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EL DíA

Cuando oigo que ella está muerta, corro.

Lo escucho de las chicas en el vestuario. Apareció entre su conversación tan


descuidadamente, ¿oíste que una chica de Leesboro murió? en medio de la
conversación de qué chica se la chupó a Jack Morris detrás de las gradas y quién va a
la fiesta de Matt este fin de semana.

La conversación de lo ocurrido me aprieta las tripas, porque Leesboro era la


escuela de Maggie.

No es ella, me digo a mí misma. No puede ser ella o alguien me lo habría dicho; su


hermano me habría llamado; alguien. . .

Pero no contestó el teléfono esta mañana.

Y anoche no me mandó un mensaje de buenas noches, y lo ignoré porque está


cansada por el entrenamiento, somos mayores y estamos todos tan malditamente
cansados. . .

Pero tengo que saber.

—¿Qué chica?

Me escucho preguntar y escucho cuan ronca suena mi voz y sé que me estoy


delatando, pero tengo que saber. . .

—¿Qué chica?

Me abro paso a través de todos hasta encontrar a Haley Russell, porque ella
siempre es la primera en saber cualquier chisme.

—Jesús, Corinne, cálmate —dice, mirándome fijamente—. Quiero decir, sí, es triste,
pero. . .

Julia Recinos, nuestra capitana, se interpone entre Haley y yo porque sabe cómo
somos.

—Era su capitana —dice.

Maggie.
Oh, Dios, era Maggie. La chica que yo. . .

Pero Julia no lo sabe. Ninguna de ellas puede saberlo; ninguno puede saber que
estábamos saliendo.

—Corinne, ¿estás bien? —Julia pregunta, pero apenas puedo oírla porque todo lo
que puedo pensar es que Maggie, mi Maggie, está muerta, y ninguna de estas chicas
sabrá nunca lo que significó para mí.

Debería esconder lo que siento, pero no puedo, así que me las arreglo con Julia y
Haley y lucho para salir del vestuario y hago lo que siempre hago. . .

Corro.
UN AÑO ANTES
Voy a perder esta carrera.

Sé que no soy la mejor corredora. No soy Julia o Haley o Valerie la novata, más
rápida que todas nosotras. Soy una extraña que no sabe lo que hace, sólo corro porque
Julia me convenció de que lo intentara cuando me mudé aquí hace casi un año y
medio.

Pero esta chica de Leesboro. Ella no es una competidora simple, se nota por la
forma en que corre. Su cola de caballo rizada, atado a una cinta verde lima, me ha
adelantado durante tres competencias, señalando que es mucho más rápida que yo.

No sé por qué, pero está empezando a ser molesto.

Me presiono a mí misma. Sólo un poco, lo suficiente para alcanzarla, todavía muy


por detrás de Julia Hale y Valerie y las otras chicas que merecen estar aquí. Ella me
mira, compartiendo una sonrisa conspirativa antes de acelerar de nuevo, pasando por
delante de mí, moviéndose hacia el frente como en las últimas carreras.

Ella va a ganar. Otra vez.

Hay vítores cuando ella cruza la línea de meta, vítores de nuevo porque sé que
Julia o Haley han llegado.

Y estoy en el medio, como siempre.

Respiro con dificultad, así que me alejo de mi entrenadora y de las otras chicas que
entran corriendo y encuentro un lugar tranquilo para estirarme. En algún lugar de la
multitud está mi padre, animándome fuerte como si eso compensara el hecho de que
mamá no viniera.

Ya no sé por qué intento alcanzarla.

Me agacho y agarro el borde de mis zapatillas, me estiro, me inclino hacia adelante


por el dolor porque será peor después si no lo hago. Inhala. Exhala.

Y luego hay un zapato junto al mío. Rosa brillante, manchado de barro. Mis ojos
recorren un par de piernas pálidas y pecosas, y luego miran hacia arriba para ver a la
chica de Leesboro, con la cara enrojecida.

—Hola —dice, y su voz tiene una suave inclinación sureña a la que aún no estoy
acostumbrada—. ¿Te importa si me estiro aquí?
Cambio de pierna.

—Sí.

—¿Sí a que si te importa? —pregunta, y se ríe. Mi cara se calienta, y no es porque


haya terminado de correr.

—Sí puedes quedarte. No me importa —digo, y ella sonríe antes de inclinarse para
estirarse.

—Corriste bien —dice después de un minuto—. Casi me alcanzas. Así que sería,
¿dos veces ahora?

—Tres —digo, y ella se ríe de nuevo.

—Tres. Quizá la siguiente vez será cuatro. —Ella sonríe. —Supongo que deberías
saber mi nombre si me sigues alcanzando. Soy Maggie.

—Corinne —digo, tomando su mano mientras me levanta al ponerse de pie. Nos


quedamos mirando la una a la otra.

¿Ella me sigue viendo por un segundo de más? ¿O me estoy imaginando eso?

—Entonces, ¿supongo que te veré en la próxima competencia? —dice.

¿Hay algo esperanzador en su voz?

—Supongo sí —digo.

Hay la misma nota de esperanza en la mía.


EL DíA
Se ha ido.

Esas son las palabras que pasan por mi cabeza mientras recorro el sendero detrás
de nuestro instituto, ramas y hojas azotando mis brazos y mi pelo, y ni siquiera me
importa si me arañan porque necesito sentir algo porque Maggie se ha ido. . .

Un sollozo se me escapa de la garganta antes de que pueda detenerlo, y espero


estar lo suficientemente lejos en el bosque para que nadie pueda oírme.

Se ha ido. No parece real, y tal vez no lo sea; tal vez se referían a otra chica, una
capitana de otro equipo de campo traviesa llamada Maggie, porque mi Maggie no
puede estar muerta.

Pero yo lo sé. En lo profundo de mi estómago, lo sé. No me llamó anoche y no me


envió un mensaje de texto esta mañana y es porque está muerta. Está muerta y nadie
sabe lo nuestro. Dios, nadie sabía que salíamos o que éramos amigas, y ahora, ahora
no lo sabrán, ahora no pueden, porque no puedo decírselo a nadie sin ella aquí
conmigo.

Paro de correr, jadeando, y no sé si es por el dolor o qué y me agacho con las


manos en las rodillas y ese horrible dolor en el pecho, esperando algo, algún tipo de
liberación, pero no viene. . .

Maggie se ha ido.

Acabo de verla. Acabo de verla y cómo puede esta chica que amaba estar. . .

Me muerdo el labio tan fuerte que siento el sabor de la sangre.

Esto no es justo. Esto no es malditamente justo, no es justo que Maggie se haya


ido, Maggie está muerta. . .

Me pongo la mano en la boca.

—¿Corinne?

Las hojas crujen, y miro hacia arriba y es Julia, la preocupación en su cara, y luego
la culpa me apuñala aún más porque Julia fue mi primera amiga aquí, mi mejor amiga,
y ella no sabe de mí y Maggie y quiero tan desesperadamente que me consuele, pero
¿cómo puede hacerlo? ¿Cuándo no lo sabe?
—¿Estás bien? —pregunta.

Qué pregunta tan ridícula. Mi novia está muerta. No sé si alguna vez volveré a estar
bien.

Pero Julia no lo sabe porque no se lo dije, no quise decírselo a nadie, así que asentí
con la cabeza.

—Estoy bien.

—¿La conocías?

¿La conocía?

¿Qué digo?

Por supuesto que la conozco, sé todo acerca de ella. Sé que su pelo rizado se
encrespó en el verano por la humedad de Carolina del Norte, sé que desde los seis
años quería ser Christine en El Fantasma de la Ópera, aunque no podía cantar, sé que
le gustaban las grajeas en su chocolate caliente, pero odiaba los malvaviscos. Sé que
iba a la iglesia todos los domingos sin falta.

Sé que quería decírselo a sus padres, sé cómo sus labios se sentían contra los
míos y lo fácil que era meter mis dedos en su pelo cuando nos besábamos y cómo se
veía cuando me decía que me amaba, sé que yo sabía. . .

Pero no puedo decirle eso a Julia. Nada de eso.

—Pues —digo, porque tengo que decir algo—, la conocía por las competencias y la
había visto por ahí, pero. . .

Me está mirando, me mira fijamente, porque Julia seguro conocía a Maggie por las
competencias también, y no significa nada para ella porque claramente no está
molesta. . .

—No la conocía —digo, y me levanto y me voy antes de que me detenga.

Mi teléfono no suena cuando subo a mi carro. No hay ningún mensaje de Maggie


preguntando si podemos vernos después del entrenamiento, preguntando si tengo que
trabajar este fin de semana porque quiere salir. Solo un silencio que se extiende tan
vacío como me siento por dentro.

Apago mi celular. Julia no me mandará algún mensaje, y si apago mi teléfono no


sentiré la tentación de revisar los mensajes que tenía con Maggie, las fotos de nosotras
que guardé en una aplicación secreta; puedo ignorar el hecho de que no sonará con un
nuevo mensaje de ella. Si lo apago no pasaré toda la noche reproduciendo sus
mensajes de voz una y otra vez, buscando los horribles hechos de su muerte que sé
que deben estar ahí fuera. Si mi teléfono está apagado no tendré que pensar en cómo
nadie va a llamarme y consolarme, porque nadie sabía que estábamos saliendo.

Mierda.

La luz azul del televisor parpadea detrás de las cortinas cuando llego, la gorda
silueta de nuestro gato Bysshe en la ventana, saltando hacia abajo cuando mis faros lo
enfocan. Sé que en el momento en que abra la puerta principal, intentará escapar al
semisótano, aunque ahora está demasiado gordo para caber ahí abajo.

Levanto mi mochila sobre un hombro y mi bolsa de gimnasia sobre el otro, abro la


puerta e inmediatamente me agacho para recoger a Bysshe y besar la parte superior
de su cabeza.

No puedo creer que papá le pusiera al gato el nombre de Percy Shelley. Pero ese
es mi padre. El informático de día, leyendo a Lord Byron de noche. Crecí escuchando
la poesía de Shelley y Frankenstein de Mary Shelley en vez de cuentos para dormir,
con el deseo de desarmar las cosas para ver cómo funcionaban ya brotando.

—Estoy en casa —digo, entrando en el salón donde mi padre está sentado con un
plato lleno de pasta. Como si nada hubiera cambiado, como si fuera una noche normal
de la semana. Como si mi mundo no se hubiera desviado de su eje.

Agarro a Bysshe con más fuerza y se retuerce en protesta antes de que lo deje
junto con mis bolsas, dirigiéndose a la cocina.

—¿Cómo fue la práctica? —papá pregunta.

—Bien —digo—. ¿Qué hay para cenar?

—Pollo a lo Alfredo —dice—. ¿Así que la práctica estuvo bien? ¿Crees que será
una buena temporada? ¿Cómo te sientes al respecto? Es un gran año, Corey.

Me estremezco ante el aluvión de preguntas, agradecido de que no pueda ver.

—Lo sé —digo—. Pero es demasiado pronto para decirlo ahora mismo de todas
formas.

La hoja de nutrición para mis competencias está pegada al refrigerador, donde ha


estado desde que empecé a correr. Papá se lo toma más en serio de lo que yo
pensaba, el correr. Cuando le dije que Julia me había pedido que me uniera al equipo,
inmediatamente nos llevó a las dos a la tienda local de artículos deportivos para
comprar zapatillas y equipo e incluso sujetadores deportivos, porque Julia sabía lo que
necesitábamos y ni mi padre ni yo lo sabíamos. Imprimió mi hoja de nutrición y me hizo
todas las comidas y me cronometró corriendo por el vecindario y me vio entrenar, y
quiero pensar que es porque está orgulloso de mí, pero una parte de mí sabe que es
porque sueña con becas deportivas, soñando con el día en que me vaya de aquí.
No es que queramos venir a Carolina del Norte. Los padres de papá son de aquí y
él siempre hablaba de odiar esto, odiando como todos sabían los asuntos de todos, así
que cuando conoció a mamá, en las montañas de Colorado, aprovechó la oportunidad
para irse.

Pero nos mudamos aquí hace dos años porque la abuela se enfermó, y luego la
adicción a la bebida de mamá empeoró y el divorcio ocurrió y la abuela murió y ahora
estamos todos atrapados aquí, a diez millas y una tensa llamada telefónica de mamá.

Sé por qué quiere que me vaya. Lo entiendo. Es la misma sensación que siempre
tengo, que no pertenezco, por mucho que lo pretenda. Papá puede ser capaz de poner
su acento cuando necesita encantar a alguien, pero la mayoría de las veces no lo hace.
No vamos a la iglesia. No nos gusta NASCAR, o el fútbol, o conseguir un cerdo para
nuestra fiesta de Navidad como lo hace la familia de Maggie. Papá dejó nuestro
pequeño pueblo cuando terminó la universidad y espera que yo haga lo mismo. Para mi
padre, correr es mi boleto de salida de aquí.

Correr era nuestro boleto de salida, mío y de Maggie, pero no puedo pensar en eso
ahora.

Saco un poco de pollo y pasta de la olla de la estufa, ni siquiera me molesto en


calentarlo, y vuelvo a la sala de estar justo cuando papá cambia a las noticias.

Y ahí está.

Casi se me cae el tazón porque no puedo creerlo, pero está el retrato de Maggie y
su carro aplastado en un árbol y su nombre en la pantalla y en los labios del
presentador de noticias, otra bonita chica de instituto que se fue demasiado pronto.

Papá sube el volumen y con ello el cuchillo de la pena se retuerce un poco más en
mis entrañas.

—Están diciendo que ella era una corredora. ¿La conocías? —pregunta, sin saber
lo que esta pregunta me está haciendo.

Trago saliva, me doy vuelta y camino hacia la cocina, pretendo que no lo escuché
mientras abro la nevera y meto la cabeza.

Tal vez si me quedo aquí, me congelaré tanto que mi corazón se detendrá y podré
fingir que Maggie no está muerta.

—¿Corinne?

—No —digo, por segunda vez ese día—. No, no la conocía.

Bysshe me sigue por las escaleras, ronroneando fuerte mientras salta a mi cama y se
acurruca a los pies. Le doy un regalo de la bolsa que guardo debajo de la cama y me
dejo caer a su lado.
Debería haberlo dicho. Debí haber salido del closet, debí haber. . .

Levanto mi teléfono y lo enciendo, contemplo la posibilidad de llamar a Dylan,


porque es la única persona que me queda, el único que sabía de mí y de su hermana.

Debería llamarlo. Debería decirle que siento su pérdida, debería hablar con alguien
que la ame, que sepa que yo también la amo, pero que no puedo coger el teléfono.

Me hice esto a mí misma.


UN DíA DESPUÉS
Por un segundo cuando me despierto, me olvido de todo.

Y me doy la vuelta y alcanzo mi teléfono porque habrá un mensaje de texto de ella


diciendo que quiere salir después de la competencia de este fin de semana y . . .

Pero no hay nada.

Mi pecho se siente hueco. Está hueco.

Maggie se ha ido, Maggie está muerta, Maggie murió. . .

Y no tengo nada físico que me recuerde a ella, nada tangible, y de repente quiero
desesperadamente un pedazo de ella para aferrarme. ¿Qué hará su familia con sus
cosas de correr? ¿Sus zapatillas, sus shorts, sus medallas? ¿A dónde van las
pertenencias de una chica muerta? ¿Sus padres mantendrán su habitación como
estaba para que tenga diecisiete años para siempre, una chica atrapada en la caja de
cristal de los recuerdos de otras personas?

Necesito sus cosas de correr. Necesito verlos, necesito tenerlos porque me


recuerda a lo que éramos, qué éramos para la otra, como nos conocimos, y necesito
tenerlo, no encerrado en su armario para siempre.

Sin pensarlo, saco mi teléfono para enviarle un mensaje a Dylan.

¿Dónde están las cosas de correr de Maggie? escribo, y luego me detengo.


Porque, ¿por qué debería tener sus cosas? ¿Por qué me lo merezco, por encima de
Dylan? ¿Por encima de su familia? ¿Quién mierda soy yo para pedir las cosas de
Maggie al día siguiente de su muerte, de su hermano que está de luto, su hermano al
que ni siquiera conozco tan bien?

Borro el mensaje con las manos temblorosas y sólo escribo Lo siento, lo envío,
aunque sé que esas dos palabras no pueden ni siquiera empezar a abarcar a quién ha
perdido Dylan.

A quién he perdido.

Mierda.
No sé cómo puedo ir a la escuela.

Sigo esperando que todos hablen de ello, hablen de ella, pero no fue a nuestra
escuela, así que, ¿por qué importaría que estuviera muerta? ¿Por qué le importaría a
alguien la chica de nuestra escuela rival que murió?

Quiero que les importe. Quiero que se preocupen porque yo lo hago, porque esto
me está destrozando lentamente por dentro y si se preocuparan tal vez no sería tan
malditamente solitario.

Hay unos pocos susurros en el pasillo, más en el asombro por el hecho de que
alguien cercano a nuestra edad haya muerto, que por otra cosa. Pensamos que somos
invencibles hasta que no lo somos, y al mismo tiempo, hay alivio en el aire, un tipo de
alivio horrible.

Al menos no fue uno de nosotros.

Lo soporto en arte y química, pero cuando llegamos al inglés, leyendo pasajes de


Jane Eyre en voz alta, apenas puedo mantenerme firme. Me siento al lado de Julia y
garabateo sin pensar en mi cuaderno, lo que sea para no pensar en Maggie. Cuando la
clase termina, soy la primera en levantarme de mi asiento, aliviada de que el día haya
terminado.

—¡Corinne, espera! —Julia dice mientras me dirijo al pasillo. Me detengo en mi


casillero y me volteo hacia ella.

—¿Qué?

Ella se detiene.

—Es que. . . ¿estás segura de que estás bien?

Su pregunta casi me hace empezar a llorar.

Casi.

Pero no puedo perder la compostura ahora, no delante de ella, no después de ayer.

—Estoy bien —digo, y ella estrecha sus ojos hacia mí.

—Corinne.

Trago saliva más allá del nudo en mi garganta.

—No sé, al oír sobre Ma. . . esa chica, pensé en mi abuela, y. . .

La cara de Julia se suaviza instantáneamente.


—Oh, Corey —dice, y me da un abrazo.

La culpa me carcome las entrañas porque, ¿qué carajo, Corinne, usando a tu


abuela muerta para no decirle a Julia sobre Maggie? ¿Quién hace eso?

Dios, no merezco estar apenada por ella. No en absoluto.

—Estoy bien, yo solo. . . necesito algo de tiempo —digo—. Y podría… podría


perderme el entrenamiento por un día o dos.

Julia asiente con la cabeza.

—Se lo diré a la entrenadora. Llámame si me necesitas, ¿sí? —dice, y me abraza


de nuevo.

