulla, donde vivían, sino
incluso en el más pequeño de los pueblos pesqueros esparcidos en la costa de Tarreen.
Zulla era como el corazón de un Automa, le había explicado, tenía cuatro niveles, de
la misma forma en que los Automas tenían los cuatro pilares de la Razón, Cálculo,
Organismo e Intelecto. En Zulla, los niveles eran, de Norte a Sur: el Norte Lejano, Rabu,
Varn y Tarreen. A lo largo de la costa occidental de Rabu y llegando al norte se alzaban
las Montañas Aderos, entre cuyas escarpadas cimas se hallaba oculto el Corazón de
Hierro. Unas cuantas leguas más allá de la costa este: las Islas Doradas, territorio neutral,
pobladas mayormente por pájaros de mar y cerdos salvajes.
El reino de Varn bloqueaba el acceso entre Rabu, al norte, y Tarreen, al sur. Como
resultado, Tarreen era conocida por ser una tierra salvaje sin leyes, no estructurada y
civilizada como Rabu. Los esfuerzos de Hesod de controlarla, de gobernar a sus
habitantes y hacer uso de sus escasos recursos, habían sido uno de sus mayores desafíos
a lo largo de la vida de Crier.
Incluso en la salvaje Tarreen, Hesod había intentado preservar el modo de vida
humano donde fuera posible. Albergaba una genuina apreciación por su comida, su
música, sus extrañas ceremonias; encontraba todo eso muy entretenido, y Hesod amaba
ser entretenido. Su dedicación era admirable, especialmente porque muchos otros
Automas, Kinok incluido, no contemplaban a la cultura humana con una mente tan
abierta. Aunque quizás Kinok estaba intensamente más en contra de la coexistencia que
el resto ya que, además de haber sido un antiguo Guardián del Corazón de Hierro, él era
un Scyre: parte de un gremio de élite que estudiaba los Cuatro Pilares para el futuro
avance de la especie Automa.
Crier trató de mantener sus ojos en sus manos, su regazo, su taza vacía y con bordes
rojos, pero no pudo evitar dirigirle otra mirada al hombre que estaba por convertirse en
su esposo.
Kinok era su futuro, y su futuro vestía un fino brocado negro. La cresta del Corazón
de Hierro se vislumbraba en su garganta, un recordatorio de su antigua posición como
Guardián. Un recordatorio de que era un misterio.
Luego de que la comida terminara, Kinok alcanzó a Crier en su camino a la biblioteca
para su primera lección del día. Sus pies fueron tan silenciosos en las baldosas que no lo
oyó acercarse hasta que ya estaba tocando su hombro.
—Scyre —dijo ella. Era el término que él prefería.
—Déjennos —les dijo a los guardias parados al final del pasillo. Ellos miraron a Crier
por aprobación y, desconcertada, ella asintió. Kinok esperó hasta que las pisadas
desaparecieron antes de hablar, acercándose a ella.
—Mi lady —dijo, y de su traje de brocado negro extrajo un rollo de pergamino
amarillento atado con un cordel—. Debe estar ansiosa por más información sobre la
Matrona Torras, así que espero que no encuentre mis acciones como ofensivas. Pero a
través de una conexión personal fui capaz de obtener mucha de la correspondencia
privada de la Matrona, y de sus Diseños.
Crier esperó, muy consciente del poco espacio que había entre sus cuerpos, de la forma
en la que él inclinó su cabeza para hablar suavemente en su oído.
—Uno de ellos era el de usted —continuó—. Su Diseño, mi lady, tal y como había
sido encargado por el soberano.
—¿Mi…? —observó el rollo de pergamino en su mano—. ¿Ese es mi Diseño?
Él había hecho esas insinuaciones, había adquirido su Diseño, en una semana. La llevó
a pensar qué tan extensas eran sus conexiones a través del territorio. La Sala de Creaciones
en el que había sido Creada estaba a un día de cabalgata desde aquí. Y por razones de
propiedad estaban estrictamente advertidos de mantener la confidencialidad de todos los
Diseños.
—Sí. Creí que, con el escándalo, podría estar interesada.
—Scyre Kinok —exhaló—. ¿Puedo…?
Pero en lugar de entregarle el pergamino, él tomó su mano.
—Crier —dijo, bajo y firme—. Te doy esto por otra razón. Sé que. . . Sé que has sido…
reacia respecto a mi cortejo a lo largo de estos años. Sé que aún eres cautelosa, a pesar de
que me he esforzado por mostrarme como un recurso favorable para tu causa y tus
ambiciones. Espero que esto sirva como un gesto de mi lealtad a ti, si es que lo aceptas.
Ella lo miró. Su rostro esculpido. Sus ojos, oscuros e ilegibles. No sabía qué pensar, o
qué decir.
—Gracias.
—Por supuesto —dijo él, presionando los papeles en su mano. Sus ojos estaban fijos
en su rostro, casi preocupado. —Recuerda que puedes confiar en mí. Estamos del mismo
lado.
Y luego había desaparecido.

Crier no podía apurarse lo suficiente en salir, con el Diseño enrollado en su mano mientras
empujaba las puertas del noreste al jardín.
Los jardines de su padre eran enormes y extensos, empezando en el ala este del palacio
expandiéndose hasta el borde de los acantilados, donde el Mar Estrellado cubría todo con
sal. Casi todas las tardes luego de terminar sus estudios (los días de Crier estaban
ocupados por una serie de tutores de historia, ciencias, economía y matemática compleja)
se escapaba hacia los jardines, el aire fresco y el olor de cosas creciendo. Raramente
vagaba así de cerca por los acantilados. Pero quería ver los documentos en privado. Sea
lo que sea que encontrara allí, quería encontrarlo sola.
Los jardines estaban arreglados cuidadosamente por tipo y color: árboles de flores y
frutas cerca del ala este, así uno podía mirar por la ventana las dulces manzanas de sol, y
ciruelas gordas y maduras. Más allá, flores blancas y de un pálido amarillo floreciendo, y
luego de ellos, lavandas y nogales. Y más allá de ellos, flores marinas salvajes, las cuales
eran arrancadas y vendidas en los pueblos cercanos. Y más allá, el mar.
Luego, si seguías el vaivén y choque de las olas hacia el sur, si navegabas a lo largo
de kilómetros de costa escarpada y rocosa, estaba Varn. El reino gobernado por la Reina
Junn. El único lugar que el padre de Crier no podía tocar. Había más rumores sobre la
reina que sobre Kinok y los Guardianes del Corazón de Hierro juntos. Susurros en cada
reunión: que la Reina Junn estaba loca. Que Varn estaba lleno de luchas internas debido
a sus políticas progresistas. Que estaba armando a Varn contra el resto de Zulla. Que era
despiadada.
Pero Crier siempre había pensado que las historias de Junn hablaban de poder y
fortaleza, de una chica ascendiendo al trono teniendo solo dieciséis años luego de que su
padre, el rey, fuera asesinado.
Ajustó la tira de tela roja alrededor de su brazo, la marca de alguien comprometido, y
continuó moviéndose a través de los jardines.
Por todos lados había jardineros haciendo su trabajo, sembrando y regando, podando
y acomodando, cortando las flores muertas cuando se arqueaban sobre sí mismas y se
ponían marrones. A diferencia de muchos otros humanos, los jardineros no se mantenían
alejados cuando Crier se acercaba. Se habían acostumbrado a su presencia.
Los humanos siempre habían fascinado a Crier: por sus ojos candentes y oscuros y las
extrañas canciones que cantaban a la noche, en los jardines y campos y las en las cosas
oscuras cuando se metían para juntar ostras; cómo a veces se movían como si hubiese
algo más dentro suyo, algo demasiado grande como para que la suave piel humana lo
contuviese. Una vez, y solo una vez, le había mencionado esta fascinación a su padre. Le
contó todo sobre las canciones, y sobre cómo sonaba como canciones de ballenas o como
hablar tambaleándose, y sobre cómo los humanos frecuentemente cantaban sobre amor y
odio y pérdida.
Su padre le dijo que él no entendía completamente todas las diferentes formas de amor
humanas, pero que había pensado detalladamente sobre ello y que quizás, más allá de su
fascinación con su historia y su cultura, sí amaba a los humanos. A su manera.
Tal y como amaban a los perros, había dicho, lo suficiente para alimentarlos con trozos
de carne.
Crier continuó caminando hasta que encontró una esquina desierta de los jardines, un
enredo de altos rosales con espinas del tamaño de sus uñas. Aquí, escondida de la vista
de los demás, finalmente desató el cordel y desplegó el grueso rollo de hojas. Sus manos
no estaban temblando, pero se sintió como si su corazón sí lo hiciese, o sus dientes, o sus
mecanismos internos. No podía recordar experimentar jamás un pavor tal como este.
Estará bien, se dijo, sus ojos ajustándose a la escritura pequeña y apretada de la primera
hoja. Todo será normal. ¿Quién se atrevería a sabotear un Diseño del soberano?

Trabajo de Creación Diseñado por Comisión,


Idea Final, Año 30 EA:
Crier de la Familia Hesod, Modelo 9648880130
Leyó las páginas rápido, mientras sus nervios disminuían. Nada fuera de lo normal. Había
una carta de su padre, borrosa y amarillenta luego de diecisiete años, en la que
formalmente manifestaba su deseo de crear una niña, como su antepasado, el Soberano
Tayol, había hecho antes que él.
Había una serie de planos que él y la Matrona Torras habían Diseñado juntos, los
primeros, terceros y octavos borradores de la forma de Crier. Balancearon sus cuatro
pilares en base a los requerimientos de Hesod para una potencial heredera. Diseñaron sus
mecanismos internos y su apariencia exterior, el color de su piel y pelo y ojos, las medidas
de su cuerpo, poniendo meticulosa consideración en todo, desde la forma de su nariz hasta
la longitud exacta de sus dedos. Mientras leía, apenas notando la noche caer a su
alrededor, Crier no pudo evitar comparar los documentos con su apariencia física actual.
Tocó su nariz, su garganta; movió sus dedos y estudió las leves líneas en sus palmas.
La última página era el boceto final de su Diseño, el que los Creadores habrían usado
para realmente crearla. A diferencia de los anteriores borradores, este solo tenía la
escritura clara y en cuadrada de la Matrona Torras, ninguno de los garabatos de su padre.
Pero tenía sentido. Torras era la Matrona, no su padre. Crier dio un rápido vistazo a los
dibujos de tinta de su cuerpo, la sección que mostraba sus mecanismos internos. Estaba
más que lista para devolver estos documentos a Kinok y olvidar todo sobre esa ridícula
paranoia.
Pero había algo extraño en esta página.
Crier lo sostuvo a la luz de la luna, frunciendo el entrecejo. Las proporciones de su
cuerpo eran todas las mismas. Ninguno de los números había cambiado. ¿Qué era lo
que…?
Allí. La sección que representaba su cerebro. Una pequeña parte de ella estaba
redibujada en un costado con gran detalle: la parte que representaba sus pilares. No eran
elementos físicos de su cuerpo, sino elementos metafísicos de su mente, su inteligencia,
su personalidad. Cada plano había mostrado cuatro pilares en su mente, equilibrados
como una balanza.
Intelecto. Organismo. Los dos pilares humanos.
Cálculo. Razón. Los dos pilares de los Automas.
En este plano, solo en este, había cinco. Dentro del Diseño de la mente de Crier había
otra pequeña columna dibujada en tinta de un azul profundo. Un quinto pilar.
Estaba etiquetado como Pasión.
Pasión.
Crier, la hija del soberano, tenía cinco pilares en lugar de cuatro. Era inaudito. Todo el
mundo sabía que los Automas eran creados con dos pilares humanos y dos pilares
Automas. Crier nunca había imaginado que podría haber tres pilares humanos. Y eso era
lo que Pasión era, sin duda alguna: humano.
Los papeles se sacudían en sus manos. No. Sus manos estaban temblando.
Repentinamente paranoica, Crier miró a su alrededor para asegurarse de que en verdad
estaba sola en esta esquina de los jardines. ¿Qué pasaría si alguien viese?
¿Qué pasaría si la persona equivocada (si cualquier persona) descubría que la heredera
del soberano de Rabu había sido saboteada por su propia Matrona? ¿Qué le pasaría? Se
estremeció, pensando en lo que Kinok le había contado en el bosque durante la Caza.
Tuvieron que deshacerse de ellos. ¿Se desharían de ella también? O, no, no Fayol no, ¿Y
si alguien trataba de usarla contra su padre? Esto era perfecto para la extorsión.
La heredera, la hija del soberano, un error. Traería deshonra a su familia. O peor, podía
causar el escándalo político del siglo. Las personas podrían reclamar que Hesod renuncie
al cargo de soberano. Podían usar a Crier para amenazar a su padre. A través de él, podían
ganar poder sobre todo el Consejo Rojo. Sobre todo Rabu, y más.
Crier estaba fallada. Estaba estropeada.
El pensamiento la sacudió profundamente. Todo este tiempo había sido tratada como
una joya del estado del soberano, una creación gloriosa, pero no. Era una abominación.
Esto era demasiado, esta verdad malvada y enfermiza sobre sí misma, era demasiado
para asimilar.
Sin ningún lugar al que ir, ningún otro lugar para estar sola para procesar esto, se
hundió justo donde estaba, en medio de los jardines, mientras el sol se ponía detrás de los
arbustos, y cerró sus ojos.
(la Reina Estéril) desea ¡un homúnculo! . . . ¡la creación de un alquimista! . . . ¡un
Demonio! . . . Ella no sabe lo que nos pide, y se atreve a ofrecernos una recompensa tan
ridícula, agitándola en nuestras caras como un pedazo de carne frente a una manada de
lobos hambrientos, podría también ofrecerle el maldito trono al primer hombre que le
traiga el océano en un dedal.
Podría ser colgado por escribir tales cosas, pero la Reina Estéril no sabe lo que pide.

–DE LOS REGISTROS DE GRAY ÖLING, CREADOR AL MANDO, E. 900, A. 7


4
Era ya al caer la tarde y Ayla tenía un descanso de su trabajo en los campos. No habían
vuelto a enviarla al mercado de Kalla-den, afortunadamente, desde la semana pasada. En
vez de cenar, como los demás criados, estaba aprovechando sus fugaces minutos de
descanso para practicar. Para perfeccionarse. Para entrenar. Debía estar lista para cuando
le llegara el momento.
Lista para tomar aquello por lo que había venido, aquello que había estado esperando
por años.
Le dolían los músculos, pero su cuerpo ansiaba liberación. Tenía que encontrar algún
lugar privado, algún lugar oculto. Además, no podía sentarse junto a Benjy otra noche
seguida. A pesar de que había pasado casi una semana desde que habían hablado con
Rowan en Kalla-den, Benjy seguía enojado con Ayla. Honestamente, Ayla no lo culpaba.
Sabía lo mucho que quería unirse a Rowan en el Sur, para luchar, para colaborar con la
revolución, y lo había convencido de que se quedara aquí y fuera inútil.
Ayla imaginaba, ahora, que Rowan estaría preparándose para empacar sus cosas.
Benjy aún estaba a tiempo de ir con ella. Pero Ayla sabía que no lo haría.
Se sentía dividida entre el alivio de que Benjy no estuviera en peligro y el disgusto
hacia sí misma que tal alivio le causaba. Benjy era una carga; era un punto débil en su
armadura.
Odiaba pensar en él de esa manera. Pero la última vez que Ayla había tenido un punto
débil, eso la había destruido. La muerte de su familia la había dejado convertida en un
fantasma en vez de una persona; un cascarón vacío, una carcasa. Las partes de ella que
habían sobrevivido estarían para siempre contaminadas.
No quería ver a Benjy herido. Y aun así sabía: más valía hacer lo correcto que ser
amable.
Era una lección que había aprendido por su propia cuenta, a los trece. Había rescatado
a un cachorro hambriento; se había sorprendido cuando Rowan le permitió quedárselo,
bajo la condición de que no le quitara los ojos de encima. Pero una noche, el cachorrito
había llorado y rascado la puerta tan tristemente, que al final Ayla le había permitido salir.
Nunca volvió a ver al cachorro. Lloró en el hombro de Rowan, mientras le decía que
solamente había querido ser amable. Parecía tan desesperado, tan determinado a salir al
exterior y respirar aire fresco. Pero Rowan le había recordado: el mundo exterior era
peligroso. Siempre era mejor hacer lo que sabías que era correcto que lo que era amable.
Recordó ahora las palabras de Rowan, mientras recorría los interminables jardines
de flores del soberano. Había desaparecido la calidez del día; la brisa del mar se sentía
fresca contra su rostro. Al otro lado de los jardines, apenas podía divisar a los guardias de
pie alrededor del palacio, sombras altas contra las paredes blancas de piedra. Las vainas
de metal que llevaban en la cintura destellaban, captando la luz de la luna.
Los guardias estaban a, ¿cuánto? ¿trecientos pasos de distancia? Lo que quería decir
que, si Ayla siquiera pestañeaba incorrectamente, podrían alcanzarla en… Rozó con un
dedo un tallo de lavanda, haciendo cuentas. Seis segundos, quizá.
Y algún otro humano tendría que limpiar su sangre de las flores.
Al este, el océano se sacudía y abría contra los acantilados cual una tormenta. De vez
en cuando, una nube negra cubría la luna, y todo el palacio se veía sumido en la oscuridad.
Oscuridad.
Ayla había sobrevivido solamente porque su hermano, Storme, los había oído llegar.
Su hermano, que estaba muerto.

Storme la tomó de la mano y tiró de ella hasta abrir la puerta trasera.


Los Automas entraron por el frente.
Fue su padre el primero en gritar.
Storme la guio hacia el baño exterior incluso mientras Ayla le rogaba
que parara, no no no por favor no, suéltame, ese es papá, déjame ir a
ayudar a papá. Storme levantó forzosamente la tabla de madera y empujó
a Ayla dentro del agujero, frío y húmedo y poco profundo. Cayó sobre sus
rodillas, con los brazos y las piernas cubiertas de barro y heces y pis. El
olor era insoportable. Alzó la vista hacia Storme y se presionó contra la
pared para hacerle lugar. Fue entonces que cayó en la cuenta de que había
solamente espacio suficiente para una persona.
Observó, muda de la conmoción, cómo su hermano mellizo regresaba
la tabla de madera a su lugar y desaparecía.
Oscuridad.
Los gritos de Storme fueron los siguientes en oírse. Y luego los de su
madre.
Ayla se pasó horas sin moverse. Apenas respiró siquiera, a pesar de
que luego de un rato casi no podía sentir el hedor. No olía nada en
absoluto.
Los ataques habían comenzado al amanecer. Debían ser las últimas
horas de la tarde cuando finalmente creyó que sería seguro salir.
Dentro de la casa, el cuchillo clavado en el pecho de su madre se había
coagulado, oscurecido, y solidificado. Ayla la observó, y su madre le
devolvió la mirada. Había muerto con los ojos fijos en el padre de Ayla,
cuya cabeza había rodado hasta posarse a apenas unos centímetros del
cuerpo de su madre. El resto de su cuerpo no estaba por ninguna parte.
Al frente de la casa había otro cuerpo. Estaba tan quemado que era
irreconocible, pero Ayla notó que su cabeza estaba girada en dirección al
baño exterior.
Storme.
Ahora, Ayla se abrió paso entre las filas de flores marinas, dirigiéndose hacia los
peñascos rocosos que se alzaban sobre el Mar Estrellado. Sus botas dejaron huellas
húmedas en la tierra blanda y oscura.
El palacio estaba configurado como una enorme rosa de vientos, con agujas que
señalaban hacia el norte, sur, este, y oeste. El centro de la misma era el mismo palacio,
de puro mármol blanco y ventanas brillantes, y las puntas eran estructuras externas que
tenían como objetivo separar los huertos de manzanas del sol de los jardines de flores
marinas, las pasturas, y finalmente, los campos de cereal. Sobre el borde exterior de la
punta que daba más al norte se encontraban los alojamientos de los criados, y llegando al
extremo de la punta este, pasando el edificio de almacenamiento, se encontraba el mar,
espumoso y furioso y siempre frío.
Ayla se acercó sin vacilar al borde del acantilado. Allí era todo resbaladizo, y las
rocas negras estaban húmedas a causa del contacto con el mar. Peligroso, sobre todo de
noche. Se llevó una mano al bolsillo y tomó el cuchillo que le había robado a una
sanguijuela en el mercado de Kalla-den hacía casi un mes, la primera vez que había ido a
vender flores.
Su primera oportunidad. De conseguir un arma.
Había estado tan colmada de la adrenalina de haber salido del palacio del soberano
que sencillamente había… metido una mano en los dobleces de la falda de una joven
sanguijuela y se lo había quitado, oculta por la multitud en movimiento.
Robarlo había sido bastante fácil, pero usarlo iba a requerir paciencia.
Y práctica. Sabía pelear; estaba familiarizada con los movimientos específicos del
cuerpo, el peso de un cuchillo en su mano; aunque el que solía usar para practicar era
bastante más pesado que este, y debía equilibrarlo de manera distinta. Sonrió al tomar una
posición de lucha (los pies abiertos a la altura de los hombros, el delantero señalando
hacia adelante y el trasero en un ligero ángulo), recordando las innumerables tardes que
había pasado luchando con Benjy luego de que Rowan lo acogiera en su casa. Rowan
había insistido en enseñarles defensa propia, ya fuera con un cuchillo o simplemente con
sus puños. Rowan era una maestra estricta pero justa. Hacía que Ayla y Benjy practicaran
el mismo movimiento una otra vez hasta que comenzaban a dolerles los brazos, a
temblarles los músculos, hasta que los callos de sus manos se partían y sangraban, pero
siempre terminaba por felicitarlos y los premiaba con una cena caliente y abundante.
Frotaba ungüentos en sus músculos adoloridos y vendaba la piel rota de sus nudillos y
palmas.
Una tarde, luego de que una ronda particularmente brutal de entrenamiento hubiera
dejado a Benjy de mal humor junto al fuego, con una muñeca torcida, Rowan había
llamado a Ayla aparte.
—Eres más fuerte que él, Ayla —le había dicho—. Tienes que protegerlo.
En aquel momento, Ayla no lo había comprendido. Sí, era rápida y astuta, pero Benjy
era mucho más fuerte que ella físicamente. Ganaba ocho de diez peleas.
—¿De qué hablas? —había preguntado—. Ayer mismo prácticamente me arrojó al
otro lado de la habitación. Todavía me duele el coxis.
—Pero volviste a ponerte en pie —le había respondido Rowan—. Peleaste tres rondas
más. Y estás aquí ahora, aunque te duela. Benjy, en cambio… —Dejó el resto de la
oración en el aire—. No me refería a fuerza física, Ayla. Hablaba de resistencia. De cómo
nunca, jamás dejas de luchar, sin importar lo mucho que duela.
El cuchillo finalmente estaba comenzando a sentirse natural en sus manos. Tan solo
unos pocos días de luchar en la oscuridad estaban comenzando a dar sus frutos. Venía
tanto como podía, más allá de los jardines, fuera de vista, ocultándose tras las sombras y
convirtiéndose en un arma letal con su cuchillo.
Ataque. Golpe. Agacharse.
La manera más efectiva de matar a un Automa era privándoles de Corazonita. La
segunda era decapitarlos. Pero hacer tal cosa requería fuerza, mucha más fuerza de la que
un humano podía producir tan solo con sus manos.
Golpe. Pasar a la otra mano. Ataque.
También podías matar a una sanguijuela apuñalándola en el corazón.
Tajo. Retroceder.
Si lograbas acertar en el ángulo correcto, era tan solo cuestión de segundos.
Embestir. Ayla impulsó el cuchillo hacia adelante, lo clavó en un cuerpo invisible
(imaginándose que era el de Crier) y luego, sudando, dejó caer el brazo. Volvió a guardar
el cuchillo en su bolsillo. Recuperando la respiración, alzó la vista hacia el amplio cielo
abierto. Liberó su relicario de donde se encontraba bajo su camiseta, un talismán.
Ese era otro secreto que le ocultaba a Benjy. Su collar no era un arma, y sin embargo
era muchísimo más peligroso que un cuchillo robado. Lo alzó para admirarlo a la luz de
la luna, como había hecho incontables veces: la estrella de ocho puntas grabada en el oro.
La gema roja en el centro de la estrella. Esto, también, era algo que solo podía hacer bajo
el manto de la noche. Sola.
No había excepciones a la ley. Si alguien te atrapaba con un objeto prohibido, podrían
asesinarte. Incluso aunque dicho objeto, como el collar de Ayla, fuera totalmente
inofensivo y nada impresionante. Era probable que su Creador lo hubiera diseñado con
algún tipo de propósito (quizá pretendiera ser una pequeña caja de música, o tal vez
pudiera transformarse en un escarabajo dorado y revolotear alrededor de las cabezas de
la gente), pero Ayla jamás había descubierto de qué se trataba tal propósito, fuera el que
fuera. Nunca había sido capaz de abrir el relicario, sin importar cuánto toqueteara y
husmeara la pequeña abertura. Lo único que el collar tenía de interesante era el sonido
palpitante que provenía del interior; como el tictac de un reloj pero un poco más suave,
más rítmico. Tmp-tmp, tmp-tmp. Casi como el latido de un corazón.
No era un arma, no era una herramienta, y aun así, fácilmente podría hacer que
terminara muerta. Ayla debería haberlo arrojado al mar hace años. Pero no lo había hecho.
Porque se lo había dado su madre (lo había empujado contra la palma de Ayla cuando
tenía apenas cuatro o cinco años, Cuídalo, pequeña, recuérdanos, recuerda nuestra
historia) y porque, no podía hacerlo, el collar era lo único que le quedaba de ellos, la
única prueba de que su familia había existido siquiera. Como la misma Ayla, el collar
solía tener un mellizo; era una mitad de una pareja. El segundo collar se había perdido
hacía años y años, antes de que Ayla y su hermano hubieran nacido. Ayla no iba a permitir
que este corriera la misma suerte.
Volvió a ocultarlo tras su camiseta.
El viento se sentía helado contra sus mejillas. Tenía sabor a sal en la boca. El mar
parecía iluminado a causa de la luna, resplandeciente. A unos treinta metros de distancia
hacia abajo, las olas estallaban hasta convertirse en espuma blanca. No le quedaba mucho
tiempo hasta el toque de queda, hasta que tuviera que regresar a los cuartos de los criados
para pasar la noche, pero por el momento podía quedarse allí parada al borde del
acantilado sosteniendo el cuchillo dentro de su bolsillo. Una promesa de lo que estaba por
venir. Venganza. Matar a la hija de Hesod. Incluso aunque le tomara años poder hacerlo.
Oyó algo a su izquierda. El sonido de pasos sobre piedra mojada.
Ayla se dio la vuelta.
Había otra persona de pie sobre los peñascos, a unos treinta pasos de distancia,
observando el océano. ¿La había visto? Se le aceleró el corazón, pero volvió a
tranquilizarse tan solo un momento después. No. La persona en cuestión estaba mirando
en dirección contraria. No había notado que estaba allí. ¿Sería otro criado?
Y luego, oyó una voz:
—… ¿y esa es la única razón por la que usted aceptó el matrimonio?
—Ya sabías eso —dijo una segunda voz, y Ayla se encogió aún más tras el arbusto
de flores marinas. No había logrado reconocer la primera voz. La segunda era
inconfundible. Era el mismísimo soberano, Hesod. Las únicas veces que lo había visto,
había sido a lo lejos, ya que siempre se encontraba en el palacio y rodeado por guardias,
pero sí había oído su voz. Había dado un discurso, una vez, luego de que uno de los
sirvientes del establo hubiera intentado matar a un guardia. Lo habían asesinado de
inmediato, por supuesto. El mismo punzón que había utilizado como arma clavada en su
garganta. Y al día siguiente, se había reunido a todos los sirvientes en el patio principal y
se los había obligado a arrodillarse e inclinarse hacia adelante, con la frente contra la
tierra compacta. Y Hesod, alzándose por sobre ellos, había dicho:
—Preferiría matarlos a todos ustedes que reemplazar a un solo guardia. Les aconsejo
que no permitan que las cosas lleguen a eso.
Pero nadie lo estaba protegiendo en este momento.
—Su matrimonio con Crier sería muy beneficioso para Rabu —continuó Hesod, y
Ayla aguzó las orejas.
—Ya veo que está al tanto de mi creciente popularidad —dijo la primera voz,
arrastrando las palabras.
—Yo tengo… —Y la voz de Hesod descendió tanto en volumen que ni siquiera un
Automa habría sido capaz de comprender las palabras sobre el sonido de las olas y la
brisa del mar. Ayla batalló por escuchar algo más, pero no fue capaz de captar más que
pequeños fragmentos.
—… siempre es político, Scyre Kinok —decía Hesod.
Kinok. El héroe de guerra. El prometido de lady Crier.
Había reprimido rebeliones humanas y era el responsable de la muerte de muchos.
No obstante, cuando de lidiar con monstruos se trataba, Ayla casi prefería esos tipos de
ataques frontales sobre la tiranía insidiosa de Hesod, la manera en que profesaba en un
aliento su aprecio por la humanidad y ordenaba que se realizaran masacres al momento
siguiente. La forma en que creaba leyes fingiendo que eran para el “bien” de los humanos.
Como esa que prohibía el uso de espacios grandes de almacenamiento: aquellos lugares
donde podían guardarse granos y alimentos secos para sobrevivir las sequías y las
estaciones frías habían sido estrictamente prohibidos bajo el pretexto de una preocupación
por el bienestar de los humanos. Hesod (y el Consejo Rojo) habían dicho que se debía a
que los humanos podían llegar a acumular cosas. Podían dejar que la comida se pudriera
y provocar que se propagaran enfermedades. Pero la rebelión sabía la verdad. Rowan les
había dicho a Ayla y Benjy que a los Automas les preocupaba que los grandes espacios
de almacenamiento fueran usados para realizar reuniones secretas o para esconder armas.
Y a causa de ese miedo, habían sentenciado a muchísimas familias a casi morir de hambre
durante los meses de invierno.
—No es un secreto —dijo Kinok—, que la unión de nuestras visiones políticas
solamente beneficiaría a Rabu. Con Varn ganando fuerza, con la reina Junn ganando más
apoyo, sea o no comprado… su gente sigue dividida, pero lucharán por ella.
—Rumores —dijo Hesod, quitándole importancia—. Junn delira. Su gente es débil,
y su sistema, si siquiera puede llamarse así, carece de estructura. Varn caerá fácilmente,
si a eso llegan las cosas.
—Por supuesto, Soberano.
El viento volvió a cambiar y Ayla dejó de oír sus voces. Se inclinó entonces hacia
adelante, casi metiendo la nariz entre las flores marinas, esforzándose por captar alguna
palabra…
—Dejando la política de lado, he oído que ha habido avances en sus experimentos.
¿Le molestaría explayarse acerca de los resultados?
Kinok se mantuvo en silencio por un momento antes de que Ayla lo escuchara
responder.
—Es todo bastante reciente por el momento, Soberano.
—Bueno, estoy seguro que con su conocimiento, y su historia, triunfará en sus
proyectos —respondió Hesod.
¿De qué estaban hablando? ¿Qué proyectos?
Hesod aún estaba hablando, y su tono se había convertido en algo parecido a una
advertencia.
—Haber sido el Guardián del Corazón es un gran honor, y debemos asegurarnos de
que tal honor no se deslustre —estaba diciendo.
Ayla pestañeó. ¿Kinok fue un Guardián? Creía que no se les permitía salir del
Corazón durante todas sus vidas. Ese era el punto, el sacrificio. Guardaban el secreto de
la ubicación del Corazón durante toda la vida.
—Fue un honor, sí —dijo Kinok—. Y una posición que no tomé a la ligera. Así como
no tomo a la ligera mi trabajo actual.
—Siempre me he considerado un guardián del Corazón —dijo Hesod, sonando
distante, como si no estuviera realmente escuchando a Kinok—. Al menos desde lejos.
Siendo la cabeza del consejo, es mi deber asegurarme de que las rutas comerciales estén
despejadas y bien vigiladas para permitir el paso de los cargamentos de Corazonita.
Podría decirse que protejo las venas de estas tierras.
—Y los Guardianes se lo agradecen muchísimo, Soberano. Somos conscientes de
que el Corazón requiere de muchas personas para mantener seguro su secreto. —Kinok
hizo una pausa. —Aunque quizá sería de ayuda que permitiera a Varn comerciar a través
de sus fronteras, en vez de obligarles a ir por el mar.
Mantener seguro su secreto. Kinok debía referirse a la ubicación del Corazón de
Hierro. Ayla sintió cómo la respiración se le quedaba atorada en la garganta; siendo un
Guardián, Kinok sabía dónde se encontraba el Corazón de Hierro… conocía la ubicación
exacta. Cómo funcionaba. Lo sabía todo.
Y estaba apenas a unos pasos de Ayla.
Por supuesto, todo el mundo sabía que el Corazón estaba en alguna parte al oeste,
en algún lugar, en lo profundo de las Montañas Aderos. La vasta cordillera escondía una
mina enorme, la cual producía Corazonita: la misteriosa joya roja que, al ser triturada
hasta formar un fino polvo, alimentaba a todos los Automas. Según Rowan, los rebeldes
humanos habían intentado en repetidas ocasiones atacar las caravanas que llevaban los
cargamentos de polvo de Corazonita a todos los rincones de Zulla, y en todas habían
fallado; habían perdido docenas, a veces incluso cientos, de vidas humanas por cada gema
robada, convirtiendo los esfuerzos en no solo arriesgados sino también inútiles. Los
suministros de Corazonita parecían ser ilimitados.
Pero el punto de la cuestión era el siguiente: si las sanguijuelas no ingerían aquel
polvo todos los días, dejaban de funcionar. Era su sangre, lo que los mantenía con vida.
Privarlos de polvo de Corazonita era la manera más fácil de matarlos; más rápida, incluso,
que privar a un humano de comida o agua. Así que, por supuesto que protegían el polvo,
y las Montañas Aderos, con mucho más ímpetu que cualquier otra cosa.
Y era por eso que encontrar el Corazón de Hierro se había vuelto la obsesión de la
Revolución.
La llave a la rebelión, aquel trozo de información que Rowan había estado buscando
incansablemente desde que Ayla la conocía.
Y ahora, estaba a tan solo unos pasos de ella.
Esto era más grande que cualquier levantamiento. Más grande que cualquiera de las
lunas llenas de Rowan.
El corazón de Ayla aleteó como un pájaro dentro de su pecho. Las siguientes palabras
de Hesod, pronunciadas al volumen bajo de un Automa, se perdieron en el aire, pero luego
oyó otro sonido. Un paso sobre la roca húmeda.
Y luego un crujido.
Ayla no era la única que estaba espiando.
5
Había pasado tanto tiempo desde la última vez que Crier había dormido debidamente que
le sorprendió despertar horas más tarde y encontrarse en los jardines, con los pergaminos
de su Diseño aún con ella. Ya había anochecido, y se oía el cantar de los grillos. Había
oído voces; era por eso que había despertado. Se sostuvo de una rama para recuperar el
equilibrio, intentando no hacer crujir las flores y las hojas mientras se acercaba al sonido.
Se trataba de su padre.
Y de Kinok.
Teniendo, aparentemente, una especie de conversación privada.
Crier frunció el ceño. A pesar de todas sus aspiraciones políticas, siempre le había
disgustado la manera en que su padre tenía reuniones privadas, o cómo se encerraba en el
ala norte y movía vidas y sustento como si fueran piezas sobre un tablero de ajedrez,
organizándolas tal como había hecho con los jardines, y con sus tierras, y con el
compromiso de Crier: lógicamente, con maestría, evitando muy cuidadosamente todos
los obstáculos posibles meses o años antes de que siquiera comenzaran a formarse. Y
ahora, esto; una conversación aparte con Kinok, allí afuera, en la oscuridad de los
jardines. En su lugar especial, a donde iba a pensar y a estar sola.
No pretendía espiarlos, y lo cierto era que no podía oír mucho más que el viento y el
mar colisionando contra las rocas… pero ahora que estaba allí, sintió curiosidad.
—… y jamás contaría tales secretos, soberano —dijo Kinok.
Secretos. Ya era lo suficientemente malo verse excluida del trabajo de su padre; Crier
no podía soportar la idea de que además tuviera secretos con Kinok. Una parte de ella
pensó que era mejor no poder oír lo que estaban diciendo, pero a la otra parte, una más
grande, le preocupaba que estuvieran hablando de su Falla. ¿Y si Kinok sí sabía y se lo
estaba revelando ahora mismo a su padre?
¿Cómo reaccionaría?
¿La eliminarían?
Había sucedido antes; Automas jóvenes con Diseños Defectuosos, a los que se les
asignaba una eliminación temprana. Aquello había pasado antes de que Hesod ascendiera
al poder, pero eso no significaba que no pudiera volver a suceder.
Salió de detrás de uno de los arbustos de flores marinas y avanzó al siguiente arbusto,
y luego al siguiente, cuidando de mantenerse oculta.
Su padre y Kinok, dándole la espalda, se encontraban a unos cincuenta o sesenta
pasos de distancia.
Si se apresuraba a moverse de esta fila de arbustos a la siguiente, quizá pudiera
acercarse. Estaría en un punto visible por menos de un segundo. Tensó los hombros y
siguió avanzando, alcanzando el borde de la fila. La luz de la luna le daba un brillo pálido
a su piel.
—… esto será más fructífero de lo que esperaba —dijo Hesod, pero el resto de sus
palabras se perdieron en el viento del mar. Crier se inclinó hacia adelante, esforzándose
por oír algo.
Estaba justo en el borde del acantilado.
Y entonces el suelo bajo sus pies colapsó.
Hubo una milésima de segundo durante la cual Crier simplemente se sintió salir
despedida hacia delante, congelada, con la mente a mil por hora (por qué perdí el
equilibrio, por qué me estoy resbalando), y luego cayó en la cuenta de que el peñasco se
estaba viniendo abajo. Su peso había sido el causante, y las rocas se estaban rompiendo y
rodando hacia abajo y ella estaba cayendo con ellas, hacia abajo abajo abajo. Se giró
violentamente, con los dedos buscando algo sólido y encontrando nada más que rocas
partidas y césped amarillo y resbaladizo y…
Una saliente de roca. Sólida. Se sostuvo a ella con ambas manos mientras el trozo de
acantilado terminaba de caer. Lo oyó agrietarse y romperse en pedazos contra una de las
rocas negras y puntiagudas que sobresalían del agua e intentó no pensar en su cuerpo
golpeando aquella misma roca. Cómo podría haber sido ella agrietándose y rompiéndose
en pedazos.
Cómo aún era posible que eso le sucediera. Estaba colgando del precipicio con tan
solo aire bajo los pies.
Los papeles con su Diseño se deslizaron de su manga, una ocurrencia tardía, y se
hundieron en la oscuridad, aleteando como un pájaro, hasta que los perdió de vista.
Iba a caer, lo sabía. La saliente de roca que la había salvado era lisa y resbaladiza.
Sintió una punzada en la muñeca, y notó entonces que se le había cortado la piel. Un tajo
profundo de unos ocho centímetros, la piel despellejada revelando tiras de músculos y
huesos Creados muy finamente. Un líquido violeta oscuro estaba comenzando a gotear
de la herida, deslizándose por su brazo.
—Ayuda —dijo, pero su voz se oyó ronca, débil, patética; Kinok y su padre jamás la
oirían sobre el ruido de las olas golpeando contra las rocas—. Ayuda… por favor… Ne-
necesito… por favor. —Sus dedos resbalaron otro centímetro. Y otro. Estaba a punto de
caer. Crier era diez veces más fuerte que cualquier humano y había sido creada para ser
perfecta e iba a caer y a agrietarse y a romperse en pedazos contra las húmedas rocas
negras y regalarle sus perfectas entrañas al mar. Que se la tragaría.
No. No no no por favor no…
Una mano la tomó de la muñeca, sosteniéndola mientras colgaba del borde del
precipicio.
—Ah…
Crier alzó la vista y se encontró con un par de ojos oscuros.
No era Kinok quien la había salvado. Ni su padre.
Era una humana.
Por un momento, Crier se quedó helada. Se olvidó del océano y de las rocas bajo su
cuerpo.
Jamás había visto un par de ojos como aquellos. Era como encontrarse de pie en la
entrada de una habitación oscura, como pasar el peso del cuerpo de un pie al otro en el
umbral, sosteniendo en alto una lámpara y estudiando la manera en que cubría algunas
cosas de dorado y ocultaba otras bajo las sombras. Era el tipo de oscuridad que escondía
y guardaba muchísimas cosas. La oscuridad de un fluido caliente, la oscuridad de una
poza de marea en verano, una oscuridad salvaje y sin aliento.
Una mano rodeando la muñeca de Crier, sujetándola. Un pulgar hundiéndose en su
carne cortada.
Un rostro, con la forma de la luna, con cejas gruesas y arqueadas y una mata de
cabello oscuro y enredado. Llevaba puesto un uniforme rojo, oscuro como sangre seca.
Los ojos de esta muchacha humana estaban abiertos de par en par. Su agarre cambió
sobre la muñeca herida de Crier.
Se dio cuenta entonces de que aún no la había salvado.
La muchacha estaba respirando con rapidez. Apretó los labios, su agarre comenzó a
perder fuerza…
Un collar se deslizó desde donde se encontraba bajo la camiseta de la chica y colgó
entre ambas. Los ojos de Crier se desviaron desde el rostro de la muchacha hacia su collar,
un milisegundo de un dorado parpadeante bajo la luz de la luna, un dije grabado con una
estrella de ocho puntas (el símbolo tan familiar de los Creadores), y entonces la muchacha
soltó un sonido ronco y desgarrador y tiró de Crier, hacia arriba arriba arriba, hasta que
volvió a encontrarse sobre tierra firme, y un momento después ambas se apresuraron a
dejarse caer hacia atrás, alejándose del borde, colapsando sobre un arbusto de flores
marinas. Sin aliento. Temblando. Crier cerró los ojos con fuerza y presionó la cara contra
la tierra, lo cual era ilógico pero se sentía como lo único que querría hacer por el resto de
su vida. La tierra olía a lluvia y a cosas verdes y suaves y a no morir.
Cuatro segundos. Cinco. Se obligó a enderezarse. Tenía la cara mojada, y tierra
pegada en las mejillas, y no entendía por qué. Sintió el sabor de la sal. Espuma de mar,
pero distinta.
La muchacha ya la estaba mirando. Crier vio su propia estupefacción reflejada en
aquellos ojos oscuros. ¿Pero por qué estaban ambas estupefactas? Por supuesto que la
muchacha la había salvado. Crier había necesitado ayuda. La muchacha estaba bajo el
mando de Hesod, y por ende bajo el de Crier. ¿Por qué haría cualquier otra cosa? ¿Por
qué estaba comenzando a nublársele la mirada?
La muchacha extendió un brazo y presionó su pulgar contra la suave piel bajo el ojo
izquierdo de Crier. Volvieron a observarse. Los ojos de la muchacha saltaron de su mano
al rostro de Crier, como si la confundieran sus propias acciones. Crier se quedó muy
quieta, y cuando el pulgar de la muchacha se alejó de su piel, vio que brillaba a causa de
algo mojado.
Lágrimas.
Crier se llevó inmediatamente las manos a las mejillas. Tenía la piel sucia, casi
pegajosa, húmeda de tierra y… lágrimas. Agua de sus ojos, sal en sus labios. Lágrimas,
como aquella humedad extraña que caía por los rostros de los humanos, pero estas eran
suyas. Eran cálidas como la sangre. Se sentía como si estuviera sangrando, como si
estuviera herida. Pero los Automas no lloraban como lo hacían los humanos. ¿Por qué lo
harían?
La muchacha se limpió el pulgar en su camiseta. Mis lágrimas, pensó Crier,
observando la mancha de humedad. Mi sal.
Le ardían los ojos.
—¡Lady Crier!
Había seis guardias acercándose a ellas, apenas figuras oscuras en las sombras.
Incluso al correr, sus pasos eran idénticos; no rompían filas; sus uniformes estaban
impecables. Seis guardias; la alarma de peligro de Crier debía haber comenzado a sonar.
Se frotó el rostro, limpiando toda evidencia de lágrimas. Nadie podía verlas. (Alguien ya
las había visto). Era de por sí muy malo que hubiera estado a punto de morir, y era
doblemente malo que la hubiera salvado una criada. Una humana.
¿Qué pensaría su padre?
¿Qué pensaría Kinok?
Crier se puso de pie, se quitó tanta tierra de la ropa como le fue posible, e intentó
peinar su cabello, que estaba hecho un desastre y azotado por el viento. Por el rabillo del
ojo, vio a la muchacha humana hacer lo mismo. La observó guardar su collar de oro bajo
su camiseta, evitando mirar a Crier a los ojos.
No se había imaginado el símbolo de los Creadores que había visto grabado en el
dije, pequeño y con forma de moneda. Crier volvió a mirar a la chica, esta vez sintiendo
un nuevo tipo de asombro.
Un símbolo escrito es una lengua que había muerto hacía cientos de años, el viejo
idioma de los alquimistas.
¿De dónde sacaste eso? Pensó Crier, incapaz de quitar los ojos del rostro de la
muchacha. ¿Quién eres?
Pero los guardias ya las habían alcanzado y se lanzaron inmediatamente sobre la
muchacha, forzando sus brazos tras su espalda y empujando su cabeza hacia abajo,
atrapándola entre ellos. Tres sosteniéndola, tres apuntando sus espadas a su garganta, su
estómago, la base del cuello. La muchacha no luchó. No tendría sentido. Eran necesarios
trescientos kilos de fuerza para romper el cuello de un humano. Los guardias podían
aplicar esa presión en medio segundo.
Crier observó a los guardias.
—¿Qué hacen?
—¿Fue la humana? —preguntó un guardia—. ¿Qué está haciendo aquí? ¿La atacó?
—Era el que estaba sosteniendo la cabeza de la muchacha. Crier no podía verle la cara.
La manera en que había cambiado su agarre sobre la muñeca de Crier. El brillo de
ferocidad en sus ojos. La presión de su dedo contra la herida de Crier. Cómo, por un
momento, Crier había estado totalmente segura de que la muchacha la dejaría caer. La
conmoción en los rostros de ambas cuando la chica tiró y tiró y tiró de ella hasta que
estuvo sobre el acantilado, nuevamente sobre tierra firme.
Por supuesto que la muchacha la había salvado.
Pero por un momento… por un momento…
—No —se oyó decir Crier—. No, no me empujó. Me caí. La humana me salvó la
vida.
La cabeza de la muchacha se movió bajo la mano del guardia. Como si hubiera
querido alzar la vista. Hacia Crier.
—La humana me salvó —repitió Crier. Le echó un vistazo al lugar en donde había
oído hablar a su padre y a Kinok, pero ya se habían ido hacía rato. Debían haber estado
regresando al palacio cuando se cayó—. Sufrí una herida menor. Requiero asistencia
médica. Escóltenme hacia donde se encuentra el médico de inmediato. Y por favor
mantengan esto entre nosotros; mi padre está especialmente ocupado con nuestro invitado
y no necesita más estrés.
—Sí, lady Crier. —Soltaron a la muchacha, que trastabilló ligeramente hacia
adelante, para luego enderezarse. Desvió la mirada hacia Crier lo suficiente para que Crier
pudiera ver que su rostro estaba inexpresivo, sus emociones bien guardadas, pero sus
ojos... eran todo menos inexpresivos. Estaban conmocionados y confundidos y furiosos
(¿con los guardias? ¿Con Crier?) y oscuros, y cuando la luz de la luna los apuntó en el
ángulo correcto se mantuvieron igual de oscuros e intensos y terriblemente,
imposiblemente, humanos.
¿Qué estaba haciendo aquí afuera, sola en la oscuridad?
Crier suponía que la misma pregunta podrían hacerle a ella.
—Ahora mismo, por favor.
Crier fue escoltada hacia el palacio.
La muchacha se quedó atrás, su silueta perdiéndose en la oscuridad de la noche. Crier
volvió la vista hacia ella una sola vez y no volvió a hacerlo.
Cuando los guardias y ella llegaron a donde estaba el médico, Crier se detuvo frente
a la puerta.
—Esperen —les dijo.
Crier debería reportarla.
—La humana del acantilado —dijo—. Averigüen su nombre.

Ayla.
Ayla.
Crier permitió que el nombre diera vueltas por su cabeza, estudiándolo a todos los
ángulos posibles y analizando todas sus curvas, sentada en el asiento a un lado de la
ventana en su alcoba la mañana siguiente, con un libro sobre el regazo y observando cómo
el sol se alzaba sobre el horizonte con destellos dorados.
Le dolían las manos. Tenía unos rasguños horribles en las yemas de los dedos, con
la piel despellejada. Marcas causadas por la manera en que había arañado
desesperadamente las rocas el día anterior, en busca de algo a lo que sostenerse mientras
caía. Luego de que el médico hubiera dejado ir a Crier, su doncella Malwin le había
preparado un baño largo y relajante; habían observado juntas cómo la tierra y la sangre
se desprendían del cuerpo de Crier y desaparecían, escondidas bajo los remolinos de jabón
y vapor. El médico le había proporcionado un ungüento que arreglaría las imperfecciones
de su piel con tanta facilidad como había cerrado la herida de su muñeca. Tan solo unas
horas después, los dedos de Crier estarían inmaculados y un recordatorio físico menos de
que, en efecto, se había caído. De que la habían salvado.
Aún no se había puesto el ungüento.
En lugar de hacerlo, se pellizcó las heridas, manteniendo los cortes abiertos.
Pequeñísimas gotas de sangre brotaron de su piel como si fueran joyas. La sangre de los
Automas no era muy distinta a la sangre humana, pero su color era distinto. Mientras que
la sangre humana era roja, la sangre Automa era más oscura, más azul, casi violeta. Crier
fijó la vista en su propia sangre, brillando bajo la luz, y respiró hondo. Violeta. Inhumana.
Perfecta.
Y no obstante...
Los primeros rayos rosas del amanecer comenzaron a filtrarse por la ventana,
coloreando las pilas de libros y mapas sobre el escritorio de Crier y su cama con dosel.
Había un tapiz de seda en una de las paredes de su alcoba. Pequeñísimos hilos
entretejidos, plateados y dorados, brillaban bajo la luz del sol, sobresaliendo contra el
colorido y vibrante fondo.
Al contrario de la mayoría de los tapices del palacio, este era muy sencillo. No tenía
cazadores Automas persiguiendo a jabalíes salvajes a pie, con sus sirvientes humanos
siguiéndolos como si fueran perros. No tenía una representación del Corazón de Hierro,
ni un castillo adornado con joyas, ni barcos navegando sobre un mar de un profundo color
azul. Solamente mostraba la imagen de una mujer. Con el cabello oscuro, la piel marrón,
hermosa, observando la alcoba de Crier desde su lugar en la pared. Llevaba puesto un
vestido amarillo azafrán, y tenía los labios pintados de rojo. Sus ojos estaban tejidos en
dorado.
Kiera.
La primera de su Especie.
Bajo la luz del sol, su piel casi resplandecía.
Cuando sonaron unos golpes en la puerta, Crier se enderezó, y su libro se movió
contra sus muslos. Lo hizo a un lado.
—Pase —dijo, y Ayla (Ayla) entró a la alcoba dando un traspié.
Se veía igual que la noche anterior: uniforme color rojo, una trenza oscura y
desarreglada, grandes ojos marrones. Portaba la misma intensidad, como si hubiera olas
de calor alzándose de su piel, aunque estaba sencillamente de pie en la entrada de la
habitación de Crier y no en proceso de salvarle la vida.
Como si fuera más que una muchacha humana.
Como si fuera una tormenta de verano hecha carne.
Tenía los brazos a los lados, con los dedos curvados y ocultos tras los dobleces de su
uniforme. Crier sentía que había logrado capturar una mariposa entre sus manos
ahuecadas, y ahora estaba comenzando a aletear.
—¿Me mandó a llamar? —preguntó Ayla.
Tenía la voz grave, ligeramente ronca.
Quizá la mariposa fuera más bien una avispa.
A Crier la había picado una, una vez. Rememoró aquel momento, repentinamente
deseando recordar cómo se había sentido.
—Ayla —dijo Crier, el nombre escapando de sus labios—. Pedí que vinieras porque
debo pedirte algo.
Ayla alzó el mentón.
—Sea cual sea mi castigo, lo aceptaré con la cabeza en alto.
—¿Castigo? —Crier la observó detenidamente—. Ven. Caminemos juntas.
—¿Qué camine con usted?
—Sí. ¿Me entendiste mal?
—No, la entendí —dijo Ayla, y luego agregó, como si acabara de recordar que se
suponía que debía usar el título de Crier a todo momento—: mi lady. —Y se quedó allí
parada, muy quieta mientras Crier se paraba de su asiento y se unía a Ayla en la puerta,
el espacio entre ellas pareciendo estrecharse al pasarle por al lado.
Guio a Ayla a través de los corredores serpenteantes del palacio, caminando en
silencio unos pasos por delante de ella, como era debido, a pesar de que con cada paso se
moría por darse la vuelta y observar el rostro de Ayla, para intentar leer su expresión, para
averiguar qué estaba pensando. El rostro de Ayla era fascinante. Crier apenas la había
visto dos veces y estaba tan segura de ello como de sus conocimientos sobre las
constelaciones.
Era como el tapiz de Kiera: al mirarlo por primera vez, veías los colores más
vibrantes, su piel y sus cejas y el rosa de sus labios. Con una segunda mirada, notabas los
hilos dorados, el brillo en sus ojos y la pequeña cicatriz en su mejilla izquierda, su
perpetuo ceño fruncido… y te cautivaba.
Crier sentía la piel demasiado tirante.
Llevó a Ayla al exterior del palacio, hacia los jardines, que estaban húmedos a causa
del último rocío de la mañana, y luego hacia el acantilado. El aire fresco del mar fue todo
un alivio.
Dejaron de caminar solamente al llegar al borde de los riscos. Exactamente en el
lugar en el cual, la noche anterior, Crier había caído y Ayla la había ayudado a volver a
subir. Crier se frotó la muñeca. Hasta el acantilado llevaba marcas de su caída: manchas
oscuras en donde Crier se había sostenido del césped marino, rocas puntiagudas rotas.
Ocho pares de huellas en el barro. Crier, Ayla, y los guardias.
—Aquí —dijo Crier—, es donde me caí.
Una pausa.
—Sí, mi lady.
—¿Por qué me salvaste? —preguntó Crier.
Por primera vez, Ayla alzó rápidamente los ojos para mirar a Crier a los suyos,
provocando que sintiera una descarga eléctrica recorriéndole el cuerpo.
—Es mi trabajo —dijo con lentitud—. Es mi trabajo servir… servir a la casa del
soberano Hesod. Eso la incluye a usted.
Era exactamente la respuesta que debía darle.
No era en absoluto lo que Crier quería oír.
—¿No existe ninguna otra razón? —preguntó, resistiendo el deseo de inclinarse hacia
Ayla, temiendo hacerlo—. ¿Ninguna otra razón por la cual preservar mi vida?
¿Me has observado alguna vez? ¿Me has visto en los jardines? ¿Viste algo en mí?
¿Notas que soy diferente? ¿Con Fallas?
Mírame de nuevo.
Los labios de Ayla se tensaron, pero no la miró; y aquello, también, fue un alivio.
Aun así: ¿Tenía un color rojizo en las mejillas, bajo el marrón de su piel, bajo sus
pecas? ¿O era simplemente una ilusión óptica creada por el sol de la mañana, que se había
alzado como una exclamación, como una explosión de bombas de salitre estallando contra
el cielo nocturno, color y fuego y luz? Crier sintió cómo algo explotaba en su interior
también. ¿Viste algo en mí?
Quería preguntar. No lo hizo.
En vez de proporcionarle una respuesta, Ayla le correspondió con otra pregunta:
—¿Por qué se cayó?
Qué pregunta más curiosa. Pero, ¿por qué se había caído? ¿Cómo había sucedido?
—He estado ocupada últimamente —dijo Crier, formando la oración como si las
palabras fueran capas de seda almidonada; cubriéndose con ellas—. Mañana estaré…
estaré oficialmente comprometida con Scyre Kinok, habrá una celebración… y tres días
después, asistiré a una reunión del consejo por primera vez, como la hija del soberano. La
cual será, espero, la primera de muchas. Hay tanto que hacer… Estaba ocupada.
Preocupada. Necesitaba un poco de aire fresco, y me acerqué demasiado al borde del
acantilado.
Ayla asintió. Y luego alzó la vista, mirando a Crier directo a los ojos.
—¿Por qué no me reportó?
Ayla alzó un brazo y tocó un punto en su propio pecho, sobre su esternón. En donde
debía reposar el collar prohibido bajo su camisa de trabajo, frío contra su piel cálida. La
mandíbula de Ayla estaba tensa, y nuevamente sostenía la barbilla en alto.
Crier tragó saliva, a pesar de que no le era necesario. Era una buena pregunta. Había
demasiadas preguntas sin respuesta. Ese era el tipo de preguntas que Crier odiaba.
—Porque me salvaste la vida —respondió, pero titubeando.
Ayla sacudió la cabeza.
—Sus guardias llegaron lo suficientemente rápido. No le habría sucedido nada
incluso aunque no hubiera estado allí.
—Es cierto —admitió Crier, porque así era. Siempre había sido así. Estaba bien
protegida—. Mi padre me Diseñó con una alarma —dijo, repentinamente deseando
explicarle a Ayla por qué importaba, deseando que lo comprendiera—. Si el latido de mi
corazón se acelera demasiado rápido, el aparato envía una señal silenciosa de peligro a
los guardias. Nosotras no podemos oírla, pero ellos sí.
Ahora lo único que estaba haciendo era hablar para llenar el silencio, así que se
detuvo.
Ayla arqueó las cejas, apenas. La brisa era como un dedo arrastrándose a la deriva,
alzando finos mechones de cabello que se habían soltado de la trenza de Crier. El cabello
de los Automas era grueso y lustroso, y usualmente se peinaba en la parte más alta de la
cabeza, una trenza doblada hasta formar una corona. Crier se sintió, de repente, muy
expuesta, demasiado consciente de los pequeños y finos rizos que revoloteaban contra sus
sienes y su nuca. Se sentía indecente ante la mirada de Ayla. Desaliñada.
—¿Es porque la vi llorar? —dijo Ayla, y luego se mordió con fuerza el labio inferior.
—No lloré —dijo Crier con frialdad.
—Sí, lloró. Lo vi. Lo toqué. El agua del mar no es así de cálida.
Se observaron por un momento.
—Muy bien —dijo Crier—. Pero soy tu ama. Y no eres la única que vio algo que no
debería haber visto anoche. —Observó intencionadamente el lugar en donde debía estar
el collar. —Tu Especie no debería usar baratijas como esa.
Las manos de Ayla se sacudieron, como si estuviera reprimiendo el impulso de tocar
su collar.
—No es una baratija.
—Sea lo que sea, está prohibido. —Ladeó la cabeza. —¿Es cierto que los humanos
coleccionan objetos brillantes? ¿Cómo las urracas? —Había visto la manera en que los
pájaros de alas negras merodeaban sobre ramas altas y bajaban en picado a investigar
monedas caídas; había incluso escuchado una historia sobre un cuervo que casi le había
sacado un ojo a una mujer en un intento de inspeccionar su tiara enjoyada. A veces,
durante las comidas en el gran salón, recordaba esa historia y tenía que ocultar su sonrisa
tras la manga.
—Vives en un palacio de mármol blanco y oro —dijo Ayla con incredulidad—.
Tienes perlas en el cabello. ¿Y me estás diciendo a mí urraca?
—Soy de la nobleza —explotó Crier—. Tú no.
—Bueno, mi collar no es una baratija —contraatacó Ayla—. No es solamente algo
brillante. Contiene historias.
—Ah —dijo Crier—. ¿En serio? ¿Qué tipo de historias? ¿Y a qué te refieres con que
contiene? —Desvió la vista hacia el esternón de Ayla como si de esa manera pudiera ver
las propiedades misteriosas del collar—. ¿Tiene un mensaje en código dentro? ¿Es una
llave a una biblioteca secreta? ¿Es una reliquia antigua?
—No, no, y no —dijo Ayla, con los ojos muy abiertos—. No, es… bueno, en realidad
no lo sé.
—Qué decepcionante.
Ayla apretó los labios. Con rencor, quizá.
Mirándola, Crier se sintió mareada. Como si hubiera perdido el equilibrio. Tan cerca
del precipicio, corría peligro de volver a caer; era como si el movimiento del océano
debajo de ellas la estuviera llamando, gritándole que se acercara. Los ojos de Ayla eran
increíblemente oscuros.
Crier pensó de repente en los jardines. Todos esos colores, mantenidos así de
vibrantes gracias a los criados humanos. Dentro del palacio, solamente había color en su
alcoba, en su tapiz de Kiera. ¿Quién había tejido el tapiz? ¿Un Automa? Crier había
estudiado catorce idiomas, veintinueve ramas de la ciencia y las matemáticas, mil años
de historia de todos los reinos y territorios formalmente reconocidos, pero nunca había
tocado un solo hilo. Nunca había pintado, ni escrito algo que no fueran ensayos. Observó
a Ayla, que le estaba devolviendo la mirada. Su cabello se mantenía quieto a pesar de la
brisa del mar, adhiriéndose a sus sienes.
—¿Alguna vez has tomado clases? —No pretendía preguntar eso.
Ayla arrugó la nariz. Lo hacía mucho.
—No. No sé…
—¿No sabes qué?
—Leer, mi lady. No sé leer.
Crier hizo una pausa, procesando aquello. No podía imaginarse cómo sería no saber
leer. Le pareció algo muy cruel, de alguna manera.
—¿Hay algo que te gustaría aprender?
Lo que quería decir era: ¿Qué encuentras interesante? ¿Había ciertas palabras o ideas
que provocaban que el ceño de Ayla se alisara, y que sus ojos se encendieran? Crier quería
estudiarla como a un mapa. Trazar el camino más simple entre todos aquellos puntos
específicos pero desperdigados de Ayla.
Ayla se encogió de hombros.
—¿Quizá?
Crier aguardó.
Ayla observó el océano.
—Hace mucho, mucho tiempo, conocí a alguien a quien le gustaba estudiar la
naturaleza. Las leyes naturales. Una vez le pregunté por qué, y me dijo que le gustaba
saber que existen ciertas leyes en el universo. Me dijo que no había mucho con lo que
pudieras contar, que no podías confiar en que la mayoría de las cosas se mantuvieran
sólidas, pero, ya sabes, siempre hay algún tipo de fuerza haciendo que las cosas sucedan.
Incluso mucho más allá del cielo, tan lejos que ni siquiera podemos imaginárnoslo, todo
funciona igual. Es todo cuerpos en órbita, igual que aquí. Tirando y aflojando. Lo llaman
la ley de la caída libre, creo.
La ley de la caída libre.
—¿Quién te dijo eso?
Cuando Ayla regresó la vista a ella, había un fuego ardiendo tras sus ojos oscuros.
—Alguien a quien jamás volveré a ver —dijo. Otra pausa. —¿Necesitaba algo, lady
Crier? Si no va a castigarme, ¿por qué estamos aquí?
Porque me viste llorar.
—Estoy cansada de mi doncella actual —dijo Crier—. Me gustaría reemplazarla. —
Cuando Ayla se limitó a fruncir el ceño, confundida, Crier prosiguió—: Ya me has
ayudado una vez. Quiero que vuelvas a hacerlo. Sé mi doncella.
Ayla inhaló con fuerza.
—¿Qué?
—Te presentarás en mi alcoba al amanecer y pasarás tus días a mi lado. Me asistirás
a mí y a nadie más que a mí. Es una posición de poder y honor. Doncella de la heredera
del soberano.
Crier conocía bien esa expresión. Asombro. Pero no le importaba. No podía
importarle. Conocía a Ayla desde hacía menos de una hora, y ya sabía lo que quería.
Quería esos ojos oscuros, esa intensidad silenciosa y filosa, esas respuestas evasivas que
sabía, sabía, que provocarían que pasara otra noche sin poder dormir. Otra noche dudando
y suponiendo y… soñando. O algo que se le parecía.
Nuevamente, Crier sintió una especie de atracción, una tentación de inclinarse hacia
Ayla, una especie de caída interna. Se mantuvo quieta. Era una habilidad con la que solo
contaban los Automas, el mantenerse quietos sin temblar.
—¿Por qué está haciendo esto? —dijo Ayla finalmente—. ¿Por qué no me reporta
por el collar? ¿Por qué me quiere a su lado?
Ayla no podía ayudarla, Crier lo sabía. No podía arreglar su Diseño defectuoso. No
podía salvar a Crier de su matrimonio con Kinok. De hecho, era posible que volviera todo
aún peor. Crier lo sabía.
Y aun así, allí estaba: algo que tiraba de ella. El empuje.
La caída interna, como una ley.
—Tu collar. Mis… —No logró pronunciar la palabra humana: lágrimas. Bajó la
cabeza para mirar a Ayla, poniéndose firme. —Ambas tenemos secretos. Y cuando
alguien conoce tus secretos, ¿no prefieres mantenerle al alcance de la mano?
Ayla se quedó en silencio.
—Te espero mañana al amanecer —dijo Crier, y le dio la espalda.
Comenzaba con esto: todas las cosas poseían cierta materia prima, una sustancia pura
e intangible más antigua que el Universo mismo; el material metafísico del que está
tejido un objeto sin bordes como el alma humana. Si la humanidad está formada a
partir de ese material, desde el órgano hasta el hueso, la carne e incluso al Alma
intangible, entonces seguramente el Creador puede transmutar la vida humana.

—DE EL MANUAL DEL CREADOR


POR ULGA DE FAMILIA DAMEROS, 2187440906, AÑO 4 EA
6
Ella había estado tan cerca.

Por segunda vez en tantos días, Ayla había tenido a Crier justo al borde de un
acantilado. Y, sin embargo, Crier todavía estaba viva. Mientras cruzaba los terrenos del
palacio hacia el edificio largo y bajo donde dormían todos los sirvientes, Ayla se sintió
en guerra consigo misma. La mitad de ella estaba furiosa, gritando de frustración: había
estado tan malditamente cerca. Pudo haber dejado caer a Crier, ya sea nunca
agarrándola por la muñeca en primer lugar o mirándola a los ojos, diciendo Esto es
para mi familia y dejándola ir. Observando como su cuerpo caía sobre las rocas y el
océano devorador debajo. Hoy, podría haber empujado a Crier por el acantilado. Hubo
muchos momentos durante su conversación en los que Ayla se dio cuenta de que Crier
había bajado la guardia; ella no lo habría visto venir; ella podría estar muerta ahora
mismo. Pero ella no lo estaba.

La otra mitad de Ayla intentaba desesperadamente justificar su propia inacción. Sí,


podría haber dejado caer a Crier. Podría haberla empujado. Pero... a lo largo de los
años, siempre que Ayla había imaginado su venganza, siempre había imaginado
sangre. Un cuchillo en el corazón, en la garganta, sangre oscura y antinatural de Crier
en sus manos. Sangriento. Satisfactorio. Tan cruel y violento como habían sido los
ataques a la aldea de Ayla. ¿Para qué más había esperado con tanta paciencia, durante
tanto tiempo? ¿Para qué más había hecho todo lo posible para abrirse camino, para
robar el cuchillo, para practicar durante horas en los jardines por la noche?

No era suficiente dejar que Crier muriera en un accidente, y ni siquiera era


suficiente empujarla por el acantilado. Ninguna de esas muertes se sentía como hacer
justicia. Y aún así . . . algo en la conversación con Crier había despertado, no curiosidad
ni deseo, sino. . . tal vez una mezcla de los dos. Lady Crier tenía secretos. No era algo
que Ayla hubiera esperado, y una gran parte de ella quería saber más. Infiltrarse en el
palacio, usando a Crier para entrar. Siempre había pensado que lo máximo que podría
hacer era matar a la hija de Hesod. Pero, ¿y si ella pudiera destruir aún más? ¿Matar a
su hija y quemar su reino hasta los cimientos?

El sol del mediodía brillaba demasiado en sus ojos, abrasaba. Se apresuró por el
estrecho camino de tierra que conectaba las dependencias de los sirvientes con el
palacio, separados por aproximadamente media milla de tierra. Hesod prefería tener los
establos a la vista de la casa principal y la vivienda humana fuera de la vista, ocultos
de los funcionarios visitantes. Hoy era una ventaja. Rowan venía a despedirse de Ayla
y Benjy antes de dirigirse al sur para unirse a los últimos levantamientos, y las
habitaciones de los sirvientes eran el lugar más seguro para reunirse. Durante el día,
cuando todos los sirvientes estaban trabajando en otro lugar, los guardias solo
patrullaban el área cada pocas horas.
Ayla aceleró el paso. La venganza no era lo único que tenía en mente; sin saberlo,
Lady Crier le había dado a Ayla una información vital sobre el Corazón de Hierro. Un
dato que podría cambiarlo todo, para ella y para los rebeldes. Para Rowan, en los
próximos días. Ayla estaba ansiosa por contarles a ella y a Benjy lo que había
averiguado.
Se deslizó por la puerta de las habitaciones de los sirvientes y mantuvo la cabeza
gacha mientras caminaba entre las filas de catres, a pesar de que las habitaciones
estaban abandonadas a esa hora del día. Se dirigió directamente a la parte de atrás,
donde había otra puerta más pequeña.

Ayla respiró hondo, saboreando el aire puro mientras podía... y abrió la puerta de
los baños.

Como siempre, el olor la golpeó como un puñetazo, los malos recuerdos se


elevaron como bilis, puntos negros aparecieron detrás de sus ojos. Los baños eran
pequeños y estrechos, las paredes eran de piedra y un puñado de orinales y luego dos
losas de madera que ocultaban los profundos agujeros en los que todos los sirvientes
arrojaban sus necesidades. Las cubiertas de madera no hicieron absolutamente nada
para bloquear el hedor. Con los ojos llorosos, Ayla se subió el cuello de la camiseta
para cubrirse la nariz y se obligó a entrar.

Benjy y Rowan estaban en una esquina, con pañuelos atados sobre la nariz y la
boca, la luz del sol fluía a través de las vigas y encendía el cabello plateado de
Rowan. Los ojos de Benjy se abrieron de par en par cuando vio a Ayla y saltó hacia
ella, luciendo a partes iguales aliviado y molesto.

—¿Dónde diablos has estado? —preguntó, con la voz un poco entrecortada por el
pañuelo. —Primero no te presentas para la comida de la mañana, luego no te reportas
con Nessa, y una de las criadas de la cocina dijo que te había visto en los jardines
con Crier. Y ahora llegas tarde y Rowan tiene que ponerse en marcha, y si no vuelvo
a los huertos en menos de una hora, probablemente me azotarán...

—Quizá si quieres una explicación, deberías dejar que la chica hable —


interrumpió Rowan. Tiró de Ayla en un abrazo rápido con aroma a romero, y su cabello
le hizo cosquillas en la mejilla. —Hola, pajarito. No es propio de ti llegar tarde, ¿pasó
algo?

—Sí, y no te lo vas a creer —dijo Ayla. Susurrando, porque nunca se sabía quién
podría estar escuchando, les contó todo lo que había sucedido desde que la llamaron al
dormitorio de lady Crier esa mañana. Sobre el paseo por los jardines. Sobre el extraño
y persistente cuestionamiento de Crier sobre los motivos de Ayla. Sobre la oferta (no,
no oferta; orden) de que Ayla se convierta en la doncella personal de Crier.

—Nunca imaginé que tendría una oportunidad como esta —admitió, encontrando
la mirada fija de Rowan—. Soñé con ser asignada a algo dentro del palacio, pero pensé
que estaría en las cocinas, o una sirvienta sin nombre. . . Seré una doncella. La doncella
de la mismísima Lady Crier. Tiene que ser una señal.

—¿Una señal de qué? —preguntó Benjy.


—Una señal de que... —Ayla bajó aún más la voz. —Matar a Crier no sería una
verdadera venganza. No de la forma en que siempre lo había querido. Si quiero destruir
a Hesod, destruirlo de verdad. . . tengo que matar todo lo que le importa.

Él resopló, frustrado.

—¿Qué quieres decir?