Ella es tan genuina, tan agradable, y si no merezco mi pena, entonces


definitivamente no merezco la amabilidad de Julia. O su amistad.

—Lo haré —digo, y ella se retira, mi tristeza se refleja en su propia cara, porque
ambas sabemos que probablemente no lo haré.
CINCO MESES ANTES
Estamos en su sótano. Estábamos jugando al billar, pero ya no lo estamos. En cambio,
estamos en su sofá, besándonos.

Besarla es diferente a besar a cualquier chico. Besarla significa manos suaves y


labios suaves y curvas que reflejan las mías, y manos que se deslizan por debajo de
las camisetas y. . .

—¿Maggie?

Nos separamos, y en lo alto de las escaleras está su hermano. Dylan. Sólo lo he


visto unas pocas veces, y ha sido bastante amable, aunque un poco desconfiado de
mí.

Su cara es tan roja como su pelo.

—No contestaste cuando entré, así que pensé que podrías estar aquí abajo. . .

—Dylan —dice Maggie, y ella se ruboriza tanto como él—. Ella es Corinne. Mi . . .
novia, supongo —dice, y novia es la parte que llena la habitación, pero la parte de
supongo la que me llena a mí.

Dylan asiente, luego, voltea y sube las escaleras. Bajo la esquina de mi camiseta y
no miro a Maggie, porque hemos sido tan cuidadosas, siempre fuimos tan cuidadosas. .
.

—Va a contarlo.

—No lo hará.

—Lo hará. . .

—No, no lo hará.

Su mano sobre la mía, mi cabeza sobre su hombro. Debería levantarme e irme


antes de que su hermano regrese, pero no puedo hacerlo.

Ella me toma de la mano, me mantiene atada para que no pueda irme.


UN DíA DESPUÉS
Le envío un mensaje a Julia cuando llego a casa, sólo para decir algo, para
agradecerle por lo de hoy. Papá ya está en la cocina cuando entro, cocinando. La
carne molida está chisporroteando en una sartén en la cocina, y huelo la mezcla de
especias que usa para los tacos. Los tazones de los aderezos están colocados en la
encimera.

Noche de tacos. Como solíamos hacer cuando mis padres aún estaban juntos, papá
haciendo tacos y bebidas para él y mamá, una especie de cóctel de lujo para mí.

Me quito el pelo de la cara, lo aseguro con una cinta que tengo alrededor de mi
muñeca. Hebras rubias se quedan atrapadas en mis dedos cuando tiro de mi pelo para
atarlo con el elástico, mientras me inclino para probar la salsa en el mostrador. No soy
mucho más alta que mi padre. Incluso nos parecemos: el mismo pelo rubio, la misma
nariz lisa, aunque mis ojos son marrones como los de mamá.

Me pregunto si odia que. . . que yo tenga sus ojos.

Supongo que yo lo odiaría si fuera él.

—Te haré un mocktail 1 si quieres —Dad dice mientras vuelve de la estufa. —La
licuadora está limpia. ¿Quieres una piña colada?

Trago saliva.

El último martes de tacos que hicimos terminó con mamá bebiendo tres piñas
coladas ella sola antes de que comiéramos, y papá fue a su oficina para ignorar el
problema después de que ella se desmayara en el sofá.

Había llevado las sobras a la escuela al día siguiente y las compartí con Chris, Trent
y Julia, y cuando llegué a casa y traté de hablar con papá sobre lo que había pasado la
noche anterior, él sólo sacudió la cabeza.

—Claro —digo—. Eso suena genial.

1 Como el cocktail, pero sin alcohol.


Me ducho antes de la cena, tratando de sacar el hecho de no contarle todo a Julia y la
muerte de Maggie y mi mensaje a Dylan de mi mente, como si una ducha fuera a hacer
desaparecer todo esto.

Bysshe está maullando desesperadamente en la puerta de mi baño cuando salgo,


así que le doy comida. Cuando bajo, papá ya ha comido, así que hago un taco y me
siento en la mesa de la cocina.

Papá ha dejado el periódico descuidadamente en la sección de necrológicas, y el


retrato de Maggie me mira.

Lo cierro tan rápido que rasgo el papel y derramo la mitad de mi taco en el suelo, el
plato de plástico haciendo ruido en el suelo de baldosas.

—¿Todo bien, Corey? —papá pregunta.

—Todo está bien —respondo, recogiendo el relleno del suelo y tirándolo a la


basura.

Mis manos cogen el periódico antes de que pueda detenerlos, metiendo los trozos
en el bolsillo de mi ropa. Mojo unos trapos y limpio el suelo, tiro mi plato en el fregadero
y corro arriba.

En mi cama junto los trozos del periódico. No sé por qué me hago esto, no sé por
qué me voy a torturar leyendo el obituario de Maggie porque sólo serán hechos secos
sobre lo grandiosa que fue, cuando debería haber vivido una vida mucho más larga que
la que tuvo. . .

Y, aun así.

Aliso los trozos, me estremezco cuando veo que me cae salsa encima de mi
edredón púrpura. Lo raspo con una uña, me preparo para leer el obituario.

Margaret Jean “Maggie” Bailey.

Maggie Bailey estaba en el último año de la escuela secundaria de Leesboro. . .

Oh Dios, no puedo hacer esto. Ni siquiera puedo mirar.

Cierro los ojos por un momento, trato de fortalecerme, y luego los abro de nuevo.
Paso mi dedo por la columna hasta que encuentro la información sobre el velorio.

Tengo que ir. ¿No es así? Por ella debo hacerlo.

¿Cómo puedo hacerlo? ¿Cómo puedo ir a su velorio sabiendo que nadie allí sabe
quién soy? Que ellos pueden llorar abiertamente, y yo. . .
Mierda. No es que me presten atención, de todas formas, no es que todos sientan
inmediatamente que no pertenezco. Incluso en un pueblo tan pequeño como el nuestro,
eso no va a suceder.

Arrugo el periódico y lo tiro a la basura. Bysshe salta y me empuja la mano, y quiero


gritarle que se vaya, pero en vez de eso me entierro la cara en su pelaje. Lo tolera
durante unos dos segundos, y luego se va.

—¿Corinne? —Mi padre llama a las escaleras. —¿Adónde fue el periódico?

—Bysshe lo rompió. Lo tiré —digo, y el gato me mira, casi ofendido—. Lo siento.

Escucho a mi padre murmurar algo como ese maldito gato y mi corazón se acelera
como si acabara de correr.

¿Y si junta todo lo que sucedió y se da cuenta?

Pero no lo hará. No tiene motivos para hacerlo, no lo hará.

Presiono los talones de las palmas de las manos en los ojos, la presión me impide
llorar. Pienso de nuevo en enviarle un mensaje a Julia, Dylan, alguien para que vaya al
velorio conmigo mañana, pero Julia no lo sabe y Dylan tiene que estar con su familia y
yo voy a tener que pasar por esto sola.
DOS DÍAS DESPUÉS
Mi carro retumba al entrar en el aparcamiento del Whitewood United Methodist. Soy la
primera en llegar. Apago mi carro; con un apretón saco las llaves. Me pongo mi
chaqueta de deporte sobre mi vestido azul marino, porque Maggie odiaba el negro y le
encantaba correr, y necesito algo que me recuerde a ella para pasar este maldito
velorio.

Espero que no sea un ataúd abierto.

Mi teléfono suena.

Espero que estés bien.

Julia.

Casi le pedí que me acompañara, casi pensé en explicárselo en el carro, pero no


me atreví a hacerlo. No pude decirle que la razón por la que no salimos durante el
verano es que, por cierto, tuve una novia secreta con la que estuve casi un año y nunca
te lo dije, y ahora está muerta y ¿quieres venir al velorio conmigo?

Apago mi teléfono, me siento en silencio hasta que los Baileys llegan. Quiero
apartar mi cabeza de ellos, no quiero ver como el Sr. Bailey guía a la Sra. Bailey fuera
del carro, ambos de cincuenta años. Pero Dylan llama mi atención y lo tiene hasta que
se dan la vuelta para entrar en la iglesia y oh Dios, no puedo hacer esto.

Si entro, será definitivo. Maggie estará muerta y Dylan me mirará como si me odiara
y los Baileys no sabrán cuánto amaba a su hija. Si entro, todo el mundo verá a una
chica que probablemente conocía a Maggie de la escuela, y estaré rodeada por el dolor
de todos los demás, y no puedo.

No entro.

Me siento en mi carro todo el tiempo, dejo el carro en marcha hasta que el calor se
empaña en las ventanas y nadie puede ver que no estoy llorando.
Hay un golpe en mi ventana después de que el velorio termina, un golpe de pelo rojo a
través del vidrio borroso… Dylan.

No puedo mirarlo. No puedo mirarlo porque cuando lo haga veré su cara.

Esto fue un error. Venir aquí fue un error.

Dylan golpea la ventana de nuevo y yo la bajo un poco, sin mirarlo.

—Corinne —dice—. Yo, um. . .te busqué.

—No entré —digo.

—Lo sé. Puedo verlo —dice, y absurdamente, quiero reírme.

Finalmente giro la cabeza, lo suficiente para verlo. Su cara está pálida, incluso más
pálida que su piel clara normal, blanqueada bajo sus pecas.

Se parece a ella. Eso es lo primero que pensé, que se parece a ella, excepto que su
pelo es rojo brillante en lugar del marrón de ella, su cara más definida. Ella lo llamaba
Ron si estaba siendo cariñosa, por el pelo. Pensé que era su segundo nombre hasta
que me dijo que era una referencia a Harry Potter.

Había planeado leer esos libros, eventualmente, pero ahora parece inútil. No quiero
leer sobre magia si no puede traerla de vuelta.

—¿Querías. . . querías algo de mí? —pregunto, porque no puedo pensar en otra


cosa, porque aquí está la única persona que sabe de mí y Maggie y la única razón por
la que él y yo estemos hablando ahora mismo es. . .

Es porque ella se ha ido.

No responde a mi pregunta, sino que responde con una pregunta.

—¿Por qué no entraste?

Porque ella se ha ido y es definitivo y tú eres el único que lo sabe y no puedo lidiar
con eso, no puedo lidiar con que se haya ido. . .

Porque todos los demás la están llorando y yo no puedo porque. . .

Hay muchas formas de decirle que él no va a entender, no puede entender. Ella era
su hermana y ella era mi novia, pero sólo uno de nosotros puede reclamarla ahora que
se ha ido.

Mi boca está seca cuando finalmente le respondo.

—¿Crees que quiero verla ahí dentro cuando. . .?

Cuando se ha ido y es el final. . .


—¿Cuándo nadie sabe quién soy?

Dylan maldice y se retira por un minuto, luego regresa a mi auto, poniendo su mano
en la ventana como si pudiera empujarla más abajo.

—No puedo creer que hagas esto solo por ti. Qué, ¿crees que alguien va a
reconocerte? Te aseguraste de que eso no sucediera.

Me estremezco.

—Tú preguntaste —digo tontamente.

Pero tiene razón y odio que la tenga.

Si nadie te reconoce en el funeral de tu novia, ¿alguna vez fuiste realmente su


novia?

—Cómo sea —continúa Dylan, ahora mirándome fijamente—. En realidad, necesito


que vengas conmigo. Hay alguien que quiero que conozcas.

Sacudo la cabeza.

—No.

—Corinne —dice—. Tú. . . tú me debes esto a mí, ¿de acuerdo? A ella. Por favor.
—Su voz es cruda cuando dice las últimas palabras. —Confía en mí.

Salgo del carro. Dylan retrocede y los dos empezamos a cruzar el estacionamiento
hacia una camioneta azul, ahora uno de los únicos autos que quedan.

—¿Cómo. . . cómo están tus padres? —pregunto y suspira.

—No están bien. Probablemente voy a tomarme una semana libre de la universidad
para quedarme aquí y ayudarlos.

—Oh.

Una chica más amable, una chica que no sea yo, se ofrecería a ayudar. Esa chica
sería amiga del hermano de su novia, de los padres de su novia; esa chica tendría
gente con quien compartir su dolor.

Pero no lo soy, y no lo hago.

Nos detenemos frente a la camioneta azul. Dylan mete las manos en sus bolsillos.
Una chica viene de la parte de atrás de la camioneta, apagando un cigarrillo bajo su
bota. Su piel es marrón cálido, su cara afilada y angulosa. Su pelo corto está alisado a
los lados. Lleva vaqueros oscuros y una camiseta abotonada, y es más alta que yo
aunque lleve tacones.
—¿Quién es ella? —pregunto, mi voz tan fría como puedo hacerlo porque si tengo
que hacer esto, seré tan jodidamente difícil como él cree que soy.

—Ella es Elissa. Somos amigos —dice Dylan, haciéndole un gesto incómodo.

Elissa saca la mano.

—Hola. No te he visto dentro.

—No entré.

Levanta una ceja, y estoy a punto de girarme y preguntarle a Dylan cómo la conoce
y qué cree que está haciendo, cuando ella me interrumpe y le pregunta primero.

—¿Por qué haces esto, Dylan?

Él se encoje de hombros.

—Ustedes dos tienen algo en común. Pensé que podían hablar de ello.

Frunzo el ceño. Elissa no lo hace. Elissa echa la cabeza hacia atrás y se ríe y dice:

—¿Es ella? Debes estar bromeando. —Y mi cara se pone roja y Dylan se ruboriza
también.

—¿Qué mierda está pasando? —pregunto, girando entre ellos—. ¿Dylan?

Levanta las manos, retrocede.

—Tengo que irme —dice apresuradamente, y antes de que pueda decir algo más,
se va, alejándose de nosotras y entrando en su carro al final del aparcamiento.

Elissa se vuelve hacia mí.

—Entonces. Tú también, ¿eh?

—Yo también, ¿qué? —digo, aunque mi estómago se revuelve cuando ella


pregunta porque ya sé la respuesta.

—Tú también saliste con Maggie.

Esa respuesta.

No puedo abrir la boca para decir que sí, lo hice, así que sólo asiento.

No me pregunta mi nombre, ni cuánto tiempo salimos Maggie y yo, ni a qué instituto


voy como lo haría cualquier otra persona. Saca un paquete de cigarrillos de su bolsillo y
me ofrece uno.

—Hábito nervioso —dice con disculpa—. ¿Quieres uno?


—No, gracias —digo.

—¿Te importa si yo. . .?

—En realidad sí —digo, aunque en verdad no, porque me siento rencorosa de que
Dylan nos haga hablar y de que esta chica sepa claramente tanto de mí que ni siquiera
necesita preguntarme mi nombre.

Digo como mucho:

—Sé tu nombre, pero. . .

—Eres Corinne. Sé quién eres —dice. Y antes de que pueda protestar, ella continúa
y enciende el cigarrillo de todos modos. —Maggie me lo dijo.

Escuchar el nombre de Maggie de la boca de esta chica cuando ni siquiera sabía


que Maggie había salido con otra chica es suficiente para robarme el aliento de los
pulmones.

—Bueno, no me habló de ti, así que. . .

Debería arrepentirme de lo que acabo de decir, pero no puedo. De repente estoy


enfadada, furiosa con esta chica y con Maggie porque, ¿por qué no me habló de
Elissa? No es como si ella no supiera que yo había salido con chicos antes de salir con
ella, no es como si no hubiera pasado la mayor parte del segundo año colgando del
brazo de Jeremy Hayes y tres meses del de Trent Moore antes que ella, así que, ¿por
qué no me habló de Elissa?

—No vas a Leesboro, ¿verdad? —digo, sólo para saber más sobre ella, sólo para
tener algo que decir.

—Si fui. Así es como nos conocimos, yo y Maggie —dice, como si necesitara
aclararlo—. Me gradué hace dos años.

—¿Qué. . .?

—Voy a Wake Tech, si es lo que preguntas —dice, y hay una nota de amargura en
su voz—. No todos nosotros planeábamos ir a Villanova.

—¿Te lo dijo?

Elissa levanta las cejas. Por supuesto que se lo había dicho.

—Mira —dice, apagando su cigarrillo—. Sé lo difícil que debe ser para ti. . .

—No sabes una mierda. Acabo de conocerte. ¿Cómo se supone que sabes cómo
me siento? —Alguna parte de mi cerebro me dice que por supuesto que lo sabe, salió
con Maggie, pero estoy demasiado enfadada para preocuparme, porque ella sabía de
mí cuando yo no sabía de ella.
—Corinne…

—Elissa. Agradezco la preocupación, pero mi novia está muerta, ¿de acuerdo? —


Mi voz se quiebra. —Está muerta y no va a volver, y nada de lo que me diga su ex me
hará sentir mejor. Así que aprecio que Dylan nos haya presentado, pero no te necesito
ahora mismo.

La cara de Elissa se cae, pero se encoge de hombros.

—De acuerdo. Bien. ¿Te veré en el funeral, entonces? Si has cambiado de opinión
para entonces podemos hablar.

—Bien —digo yo, y me acerco a mi carro.

No volteo a verla.
UN AÑO ANTES
La buscaré la próxima vez que corramos contra Leesboro. Me pican las palmas de las
manos; estoy balanceándome de un lado a otro de pie a pie. Nunca estoy tan nerviosa
antes de una carrera, y se nota.

—Vas a quemar toda tu energía antes de que empecemos —dice Julia, pero le
divierte.

—Lo sé. —Le doy una sonrisa. —No es como si importara. Ambas sabemos que
nos vas a llevar a la victoria.

—Oh, silencio —dice Julia, pero me da un codazo con el hombro antes de inclinarse
para estirarse—. Vendrás esta noche, ¿verdad?

—Obviamente —digo, y me agacho a su lado—. Ya has elegido una película,


¿verdad?

—Ya lo sabes. Y hay una caja gigante de chocolate con tu nombre en ella.

—Eres la mejor —digo mientras termino mi última estirada. Cuando me levanto,


Maggie me llama la atención desde el otro lado de la línea, con determinación en su
cara.

No he podido dejar de pensar en ella desde nuestra última carrera. En verla de


nuevo, en correr a su lado, paso por paso.

¿Por qué he estado pensando en eso?

La campana suena. Esta es una carrera de media temporada, nada demasiado


extenuante, sin embargo, estamos empezando a ponernos serios ahora debido a las
Regionales. Aquí es donde empieza a importar.

Ya estoy a la cabeza, saliendo de la línea de salida como no lo he hecho desde las


pruebas, porque necesito alcanzarla. Necesito ganarle. Necesito ganar.

Paso a Haley, paso a Julia, escucho el aliento de otros corredores detrás de mí, el
crujido de las nuevas hojas de otoño bajo nuestras zapatillas, el ritmo de mis propios
pasos. Nada de eso importa, porque aún no la he alcanzado.

Por fin la veo delante de mí, con una coleta verde lima que me hace señas.

No me va a ganar esta vez.