—Matar a su hija es una cosa, pero, ¿para Hesod? Para hombres así, Automa o no,
no hay nada tan querido para ellos como el poder. Sangre, oro y piedras preciosas: todo
eso viene en segundo lugar después de tener un asiento en el consejo, el mando de un
ejército. Tener el control. La única forma de destruir realmente a Hesod es quitarle
su poder.

—Así que todavía se trata de venganza —dijo Benjy, casi molesto—. No


revolución.

Ayla lo miró fijamente. ¿Cómo es que no entendió? Se volvió hacia Rowan,


suplicando.

—Entiendes, ¿verdad?

—Lo entiendo. —Rowan alargó la mano para despeinar el cabello de Benjy,


sonriendo cuando él se retiró, y luego revolvió el de Ayla por si acaso. —Benjy, amor,
esto es una revolución. El soberano es la cabeza de la gran bestia. Todos tenemos
nuestras propias razones para querer cortar la cabeza. Todo lo que importa, al final, es
que alguien lo haga.

—Además, no es sólo Hesod de quien estaré cerca —añadió Ayla—. Rowan,


¿cuánto sabes sobre Kinok?

Rowan frunció el ceño.

—¿El Scyre?

—No solo es un Scyre. —Ayla se inclinó más cerca, emocionada. Nunca había
superado el impulso salvaje de impresionar a Rowan, de hacerla. . . orgullosa, tal
vez. Algo parecido. —Solía ser un Guardián.

— ¿Qué? —dijo Benjy—. Eso es. . . eso es imposible. Los Guardianes no


abandonan el Corazón. Nunca. Ellos se comprometen toda su vida a protegerlo.

—No sé cómo pudo dejar su puesto, pero lo hizo. Y ahora está aquí, y está listo
para casarse con Lady Crier.

—Y todavía tiene conexiones con el Corazón —dijo Rowan. Había algo silencioso
en su voz, algo casi reverente.
—Tiene más que conexiones —dijo Ayla, reprimiendo una sonrisa maliciosa—.
Tiene conocimiento. De cómo funciona, cómo llegar. Rutas de comercio. Tal vez
incluso . . . debilidades, puntos vulnerables. ¡Quién sabe!

Benjy abrió la boca para decir algo más, pero Rowan lo interrumpió.

—Cielos, pajarito —dijo, sus ojos marrones se iluminaron a la luz del sol. Parecía
menos un gorrión y más. . . como una guerrera, feroz y brillante y llena de
esperanza. Como la guerrera que había sido en levantamientos anteriores; como la
guerrera que volvería a ser. La revolucionaria, la líder. —Ayla, mi amor —dijo—. Esto
es increíble, esta es. . . esta es la mejor oportunidad que hemos tenido en años. Puedes
ser nuestros ojos y oídos por dentro, amor. Ubicada justo en el corazón del nido de
arañas, imagina eso. ¿Y la doncella personal de Lady Crier? Dioses, es como
si quisieran un golpe.

—Entonces, ¿crees que debería usar mi posición? —dijo Ayla, incapaz de ocultar
el triunfo en su voz, incluso cuando vio que Benjy fruncía el ceño—. Crees que debería
ser un topo.

—Sí —dijo Rowan—. Sí, dioses, por supuesto. Aunque —aquí su voz cambió un
poco, se hizo más dura—, será peligroso. Ayla, tienes que concentrarte en el Scyre. Él
es el que tiene conocimiento sobre el Corazón de Hierro. Tal vez incluso tenga un mapa
de las Montañas Aderos, o de las rutas comerciales, un libro mayor de todos los
comerciantes de Corazonita, algo, cualquier cosa. Cualquier cosa que puedas
encontrar, será valiosa. —Sonrió, aguda y alegre, y tomó el rostro de Ayla con ambas
manos y le dio un beso en la frente. —Eres una chica inteligente. Oh, una chica
inteligente y temible.

Ayla le devolvió la sonrisa, pero su mente ya estaba dando vueltas. ¿Era


posible? ¿Había alguna posibilidad de que Scyre Kinok realmente tuviera un mapa de
las Montañas Aderos, un mapa que pudiera llevarlos al Corazón de Hierro mismo?

Y si fuera así. . .

Ya no habría más vestidos blancos colgando del mercado como fantasmas.

Porque los humanos no tendrían que matar a Automas para liberarse. Los Automas
morirían, todos a la vez. Durante el primer año de trabajo de Ayla con el soberano
Hesod, los huertos casi habían sido arrasados por una plaga de langostas. Era una
primavera inusualmente caliente: la clase de primavera en la que el final del invierno
se sentía menos como sacudir el peso de la nieve de tus hombros y emerger más ligero
para ella, y se sentía más como un lento descenso al agua hirviendo. El aire era denso
y húmedo como el vapor. A veces le dolía incluso respirar. Cuando llegaron las
langostas, posándose sobre los huertos como una sombra viva y zumbante, incluso ellas
parecían un poco exhaustas por el calor. Comieron lentamente: primero los frutos,
luego las flores, luego las hojas. Comieron sin parar durante días. Todos los sirvientes
entraron en pánico, porque nadie sabía qué hacer con la pérdida de la cosecha de
frutas. ¿Y qué pasó cuando las langostas desnudaron los árboles frutales? ¿Volarían o
simplemente migrarían a los jardines? ¿Los campos de cebada y lavanda de mar? ¿Se
devoraría la cosecha de todo el año?
Fue Nessa, la sirvienta principal, quien los salvó. Nessa, a quien se le ocurrió la
idea de rociar las langostas con nubes de agua envenenada. No lastimaría a los árboles,
y además, la mayoría de ellos ya estaban desnudos y parecían muertos, pero comenzó
a matar las langostas en el segundo en que tocó su brillante piel verde.

En un solo día, los árboles estaban vacíos. La tierra debajo de sus ramas estaba
llena de millones de langostas silenciosas y muertas, con los cuerpos apilados hasta los
tobillos. Ayla era una de las sirvientas encargadas de limpiarlos. Descalza, caminó por
los huertos, llenó su canasta una y otra vez con cadáveres y luego cargó las canastas en
una carretilla, arrastró la carretilla hacia los acantilados, arrojó el contenido de cada
canasta por el borde y al mar que la esperaba. Las diminutas alas iridiscentes de las
langostas captaban la luz del sol mientras caían; Con cada canasta, Ayla sintió como si
estuviera derramando una cascada de relucientes piedras preciosas.

Un día de trabajo y todas las langostas estaban muertas; los huertos se


salvaron. Eso era lo que sucedería si el Corazón de Hierro fuera destruido, si los
Automas fueran privados del polvo de Corazonita. Sólo el trabajo de un día. Ya no
tendrían una vida en las sombras.

Ayla parpadeó. Se dio cuenta de que Rowan todavía la estaba mirando, esperando
su respuesta. Benjy no estaba mirando a ninguna de las dos. Estaba mirando el suelo
de tierra, con la mandíbula en movimiento.

—Voy a trabajar para Lady Crier —dijo Ayla—. Voy a espiar al Scyre y aprenderé
todo lo que pueda sobre el Corazón de Hierro.

—¿Qué hay de tu venganza? —Benjy murmuró.

—No seré precipitada —prometió ella. No tenía sentido decirle a Benjy que el
fuego en ella no había disminuido, incluso había crecido. Este fuego mortal dentro de
ella, no necesitaba saber cuánto tiempo había estado ardiendo. Cuán carbonizada y
llena de cicatrices estaba. En algún lugar del fondo de su mente, la voz de su hermano
resonó. Actúa solo cuando las probabilidades estén de tu lado, Ayla. Juega con pan y
monedas, no con tu vida. —Te lo juro, Benjy —dijo—. No le haré nada a Hesod ni a
Crier hasta que haya encontrado suficiente información para destruir el Corazón de
Hierro. No dejaré que mi venganza comprometa a la Revolución.

Rowan le dio unas palmaditas en la mejilla, sonriendo.

—Esa es mi chica.

Y aunque todavía le lloraban los ojos por el terrible hedor de los baños, aunque la
idea de servir a Crier le disgustaba, aunque una parte de ella no estaba segura de poder
encontrar ninguna información sobre el Corazón. . . Por primera vez desde ese día,
Ayla tenía un plan. No solo la idea nebulosa y a medio formar de Quiero hacerle daño
a Hesod. Quiero llevarme a su familia como él se llevó la mía. Más bien, ahora era un
plan real. Algo mucho más grande que Crier, Hesod, Kinok, incluso ella misma. Se
sentía como. . . como si esto fuera lo que se suponía que debía hacer.
Su corazón se iluminó con algo rápido y caliente. Una tormenta eléctrica dentro
de ella.

En cierto momento en medio de todo, se había olvidado de cómo se sintió al


comenzar.

Planear espiar al Scyre era mucho más fácil que hacerlo. Ayla estaba demasiado
ocupada con el ajetreo de la casa y sus necesidades, y lo más importante, las de Crier,
como para alejarse un segundo. Resultó que su nuevo horario era tan exigente como lo
había sido su trabajo en el campo.

Esta mañana, por primera vez en sus cuatro años como sirvienta del soberano, Ayla
no se presentó a los establos ni a los huertos al amanecer. En cambio, se unió a la
delgada corriente de humanos que se dirigían desde los cuartos de los sirvientes al
palacio mismo, y, después de que un guardia Automa comprobó su rostro, agarrando
su barbilla con fuerza mientras él verificaba su identidad, ella pasó a través de las
enormes puertas de madera.

Se sintió como entrar a hurtadillas en la cueva de un dragón.

Ayla se apresuró a recorrer los vastos y retorcidos pasillos, con los techos arqueados
por encima de su cabeza, tratando de memorizar el diseño, que parecía mucho más
complicado de lo que debería, dado que sabía que el palacio estaba dividido en cuatro
alas. El ala norte era la más vigilada; lo sabía simplemente por observar a los guardias
mientras trabajaba en los terrenos del palacio. Probablemente era allí donde estaban los
dormitorios, y tal vez el estudio del soberano o su sala de guerra. ¿Kinok dormiría allí
también, o los invitados eran mandados a un área diferente del palacio? Las cocinas y
el gran salón estaban en el ala este, cada piso menos el primero contaba con una amplia
vista del Mar Estrellado. El gran salón de baile estaba en el oeste, y en el sur se
encontraban los cuarteles de los guardias, provisiones adicionales de cosecha y
armamento, solario, grandes salas donde a veces se reunía el Consejo Rojo. Pero las
alas eran enormes: las cuatro tenían tres pisos de altura y eran lo suficientemente
grandes como para albergar docenas de espaciosas habitaciones. Podrían estar
escondiendo cualquier cosa.

El trabajo de Ayla consistía en averiguar dónde estaba la habitación de Kinok. . . y


cómo entrar.

Esta noche, el baile de compromiso se llevaría a cabo en el gran salón de baile del
ala oeste. Ahí era donde Ayla tenía que informar primero, y apenas tuvo dos segundos
para asimilar la grandiosidad de la habitación: todo el huerto de manzanos podría
haber encajado cómodamente dentro de sus paredes; el techo era tan alto que Ayla tuvo
que inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo; las paredes estaban llenas de velas y
cortinas de oro puro; el piso de mármol era pulido hasta que adquirió un brillo similar
al de un vidrio y se limpió para el baile.
—¡Tú! —Una criada que no reconoció estaba ladrando órdenes. —Eres la nueva
doncella, ¿verdad?

—Sí —dijo Ayla. Ya estaba temiendo cualquier tarea que le estuvieran a punto de
asignar.

La criada sonrió.

—Pule la pista de baile.

Ayla volvió a mirar el amplio espacio abierto en medio del salón de baile. La
superficie del suelo de mármol estaba reluciente e impecable.

—Con el debido respeto, ¿no ha sido ya…?

—Siempre lo pulimos dos veces —dijo la criada, todavía sonriendo—. Encontrarás


los suministros allí. Sé rápida, ¿sí? No debería tomar más de una hora. —Y con eso
giró sobre sus talones y se alejó volando.

Ayla apretó los dientes y se dirigió al borde de la pista de baile. Casi se rio cuando
vio los “suministros” que le había dejado la criada: un balde de agua con jabón y un
solo paño. No había forma de que pudiera hacer esto en una hora. La pista de baile era
enorme, lo suficientemente grande para albergar a un centenar de parejas que bailaban,
y ella estaría frotándola de rodillas. Esto no era una tarea. Era un ejercicio de
humillación pública.

Pero pedir ayuda empeoraría las cosas, eso era lo que Ayla sabía. Así que se
arremangó y se puso a trabajar.

Solo había logrado restregar tal vez un área de seis por seis pies cuando casi pasó el
paño por encima de un par de zapatos. Ayla se sentó sobre los talones y miró hacia
arriba para encontrar a Nessa de pie junto a ella, con las manos en las caderas. Ayla no
sabía cómo se había acercado tan silenciosamente, casi como un autómata. Conocía a
Nessa, por supuesto. Todos los sirvientes se reportaban con ella. Pero como sirvienta
principal, Nessa pasaba la mayor parte de su tiempo dentro del palacio, y Ayla rara vez
tenía que trabajar debajo de ella. La mujer era alta, imponente y un poco encorvada,
cargaba con un niño de meses atado a su pecho todo el día. Ella era la única sirvienta
que Ayla sabía que había tenido un hijo.

Nessa parecía profundamente impresionada.

Ayla se secó el sudor de la frente.

—Hola señora.

—Estás arrastrando tus propios zapatos sucios por las partes limpias —dijo Nessa,
señalando.
Ayla miró hacia atrás y, efectivamente, había rayas de tierra en el suelo que acababa
de fregar. Ella gimió en voz alta, tiró la tela a un lado y comenzó a quitarse los zapatos.

—Mis disculpas, señora —murmuró.

Nessa suspiró. Y luego se arrodilló para reunirse con Ayla en el suelo, sacó su
propio trapo del bolsillo de su uniforme y lo sumergió en el agua jabonosa. Ayla miró
la parte superior de la cabeza de su bebé, a través de la correa, colgando peligrosamente
bajo mientras Nessa fregaba.

—¿Qué estás mirando, niña? —dijo Nessa, y luego siguió la mirada de Ayla. Ella
resopló. —Dioses, es como si nunca hubieras visto a un bebé. Continúa, sigue
mirando. Estoy segura de que no tienes mejores cosas que hacer.

—¿A los guardias no les importa? —preguntó Ayla.

—Lily es callada. Nunca hace un escándalo.

Trabajaron juntas en silencio durante un rato, una al lado de la otra en el suelo.


Luego, finalmente, Ayla no pudo evitar soltar:

—¿Es cierto que te casaste con Thom?

Nessa la miró con incredulidad.

—¿Andas metiendo la nariz en los asuntos de todos, o solo en los míos? —Ante el
silencio de Ayla, puso los ojos en blanco. —Sí, por supuesto que es verdad. Qué rumor
más estúpido sería ese.

—¿Pero por qué?

Otra mirada.

—La misma razón por la que tengo a Lily, idiota. Porque lo amo.

Eso tenía aún menos sentido para Ayla. Pero Nessa volvió a fregar y Ayla supo que
ya había presionado demasiado, así que se mordió la lengua. Pasó el resto de la mañana
así, frotando en silencio, hasta que se le adormecieron las rodillas y le dolieron
horriblemente los brazos.

Ya estaban llegando los invitados del soberano; Ayla no dejaba de mirar cada vez
que se levantaba para escurrir su ropa y podía asomarse a las ventanas del segundo piso
que daban al patio. Sus gargantas, muñecas y orejas estaban llenas de oro. Llegaban a
caballo, en caravanas doradas, en carruajes tirados por caballos. Y entonces lo vio: un
uniforme negro entre todos los sirvientes uniformados de rojo. Los colores de un Scyre.

Le picaba la piel. No le gustaba estar encerrada en este palacio frío con tantas
sanguijuelas.
Esa noche, se ordenó a Ayla que fuera a buscar el vestido de baile de Crier a manos
de la costurera. Con los pies doloridos por caminar sobre losas todo el día en lugar de
tierra más blanda, se arrastró hasta el nivel subterráneo donde las empleadas
domésticas, las lavanderas y las costureras hacían la mayor parte de su trabajo. Todo lo
que quería hacer era dormir. Por años. Acurrucarse aquí mismo sobre las frías losas,
esconderse en las sombras, dormir durante una década. Era el tipo de cansancio que le
dejaba la cabeza nublada, borracha y lenta. Había imaginado que las tareas domésticas
serían más fáciles que el trabajo de campo, pero había subestimado no solo la cantidad
de trabajo, sino el puro agotamiento de ser vigilada y monitoreada constantemente, de
controlar su expresión y sofocar cualquier indicio de esa fatiga: un solo bostezo podría
sacarla del palacio para siempre.

Por eso, cuando entró en el cuarto de lavado, se detuvo en seco en el


umbral. Realmente pensó que estaba soñando, solo por un momento.

Porque allí estaba Faye inclinada sobre una de las enormes bañeras de agua
humeante y jabonosa. Hermana de Luna. De la que todos habían hablado en el
mercado. La que no había sido vista desde la transgresión de Luna, (lo que fuera) y el
posterior asesinato.

Faye estaba agarrando una paleta larga de madera, lavando la ropa de cama y la
ropa sucia, su cara sonrojada y sudorosa por el calor.

La última vez que había visto a Faye era mediodía y el sol les caía sobre la cabeza
y Faye estaba en el suelo, cubierta de polvo, gritando de la manera cruda y sin palabras
de los animales torturados. Los soldados Automa la patearon en el vientre y ella no
paró de gritar. A veces, sus labios formaban la palabra Luna. Pero fue tan largo, tan
destrozada por el terror y la angustia, que no sonaba en absoluto como el nombre de su
hermana.

Un vestido blanco, ondeando con la brisa.

Y de alguna manera, ella todavía estaba viva. Ella estaba aquí, en el palacio,
removiendo una tina llena de ropa de cama. Ella no parecía herida. No le faltaban
extremidades, no tenía cicatrices a un lado de la cara que Ayla pudiera ver. La única
diferencia era que la Faye de hace un mes se había dejado el pelo largo, siempre
recogido en un nudo en la nuca. El cabello de esta Faye estaba muy corto, cortado tan
desordenadamente en lugares que se veían trozos de cuero cabelludo pálido.

Pero ella estaba viva.

Faye estaba viva.

—Faye —dijo Ayla impotente. En el segundo en que hizo ruido, Faye se sobresaltó
y dejó caer la paleta de madera; se dio la vuelta para mirar a Ayla con los ojos muy
abiertos. La puerta se cerró detrás de Ayla. Estaban solas. —Faye, ¿dónde
has estado? Pensé que estabas. . .

—No digas mi nombre —dijo Faye.


—¿Qué?

—No. Digas. Mi nombre. —Faye inclinó la cabeza hacia un lado, con los ojos fijos
en Ayla. Ella aún no había parpadeado. Tenía una forma extrañamente precisa de
hablar, sus palabras eran agudas a pesar de que su voz era tranquila. —Ese no es. Mi
nombre. Nunca más. No lo digas. No lo digas. ¿Quién eres tú?

—¿A qué te refieres? —dijo Ayla—. Soy. . . soy Ayla. Me


conoces. ¿Recuerdas? Soy amiga de Rowan. No sabía que estabas viva. Lo juro, te
habría encontrado. Rowan tampoco lo sabía. Pensamos que te habían llevado.

Faye se rio.

O gritó.

—Llevarme —repitió—. Llevarme. No. No, no del todo. Aunque deberían haberlo
hecho. Yo lo merecía. No ella. No ella, no ella.

Sus ojos eran del tipo salvaje que Ayla había visto antes. Por lo general, veías esos
ojos en los cementerios, en las ejecuciones o en los incendios. Ayla sintió el primer
cosquilleo real de inquietud a lo largo de su columna vertebral. Había oído que Hesod
había llevado a sirvientes humanos al palacio para pagar sus deudas, incluso yendo tan
lejos como separándolos de sus familias, pero ¿no había sido la muerte de Luna un
castigo suficiente?

—¿Qué quieres decir con que no ella? —ella preguntó—. ¿Estás hablando de
Luna?

—No digas su nombre —siseó Faye enseñando sus dientes.

—¿Que hizo ella? —preguntó Ayla. Algo se sintió tan mal. — ¿Qué hizo ella?

—Las manzanas —murmuró Faye, agarrándose el cabello—. Las manzanas, las


manzanas. . .

Y gritó a todo pulmón, el sonido rebotaba y resonaba por el diminuto cuarto de


lavado, y se lanzó hacia adelante rápido como un Automa: un segundo estaba a la mitad
de la habitación, al siguiente estaba justo frente a Ayla, su pecho agitado. Ayla dio un
salto hacia atrás, colocando la bolsa de ropa blanca frente a ella como una especie de
escudo patético, pero ya era demasiado tarde.

—¡No la toques! —Faye chilló—. ¡No toques mi hermana!

Y arremetió a ciegas con un brazo, golpeando la nariz de Ayla con la mano. Ayla
se tambaleó hacia atrás, y el dolor aumentó en el lugar donde había sido
golpeada. Cuando se movió para tocarse la cara, sus dedos se enrojecieron y pudo sentir
el goteo de sangre caliente y pegajosa de sus fosas nasales.

—Dije que no la toques —dijo con voz áspera Faye, sacudiendo la cabeza, arrojando
gotas de sudor—. No la toques, no la toques, tómame en su lugar, no la toques, no la
toques, no la toques, no, no, no, no, NO. —Su voz se quebró y retrocedió, primero
lentamente. y luego casi tropieza con sus pies. Golpeó una de las bañeras, el agua
hirviendo se derramó por el lado opuesto, una paleta cayó al suelo, y luego chilló y
salió corriendo del cuarto de lavado, hacia la oscuridad del corredor exterior. El aire
frío entró en el cuarto de lavado húmedo y maloliente.

Ayla, temblando, echó la cabeza hacia atrás para detener el flujo sanguíneo. Le dolía
la nariz, pero no estaba roto. Sólo una leve punzada pulsando junto con el latido de su
corazón, un enfermizo recordatorio del estado de Faye...
¿qué? ¿Dolor? ¿Locura? ¿Ambos?

Las manzanas, las manzanas.

—Toma —dijo alguien detrás de ella, y ella se sobresaltó, pero sólo Nessa estaba
parada en la puerta. Su bebé todavía estaba atado a su cuerpo, y extendía un pañuelo y
escudriñaba a Ayla con sus ojos brillantes. —Para la sangre —dijo—. Tienes suerte de
que la lady haya estado demasiado ocupada saludando a los invitados hoy como para
molestarse contigo.

—Tengo suerte —masculló Ayla, y empezó a secarse torpemente la nariz.

Nessa resopló.

—En el futuro, mantente alejado de esa chica. Ella no está bien y nunca lo
estará. Los dioses solo saben por qué sigue por acá.

De hecho, sólo los dioses lo saben.

Ayla asintió.

—Sí.

Nessa giró sobre sus talones y se dirigió en la dirección en la que Faye había corrido,
y Ayla estaba sola con sus pensamientos, los baños humeantes, la sangre en la boca. El
recuerdo de los ojos locos de Faye.

El día había sido angustiosamente largo. Todo lo que Ayla quería hacer después de
fregar el suelo y tratar desesperadamente de borrar la imagen del rostro aterrorizado de
Faye de sus pensamientos era caer de bruces en una cama y no despertarse nunca. Le
dolía la nariz y el pañuelo de Nessa todavía estaba en su bolsillo, como prueba.

En cambio, la habían convocado a los aposentos de Crier.

—Canta —ordenó Crier. Estaban en una de las habitaciones más pequeñas junto a
su dormitorio y Ayla acababa de verter una pesada olla de agua hirviendo en la
bañera. Le dolían los brazos al ver el agua chapotear sobre la resbaladiza porcelana
blanca.
—¿Mi lady? —dijo Ayla.

—Malwin me cantaba a menudo —dijo Crier, comenzando a desabrochar los


botones de su manga—. Era agradable. Quiero que tú también cantes para mí.

—Yo... soy muy inexperta, mi lady —intentó Ayla. Eso era cierto. No había
cantado en años, no fuera de su propia cabeza. El acto de cantar estaba tan atascado en
la memoria: la voz de su madre cantando canciones de cuna y salomas1, su padre
uniéndose, un dúo como un ruiseñor acompañado por la ráfaga profunda y baja del
océano mismo. La pequeña Ayla y Storme riendo, cantando y bailando torpemente
frente al fuego de la chimenea. No. Ayla no quería cantar.

Pero recordó un momento en el mercado cuando los funcionarios Automa que


estaban de visita estaban recorriendo la ciudad. Hesod se acercó a un hombre y una
mujer y les dijo que bailaran. La mujer, tan llena de miedo, se había echado a
llorar. Pero habían cumplido. Porque negarse significaría un castigo rápido. Y así, el
hombre había movido a su sollozante esposa en círculos, sus movimientos
antinaturales y entrecortados, como muñecos siendo movidos por un niño cruel. Ayla
miró a Crier ahora; parecía que la hija era como el padre.

—Entonces considere esta como su práctica —dijo Crier.

Entonces, Ayla cantó.

Cantó una vieja canción folclórica mientras vertía aceite con aroma a rosas en el
baño de Crier, desviando la mirada mientras su ama se desnudaba y se hundía en ella,
enjabonando las piernas. Cantó mientras cepillaba y aceitaba el cabello oscuro de Crier
después, sintió su sorprendente suavidad, notando, también, la tersa perfección de su
piel Creada, la forma en que las clavículas formaban una V abierta debajo de su
delicada barbilla.

La base de su cráneo. La piel suave entre cada costilla. La curva de su garganta.

Si tuviera un cuchillo en este momento, podría haber matado a Crier diez veces.

Pero ella no pudo hacer eso. Hoy no. Todavía no.

Su voz de canto era débil y entrecortada y seguía resquebrajándose en lugares


extraños, aunque cuanto más cantaba, más fuerte se volvía, como si las propias
canciones hubieran despertado de un largo sueño. Al principio, había planeado cantar
solo una canción, pero se encontró incapaz de detenerse. La mantuvo calmada, incluso
cuando su imaginación se deslizó por debajo de la puerta y se arremolinaba
silenciosamente por los pasillos del palacio como humo, trazando un plan. Si bien Crier
estaba ocupada por lo demás con la fiesta de esa noche, Ayla finalmente tendría la
oportunidad de comenzar su misión.

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Una saloma es un tipo de canto de marineros usado para aumentar la productividad en los trabajos
realizados en la mar.
Después del baño y el pelo, bajó el vestido nuevo de donde lo había colgado. Era el
vestido de fiesta más ridículamente complicado que había visto en su vida. Era de color
plateado pálido, con una cola bordada y una falda como una campana ancha, y el
corpiño tenía que anudarse en la espalda, cerrarse alrededor del cuerpo de Crier como
una trampa de cazador. La única ventaja, pensó Ayla mientras ataba lo que debía ser
el milésimo par de pequeños cordones, era que Crier parecía tan miserable como se
sentía Ayla. Estaba casi nerviosa, los ojos recorrían su dormitorio y los dedos se
movían nerviosamente.

Su mirada seguía clavándose en la garganta de Ayla. El lugar donde estaba su collar


debajo del cuello del uniforme de su doncella. Una vez más, Ayla quiso insultarla: Sé
que lo viste. Quería decir que no podía jugar con ella. Que no importaba si Crier la
castigaba ahora o lo alargue durante semanas. Todo terminaría de la misma manera.

Ayla tiró de los cordones con más fuerza de lo necesario.

Dos sirvientes habían llevado un gran espejo con el propósito de preparar a Crier
para el baile. Crier estaba de pie justo enfrente, Ayla detrás de ella, y cuando Ayla miró
hacia arriba, sus ojos se encontraron con los de Crier en el reflejo.

Hizo una pausa con los cordones. Se preparó para recibir una orden.

—¿Por qué los humanos todavía se casan? —preguntó Crier.

—¿Qué? —Seguramente ella habría escuchado mal.

—En el pasado —dijo Crier vacilante, como si todavía estuviera trabajando en su


cabeza—. Sé que sus costumbres matrimoniales eran similares a las nuestras. En gran
parte para obtener beneficios políticos o estratégicos, especialmente entre los linajes
más influyentes.

—Sí —dijo Ayla, y se abstuvo de añadir: Tus costumbres son similares porque toda
tu cultura fue robada de la nuestra. Porque no tienen historia ni cultura propia.

—Pero la primavera pasada, una criada se casó con uno de los mozos de mi padre. Y
el año anterior, sé que Nessa cortejó a Thom, de los huertos. Ninguno de ellos tiene un
estatus significativo. Asi que. . .

—¿Cómo sabes eso? —preguntó Ayla, dejando caer las manos de los cordones. Se
quedó mirando el reflejo de Crier, incapaz de apartar la sorpresa de su propio
rostro. Ayla y Nessa no eran amigas, de ninguna manera, pero Ayla se sentía protectora
de los secretos de los sirvientes. El matrimonio entre sirvientes no era ilegal, pero
nunca se sabía cuándo podrían cambiar las leyes, o qué maneras pensarían los Automas
en un futuro para castigar a su propio personal, para enviar ondas de miedo entre los
humanos.

Crier ladeó la cabeza.


—Los chicos se casaron a medianoche en los acantilados. Hubo un eclipse parcial
esa noche y deseaba observarlo desde un terreno más alto. Los escuché. Kinok me
informó sobre lo de Nessa y Thom.

A Ayla se le encogió el estómago.

¿Cómo demonios se enteró Kinok? ¿Por qué le importaría siquiera? ¿Por qué le
diría a Crier?

—Entonces, si no hay nada que ganar, ni influencia política, ventaja estratégica o


división de la propiedad, ¿por qué se casan los humanos? —Crier miraba a Ayla en el
espejo, con los ojos muy abiertos y curiosos, su cuerpo extrañamente inmóvil. Ayla se
había percatado de que había hecho esto unas cuantas veces; estaba tan concentrada en
una cosa en particular que aparentemente se olvidó de reproducir los pequeños
movimientos que la hacían parecer más humana: respirar, parpadea, jugueteando con
algo. Expresiones faciales a veces. En cambio, se quedaba parada allí, alta y congelada,
una criatura tallada en piedra.

—No sé si soy la persona a quien preguntar sobre eso —dijo Ayla.

—Pero tú eres mi doncella —dijo Crier con un ligero aire de triunfo—, y se supone
que debes atender mis necesidades. Lo que necesito es una respuesta.

Ayla mantuvo los ojos fijos en los cordones que tenía bajo las manos y se negó a
mirar a Crier a los ojos en el espejo. Estaba oscureciendo fuera de las ventanas, el cielo
estaba morado por el crepúsculo. No tenían mucho tiempo antes de Crier hiciera su
entrada en la fiesta, y Ayla ansiaba la breve libertad que sabía que esta noche le daría.

—Se supone que nos casamos por amor —dijo finalmente Ayla. La palabra era una
semilla amarga en su lengua. Nunca antes se había enamorado. Así no. Pero ella había
sentido amor por su familia.

Crier frunció el ceño.

—Eso parece. . . mal aconsejado.

—Acordado.

La voz de Crier era más suave ahora, apenas audible.

—Eso parece que podría terminar en una gran cantidad de sufrimiento.

¿Qué sabrías tú sobre el sufrimiento?

Ayla tiró del penúltimo par de cordones, en la parte superior de la columna vertebral
de Crier.

—Casi termino. —Ahora tenía prisa, la ansiedad saltaba dentro de ella como una
llama.
Esa noche, cuando todo el palacio, tanto Automas como sirvientes, estuvieran
preocupados por el baile de compromiso, Ayla se deslizaría por debajo del gran salón
de baile a los niveles inferiores, donde se había enterado de que estaban los aposentos
de Kinok. Ella revisaría sus posesiones, su correspondencia, cualquier cosa que pudiera
encontrar. Rowan había sido clara. Busca un mapa o un libro del comercio de
Corazonita. Quizás un diagrama del Corazón mismo, si tal cosa existiera. Ella solo
podía leer un puñado de palabras, pero Benjy una vez le mostró los nombres de los
miembros del consejo, los escribió para ella en la tierra y luego los barrió con una
mano. Se había olvidado de la mayoría de ellos, pero aún podía imaginarse algunos de
ellos, las formas específicas de cada letra. Conocía a Ellios, Burn,
Markus. Kita. Thaddian. Conocía Automa; ella conocía humanos; ella
sabía rebelde. Ella conocía la palabra corazón.

Puede que no lo consiga toda esta noche, pero eventualmente encontrará


algo. Aprendería los secretos de Kinok. Descubriría lo que él sabía del Corazón de
Hierro, cómo infiltrarse y destruirlo. Encontraría la información que cambiaría todo,
información que podría destruir a los Automas. de un solo golpe. Eso podría acabar
con su reinado para siempre. Libertad para toda la humanidad.

Era casi demasiado. Demasiado para entender. Mucho más grande que el único
golpe fatal que más le importaba: Crier, muerta en sus brazos.

Pero por eso, Ayla tendría que esperar. Ella ya había esperado tanto tiempo; aún
podía esperar más. Podía esperar todo el tiempo que fuera necesario.

Primero, haría lo que prometió a Benjy y Rowan: ayudaría a la causa. Encontraría


una ruta al Corazón de Hierro, si tal cosa existiera. Entonces, y solo entonces, se daría
a sí misma lo que más deseaba: venganza personal.

Ella apartó un poco del cabello de Crier, más que lista para terminar con todo esto,
y fue entonces cuando vio el tatuaje.

Era diminuto. Diez números grabados en la piel de Crier con tinta negra azulada,
cada uno más pequeño que una uña. Ayla había oído hablar de estos tatuajes antes,
pero nunca se había acercado lo suficiente a un Automa para ver uno.

Este era el número de modelo de Crier. Los primeros seis números la identificaron
como Crier de la familia Hesod. Los segundos cuatro indicaron el año de su
creación. Era un recordatorio más de que la criatura que estaba delante de Ayla, la
criatura atada con este hermoso y rico vestido, la criatura que merodeaba por los
acantilados de noche, esa criatura no era humana.

Ayla, sin pensarlo, pasó el pulgar por el número. Un toque suave, apenas visible; en
el momento en que se dio cuenta de lo que estaba haciendo, retrocedió y trató de
interpretarlo como un puro accidente. No se miró en el espejo, no se atrevió a
comprobar si Crier se había dado cuenta o no.

La piel de Crier estaba más caliente de lo que Ayla podría haber pensado.

Fue Crier quien rompió el silencio entre ellas.


—¿Has experimentado el amor?

—Sí. —Ayla se mordió la lengua.

—¿Cómo se siente?

Ayla no pensó en el amor sino en su collar. La única y brillante prueba de que una
vez, hace mucho tiempo, no había estado tan sola.

—No lo recuerdo —respondió finalmente. Terminó el último encaje y dio un gran


paso hacia atrás, alejándose del espejo, evitando aún los ojos de Crier.

Crier no se estaba rindiendo.

—¿Hay alguna sensación física? ¿Es agradable o doloroso?

—Depende.

—Así que lo recuerdas.

Déjame ir.

—A veces me siento mejor cuando pienso en cierta canción —dijo Ayla—. Eso es
todo lo que puedo decirte.

—Cierta canción. ¿Lo he oído?

—No.

—¿No me lo cantaste?

—No, mi lady.

—¿Por qué no?

Ayla suspiró.

—Bueno, es . . . privado. —Era una palabra que los criados rara vez decían. Se
suponía que nada de sus vidas era privado.

Crier hizo un pequeño sonido de consideración.

—Entonces, ¿te encanta esa canción? ¿Te gusta la música?

—Por supuesto.

Crier se volvió hacia Ayla. De alguna manera, era más intimidante con el vestido
de fiesta que con su ropa normal. Más alta, más feroz, los músculos tensos de sus
brazos a la vista. No ayudó que llevara maquillaje: kohl2 alrededor de los ojos, una
mancha oscura en la boca. Parecía un monstruo de las viejas historias. Un chupasangre,
una bruja, hermosa y mortal.

—Toma —dijo Crier, y se acercó a su mesita de noche. Abrió uno de los


cajones. Sacó algo. Se lo arrojó a Ayla sin previo aviso.

Ayla se sobresaltó y apenas logró atrapar la cosa antes de que la golpeara en la


cara. Cuando miró sus manos, vio que ahora sostenía una sola llave de metal.

—Hay una sala de música en el ala oeste —dijo Crier—. Voy allí a veces. A
practicar.

Ayla la miró fijamente.

Luego miró la llave grande en sus manos.

Un regalo.

Apenas podía comprender tal cosa. Parecía imposible que Crier confiara en ella
tan pronto, tan fácilmente.

A no ser que . . . a menos que ya hubiera querido confiar en ella. A menos que esa
hubiera sido parte de la razón por la que la había buscado en primer lugar.

El pensamiento movió algo suelto en Ayla, y no estaba segura de cómo sentirse al


respecto. Confianza. La confianza significaba cercanía.

La confianza significaba que Ayla podía obtener respuestas más fácilmente.

La llave estaba fría pero pesada en su mano.

—Las paredes son gruesas, por lo que no se escapa ningún sonido. Nadie te
interrumpirá. Ahora —dijo Crier, aparentemente satisfecha por la conmoción que
debió haber estado en el rostro de Ayla—, puedes acompañarme al salón de baile.

2
Un cosmético que se usa en el Oriente Medio, Norte de África y Sur de Asia, para los ojos.
7
Esa noche, Crier iba a hacer todo bien.

Esa noche, su secreto se mantendría a salvo. Tal vez ella era defectuosa en su interior,
con el pilar de la Pasión causando estragos en ella desde dentro, pero nadie tenía que
saberlo.

Varios cientos de invitados habían llegado al baile; Crier lo sabía, ya que ella misma
había escrito muchas de las invitaciones, había estudiado largas listas de nombres y
conexiones. Todos ellos se habían reunido para celebrar su compromiso con Kinok,
juntándose desde los bordes de la pista de baile hacia la tarima en el frente, bebiendo
Corazonita líquida y vino pálido y murmurando con anticipación. Aunque ella no podía
verlos a todos desde su escondite detrás de la tarima, podía oír a los invitados
escurriéndose desde las entradas a cualquier extremo de la habitación, hasta que Crier
empezó a sentir que la multitud casi la estaba ahogando.

Había hombres con oscuros chalecos bordados. Mujeres en vestidos de todos los
colores y estilos, sus cabellos sueltos y caídos, o trenzados en ajustadas coronas, u ocultos
bajo sedas coloridas; algunos estaban en uniformes militares con clase, con medallas en
los cuellos de su traje. Crier se preguntó si alguna vez habían visto de verdad una batalla.
De seguro la mayoría era parte de las últimas generaciones de Automas, aquellos que
habían sido creados mucho antes de la Guerra de Especies.

El gran salón de baile siempre había sido hermoso, pero esa noche era toda una vista,
todo brillante y exquisito. El piso, pulido, suave y brillante como el hielo, había sido
limpiado para bailar. Las paredes tenían colgados enormes tapices que llegaban del piso
al techo y que Crier nunca antes había visto, todos describiendo escenas de celebración y
unificación: la coronación de algún rey antiguo, una boda real presentando un vestido
hecho totalmente de perlas blancas, una escena de un campo de batalla en la cual Automas
uniformados estaban parados sobre los cuerpos caídos de incontables humanos (y los
cuerpos de los extraños Automas simpatizantes de los humanos, los traidores). Todos esos
Automas, Crier sabía, habían sido eliminados, considerados defectuosos. Quemados.

A la cabeza de todo eso estaba parada Crier, tomando respiraciones medidas tres
veces por minuto. La tarima ceremonial delante de ella estaba tallada para verse como
una masa de cuerpos humanos enredados y Automas de pie triunfantes sobre ellos.
Incluso las hojas pintadas de dorado y casi centelleando bajo la cálida luz de dos docenas
de candelabros de cristal y sus cuatrocientas velas eran espantosas. Crier siguió mirando
eso, descubriendo un nuevo detalle cada vez: la torcedura antinatural de una pierna, un
rostro con los ojos salidos de sus órbitas, una boca dorada torcida en un aullido silencioso
e interminable.

La tarima estaba hecha para atrapar la vista. No importaba dónde te pararas, no


podías olvidar por qué estabas aquí esta noche.
Para hacer oficial el compromiso entre Crier y Kinok.

Crier no quería nada más que apartar la vista, pero la única alternativa habría sido
girarse hacia Kinok, quien estaba de pie tan quieto como una roca a su lado. Estaba
absolutamente calmado, pero de una manera que hacía que Crier pensara en las pozas que
se formaban por la marea: inmóviles en la superficie, pero con cosas oscuras y espinosas
ocultas debajo.

Afuera del salón de baile, la luna está alcanzando su punto más alto.

Ya casi era hora.

Su padre ascendió a la tarima. Se veía orgulloso y poderoso parado solo ahí arriba.
Como el mascarón de proa de un barco, dando la cara a un océano de Automas.

—Organización, Sistema, Familia —dijo Hesod, su voz resonando y haciendo eco


por todo el salón. Instantáneamente, el bajo murmullo de mil conversaciones dio paso a
un silencio calmado. Los pocos invitados que Crier podía ver se giraron al unísono para
mirar a Hesod, una onda de movimiento simultáneo—. La belleza y simetría de tales
valores no debería ser desperdiciada meramente en la vida humana —continuó, citando
su propio manifiesto—, sino estudiado y aplicado para el beneficio de la especie Automa.
Organización, Sistema, Familia. Esta noche, honramos esos valores. Esta noche,
honramos dos vidas que pronto estarán unidas, pero también honramos lo que simboliza
una unión: la preservación de nuestra cultura. La unificación de nuestra gente. El continuo
éxito de una civilización construida en tradición. Una civilización que debido a la
tradición ha crecido más poderosa y magnífica que cualquier civilización que ascendió y
cayó antes que nosotros.

Tallado en la parte de atrás de la tarima, justo frente al rostro de Crier, estaba el


cuerpo de una mujer humana desnuda. Sus extremidades eran largas y estaban rotas,
entrelazadas con los cuerpos a su alrededor; su cabello era una nube de oro alrededor de
su cabeza dorada. Como todos los otros cuerpos en la tarima, su rostro estaba vuelto hacia
arriba como si ella también estuviera mirando a Hesod hablar. Pero, al contrario que Crier
y Kinok, al contrario que todos los invitados Automas, su rostro estaba torcido en una
expresión de pura angustia. Una boca ancha y torcida, ojos que eran enormes, grotescos
y casi como los de una rana. Una de sus manos era visible, los dedos rígidos y puntiagudos
como las garras de un buitre. Otros cuerpos estaban agarrándose de ella (manos en sus
caderas, sus muslos, sus tobillos) como tratando desesperadamente de trepar y
sobrepasarla, usando su cuerpo como una escalera. Un medio de escape.

—Unidad, de políticas, de pensamiento, de familia, está escrita en nuestro Diseño —


estaba diciendo Hesod—. Esta noche, Lady Crier de Rabu y Scyre Kinok de las Montañas
Occidentales se comprometerán el uno con el otro y, sobre todo, a los principios básicos
de nuestra gloriosa sociedad. Mi hija. Honorable Scyre. El momento de ascender ha
llegado.

Por un segundo, Crier no se movió. Entonces, Kinok la rozó al pasar por su lado en
su camino para subir a la tarima, y ella sacudió el hielo de sus extremidades y lo siguió.

Los escalones construidos al lado de la tarima tenían la forma de manos humanas


ahuecadas. Crier subió lentamente, poniendo sus pies con cuidado en sus palmas doradas.
Después, el tiempo siguió su curso. La ceremonia llegó a Crier en fragmentos: la voz
de su padre retumbando por el gran salón mientras recitaba viejas palabras medio
humanas; los ojos de Kinok fijos en el perfil de Crier; la multitud, inmóvil como un mar
de estatuas, observando hacia arriba a Crier con miles de ojos vacíos. ¿Era ese su propio
corazón lo que escuchaba? Podía oír el latido, los diminutos chasquidos de su
funcionamiento. ¿Estaba latiendo demasiado rápido?

¿Estaba ella respirando?

Seguía olvidándose de respirar.

Cuatro respiraciones por minuto.

Ella no emergió hasta que era la hora, era la hora. Kinok levantó el cuchillo
ceremonial. Su filo captaba la luz de las cuatrocientas velas, y Crier pensó vagamente en
o luciérnagas.

Entonces, Kinok dijo:

—Hemos de unirnos, cuerpo con cuerpo, sangre con sangre —ella descansó el
antebrazo en el borde de la tarima, y él deslizó el filo casi gentilmente por su piel desde
el codo hasta la muñeca.

La sangre manó inmediatamente, de un violeta oscuro. El agarre de Hesod se apretó


en los hombros de Crier (¿tranquilidad? ¿orgullo?) mientras veían la sangre derramarse
por su brazo, bajando a los dedos. Goteó desde sus dedos y salpicó el piso dorado de la
tarima, corrió en diminutos riachuelos bajando por la pared exterior, por los rostros y
cuerpos de los dorados humanos desnudos, ni una sola gota cayendo en el vestido de
Crier. Kinok dejó el cuchillo a un lado. Con largos y firmes dedos, él desató la tela de su
brazo que Crier había usado los últimos meses. Lo colocó al lado del cuchillo.

Como en todas las cosas, la herida llegó primero y luego el dolor. El brazo de Crier
dolía terriblemente, incluso cuando sabía lógicamente que el largo y limpio corte en su
piel (el corte de un cirujano, pensó ella distantemente) ya había comenzado a sanar. Tomó
todo en ella para quedarse quieta, mantener la expresión en blanco y permitirse sangrar.
Sólo tuvo unos pocos momentos para serenarse antes de que fuera su turno de empuñar
el cuchillo. El corte que le hizo al antebrazo de Kinok no fue ni de cerca como el suyo
(un poco tembloroso, un poco demasiado profundo o superficial en algunos lugares), pero
por supuesto que su sangre se derramó de igual forma. Ella desató la tela del brazo de él.
Lo desechó. Y bajo la guía de Hesod, presionaron sus antebrazos juntos, sangre violeta
untándose entre ellos, serpenteando hasta gotear de sus codos. Una sola gota aterrizó en
la falda de Crier.

—Hemos de unirnos —dijo Crier. Su voz era tranquila pero clara, como una campana
sonando por el salón de baile—. Cuerpo con cuerpo. Sangre con sangre.

—Hemos de unirnos —murmuró Kinok, encontrando sus ojos. Mantuvieron la


posición, encarándose y con las heridas presionadas juntas, por otro momento.

Luego Hesod dijo:


—Está hecho —y la multitud, que había estado silenciosa, repitió al unísono “Está
hecho”. Una sola voz con mil capas.

Crier bajó la mirada del rostro de Kinok tan pronto como pudo. Miró abajo a la
diminuta mancha oscura en su falda, la gota de sangre caída.

Estaba hecho.

Después de que la ceremonia hubiera terminado, Crier fue libre de mezclarse con los
invitados, pese a lo poco que realmente quería hacerlo. Kinok la ayudó a bajar de la
tarima, su mano fría en la suya, y juntos se adentraron a la multitud que aguardaba. Los
músicos habían parado de tocar durante la ceremonia, y ahora recomenzaron con una serie
de valses, música que era suave y profunda bajo el murmullo de la conversación. Crier
pronto perdió a su padre con un miembro del consejo y a Kinok con una mujer que
aparentemente también era una Scyre, pero ella lo prefería así. No estaba de humor para
la jocosidad. Su brazo había sido vendado, pero aún dolía, y el sentimiento enfermo en su
estómago había vuelto. Quizás nunca se había ido.

Mientras buscaba una zona tranquila cerca de uno de los tapices, Crier se encontró
lanzando miradas a los únicos otros humanos del salón que no eran sirvientes: los
músicos, ubicados lejos, en un rincón. Eran un cuarteto; laúd, arpa, caramillos y un lento
y rítmico redoble de tambor. Mantenían las cabezas bajas, las espaldas inclinadas sobre
sus instrumentos. No había un director, y aun así cada pieza fluía sin interrupciones hacia
la siguiente, melosas baladas Tarrenianas convirtiéndose en bailables canciones
Varnianas, transformándose en rápidas y ligeras melodías que le recordaban a Crier la luz
del sol esparcida en el océano, brillando en las olas. Con cada nueva canción, Crier
pensaba: ¿A Ayla le gustaría esto?

La multitud se separó mientras ella se dirigía al borde del salón, buscando espacio,
aire o silencio; todas las cosas que ansiaba pero que no encontraría allí. Era detenida cada
pocos instantes por un invitado ofreciéndole buenos deseos, noticias, presentaciones o un
vaso de aquel vino pálido.

La primera vez que vio a alguien vistiendo una tela negra, tan similar al rojo que
Kinok acababa de sacar de su brazo, apenas lo notó.

La segunda vez, pensó que era una coincidencia rara.

La tercera vez, se preguntó si tal vez era una nueva moda.

La cuarta vez, preguntó. Finalmente había encontrado a alguien que realmente


conocía: una chica llamada Rosi, quien era la hija de un comerciante lo suficientemente
importante como para visitar la casa del soberano unas cuantas veces al año, pero no lo
suficientemente importante como para ejercer alguna influencia significativa sobre el
consejo. Rosi tenía un vestido de seda azul marino, su cabello torcido en un brillante nudo
en la coronilla. Tenía pequeñas pecas pintadas por toda su nariz, rubor en sus mejillas.
Una banda de tela negra estaba enrollada en su brazo izquierdo.

—¡Lady Crier! —la llamó Rosi, y se salió de una conversación con otra chica para
deslizarse hacia otro lado, moviéndose con el tipo de gracia fácil que todos los Automas
se suponía que debían emular. Ella siempre había sido así—. Lady Crier, ha pasado
tiempo.
—Por lo menos un año —dijo Crier—. Esperaba que vinieras esta noche. —Y lo
decía en serio. Crier sentía que Rosi estaba más interesada en ella por la oportunidad de
progreso social que prometía, tal vez creyendo que Crier, como la hija del soberano,
podría ayudarla a elevar su propio estatus. Pero, aun así, Crier apreciaba tener a alguien
a quien escribir regularmente, alguien que hiciera su vida menos estrecha y limitada.

Ellas se habían escrito un puñado de cartas los últimos años, y eran tan cercanas como
dos Automas podrían llegar a considerarse lo que los humanos llamaban “amigos”. Su
raza no experimentaba realmente la amistad en la forma en que los humanos lo hacían,
ya que no era particularmente inherente o cultivado; no era parte del Tradicionalismo y,
por lo tanto, no era reforzado de la manera en que la familia y algunas de las artes eran
incentivadas bajo el mando de Hesod.

Lo cual tal vez era la razón de que Rosi se viera tan sorprendida… y aliviada.

—¿En serio? Estoy honrada, mi lady.

—Sobre esa banda negra en tu brazo. Me da curiosidad que nunca hayas hablado de
ella en nuestra correspondencia. ¿Es algún tipo de moda?

Rosi rio, y entonces pareció darse cuenta de que Crier hablaba en serio.

—¡Oh! No, mi lady —dijo, dándole a Crier una sonrisita confundida—. ¿En serio no
lo sabe? Después de todo, es el símbolo de su prometido.

—¿Su símbolo?

—Sí —Rosi terminó su vaso de vino de un trago y pasó el vaso vacío a un sirviente
humano, intercambiándolo por uno lleno. Tomaba probablemente un barril de vino para
que tuviera algún efecto en las capacidades de un Automa; ella parecía determinada a
alcanzar ese punto. —Lo usamos para identificar a los miembros del Movimiento.

El Movimiento Anti-Dependentista.

Crier frunció el ceño, escaneando el salón abarrotado. Ahora que lo estaba buscando,
se dio cuenta de que prácticamente uno de cada diez invitados llevaba la banda negra.
¿Kinok realmente tenía tantos seguidores dedicados? Y eran bastante valientes, al
parecer, para declarar su alianza tan abiertamente, justo en las narices de Hesod.

—Claro —dijo ella—. Por supuesto. ¿Y tú. . . tú eres miembro del Movimiento?

—Oh, sí. En realidad, me enteré de él por mi propio prometido. Está por aquí en
algún lado: Foer, hijo de la concejala Addock. ¿Se conocieron?

—Sí, conocí a Foer. —Por lo que Crier podía recordar, él era un chico callado y
modesto, más suave de lo que su padre había pretendido que era. —Felicidades por su
unión.

—Gracias, lady —dijo Rosi. Entonces, echó una mirada alrededor, como si se
asegurara de que no hubiera ojos sobre su conversación, y se inclinó más cerca. —La
verdad es que eso no habría pasado nunca si no hubiera sido por el Scyre Kinok.
—¿Qué quieres decir?

—La finca de la concejala Addock era uno de los objetivos en los Levantamientos
del Sur. Si el Scyre Kinok no hubiera estado allí para advertirle, para ayudarlo a
defenderse de los ataques, los humanos podrían haber invadido su finca. La concejala
Addock, su esposo, mi Foer… todos ellos podrían haber sido asesinados.

—Ya veo —murmuró Crier.

—¡Oh, mire! —dijo Rosi, hablando fuerte otra vez—. Han empezado a bailar. Su
primer baile será pronto, mi lady —se rio, brillante y linda—. Qué costumbre tan pasada
de moda, ¿no lo cree? Preferiría no bailar yo sola. Siempre me veo tan torpe.

—A mí me gusta —dijo Crier, siempre la hija buena.

Entonces ella volteó… justo a tiempo para casi chocar con la persona exacta a la que
estaba buscando. Kinok se paró frente a ella, calmado como siempre, su chaleco rojo del
color de la sangre humana.

—Mi lady —dijo—. ¿Le gustaría unirse a mí para nuestro primer baile?

Todos los invitados a su alrededor estaban mirándola a ella ahora; la pista de baile se
estaba vaciando. Un espacio despejado sólo para Crier y su prometido. Su unión para toda
la vida. Cuerpo con cuerpo, sangre con sangre.

—Sí, Scyre —dijo y lo dejó llevarla hasta el centro del salón de baile.

Todos estaban mirando, incluido su padre. A primera vista, parecía que él estaba
continuando su conversación con una emisaria del Norte Lejano, sonriendo jovialmente,
encantándola, encantando a todos, pero sus ojos estaban en Crier. Eso le recordó: en todo
el caos de los planes y la ceremonia, casi había olvidado que, en sólo tres días, ella iba a
asistir a su primera reunión del concejo. Era algo por lo que estar ansiosa, como mínimo.

Sonriendo, Kinok la atrajo hacia sí. Una de sus manos descansaba en su espalda baja,
la otra estaba entrelazada con la mano de ella. Sus dedos se entrecruzaban como puntadas
en una herida abierta. Crier puso su mano libre en el hombro de Kinok, manteniendo su
toque lo más ligero posible, aun no queriendo presionarlo.

Una tensión en las cuerdas del arpa.

Un bajo y profundo golpe de tambor.

Solos en el centro del salón, con incontables pares de ojos siguiendo cada
movimiento, Crier y Kinok comenzaron a bailar.

Era un vals. Otra tradición humana, una de la cual su padre estaba particularmente
enamorado: A menudo llevaba humanos bailarines al palacio y les ordenaba actuar para
él, valses lentos y rápidos, números salvajes que parecían más una pelea que un baile, y
él miraba todo con ojos negros y fascinados.

—Mira —le decía a Crier, ordenando a los bailarines repetir un determinado


movimiento o secuencia de pasos—. Mira la fluidez, la gracia en cada transición. Lo
hacen parecer fácil. Pero velo por ti misma: sus músculos están temblando. No es fácil en
absoluto. —Una vez, él había dicho—: Si existe un tipo de humano capaz de desmantelar
nuestro mundo, es el bailarín.

Crier pensaba en eso mientras daba vueltas en el piso con Kinok. Pero también en su
nueva doncella. ¿Ayla sabía bailar vals? Probablemente no. E incluso si lo hiciera, de
seguro nunca bailaría con Crier, nunca posaría su mano en la cadera de Crier y la guiaría
por el salón de baile de la forma en que Kinok lo estaba haciendo, girando con la música,
sus cuerpos cerca y sólo separados por cinco centímetros de tenso espacio. Lo
suficientemente cerca para sentir el ritmo de su respiración humana.

No. Ayla nunca bailaría con ella.

Más aún: Crier recordó la mirada de sorpresa en el rostro de Ayla cuando le había
dado la llave del cuarto de música esa noche. Por alguna razón, esa sorpresa la había
complacido.

—Debe estar de buen humor —dijo Kinok, y Crier se dio cuenta de que había estado
sonriéndose a sí misma—. Todo fue bien esta noche.

—Creo que mi padre estará satisfecho —concordó cuidadosamente.

—¿Y qué hay de usted? ¿Cómo se siente?

—Yo… —miró hacia arriba para encontrarlo mirándola fijamente, sus ojos
decididos—. Siento que nuestra unión es buena para el futuro de nuestro país.

—Eso no es lo que pregunté.

—No comprendo. ¿Por qué importaría cómo me siento? —Se impulsó al siguiente
paso del vals tal vez un poco demasiado rápido.

Kinok igualó sus pasos fácilmente.

—Lady Crier, no hay necesidad de que me oculte secretos.

—¿Secretos? —Miró hacia arriba a él y se encontró con su firme mirada, marrón y


penetrante. Era intimidante, pero su curiosidad ganó. Parecía que él sabía mucho sobre
ella; Ella quería equilibrar la balanza. —Parece que es usted el que tiene secretos, Kinok.

Una sonrisa reveló sus dientes perfectos.

—¿A qué cosa se refiere?

—Ha sido un invitado en nuestra casa por casi un año, yendo y viniendo a su antojo,
inmerso en sus estudios privados y fortaleciendo su Movimiento. Parece haber tomado
interés en mi punto de vista político y mis ensayos, pero ¿qué comparte de su trabajo?

La sonrisa se mantuvo.

—Estaré encantado de decirle lo que sea que desee saber.

—Entonces, ¿en qué investigación pasa tantas horas?


—Historia. Conexiones. El trabajo de Thomas Wren.

—¿El primer Creador?

—Creador de nuestra Especie —dijo Kinok con un asentimiento.

—Un genio humano —añadió Crier.

La hizo girar.

—Como un Scyre, estudié a los Creadores que fueron parte de la academia de la


Reina Estéril. Thomas Wren tiene mucho crédito, pero he encontrado que tiende a
disminuir la verdadera riqueza de la historia.

—La riqueza de nuestra historia.

—En efecto —se quedó mirándola un momento—. Es hermosa, de verdad. Hay un


poco de complejidad en cómo somos hechos. Cada uno de nosotros es un poco diferente.
Aunque, claro, hay límites en qué tan diferente.

A pesar de eso, Crier estaba intrigada. No era sólo que Kinok parecía saber algo que
ella no sobre Thomas Wren, sino que era sorprendente que él estuviera tan fascinado con
el tema para empezar.

—Lady Crier —dijo en voz baja, interrumpiendo sus pensamientos—. Sé su secreto.

Necesitó todo de sí misma para seguir bailando, para mantener su cara


agradablemente imperturbable incluso cuando su sangre se convirtió en hielo.

—No estoy segura de lo que está hablando, Scyre.

—Vi su diseño.

Su estómago se retorció y su mente se aceleró. ¿Él lo había visto? ¿Lo sabía?

—Yo no. . .

—Por favor no me malentienda. No pretendo lastimarla, mi lady —inclinó la cabeza,


susurrando en su oído. Para los espectadores, parecería algo íntimo. Era íntimo, se dio
cuenta. —No le diré a nadie que usted es… una Falla. —La palabra pasó susurrando por
su lengua y picó como la mordida de una serpiente. —Su secreto está a salvo conmigo.
Estamos unidos, ¿verdad?

Le estaba ofreciendo comodidad, solidaridad. Y aun así…

—Lo estamos —respiró Crier. Su corazón estaba latiendo tan rápido que casi esperó
que su timbre se prendiera. —Estamos… estamos unidos.

—Por eso, la ayudaré. Y estoy seguro de que usted hará lo mismo por mí.

—¿Ayudarme? ¿Cómo?

Sus dedos se flexionaron en su cintura.


—El soberano ha sido incapaz de encontrar información sobre la Matrona Torras.
Quien sea que le haya hecho esto a usted, y tal vez a otros también, merece ser castigado.
—No dio detalles, lo cual fue probablemente lo mejor. Si Kinok pensaba que podía
desenterrar información fuera del alcance del soberano, debía estar operando fuera de la
ley. Normalmente, Crier lo habría desalentado. Pero si había alguna cosa sobre Torras
que pudiera ayudar a Crier, proteger su reputación, proteger a su padre… tenía que usarla.

—Hágalo —dijo temblorosamente—. Encuéntrela. Haga lo que sea que tenga que
hacer. Sólo… no le diga a nadie.

—Por supuesto —dijo—. Estamos unidos. Somos usted y yo, Lady Crier.

Hubo una última nota del arpa, una alta y fina nota ondeando en el aire, y el vals llegó
a su fin.

Los dos se soltaron y dieron un paso atrás. Las manos de Crier cayeron a sus costados,
vacías.

—Usted y yo —dijo.
El Creador Thomas Wren fabricó a una niña que encajaba con los requisitos de la reina:
diez veces más fuerte que el humano más fuerte jamás registrado. Diez veces más rápida.
Esta niña no necesitaba comida, ni sueño; podía oír una conversación susurrada a una
distancia de mil pasos y ver en la noche como un gato; su mente solucionaba las
ecuaciones matemáticas y metafísicas más avanzadas a una velocidad cincuenta veces
mayor que la de los humanos expertos; nunca se cansaba, nunca se debilitaba, nunca
sucumbía a la enfermedad.

Wren llamó a la niña Kiera y la llevó a la capital. La reina Thea estaba tan embargada
de alegría que adoptó a Kiera como su hija y heredera antes de que el sol se pusiera ese
día. Le dio a Wren su oro prometido y un sitio en la mano derecha del trono, y por los
siguientes siete días, la reina envió caravanas de pan y miel hasta los confines de Zulla,
celebrando a su hija recién fabricada.

Kiera.

La mayor creación de Wren tenía un solo defecto: ya que ella no era magia alquímica,
ni autómata, ni carne y hueso, sino una combinación de esos tres, ella no era
perfectamente autosuficiente. Hay una ley en este universo. Uno no puede crear algo de
la nada. Debido a que ella fue creada por y para la reina, Kiera necesitaba la sangre de
la reina para sobrevivir.

—DE EL COMIENZO DE LA ERA AUTOMA

POR EOK DE LA FAMILIA MEADOR, 2234610907, AÑO 4 EA


8
Lejos, sobre su cabeza, incluso a través de las gruesas capas de piedra, Ayla podía oír el
ruido emanando del gran salón de baile: música, el eco de conversaciones, el retumbar de
varios cientos de voces hablando al mismo tiempo. Arriba debía estar iluminado, ruidoso
y cálido. Ahí abajo, en los corredores subterráneos bajo el salón de baile, estaba oscuro,
silencioso, helado. Los candelabros de las paredes, delicados adornos de vidrio azul con
velas parpadeando en ellos, proporcionaban el extraño efecto de estar bajo el agua.

Ayla se movió rápido por la oscuridad, con las orejas atentas en busca de sonidos de
pisadas o voces mientras hacía su camino por el pasillo. Esa era su oportunidad de
explorar y ver si podía hallar alguna información sobre Kinok. Había encontrado dos
guardias en su patrulla rutinaria, pero todo lo que ella había tenido que hacer había sido
murmurar “Un recado para mi lady” y le habían dejado pasar. El nombre de Lady Crier
era como una contraseña secreta. Una llave maestra.

La ceremonia de compromiso ya había terminado, facilitándole a Ayla escabullirse,


pero no tenía idea de cuánto tiempo Kinok permanecería en su propia fiesta. Todo lo que
ella podía hacer era esperar que él planeara quedarse en el salón de baile toda la noche,
saludando a sus admiradores. Siempre que pasaba junto a una puerta, probaba la manija.
Todas se abrían inmediatamente, pero no eran nada más que oscuros cuartos de lavado,
despensas, o una bodega una vez, hasta que Ayla comenzó a dudar de sí misma. Tal vez
se había equivocado. ¿Qué podía estar haciendo Kinok allí abajo? Pero entonces, al fin:
una de las puertas no se abrió.

Se puso de rodillas, entornando los ojos por el diminuto espacio entre la puerta y su
marco. La cerradura no sería mucho problema. Su hermano le había enseñado cómo
ocuparse de las cerraduras. Alcanzó su bolsillo, sacó la hebilla que había robado de la
habitación de Crier más temprano, y la insertó cuidadosamente dentro el ojo de la
cerradura. No había ninguna delicadeza en forzar cerraduras, no para ella. Sin embargo,
su hermano, Storme, había sido el verdadero experto. Él había sido capaz de abrir el
cerrojo de la cabaña de su familia en diez segundos. El estilo de Ayla era más del tipo
“forcemos la perilla, movamos por un rato y veamos qué pasa”. Mordió su labio,
hurgando con la hebilla dentro del ojo de la cerradura, y… click.

Luego sacó un pañuelo (el que Nessa le había prestado antes para limpiar la sangre
de su nariz) y lo usó para prevenir cualquier rastro de huellas dactilares o aceite de la piel
cuando giró la perilla, abriendo la puerta suavemente. Aún estaba de rodillas, y esa fue la
única razón por la que lo vio.

Un cabello, cayendo silenciosamente hacia las losas desde el pestillo de la puerta.

Su cuerpo se enfrió. Era una trampa ordinaria y boba, del tipo que ella y Storme
habían usado para hacerse bromas; un jarrón de agua encima de la puerta principal, una
cuerda que, al tropezarse con ella, hacía que la tetera cayera al suelo estrepitosamente.
Esas trampas eran obvias, usadas para ahuyentar a un intruso. Para indicar una
advertencia.

Esta trampa era diferente. Sólo la persona que la había colocado sabría que había sido
alterada, que alguien había estado en la habitación. Kinok no quería asustar a sus intrusos.
Él sólo quería saber si había alguno. Por alguna razón, eso se sentía mucho más siniestro.
Ayla se estremeció y levantó el cabello, colocándolo cuidadosamente en su bolsillo para
reemplazarlo cuando saliera, de la misma manera en que Kinok debió haberlo hecho.
Luego, ella entró.

El dormitorio en sí era casi igual al de Crier. Había una cama justo como la de ella,
grande y con dosel de lino. Un espejo, una bañera, un gran baúl de madera en una esquina.
Sin embargo, Kinok no mantenía fuego en la chimenea, así que la habitación estaba tan
fría que Ayla estaba temblando en su delgado uniforme de doncella. Y había un solo tapiz.

Buscó metódicamente, comenzando en una esquina y continuando desde ahí,


buscando mapas, dibujos, símbolos o libros que pudieran contener información sobre el
Corazón de Hierro. Piensa como él, se dijo, envolviendo el pañuelo en su mano otra vez,
con los dedos rozando la tapa del baúl de madera. Piensa como un Automa.

Nada en el baúl más que ropa y monedas sueltas. Nada dentro o alrededor de la
bañera, el espejo, la estantería de libros medio vacía, la chimenea… Ayla revisó cada
superficie, cada rincón, cada sombra. La ropa de cama, el baño, las cortinas; incluso se
arrastró bajo la cama para ver si había algo guardado en el armazón de la cama… nada.

Desconcertada y poniéndose más nerviosa con cada minuto que pasaba, Ayla
finalmente se volvió al tapiz. Era hermoso, una escena tejida de músicos tocando para
una chiquilla de ojos dorados. Ayla tocó los bordes del tapiz, lo levantó de la pared para
revisar detrás… pero cuando lo hizo, no vio la pared de piedra que esperaba. Vio papel.

Con el corazón en la garganta, agarró el tapiz con ambas manos y lo sostuvo sobre
su cabeza, tratando de ver la totalidad de lo que se estaba escondiendo detrás.

Primero, Ayla pensó que era un mapa. Pero entonces se dio cuenta de que no, era
demasiado escaso; no había tierra ni océano azul. ¿Un mapa estelar? Entrecerró los ojos
en la oscuridad, tratando de comprender el diseño.

Y se quedó sin aire.

Kinok no estaba trazando estrellas.

Estaba trazando personas.

Ahí, esbozados en perfecto detalle, había caras humanas. Cientos de ellas, cada una
hecha en tinta negra, no más grande que una moneda de cobre. Le tomó un momento a
Ayla ver una cara que reconoció: Nessa. Y allí, a una mano de distancia: Thom, el esposo
de Nessa, quien cuidaba de los huertos. Estaban Laurel, Gedda y Rie, de las cocinas. El
dibujo de Rie incluso tenía la profunda cicatriz que su ojo izquierdo tenía.

Estaba Yoon, de las cocinas, Idric, Una y Jack. Cada dibujo estaba conectado a otros
dibujos por hilos de diferentes colores: rojo, azul, dorado. A unos pasos de distancia
realmente se veía como un mapa estelar, un cielo nocturno lleno de constelaciones.
Nessa y Thom, los amantes no tan secretos, estaban conectados por un hilo rojo.
Gedda y su amigo más cercano, otro mozo de establo llamado Ket, estaban conectados
con azul. Laurel y su hermanita, Edy, con dorado. Los hilos se estiraban por todo el mapa,
docenas y docenas de ellos, superponiéndose, creando una vasta y compleja red de…
relaciones.

Con una creciente sensación de horror frío y enfermo, Ayla buscó en el mapa una
cara específica.

Benjy.

Había líneas azules conectando a Benjy con un par de sirvientes. Sin líneas doradas:
sin familia.

Una sola línea rojo sangre brillante corría como una vena por el mapa.

La cara al otro extremo era Ayla. Esta se quedó mirando la diminuta descripción de
sí misma: su cara redondeada, su cabello negro tinta. El hilo rojo se sujetaba en su
garganta.

Ridículamente, su primera reacción fue una vergüenza ardiente. ¿Kinok pensaba que
ella y Benjy eran amantes? ¿Por qué? Ellos nunca habían sido nada más que amigos,
nunca habían ido más lejos y no lo harían. No podían. (Hubo un momento en el que Benjy
presionó sus frentes juntas, y por un momento, Ayla pensó: “No”). Por años, Ayla había
tratado de hacer lo posible por mantener a Benjy a un brazo de distancia. Sabía que incluso
la amistad te hacía más débil, hacía que las decisiones duras sólo fueran más duras, en un
mundo donde tenías que ver por ti mismo primero.

¿En cuanto al amor? Eso era peor que una debilidad.

El amor te rompía. Después de todo, era el amor, en verdad, lo que había hecho a
Ayla llorar por semanas después de la muerte de su familia, la había hecho acurrucarse,
incapaz de moverse. El amor era lo que te hacía invitar a la muerte, desearla, ansiarla,
sólo para poder ser liberado de tu propio dolor.

Una vez que Rowan la había hecho ponerse de pie y le había dado un nuevo inicio,
Ayla se había jurado que no dejaría que el amor la rompiera de nuevo.

Ella se estremeció ahora y se inclinó más cerca, su nariz casi rozando el mapa. No
podía evitar notar que su cara era la única en el mapa que tenía sólo un hilo conectado. El
resto de las caras de tinta tenían hilos de todos los colores ramificándose: amigos,
hermanos, amantes.

Lentamente, como en un trance, Ayla continuó buscando rostros familiares. Había


muchos que ella reconocía a medias, gente que había entrevisto en Kalla-den, aldeanos y
comerciantes. ¿Estaba Rowan en este mapa? ¿Estaba Faye?

¿Estaba Luna?

¿Qué color obtenías cuando estabas conectado a un cadáver?


Ayla se paró de puntillas, buscando. Ahí. Faye, con sus ojos salvajes. Había un hilo
negro conectado a ella. Ayla lo siguió… pero la cara al otro lado del hilo de Faye había
sido tachada. Su hilo negro conducía a nada.

Esa debió haber sido Luna.

Ayla se quedó mirando la marca tachada que una vez había sido el rostro de Luna,
deseando que la verdad no fuera la verdad, pero era demasiado tarde; ella ya lo había
deducido; sabía por qué el hilo era negro; era horrible y repugnante, y la única explicación
que tenía sentido.

¿Por qué Kinok mantenía ese mapa? ¿Qué bien le hacía saber todas esas conexiones?

A menos que… a menos que estuviera usando las relaciones humanas contra ellos de
alguna manera, para mantenerlos en orden, para mantenerlos bajo control.

El pensamiento la golpeó como el retumbo de un trueno. La respuesta al misterio de


la muerte de Luna.

No había sido un castigo por algo que Luna había hecho. “No fue ella, no fue ella”,
había dicho Faye.

Porque Luna no había hecho nada malo.

La muerte de Luna había sido un castigo por algo que Faye había hecho.

Para eso era ese mapa. Para encontrar las debilidades de los humanos…

Eso iba más allá de lo cruel, más allá de lo enfermo.

Era el trabajo de un maestro manipulador.

Dioses, con razón Faye había enloquecido. Llévenme en su lugar, había gritado.
Mátenme en su lugar.

Un crujido en el pasillo fuera de la puerta de Kinok trajo a Ayla de vuelta al presente.


Dejó caer el tapiz y saltó lejos del mapa, presionándose contra la pared. Afortunadamente,
nadie entró. Las pisadas pasaron por el corredor. Ella no estaba a salvo ahí. Sin aliento,
con los oídos pitando, se escurrió fuera del dormitorio de Kinok. Volvió a colocar el
cabello en el pestillo. Cerró la pesada puerta de madera detrás de ella. Luego,
prácticamente bajó corriendo por el corredor, lejos de esa helada habitación, de la
chimenea apagada y del mapa de rostros.

Giró una esquina y siguió por un pasillo angosto, corriendo a ciegas en busca de las
escaleras que la llevarían arriba hacia la luz y el calor, con su respiración saliendo en
ásperos jadeos.

Trató de registrar las vueltas mientras se apresuraba por los corredores (izquierda,
izquierda, derecha), pero todo lo que podía mantener en su cabeza eran los dibujos, las
diminutas pecas de Benjy y su propio cabello de tinta, y perdió su camino: Izquierda y
luego derecha… no, derecha y luego derecha. Estaba irremediablemente desorientada.
Entonces, llegó al lado de una puerta con una aldaba de oro en forma de un arpa.

La sala de música.

Buscó en su bolsillo y agarró la fría llave de metal que Crier le había dado. Jadeando,
casi la hizo caer dos veces antes de finalmente insertarla en la cerradura. Pero esta giró,
la puerta se abrió, y ahí estaba: la sala de música.

Su suspiro de alivio momentáneo se desvaneció en otro sentimiento conjunto:


asombro. Miedo. Crier no había exagerado con lo del grosor de las paredes. Mientras
cerraba la puerta detrás de ella, el silencio de la habitación la envolvió como una criatura
viva, o como terciopelo presionado sobre su boca. El interior de la sala de música era
hermoso; espacioso y con un alto techo abovedado. Ayla podía distinguir las oscuras y
grandes formas de lo que debían ser dos docenas de instrumentos musicales, incluso más,
colgando en las paredes. Pero, el silencio. Se sentía algo familiar, como una tumba. Le
tomó un momento entender a qué le recordaba ese lugar.

Otro lugar oscuro y vacío. Otro lugar donde había estado totalmente sola.

El hueco donde ella se había ocultado durante el ataque. Donde ellos habían asaltado
y habían tomado todo.

Ayla se hundió en una banca de cuero y abrazó sus rodillas hasta ponerlas bajo su
frente. No se había dado cuenta hasta ese momento de que su cuerpo entero estaba
temblando, pero en la calma de esa habitación no podía detenerse. Sintió que incluso algo
esencial para su ser, su venganza, comenzaba a temblar. Siempre había sido como un
constante fuego ardiente, pero ahora subía y bajaba, subía y bajaba, como si sus llamas
se hubieran encontrado con una suave lluvia.

Le tomó un momento darse cuenta de lo que era ese sentimiento: incertidumbre.

Justo antes del amanecer, Benjy sacudió a Ayla hasta despertarla con tal violencia que
casi, casi, la llevó de vuelta a aquel día.

Cuando abrió los ojos, él estaba cerniéndose sobre ella en la oscuridad. Su rostro
estaba pálido, su boca presionada en una línea blanca. Estaba agarrando el hombro de ella
con una mano. La otra mano estaba enredada en sus mantas, su puño apretado tan fuerte
que parecía que los huesos de sus nudillos estaban a punto de reventar fuera de la piel.

—Ayla —dijo—, ha pasado algo. Mataron a Nessa.

Ayla titubeó.

—Eso es imposible —se escuchó decir—. Acabo de verla en el palacio.

—No es imposible —dijo Benjy—. Son capaces de hacer lo que sea. Sabes eso mejor
que nadie. La gente está diciendo que los guardias trataron de tomar a la hija de Nessa,
Nessa luchó, y…
—¿Cómo es posible… que eso haya ocurrido…? —La voz de Ayla se rasgó. Sus
palabras la estaban estrangulando. Trató de cerrar los ojos, pero cuando lo hizo, fueron
los gritos de su hermano los que entraron a la fuerza en su mente, haciendo añicos la
oscuridad. El olor de carne quemada, de cenizas. El miedo paralizante y adormecedor.
Abrió los ojos. Ver era mejor que no hacerlo.

El rostro de Benjy estaba afligido, sus manos temblando de miedo, por furia o algo
mayor.

—Vamos. Sabes que no mentiría sobre esto. La gente vio su cuerpo, Ayla, Thom vio
su cuerpo.

—¿Pero por qué…? ¿Qué hizo…? ¿Por qué querían castigarla?

Benjy apretó la mandíbula.

—Oí que por allanamiento. Alguien dijo que habían encontrado su pañuelo en la
habitación del Scyre hace tres días. Supongo que pensaron que estaba husmeando.

Él continuó hablando, pero Ayla no estaba escuchando.

Habían encontrado su pañuelo en la habitación del Scyre.

Pensaron que ella estaba husmeando.

Su boca probó bilis, algo agrio, muerte y equivocación. Podía sentirla subiendo por
su garganta, iba a enfermarse, o tal vez sólo era la culpa, una cosa física en su interior,
estrangulándola como maleza.

Mi culpa, siguió pensando. Mi culpa. Era ella la que había entrado a hurtadillas. La
que había dejado el pañuelo allí como una bandera de rendición en el suelo, la maldita
evidencia. Ahora Nessa estaba muerta, Thom se había quedado viudo, y Lily, sin madre.

Ayla sacudió la cabeza.

—No.

—Mantén la voz baja —Benjy echó una mirada alrededor.

—Me tengo que ir —logró decir, luego estaba escapando, luego estaba en la puerta
y tal vez la gente la estaba mirando, pero no podía estar segura; y luego estaba afuera, su
ropa medio abotonado en el cuello y las muñecas. En la fría madrugada, donde la
oscuridad sabía a sal.

Encontraron el pañuelo de Nessa en la habitación del Scyre. En la habitación del


Scyre. ¿Por qué Nessa no les había dicho a las sanguijuelas que ella había dado su
pañuelo a otra persona, que ella nunca había puesto un pie en el dormitorio de Kinok?

Tal vez Nessa sí les había dicho.

Tal vez para entonces eso ya no había importado… O había sido demasiado tarde.

Habían intentado llevarse a su hija.


¿Vendrían por Ayla después?

¿Por Benjy?

Ayla pensó en su propia cara en la pared de Kinok. La de Benjy, su cabello en rizos


de tinta negra. Ese largo hilo rojo. Kinok sabía que Benjy era la única persona que a Ayla
le importaba. Si quería castigarla, sabía cómo hacerlo.

Se dobló por la cintura con una mano apoyada en la pared de piedra de los cuartos de
sirvientes, y vomitó en el pasto lleno de maleza, su estómago tenía espasmos, aunque no
salió nada más que un delgado hilo de saliva. Su estómago estaba demasiado vacío ya.

Si Nessa había hablado, Benjy estaba en grave peligro.

Si Nessa no había hablado, entonces ella había muerto por Ayla, debido a Ayla…

—¿Ayla? —la llamó Benjy desde atrás, y Ayla huyó.

Huyó de su rostro, sus pecas, sus ojos de ciervo, sus rizos negros como tinta.

Tal vez ya era demasiado tarde. El mapa. La línea conectándolos.

Giró la esquina de los cuartos de sirvientes y siguió corriendo, sus delgados zapatos
golpeando la compacta tierra. Corrió cruzando los jardines. Los huertos.

Y entonces los vio.

Ahí, colgando entre dos árboles en la entrada de los huertos. Donde cualquiera podría
verlos.

Los zapatos de Nessa. Y su pañuelo.

La sangre en el pañuelo (de la estúpida nariz de Ayla después de su encuentro con


Faye) se había secado y oscurecido, pero era inconfundible. El pañuelo ondeaba en la
brisa, pálido como el vestido de Luna, que parecía haber ocurrido hacía años y a la vez,
frente a los ojos de Ayla, una vez más.

Unos cuantos sirvientes estaban reunidos bajo los árboles. Estaban mirando los
zapatos y el pañuelo en silencio. Sólo observando.

Ayla podía oír su propia respiración salir demasiado fuerte y demasiado áspera en la
tranquilidad de la temprana mañana, pero no podía parar.

Malwin estaba entre la multitud. Era reconocible por su cofia blanca. Después de un
largo momento, ella volteó la cara del pañuelo y los zapatos, y se apartó con los hombros
encorvados. Antes de que Ayla se diera cuenta de lo que estaba haciendo, la estaba
persiguiendo.

Alcanzó a Malwin rápidamente.

—¡Oye! —La ira, la tristeza y el pánico que habían inundado sus venas se redujeron
a un objetivo. La hacían temblar con urgencia. Nessa se había ido. Pero Benjy seguía
vivo… por ahora. Tenía que asegurarse de que se mantuviera a salvo. Nadie más sabía
sobre el mapa de Kinok aún. No se lo había dicho a nadie.

Y nadie… nadie más iba a morir por ella, excepto Crier.

Malwin se dio la vuelta. Sus ojos eran salvajes, su rostro pálido.

—Tú —dijo ella. O más bien, pareció escupirlo.

Ayla lo ignoró.

—Has estado en el palacio más tiempo que cualquiera de nosotros —dijo—. Sabes
más que… más que cualquiera ahora, después de Nessa. . .

—¿Qué quieres? —escupió Malwin.

—Información. Sobre Nessa y lo que hizo, qué les dijo, qué hizo para que la
mataran…

—Robaste mi lugar —la boca de Malwin se torció—. Robaste mi trabajo, mi dinero.


No te debo nada.

—No lo estoy pidiendo por mí.

—Entonces toma este consejo —dijo Malwin, dando un paso dentro el espacio de
Ayla. Estaba tan cerca que podía olerla: hierbas y harina, como las cocinas. Su cabello
estaba húmedo de sudor debajo de la cofia blanca—. Pregunta por nadie más que por ti
misma. Que no te importe nadie más que tú misma. Esa es la única manera en que
sobrevivirás en este lugar.

—Malwin. . .

—Saben todo sobre nosotros —exhaló Malwin—. Todo lo que hacemos. Todos a los
que… —dio un paso atrás, sus puños apretados y temblando—. El Scyre siempre está
observando.

—¿El Scyre? ¿Qué sabes sobre Kinok?

—Oh, no quieres saberlo —siseó Malwin—. No quiero nada de lo que le pasó a


Faye. Viste lo que le pasó a su hermana.

—¿Faye…? —Ayla frunció el ceño, con el tapiz en el cuarto de Kinok y el mapa que
cubría rondando por su mente—. ¿Faye… le hizo algo a Kinok? ¿Es por eso que las
sanguijuelas mataron a Luna? ¿Es por eso que estás asustada?

—No quiero hablar de eso —susurró Malwin, sus ojos precipitándose alrededor—.
No quiero atraer las cosas malas hacia mí —entonces, se inclinó, hablando en apenas más
que un susurro—. Todo lo que sé es esto: sigue las manzanas de sol. Pero el Scyre
mantiene sus secretos a salvo. No lo estudies muy de cerca.

A salvo. Estudiar.

Ayla esperó, pero Malwin no le ofreció nada más.


—¿Y eso es todo lo que oíste? —dijo, tratando de que no se viera su frustración.

Malwin sacudió la cabeza.

—Eso es todo. Te dije que no era mucho. No ando husmeando por ahí —dijo
mordazmente—, porque no quiero que nadie más muera en este lugar, no por mi culpa.

—Por supuesto —dijo Ayla—. Gracias, Malwin.

—No vuelvas a acercarte a mí. No quiero estar conectada a ti —Malwin escupió en


el suelo a los pies de Ayla—. No voy a terminar como Nessa.

Y entonces se marchó.

Ayla se quedó ahí, de pie sola en medio de los jardines, y por un momento muy largo
no se movió. Quería llorar. Pero había perdido esa capacidad años atrás.

Benjy había querido unirse a la rebelión en el Sur con Rowan. Debió haber ido. Pero
ella le había dicho a Benjy que las probabilidades estaban al favor de los Automas. Que
la posición de Ayla como doncella era su oportunidad para una revolución real. Él le había
creído.

Ese sentimiento, el mismo que le había llegado en la sala de música esa noche, volvió
a ella. Ese subir y bajar. Ese miedo. ¿Había tomado la decisión equivocada?

¿Importaba?

Miró sus manos. Estaban temblando.

Rowan. Ella quería hablar con Rowan en ese momento, necesitaba su consejo,
ansiaba su presencia y el sentimiento de que, sin importar qué pasara, ella estaría ahí para
vendar sus heridas, para ponerla de pie otra vez. Rowan, quien la había metido en esto en
primer lugar… quien se ya se había ido a investigar el levantamiento en el sur. Para
zambullirse de cabeza en la visión de justicia en la que creía.

Rowan no estaba ahí para consolarla, pero ella fue la razón por la que Ayla supo lo
que tenía que hacer.

Después de todo, ella había aprendido algo hoy. Que Kinok tenía un estudio,
separado de su habitación. Y que, en ese estudio, había algo a salvo.

Una bandada de pájaros pasó por el cielo, piando en el amanecer.

Ella había llegado tan lejos, y lo sabía:

No había vuelta atrás ahora.


9
La luz del alba relucía de manera extraña la mañana siguiente al día en que los hombres
de su padre asesinaron a una mujer y colgaron sus zapatos en los árboles de las manzanas
del sol.
Al amanecer, cuando Ayla debía venir para despertarla, Crier ya se había enterado
del asesinato; y ni siquiera se lo había dicho su padre, sino nada más ni nada menos que
un criado aterrado que había entrado a su alcoba para atizar el fuego de la chimenea. Crier
estaba de pie en el centro de su habitación, desorientada y temblando a causa de una
combinación enfermiza de terror y furia y pena desgarradora. Sabía que cosas como estas
pasaban, a veces, en otros lugares, pero su padre nunca había ordenado que un castigo así
de extremo se llevara a cabo en años; y nunca uno de este tipo, por una razón tan insensata.
Crier se cubrió la boca con una mano, intentando calmarse. Quizá Hesod ni siquiera
había sido el que dio la orden. Quizá había sido un acto de rebeldía de parte de los
guardias. Sabía que no era posible, pero… eso la hacía sentir enferma. Saber que su padre
era capaz de algo así.
Con sus pensamientos moviéndose dentro de su cabeza como el mar, Crier esperó y
esperó y esperó a que Ayla tocara la puerta.
Pero Ayla nunca apareció.
Salió el sol, y Ayla no apareció.
Crier quería encontrar a Ayla más que ninguna otra cosa. Buscarla en los cuartos de
los criados y asegurarse de que estuviera bien. Pero Crier no podía bajo ningún concepto
llegar tarde a su primera reunión del consejo. Lo único que pudo hacer, al final, fue hablar
con una criada e indicarle que le llevara un desayuno completo (pan, fruta, queso, un
cuenco de miel) a la doncella Ayla, donde fuera que estuviera, e informarle que estaba
eximida de sus obligaciones por los próximos dos días. Aquello debió haberle
sorprendido a la criada, pero estaba entrenada para que no se le notara en el rostro. Se
limitó a asentir y a murmurar:
—Sí, Lady Crier.
Y se apresuró a caminar en dirección a la cocina.
No era mucho. No era suficiente ni de lejos. Pero si Crier no podía ver a Ayla, al
menos podía asegurarse de que tuviera el estómago lleno. Al menos podía ir a la reunión
del consejo. Al menos podía luchar contra esto, proponer y redactar más leyes que
protegieran a los humanos, que prohibieran matar a criados, a niños, a cualquier cosa, lo
que sea. Al menos podía hacer todo lo que pudiera para asegurarse de que esto jamás
volviera a suceder.
Por ahora, eso tendría que bastar.
El viaje en carruaje duró un poco más de tres horas, dejándole a Crier demasiado tiempo
para pensar en lo que había sucedido en el palacio; y en lo que podría pasar cuando
llegaran a la reunión del consejo. La primera vez que Crier entrevió la Sala del Consejo,
casi no había pasado tiempo desde que había sido Creada. Le tomó semanas enteras de
súplicas convencer a su padre de que le permitiera acompañarlo a la capital, e incluso
entonces, se le había prohibido entrar a la Sala del Consejo. Solamente se le había
permitido sentarse al lado de su padre en el carruaje, observando cómo los montes rocosos
pasaban, cediéndole el paso a carreteras comerciales más anchas y aldeas más grandes y
luego pueblos y finalmente a la mismísima capital, Yanna, la perla de Rabu, repleta de
gente y destellante bajo el sol primaveral. Era la primera vez que Crier veía una ciudad.
También era la primera vez que veía humanos que no fueran los criados de su padre. Aún
recordaba la manera en que caminaban, con las espaldas encorvadas, los ojos fijos en la
polvorienta calle. Llevaban ropas viejas y descoloridas por el sol, y tenían la piel
manchada de mugre, aceite y tierra.
—Hacemos muchísimo por ellos —había dicho Hesod—. Bajo nuestro mando,
prosperan. Antes de nosotros, estaban sumidos en el caos.
Crier había presionado sus pequeñas manos contra la ventana y echado un vistazo a
la multitud de humanos, observando cómo le abrían paso a la caravana de su padre. Cómo
se mezclaban y arremolinaban como cieno en el agua, de todos colores. Vio a una
muchacha humana que parecía tener su edad con brazos larguiruchos y cabello claro y
enredado. Tenía los pies descalzos y sucios. A dos calles de distancia, las construcciones
eran altas y lujosas, las calles carentes de basura y otros residuos humanos, eran las
tiendas operadas por Automas. La diferencia entre la parte humana y la parte Automa de
la ciudad era evidente, casi impactante. Se aferró a su cerebro como un anzuelo,
impidiéndole pensar en otra cosa. Su Especie vivía rodeada de lujos mientras los humanos
morían de hambre a sus pies.
Se sintió temblar mientras miraba por la ventana del carruaje. Traquetearon sobre las
calles adoquinadas y franquearon las enormes rejas del Palacio Antiguo en el corazón de
la ciudad.
El mismo había pertenecido una vez a un rey humano, y ahora le pertenecía al
Consejo Rojo. El palacio en sí estaba hecho de roca de color coral, y brillaba bajo la tenue
e invernal luz del sol, casi demasiado radiante para mirarlo directamente. Era allí donde
Crier, al igual que todos los demás nobles, habían sido Diseñados. Allí había trabajado su
padre con Diseñadores y Creadores para crear sus planos antes de enviarlos a la Sala de
Creaciones. Cuando era más pequeña, le gustaba imaginarse a su padre recorriendo la
ciudad y los jardines del palacio y los largos pasillos con techos de vitral, pensando en el
tipo exacto de hija que deseaba crear.
Ahora, pensar en su Diseño provocaba que Crier quisiera quitarse su piel Creada a
tiras. No podía pensar Diseño sin pensar Falla.
El interior de la Sala del Consejo era enteramente blanca. El suelo, las paredes, las
dos mesas largas que cruzaban la totalidad de la sala, incluso las cincuenta sillas que
rodeaban las mesas; absolutamente todo estaba hecho de un mármol tan blanco como la
nieve y perfectamente prístino, de alguna manera aún más blanquecino y limpio que el
resto del palacio. Las ventanas se alineaban en las paredes, mirando al este; el sol
mañanero entraba por las mismas, dibujando brillantes cuadrados de luz sobre las mesas.
Había motas de polvo flotando en el aire, pequeñísimos destellos. El único color que se
advertía en la habitación, además de las vestiduras de los cincuenta Manos Rojas, que se
encontraban de pie tras sus respectivas sillas, venía de una bandera de guerra. Colgaba de
la pared norte, a un extremo de la mesa, rasgada y sucia, con uno de sus bordes quemados
y achicharrados.
Crier había visto pinturas de la bandera en esta sala. Era una reliquia. Un momento
de la historia, cristalizado, real. Esta bandera (una franja negra en la parte inferior en
honor al Corazón de Hierro, una franja violeta oscuro sobre ella, del color de la sangre
Automa; cuatro líneas blancas verticales para representar los Cuatro Pilares) era la
bandera original que el general Eden había cargado al luchar en la Guerra de Especies.
En algunos cuadros, la bandera de guerra se veía nueva y gloriosa, ondeando al viento en
lo alto del campo de batalla. En otros, estaba bañada de sangre roja humana.
Cuando Crier y Hesod entraron a la Sala del Consejo, los demás Manos Rojas
inclinaron la cabeza al unísono. Crier echó un vistazo a lo largo de la mesa, recorriendo
con su mirada los rostros familiares de las demás Manos (cincuenta caras que
representaban a las varias ciudades y regiones de Rabu y las pocas porciones del Norte
Lejano que estaban habitadas), todos portando la misma expresión de solemnidad. Los
observó, asimilando lo que veía… y luego volvió a mirarlos. Y otra vez más.
Faltaba alguien. ¿Dónde estaba la concejala Reyka? Crier había estado deseando
verla. Para ver si, en efecto, había leído los ensayos de Crier, y por qué no había
respondido.
Y había una cara extra en la mesa. Kinok.
Crier sabía que estaría allí. Había viajado en un carruaje separado, empujado por sus
propios caballos grises del oeste de apariencia monstruosa. Crier no tenía idea de por qué
siempre insistía en viajar aparte, pero no había hecho preguntas al respecto. Podían ser
aliados, y estar comprometidos, pero aun así no tenía deseos de pasar tres horas en una
pequeña caja traqueteante con él.
Ahora, sin embargo, notó que se había aprovechado del hecho de haber llegado antes
que ellos. Ya había elegido un asiento en la mesa: la silla que se encontraba directamente
a la derecha de la de Hesod. En la Sala del Consejo, aquellos que se sentaban más cerca
de la cabecera (es decir, del padre de Crier) eran los más importantes, los más influyentes.
Y allí estaba Kinok, el recién llegado, un joven a comparación, de pie detrás de la segunda
silla más importante de la habitación como si de una estatua inamovible y orgullosa se
tratase.
¿Les parecía bien aquello a todos los demás Manos?
¿Y dónde estaba Reyka?
—Crier —dijo Hesod, regresándola a la realidad—. Quédate aquí.
Confundida, Crier se mantuvo en su lugar, apenas pasando la puerta, mientras su
padre se dirigía hacia su asiento en la cabecera de la mesa. En cuanto estuvo de pie tras
la silla de mármol blanco, la bandera de guerra lo enmarcó en negro y violeta.
No había ninguna otra silla libre. Crier se sintió avergonzada de lo mucho que tardó
en caer en la cuenta de que se suponía que debía quedarse en la puerta durante toda la
sesión, como si fuera un guardia. O una sirvienta.
Pero soy su hija. Era un pensamiento patético, proveniente de algún punto débil y
pequeñísimo en su interior.
Se suponía que iba a ser una de ustedes.
Pero no lo sería. Se quedó allí parada, en silencio y humillada, mientras su padre
saludaba a los demás Manos. Todo esto le salía bien: avivar la sala, mirar a todo el mundo
a los ojos, estrecharles las manos, haciéndolos sentir vistos y escuchados. Era un político
habilidoso. Un líder natural, capaz de cambiar la opinión de cualquiera en el curso de una
sola conversación; capaz de hacer que cualquiera lo siguiera.
Cuando Hesod ordenó, los Manos se sentaron. Solamente Crier se mantuvo de pie,
horriblemente fuera de lugar, con la piel ardiendo de la vergüenza. Pero ni siquiera
aquello pareció importar. Nadie, ni siquiera Kinok, la había mirado siquiera; no había
recibido ni una simple mirada, ni medio segundo de reconocimiento de que se encontraba
en la sala. Era como si Hesod hubiera entrado solo. Como si Crier simplemente no
existiera. En todas sus fantasías (cuando se había atrevido a imaginar todo esto) había
estado sentada en el asiento en el que ahora se encontraba Kinok. A veces, hasta se
imaginaba en la cabecera de la mesa. En sus ensoñaciones, todas las Manos la saludaban,
inclinando sus cabezas, y ella llevaba puesta la toga escarlata, y cuando alzaba la voz toda
la sala la escuchaba.
Ni una sola vez se había imaginado de pie en la entrada, sintiéndose torpe y
totalmente apartada de la reunión. Una observadora inútil e invisible.
Está bien, intentó decirse. Es tu primera reunión. Al menos estás dentro de la sala.
Al menos tienes permitido hablar.
Hesod dio comienzo a la sesión. Primero los Manos reportaron los últimos
acontecimientos mundanos de sus respectivos distritos. Luego Lady Mar, a quien Crier
siempre había encontrado fascinante, hasta el punto en que había realizado el esfuerzo
consciente de seguir los detalles del ascenso al poder de Mar en la parte occidental de
Rabu, se puso de pie, con ambas manos sobre la mesa.
—No tiene sentido postergarlo —dijo—. Nos hemos reunido por una razón. El
Consejo se ha mantenido en silencio, inactivo, durante demasiado tiempo, mientras una
nueva guerra comienza a gestarse en todo el reino.
—¿Te refieres a los levantamientos humanos? —preguntó el concejal Yaanik—.
Difícilmente diría que hemos sido inactivos. Los levantamientos son pequeños, trabajo
de unos pocos humanos radicales haciendo un berrinche. Siempre nos hemos encargado
de ellos rápidamente y sin piedad.
—No hablo de los humanos —dijo Mar—. Me refiero al Movimiento Anti-
Dependentista.
Las miradas de varios de los Manos se desviaron hacia Kinok. El mismo, no obstante,
no mostró reacción alguna.
—Con todo respeto, majestad —continuó Mar, inclinando la cabeza en dirección a
Hesod—, me parece imprudente que el Scyre asista a esta reunión en absoluto. Es la cara
del Movimiento. La cara de la violencia, de la controversia. Sus asambleas políticas
terminan en disturbios por órdenes suyas; o, al menos, por su fracaso a la hora de condenar
tal conducta.
¿Disturbios? Crier no había escuchado hablar de ningún disturbio. Como era de
esperar, su cabeza saltó de inmediato a los Levantamientos del Sur; a causa de cuya
represión Kinok había ganado su fama.
—Es cierto —añadió la concejala Paradem, del Norte Lejano. Crier no sabía cuántos
años tenía, pero era visiblemente mayor que el resto de los Manos. Su piel tenía una cierta
opacidad, y sus ojos parecían nublados. Llevaba la cabeza rapada, quizá para ocultar el
hecho de que su cabello había perdido su color. A veces, cuando sostenía una pluma, le
temblaban las manos. —Asistí a una de las asambleas Anti-Dependentistas una vez, hace
un año —dijo—. Esperaba que fuera una reunión de mentes cultas, pero en cambio me
encontré en medio de una multitud de cientos pidiendo por el cese total de nuestra relación
con la humanidad. Era vulgar. Caótico. Algo que esperaría de los humanos, no de la
Especie superior. ¿Y cuál es la tesis de su pequeño movimiento, Scyre? ¿Crear una nueva
capital? Jamás funcionaría.
Mar asintió.
—La guerra ha terminado hace mucho. Con un gobierno capaz, los humanos pueden
contribuir a la sociedad —sus labios se curvaron ligeramente, divertidos—. ¿Hasta dónde
llega esta “anti-dependencia”? ¿Deberíamos matar a los caballos y al ganado?
¿Deberíamos hundir el Corazón de Hierro en el mar? ¿Deberíamos construir nuestras
viviendas muy hondo bajo la tierra para evitar el contacto con el sol?
—Eso depende, concejala —dijo Kinok, alzando la voz por primera vez. Tomó lo
que parecía un reloj de bolsillo, alzándolo a la luz y dejándolo colgar de su mano como
el péndulo de un hipnotizador. Parecía tener la muy clara intención de asegurarse de que
todos los Manos pudieran verlo, y para la sorpresa de Crier, todos parecían saber qué era.
Y no solo eso, sino que la simple visión del reloj de bolsillo provocó que todos se
enderezaran y clavaran sus miradas en Kinok, prestándole su total atención. —¿Los
caballos y el ganado conspiran para asesinarnos en nuestras camas y prender fuego
nuestras viviendas? ¿El Corazón de Hierro habla en código, planeando la próxima
revuelta? ¿El sol almacena cuchillos y herramientas de agricultura, cualquier cosa que
corte, y entra en las Salas de Creaciones en el medio de la noche? —Recorrió la sala con
la vista, calculador, y cada uno de los Manos le devolvió la mirada. Embelesados. —Los
gobiernos capaces aplican solamente a nuestra Especie, no a los humanos. Es imposible
gobernar a una bestia rabiosa. Son violentos, y con cada día que pasa, se vuelven más
violentos; más organizados, más poderosos. Los humanos son peligrosos. Podemos
preferir creer que jamás podrían hacernos daño, pero pueden; y lo han hecho. No tiene
nada de vergonzoso aceptar una amenaza… y removerla.
La imagen de zapatos colgando de las ramas del árbol de manzanas del sol resurgió
en la cabeza de Crier. Vaciló por un momento, sabiendo que no le correspondía hablar,
pero…
—Sí, algunos humanos pueden ser peligrosos —dijo, asombrada al oír que su voz no
temblaba. Todos los rostros giraron en su dirección, con expresiones impasibles. En una
sala llena de Automas silenciosos, era difícil adivinar lo que estaban pensando, y muy
sencillo sentirse víctima de burlas. Crier enderezó la columna, parándose en toda su
altura, intentando verse tan imponente como su padre. Pero con mucha frecuencia
parecería que los castigamos por infracciones menores con… con tortura, confinamiento,
e incluso la muerte.
Podía sentir los ojos de su padre clavados en ella.
—Fuimos creados para ser la Especie iluminada —continuó Crier, obligándose a
echar un vistazo alrededor la habitación, a mirarlos a todos a los ojos. Era esto lo que
había estado esperando, ¿no? No podía permitir que el miedo la silenciara. —Fuimos
creados para ser más que humanos, mejores que los humanos, pero… ¿realmente somos
mejores si recurrimos a violencia insensata tan fácilmente? ¿Hasta dónde estamos
dispuestos a llegar? No deberíamos…
—Hija —la interrumpió Hesod.
La boca de Crier se cerró de inmediato. Sintiendo el cuerpo frío, finalmente miró a
su padre, solo para verlo devolviéndole la mirada. Pero la expresión en su rostro no
denotaba enojo; era una cuidadosa máscara.
Había visto aquella expresión muchísimas veces, al reaccionar a sus ensayos. A sus
pensamientos. A sus ideas.
—Mis disculpas —dijo Hesod, dirigiéndose a la totalidad de la sala—. Mi hija cree
que es más sabia de lo que su edad le permite.
Unas tenues risas se oyeron alrededor de la sala.
—Probaría que es más sabia, entonces —dijo la concejala Shen—, si trabajara en el
estado actual de los asuntos de la población humana. Como bien sabemos, ha habido
reportes de más revueltas en Tarreen. Uno de nuestra Especie murió esta vez. Su cabeza
fue cortada y quemada.
Varios de los Manos expresaron su repugnancia en voz alta.
—Y ese ni siquiera ha sido el incidente más reciente —dijo otro de los Manos—.
Hace tan solo dos días, a veinte leguas al sur. Todos los sirvientes de una granja atacaron
a su amo. Las bajas fueron todas humanas, pero estuvieron muy cerca.
Y así como así, la sala previamente silenciosa y solemne se convirtió en cincuenta
personas hablando al mismo tiempo. Muda y humillada, Crier los escuchó discutir,
algunos sensatos y elocuentes y otros dejándose llevar por la ira. La única persona que no
estaba hablando era Kinok. Estaba reclinado contra su silla de mármol, observando el
caos frente a él con ojos fríos y entretenidos. Aún estaba sosteniendo el reloj de bolsillo,
girándolo en sus dedos… y Crier finalmente pudo verlo bien. Se dio cuenta entonces de
que no era un reloj.
Era una… ¿brújula?
—¡Suficiente! —dijo finalmente Hesod.
Las voces se extinguieron hasta convertirse nuevamente en un silencio penetrante.
—Hay asuntos de los que ocuparse —dijo Hesod—. La reina Junn de Varn ha
solicitado formalmente…
—¿La Reina Loca? —murmuró alguien.
—¿Qué hay de las revueltas? —exigió Shen.
—¿Y qué hay de Reyka? —dijo otro, y Crier alzó la cabeza de inmediato (¿y qué con
Reyka?), pero Hesod ignoró las interrupciones.
—La reina ha solicitado formalmente una visita de diplomacia —dijo—. Para
comenzar el proceso de remendar las relaciones fracturadas entre nuestras naciones.
Desea viajar desde nuestra frontera compartida hasta la ciudad de Yanna, presentando sus
respetos a cada uno de los Manos Rojas en el camino.
Crier se inclinó ligeramente hacia adelante, con los ojos de par en par. La reina Junn,
¿aquí?
La mujer a la que todo el mundo llamaba loca.
La mujer cuyo poder Crier siempre había codiciado, a quien siempre había añorado
conocer.
—¿Por qué ahora? —añadió Paradem—. ¿Por qué venir ahora? ¿Qué ha cambiado?
—No confío en ella —dijo Mar—. Por algo se la conoce como la Reina Loca. Es
famosa por ser volátil, impredecible. Nuestro equilibrio ya es precario de por sí.
Crier no pudo soportarlo.
—Su majestad la Reina Junn no es volátil —dijo a todo volumen, su voz penetrando
la habitación. Los Manos Rojas se giraron para mirarla al unísono, algunos de ellos
pestañeando como si hubieran olvidado completamente de que estaba presente. —
Gobierna de manera rauda e intensa, pero jamás de manera imprudente. He estado al tanto
de lo que sucede en su corte durante años. Si dice que quiere remendar las relaciones con
nuestro reino, debe decirlo en serio. Ninguna de sus acciones durante los dos últimos años
ha contradicho aquel deseo de reconstruir nuestra relación, o al menos de construir una
alianza militar. Hace ya mucho que se ve venir.
—Entonces imagino que te contentará saber que la reina ha realizado otra petición
—dijo su padre. Era imposible leerle los ojos. —Aparentemente está bastante interesada
en conocerte a ti.
Inexplicablemente, Crier sintió cómo se le entibiaban las mejillas. Antes de que
siquiera pudiera comenzar a procesar lo que había dicho su padre, el consejo ya había
cambiado de tema para hablar de la nueva información.
La concejala Reyka había desaparecido.
Crier estaba tan sumida en sus pensamientos sobre Junn (la Reina Loca, la
Devoradora de Huesos, la despiadada, quería conocer a Crier), que le tomó un segundo
procesar aquella nueva información.
—¿Reyka? —soltó, entre los murmullos de asombro de parte de los demás Manos.
Reyka, su mentora, su amiga, si es que un Automa podía usar tal palabra; Reyka, quien
nunca le había respondido cuando Crier le había enviado sus ensayos políticos. ¿Podría
ser por esto? ¿Había desaparecido hacía semanas sin que nadie lo supiera?
Las preguntas volaban de las bocas de los demás Manos, pero Hesod no parecía tener
respuestas. Reyka había… desaparecido. No había un cuerpo, ni un pedido de rescate, ni
señal alguna de altercados, al menos por lo que sabían; simplemente había desaparecido.
Se había esfumado en la noche. No había manera de saber dónde estaba, o por qué se
había ido, o cuándo (si) regresaría.
—Quizá finalmente se haya unido a los humanos —dijo el concejal Shen—. Ahí es
a donde pertenece, ¿no es así? Siempre discutía en nombre de los humanos, siempre
estaba tan preocupada por la humanidad. No me sorprendería que renunciara a su propia
Especie, se pusiera un uniforme de criada, y fuera a trabajar en los campos.
Se oyeron algunas breves risas. Crier sintió una ola de nerviosismo. ¿Dirían lo mismo
de ella? ¿Había leído alguno de ellos su ensayo acerca de la redistribución de
representación? Cuando lo había escrito, se había sentido como una teoría. Honesto, pero
inofensivo. Solamente ahora se le ocurrió que podría haberles sonado amenazante a los
demás Manos. Quizá había provocado que creyeran que discutía porque le importaba la
humanidad.
Y así era.
Igual que a Reyka.
—Quizá se les unió, pero no por decisión propia —dijo Kinok, y las risas se
apagaron—. No sería la primera vez que alguien de nuestra Especie es secuestrado por
rebeldes humanos. Harían lo que fuera para hundirnos, para debilitarnos —hizo una
pausa—. Por otro lado, quizá el concejal Shen tenga razón. Es extraño que la concejala
Reyka fuera tan… apasionada cuando se trataba de humanos, ¿no es así?
Dijo aquello como si fuera un chiste, y los Manos así lo consideraron, sonriéndose
los unos a los otros.
Solamente Crier se quedó helada, horrorizada. Apasionada.
De repente, en donde una vez había visto un potencial compañero, un defensor, vio
entonces a Kinok por lo que realmente era. Un maquinador. Había fingido ser su aliado,
somos usted y yo, Lady Crier, pero un aliado no haría algo así. ¿Cierto? Crier sabía que
era ingenua, pero no era estúpida. Un aliado no usaría su secreto más oscuro contra ella
de esta manera, para su propio entretenimiento. Un aliado no se reiría de la concejala
Reyka, la cual ni siquiera estaba presente para defenderse. No. Crier no podía, no iba, a
confiar en Kinok. No podía quitarle los ojos de encima a la reluciente brújula que colgaba
de sus manos, como un trofeo de algún tipo. Todos los demás la miraban de vez en
cuando, también; rápidas miradas furtivas, algunas curiosas, otras recelosas, otras casi…
celosas.
—Lamentablemente —dijo Hesod, nuevamente alzándose sobre el ruido—, hasta
que Reyka decida reaparecer, el consejo tendrá un asiento desocupado.
Crier sintió cómo el corazón se le subía a la garganta.
¿Es por esto que finalmente aceptó permitirme asistir a una reunión?, pensó, sin
poder evitarlo, e inmediatamente se avergonzó de sí misma. Reyka había desaparecido, y
era posible que estuviera en peligro. No era momento de pensar en sus aspiraciones
políticas.
—Con el clima político actual, la decisión más sabia parece ser llenarlo tan pronto
como sea posible, incluso aunque asumamos que Reyka regresará —continuó Hesod—.
Ya tengo un candidato para ser nuestro nuevo Mano, pero aun así llamaré a votación.
Crier recorrió la sala con la mirada, estudiando los rostros que llegaba a ver. Mar,
Shen, Shasta, Paradem, Laone… todas caras que había admirado desde que apenas había
sido creada. ¿Sería este finalmente el momento en que se uniría a ellas, después de tantos
años? Siendo la hija del soberano, era la opción obvia. Sintió la anticipación
hormigueando bajo su piel, incluso a pesar de la preocupación que aún sentía por Reyka.
Si se convertía en una de los Manos, encontrar a Reyka sería lo primero por lo que
lucharía.
—Quienes estén a favor, digan “a favor” —dijo su padre.
Los Manos Rojas aguardaron. Crier contuvo la respiración.
—Para ocupar el asiento vacío de la concejala Reyka —dijo Hesod—, nomino al
Scyre Kinok de las Montañas Occidentales.
Kinok.
Por supuesto.
El dolor que se arremolinó en el estómago de Crier fue casi insoportable… que ni
siquiera se le hubiera ocurrido a su padre pensar primero en ella.
Pero esta era parte de la estrategia, ¿no? Ofrecerle a Kinok una posición en el consejo
proveería… ¿qué palabra había usado? Estabilidad. Acceso. Poder. Era un gesto no solo
hacia Kinok sino también a todos los partidarios del M.A.D. Decía “Eres bienvenido entre
nosotros, y estamos todos del mismo lado”. Decía “trabajemos juntos.” También decía
“Te estamos observando.”
Una idea siniestra: ¿Y si su padre, o el mismo Kinok, habían tenido algo que ver con
la desaparición de Reyka? El momento en que había sucedido parecía demasiado
conveniente. Un asiento libre, justo ahora, cuando el movimiento de Kinok se estaba
volviendo más grande y Hesod estaba buscando una manera de reintegrar a los
inconformistas.
Intentó desterrar aquella sospecha oscura de su cerebro, pero persistió como un olor
fétido.
Crier se sintió entumecer de a poco mientras, una a una, todos los Manos Rojas
(excepto Mar y Paradem) decían “a favor”. Las voces resonaron por la sala de mármol,
formando ondas de sonido. Crier lo oyó, y lo comprendió, y aun así no pudo creerlo, no
pudo recuperarse.
—Está decidido, entonces —dijo su padre—. El concejal Kinok…
Y eso fue lo último que Crier oyó. Su cabeza se había llenado de un ruido sin
palabras, como el océano, o como el primer chaparrón en medio de una tormenta. Se
quedó allí parada, meciéndose como un bote a la deriva. Kinok había ocupado el asiento
de la concejala Reyka. Había ocupado su asiento. Kinok era el nuevo Mano Roja. Kinok
formaba parte del consejo, y ella no. Finalmente estaba en la sala de mármol y, sin
embargo, jamás había estado tan lejos.
En aquel momento, Crier cayó en la cuenta de que nunca sucedería. Su padre nunca
la tomaría en serio. Sin importar lo que hiciera. Literalmente la había creado para que
fuera su heredera, e incluso a pesar de eso, no era lo suficientemente buena.
Nunca, jamás, iba a formar parte del consejo.
Nunca tendría voz y voto a la hora de tomar decisiones sobre el futuro de su nación.
Solo había una cosa que la reina Thea amaba incluso casi la mitad de lo que amaba a su
hija Kiera, y ese era el pájaro cantor mascota de la reina. Se lo había regalado el rey de
Tarreen y, como tal, era una raza de ave que no se podía encontrar fuera de las selvas
del sur. Las plumas del pájaro eran de un azul profundo (el color del lapislázuli, solía
decir la reina) y cantaba al amanecer y al anochecer con una voz encantadora y trinante,
en su jaula dorada en el solario oriental, y la reina se sentaba a su lado y miraba y
escuchaba
Todos los días la Reina repitió este ritual. Al amanecer y anochecer. Hasta que una
mañana, cuando entró al solario, encontró a la pequeña Kiera comiéndose vivo al pájaro
cantor, con los huesos toscamente saliendo por su mandíbula, las plumas cayendo de sus
dedos al suelo como partes de cielo perfecto.
Más tarde, la reina Thea informó a la corte que Kiera no había hecho nada malo. Fue
culpa de la reina, dijo, por no educar adecuadamente a su hija. Fue solo un error, dijo;
Hay algunos animales que los humanos comen y otros no. Kiera, naturalmente, estaba
confundida. Ahora ya no lo estaba.
Pero fue esta doncella quien limpió la sangre, las plumas y los trozos de hueso del suelo
del solario oriental. Y esta doncella quien vio la duda en los ojos de la Reina desde ese
día en adelante. Vio cómo esa duda crecía y se pudría.

—DE LOS REGISTROS PERSONALES DE AMES, LA DONCELLA DE LA REINA


THEA DE ZULLA, E. 900, A. 9
10
Ayla pasó el día de la Luna del Segador acurrucada en su cama, paralizada con culpa.
Ella había deseado que al menos Crier no se hubiera ido a la capital. Casi deseó haberse
visto obligada a presentarse en las habitaciones de la lady y hacer la habitual letanía de
cosas sin sentido: preparar un baño a Crier, cepillar su largo cabello negro, planchar su
vestido, pintar su boca con un rojo suave. Al menos eso mantendría a Ayla en
movimiento, mantendría sus manos ocupadas, mantendría su mente fuera de Nessa. Haría
que evitara mirar paralizada y con indecisión a la comida que había sido traída temprano
por una muy sospechosa sirviente. Pan y miel, pescado salado, suave queso amarillo,
manzanas de sol, un paquete de nueces azucaradas. Era más comida de la que Ayla solía
ver en la semana. Ella no quería comerla. Se estaba muriendo de hambre, su barriga
retorciéndose. Pero comer sería como ceder. Cómo admitir algo, alguna necesidad.
¿Verdad?
Crier le había permitido a Alya quedarse. Le había dado el día libre. Ella nunca había
tenido un día libre antes, no desde que trabajaba aquí. Ella odiaba estar quieta. La culpa
la engullía, igual que el hambre. Una calmada, privada y despiadada forma de tortura. La
venganza había dejado sus manos ensangrentadas, pero no de la sangre correcta.
Sabía que debería estar haciendo. Ella debería estar dando lo mejor de sí misma para
encontrar el estudio privado de Kinok. Si él guardaba algunos documentos secretos
relacionados al Corazón de Hierro, algo que pudiera ser útil en la revolución, (un mapa,
planos, el gran libro de Corazonita, información sobre rutas de comercio) estaría ahí, en
la caja fuerte que Malwin había mencionado.
Y aun a solo unos pasos cerca de la puerta del lugar, un terrible escalofrío flotaba
sobre ella. Pavor, el recuerdo del pañuelo de Nessa. Sus pasos
Tal vez debería solo rendirme.
Pero si me rindo ahora, entonces ¿por qué razón he estado viviendo?
Sola, miró la luz del sol deslizándose sobre las paredes de los cuartos de los
sirvientes. Cuatrocientas camas vacías. Todos los demás estaban fuera, en los campos,
los jardines, los huertos, el palacio. La Luna del Segador, marcada por la última luna
creciente de la temporada de cosecha, la luna con la forma de una oz, significaba que las
semanas de trabajo en los campos estaban llegando a su fin y que era hora de prepararse
para el invierno.
Cuando los padres de Ayla eran pequeños, La Luna del Segador era celebrada con
tres días y tres noches de festivales y danzas y fiestas que duraban hasta el amanecer,
enormes fiestas en la plaza del pueblo, vecinos comiendo y riendo, sentados unos con
otros, sus rostros pintados en dorado. Cuando Ayla y Storme eran pequeños, ya no había
ninguna gran celebración, no con la constante amenaza de redadas. Pero la madre de Ayla
siempre trenzaba listones dorados en el cabello de Ayla y su padre cantaba canciones de
la cosecha, canciones de la luna y canciones de amor, y el fuego había sido tan cálido, y
todos ellos sonreían.
La cama de Alya estaba fría e incómoda. No solía sentir la soledad de esta manera.
Pero era más difícil, en esta época del año, ignorar el cementerio en su pecho. Más duro
aun cuando acababa de crecer ese dolor por dos cuerpos más.
La luz del sol se deslizó por las paredes y las tornó de un pálido amarillo a un oro
viejo a un naranja con el atardecer. En otra vida, Ayla estaría bailando justo ahora. En
otra vida, ella estaría vestida en ricos colores y su cara estaría pintada y su cabello sería
purificado con aceites, y ella estaría bailando en la plaza de la ciudad, y sus pies dolerían
y se sentiría tan bien, y no habría allí ningún peso en sus hombros. Sin odio, sin miedo,
sin muerte.
En esta vida, ella cerró los ojos.
Y los abrió casi un minuto después cuando alguien la golpeó fuerte en la frente.
—Benjy —ella chasqueó, moviendo su mano lejos e ignorando su cara sonriente—.
¿Qué es lo que quieres?
—¿Crees que te dejaré dormir durante la fiesta? —dijo, su mirada cayendo a su
cama—. De ninguna manera. Mírate, todos tus huesos se ven. Necesitas esto tanto como
el resto de nosotros.
Eso significaba que el día de trabajo había terminado. Los sirvientes renunciaban a
sus cenas para organizar las celebraciones secretas, en el bosque o en algún lugar lejos de
los alrededores cercanos. La reunión del consejo era una cobertura perfecta, enviando a
Hesod, Kinok y Crier lejos todo el día.
Pero Ayla ni siquiera podía digerir la idea de una celebración.
—No voy a ir.
—Oh, vamos, será divertido. Te distraerá, ya sabes —él empujó gentilmente su
hombro—. Habrá vino. ¿Recuerdas el año pasado?
—Sí, bebiste demasiado y te enfermaste en el océano.
— ¿No quieres verme hacer el ridículo?
—No, Benjy —dijo ella, mirando a un pequeño trozo de paja que sobresalía del
colchón, alejando sus ojos de los de él—, no voy a ir, no este año. Tú diviértete.
Él frunció el ceño.
—¿Cómo se supone que haga eso si no estás ahí?
—Benjy…
—Ayla —él dijo, ya no molesto, solo suave y suplicante—. Por favor. Siento que
difícilmente te veo estos días. Cuando lo hago, es porque algo terrible ha pasado. Te
extraño, eres mi mejor amiga, y yo… te extraño —él tomó su mano y la apretó—. Por
favor.
Mejor amiga.
Lo único en lo que ella pensaba era en el hilo que los conectaba en el mapa de Kinok,
roja ardiente como el fuego.
Ella miró sus manos unidas. Las de él eran mucho más grandes que las de ella, pero
eran similares en otras maneras: las uñas arruinadas, los callos, las marcas de trabajo.
Una sensación se apoderó de ella de nuevo, tan familiar como el rostro de Benjy: la
batalla entre estar cerca de él y alejarlo. Ser amiga de él y no ser amiga de nadie. ¿Cuál
era peor, vulnerabilidad o soledad? ¿El peligro de una amistad o la seguridad del total
aislamiento?
¿Qué había hecho la seguridad últimamente por ella?
—Bien —dijo ella finalmente—. Iré.
Aunque solo sea para detener sus súplicas. Aunque solo sea para seguir avanzando,
para dejar de pensar, para parar de cuestionar.
Él gritó, llevándola fuera a la acogedora oscuridad hacia la celebración, y ella lo dejó.
No había listones dorados en su cabello, pero había cajas de vino pálido y agrio, y
eso era igual de bueno. O mejor, quizás.
Ellos siguieron caminando hacia una de las cuevas, al pie de los acantilados donde
las festividades serían celebradas este año, un hueco con un suelo húmedo y arenoso.
Dentro de la cueva había un pozo de fuego, antorchas colgadas sobre las paredes de piedra
curvadas, dos niños tocando tambores caseros, el ritmo resonaba a través de la cueva, el
sonido se duplicaba con el sonido, tan profundo e incesante que Ayla se sintió extraña y
casi enferma por dentro. Abrumada. Había espacio para bailar a los dos lados de la cueva
y en la playa de arena negra, la marea golpeando y disolviéndose contra las rocas que
bordeaban la orilla, como guardias altos y de espalda recta.
El aire estaba lleno de motas de espuma blanca, el olor del tabaco y el vino y el rocío
del mar, el sonido de tambores y bailes y canciones antiguas de la cosecha cantadas en
cientos de voces. Todos estaban usando máscaras, algunas pintadas con oro o bermellón,
pero la mayoría estaban hechas de trozos y retazos de ropa. Estas personas eran sirvientes.
Cualquier lujo que tuvieran debía estar oculto, bien oculto.
En el momento en que ella y Benjy entraron a la cueva, un chico de la edad de Benjy
se acercó a ellos. El chico solo estaba usando una media máscara, una cosa plateada y
morada alrededor de sus ojos.
—¡Ben! —él dijo felizmente, apretando a Benjy en un abrazo.
Ayla se echó hacia atrás, cautelosa. Ella definitivamente nunca había visto a ese chico
antes, pero Benjy estaba abrazándolo, luciendo igualmente feliz de verlo.
Benjy revolvió el cabello del chico y dio un paso atrás, haciendo gestos entre él y
Ayla.
—Finn, esta es mi amiga más cercana, Ayla. Ayla, este es Finn —Finn. Ella recordó
las historias. Él y Benjy crecieron juntos en el templo cuando eran niños, mucho antes de
que Ayla conociera a Benjy. Finn había sido el primero en huir. Benjy había quedado
destrozado por ello, pero la ira era lo que lo había impulsado a irse también, años después,
Rowan los ayudó a encontrarse otra vez. Ellos se mantuvieron en contacto desde ese
entonces.
Benjy estaba sonriendo ampliamente, como un tonto feliz.
—Viajó aquí desde una finca al este y no he visto en casi dos años a este bastardo.
Finn rio.
—¡Como si me vinieras a visitar!
—Bueno, ¡al menos yo siempre respondo tus cartas!
—Oh claro—dijo Finn, rodando sus ojos—. Y solo te toma tres meses por carta.
Se empujaron el uno al otro, discutiendo con una fácil familiaridad. Ayla se echó
hacia atrás, silenciosamente, sintiéndose un poco perdida. Ella sabía que Benjy les
escribía cartas a personas que él conocía fuera del palacio, pero ninguno de ellos vino
alguna vez de visita. ¿Y recorrer todo ese camino solo por la Luna del Segador? Parecía
una locura. Las celebraciones eran un riesgo para ellos. No eran sancionadas, no eran
estrictamente ilegales, pero a ningún Automa le gustaba que los humanos se reunieran,
ya sea diez personas o cien. Lo veían como una amenaza.
—Esperen aquí, les traeré una máscara a cada uno —dijo Finn, y desapareció entre
la multitud.
Benjy se giró hacia Ayla, todavía sonriendo.
—Él no ha cambiado en nada. Sigue siendo el mejor amigo de todos en cada lugar
que va. Te apuesto una moneda que habrá alguna chica que esté detrás de él cuando se
haya ido, aunque solo se quede por una noche —su ánimo decayó al ver que Ayla no
contestaba—. ¿Estás bien?
—¿No es peligroso dejar la finca? —Ayla dijo—. ¿De verdad él viajó todo eso solo
por una fiesta?
—No solo por la fiesta —dijo Benjy—. Él vino hasta aquí para verme.
—Pero es peligroso —Ayla insistió.
Benjy estaba frunciendo el ceño ahora.
—¿Y qué? Vale la pena ¿no? Somos familia, es importante mantenernos conectados
el uno al otro. En caso que lo olvidaras, Ayla, esa es la razón por la que luchamos.
Mantenernos conectados. Una vez más, ella volvió a pensar en el hilo rojo en el
cuarto de Kinok.
—No tengo una familia. Y sigo luchando.
Su expresión se suavizó, él extendió la mano para tocar su hombro, su pulgar
presionó su clavícula.
—Pero tú tienes la memoria de ellos. Tienes ancestros, tienes historias.
—No realmente —dijo ella—. Toda la familia de mi padre está muerta y mi madre
nunca habló de su lado de la familia. Todo lo que sé de su línea familiar es que me
llamaron así por su abuela, eso es todo.
—¿El nombre de su abuela era Ayla?
—Siena Ayla —Ayla miró hacia otro lado, su mandíbula apretada—. Un nombre,
eso es lo único que tengo —agarró el relicario debajo de su camisa. Un nombre, y un
relicario.
—Ayla —dijo Benjy silenciosamente.
—¿Qué?
—Nada, solo estoy diciendo tu nombre. Ayla —él dio un paso cerca, dejando que su
nombre se volviera un murmullo a través de su piel—. Ayla. Eso es un regalo, es una
memoria. Y esa es la que no te pueden quitar.
Ayla sintió una extraña necesidad de reír, una memoria no era nada como un regalo.

Una memoria:
El día antes de las redadas, en una estúpida e infantil pelea, Storme y
Ayla se chillaban entre sí por ninguna razón, Ayla arrojando un puñado
de tierra y luego cuando eso no hizo que dejara de molestarla, ella arrojó
palabras. Te odio. Las escupió como agua envenenada. Te odio. Desearía
no tener ningún hermano. Deseo que te vayas para siempre. Ella estaba
tan enojada, su pequeño cuerpo agitado con ello. Y él se estaba riendo de
ella. Como el niño que él era. ¡Déjame sola! Gritó ella hacia él, y nunca
miró hacia atrás.
Y al día siguiente…