Me impulso, corre más rápido, corre más duro y sé la mejor porque necesito ganar.
Necesito ver la mirada en su cara cuando gane.

Pero no estoy acostumbrada a esto, mi cuerpo no está acostumbrado a correr tanto,


y rápidamente vuelvo al medio, porque ella es mucho más rápida. Casi me acerco a
ella, pero sigue siendo tan, tan rápida que no puedo alcanzarla.

—¡Corinne!

Me estoy estirando en un árbol cuando ella llama mi nombre, y cuando yo levanto


mi cabeza, ya se está asentando en la tierra a mi lado.

—Buena carrera —digo, y ella asiente con la cabeza.

Estamos en silencio por un momento mientras nos inclinamos y nos estiramos,


compañía cómoda.

—Oye —dice después de un minuto—. ¿Querrías. . .? Mmm, ¿querrías tomar un


café en Raleigh en otro momento? Tipo, ¿pasar el rato fuera de las carreras?

Parpadeo. Seguro que no la he oído bien. Ella es de una escuela rival, y se supone
que somos enemigas.

Pero hay algo en ella. Aunque apenas hemos hablado, hay algo en ella que me
hace pensar que podría ser una de las pocas personas en todo este estado que
realmente me entendería.

—Sí, claro —digo. Ella se irradia.

—¡Grandioso! Pondré mi número en tu teléfono, ¿sí?

Le doy mi teléfono sin pensar, dejo de estirarme, miro como teclea su número.

—Envíame un mensaje —dice, devolviéndome el teléfono y poniéndose de pie. Miro


hacia abajo. Puso su nombre, Maggie Bailey, y una carita sonriente a su lado.

—Lo haré —digo, y veo cómo se va.


DOS DÍAS DESPUÉS
—Salí con Julia —le digo a papá cuando llego a la puerta, subiendo las escaleras antes
de que pueda preguntarme cómo está Julia.

Me quito el vestido y aterriza en Bysshe, que maúlla en señal de protesta antes de


meterse debajo de mi cama. Me acuesto y saco mi teléfono, lo abro en Instagram, en la
cuenta de Maggie. Lo tenía privado, pero me dejó seguirla, incluso puso una foto
nuestra una vez.

Hago clic en su foto más reciente, una foto de ella con la mano en la barbilla, su
cara como si claramente tratara de no reírse, y ponía: Me pregunto si puedo convencer
a mi equipo de que corra a Coney Island Ice Cream a por un helado gratis

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Empiezo a desplazarme.

No puedo creer que no vaya a ver nunca más tu sonrisa.

Descansa en paz, chica.

Sé que Dios te necesitaba, pero desearía que no fuera tan pronto.

Te echo de menos y te quiero Maggie parece que fue ayer cuando me


prestaste tus notas de Romeo y Julieta. Rip. Xoxo

Te dedicarán el resto de la temporada a ti, hermosa.

La ira de repente se enciende en mi pecho. Esta gente, no conocen a Maggie, no la


conocen como yo lo hice. Pero aquí están comentando sus posts y hablando como si
fueran las mejores amigas; le dedican todo a ella, su dolor se hace público, y reciben
simpatía y pases gratis para la oficina del consejero, y yo estoy aquí sentada cayendo a
pedazos y no cambiará una mierda.

Cierro la aplicación. Antes de poder detenerme, abro Facebook, aunque raramente


lo uso. Maggie y yo éramos amigas, pero ella sólo tenía un perfil para que sus abuelos
lo vieran, y yo sólo tenía uno para las actualizaciones de unas pocas personas en
Colorado.

Voy a su muro.
Es casi peor aquí los comentarios, porque aquí están sus padres y aquí hay gente
mayor de su iglesia, llamándola ángel y hablando de cómo está en el cielo con sus
bonitas alas de ángel blanco. La mitad de las personas que postean han cambiado sus
fotos de perfil de ellos y Maggie, su cara mirándome desde tantos círculos diminutos.

No puedo apartar la vista.

Vuelvo a su Instagram, buscando la foto de nosotras, tomadas juntas después del


show de talentos de su escuela que ella ayudó a manejar. Mi brazo alrededor de su
cintura, las dos sonriendo. Yo estaba tan nerviosa por su publicación, pero las chicas lo
hacen todo el tiempo, ese toque casual, los brazos unidos o alrededor de la cintura o
los hombros. Y ella quería publicarlo, así que.

No hay comentarios sobre esta foto, y doy un golpecito para dejar una.

¿Qué digo?

¿Qué puedo decir? No puedo hablar de lo mucho que significaba para mí o de lo


mucho que la amo o de cómo a veces hacíamos los deberes juntas y me absorbía
tanto en mi trabajo que me fastidiaba con eso, me llamaba nerd. Como ella odiaba sus
piernas porque eran demasiado gruesas y musculosas, pero cómo yo pasaba horas
arrastrando mis labios sobre ellas, cómo el saber que me esperaba después de una
competencia para salir en una cita privada era a veces lo único que me hacía feliz.
Como la primera vez que tuvimos sexo ella fue lo único en lo que pensé durante todo el
día, cómo ambas éramos tímidas porque era la primera vez que realmente nos
veíamos desnudas, pero cómo, aunque nos esforzábamos, pensaba que era perfecto.
Como, aunque juró que no podía cantar, mi cosa favorita era llamarla tarde en la noche
y hacer que me cantara para dormir.

La extraño. Se ha ido y la extraño y todo lo que quiero hacer es gritar sobre lo


mucho que la extraño y lo mucho que la amo, pero no puedo, no puedo.

Tomo un baño, vuelvo y me meto en la cama, y grito en mi almohada hasta que mi


garganta esté cruda y pueda finalmente, finalmente dormirme.

Cuando me despierto, esa foto nuestra sigue ahí, lo último que se abre en mi
teléfono, ese comentario que me espera.

No digo nada.
TRES DÍAS DESPUÉS
El funeral de Maggie es hoy.

Es lo único en lo que puedo pensar mientras paso por la escuela, me siento en


clase.

La van a meter en un ataúd y la van a bajar al fondo de la tierra y nunca, nunca


volverá. La chica que amé, la chica con la que pensé que tenía un futuro, la chica que
me hizo querer ser una versión mejor y más valiente de mí misma. Maggie se ha ido y
nunca más la escucharé reír o abrazarla mientras se duerme, mi brazo se entumecía
bajo su peso, pero nunca me atrevía a moverlo y despertarla…

—¿Corinne?

Parpadeo. Todos los demás han dejado química, y yo sigo sentada aquí con mi libro
de texto abierto, sin siquiera mirar la página.

Haley me está frunciendo el ceño.

—Te has distanciado.

—Sí, lo sé —digo, y cierro mi libro y lo meto en mi bolso.

—No estuviste en el entrenamiento de ayer —dice.

—Lo sé.

Ella me frunce el ceño. Por un segundo creo que me va a preguntar si estoy bien, o
algo así, pero Haley no es de las que tienen simpatía o sentimientos agradables. Ella
dice lo que piensa y a quién no le importa cómo hace sentir a los demás.

A veces me gustaría ser así.

—¿Vienes hoy? —pregunta.

—Probablemente no, estoy pasando por algunas cosas de familia. Pero Julia lo
sabe —digo. Haley levanta una ceja, pero no dice nada más.
Empiezo a sentirme mal en el almuerzo.

Maggie está muerta, Maggie se ha ido, Maggie murió. . .

No voy a pasar el resto de mis clases, no voy a poder sentarme aquí mientras todos
los demás se ríen y siguen como si nada hubiera pasado, como si el mundo no hubiera
cambiado.

Me dirijo a mi casillero, tomo mis libros y mis llaves.

Julia viene hacia mí, agitando sus brazos, tratando de llamar mi atención, pero si
me habla, gritaré.

Huyo antes de que me encuentre.

Nuestra casa está vacía; papá está trabajando y Bysshe está durmiendo en una zona
donde llega el sol. Entro con mis cosas por la puerta, y me apoyo contra ella.

Voy a tener que ir al funeral. Voy a tener que ir, no puedo faltar, no después del
velorio, no después de lo que dijo Dylan.

¿Cómo voy a superar esto? ¿Cómo se supone que voy a seguir sin ella, como si
nada hubiera pasado, como si no se hubiera ido?

Si voy, será definitivo, pero si no voy. . .

No puedo pensar en ello.

Mi teléfono suena.

¿Estás bien? No te vi en el almuerzo.

Trent. Mi ex. Una especie de amigo.

No es que seamos tan cercanos como para que le hable de Maggie. No sé cómo se
sentiría, yo saliendo con una chica sólo meses después de que rompiera con él.

Pero es dulce que aún de señales de vida, que se preocupe.

Sí. Dolor de estómago. Gracias por preguntar, le respondo y me dejo caer en el


sofá.
Mi teléfono vuelve a sonar un minuto después, pero lo dejo en la mesa de café y
cierro los ojos.

Creo que duermo.

Alrededor de las cuatro, mi teléfono vuelve a sonar, y lo cojo y pienso a medias en


enviarle un mensaje de texto a Trent contándole todo.

Pero no es él. Es un número desconocido que me pregunta si voy a ir al funeral y si


quiero compañía, y recuerdo. . .

Elissa.

Una parte de mí quiere mandar un mensaje y decirle que se vaya a la mierda,


porque sigo enfadada porque Maggie no me habló de ella, pero la otra parte, más
fuerte, no quiere hacer esto sola.

Antes de que pueda convencerme, le envío un mensaje y le digo que sí, que me
gustaría que me llevara y que me recogiera; vivo en Kirkland Road.

Ella responde un minuto después.

Claro. Sé dónde estás. Nos vemos entonces.

La ex de mi novia muerta me lleva a su funeral.

Esto es tan jodido.

Elissa llega a mi casa a las 4:45, en la misma camioneta azul que conducía ayer. Es
extraño verla al volante. La mayoría de los que conducen camionetas aquí son los
chicos de mi instituto, que aceleran sus motores en el aparcamiento como un
espectáculo de quién tiene el miembro más grande.

Corro a su encuentro, me pongo mi vestido azul marino, el pelo recogido. Casi me


pongo mi chaqueta de deporte, pero decidí que no en el último minuto. Ya me siento
como si no perteneciera al funeral de Maggie, y llamar la atención sobre ello llevando la
chaqueta lo habría hecho mucho peor. Así que me decidí por uno azul marino sencillo
que es un poco demasiado pequeño y de un color ligeramente diferente al del vestido,
pero aun así es abrigada.

Me subo a la camioneta de Elissa y me abrocho el cinturón de seguridad mientras


ella sale del aparcamiento.
—Te ves bien —dice, todavía mirando fijamente al frente. La miro. Ella está en una
camisa oscura y pantalones negros. Está guapa.

Ese pensamiento se siente como una traición… pensar que otra chica se ve guapa,
y encima que es la ex de mi novia, y encima es la ex que me lleva al funeral de esa
misma novia.

Maggie salió con ella. Maggie salió con ella y nunca me lo dijo, nunca hablamos de
con quién había salido. Nunca la mencionó ni una sola vez. Y aquí está, y puede que
esté de duelo como yo, pero no lo sabría porque hasta hace dos días no tenía ni idea
de quién era y Maggie nunca la mencionó ¿Por qué Maggie nunca la mencionó?

Porque esa es la cosa. . . no recuerdo que mencionara a Elissa. No es el nombre


exactamente, aunque tal vez mencionó a una ex en algún momento. La verdad es que
no presté atención, no quise pensar en ello, en Maggie con otras chicas.

Porque, ¿y si me estuviera comparando con ellas? Especialmente si hubiera estado


con chicas que ya todos sabían su orientación sexual, chicas que sabían lo que
querían, chicas que sabían que les gustaban las chicas desde los once años, y aquí
estaba yo, un fraude a los dieciséis que nunca había besado a una chica.

Nunca la mencionó, pero nunca le pregunté, y tal vez debería haberlo hecho.

No. Sé que debería haberlo hecho.

El carro de Elissa se detiene en un semáforo, el único de nuestra ciudad.

Pasamos por una pizzería, y giro la cabeza para no tener que verla. Julia me llevó
allí justo cuando me mudé, y pasamos el tiempo comiendo pizza y le mostré lo buena
que era en el Pac-Man, cómo tenía el patrón memorizado desde que era una niña y
mamá y yo jugábamos mientras esperábamos en el cine.

Iba a traer a Maggie aquí, mostrárselo a ella. Pero yo siempre estaba con miedo de
encontrarnos con alguien que conociéramos.

De todas formas. Ya es demasiado tarde.

—¿Cómo te sientes? —Elissa pregunta, y tardo un minuto en darme cuenta de


nuevo que me está hablando, estoy tan perdida en mis propios pensamientos.

—Yo. . . no lo sé —digo, y es la primera vez desde que descubrí lo de Maggie que


digo algo honesto, sorprendiéndome a mí misma.

Pero Elissa lo entiende. Por mucho que me moleste Dylan por obligarnos a estar
juntas, no es su culpa.

Ella asiente con la cabeza.

—Sí. Yo…Sí. Lo entiendo. Es raro pensar que se ha ido, ¿sabes?


Lo sé, pero no puedo decir eso, no puedo forzar las palabras de mi boca. Así que le
pregunto algo diferente.

—¿Cómo conociste a Maggie?

—En la escuela secundaria. Yo estaba cuando hicieron Thoroughly Modern Millie


hace dos años. El único show musical que participé —dice ella—. Maggie era nuestra
directora de escena. Estudiante de segundo año, pero ella te fastidiaba si hablabas
entre bastidores. Nos conocimos cuando salí a fumar durante el ensayo general y ella
salió a quejarse de los actores. Nos llevamos bien, empezamos a salir —dice mientras
busca un cigarrillo en su bolsillo—. ¿Te fastidia si fumo aquí?

—Es tu carro.

—Eso no es lo que pregunté.

—Sí —digo—. Me fastidia.

Comienza a tamborilear sus dedos en el volante.

—Renuncié, ya sabes. Quiero decir. . . Maggie quería que lo dejara, así que lo dejé,
pero cuando me enteré de que había muerto. . . los viejos hábitos son difíciles de
borrar.

—¿Cómo te enteraste? —pregunto, en voz baja.

—Dylan me llamó, dijo que pensaba que lo escucharía de alguien de la escuela


tarde o temprano, así que quería decírmelo.

—¿Dylan te llamó? —Ni siquiera puedo mantener los celos fuera de mi voz.

Ella me mira.

—Sí.

La tristeza que se acumulaba en mi pecho se convierte rápidamente en rabia.

—Increíble.

—¿Qué?

—¿Tú recibes una llamada, y yo tengo que averiguarlo por unas chicas en el
vestuario? —Mi voz se vuelve chillona, como siempre lo hace cuando estoy enfadada,
y me hace enfadar más, pero no puedo parar. —Llevamos juntas casi un año y nadie
piensa en hacer nada al respecto, ¿nadie piensa en llamarme o decírmelo? —Respiro
profundamente y me estremezco, meto las manos en los puños y me clavo las uñas en
las palmas de las manos. Puedo sentir las lágrimas pinchando en el fondo de mis ojos,
pero me condenaré si lloro ahora.
—Siento que Dylan no te haya llamado —dice Elissa después de un minuto—.
Debería haberlo hecho. Eso fue una mierda.

—Sí. —Sueno mi nariz. —Lo fue. —Abro la caja de la consola para buscar una
servilleta o un pañuelo, tomo uno que parece como si hubiera estado ahí por un tiempo,
y me sueno la nariz en ella.

No es culpa de Elissa que Dylan no me lo haya dicho. Pero el hecho de que ella lo
supiera y yo no, el hecho de que ni siquiera pensara en llamarme, me quema por
dentro.

El auto se detiene y miro hacia arriba.

Estamos aquí.

El estacionamiento está lleno de dolientes, los cuervos de plumas negras vienen a


mirar embobados a la chica muerta. El equipo de Leesboro están en grupo, todos con
sus chaquetas. A su lado hay un grupo de chicas de colores demasiado brillantes para
un funeral, el departamento de teatro.

Pero creo que a Maggie le habrían gustado esos colores. Maggie odiaba el negro.
El departamento de teatro está haciendo más para honrar su memoria que yo.

¿Podría seguir honrando su memoria si su hermano ni siquiera me llamó para


decirme que ha muerto?

—No quiero entrar —digo mientras Elissa estaciona su camioneta en la calle—. No


quiero hacer esto.

Ella me mira.

—Chúpala, Corinne —dice, con la voz ronca—. ¿Crees que eres la única que está
de luto? ¿Crees que alguien aquí se va a fijar en ti? Maggie hubiera querido que
estuvieras aquí, ¿de acuerdo?

Eso me golpea. Elissa debió darse cuenta, porque ella aparta la mirada de mí.
Tropiezo, tambaleándome sobre tacones que nunca uso. Por un corto segundo pienso
que estoy a punto de caer, caer en el pavimento y quedarme ahí tirada en un montón
arrugado durante toda la ceremonia, pero Elissa me agarra del brazo y me alza de
nuevo. Me sorprende lo fuerte que es.

—Jesús —me quejo, quitándomela de encima—. Me vas a romper.

Se encoge de hombros, pero la mirada que me echa me dice que preferiría


haberme dejado caer.
La iglesia está llena. Elissa y yo nos paramos atrás, lejos de la familia de Maggie y de
todas las chicas de su instituto.

Creo que pueden decir que no pertenezco. Creo que todos se dan cuenta. Las
chicas podemos sentir eso. Es para lo que estamos entrenadas, algún retorcido
mecanismo de supervivencia.

Nadie mira a los Baileys cuando entran, como si su dolor fuera contagioso, como si
la gente que amamos muriera si los miramos o los tocamos.

Tomo una parte de mi vestido entre los dedos, juego con él para poder darme algo
en lo que concentrarme mientras el pastor dice que Maggie está en un lugar mejor y
que es su hora. Si dice algo sobre que Dios necesita otro ángel o alguna mierda así,
me paro en un banco de la iglesia y grito.

Maggie creía en todo esto. Maggie creía en Dios, ella rezaba antes de las comidas y
hacía grupos de jóvenes los domingos, y quería preguntarle ¿cómo? ¿Cómo pudo
aferrarse a esa fe cuando tantas otras personas en su iglesia la habrían rechazado si
hubieran sabido de nosotras? ¿Cómo podía creer en un Dios que tantas otras personas
usaban como arma contra ella?

Nunca tendré la oportunidad de preguntarle.

El pastor deja de hablar, y hay murmullos cuando todos los que están delante de
nosotras leían los himnos, ruido de gargantas y el crujido de las páginas. Elissa se
mueve a mi lado. Había olvidado que estaba allí.

El piano se pone en marcha y el nudo en mi garganta se hace más grande porque


es How Great Thou Art, que era la favorita de Maggie.

Una vez me hizo ir a la iglesia con ella y la cantaron, y yo me quedé mirando


mientras cantaba, aunque siempre decía que su voz era terrible.

No significó para mí lo que significó para ella, pero oírlo ahora casi me deja perpleja,
porque en todas estas voces que cantan el coro, la suya no está entre ellas.

—¿Quieres salir? —Elissa susurra mientras la congregación se mueve hacia el


segundo verso.

Sacudo la cabeza.

—Estaré bien.

—¿Estás segura?

—Apártate, Elissa —digo, y ella se mueve lejos de mí, casi corriendo donde otra
chica quien nos mira a las dos como si no perteneciéramos a este lugar.
No pertenezco a este lugar. No pertenezco a estas chicas afligidas, chicas que
reclaman a Maggie mientras que yo sólo tengo momentos robados y besos en su
sótano.

Pero pienso en lo que dijo Elissa, en cómo Maggie me hubiera querido aquí, y no
puedo obligarme a irme.

No sé cómo sobreviví al funeral. Resisto apoyándome en la pared del fondo y cerrando


los ojos, pensando en Maggie, en su sonrisa, en cómo habría hecho una broma para
hacerme reír, para hacernos reír a todos, porque no soportaba ver a nadie llorar.

Voy a superar esto, voy a estar bien. . .

Y entonces Dylan se pone de pie. Su cara está roja aunque no está llorando, su
dolor se refleja por toda la habitación.

Si Maggie estuviera aquí, lo consolaría. Eran muy unidos, sobre todo porque sólo se
llevaban dos años de diferencia, y si ella estaba aquí. . .

Pero no lo está. Ella no está aquí, y el resto de nosotros sí, y somos los que
tenemos que seguir sin ella aunque no podamos y no sea justo.

Dylan se aclara la garganta, y a través de un hueco en la multitud puedo ver. . .

Tiene su mano en el ataúd. Su ataúd. Y se apoya en él como yo en esta pared, la


otra mano temblando mientras sostiene un pedazo de papel frente a él.

Se aclara la garganta de nuevo, y alguien se pone a sollozar antes de que haya


empezado. Por un segundo creo que es una de las chicas del teatro, pero no es la Sra.
Bailey. Colapsó en el hombro de su marido, el cuerpo temblando.

—Maggie —comienza Dylan, y él diciendo su nombre, el sonido de la misma en su


boca, de alguna manera hace que esto sea más real, y yo agarro el brazo de Elissa
para evitar caerme de nuevo. —Maggie. . .Mi hermana. . . era genial. Era una
ganadora, y creo que todos aquí saben que ella haría lo que fuera para ganar.

Lo dice con orgullo, con tristeza, pero las chicas delante de mí se miran.

Maggie era competitiva, si estabas siendo amable. Si no lo eras, a veces era una
perra, con una vena perfeccionista no sólo para ella misma sino para todos los que la
rodeaban.
Pero nadie aquí va a decir eso. Probablemente no lo harán nunca más. La muerte
hace eso a las adolescentes, las convierte en mártires, en ángeles perfectos con alas
blancas y halos que no encajan.

—Estaba tan motivada —dice Dylan—, y realmente quería usar eso, para ayudar a
la gente, especialmente a los niños, era muy buena con los niños. Lo que más le
gustaba hacer los domingos por la noche era ser voluntaria del grupo de jóvenes. Ella. .
.— Su voz se quiebra, lo que provoca una nueva ronda de sollozos de la Sra. Bailey. —
Ella quería ser maestra.

Algo dentro de mí se rompe. No sabía eso. No sabía que Maggie quería enseñar;
nunca hablamos de ello. Nunca me lo dijo.

No me habló de eso, de Elissa. Sabía tantas cosas sobre ella, pero no estas cosas,
y creo que. . . Dios, ¿la conocía siquiera?

No. Lo hice. Tengo que aferrarme a eso. La conocí; sabía tanto de ella porque la
amaba, porque si admito que no la conocía y no está aquí para decírmelo. . .

No puedo lidiar con eso.

Vuelvo a prestar atención a Dylan. Ha bajado su papel, su cara roja como su pelo, y
luego empieza a llorar. No son los sollozos abiertos de la Sra. Bailey, pero las lágrimas
le corren por la cara, sin esfuerzo para ocultarlo. Una sensación de malestar llena el
aire, incómodo al moverse porque Dylan está llorando abiertamente, apoyándose en el
ataúd de su hermana para sostenerse. También de inquietud porque Dios no permita
que un chico llore tan abiertamente, aunque su hermana haya muerto. Mejor que se lo
guarde, que lo embotelle, para que el resto de nosotros no nos sintamos incómodos.

Pero Dylan está de pie delante de nosotros, y está llorando.

Después de un minuto algunos de sus amigos de la universidad se levantan y lo


llevan de vuelta a su asiento, donde se sienta junto a sus padres, con la cabeza
inclinada.

No puedo hacer esto. No puedo quedarme aquí y ver cómo sacan su ataúd,
mientras su familia sale y todos se arrastran detrás de ellos susurrando, no puedo.

Le murmuro algo a Elissa sobre la necesidad de tomar aire. Ella presiona sin
palabras sus llaves en mi palma de la mano, y tan pronto como salgo de la iglesia corro
a la camioneta y me encierro dentro.
Elissa se queda en el estacionamiento por un buen rato después de que todos han
salido, hablando con algunos otros dolientes que parecen de su edad. Algunas de las
chicas del teatro se acercan a ella y la abrazan.

¿Lo saben? ¿Saben quién era ella para Maggie?

La observo. La forma en que enciende hábilmente un cigarrillo, la forma en que una


de las chicas le toca el brazo y echa la cabeza hacia atrás y se ríe. Puedo ver por qué
le gustaba a Maggie y odio poder hacerlo.

¿De qué están hablando estas chicas? ¿Qué están diciendo que yo no sé?

Y esa pregunta vuelve a mí otra vez, ¿cuánto sabía realmente sobre Maggie?

¿Merezco siquiera apenarme por ella?

Elissa vuelve a su camioneta unos minutos después, oliendo a cigarrillo y al


perfume de una de las chicas del teatro. Arranca su auto pero no salimos, sólo se
sienta allí por un minuto.

Se acerca y me toca la mano, suavemente, como si no estuviera segura de si


debería hacerlo.

—Oye —pregunta—. ¿Tú. . . quieres ir al entierro?

—. . . ¿Tú quieres?

Se encoge de hombros, exhalando.

—No. . . ¿no realmente? Porque si veo que la entierran. . .—se detiene—. Yo sólo. .
. No puedo hacerlo, ¿sabes?

Sus palabras se hacen eco de lo que he estado sintiendo y pensando, y por un


minuto no me siento tan vacía porque aquí hay una chica que lo entiende, que entiende
por lo que estoy pasando. Quiero llegar a ella, pero cada vez que puedo sentir que lo
intento, pienso. . .

¿Por qué no me habló Maggie de ti?

—Yo tampoco quiero —digo, y ella asiente con la cabeza.

Maggie va a ser enterrada en un cementerio junto al parque en el que solía jugar de


niña. Donde se cayó del tobogán y perdió un diente, donde Mariah Davis fue mala con
ella en el arenero y la hizo llorar. Ella va a ser enterrada allí y su ex-novia y yo no
estaremos allí para verlos bajarla en un hueco.

Y pues. . . eso será todo.

Elissa arranca su camioneta.


—Si no vamos. . . ¿qué quieres hacer?

Y la idea de que todavía no tengo nada tangible de ella, no realmente, me golpea de


nuevo.

—Quiero sus cosas —digo de repente, soltando las palabras de mi boca—. Sus. . .
sus cosas de deporte.

—¿Dónde está?

—En su casa —digo.

Elissa suspira, pero no saca el carro del aparcamiento.

—Corinne…

—Lo necesito, Elissa —digo—. No le dijimos a nadie lo nuestro, y correr es lo que


teníamos en común y necesito. . .

—Lo entiendo —dice, cortándome el paso. Luego—: ¿Por qué no le contaron a


nadie?

El pánico se eleva en mi garganta ante su pregunta, pánico y algo más, algo agrio.

Creo que es la culpa.

Sé que es culpa.

—Porque. . . porque. . . —digo, pero no puedo sacar las palabras—. Nosotras. . . no


estábamos preparadas.

Elissa frunce el ceño, pero no dice nada más al respecto.

—Si quieres sus cosas, vamos a tener que esperar a Dylan —dice—. O a sus
padres. No puedes simplemente entrar en su casa.

—Lo sé —digo. Luego—: ¿Podrías venir conmigo? Quiero decir que sé que tendrás
que llevarme, pero quiero decir. . . ¿podrías venir conmigo? No quiero estar sola.

Por una fracción de segundo, sus manos se aprietan en el volante y creo que está a
punto de llorar. Luego exhala, larga y lentamente.

—Sí —dice—. Puedo hacerlo.

—Estás . . . ¿estás bien? —pregunto, porque me doy cuenta que conocía a Maggie
tan bien como yo. Ella también salía con ella.

Ella también la perdió.


—Los funerales me asustan un poco —dice Elissa, pasando los dedos por su
pelo—. Estaré bien.

—Bien —digo—. Tú. . . no tienes que ir conmigo si no quieres.

—No —dice—. Sí debería ir. —Respira profundamente otra vez. —Iré a preguntarle
a Dylan, ¿de acuerdo? Probablemente vaya al entierro, así que tendremos que
esperar, pero si le parece bien, iremos.

—Bien —digo, y espero a que ella salga del carro, dejándolo encendido.

Su pregunta vuelve a mí cuando cierra la puerta.

¿Por qué no le dijeron a nadie?

Sé la respuesta a esa pregunta, pero no puedo pensar en ello, no ahora.

Empiezo a llorar de nuevo. Maggie se ha ido y no le dijimos a nadie lo nuestro ni


nuestra orientación y ahora ninguno de las dos tendrá esa oportunidad, porque ella no
está aquí y estoy demasiado asustada para hacerlo sin ella.

Se merecía algo mejor que yo.

Elissa regresa cinco minutos después, y sé que fumó, porque huele aún más a
cigarrillos.

—Dylan dijo que nosotras podríamos encontrarnos con él ahí —dice—. Sus padres
se van a quedar con su tía toda la noche ya que es muy fuerte para ellos estar en casa,
así que no deberíamos encontrarnos con nadie.

—Bien —digo. Elissa pone el carro en marcha y empieza a conducir. Mantengo la


mirada fija en mi regazo, resistiendo el impulso de sacar mi teléfono.

—Así que —dice Elissa mientras giramos en un camino secundario—. Um. ¿Cómo
va la escuela?

—Suenas como mi padre.

Suelta una risa.

—Lo siento. No tenemos que hablar si no quieres.

—No, la distracción es agradable —digo—. Um. Está bien. El correr me va a


consumir mucho de mi tiempo. La entrenadora quiere que clasifiquemos para las
Estatales este año si podemos, ya que algunos de los mejores corredores se van a
graduar.

—¿Cómo funciona eso?

—Algo así como lo que esperas. Tenemos que ser lo suficientemente rápidos como
equipo para clasificar para los Regionales, entonces la entrenadora manda a siete de
nosotros para eso, entonces si el equipo se coloca en el veinticinco por ciento superior,
vamos a las Estatales.

—¿Has estado antes?

—No —digo—. No soy tan buena. Maggie . . . Maggie lo era. Pero tampoco llegó al
año pasado. Su equipo casi clasificó, pero no del todo.

Aunque ella iba a hacerlo este año. Habíamos hablado de ello durante el verano.
Iba a esforzarse aún más para llegar al Estatal.

Ella me quería allí con ella.

—Eso no me sorprende —dice Elissa—. Siempre fue una perfeccionista.

Para mi sorpresa, me río. Porque ella tiene razón. Porque conoce esa parte de
Maggie.

—¿Qué hay de ti? —pregunto—. Supongo que estás estudiando, ¿verdad?

—Sí. Estoy estudiando informática, pero primero haré la universidad comunitaria. Mi


padre es ingeniero químico, así que. . . sí. No estaba muy contento con Wake Tech,
pero si puedo sacar lo básico del camino es más barato para nosotros y es más fácil
para mí entrar en un programa de cuatro años en el futuro. —Me mira. —¿Y qué hay
de ti? ¿Qué quieres hacer cuando te gradúes?

—Me haces sentir muy joven —digo, sorprendiéndome a mí misma.

—Sólo soy dos años mayor que tú.

—Sí, pero . . . no importa —digo—. Y no sé. Pensé en hacer algo con química, tal
vez.

Elissa parece sorprendida.

—¿En serio?

—Bueno, sí, ¿por qué no?

Aunque sé por qué no; sé lo que va a decir antes de que lo diga.

—No pareces de ese tipo.


Miro hacia abajo. Estoy en mi vestido azul marino de J. Crew que mi madre compró
por la culpa de perderse mi decimoséptimo cumpleaños, mis dedos con el esmalte rosa
casi salido, mi pelo rubio atado. Mis manos, perfectamente blancas, bronceadas por las
carreras.

—¿Qué aspecto tengo, entonces? —pregunto.

Elissa sacude la cabeza.

—Olvídalo. No debería… Olvidado.

—Elissa. . .

Levanta una mano, y nos quedamos en silencio hasta que llega a la entrada de
Maggie.

Automáticamente busco su carro, pero no está aquí. La imagen del carro aplastado
contra el árbol de las noticias de hace dos noches pasa por mi mente. . .

Oh. Dios. ¿Cómo fue? Apenas vi las noticias, no quería verlas, pero de repente lo
único que puedo imaginar son sus últimos momentos, su carro chocando contra un
árbol, el teléfono y el bolso y Maggie volando hacia el parabrisas. . .

No puedo pensar en eso.

Estoy a punto de decir algo al respecto cuando el carro de Dylan se detiene y me


salva de abrir la boca. Los tres salimos de nuestros carros al mismo tiempo,
congregándonos en la acera delante de la casa como si tuviéramos miedo de entrar.

Dylan me mira.

—¿Por qué quieres sus cosas, Corinne? —pregunta, y su voz tiene un tono que no
esperaba.

—Yo . . .—vacilo—. Porque quiero algo físico de ella y correr era algo nuestro. . .

Suspira. Se queda ahí parado, mirándome fijamente.

—Déjala, Dylan —dice Elissa, sorprendiéndome. Dylan la mira y ella se encoge de


hombros. —¿Qué más vas a hacer con eso?

Él muerde su labio inferior.

— . . . Está bien. —Saca las llaves de su bolsillo y abre la puerta.

Su casa huele igual. No como ella, no del todo, pero acogedora de esa manera en
que huelen las casas de los demás.
—Vamos —dice Dylan, y comienza a subir las escaleras, Elissa y yo vamos detrás
de él.

Me detengo mientras subimos las escaleras, no puedo evitar mirar las fotos de
Dylan y Maggie que se alinean en las paredes, ellos en Disneyland cuando era niña, el
año pasado en Nueva York frente a la carpa del Fantasma de la Ópera, Maggie
sonriendo de oreja a oreja. El parecido entre los dos es asombroso en las fotografías, y
odio que sea lo único que quede de ella, estas fotos y lo que pase por la cabeza de
Dylan cada vez que se mire en el espejo.

Los tres nos paramos frente a su habitación. La puerta está cerrada, pero aparte de
eso, todo parece igual. Como si todos estuviéramos esperando a que volviera.

—Sus cosas para correr todavía están en el armario —dice Dylan—… Puedes
hacer esto sin mí. —Elissa extiende una mano y toca a Dylan en el hombro, pero él se
encoge de hombros. —Estaré abajo —dice en seguida, y luego desaparece. Ella me
mira.

—¿Estás lista?

—No —digo. Pero yo soy la que quería hacer esto.

—¿Quieres que vaya contigo?

—En un minuto —digo, y ella asiente.

—Esperaré aquí afuera.

Tomo un respiro y me preparo, y luego abro la puerta.

Se ve igual. No sé por qué pensé que no lo sería. Las paredes siguen siendo de
color lavanda. Me burlaba de ella por eso, pero no le importó. También me burlaba de
los posters de caballos debajo de su cama, de los libros de Crepúsculo que colgaban
en su estantería, porque era tan típica, porque era una chica.

La única cosa que ha cambiado es el tablero de anuncios encima de su cabecera.


Lo que estaba cubierto con folletos del Estado de Oklahoma, Estado de Florida, ahora
está cubierto con una carta de reclutamiento de Villanova.

Ver esa carta hace que me arda el pecho. No por celos, no por el hecho de que
Maggie fuera reclutada por las universidades de la División I cuando yo no lo estoy,
sino por el hecho de que quería viajar hasta Pensilvania para ir a la universidad, que
había tomado una decisión sin mí.

Tenía tanto miedo de que me dejara, y ahora lo ha hecho.

Su cama no está hecha. Trato de no mirarla, trato de no pensar en las horas que
pasamos besándonos en esa cama cuando no había nadie o el calor de su espalda
contra la mía cuando me quedé a dormir, o. . .
Dios, no puedo hacer esto.

Me volteo, presiono mi mano contra mi boca así Elissa no me podrá escuchar llorar.
Me toma un minuto que luego pueda ir al armario y busco la caja de sus cosas para
correr. Es una vieja caja de cartón, una que tal vez contenía un regalo de Navidad o
algunos juguetes de la infancia en el ático y ahora todo lo que contiene es lo que queda
de la carrera de Maggie.

Cierro los ojos y abro la caja, toco su ropa de correr y sus zapatillas y el manual de
correr de Leesboro. Y luego mis dedos rozan otra cosa, y sé inmediatamente lo que es.

Lo saco, abro los ojos. En mi mano está la cinta verde lima que usó en cada
competencia. Hay algunos mechones de su pelo todavía atrapados en ella y trato de no
pensar en eso mientras la deslizo por mi muñeca.

Huele a ella. No quiero, pero lo hace, más que su habitación, más que nada en esta
caja, esta cinta huele a su champú y a su perfume y a los días de las carreras y a
nosotras.

Ella pensó que era suerte. Juró que lo era, juró que se desempeñaba mejor cuando
lo usaba.

Me lo pongo en la muñeca. No me siento más afortunada. Maggie se ha ido y yo


estoy en su habitación con una caja de sus cosas para correr y todo lo que siento es
rabia, tristeza y pérdida.

—¿Corinne?

Miro hacia arriba. Elissa está de pie en la puerta, con la preocupación en toda su
cara.

—¿Es eso? —pregunta ella, y yo me limpio los ojos.

—Sí.

Se acerca y se agacha a mi lado, se sienta en el suelo. No va a por la caja. En su


lugar, mete la mano en el armario y saca una pila de papeles, de los shows, y
comienza a hojearlos.

—Hubo un Halloween con el que salimos en el que me hizo vestirme como el


Fantasma, y ella era Christine —dice Elissa—. Creo que todavía tengo la máscara en
un armario en algún lugar.