—A veces desearía no recordar nada —ella susurró, retrocediendo, su garganta


ardiendo—. A veces parece como si eso fuera mucho más fácil.
Benjy abrió la boca para replicar, pero justo en ese momento, Finn regresó,
presionando las máscaras en sus manos: un zorro para Ayla y una máscara de paja simple
para Benjy. Ayla se puso su máscara, inmediatamente sintiéndose más cómoda con su
cara oculta. La lana teñida le rascaba las mejillas.
Ellos se unieron a la fiesta, Finn gritando, riendo y arrastrando a Benjy detrás de él.
Una chica que ella reconoció de los establos le pasó a Ayla una copa de vino pálido. Sabía
terrible, ácido y agrio al mismo tiempo, pero se lo tomó de todas maneras. El vino quemó
todo el camino hacia abajo, una línea desde la garganta hacia el estómago, y para su
segunda copa Ayla estaba cálida y agradablemente alegre, flotando en su propia cabeza.
Los tambores pulsando en sus costillas. Cuando no estaba con Finn, Benjy la tocaba
ligeramente, guiándola a través de la multitud, con la mano en la cadera, el brazo y el
hombro.
Fue fácil por un momento, olvidar. Ayla bebió su vino en grandes tragos y se dejó
influenciar por la música, tan cálida, sudando un poco. Ella dejó que Benjy la acercara
cada vez más, un brazo alrededor de su cintura. Ella le sonreía a todos los que reconocía
y también a aquellos que no reconocía. Aunque su cara estuviera cubierta tras una
máscara.
—¿No estás feliz de haber venido? —dijo Benjy cuando regresaban a las cajas de
vino por la tercera copa—. ¿No estás feliz de haberme escuchado?
—Tal vez —dijo juguetona—. No lo sé, no deberías preguntarme cosas como esas
cuando estoy nadando en vino.
— ¿Oh? ¿Por qué?
—Porque siempre te voy a decir sí.
—Tal vez hay otras cosas a las que quiero que digas que sí.
Ayla rio.
—¿De qué estás hablando?
—Ayla —él dijo, sonando muy serio de repente. Ella notó el movimiento de su
garganta, un trago nervioso. —Ayla, necesito decirte algo…
De repente su estómago se endureció.
No no no…
—Es mi culpa que Nessa muriera —ella soltó.
La pausa que le siguió fue terrible. Benjy la miro por un segundo, confundido, y
luego sacudió su cabeza.
—Espera —dijo él—, espera, ¿qué, de qué…? Ayla, realmente necesito decirte
algo… Quiero decirte…
—Ella me prestó su pañuelo —Ayla continuó, lo suficientemente callada como para
que nadie más la oyera sobre el tambor y el canto, pero lo suficiente alto, lo suficiente
agudo, para cerrar la boca de Benjy. Ella no podía hacer esto, no podía escuchar lo que él
quería decirle; ella tenía esa enfermiza sensación de lo que era y ella no podía, no ahora,
tal vez nunca, ¿Qué pasaría si ella dejara que sí misma se sintiera de la misma manera
que él se sentía por ella… y luego lo perdía?
Ella no se recuperaría. Ella sabía que no podría. ¿Pero cómo explicar eso?
—Fui yo quien accidentalmente lo dejó en la habitación de Kinok, Benjy —ella dijo
en su lugar—. Es mi culpa que ellos creyeran que Nessa estaba husmeando, es mi culpa
que ellos trataran de quitarle a su hija. —Ella envolvió sus brazos alrededor de sí misma,
deseando desesperadamente no haber tomado tanto vino. —Es mi culpa que ella muriera.
Benjy sacudió fuertemente su cabeza.
—No puedes culparte a ti misma…
—¡No hay nadie más a quien culpar! ¡Es mi culpa!
—Silencio, mantén tu voz baja —él siseó, sus ojos repasando rápidamente la multitud
vibrante. Se acercó para poner sus manos sobre los hombros de ella, balanceándose con
la música, haciéndolo parecer como si estuvieran simplemente hablando y bailando como
todos los demás. —Ayla. No puedes culparte por eso. Dijiste que fue un accidente,
¿verdad? ¿Dejar el pañuelo en el cuarto de Kinok?
—Sí. Un maldito y estúpido error. No puedo creer que fui tan descuidada. Tan
estúpida.
Su agarre se apretó sobre sus hombros.
—Nessa no es la primera en morir en esta guerra, Ayla. —Sus palabras fueron un
puñetazo en el estómago. —Y ella no será la última. Eso no significa que debamos
rendirnos. Significa que debemos pelear más fuerte… Debemos luchar hasta ganar esta
guerra.
—¿Guerra? —Ella realmente dio un paso atrás, y él agarró sus caderas con más
fuerza. Sus manos eran grandes y cálidas y era demasiado. —No hay ninguna guerra, lo
único que hay es una rebelión que sigue cayendo, Nessa no murió por la causa. Ella murió
por mí, porque no fui suficientemente buena, porque siempre hay algo. Maldición Benjy,
si hubiera dejado caer mi propio pañuelo, habrían sido tus zapatos colgando del manzano.
—No, Nessa debió haber hecho algo más, incluso las sanguijuelas no matarían a un
buen sirviente solo por dejar caer un pañuelo en sus rondas.
—No es que ella haya dejado caer un pañuelo —dijo Ayla—. Es que ella estaba
invadiendo otro sitio. Y trataron de lastimar a su hija, como castigo, y Nessa no los dejó.
Lo mismo que les sucedió a Faye y Luna.
—¿De qué estás hablando?
—Luna no fue asesinada por algo que ella hizo. Fue asesinada por algo que Faye
hizo. Ellos castigaron a Faye matando la cosa más importante en el mundo para ella.
—¿Estás segura?
Ella pensó de nuevo en ese hecho.
—Estoy segura. —Rápidamente Ayla explicó sobre su horrible encuentro con Faye.
—No sé qué hizo ella. Pero debió ser algo serio.
—Tal vez… Tal vez tuvo que ver con Kinok. —Debajo de la máscara de paja la voz
de Benjy sonaba lejana. —Nunca he visto nada como lo de Nessa pasar antes. Tal vez
porque ella cruzó los límites de Kinok. Tal vez por eso el castigo fue tan duro. Tal vez
Faye hizo lo mismo, tal vez ella… Se interpuso en su camino, de alguna manera.
—Tal vez. —Pero, ¿qué importaba? El resultado fue el mismo. La persona que le
importaba más a Faye había sido convertida en daño colateral.
Con culpa, Ayla pensó en su collar. El relicario que yacía debajo de su camisa incluso
ahora. Crier no la había reportado por eso, pero ¿y si alguien más la veía?
¿Vendrían por Benjy?
Ayla miró alrededor de la cueva con nuevos ojos. Lo que le había parecido divertido
y animado y hermoso justo hace unos momentos, ahora le parecía abrumador,
nauseabundo, toda la fiesta girando como el juguete de un niño, un borrón de ruidos y
colores y máscaras grotescas. Ella necesitaba aire fresco. Necesitaba que el suelo dejara
de inclinarse justo frente su cara. Miró fuera, hacia la boca de la cueva, observando con
nostalgia la fría y oscura noche… y lo vio.
Un destello de ojos dorados.
Alguien los estaba viendo.
Un Automa.
La conmoción la atravesó. No estaba segura cómo lo sabía, pero por instinto, pudo
adivinar quién era. Crier.
En poco tiempo, había llegado a saber exactamente cómo se sentía ser observada por
ella, la forma en la que la mirada de Crier la seguía cuando pensaba que Ayla estaba
ocupada con una tarea.
Solo que, ¿cómo es que Crier llegó tan temprano? ¿No debía de estar aún en la
reunión del consejo? ¿Y por qué ella los siguió? ¿Y qué haría ella, ahora que la vio? Y…
—Benjy —dijo ella, liberándose de sus brazos—. ¿Me traerías otra bebida?
Él asintió.
—Claro —dijo él, y tomó su copa de vino, dirigiéndose hacia los barriles.
Cuando él regresó a su punto cerca de la fogata, Ayla ya se había ido.
11
Quizás la peor parte no fue ver a Kinok sentarse donde Crier siempre había querido.
Quizás la peor parte fue ser enviada a casa temprano. Eso, sobre todas las cosas, demostró
que claramente ella ya no era requerida o necesitada en el Palacio Antiguo. No habría un
lugar para ella en la sala del Consejo. Y ya nunca lo habría.
Era una forma nueva de dolor.
Se preguntó, durante el largo y silencioso viaje en carruaje a casa, si así se sentiría
para otro Automa. Si ellos se sentirían igual, un pesado dolor en el fondo. O si a ella solo
le importaba tanto porque tenía una Falla. En la reunión, en frente de todos, Kinok bromeó
diciendo que Reyka, también, estaba siendo muy pasional. Crier pensó en la mujer
Automa a la que siempre había admirado, casi como una mentora. Reyka, que siempre
había mirado a Crier cuando hablaba, le había dado golosinas y la había animado a tener
sus propias opiniones. ¿Pero para qué?
Por primera vez desde que descubrió su Diseño saboteado, la existencia del quinto
pilar de Crier se sintió real. Inmediatamente. No era un distante y humillante miedo. . .
Esto la estaba lastimando. No había cura para esto, no había salvación. Ella quería que se
fuera. Quería cortárselo fuera de sí misma. Pero no había nada que cortar. Solo había un
bulto fantasma en su vientre, la piedra imaginaria alojada en su garganta. El mundo entero
se sentía horrible y enfermizo y abrasivo, como si el aire mismo le rozara la piel con
rudeza. Incluso el más mínimo sonido, el galope de los caballos, el sonido de las ruedas
de madera sobre las piedras del camino, la hacía temblar.
En el segundo en el que su compañía atravesó las puertas y entró en los jardines,
Crier saltó de la caravana. Aterrizó fuerte, el lodo entrando en sus zapatos y salpicando
sus faldas, y nunca le había importado menos.
—¡Lady! —uno de los guardias gritó detrás de ella—. Lady, ¿dónde deberíamos…?
—pero ella nunca escuchó el final de esa oración. Ella ya se estaba alejando del palacio
en la oscuridad de la noche, necesitando alejarse, necesitando perderse a sí misma.
Ella quería deambular sola. Prepararse mentalmente, quizás, para la promesa de la
llegada de la Reina Junn. El único punto brillante en el horizonte.
Pero la última cosa que Crier había esperado encontrarse en la desierta playa rocosa
era una celebración. Ella había visto el brillo amarillento de antorchas a media legua de
distancia y, curiosa, había elegido su trayecto a lo largo de la rocosa orilla arenosa hasta
que encontró la fuente: una de las cuevas que estaba en los acantilados junto al mar estaba
llena de humanos.
Y ellos estaban bailando.
Crier se arrastró más cerca a la boca de la caverna, sin ser capaz de mirar hacia otro
lado. La cueva era masiva, como si los gigantes de las viejas historias humanas hubieran
mordido una parte del acantilado y hubieran dejado un ahuecado espacio del tamaño del
jardín de su padre. Crier había visitado esa cueva antes, una vez había pasado la noche
entera aquí, mirando la marea, pero siempre sola, en la oscuridad. Esta noche, la cueva
estaba brillando. Había una fogata en el centro lo suficientemente grande para rostizar a
un caballo de guerra, pero los humanos no lo estaban usando para cocinar. En su lugar,
había un círculo de humanos arrojando lo que parecía ser esa madera que arroja la marea
del mar, húmeda y podrida, a las llamas. Algunas veces, un pedazo de esa madera hacía
que las llamas se volvieran momentáneamente azules o verdes. Por las algas, Crier notó.
Cada vez que esto pasaba, los humanos celebraban y bebían. Alrededor de ellos, el resto
de la caverna era ruidosa y un caos con música. Era música extraña, nada más que
tambores; unos chicos cerca de la caverna estaban compartiendo un tambor que lucía
como un barril con piel de animal extendida en la parte de arriba. Estaban sonrojados,
riendo y palmeando el tambor con sus manos. Era más emoción que ritmo, pero de alguna
manera los humanos estaban cantando con ello. Crier agudizó sus oídos para escuchar las
palabras, algo sobre sombreros de paja y hoces, e intentó descubrir cómo todos los
humanos sabían la misma canción, la misma danza.
Ella deseó poder ver sus caras, pero todos ellos estaban usando máscaras. La mayoría
eran planas, rojas, amarillas y doradas, pero algunas tenían formas de animales. Crier vio
un león, un lobo, un ave con un conjunto brillante de plumas. Un zorro.
Había algo familiar acerca del zorro. No la máscara, sino la persona bajo ella, ese
cuerpo que se movía como el golpe del agua. Era una chica. Crier estaba segura, y ella
estaba bailando al lado de la hoguera, descalza en el piso rocoso. La mayoría de los
humanos estaban usando túnicas y vestidos coloridos, pero algunos estaban usando el
uniforme rojo de la servidumbre. El zorro era uno de los últimos, los botones de sus
pantalones rojos húmedos con barro y el rocío del mar.
Entonces el zorro se dio la vuelta y Crier vio un oscuro y salvaje cabello oscuro. No
estaba sorprendida. Una parte de ella sabía que era Ayla desde el primer momento que
vio al zorro bailando con tal rapidez, pies ágiles. Lo que le había sorprendido era la
persona bailando con Ayla. Él era larguirucho, con el cabello rizado, pero era todo lo que
ella podía ver, él estaba usando una máscara tejida por listones y paja. Como Ayla, él
estaba usando el uniforme de la servidumbre, su camisa estaba húmeda con sudor o agua
de mar.
El chico de paja se acercó y puso su mano en las caderas de Ayla. Ella lo dejó. Juntos
giraron en un círculo desordenado, las manos de ella en el aire, y los largos dedos de él
alrededor de las caderas de ella, de su cintura; ella arqueó su cabeza hacia atrás, riendo o
gritando o cantando, y su garganta era una columna de oro a la luz del fuego. El chico se
inclinó hacia delante. Crier hizo lo mismo, antes de contenerse a sí misma.
Crier miró más allá. Los otros humanos estaban bailando, algunos bailando mucho
más cerca que Ayla y el chico de paja: Crier miró cuerpos semi desnudos entrelazados,
su piel brillando con sudor, parejas bailando menos con el ritmo del tambor y más con su
lento y privado ritmo propio, ojos cerrados, cabezas arqueadas hacia atrás. Ella vio a dos
chicos compartiendo una copa de vino. Una chica presionando a otra contra la pared de
la cueva, cuerpos moviéndose de manera extraña.
Crier sintió algo, una pulsada, profunda en su barriga. Ella se retorció, de repente
avergonzada por alguna razón que no podía explicar, y apartó sus ojos de las dos chicas.
Era suficientemente fascinante ver al resto de la multitud, muchos cuerpos moviéndose y
chocando entre ellos como olas. Crier sabía que su padre no aprobaría esto. Si ella fuera
una buena hija ella lo reportaría, le pondría un fin a esto.
Parece que no soy una buena hija, ella pensó y, por una vez, no se sintió tan
devastador.
Ayla desapareció por un momento, engullida por la pulsante multitud. Pero pronto
fue visible de nuevo, ahora cargando una copa de vino en cada una de sus manos,
trastabillando un poco, tropezando por el suelo resbaladizo e irregular de la cueva. Arena,
roca, pozas poco profundas. Ella iba a cortarse las plantas de los pies. Con la cara de un
zorro, sus orejas puntiagudas, y su fiero pelaje naranja, hizo a Crier pensar en la Caza, en
los zorros deslizándose por la maleza. ¿Enserio solo habían pasado dos semanas de ello?
Sin embargo, esos zorros eran salvajes. Salvajes, asustados, listos para correr. Eran
garras y dientes y pelaje enmarañado. A veces esa era Ayla. La mayoría de las veces no
era así.
La mayoría del tiempo Ayla simplemente parecía suave.
Crier no se dio cuenta que tan lejos se había desviado de su posición estratégicamente
oculta hasta que, como si sintiera la mirada de Crier, Ayla se dio la vuelta y miró
directamente hacia ella. Maldición. Ayla se sobresaltó, el vino salpicando de su taza. El
chico de paja le dio un codazo y ella pareció preguntarle algo señalando su taza. Él la
tomó y se desvaneció en la multitud. Al segundo de que se fue, Ayla comenzó a moverse
resueltamente a través de la multitud… directamente hacia Crier. Maldición,
maldición. Crier contempló hacer un escape rápido, pero ella sabía que era muy tarde.
Había sido descubierta. En su lugar, ella se deslizó lejos de la boca de la cueva para
esconderse entre las sombras de nuevo, así nadie más la vería.
Hubo un suave sonido de los pies descalzos en la roca, y luego Ayla apareció en la
entrada de la caverna, su silueta contra la luz de las antorchas y la luz del fuego. Ella miró
de lado a lado, su cara aún oculta en la máscara de zorro, y finalmente siseó.
—Sé que estás aquí fuera. Vi tus ojos.
Crier tomó aliento.
—Estoy aquí.
Ella estaba preparada para la ira de Ayla, para sus demandas bajas y furiosas ¿Por
qué nos espías? Pero en cambio ella fue enfrentada con...
—No lo digas —Ayla susurró, uniéndose a Crier en la oscuridad. Estaban escondidas
contra la pared del acantilado, en una zona de arena negra entre las rocas altas y dentadas,
un área rodeada por charcos de marea—. Por favor no le digas a tu padre.
¿Miedo?
—No lo haré —Crier dijo automáticamente, y luego se sintió incluso más
avergonzada y un poco fuera de control—. Quiero decir. ¿Qué le diría? ¿Qué es esto?
—Es solo… una celebración —dijo Ayla. Ella subió su máscara hasta arriba de su
cabeza, finalmente exponiendo su rostro. Había una fina capa de sudor en su piel. —Solo
pasa una vez al año después de la cosecha, y no robamos nada, así que realmente no hay
nada que decir.
—Después de la cosecha. . . ¿hoy es la Luna del Segador?
Ayla parpadeó.
—¿Has escuchado de eso?
—Vivo en Rabu, ¿no?
—Bueno, sí, pero…
—Conozco sus festivales, he leído todo sobre ellos. Ella debió darse cuenta antes,
francamente. Las máscaras, los bailes, el tiempo, justo en la cúspide del invierno.
—Entonces entiendes que esto no es un crimen —dijo Ayla. Sus ojos brillaron en la
luz de la luna creciente, su voz baja e intensa, pero lo suficientemente alta para ser oída
sobre los tambores, las voces, el oleaje del océano. —Sólo estamos bailando, solo por una
noche, no estamos haciendo nada malo…
—No voy a decirle —dijo de nuevo.
—… y nadie tiene por qué resultar herido… oh. ¿Qué?
—No voy a decirle —Crier repitió.
—¿No lo harás?
—No —dijo ella—. Mi padre nunca sabrá. Lo… Lo prometo.
En la oscuridad, con el ruido del océano alrededor de ellas, el acto de promesa se
sintió tan pesado. O tal vez se sintió tan pesado como era.
—Tú… —Ayla inició, y luego ellas lo escucharon al mismo tiempo: el crujir de un
segundo sonido de pasos, viniendo desde dentro de la caverna y acercándose—. Oh
maldición, ese debe ser Benjy —Ayla murmuró—. Maldición, él no puede verte aquí.
Necesitamos irnos. —Ella agarró la manga de Crier y empezó a bajar por la playa oscura,
arrastrando a Crier tras ella. Rodearon las afiladas rocas, siguiendo su camino por un
estrecho sendero de pescadores. De vez en cuando Ayla, miraba sobre su hombro para
asegurarse que no estuvieran siendo seguidas.
Ella se detuvo junto a una poza de marea y soltó la manga de Crier de inmediato. Era
mucho más silencioso a esta distancia de la fiesta de la Luna del Segador. Sobre ellas
estaba la luna creciente en la brillante noche. Alrededor de ellas, el mar, las rocas, las
pozas de marea estaban repletas de vida colorida. La visión de Crier se ajustó a la nueva
oscuridad. Había mechones de cabello pegados a las sienes y al cuello de Ayla, Mientras
Crier observaba, Ayla miró desde su propia mano hasta la manga de Crier como si ella
estuviera sorprendida de sus acciones.
Crier no quería que ella estuviera sorprendida, no quería que Ayla se arrepintiera de
dejar la fiesta.
—Pareces estar nerviosa —dijo ella, probando, tratando de descubrir la maraña de
emociones humanas de Ayla.
—No lo estoy.
—¿Preocupada?
—¿Eso no es lo mismo?
Crier se acercó, mirando el rostro de Ayla iluminado por la luz de la luna
—… ¿Culpable?
Ayla se estremeció.
—No. No, estabas en lo correcto, solo estoy preocupada.
—¿Sobre qué?
—Siempre las preguntas —dijo Ayla, pero ella no sonaba molesta, sonaba más bien
exhausta—. Creo que estoy preocupada porque mi, hum, mi amiga, Faye, ella es otra
sirvienta, y ha estado… enferma.
—¿Ella se ha enfermado? Eso me parece normal, especialmente con el invierno
acercándose.
—No —Ayla dijo de nuevo—. Me refiero a, como que, enferma de aquí. —Ella hizo
un gesto en su cabeza. —Y no sé qué hacer sobre ello, o como ayudar o algo. —Ella
resopló, un corto y frustrado sonido, y cruzó sus brazos sobre su pecho a la defensiva,
como si estuviera físicamente bloqueando la siguiente pregunta.
Crier quería saber sobre esta Faye. Ella quería saber a lo que Ayla se refería a enferma
de aquí. Pero no quería que Ayla escapara.
Quería darle una razón para quedarse. Así que se sentó justo ahí en las húmedas,
arenosas rocas. Instantáneamente la helada humedad comenzó a colarse por su vestido.
—La biblioteca de mi padre tiene una colección de libros de mitología humana, no
solo de Rabunianos, no solo Zullianos. Tiene historias de todo el mundo, datando de
cientos de años atrás, los he leído todos.
Ayla suspiró. Pero se unió a Crier para sentarse junto a la poza de marea, sus pies
colgando sobre el borde. Ella pasó un dedo sobre la superficie de la poza, ondas se
desplegaban en círculos concéntricos, perfectos, y durante un largo momento no habló.
—Cuéntame uno —dijo finalmente. Pareció no darse cuenta, o tal vez simplemente
no le importaba, el hecho que le estaba dando una orden a una lady.
Tal vez se dio cuenta que a Crier le agradaba eso, que Crier quería contar una historia.
Tal vez solo quería asegurarse que Crier estaba distraída y no le reportara la
celebración a su padre.
O tal vez, tal vez, ella también quería quedarse.
Era imposible, pero Crier juró que hizo que su sangre Creada se calentara mientras
las historias subían a la superficie de su mente como restos después de un naufragio, miles
y miles de historias de Rabu, Varn, las junglas de Tarren, las tierras cruzando el Mar
Estrellado. Ella tenía que contar la historia correcta, hacer esto bien, para mantener la
atención de Ayla el mayor tiempo que fuera posible.
Ella pensó en contar la historia de la reina Junn de Varn, pero no, eso no sería bueno,
seguramente Ayla haya escuchado los rumores que todos parecían creer, que la reina Junn
había perdido la razón.
No, ella necesitaba escuchar algo más. Una historia humana.
—Una vez —ella inició—, en un reino muy lejano, en una tierra de hielo y nieve,
vivió una princesa que estaba muy, muy triste. Una guerra se estaba fabricando entre su
padre, el rey, y los aldeanos del reino. La princesa, que amaba a su pueblo más que a
nada, sabía que la guerra solo iba a causar muerte y destrucción. Ella estaba desesperada
por detener la guerra antes que iniciara, pero su padre estaba cegado por la ira y el orgullo.
Él no escucharía sus súplicas para pedir tregua. Así que la princesa diseñó un plan: redactó
un tratado de paz como si fuera de su padre y partió hacia el reino vecino sola en la hora
más oscura de la noche.
—Una paz creada en mentiras —dijo Ayla.
Crier no respondió, pero cuidadosamente se quitó sus zapatos y hundió sus pies en la
piscina frente a Ayla. El frío atrapó sus tobillos, como un elemento de otro mundo.
—La princesa condujo tres días y tres noches —ella continuó—, sin encontrar ningún
bandido, barricadas o mal tiempo. Pero en el cuarto día, tuvo que cruzar un paso de
montaña tan estrecho que se llamaba el Ojo de la Aguja. Y debido a que se acercaba el
invierno, y porque esto es una historia, ella estaba exactamente a la mitad del Ojo cuando
golpeó una gran tormenta de nieve.
Ayla rompió en una sonrisa.
—Por supuesto. —Sus dedos se metieron en el agua helada, ondas arremolinándose
hacia afuera hasta que tocaron los tobillos de Crier.
—La princesa estaba atrapada —dijo Crier suavemente—. Cegada por la nieve y
medio congelada, apenas logró encontrar una grieta en la ladera de la montaña lo
suficientemente grande como para albergar tanto a ella como a su poni. Y luego, sin nada
más que hacer, ella se sentó y esperó a que la tormenta parara —ella hizo una pausa—.
Pero la tormenta no se fue.
Ayla estaba tan silenciosa como la tormenta era fuerte en la mente de Crier. Su
corazón se aceleró.
—Tres días después —ella se sumergió—, la princesa y su poni estaban
congelándose. La princesa intentó muchas veces encender fuego, pero la leña estaba
mojada por la nieve y no chispeaba. Su bolsa de provisiones se había perdido en la
tormenta. Sin comida. Sin fuego. Ella comenzó a aceptar el hecho que iba a morir ahí,
helada y sola. Lo peor de todo, su reino iba a ir a la guerra. Ella empezó a llorar. Sus
lágrimas se congelaban en sus mejillas, brillando como cristales.
—Solo unos momentos después, una voz vino desde fuera de la grieta. “¡Hola!”
decía, “¿qué criatura vive en esta cueva? ¿Fue tu brillante abrigo lo que llamó mi
atención?”
—Una segunda voz replicó, “¿Tienes un cerebro entre esas orejas? No hay ninguna
criatura, solo debe ser una gema brillando.”
—“No”, dijo una tercera, esta era profunda y retumbaba. “Claramente es solo el
brillo de la nieve.”
—“Ayuda”, dijo la princesa a través de sus entumecidos labios. “Por favor,
ayúdenme.”
—Y tres animales, una liebre blanca de invierno, un reno y un gran oso, asomaron la
cabeza por la cueva. La princesa estaba tan débil por el frío que no estaba asustada, ni
siquiera del oso. La liebre dijo, “¡Oh! Así que eres tú con perlas brillantes en las mejillas.
Decepcionante, debo decir. ¿Qué cosas estás haciendo en una tormenta?”
—“Estoy tratando de cruzar el Ojo,” dijo la princesa, y les contó la historia
completa. Cuando ella terminó, todos los animales se vieron entre ellos con miedo. “Eso
es inquietante”, dijo el reno. “Si hay una guerra entre dos reinos, tu gente va a pisotear
mis bosques.”
—“Y marchar por mis montañas” añadió el oso.
—“Y me van a cazar y a despellejar” gimió la liebre.
—“¿Me ayudarían?” dijo la princesa. “Estoy muy helada y muy hambrienta.”
—“Espera aquí” dijo la liebre. “Vamos a encontrarte leña para el fuego y comida
para tu barriga”. Con eso, los tres animales se apresuraron fuera en la tormenta.
—Para el anochecer la princesa estaba casi muerta, sus labios estaban azules, su piel
blanca y rígida, sus dedos como piedras, e incluso el brillo de sus lágrimas había sido
lavado por el viento helado. Ella se inclinó sobre su poni, ojos cerrados, pensando en el
tratado de paz en su bolsillo.
—El reno fue el primer animal que regresó, orgullosamente cargando una pila de
astillas secas. “Si detienes la guerra”, él dijo, “recuerda lo que he hecho por ti.”
—Así, la princesa fue capaz de encender fuego para mantenerse caliente.
—El próximo en regresar fue el oso. Él era demasiado grande para caber en la cueva,
pero metió su cabeza junto al reno y dejó caer un bocado de corteza y bayas de invierno
a los pies de la princesa. Para tu poni, él dijo. Si detienes la guerra, recuerda lo que he
hecho por ti.
—Así que la princesa alimentó a su poni, pero su propia barriga seguía vacía. Juntos,
ella y los animales esperaron y esperaron a que la liebre regresara. El reno y el oso
empezaron a quejarse. La liebre siempre ha sido inútil, dijeron ellos, habla mucho y hace
tan poco. Quizás nunca regrese.
—Muchas horas pasaron antes de que la liebre regresara. Cargando con nada.
—Lo siento tanto, princesa, él susurró, inclinando su cabeza tan abajo que sus orejas
rozaron el suelo. Busqué por todos lados por comida. No encontré pescado, ningún ratón,
ninguna ave. Incluso revisé las trampas de cazadores. Todas ellas estaban vacías. No
tengo nada que darte. Pero tú debes vivir, princesa. Debes detener la guerra, tú debes.
—Y luego se arrojó al fuego.
—La princesa gritó y trató de salvarlo, pero era demasiado tarde. La liebre ardió. Su
cuerpo se convirtió en carne. Horrorizados y arrepentidos de lo que ellos habían
presenciado, el oso y el reno corrieron lejos en la nieve y nunca fueron vistos de nuevo.
—Incluso aunque la idea la enfermara, la princesa se comió a la liebre. Con cada
mordida ella le agradeció por su sacrificio. Más lágrimas brillantes cayeron y se
congelaron en sus mejillas. Cuando la tormenta finalmente cesó y ella emergió de su
refugio a la mañana siguiente, ella nunca fue la misma. Algunas personas decían que era
como si su corazón hubiera llorado y se hubiera congelado.
El agua y Ayla habían quedado perfectamente quietas, y Crier casi podía sentir el
peso de ella escuchando, como si su silencio tuviera forma y pulsara a su manera.
Después de una larga pausa, Ayla giró su cabeza y dijo:
—Espera. ¿Eso es todo? Ese no puede ser el final. ¡Ese es un final horrible! ¡El punto
de las historias es que sean diferentes de la vida real! ¿La liebre está muerta y la princesa
muerta por dentro? ¿Qué pasa con la guerra? ¿Qué pasa con la princesa? ¿El tratado de
paz funcionó? ¿O la liebre murió por nada?
—No lo sé —dijo Crier—. ¿Quizás?
Ayla farfulló.
—¡Esa no es una respuesta! Vamos, ¿cómo termina la historia? Tú leíste el libro, tú
debes saber. —Su cara a la luz de la luna era casi furiosa. Sus ojos brillaban, su cuerpo
compacto se dibujaba como un soldado preparándose para una batalla.
Por alguna razón, la indignación de Ayla por una historia, por sus palabras, por,
quizás ella, hizo a Crier sonreír. Una idea vino a ella: una historia de dos mujeres, una
humana, una Creada, que se contaban antiguos cuentos entre ellas. Que salpicaban al
borde del agua, que susurraban la belleza de la nieve y el miedo a la muerte en la oscuridad
de una noche de otoño.
Y con ese pensamiento, con el brote de esa historia flotando dentro de ella, Crier dejó
que su cuerpo se deslizara dentro de la poza de marea profunda.
Ella se hundió hasta sus hombros, el frío tan vigorizante que la dejó mareada. Su
vestido se volvió diez veces más pesado en el agua, envolviéndose fuerte contra su piel.
—¡Crier! —Ayla siseó detrás de ella—. ¿Qué estás haciendo? ¡Aun quiero el final!
Crier.
Solo Crier, no Lady.
Este era un nuevo sentimiento.
Ella giró su cabeza para mirar a Ayla.
—Tienes que unirte a mí para saber qué pasó luego.
Para encontrar el final de ambas historias. El de la princesa, y el de ellas.
Ella escuchó el suspiro de Ayla, pero no pudo interpretar si era un signo de molestia
o de algo más. Y luego:
Ayla se metió dentro del agua. No se deslizó suavemente como lo había hecho Crier,
si no se sumergió, creando olas, yendo directamente hacia Crier. Llegó, cara a cara con
Crier en el pozo, ambas de pie y temblando, aunque Ayla lo hacía más. El cuerpo de Crier
podía soportar temperaturas mucho más extremas.
Una gota de agua brillaba en el labio inferior de Ayla. Extrañamente, eso hizo que
Crier tuviera… sed.
—¿Y? —Ayla susurró. Su cuerpo se estremeció involuntariamente.
Crier paró, Ayla se había acercado a ella. Ella había atravesado el frío del agua, por
ella, por su historia.
Ayla avanzó incluso más cerca. Estaban a solo pulgadas de separación.
—¿Cómo termina? —ella preguntó, y sus palabras hicieron a Crier sentir calor por
dentro en vez de frío.
Pero entonces Crier recordó la historia que estaba contando. La guerra. La liebre. La
princesa. El rey cruel.
—Termina con un final feliz —ella mintió. Hizo que su cara no se moviera, hizo que
sus pulmones Creados no respiraran. —La princesa mandó el tratado de paz y el tratado
funcionó. Su padre hizo la paz con los ciudadanos del reino. Todo fue bien.
—Ah —dijo Ayla, fue más un suspiro que una palabra, un dulce suspiro—. Eso es
bueno.
Ninguna se movió por otro largo momento, solo mirándose entre ellas en la
oscuridad, la cara de Ayla ilegible, con una máscara de nuevo, esta vez por la luz de la
luna y las sombras. Ella seguía temblando.
—Te enfermarás —Crier dijo al final—. No podemos quedarnos.
Y así, empapadas y temblando, se subieron de nuevo a las rocas, el final de su ropa
mojada arrastrándose a través de la arena y la tierra todo el camino de vuelta al palacio.
Se separaron silenciosamente en el borde del jardín, y la noche se sintió más vacía, el aire
más helado que el agua en la que habían estado, cuando Ayla se fue, cada una prometiendo
no hablar de lo que había sucedido.
Esa noche en su cama, sin embargo, con la luz de la luna cayendo a través de la
ventana como una cortina de seda blanca, Crier no podía dejar de pensar en Ayla, su cara,
sus palabras, su curiosidad, sus hábitos. Las formas en que se movía y hablaba. Ella no
estaba acostumbrada a esta falta de control sobre sus pensamientos, usualmente ella solo
pensaba en sus estudios, o en algún libro que estaba leyendo, o fantasías cuidadosamente
construidas sobre el futuro. Ella solo había experimentado una compulsión similar una
vez, una pérdida de control, cuando ella escuchó una pieza de música que le pareció
particularmente agradable, divertida, y después se descubrió reproduciéndola en el fondo
de su mente, perfectamente imitada, por días. Una orquesta invisible, el suave son del
piano y el violín, un profundo latir de un tambor que solo Crier podía escuchar.
Ahora el piano había sido reemplazado por los ojos oscuros de Ayla parpadeando
sobre el dormitorio de Crier la primera vez que lo vio, la manera en que su mirada se
había detenido en su chimenea, el rincón de lectura, la masiva cama. El violín fue
reemplazado por la tensión en la mandíbula de Ayla cuando se arrodillaba junto a Crier
en el desayuno, con sus manos en su regazo, la cabeza inclinada en respeto a su lady.
Piano. Violín. Y los profundos latidos del tambor fueron reemplazados por una sola
pregunta: ¿Por qué me salvaste ese día en el acantilado?
¿Puedes ver a la humana en mí?
Había dos posibles respuestas a esa pregunta, y Crier no tenía idea de cuál prefería
escuchar: No, eres el Automa perfecto, o…
Sí, eres diferente.
Te veo.
No importaba que tan fuerte había intentado, Crier no podía forzarse a dormir. Ayla
estaba ahí, en las sombras de su mente, mirándola de regreso, su mirada, no como las
estrellas, pero sí como la suave oscuridad que las envolvía.
Detenlo.
Cuando ella no pensó en Ayla, pensó en la Reina Junn, cuya visita inesperada podría
traer quizá finalmente una respuesta a la curiosidad en la mente de Crier.
La inquietud la condujo fuera de la cama y la llevó a los pasillos. Ella solo necesitaba
caminar por un rato, para poder entender sus pensamientos. Junto al rostro de Ayla,
tampoco podía dejar de pensar en las escalofriantes palabras de Kinok durante la reunión
del consejo, incluso luego de una noche llena de historias, el horror del día, de su
humillación, aún seguía ahí, vivo y hambriento, esperando por ella en la oscuridad. ¿En
serio él pensó que había una posibilidad de que la concejala Reyka tuviera alguna Falla?
Seguramente Kinok solo lo dijo para meterse bajo la piel de Crier. Una amenaza latente.
¿Pero y si eso es cierto? ¿Y ahora Reyka se había ido?
Su mente se agitó con algo, una especie de ardor, y volvió a pensar en cómo había
estado Ayla cuando la encontró en la celebración: preocupada.
Crier estaba preocupada. ¿Qué le pasaría a ella si otros descubrían su secreto? ¿Si
descubrían sobre su Falla?
Crier se detuvo un momento, enojada consigo misma. Kinok tenía mucho poder sobre
ella, él reinaba incluso en sus pensamientos.
Tal vez ella podía quitar algo de ese poder.
Ella no sabía si Kinok tenía una copia de su Diseño, pero si así era… Si él lo tenía,
ella no dejaría que él la chantajeara. Él podía controlarla por el resto de su vida. Pero si
ella lo recuperaba…
Su padre y Kinok se habían quedado en el Palacio Antiguo con los otros Manos.
Hesod le había dicho a Crier una vez que la política real sucedía después de reuniones
oficiales del consejo, las leyes eran creadas, negociadas y alteradas en conversaciones
acompañadas con copas de Corazonita líquida. Mientras Crier había llegado temprano a
casa, Hesod y Kinok no regresarían hasta mañana en la mañana.
Pero era una buena oportunidad como cualquier otra.
Sabiendo muy bien que era una peligrosa, estúpida y terrible idea, Crier hizo su
camino hacia el estudio de Kinok. Él lo mantenía bajo llave, por supuesto, mientras estaba
en la ciudad, pero Crier una vez había pasado por la fase en la que aprendió todo sobre
como las cerraduras funcionaban, hasta el punto de diseñar sus propias cerraduras
imposibles de abrir solo para divertirse. Las cerraduras eran interesantes, como los
engranajes de un reloj o la forma en que funcionaba un juguete mecánico. Y a diferencia
de las cerraduras que Crier había creado, el cerrojo en el estudio de Kinok no era
imposible de abrir.
Así que, usando una de sus hebillas de hueso que mantenía su trenza en su lugar,
Crier la abrió.
Ella sintió una pequeña emoción cuando la cerradura hizo clic y se abrió, un
satisfactorio clic. Y luego ella se deslizó por la puerta y entró en el estudio de Kinok.
La habitación era oscura, no había ventanas, sólo una chimenea apagada y una luz
helada. Crier encendió la linterna, el aceite regresó a la vida, y miró alrededor. El
escritorio, las estanterías, un tapiz en una pared. Ahora que estaba aquí, Crier no sabía
muy bien por dónde empezar. Ni siquiera sabía si sus papeles de diseño iban a estar aquí.
Ella husmeó a medias, demasiado nerviosa para tocar algo. Kinok no podía saber que
ella había estado ahí; eso solo hacía todo mucho peor. Ahora que la inquietud y la emoción
de recuperar algo de poder comenzaban a desvanecerse, Crier se sintió más tonta que
nada. ¿Qué estaba haciendo, entrando en el estudio de Kinok en la noche? ¿Qué podría
lograr con esto?
Avergonzada consigo misma, miró los papeles en el escritorio de Kinok una vez más.
Su letra a mano era difícil de leer, especialmente en la débil y parpadeante luz de la
linterna, especialmente cuando el latido del corazón de Crier estaba latiendo tan alto en
sus oídos. Ella solo quería salir de ahí, volver a la seguridad de su cama. Estaba por
extinguir la llama de la linterna cuando algo captó su vista.
Había un libro abierto en el escritorio. A primera vista, Crier había visto un libro
increíblemente denso sobre los envíos en Zullan y tratados de leyes y no le había prestado
atención. Pero cuando se inclinó hacia adelante justo como ahora, la luz de la linterna
capturó algo: algo escrito en el margen del libro en una pálida y delgada tinta, tres
palabras.
Corazón de Yora.
Estaba en todos lados, ella notó. En los márgenes y en las notas de Kinok. Algunas
veces esas tres palabras estaban acompañadas por otras: Corazón de Yora…
¿PROTOTIPO?; Corazón de Y… combustible, eterno, no más rel., Corazón de Yora,
¿t.w.? ¿s.? Algo en Crier se mantuvo inmóvil mientras ella miraba las palabras. ¿Qué
significaban? ¿Quién era Yora?
En algún lado pasando las ventanas, ya bordeadas por el amanecer, un búho gritó.
Sorprendida, Crier dejó caer el libro de nuevo sobre el escritorio. Una sola página de
notas revoloteó fuera del libro e, impulsivamente, la enrolló y se la guardó
apresuradamente en la manga antes de deslizarse silenciosamente de la habitación. Sopló
la linterna en el pasillo, el tenue humo de aceite se arremolinó a su alrededor mientras se
alejaba apresuradamente, tanteando el camino de regreso a su habitación en la oscuridad,
haciendo girar las misteriosas palabras garabateadas apresuradamente una y otra vez por
su mente: El corazón de Yora.
E. 900, A. 4–5: T. Wren, nombrado científico real; todavía joven y
desconocido; todos los informes disponibles (mirar: la Doncella
Primorosa, Creador Oona) de la época en que lo nombran como
“hambriento de fama”, desesperado por reconocimiento, obsesionado con
R. Thea
Designado personalmente por R.Thea… ¿Por qué?
¿Obsesión romántica/sexual por naturaleza?

E.900, A. 10: Wren recibe una carta de una Mujer Desconocida “H——.”
(Nombre en la carta oscurecido, no hay registro de ella en los archivos de
su Academia o algún otro acto de este período… ¿A propósito? Incluso
Wren, en su propia escritura, se refiere a ella como “H.” Quizás para
proteger su identidad de futuros historiadores. Quizás para protegerse a
sí mismo.) “H——” es una antigua amante de los años de Wren en la
Academia de Creadores, la carta informa que H—— ha dado a luz a su
hija.

Extractos del diario personal de Wren (I):


“[…] la carta ha llegado […] abollada. La mitad de las palabras
sangran por las manchas de agua. Está casi ilegible. Solo una palabra se
distingue del resto. Su nombre. La niña, mi niña. Siena.”

Wren fue donde H— inmediatamente. Por su propia cuenta, él deseó pasar


tiempo con la niña Siena (fue algunas veces en el A. 9; con casi de dos
años de edad) y criarla como suya.

Extractos del diario personal de Wren (II):


“[…] Siena tiene mis ojos. Mi nariz. No hay duda que es mía; ella
se parece a mí. Y ella será criada por mí. H está reacia. Se arrepiente de
enviar la carta, se arrepiente de verme de nuevo. Se niega a veces, a
dejarme entrar en la casa, a dejarme ver a mi propia hija.
[…]
Un descubrimiento
Esto podría ser… eso. Esto podría ser todo. Para pensar. Ella lo
estaba escondiendo. Por eso es que ella no me quería en la casa. A ella no
le importa si veo a la niña o no. Ella no quería que viera esto. Por una
buena razón. Creo que podría estar llevando un suministro de oro para
toda la vida en mi bolsillo. Creo que podría estar cargando mi propio
legado.
Fue la niña. Los niños se meten en todo. Ella seguía regalándome
pequeñas baratijas de la casa. Un lápiz, un zapato, un pequeño juguete de
madera. Papeles del estudio de H. Planos. Diseños. Gracias a los Dioses
los miré antes de regresarlos ciegamente.
Siena
No sé si voy a volver a verte.
Pero te debo todo…”

E. 900, A. 11: T. Wren construye el primer prototipo de lo que luego se


convertirá en el Automa. Él llama su creación: “Kiera.”

—NOTAS DE THOMAS WREN, DE LA BÚSQUEDA DE SUS DIARIOS POR SCYRE


KINOK, ANTERIORMENTE DEL RELOJ DE HIERRO
FINALES DE OTOÑO
Año 47 EA
12
La Reina Loca arribó con un rocío de color y oro.
Habían pasado dos semanas desde la reunión del consejo, dos semanas desde la Luna
del Segador, y el clima en la costa noroeste de Rabu se había vuelto tosco y frío. El séquito
de la reina, reluciente y extravagante, era un extraño contraste contra el gris de la mañana.
Ayla había estado despierta con Crier mucho antes del amanecer, por primera vez
acompañadas por otras doncellas mientras todas ellas revoloteaban alrededor de Crier
como abejas, trenzando su cabello, pintando su cara y metiéndola en la clase de vestido
que uno usaría, aparentemente, cuando se va a conocer a la reina, seda del color dorado
oscuro del hidromiel, el corpiño forrado con cientos de perlas.
Para el disturbio de Ayla, Crier había lucido casi… mareada. ¿Pero cómo podría
estarlo? A pesar de la juventud de la reina, esta tenía una reputación de ser violenta,
temperamental. Incluso los Automas la llamaban Junn la Devoradora de Huesos.
Por un momento mientras ella se preparaba, Crier atrapó a Ayla mirando en el espejo
a sus labios pintados de rojo. Era vergonzoso, un desliz tan tonto, pero la vista de la boca
de Crier había hecho pensar a Ayla en otro momento: la noche de la Luna del Segador,
cuando Crier se había deslizado en el pozo de agua, y Ayla, la había seguido. Bajo la luz
de luna, Ayla pudo haber jurado… Ellas habían estado tan cerca juntas en el agua oscura,
sus ropas pegadas a sus cuerpos, y los ojos de Crier se habían demorado en la boca de
Ayla.
Porque yo podría usarla, Ayla se dijo a sí misma. Porque mientras más cerca esté
de Crier, más cerca estaré de tomar venganza.
Esa era la única razón.
No tenía nada que ver con la belleza de Crier. Con la forma en la que su mente
trabajaba, la cuidadosa forma en la que ella usaba sus palabras, la inquietante forma de la
historia que le había contado a Ayla esa noche.
No tenía nada que ver con la llave de la sala de música, o la forma en la que Crier
parecía confiar en ella tan fácilmente, su voz haciéndose suave y gentil en presencia de
Ayla, sus ojos siempre vigilantes, tan llenos de profundidad.
No. Ayla no se dejaría a sí misma ser atrapada viendo de nuevo. Por el resto de la
mañana, ella no se encontró con los ojos de Crier ni una vez, ignorando las miradas de
Crier buscándola. Luego ella y Crier se unieron a Hesod, Kinok y un verdadero desfile de
otros sirvientes humanos en el séquito que esperaba por la Reina Junn.
El cielo se abrió con un aguacero de lluvia durante la segunda hora de espera. Hubo
unos cuantos minutos de caos mientras los sirvientes fueron enviados a traer un dosel, y
luego comenzó la parte verdaderamente miserable de la mañana: de pie, empapada bajo
un dosel que goteaba e incapaz de ver más allá de las capas de lluvia helada. Las
sanguijuelas estaban bien, no parecían sentir frío, pero Ayla estaba temblando, como
había estado en la poza de agua con Crier.
Una vez más, Ayla pensó en la forma que ella le había contado la historia de la
princesa. La forma en que había mirado a Ayla en la luz de la luna…
No, ella no podía pensar en ello.
Quizás Crier había estado en lo correcto… Quizás Ayla era como una urraca, atraída
por el brillo de las baratijas. Quizás Crier era solo eso, una brillante y distrayente baratija.
Una inconveniencia, adornada con una media sonrisa reservada.
Pero en el momento que Ayla trataba de sacar a Crier de su mente, la muerte de Nessa
saldría a flote en su lugar. O la cara de Benjy dibujada con tinta. Se sintió revuelta y
desgarrada. Ella estaba aquí por venganza y para ayudar a la Revolución, pero hasta ahora
solo había creado más dolor, sufrimiento y confusión.
Los diluvios de pensamiento y la lluvia torrencial solo comenzaron a disminuir un
poco cuando, por fin, la procesión de la Reina Loca se hizo visible a través de la niebla.
No era la primera vez que Ayla había visto los colores de Varn… Incluso con las
fronteras cerradas, muchos comerciantes atravesaban y vendían sus mercancías en Kalla-
den y otros pueblos humanos… Pero era la primera vez que ella había visto a un Varniano
que no fuera pobre o muriera de hambre. La procesión estaba marcada por banderas verde
oscuro que llevaban el emblema de la reina, un fénix agarrando una espada con sus garras
y un pico en la otra. El carruaje del frente estaba empapado de oro y plata. Los sirvientes
arrastrándose tras la reina, una larga línea de caballos, carruajes, algunos rezagados a pie,
todos vestidos en tonos de joyas: verde, azul y violeta. Sus rostros lucían… extraños.
Antinaturalmente pálidas, como si fueran hechos de porcelana. Luego se acercaron y Ayla
notó que no era que estas personas tuvieran caras blanco hueso, era que estaban usando
máscaras debajo de sus ojos. Las máscaras lucían como si estuvieran hechas de arcilla o
porcelana, modeladas perfectamente para la nariz y los labios del portador. Algunas de
ellas estaban decoradas: rubor vino oscuro, labios pintados, remolinos de plata y verde.
Individualmente, las máscaras eran bonitas. Pero todas juntas, el mar de caras blancas sin
expresión dejaron a Ayla sintiéndose nerviosa.
Un cuerno sonó.
—Abran las puertas —dijo Hesod.
Tocó cerca de media hora para que toda la procesión entrara al patio principal.
Ridículo, pensó Ayla, mientras todos ellos esperaban que la reina misma realmente
apareciera. A esta cercanía (medio patio de distancia) ella pudo ver los detalles del
carruaje de la reina, el tamaño de los enormes caballos de guerra que todos los sirvientes
y soldados de la reina estaban montando. Ella pudo ver también cómo los humanos
estaban empapados y temblando bajo sus ricas ropas.
Las sanguijuelas eran iguales del otro lado de la frontera, entonces.
Otro cuerno sonó, y finalmente las pesadas puertas estaban cerradas detrás del último
sirviente y la procesión estaba guardada dentro del gran patio. La lluvia se había vuelto
solo una niebla fría. En frente de Ayla, Crier estaba de pie con la espalda recta, su barbilla
levantada y su cabello mojado por la lluvia pegado a su cuello. Incluso cuando se empapó,
ella no movió ni un solo músculo.
La puerta del carruaje de la reina se abrió, y la Loca Reina Junn salió de él. Sus pasos
eran suaves y sin sonido, incluso en el suelo fangoso. Como sus sirvientes, ella estaba
usando una máscara blanca sobre la mitad baja de su cara, pero la de ella tenía la boca
pintada de rojo, su piel era del mismo tono café que Ayla, pero como la mayoría de
Varnianos su cabello era dorado como la miel.
No parecía una devoradora de almas.
Hesod avanzó.
—Bienvenida, Su Excelencia —él dijo, y le hizo un gesto hacia sus propios sirvientes
para que recogieran las pertenencias de la reina. La reina lo saludó con un asentimiento y
frente a Ayla, Crier había inclinado su cabeza en reverencia, y oh, todos los demás estaban
inclinados también; la mayoría de los humanos estaban arrodillados, sus narices a
pulgadas sobre el fango, y la reina estaba diciendo algo, pero ella no se podía mover, sus
piernas no estaban funcionando, sus oídos no estaban funcionando.
Porque alguien más había salido del carruaje detrás de la reina.
Él era alto. A diferencia de la reina o de la mayoría de sus sirvientes, su cabello era
oscuro. Estaba usando los colores de Varn y su cara estaba mayormente cubierta por una
máscara blanca y él era alto (más alto, tres pies más alto, al menos), que la última vez que
ella lo había visto, pero, oh dioses, había una cicatriz en su ojo izquierdo, con la forma de
un estallido, pálido por la edad, pero igual reconocible. Desde medio patio de distancia,
era reconocible. Ella lo había visto cientos de veces. La había obtenido a los tres años
después de caer de bruces en la esquina de una chimenea de piedra. Una herida estúpida,
una herida de niños, la cicatriz nunca se había borrado.
Ayla lo conocía como el color de la tristeza en sus huesos: el hombre de pie junto a
la Reina Loca era su hermano muerto de hace mucho tiempo, Storme.
Como si ella hubiera llamado a su nombre, como si sus ruidosos pensamientos fueran
tan fuertes para que él pudiera realmente escucharlos, los ojos de Storme la encontraron
a través de la multitud de sanguijuelas y sirvientes. Él la miró y luego apartó la vista, y
luego sus ojos se deslizaron de nuevo a su cara, y todas las dudas de Ayla desaparecieron.
Storme lucía como si ella hubiera hundido su puño en su estómago justo en ese
momento. Solo sus ojos eran visibles sobre la máscara blanca, pero eso era todo lo que
ella necesitaba. Cuando Storme la miró, esos terriblemente familiares ojos se volvieron
gigantes. Se detuvo en seco. Uno de los sirvientes chocó con él y aun así él no se movió,
no por un largo y doloroso momento, no hasta que pareció darse cuenta que la reina estaba
cruzando el jardín sin él, y luego finalmente bajó su mirada y siguió caminando. Más que
cualquier cosa, ese único momento de contacto visual lo confirmó. Este hombre era su
hermano.
Si ella había tenido alguna duda restante, estas desaparecieron en horas, porque
Storme no paraba de mirarla a ella.
Ella lo sabía, porque ella lo había estado mirando a él.
Una vez, hace tanto tiempo que a veces Ayla no estaba segura de si era una memoria
real o solo algo que ella había soñado, su padre le había mostrado el cuaderno del Creador.
Estaba lleno con dibujos de divertidas baratijas mecánicas: cajas de música; aves
mecánicas; relojes de sol del tamaño de la uña de un dedo; un rompecabezas esférico con
diferentes soluciones para cada fase de la luna. Los diseños eran detallados, intrincados,
dibujados con tinta negra en un papel tan delgado que era casi transparente. Cuando
estabas mirando una página, podías ver la segunda. Dos imágenes encima de la otra, una
difícil de discernir, pero seguía ahí.
Así era como se sentía ver a Storme.
Cada vez que Ayla se atrevía a mirar otra vez, veía dos Stormes uno delante del otro:
uno era el Storme que ella estaba realmente viendo, el Storme que tenía dieciséis años y
vestido en lana verde jade, fuerte, brillante y rico, como si no hubiera querido nada en los
últimos siete años. Luego estaba el Storme que Ayla conocía (que había conocido), el
niño de nueve años con ojos muy grandes para su cara, todos sus huesos mostrándose
porque él estaba creciendo muy rápido. El Storme que la había empujado fuera de casa y
la había dejado ahí, y murió. Ella lo había visto. Escuchado, al menos. Creía que era
verdad. Pero esa cicatriz.
Este Storme, el Storme que seguía silenciosamente a la reina Junn, portaba la misma
cicatriz, exactamente la misma, hasta la hendidura de su ceja.
Porque él estaba vivo.
Él estaba vivo y era real, estaba aquí, de alguna manera, de alguna forma, después
de tanto tiempo.
¿Qué te sucedió? Ayla pensó desesperadamente, mientras arrancaba los ojos de él
por milésima vez en las últimas horas. ¿Cómo sobreviviste? ¿Cómo pudiste escapar de
nuestro pueblo? ¿Cómo terminaste en Varn?
¿Por qué te fuiste?
Ella lo escuchó morir. Sola en la terrible oscuridad. Ella encontró su cuerpo. Lo que
ella pensó que era su cuerpo.
Por siete años, ella pensó que él estaba muerto, que esa era la única explicación
posible. Porque… porque si él no había muerto, él hubiera regresado. Él hubiera
regresado por ella.
Él lo habría hecho.
Ayla siguió con indiferencia a Crier mientras acompañaban a Hesod, Kinok, y la
Reina Junn por un recorrido del palacio, los jardines, los acantilados cubiertos de hierba.
Ella ni siquiera intentó poner atención, solo mantuvo sus ojos en la parte trasera de la
cabeza de Crier y se concentró en no perder su pie en el fango. Ella y Storme eran los
únicos humanos en su pequeña fiesta. Vagamente, Ayla recordaba que una de las criadas
principales de la cocina intentaba que Ayla se quedara con los demás criados y a Crier
diciendo, La doncella se quedará a mi lado.
De modo que la doncella, como una sombra atrapada entre el recuerdo y la realidad,
permaneció a su lado.

Había ciertas cosas que escuchabas cuando crecías en las calles de los pueblos humanos.
Junto con las ratas de las alcantarillas, los susurradores. Historias de la Reina Loca, la
Reina Joven. Algunos decían que ella había matado a su propio padre para tomar el trono.
Algunos decían que se bañaba en sangre humana. Ella era una leyenda, o una historia de
terror. Pero ahora que la Reina Loca estaba frente a ella, Ayla se preguntaba cómo esas
historias habían comenzado siquiera. Por mucho que odiaba admitirlo, la Reina Loca no
actuaba como un monstruo. No se veía cruel, arrogante o violenta. Cuando ella le hablaba
a los humanos que la acompañaban (y ellos no eran solo sirvientes, la reina tenía guardias
humanos y a Storme) su voz era dominante pero respetuosa, casi suave. Durante el
recorrido del palacio ella mantuvo a Storme cerca. Cuando miró algo que consideró
interesante, como los tapetes de caza en el gran salón o la biblioteca dedicada a la vasta
colección de libros humanos de Hesod, ella lo apuntaba hacia él y esperaba a que él
murmurara un comentario. Como si a ella le importara. Como si fueran iguales.
Una sola tarde pasada en su presencia, y Ayla podía decir que la reina de Varn era
un desastre de contradicciones. Ella portaba el poder como una corona de oro puro,
imposible para cualquiera de ignorar, y aún así ella no la había utilizado para herir o
castigar a nadie. Era joven, apenas mayor que Ayla, pero se comportaba como una
envejecida reina guerrera. Era feroz pero gentil, impredecible en su falta de crueldad. Ella
lucía como si pudiera retar a cualquiera en el reino y ganar, pero también como si pudiera
burlarlos con inteligencia.
Ella no era como las historias. Ayla la miró y no pudo realmente imaginarla tomando
baños en una piscina de sangre humana. Triturando huesos entre sus dientes.
Mientras el recorrido continuaba, Ayla comenzó a darse cuenta que ella no era la
única que miraba a Junn muy de cerca. Crier seguía robándole miradas, también. Para ser
una sanguijuela, Crier no era realmente buena ocultando sus pensamientos. Ella miraba a
la Reina Junn con algo más allá de la curiosidad, pasando de la intriga.
El recorrido los llevó por el ala oeste y el ala este, donde la reina se estaría quedando.
El ala este estaba mucho más aireado que la oeste, tenía algunos de los grandes pasillos
forrados con ventanas para dejar pasar la pálida luz después de la lluvia, estaban las
blancas paredes de mármol casi brillando. Los pasos de la procesión resonaban en el suelo
de mármol, un desfile aparentemente interminable de sonidos. Todo era humano. Los
Automas se movían en un perfecto silencio, como fantasmas. Ese era un gesto de
deferencia.
Crier mirando a la reina.
Ayla mirando a Storme.
Tal vez Storme había sido capturado, razonó. Era poco común para las sanguijuelas
tomar prisioneros durante sus redadas, pero podía pasar. Probablemente. Tal vez él había
sido capturado y de alguna manera terminó en la corte de la reina y nunca, ni una vez en
siete años, había tenido la oportunidad de escapar y de encontrar a su hermana que creía
que él había sido asesinado.
Un amplio pasillo con ventanas los condujo a las entrañas del palacio, donde los
pasillos de mármol no eran tan brillantes y modestos. La luz de las lámparas parpadeaba
sobre las paredes, creando extrañas sombras saltantes. Estaba oscuro incluso en la luz del
día. La procesión de pasos seguía haciendo ecos, pero el sonido era más diluido y vacío.
De alguna manera, amortiguado. Ayla tensó sus orejas para escuchar las palabras de
Hesod mientras le contaba a la Reina Loca sobre la historia de estos pasillos, el famoso
Automa que construyó este palacio y ha vivido aquí desde la Guerra de las Especies. El
poder genera poder. Ella solo salió de su aturdimiento cuando Crier se detuvo frente a
una puerta, pasando desapercibida por el resto del grupo, y llamando a Ayla a acercarse
más. Frunciendo el ceño, Ayla lo hizo.
—Quiero mostrarte algo —Crier dijo silenciosamente, señalando hacia la oscura
puerta de madera—. Creo… Creo que esto va a significar algo para ti. Solía estar vacío.
Pero desde ayer, ya no lo está. Adivina quién está ahí.
—No lo sé —Ayla dijo, agitando su cabeza.
Crier sonrió.
—Es Faye.
Ayla la miró.
—Lo siento, ¿por qué Faye vive en el ala este?
Crier se veía casi orgullosa.
—Yo lo pedí.
—Pero, ¿por qué. . . ?
—Mi lady —dijo otro sirviente antes de que Crier pudiera responder—. Su padre ha
notado su ausencia y pide que se una a él en la cabeza del desfile.
—Por supuesto —dijo Crier suavemente y se apartó de Ayla sin decir otra palabra,
siguiendo al sirviente por el pasillo hacia el final del recorrido, los últimos humanos
Varnianos desapareciendo por la esquina—. Ven, Ayla.
Pero Ayla estaba quieta donde estaba, en el mármol fuera de la puerta que
aparentemente pertenecía a Faye.
¿Qué has hecho, Crier?
Antes de que pudiera pensarlo mejor, ella llamó a la puerta. Hubo un sonido de pelea
desde adentro, y entonces la puerta se abrió solo un poco. Solo lo suficiente para mostrar
una pulgada del rostro de alguien, un solo ojo sin parpadear.
—¿Qué estás haciendo aquí? —siseó Faye—. ¿Qué quieres?
Ayla miró hacia al corredor, Crier estaba de pie al final, casi derretida en las sombras,
tan quieta que podría ser una extensión del piso de mármol, una estatua salida de la mitad
del pasillo. Ella estaba esperando por Ayla.
—¿Qué estás haciendo tú aquí? —Ayla susurró, tan bajo que ni siquiera Crier siendo
un Automa podría ser capaz de escuchar—. ¿Por qué te dio esta habitación?
—Manzanas del sol —dijo Faye.
—¿Qué pasa con ellas? Por favor respóndeme, Faye, ¿por qué estás aquí?
—No lo sé —dijo Faye de nuevo, e hizo un bajo y seseante sonido. Ella todavía no
había parpadeado. —Los envíos que él me estaba dando, no eran manzanas, eran…
—¿Él? —Ella se refería a Kinok. —¿Qué ocurrió, Faye?
—Intenté hacer lo correcto —Faye decía, lágrimas deslizándose en su rostro—. Yo
intenté, quería decirlo, pero él se dio cuenta primero y…
—¡Ayla! —dijo Crier, su voz haciendo eco en las paredes—. Puedes hablar con tu
amiga luego. Nos perderemos el resto del recorrido. Ven.
Ayla se apartó de la puerta, pero no pudo quitar sus ojos de Faye. Su pulso atrapado
en su garganta, ¿Qué había dicho Malwin? Rastrea las manzanas de sol. Faye debía estar
hablando de las cajas de manzanas del sol que el soberano envió como obsequio para los
Manos Rojas, los nobles, los principales comerciantes y mercaderes, cualquiera de su
agrado. ¿Kinok se había hecho cargo de los envíos. . . y luego se los había delegado a
Faye? ¿Por qué?
—Ayla. Doncella. Ven.
—Todo es mi culpa —Faye susurró, y azotó la puerta.
13
El tour de la reina parecía haber agotado a Crier, como si hubiera estado arrastrando algo
pesado con ella durante el día. Y luego de haber pasado la sala llena de finezas que Crier
había pedido especialmente para Faye después de enterarse de la preocupación que Ayla
sentía por ella, Ayla parecía haberse vuelto más fría. Crier no lo entendía, ella debería
haber estado. . . ¿feliz? ¿Aliviada? Una vez más se sintió sorprendida por la forma en la
que un humano podía desviarse tanto de su respuesta esperada.

Y luego. Durante un receso entre el tour y la cena, Ayla se había escabullido, sin mirar
a Crier a los ojos. ¿Qué había pasado?

Ahora Crier estaba en su habitación, esperando la cena. Levantó la vista de su libro


cuando escuchó un suave golpe en la puerta. Estaba confundida, no podía ser Ayla quien
siempre golpeaba la puerta con sus nudillos como si estuviera intentando iniciar una
pelea. Estuvo aún más confundida cuando abrió la puerta y se encontró con Kinok
esperando al otro lado.

—Lady Crier—dijo suavemente—. Estoy aquí para llevarla para la cena

¿Por qué no podía hacerlo Ayla? Crier quería preguntar, pero en lugar de eso solo
inclinó la cabeza, le servía ese momento a solas con Kinok, aunque fuera corto, para
investigar sobre Reyka.

Y por supuesto, las preguntas que no podía hacer sin revelar que había intentado
espiarlo: ¿Por qué estaba la frase Corazón de Yora escrita en todas sus notas? ¿Quién era
la mujer misteriosa mencionada en sus notas sobre Thomas Wren?

Se envolvió a si misma en un fino chal y lo dejó tomar su brazo. Caminaron


lentamente por los pasillos, pasando empleadas de la cocina y chicos de los recados. Crier
quería llegar a una parte relativamente vacía del pasillo. Ahí antes de que pudiera perder
el valor, dijo:

—En la noche del compromiso, dijo que estábamos en esto juntos. Dijo que
mantendría mi. . . mi secreto. Pero en el momento en el que se paró frente al consejo,
habló de Fallas y Pasión. ¿Cómo pudo?

—Sólo dije eso para provocarla.

—¡Cómo...! —Cerró la boca cuando una criada apareció en la esquina y esperó a que
ella estuviera fuera de la vista. —¿Cómo se atreve? Decir algo así en frente del consejo,
solo para, para. . . No puedo creerlo.

Ella no recordaba haber estado tan disgustada con alguien antes, cuando hace tan solo
unas semanas creía realmente que él no era mucho más que un filósofo, un pensador, un
historiador de su Especie.

—Y todo lo que dijo sobre Thomas Wren la noche del compromiso, la belleza de su
trabajo, el que cada uno de nosotros es un poco diferente. . . supongo que eso era qué,
¿otra provocación? ¿Solo usted jugando con mi cabeza?

Él dejó escapar una risa.

—No totalmente.

—Entonces, ¿qué significó? ¿Qué significa algo de eso?

Él era un gran enredo de estudios y experimentos y teorías, y ella repentinamente se


dio cuenta de que no tenía ni idea de cómo todo ello se conectaba. ¿Qué tenía que ver su
interés en Wren con MAD o su pasado como Guardián? ¿Y qué tenía que ver todo eso
con. . .?

—Corazón de Yora —escupió ella. Dejó de caminar y se dio vuelta para


enfrentarlo—. ¿Qué es el Corazón de Yora?

Los ojos de Kinok chispearon por un segundo. A ella ni siquiera le importaba que
podría haber admitido fisgonear su estudio, ella quería respuestas y estaba cansada de no
obtenerlas, de que todos a su alrededor contaran verdades a medias, adivinanzas y
rompecabezas crípticos.

—Su curiosidad me complace Lady Crier—dijo él sonriendo—. Déjeme mostrarle


algo

Él la guió por el mismo pasillo por el que habían venido, hacia su habitación en el
ala oeste. Crier se quedó atrás cuando él abrió la puerta a su habitación y miró sobre su
hombro, esperando a que ella lo siguiera adentro.

—¿Qué va a mostrarme? —preguntó ella sospechando.

—Solo entre—dijo él—. Le prometo, esto es algo que quiere ver

Ella lo siguió adentro. Nunca había estado en la habitación donde él dormía, que
estaban en un piso distinto de dónde se encontraba el estudio privado que tenía en los
pisos inferiores, y tuvo un momento de precaución cuando entró. Era un amplio, pero
relativamente poco amueblado espacio, los cuartos de un invitado temporal, con una
cama, un escritorio, algunos baúles de ropa y un inmenso tapiz contra la pared. Crier no
podía imaginar qué podría él querer mostrarle, a menos que fuera alguna chuchería de sus
tantos viajes. Ella esperaba que él sacara algo de uno de los baúles, pero en lugar de eso
Kinok fue derecho a la pared más alejada en la habitación.

Presionó su mano contra una de las piedras de la pared, y una sección de la pared
cambió bajo su toque: un pasadizo secreto. Crier sabía que había unos cuantos de esos en
el palacio, principalmente para ser rutas de escape en caso de un ataque, algunos
conectados a habitaciones privadas como éste.
La puerta se abrió con el sonido de roca raspando contra roca, y Kinok volvió a mirar
a Crier, con sus ojos brillando.

—¿Viene, mi lady?

Ella lo siguió hacia la habitación oculta y se detuvo.

A diferencia del cuarto detrás de ellos, esta habitación era de todo menos seca. Era
pequeña, apenas más grande que un clóset, pero se veía como esos laboratorios de
alquimia que Crier había visto ilustrado en textos científicos: había viales por todas partes,
variando en tamaños desde el largo de su meñique a largos y anchos decantadores de
cristal que podrían haber contenido medio barril de vino. Algunos de los viales estaban
conectados con delgados tubos de vidrio; algunos echaban humo; otras parecían estar
vacías y otros parecían estar llenos de un líquido morado negruzco. Las paredes estaban
empapeladas con diagramas del cuerpo humano y Automa, incisiones transversales
mostrando las venas, los músculos, la intrincada tela de araña que era el sistema nervioso.
Cuando Crier respiró, el aire se sentía agrio y metálico.

—¿Qué es esto? —preguntó sorprendida. ¿Sabe mi padre de esto?

—Mi pequeño experimento —dijo Kinok. Él se agachó, inspeccionando uno de los


viales llenos con un líquido oscuro.—Lady Crier, ¿ha escuchado de la Turmalina?

—Vagamente —dijo ella—. ¿Es un tipo de piedra cierto?

—Sí y no. Turmalina también es el nombre de un compuesto que he dedicado mi vida


a descubrir, hay personas (Creadores, Matronas, Scyres) que creen que es posible crear
un compuesto que pueda alimentar a los Automas indefinidamente.

Crier observó los viales con renovado interés.

—¿Quiere decir, mejor que la Corazonita?

—La Turmalina podría hacer parecer a la Corazonita tan efectiva para nuestra especie
como el vino humano. —La observó justo a tiempo para ver sus ojos abrirse, y una
pequeña sonrisa recorrió sus labios. —Imagínelo, no necesitaría beber algo todos los días
para poder sobrevivir. No sería dependiente del Corazón de Hierro, o de los envíos de
Corazonita, en esas rutas de comercio demasiado vulnerables. Esta es una sustancia que
podría ser producida en cualquier lugar. Usted podría solo...vivir. Libre de miedo. Libre
de amenaza. Y sería mucho más fuerte de lo que es ahora.

—¿Cree que no deberíamos confiarnos del Corazón de Hierro?

—Claro que no deberíamos —dijo él—. Es, y siempre ha sido, una fuente finita de
recurso. No es diferente de una mina de diamantes, Lady Crier. Eventualmente se te
acaban los diamantes.

Sus ojos se ampliaron.


—¿Cuánto tiempo falta para que se nos acabe la Corazonita?

—Nadie sabe. Ni siquiera los Guardianes. Pero. . . prefiero prepararme para lo peor.
De esta manera nunca soy tomado desprevenido

Crier absorbió esto, tambaleándose, pero no se permitió a sí misma olvidar por qué
estaba allí en primer lugar.

—Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con el Corazón de Yora?

—Ah. Eso, mi lady, es simplemente otro nombre para la Turmalina. Creo que se
originó de un rumor humano, un cuento de viejas acerca de la historia de la Turmalina.
Eso es todo.

Se dio la vuelta efectivamente terminando con esa línea de cuestionamiento. Todo


acerca de su Corazonista lenguaje corporal decía desinterés, pero Crier no podía evitar
pensar que él no estaba diciendo la verdad acerca de corazón de Yora, al menos no
completamente.

Había una pequeña mesa en la esquina que sostenía una formación de herramientas.
Kinok cogió un cuchillo delgado y, mientras Crier observaba, se pinchó el dedo y dejó
que la sangre gotera en uno de los viales. Y Crier se dio cuenta de lo que era el líquido
purpúreo. Kinok estaba experimentando con su propia sangre.

Se dio la vuelta, un poco asqueada. Sus ojos recayeron sobre uno de los diagramas
en la pared. Se veía como un árbol familiar humano, excepto que estaba organizado no
de hacía arriba hacia bajo, si no desde el centro hacia afuera como los radios de una rueda.
El nombre en el centro de la rueda era Thomas Wren.

—Tu investigación —murmuró Crier—. ¿Este mapa muestra las personas que han
trabajado con Wren?

—Todo genio se basa en otros —dijo Kinok casi irónicamente—. Puedes aprender
mucho trazando las conexiones de una mente a otra

Ella no respondió. De hecho, estaba un poco aliviada después de ver el trabajo de


Kinok expuesto así. Trazó una de las líneas del mapa con su dedo. Había solo una roja.

—¿Qué es esto? —preguntó Crier

Kinok echó un vistazo.

—Es un rumor, no con una base, pero algunos dicen que Thomas Wren estaba
enamorado de otra científica y que ella le dio una hija.

Eso consoló a Crier de alguna manera. Nada de lo que él hacía parecía muy peligroso,
tal vez ella estaba sobre reaccionando con sus sospechas de él. Tal vez él sí quería trabajar
con ella para ayudarla, Con Fallas y todo.

—Estoy contento de que mi trabajo le parezca intrigante —dijo Kinok unos minutos
más tarde, después de cuidadosamente cerrar la puerta oculta, ya que finalmente se
dirigían al gran salón para cenar con Hesod y Junn.

—Pues sí —Crier dijo honestamente—. Me gusta cualquier cosa que tenga que ver
con la historia de nuestra Especie. Y . . . la Turmalina es ciertamente una idea tentadora.
Especialmente si estamos en peligro de quedarnos sin Corazonita. ¿Ha hablado con mi
padre acerca de esto? ¿O con cualquier otro en el consejo?

—Tantas preguntas, Lady Crier —dijo él, sonriendo indulgente—. No se preocupe,


le daré sus respuestas. Y tengo más que mostrarle. . . mucho más. Siempre y cuando pueda
probarme su lealtad

¿Qué?

Crier no tuvo tiempo de preguntarle a qué se refería. Habían llegado al gran salón, y
la Reina Junn esperaba.

La cena fue tensa.

En una exhibición de las creencias de Hesod, la mesa del gran salón estaba repleta
de delicias humanas en adición a la tetera de cráneo de pájaro llena de Corazonita líquida;
cordero guisado, pescado salado, pan con mantequilla y miel, platos de frutas azucaradas
de los huertos. Nadie comió a excepción de la reina.

Hesod se sentó junto la reina Junn mientras ella comía, tomando parte en las
conversaciones cordiales. Pero Crier veía algo frío y calculador en la mirada de su padre.
Se veía regio esa noche, en su traje rojo oscuro que usualmente reservaba para las
reuniones del consejo u otros asuntos formales. Un broche de oro brillaba en su garganta,
grabado con el escudo del soberano: un puño apretado. Una corona, un rubí
resplandeciente. Él sonreía. Se organizaba para que sus rasgos se vean algo amable, el
acogedor soberano con buen humor. Pero sus ojos contaban una historia distinta.

Crier tomó un sorbo de su Corazonita líquida. Era todo lo que podía mantener en su
estómago. Podía oír el ruido del estómago de Ayla comiéndose a sí mismo. Ayla estaba
arrodillada a los pies de Crier, como siempre, incluso si el consejero humano de la reina
Junn estaba sentado en la mesa con todos los demás. Eso hizo que la piel de Crier picara.

Ayla había estado distante todo el día. Durante el tour del palacio, había caminado
detrás de Crier como una espectadora silenciosa, con la vista fija hacia adelante. En un
punto casi tropieza con la cola del vestido de Crier. Lo hubiera hecho si Crier no lo hubiera
quitado de su camino justo a tiempo.

Lo único que parecía captar la atención de Ayla era el consejero humano. Los ojos de
Ayla se dirigían a él, filosos y despiertos. Había sido así todo el día. ¿Qué era tan
fascinante acerca de él? Crier le frunció el ceño a las sobras de carne en su plato. ¿Es
porque era humano? Le echó un vistazo por el borde de su taza de té. No era feo, sin la
máscara blanca. De hecho, se veía algo similar a Ayla, como si hubieran venido de la
misma aldea. Como Ayla, el consejero tenía grueso cabello oscuro. Tenía una barbilla
similar, Un bulto similar en el puente de su nariz. Aunque Crier notó que no tenía las
pecas de Ayla. O sus pómulos.

No, feo no, pensó para sí misma, y troceó otro pedazo de pan que no tenía deseo de
comer.

Como si de alguna manera hubiera sentido lo que pensaba sobre él, el consejero
escogió ese momento para hablar.

—Lady Crier —dijo él, y Crier se. . . paralizó un poco, sorprendida de que un humano
se dirigiera a ella directamente. Hablaba como un nativo de Rabu, no como alguien de
Varn. Eso explicaba el cabello oscuro. —¿Tiene algo que decir?

Ella parpadeó.

—Yo. . . yo me distraje. Mis disculpas —dijo asintiendo hacia la reina y hacia su


padre—. ¿Cuál es el tema?

—¿Qué más puede ser? —dijo él—. La coexistencia.

—Soy la hija de mi padre —dijo ella—. Creo en la perpetuación del Tradicionalismo.


Coexistencia, hasta cierto punto, con ciertos límites sociales, culturales y políticos en
lugar de separar a las dos Especies.

Crier había dicho esas palabras muchas veces antes, pero esta vez dejaron un mal
sabor en su boca. Sus ojos querían encontrar a Ayla, pero en su lugar encontraron a su
padre.

Al otro lado de la mesa, Hesod la miraba con aprobación.

Eso era lo que ella siempre quiso, su aprobación. Pero por alguna razón, en ese
momento no le dio satisfacción. Al contrario, se sentía inquieta.

—Interesante, hija de Hesod —dijo la Reina Junn, sentada al otro lado de la mesa. A
diferencia de la mayoría de los invitados, no se había negado cuando le ofrecieron comida
humana; había comido sin quejarse. Ahora estaba observando a Crier, sus largos dedos
enroscados alrededor de una copa con Corazonita líquida. —¿Entonces realmente crees
que los límites son necesarios para mantener la paz entre ambas Especies?

—Sí —dijo Crier. Por alguna razón se le estaba haciendo difícil sostenerle la mirada
a Junn. —Todas las sociedades requieren de algún nivel de organización. Una sociedad
sin límites y separación retrocede hacia la anarquía y el caos.

—¿Sabes esto por experiencia propia?

—Por estudio extensivo

—Concuerdo contigo—dijo la reina—. Creo que las sociedades requieren algún tipo
de organización para funcionar. Pero siento curiosidad, Lady Crier: ¿Por qué cree usted
que debemos separarnos según Especie? ¿Por qué poner los límites de nuestra jerarquía
según Creados y No-Creados?

Porque es obvio, Crier casi dijo. Una Especie es más fuerte y la otra es más débil.
Una es dominante, la otra sumisa. Una destinada a gobernar, la otra a obedecer.

Hace dos meses, ella hubiera dado esa respuesta, directa desde sus libros, sus
lecciones, de las enseñanzas de su padre.

Pero ahora...

Ahora, con Ayla junto a ella (arrodillada a sus pies, declinando las sobras), con el
consejero humano de la reina frente a ella, Crier se encontró incapaz de responder tan
fácilmente. Su duda duró solo por un momento, pero fue lo suficientemente larga como
para que Hesod interrumpiera.

—Pides demasiado de ella —dijo, volviendo a llenar su copa. Su boca manchada de


rojo. —Mi hija es brillante, pero su mente es más adecuada para una biblioteca, no un
debate.

Nunca me has dejado debatir, pensó Crier amargamente. Así que, ¿cómo lo sabrías?

—Mis disculpas, Lady Crier —dijo Junn—. Me dejé llevar. Encuentro mucho placer
en compartir mis propias creencias.

—Ah —dijo Hesod—. Aquí va.

—Verá, Lady Crier —dijo Junn—. Para mí, la coexistencia (no el Tradicionalismo,
ni la Anti-Dependencia) —Crier se puso rígida ante la mención del movimiento de Kinok
y esperó que la reina no lo notara. —Sino la absoluta coexistencia, la verdadera
coexistencia, igualdad entre las Especies, es más realidad que fantasía. En Varn, los
Automas y los humanos viven y trabajan lado a lado.

—No puedo pensar en nada más admirable —dijo Crier, y la sonrisa de Hesod se
puso rígida en las orillas. Kinok, por su parte, estaba callado. Su cara estaba en blanco,
sus ojos brillaban con lo que parecía diversión. —Sé que usted ha estado trabajando por
esa realidad desde que asumió el trono.

—La Guerra dejó a mi país destruido —dijo Junn—. Aún nos estamos
reconstruyendo. Somos simultáneamente antiguos y recién nacidos. Somos una nación
creciente, y todas las cosas crecientes deben sentir dolor y aprender y reajustarse. Pero en
mi nación, cada día, nos acercamos más a un futuro en el cual los Automas y los humanos
viven en armonía.

Crier se quedó mirándola, estupefacta.

—Una idea fascinante —dio Hesod—. Pero para nada práctica. Nuestra Especie fue
creada para el solo propósito de. . .

—Lady Crier —interrumpió la reina, y Hesod se quedó en silencio tal vez solo porque
nunca nadie lo había interrumpido antes. Crier podía ver cuanto lo molestaba, pero él
mantuvo su boca cerrada. Junn era una reina en un viaje diplomático. Ninguno de ellos
podía permitirse ofenderla. —Después de la cena me gustaría mucho hablar con usted —
dijo ella—. En privado.

La sorpresa de Hesod y Kinok, e incluso de la misma Crier, era palpable, pero la


sonrisa de la reina no disminuyó. Crier casi miró a su padre para pedirle aprobación, pero
luego recordó la manera en la que él la había ignorado durante la reunión del consejo. La
forma en la que había dicho, Quédate ahí.

Levantó la barbilla y se encontró con la mirada de la reina.

—Estaría honrada, Su Alteza.

Y así después de la cena, Crier fue convocada a la habitación de la reina. Intentó


caminar lento al principio, con dignidad, pero la aprehensión en su estómago la hacía
sentir como si se hubiera tragado un nido entero de tábanos. Sus pasos se fueron haciendo
más y más rápidos hasta que dobló en una esquina tan rápido que asustó a una criada de
la que se cayó toda una bandeja de cubiertos, que cayó sobre la piedra con un tremendo
estruendo, que terminó con la criada intentando hacer una reverencia, recoger los
cubiertos caídos y disculparse simultáneamente. Crier se paró por un momento antes de
darse cuenta de que su presencia parecía poner nerviosa a la criada, y luego se fue
sintiéndose extremadamente rara y no menos aprehensiva.

Cuando tocó la puerta de la reina, se abrió inmediatamente. La reina Junn susurró


para que entrara. Tal vez Crier no era la única que sentía una extraña urgencia en ese
momento.

La recámara estaba casi vacía. La compañía de la reina debía irse la mañana siguiente
al amanecer, así que las únicas señales de vida en la inmensa habitación era el fuego de
la chimenea y la ropa de cama ligeramente arrugada. Había un plato de queso y frutas
confitadas sin tocar sobre la mesa.

Crier se movió incómoda, cogiéndose sus faldas.

—¿Quería hablar conmigo, Su Alteza?

—Por favor —dijo la reina—. Siéntate.

Crier se sentó en una de las dos sillas junto a la mesa. La reina se sentó frente a ella.
Estaban mucho más cerca de lo que habían estado en la cena. Crier podía olerla, olía a
lluvia y especias oscuras.

—No soy del tipo que se ahorra las palabras, mi Lady —dijo la reina Junn—. El
Scyre es un problema.

El primer pensamiento de Crier fue, Oh, finalmente.

—¿Oh?
—Pero tú ya sabes eso, ¿no? —dijo Junn, leyéndolo de la cara de Crier—. Le temes

—No le temo —corrigió Crier—. Yo no le temo a nadie.

Junn sonrió mostrando los dientes. Era una sonrisa entre amable y cruel.

—El miedo es algo bueno, Lady Crier. El miedo significa que estás viva y que quieres
mantenerte así.

—Mi vida no está en peligro.

—Claro que no —dijo Junn—. Porque eres intocable. Porque fuiste hecha para ser
invencible. —Se acercó a ella. —Te contaré un secreto, Lady Crier. Los humanos también
se creen invencibles.

Un recuerdo destelló en la memoria de Crier: el suelo sólido desapareciendo bajo sus


pies, el precipicio resbaloso y rompiéndose bajo su agarre. Agua oscura, espuma blanca,
su carne Creada despreciada por las anguilas que giraban.

No era invencible, no.

—¿Qué sabe de Kinok? —soltó Crier.

—Es poderoso —dijo Junn—. Sus ideas son peligrosas. Se esparcen como una
infección humana. Has estudiado las varias plagas del mundo humano, estoy segura.

Crier asintió.

Recordó libros llenos con ilustraciones gráficas. Cuerpos humanos cortados a la


mitad, abiertos transversalmente. Estudios de piel arruinada, heridas supurantes. Mapas
cubiertos de finas líneas rojas, detallando la expansión de cientos de enfermedades
diferentes.

—Fiebre y fervor —dijo Junn—. Al final, hay muy poca diferencia.

—El fervor no es necesariamente peligroso, Su Alteza. Tampoco lo es la pasión.

Crier luchó contra el impulso de cubrir su boca con su mano. De repente se sintió
como una de esas ilustraciones en los libros médicos; completamente abierta. Expuesta.

¿La pasión no es peligrosa? No había nada más peligroso. Tampoco había alguna
razón por la que debería discutir a favor de Kinok, fue más una reacción instintiva, un
mecanismo de defensa porque se sentía muy nerviosa. ¿Por qué se sentía tan nerviosa?

La reina Junn se inclinó hacia ella. Y tan cerca que la respiración de Crier se aceleró
en su garganta.

—Está en lo correcto —murmuró Junn—. Pero las ideas de Scyre son peligrosas. Yo
lo sé, y usted lo sabes. Lo veo en su cara cuando lo mira. Conozco esa mirada porque
también la he tenido.
—¿A qué se refiere, Su Alteza?

—No eres la primera en atraer su atención, Lady —dijo Junn, apretando su


mandíbula—. Antes de ti, estuve yo. Vino a mi palacio el otoño pasado. Lo admito: al
comienzo me pareció encantador. Deseable. Es inteligente Lady, incluso para nuestra
Especie.

—¿Él. . . él la cortejó? —preguntó Crier, Sorprendida de no haberlo sabido. ¿Sabía


su padre? ¿Acaso importaba?

—Claro que sí —respondió la reina, moviendo su mano hacia atrás como si estuviera
espantando una mosca—. Como habrás notado, él está atraído a cualquier soplo de poder.
Sus partidarios serán muchos, pero su base es pequeña. Para realmente hacer que la gente
acepte sus ideas necesita aliarse con una fuerza establecida. Pero admito que incluso yo
estaba intrigada al principio. Durante todo el otoño, sus ideas parecían brillar dentro de
mi cabeza. Él hablo de un futuro glorioso para nuestra Especie, y yo realmente quería
ayudarlo a crearla. Pero era un nudo de mentiras, Lady. El engaño de un zorro.

Ante la mirada confundida de Crier, continuó:

—Es de una antigua historia humana. Una vez, durante un largo y terrible invierno,
Zorra y Osa temían que sus hijos murieran de hambre. Su leche se había secado y ambas
estaban muy débiles como para cazar. Todos sabían que Zorra era el animal más listo en
todo el bosque, así que Osa fue a ella y le rogó su ayuda.

—Mis hijos están hambrientos, le dijo, Puedo oír sus estómagos rugir. ¿Qué debo
hacer? Y la Zorra le dijo: La semana pasada, Hermano Lobo atacó la granja a la orilla
del bosque. Mató una oveja y dos gallinas gordas. Ahora los humanos están asustados.
Ve a ellos pacíficamente y diles que a cambio de una gallina fresca por día vigilarás sus
gallinas y sus sustentos, de los lobos. Estás debilitada, pero tu cuerpo es grande y tus
dientes son afilados. Hermano Lobo no se te enfrentará. Así, Osa hizo lo que la Zorra le
dijo. Esa noche, dejó a sus oseznos en su guarida y viajó hasta la granja en la orilla del
bosque. Tocó gentilmente a la puerta del granjero y le dijo: Vengo en paz. Por favor
déjame entrar. Y el granjero abrió la puerta solo para hundir su cuchillo de caza en el
corazón de Osa. Verás, él pensó que era otro ataque.

Crier observó la cara de Junn mientras hablaba. Los ojos de Junn estaban enfocados
en algo que parecía no existir en la habitación, algo visible solo para ella.