—Dios, ella amaba ese musical —digo—. Pero ella odiaba la película.

Elissa se ríe.

—¿Te hizo ver la versión en vivo?


—Sólo como cinco veces —digo—. Nunca le dije que me quedé dormida en una de
ellas.

—Igualmente —dice Elissa, y me llama la atención—. Es bonito —dice—. Ser capaz


de hablar de ella contigo. Con. . . con alguien que realmente la conociera.

Quiero estar de acuerdo con ella. De verdad, de verdad que sí. Pero luego recuerdo
que Maggie nunca me habló de ella, Elissa sabía quién era yo, pero Maggie nunca me
lo dijo y sabía todas estas cosas y yo. . .

No digo nada. Me pongo la caja al pecho, ansiosa por salir de su habitación de


repente, de su casa, porque no sé con quién estoy más enfadada, con Maggie por no
decírmelo o conmigo misma por no preguntar.
SIETE MESES ANTES
Hago una lista de los chicos en mis dedos, mi cabeza en su estómago, sus manos en
mi pelo.

—Estaba Bryce Hinson, allá en Colorado —digo—. Aunque estaba en la escuela


secundaria, así que no contaba realmente. Jeremy Hayes, cuando me mudé aquí. Y
Trent Moore, hace unos meses.

—¿Por qué rompiste con Trent? —pregunta.

Me encogí de hombros.

—Quería que conociera a sus padres y fuera para el Día de Acción de Gracias, y no
pude. Me gustaba, pero no podía. Así que lo terminé.

Ella asiente con la cabeza.

—¿Era diferente con ellos?

—Sí y no. Me refiero a que. . .—Me detengo.

No tenía que esconderlo con los chicos, pero ahora no siento que sea el momento
de sacar el tema.

Debería preguntar con quién salió, pero no quiero saberlo. No quiero pensar en
otras chicas antes que yo, cómo era ella con ellas.

Se sienta y me lleva hacia ella, me besa, y pronto me olvido de Trent, Bryce,


Jeremy, de todos los que no son ella.
CUATRO DÍAS DESPUÉS
Me despierto el viernes aturdida y delirante, tomo mi teléfono, olvidando por un
segundo. . .

Y entonces recuerdo. El velorio. El funeral. Elissa, montada en su camioneta, el


hecho de que todos parecían conocerla.

Entro a Instagram. Hay veinte nuevos comentarios en el último post de Maggie.

He leído todos y cada uno de ellos.

Te hubiera encantado el funeral. Hubo un servicio tan hermoso y tocaron


tu canción.

El grupo de jóvenes realmente te extraña. Ayudaremos en el festival de la


cosecha la próxima semana y es raro planearlo sin ti.

La práctica es tan rara sin ti, amiga.

Mirar esto duele, pero no puedo detenerme. Me voy a su Facebook, pero solo hay
un nuevo post en su muro, uno de la Sra. Bailey. Casi no lo leo, casi no lo miro porque
se siente tan privado, su dolor en pantalla.

Tu padre y yo te extrañamos mucho. Lo está pasando muy mal. Yo


también. Mucha gente vino ayer a celebrar tu vida. Te querían tanto, cariño.
Tan amada por todos, especialmente por nosotros.

Salgo de la aplicación, apago mi teléfono y lo pongo en mi mesita de noche,


acurrucándome de lado en la cama. Me siento tan egoísta por el luto cuando la Sra.
Bailey está realmente dolida, egoísta por pensar en mí misma en vez de en la familia
de Maggie.

Pero también la perdí.

Me levanto de la cama, me estiro en el suelo, y me cambio los pantalones, las botas


hasta la rodilla que compré ahorrando durante meses trabajando en la heladería para
comprarlas porque todas las chicas del equipo de carrera las llevan. No me quedan
bien, pero eso no importa. Me hacen ver como si perteneciera, y eso es lo importante.

Cuando nos mudamos aquí el verano después de mi primer año, me prometí a mí


mismo en la parte de atrás del carro cuando cruzamos la frontera de Carolina del Norte,
que no importaba lo que costara, no importaba cómo me hiciera sentir, fingiría que
pertenecía a este lugar. Me vería como si fuera feliz, ser una de esas chicas perfectas y
brillantes que todo el mundo quiere ser.

Incluso entonces la distancia entre mis padres crecía, no importaba cuanto tratasen
de ocultármelo. Así que decidí: si su matrimonio no podía ser perfecto, entonces yo
tenía que serlo, para hacer las cosas lo más fácil posible para ellos.

Y luego ellos se divorciaron de todas formas. Pero papá obtuvo la custodia, y sé


que él no sabe qué hacer con una adolescente, así que es mejor para él si sigo
fingiendo. Sigue mintiendo.

Soy buena en eso.

Tocan mi puerta antes de que papá asome la cabeza, justo cuando me pongo la
camisa sobre el sujetador deportivo.

—Tocar significa que vas a esperar a que te diga que entres antes de abrir la puerta
— digo.

Pone los ojos en blanco, mira alrededor de mi cuarto desordenado.

—¿Por qué no has hecho las maletas todavía?

—¿Maletas?

—Es el turno de tu madre este fin de semana, ¿recuerdas? —dice.

Mierda. Mamá. Bien.

Mi madre tiene derecho de visita dos fines de semana de cada mes. Habría sido
más, pero su expediente no la hizo muy querida por el juez del condado, y el hecho de
que caminara la mañana de la audiencia de custodia tambaleándose y oliendo a
alcohol sólo selló el trato.

—No quiero ir —digo—. Estará borracha todo el fin de semana.

La cara de mi padre se contorsiona como si hubiera olido algo horrible.

—Corey, sé amable. Lo está intentando.

Me resisto al impulso de recitarle exactamente cuántos tragos se necesitan para


emborracharla, ya sea en cerveza, vino o cócteles. No importa, me los sé todos de
memoria.

—De acuerdo, pero llevo un alcoholímetro —bromeo, y él frunce el ceño.

—Tienes una competencia mañana, ¿verdad? —dice, cambiando abruptamente de


tema, frotándose la nuca, las conversaciones reales que nunca tendremos sobre el
alcoholismo de mi madre siguen haciéndole sentir incómodo. No lo mencionamos a
menos que sea una broma, algo fácil de reír e ignorar.

—Sí —digo—. Contra Greenwood.

—¿Quieres que vaya?

—No es necesario —digo, metiendo mis zapatillas y una novela de Ursula K. Le


Guin en mi bolsa de lona—. Los aplastaremos de todos modos, no hay necesidad de
que salgas a ver eso.

—Me gusta verte ganar.

Yo sonrío. Sé que mi padre no entiende el alboroto en torno a la carrera, nunca ha


sido un atleta, pero el hecho de que se preocupe, que lo intente, hace más que
compensarlo.

Una pequeña parte de mí susurra que le gusta verme ganar porque significa que
saldré de aquí como él quiere, pero lo tapo. Mamá nunca ha aparecido en una
competencia, así que en el juego de “qué padre se preocupa más”, él es el que gana.

Los padres de Maggie fueron a todas las competencias. Dylan también, me dijo,
antes de que se fuera a la universidad.

Supongo que ya no tienen que, y sería incómodo que aparecieran ahora que su hija
está muerta. Algunas personas pensarían que es patético, incluso. Sólo toleramos el
dolor aquí abajo por un tiempo antes de que se espere que lo superes.

—Hoy no, papá —digo—. Guarda eso para las carreras más grandes.

Asiente con la cabeza.

—No puedo esperar a verte en las carreras más grandes, Corey. Me sentaré al lado
de los otros y les diré que tengan cuidado contigo.

—Papá —digo, pero el miedo a sus palabras se retuerce dentro de mí—. No lo


harías.

—No me subestimes —dice, y guiña un ojo. Antes de que pueda responder,


preguntarle si está bromeando, aunque sé que no lo está, Bysshe entra y se enreda en
los tobillos de papá. Papá lo levanta y le besa la cabeza, y luego baja las escaleras.

—No llegues tarde a la escuela —grita, y con eso, se va.


UN AÑO ANTES
Ya está dentro cuando voy a la cafetería, sentada junto a la ventana. Lleva un bonito
top púrpura, un abrigo verde bosque sobre su silla, y pendientes, cosas que nunca le
he visto en los días de carreras.

Mi corazón late aún más rápido.

Pero son sólo dos chicas en una cafetería, dos colegialas que quieren conocerse
mejor. Tengo un novio, y no siento eso por ella, y esto no significa nada.

Hay un sonido de campana cuando entro, y ella mira hacia arriba inmediatamente,
la emoción se le nota en la cara aunque sólo estamos aquí para tomar un café.

Pero la forma en que me mira se siente diferente.

—¡Hola! —dice, parándose desde su silla, y antes de que me dé cuenta me está


abrazando. Huele a madreselva, a veranos sureños, y mis manos tiemblan cuando las
presiono contra su espalda.

—Hola —le digo, y ella me mira fijamente. Me siento frente a ella, me quito el
abrigo y lo cuelgo en el respaldo de la silla.

Mi teléfono suena cuando lo hago. Es Trent, quiere saber si voy a ir mañana


después del partido.

Lo puse de nuevo en mi bolsillo. Hablar con él cuando salgo con esta chica se
siente mal. Grosero.

—¿Quién es ese? —pregunta.

—Mi novio —digo.

—Oh —dice, y cuando la miro, ¿veo un parpadeo de decepción en su cara?

—No vamos en serio —digo—. Quiero decir, supongo que estamos llegando a eso.
. . quiere que vaya para Acción de Gracias y conozca a sus padres y todo eso. Incluso
a su abuela.

—Maldición —dice—. Abuela. Eso es serio.

Me río, pero tengo una punzada de miedo en el estómago.


—Supongo. —Me encojo de hombros, observo como toma un sorbo de su café. —
¿Tienes novio?

No sé por qué pregunto. Para hacer conversación, supongo.

Agacha la cabeza y sonríe.

—No —dice—. No tengo.

Hay algo con eso, pero no pienso en qué.

Hablamos. Acerca de las competencias, acerca de mudarse, la diferencia entre el


invierno de Colorado y el Carolina del Norte. Acerca de su hermano, lejos por la
universidad. Acerca de cómo es casi como si tuviera que estar a la altura de las
expectativas de ella y no al revés, a pesar que él es mayor. Le cuento lo que es tener
padres divorciados, pasar los fines de semana partiéndose en dos. Apoyando a una
parte incluso cuando no deberías, subconscientemente.

Hablamos y llego a conocerla mejor y creo que podríamos ser amigas. Aunque
estemos compitiendo entre nosotras en cada carrera. Podríamos ser amigas de verdad.

Me abraza de nuevo cuando nos vamos, y la electricidad me atraviesa al tocarla.

¿Tienes novio?

No. No tengo.

¿Por qué ese pensamiento me llena de algo que no puedo explicar?

Pienso en ella durante todo el viaje a casa.


CUATRO DÍAS DESPUÉS
Las palabras de papá resuenan en mi cabeza cuando me siento a almorzar.

Nunca lo hizo como un secreto que él espera que correr sea la forma en que voy a
salir de Carolina del Norte, ir a una gran universidad, y nunca mirar hacia atrás. Piensa
en que consiga una beca, varias becas, para que pueda escapar de los préstamos
estudiantiles como los que aún está pagando.

Quiere que sea mejor este año. Lo ha dicho varias veces, porque cuanto mejor sea,
más posibilidades tengo de salir de aquí.

A veces pienso en salir de esta ciudad, de este estado, pero no me lo imagino. No


puedo imaginarme ningún tipo de futuro para mí fuera de lo que está inmediatamente
delante de mí, aunque sé que debería.

Maggie podría. Podía imaginarse todo este gran futuro para nosotras, y era fácil
dejarla hacer eso. Intentó que entrenara con ella este verano para que cuando
empezara la temporada de otoño, estuviéramos casi en igualdad de condiciones.

Pero ella siempre fue mejor que yo. Ninguna cantidad de entrenamiento iba a
cambiar eso.

Aun así. Lo intentaría. Porque eso es lo que hacen las chicas perfectas.

TrentyChrisayJulia ya están sentados en nuestra mesa compartida, intercambiando


comida e historias, cuando me acerco. Julia se mueve para hacerme sitio en el banco
de al lado.

Julia corre porque le encanta, se puede ver en su rendimiento. Chris es igual. ¿Y


Trent? Todo es fácil para Trent. El fútbol, las clases, las citas, no importa. Todo le
resulta fácil, y a veces lo odio por ello.

Trent fue el primero en invitarme a sentarme con ellos. Conocí a Julia cuando me
dijo que postulara para las carreras, pero no nos hicimos muy amigas hasta que
empezó la temporada. Entré en el café mi segundo día sin ningún sitio donde
sentarme, tratando de entender, porque no había tanta jerarquía a como era de gente
que se conocían desde el jardín de infancia, y aquí estaba yo, completamente nueva y
sin entender nada.

Y vi a Julia, pero su espalda estaba hacia mí, y entonces Trent me saludó con esa
brillante sonrisa de chico dorado, y pensé, de acuerdo, esto es lo que hacen las chicas
perfectas, se sientan con chicos guapos que deben ser atletas.

Era más que eso, sin embargo: Trent me hizo sentir bienvenida. Me senté en la
mesa y él me preguntó que había comprado, y él hizo una broma y me hizo reír, y
antes de que me diera cuenta el refrigerio había acabado. Antes de que empezáramos
a salir, él era así. Paraba lo que estaba haciendo, para hacer que cualquiera se sienta
bienvenido.

Sin decir una palabra, Trent me pasa un recipiente lleno de algo, y tan pronto como
abro la tapa puedo decir que es el baklava casero de su abuela.

—Gracias —digo, y él asiente con la cabeza. Lo pongo junto a mi bandeja de


comida de la cafetería, pincho un globo de puré de papas con mi tenedor.

—Son peores de lo que normalmente son —dice Chris, mirándolos y


sonriéndome—. No deberías arriesgarte.

—Te acabas de comer todo —digo.

—No dije nada sobre no arriesgar mi propia vida —dice, y me río y le paso mi plato.
Me gusta Chris. Por su amplia sonrisa, por la amabilidad con la que trata a Julia.

—Tómalo. No tengo hambre.

—¿Estás enferma? —Julia pregunta.

—Dolores pre-menstruales —digo, y es verdad, pero no realmente—. Lo siento.

Trent pone una cara.

—¿Podemos no hablar de eso? Estamos comiendo.

Julia lo mira.

—¿En serio? No es como si ella dijera, no sé, que se está desangrando.

Trent se cubre las orejas. En realidad, las cubre como un niño.

—Eso es jodidamente asqueroso.

—¿Más asqueroso que cualquier charla sobre la ropa? —pregunta Julia, una
ventaja para ella. Me mira, esperando que la respalde.

Debería decir algo.


Debería.

Debería.

Pero el momento pasa y volvemos a comer. Hago contacto visual con Chris, quien,
me doy cuenta, no está comiendo el puré de papas.

Trent es el primero en romper el silencio.

—¿Cómo va la temporada para ustedes? —pregunta, con ganas de cambiar de


tema.

—Va bien —dice Julia, encogiéndose de hombros—. No tan bien como el año
pasado. Tenemos algunos corredores que podrían llegar a las Regionales, y tal vez
uno o dos que llegarán a la Estatal.

Se refiere a ella misma y a Haley. No soy lo suficientemente buena para el Estatal;


la entrenadora Reynolds dice que podría serlo si mi corazón estuviera más en ello, pero
nunca lo ha estado.

Pero pienso en lo que mi padre dijo esta mañana, lo que Maggie quería, y me
pregunto si mi corazón debería estar en ello, si debería esforzarme más este año,
tratando de correr más rápido para conseguir una beca y salir de aquí, en lugar de ser
lo suficientemente bueno. En lugar de mantener la cabeza agachada e ignorar todo.

—¿Ya han empezado a recibir llamadas de reclutamiento? —Chris pregunta.

Las mejillas de Julia se vuelven rosadas.

—Unas cuantas. Pero ya lo sabías.

Él la mira y la alcanza a través de la mesa, uniendo sus dedos oscuros con los
claros de ella. Hay un orgullo real en la cara de Chris cuando Julia habla acerca de lo
bien que le va. Ella sabe que es una buena atleta. Él también. Ellos están juntos desde
el primer año y todos nosotros juramos que ellos serán atletas profesionales y se
casaran algún día, aunque dejar Carolina del Norte no es parte de ese futuro. Nadie
saldría a menos por un milagro, aunque probablemente podrían, porque todos nos
sentimos atascados. Chris jugará al fútbol para los Jaguares de Carolina o algún
equipo universitario, Duke tal vez, y Julia irá a una escuela de arte local si no consigue
una beca para correr. Son la pareja de oro de nuestro instituto, y sería fácil odiarlos por
ello si no se apoyaran tanto el uno al otro.

—¿Ya te ha llamado alguien, Corinne? —pregunta Trent, con la boca llena de pollo
frito.

Me encojo de hombros.

—Unos cuantos lugares —miento, porque esto es lo que debería decir, así es como
debería estar sucediendo.
Nadie me ha llamado. Si fuera una chica diferente, estaría preocupada por esto, y
quizás debería estarlo, especialmente ahora que Maggie se ha ido. . .

Es difícil pensar en un futuro sin ella en él.

—Tal vez Aldersgate llame —digo, tratando de sonar casual.

—¿Aldersgate? —Trent dice—. Pero es una universidad tan pequeña.

No digo que Aldersgate es donde mi padre fue, donde probablemente yo iré, donde
intenté convencer a Maggie de que se uniera a mí para que pudiéramos estar juntas,
aunque ambas sabíamos que estaba destinada a cosas más grandes. No digo que lo
estoy viendo porque es una pequeña universidad privada y podría conseguir una beca
bastante sustancial, y mi madre está casi desempleada y mis padres están divorciados
y el trabajo de papá como informático no gana mucho, esa universidad ni siquiera
estaba en la mesa para mí hasta que empecé a correr. Pero Trent no necesita saber
eso.

—¿De qué otros lugares han sido llamados? —pregunto, no solo a Julia sino a
Trent y Chris también.

—Oklahoma, Clemson, Duke —dice Julia, al mismo tiempo que Trent y Chris
dicen—: Chapel Hill.

—Oh Dios —digo. Porque eso fue lo primero que aprendí cuando me mudé aquí,
que la gente dejará de lado cualquier diferencia que tengas siempre y cuando busques
el tono correcto de azul en la temporada de fútbol o baloncesto.

Papá le gusta el equipo de Carolina del Este, por despecho y porque no sabe nada
de fútbol. Yo apoyo a quien sea que esté ganando.