—¿Qué pasó después? —preguntó Crier—. ¿La Zorra se robó las gallinas del
granjero?

—No —dijo Junn—. La Zorra esperó a que los hijos de la Osa murieran de hambre.
Luego se los comió. La carne de dos oseznos fue suficiente para que a la Zorra y a sus
zorritos les durara hasta las últimas semanas de invierno. Había cazado sin siquiera
levantar una pata.

—Así que mató a Osa a propósito.


—¿No estabas escuchando? —preguntó Junn—. La Zorra no mató a la Osa. Lo hizo
el granjero. Cuando los otros animales descubrieron lo que pasó, todos culparon a Osa de
volverse loca. Caminar directamente a la puerta del granjero, dijeron. Qué tonta. Y la
Zorra estaba de acuerdo con ellos, así nunca nadie se enteró de lo que había hecho.

Ella miró a Crier atentamente, examinando su cara.

—Así que Kinok es el zorro —dijo Crier—. Inteligente y engañoso.

La reina sonrió.

—No querida. Kinok es el lobo. —Pausó y miró a Crier por un momento. —Quiero
que tú seas el zorro.

Sus palabras golpearon a Crier como una corriente de viento ártico.

—Dices que él habló de un futuro para nuestra Especie— dijo lentamente— ¿Qué
futuro es ese?

—La Nueva Era. —La sonrisa había abandonado la cara de Junn. —La Era Dorada.
Para el Scyre, es un chiste que todavía habitemos ciudades humanas, piensa que somos
como buitres alimentándonos de cosas muertas, viviendo en los huesos de una
civilización fallida. Los verdaderos sueños del Movimiento Anti-Dependentista van
mucho más allá de una sola ciudad capital. Él quiere arrasar completamente todas las
ciudades antiguas y construir nuevas ciudades, ciudades Creadas diseñadas enteramente
para nuestra Especie. Ciudades dónde los humanos no solo no son bienvenidos, sino
incapaces de sobrevivir en ellas. Déjalos luchar, pasar hambre, matarse unos a otros hasta
que, como lo pondrían sus seguidores, ‘no sean más nuestro problema.’ Y eso no es todo.
Quiere Crear una nueva raza de Automas. Quiere que la siguiente generación de nuestra
Especie sea aún más fuerte, poderosa. Sin ningún pilar humano. Y más importante, más
desesperadamente, quiere acabar con nuestra dependencia del Corazón de Hierro.

—Él. . . él sí me mencionó algo así. —La mente de Crier giraba, agobiada por toda
la información.

—Afirmó haber encontrado una nueva fuente de poder.

—Sí me habló de su idea, pero. . .

Junn le dio una larga mirada.

—Mi lady, tú sobre todas las personas deberías saber que no existe algo así como
solo una idea. — Junn se acercó nuevamente. —No es meramente filosófico. Es muy real.
El Movimiento Anti-Dependentista ya está en marcha. Los seguidores de Scyre beben sus
palabras como vino dulce. Hay solo unos cuantos cientos ahora, pero sus números crecen
cada día. Unos cuantos cientos pueden convertirse en unos cuantos miles en cuestión de
días. Necesito su ayuda, Lady Crier.

—¿Mi . . . mi ayuda?
—Para detener la enfermedad antes de que se propague.

Aun así, Crier la miró, sin estar segura de a qué se refería.

Entonces, la reina aclaró:

—Necesito tu ayuda para derrotarlo.

Junn lo dijo casi casualmente, como si no estuviera diciendo nada más que, Para
desearle buenos días.

Finalmente, Crier entendió por qué la gente la llamaba la Reina Loca. Cómo podía
ser la Reina Joven y Junn la Devoradora de Huesos, todo al mismo tiempo.

—No lo sé —susurró, mortificada por su propia cobardía y no ser capaz de


ocultarla—. Estoy comprometida con él, está en el consejo, es poderoso, está bajo la
protección de mi padre...

Sabe sobre mi quinto pilar...

Podría destruirme...

Él quería, de hecho, destruir a todos los humanos, o al menos, hacer el mundo


sumamente inhabitable para ellos. . .

Él era mucho más monstruoso de lo que ella había pensado.

—No se avergüence de su miedo, Lady Crier —dijo Junn—. Si no tuviera miedo, me


iría de esta habitación y no miraría atrás. Pero tienes miedo. Es por eso que confío en ti,
y el por qué estoy pidiendo su ayuda. —Su expresión se suavizó. —Y realmente solo lo
estoy pidiendo. No voy a forzarla, mi lady. Tampoco le voy a rogar.

—Necesito tiempo —dijo Crier—. Necesito pensar.

Junn asintió, recostándose un poco sobre la silla. Sin el olor y el calor de ella, era un
poco más fácil respirar.

—Por supuesto —dijo ella—. Desearía tener más tiempo para darle, pero mi
compañía se va al amanecer. Si decide que quiere ayudarme, tome esto y deslícelo bajo
la puerta de mi habitación. —Ella le entregó una pluma verde. —En Varn, el color verde
simboliza alianza. Nosotros lo usamos para comunicarnos.

—¿Nosotros? ¿A qué se refiere con nosotros?

—Todos los que desean enfrentarse al lobo —dijo Junn, y sonrió.


Unas horas más tarde, Crier se encontró parada en el pasillo fuera de la habitación de la
reina, una pluma verde fuertemente presionada en su mano. Tenía el pensamiento fugaz
de que deseaba saber dónde estaba Reyka, deseaba hablar con ella, pedirle consejo. Pero
Reyka seguía desaparecida, y cada día que pasaba significaba que lo peor era posible.
Reyka podría estar muerta. Podría haber sido asesinada.

No había ninguna evidencia de cualquier forma, solo el persistente sabor del miedo
cada vez que Crier pensaba en ello.

Ella estaba cansada, pero también estaba cansada de sentirse como un peón.

Y Junn tenía razón. Ella estaba cansada de Kinok: su chantaje, su odio por los
humanos, sus seguidores de banda negra. El placer que él tomaba en empuñar el poder,
en hacer que Crier se sintiera indefensa, recordándole en cada oportunidad que sabía de
su Falla.

No le gustaba sentirse indefensa.

Ella no tenía idea de lo que pasaría si aceptaba trabajar con la reina Junn pero los días
se estaban yendo muy rápido. Pronto, los árboles estarían todos desnudos. Pronto sería
invierno y ella estaría casada. Sería empujada sin gracia hacia una nueva vida con Kinok.
¿A dónde irían luego de casarse? Kinok no tenía tierras propias. Esa era probablemente
la mitad de la razón por la que trató de conquistar a la reina Junn. ¿A dónde la llevaría?
¿Al Norte Lejano, al lugar de su planeada nueva ciudad?

Crier no sabía que quería. Su antiguo sueño se había infectado y había muerto. Solo
sabía una cosa: No quería ser la esposa de Kinok.

Con ese pensamiento en mente, dio un paso adelante. . .y escuchó un extraño sonido
desde dentro de la habitación de la reina.

Bajo y gutural, sonaba casi como una expresión de dolor.

Crier se congeló. ¿La reina estaba en peligro? Estaba protegida por sus guardias,
¿pero y si habían sido superados? ¿Y si estaba siendo atacada?

Cuando el sonido se oyó de nuevo, más alto y duradero esta vez, Crier se dio cuenta
de que ella no gritaba de dolor.

Todo su cuerpo se enfrió y luego se puso terrible, ferozmente caliente.

Quien sea que estuviera haciendo ese ruido no estaba sufriendo.

Sorprendida, Crier no podía moverse. Escuchó los jadeos e inmediatamente su mente


fue hacia el pensamiento de piel contra piel, fue hacia aliento y labios y...

Ella retrocedió para esconderse a la vuelta de la esquina, lo suficientemente lejos de


la puerta de la reina para no escuchar lo que estaba pasando adentro. Su corazón latió
rápido, su piel estaba sonrojada con una nueva clase de calor. Ella ni siquiera sabía por
qué estaba teniendo esa reacción. Había visto esas cosas antes, desde lejos: sirvientes
humanos acurrucados en la huerta cuando pensaban que nadie los miraba. Pero eso era
diferente. Eran los humanos los que se apareaban físicamente, ellos no eran Creados. Eran
los humanos los que eran débiles contra sus básicas tentaciones y deseos. Como perros
en celo, su padre le había dicho una vez.

Los Automas no hacían. . .eso.

No necesitaban hacerlo.

Pero la voz que había oído (el gemido, susurró su mente) definitivamente pertenecía
a la reina Junn.

Crier presionó su mano contra su cara, tocando su propia piel caliente, y se decidió a
esperar allí afuera. Si se iba ahora, tal vez nunca juntaría el coraje para regresar.

Pasaron solo unos minutos más antes de que oyera la puerta de la habitación de la
reina abrirse y cerrarse. Crier apenas tuvo suficiente tiempo para encogerse en las sombras
antes de que alguien pasara junto a la esquina detrás de la cual se estaba escondiendo,
siguiendo su camino hacia otra puerta por el pasillo. Estaba oscuro, y su cara estaba
cubierta por una máscara, pero la forma de su silueta era inconfundible. La persona
escabulléndose fuera de la habitación de la reina era su consejero humano.

Un amante secreto.

Un amante humano secreto.

El joven a la que había oído a la reina referirse como Storme durante el tour.

Crier se desplomó contra la pared, la piedra fría en la base de su cuello. Pensó en la


reina y el consejero, en la forma en la que habían actuado hoy.

Ella intentó concentrarse, ralentizar el frenético zumbido de su mente, pero se fue


incontrolablemente al lugar donde ella sabía que iría: Ayla. Sus labios. Su aliento. Su piel.
Oscuridad y toques y besos y. . .

Se mordió el labio lo suficientemente fuerte para sangrar.

Mareada, con la boca llena del pesado sabor de su propia sangre, Crier corrió por el
pasillo y no se detuvo hasta llegar a su propia habitación, pero incluso en ese momento,
incluso con la puerta cerrada, ella estaba enfrentada a la embriagadora oscuridad, su
cuerpo vibrando con nueva información, y sobre todo, la cosa que ahora sabía que quería,
incluso si era antinatural, incluso si estaba mal.

Pasión.
La llamaban la Reina Estéril, pero nunca conocí a nadie menos vacía. Porque si uno
quiere un hijo, entonces, por naturaleza, su corazón está desbordado de amor, anhelando
una nueva vasija para contener ese amor, como si se derramara como el agua.

Hay quienes la llaman monstruo. Algunos que la llaman loca.

Si el anhelo es una locura, entonces ninguno de nosotros está sano.

—DE LOS REGISTROS PERSONALES DE BRYN, PARTERA DE NACIMIENTO DE LA


REINA THEA DE ZULLA, E. 900, CIRCA A. 40
14
¿Escuchaste acerca de Faye?

Sí. Oí que tiene su propia habitación privada en el palacio ahora. Oí que tiene su
propia criada, igual que la lady.

No sólo eso. Está viviendo la buena vida. La vida de una sanguijuela.

¿Cómo pasó? Lo último que escuché fue que ella estaba loca. Vagando por los
pasillos como un fantasma.

Mataría por un poco de pastel.

Mataría por una habitación privada.

Mataría por una noche en una cama de verdad.

Te hace pensar qué fue lo que hizo para conseguirlo.

Los susurros eran inaguantables.

Ayla los había estado escuchando todo el día: en los cuartos de los sirvientes, en el
comedor, en los pasillos, de una lavandera a otra, de los chicos de cocina murmurando
cuando creían que nadie los oía. Faye es una traidora, Faye es una perrita faldera. Ayla
sabía exactamente quién estaba detrás del nuevo estilo de vida de Faye, y la hacía querer
sacudir a esa cierta persona lo suficientemente fuerte para que se le sacudieran los
dientes.

De todas las cosas tontas que podía hacer.

Sospechaba que Crier solo había intentado ayudar. Pero, ¿acaso no lo veía? Solo
empeoró las cosas. Atrajo atención, hizo de Faye un objetivo. . . y pronto, las atenciones
de Crier harían también de Ayla un objetivo, si todavía no lo habían hecho.

Sin mencionar, estos pequeños actos de. . . ¿qué? . . . ¿amabilidad? Hacían a Ayla
sentirse incierta, le hacían cuestionarse lo que sabía de Crier, de las sanguijuelas en
general. Ellos no tenían sentimientos. No actuaban por amabilidad. Crier no era diferente.

¿O sí?

Apenas cayó la oscuridad, lo último de paciencia que le quedaba a Ayla se fue. Le


dolían los pies después de un largo día de dirigir el tour de la reina y de correr para ayudar
con los arreglos de las habitaciones de invitados, y el vestido de cena de Crier y... la lista
seguía y seguía.

Aun así, se las arregló para esperar unos pocos minutos más, hasta que los otros
sirvientes estuvieran dormidos, y luego se arrastró fuera de su cama, se puso un abrigo
sobre su ropa de dormir y se dirigió hacia la puerta.

Pero justo cuando salió al aire fresco de la noche, escuchó a alguien llamar su
nombre, suavemente, desde dentro.

—Ayla…

Era Benjy. Se escapó de los cuartos de los sirvientes y se paró allí en la oscuridad de
la noche, su cabello rizado alineado con la luz de luna, su mandíbula cortada por las
sombras.

—¿A dónde vas? —susurró—. Espero que no a visitar a la lady a estas horas...

Ayla se detuvo en seco.

—¿Qué es lo que intentas decir exactamente?

Benjy levantó las manos, como si se estuviera rindiendo.

—Nada. Solo que la gente hablará. Ella parece tener... no lo sé. Una especie de cariño
por ti. O es lo que dicen, de todas formas.

—La gente siempre habla, Benjy. Pero no saben nada. Y, y. . . no. No iba a ver a
Cri... a la lady. Yo. . .

¿Por dónde empezar? Había pasado tanto este mismo día; había visto a Storme, vivo
después de muchos años de creer que estaba muerto, perdido para ella por siempre. Luego
estaba la extrañeza de la reina misma. Y el perturbador encuentro con Faye en su nueva
habitación privada. Y la forma en la que Crier la había mirado todo el día mientras Ayla
caminaba unos pasos detrás de ella, con algo como curiosidad, o más, en sus ojos.

¿Pero cómo podía explicarle todo esto a Benjy?

En su lugar, todo lo que dijo fue:

—Dejé fuera un vestido que necesita ser planchado antes de mañana. Sé que no
dormiré si sigo pensando en el dolor que tendré por la mañana.

Benjy inclinó la cabeza en su dirección

—Te he extrañado, sabes —dijo suavemente.

Su corazón golpeó con una dolorosa angustia. No podía mirar sus oscuros, brillantes
ojos.

—Yo también.
Él dio un paso hacia ella y ella pudo ver mejor su cara. Sus labios estaban abiertos,
otra vez como si planeara decirle algo importante, pero lo único que dijo fue:

—Bueno, apresúrate y no dejes que la Reina Varniana se coma tus huesos.

Ayla dejó escapar una pequeña risa.

—Ella no es el monstruo que todos dicen que es. Pero si esa es su verdadera
naturaleza, la mantiene bien oculta.

—Como solo los monstruos más peligrosos lo hacen —Benjy dijo.

—Cierto. . . Escucha, Benjy. Descubrí algo extraño hoy. No puedo entenderlo bien.
Es sobre Faye.

—¿Pasó algo? Escuché el rumor, que fue promovida a la habitación de huéspedes.


¿Sabías sobre eso?

Ayla tembló cuando una brisa helada levantó los bordes de su abrigo. Envolvió sus
brazos alrededor de su cuerpo.

—La vi. Y. . . definitivamente hay algo. . . mal con ella. No dejaba de mencionar las
manzanas del sol. Creo que Kinok la tenía encargándose de los envíos de manzanas del
sol. No puedo descifrar qué tiene que ver eso con alguna otra cosa, si está conectado a la
muerte de Luna, o por qué Faye se ha vuelto así. Solo... quería que lo supieras. En caso
de que escucharas algo.

Benjy asintió.

—Veré si puedo descubrir algo por mi lado.

—Estupendo —se sentía bien estar trabajando juntos, incluso si en su pulso se notaba
la preocupación—. Ahora vuelve a dormir. Volveré en unos minutos, pero no me esperes
despierto.

—Necesito mi descanso de belleza de todos modos —dijo Benjy, y se deslizó de


vuelta dentro de las habitaciones sin otra palabra.

Cuando se fue, Ayla se apresuró a través del lodoso camino hasta el palacio. La noche
era fuerte y ventosa.

Ella no le había contado a Benjy sobre Storme. No podía. No aún, de cualquier forma.
No sabía qué pensar sobre eso ella misma.

Primero, tenía que ver a su hermano. Sola.

Para que sus preguntas fueran respondidas.

Sus oídos no habían dejado de sonar todo el día, su mente era un nido de avispas de
memorias: Storme, joven y delgado y sonriente en la polvorienta luz de sol; Storme,
sentando en el codo de su padre, tallando un nuevo mango para su cuchillo; Storme,
parado junto a su madre, riendo mientras ella agitaba sus rizos oscuros.
Storme, empujándola hacia la oscuridad; Storme, su boca fruncida en un gruñido
furioso, Los mataré, mataré a cada uno de ellos; Storme, asomándose por la puerta
principal durante una de las primeras redadas, Odio a esas sanguijuelas más que a nada;
Storme, el cuchillo brillando en su mano, Cortaré sus corazones muertos de sus pechos.

Storme, mano derecha de la reina sanguijuela.

No había manera de que él la estuviera sirviendo por su propia voluntad. La reina


debía tener algo sobre él; la vida de un amigo, un amante, un hijo, alguien, cualquiera.
Cualquiera fuera el chantaje, Ayla pretendía descubrirlo. Y ayudar a liberar a su hermano.

Ella aún tenía la llave de Crier de la sala de música. Lo encontraría, lo llevaría allí,
donde pudieran hablar en privado.

Ella le contaría de la Revolución, del gráfico siniestro de Kinok, sus medios para
castigarlos, su escondite secreto, oculto en algún lugar de su estudio, en las entrañas del
palacio.

A estas alturas, ella ya estaba acostumbrada a los retorcidos pasillos del palacio,
habiendo tenido que recorrerlo tantas veces con Crier. La reina había sido puesta en el ala
norte, la misma que Hesod y Crier, dado que era la única ala con habitaciones de
huéspedes lo suficientemente grandes para albergar a sus guardias, sirvientes y
consejeros, y cualquier otro que hubiera traído con ella desde las minas del sur a las frías
costas del norte.

—Tú.

Ayla se congeló en pleno paso. Se dio vuelta lentamente para encontrarse con un
guardia sanguijuela yendo hacia ella, su cara como mármol a la luz de luna, sus botas
antinaturalmente silenciosas en las losas del suelo. La funda de un cuchillo brillaba en su
cintura.

—¿Qué estás haciendo aquí? —demandó—. Ningún sirviente tiene permitida la


entrada a esta ala. —Él la miró de arriba abajo. —Ninguna mascota tampoco.

La repugnancia tenía el sabor de bilis. Luchó para mantener su cara y su voz calmada.

—Soy la doncella de Lady Crier, señor, y estoy aquí por sus órdenes directas.

—Claro. ¿Y qué encargo de lady es tan urgente a esta hora?

—No creo que sea nada de su incumbencia —replicó Ayla.

Error.

Los ojos del guardia se ensancharon y su perfecta boca se arrugó en algo horrendo.

—Pequeño arrogante gusano —dijo fríamente, dando un paso hacia delante.

Mientras más se acercaba, más obvio era cuánto más alto que ella era, más alto que
cualquier humano que conociera; cuánto más fuerte, también. Cuán rápido podía lanzarse
hacia adelante y romperle el cuello simplemente por su impertinencia.
—Aprende cuál es tu lugar. Si no lo haces, tomaré gran placer en enseñarte.

Ayla tropezó hacia atrás, pensando en su cuchillo robado, su pequeño y afilado


cuchillo, tan letal y tan inútil ya que estaba en los cuartos de los sirvientes.

—No me toques. A Lady Crier no le gustará que me hagas daño.

—Lady Crier no se preocupará por una doncella tan desobediente —dijo jugando con
la empuñadura de su espada—. Creo que tendrías mejor propósito sirviendo como
advertencia para otros.

—Dije que no...

—¡Doncella!

Ayla se dio la vuelta, y allí estaba él. Storme. Él estaba dando zancadas por el
corredor desde la dirección contraria de la que había venido el guardia, brillando por la
luz de luna proveniente de una de las ventanas que cubrían las paredes de piedra. Ayla se
sorprendió una vez más, por lo grande que era, lo ancho. Ella lo había conocido como un
niño flacucho, sin carne en sus huesos. Ella misma se había quedado pequeña, medio
famélica y sobretrabajada. Pero Storme había crecido fuerte. Sintió unas olas gemelas de
orgullo y vergüenza.

—Puedes retirarte —le dijo al guardia, sin dejar lugar a la discusión—. Esta chica
fue llamada por la reina de Varn. No la molestarás más. Déjanos.

Incluso la forma en la que su hermano hablaba era diferente ahora. Madura. La voz
de un hombre, no de un niño.

Un hombre que ella ya no conocía.

Pero funcionó: el guardia abrió y cerró su boca. Luego furioso, dio la vuelta sobre
sus talones y se deslizó hacia las sombras.

Ni Ayla ni Storme hablaron hasta que dejaron de escuchar los pasos del guardia.

—Ayla —exhaló Storme.

Todo su cuerpo se agarrotó. Cada músculo en su cuerpo quería correr hacia él,
envolver sus brazos alrededor de su cintura, sentir por sí misma que él realmente estaba
aquí, entero, vivo. Sus brazos querían abrazarlo y sus ojos querían memorizar su cara,
buscar todos los pequeños remanentes de sus padres; sus pies querían pisarle sus dedos
de los pies; su boca quería decir: Te he extrañado, no puedo creer que estés aquí, no
puedo creer que sobrevivieras, ¿por qué nunca volviste por mí?

En lugar de eso, su boca dijo:

—Nunca creí que te vería trabajando para una sanguijuela.

La cara de Storme se ensombreció inmediatamente.

Apoyó su espalda contra la ventana.


—Podría decirte lo mismo —él dijo.

Esto no era en absoluto lo que Ayla quería, pero ahora que lo había empezado no
podía parar.

—¿Eres un sirviente como yo? —le preguntó, acercándose—. ¿Estás atrapado como
yo? ¿Con qué te chantajea la reina, Storme? ¿Estás conspirando contra ella? ¿Te estás
acercando a ella para poder…?

—Cállate —dijo ferozmente—. Cállate, sabes que pueden oír a través de las paredes
de piedra. Vas a conseguir que te maten.

Ella pausó, y se dio cuenta de que estaba respirando agitadamente. Estaba tan… no
había una palabra para ello; no se sentía enojada o triste o asustada o alegre o culpable o
traicionada o nada de eso, sentía todo eso, todo a la vez, sus emociones mezclándose
como aceites aromáticos en el agua de un baño, imposibles de separar y definir.

—Tú no eres su sirviente —dijo tratando de procesar todas las cosas que la habían
obsesionado durante el día—. Eres... ella no te trata como a un sirviente. Eres su
consejero. ¿Cómo sucedió eso, Storme? —Ella lo miró como si la respuesta fuera a
aparecer sola en su cara. —¿Qué te pasó?

—Quiero decírtelo —dijo él—. Después. No ahora. No donde cualquiera pudiera oír.

—Después —repitió Ayla lentamente, aún en shock—. ¿Pero cuánto tiempo


tenemos? ¿Dónde has estado? ¿Qué pasó? —preguntó de nuevo.

Él suspiró.

—Es complicado, Ayla.

—No digas eso como si fueras mayor que yo —siseó—. No te atrevas a decir eso
como si yo no supiera que el mundo es complicado.

—Hay cosas que tú no...

—¿Entiendo? —replicó ella, tan indignada que casi quería reír—. Tienes toda la
jodida razón, hay cosas que no entiendo. Por ejemplo: no entiendo por qué te pasaste los
últimos seis años, ¿en qué? ¿Viviendo en Varn? Excavando tu camino hacia las gracias
de la reina, mientras la gente está muriendo aquí, en tu país natal, todos los días, las
redadas nunca terminaron, y... yo estaba aquí. Yo estaba aquí y tú no volviste por mí.
Tienes razón: no lo entiendo —horriblemente, su voz se quebró en la última palabra.

—Baja la voz Ayla —dijo Storme—. Contrólate.

Ella lo miró.

Respiró hondo.

—Me he estado controlando —dijo ella—. Todo lo que hago es sobre controlarme a
mí misma. ¿Cómo crees que terminé aquí, en este palacio? ¿Cómo crees que me convertí
en una... en la criada de una sanguijuela? Cada pequeña cosa que he hecho por los últimos
cinco años ha sido para llegar a esto.

—¿Para llegar a qué, exactamente?

¿Debería decirle? Ya estaba saliendo de ella como un torrente. La Resistencia. El


espionaje. El Corazón de Hierro.

Venganza.

Storme la miró en silencio por un momento. Ella recordó cuando ella solía ser capaz
de leer esos silencios; ahora eran como un peso inaguantable.

—No creo que deberías estar interfiriendo con Kinok, Ayla. No así, tú sola. No es
seguro.

Ella se burló.

—Como si aún tuvieras algún derecho de decirme qué es seguro.

—¿Siquiera sabes en qué consiste el Movimiento Anti-Dependentista? ¿Tienes


alguna idea en qué te estás metiendo?

—Sé lo suficiente.

—Oh dioses, Ayla. No sabes nada. El MAD puede parecer inocuo en la superficie,
pero no hay nada más que oscuridad debajo. Si tienes, aunque sea un poco de cordura, te
mantendrás alejada de todo lo que tenga que ver con ello.

Ayla apenas se contuvo a sí misma de gritar, ¡No puedes decirme qué hacer! como
un niño haciendo una rabieta. Parte del problema era que, sin que lo pueda evitar, sus
palabras hacían efecto en ella. ¿Qué sabía ella realmente de MAD, que no fuera lo que
salía directamente de la boca de Kinok?

—Te habías ido, Storme —dijo ella, dejando sus dudas de lado. Si había una cosa de
la que estaba segura, era de su rabia. —Te habías ido. Y ahora es demasiado tarde. No
tienes control sobre mí. He hecho promesas. Nada de lo que digas va a detenerme.

Él suspiró.

—Ese siempre ha sido tu estilo, ¿no? Pequeña Ayla, siempre planeando algo. ¿Ya te
has olvidado de las ratas?

—Eso no tiene nada que ver con esto—dijo ella—. Eso era… Yo era una niña.

—En esencia, es lo mismo.

—No lo es.

—Piensa en ello Lala.

—No me llames así…


Era verano, caliente y bochornoso, todos sudando, la aldea entera
cubierta de sal y plagada por tábanos. El aire olía a algas pudriéndose.
Ayla tenía seis, quizás siete, lo suficientemente grande para saber ciertas
cosas —somos pobres, tenemos hambre, algo malo vive en los acantilados
del norte, Mamá y Papá tienen miedo, hay rumores de redadas— pero
demasiado joven para saber qué era lo que se avecinaba, o cuán mal
realmente estaban las cosas, o lo cerca que estaban de la muerte, siempre,
a cada hora de cada día.

Pero Ayla quería ayudar.

Ella quería hacer pan.

Era una idea simple. La aldea completa estaba racionando


prácticamente todo: granos, sal, mantequilla. Ayla no había comido pan
en meses. Habían estado viviendo a base de pescado salado.

Ella sabía cómo hacer pan: mezclar harina con agua y dejar la mezcla
descansar; sabía cómo incorporar sal a la masa y cortarla, y cuánto
tiempo dejarla reposar en las cenizas del hogar.

Así, por semanas, se guardó una cucharada de harina de las raciones


de grano cada quinta noche, una cantidad tan pequeña que Mamá nunca
notó nada. Robó pellizcos de sal de la puerta de la Vieja Eyda, porque la
Vieja Eyda creía que la sal ahuyentaba a espíritus, demonios y
sanguijuelas. Lo último que recolectó fue un frasco de miel, o más bien los
restos de él, un raspado de miel que Mamá le había dado como un raro
premio después de que acabaran lo que restaba de su ración. Era muy
difícil guardar la miel en lugar de aplastar su lengua contra el frasco y
lamer hasta dejarlo limpio, pero Ayla tenía fuerza de voluntad.

Harina, sal, miel: lo escondió todo bajo la tabla suelta que se


encontraba bajo su cama, esperando a que el aire de verano se secara un
poco. Cada noche, se quedaba dormida imaginando la expresión en la
cara de sus padres cuando ella les presentara una perfecta rodaja de pan
dulce, aún tibio por los carbones. Su estómago se sentía tan vacío aquellas
noches.

Una mañana, un grito la despertó.

Se levantó de una sacudida y saltó de su cama —¿Esto es una redada?


¿Estamos siendo allanados? ¿Así es cómo suena una redada?— solo para
gritar de horror cuando su pie aterrizó en algo suave, algo que emitió un
horrible chillido hacia ella y luego se retorció libre de bajo su pie.
Entonces, Ayla vio que su madre estaba empuñando una sartén, su
hermano una escoba, su padre pisoteaba el piso con sus botas de pescar,
y el suelo se estaba moviendo, era una oscura y retorcida masa de… ratas.

Debía de haber cientos de ratas hacinadas en el suelo, siseando y


trepando unas sobre otras, sus rosadas colas huesudas moviéndose como
serpientes. Habían roído su camino desde la tabla suelta bajo su cama. Se
habían comido la harina, la sal, incluso se habían metido dentro del frasco
de miel y lo habían lamido hasta dejarlo limpio.

Se habían comido todo el pescado salado. Y el pescado en escabeche.

Todas las raciones de harina de Mamá.

Toda la cebada, y las algas, y la manteca, y los huevos.

Todo se había ido.

—Eso fue hace años—habló ella, empujando el recuerdo de las ratas y su espantoso
almizclado olor a rata lejos, profundo en un distante rincón de su mente—. Era una niña.
Ambos lo éramos.

—Sí —dijo él—. Y yo crecí.

Qué diablos quiere decir eso, tú traidor, que me abandonaste, cobarde, quería decir,
pero se lo tragó.

—Sí. Claro que creciste. En algún lugar. ¿Pero dónde? ¿A dónde fuiste siquiera?
Después de que tu... después... pensé que estabas... pensé que estabas muerto. ¿Siquiera
te das cuenta de lo que fue para mí? —Las palabras rozaban su garganta, y tuvo que
apretar los dientes para evitar gritar. —Tu cuerpo. Estaba completamente quemado. Eras
tú. Lo vi. Y, y, y nunca volviste, Storme. Nunca volviste.

No pudo aguantarlo más. Las lágrimas corrían por su rostro y se secó furiosamente
las mejillas, tratando de limpiarlas, pero no había caso. Cómo se atrevía a desaparecer.
Cómo se atrevía a haber estado vivo todo este tiempo y nunca contactarla, nunca
tranquilizarla, nunca decirle.

Era una especie de dolor totalmente nuevo, crudo y desgarrador, uno que notó que se
había estado ahogando todo el día, y que ahora estaba saliendo descontroladamente.

—Ayla. —Su mano estaba en su brazo, y luego, gentilmente, tocó la cadena dorada
que estaba allí, siempre, justo bajo el cuello de su camisa. —Aún la usas —susurró él.

Ella tembló. Por supuesto que aún usaba el collar. Era lo único que le quedaba de su
antigua vida. De él.

De pronto, fue demasiado. Sintió como si fuera a quebrarse. Ella se apartó de su


toque, su espalda chocando contra la pared.

—No. Me toques.

—Ayla. —Su voz, toda su cara, mostraba dolor. Ella recordaba esa mirada. Por
supuesto que lo hacía. Recordaba cada mirada. —Sabes que no podemos hablar aquí —
dijo él—. No así. Puedo decirte que… yo escapé. Ese día, después de las redadas. Y fui
encontrado por... por un grupo que... escucha Ayla, ellos me acogieron, me manipularon.
Me tenían creyendo todo lo que decían. Acerca de las sanguijuelas. Acerca de lo que
teníamos que hacer para detenerlas. Tuve que jurar que nunca podría volver para buscarte.
Tenía que prometerlo, o si no, ellos harían algo terrible. Tenía que prometerlo, yo… Ayla
—Él le estaba siseando las palabras ahora, urgentemente, y una ola de miedo la atravesó.

—¿De qué estás hablando, Storme?

—Pensé que también habías muerto, junto con Madre y Padre. Temía lo peor, pero
también esperaba lo mejor. Esperaba que hubieras sobrevivido, incluso si pensaba que
era imposible. Esperaba que lo hubieras logrado, y en esa esperanza, sabía que no podía
arriesgar tu seguridad. No tenía elección.

Ella estaba entumecida ahora. Nada de eso tenía sentido.

—No tuviste más elección que abandonarme y nunca mirar atrás. ¿Y ahora estás
siendo recompensado siendo la mano derecha de la Reina Loca? Puedes entender mi
confusión, estoy segura.

—Si... si vienes con nosotros, te contaré más. Ven conmigo. Con nosotros. Ven a
Varn.

Su cuerpo entero reaccionó.

—¿Qué?

Todo ese tiempo, mientras discutían, una parte de ella había estado esperando... había
estado rezando. Había estado imaginando. Que él se quedaría. Que él sería de ella de
nuevo.

—No es como tú crees. Si vienes a la corte de la reina conmigo en Varn, lo verás. Lo


explicaré todo.

Ella mantuvo su voz baja y controlada.

—¿Así que te irás con Junn cuando ella se vaya?

—Por supuesto.

Se sintió como si la hubieran abofeteado.

—Sí —repitió ella—. Por supuesto. —Se sentía asqueada. Tenía que salir de allí. —
Bueno, espero que Junn y tú hayan disfrutado su pequeña visita —escupió.

—Ten un poco de respeto —respondió él—. Su título es de reina.

Incluso después de todo lo demás, Ayla aún sentía como si él la hubiera golpeado en
la cara. De nuevo.

¿Quién eres? quería exigir. Tú no eres mi hermano, ¿qué has hecho con mi hermano?
pero sabía que solo la haría sonar tonta, terriblemente ingenua, como la misma débil,
aterrorizada niña que había invocado a las ratas.
Este. Este era su hermano. Esta persona parada frente a ella, ordenándole que tuviera
respeto por una sanguijuela asesina… Este era Storme.

—Sé que no tiene sentido para ti ahora—dijo suavemente, sus ojos fijos en su cara—
. Pero no me condenes. No somos tan diferentes.

—Claro que lo somos —escupió ella—. Yo no soy una perrita faldera.

—¿No lo eres?

—¿Qué se supone que significa eso?

—Significa que vi la forma en la que Lady Crier te mira —dijo Storme—. Significa
que vi la forma en la que tú la miras a ella. La forma en la que le hablas. La forma en la
que, a veces, casi la tocas.

—No sabes de lo que hablas —dijo Ayla con una voz ronca—. No tienes idea. Estás
en el palacio de la sanguijuela que ordenó las redadas a nuestra aldea. Estás en el nido de
la araña. ¿Lo sabes, cierto? Fue Hesod. Él es quién mató a nuestros padres. Él la creó.
Tendría que estar... enferma, para... con alguien de su sangre....

—Sí —dijo Storme—. Estoy de acuerdo. Buenas noches, Ayla. Por favor piensa en
lo que he dicho. Aún puedes cambiar de idea.

Y él la dejó allí.

Por minutos enteros, se paró allí, sola, temblando. Enojada. En shock. Aún puedes
cambiar de idea. Y oh, ella quería cambiar de idea. Quería cambiar todo lo que acababa
de pasar. Quería retroceder el tiempo al primer momento en que vio a Storme, y correr
hacia él, abrazarlo. Quería retroceder aún más atrás, días, o semanas, antes de que fueran
separados para siempre, y congelar el tiempo allí.

Pero, al igual que muchas cosas que habían pasado en el último mes, recordó que la
vida no funciona así. Sin importar cuán terrible y feo fuera el futuro, sin importar cuán
difíciles las cosas fueran a ponerse, no podías evitarlo, y no podías volver atrás. No
funcionaba así.

No cuando tu pasado estaba tan cubierto de sangre como el de ella.

La única forma era ir hacia adelante. Hacia la oscuridad. Hacia el caos.

Se empujó a sí misma fuera del ala norte y hacia el aire nocturno. Caminó al rededor,
casi retando a un guardia a descubrirla, a reportarla, a arrastrarla ante Hesod para ser
interrogada. Le arrancaría sus ojos Creados de la cabeza, allí mismo.

Estaba demasiado furiosa, demasiado enfadada para descansar, pero sus piernas y su
mente le dolían demasiado.

Quería enroscarse en los brazos de Rowan, como lo había hecho la primera noche
que Rowan la encontró, y lloró hasta que estuvo demasiado seca para seguir llorando,
hasta que fue una cáscara vacía. Pero Rowan se había ido en un viaje que podía
perfectamente terminar con ella muerta. Ayla no sabía cuándo volvería a verla, ni si
volvería a hacerlo.

Ayla quería recostarse y no volver a levantarse.

Quería la canción de cuna de su madre. Pero no sucedería.

Pensó en ir a la sala de música, sola.

En su lugar, se encontró a sí misma en la puerta de la habitación de Crier.


15
Crier yacía en la cama, intensamente consciente del hecho de que la misma Reina Junn
se acostaba con alguien en su propia habitación, a no más de cuatro pasillos y dos
escaleras desde allí. No podía sacar de su cabeza los sonidos de los gemidos, del aliento
contra la piel, incluso mientras leía y releía la carta de Rosi, que la había estado esperando
en su habitación cuando regresó. Volvió a leerlo una vez más.

Para Lady Crier, Familia Hesod:

A la primera de sus preguntas, no, no he escuchado ninguna palabra o nuevas


actualizaciones sobre la desaparición de la concejala Reyka. ¡Pero permítame felicitarla
a usted y a su prometido por el nuevo puesto del Scyre Kinok en el Consejo Rojo! Será
un Mano maravilloso para el soberano, tu padre, y estoy segura de que debe ser un gran
honor para ti.

Nunca he sido modesta acerca de mi apoyo y aprecio por su prometido. ¡El Scyre
Kinok ha hecho mucho por mí y por Foer! Espero que no le parezca demasiado atrevido
decir: estamos más que dispuestos a ayudar al Scyre Kinok con su investigación, de
nuevo, en caso de que surja la necesidad.

E incluso sin eso, sabemos que tenemos que agradecer a Kinok por nuestras propias
vidas. Si no nos hubiera advertido sobre la violencia humana que se gestaba en el sur,
tan cerca de nuestra propiedad, no habríamos estado tan seguros. Nosotros dos, y
también los Manos Rojas del sur, Laone y Shasta. Estamos todos agradecidos. ¡Nos
consideramos los seguidores más leales del Scyre Kinok!

Te estoy enviando un poco de Nightshade como muestra de mi "afecto”, ¡no he


tocado Corazonita en semanas, gracias a esto! Y espero tener noticias de usted pronto.

Tuya,

Rosi de la Casa Emiele

Crier tragó saliva.

La Reina Junn misma lo había dicho: Kinok era un problema. Una amenaza. Ya era
demasiado poderoso, y se volvía más poderoso cada día.

La Reina Junn. ¿Crier debía contarle sobre esto? Ella todavía tenía la pluma verde,
pero… su estómago se retorció. Estaba más que un poco reacia a buscar a la reina en sus
aposentos nuevamente. No después de los… sonidos que había escuchado hace una o dos
horas. No podía… sacarlos de su cabeza. No los gruñidos del consejero, sino los ruidos
bajos y entrecortados de Junn, palabras a medio formar. Crier se sintió caliente por todas
partes, su piel hormigueó, una sensación casi como una punzada de hambre en la parte
inferior de su vientre, como cuando no tenía Corazonita por más de unas pocas horas,
pero tampoco era eso. Ella no lo entendía. Ella no quería entenderlo. No, se mantendría
alejada de los aposentos de la reina por ahora.

Y, dioses, ¿qué hay de Reyka? Llevaba semanas desaparecida y todavía no había


señales de ella, y ahora Rosi afirmaba no saber nada. Crier quería mantener la esperanza,
quería creer que tal vez Reyka estaba escondida por sus propias razones; tal vez se había
escondido por su propia voluntad y no quería que la encontraran, pero su mente estaba
trabajando en su contra, produciendo los peores escenarios posibles. Reyka era un Mano
Roja, una figura política poderosa. Con el título venían los enemigos. Crier había
esperado demasiado que Rosi supiera algo. Cualquier cosa.

Después de todo, se estaba alojando en la finca de Foer, que estaba a solo unas leguas
de la aldea de Elderell. El último lugar donde alguien había visto a Reyka con vida.

Pero Rosi no sabía nada. Ni siquiera parecía importarle en absoluto la desaparición


de Reyka. Crier volvió a leer la carta por décima vez, su mandíbula apretada. “Kinok esto,
Kinok aquello”. ¿Y… Nightshade? Había un pequeño paquete de papel adjunto a la carta,
era una muestra llena del tamaño de la uña del pulgar de un polvo desconocido. Tenía la
misma textura que el polvo de Corazonita, pero en lugar de rojo era de un negro obsidiana
profundo.

No he tocado Corazonita en semanas, ¡gracias a esto!

¿Pero qué era esto?

Los pensamientos de Crier fueron interrumpidos por un sonido tan débil que al
principio se preguntó si lo estaba imaginando. Pero luego vino de nuevo: el sonido de
alguien respirando suavemente justo afuera de la puerta de su dormitorio, seguido de un
tímido golpeteo de nudillos en la madera.

Se sentó erguida.

No había nadie más que pudiera tocar la puerta a esa hora.

Salió de la cama, sintió las losas frías en sus pies descalzos, metió el pequeño paquete
de polvo oscuro debajo de la cama y luego abrió la puerta. Y sí, Ayla estaba al otro lado,
una forma oscura contra la luz de las lámparas de la pared. Sus ojos estaban extrañamente
abiertos, su cuerpo aún más tenso que de costumbre. Sus labios eran una delgada línea.

Sin palabras, Crier dio un paso atrás y la dejó entrar, cerrando la puerta
silenciosamente detrás de ella.

—¿Me necesitas? —dijo, después de un largo momento en el que Ayla se quedó allí,
silenciosa e inmóvil—. O... ¿necesitabas algo? ¿Te envió mi padre? —ella ladeó la
cabeza—. ¿Pasó algo?

—No —dijo Ayla, su voz inexpresiva—. No pasó nada.


Esa es una mentira, pensó Crier.

Ayla no estaba feliz. Podía notarlo. Ayla volteó la mirada y Crier, por respeto, hizo
lo mismo.

Se sentó en el borde de su cama y mantuvo su mirada en las cenizas resplandecientes


en la chimenea, las chispas saltando y apagándose.

—No estás respirando —dijo finalmente Ayla.

Crier miró hacia arriba. Ayla estaba apenas a un brazo de distancia. La tenue luz del
fuego era cálida sobre su piel, reflejando todos los lugares que generalmente estaban en
sombras: los huecos de sus mejillas y clavículas, la oscuridad de sus ojos marrones.

—No —asintió Crier—. A veces lo olvido.

Por alguna razón, eso hizo que la mandíbula de Ayla se tensara. Crier estaba
intentando no mirar durante mucho tiempo, pero era un momento extraño que ella
estuviera frente a Ayla y que Ayla no le prestara atención, que no la mirara con recelo.
Ayla se veía particularmente pequeña en este momento, con las manos metidas en los
bolsillos de sus pantalones rojos del uniforme, su camisa desabrochada y holgada
alrededor de su cuerpo. Había un destello dorado en su garganta, mayormente escondido
debajo de su camisa y la caída de su cabello oscuro. El objeto Creado.

De repente, los sonidos le vinieron a la mente. Los que había escuchado a través de
la puerta de la Reina Junn esta noche. El gemido, suave y dulce, salpicado de jadeos. En
cómo la idea la había hecho estremecerse y calentarse.

—¿Por qué viniste aquí? —preguntó en voz baja.

—Yo... no puedo dormir —dijo Ayla, y luego apretó los labios como si no quisiera
decir nada en absoluto.

Crier asintió.

—Estoy familiarizada con eso.

—¿De verdad? —Ayla no sonaba curiosa. Sonaba enojada. Y exhausta.

Ella lo consideró.

—Sí. Apenas duermo una noche de cada diez.

Ninguna de las dos habló por un momento. Crier se dio cuenta de que era un tipo de
interacción poco común: estaban juntas, pero no estaba programado. Como la noche junto
al pozo de la marea. No hubo tutores, ni tareas, ni comidas programadas. Crier ya se había
bañado. Se suponía que Ayla no estaría aquí hasta dentro de unas horas. Hasta el
amanecer, podían hacer cualquier cosa. Podían visitar la sala de música o la biblioteca.
Podían colarse en las cocinas y Ayla podía comerse el pan que le gustaba, de esos con
nueces y frutas horneadas. Podían ir a los jardines a ver las flores nocturnas floreciendo
a la luz de la luna, o podían subir a la azotea y mirar a las estrellas, o incluso podían
caminar hasta los acantilados y ver las olas chocar contra las rocas negras.
Crier miró el rostro de Ayla. Las sombras debajo de sus ojos. Había algo terrible en
ella, algo con garras, enojado, asustado y triste. No sabía cómo lo sabía, pero lo sabía. La
verdad sobre Ayla, el dolor de ella, era como una canción que podías sentir vibrando en
el aire, aunque no supieras la letra. Era un zumbido, bajo, gutural y lleno de dolor.

—Ven —dijo—. Necesitas dormir más que yo. Y mi cama es más blanda que
cualquier otra cosa en los cuartos de los sirvientes —palmeó la cama a su lado.

—Yo… estoy bien. No debería estar aquí —dijo Ayla.

Ella dijo que no debería estar aquí… pero no se movió para irse. Otra mentira. Sin
embargo, esta era mejor que la anterior.

—Quédate. Hay mucho espacio —Crier no estaba segura de dónde venían sus
palabras; solo sabía que algo la había poseído, haciéndola comportarse de manera
diferente con esta persona que con cualquier otra. Solo podía reproducir la forma burlona
en la que Ayla se había sumergido en el pozo cerca de la cueva, tantas noches atrás, la
forma en la que una sola gota de agua brillaba como una perla en su labio inferior.

La forma en la que pensar en Junn y su consejero humano juntos había hecho que
Crier pensara en una sola cosa: Ayla.

—Necesitas dormir —dijo, porque era cierto—. Una lady necesita que su doncella
esté bien de salud, ya sabes.

Lentamente, casi vacilante, Ayla dio la vuelta al otro lado de la cama. Se quedó allí
durante un largo momento, sólo respirando. Crier se mantuvo tan, tan quieta. Y luego la
cama se hundió bajo el peso de Ayla.

—Gracias —susurró. Su voz vaciló, y Crier sintió esa vacilación a través de todo su
cuerpo.

Era una cama grande, y había mucho espacio entre ellas, pero parecía que había muy
poco. Si Crier alargaba la mano, sus dedos rozarían la curva del omóplato de Ayla.

Incluso con el fuego y la luz de la luna, estaba tan oscuro.

—¿Qué haces cuando no puedes dormir? —la pregunta salió de Crier en voz baja y
silenciosa.

—Cuando era más pequeña —susurró Ayla—, mi madre me cantaba.

El primer pensamiento de Crier fue: Yo no tengo una madre.

La sorprendió. Nunca antes había pensado en eso, y no quería empezar ahora.

—¿Qué cantaría ella?

—Muchas cosas —dijo Ayla—. Canciones de cuna. Canciones antiguas. A veces,


canciones de guerra.

—¿Es por eso que amas la música?


Amar. La palabra se sentó en su lengua, dando vueltas.

Le dio ganas de lamerse los labios.

La hizo querer hablar más, hacerle más preguntas a Ayla hasta que el sol saliera.

Pero Ayla no respondió.

—¿Cuál era tu favorita? —Crier lo intentó de nuevo, enredando sus dedos en la


colcha para asegurarse de que no hiciera nada más con ellos. Pero allí estaba de nuevo la
compulsión... de comportarse de manera diferente. Para llegar a Ayla. Para tomar su
mano. Para girar el rostro de Ayla hacia el suyo.

Ayla y ella estaban encima de las mantas, que era como siempre dormía Crier, pero
ahora se preguntaba si Ayla preferiría estar debajo de estas, en el calor. Si Ayla se
volteaba, ¿su mano se estiraría por el espacio vacío entre ellas? Pensamientos e imágenes
llenaron la cabeza de Crier, mil escenarios diferentes, el potencial escenario.

En el siguiente segundo, su mente se puso blanca.

Sus pensamientos se desvanecieron como chispas danzantes.

Porque Ayla empezó a cantar.

—Escuchen mi voz a través de las amplias, oscuras aguas —cantó en voz baja, tan
silenciosa que apenas era una melodía—. Escucha mi voz, deja que te guíe en tu camino
a casa… —se movió, acurrucándose más en sí misma mientras continuaba. Luego,
después de otro minuto, se detuvo tan abruptamente como había comenzado, cortando la
última nota.

Silencio.

Crier se sentía como un arpa. Todas sus cuerdas sonando. Todo su cuerpo zumbaba.

—Gracias —dijo, sin aliento.

Ayla no respondió durante mucho tiempo. Cuando finalmente habló, no tuvo nada
que ver con la canción.

—Tienes que dejar de darle a Faye un trato especial.

—¿Qué?

—Faye. La habitación especial que le diste y los privilegios especiales. No sé por qué
hiciste eso, pero tienes que quitárselo.

Crier frunció el ceño en la oscuridad.

—Eso no parece justo.

—No, no lo es. Nada de esto es justo, mi lady. Pero no la estás ayudando así. Todo
lo que estás haciendo es señalarla.
—¿A quién? ¿A los otros sirvientes?

—Los otros sirvientes. Su padre. El Scyre. Todos. No es algo bueno. Es… es


peligroso.

Por alguna razón, Crier se sintió herida.

—Solo estaba tratando de ayudar —susurró. Porque estabas preocupada por ella.
Estabas preocupada por Faye. Quería ayudarte.

—Lo sé —dijo Ayla, sonando derrotada—. Yo… de verdad te creo. Pero no puedes
ayudar solo a un humano, Crier, no así. —Las sábanas crujieron cuando Ayla se dio la
vuelta, lentamente, hasta que estuvo frente a Crier, con el cuerpo curvado hacia el centro
de la cama. —La única forma de ayudar a Faye es ayudarnos a todos.

Crier miró a Ayla en la oscuridad.

—Entonces, ¿cómo puedo ayudar?

Hubo una larga pausa. Crier oyó la respiración de Ayla, suave como la lejana ráfaga
del océano. Pero mucho más cerca.

—¿Qué tan en serio hablas? —Ayla preguntó finalmente—. Porque... porque esto
podría hacer que me maten. Esto no es un juego, Crier. Esta no es una historia de hadas
en uno de tus libros. Esto es la vida y la muerte.

—Hablo en serio —dijo Crier. Se apoyó en un codo, encontrando los ojos de Ayla en
la oscuridad. —Déjame demostrártelo.

Se miraron la una a la otra. Los ojos de Ayla brillaban a la luz de la luna; no eran
dorados, no como los de Crier. Eran pozos profundos. Tragándose la luz.

¿Ayla confiaba en ella? No, no aún. Crier podía ver eso. Pero eso no significaba que
fuera imposible.

—¿Cuánto sabes realmente sobre Kinok? —Ayla susurró, como si de repente temiera
que Kinok pudiera estar escuchando.

—No mucho —susurró Crier en respuesta—. He estado tratando de aprender más. Sé


que es más poderoso de lo que esperaba. Sé que está experimentando con Corazonita. Sé
que tiene una brújula especial. No sé por qué es especial, pero los Manos Rojas
ciertamente lo saben. Y ellos parecían... celosos.

Escucho un leve susurro, Ayla asintiendo con la cabeza contra la almohada.

—Descubre lo que él hace realmente —dijo—. Así es como puedes ayudar. —Ayla
no le había dado nada a Crier, no se había abierto, no realmente. Pero ella le había pedido
algo.

Un escalofrío recorrió a Crier, y permaneció en ella, manteniéndola alerta, despierta


y viva, incluso cuando Ayla comenzó a callarse, a moverse hacia Crier, a moverse hacia
su calor como si olvidara quién, y qué, era. Un enemigo. Un Automa. En cambio, en la
oscuridad entre y alrededor de ellas, Crier era solo un cuerpo. Podía sentir el momento en
que Ayla suspiró, la respiración se hizo más lenta, hundiéndose más profundamente en el
sueño. Las insondables profundidades del sueño, el lugar de ensueño que solo los
humanos experimentaban.

Y en algún momento de la noche, sucedió. Ayla, que se había acostado boca arriba,
rodó hasta el centro de la cama. Y en el proceso arrojó uno de sus brazos sobre la cintura
de Crier. Crier se congeló, despierta instantáneamente. Más que despierta. Permaneció
allí, perfectamente inmóvil, todo en su interior se redujo al suave peso del brazo de Ayla
en la curva de su cintura, ese punto de calor. Tuvo que recordarse a sí misma que debía
respirar. Ayla prefería cuando respiraba.

Respira por Ayla.

El olor de su cabello, como jabón y lavanda marina.

Respira.

Medianoche.

Luz de la luna.

En esta nueva posición, la mejilla de Ayla se presionó contra el hueco de su propio


codo. Su boca estaba ligeramente abierta, de aspecto suave de una forma que Crier no
había visto antes. Cuando Ayla estaba despierta, su boca era a menudo una delgada y
disgustada línea, su mandíbula apretada. Crier trató de imaginarse cómo sería si Ayla
tuviera los ojos abiertos, si estuviera despierta y su boca aún estuviera tan suave y abierta,
sus labios entreabiertos, su mirada oscura y acalorada, su brazo alrededor de la cintura de
Crier a propósito, con intención, y… el corazón de Crier latía tan fuerte. Un latido en el
pecho, un dolor en la parte inferior del vientre. Ese no-hambre.

Los suaves gemidos que había oído atravesar la madera y la piedra de la puerta de
Junn se alzaron en su mente como chispas, motas de oro en la oscuridad. El aliento
tembloroso. El salto y la caída de voces. El encuentro de dos cuerpos moviéndose juntos,
labios, piel y…

La luz plateada jugaba sobre el cabello oscuro de Ayla; sus pestañas formaban
pequeñas sombras puntiagudas en sus mejillas. Crier escuchó su respiración, todavía lenta
y uniforme, como una marea. No sabía cuánto tiempo habían estado yaciendo así.

Entonces Ayla se movió, husmeando en la almohada, y algo dorado cayó del cuello
de su camisa. El collar. Sin pensarlo, Crier alargó la mano para volver a meterlo en la
camisa de Ayla, con el corazón acelerado cuando las yemas de sus dedos rozaron
suavemente las clavículas de Ayla pero, en cambio, la cadena se soltó por completo entre
sus dedos. El broche se había roto.

Hubo un breve y terrible momento en el que Crier pensó que de alguna manera ella
lo había roto, y luego miró más de cerca y se dio cuenta de que el collar era mucho más
viejo de lo que había pensado. La cadena estaba desafilada y sucia, y el cierre
simplemente se había gastado.

Todavía estaba caliente por la piel de Ayla.


Y ahora estaba en la palma de Crier, una delicada cadena de oro y un colgante de oro
del tamaño de una moneda. Extrañamente pesado. En el centro estaba una sola piedra
preciosa rojo sangre. Casi brillaba, incluso en la oscuridad, como vidrio tallado, como
una copa de vino sostenida frente a una linterna. Un profundo, intenso color. Pasó el dedo
por el borde del colgante, admirando el oro suave. Tal vez podría arreglarlo antes de que
Ayla se despertara, doblar el metal para darle forma. Se lo acercó a la cara, pellizcando
parte del metal entre el índice y el pulgar, hasta que algo le pinchó. Ella frunció el ceño y
levantó la mano hacia la luz de la luna. El borde del broche roto debía estar afilado; algo
se había enganchado en la punta de su dedo. La sangre brotó a la superficie. Una sola
gota.

Sin pensar, volvió a pasar el dedo por el colgante, distraída por el antinatural calor de
la piedra preciosa, más cálida que el oro que la rodeaba, casi como si hubiera una pequeña
fuente de calor en su interior...

Entonces, el mundo dio un vuelco.

Las familiares paredes de su dormitorio se desvanecieron.

Crier parpadeó y el mundo ardía.

Ella jadeó y luego se arrepintió de inmediato. Sus pulmones se llenaron


de humo y ceniza ardiente, su garganta se llenó de dolor.

Estaba parada en medio de una calle que no reconoció. Las


edificaciones a ambos lados eran demasiado altas, hechos de madera y
piedra desnuda en lugar de las edificaciones blancas como la cal viva de
las aldeas costeras alrededor del palacio. Los techos eran empinados y
puntiagudos, perforando el cielo, y las paredes exteriores tenían terrazas
de retorcido metal negro, y todo estaba ardiendo.

Por encima de ella, el cielo era un lío sangriento de humo negro


podrido, rojo y amarillo. La ceniza caía como nieve desde los tejados en
llamas, las edificaciones doblándose bajo el peso de un fuego furioso;
ambos lados de la calle ardían, el fuego aullaba, las ventanas se abrían
de golpe y los cristales caían sobre los adoquines de abajo...

—CORRE. . . CORRE, CORRE —alguien pasó rápidamente junto a


Crier, pies descalzos golpeando los adoquines, y ella se dio cuenta de que
estaba rodeada de humanos. Había humanos por todas partes, una
avalancha de ellos en la calle, sus rostros manchados de cenizas y
lágrimas.

Crier agarró la manga de una mujer, o lo intentó, pero sus dedos la


atravesaron. Ella le gritó:

—¿Dónde estoy? ¿Qué es esto? —Pero la mujer no la miró. Ni siquiera


pareció escuchar su voz.
Esto tenía que ser una pesadilla. Crier había oído hablar de ellas,
aunque había pensado que solo afectaba a las mentes humanas, como una
enfermedad crónica.

La ciudad de la pesadilla ardió, y en algún lugar en el caos, Crier


escuchó a una niña llorar. El ruido la hizo girar. Allí, al otro lado de la
calle, estaba un hombre. Humano, como el resto de ellos, con el pelo rubio
común en Varn. Sus ojos eran del gris pálido de la mañana. Podía
distinguir el color incluso a través del humo.

En una mano, sostenía a la niña llorando, agarrando su diminuto


brazo.

—Shh, Clara —susurró—. Estará todo bien. Mamá está viniendo.

Se quedó quieto solo por un momento, con los ojos en el cielo


turbulento, en los tejados que se derrumbaban. Su pecho estaba agitado,
sus nudillos blancos alrededor del brazo de la niña. Su boca se movía,
pero no salía ningún sonido. Al principio parecía que estaba gritando, y
luego Crier se dio cuenta de que estaba diciendo algo, una sola palabra,
una y otra vez, sus labios formando la misma forma. Un nombre.

¿Siena?

Una silueta apareció en el humo. Como un espectro: primero una


sombra, luego un cuerpo. Una mujer, emergiendo del humo que parecía
una pared de océano oscuro, una ola masiva e imparable. Estaba cubierta
de ceniza pálida y tenía la cabeza inclinada. Crier solo pudo ver un
mechón de cabello salvaje.

Luego se enderezó, y Crier la miró fijamente. Porque ella conocía a


esta chica. Era Ayla. Cubierta de ceniza, sangre por toda su cara, pero
era Ayla.

¿No es así?

No, se dio cuenta Crier, cuando la chica se acercó. No, esta persona
no era exactamente como Ayla. Su cabello era más largo. Era más alta,
casi tan alta como Crier. Había algo en la forma de su rostro que no
estaba del todo bien. No era Ayla, pero, podría haber sido la hermana de
Ayla, o la madre, o...

La niña gimió y Crier apartó la mirada de la mujer parecida a Ayla.

—Siena. —El hombre dio un paso hacia la joven, estaban apenas a diez
pies de distancia el uno del otro ahora, los ojos fijos en el rostro del otro,
y la mujer le agarró las manos.

—Leo, toma esto. Tengo que volver por los planos. Pero toma esto. —
La mujer, Siena, le entregó una gran joya azul, más grande que un puño,
que brillaba como un cristal gigante de Corazonita, sólo que tan azul
marino como era de roja la Corazonita.
—No, Siena —dijo, sosteniendo la piedra brillante de color cerúleo en
sus manos—. Quédate con nosotros, quédate. . .

Pero la mujer se había ido de nuevo, de vuelta al fuego del pueblo en


llamas, y la niña, Clara, gritó:

—¡Mamá! —Y luego una explosión en la distancia, y . . .

Algo sucedió dentro del pecho de Crier. Se abrió un abismo.

Todo su funcionamiento interno pareció detenerse a la vez.

Se dobló, jadeando. Había algo dentro de ella. Podía sentirlo raspando


su caja torácica, subiendo como bilis por su garganta. Un monstruo
atrapado dentro de su carne. Crier sollozó y se dio cuenta que su visión
estaba borrosa. Tenía las mejillas húmedas.

Se aferró a su pecho, sus dedos arañando su camisa, la piel debajo,


como si de alguna manera pudiera abrirse y quitarse esta cosa de su
funcionamiento. Fue demasiado. Era demasiado, y se sentía como veneno,
una sustancia negra aceitosa dentro de sus pulmones. Ahogándola de
adentro hacia afuera. No podía respirar.

Calma, tenía que estar calmada. Lo recordó de repente, pero fue como
si su recuerdo fuera un sueño lejano: cómo el collar se le había caído del
cuello a Ayla mientras dormía, lo fácil que había sido levantarlo,
estudiarlo a la luz de la luna, cómo había intentado arreglar el broche
roto, la gota de sangre...

Sus ojos se cerraron con fuerza, Crier intentó concentrarse en el peso


del colgante en su mano, en el suave dorado, todavía caliente por la piel
de Ayla; trató de concentrarse en dejarlo ir, dejarlo ir, lo estaba dejando
ir…

Caos.

Tardó un segundo en darse cuenta de que estaba en su dormitorio de nuevo, porque


todo seguía siendo un caos, pero de un tipo diferente: en lugar de fuego, humo, calor y
gritos, Crier había regresado de golpe a un mundo oscuro y frío, estaba acostada en una
cama, y alguien gritaba y... una masa de formas oscuras se retorcía en el centro de la
habitación, y le tomó unos momentos de parpadeo frenético darse cuenta de que eran
guardias, había guardias en su habitación, y...

Ayla.

Tenían a Ayla. Estaba inmovilizada contra el suelo, tres guardias la sujetaban y uno
le presionaba la cara contra las losas. Crier saltó de la cama y tropezó, inestable sobre sus
pies. Cuando se dio cuenta de lo que debía haber sucedido, a Crier se le heló la sangre.
¿Realmente había estado tan angustiada que había disparado su timbre? A pesar de esto,
su timbre se había disparado y los guardias habían llegado.
Y habían encontrado a Ayla, pensó Crier aturdida.

En la cama de Crier. En medio de la noche, cuando se suponía que debía estar en el


cuarto de sirvientes.

Todo esto es mi culpa.

—Deténganse —dijo—, deténganse, déjenla ir, no hizo nada malo... —Pero los
guardias ni siquiera la miraron. Ya se estaban moviendo, arrancando a Ayla del suelo y
sacándola de la habitación. No estaba luchando, Crier notó. Sus ojos eran enormes y
salvajes, sus dientes apretados, pero no estaba luchando. Miraba a Crier en silencio, y sus
miradas se cruzaron. Crier no sabía qué expresión estaba haciendo ella misma, pero pensó
que probablemente no era tan diferente a la de Ayla. Conmocionada, horrorizada,
indefensa, confundida.

Luego, los guardias sacaron a Ayla de la habitación.

Aún desorientada, Crier corrió tras ellos. Se detuvo solo para esconder el colgante en
su cajón, donde había escondido la llave de la sala de música, y luego salió corriendo por
la puerta y recorrió el pasillo. Los guardias no habían llegado muy lejos, no con el peso
de Ayla.

—¡Deténganse! —gritó Crier, tan duramente como pudo, y para su alivio, realmente
obedecieron. Uno de los guardias se volvió hacia ella, sus ojos brillaban dorados a la luz
de las luces de la pared. Él era quien había hundido la cara de Ayla en las losas.

—Mi lady —dijo en un tono monótono—. Estamos bajo las órdenes del soberano.
Regrese a su habitación. El médico está en camino.

—No estoy herida —espetó Crier—. Estoy completamente ilesa, y Ayl… la humana
no ha hecho nada malo.

—Estamos bajo las órdenes del soberano —repitió el guardia—. Si Lady Crier se
pone en peligro, todos y cada uno de los humanos en las cercanías deben ser entregados
al Scyre Kinok para ser interrogados.

El hielo en las venas de Crier se hizo añicos. Ella se tambaleó, tratando de no mostrar
el miedo y la repulsión en su rostro.

—¿A Kinok? ¿Por qué? ¿Por qué no a mi padre?

—Estamos bajo órdenes del soberano.

Ella lo miró fijamente. Él le devolvió la mirada, imperturbable.

—Soy tu lady —intentó—. Tú me respondes a mí también como a mi padre.

—Las órdenes del soberano tienen prioridad sobre todo.

Crier abrió la boca, pero no salió nada. Ella no tenía idea de cómo proceder desde
aquí. Cómo hacer que liberen a Ayla, Ayla que no había hecho nada malo, Ayla que no
debería ser llevada a ningún lugar cerca de Kinok, no sin Crier allí para... protegerla,
cuidarla, algo.

Los guardias pasaron por su lado ordenadamente y, con Ayla todavía hundida entre
ellos, inerte, marcharon por el pasillo y se marcharon.

Se quedó allí durante unos momentos, con los ojos muy abiertos, los pies descalzos
y congelada por la conmoción, los restos de una ciudad en llamas todavía parpadeando
en los bordes de su mente, una ciudad en llamas que sabía que era real. No había sido una
pesadilla. Ahora todo tenía sentido: la extraña paranoia de Ayla sobre su collar, la forma
en que lo usaba siempre, aunque parecía aterrorizada de que alguien lo descubriera.

El relicario era un contenedor de memoria, activado por sangre. Crier había oído
hablar de objetos similares, en los registros de los antiguos Creadores, en los papeles de
subasta de propiedades que había visto, enumerando la amplia gama de baratijas y
artilugios alquímicos a la venta que ahora estaban prohibidos para los humanos: modelos
plateados de constelaciones que, cuando se activaban por los huesos aplastados de los
pájaros, podría volar en círculos alrededor de su cabeza en los patrones exactos de los
cuerpos celestes. Globos oculares de cristal que se movían en la dirección de lo que
buscabas.

Pero este objeto no era cualquier objeto Creado. Era de Ayla, y los recuerdos
almacenados en él eran, de una forma u otra, recuerdos de la historia de Ayla y su familia.
Quienquiera que lo hubiera usado antes de Ayla, el hombre en el caos, en medio de los
incendios, el hombre llamado Leo, había permitido que sus recuerdos quedaran
registrados en el relicario, y ahora estaban atrapados dentro de él.

No sabía lo que significaba, solo que la historia de Ayla estaba llena de violencia y
tristeza.

Y ahora, su futuro también lo estaría, si Crier no hacía algo al respecto.

Giró sobre sus talones y corrió en dirección opuesta a los guardias. Corrió por los
pasillos oscuros, y no disminuyó la velocidad hasta que la puerta de las habitaciones de
su padre apareció ante ella a través de la penumbra. Corría tan rápido que era difícil
detenerse; sus pies en realidad patinaron sobre las losas. Luego ella estaba golpeando la
puerta, empujándola para abrirla, entrando dando tumbos.

—¡Padre!

Ya estaba despierto. Estaba de pie junto a la chimenea, contemplando las llamas.

—Padre —jadeó—. Padre, se la llevaron, los guardias se la llevaron, pero no fue su


culpa...

Lentamente, se volvió hacia ella.

—Hablas de la doncella. La humana.

—Sí, sí, pero ella no hizo sonar mi timbre, era yo, estaba angustiada, y los guardias...
—Hija —su boca se cerró de golpe—. El primer guardia Lakell me informó que
cuando sus hombres entraron en tu habitación, la humana estaba en tu cama. ¿Es eso
cierto?

Un rubor caliente y punzante se extendió desde el rostro de Crier por todo su cuerpo.

—Padre, yo...

—¿Estaba la humana en tu cama?

Muda, Crier asintió.

Hesod se volvió y volvió a mirar hacia las llamas.

—Casi te mueres, y la chica humana estaba ahí. Tienes una especie de… ajuste, en
medio de la noche, y la chica humana está en tu dormitorio, en tu cama. ¿Estás tratando
de decirme que es una coincidencia? ¿Que tu campanilla solo suena en su presencia?

De modo que también sabía lo que había sucedido en los acantilados. A pesar de que
les había rogado a los guardias que no se lo dijeran.

Al parecer, lo sabía todo.

Pero no podía saber qué pasaba por la mente de Crier, cómo se sentía ella. Y él no
sabía nada de su Falla. No todavía, de todos modos.

Solo estábamos durmiendo, quería decir Crier, pero ni siquiera sabía de qué se estaba
defendiendo. No estábamos haciendo nada. ¿Qué habrían estado haciendo?

El rubor se hizo más profundo.

—La doncella nunca me ha hecho daño —insistió, con la mayor calma posible—.
Ella nunca me ha tocado. Yo estaba despierta, pensando, en la visita de la reina, y me
sentí angustiada.

—¿Qué pensamientos podrían causar tanta angustia?

—La reina es… muy imponente —se detuvo, tratando de encontrar una excusa.

—Bueno, entonces puedes estar tranquila. La reina y todo su séquito ya se han ido.
También es algo bueno, ya que esta situación habría causado un gran escándalo si ella
hubiera estado presente para presenciarlo.

La reina se había ido.

Y Crier había perdido la oportunidad de entregar la pluma verde. Ponerse de su lado.

—Hay susurros, hija —continuó Hesod—. Los escucho en los pasillos, en las cocinas.
Los sirvientes de este palacio tienen la impresión de que su lady se ha apegado a la chica
humana que la sirve.

Crier negó con la cabeza.


—Están equivocados, padre.

—Lo sé —dijo Hesod con suavidad—. Sé que ningún hijo mío, ningún niño creado
por mi mano, cometería una traición tan atroz contra su propia especie. Sé que los
sirvientes están equivocados, hija. Pero los humanos, una vez convencidos de una idea,
son difíciles de persuadir de lo contrario. Sus mentes no son complejas y maleables como
las nuestras. Y no quieres que sigan difundiendo mentiras tan peligrosas, ¿verdad?

—No —susurró Crier.

—Entonces te ofreceré un trato —dijo Hesod—, porque creo que estás diciendo la
verdad, aunque nadie más lo haga. Le daré a la doncella una última oportunidad. Se le
permitirá permanecer a tus pies, sirviéndote —él pausó—. A menos, por supuesto, que
haya otro incidente. Entonces ella será removida.

—Sí, padre.

—Mientras tanto, llevarás el brazalete negro que simboliza el Movimiento Anti-


Dependentista. Como gesto de buena voluntad, paz y tolerancia entre el Tradicionalismo
y Anti-Dependentismo.

—Sí, padre —dijo Crier aturdida—. Haré lo que me has pedido.

Hesod finalmente la miró de nuevo, y sus ojos brillaron a la luz del fuego.

—Me complace —dijo—, haber criado a una niña tan obediente.

Crier no se permitió dudar del mensaje que había escrito en el momento en que dejó el
lado de su padre. Ella no se casaría con Kinok. Ni seguiría acatando las decisiones de su
padre.

Las palabras fluyeron de su pluma con poco esfuerzo, incluso los nombres
codificados salieron fácilmente.

Una vez satisfecha, miró fijamente la tinta húmeda por un momento, sopló
suavemente sobre la página para secarla, luego deslizó una pluma verde en el sobre, lo
selló con cera y se lo dio a uno de los mensajeros de su padre.

—Entrégalo bien —dijo con una sonrisa, imaginando la mirada maliciosa que
aparecería en el rostro de la Reina Junn cuando lo recibiera a su llegada a Varn, cuando
la reina se diera cuenta de que tenía una aliada. Que juntas iban a acabar con el Lobo.

Amiga:

Me dijiste que el Miedo es una herramienta de supervivencia.


Espero que tengas razón.