—Te seguiré amando aunque vayas a la escuela equivocada —le dice Chris a Julia,
y se inclina sobre la mesa y la besa en la mejilla mientras Trent y yo la miramos
torpemente.

Miro fijamente la bandeja de la cafetería. Maggie y yo hablamos de la escuela un


par de veces, de la posibilidad de que termináramos en el mismo lugar, en algún lugar
grande donde pudiéramos estar y a nadie le importara.

Pero ahora se ha ido y tengo que tomar todas mis decisiones sola.
TRES MESES ANTES
Estamos acurrucadas bajo las sábanas de su cama, sólo con camisetas y ropa interior
aunque hace frío en su habitación, el aire acondicionado a tope. Sus padres están
fuera en una cena; papá cree que estoy con Julia.

—¿Cómo fue tu visita? —pregunto, besándola. Tuvo una visita oficial a Clemson el
fin de semana pasado, aunque el último año no ha empezado. Es la primera vez que
hablamos de ello, no porque pasáramos mucho tiempo besándonos (en realidad sí)
sino porque no he querido oír que le encantó.

—Estuvo bien —dice. Ella se mueve, y mi cabeza cae de nuevo en la cama.


Observo cómo se pone de pie, se pone el sujetador. Siempre me ha sorprendido que
pueda abrocharlo por la espalda; yo tengo que girar el mío hacia delante para
abrocharlo.

—En realidad, fue genial. Me gustó mucho —dice, y se da la vuelta para mirarme—.
El equipo era bueno, el entrenador era muy amable y me veía encajando ahí.

—Eso es genial —digo. Luego—: ¿Por qué no me constaste antes?

Se encoge de hombros.

—Sólo me preocupa cómo reaccionarás.

Me alzo en la cama.

—¿En serio?

—Yo sólo. . . No lo sé, Corinne —dice, moviendo sus cejas—. Mis tiempos son
mejores que los tuyos, y no quiero que te preocupes si terminamos en escuelas
diferentes.

Pero ella es la que quiere que vayamos al mismo lugar. Es de lo único que habla, y
me pregunto si está tratando de tranquilizarse a sí misma o a mí.

—Bueno, tipo. . . no quiero que desperdicies tu potencial por mi culpa —digo, e


intento que suene como una broma, pero no lo es, porque ella frunce el ceño y se da la
vuelta, y yo me acuesto de nuevo en su cama.

Ella se acurruca a mi lado después de un minuto.


—Podrías ser muy buena, ¿sabes? —dice suavemente, sus dedos trazando la
caída de mi clavícula—. Podría entrenar contigo.

—¿En serio?

—Sipi —dice dormida, y me besa la mejilla.

—Me gustaría eso —digo.

Y entonces es como si su energía regresara, porque se da la vuelta, sus ojos son


brillantes.

—¿Lo harías?

—Sí —digo, sonriéndole—. Lo haría.

—¡Entonces vamos!

Se inclina para besarme, tentadoramente cerca, luego se retira, riendo, yendo a su


armario y sacándose las zapatillas de la caja de las cosas para correr que guarda ahí.

Me siento.

—No hablas en serio —digo, pero hay risas en mi voz porque sé que habla en serio,
porque así es como es: ve algo que quiere y va tras ello. No espera.

—¡Hablo en serio! —Me arroja un par de calcetines a la cabeza. —Vamos, trasero


dormido.

—Será mejor que me des una recompensa por esto cuando vuelva —refunfuño,
moviéndome así que me siento en el borde de la cama.

Maggie se acerca a mí entonces, sólo con su sostén y sus pantalones cortos, la


expresión de su cara es un desafío.

—Si me ganas —dice, moviéndose—, te prometo que valdrá la pena.

Su cara está a centímetros de la mía. Inclino la mía hacia la suya, más cerca, cierro
los ojos. . .

Y luego siento algo húmedo en mi nariz.

—¿Acabas de. . . acabas de lamerme la nariz?

Su peso se ha ido, y abro los ojos para verla reír.

—Oh, te voy a atrapar por eso —digo, de pie, y ella me saca la lengua.

—Vas a tener que alcanzarme primero.


CUATRO DÍAS DESPUÉS
Me acerco a casa de mi madre, y en cuanto salgo del carro sus chihuahuas, Linda y
Lovelace, empiezan a ladrar detrás de la puerta mosquitera.

Dejé que mi madre le ponga a sus perros el nombre de una estrella porno.

La hierba seca del otoño roza mis tobillos mientras camino por la acera hacia su
puerta. No ha cortado el césped desde julio, y ahora septiembre trae la primera ola de
frío que convertirá las manchas verdes de hierba en marrones y desgastadas. Supongo
que pensó que como todo moriría pronto no necesitaba que nadie lo cuidara, pero se
ve terrible, y ojalá pudiera decírselo.

Ella aparece a través de la puerta, mi madre, Linda ladrando a sus talones. Incluso
a través de la malla puedo ver que está en camiseta y pantalones cortos y agarrando
un vaso de algo.

—¡Corey! —dice ella, su voz fuerte y rasposa. Mi madre no es de acá, pero adoptó
el acento del sur más rápido de lo que lo hicimos mi papá o yo. Ella piensa que eso la
hace sonar más confiable, más divertido. Creo que la hace parecer una mujer que se
esfuerza demasiado. —Oh, te he echado tanto de menos, entra.

Sus largas uñas se clavan en mi hombro mientras me lleva a la cocina. Puedo


recordar una vez que no era así, pero es confuso, como mirar atrás a través de un
cristal sucio. Recuerdo cuando estaba en la escuela secundaria y vivíamos en
Colorado y ella sólo bebía por diversión y olía a jabón, no a lo que había en su vaso.

Nos llevábamos bien entonces, incluso más que papá y yo. Mamá me consentía
con las cosas de chicas que me gustaba, me llevaba a la manicura o de compras, y
hablábamos. Le contaba sobre la escuela, sobre los chicos, sobre lo que leía o quién
quería ser cuando fuera mayor.

Pero cuando empezó a beber cuando yo estaba en la escuela secundaria, dejamos


de ir a alguna parte. No todo a la vez, no al principio, más bien fue gradual, hasta que
fue normal que ella estuviera acurrucada con una botella y yo arriba con los deberes.

Dejé de hablar. Dejó de escuchar. Mudarse a Carolina del Norte sólo exacerbó el
problema. Cuando nos mudamos, apenas trajo sus cosas, como si ya tuviera un pie
fuera de la puerta. Antes de que yo empezara mi tercer año, ella se fue, y papá y yo
estábamos solos.

Es una maravilla que nos quedemos los tres en el mismo estado, dejando solo unos
cuantos kilómetros entre nosotros. Pero papá no quería alejarme y acordaron que sería
más fácil para mí visitar a mamá si todos viviéramos en la misma zona, al menos hasta
que vaya a la universidad. Así que, aunque sé que mamá echa de menos a sus viejos
amigos, su antigua vida y nuestra antigua casa, no puede volver, todavía no.

Parte de mí se pregunta si está resentida conmigo por eso.

Yo lo haría, si fuera ella.

Hay saltos de amor y garras en mis piernas, y me estremezco. Mamá no se da


cuenta, en cambio hace un movimiento a medias para que los perros dejen de ladrar, lo
cual no hacen.

—¿Quieres un trago? —pregunta mientras dejo mi bolsa junto a la mesa de la


cocina—. Tengo Coca-Cola, aunque podría hacerte algo si quieres.

Dos minutos y me está ofreciendo alcohol. Es un nuevo récord.

—Estoy bien —digo.

—¿Quieres sentarte aquí conmigo? —pregunta—. Sólo estoy viendo Ley & el
Orden: UVE las repeticiones. Nos encantaba hacer eso.

Me sorprende que lo recuerde. En Colorado veíamos Ley & el Orden: UVE cada fin
de semana, porque siempre estaba ahí. Nos turnábamos para adivinar quién era el
malo, o en qué temporada estaba basada en los cortes de pelo de Benson. El ganador
tenía que elegir adónde iríamos a cenar el domingo por la noche.

Yo siempre ganaba, pero lo que no le decía era que yo veía el episodio cuando
regresaba del colegio, antes que ella llegara a casa del trabajo. Supongo que era
trampa, pero me gustaba ganar en ese entonces. Me gustaba los tres de nosotros
saliendo como una familia y comprando hamburguesas en mi restaurante favorito, y
mientras adivinara quién era el malo correcto en la UVE, lo haríamos.

—Claro —digo, y la sigo hasta la sala de estar. Nos instalamos en su sofá y ella
enciende la televisión.

—¿Dónde está Brett? —pregunto, refiriéndome a su actual novio, un farmacéutico


que conoció en línea.

—Se está preparando para ser árbitro —dice—. Lo hace en fútbol de instituto.
Estará en tu escuela en unas semanas; deberías ir.

—No lo sabía —digo.

—Mmmm. . . Puedes quedarte conmigo esta noche y podemos buscarlo en la


televisión.

Sus uñas de acrílico golpean su copa de vino, y de repente es lo último que quiero
hacer. Dudo que llegue a las once para verlo en las noticias locales, de todos modos.
—En realidad, ¿podríamos salir a cenar? Como solíamos hacer. . . si adivino
correctamente al malo de este episodio, ¿puedo elegir?

Ella parpadea.

—Oh. Um. Claro, supongo —dice.

—Quiero decir, no tenemos que hacerlo.

—No. No, cariño, podemos hacerlo —dice. Uno de los perros salta y se instala en
su regazo, y yo me inclino en el extremo opuesto del sofá.

No tiene sentido, pero mantengo la esperanza de que lo haremos. Que saldremos


juntas como lo hacíamos antes. Que, si adivino cada episodio correctamente, las cosas
volverán a ser como antes.

Hice los tres episodios correctos, y ella toma un vaso para cada uno de ellos. Para
cuando la cena llega, está dormida en el sofá.

Me como un tazón de cereales sola en mi habitación.


CINCO DÍAS DESPUÉS
Estoy en Greenwood Park a las nueve de la mañana, llegando a un terreno vacío que
no es realmente grande, sólo un montón de grava donde todos dejamos nuestros
carros. Mamá aún estaba dormida cuando me fui, los platos se apilaban en el fregadero
y Brett no se veía por ninguna parte.

Como si importara. Como si me importara.

Llamo la atención de Julia mientras corro hacia el resto del equipo, la coleta verde
lima de Maggie en mi pelo. Casi no me lo pongo esta mañana. Pero necesito un poco
de suerte hoy, necesito algo que me ayude a superar esta carrera.

Julia se da cuenta.

—Es lindo. ¿De dónde lo has sacado? No es tu color habitual.

Me encojo de hombros.

—Lo encontré en alguna parte —digo, y ella lo acepta sin dudarlo, porque ¿por qué
no lo haría?

La entrenadora Reynolds nos empuja a todos a una charla de ánimo, el silbato rojo
siempre presente alrededor de su cuello moviéndose. Haley le hace una pregunta y ella
le sonríe cuando responde. Solía querer ser la mejor del equipo solo para que la
entrenadora Reynolds sacara esa rara sonrisa y la usara conmigo.

Solía hacerlo.

Pero luego me convertí en otra chica, encontré otra chica, y la aprobación de la


entrenadora Reynolds ya no me importó tanto. Solo quería correr tras Maggie.

Habría seguido a esa chica hasta los confines de la tierra.

Pero Maggie se ha ido, y ya no sé lo que quiero.


Sigo a Julia y Haley y al resto de nuestro equipo a la línea de salida donde intentamos
hacernos un lugar entre las otras chicas que esperan.

Sé que no debería, pero busco a mi madre antes de empezar a correr. Sé que no


estará allí, y sé que papá no estará porque le pedí que no viniera, pero eso no me
impide buscar cada vez que me acerco a la línea de salida.

Quiero decirme a mí misma que no es una mala madre, que ha estado ahí cuando
ha importado, pero la mentira me sabe mal aunque no la diga en voz alta.

El silbato de salida suena, y Julia se lanza delante de mí. A ella le gusta ir más
lejos, y luego cerca del final saca una ráfaga de velocidad más; yo sólo corro
constantemente todo el tiempo porque, a diferencia de ella y Haley, no siento esa
necesidad de empujarme a mí misma.

Me va bien; Estoy ganando un poco de velocidad y adelanté a algunos de los


corredores más lentos de Greenwood como sé que debería estar haciendo. No soy la
corredora más lenta, y Julia dejó que se me escape eso antes que ella cuenta conmigo
en estas carreras contra Greenwood porque se ve mal si no puedo vencer a ninguno de
ellos. Ahora que soy mayor, sospecho que ella cuenta conmigo aún más. Las dos y
Haley somos las únicas mayores del equipo, y Julia nos recalca tanto cómo nos
admiran las chicas más jóvenes.

Aunque no quiero que nadie me admire.

Doblo una curva, siento la fuerza de mis zapatillas golpeando el suelo, pateando la
arcilla y salpicando mis espinillas. Correr me hace sentir fuerte, bien, capaz. Es una de
las pocas cosas que lo hace.

Pero estoy doblando la esquina hasta la línea de meta y mis compañeras están
cruzando la línea cuando veo algo que me hace pasar frío.

Es ella. Maggie. Es su cola de caballo que se balancea delante de mí y se burla de


mí, y me empujo y corro más y más fuerte, porque si puedo atraparla todo estará bien;
el mundo se habrá enderezado de nuevo.

Corro, corro, corro con todo lo que tengo dentro y ni siquiera veo la línea de meta y
cuando la cruzo mis compañeros de equipo me rodean y gritan lo orgullosos que están
y cómo no me han visto correr así desde hace años y Julia está gritando algo en mi
oído e incluso la entrenadora me mira como si estuviera orgulloso.

Pero no les entiendo. Están gritando y animando y no registro ningún sonido porque
todavía estoy buscando a Maggie.
DIEZ MESES ANTES
El día de Acción de Gracias está aquí. Las Estatales han terminado. No lo
conseguimos; ni siquiera llegamos a las Regionales. Sé que la entrenadora estaba
decepcionada, pero siempre hay un próximo año.

Maggie lo hizo. Las Regionales, pero no las Estatales. Le envié un mensaje de texto
y la consolé.

Debería estar agradecida por otro año. Agradecida de que Trent se tomara bien
nuestra ruptura.

Me invitó para Acción de Gracias con su familia, sus primos, a jugar a un juego
llamado cornhole en el patio delantero. Y yo. . . no pude. No me veía haciéndolo, no me
veía presentándome a sus padres, su abuela, su perfecta familia feliz. Así que lo
decepcioné.

Al menos no fue en Navidad.

Le pregunto a Maggie qué va a hacer para Acción de Gracias, por mensaje de texto.
Me responde que su hermano vuelve a casa y que van a ir a Kinston a visitar a sus
abuelos, un asunto familiar.

¿Qué haces?

Me quedo en casa con mi padre, probablemente comiendo un pollo ya cocinado del


supermercado. Incluso cuando éramos una familia en Colorado, el Día de Acción de
Gracias nunca fue gran cosa.

Tal vez debería haber sido así. Tal vez si hubiéramos hecho más para el Día de
Acción de Gracias, las cosas no serían como son ahora.

Eres bienvenida a venir cuando volvamos. Quedará pastel. :)

Pastel suena bien.

Hago una pausa, mis dedos sobre la pantalla. No le he dicho que he roto con Trent.
Todavía no.

Rompí con Trent.

Allí.
Sólo soy una chica que le dice a su amiga que ha roto con un chico. Entonces, ¿por
qué se siente tan importante, mucho más de lo que es?

Te gusta.

No quiero pensar en eso.


CINCO DÍAS DESPUÉS
Todo el equipo sale a por pasta después de nuestra carrera para celebrarlo. Todas las
chicas me golpean en la espalda, me sonríen cuando llegamos al restaurante, y por un
segundo quiero disfrutar del brillo de esto, sintiendo que realmente que pertenezco,
porque casi nunca me había pasado antes. Incluso Haley me sonríe, no frunce el ceño
como de costumbre.

Pero luego recuerdo por qué corrí, por qué me presioné tanto, y todo lo bueno que
sentí se desvanece.

Me escapo al baño después de pedir, lavándome las manos y tratando de no


pensar en Maggie. Entonces Julia entra, tomando el lavabo justo a mi lado.

—Lo hiciste bien hoy —dice, y ni siquiera puedo enojarme con ella por la sorpresa
en su tono.

—Gracias.

—Sé lo que dije en el almuerzo de ayer, pero ¿estás considerando intentarlo para
las Estatales este año? —Julia pregunta—. Si siguieras corriendo como en esta
competencia, tendrías una oportunidad.

Estatales. Las Estatales era algo que Maggie quería. Quería intentarlo este año, ya
que llegó a los Regionales el año pasado y ninguna chica de Leesboro había llegado
más lejos que eso. Quería ser la primera en hacerlo, y ahora nunca tendrá esa
oportunidad.

—No lo sé —digo.

Julia se encoge de hombros.

—Es tu decisión. Pero eres lo suficientemente buena para este año. Podrías
realmente vencer a Haley.

—Sí —digo, dándole una sonrisa que no siento del todo.

Quiero decírselo. Realmente, realmente quiero decírselo. Fue la primera persona a


la que le conté sobre el divorcio de mis padres; la sostuve de la mano mientras me
decía que a su hermana Marisol le habían diagnosticado depresión y que iba a dejar la
universidad y volver a vivir con su familia.

Pero si empiezo a hablarle de Maggie ahora, no podré parar, y ¿cómo puedo


decírselo a Julia ahora que Maggie se ha ido?
Julia frunce el ceño y cierra el fregadero.

—Escucha, ¿quieres venir esta noche? Sé que pasarás el fin de semana con tu
madre y también sé cuánto odias eso.

Me encantaría pasar la noche con Julia, me encantaría sentarme y chismorrear con


ella como solíamos hacer antes de Maggie, antes de empezar a dar excusas.

Pero pienso en la casa de Julia, en la multitud y el ruido de sus hermanos.

—¿Qué tal si te quedas conmigo? Sabes que a mi madre no le importa.


Alquilaremos una película y comeremos una tonelada de palomitas de maíz y
chocolate.

—Bien —dice Julia, la cara se ilumina y la culpa me retuerce un poco más el


estómago, porque la última vez que me quedé a dormir con Julia fue hace seis meses.

Ella me dispara una sonrisa y se dirige a la puerta, abriéndola con su cadera, y


escucho su voz flotando mientras se va, dejándome sola.

Horas más tarde, Julia y yo estamos acurrucadas


en mi cama grande, su cabeza en mi hombro, El
Diario de la Princesa sonando en el fondo. Mi habitación en casa de mi madre sigue
llena de cajas porque no me he molestado en desempacar, ya que sólo estoy aquí por
unos pocos días a la vez.

Cuando consiguió la casa, mamá prometió que pasaríamos el fin de semana


pintándola, sólo nosotras dos. Papá incluso accedió a que fuera a su casa cuando no
estaba previsto, y yo estaba tan, tan emocionada. Fuimos a la ferretería y compramos
pintura, un bonito color durazno que siempre me gustó.

Pero ese sábado cuando papá me dejó, ella ya estaba a medio camino de una
botella, demasiado descuidada para sostener un pincel. Condujimos a casa y las latas
de pintura se quedaron bajo el fregadero de su cocina. Supongo que todavía están ahí.

Debería pintar. Incluso he pensado en llamar a Maggie y planearlo durante el


verano, pidiéndole ayuda.

Pero nunca lo hice. Me hizo sentir comprendida, me entendió, pero eso no


significaba que yo quería que conociera a mi madre.
Julia está comiendo ya dos paquetes de Twizzlers, los rojos y negros. Me burlo de
ella todo el tiempo porque le gusta el negro, creo que es asqueroso. Tengo una bolsa
de Kit Kat y lo estoy comiendo seguido.

—¿Estás emocionada por las visitas universitarias? —Julia pregunta mientras Mia
descubre que es la princesa de Genovia. Julia pone su cabello grueso y castaño oscuro
en una cola de caballo.

—Supongo. —Tomo un hilo de mi edredón, uno que mamá compró en Target la


primera noche que me quedé con ella porque no tenía nada más en la casa. —¿Tú?

—Estoy totalmente emocionada —dice, con un Twizzler colgando del extremo de su


boca. —Incluso estoy más interesada en Clemson.

—Pensé que tú y Chris planeaban quedarse en Carolina del Norte.

Se encoge de hombros, demasiado indiferente.

—No quiero rechazar una buena escuela por culpa de Chris. Él lo entiende. —Pero
ella mira hacia otro lado, jugando con su teléfono.

—¿Cómo están ustedes dos, de todos modos? —pregunto.

Ella mastica otro Twizzler antes de contestarme.

—Estamos bien, supongo. Sigue insinuando que deberíamos tener sexo pronto.

—¿Y?

Me levanta una ceja.

—¿Y qué?

—¿Vas a hacerlo? ¿Cómo han esperado tanto tiempo? Quiero decir, han estado
saliendo desde que me mudé aquí, incluso antes, ¿verdad?

—Sí. Tres años. Nosotros estamos. . . Nosotros estamos solo esperando el


momento indicado, supongo. —Julia dice, pero lentamente ella empieza a trozar el
Twizzler en su mano. —Quiere hacerlo después del baile.

—Quieres, ¿verdad? —pregunto.

—No es eso. Sí quiero. Amo a Chris y me encantaría que fuera el primero, pero. .
.— Ella suspira. —No lo sé. Salgo con él y eso es genial, pero cada vez que pienso en
tener sexo o intentamos ir más lejos, es como. . . no es como si una luz se apagara,
pero no me interesa. Y no es sólo Chris —añade—. Como cuando miro a cualquier
chico. He salido contigo y tú miras a un tipo y me dices que te gustaría meterte en sus
pantalones, y yo puedo mirarlo y ver que es atractivo, pero. . . nada más. —Ella sorbe
su nariz. —Pero no sé cómo decírselo a Chris. No es que piense que no va a ser
comprensivo, pero ¿y si hay algo malo en mí? —Se limpia los ojos en la manga. Busco
en mi mochila un paquete de pañuelos de papel que guardo desde el funeral y se
suena la nariz.

—Gracias —dice—. Quiero decir, ¿qué se siente para ti? Tú y Trent tuvieron sexo,
¿verdad?

—Lo hicimos —digo yo.

—Entonces. . . ¿cómo fue? No estabas. . . Quiero decir, lo disfrutaste, ¿verdad?

—Oh. Sí —digo—. Fue genial. No sé si quieres detalles o algo, pero se sintió bien.
Y realmente quería hacerlo.

—No quiero detalles en absoluto —dice Julia, tratando de sonar como si estuviera
bromeando. Pero ella sólo se ve miserable. —Tal vez debería ir a ver a un médico.

—Es diferente para cada uno —digo—. ¿Podrías no estar lista?

—Pero se supone que debo estarlo, ¿verdad? —dice, más a sí misma que a mí—.
Eso es lo que se supone que debe pasar.

—¿Tú crees? —digo—. Creía que las chicas no debían querer sexo en absoluto.

Julia se ríe y pone los ojos en blanco.

—No, tienes razón. Putas si lo hacemos, tontas si no lo hacemos, ¿no? —Ella niega
con la cabeza. —Lo que me convertiría en la perra frígida, supongo.

—Como si alguien pudiera llamarte así —le digo—. Vamos, definitivamente soy más
perra que tú.

Ante esto, Julia se ríe a carcajadas.

—Pero estás bien, ¿verdad? —pregunto—. Quiero decir, ¿Chris no te está


presionando ni nada?

—No —dice con firmeza, y aprieta mi mano—. Te lo diría si fuera así.

—Le patearía el trasero.

—Y por eso eres la perra —dice, y esta vez, me río. Pero de inmediato se siente
mal: ¿cómo es que estoy sentada aquí, riendo? ¿cómo se me permite reír ahora
mismo, incluso por ser feliz cuando Maggie está muerta?

Si Julia nota que mi risa se apaga, no dice nada. Apoya la cabeza en mi hombro y
abre otro Twizzler.
—Entonces —dice con la boca llena—. ¿No estás interesada en nadie? Estás
oficialmente fuera del período de recuperación, tú y Trent han estado separados
durante casi un año, ¿verdad?

—Sí —digo—. Casi un año.

Aquí. Ahora mismo. Podría hablarle de Maggie. Yo podría hacerlo. Podría decir que
no he salido con nadie en la escuela, pero eso no significa que no haya salido con
nadie. Podría decir eso.

Pero no lo hago. No lo hago, porque explicar sobre Maggie significaría salir del
clóset, significaría contarle a Julia sobre nosotras, admitir que la chica muerta es la
chica que amaba, y ¿cómo puedo hacer eso ahora que se ha ido? ¿Cómo puedo
decirle a alguien sobre nosotras si ella no está aquí para hacerlo conmigo? Ni siquiera
podía salir del armario cuando Maggie estaba viva.

Mia pasa por su transformación radical para parecer una verdadera princesa y yo le
robo un Twizzler de fresa a Julia y nos quedamos dormidas antes de que termine la
película.

Sueño con Maggie.


SEIS DÍAS DESPUÉS
Cuando vuelvo al día siguiente, papá está comiendo un sándwich en la mesa, dejando
caer migas en su computadora portátil. Bysshe está acurrucado junto a la silla, tratando
de actuar como si no estuviera esperando a que papá le arroje un trozo de jamón.

—¿Cómo estaba tu madre?

Dejó de ser mamá después del divorcio. Ahora ella es solo mi madre, como si él
nunca hubiera tenido ningún tipo de relación con ella.

—Bien.

—¿Su nuevo novio?

—¿Brett? No sé. No lo vi.

—¿Cuánto tiempo piensas para este?

Me encojo de hombros.

—Difícil de decir sin conocerlo.

Es nuestra broma privada, la mía y la de papá, aunque papá nunca lo admitiría;


apostamos a cuánto durará cada novio. Es mezquino. Egoísta.

Pero ella eligió el alcohol por sobre nosotros, entoncesss. Todo es justo en el
divorcio y las citas.

—Por cierto —dice, volviéndose hacia la mesa y cogiendo una pila de folletos de
colores brillantes—, estos vinieron para ti. Y llamó un entrenador de Jefferson.

—Oh —digo, secándome las manos y tomando los folletos—. ¿Programaste una
visita en Jefferson?

—Esa es tu responsabilidad, Corinne. Y no sé si estarás con tu madre ese fin de


semana.

—Se supone que debes saber eso.

—Puedes hacer esto tú misma —dice.

Pero no sé cómo explicar lo insegura que estoy de querer seguir corriendo en la


universidad, así que mantengo la boca cerrada.
—Los llamaré esta noche —digo.

—Bien —dice papá. Me indica los folletos, que empiezo a hojear: Jefferson, Chapel
Hill, UNC Greensboro, Villanova. . .

Ese último me hace detenerme.

—No podemos pagar ninguna de estas universidades, papá —digo—. Quizás


Jefferson. Y son todos de la División I, y yo. . .

—Para eso servirá tu beca —dice—. Y no hay problema con que sean de la División
I. Eres lo suficientemente buena.

Pero yo no. E incluso si lo fuera, no puedo verme en ninguna de esas


universidades. No puedo verme en Villanova, no ahora.

Papá me mira expectante y hay orgullo en su rostro y de repente sé que nunca


podré dejar de correr porque si paro, entonces ese orgullo se va.

Y también uno de mis únicos vínculos con Maggie.

La cocina es demasiado pequeña. La casa es demasiado pequeña y estos folletos


van a estallar en llamas si los guardo durante demasiado tiempo, especialmente el de
Villanova.

—. . .Tienes razón —digo, y él sonríe, y reprimo mi aprensión por no estar segura


de la universidad porque lo último que quiero hacer es decepcionar a mi papá.

—Voy a correr —digo.

—¿Quieres que te tome el tiempo? —pregunta.

—No esta noche. Va a ser casual —digo, y antes de que papá pueda protestar,
corro escaleras arriba y me ato las zapatillas de deporte, me recojo el cabello con el
gorro de Maggie y corro.

Hay un golpe en el aire cuando salgo, la temperatura está bajando más ahora que
septiembre se está asentando. Me estiro rápidamente, luego comienzo por mi
vecindario, en dirección a la cima de la colina.

Mis piernas arden, mis pantorrillas están en llamas, pero me empujo colina arriba y
sigo adelante. Sigo adelante, aunque todo dentro de mí me está gritando que pare,
porque eso es lo que necesito ahora mismo. Cabeza despejada y músculos de la
pantorrilla adoloridos.

Hago una pausa en la parte superior para recuperar el aliento. Esta colina, por
pequeña que sea, me hace extrañar Colorado. Extraño ser una niña, cuando todo era
simple y mis padres estaban juntos y andar en trineo era como volar. Donde papá me
empujaba colina abajo en nuestro barrio viejo y gritaba hasta que no quedaba nada en
mis pulmones más que frío, nieve y felicidad.

Respiro, pienso en lo que dijo Julia, en ir a por las Estatales. Sobre cómo lo quería
Maggie. Sobre cómo nadie sabe lo que ella significó para mí, excepto su hermano y
una chica cuya existencia me hace sentir, no lo sé.

Podría intentarlo para las Estatales, este año. Podría hacerlo por Maggie, porque
ella quería que yo fuera mejor este año, y si lo consigo con las Estatales, entonces
podría obtener una beca más grande, podría salir de aquí, podría convertirme en lo que
mi papá quiere que sea, lo que ella quería que fuera.

Empiezo a correr colina abajo, esforzándome tanto como puedo. Correr cuesta
abajo no se siente como volar, no cuando trato de mantener el ritmo, pero seguro que
está muy cerca.

Solo espero que mis alas no se quemen con el sol.

Me ducho después de correr, me pongo mi pijama y me acurruco en la cama. Abro el


Instagram de Maggie, con cuidado de evitar los comentarios en sus fotos,
desplazándome hacia abajo, buscando. . . ¿qué? Pero luego lo veo. Muy abajo en su
cuenta, una foto de Elissa, sentada afuera de una cafetería, riendo y tratando de ocultar
su rostro con la mano. Maggie la etiquetó en la foto, así que voy a su perfil.

A diferencia de la mía, a diferencia de la de Maggie, la página de Elissa no es


privada. Está completamente abierta para que todo el mundo lo vea. Hay fotos de ella
en el Dia del Orgullo, vestida con ropa de arcoíris, arcoíris relucientes en cada
mejilla. Hay fotos de ella besando a una chica de piel morena que podría haber sido su
novia. Busco fotos de Maggie, cualquier evidencia de las dos juntas, pero parece que
Elissa solo comenzó a publicar después de dejar la escuela secundaria.

No he hablado con Elissa desde el funeral, pero ahora mismo necesito a alguien
con quien hablar, alguien que conozca a Maggie.

La llamo. Le toma unos cuantos timbres contestar.

—Hola.
—¿Elissa? Es. . . es Corinne.

—Lo sé —dice ella—. Guardé tu número.

—Oh. . . oh, cierto —digo.

Silencio.

—Sip. . . ¿Querías algo? —pregunta ella.

—Es solo. . . ¿Maggie te habló alguna vez sobre correr? —pregunto—. Porque,
realmente significó mucho para ella y así fue como nos conocimos, corrimos y yo
simplemente. . . me pregunté si lo mencionó.

Por un segundo tengo miedo de que Elissa se ría de mí o, peor aún, cuelgue. Pero
ella no lo hace.

—No —dice ella—. ¿Quieres contármelo?

Sí quiero. Dios. Más que nada, quiero hacer eso.

Entonces le digo a Elissa. Le hablo de lo mucho que significaba correr para Maggie,
de cómo se lo tomaba tan en serio, no solo porque era buena en eso, sino porque
realmente se sentía conectada a ello. Le hablo de cómo quería que yo fuera buena en
eso, no solo para seguirla, sino porque le encantaba y quería que a mí también me
encantara. Le hablo de cómo se suponía que este año seríamos las chicas más rápidas
juntas, haciendo planes para ir a universidades en las grandes ciudades donde
podríamos estar juntas, donde se suponía que ella debía ir a las Estatales.

—Y ahora ella no puede, y yo. . . no sé, Elissa, pero siento que. . . siento que tengo
que intentarlo, ¿por ella? Incluso si eso suena ridículo.

Ella se toma un minuto.

—No lo es. Para ser honesta . . .

—¿Sí?

—Suena como algo que haría Maggie.

El dolor que se ha alojado en mi pecho desde que me enteré de que murió se afloja,
solo un poco.

—Nuestra próxima competencia es en Leesboro —suelto, sin saber por qué le digo
esto—. Si tú. . . si quisieras saberlo.

—Vivo cerca de allí. ¿Quieres venir después?


—Sí —digo, e intercambiamos despedidas antes de colgar, sin estar muy segura de
por qué acepté volver a ver a Elissa, incluso para pasar el rato con ella, pero luego
pienso en lo que dijo, en Algo que Maggie haría, y sé que es porque poder hablar de
Maggie con alguien que la conocía hace que parezca. . .

Como si ella todavía pudiera estar aquí.


OCHO DÍAS DESPUÉS
Haley ya está en el trabajo cuando llego allí, con el cabello castaño rojizo recogido y
metido debajo de una gorra de béisbol con Coney Island Ice Cream escrito en el
frente. Ella está hablando por teléfono cuando entro, charlando emocionada con
alguien y deliberadamente ignorándome.

No es que no nos agrademos. Simplemente no sabemos qué hacer entre


nosotras. Haley es más ambiciosa que yo, más insensible con su ambición que Julia o
Maggie. Nunca había visto a alguien más que quisiera tanto y trabajaría tan duro para
conseguirlo.

Cuelga el teléfono y me mira.

—¿Quién era ese?

Ella se encoge de hombros.

—Nadie importante.

— ¿Algún cliente?

—Absolutamente ninguno. —Haley se empuja hacia el mostrador. —No veo por qué
mantenemos este lugar abierto en otoño de todos modos.

—Bueno, me quejaría, pero recuerdo el cheque de pago —digo, y ella suspira.

—Supongo que tienes razón. Aunque, no es que lo necesite de todos modos, solo
me gusta ganar dinero para gastar o salir o lo que sea.

Los celos arden en mis entrañas, solo un poco. Necesito este trabajo. Soy yo quien
compra todo mi equipo de las carreras, uniformes, sujetadores deportivos. Ahorro para
comprar ropa para parecerme a las chicas del equipo para que parezca que
pertenezco, ahorrando para el futuro que no estoy segura de querer.

—Supongo que no tengo ese lujo —digo rotundamente, y Haley casi luce culpable
por un minuto, pero no dice nada más.

Vendemos dos bolas de helado en una hora, a un adolescente larguirucho negro


que pide vainilla y una chica bajita con él de cabello azul que es tan pálida como Haley
que pide masa para galletas. Se ríen como si fueran amigos, hablan sobre enviar
nuestro helado a su amigo que está en la universidad en Nueva York.

Tan pronto como se van, suena mi teléfono, un número desconocido con un código
de área 336.
—¿Hola? —digo, dándole la espalda a Haley.

—¿Es Corinne Parker? —La voz de una mujer crepita al otro lado de la línea,
pronunciando mal mi nombre: kah-RIN en lugar de lo que debería ser, kor-AIN. Lo dejo
pasar.

—Sí —digo, acunando mi teléfono entre mi oreja y mi hombro.

—Te habla Alma Holt; Soy la entrenadora en la Universidad Aldersgate. ¿Tienes un


minuto?

—Sí —digo, dándole la espalda a Haley.

—Maravilloso. ¿Cómo estás hoy?

—Estoy bien.

Ojalá mi voz dejara de temblar.

—Es bueno escuchar eso. Voy a ir al grano, Corinne. ¿Cuántas visitas oficiales has
tenido?

—Ninguno —digo entonces inmediatamente desearía no haberlo hecho porque ¿y


si eso me hace quedar mal?

—Eso está bien. Me gustaría que Aldersgate fuera el primero.

—¿Cómo dice? —digo.

—Vi tus momentos destacados. Estamos interesados en ti; creemos que tienes
potencial. Programemos una visita oficial si te parece bien.

—Por supuesto —digo.

—¿Te suena bien dentro de dos fines de semana?

—Sí señora —respondo automáticamente. Ya no es como si tuviera un horario que


revisar, ni es como si estuviera ocupada viendo a Maggie.

—Perfecto, nos vemos luego —dice ella—. Te pondré en contacto con Sneha, una
de nuestras alumnas, y te enviará por correo electrónico toda la información sobre tu
visita. Espera un correo electrónico mío también, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

—Nos vemos, Corinne —dice, y cuelga antes de que pueda siquiera


despedirme. Miro el teléfono en mi mano por un segundo.

—¿Qué fue eso? —dice Haley, dándose la vuelta y mirando mi teléfono por encima
del hombro.
—Creo que fue mi primera llamada de reclutamiento oficial —digo, y no puedo evitar
que la sonrisa se forme en mi rostro.

Para mi completa sorpresa, Haley se acerca y me choca los cinco.

— ¡Eso es excelente! ¿Dónde?

—Aldersgate —digo.

—Eso es genial. Son como la División III, ¿verdad?

—Sí. Lo cual . . . No sé. Podría ser lo que necesito.

Decir mi propia falta de ambición en voz alta se siente extraño. Pero Haley
simplemente asiente.

—¿Cuántos lugares te han llamado? —pregunto.

—¿Cuatro? Quizás cinco. No es la mitad en comparación de lo de Julia —dice, y


hay una nota de amargura en su voz.