De hecho, hay un Lobo entre nosotros, y debemos trabajar juntas para


cazarlo. Si vuelve a matar, hay tres que compartirán el botín. Dos serán
encontrados con sangre roja en sus manos. Para encontrar el tercero,
mire al foerntre; él está más cerca de lo que piensas.

La última vez que hablamos, dijiste: "Solo se necesita a un zorro intelig


One nte para vencer a mil hombres."

Lo confieso, deseo ser ese zorro.

En estos días, las Sha ombras son largas. Pronto, las noches Empe Sta
rán a tragarnos enteros. Siempre hay una parte de mí que teme al invierno.
Ahora más que nunca.

—Zorro
16
Los guardias habían conducido a Ayla a las entrañas del palacio: al laberinto del ala oeste
y luego a través de una puerta de madera y hacia abajo por un tramo de escalones de
mármol blanco que parecían interminables, el aire se volvía más frío y húmedo a medida
que descendían. La estaban llevando bajo tierra. Ayla no pudo evitar que le temblaran las
manos, solo un poco. Estaban tan bajo tierra que sabía que podía gritar y que el ruido sea
tragado por las toscas, feas paredes de piedra y la oscuridad.

¿La estaban conduciendo a su muerte ahora mismo?

Pensó en su crimen: acurrucarse junto a la dueña del castillo. En su propia cama.


¿Qué había estado pensando? En ese momento, toda la furia de su pelea con Storme, todo
su miedo y confusión, simplemente la habían llevado allí sin pensar, sin cuestionar. Se
había sentido atraída por Crier.

Tal vez era porque Crier había sido el objeto de sus pensamientos, sus obsesiones,
durante tanto tiempo. Desde mucho antes de que se convirtiera en su doncella. Y ahora,
la obsesión había comenzado a transformarse y cambiar a la luz, ya no tan simple como
el deseo de matar, ahora coloreado, en ciertos momentos, con el deseo de otra cosa.

Un deseo que Ayla simplemente no podía nombrar.

La culpa y la vergüenza explotaron en sus entrañas, y casi se dobló, enferma de eso,


excepto que los guardias la sujetaron, aun guiándola hacia la oscuridad.

Al menos, se recordó a sí misma, había ganado algo de la noche anterior.

Crier había mencionado algo importante, algo potencialmente muy importante.

Kinok tenía una “brújula especial”. Si fuera alguien más, no le daría importancia; una
brújula era una brújula; apuntaba al norte y eso era todo.

Pero una brújula especial llevada por un Guardián del Corazón de Hierro era
enteramente otro asunto.

Doblaron una esquina hacia otro tramo de escaleras. Uno de los guardias le soltó el
brazo en la estrechez de la escalera e, instintivamente, ella buscó el familiar peso de su
collar, pero sus dedos no encontraron nada más que piel.

Frunciendo el ceño, buscó alrededor de su garganta. Luego en su cabello, a veces se


enredaba en su cabello mientras dormía, y luego alrededor del cuello de su uniforme.
Nada. Comprobó su ropa interior. Nada. No había quedado atrapado en el interior de su
camisa tampoco.
Si el miedo era agua fría, la paranoia era hielo. Se extendió por su piel como escarcha
en el cristal de una ventana.

No estaba. La explicación más simple, y la más espantosa. Su collar no estaba. El


único artículo que poseía que podía hacer que la mataran (y a Benjy) había desaparecido.
Ella lo había perdido. ¿Cuándo? ¿En el dormitorio de Crier hace un momento, cuando los
guardias la sacaron de la cama? ¿En los pasillos antes de eso?

Si alguien lo encontraba.

Si lo rastreaban hasta ella.

Benjy.

Perdida en sus pensamientos, Ayla casi chocó contra la espalda de un guardia cuando
finalmente llegaron al final de los escalones. Estaba tan oscuro, las luces de las antorchas
esparciéndose a lo lejos sobre las paredes de piedra húmedas, que no vio la puerta hasta
que alguien la abrió desde el interior.

Kinok había encendido una sola lámpara, y Ayla apenas logró reprimir una maldición
de sorpresa: había estado esperando una celda en la prisión, pero en cambio, la habían
llevado al estudio de Kinok.

La habitación que había mencionado Malwin.

El lugar exacto que necesitaba encontrar.

En algún lugar de este estudio, ella sabía, había una caja fuerte, que podía contener
los secretos de Kinok. Información sobre el Corazón de Hierro.

Quizás incluso la brújula que había mencionado Crier.

Tan enferma y aterrorizada como se sentía, había algo demasiado perfecto en donde
había terminado.

Siguió a un guardia a través de la puerta y entró en una pequeña habitación forrada


con tantas alfombras, mapas y tapices que casi nada del suelo y las paredes era visible.

Para amortiguar el sonido, pensó Ayla, y apretó los dientes.

Los guardias cerraron la puerta detrás de ella, y estaba sola, con Kinok.

Estaba sentado detrás de un gran escritorio contra una pared, la superficie llena de
papeles, libros y más mapas. Un bote de tinta, una pluma. A su lado, una estantería llena
de libros encuadernados en cuero. Todos ellos gordos y de aspecto antiguo, el lomo
adornado con títulos estampados en oro, largas cadenas de palabras que Ayla no podía
leer, y...

Esta vez, Ayla realmente maldijo.

Porque ese era su collar.


Su objeto Creado. Estaba puesto a plena vista en la estantería de Kinok, entre una
pequeña bola de cristal y un montón de plumas usadas.

¿Cómo lo consiguió tan rápido, cuando ella acababa de notar que había desaparecido?
Parecía imposible. Que su alcance fuese tan rápido, que estuviera en todas partes.

Apartó los ojos, pero no lo suficientemente rápido. Cuando miró a Kinok, él ya la


estaba mirando, su propia mirada moviéndose entre su rostro y la estantería.

Él sabía. Por eso la trajo aquí. Esta es una sentencia de muerte. Entre el collar y estar
en la cama de Crier, estaba casi muerta.

Y si no era ella, entonces Benjy. El mapa. El hilo rojo.

Su corazón dio un vuelco en su pecho cuando se encontró con los ojos de Kinok,
esperando la sentencia. Por la soga, el cuchillo, la gran hoja de la guillotina, la cosa que
acecha en los ojos de Kinok. Dijera lo que dijera, ella lucharía contra ello. Cualquier cosa
que quisiera hacerle a Benjy, ella lo detendría. Ella lo haría…

—¿Dónde naciste, doncella?

Ella no respondió. No podía, todavía no. Su cuerpo estaba tenso como una cuerda de
arpa, la sangre latía en sus sienes.

¿Era esto un juego?

Kinok chasqueó los dedos, un chasquido, y ella se estremeció.

—Te hice una pregunta, doncella. ¿En dónde naciste?

—En el pueblo de Delan —dijo Ayla. Su voz salió ronca. —Al norte.

—¿Creciste allí?

Su estómago se retorció. Sí y no. Ella asintió.

—¿Cuándo viniste por primera vez al palacio?

Su mente se tambaleó. ¿Qué eran estas preguntas? ¿Por qué hace esto?, quería decir,
¿Por qué lo está alargando? Solo termina con esto de una vez, pero en lugar de eso, trató
de calmarse. Hizo respiraciones profundas.

—Vine aquí hace cinco años —dijo.

—De niña, entonces.

—No. —Ya no era una niña. Eso se lo habían robado hace mucho.

Sus ojos parpadearon.

—Ya veo. ¿Y tu familia? Tus padres, ¿ellos vinieron contigo? ¿Trabajan aquí
también?
—Murieron.

—¿Cuáles eran sus nombres?

—¿Por qué? —Ayla respondió—. ¿Qué importa?

—No creo que te corresponda a ti hacer las preguntas.

—Se llamaban Yann y Clara.

—¿Y los padres de tus padres? ¿Cuáles eran sus nombres?

—Los padres de mi madre eran Leo y Siena —dijo Ayla—. Pero… mis padres no
hablaban de ellos. La mayoría en mi pueblo era así sobre el pasado —intentó y no pudo
ocultar la amargura de su voz—. Nunca he conocido un linaje que saliera ileso de la
Guerra. Nunca conocí un árbol genealógico al que no le faltaran la mayoría de sus ramas.

—¿Los humanos no llevan registros? —Parecía casualmente intrigado, como si


estuvieran en el mercado discutiendo el aumento de los precios del té. —¿No escriben su
propia historia? ¿Su propia sangre?

—Lo hacíamos —dijo Ayla—. Y luego el Soberano Hesod quemó mi aldea hasta los
cimientos.

Ella y Kinok se miraron a los ojos y ninguno de los dos parpadeó.

—Muy bien —dijo Kinok. Todavía se veía perfectamente agradable, pero su


mandíbula estaba quizás un poco más tensa de lo que estaba antes de que comenzaran a
hablar, y ese hecho hizo que un maligno zarcillo de satisfacción atravesara la niebla de la
sospecha y el miedo de Ayla. Parecía que, lo que fuera que estaba buscando, no lo había
encontrado.

¿Qué haría ahora? ¿Ver qué hacer con ella? ¿Consultar su mapa y trazar la línea hasta
Benjy? ¿Y si esta era su única oportunidad?

—Me estaba preguntando algo —dijo audazmente, tratando de mantener su voz


temblorosa—. Escuché que usted era un Guardián. Pero los Guardianes nunca abandonan
el Corazón de Hierro, ¿verdad?

Fue más que atrevido. Fue ridículo. El acto desesperado de alguien que sabía que
estaba en sus últimos momentos.

Él sonrió.

—No recuerdo haberte dado permiso para hacer preguntas.

—Solo quise decir, usted debe ser especial… —prosiguió ella. Mantén tu
compostura, Ayla. No te rindas ahora.

La sonrisa creció. No había nada cálido en ella.

—No tengo respuestas para ti, Doncella Ayla.


—¿Por qué? —ella lo desafió—. ¿Fue expulsado?

—Por supuesto que no —dijo—. Puedo regresar cuando lo desee.

Ayla sintió otra oleada de satisfacción. Automa o no, Kinok no era tan diferente a un
hombre humano. Su orgullo era su punto más débil.

—Pero pensé que era imposible volver una vez que te ibas —dijo, fingiendo fruncir
el ceño en confusión—. Pensé que era imposible volver sobre la misma ruta a través de
las montañas.

Los ojos de Kinok parpadearon hacia los lados por una fracción de segundo.

Una fracción de segundo que observó con atención. Los Automas no eran los únicos
que sabían cómo detectar lo que buscaban.

—Hay formas —dijo, y luego se puso de pie—. Hemos terminado por ahora. Quédate
aquí.

Luego, moviéndose con un poco más de velocidad y gracia de la que podría tener un
humano, salió de la habitación. La puerta se cerró con un clic detrás de él antes de que
Ayla pudiera siquiera procesar el hecho de que, justo antes de irse, él había tomado el
collar de la estantería.

Se había ido de nuevo.

Y ella estaba sola.

Se obligó a esperar cinco minutos completos, contando los segundos, antes de sentirse
segura de que Kinok no regresaría inmediatamente. Entonces saltó de la silla y se dirigió
directamente a la esquina del estudio, el lugar donde los ojos de Kinok habían parpadeado
solo por un momento.

A primera vista, no había nada interesante en la esquina: estaba el borde de una


estantería y luego nada más, solo una pared de piedra sólida, un piso de piedra sólida.
Ayla pasó las manos por la pared, comprobando si había un hundimiento, una bisagra,
cualquier cosa. Golpeó silenciosamente contra la pared y el suelo, pero no había partes
que sonaran como si estuvieran huecas.

Pero estaba segura de que la caja fuerte estaría en algún lugar por aquí.

Luego pasó las manos por la estantería. Era un mueble resistente, hecho de la misma
madera de cerezo oscuro que el escritorio de Kinok. Rápidamente, cada vez más
paranoica por el regreso de Kinok a medida que pasaban los minutos, Ayla comenzó a
revisar cada libro en el estante, levantándolos con cuidado para no remover el polvo en
los estantes, hojeando las páginas, buscando cualquier cosa remotamente fuera de lugar.
No encontró nada en el primer estante ni en el segundo. Se arrodilló para buscar en el
tercer y último estante, el más inferior, tratando de ser lo más cuidadosa posible sin dejar
de moverse con rapidez. Seguramente Kinok volvería en cualquier momento…

Allí.

Escondido detrás de uno de los libros del centro del estante, sólo visible porque Ayla
estaba arrodillada, había una costura diminuta, casi invisible, en la parte trasera de la
estantería.

Con el corazón acelerado, Ayla dejó el libro a un lado y estiró la mano, pasando los
dedos por la costura. Tenía una forma rectangular, apenas más grande que su palma.
Como una puerta diminuta. Presionó los bordes, tratando de averiguar cómo abrirla, y
ahí, sí, sí, sí, un pequeño hundimiento cuando empujó en un lado de la costura. Ella
presionó más fuerte y la pequeña puerta se abrió de golpe, revelando...

Metal.

El borde de lo que parecía una caja de metal delgada. Una caja fuerte. Era similar a
la que Crier usaba para guardar sus mejores collares.

Esta debía ser apenas de una pulgada de grosor para caber tan perfectamente en la
parte posterior de la estantería, cuidadosamente escondida por la pequeña puerta de
madera. Ayla se inclinó hacia delante, preguntándose si tal vez podría sacarla con las
uñas… pero no, todavía estaba media incrustada en la madera, tendría que quitar todos
los libros y luego volver a colocarlos en el orden exacto correcto, lo que llevaría un tiempo
que definitivamente no tenía, e incluso entonces podía ver parte de una cerradura en la
parte delantera de la caja fuerte, una serie de pequeños engranajes mecánicos, todos
etiquetados con extraños símbolos alquímicos. Algunos los reconoció: la estrella de ocho
puntas, los símbolos de la sal, el mercurio y el azufre; cuerpo, mente y espíritu.

El lenguaje de los Creadores. Ella no lo conocía, pero Benjy sí. Lo había aprendido
en el templo, cuando era niño.

Sin aliento por su descubrimiento, Ayla devolvió el libro a la estantería y volvió a


sentarse en su silla, su mente acelerada. Ella sabía que no podría abrir la caja fuerte sola.
Pero sabía que tenía que ser abierta. Sabía, con una certeza casi absoluta, del tipo que
solo llega cuando estás tan cerca de la muerte que puedes saborearla, que esta era la pieza
del rompecabezas que necesitaba.

Puedo regresar cuando lo desee, había dicho Kinok. Hay maneras.

Ahora todo lo que tenía que hacer era abrir esa caja fuerte.

Kinok regresó solo unos minutos después. Ayla se enderezó en el momento en que
escuchó la llave entrar en la cerradura, sintiéndose mucho menos asustada que antes.
Aunque todavía no sabía por qué él le había preguntado por sus padres, aunque todavía
no sabía por qué o cómo se había apoderado de su relicario, aunque todavía no sabía cuál
sería su castigo. Mientras pudiera decirle a alguien sobre la ubicación de la caja fuerte,
triunfaría. Ella ganaría esto… o moriría intentándolo.

Ella miró a Kinok, esperando.


—Vete —dijo Kinok.

Ayla se detuvo en seco.

—… ¿Disculpe?

—Vete —dijo de nuevo, lento y cansado, como si estuviera hablando con un caballo
o con un niño particularmente lento—. No necesito nada de ti. Vete.

—No entiendo —se escuchó decir, incluso cuando todo su cuerpo anhelaba la puerta
y los escalones de regreso a la luz del sol, a algo que no era libertad pero que era mejor
que esto—. No entiendo, ¿no va usted a…?

—Hemos terminado aquí —dijo, cada palabra de sus labios como algo pesado
cayendo a la alfombra entre ellos, como si hablara piedras.

Ella vaciló por un momento más, esto es una trampa esto es una trampa, pero
entonces su cuerpo finalmente se le impuso a la paranoia y se alejó de él, salió por la
puerta, subió los escalones de mármol hasta que estuvo dentro del palacio de nuevo y el
aire olía como el enfermizo perfume de demasiadas flores.

Se apresuró hacia la salida más cercana a los cuartos de los sirvientes, caminando lo
más rápido que podía sin parecer demasiado sospechosa, sabiendo que necesitaba hablar
con Benjy, inmediatamente.

Pero antes de que pudiera salir siquiera, otro sirviente la detuvo abruptamente.

—Te necesitan en las cocinas. Malwin te ha estado buscando.

¿Malwin? ¿Qué podía querer? Su última interacción no había sido precisamente


agradable. No olvidaría tan rápido cómo Malwin escupió a sus pies.

Pero ella no podía desobedecer.

Llena de un nuevo temor, Ayla se dirigió a las cocinas.

Al llegar a la habitación oscura, llena de humo y cavernosa, se le ordenó que se


dirigiera directamente a un lugar de la esquina para comenzar a quitar la piel parecida al
papel de un montón de cebollas. Ella no había pasado mucho tiempo aquí, solo había
estado en el servicio de cocina una o dos veces; los humanos de su edad generalmente
estaban reservados para el trabajo manual.

Las cocinas del palacio de una sanguijuela no se parecían a ninguna cocina humana.
El suelo era de tierra pisoteada y había un asador, una despensa, unas cuantas mesas de
trabajo grandes y toscas, una pared dedicada a ollas, platos y cuchillos, pero también
había una enorme chimenea de barro que ocupaba casi una pared entera, las llamas
cubiertas por un caldero negro donde tanto Ayla como Benjy podrían haberse acurrucado
dentro cómodamente y con espacio de sobra. Este caldero era usado para una sola cosa:
preparar Corazonita líquida. El vapor blanco rodando densamente en la chimenea olía
amargo, metálico. Ayla respiró por la boca, y aun así podía saborearlo en su lengua.
Siempre había un solo guardia sanguijuela junto al caldero de Corazonita. Sorprendida,
Ayla se dio cuenta de que reconocía al guardia de hoy. Era el mismo con el que se había
encontrado anoche.

Ayla se movió, ocultando su rostro.

A través de la espesa cortina de su cabello, Ayla observó cómo un chico de cocina


revolvía los contenidos del caldero. Pronto, ella sabía, sería colado y vertido en otro
caldero para enfriarlo. Se podía saber quién estaba en servicio del vertido porque sus
manos y ropa estaban manchadas de rojo.

—Doncella.

Ayla miró hacia arriba.

Malwin estaba ante ella. No parecía odiosa ni enojada, como había esperado Ayla.
En todo caso, estaba mirando a Ayla con algo parecido a la curiosidad.

—Estoy bajo las órdenes del consejero de la Reina Junn —dijo Malwin, hablando en
voz baja para que el guardia sanguijuela no la oyera.

Storme.

De alguna manera, Ayla mantuvo el rostro en blanco.

—¿El humano, señora?

—Si. Se acercó a mí justo antes de que se fueran.

Así que realmente se fue. No fue una sorpresa, pero aun así le dolió de nuevo. Storme
ya se había ido.

Habían sucedido tantas cosas entre la discusión de anoche y ella siendo atrapada esta
mañana que apenas había tenido tiempo de volver a pensar en él, o de afligirse.

Porque así fue como se sintió. Fue como otra muerte. No más cruel ni más molesto
que la primera, sino como algo pálido, profundo y doloroso.

—¿Qué tiene eso que ver conmigo, señora?

—Me dio algo para darte. Dijo que lo dejaste caer. Dijo que te dijera: “No vuelvas a
perderlo”.

Ayla se quedó mirando mientras ella buscaba en el bolsillo de su uniforme y sacaba


una sola pluma verde.

—Sabes, realmente no deberías tener esto —la regañó Malwin—. No sé por qué lo
llevas contigo, pero estoy segura de que cuenta como una pertenencia. Tienes suerte de
que el consejero te haya visto dejarlo caer y no Lord Hesod. Podrías haberte metido en
un verdadero problema, chica.

Ayla estuvo a punto de soltar una carcajada. Claramente, Malwin no sabía en qué tipo
de problemas se había metido ya.
—Bien —dijo Ayla después de una pausa—. Tienes razón, seré… seré más
cuidadosa.

—Bueno, no me lo digas. No es mi cuello el que está en la tabla de picar —puso la


pluma en las manos de Ayla—. Oculta eso. Debería haberlo tirado al fuego, pero hoy me
siento amable.

—Gracias señora —Ayla se guardó la pluma en el bolsillo… y dejó a un lado su


curiosidad. Tendría tiempo para pensarlo más tarde.

Por ahora, tenía que hablar con Benjy.

Ayla lo esperaba bajo su árbol. Ella había dejado su peine sobre su almohada, una señal
de que quería encontrarse, pero ¿y si él no lo había notado? Era tan extraño usar el peine
como una señal en lugar de simplemente susurrarle, o golpear el dorso de su mano
mientras ella pasaba. Solían pasar todos los momentos posibles juntos, pero desde que
Ayla se convirtió en doncella no había visto a Benjy con tanta frecuencia. La mayoría de
los días, todo lo que intercambiaban era una sola mirada mientras se metían en la cama,
sus cuerpos separados por una docena de otros sirvientes dormidos.

Mientras esperaba, sus pensamientos eran un hervidero de preocupaciones. ¿Por qué


Kinok le había preguntado por su familia? ¿Volvería a ver a Storme de nuevo alguna vez?

¿Qué pasa con Rowan y los otros rebeldes que se unieron a ella en el viaje al sur?
Había estado desesperada por no pensar en eso, en el hecho de que no había oído nada
sobre ellos desde entonces. ¿Qué les había pasado?

Sin embargo, no podía preocuparse por eso ahora. Aún no. Porque tenía que contarle
a Benjy lo que Crier le había dicho.

La brújula de Kinok apuntaba al Corazón de Hierro. Ella estaba segura de eso. ¿Por
qué sería tan especial algo así si no? ¿Por qué más lo querrían incluso los Manos Rojas?

Ahora, la destrucción total era una posibilidad de una manera que no lo había sido
antes.

Ayla estaba emocionada por saberlo.

Tan emocionada que, si Crier estuviera aquí, podría besarla por eso.

Quería golpear ese pensamiento directamente fuera de su cabeza, pero en ese


momento, Benjy se agachó bajo la rama del árbol, el polvo y la luz del sol en su cabello
rizado. Ayla se dio cuenta con una punzada de que él ni siquiera sabía que había
encontrado a Storme. Pero tal vez fuera mejor si no conocía sus secretos.

Cualquier cosa para deshilachar el hilo entre ellos.


Pero Ayla lo extrañaba. Lo extrañaba en la forma en que extrañaba a las personas
que no estaban muertas, que son cálidas, cercanas y que respiran. No era algo que hubiera
experimentado antes. Extrañar a sus padres (y a Storme, hasta ayer) era diferente; se sentía
como intentar sacar agua de un pozo que hacía tiempo se había secado. Extrañar a Benjy
se sentía como mirar un cubo de agua clara y fría y negarse a beber. Estaba justo ahí. Pero
tenía que mantenerlo a un brazo de distancia, porque más cerca era demasiado peligroso.

—Hola —dijo, sonriéndole, y ella no le devolvió la sonrisa—. ¿Cómo va la vida en


el palacio?

—Encantadora. A Malwin le molestarme.

—Pobre bebé —dijo, apoyado contra el tronco del árbol—. ¿Quieres intercambiar?

Ella puso los ojos en blanco.

—Por favor. No durarías ni un segundo como doncella.

Algo cruzó por su rostro.

—Sí —dijo lentamente—. Probablemente no sería tan bueno en ello como tú.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Nada —suspiró y sacudió la cabeza, extendiendo la mano para arrancar una hoja y
jugar con ella entre sus dedos—. Nada, lo siento, ha sido un día largo. Una semana larga.

—Una vida larga.

—Escucha, tengo noticias.

—Yo también. Pero tú primero.

—Rowan. Ella está de vuelta.

Esto no era en absoluto lo que Ayla esperaba oír. Su corazón prácticamente se salió
de su pecho.

—¿Se encuentra bien? ¿Dónde está?

—Shh —dijo, alejándose del tronco del árbol—. Aquí no.

—Pero…

Él tomó su mano. Se sentía cálida y áspera.

—Ella se va a encontrar con nosotros. Por los acantilados. Ven.

Juntos atravesaron el terreno en dirección a los acantilados que dan al mar, el lugar
donde Ayla y Crier se habían encontrado por primera vez, donde Ayla había salvado la
vida de Crier. Se pegaron a las sombras, por los caminos de suave tierra negra entre hileras
de flores marinas, y Ayla miraba detrás de ellos cada cierto tiempo para comprobar si
había guardias u otros sirvientes. Pero no había nadie, y llegaron a los acantilados sin ser
escuchados.

Hacía más frío tan cerca del océano, las rocas resbaladizas por la espuma del mar. A
Ayla se le puso la piel de gallina en los brazos.

Rowan ya estaba esperando por ellos en los acantilados. Su cabello plateado le caía
sobre los hombros y parecía quieta y tranquila como siempre, pero cuando se acercaron,
Ayla pudo ver las sombras bajo sus ojos, como si tuviera una herida oculta. Ayla olvidó
su propia incomodidad y se apresuró a avanzar.

—¡Rowan! —dijo Ayla, uniéndose a ella en el borde del acantilado—. Dioses, pensé
que no volverías en semanas. ¿Qué sucedió? ¿Estás herida?

—Estoy bien —dijo Rowan con desdén—. Y… nada sucedió.

Benjy hizo un ruido de impaciencia y Ayla levantó una mano para silenciarlo.

—No nos siguieron —dijo—. Incluso si lo hubieran hecho, nadie podría oírnos sobre
las olas. Puedes decírnoslo.

—Ya lo dije —dijo Rowan. Sonaba aún más agotada de lo que Ayla sentía, su voz
vacía. —Por eso estoy de regreso tan pronto. Esto es lo que pasó en el sur: nada.

Ayla frunció el ceño.

—No entiendo —dijo Benjy a su lado.

Rowan suspiró y se sentó pesadamente en las rocas. Ayla inmediatamente se arrodilló


a su lado, a medio camino de entrar en pánico, pero Rowan le quitó importancia con un
gesto de su mano.

—Está bien, Ayla. Solo algunos moretones en mis costillas. Hace que sea difícil
permanecer de pie por mucho tiempo.

—Pero, ¿qué pasó? —insistió Ayla—. No puede haber sido nada. Dijiste que había
doscientos reunidos en el sur, una luna llena, tú dijiste...

—Sé lo que dije. Y sé lo que escuché, y de quién lo escuché… una persona que pensé
que era una fuente confiable. Pero les digo, cuando me comuniqué con mis contactos en
el sur, no encontré nada. No hubo levantamientos. En ningún momento iba a haber algún
levantamiento —ella miró entre ellos, su rostro serio—. Los humanos de esas propiedades
ni siquiera habían escuchado los rumores. Mis contactos no sabían nada. Fui por una
rebelión y llegué a un día normal. Todo fue una mentira.

Los tres guardaron silencio, Ayla y Benjy luchaban por encontrarle sentido a la
historia de Rowan.

Benjy habló primero.


—Pero, ¿quién hubiera esparcido una mentira como esa? ¿Quién se beneficiaría de
ello? ¿Alguna sanguijuela tratando de confundir a la Resistencia, hacernos dudar el uno
del otro? ¿Quizás incluso provocarnos a pelear entre nosotros en lugar del enemigo?

—No sé quién fue —dijo Rowan—. Pero creo que esto fue menos una provocación
y más un experimento.

—¿Qué quieres decir? —dijo Ayla.

—Quiero decir que quien haya creado esta falsedad, el que quería hacerme creer que
iban a haber levantamientos en el sur… Creo que hicieron esto porque querían saber de
dónde obtengo mi información y luego dónde la difundo. Creo que querían rastrear las
conexiones entre los miembros de la Resistencia. Para ver quién habla con quién, quién
sigue a quién. Querían trazarnos un mapa.

Benjy dijo algo en respuesta, pero Ayla no lo oyó; sus oídos rugían, y no era el sonido
de las olas del océano chocando contra las rocas.

Querían trazarnos un mapa.

Tenía una idea bastante clara de quién le mintió a Rowan sobre los levantamientos.

¿Pero cómo?

No se dio cuenta de que había hablado en voz alta hasta que Rowan dijo:

—No sé cómo. Ya no sé en cuál de mis contactos puedo confiar. Todo lo que sé es


que tenemos un espía. Y nosotros, toda la Resistencia, estamos en peligro.

—¿De quién escuchaste por primera vez sobre los levantamientos? —Ayla preguntó
en voz baja.

—No revelo nombres —dijo Rowan—. Pero… les diré que fue alguien de dentro del
palacio. Un sirviente. —Ella miró hacia otro lado, un músculo flexionándose en su
mandíbula. —Alguien cuya información siempre ha sido verdadera. Alguien que nunca
antes me ha llevado por mal camino.

—¿Y esa persona? ¿De quién se enteró?

Ella se encogió de hombros.

—Solo mencionó dónde estaba ubicada ella.

Ella.

—¿Y dónde fue eso? ¿Dónde estaba ubicada? —El corazón de Ayla latía con fuerza.
Se inclinó hacia adelante, con los ojos fijos en el rostro de Rowan. Una parte de ella ya
sabía lo que estaba a punto de escuchar, ya sabía la respuesta, pero preguntó de todos
modos.

—Mi contacto dijo que es una criada de la cocina —dijo Rowan con cautela—.
Ubicada en la lavandería.
—¿Sabes algo? —preguntó Benjy a Ayla, captando la expresión de su rostro.

—Faye —dijo Ayla en voz baja.

La expresión de Rowan se derrumbó, pero no parecía sorprendida. Ella debía haber


tenido la misma sospecha.

Pero si eso fuera cierto…

—Benjy, ¿averiguaste algo más sobre las manzanas de sol de las que Faye seguía
hablando?

Él asintió con la cabeza, luciendo sombrío.

—Intenté entrar en la casa con el cultivo que está en el campo esta mañana. Dije que
había visto un mal lote de grano y quería comprobar algunos de los suministros. Había
una montaña de cajas de manzanas del sol, muchas más de lo que hubiera pensado que
los huertos podrían producir en poco más de un mes.

—Eso es extraño —dijo Ayla lentamente.

—No es tan extraño como lo que encontré dentro de ellas.

—¿Qué quieres decir? —Rowan preguntó, su voz ronca y baja.

—Las cajas no estaban llenas de manzanas, al menos no las que logré abrir. No tenía
mucho tiempo antes de que ese guardia alto, Tiren, fuera a buscarme, así que no fui tan
cuidadoso, pero abrí dos de las cajas y, y . . . estaban llenas de. . . realmente no lo sé.
Este… este polvo. Polvo negro.

—¿Polvo negro? ¿Como una especie de pólvora? —preguntó Rowan.

—¿Podría ser un arma? —intervino Ayla.

Benjy negó con la cabeza.

—Sinceramente, no lo sé.

Ayla miró a Rowan.

—Si Faye estuviera ayudando a Kinok a hacer envíos de este polvo…

—Ella definitivamente no tenía opción —finalizó Benjy.

El aliento de Ayla tembló en su pecho mientras intentaba hablar.

—Bueno, sea cual sea el propósito del polvo, sabemos una cosa: Kinok está
controlando a Faye. Utilizándola. Tal vez intentó desertar. Tal vez es por eso que…

No tuvo que terminar su oración. Los tres estaban pensando la misma cosa. Quizás
por eso Kinok había ordenado la muerte de Luna.

Ayla tragó con fuerza.


—¿Así que qué hacemos? —Ella y Benjy miraron a Rowan.

La voz de Rowan era fría.

—Debemos derribar al Scyre.

—Espera —dijo Ayla de repente—. Sé algo. Me enteré de algo justo anoche. —Evitó
los ojos de Benjy. Él todavía no sabía la verdad de lo que había sucedido anoche. Que se
había escapado, no para planchar un vestido, sino para encontrarse con su hermano. Y
que había terminado con ella acurrucada en la cama de Crier. Era solo cuestión de tiempo
antes de que ese secreto saliera a la luz. —El Scyre tiene algo en su poder que podría
ayudarnos. Nos ayudará. Es una brújula. Aparentemente, es muy importante para Kinok,
y creo que es porque no es una brújula cualquiera, es especial. En lugar de apuntar al
norte, apunta al Corazón de Hierro.

Benjy abrió los ojos como platos.

—¿En serio? —preguntó, al mismo tiempo que Rowan dijo:

—¿Estás segura?

—Crier dijo que era especial, dijo que incluso los Manos Rojas parecían celosos de
eso —les dijo Ayla, y luego se arrepintió de inmediato cuando la mirada de Benjy se
volvió sospechosa. Continuó antes de que él pudiera decir algo. Antes de que pudiera
implicar cualquier cosa. —¿Por qué si no iba a quedarme hasta altas horas de la noche
con ella? Es tan ingenua que revelará cualquier secreto si la haces hablar lo suficiente. —
No se sentía cierto, por la forma en que lo estaba enmarcando, pero se sentía necesario.
—Una brújula que podría llevarnos al Corazón. Piensen en el poder de eso. Y está en el
estudio de Kinok.

Rápidamente explicó sobre el interrogatorio fallido en el estudio de Kinok, evitando


cuidadosamente la razón por la que había sido interrogada; les dijo que era solo que Kinok
estaba paranoico sobre el futuro sirviente cercano de su esposa, y su propio
descubrimiento de la caja fuerte oculta.

—Creo que, si hay algún lugar donde pueda estar escondiendo la brújula, sería allí.
Incluso si no es la brújula, tiene que ser otra cosa igualmente valiosa.

Rowan asintió. La luz estaba de vuelta en sus ojos, la chispa de emoción por una
nueva misión.

—Tenemos que abrir esa caja fuerte. Luego, una vez que tengamos lo que
necesitamos, destruimos al Scyre y rescatamos a Faye —sonrió y despeinó el cabello de
Ayla como lo hacía desde que Ayla era pequeña y estaba hambrienta—. Lo hiciste bien,
mi niña.

Ayla reprimió una orgullosa y tonta sonrisa.

—Ha pasado casi una hora —dijo Benjy—. Los guardias revisarán pronto los cuartos
de los sirvientes. Deberíamos volver.
—Sí —dijo Rowan—. Puedo escaparme de nuevo la semana que viene, a la misma
hora, en el mismo lugar. Elaboraremos un plan para entrar en la caja fuerte lo antes
posible. Necesitaremos una distracción. Hay algo en el aire, algo en el horizonte. Puedo
sentirlo. No hay tiempo que perder.

Ayla y Benjy asintieron.

—Estaremos ahí.

Rowan asintió, y los tres se separaron.


INVIERNO
Año 47 EA
17
¿Y si la reina Junn no recibió su carta?

Era todo en lo que Crier podía pensar durante la semana desde que Ayla había sido atrapada
en su cama y luego liberada por Kinok sin ni siquiera una palabra de reprimenda o preocupación
de su parte, durante la semana desde que ella había enviado la carta codificada a la reina Junn,
prometiendo su lealtad secreta.

Bueno, no fue todo en lo que pensó. Necesitaba una fuerza que no sabía que tenía para evitar
los ojos de Ayla durante toda la semana, para no recordar la forma en que se había volteado hacia
Crier mientras dormía. Aunque Ayla nunca lo admitiría, y aunque Crier no tenía pruebas de ello,
lo creía; Ayla al menos había empezado a confiar en ella. Había comenzado a abrirse a ella.

Pero ahora los riesgos eran demasiado altos. Todo el mundo estaba mirando su próximo
movimiento. No podía permitirse dejar que Ayla volviera a estar bajo el escrutinio de Kinok. Lo
que significaba que ella no podía darle ninguna razón para hacerlo. No podía prestar más atención
a Ayla. No podía permitir que la oscuridad de su mirada llamara a Crier como lo había hecho tan
a menudo en el último mes.

Y mientras tanto, la necesidad de frenar a Kinok, de interceptar sus esfuerzos y retrasar su


matrimonio, solo estaba creciendo en urgencia. Le había enviado información a la reina Junn con
la esperanza que eso mostrara su lealtad, que a cambio, Junn ofrecería una estrategia para la
alianza de la que había hablado. Una forma de eliminar el "problema" de Kinok para siempre.

Ahora: había estado despierta durante horas, sus pensamientos dando vueltas como buitres.
¿Había recibido su carta la reina Junn? Debe haberlo hecho, a menos que la carta hubiera sido
interceptada.

Si la carta no había sido interceptada, si estaba en manos de la reina Junn, ¿qué iba a hacer
la reina? ¿Estuvo mal por parte de Crier nombrar a Foer, al concejal Laone, al concejal Shasta
como partidarios de Kinok? ¿Y si hubiera entendido mal las palabras de Rosi? ¿Y si hubiera
puesto a Rosi en peligro al nombrar a su prometido? ¿Qué pasa si la reina Junn decidía que Crier
no era lo suficientemente útil y cortaba la comunicación, y Crier se encontraría nuevamente sola?

Estaba a punto de llegar a la hora número tres de pensamientos aterradores e inútiles cuando
escuchó pasos en el pasillo fuera de su puerta. Muchos de ellos, rápidos y humanos.

Voces, órdenes gritadas. ¿Alguien pide un carruaje?

Crier no esperó a que llegara Ayla (aún faltaba un cuarto de hora para que amaneciera) y ni
siquiera se cambió el camisón antes de salir corriendo de su habitación y llamar al primer criado
que vio.

—¿Ha pasado algo? ¿Para qué es el carruaje?


—El soberano se va a Bell-run, mi lady. Sale en poco tiempo.

—¿Qué?... ¿hoy? ¿Por qué? —La pequeña ciudad de Bell-run estaba a un día de viaje hacia
el oeste. Su padre solía visitarlo solo una o dos veces al año, superficialmente, solo para mostrar
su rostro a la gente.

—Sí, mi lady. Esta mañana. Tan pronto como sea posible. Ha habido unos asesinatos en la
noche —dijo el sirviente, en voz baja, como lo hacían los humanos cuando hablaban de los
muertos.

Asesinatos. ¿Una ejecución masiva? ¿Una rebelión aplacada?

—¿Quiénes fueron? —preguntó Crier—. ¿Quiénes han sido asesinados? ¿Humanos


rebeldes?

—No, mi lady. —El sirviente se movió. —Fueron Automas.

—. . . ¿Cuáles eran sus nombres? —Una enfermiza sensación de incredulidad comenzaba a


invadirla, haciéndola tambalearse.

Quizás alguna parte de ella ya lo sabía. Pero tenía que escucharlo en voz alta.

—Dos eran Manos Rojas, mi lady. Los concejales Laone y Shasta. El otro era el señor de una
finca del sur. Lord Foer.

Oh, dioses.

—¿Perdón, mi lady?

Ella había hablado en voz alta.

—Nada —logró decir Crier, y se regresó antes de que el sirviente pudiera decir algo más, o
peor aún, ver la expresión de Crier y llamar a un médico.

Los maté, pensó Crier con tristeza, moviéndose en trance por el pasillo. Los nombré y ahora
están muertos.

La reina Junn podría haber dado la orden, porque, por supuesto, era la reina Junn, no había
forma de que fuera una coincidencia. Crier le había dado tres nombres, y ahora los dueños de los
tres nombres estaban muertos.

Pero fue Crier quien causó esto.

No podía creer lo rápido que había actuado Junn. Sin advertencia, sin vacilación. . . solo
acción rápida.

Significaba que la reina debía tener mercenarios por todo Rabu.

Las sienes de Crier latían con fuerza; se sentía hambrienta de oxígeno a pesar de que nada
había cambiado en su organismo.

Oh, dioses, Rosi. El prometido de Rosi estaba muerto y era culpa de Crier.
Bueno, ¿qué esperabas? se preguntó furiosa, deteniéndose un momento para reposar la frente
contra la fría pared de piedra del pasillo. ¿Pensaste que la Reina Loca enviaría a los partidarios
de Kinok una carta amablemente redactada? ¿Pensaste que ella sería indulgente?

Pensó en la historia del Zorro, el Lobo y el Oso. En cómo ninguno de ellos podía confiar en
los demás.

Crier miró sus propias manos e imaginó, por un momento, sus dedos sumergidos en sangre
violeta.

Minutos después, Crier se sentó en la silla frente a su padre, los dos solos en su estudio, y trató
de no dejar que la culpa y el horror se reflejaran en su rostro.

Asesina. Eso es lo que ella era.

Afortunadamente, Hesod estaba perdido en sus propios pensamientos, apareciendo solo para
gritar órdenes a los sirvientes que seguían llegando a la puerta. Prepara los carruajes, prepara los
caballos, empaca la ropa y Corazonita para un viaje de tres días, prepara un grupo de guardias y
sirvientes, envía noticias a las propiedades de los difuntos. Iban de gira de luto. Era como la gira
de la victoria que Hesod había hecho en las semanas posteriores a su coronación soberana, pero
en lugar de la victoria en el aire no había nada más que muerte, conmoción y la furia hirviente de
Hesod. Se estaba tomando personalmente la muerte de sus Manos Rojas.

Si alguna vez se enterara del papel de Crier en estos asesinatos...

No. No lo sabría.

No podía saberlo.

—Hija.

Hesod la miraba de cerca desde el otro lado del escritorio. Ella trató de permanecer con una
expresión en blanco, nada más que empatía y preocupación por él.

—¿Sí?

—Partiré hacia el sur en una hora para presentar mis respetos a las propiedades de los
concejales Laone, Shasta y Lord Foer. Tú permanecerás aquí mientras yo no esté y continuarás
con tus estudios y tus tareas habituales. Eso es todo.

Quizás hace un mes, Crier hubiera aceptado esto sin dudarlo. Pero luego de pasar tanto
tiempo con Ayla, que cuestionaba todo, desde los motivos de Kinok hasta los aceites de baño
preferidos de Crier, la hizo sentarse un poco más recta y sacudir la cabeza.

—No —dijo ella—. Tengo una relación con Rosi, la esposa prometida de Foer. La muerte de
Foer le pesará. Yo. . . debo ir a verla y asegurarme de que esté bien.

Hesod la miró con frialdad.


—Después de todo lo que pasó la semana pasada en la noche de la visita de Junn, ¿qué te
hace pensar que confío en ti para gestionar parte de esta gira?

—Ésta es una manera de reconstruir esa confianza —insistió Crier, aunque sus palabras
dolieron—. Puedes pasar más tiempo con las familias de los Manos Rojas; tienen una clasificación
más alta que Foer, ¿no es así? Puedo ir solo a la finca de Rosi y consolarla yo misma. —Ella se
inclinó hacia adelante. —Quiero demostrar mi valía ante ti, padre. Cometí un error al ser tan
indulgente con. . . con la doncella. Sé que te decepcioné. Déjame hacer las paces.

Seguía dudando.

—Solo deseo cumplir con lo que es mi deber con el estado, padre —prosiguió—. La finca de
Foer, donde Rosi ha establecido su residencia durante su noviazgo, está apenas a un día de camino
al sur, cerca de la frontera de Varn y el pueblo fronterizo de Elderell. Puedo estar fuera por menos
de cuarenta y ocho horas, si eso es lo que quieres. ¿Cómo me vería si ignoro a mi compañera más
cercana en este momento?

—Bien —dijo Hesod—. Puedes ir. Pero si algo sale mal, hija, cualquier cosa…

—Nada saldrá mal, padre —dijo Crier—. Lo prometo.

Cuando Crier salió del estudio de su padre, atrapó a la primera sirvienta que vio.

—Envíe a buscar a la doncella Ayla —le ordenó a la muchacha—. Dígale que se encontrará
conmigo en los establos de inmediato.

—Sí, mi lady.

La chica se escabulló y Crier caminó por los pasillos de regreso a su dormitorio, tomándose
unos preciosos minutos para vestirse, sus manos torpes, no acostumbrada a atarse los cordones
ella misma. Luego arrojó ropa para dos días en una maleta.

Se sintió salvaje, el corazón se le aceleró, recordándole por un momento los pequeños y


rápidos latidos que había escuchado desde la madriguera de un conejo hace semanas, durante la
Caza.

Realmente iba a consolar a Rosi. Iba a obligarse a sí misma a presenciar los efectos de lo que
había hecho a raíz del asesinato de Foer. Pero tenía otro motivo oculto para viajar al sur.

El pueblo de Elderell.

Un lugar que la concejala Reyka había mencionado varias veces a lo largo de los años, aunque
nunca había dicho por qué una pequeña mancha de pueblo era importante para ella. Crier había
preguntado una vez, y Reyka solo había dicho:

—Tengo asuntos allí.

Crier no pudo evitar preguntarse si ese asunto tenía algo que ver con su desaparición.

Agarrando su maleta de viaje, Crier salió del palacio y se dirigió a los establos, donde ya
habría un carruaje esperándola. El sol de la mañana se escondía detrás de espesas nubes grises, el
olor de la lluvia invernal flotaba en el aire.
Ayla ya estaba esperando fuera de los establos cuando llegó Crier. Parecía cautelosa y furiosa
a partes iguales.

—¿Qué está pasando? —Ayla exigió en el segundo en el que Crier estuvo al alcance del
oído—. ¿Por qué me. . .?

Crier la agarró por la muñeca, suave pero firmemente, y la apartó a un lado. Se inclinó para
acercarse y, a pesar de la niebla de la preocupación, sus ojos se fijaron en las pecas que cubrían
la nariz de Ayla. La forma de su boca redonda y bonita. Ahí estaba de nuevo, esa indignación, esa
ira que era tan áspera y, sin embargo, que convertía a Ayla en quien era. Esa feroz vibración en
ella por la que Crier se sentía atraída una y otra vez…

—Silencio —siseó Crier, parcialmente para sí misma—. Por favor. Espera aquí. Mantén la
cabeza gacha, no hagas una escena.

Ayla se quedó boquiabierta, pero Crier se volteó y se dirigió rápidamente hacia el carruaje.
Estaba esperando en la entrada de los establos, un caparazón de escarabajo negro tirado por dos
hermosos caballos viejos. El conductor, un criado envejecido con la piel como cuero rajado, ya
estaba sentado en su asiento en la parte delantera, con las riendas en la mano.

—¿Necesita ayuda con su baúl, mi lady? —preguntó.

—No —dijo Crier—. ¿Estamos listos para partir de inmediato?

Asintió y tiró de las riendas; los caballos pateaban el suelo, moviendo las orejas con
impaciencia.

—En cualquier momento, mi lady.

Crier puso su maleta en su carruaje y luego se fue hacia el costado de los establos. Ayla
seguía allí de pie, con la ira en todas las líneas de su cuerpo, pero no había tiempo para explicar
nada. Crier no quería que ninguno de los sirvientes, o peor aún, su padre, viera a Ayla, que supiera
que Crier llevaría a Ayla con ella al sur. Su padre no lo había prohibido expresamente, pero
probablemente solo porque pensó que no había forma de que Crier se atreviera.

Bueno, ella se atrevió.

Después de todo, sabía que no podía dejar a Ayla aquí sola. Podría haberle comprado a Ayla
algo de tiempo, un respiro de seguridad, pero ¿cuánto tiempo duraría si no estuviera allí para
cuidarla?

—Ven —murmuró Crier—. Te lo contaré todo en un momento, solo ven conmigo y mantente
en silencio.

Ayla parecía confundida, pero Crier la tomó de la mano y la condujo hacia adelante antes de
que pudiera responder. Para su sorpresa, la mano de Ayla se aferró a la suya. Y a pesar de sí
misma, a pesar de todo, una emoción la atravesó.

En el momento en que ambas estuvieron sentadas, Crier corrió las cortinas y golpeó con los
nudillos la delgada pared que las separaba del conductor.

—¡Vamos, vamos!
El carruaje se tambaleó hacia adelante y se marcharon.
A medida que Kiera, la Primera, crecía y se fortalecía, necesitaba más y más sangre, y así,
para el quinto año, la reina estaba muriendo.

El amor de la reina por Kiera era tan grande que se habría sacrificado con mucho gusto
para darle a Kiera un día más de vida… pero Wren se había enamorado profundamente de la
reina Thea. Cegado por esta debilidad humana, este amor que crecía dentro de él como una cosa
retorcida y podrida, planeaba salvar a la reina matando a Kiera. Pero la reina descubrió sus
planes antes de que tuviera la oportunidad de actuar y Thomas Wren fue encarcelado.

Desesperado por salvar a la reina, Wren continuó su trabajo como Creador incluso mientras
estaba encarcelado.

Y esto, sobre todo, nunca debe perderse en las olas del Tiempo: no importa cuánto la Reina
Thea afirmara amar a su hija Automa, fue ella, no Thomas Wren, quien finalmente asesinó a
Kiera.

—DE LOS INICIOS DE LA ERA DE AUTOMA,

POR EOK DE LA FAMILIA MEADOR, 2234610907, AÑO 4 EA


18
Los pensamientos de Ayla sonaron más fuerte que las ruedas del carruaje.

Estaba atrapada en un espacio cerrado con Crier, furiosa por ser prácticamente
secuestrada y aún más furiosa por el hecho de que estaba tan malditamente consciente de
la presencia de Crier, de sus rodillas golpeándose cada vez que el carruaje se sacudía, del
olor de su cabello, el aroma de su piel limpia y perfumada, el corte de su mandíbula y la
suave curva de su garganta. . .

Ayla presionó su frente contra la ventanilla del carruaje y se negó a mirar a Crier.

Porque cada vez que lo hacía, le resultaba difícil dejar de mirar.

Tal vez ni siquiera estaba tan enojada con Crier. Tal vez solo estaba enojada consigo
misma. Aquí estaba el objetivo de su venganza. Y, sin embargo, los días pasaban y ella
no podía matar a Crier, cada día que usaba a la lady para tratar de obtener acceso a
información, era otro día en que ella sentía que se… debilitaba. Se reblandecía. Se
calentaba. Era la única forma de describirlo, como si su voluntad fuera un gran lago al
sol, evaporándose lentamente en los bordes hasta que un día ya no habría voluntad, ni
fuerza, ni impulso, ni ira. Ella estaría vacía.

Y todo por Crier, por la forma en que la hacía sentir, la sensación de ser observada y
que la piensen, de una manera amable, con ternura y curiosidad que Ayla simplemente
no podía soportar. Todo esto sacudió esa cosa que había convertido a Ayla en lo que era
durante mucho tiempo.

Ese instinto de sobreviviente. Esa hambre de la sangre de Crier en sus manos, para
hacer las cosas iguales. Justicia. Venganza. Había sido la única fuerza que mantenía viva
a Ayla, y ahora esa agitada dulzura ansiosa que se creaba en ella la estaba arruinando, se
la estaba quitando.

Ella no sabía qué hacer.

Ellos tenían que avanzar con sus planes pronto, antes de que Ayla se derrumbara por
completo.

Pero ahora, eso también estaba arruinado, porque hoy era el día en que ella y Benjy
habían acordado reunirse con Rowan, y ahora Ayla se iba a ir por, ¿qué, otros tres días?
¿Y quién sabía si la próxima vez sería capaz de escabullirse para reunirse con Rowan?

Se sentía desesperada y sola, y no tenía a nadie para pedirle consejo. Ella no podía
hablar con Benjy sobre esto. Ni siquiera con Rowan, que había sido casi una madre para
ella. . . sería una traición demasiado grande admitir lo que estaba pasando dentro de su
cabeza, dentro de su corazón.

Ella quería golpear algo. Ella quería romper una de las ventanillas y volar por el
camino, correr hacia el bosque, escapar. Para correr por siempre. Para estar libre de esto,
lo que sea que fuera. Esta cercanía. Los ojos de Crier. Sus rodillas Sus pensamientos. Era
como si Ayla pudiera sentir los pensamientos de Crier, como suaves caricias en la
oscuridad, y . . .

Deja de pensar en ella.

Ayla cerró los ojos, intentando desconectarse de este sentimiento, concentrarse, en


lugar de eso, en clasificar todo lo que había descubierto y aprendido durante sus semanas
al lado de Crier. Se sentía como tocar arena entre sus dedos, buscando puntos de oro.
Había visto mucho, y todavía había tan poco que ella entendía. La información era como
la estrellas. Ella estaba tratando de formar una constelación.

Pensó en la pluma verde de Storme. ¿Qué significaba? ¿Fue algo así como una
contraseña secreta, prueba de su confiabilidad, algo que podría mostrarle a la guardia de
la reina si alguna vez necesitaba una audiencia con su hermano? Ella pensó en las cajas
de manzana del sol llenas de polvo negro: ¿Qué hacía? ¿Era algo así como Corazonita?
Ella solo sabía que provenía de Kinok.

Y ahora Crier llevaba su tela negra en el brazo, ¿por qué?

Deja de pensar en ella.

Ayla pensó en Storme.

Y eso fue, de alguna manera, aún peor. El dolor aún fresco y crudo como había sido
hace semana cuando ella estaba parada en el pasillo y le rogaba en silencio que la quisiera
de nuevo, que le dijera la verdad, que se quedara. Pero ella no había podido decir nada de
eso en voz alta y no importó porque él no había querido, no había estado dispuesto a
hacerlo.

De alguna manera, había pasado la última semana deseando que se hubiera quedado
muerto, como había estado en su mente por tantos años.

Storme. El chico que solía conocer, su gemelo, su hermano de ojos brillantes, brillaba
en sus recuerdos y luego se fue. Luego: el hombre en el que se había convertido, mano
derecha de la reina sanguijuela, explotando de nuevo en la vida de Ayla con toda la fuerza
de una bomba de pólvora y luego, como una bomba de pólvora, se fue sin dejar nada más
que restos.

¿Cómo era posible que lo tuviera de nuevo, pero solo por un día?

Era apropiado que Crier la hubiera secuestrado para una gira de luto. Ayla estaba de
luto.
Por Storme, y también por su collar. La última conexión que tenía con su familia,
con su madre, y la había perdido. Pero, sobre todo, lloraba a su antiguo yo, la chica que
había tenido la voluntad de un fuego interminable. La chica que ardería y ardería para
siempre hasta que hubiera destruido todo el dolor del mundo.

¿A dónde se había ido esa chica?

Se encontró tocando el punto sobre el pecho donde solía descansar el relicario, ese
viejo hábito. Su cuello se sentía más liviano sin el collar, pero de una manera mala,
dolorosa, como si alguien le hubiera cortado todo el cabello. Más ligero, pero falta el
peso.

En lugar de tocar el collar, metió la mano en el bolsillo de su uniforme y pasó el


pulgar sobre un objeto diferente: la llave de la sala de música. Se había convertido en un
talismán sustituto desde que había perdido su collar, algo que frotar entre los dedos y el
pulgar cuando se inquietaba. Qué vergonzoso, que algo de Crier, un regalo, pudiera ser
tan relajante. Tan profundo. Ya lo había usado varias veces la semana pasada para ir a un
lugar tranquilo cuando tenía un momento libre del trabajo y necesitaba un latido para
pensar, respirar, estar verdaderamente sola.

Si estaba siendo honesta, había ido a la sala de música para pensar en Crier. Creía
que, si pensaba en ella cerca de Benjy y los otros sirvientes, inmediatamente lo verían
escrito en toda su cara.

Deseo.

Anhelo.

Soledad.

Curiosidad.

Vergüenza.

Cómo quería volver a dormir en la cama de Crier. O algo. Como no había dormido
tan profundamente en meses, tal vez años, como lo había hecho esa noche. Como no se
había sentido tan segura desde antes de ese día. Ese era el poder que Crier parecía tener
sobre ella.

Deja de pensar en ella.

¿Por qué era tan difícil?

Dioses. Cuanto antes le robara la brújula a Kinok, mejor. Solo necesitaba poner sus
manos en la brújula, y luego tendría todo lo que necesitaba para guiar a Rowan, Benjy y
los otros rebeldes directamente al Corazón de Hierro. Ya no tendría que ser la doncella
de Crier. Finalmente podía vengarse y luego correr. Salir del palacio y nunca mirar atrás.
Ayla se dio cuenta de que estaba apretando la llave de la sala de música con tanta
fuerza que las puntas afiladas se clavaban dolorosamente en su palma. Ella la soltó,
colocando ambas manos en su regazo. Negándose aún a mirar a Crier. Sus rodillas se
tocaban. Ni siquiera era contacto piel con piel; Ayla llevaba los pantalones del uniforme
y Crier un vestido largo de luto negro. Entonces, ¿por qué estaba afectando tanto a Ayla?

Esos momentos en la poza de la marea, con el agua fría y la noche negra y con la piel
de Crier que se volvió plateada a la luz de la luna. La historia de la princesa y la liebre y
cómo la voz de Crier había comenzado tranquila, insegura, pero se hizo más fuerte a
medida que contaba la historia. Ayla había querido decir, Dime otra. Otra. Ella había
querido decir, No te detengas.

La poza de la marea. La cama de Crier. Luz de luna otra vez. El olor de Crier era
suave y cálido en todas partes, en las almohadas y las mantas. Debería haberse sentido
como veneno. No fue así. Debería estar despierta por la noche pensando en nada más que
deslizar una cuchilla en el corazón de Crier. No fue así. En cambio, pensó en: el extraño
y afectuoso comportamiento de Crier, sus preguntas, su curiosidad infinita, dulce, a
menudo ingenua, casi infantil, pero siempre sincera, siempre fascinada por las respuestas
que Ayla estaba dispuesta a dar.

Ayla miró a Crier por el rabillo del ojo. Crier estaba mirando por la otra ventana, con
la cara volteada hacia otro lado. Las cortinas estaban corridas; Una delgada franja de luz
grisácea le cortaba la cara, la mitad a la luz y la otra a la sombra. Un ojo dorado brillante,
el otro un marrón oscuro. Ella era hermosa. Quizás fue algo terrible admitirlo, pero Ayla
no pudo evitarlo. Crier era hermosa. Creada para ser hermosa, pero era más que eso;
estructura ósea más que perfecta y características simétricas y piel marrón impecable. Era
la forma en que sus ojos se iluminaban con interés, la forma en que sus dedos siempre
eran tan cuidadosos, casi reverentes, mientras pasaba las páginas de un libro. La forma en
que se mantenía absolutamente quieta a veces, como un ciervo en el bosque, tan quieta
que Ayla quería tocarla, extender la mano y tocar su rostro para asegurarse de que todavía
era real.

—Sé que me estás mirando —dijo Crier, y Ayla miró hacia otro lado tan rápido que
casi golpeó su cabeza contra la ventana del carruaje—. Lo sé. Siempre lo sé.

—No, no es verdad —murmuró Ayla, con las mejillas calientes.

—¿Estaba equivocada? —Crier alzó una ceja.

Ayla no respondió. En cambio, dejó que su mirada cayera de la cara de Crier a la tela
negra en su brazo, una pregunta silenciosa.

—Ah —dijo Crier—. Si. Yo . . . hice un trato. Con mi padre. —Lo tocó, frotando la
gruesa tela negra entre sus dedos. Su mandíbula se apretó. —¿No te preguntaste por qué
Kinok te liberó tan rápido?
—Pensé que era porque se dio cuenta de que soy inútil para él —dijo Ayla
débilmente. Le dolía el estómago y se revolvió con algo que se negó a admitir que era
gratitud. O culpa. —.Yo pensé que simplemente no tenía lo que estaba buscando.

—No lo tenías. Pero yo sí.

—¿Qué? ¿Qué le diste? ¿Qué le dijiste? —Ayla se inclinó hacia delante, con el
corazón palpitando—. Crier, ¿qué hiciste? —¿Por mí?

—Lo que le di no fue información. Fue poder. —Crier casi sonrió, delgada y sin
humor, y soltó la tela. Puso sus manos de nuevo en su regazo, y así parecía una pintura,
un retrato, la luz, el color y la perfección capturados, aunque solo fuera por un momento.
—Poder sobre mí. Su marca en mi brazo. Mi respaldo, pero, solo de forma superficial.

Ayla dejó escapar un suspiro.

—Así que en realidad no te uniste a él.

—No —dijo Crier, sorprendida. Como si nunca se le hubiera ocurrido que Ayla
podría estar confundida, o que se pusiera a dudar de sus motivos o creencias. —Nunca.
Pero por favor entiende. Yo no sabía lo que te iba a hacer. Yo estaba . . . preocupada.
Quería llevarte lejos de él.

—No deberías haber hecho eso —dijo Ayla con fiereza.

—¿Se suponía que debía dejarte pudrir allá abajo? ¿O peor?

—No, pero no deberías haberle dado eso. Él siempre está tres pasos por delante.
Puedes apostar que ya está planeando cómo va a usar esto, cómo usar tu apoyo falso.

—Lo sé —dijo Crier.

—¿Entonces por qué? ¿Por qué arriesgarías eso?

De nuevo, sorpresa.

—Porque sabía que era la única forma en que te dejaría quedarte. Conmigo.

Ayla se dejó caer contra el asiento de terciopelo del carruaje, furiosa de nuevo.

—No deberías haber hecho eso —siseó ella—. Fue imprudente, fue peligroso, eso...

—Valió la pena —dijo Crier. Sus ojos, fuera de la luz directa del sol, con ese marrón
humano profundo, se fijaron en la cara de Ayla. Parecía tranquila en todas partes, excepto
en sus manos, que estaban apretadas en su regazo.

En el pequeño espacio del carruaje, era demasiado.

Ayla se acurrucó como una bola en la esquina del asiento para que ni siquiera sus
rodillas pudieran tocar a Crier, y ella pasó el resto del viaje mirando ciegamente por la
ventana, mirando cómo las colinas amarillas muertas se deslizaban, sin siquiera tratar de
no pensar en Crier, y el dolor apareciendo dentro de su pecho.
19
La finca de Foer era más pequeña que el del soberano, ubicado en la laguna de un valle.
Como era común en el sur, las edificaciones estaban hechas de granito y madera oscura
y brillante, los tejados de madera se curvaban bruscamente hacia el cielo. Los terrenos
estaban compuestos principalmente de campos y pastos para caballos, algunos huertos.
Sin jardines, eso era siempre lo primero que Crier echaba de menos cada vez que visitaba
a Rosi aquí a lo largo de los años. Los jardines y la brisa marina.

Descendieron lentamente hacia el valle, con el sol poniéndose detrás de ellos. Crier
abrió las cortinas de terciopelo y miró el paisaje: las laderas eran hierbas cubiertos de
zarzas.

—¿Has estado aquí antes? —dijo Ayla, rompiendo el silencio tan abruptamente que
Crier se sobresaltó un poco.

—Sí —dijo, negándose a reconocer la leve diversión en el rostro de Ayla—. Unas


pocas veces. Rosi es mi compañera más cercana. Siempre lo fue.

—¿De verdad?

—Bueno. —Crier pensó acerca de eso. —Sí. Relativamente.

Ayla pareció reflexionar sobre eso.

—No tienes muchas personas cercanas.

—No. No muchos.

En algún lugar en la distancia, sonaron los cuernos. Uno de sus hombres anunciando
su llegada.

Crier se alisó las faldas y el pelo. Ella trató de fijar su expresión en algo
apropiadamente sombrío. No fue difícil, no estaba exactamente de buen humor, pero
siempre se sintió muy consciente de sí misma con Rosi.

—¿Mi cara se ve bien? —se encontró preguntando a Ayla.

Ayla alzó las cejas.

—¿Qué quieres decir?

—No sé —murmuró Crier—. No importa. Fue una tontería preguntar.


Sintió los ojos de Ayla sobre ella y se negó a mirar hacia arriba. Se miró las manos
en el regazo, marrón claro contra el negro medianoche de su vestido.

—Sí —dijo Ayla casi a regañadientes—. Se ve bien, quiero decir.

Los ojos de Crier se abrieron de sorpresa, pero antes de que tuviera la oportunidad
de responder, el carruaje se detuvo. Escuchó el sonido de su conductor saltando de su
asiento, sus pasos en la hierba de matorral, los caballos golpeándose suavemente el uno
al otro. Habían llegado.

—Lady Crier —dijo el conductor. Un momento después, la puerta del carruaje se


abrió y la ayudaron a bajar. Ella parpadeó, sus ojos se adaptaron instantáneamente a la
luz de la tarde en el valle. Detrás de ella, Ayla saltó al suelo y maldijo por lo bajo cuando
aterrizó con fuerza. Crier contuvo una sonrisa completamente inapropiada.

—¡Lady Crier! —La voz de Rosi atravesó la noche como un cuchillo a través del
terciopelo. Estaba parada en la entrada principal de la mansión, flanqueada por sirvientes
y su propia doncella. Detrás de ella, la finca era una masa de piedra oscura contra las
colinas, ventanas que brillaban con la luz de linternas—. Lady Crier, ¿estás sola?

—El soberano envía sus condolencias —dijo Crier mientras ella y Ayla se acercaban
a la entrada—. Está visitando las propiedades de los concejales Laone y Shasta, pero no
por falta de respeto o falta de pena por usted o Lord Foer. Solicité visitarte sola, no como
la heredera del soberano, sino como amiga. —Se unió a Rosi frente a las enormes puertas
dobles e inclinó la cabeza, con las manos cruzadas frente a su pecho. —Realmente
lamento tu pérdida. El soberano descubrirá quién hizo esto, y habrá justicia.

—Gracias, mi lady —dijo Rosi.

Al igual que Crier, estaba vestida con un vestido negro de luto. Pero eso era lo único
familiar de ella. Crier trató de no mirar, pero ahora que estaba viendo a Rosi de cerca, era
obvio que había algo muy, muy mal. Algo había cambiado desde la última vez que ella la
vio en el baile de compromiso en el palacio. En menos de un mes, Rosi se había vuelto
maníaca, las pupilas dilatadas, los labios casi azules y casi esquelética. Era como si
hubiera algo viviendo dentro de ella, succionando la vida de sus huesos. Sus clavículas
sobresalían por encima del escote de su vestido; su cara estaba demacrada, sus ojos
hundidos en las cuencas. Cuando habló, Crier vio que no solo sus labios estaban
manchados de negro azulado, sino también sus dientes y lengua. Parecía que había estado
bebiendo tinta negra.

Pero lo que Crier no podía dejar de mirar, lo que más la asustaba, eran las venas de
Rosi.

Se destacaban contra sus sienes, su cuello, los huesos de sus manos, y eran
completamente negros.

—Rosi —dijo Crier, en voz baja—. Rosi, ¿estás. . . estás bien?


Era una pregunta tonta, considerando las circunstancias, pero Rosi no dijo nada sobre
Foer. Ella se rio, aguda y casi histérica.

—Estoy bien, mi lady. Ven, entre. Traiga a la pequeña mascota humana, también.
Quién sabe qué pasaría si la dejáramos a ella sola en la oscuridad.

Adentro, Rosi condujo a Crier y Ayla a una lujosa sala de estar, todas con ventanas
altas y cortinas de terciopelo y divanes azul profundo, un piano, una bandeja de
Corazonita líquida que ya los estaba esperando. La sangre de Crier lo anhelaba, no había
comido en todo el día y definitivamente estaba sintiendo los efectos.

—La mascota puede esperar afuera de la puerta —dijo Rosi con frialdad.

Crier quería discutir, pero sabía que sería sospechoso. Ella asintió con la cabeza a
Ayla, disculpándose, y se obligó a no hacer una mueca cuando Rosi cerró la puerta de la
sala de estar en la cara de Ayla.

Rosi y Crier tomaron asiento en el diván. Rosi sirvió una taza de Corazonita líquida
para Crier, pero ella no tomó nada. Crier recordó las palabras de su carta: No he tocado
Corazonita en semanas.

Ella había estado tomando el polvo negro en su lugar.

El Nightshade.

Crier tomó un largo sorbo de té, sintiendo que se extendía a través de ella como oro
fundido, la fuerza volvía a sus extremidades. Luego dejó la taza de té y se volvió hacia
Rosi.

—Realmente lamento tu pérdida, amiga mia. Todos lloramos por Foer.

—Gracias, mi lady —dijo Rosi. Dioses, ni siquiera podía mirar a los ojos de Crier
por más de un segundo antes de que su mirada se desvaneciera.

—Por favor, si hay algo que pueda hacer, cualquier cosa que mi padre pueda hacer…

—La muerte de Foer es realmente una lástima —suspiró Rosi, pareciendo no


escuchar a Crier. Sin embargo, no parecía entristecida o abrumada por el dolor. Y tal vez
eso era de esperar. Los Automas no sufrían por la muerte como lo hacían los humanos.
—¿Sabes cómo sucedió? ¿Sabes cómo fue encontrado? —Ella se inclinó más cerca. —
Su cabeza fue cortada. Probablemente lo hayas adivinado. Me dijeron que fue un corte
limpio. Tan limpio como sea posible. Cortar a través de la médula espinal es un trabajo
desagradable. Pero fue. . . profesional. No como cualquier un humano con un hacha.
Quien lo hizo usó una cuchilla de carnicero. ¿Sabes cómo fue encontrado?

—Rosi —dijo Crier, sintiéndose enferma—, Rosi, no necesitas decirme esto.

—Fue encontrado cuando su sangre empapó las tablas del piso. Él no estaba en la
casa, ya sabes. Estaba en los establos. En el nivel superior, encargándose de las sillas de
montar del caballo. Le gustaba engrasar las sillas de montar él mismo. Fue asesinado allí,
y su sangre empapó todo. Incluso goteaba de las vigas como lluvia violeta. —Ella soltó
una risa. —Goteaba directamente sobre la cabeza de un sirviente. Fue entonces cuando
comenzó a gritar.

Crier no pudo hacer nada más que mirarla.

—De todos modos —continuó Rosi—. Antes de todo eso, estaba trabajando con
Kinok en algo muy importante. Y sé que casi han terminado.

—¿Algo muy importante? —Crier repitió huecamente. Recordó la carta de Rosi, sus
menciones de Foer y Kinok trabajando juntos, pero aún no estaba segura de lo que eso
significaba.

—Ultra secreto. —Rosi asintió, abriendo mucho los ojos. Obviamente disfrutaba
saber algo que Crier no sabía. —Me sorprende que Scyre no se lo haya contado, mi lady.

—Foer debe haber confiado mucho en ti —dijo Crier, ignorando la indirecta—.


Debes haber sido muy valiosa para él.

—Lo era —dijo Rosi—. Me lo contó todo. Él era vital para MAD, ya sabe.
Absolutamente vital.

—Sé que lo era —dijo Crier—. Kinok me dijo lo mismo, sobre lo importante que era
Foer. Y tú también, por supuesto.

—¿En serio lo dijo?

—Oh, muchas veces. —No lo decía en serio, pero sabía las palabras que Rosi quería
escuchar.

—Foer era el único en el que confiaba Scyre para investigar a Thomas Wren. Todos
esos Manos Rojas en MAD, y él confiaba en Foer. Sin ofender, por supuesto, mi lady.

—No te preocupes —le aseguró Crier—. Por supuesto que confiaba más en Foer.
¿Quién más podría hacer lo que él hizo? —Ella estaba tanteando. ¿Qué sabía realmente
Rosi?

—Nadie —dijo Rosi—. Nadie más tiene las conexiones de Foer con las Matronas.

—Sí, exactamente —dijo Crier—. Y es por eso que Kinok eligió a Foer para. . .
investigar a Wren. —Estaba tratando de reconstruir todo, pero no pudo, ¿qué tuvo
exactamente que ver su investigación sobre Wren con las Matronas? Debe ser algo sobre
el Diseño, algo sobre los Diseños originales de Wren para los Automas y, tal vez, cómo
las Matronas podrían mejorarlo.

Pensó en la página de notas que había sacado del libro de Kinok, la noche de la Luna
del Segador. Cómo habían revelado las conexiones secretas de Wren con una mujer que
solo se llamaba H.
—Mm. —Rosi se inclinó aún más cerca. —¿Quiere saber qué descubrió Foer, mi
lady?

Crier fingió incertidumbre, tratando de no parecer demasiado ansiosa. No quería


hacer nada que hiciera sospechar a Rosi.

—¿Realmente deberías decirme? ¿Si es de alto secreto?

—Es la prometida de Scyre Kinok —dijo Rosi—. Está atada a él. Develar sus
secretos también la dañaría a usted y al soberano. —Le temblaban las manos donde
estaban juntas en su regazo. —Además, yo. . . quiero darle una muestra de mi propia
confianza, mi lady. Así recuerdas lo cercanas que somos y lo importante que soy para
Scyre Kinok y MAD.

—Eres vital —murmuró Crier—. Vital para él. Para MAD.

Rosi suspiró alegremente.

—Oh, bien.

—Entonces… ¿Thomas Wren…?

—No sé los detalles exactos —dijo Rosi—. Pero sí sé que el Scyre hizo que Foer
investigara la investigación de Wren. Todos sus colaboradores, realmente cualquiera con
quien haya hablado. Y Foer descubrió que Thomas Wren no hizo el primer Automa.
¿Alguna vez supo tal cosa? Rastreó el trabajo de Wren hasta otra persona: una mujer
campesina. Ella creó nuestra especie, no él.

La sorpresa de Crier fue genuina. Una mujer campesina había creado el primer
Automa. No Thomas Wren de la Real Academia de Creadores. Era una mujer de la que
nadie había oído hablar.

No podía ser verdad.

—¿Estás segura?

—Foer parecía estarlo.

Crier se hundió en su silla. Los ojos de Rosi la recorrieron con avidez, como si se
alimentara de la reacción de Crier al secreto.

Pensó de nuevo en las notas de Kinok. De la frase ‘Corazón de Yora’. De la conexión


(¿romance?) secreta de Wren con H.

—Pero . . . no entiendo —dijo Crier—. ¿Por qué esta persona permitiría que Wren
tomara crédito por su trabajo? ¿Por qué ella le daría algo tan valioso?

—Yo hice la misma pregunta. Foer dijo que tal vez el trabajo de ella no fue entregado.
Tal vez fue tomado.
Las dos se sentaron allí por un momento, reflexionando sobre esto. O al menos Crier
lo estaba, Rosi no parecía estar pensando en nada en absoluto, sus ojos se movían como
moscas, con los dedos tamborileando sobre sus rodillas. Su mirada estaba tan vacía.

—Me pregunto qué hizo que Kinok sospechara de Wren —reflexionó Crier en voz
alta—. Me pregunto por qué le dijo a Foer que lo investigara.

Rosi hizo un ruido despectivo.

—¿Quién sabe? Él es un genio. Si alguien puede encontrar Turmalina, es él.

Turmalina.

—Gracias, Rosi —dijo Crier—. Eso fue más que suficiente.

Después de asegurarse que Rosi estaría bien atendida por los hombres del soberano en
caso de que necesitara algún apoyo a raíz de la muerte de Foer, Crier sintió que su deber
había sido cumplido y, sinceramente, estaba ansiosa por salir de la casa de Rosi, para
alejarse de la chica cuyos brazos temblaban y sus ojos ardían y las venas salían oscuras
contra su piel. Pero no hubiera sido apropiado partir sin una cena ceremonial, y el viaje
fue demasiado largo para regresar en un día.

Así que Crier cenó, sin apenas morder la comida inútil que le ofrecían. Se guardó una
galleta para llevarla a Ayla por la mañana.

Cuando amaneció, estaba ansiosa por irse. Ayla había sido obligada a dormir en los
cuartos de los sirvientes, y Crier se sintió irracionalmente protectora, preocupada por su
seguridad, a pesar de que no había ninguna probabilidad de peligro para ella aquí.

A la mañana siguiente abandonaron la finca de Rosi, Crier sintiéndose más


perturbada que nunca. Nightshade, Turmalina, Corazón de Yora, Thomas Wren, el
misterio de la mujer sin nombre. . . sin mencionar el comportamiento extraño y aterrador
de Rosi.

Y Kinok le había dado el polvo negro. Kinok le hizo eso a ella. A innumerables otros.
Todos los días, con cada nueva pieza de información, el caso contra él parecía
desarrollarse. Crier estaba decidida a seguir construyéndolo hasta que su padre no tuviera
más remedio que escucharla, ver a Kinok por lo que realmente era: una amenaza.

Había una parada más que hacer antes de que ella volviera a casa. El pueblo de
Elderell.

Era el último lugar donde Reyka había sido vista antes de desaparecer.
Crier esperó hasta que supo que debían estar cerca de las puertas del pueblo, y luego
golpeó la pared del carruaje, esperando que fuera lo suficientemente fuerte como para ser
escuchado sobre los cascos del caballo.

Ninguna respuesta. Golpeó de nuevo, más fuerte y más frenética esta vez, y escuchó
al conductor llamar a los demás. Deténgase por un momento, la lady. . .

Tenía solo unos segundos antes de que él abriera las puertas.

—¿Qué estás haciendo? —siseó Ayla.

—Solo sígueme la corriente, ¿de acuerdo? Solo haz lo que te digo.

Un segundo después, la puerta del carruaje se estaba abriendo y el conductor dijo:

—¿Está todo bien, Lady Crier?

—¡No! —dijo ella con urgencia—. Mi doncella está gravemente enferma.

El conductor miró a Ayla, quien rápidamente se dobló y gimió ruidosamente. Un


poco teatral, tal vez, pero funcionó.

—Deberíamos continuar si queremos regresar al palacio al atardecer, mi señora —


dijo el conductor—. Quizás la doncella. . .

—¿La quieres muerta? —exigió Crier. El conductor se encogió bajo su mirada. —


Ella es humana, es débil. ¿Cómo ser vería para el soberano si regreso con una doncella
muerta? ¿Cómo se vería si no pudieras mantenernos vivas a los dos durante dos días?

Ayla gimió de nuevo.

—Mis más sinceras disculpas, Lady Crier —dijo el conductor apresuradamente—.


Estamos a una milla del pueblo de Elderell. La llevaré allí de inmediato.

—Bueno, ¡adelante! —Crier espetó—. Llévanos a la Posada Green River en el


corazón del pueblo. Ahora.

El conductor asintió y cerró de golpe las puertas del carruaje. Unos momentos
después, el movimiento de empuje comenzó de nuevo, y Crier se recostó contra el asiento
de terciopelo con satisfacción mientras el carruaje giraba ligeramente hacia el este.
Cuando levantó la vista, Ayla estaba mirándola.

—Gracias —dijo Crier—. Lo hiciste bien.

—Bien —dijo Ayla después de una pausa. Luego se inclinó más cerca y Crier respiró
hondo. —¿Vas a decirme qué hay en Elderell?

Crier vaciló. Ella no estaba segura. La última vez que divulgó información
apresuradamente, tres personas terminaron asesinadas durante la noche.
—No puedo. Aún no. Es muy peligroso.

Ayla la estudió por un momento, luego se apartó y miró hacia otro lado.

—Ayla.

Ayla seguía negándose a mirarla.

Para crédito del conductor, el carruaje llegó a la Posada Green River en un tiempo
récord.

Crier lo había elegido porque había oído a Reyka mencionar la posada varias veces,
ya que con frecuencia se detenía para hacer negocios en Elderell. Se detuvieron frente a
la posada, un lugar destartalado justo al lado de la plaza del pueblo, con una puerta verde
de aspecto agradable y humo saliendo de la chimenea, justo después del mediodía. Crier
saltó del carruaje, ordenó al conductor y los guardias que permanecieran fuera de la
posada, listos para partir, y ayudó a Ayla a bajar, soportando la mayor parte de su peso.
Ayla pretendía estar molesta por todo el acto de fingir estar enferma, pero Crier
sospechaba que lo estaba disfrutando en secreto. Ella gemía bastante fuerte, y cojeaba
dramáticamente.

—Qué enfermedad te produce dolor de estómago y cojera —murmuró Crier,


ayudando a Ayla a atravesar la puerta verde de la posada.

—Una mala —respondió Ayla.

El interior de la posada era cálido y hogareño. La planta baja era una taberna. Todas
las habitaciones estaban arriba. Un fuego masivo crepitaba alegremente en la chimenea
de la esquina, un asador girando lentamente sobre él; el olor a carne asada flotaba en el
aire. Era una posada humana, entonces. No era sorprendente ya que Reyka siempre había
favorecido los lugares manejados por humanos en lugar de Automas. Ella dijo que eran
más cálidos.

Crier ayudó a Ayla a sentarse en una de las mesas bajas en el centro del lugar. Solo
había un par de clientes a esta hora del día, el sol todavía alto en el cielo, y ambos estaban
sobre sus tazas de cerveza.

La posadera, una mujer humana regordeta, notó a Crier de inmediato. Se acercó a


Crier lentamente, aparentemente desconfiada de una extraña Automa en su taberna,
especialmente porque Crier parecía un noble.

—¿Puedo ayudarla, señora? —ella preguntó.

—Sí —dijo Crier—. ¿Cuándo fue la última vez que viste a la concejala Reyka?

La posadera frunció el ceño.

—¿La concejala Reyka? Debe haber sido hace más de un mes, señora. —Ella dudó,
y luego se inclinó más cerca. — Lo confesaré, me he preocupado un poco. Por lo general,
la vemos cada dos semanas. La conozco desde hace casi cinco años, señora, y nunca supe
que se pierda más de una visita consecutiva.

—¿Cada dos semanas durante cinco años, en un pequeño pueblo como este?
¿Conoces la naturaleza del negocio que la concejala estaba llevando a cabo aquí? —
preguntó Crier, tratando de no sonar demasiado desesperada.

—No, señora, lo siento. La Mano es muy cerrada con esa información. —Otro latido
de vacilación. —Pero ella era. . . amable. Siempre fue amable Si le ha pasado algo. . .

Crier ignoró la mirada de la posadera como si buscara algo. Ella no tenía algo para
dar. En cambio, sintió que la amargura se elevaba dentro de ella. Y Crier había retrasado
su regreso a casa por nada.

—Ya veo —dijo, derrotada—. Gracias por su ayuda.

Estaba a punto de tomar a Ayla y regresar al carruaje cuando un destello de


movimiento llamó su atención. Allí, en el hueco de la escalera que conducía a las
habitaciones, una chica humana miraba a Crier. Cuando Crier la miró, ella le hizo señas.

Curiosa, Crier se paró y se dirigió a las escaleras. Podía sentir los ojos de Ayla en su
espalda así que miró por encima del hombro una vez, dándole a Ayla un breve
asentimiento. Quédate allí. Ya vuelvo.

Sin decir palabra, la chica humana condujo a Crier escaleras arriba. Era claramente
una sirvienta de la posada, vestía un uniforme gris paloma con el pelo escondido debajo
de un pañuelo. Era joven, apenas mayor que Crier y Ayla, con grandes ojos.

Llegaron al primer rellano y la chica se detuvo.

—Te escuché preguntando por la Mano Roja —dijo en un susurro, manteniendo los
ojos en el suelo. Parecía asustada, las manos retorciéndose en el dobladillo de su camisa
de uniforme. —Ella fue. . . siempre fue amable conmigo. Ella me trató bien.

—¿Que sabes? —Crier preguntó—. ¿La has visto últimamente?

La chica negó con la cabeza.

—No. No por semanas. Pero la última vez que estuvo aquí, ella. . . dejó algo atrás.
—La chica se movió rápido a otro lugar, regresando un minuto después, sosteniendo una
pequeña caja de madera. —Estaba debajo de la cama —dijo, y presionó la caja en las
manos de Crier—. No lo abrí, lo juro, nunca lo haría, solo quería mantenerlo a salvo. Por
Reyka. —Sus ojos se volvieron enormes. —Concejala Reyka. Lo siento. Yo solo. . . ella
fue amable.

—Gracias —dijo Crier suavemente—. ¿Cuál es tu nombre?

—Laur —dijo la chica. Se encontró con los ojos de Crier y luego miró hacia otro
lado. —Mi nombre es Laur.
—Gracias, Laur. Cuando vuelva a ver a la concejala Reyka, le diré lo que hiciste por
ella. Ella estará tan agradecida como yo.

—Espero que esté bien —dijo Laur, mordiéndose el labio.

—Ella lo está —dijo Crier—. Estoy segura de ello. Ahora, ¿tienes una habitación
vacía que me puedas prestar?

Minutos después, Crier estaba sola en una habitación vacía de la posada. Puso la caja
de madera sobre la cama y la miró, extrañamente nerviosa. Esta era la única pista que
tenía sobre la desaparición de Reyka. Lo único que podría ayudarla a encontrar a Reyka
y asegurarse de que estaba viva y completa. Crier respiró hondo, estabilizándose,
preparándose para la decepción, y abrió la caja.

Estaba lleno de plumas verdes.

Crier presionó ambas manos sobre su boca, el horror la bañó como agua fría.

Reyka estaba trabajando con la reina Junn, y alguien debe haberla descubierto, a
alguien a quien no le gustaba la reina, quien la consideraba, y a Reyka, un enemigo del
estado.

¿Pero quién se sentiría así por la reina?

Solo se le ocurrió un nombre: Kinok.

Por supuesto, no tenía pruebas, pero, de nuevo, Kinok tenía múltiples motivos. No le
gustaban las creencias de la reina o de ella. Y él quería un lugar en el Concejo Rojo.

¿Qué había hecho él?

Reyka, por favor sigue viva.

Quizás la respuesta fue menos grave. Quizás Reyka simplemente se dio cuenta de
que había estado expuesta y se vio obligada a esconderse.

Tal vez, incluso ahora, ella estaba en Varn, bajo la protección de la reina. El
pensamiento le dio a Crier un poco de alivio.

Crier miró las plumas verdes, tan endebles y ligeras, pero con tanto significado.

Si Kinok lo hizo, si estuviera dispuesto a ir tras un miembro del consejo, ¿dónde


trazaría la línea? ¿Qué pasaría si descubriera que Crier también estaba conspirando con
la reina Junn?

¿La haría desaparecer también? ¿Expondría su Falla?

¿O iría tras su punto débil real, que actualmente estaba sentada en la taberna justo un
piso más abajo, sin darse cuenta de que estaba en un peligro indescriptible?
Cuando levantó la vista y vio a Ayla parada en la puerta de la habitación, inmóvil,
Crier al principio cuestionó sus propios ojos. Parecía que simplemente había pensado en
Ayla, y Ayla había aparecido. Pero no fue una ilusión: Ayla estaba parada allí con los
ojos muy abiertos fijos en la caja abierta. Las plumas verdes.

Pánico.

En un segundo, se miraban la uno a la otra, tres metros entre ellas, y al siguiente


segundo Crier había dejado caer la caja de su regazo, permitiendo que las plumas se
dispersaran por todo el piso, y ella estaba al otro lado de la habitación, retorciendo los
dedos en el cuello de la camisa de Ayla, arrastrando a Ayla hacia adentro, cerrando la
puerta y golpeándola más fuerte de lo que pretendía, lo suficientemente fuerte como para
hacer que Ayla gritara de dolor, sorpresa o enojo.

—No viste nada —siseó Crier, su voz tensa y desesperada de una manera que nunca
había sido antes—. No viste nada, ¿me entiendes?

—¡Déjame ir! —espetó Ayla. Ella trató de alejarse del agarre de Crier; Crier solo
apretó el cuello de Ayla. Podía sentir los latidos del corazón de Ayla contra sus dedos,
saliendo desde el punto del pulso en su cuello suave, rápido como el conejo, rápido como
el humano—. No voy a. . .

—Debes mantener esto en secreto —insistió Crier—. Debes.

—Crier. . .

—Si Kinok se entera, él me matará —dijo Crier, mirando a los ojos de Ayla. Sus
caras estaban tan cerca que ella tenía la ventaja de la altura sobre Ayla, y algo acerca de
mirar un poco hacia abajo a la cara de Ayla, incluso cuando todo estaba retorcido por la
ira indignada, hizo cantar la sangre de Crier. —Él me matará. Y si muero, tú también.
En la era novecientos, año cincuenta, la justicia llegó a Zulla como la
lluvia de verano a la tierra quemada y estéril.

Sus nombres eran Tayol y Neo, y fueron ellos quienes obtuvieron el


control del Corazón de Hierro.

Fueron ellos quienes capturaron a Thomas Wren, el Creador de la


Primera de nuestra especie, el Creador de Kiera. Alguna vez fue un
alquimista brillante, y ahora una desgracia, un ermitaño, acaparando la
Corazonita en lo profundo de las montañas, usándolo para aprovecharse
de la Creada.

Fueron Tayol y Neo quienes asesinaron a Wren.

Con ese solo acto, nos liberaron.

— DE LA GUERRA DE ESPECIES

POR RIA DE LA FAMILIA DARYLLIS, 0922950901, AÑO 8 EA


20
—¿Te vas a calmar? —espetó Ayla, tratando de mantener la calma. Era como si su mente
se hubiera ralentizado, entrando en modo de supervivencia. —No se lo voy a decir a
nadie. Sé lo que significan esas plumas. Estás en contacto con la Reina Loca.

La boca de Crier se movió, pero no salió ningún sonido.

—¿Cómo lo sabes? —ella susurró por fin.

—Te mostraré cómo. Pero primero tendrás que soltarme.

Todavía boquiabierta, Crier finalmente la soltó. Dio un paso atrás, sus ojos nunca
abandonaron la cara de Ayla.

—Dioses —dijo Ayla, frotándose el hombro. Ella ya podía sentir los moretones
formándose, marcas con la forma de los dedos de Crier.

—¿Cómo sabes acerca de las plumas? —exigió Crier.

—Porque. —Ayla metió la mano en el bolsillo y sacó su propia pluma verde, la que
Storme le había dado. Odiaba pensar en Storme. Fue como presionar una vieja herida que
acababa de reabrirse recientemente. Pero no había un lugar más seguro para guardar la
pluma que en ella misma todo momento. —No sabía que se había contactado contigo.

—No sabía que se había contactado contigo—dijo Crier.

Ayla resopló.

—Supongo que no parezco una buena candidata, ¿no?

—Tampoco Reyka. —Al ver la mirada de sorpresa de Ayla, Crier explicó. —Tienes
razón. Estoy en contacto con la Reina Junn. Pero estas plumas no son mías. Quería parar
en este pueblo porque era el último lugar donde la concejala Reyka fue vista con vida.

—La caja es suya. —Se dio cuenta Ayla, mirando las plumas esparcidas por todas
partes.

—Sí. Aparentemente, lo dejó atrás la última vez que se quedó aquí, en algún
momento de este otoño. Creo que lo hizo a propósito. Tal vez ella sabía que estaba en
peligro, tal vez estaba dejando una pista en caso de que alguien viniera a buscarla. De
cualquier manera, ella estaba trabajando con la reina. Y no estoy segura, pero creo que
Kinok podría estar relacionado con su desaparición.
—¿Por qué me estás diciendo todo esto? —Ayla preguntó.

Crier se mordió el labio, un gesto humano.

— Ya sabías sobre las plumas. Tengo que confiar en ti, ¿no?

Ayla hizo una pausa.

—No confiabas en mí hace una hora, cuando estábamos en el carruaje.

—No quería ponerte en peligro —dijo Crier.

Ayla se dio cuenta de que era verdad. Se dio cuenta de que podía leer a Crier, que
había podido hacerlo durante algún tiempo.

—Esa noche —dijo en voz baja—. La noche que sonó tu campanilla. —No pudo
decir la noche en que nos acostamos juntas en tu cama. Se sentía como si hubiera
sucedido en otra vida. Sintió que su cuerpo se calentaba al recordarlo. —Te pregunté qué
sabes sobre Kinok. ¿Qué has encontrado?

—Que su alcance se extiende a todos los niveles de la sociedad Automa. Que él está
controlando a sus seguidores con un polvo negro. Lo toman en lugar de Corazonita. Lo
llaman Nightshade, pero parece que tiene. . . efectos dañinos.

—Sí. —Ah. Las cajas de polvo, eso es lo que era, entonces. No era un arma,
exactamente, sino una sustancia. —Y no solo la sociedad Automa.

Crier la miró.

—¿Qué quieres decir?

— Él también sabe todo sobre nosotros. Mi Especie. Cómo estamos conectados entre
nosotros, por quién nos preocupamos. Incluso lo trazó: lo vi en su habitación, era como
un mapa de nuestras relaciones, nuestras conexiones. No solo líneas de sangre, sino
también amistades, romances. Cualquier tipo de amor. —La palabra amor flotaba en el
aire entre ellas—. Y... —¿Podría realmente decirle a Crier todo esto?

—¿Y qué? —Crier dio un paso hacia ella y Ayla retrocedió, recordando la fuerza y
el poder del agarre de Crier sobre ella hace solo unos momentos: era la fuerza y el poder
de un Automa. Un enemigo.

Pero un enemigo que podía ayudar.

—Creo —dijo Ayla lentamente, recordando lo que Rowan les había dicho a ella y a
Benjy la semana pasada—, que había ayudado a difundir información falsa sobre la
Resistencia entre nosotros. Difundiendo intenciones de un levantamiento entre los
humanos, tal vez. . . —Su mente daba vueltas. —Para movernos.

—Rosi me dijo que Kinok había llenado de armas las fincas del sur antes de los
primeros Levantamientos del Sur —dijo Crier—. Casi como si él hubiera. . .
— Como si hubiera sido el primero en saber sobre ellos. O…

—Haber sido el instigador.

Ayla se sintió enferma.

—No solo tenía la información interna. Él era la información. El oeste era una yesca,
y él la chispa. Creó una rebelión para justificar la matanza de mi Especie. . .

—Y hacerse parecer un héroe en el proceso —concluyó Crier.

Ayla se sintió mareada. La sala daba vueltas. La cara de Crier; sus manos fuertes; la
puerta cerrada, la caja de plumas verdes.

—Dijiste que difundió estas mentiras a través de los humanos, no solo de Automas.
¿Sabes quién lo ayudó?

Ayla hizo una pausa y tragó saliva. Se sintió enferma, pensando en la cara de pánico
de Faye, las palabras que había murmurado, que al principio parecían una tontería, pero
ahora. . .

Todo es culpa mía, había dicho Faye.

Crier la miraba fascinada. Ayla vaciló. Dar un nombre era un gran riesgo. Y, sin
embargo, era el nombre de alguien que potencialmente había traicionado a Rowan,
traicionado a la Resistencia.

—Faye —susurró.

—¿Esa criada de la cocina? ¿Cómo?

El aliento de Ayla temblaba mientras hablaba: la historia se entrelazaba mientras la


contaba, todas sus piezas finalmente cayeron en su lugar.

—El crimen por el que Luna fue castigada no era el suyo. Era de Faye. Faye incluso
me lo dijo, todo fue culpa suya. Ella está atormentada por la culpa de algo. No podía
entender qué, pero ella dijo manzanas del sol. Estaba tan ... obsesionada, no tenía idea de
por qué. Divagando sobre Kinok y sus manzanas de sol y algo que había salido
terriblemente mal. Pero luego me di cuenta: es una palabra clave. Hay montones y
montones de cajas que salen del palacio, todas etiquetadas como manzanas del sol, pero
están llenas de polvo negro. Entonces deben estar yendo. . . a sus seguidores, supongo.

Crier la miró fijamente.

—Kinok está moviendo cargamentos de polvo negro bajo la apariencia de manzanas


de sol desde el palacio.

Ayla asintió con la cabeza.


—Y en cuanto a Faye. . . —Pensó de nuevo en la mente herida de la chica, el terror
en sus ojos, algo más que, peor que, simple pena. —Ella debió haber hecho algo para
ganarse el lado malo de Kinok. . . tal vez incluso intentó advertirnos o escapar. Entonces
él . . . —Su voz se sentía débil en su garganta, pero forzó el resto—: Mató a su hermana.
Mató a Luna. Y ahora debe estar usándola como un peón. No puedo imaginar que sea
muy útil, parece medio loca. Pero aún puede entregar cartas, tal vez. Mensajes simples.
Probablemente está demasiado aterrorizada para siquiera pensar en desobedecerlo.

—Ayla —dijo Crier suavemente. A la tenue luz de la habitación privada, el oro de


sus ojos parecía casi verde, como las plumas.

Ayla se aclaró la garganta.

—Lo que no entiendo es qué es este polvo negro o por qué es tan importante para los
Automas.

Crier se sentó en la cama.

—Me mostró algunos de sus experimentos, hace unos días. Parece que ha estado
tratando de encontrar, crear, un reemplazo para la Corazonita. Todo eso es parte de lo que
significa ‘anti-dependencia’ para él. Él quiere que seamos invulnerables. En cuanto al
polvo negro, bueno. Supongo que finalmente lo logró.

Invulnerable. Ayla sabía lo que eso significaba. Invulnerable al ataque humano.


Durante años, la rebelión había tratado de exponer las rutas comerciales al Corazón de
Hierro, y tal vez temía que se estuvieran acercando, sabía que querían destruir el Corazón
de Hierro. Como siempre, él sabía todo y estaba un paso adelante.

Si los Automas ya no necesitaran Corazonita, no necesitarían el Corazón de Hierro.


Lo que significaba que todo el esfuerzo de la rebelión habría sido un desperdicio. Y ya
no habría forma de acabar con los Automas. No tendrían más puntos débiles.

—Tenemos que averiguar con quién está trabajando —dijo Ayla—. Si podemos
obtener una lista de todas las personas a las que Faye envió manzanas del sol, bajo el
nombre de tu padre, tendremos nuestra lista de los conspiradores de Kinok.

—Ayla, esa es. . . esa es una muy buena idea, en realidad —dijo Crier, poniéndose
de pie y agarrando la mano de Ayla—. ¿Entonces me ayudarás?

Ayla retiró la mano, instintiva.

La boca de Crier se torció.

—Ayla.

—Veamos estas plumas —dijo Ayla, sin mirarla a los ojos—. Deberíamos limpiarlos
antes de que llegue un sirviente y…

—Ayla —dijo Crier de nuevo, esta vez más suave—. Lo siento mucho.
—¿Por qué?

—Por todo. Por. . . por ser tan dura contigo, por empujarte contra la puerta. . . no me
di cuenta de mi fuerza. . . yo...

—Eres un Automa. Es tu naturaleza dominar.

Crier parecía haber sido abofeteada.

Por alguna razón, el dolor en la cara de Crier enfureció a Ayla. ¿Cómo se atrevía a
expresar pena o remordimiento ahora? Su Especie había estado tratando horriblemente a
los humanos, habían sido responsables de tantas muerte y sufrimiento, desde la Guerra.
¿Y ahora quería perdón, quería que Ayla la perdonara, no por las atrocidades sino por un
empujón?

No habría perdón. Aquí no. Hoy no. Ni nunca.

Con ternura y cautela, Crier levantó la barbilla de Ayla para obligarla a mirarla a los
ojos una vez más.

—Somos iguales, Ayla —dijo—. Deberíamos ser. . . deberíamos ser aliadas. —


Respiró un poco, con los labios abiertos, una flor abriéndose al amanecer. —Deberíamos
ser amigas.

Ayla estuvo honestamente sin palabras por un momento.

—¿Amigas? —Su voz tembló. —Soy tu doncella. Tu sirviente. E incluso si no lo


fuera, soy humana. Tu gente mata a la mía por diversión.

Se sentía como una llama abierta, sentía que podía devorar cualquier cosa que tocara;
había pasado mucho tiempo desde que estuvo tan enojada. Se sintió casi bien regresar
allí, como volver a casa.

Este fuego era su hogar, el elemento en el que prosperó: las palabras de Crier fueron
el viento, despertándola, convirtiéndola en algo ardiente.

Y a pesar de sí misma, a pesar de su furia, su odio, el calor que la recorría, o tal vez
por todo eso, Ayla sintió que su corazón latía con más fuerza que nunca.

—Somos más parecidas que diferentes —dijo Crier en voz baja, insistentemente.
Parecía buscar algo en la cara de Ayla, la mirada recorría los grandes ojos de Ayla, sus
cejas, el medio gruñido de su boca.

—No lo somos —dijo Ayla, queriendo silenciar a Crier, queriendo que todo fuera
diferente. Porque parte de ella, el centro de esa llama enojada, sabía exactamente lo que
Crier estaba diciendo.

Sabía lo que estaba sintiendo Crier.


Esta cosa que había estado surgiendo entre ellas durante semanas. En la poza de la
marea, en la cama de Crier. En las canciones y las esencias de rosas que se alzaban del
baño. El agua de mar fría y la calidez de su toque. Ayla lo sintió como un anzuelo dentro
de ella: un dolor agudo, un tirón constante, y estaba indefensa. Algo mucho más grande
y poderoso que ella la estaba empujando hacia adelante. Jalándola adentro

—Lo somos. —Y los dedos de Crier tocaron la muñeca de Ayla, un movimiento


rápido pero suave, como si sintiera su pulso. Ayla no se apartó.

Crier tomó la mano de Ayla y la colocó sobre su esternón. Justo encima de su


corazón. Podía sentir el ruido sordo, pero no menos real que el suyo.

—Tengo un corazón, como tú —respiró, y nuevamente sus ojos buscaron en la cara


de Ayla, y Ayla escuchó su propio latido tan fuerte en los oídos, como los tambores de la
cueva, como la noche en que había llevado a Crier a la playa rocosa negra y rogó por el
final de su historia.

—Tengo un corazón como tú, Ayla —repitió Crier, presionando la mano de Ayla con
más fuerza contra su pecho. Ayla oyó los latidos de su propio corazón y sintió la voz de
Crier: una canción golpeando contra su palma, un pulso acelerado bajo sus dedos. Ayla
respiraba demasiado fuerte. Ella respiraba demasiado fuerte.

—Yo también siento cosas —susurró Crier.

La mano que no estaba en el pecho de Crier se movió sola. Ayla se vio a sí misma
estirando la mano, vio sus propios dedos dudar a través de la línea afilada de la mandíbula
de Crier, observó cómo se detenían en el punto blando justo debajo de la unión de la
mandíbula, donde el latido del corazón estaba más cerca de la superficie. Ayla presionó
sus dedos un poco, en la suavidad, el calor, el aleteo de un pulso. Crier se quedó
completamente quieta. Dejándolo ser. No se apartó, aunque ella podía hacerlo.

En cambio, Crier levantó su propia mano libre al mismo lugar en la mandíbula de


Ayla.

—Somos lo mismo —dijo.

—No lo somos —siseó Ayla—. No somos lo mismo en absoluto, Crier —dijo,


aunque lo que quiso decir era lo contrario, y ya estaba avanzando: debería haber empujado
a Crier, tal vez incluso golpearla, lastimarla. Pero no fue así. Ella sabía que no lo haría.

Sabía que había estado esperando esto por mucho tiempo, a pesar de que se odiaba
por ello.

Crier se movió exactamente al mismo tiempo, levantando las manos para enmarcar
la cara de Ayla, y la besó. Caliente y furiosa, jadeando en la boca de la otra, los dedos de
Crier en el cabello de Ayla, sus dientes raspando contra el labio inferior de Ayla, sus
cuerpos presionados juntos. Por un momento, Crier se puso rígida, con la boca inmóvil
debajo de la de Ayla, y a través de la bruma Ayla se dio cuenta de que Crier no sabía
cómo hacer esto. Crier no tenía nada, ni conocimiento, ni instinto. Pero se habían movido
al mismo tiempo.

De alguna manera, las manos de Ayla encontraron los hombros de Crier, su garganta,
su mandíbula, y clavó sus uñas en la piel de Crier, aún con ganas de lastimar, hacer que
Crier sangrara, hacerla llorar, pero Crier se estremeció contra ella, haciendo otro ruido
dentro de la boca de Ayla, más suave, con ganas, dolorida. Ayla quería volver a escuchar
ese ruido, ese sonido suave y herido, amortiguado contra sus labios.

Ayla presionó un pulgar en la comisura de los labios de Crier, abriendo la boca,


profundizando el beso y, oh, Dioses: era aliento y calor, un toque de humedad, el sabor
de Crier como una gota de miel en la lengua de Ayla, y nunca antes había estado tan cerca
de nadie, nunca había hecho algo así, todo su cuerpo estaba despierto y vibraba, el pulso
se aceleró debajo de su piel. Ella quería acercarse aún más. Quería presionar sus cuerpos
hasta que no pudiera distinguirlos. Quería…

…no…

Ayla se alejó, luchando hacia la pared más alejada de la cama. Sabía que debía verse
tan salvaje como Crier, si no es que se veía peor: boca oscura e hinchada, cabello
desordenado, ojos enormes.

La locura temporal desapareció, reemplazada por el horror.

¿Qué he hecho?

—¡Espera! —Crier avanzó y luego se congeló cuando Ayla se alejó de ella,


manteniendo un espacio sólido de seis pasos entre ellas. —Espera —dijo, en tono bajo y
desesperado—. Solo, solo espera un momento, por favor. Por favor. Tengo que darte
algo.

—¿Qué podrías tener que darme ahora mismo? —dijo Ayla. Su boca se sentía
magullada y su corazón. . . ella estaba sin aliento, aterrorizada, como si estuviera de pie
al borde de los acantilados del mar, a solo un paso de saltar por el borde. Ella quería
correr. Ella quería jalar de Crier hacía ella de nuevo. Quería romperse como el cristal,
desaparecer, no sentirse así.

Entonces Crier metió la mano en el bolsillo de su vestido y sacó algo que brillaba a
la luz de las antorchas, algo que parecía brillar desde dentro. . .

¿El collar de Ayla?

—No —dijo Ayla, sacudiendo la cabeza. Se sintió mareada, con el estómago


revuelto. —No, eso no tiene sentido, ¿cómo podrías. . .? —Lo había visto en el escritorio
de Kinok. ¿Crier lo había robado de alguna manera a Kinok? ¿Se lo había dado a ella?
¿Por qué se lo daría a ella?
—Es tuyo —dijo Crier, extendiéndolo. El collar colgaba de su mano, delicado y
dorado. —Es tuyo. Sé que lo es. No estás. . . —Su expresión agrietada, algo así como la
culpa sangrando. —No estás en problemas, lo prometo, solo quiero devolverlo.

Pero Ayla dio otro paso atrás. Su boca mordida, sus manos temblorosas, el sabor de
Crier en su lengua. Quería restregarse todo de este momento de su piel, restregarse la piel
misma.

Qué he hecho.

—Aleja eso de mí. —Es una debilidad. Como esto. Como a ella. —Es solo una
baratija estúpida. Ya no lo quiero.

Crier frunció el ceño, todavía tendiendo el collar.

— ¿Una baratija? ¿Sabes lo que puede hacer?

—¿De qué estás hablando? ¿Hiciste otro trato con Kinok para devolverme eso?

Crier la miró, la mirada desesperada dio paso a la confusión.

—Kinok nunca tuvo esto.

Ahora era el turno de Ayla de sentirse inundada y ahogada por la confusión. Si él


nunca hubiera tenido su collar, ¿qué collar había visto en su estudio cuando la había
estado interrogando?

Se dio cuenta entonces.

El otro relicario. El gemelo del suyo. Ella siempre pensó que se había perdido para
siempre. Tal vez no. Los ojos de Crier recorrieron la habitación. No era que hubiera
mucho que ver; una cama, una cómoda, una mesita de noche con un candelabro de latón
opaco, un bolígrafo, un recipiente de tinta. Cosas que un viajero pueda necesitar. Ayla
abrió la boca, a punto de exigir una explicación real, pero Crier se movió hacia la mesita
de noche. Agarrando la pluma. Lo estudió, considerándolo, y luego presionó la punta
afilada en la yema del pulgar, perforando la piel. Sangre oscura brotó y Ayla contuvo el
aliento, pero la cara de Crier ni siquiera cambió. Le tendió la pluma a Ayla.

—Sigue.

—Quieres que yo . . . ¿me pinche a mí misma?

—Solo la punta de tu dedo, lo suficiente como para extraer una gota de sangre —dijo
Crier—. Por favor, solo hazlo y verás.

Si hubiera sido una orden, Ayla habría dado media vuelta y salido de la habitación,
huyendo de la posada por completo. Pero ahora estaba tan curiosa, tan confundida, así
que. . .

Por favor.
Maldiciendo por lo bajo, ya arrepintiéndose de esto, Ayla dio un paso adelante y
pinchó la punta de su dedo índice en el bolígrafo. La pequeña herida palpitaba.

—Muy bien —dijo Crier temblorosamente—. Ahora.

Levantó el collar entre ellas, el relicario brillando a la luz de las antorchas. Por un
momento, Ayla podría haber jurado que la luz parecía pulsar junto con la herida en su
dedo; parecía que el relicario brillaba, produciendo luz en lugar de reflejarlo. Crier
sostuvo su pulgar sangrante sobre el relicario, indicando qué hacer.

Juntas, tocaron el relicario.

Su sangre (roja y violeta, humana y no humana) manchada.

Y el mundo se sacudió y giró.

Ayla exhaló y probó el polvo; ella respiró y probó la luz del sol, el aire del
verano, algo verde y hermoso. Se dio cuenta de que tenía los ojos cerrados
y los abrió.

Estaba en un bosque y no estaba sola. Crier estaba allí con ella. Apenas
había pasado el mediodía, a pesar de que el sol se había puesto fuera de
las ventanas de la taberna momentos antes. La luz del sol de color
mantequilla fluyó a través del follaje, creando un patrón moteado de
sombras y oro en la cara de Crier.

—¿Esto es real? —Ayla respiró.

— Sí, eso creo. O ... lo era. Es una memoria ahora, es...

—¿Leo?

Ayla y Crier se dieron la vuelta al unísono, buscando la fuente de la


voz.

Un momento después lo encontraron: un susurro en la maleza, y luego


una joven salió de los árboles y entró al lugar. Estaba descalza y hermosa,
su piel del mismo marrón que la de Ayla, su cabello negro suelto y
enredado alrededor de sus hombros. Su vestido era extraño. Pasado de
moda, como la ropa con cuadros antiguos.

—¿Leo? —gritó la mujer suavemente—. Leo, ¿ya estás aquí?

Hubo una pausa en la que los únicos sonidos provenían de los pájaros
sobre sus cabezas, la mujer recuperó el aliento. El bosque parecía
tragarse cualquier otro sonido. La mujer ni siquiera miró a Ayla y Crier,
a pesar de que los tres estaban a menos de diez pasos de distancia. ¿Ella...
no podía verlas?

Hubo un ruido de pelea, una maldición ahogada, y luego un hombre


salió de detrás de un árbol. Era tan joven y hermoso como la mujer, de
hombros anchos, piel morena y cabello castaño. En el momento en que
llegó a la mujer, la jaló hacia su cuerpo, rodeándola con los brazos. Ella
resopló y medio empujó hacia él y luego se derritió, empujando su rostro
contra su pecho. Ayla se sintió repentinamente incómoda. Ella no conocía
a estas personas, no había elegido venir aquí, y aun así sentía que estaba
presenciando algo que no debería. Algo demasiado íntimo, demasiado
personal.

—¿Qué necesitabas decirme? —preguntó—. ¿Qué era tan secreto que


tuvimos que encontrarnos aquí? —Cuando ella no respondió de
inmediato, su tono se preocupó. —¿Sucedió algo…?

—No —dijo la mujer—. Bueno, sí, sucedió algo, pero no es malo. No


es tan malo. Yo. . . encontré los planos, Leo. Encontré los planos de mi
madre.

Ella estaba sonriendo.

Él no lo estaba.

—Si. . . 3 —dijo lentamente—. Prometiste. Prometiste que no irías


demasiado lejos.

—¿Muy lejos? —dijo ella, casi riendo—. Dioses, Leo, ¿no lo ves? No
hay tal cosa como demasiado lejos. Este es mi llamado. Si los dioses me
han dado algo, es esto. Quiero continuar donde lo dejó mi madre. Tengo
que hacerlo.

—Si…

Ella se apartó de su abrazo, todo rastro de risa desapareció.

—No lo entiendes —dijo—. Nací para hacer esto, Leo.

—¿Naciste para desafiar las leyes?

—No, mi amor —dijo—. Nací para hacer esto. Nací para hacerla, a
ella.

Leo abrió la boca para protestar, pero en ese momento Si se dio la


vuelta, sobresaltada, como si hubiera escuchado un ruido repentino. Y la
boca de Ayla se abrió. Porque finalmente pudo ver los detalles de la cara
3
Este Si no es de afirmación, es la abreviatura de Siena, pero lo dejaremos como Si ya que así Ayla no
sabe quién es.
de Si... y esos eran sus propios ojos mirándola, idénticos en forma y color.
Ahora que estaba mirando, realmente mirando, se dio cuenta que la nariz
de Si también era similar a la suya, y tenía la misma cara redonda, la
misma boca redonda y bonita, Si incluso tenía las mismas pecas en la nariz
y las mejillas, algo pálidas pero visible.

Si. Siena, Siena Ayla, homónima de Ayla. Su abuela.

—Espera —dijo Ayla, pero no lo suficientemente rápido.

Crier tiró del relicario en sus manos ensangrentadas, y el bosque se


desvaneció como si nunca hubiera estado allí.

Era tarde ahora: los sonidos de la taberna de abajo se habían vuelto más fuertes, y
Ayla se estremeció al pensar en todos aquellos viajeros que estaban abajo, al pensar que
cualquiera podría haber entrado en esta habitación y descubrirlos.

Ayla sintió un millón de preguntas llenando su lengua, quiénes eran, qué era eso,
cómo, cómo, cómo, cómo, pero su cabeza daba vueltas y cielos, el olor de la cerveza de
la taberna trajo los recuerdos demasiado recientes de lo que ella y Crier había hecho solo
unos minutos antes, el recuerdo del calor contra el cuerpo y las manos de Ayla en su
cabello y el aliento de Crier contra sus labios, y finalmente fue demasiado.

—Ayla —comenzó Crier. Estaba agarrando el relicario ensangrentado con ambas


manos, con los ojos fijos en la cara de Ayla. Su voz era tan baja y suave como si hubiera
hablado con un caballo asustado. ¿Podría leer el pánico en la cara de Ayla?

—No —dijo Ayla—. Solo. . . no.

Luego abrió la puerta y corrió.

Pero ella no llegó lejos.

—¿Has visto a la dama? —preguntó la posadera mientras Ayla bajaba las escaleras
a trompicones.

—Sí, ella está arriba, ah, preparándose para irse. —Ayla buscó palabras que tuvieran
sentido. Ella está limpiando plumas. Ella está sosteniendo mi relicario. Ella me besó. . .
y yo le devolví el beso.

Pero la posadera se quedó allí parada, retorciéndose las manos mientras bloqueaba el
camino de Ayla.
—Desafortunadamente, debo pedirle que permanezca aquí. Me temo que no es
seguro irse.

—¿Por qué? —Crier había aparecido detrás de ella, había seguido a Ayla por las
escaleras. Ayla se puso rígida, involuntariamente, incapaz de mirar a los ojos de Crier,
sabiendo que, si lo hacía, todos sus sentimientos estarían escritos claramente para que
Crier los viera.

La posadera vaciló.

—No estoy segura, señora, pero hay algún tipo de disturbio en la carretera fuera del
pueblo. Yo. . . no sé cómo comenzó, pero. . .

—¿Humanos o Automas? —exigió el Crier.

—¿Perdón?

—¿Quién se está haciendo disturbios? —repitió—. ¿Tu Especie? ¿O el mío?

—El mío, mi señora —dijo—. Parece que estalló una pelea en el mercado entre uno
de los míos y uno de los guardias de uno de los soberanos, y de alguna manera se
intensificó, y ahora la muchedumbre vino hasta aquí. Hay un puesto de guardia cerca. Ese
es el objetivo. Nosotros hemos intentado quemarlo antes. —Parecía aterrorizada por su
propio error, pero Crier ni siquiera pareció darse cuenta. Por eso, Ayla estaba agradecida.
—No es seguro dejar Elderell, mi señora. Al menos no hasta que vengan guardias
adicionales.

—¿Cuánto tiempo llevará?

—No lo sé. —Ella hizo un gesto hacia la ventana. —Compruébelo usted misma, mi
señora. Es casi imposible moverse por el único camino. Sugiero que ambas pasen la noche
y regresen mañana.

Pasar la noche. No, Ayla no podía pasar otra noche aquí, sola con Crier. Incluso la
aglomeración de los cuartos de los sirvientes en el palacio sería más tolerable. Al menos
allí podría luchar con sus sentimientos lejos de la mirada de Crier.

Crier miró por la ventana y Ayla se unió a ella. Al principio, no vio nada. Pero luego,
cuando examinó los tejados del pueblo, lo vio: humo, más allá de las puertas exteriores
del pueblo, elevándose hacia el cielo, como una nube negra.

—Quedarse no es una opción —dijo Crier a la posadera. Ayla notó que tampoco
estaba haciendo contacto visual. —Debemos irnos ahora, no podemos esperar. Tenemos
que entregar un. . . un mensaje delicado a tiempo.

—Debo aconsejarle que espere. —La posadera parecía desesperada.

Ayla finalmente miró a Crier, por un instante, y luego volvió a apartar la mirada, con
la mandíbula abierta.
—No podemos esperar. Tenemos que irnos.

—Dile a mi conductor que prepare el carruaje —le dijo Crier a la posadera.

—... Sí, mi señora. Si... si eso es lo que desea.

En cuestión de minutos, apareció el carruaje, y Crier y Ayla abordaron a toda prisa.


A su alrededor, el cielo se estaba oscureciendo, no con la noche. Con humo.

En el segundo en que Crier cerró la puerta detrás de ellas, el conductor sonó el látigo
y se marcharon, tropezando por la calle adoquinada. Ayla se apretó contra la parte del
fondo, lo más lejos que pudo de Crier sin llegar a arrojarse por la ventana.
Afortunadamente, Crier no hizo ningún comentario.

Continuaron avanzando, las ventanas traqueteando con la calle desigual, y al


principio parecía que todo estaría bien. Como si fueran capaces de dejar a Elderell sin
obstáculos por cualquier disturbio que se haya desatado.

Hasta que Ayla se dio cuenta de que algo andaba mal. Escuchó al conductor maldecir
en voz alta e instó a los caballos a avanzar, escuchó un grito que no le pertenecía, y luego
otro grito, y luego otro. Ella se tensó, apartando la cortina de terciopelo para mirar hacia
la calle. Al principio no vio nada fuera de lo común.

Algo golpeó la ventana lo suficientemente fuerte como para romper el vidrio, apenas
a una pulgada de la nariz de Ayla. Ella jadeó, retrocediendo. Alguien había arrojado una
piedra a la ventanilla del carruaje.

—Dioses —dijo Ayla, en voz baja. Se deslizó hacia el medio del carruaje, el deseo
de mantenerse alejada de Crier le dio paso al deseo de seguir con vida.

—Puedo oírlo —dijo Crier—. Ellos. —Dos gritos se habían convertido en una
docena; una docena se había convertido en demasiados, un muro de voces enojadas. —
Hay una multitud. Una muchedumbre. Cerca y cada vez más cerca.

Ayla maldijo.

—¿Qué tan lejos estamos de las puertas del pueblo?

—No muy lejos, pero no sé si podremos. . .

Otra roca golpeó la ventana con una grieta, apareciendo nuevas telas de araña en el
cristal. El ruido de la muchedumbre se estaba acercando aún más. Ayla se arriesgó a mirar
por la ventana rota y vio, para su horror, una ola de gente en la calle, otra ola de humo,
esta vez en aumento desde una azotea a solo una calle de distancia.

—¡Mi lady! —ella escuchó al conductor gritar.

Entonces la muchedumbre cayó sobre el carruaje como olas que chocan contra la
roca. Otra piedra golpeó el costado del carruaje, otra grieta que le trituró los oídos, luego
Ayla escuchó el sonido de una docena de manos golpeando los costados del carruaje.
Estaban balanceándose de un lado a otro, los humanos empujando el carruaje a ambos
lados.

Ella se apoyó contra la pared temblorosa.

—Dioses, no se detendrán hasta que rompan esto. . .

Una imagen absurda apareció en la cabeza de Ayla: el carruaje abriéndose como una
cáscara vacía.

—Hay más —dijo Crier, tuvo que gritar para hacerse oír por los gritos y el horrible
crujido del carruaje—. No van a ceder.

—O esperamos a ver qué nos harán una vez que entren. . . o tratamos de escapar —
dijo Ayla, a punto de salir. Era su única opción. Pero…

El carruaje se agitó lo suficiente como para moverlas a ambos lados, la cabeza de


Crier casi chocó contra la ventana. Ayla jadeó.

Se lanzó hacia adelante para ver si Crier estaba bien, por supuesto que estaba bien,
su Especie podía manejar cosas mucho peores que esto, cuando vio algo por la ventana.

Un destello de plata.

Una cara.

—Rowan. —El nombre se deslizó de su lengua en su sorpresa, antes de que pudiera


detenerlo. Echó hacia atrás las cortinas de terciopelo mientras Crier se encogía en el
asiento, mirando con horror a los humanos furiosos que rodeaban el carruaje, un mar de
manos y caras, dientes y ojos salvajes.

Detrás de ellos, el humo negro aceitoso se elevaba desde la azotea de una edificación
cercana. Los humanos miraron fijamente el carruaje, miraron a Crier, con odio candente,
gritando cosas que Ayla no pudo distinguir, golpeando las ventanas del carruaje,
empujándose a sí mismas contra las ruedas y los costados.

—¡Rowan! —Ayla volvió a gritar. Porque allí estaba ella: una mujer parada inmóvil
en el centro de la muchedumbre, mirando el carruaje. Su cabello plateado se destacaba
como un faro contra la multitud que se retorcía, su boca formaba una palabra silenciosa:
Ayla.

Presionó ambas manos contra la ventana, nada más que un delgado cristal que la
separaba de la muchedumbre. A ella no le importaba.

—¡Rowan!

Crier se arrastró por los asientos y agarró el cuello de la ropa de Ayla, tratando de
alejarla de la ventana, pero Ayla se retorció.

—¡Suéltame! —gruñó—. Déjame ir, esa es mi amiga allá afuera. . .


El sonido de una bocina atravesó los gritos. Los guardias de la posadera deben haber
llegado.

Ayla aún no podía verlos, pero vio el momento en que la multitud se dio cuenta de
lo que estaba sucediendo: vio a algunos gritar con nueva ira o miedo, vio que algunos se
despegaban de los bordes de la muchedumbre y trataban de escapar…

Otro sacó un palo de madera.

—Ayla, —dijo Crier con urgencia, tirando del brazo de Ayla—. Tienes que alejarte
de la ventana.

—¡No! ¡Tenemos que sacar a Rowan de allí! —Ayla luchó, casi con pánico. —No
puede ser capturada, es importante, la necesitamos, ¡no podemos hacer nada sin ella!
¡Rowan!

—Ayla, haré que los guardias la lleven a un lugar seguro, solo aléjate de la ventana.

Ayla giró hacia Crier, jadeando.

—¿La protegerás? ¿Te asegurarás de que ella esté bien?

—Sí —dijo Crier. Miró por encima del hombro de Ayla. Rowan agitaba los brazos y
gritaba a los otros rebeldes, señalando algo. ¿Tratando de calmarlos? ¿O irritarlos aún
más? — Te lo prometo —dijo Crier—. ¡Solo agáchate, aleja tu cara del vidrio!

Otra roca golpeó el cristal, esta vez rompiéndose; Ayla tuvo la cara llena de cristales
rotos. Primero sintió el impacto y luego el dolor, candente y abrasador, que irradiaba por
toda su cara. Le sangraban el labio y la frente; la sangre goteaba por su barbilla; ella podía
saborearla.

Crier la estaba tirando hacia el piso, mientras afuera del carruaje, había un destello
negro. Los guardias habían llegado. Con fuerza, pudo ver una línea de ellos cerrándose
alrededor de la multitud, con las espadas desenvainadas. Automas. Sus rostros eran
diferentes, pero todos tenían la misma expresión: en blanco como pergamino nuevo, frío
como el hielo.

Todo parecía suceder en cámara lenta, incluso cuando Ayla luchaba contra Crier,
empujando para ir a la ventana ahora rota, porque necesitaba liberarse, necesitaba
alcanzar a Rowan. . .

Primero, los guardias estaban por los bordes de la muchedumbre, haciendo imposible
que ninguno de los humanos escapara. Luego, hubo un estallido de movimiento cerca del
centro, y el hombre que había sacado el palo de madera volvió a aparecer, blandiéndolo
por encima de su cabeza.

Rowan envolvió sus brazos alrededor de él. Ella estaba tratando de hacerlo bajar el
arma.
Pero fue demasiado tarde. Los guardias habían visto una amenaza.

Ayla no pudo oír el ruido que hizo la espada cuando atravesó la espalda de Rowan.
Pero ella vio que sucedía, y entonces su mente produjo un ruido terrible y desgarrador. El
ruido de una cuchilla empujó la carne, el órgano y la columna.

El guardia sacó su espada de la espalda de Rowan. Lentamente, muy lentamente,


centímetro a centímetro, el metal oscuro con sangre. A su alrededor, los otros humanos
comenzaban a darse cuenta de lo que acababa de suceder; nuevos gritos, de miedo e ira,
desgarraron el aire. La sangre humana roja salpicó al hombre con el palo. Goteaba de la
empuñadura de la espada. Floreció, una mancha que se extendía, a través del centro de la
columna vertebral de Rowan. Su vestido era verde bosque. El rojo parecía negro.

Rowan se balanceó y cayó.

Solo entonces Ayla gritó.

Ayla apenas recordaba haber regresado al palacio, el sonido imaginado del metal sobre
hueso aún resonaba en su cabeza. Ni siquiera había mirado a Crier durante el resto del
viaje en el carruaje de regreso, y mucho menos hablado, y aunque habían conducido
durante la noche, hasta el amanecer y la mitad de la mañana.

En el desayuno, ninguna de las dos comió en absoluto. Ayla acababa de sentarse allí,
vacía, chupando su labio roto. Sangre en su lengua.

Cuando se detuvieron en los establos, prácticamente se arrojó fuera del carruaje, con
los ojos llenos de lágrimas no derramadas. Ella no lloraría. Rowan no querría que ella
llorara. Rowan querría que ella actuara.

Lo hiciste bien, mi niña.

Era hora de que Ayla terminara lo que había comenzado.

Benjy. Tengo que encontrar a Benjy.

Él no lo sabía. Parecía imposible que él no lo supiera. Que simplemente no lo habría


sentido, sentir que el universo cambiaba de manera tan terrible y abrupta, sentir una
espada fantasma empujar a través de su columna vertebral.

Había una trabajadora del campo. Una chica, con el pelo corto y una cara familiar.
Ayla la agarró por la manga fuera de los cuartos de los sirvientes, tal vez dijo algo, tal vez
solo dijo el nombre de Benjy. De cualquier manera, la chica señaló sin palabras hacia los
huertos.

Ayla encontró a Benjy debajo de un manzano del sol, cosechando las frutas rojas
brillantes, sus manos manchadas de tierra.
Y captó la mirada, la sangre, en su rostro de inmediato.

— ¿Qué pasó? —exigió, mirando a su alrededor salvajemente como si temiera que


Ayla fuera perseguida—. ¿Qué pasó?

Ella no pudo pronunciar las palabras por un momento. No quería hacerlo. Era infantil,
como si al no decirlo en voz alta, no sería cierto; no sería real.

Pero no era así como funcionaba el mundo.

—Rowan —dijo, tratando de mantener la compostura, y luego todo el horror y la


pena regresaron rápidamente, y el mundo volvió a su lugar, la bruma desapareció, la
conmoción se hizo familiar nuevamente. Ella trató de buscar cómo explicarlo. La
muchedumbre, el caos, los guardias, la sangre.

—¿Qué estás diciendo? —Él avanzó, le puso las manos en los hombros y solo
entonces Ayla se dio cuenta de que estaba temblando. Los ojos de Benjy eran enormes.
Se parecía casi al chico que había conocido por primera vez hace cuatro años, todo ojos,
pómulos y pecas.

Eres más fuerte que él, Ayla, había dicho Rowan una vez. Tienes que protegerlo.

Ella tragó saliva.

— Rowan está muerta. Fue asesinada por guardias en el pueblo de Elderell. Por uno
de ellos.

Benjy solo la miró fijamente.

—No.

—Lo siento mucho. —Y fue entonces cuando finalmente llegó una lágrima: dura,
punzante y desgarradora. Ella se agachó y él estaba allí abajo con ella, abrazándola,
susurrando no, su voz angustiada.

Ella sabía cuál debía ser su dolor en este momento. Era igual que el suyo.

Habían perdido a una madre. Una mentora. La flecha que siempre apuntaba hacia el
norte. No tenían nada sin Rowan; ahora no serían nada si no hubiera sido por ella.

Las sanguijuelas la habían matado, al igual que habían matado todo lo que alguna
vez le importó a Ayla.

Tal como habían matado a los padres de Ayla. Al igual que habían matado a Luna,
Nessa, y a miles de otros.

Rowan, que la había cuidado, la había acogido, le había dado una vida y un propósito.

Rowan, quien la había regañado innumerables veces, pero siempre por el deseo de
hacerla más fuerte, de mantenerla viva.
— ¿Realmente miraste su cuerpo? ¿Estás segura de que no solo resultó herida? —La
mandíbula de Benjy estaba apretada, estaba sacudiendo a Ayla, enojado con ella ahora.
—Ella es fuerte. Sabes que ella es fuerte. Ella todavía podría estar viva.

—Benjy —Ayla sollozó—. La vi caer. . .

Él estaba agarrando sus hombros con tanta fuerza que seguramente se lastimaría.

—Quiero llorarla correctamente —dijo Ayla—. Y lo haremos. Pero no ahora.

Ella comenzó a limpiarse la cara. Aspirar los mocos y limpiar la sangre y contener
las lágrimas.

—¿De qué estás hablando? ¿Qué quieres decir con que no podemos llorarla ahora?
¿Cuándo diablos. . . ?

—Tengo mucho que contarte —murmuró—. El tiempo se acaba.

Ella le dijo: sobre el polvo negro, que se extendía por Zulla como el veneno que era.
En el momento en que se volviera tan común como la Corazonita, sería demasiado tarde
para lanzar un ataque contra el Corazón de Hierro. No tendría sentido si los Automas
dependiera del polvo negro en lugar de la Corazonita. La Resistencia tenía que actuar
ahora.

—Tenemos que entrar en el estudio de Kinok y robar la brújula, como lo dijimos.


Como Rowan quería. Mañana. No esperaremos más.

—Eso no nos da mucho tiempo para hacer un plan, Ayla.

Ella le dio un empujón con el hombro.

—Eso es lo que estamos haciendo ahora.

Benjy resopló, y ella pudo ver que él también estaba apartando las lágrimas, tratando
de ser valiente, de hacer lo correcto.

— Mientras estabas fuera, pensé en cómo poner nuestras manos en la caja fuerte. Si
alguien puede crear una distracción en uno de los niveles superiores del palacio, sería
posible entrar en el estudio y al menos robar toda la caja fuerte; siempre podemos abrirla
después.

—Una distracción —repitió Ayla.

—Si. El único problema es: ¿qué tipo de distracción? —Se sorbió la nariz y se frotó
la nariz. —Estaba pensando que tal vez un incendio o algo así. . . solo necesitamos distraer
a los guardias durante unos minutos, solo el tiempo suficiente para entrar en el estudio...
Algo que garantizaría que todos vengan corriendo.

Se quedaron en silencio, ambos pensando.


—Sé lo que tenemos que hacer —se escuchó decir Ayla—. El timbre de Crier. —
Parecía que no era ella quien hablaba, como si fuera otra persona, alguien más fuerte. La
chica que quería venganza. La chica que haría cualquier cosa por eso. La chica que Rowan
había encontrado en las calles de Kalla-den, hambrienta y congelada. La chica que lo
había perdido todo. —Si activamos el timbre de Crier, cada guardia en el palacio vendrá
corriendo directamente hacia ella. Si es de noche, ella estará en su habitación en el ala
norte. Lejos del estudio de Kinok.

—Eso, eso podría funcionar —dijo Benjy, con la voz aún llena de lágrimas.

—Y tengo que hacerlo. —Darse cuenta de eso, aterrizó como una piedra en su
vientre, un golpe sordo. —Soy su doncella. Puedo. . . puedo visitar su habitación, incluso
en medio de la noche, y nadie me detendrá. —Se giró para mirar a Benjy. —Tengo que
ser yo.

—Ayla. . . — Su boca se torció.

—Benjy. ¿Recuerdas en lo que he estado trabajando? ¿Qué he deseado durante tanto


tiempo?

Se miraron el uno al otro. Ayla sabía que los dos estaban pensando lo mismo.

—No solo vas a hacer sonar la campana de Crier —dijo Benjy lentamente—. La vas
a matar. Ayla, ¿estás loca? Los guardias te capturarán o te matarán en un segundo.

—No —dijo ella.

Ella miró hacia el este.

Allá afuera, más allá de los huertos, el palacio y los jardines, el Mar Estrellado se
estrellaba, como siempre y siempre lo haría, contra las rocas. Ayla lo imaginó: agua negra
rebalsando, espuma verde pálida. Los acantilados. El lugar donde Crier había resbalado.
Donde Ayla se movió sin pensar, se lanzó hacia adelante, agarró la muñeca de Crier. Le
salvó la vida.

—Finalmente estoy en mi sano juicio —dijo cuidadosamente, las palabras se


sintieron una vez más como si vinieran de fuera de ella, de la Ayla del pasado—. He
estado… me he vuelto suave, me he debilitado, he perdido de vista lo único que he
querido todo este tiempo, lo único que siempre he querido. Quiero matarlos a todos,
Benjy, pero sobre todo la hija del soberano. Hesod debe pagar por lo que ha hecho. Esta
es mi oportunidad, ¿no lo entiendes? No me la perderé. No puedo.

Algo oscuro revoloteó por su rostro.

—¿Estás segura de que podrás hacerlo?

—¿Qué diablos se supone que significa eso?


—Lo dijiste tú misma —murmuró, mirando hacia el océano—. Has pasado tanto
tiempo a su lado. Te has vuelto débil. . . por ella.

Por un minuto, ella guardó silencio. No importaba qué, ella no podía decir que no era
cierto.

Finalmente, tragó saliva con fuerza.

—Lo único que siempre he querido es venganza. Nunca lo he olvidado.

—Sé que no lo has hecho —dijo—. Pero las cosas han cambiado, ¿no? He visto la
forma en que te mantiene cerca. La forma en que te mira.

Ayla sintió que la sangre se le escapaba de la cara. Quería llorar de nuevo, estar
enferma, o...

—No sabes de qué estás hablando. —También fue débil este intento de negarlo.

—Pero lo sé —dijo, y había algo acechando en su voz ahora, algo más que amargura
o incluso celos, algo reciente y dolorido y casi asustado—. Lo sé, Ayla, dioses, ¿cómo
no. . .? —Se interrumpió, dejando escapar un suspiro tembloroso.

—Benjy…

—Sé lo que es —dijo por encima de ella—. Amar a alguien quien es. . . quien es
imposible tener. Sé lo que es eso más que nada.

Ayla estaba atónita y sin palabras.

—Pero solo haces lo que crees que es correcto, Ayla. Nunca fue realmente una
elección, ¿verdad? Deseándola. Matándola.

Ayla se puso de pie, incapaz de manejar esta conversación por más tiempo. Justo
antes de dejar a Benjy solo en el huerto, lo miró. Forzó su voz para que suene fría y dura.

—Si una araña teje su telaraña para atrapar moscas y atrapa una mariposa en su lugar,
¿qué hace la araña?

Benjy permaneció en silencio.

—Ella se come la mariposa —dijo Ayla.


21
El collar se sintió más pesado de lo habitual en las manos de Crier esa noche. Como si
cada vez que lo dejaba caer, dejaba una parte de sí misma atrás. Una parte de ella misma,
y una parte de Ayla ahora. El área del bosque era verde y vibrante en la mente de Crier,
impreso en el interior de sus párpados: la luz del sol, las ramas susurrantes, la chica que
reía, el chico riendo que avanzó hacia ella y la abrazó con fuerza. La fácil intimidad entre
ellos, la forma en que brillaba el amor en sus ojos y en sus sonrisas. Qué recuerdo puro y
cristalino. Una vez un secreto, y ahora compartido.
Había sido un largo día.
Crier había pasado la mañana revisando interminables registros de envíos. Su padre
había regresado un día antes de su parte de la "gira de luto", lleno de ira justificada por el
crecimiento de la rebelión en las tierras rurales, y Kinok había expresado solo un alivio
cortés en el hecho de que ella había sobrevivido a un ataque contra su carruaje. Ella no
les dijo el resto: que ella había visto a un rebelde asesinado justo frente a sus ojos.
Había visto la forma en que ese solo acto había convertido a Ayla en un caparazón
endurecido, frío y blindado de odio. Crier no pudo sacar esa imagen fuera de su mente, el
puro odio en la cara de Ayla, la rigidez de su cuerpo, un mecanismo de defensa, Mantente
lejos. Ella no podía dejar de pensar en eso, incluso cuando desgarró los recuerdos de su
beso.
Entonces se ocupó ella misma de la lista de envíos.
Había muchos Manos Rojas en esa lista.
La traición sabía a metal en su lengua. En una oleada de ira (¿cómo se atreven a
hacerse llamar Manos Rojas? ¿cómo se atreven a decir que sirven al consejo, a la nación
de Zulla, y todo el tiempo...?) Crier había incluido una última pieza de información en su
última carta a Junn.
Amiga…
El miedo florece como un jardín fértil. Tengo razones para creer (y
sospecho fuertemente) que el Lobo es responsable de la desaparición de
una Gallina Roja. El alcance de Lobo es amplio y su codicia es fuerte.
Sin embargo, tengo una manera de localizar a quienes apoyan a Lobo.
La manada que lo protege y trabaja con él. Las patas de Lobo dejan
rastros de oscuridad detrás. Rastros que podemos seguir.
No se equivoque: Lobo es un depredador, una amenaza para todo
Zulla. Por favor, ayúdeme a detenerlo, antes de que llegue la primavera.
Una unión en invierno es el momento perfecto para arrancar flores de
nieve. . . para deshacerse de las malas hierbas.
Zorro.
En Rabu, era tradición llenar el salón con flores blancas para celebrar el matrimonio
de dos Automas. Todos los Manos Rojas asistirían a su boda. Todos los Manos Rojas, los
que aún seguían con vida, de todos modos, estarían ahí. Todos ellos reunidos en un solo
lugar.
La Reina Junn leería entre las líneas.
Una gran parte de ella estaba aterrorizada por lo que Junn podría hacer, pero incluso
la mayor parte estaba gobernada por su propia ira, su mal genio, la decepción hacia los
líderes que ella había admirado por tanto tiempo.
Se sintió enormemente terrible enviar la carta con el mensajero, sabiendo que era
demasiado tarde para cambiar sus propias palabras, para tacharlas. También tarde para
recuperar algo. Crier trató de no pensar en los Manos Rojas que ya habían muerto en las
manos rápidas y despiadadas de la reina Junn. Ella no tenía ilusiones sobre los métodos
de la reina, y ninguno de ellos era gentil o amable.
¿Sería la boda de Crier un baño de sangre?
¿Podría su mundo cambiar en un solo día?
Si, algo dentro de ella susurró. Pase lo que pase: Si.
Y era la única forma, se dijo con firmeza. No había forma de que ella en realidad
pudiera casarse con Kinok. Especialmente no ahora, no después del beso. No después de
que ella supiera la verdad sobre sí misma.
De que ella era capaz de sentir el sentimiento más humano de todos.
Que ella amaba a Alya.
El pensamiento era como una campana resonando dentro de ella, haciendo eco y eco
y eco. Ella no sabía cómo era posible. . . tenía que ser el resultado de su Falla. Pero era
verdad.
Además, si ella se casaba con Kinok, incluso si él no fuera el asesino que ella
sospechaba que era, él siempre tendría control absoluto sobre ella. Ella nunca, nunca sería
libre. Ella se había convertido en otra parte de sus planes. Nosotros no necesitaremos
humanos en absoluto.
La única forma de sobrevivir era detener los planes de Kinok antes de que avanzaran
más, deslizar su brazo por el tablero de ajedrez y arrojar todas las piezas al suelo.
Habría muertes. Muertes de Automas.
Pero Crier viviría. Su padre viviría.
Y tal vez, algún día, si ella demostraba ser digna, si detenía a Kinok, si ella mejoraba
las cosas para la especie de Alya, para cada humano en Zulla… tal vez ella podría tener
lo que la Reina Junn tenía con ese hombre humano.
Tal vez ella podría estar con…
Le dio la vuelta al collar en sus manos, examinando la piedra color rojo oscuro por
enésima vez. La luz de la luna se deslizó a través de la pared de su dormitorio, atrapando
los hilos de oro en el tapiz de Kiera. Era más allá de media noche. No había dormido bien
en cinco días, quizás más. Debería dormir.
O.
Sin dejarse pensar demasiado acerca de lo que estaba a punto de hacer, Crier levantó
la mano y sacó uno de los prendedores de su cabello. Era una cosa bonita, una pequeña
flor blanca hecha de perlas con dos hojas de jade. Más importante aún, el extremo era
filoso. Era fácil, más fácil cada vez, el pinchar deliberadamente su dedo lo
suficientemente fuerte como para extraer sangre.
Presionó su dedo ensangrentado contra la piedra roja en el corazón del colgante, y
una vez más el mundo goteó como pintura a su alrededor, colores chorreando por las
paredes.

Cuando ella abrió los ojos, seguía en su dormitorio.


Crier frunció el ceño y se sentó, confundida, y se dio cuenta
inmediatamente que mientras estaba sentada en una cama en la
oscuridad, no era su cama. Tampoco era su dormitorio, sino uno mucho
más pequeño. Las paredes eran de ladrillo de barro rustico, no de piedra,
y allí no había estanterías, ni tapices, nada más que un hogar, una
pequeña mesa, un cofre de madera en una esquina.
Como siempre, Crier no estaba sola. Había dos mujeres sentadas en el
extremo de la chimenea. Crier reconoció a una de ellos como Si, Siena,
la muchacha risueña del bosque. Se veía tal vez unos años mayor, unos
años más madura, su cabello oscuro atado en una trenza en lugar de
suelto y salvaje alrededor de su cara. Había una pesadez en sus hombros
que no había existido en el bosque.
La otra mujer con ella no era humana.
Ni Automa, tampoco.
Crier la miró fascinada. No era Automa, no, pero cerca. ¿Un prototipo
joven? La chica sentada con Siena era hermosa en una manera que
parecía casi grotesca. Sus rasgos también eran simétricos, y todos ellos
eran un poco demasiado exagerados: ojos un poco demasiado grandes,
nariz demasiado delgada, labios demasiado rojos. Ella parecía,
curiosamente, un pájaro muy hermoso. Su piel estaba bronceada, su
cabello del color de la miel oscura y cayendo en rizos en su pequeña
espalda. Sus mejillas eran artificialmente rosas. Crier se acercó,
consciente de que ninguna de las chicas podría verla ni oírla. Ella e
deslizó para pararse detrás de Siena y poder ver la cara de la chica no
Automa aún mejor.
La luz del fuego era amable con sus rasgos inhumanos, agregando
calidez y suavidad a las líneas afiladas de sus pómulos y mandíbula. Sus
ojos eran de oro brillante. Incluso en la sombra, incluso en el parpadeo a
media luz del fuego, eran de oro brillante. Y todavía se veían tan
aburridos, como los ojos en blanco de una muñeca de porcelana. O un
animal muerto. Cuanto más miraba Crier a la niña, más se daba cuenta
de la mayor diferencia entre ella y esta creación: Crier tenía una mente,
un corazón, sus propios pensamientos. Esta chica no. Era un hermoso
recipiente, pero estaba vacío.
Sin embargo, no parecía evitar que Siena la cuidara. Siena estaba
pasando un peine por el largo cabello de la niña, cepillando con
movimientos suaves. No había nada más que cariño en la cara de Siena,
una especie de amor tranquilo y orgulloso.
Crier estaba tan atrapada observándolas que le tomó un momento
para darse cuenta de que había alguien más en la habitación.
Leo.
Estaba sentado en la esquina, lejos del calor y la luz del fuego. Tenía
un par de botas de cuero y una lata de betún en su regazo, pero parecía
que no se había movido en mucho tiempo. Él estaba sentado quieto. Al
igual que Crier, también estaba mirando a Siena y la chica Creada. Sin
embargo, no parecía tan fascinado. Él se veía… dolorido. Casi celoso.
¿De qué?
Mientras Crier miraba a Leo, fue golpeada por una ola de… emoción.
Era como el primer recuerdo en el que había caído, la ciudad en llamas,
cuando había sentido el terror cegador de Leo como si fuera el de ella.
Esta vez no fue terror, sino algo más tranquilo. Más sutil. Una punzada
de anhelo, profundizándose cuando Siena bajaba el peine y pasaba los
dedos por el cabello de la chica Creada, separándolo en secciones para
hacer una trenza.
—¿No estas cansada, amor? —dijo Leo de repente, sobresaltando a
Siena, quien se movió y casi dejó caer un puñado de cabello—. ¿No
quieres ir a la cama? O… Clara está dormida, pero podrías despertarla.
Amaría una de tus historias.
Siena ni siquiera lo miró. Solo siguió trenzando.
—Ella está muy grande para mis historias.
—Apenas tiene siete años —dijo Leo —. Es una niña todavía.
—Historias —dijo una nueva voz. Un extraña, susurrante, metálica
voz, una voz como engranajes de reloj girando juntos. La chica Creada
miró por encima de su hombro a Siena, con los ojos muy abiertos y sin
pestañear. —Me gustan tus historias.
—Lo sé, Yora —arrulló Sien—. Nunca estarás muy grande para ellas,
¿verdad?
—Nunca —dijo la niña.
Crier sintió todo lo que Leo estaba sintiendo en ese momento. Era una
terrible mezcla de repulsión, culpa, celos de la niña Creada, y debajo de
todo, como un río subterráneo: su amor por Siena, su esposa. Intocable,
inmutable. Incluso con todas las cosas malas yaciendo por encima de ella.
—Tal vez debería contarte una esta noche —dijo Siena—. ¿Cuál te
gustaría escuchar, Yora?
—El Rey y el Caballo Negro —dijo Yora con su metálica voz.
Crier sintió una punzada de desesperación, un eco de la tristeza de Leo
por. . . por la niña en la habitación de al lado, la niña de siete años, Clara;
Leo pensaba en ella, Clara, su hija. . .la hija de los dos, su verdadera
hija…

Una sensación de caída, otra mancha de color, luz de fuego y oscuridad, y Crier estaba de
vuelta en su propio dormitorio. Su propia cama. Ella estaba sola. Su propio fuego en la
chimenea estaba frío y muerto, quemado hace mucho tiempo. Y ella todavía podía sentir
el dolor de Leo como una daga en su pecho. Su angustia sobre el amor vacilante de Siena,
el miedo hasta en los huesos de que ella amaba a la niña Creada, Yora, más de lo que ella
lo amaba, o incluso a su hija.
Yora.
Yora. El nombre quedó atrapado en la mente de Crier Ella lo había escuchado antes.
Más exactamente, lo había leído antes. Crier podía conjurarlo perfectamente, su propio
recuerdo cristalino de esas dos palabras escritas con la letra de Kinok:
El corazón de Yora.
Entonces entendió algo, algo terrible.
La historia familiar de Ayla estaba en este medallón…
Y contenía el secreto de Kinok quería.
Ella tenía que decirle a Alya, tenía que advertirle. Esta noche.
No, ya era demasiado tarde. Ella no podía arriesgarse. No ahora, no después todo…
quería ir con ella de inmediato, pero sabía que Ayla estaba afligida, sabía que estaba
furiosa por su beso, aun si Crier juraba que ella le había correspondido, tal vez que incluso
lo había comenzado, que lo había querido igual tanto como lo quería Crier.
No, ella no intentaría encontrarla y despertarla ahora. Ella dormiría, tenía que
hacerlo, había pasado demasiado tiempo desde que Crier había dormido, y su cuerpo
necesitaba descansar.
Mañana.
Mañana por la mañana Ayla vendría a ella y Crier le diría todo.
Crier encontraría un lugar seguro para que Ayla fuera, lejos de aquí.
Pero primero, ella le contaría mil cosas más. Que ella lo sentía. Que ella la amaba.
Que ella lo demostraría, de alguna manera, algún día, si solo Ayla la dejara. Que ella
ayudaría a mantenerla a salvo, y que cuando fuera el momento adecuado, la encontraría
de nuevo.
Mañana.
Mañana le contaría todo.
Vinieron de noche. Se movieron silenciosamente en la oscuridad. Nosotros no sabíamos
que iban a venir hasta que ya estaban en nuestras puertas. Todos se veían iguales. Altos
y fuertes. Todos se movieron igual, también, como monstruos en las viejas historias.
Como sombras. Demonios del reino muerto.
No tenían antorchas. Pero cuando miré al ejército de demonios vi luz. Al principio no
podía decir qué era. Eran como mil pequeñas motas de luz. Parecían casi como
luciérnagas.
Entonces me di cuenta. Esos eran sus ojos.

—DE LOS REGISTROS PERSONALES DE UNA CHICA HUMANA SIN NOMBRE


DURANTE LA GUERRA DE LAS ESPECIES, E. 900, CIRCA A. 51
22
Ayla se había pasado el día temblando. No por el frio, sino por el miedo. Temblaba por
la adrenalina, los nervios en carne viva temblaban, como si algo estuviera vivo y se
retorciera dentro de sus huesos, haciendo que sus dientes castañetearan y el vello de sus
brazos se erizara. Estuvo a punto de dejar caer una taza de té de Corazonita líquida, un
libro, el peine con mango de hueso de Crier. Cuando le entregó la copa de Corazonita,
esta golpeó contra el platillo y Crier frunció el ceño un poco, pero milagrosamente no
hizo ningún comentario.
Tampoco había comentado sobre el hecho de que Ayla había llegado tarde esa
mañana. Si lo hubiera hecho, Ayla habría dicho: Me detuve para ayudar a una criada de
la lavandería a recoger una canasta de ropa que había dejado caer. Era poco más que
una mentira. Porque ella había visto a una criada dejar caer una canasta de ropa sucia por
todas las losas en el pasillo occidental, pero ella no se había detenido para ayudar. Había
estado de regreso de la sala de música. Ese fue el primer paso.
Pero Crier no preguntó. De hecho, ella no dijo nada durante casi una hora. Su
mandíbula seguía moviéndose, sus largos dedos seguían tirando de los pequeños rizos de
cabello que siempre escapaban de su trenza. Parecía que ella se estaba preparando para
algo.
Ayla no quería saber de qué se trataba.
Entonces, cuando Crier finalmente dijo, Ayla con una voz cruda y sin aliento cuando
Ayla le sirvió una segunda taza de Corazonita, Ayla había visto su muerte en sus ojos, el
vapor levantándose entre ellas, y dijo:
—No.
—Pero —Crier había empezado—. Ayla, es importante, estas en…
—¿Peligro? — Ayla ladeó la cabeza—. ¿A diferencia del resto del tiempo, cuando
estoy perfectamente a salvo? —Ella no dejó que Crier respondiera. —A menos que haya
un batallón de guardias de tu padre fuera de la puerta en este mismo momento, listo para
arrastrarme lejos, no quiero saberlo. No me importa.
La boca de Crier se abrió, se cerró, se abrió de nuevo.
—Yo. . . —dijo—. Yo, pero, pero eso no era… eso no era todo, quería...
—No. Quiero. Oírlo —dijo Ayla. Hace unas semanas, podría haber sido una
sensación desagradable hablar con Lady Crier de esa manera. Hoy, ella no sintió nada.
Nada en absoluto. —Lo que sea que vayas a decir, te juro que no quiero escucharlo.
Y Crier respiró hondo y se calló, y ninguna de las dos habló de nuevo.
De todas formas. La sala de música fue el primer paso.
Esto, aquí, era el paso dos.
Los jardines en la noche eran como un animal completamente diferente. Durante el
día, eran casi como el resto de la tierra de Hesod, todos limpios y metódicos y
completamente sin alma, la naturaleza alejada de cualquier cosa, nada remotamente
parecido a lo salvaje. Pero cuando el sol comenzó a hundirse, resbalando y bajando por
el cielo invernal como una gota de agua en el cristal de una ventana, era como si las
sombras tocaran las cosas y las volvieran caóticas. Como esa historia, esa vieja historia
sobre el rey cuyo toque convertía las cosas y las personas en oro. Ese tipo de alquimia
extraña: cosas que se transforman en otras cosas, cosas que se deforman y retuercen y se
enredan, las rosas cuidadosamente recortadas se convertían en arbustos de espinas
salvajes cuando las sombras se deslizaban sobre sus espinas verdes. Los manzanos del
sol se volvían retorcidos; las frutas brillaban como gemas o se pudrían directo de la rama;
a los arbustos de flores marinas le crecían patas y se arrastraban a diferentes filas, hasta
que Ayla, quien había pasado un tercio de su vida en este maldito jardín, se encontraba
un poco perdida.
Pero ella no llegó tarde.
Vio a Benjy debajo del manzano, tal como lo habían planeado. Ella corrió a través
de las rosas, tratando de no pensar en cualquier cosa, y observó a Benjy animarse cuando
ella se acercaba. El aire olía a rosas y frutas demasiado maduras. Por debajo, el toque de
sal y rocío de mar.
Benjy parecía furioso bajo la oscura luna nueva. Se veía frío y cruel y como si hubiera
sido tallado en bronce. Todos sus bordes afilados y mortales.
Con pasos silenciosos sobre la suave tierra, Ayla se unió a Benjy debajo de las ramas
del manzano del sol.
—Hola —dijo Benjy, más aliento que voz.
—¿Dónde están los otros?
—Aquí —dijo, señalando hacia el huerto. Ayla vio un puñado de figuras que se
mezclaban con la oscuridad entre las hileras de manzanos solares. En unos momentos se
unieron a ellos debajo del árbol. Estaba Yoon de las cocinas, Tem e Idric de los establos,
un par de caras más que Ayla había visto alrededor del palacio pero no podía nombrarlos.
Siete en total, y todos mirando a Benjy, esperando que hablara. Ayla no estaba segura de
cuándo se había convertido en su líder, pero se encontraba agradecida por ello. Ella no
quería que alguno la mirara. Tenía miedo de lo que verían en su rostro.
—¿Qué hora es? —preguntó Yoon, rompiendo el silencio—. ¿Cuándo debemos…?
Benjy miró su muñeca y Ayla vio su el reloj del abuelo de Benjy.
—Cinco minutos hasta la primera distracción. Luego tomamos el Palacio. —Miró
alrededor de su pequeño círculo y se encontró con los ojos de todos. Cuando llegó a Ayla,
se demoró en su rostro. —Luego tenemos quince minutos —dijo, y se detuvo.

Ayla se dio cuenta un latido demasiado tarde que él estaba esperando que ella
interviniera.

—Sí —dijo, tratando de no encogerse cuando siete pares de ojos perforaron su


rostro—. Desde el momento en que entremos por la sala de música, probablemente
tenemos unos quince minutos. Benjy los llevará al estudio de Kinok para robar la caja
fuerte con la brújula en ella. Mientras tanto, me encargaré. . . me encargaré de Crier.
—Esa es la segunda distracción —dijo Benjy—. Eso mantendrá alejados a los
guardias del estudio de Kinok. Entramos, obtenemos la caja fuerte, volvemos a la sala de
música. Esperamos a todos hasta la medianoche. Luego corremos.

— ¿Qué hay de ti? —dijo Idric, dirigiendo la pregunta a Ayla—. ¿Te esperaremos a
ti?

—Hasta la media noche. — Por el rabillo del ojo Ayla vio a Benjy cambiar su peso
de un pie al otro. Todavía odiaba esta parte del plan, y Ayla sabía que había una parte de
él que pensaba que ella no podría hacerlo. Matar a Crier. —Si el reloj marca la
medianoche y no estoy en la sala de música, corren. Me dejan atrás.

Yoon abrió la boca para protestar, pero pareció pensarlo mejor. Todos los demás
simplemente asintieron, o no hicieron nada en absoluto. No había esperanzas aquí. No
eran amigos, ni de Ayla ni entre ellos, y había una buena posibilidad de que esta noche
reclamara todas sus vidas. Ellos la dejarían en un instante. Ayla no los culpó ni un poco.
La única incógnita era Benjy.

Benjy estaba cuadrando los hombros.

—Dos minutos —dijo—. Antes de irnos, antes de que todo suceda, antes de que todo
se vuelva loco, recuerden que esta noche estamos forjando un nuevo futuro. Recuerden
que somos el lado correcto. Las sanguijuelas mataron a nuestra gente. Quemaron nuestros
pueblos. Envenenaron todo. Masacraron a nuestros niños en las calles.

Apenas estaba hablando por encima de un susurro, pero también pudo haber
estado gritando. Incluso el viento del mar se había callado para escuchar. Las siete caras
del círculo cambiaban desde serias a angustiadas y furiosas, todo mezclado.

—Las sanguijuelas piensan que pueden mirarnos desde sus tronos de mármol
y controlarnos con mano de hierro. Piensan que no somos mejores que
ganado sin sentido; piensan que no vamos a luchar. Esta noche, demostraremos que están
equivocados. —Miró alrededor del círculo una última vez, encontrándose con los ojos de
todos otra vez. — ¿Están listos?

Siete asentidas, siete susurros de Sí.

—¿Estás lista? —dijo silenciosamente, solo para Ayla.

Ella asintió. No confiaba en sí misma como para hablar.

—Muy bien —dijo Benjy—. Es hora.

Siete se convirtieron en cuatro cuando Yoon, Tem e Idric se desprendieron,


derritiéndose de nuevo en las sombras del huerto y los jardines más allá. Ayla, Benjy, y
los otros esperaron sin aliento bajo el árbol de manzana del sol, observando la oscura
extensión de los jardines del palacio. Segundos arrastrándose como hormigas a través de
la piel de Ayla, cada minuto durando mil años, hasta… allí.

Un resplandor.

Un parpadeo de luz naranja en un mar de negro.


Luego, un momento después, el parpadeo se convirtió en un infierno cuando el techo
empapado en aceite de los establos se incendió. Sucedió tan rápido: prácticamente entre
un respiro y el siguiente, Ayla vio el fuego esparcido por la mitad del techo, luego todo
el humo pálido ondeando hacia el cielo nocturno, oscureciendo las estrellas. Podía olerlo
en el aire, como mil lámparas de aceite ardiendo de una vez. Los caballos ya estarían en
pánico. Ayla mantuvo sus ojos en los establos hasta que lo vio: un destello de luz en la
esquina oeste del edificio en llamas. El pequeño espejo de mano de Yoon captando la luz
del fuego.

—Ahí —dijo Ayla, dándole un codazo a Benjy.

El espejo brilló una vez más. La distracción había funcionado; todos los guardias
cercanos corrían hacia los establos para liberar a los caballos y apagar el fuego.

—Síganme —dijo Ayla. No esperó una respuesta antes de dejar la relativa seguridad
de los manzanos del sol y acercándose directamente al palacio. Esa mañana, cuando
llegaba tarde a la habitación de Crier, era porque ella había abierto una de las ventanas de
la sala de música. Solo una grieta: no lo suficientemente ancha como para que alguien lo
notara. Solo lo suficientemente ancha como para que pueda abrirse completamente desde
afuera. Los seis, Ayla y Benjy y los sirvientes, bordearon los bordes del ala oeste hasta
llegar a esa ventana. Benjy, el más alto entre ellos, lo abrió, y ayudó a Ayla y luego a los
otros a subir una pierna por encima del alféizar. Entonces, silenciosos como gatos, se
deslizaron uno por uno por la ventana y entraron en la oscura y vacía sala de música.

Benjy fue el último en entrar.

—Wow —murmuró, mirando fijamente algo casi como asombrado por los
instrumentos a su alrededor, y Ayla recordó su propia sorpresa y asombro la primera vez
que había estado aquí. Por la noche, la sala de música era inquietantemente hermosa. La
luz de la luna caía sobre los instrumentos, y algo sobre las elegantes líneas del arpa, el
piano, los violines, los hacían parecer menos cosas y más personas: como estatuas de
mármol en un jardín, pálidas y heladas pero llenas de expresión.

Ayla se sacudió.

Pensamientos como ese eran veneno esta noche.

Se enfrentó a Benjy y los demás, tratando de no pensar en nada.

—¿Recuerdan el camino al estudio de Kinok?

Una sirvienta con la cabeza rapada asintió bruscamente.

—He estado allí cada maldito día por un año. Le llevé un montón de tinta y
Corazonita. Yo podría caminar por estos pasillos con los ojos vendados.

—Bien —Ayla tragó saliva—. Recuerden, por la ventana a la medianoche. Pase lo


que pase.

La criada asintió. Después de un momento, Benjy asintió también.

—Vayan, entonces —dijo Ayla—. Y buena suerte.


Se dirigieron a la puerta, pero Benjy se quedó atrás.

—Danos un momento —le dijo a la criada con la cabeza afeitada. Ella le dio una
breve mirada y luego cerró la puerta de la sala de música detrás de ella, dejando Ayla y
Benjy solos.

—Benjy —logró decir Ayla—. No tenemos tiempo para…

—Ayla.

Estaba más cerca de lo que ella había pensado. Más cerca de lo que habían estado
desde la noche de la celebración, la noche que bailaron juntos en la cueva frente al mar.
Sus ojos buscaron su rostro, y parte de ella sabía lo que estaba buscando, y la otra parte
de ella se preguntaba si lo estaba encontrando.

—No podríamos haber hecho esto sin ti —susurró—. Esto nunca habría sucedido sin
ti. ¿Lo sabes bien? Todo lo que has hecho, toda la información que nos diste, por pequeña
que sea, fue vital. Recuerda eso. La gente sabrá tu nombre. Ayla, la doncella. La espía.
La chica que vivía con sanguijuelas. —Él sonrió, y al siguiente segundo las yemas de sus
dedos estaban debajo de su barbilla, levantando su cara hacia arriba.

—Estás haciendo historia, Ayla.

Era tiempo. Tenían que ir.

—Ya sabes, ni siquiera contará como matanza —dijo Benjy casi con dulzura—. No
si ella nunca estuvo viva para empezar. Has atrapado a tu mariposa, pequeña araña. Ya
sabes qué hacer a continuación.

Nunca estuvo viva. Los seres vivos nacían, no eran sintéticos. Las cosas vivas crecían.
Se estiraban hacia arriba o se retraían, hacia el centro de ellas mismas (el núcleo, el
corazón, la vieja semilla arrugada) y se volvían marrón y emitían ese dulce olor a
podredumbre y se regresaban, nuevamente, a la tierra. Los seres vivos crecían y se pudrían
y crecían de la putrefacción. Así es como funcionaba. Las sanguijuelas no se pudrían.
Cuando Crier muriera, su cuerpo simplemente se quedaría rígido como la madera
petrificada, y podrían arrojarla al océano o sepultarla o atarla para que se la comieran los
cuervos, y ella no se pudriría y los cuervos se no la comerían de todos modos porque su
piel no estaba hecha de piel.

—Es tiempo —dijo Benjy, sus ojos gigantes en la oscuridad—. ¿Estás lista, Ayla?

¿Estaba lista?

Todo lo que tenía que hacer era mover la boca y decir que sí.

¿Por qué no podía hacerlo?

¿Por qué no podía moverse?

—Está bien —dijo Benjy—. Bueno. Repitámoslo una vez más. Me llevo la caja
fuerte. Y tú…
—Voy directo a la habitación de Lady Crier —dijo Ayla en tono áspero—. Cuando
falten cinco minutos para la medianoche…

—La apuñalas en el corazón.

La cara de Benjy estaba tan cerca. Sus ojos tan extraños a la luz de la luna, como los
ojos de un fantasma. Sus manos estaban en su mandíbula.

—Te veo en el otro lado, Ayla —dijo, y entonces, la besó.

Duró solo un momento, su boca dura contra la de ella, un instante de calor y presión,
sus grandes manos sosteniéndola firme. Luego se apartó, mirándola, todavía buscando.
Siempre buscando.

Ayla no tenía ninguna respuesta para él.

Había pasado tanto tiempo desde que se había sentido segura de algo, de cualquier
cosa.

—Cuídate —dijo Benjy. Y luego se fue, la puerta de la sala de música cerrándose


detrás de él. Ayla no había respirado desde que la había besado. (Había sido besada dos
veces. Una muy diferente de la otra. Una la había despertado, el otro se había sentido
como... como cerrando algo.) Miró al maltratado viejo reloj de bolsillo que le había
robado a uno de los otros criados. Faltaban quince minutos para la medianoche.

Había un cuchillo escondido en la cintura de su uniforme de doncella. Estaba frio


contra su cadera.

11:46

En algún momento, ella debió de haber comenzado a moverse, porque parpadeó y se


dio cuenta de que ya no estaba en la sala de música. Ahora avanzaba por los pasillos de
mármol blanco, sus suaves botas de cuero silenciosas sobre las losas. Nadie trató de
detenerla. Pasó solo a un par de guardias, y no prestaron atención a una chica humana en
uniforme de doncella, incluso a esta hora. Ayla era invisible. Se deslizó por el oscuro
palacio por completo inadvertida.

11:49

Se tocó el pecho, el lugar donde debería haber estado su collar, y una vez más sintió
la pérdida. Una punzada física desde algún lugar profundo entre sus pulmones No solo la
pérdida de una reliquia, sino la pérdida de vidas, de cuentos. ¿Cuántos otros recuerdos se
guardaron en esa extraña joya roja? Ella nunca lo sabría. Su propia historia, la historia de
su familia. Se había ido.

11:50

El cuchillo estaba frio contra su cadera.

Dobló una esquina y allí estaba la puerta de la habitación de Crier. Ayla había abierto
esa puerta innumerables veces en los últimos dos meses, la había abierto y cruzado el
umbral y avivado el fuego y llenado la habitación con calidez y luz.
Las bisagras no crujieron bajo su toque.

(Ese día. Ese primer día en el acantilado cuando el collar de Ayla había caído fuera de
su camisa y los ojos de Crier la habían mirado. Por una fracción de segundo Crier se
había distraído lo suficiente como para dejar que su máscara se deslizara. Su boca dura
se había vuelto suave, sus ojos planos, abiertos y asustados. Había pasado de sanguijuela
a ser una chica, solo una chica. Y Ayla supo entonces que no podía dejar morir a esta
chica).

Pero ella había odiado a Crier.

Ella todavía lo hacía. No era una mentira. Tenía que recordarse a sí misma todas las
razones: Crier era ingenua y arrogante, tan tonta como para pensar que ellos podrían
ayudarlos, podrían ayudar a Ayla. Era despistada, obstinada, terca y la hija del soberano
y prometida a Kinok. Y ella era una sanguijuela, una maldita sanguijuela. Ella
representaba cada cosa miserable sobre este mundo miserable: muerte y dolor y un vestido
blanco colgado de un poste, zapatos balanceándose en árboles de manzanas del sol, una
hermana traidora destrozada y gritando de pena. Crier representaba pueblos en llamas,
familias en ruinas, hermanos perdidos. Ayla la odiaba. La odiaba tanto. No era una
mentira.

Pero tampoco era toda la verdad.

11:52

Estaba parada cerca de la cama de Crier, sorprendida de que Crier no hubiera


escuchado cuando ella entró, cuando a veces podía escuchar tanto como un respiro por el
pasillo. Ella debe de haber estado en un sueño profundo.

Ella se resistió, mirando, preguntándose.

El cuchillo estaba en sus manos.

El mango, tallado en madera oscura, era tan frío al tacto.

Cuando faltaran cinco minutos para la medianoche, apuñalaría a Crier en el corazón.


Faltaban tres minutos. Crier estaba durmiendo en el lado izquierdo de la cama, el lado
más cercano a Ayla; ella siempre dormía de ese lado. Era por algo sobre que prefería darle
la cara a la puerta. Su cabeza estaba apoyada sobre su brazo y la almohada había sido
arrojada descuidadamente al piso y ella estaba durmiendo encima de las mantas como
siempre lo hacía, que era algo que Ayla sabía y no sabía cómo dejar de saberlo. El cabello
de Crier se derramaba sobre el colchón como algas. Era un milagro que ella estuviera
durmiendo. Ayla había estado esperando encontrarla completamente despierta en el
asiento de la ventana, enterrada en un libro.

11:54

Crier se movió en su sueño. El aliento de Ayla se congeló en sus pulmones, su agarre


apretando el cuchillo, pero Crier simplemente se estremeció, frunciendo un poco las cejas,
y no se despertó. Tenía frío. Se necesitaba mucho para que una sanguijuela tuviera frio.
El fuego se había apagado; la habitación estaba oscura, fría y silenciosa como una tumba,
sin fuego crepitante, sin calor.

Crier tenía frío. Había un espacio detrás de ella en la cama, a su espalda, un espacio
curvo del tamaño de otro cuerpo. Donde otro cuerpo podría doblarse y encajar contra ella,
y presionar su cuerpo detrás de Crier.

Dentro de su pecho, en el centro de ella, Ayla sintió que su corazón se estiraba y se


hinchaba y comenzaba a arraigarse.

11:55

Hacerlo rápido es una amabilidad, también.

Pero Crier no había matado a la familia se Ayla.

Ese pensamiento terrible y veraz se vertió en ella como agua.

11:55

Ayla levantó el cuchillo.

11:55

Un solo movimiento hacia abajo. Una perforación en la carne, de la misma manera


que Crier se había perforado el pulgar con la punta de un bolígrafo. No era tan diferente.
Era una amabilidad. Tal vez ni siquiera dolería.

(Los ojos de Crier sobre ella en el carruaje. La mente de Ayla estaba en otro lado,
perdida en tontas y medio imaginadas ideas del calor del sur, una costa blanca, el agua
azul, su estómago lleno de peces, nunca con frío, nunca asustada, nunca agotada, y los
ojos de Crier estaban sobre ella todo el tiempo. La mirada de Crier no era fría, sino
cálida, un parche de luz del sol en la piel de Ayla.)

11:55

(Ese beso. La forma en que todo su cuerpo se había iluminado, todo dentro de ella
se había despertado)

Los nudillos de Ayla estaban blancos como huesos puros. El cuchillo temblaba. Ella tenía
que hacer esto; La alarma de Crier tenía que sonar. La segunda distracción. En otro lugar
en las entrañas del palacio, en este momento, Benjy debía de estar buscando en el estudio
de Kinok la caja fuerte.

11:55

(Esa noche en la poza, compartiendo la historia de la liebre y la princesa, como


Crier lo contó con tanta intimidad, lo dijo sabiendo cuán terriblemente terminaría la
historia, pero cambiándola, prometiéndole a Ayla felicidad y paz, lindas mentiras,
amables mentiras, porque nunca se había escrito esa opción. Porque algunas cosas eran
simplemente imposibles. Cómo todo el tiempo que Crier habló, sus palabras como miel
en la oscuridad, Ayla había querido saborear esa voz para siempre.)

Un destello de oro. Por un horrible momento, Ayla pensó que Crier se había
despertado. Pero no, no eran sus ojos. Era algo en su mano, metido en el hueco de su
garganta. Oro.

El collar.

Crier sostenía el collar de Ayla. La cadena estaba retorcida alrededor de sus dedos,
el colgante sostenido entre un dedo y pulgar. De la misma manera que Ayla lo sostuvo.
Con tanto cuidado, Crier sostenía todo con mucho cuidado: libros y mapas y tazas de té.
Era exasperante. Ayla quería verla romper cosas, quería verla rota, quería ser la causa de
eso, quería hacerla estremecer de nuevo, hacer que sus respiraciones se volvieran rápidas.

Se había ido a dormir sosteniendo el collar de Ayla.

11:56

El cuchillo se deslizó de los dedos de Ayla y cayó al suelo.

Los ojos de Crier se abrieron de golpe.

No. Ayla lanzó una maldición y se apresuró a recoger el cuchillo. Lo sostuvo de


nuevo, todo su cuerpo temblando, a punto de atacar, cortar con el cuchillo a través de la
garganta de Crier, apuñalarla en el pecho, el vientre, donde sea, pero ella estaba
temblando, no podía, Crier solo la miraba con los labios entreabiertos en shock, y la peor
parte fue que ni siquiera parecía asustada, solo parecía confundida.

—¿Ayla? —preguntó Crier.

Y Ayla corrió.
23
Crier se puso de pie en un instante, la adrenalina gritando por sus venas.
— ¡Ayla! —gritó a medias, el nombre con palabras estranguladas, pero Ayla ya se
había ido, Crier estaba sola, y luego ya no lo estaba, una docena de guardias entraron
como una ráfaga a través de la puerta de su habitación, la mitad de ellos se extendió
inmediatamente para buscar en la habitación, la otra mitad formando un círculo protector
alrededor de Crier.
—¿Qué está pasando? —exigió, jadeando cuando uno de los guardias puso una mano
sobre su hombro, obligándola a tumbarse en la cama—. ¡No me toques! ¿Qué está
pasando?
—Necesitamos que se quede quieta —dijo el guardia que la había agarrado—. El
palacio no es seguro.
Crier le quitó la mano del hombro. Hubo un fuerte ruido por la ventana y ella se puso
de pie nuevamente para ver a dos de los guardias barriendo todos los libros de sus
estanterías y del escritorio, mapas y papeles sueltos flotando en el aire, un tarro con
plumas siendo volteado, una jarra de tinta negra golpeando el piso y rompiéndose, la tinta
derramándose por todas partes.
—¡Deténganse! —ordenó, casi histérica. Sus libros, sus mapas, algunos de ellos
antiguos e invaluables y preciosos, pasó años de su vida buscándolos y regateando por
ellos. —¡Paren, por favor paren! ¿Qué están haciendo?
Pero los guardias la ignoraron. Otro arrancó el tapiz de Kiera de la pared como si
pensara que un rebelde humano podría estar al acecho detrás de él.
—No sabemos cuánto tiempo han estado planeando este ataque, mi señora —dijo
uno de los guardias—. Podrían haber plantado armas, bombas de fuego.
—¿En mi estantería?
Nadie respondió. Crier se hundió en la cama y presionó ambas manos su boca,
tratando de calmarse, pero era imposible. Ayla, Ayla de pie sobre ella, con esa terrible
mirada en su rostro, el cuchillo.
Iba a matarte. Crier se acurrucó sobre sus rodillas, apretando sus ojos cerrados. No,
Ayla no lo haría, pero, ¿qué otra explicación había para que ella estuviera allí?
Deslizándose en la habitación de Crier en medio de la noche, una sombra silenciosa, el
cuchillo brillando en su mano. Ayla iba a matarte.
Había leído sobre la angustia en cientos de historias humanas diferentes. Siempre
había pensado que era una metáfora, poesía sobre el dolor. Pero mientras se sentaba allí
en la oscuridad, los guardias destruyendo sus libros y su propia mente torturándola con la
imagen del cuchillo en la mano de Ayla, Crier sintió que se estaba rompiendo. Grietas
formándose en su corazón, dolor escurriéndose como tinta derramada, negro medianoche
y venenoso. Dolía, nunca había sentido nada como esto, ni siquiera cuando experimentó
la angustia de Leo en los recuerdos en el collar, que habían sido un eco del dolor de otra
persona. Esto era propio, real e implacable, y dolía.
Se dio cuenta débilmente de que todavía estaba sosteniendo el collar. No lo había
dejado ir, ni siquiera durante la conmoción. Parte de ella quería tirarlo, pisarlo. El broche
estaba roto, ni siquiera se lo podía poner. En lugar de eso, se lo metió en la manga.
Eso era una reliquia de un tiempo pasado. . . un tiempo antes de que Crier pudiera
haber imaginado siquiera que esto estaba pasando.
Ayla.
Finalmente, los guardias decidieron que la habitación era segura. Crier miró a su
alrededor, a los restos de sus cosas: sus libros y mapas por todas partes, sus cajones
vaciados, una de las estanterías derribadas, su ropa esparcida por el suelo; uno de los
guardias incluso había arrastrado su espada por su colchón y almohadas y ahora había
plumas esparcidas por toda la habitación como la nieve. Todo arruinado. Crier sintió una
punzada aburrida de pérdida por sus libros y mapas, pero ni siquiera podía pensar en el
resto. Ayla.
—Venga, mi lady —dijo uno de los guardias. —. Tenemos órdenes de llevarla al
estudio del soberano. Es seguro allí.
Ella no se molestó en golpearlos o tratar de resistirse cuando la pararon. Toda la
adrenalina, toda la pelea, se había desvanecido de ella, y ahora estaba solo... vacía. Ella
dejó que los guardias la guiaran a través de las habitaciones oscuras del palacio. Era
extraño no ver a un solo sirviente humano. Crier se preguntó cuántos habían sido parte
del ataque. ¿Cuántos habían estado conspirando para matarla?
Llegaron al estudio de su padre. Los guardias abrieron la puerta, dejando entrar a
Crier. Hesod estaba parado en el centro de la habitación flanqueado por sus propios
guardias, y cuando vio a Crier su rostro se derrumbó de alivio por una fracción de segundo
antes de suavizarse nuevamente. Crier quería tanto correr hacia sus brazos. Ella quería
que su padre la abrazara y le dijera que todo esto había sido un sueño terrible. Pero se
suponía que ella no debía hacer cosas así, había sido castigada por eso antes. Se mantuvo
quieta.
—Estás a salvo —dijo Hesod.
Ella asintió.
—¿Necesitas un médico?
Ella negó con la cabeza.
—Bueno, siéntate junto al fuego —dijo Hesod, escudriñándola—. Te ves enferma.
Crier obedeció, tomando asiento en el borde de la chimenea, y un momento después,
Hesod colocó una fina manta sobre sus hombros. Ella debe haberse visto peor que
enferma si se preocupaba por ella de esa forma. Se preguntó qué expresión estaba
haciendo. Si se hubo dado cuenta de que sus manos estaban temblando.
Ayla iba a matarte. Ella quería matarte.
Todo este tiempo…
Crier se ajustó la manta sobre los hombros, aunque ella sabía que no haría ninguna
diferencia. No había forma de desterrar este tipo de frío. De que el cuchillo de Ayla no la
había perforado, pero bien podría haberlo hecho: el frío se sentía como una cuchilla
alojada entre las costillas de Crier. Seguramente había sido herida, en algún lugar
invisible.
Entró un guardia y habló con Hesod. Alrededor de la mitad de los rebeldes, según
sus cálculos, habían escapado, dijo en un murmullo bajo.
Ella no sabía cuáles no habían logrado escapar.
Era patético en un nivel nuevo y humillante: esperar que alguien quien había
intentado matarla hubiera escapado ilesa. Ella miró al fuego. Las llamas eran tan
brillantes. Entonces la puerta detrás de ella se abrió, crujiendo. Crier, enderezándose, se
levantó automáticamente cuando Kinok, flanqueado por los mejores guardias de su padre,
entró. Los ojos de Kinok eran tan planos y sin luz como dos charcos negros de tinta.
—Despejen la habitación —ordenó Hesod.
Los guardias dudaron.
—Dije, despejen la habitación. —La voz de Hesod resonó y los guardias se
apresuraron a salir. Cerró la puerta detrás de ellos y se volvió para mirar el estudio, ahora
vacío de todos menos él, Kinok y Crier. —Crier, hija.
Crier se puso de pie, tratando de no tropezar con sus rígidas piernas. Había estado
tan tensa por horas.
—Padre, ¿qué…?
—Los guardias siguen registrando el palacio y todas las tierras alrededor buscando
por los traidores humanos —dijo Hesod—. Apenas dos leguas al sur, ellos detuvieron a
un mensajero. Intentó correr de ellos. Como si hubiera estado esperando una intercepción.
No tuvo éxito. El correo llevaba solo una carta. Un mensaje codificado a la Reina Junn
de Varn.
Le tomó todo de sí para mantener su expresión curiosa en lugar de una aterrorizada.
La atraparon. Su padre ya habría sumado dos más dos. La carta estaba sellada con el sello
de Crier. Su sello personal. Había solo un sello como ese en todo el mundo y estaba en el
escritorio de Crier. Crier lo había usado para asegurarse de que Junn abriera su carta, pero
ahora no era más que una flecha roja apuntando directamente a la cara de Crier. Una
palabra estampada en su pecho: TRAIDORA.
No podía mirar a su padre. Ella no estaba avergonzada de lo que había hecho, pero
como una niña estúpida y egoísta, estaba aterrorizada por las consecuencias. Ella había
cometido traición contra su propio padre. Y, Kinok lo sabía. Ella no podía mirarlo
tampoco. ¿Ya le había contado a Hesod sobre su quinto Pilar? ¿Sabía Hesod que su hija
no era solo una traidora, sino un error? ¿Una cosa fallada?
—Padre —empezó—. Yo…
Él levantó una mano.
—Crier. La carta llevaba tu sello. ¿Sabes lo que eso significa?
Ella sacudió la cabeza desesperadamente.
—Padre, por favor…
—Hay un espía dentro del palacio.
Crier se detuvo en seco. Finalmente se atrevió a mirar a los ojos de su padre, y seguían
furiosos, pero no con ella. Era una ira lejana, dirigida a alguien más. El soberano Hesod
había sido traicionado, había sido atacado, había sido vencido y quería sangre. Pero no la
de ella.
—Tuvo que haber sido alguien que está dentro del palacio —dijo en voz baja—.
Alguien con acceso a tu dormitorio y tu sello. Alguien con una historia de
insubordinación. ¿Puedes pensar en alguien que se ajuste a esa descripción, hija? —
Cuando Crier no respondió, sus labios se torcieron en algo que parecía una sonrisa, pero
no lo era. —De alguna manera te has vuelto aún más suave de lo que temía. Esta noche,
la doncella intentó matarte mientras dormías. Durante meses, tal vez años, ha estado
trabajando con la Reina Loca para destruirnos a todos de adentro hacia afuera.
—No lo sabía —susurró Crier, demasiado sorprendida como para saber qué más
decir. Había entendido todo mal. Estaba a salvo, por ahora, pero Ayla…
—Y ahora lo sabes —dijo Hesod—. Y la sigues protegiendo con tu silencio.
—Padre…
Hesod la miró. Estudió su rostro con la expresión de alguien que intenta leer un pasaje
escrito en un idioma que no entiende. Finalmente, dejó escapar un suspiro lento.
—¿Realmente te diseñé? —murmuró, más para sí mismo que para ella, y así fue
como Crier aprendió que ese dolor no tenía fin; no había límite para el dolor sin heridas.
Y ella estaba muda.
Por supuesto, pensó vagamente. Su padre estaba fascinado por los humanos. Le
gustaba leer sobre sus dioses, sus canciones, sus historias y sus idiomas, sus días santos,
sus extraños rituales. Pero seguían siendo animales para él. Bueyes y perros. No eran
gobernantes; No eran hijas. Crier siempre lo había sabido. Ella siempre lo había sabido.
—Soberano —dijo Kinok, rompiendo el terrible silencio—. Con todo el debido
respeto, los ojos del mundo lo miran más de cerca que nunca. Se correrá la voz sobre el
ataque de esta noche. Debemos demostrarle al mundo que Lady Crier está viva y bien, y
que su punto de apoyo en Zulla no titubeó.
—¿Y cómo sugieres que hagamos eso, Scyre? —dijo Hesod.
—Primero —dijo Kinok—. Adelantamos la fecha de la boda. Hay mucho tiempo
para planear otro ataque. En segundo lugar, Lady Crier debe ser vigilada todo el tiempo.
Apenas escapó con vida esta noche. —Él era tan bueno en sonar preocupado. Crier se
sintió enferma. —Tercero, debemos encontrar a la doncella, y matarla.
Los ojos de Crier se abrieron, pero Hesod ya estaba asintiendo.
—Buen consejo como siempre, Scyre Kinok —dijo—. Te casarás dentro de una
semana. Asigna a cuatro de los mejores guardias para que vigilen a Lady Crier día y
noche. Y sí, Scyre, encuentra a la doncella. Tráeme su cabeza. Quiero verla.
Kinok asintió.
—Por supuesto, Soberano.
Y luego se deslizó fuera de la habitación, dejando a Crier y a Hesod solos.
—Padre… —empezó Crier.
—Si estas apunto de rogar por la vida de la doncella, hija, te sugiero que no lo hagas.
—No iba a hacerlo —dijo Crier de manera uniforme—. No quiero nada más que un
pequeño favor ahora que voy a casarme dentro de una semana, déjame tomar tres días
para visitar la Sala de Creaciones donde me Crearon. —Ella ignoró como las cejas de
Hesod se alzaron y pensó rápidamente. —Déjame hacer un regalo para mi futuro marido.
Era tradición una vez, ¿no es así? Como la Caza. ¿La novia regalándole a su prometido
un objeto Creado, una baratija inteligente, una muestra de buena voluntad? Déjame hacer
eso por Kinok, como un gesto de buena voluntad y fe en nuestro futuro juntos. Eso es
todo lo que pido.
Sácame de aquí. Lejos de él.
—Hija, casi te matan esta noche. ¿De verdad crees que es seguro salir del palacio?
—No le diremos a nadie a dónde voy. Ni siquiera Kinok. Tú y yo seremos los únicos
que lo sepan. Y puedes enviar una docena de guardias conmigo. Dos docenas. Si la
doncella era una espía, ¿quién sabe cuántos otros sirvientes están trabajando para la reina?
Seguramente estoy más segura yendo allá que aquí.
Él lo consideró.
—Por favor, Padre —dijo Crier—. Solo tres días.
—Está bien —dijo Hesod—. Tres días.
Al comienzo de la Guerra de Especies, las bestias de hueso, de cuerpo
blando y frágiles, las que estaban en plena edad de apareamiento mataban
tan fácilmente como su cría de gusanos, se consideraban reyes de esta
tierra. Al final, el cielo estaba negro con el humo de veinte mil cadáveres,
y la Especie superior había ascendido al lugar que les correspondía.
La era de Automas como meras mascotas y posesiones de la
humanidad había terminado.
La Era Dorada había comenzado.

—DE LA ERA DE LA ILUMINACIÓN,


POR IDONA DE LA FAMILIA PHYRIS, 3382960905, AÑO 19 EA
24
Había dos cosas que habían cambiado desde la última vez que Ayla visitó el mercado en
el corazón de Kalla-den. La primera fue que el vestido de Luna finalmente se había ido.
Tal vez despedazado por curiosas gaviotas, o tal vez simplemente se lo había llevado una
ráfaga de viento marino particularmente fuerte. No importa cómo hubiera sucedido, el
resultado era el mismo: el vestido se había ido, y con eso, la presencia fantasmal de Luna
que una vez había colgado, como el vestido, sobre el mercado, un claro recordatorio de
que nadie allí estaba a salvo, no de verdad.

La segunda era que Ayla y Benjy eran fugitivos.

—Ahí está —le siseó Benjy al oído—. Ahí está el bastardo.

Ella siguió su mirada.

Estaban acurrucados detrás de una pila de barriles de ostras en el mercado de Kalla-


den. Era el segundo amanecer desde su ataque, desde que Ayla había intentado matar a
Crier sin éxito. Ella y Benjy habían pasado día y noche con uno de los viejos amigos de
Rowan, un pescador que vivía en una pequeña choza cerca de los acantilados, imposible
de encontrar a menos que supieras exactamente dónde estaba. Reconoció el rostro de
Benjy y les concedió un escondite mientras los guardias del soberano registraban todos
los pueblos cercanos. Ayer, se pusieron en contacto con el propietario del carrito de
pescado, le ofrecieron todas menos algunas de sus monedas, más el reloj del abuelo de
Benjy, para que se hiciera la vista gorda cuando se colaron en su carrito esta mañana en
la hora ocupada justo antes del amanecer, cuando todos los comerciantes y ambulantes,
incluido el hombre del carrito de pescado, se dirigían a Kalla-den para pasar el día. El
plan era pasar el día en el pueblo, comprar o robar suficiente comida para un viaje de tres
días y luego volver a subir al carrito de pescado al atardecer. A partir de ahí, dejarían
Kalla-den, una vez más envuelto en movimiento y comerciantes, y el hombre del carrito
de pescado los llevaría a los muelles.

Para entonces, habría caído la noche. Acantilados negros, rocas negras, aguas negras.
No había mejor momento para convertirse en fugitivos.

Todo había ido bien: habían robado pan y carne salada para tres días, galletas y odres
de agua. Todo había ido de acuerdo al plan.

Pero el maldito carrito de pescado no estaba en el lugar acordado.

Estaba al otro lado de la plaza del mercado, y cuando Ayla miró al hombre del carrito
de pescado con los ojos entrecerrados, pudo notar que había algo extraño en él. Algo
furtivo en sus movimientos.
—Él se irá sin nosotros —susurró ella, sin dejar de mirarlo—. Quizás se dio cuenta
de quiénes somos.

—¿Podrías por favor mantener la cabeza gacha? —susurró Benjy.

Ella se arriesgó a mirarlo. El rostro de él estaba cubierto en su mayor parte por una
capucha (ambos habían pedido prestado capas con capucha al pescador), pero Ayla pudo
decir por la forma de su boca, que estaba sufriendo. Había resultado herido durante el
ataque, la espada de un guardia cayó en su pantorrilla izquierda. El corte no fue lo
suficientemente profundo como para cortar nada importante, pero aun así fue doloroso.
Aún podía infectarse si no se ocupaban de la herida pronto, y eso hacía que cada paso
fuera miserable para Benjy. Sus labios estaban presionados en una delgada línea blanca.

Ayla apartó la mirada. Intentaba no pensar en los labios de Benjy.

Su beso. Su cuchillo. Todo por nada.

Ella no había logrado hacer sonar el timbre de Crier, pero no era por eso que el plan
había fallado. Benjy y los otros rebeldes habían asumido que algo había salido mal por su
parte y se arriesgaron, y se dirigieron al estudio de Kinok incluso sin la distracción.
Habían llegado al estudio sin ser atrapados por los guardias, incluso habían encontrado la
caja fuerte escondida en la estantería, pero cuando Benjy, el único entre ellos que podía
leer el idioma de los Creadores, abrió la cerradura, no habían encontrado la brújula que
los conduciría al Corazón de Hierro. Habían encontrado algo completamente diferente:
un trozo de pergamino descolorido con tres palabras.

Leo

Siena

Turmalina

Los nombres de su abuelo y abuela, y algo más.

Cuando escucharon a los guardias dar la alarma, los rebeldes huyeron del estudio,
llevándose el trozo de pergamino. Como estaba previsto, esperaron a Ayla en la sala de
música, todos con los ojos desorbitados y jadeando entre los silenciosos y hermosos
instrumentos, como ladrones de tumbas, en una tumba intacta.

Ayla no sabía qué expresión tenía cuando irrumpió por la puerta, pero Benjy le echó
un vistazo a la cara y les dijo a los demás:

—Crier sigue viva. Corran.

Y lo habían hecho: por la misma ventana por la que habían entrado y luego a través
de los oscuros huertos, y ninguno de ellos había dejado de correr hasta que dejaron los
terrenos del palacio muy atrás y se perdieron en las colinas sin luz, pasando el palacio y
todas las granjas y pueblos de los alrededores. Desde allí, Benjy y Ayla se separaron,
pasaron la noche en las ramas del manzano de un granjero y se dirigieron a la cabaña del
pescador antes del amanecer.

Y ahora: fugitivos. Era la única parte del plan que había salido como se esperaba.
Pero en lugar de gloria, en lugar de tener la brújula en su poder, el Corazón de Hierro bajo
su control, el Movimiento de Kinok bajo su pie, el corazón de Crier en las manos de Ayla
(no, atravesado por su cuchillo), en lugar de gloria, huyeron. Ayla y Benjy no tenían forma
de saber si los demás habían sobrevivido a la noche. Estaban huyendo. Solos. Con las
manos vacías, después de darle todas sus monedas al hombre del carrito de pescado.

Oh, definitivamente se iba a ir sin ellos. Iba a tomar sus monedas y huir.

—Bastardo —murmuró Ayla.

Pero no tuvo la oportunidad de maldecirlo más, porque su atención fue atraída por
un estrépito en el otro lado del mercado, a solo unos puestos del carrito de pescado. Se le
heló la sangre: guardias. Media docena de ellos, todos con el escudo del soberano.
Mientras miraba, uno de los soldados volcó un barril, derramando ostras y salmuera por
todos los adoquines. Uno de los vendedores humanos gritó indignado y otro guardia lo
empujó al suelo, con la espada apuntando a su garganta.

—Tenemos que salir de aquí —suspiró Ayla.

—Tendrás que ayudarme —dijo Benjy con fuerza.

Ella pasó su brazo alrededor de su espalda, ayudándolo a ponerse de pie. Él se inclinó


pesadamente sobre ella, haciendo una mueca con cada paso, y juntos se alejaron de la
plaza del mercado lo más rápido posible, pegándose a las últimas sombras de la noche
que se desvanecía. En algún lugar al este, el sol naciente debe estar rozando el borde del
Mar Estrellado, manchando el cielo y el agua del rosa más pálido, como el brillo de un
botón de perla.

Ayla había querido dos cosas. La primera, era venganza. La segunda era algo que no
admitía para sí misma, que no podía expresar con palabras, porque incluso pensar en ello
hacía que su corazón se sintiera como un puente que se derrumbaba, cayendo al agua,
todos sus pedazos arrastrados por la corriente de algo mucho más antiguo y más poderoso
que ella. En este momento, Ayla no tenía nada más que sus pedazos. Ella no podía ceder.

Lentamente, con una mano presionada sobre su boca. Así fue como Ayla dejó todo
lo que había conocido detrás de sí, el palacio del soberano y Kalla-den y las costas del
norte, y en algún lugar entre ellos, el pueblo en el que había nacido, Delan, todo ahora a
sus espaldas. Y esas tres palabras se repiten una y otra vez en su corazón: Leo. Siena.
Turmalina. Leo y Siena, el legado de sus abuelos: los recuerdos en su relicario, que tenía
Crier, y el segundo relicario, que Kinok de alguna manera había conseguido.

Una cosa se estaba volviendo clara. La única forma de seguir adelante, de seguir
luchando, era aprender más sobre su pasado.

Y ella sabía exactamente por dónde empezar. Storme.


Lo que significaba que se dirigían a Varn. Cuyas fronteras terrestres estaban cerradas,
pero no las marítimas.

—Ya casi llegamos —le dijo a Benjy, fijando sus ojos en un callejón estrecho entre
dos casas, un lugar para esperar a que se vayan los guardias—. ¿Estás bien?

Él se estremeció.

—Estaré bien. Solo sigue avanzando.

—Siempre —ella dijo—. Siempre.


25
Durante el viaje a la Sala de Creaciones, mientras estaba sentada sola en el carruaje, Crier
llegó a una conclusión. Incluso después de todo lo que había sucedido, después de lo que
Ayla había intentado hacer. Crier todavía la amaba. Tal vez la amaba desde el momento
en que Ayla le salvó la vida en el acantilado, tantas semanas atrás.

Crier había sido Diseñada. Crier fue Creada. Pero en el momento en que Ayla la tocó
por primera vez, Crier había aprendido lo que se sentía nacer.

Una vez le había preguntado a Ayla cómo se sentía el amor.

No lo recuerdo, había respondido Ayla, atando el vestido de Crier. Crier todavía


podía recordar la forma en que sus ásperas y callosas yemas de los dedos le habían rozado
los omóplatos.

¿Es agradable o doloroso? Crier había preguntado.

Depende. La voz de Ayla, suave en su cuello.

Así que lo recuerdas.

Solo había una explicación lógica para tal locura: amaba a Ayla porque tenía Fallas.
Porque tenía un quinto pilar. Era su Pasión la que se había enamorado de Ayla, no la
propia Crier; de lo contrario, nunca sería tan tonta, tan descontrolada, nunca estaría tan
equivocada. Lady Crier era una Automa. Ella era la heredera del soberano, tenía toda la
intención de reformar el Consejo Rojo, de cambiar las leyes y costumbres de Zulla. Lady
Crier nunca se permitiría volverse tan débil y suave con una chica humana. Ella nunca se
expondría a la traición.

Todo esto había sucedido solo por el quinto pilar. Lógicamente, solo había una
solución.

Ella necesitaba que se fuera.

Ayla no había logrado atravesar el corazón de Crier. Entonces Crier lo haría por las
dos. Quería sacar la Pasión de ella, quería sacarlo ella misma, como sacar la parte
golpeada de una fruta. Como quemar esporas mortales en la rama de un árbol, matando
parte del árbol para que el resto pueda sobrevivir.

La Sala de Creaciones operaba desde lo que alguna vez fue una catedral humana. Era
una construcción enorme, casi del tamaño del Palacio Antiguo, las agujas se elevaban
hacia el cielo como columnas de humo. Cada centímetro de la fachada estaba tallada con
intrincados diseños: escenas de antiguas historias humanas, dioses y héroes, diagramas
del cielo nocturno: los planetas, las constelaciones, las fases de la luna. Los Automas que
custodiaban las puertas estaban vestidos de negro, sus rostros ocultos por máscaras, y a
Crier le recordaban demasiado a Kinok. Cuando su carruaje se acercó, no pudo evitar
agarrar el collar y frotar con el pulgar la piedra roja. De alguna manera, la ayudó a
calmarse.

Un par de Matronas aparecieron en el momento en que el carruaje de Crier atravesó


las puertas de hierro. Como todas las Matronas, eran humanas y vestían todas de blanco:
camisa y pantalón de uniforme blanco, con el pelo recogido y oculto bajo un velo blanco.
Una de ellas llevaba una máscara blanca sobre la boca, algo así como las máscaras que la
Reina Junn y su séquito habían usado. Parecían lo contrario de los guardias.

—Bienvenida, Lady Crier —dijo la Matrona sin la máscara, a pesar de que Crier no
se había presentado ni había enviado noticias de que iba a venir—. Nos sentimos
honradas.

Las dos Matronas ayudaron a Crier a bajar del carruaje, y luego la de la máscara la
llevó hacia un pequeño lugar para que los caballos pudieran descansar y recuperarse para
el viaje de regreso a casa. La Matrona restante miró a los pocos guardias de Crier, con
ojos impasibles.

—No permitimos armas dentro de la Sala de Creaciones —dijo.

—No se preocupe —dijo Crier—. Se quedarán fuera.

La Matrona asintió y le dio a Crier una larga mirada desde debajo de su velo. Luego
inclinó la cabeza.

—Puede llamarme Jezen. —Luego giró sobre sus talones y se dirigió hacia las
amplias puertas de madera de la Sala de Creaciones.

Crier la siguió, siguiendo a la Matrona Jezen a través de las puertas y hacia el interior
de la catedral.

Si el exterior de la Sala de Creaciones era hermoso, el interior era impresionante. Las


paredes estaban revestidas con pilares de piedra pulida que se unían para formar un techo
abovedado tan por encima de su cabeza que tuvo que inclinar el cuello hacia atrás para
mirarlo. Los rayos del sol entraban a raudales por las altas ventanas del lugar, diminutas
galaxias de motas de polvo flotando y orbitando en la luz, y las paredes estaban pintadas
con imágenes similares a las talladas en la fachada. Pero las pinturas eran más nuevas que
las talladas: incluían Automas. Figuras de ojos dorados que emergen de remolinos de
humo rojo, imágenes de Kiera con su capa roja como la sangre, Kiera cargando a la batalla
durante la Guerra de Especies. Humanos arrodillados a sus pies. Los humanos
contemplando con reverencia los Automas recién Creados. Seres humanos llorando de
alegría, inclinándose felizmente en la tierra, como si no hubiera nada más placentero que
ser gobernados.

Crier apartó la mirada de la pintura. Ella había visto suficiente.


Donde podría haber habido bancos en una catedral humana, la Sala de Creaciones
tenía filas de mesas, algo así como el espacio de trabajo en la parte trasera de una persona
que hace medicinas. Algunas de las mesas tenían cortinas para proteger a los Automas
recién construidos. Otros estaban cubiertos de plantas, algunos de piedras o trozos de
metal. Algunas de las mesas tenían objetos claramente Creados: todo, desde herramientas
hasta baratijas, joyas y, a pesar de las palabras de Jezen, incluso armas. Aquí era donde
Crier había sido Diseñada y Creada. Crier habría estado tendida en una de esas mesas,
una vez, oculta por una cortina. Existente pero aún no viva.

—¿Por qué ha venido, Lady Crier? —preguntó Jezen. Se habían detenido en el pasillo
central de la Sala, entre las dos filas de mesas.

—Me casaré en unos días —dijo Crier—. Vine aquí para hacerle un regalo a mi
esposo.

Jezen la estudió por un momento.

—Eso no es cierto.

Crier quería señalar su pecho, Esta es la parte que duele, esta es la parte sangrante,
arréglala o sácala.

Ella miró hacia los grandes ojos verdes de Jezen. Respiró hondo, y dio otro respiro,
y luego se dio cuenta de que se trataba de un tic completamente humano que debió haber
captado de Ayla y que le facilitó el hablar.

—Usted me debe ayudar.

—¿Lady Crier?

—Tengo una Falla —dijo Crier—. Me hicieron mal. Debe ayudarme a corregirlo.

—No entiendo lo que quiere decir —dijo Jezen lentamente. Miró a Crier de arriba
abajo, como si buscara un tercer brazo bien escondido. —¿Cuál es su defecto?

—Tengo cinco pilares. —Crier vio la forma en que los ojos de Jezen se abrieron y
continuó. —Se suponía que yo nunca lo debía saber. Mi padre me Diseñó, pero alguien
saboteó su Diseño. Alguien me hizo con cinco pilares a propósito. La Matrona Torras —
dijo, recordando el nombre que le había dado Kinok—. No sé por qué lo hizo. Me dijeron
que fue un gran escándalo, no soy la única. Pero vi la diferencia entre los papeles de mi
padre y el plano final. Tengo Intelecto, Organismo, Cálculo, Razón… y Pasión.

Esperó a que la Matrona se sorprendiera. Quizás retroceda, como la gente retrocede


ante los leprosos. Pero en lugar de eso, Jezen la miró fijamente con un ligero fruncimiento
entre sus cejas, su expresión más confusa que cualquier otra cosa.

—Tengo dos pilares de Automa y tres pilares humanos —dijo Crier de nuevo, por si
acaso Jezen de alguna manera no entendía—. Tengo un quinto pilar. Debes eliminarlo.
—No, mi lady —dijo Jezen—. No tienes un quinto pilar. No puedes.

Crier negó con la cabeza.

—Por favor, no me mienta. Sé lo que vi.

—Lady Crier, no estoy tratando de esconderle nada. Es solo que lo que vio
simplemente no es posible. Lo sabría mejor que nadie. Hace años, fui una de las muchas
Matronas que experimentó con la creación de Automas con cinco pilares, con la esperanza
de que pudiéramos hacer un ser aún más fuerte y perfecto. Pero nunca funcionó. Todos y
cada uno de los Automas de cinco pilares murieron en el proceso de fabricación. Cada
uno. El quinto pilar desequilibró su funcionamiento interno, sin importar lo que
hiciéramos, y créame, mi lady, lo intentamos todo. No es posible tener cinco pilares.
Habrías muerto recién construida.

—Pero. . . no estoy mintiendo —dijo Crier—. Yo, yo vi los planos…

—Te creo. Creo que lo vio. No creo que sea usted quien mienta, Lady Crier. Pero
tampoco yo lo hago. —Jezen hizo una pausa por un momento, luego asintió para sí
misma. —Se lo probaré. Espere aquí, mi lady. Vuelvo enseguida.

Crier no podría haberse movido si lo hubiera intentado. Durante los pocos minutos
que Jezen estuvo fuera, se quedó allí luchando por comprender lo que había dicho la
Matrona.

Jezen regresó con un rollo de pergamino en las manos.

—Llevamos registros de todo, por supuesto —dijo, haciendo señas a Crier para que
se acercara a una mesa de trabajo cercana y deshaciendo el trozo de cuerda de cuero que
mantenía el pergamino encuadernado—. Estos de aquí son sus planos, mi señora. Sus
planos reales.

Desenrolló el pergamino. Al igual que los documentos que Crier había recibido de
Kinok, había varios diseños: primero un borrador, luego mejoras, ya que su padre trabajó
con Matronas y diseñadores para encontrar un modelo final. Luego, finalmente, la última
hoja de pergamino. El plano final. A diferencia de los papeles que había encontrado Crier,
este plano final llevaba la firma de su padre. La tinta azul medianoche con el nombre de
Hesod contrastaba con las líneas más suaves y claras del plano.

Jezen señaló el centro del plano, el centro de Crier en la página, pero no era necesario.
Crier ya estaba mirando los pilares. Cuatro diminutas columnas de tinta: Intelecto,
Organismo, Cálculo, Razón. Cuatro. Justo como se suponía que debía ser.

—No entiendo —susurró—. ¿Por qué habría…? —E incluso mientras lo decía, lo


entendió.

—Los planos que vio eran falsos —dijo Jezen gentilmente. Probablemente ya podía
ver la comprensión en el rostro de Crier. —Fueron falsificados. ¿Puede pensar en alguien
que quiera engañarla, Lady Crier?
Sí, por supuesto que podía. Alguien que no solo quería engañarla, sino también
controlarla. Para chantajearla, para que obedeciera absolutamente. Para hacerla vivir con
miedo constante.

Ella se sintió enferma.

Crier no tenía defectos. Ella nunca había tenido defectos. Ella era perfecta; ella era
completamente Automa. No había nada malo con ella, ninguna Pasión la consumía de
adentro hacia afuera. No había amor.

—No —dijo sin querer—. No sé quién haría eso. —Su propia voz sonaba tan lejana,
como si se escuchara a sí misma hablar desde toda la Sala de Creaciones.

Con manos cuidadosas, tomó sus propios planos, los volvió a enrollar y ató la cuerda
de cuero alrededor de ellos. Hizo todo esto sin un solo pensamiento en su cabeza, nada
más que un leve zumbido, el zumbido de un enjambre de langostas. Quizás finalmente
había llegado a su límite.

—Lady Crier —dijo Jezen.

Crier le entregó el rollo de pergamino.

—Gracias por aclarar el error, Matrona Jezen —dijo—. Me disculpo por retenerla.

—Lady Crier…

—Mi conductor está esperando. Me iré ahora. Gracias, nuevamente.

—Crier —dijo Jezen, agarrando la manga de Crier. Crier se volvió hacia ella de
nuevo, tan sorprendida de que un humano la agarrara de esa manera que ni siquiera trató
de resistir. —Antes de que se vaya, déjeme decirle esto.

Crier esperó. Los ojos de Jezen, el color del bosque en la memoria de Siena, estaban
tan concentrados en el rostro de Crier.

—La humanidad es cómo actúa, mi lady —dijo Jezen—. No cómo es Creada.

Y soltó la manga de Crier.

De vuelta en el carruaje, Crier no hizo más que darle vueltas al collar de Ayla en sus
manos. Se había convertido en un hábito pasar la cadena de oro por sus dedos como si
fuera agua, sostener la diminuta piedra roja a contraluz, frotar la carcasa de oro como un
talismán entre el índice y el pulgar. Sostener la piedra en su oído y escuchar el débil tic-
tac de su extraño latido inorgánico.
Supuso que debería deshacerse de esto ahora. Pertenecía a Ayla y nunca volvería a
ver a Ayla. Antes de Ayla había pertenecido a Siena, muerta hacía mucho tiempo. Crier
dejó de pescar en los recuerdos de una persona que nunca conocería. Crier nunca sabría
lo que había impulsado a Siena a fabricar o encargar este collar. No quería ver a Siena
con ese chico humano salvaje, hermoso y risueño. Definitivamente no quería verla con la
no-Automa, Yora. Esa era una historia que solo podía terminar con dolor y sangre.

Pero todavía había una cosa que no entendía: ¿Qué significaba ‘El corazón de Yora’?
¿Y por qué lo había escrito Kinok?

Cerrando los ojos, Crier sostuvo el relicario entre sus palmas. Podía sentir los latidos
del corazón así, la más mínima vibración contra su piel.

Una última vez, pensó, apretando el medallón con fuerza. Si no podía arrancarse el
amor, se libraría de eso como lo hicieron los humanos: al despedirse. Adiós, Ayla. Se
quitó una de las horquillas de hueso del pelo y se pinchó con cuidado la punta del dedo.
Luego presionó su dedo contra la piedra roja y cerró los ojos.

Las imágenes pasaron por su cabeza, una tras otra, y se dio cuenta de que había vuelto
a la misma memoria que había presenciado antes, empezando por donde se había ido…

Una ciudad en llamas. Las casas colapsaron bajo el peso de las llamas,
el humo se elevó hacia el cielo como una herida abierta. Dos figuras
huyendo de las llamas, hacia el mar, el puerto. Leo y Siena, la pequeña
Clara en brazos de Leo.

—… los humanos de las aldeas de pescadores del sureste se mantienen


firmes —decía Leo, su voz fuerte y cruda por encima del rugido
ensordecedor del fuego—. Solo tenemos que llegar a la costa y estaremos
a salvo. . .

Llegaron al puerto. Había otros humanos aterrorizados apiñados en


los muelles: todos ellos sucios y conmocionados, niños llorando, padres
mirando a la ciudad con angustia en sus rostros. Su ciudad, su hermosa
ciudad, su historia, sus vidas, todo destruido. Clara se movió en sus brazos
y apretó la cara contra su cuello. Gracias a los dioses que estaba bien.

Pero algo seguía mal. Siena seguía vacilando, mirando hacia atrás a
la ciudad, la bruma de humo y llamas. Leo sabía lo que estaba buscando.
Sabía que era demasiado tarde. Pero ella nunca lo creería. No cuando se
trataba de Yora.

Justo en el borde del muelle, Siena se detuvo en seco. Ella estaba


sosteniendo algo. Ahuecando ambas manos. Ella debió haberlo estado
sosteniendo todo este tiempo; no se había dado cuenta. Siena extendió sus
manos, revelando una piedra acunada en sus palmas. Era del tamaño de
una ciruela, suave como el cristal, de un azul profundo y vertiginoso.
—Tómala —dijo Siena, presionando la piedra azul en la mano libre de
Leo, la que no sostenía a su hija—. Por favor, tómala.

—Siena, ¿qué es esto?

Ella parecía maníaca.

—Turmalina. Sólo tómala.

—¿Qué… qué es eso? ¿Por qué importa tanto? Siena, por favor. . .

—¡Es Yora! —dijo desesperada, su voz rompiendo el nombre—. Por


favor, Leo, por favor, es Yora, es su corazón, es todo, por favor, tómalo,
tómalo y mantenlo a salvo. Tengo que volver por ella, por su Diseño, tengo
que salvar algo más de ella, pero volveré. Lo prometo.

—¡No! —jadeó—. No, Siena, no te atrevas a. . . SIENA —pero ella ya


estaba corriendo, huyendo de él y de Clara, lejos del puerto, de regreso a
la ciudad en llamas. Leo gritó su nombre. Clara comenzó a llorar,
luchando contra su agarre, gimiendo por su madre.

—¡Mamá!

—¡Siena, por favor, no hagas esto!

—Mamá, vuelve. . .

Y entonces Crier se despertó con fuerza, jadeando, saboreando bilis.

Ella arrojó el relicario. Golpeó la pared opuesta del carruaje y cayó al suelo a sus
pies, aterrizando con un golpe mucho más fuerte que cualquier objeto tan pequeño que
debería haber hecho.

Crier intentó calmar su respiración. Se quedó mirando el relicario, que descansaba


inocentemente en el suelo del carruaje. Prácticamente resplandeciente, a pesar de que las
cortinas de terciopelo estaban corridas en las ventanillas del carruaje.

Es Yora. Es su corazón.

No, pensó Crier, incluso cuando las piezas finalmente encajaron en su lugar.

Turmalina.

Eres turmalina, pensó, recordando la magnífica piedra azul que Siena había
sostenido en sus palmas. Eres Yora y eres Turmalina. Parecía imposible que la verdad
hubiera estado allí todo el tiempo, primero escondida debajo del cuello del uniforme de
Ayla y luego en las manos de Crier. Era real.
Era como había dicho Rosi: alguien había inventado a los Automas antes que Thomas
Wren, pero sus diseños habían sido robados. La madre de Siena fue la inventora, la
creadora de Yora: una criatura similar al Automa de Wren, pero no igual. Un prototipo
diferente. Uno que tenía una gema azul por corazón y no necesitaba Corazonita para vivir.

La gema azul. Turmalina. Fuente de inmortalidad.

Ahora, Crier también entendió lo que era el medallón. Siena había sido una Creadora,
aficionada, tal vez, pero una genio. Debió haber hecho el relicario para guardar recuerdos;
tal vez lo hizo para Leo, ya que parecía haber capturado su versión de la historia y no la
de ella.

De alguna manera, resultado del genio y la alquimia, Siena también había creado
Turmalina; lo había puesto en el cuerpo de Yora en un intento de asegurarse de que Yora,
su mayor creación, nunca muriera. Era real.

Era real.

Oh, dioses.

Tal vez la Turmalina no era perfecta, Crier no podía olvidar los ojos sin alma de
Yora, su mirada en blanco. Pero aún así. Inmortalidad. Una fuente infinita. El Automa
que supiera cómo crear la Turmalina sería el Automa más poderoso de Zulla de la noche
a la mañana. Kinok sería más poderoso que el soberano. Más poderoso que todo el
Consejo Rojo, los Scyres, los Guardianes, la Reina Junn. Hasta el último Automa estaría
bajo su mando.

La chica que ya no estaba bajo la protección de Crier.

No, dijo una voz en la cabeza de Crier, tan feroz que le tomó un segundo reconocerlo
como suyo. No. No puedes llevártela.

Sólo había una cosa que hacer. Crier se sintió extrañamente tranquila mientras lo
consideraba. Algo dentro de ella ya había aceptado que haría lo que debía hacerse para
salvar a Ayla y detener a Kinok. Al final, era simple. Tenía que encontrar la fuente de la
Turmalina antes que él.

Ya tenía su primera pista: el relicario de Siena. Y Ayla era su segunda pista. No había
ningún otro humano vivo que pudiera rastrear la historia del relicario, ayudarla a
averiguar más sobre de dónde venía exactamente. Existía la posibilidad de que Ayla no
pudiera ayudar en absoluto, ni siquiera sabía de las propiedades del relicario, pero era la
mejor opción de Crier. La única esperanza de Crier.

Encontrar a Ayla.

Encuentra la Turmalina.

Solo entonces podría detener a Kinok.


Crier presionó ambas manos contra su esternón y respiró hondo. Encontrar a Ayla.
La idea le provocó tantas emociones que no sabía cómo clasificarlas, en cuáles
concentrarse. Hizo que Crier se estremeciera, cerró los ojos y respiró hondo de nuevo,
tratando de calmarse.

Tenía que encontrar a Ayla. Tenía que advertirle...

—Mi lady —dijo su conductor, llamando a la puerta del carruaje.

Dioses, ¿habían dejado de moverse? Ella ni siquiera se había dado cuenta.

—Fuimos interceptados por un mensajero de Varn. Hay un mensaje urgente para


usted.

Un mensaje. Desde Varn. Crier abrió la puerta del carruaje y el conductor le entregó
una carta. La cera utilizada para sellarlo era verde, el sello en sí formaba la huella de una
única y diminuta pluma.

Crier volvió a cerrar la puerta y abrió el sobre con manos temblorosas, con el corazón
acelerado…

Zorro.

No se preocupe por la gallina roja perdida. Yo me encargué de ella.

Sé que te duele, pero debes seguir adelante con la boda. Confía en mí, pequeño Zorro. El
Lobo, sus seguidores y todos los corruptos Manos Rojas en un solo lugar… No puedo
pensar en una mejor oportunidad para eliminar lo peor de lo que se interpone en nuestro
camino.

Sé valiente. Ten fe. Lo has hecho muy bien.

Crier dejó que la carta se le escapara de los dedos, revoloteando hasta el suelo del
carruaje.

Reyka estaba muerta y no era Kinok quien la había matado.

Fue la Reina Junn.

La Reina Loca de Varn.

Y ahora Crier vio la fría verdad: estaba más atrapada que nunca.
Kinok estaba detrás del corazón de Yora, lo que significaba que estaba detrás de
Ayla. Pero si Crier se escapaba para encontrar a Ayla, para advertirle, sería una amenaza
para la Reina Junn como lo había sido Reyka. A la reina no le gustaban los cabos sueltos,
las variables incontroladas. No le gustaba la gente que hablaba.

No importaba cuán útil hubiera sido, recordaba todos los rumores que había
escuchado sobre la Reina Loca y sabía, en el fondo de sus huesos: Junn no mostraría
piedad al Zorro.

Crier podría arriesgar su vida para salvar a Ayla, que había intentado matarla. O
podría quedarse quieta. Continuaría con la boda, si eso es lo que Junn quería. Derribaría
a Kinok y su movimiento de adentro hacia afuera.

Era un terrible conjunto de opciones, y Crier tenía que elegir una.

Pero por ahora, lo único que podía hacer era apartar las cortinas de terciopelo, dejar
que la luz del atardecer se derramara en el carruaje y permitir que una segunda verdad
más privada hiciera su presencia en el interior de su corazón. No importa lo que eligiera,
ya sea que abandonara su vida y sus deberes para perseguir a una humana traidora, o se
casara con Kinok con el único propósito de destruir el Movimiento Anti-Dependentista,
sería una rebelión directa contra su padre. Contra el Consejo Rojo. Contra su nación. Crier
se volvería tan traidora como Ayla. Igual a una fugitiva.

Igual a una revolucionaria.

No importa lo que eligiera Crier, habría una batalla que ganar. No, no solo una
batalla.

Una guerra.

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