—Más que yo —le digo, y ella se ríe.

—No es como si fuera difícil.

—Oye —digo, y está bien, sí, estoy levemente herida, pero no tanto como
probablemente debería estar.

—Vamos, Corinne. Ambas sabemos que tu corazón no está en eso —dice ella—
. No lo quieres tanto como nosotras.

Hace un tiempo ese comentario me habría enfurecido, y me habría saltado la


siguiente práctica y correría tratando de dejar atrás a Haley. Hace un tiempo.

Pero ella tiene razón. Mi corazón no está en eso. No lo estaba antes, ¿y ahora?

Ahora mi corazón está con una chica en un ataúd bajo el suelo.

Pero esa chica quería que yo fuera mejor, quería que mi corazón estuviera en ello,
para que pudiera seguir corriendo con ella. Así que, por ella, lo intentaré.

Quizás mi corazón debería estar en correr más, ya que es lo único que me saca de
aquí.

Mi corazón debería estar en muchas cosas más; hay muchas cosas que debería
querer más de lo que ya lo hago.

Pero querer es difícil y doloroso, y soy una chica tan voluble.


—Ya sabes, si alguna vez quieres más horas. . . puedes tener las mías —dice ella,
una tentativa ofrenda de paz. —¿Y luego me cuentas cómo fue Aldersgate? —Se
voltea hacia el mostrador, apoya los brazos en el vaso de la máquina de helados.

—Sí —digo—. Podría hacer eso.


SIETE MESES ANTES
Salimos del restaurante en silencio, con los pañuelos al cuello para protegernos del
viento helado, las narices rojas por el frío. El centro de Raleigh está lleno de gente,
brillantes luces de la ciudad y risas con champán.

Maggie está callada mientras caminamos hacia su auto, con el estómago lleno de
comida italiana. Todos a nuestro alrededor se ríen, se toman de las manos, se besan
en las mejillas.

Cojo su mano, pero ella se aparta.


OCHO DÍAS DESPUÉS
La voz de la entrenadora suena en mi cabeza una y otra vez mientras conduzco a
casa.

Tienes potencial. Estamos interesados en ti. Tienes potencial.

La única persona que me ha dicho que tengo potencial como corredora es


Maggie. Ella pensó que yo era lo suficientemente buena, pensó que podríamos ser lo
suficientemente buenas juntas.

¿Incluso quiero correr en la universidad?

Tienes potencial.

No puedo ocultar la emoción revoloteando por mi cuerpo, las alas de pájaro


batiendo en mi pecho ante la idea de ser deseada, de ser vista como una chica con
potencial.

Maggie me vio. Maggie me atrapó. No se rio cuando le hablé de química o Bysshe o


algo de eso.

Si estuviera aquí, estaría orgullosa de la llamada de Aldersgate, no se reiría como


Haley, no fingiría que me estoy adaptando como lo hizo Trent cuando le envié un
mensaje de texto. Ella apretaría mi mano y me diría lo orgullosa que está de mí y que
no importa a dónde vaya, cree que lo haré genial.

La extraño.

Saco mi teléfono antes de que pueda siquiera pensar, le envío un mensaje de texto
a Elissa, esta chica quien sabe. . .

La extraño

Ni dos segundos después, suena mi teléfono.

Lo sé. Yo también la echo de menos.


Papá está arriba cuando entro, trabajando en su oficina. Llamo a su puerta, con el
teléfono todavía en la mano.

—¿Sí? —dice cuando entro.

Trago saliva más allá del nudo que de repente aparece en mi garganta. ¿Cómo le
digo que me han reclutado? ¿Cómo lo digo? Hay tantas expectativas en esta única
declaración, esperanzas y sueños y, de repente, Maggie, sus deseos y necesidades y
su deseo de ir muy, muy lejos de aquí. . .

—Me han reclutado.

Escupo las palabras como si quemaran, y el calor de ellas enrojece mi cara y hace
que la de mi papá se ilumine.

—¿Dónde? —dice.

—Aldersgate —digo, y luego se levanta de su silla y me abraza y me dice lo


orgulloso que está orgulloso, lo emocionado y que sabía que su escuela me
llamaría. Me abraza y de repente me ahogo bajo el peso de sus expectativas.

—Gracias —digo, y no suena como mi voz.

—¿Cuándo es tu visita oficial?

—En dos semanas —digo—. Pero yo no. . .

Él retrocede. Me mira, y hay tanto orgullo en su rostro, y mi duda por ir vacila y


muere en mi lengua.

¿Cómo puedo decepcionarlo?

—Deberíamos celebrar —dice, como si no hubiera empezado a hablar—. Hay que


salir. Vamos por una hamburguesa. Te lo mereces, Corey —dice.

Salir. Como en los viejos tiempos. Como si estuviéramos tratando de recuperar lo


que éramos, cuando era una niña sin secretos y mamá y papá todavía estaban juntos.

No puedo encontrar algo como para decir que no. A cualquiera de eso.

—Claro —digo—. Claro. Eso suena genial. Déjame cambiarme, ¿de


acuerdo? Huelo como una salchicha.

Saco mi teléfono de mi bolsillo, lista para llamar a Maggie y decirle acerca de mi


papá y Aldersgate.

Pero cuando abro mi teléfono, el último mensaje de Elissa está ahí, mirándome.

Yo también la echo de menos.


Y de repente mi mano está presionada sobre mi boca y estoy conteniendo las
lágrimas porque no puedo llorar por esto, por ella, no puedo, no ahora, aunque el dolor
de extrañarla es tan persistente en mi pecho.

Papá llama a la puerta de mi habitación.

—¿Estás lista para irte?

—Sí —respondo, con voz temblorosa, y escucho sus pasos alejarse y me trago las
lágrimas, porque soy una chica con potencial y Maggie

no está

aquí.
NUEVE DÍAS DESPUÉS
Nuestra tercera competencia de la temporada es en Leesboro.

Estoy temblando incluso antes de salir del carro. Esto es algo que he corrido tantas
veces, pero nunca sin Maggie frente a mí.

No sé cómo puedo hacer esto hoy.

Pero tengo que hacerlo. Aldersgate me quiere, papá está aquí mirando, y yo soy
una chica con potencial. ¿Chicas que quieren encajar y ser chicas brillantes y
sobresalientes? Esas chicas no se saltan las competencias. Esas chicas están de
acuerdo con lo que quiere su papá porque es más fácil concentrarse en eso que en sus
propios deseos. Esas chicas intentan honrar la memoria de su novia fallecida yendo a
las Estatales, incluso si no están seguras de que eso es lo que quieren. Incluso si la
voz molesta dentro de su cabeza pregunta, ¿pero es eso lo que quieres?

Lo que quiero.

Quiero lo que se supone que debo querer, y ahora mismo, eso es ganar esta
carrera.

No necesito pensar en esto. Julia se estira junto a uno de los bancos de picnic, así
que voy a sentarme junto a ella, ignorando la charla del grupo de mamás antes de que
comience la carrera. Mi papá está parado a un lado, literalmente el extraño hombre. No
conoce su etiqueta, su código de mujeres sureñas. Eso no habría desconcertado a
mamá. Ella era la ruidosa, la extrovertida. Se equilibraron así, y sin ella, él está un poco
perdido a pesar de que creció con la mitad de la gente aquí.

Eso es lo otro de esta ciudad. Todos conocen a todos, no importa si sus hijos van a
escuelas secundarias rivales. La madre de Haley es amiga de todas las mamás de
nuestro equipo y la mitad de las mujeres aquí animando a Leesboro. No podemos ir al
supermercado sin encontrarnos con alguien que conocemos de la escuela, el trabajo o
la iglesia de la abuela.

¿Cómo puedo salir del clóset en un entorno así? ¿Incluso si solo le dije a una
persona? Si esa persona le dijera a su mamá, entonces todos lo sabrían, y ese
pensamiento me aterroriza, incluso si no puedo expresar con palabras el por qué.

Es por eso que no se lo he dicho a las chicas del equipo. Porque sus mamás
conocen a la mamá de Maggie y. . .

Alzo el cuello mientras me estiro. Las otras mamás están todas agrupadas
alrededor de la Sra. Bailey como si pudieran protegerla de más daño. El brazo de Dylan
está alrededor de sus hombros, como si la estuviera ayudando a levantarse. No veo al
Sr. Bailey, no sé si está aquí, ¿por qué están aquí?

Entonces me doy cuenta de que debe ser su primera competencia real desde que
Maggie murió, así que, por supuesto, Dylan y su madre estarían aquí. por supuesto que
estarían haciendo algo por Maggie. Mi atención se desplaza hacia las chicas de
Leesboro, que están de pie acurrucadas junto a su entrenador, con brazaletes negros
alrededor de las muñecas, brazaletes que usarán el resto de la temporada, para
Maggie.

Yo aparto la mirada. Volteo a ver a Julia, que está sacando a escondidas una
galleta de uno de los recipientes Tupperware que tenemos frente a nosotros.

—Esos son para después de la carrera —le digo, y ella se ríe.

¿Cómo es que estoy haciendo esto? ¿Cómo estoy pensando en Maggie en un


momento y bromeando con Julia al siguiente? No merezco llorarla si puedo olvidarme
de ella tan fácilmente.

—Es combustible —dice Julia, agitándolo en mi cara antes de morderlo—. Lo


necesito.

—Por favor, como si ambas no supiéramos que vas a llegar primero —digo. Le doy
un codazo. — Ah, por cierto, ayer recibí una llamada de Aldersgate sobre una visita.

—Espera, ¿en serio? —Julia sonríe—. Corinne, ¡qué buena noticia! —Ella deja de
estirarse y se pone de pie, así que yo también lo hago, mientras me da un abrazo.

—Siento no haberte enviado un mensaje de texto. Quería decírtelo en persona —


digo.

Ella retrocede.

—¡Oye, no te preocupes, lo entiendo! ¿Recuerdas cuando te hablé de Clemson?

—Julia, fuiste en carro a mi casa a las dos de la mañana para contármelo.

—Exactamente —dice ella, sonriendo.

Fue durante el verano, uno de los días que no pasaba con Maggie, porque ella
había ido a la playa con su familia.

Casi le dije a Julia entonces, casi lo solté porque quería compartir esa parte de mi
vida con ella, pero no lo hice. Estaba tan feliz con la escuela, y no quería estropear el
momento, aunque todo lo que pensé cuando se fue, fue en cómo Maggie había sido
reclutada por Clemson también, y cómo yo no recibía ninguna llamada, y cómo Maggie
había dicho que el último año tenía que dar un paso adelante, mejorar, entrenar con
ella en el verano para poder ir juntas a los mismos lugares.
Tienes talento, pero no te esfuerzas, Corinne.

Era la primera vez que veía ese lado crítico de ella, y estaba resentida con ella por
eso, solo un poco.

Pero trabajé más duro. Le prometí que sería mejor.

Y ahora tengo que estarlo, incluso si ella no está aquí para verlo.

Julia me abraza.

—Deberíamos salir a celebrar después —dice ella.

—Hoy no puedo —digo—. Yo, um. . . Mamá realmente quiere pasar el rato, así que
debería. . .

No debería usar a mamá como una excusa así, pero Julia no lo sabrá.

—Oh. Está bien —dice Julia—. ¿Quizás en otro momento?

Asiento, pero por encima de su hombro veo. . .

Dylan.

Llama mi atención y señala con la cabeza hacia los baños, lejos de todos los
demás.

No puedo dejar que Julia lo vea.

—Iré al baño antes de la carrera —le digo sin convicción, y ella asiente,
guiñándome un ojo antes de agarrar otra galleta en su camino para hablar con otra
persona.

Dylan está junto al estacionamiento cuando llego, diciendo mi nombre, dos sílabas
agudas en el aire de septiembre. Miro a mi alrededor para asegurarme de que nadie
me vea hablando con él.

—Estoy a punto de correr, Dylan, ¿qué quieres?

Es malo, lo sé, pero no puedo evitarlo. ¿Cómo puedo decirle que sus ojos se
parecen a los de ella y no puedo verlos sin extrañarla, sin ese profundo dolor en mi
pecho?

—Yo solo. . . Quería ver cómo estabas.


Lo miro y suspira.

—No. No es eso. Yo. . . quiero decir, quiero ver cómo estás, pero también quería
decirte que mañana hay una fogata en memoria de Maggie. Algunos mayores, algunos
de sus amigos. Pensé que podrías. . . ¿podrías querer ir?

¿Quiero ir? ¿Rodearme del dolor de todos los demás, dejar que mi propio se
alimente de eso, rodearme de personas que la conocieron cuando no me conocen a
mí?

—Elissa estará allí —dice.

—¿Por qué importa eso? —pregunto.

Levanta las manos.

—Solo digo que deberías hablar con ella —suspira—. Lo sé. . . Sé que tú y yo no
somos cercanos y sé que no puedo decirte qué hacer, pero tú y Elissa perdieron a
alguien importante para ustedes y podría ayudar si hablaras de ello. Eso es todo.

Perdieron a alguien importante.

Dios, no puedo pensar en eso. No puedo pensar en lo mucho que significó para mí,
no ahora, no cuando estoy a punto de correr, no cuando tengo que correr mejor que
nunca. Aunque lo hago por ella.

—Lo hacemos —digo—. Hablar, quiero decir.

—Bien —dice Dylan—. De acuerdo. Bien.

Se oye el sonido agudo de un silbato y casi salgo de mi piel.

—Buena suerte hoy —dice Dylan mientras nos separamos y nos dirigimos hacia la
línea de salida. Parece que quiere decir más, pero no lo hace.

Me pregunto cuántas veces le dijo eso a Maggie antes de una carrera.

Sin embargo, realmente no puedo pensar en eso. Mi cabeza está tan llena de todo y
solo necesito concentrarme en esta carrera, en correr y en el sendero que tengo
enfrente.

Gano nuestra carrera.

Julia no.
Haley no.

Yo.

Yo corro, y corro, y sé que ella no está delante de mí esta vez, pero sigo corriendo,
porque ella no está aquí para intentar ir a las Estatales y yo tengo que hacerlo por ella.

Tengo que hacerlo.


DOS MESES ANTES
Hace mucho calor afuera y estoy sentada en las gradas, mirando a Maggie correr
alrededor del gimnasio de su escuela secundaria.

Es verano. Deberíamos pasar días de ocio en la piscina de su vecindario, en su


sótano, haciendo algo en el que estemos abrazadas. En cambio, está entrenando. La
cronometro mientras corre, mientras se esfuerza por ser mejor, más rápida, mejor.

Al menos ocho entrenadores ya la han llamado y el último año ni siquiera ha


comenzado.

La veo correr mientras se vuelve borrosa alrededor de su gimnasio.

Ella quiere esto. Ella lo quiere más que cualquier otra persona que haya conocido, y
me hace quererlo también. Ella me hace querer ser mejor, más rápida, mejor. Hemos
estado entrenando juntas algunas veces. Pero ella siempre me gana, y estoy
empezando a no poder ver la expresión de decepción en su rostro.

Eso es lo que pasa con Maggie que no tenía con Trent. Me gustó Trent, pero nunca
nos motivamos. Lo que tuvimos fue fácil, simple, bueno. No fue mejor, más rápido,
mejor.

Pero Maggie. . . Maggie quiere que seamos mejores. Más rápidas. Juntas en una
gran universidad que dirige la División I, tomadas de la mano mientras caminamos por
las calles.

Y lo quiero porque ella lo quiere. Ella me hace quererlo.

Hay un eco distante cuando la puerta del gimnasio se abre y Dylan entra. Antes de
que pueda detenerlo o decir algo, se acerca y se sienta a mi lado en las gradas, con los
codos delgados y pálidos descansando sobre sus rodillas.

Jugueteo con el dobladillo de mis pantalones. Esta es solo la tercera vez que veo a
Dylan desde que nos atrapó juntas. Todavía no tengo ni idea de lo que piensa de mí.

Pero hay orgullo en su rostro cuando mira a su hermana, y tal vez tengamos eso en
común.

—Ella es buena, ¿no? —dice, viendo como Maggie da otra vuelta.

—Sí —digo—. Sí, lo es.

No decimos nada más. Solo la observamos mientras corre, mientras completa


vuelta tras vuelta, una y otra y otra vez, corriendo en círculos y tratando de ser mejor.
NUEVE DÍAS DESPUÉS
El sudor gotea en mis ojos cuando entro en mi auto, a pesar de que me enfríe después
de la carrera. Apenas puedo creer que hice eso, apenas puedo creer que corrí así. No
he corrido así desde entonces. . .

No puedo recordar. Desde el verano, tal vez, ya que Maggie quería que fuéramos
mejores para que pudiéramos ir a las mismas universidades.

Le envío un mensaje de texto a Elissa. Oye, ¿todavía quedamos para esta tarde?

Ella responde solo un minuto después. Claro, sí. ¿En mi casa? Te enviaré la
dirección.

Me envía un mensaje de texto con la dirección y lo conecto a mi teléfono, escucho


cómo una voz automática me dice que empiece a bajar por la avenida Highland. Ella
solo vive a cinco minutos del parque.

Julia me saluda con la mano mientras salgo del estacionamiento, sonriendo.

¿Qué pasaría si le dijera?

Elissa vive en una casa estilo sureño. Ella está en el porche cuando me detengo, con
las largas piernas marrones cruzadas y pies descalzos apoyados en la barandilla
mientras fuma un cigarrillo.

Mi auto retumba en la grava de su camino de entrada y ella apaga el cigarrillo.

—Viniste —dice ella. Luego—: Hola.

—Hola —digo, saliendo del auto, todavía con mi ropa de correr. Puedo sentirla
mirándome y me sonrojo.

Basta, me reprendo. No hay razón para que ella piense en mí de esa manera.

Y estoy aquí para hablar con ella sobre Maggie, de todos modos.

Se siente raro estar aquí. Maggie no ha estado muerta ni dos semanas y aquí estoy,
caminando hacia la puerta principal de la casa de su ex, para
hacer. . . ¿Qué? ¿Hablar? ¿Salir? Ni siquiera sé si quiero hacer alguna de esas cosas,
pero estoy aquí.

—Perdón por el desorden —dice Elissa mientras abre la puerta principal y la sigo
adentro.

Su casa está lejos de estar desordenada. Aunque hay algunos platos en el


fregadero, ciertamente está más limpio que el de mi madre. También está un poco
vacío, con muebles claramente de segunda mano y una televisión apilada encima de
algunas cajas.

—No he tenido tiempo de decorar; Me acabo de mudar —dice para explicar.

Hace clic.

—Espera. . . ¿esto es tuyo?

Ella ríe.

—Sí. ¿Pensaste que todavía vivía con mis padres?

La respuesta es obvia, así que no digo nada.

—Es más fácil si lo pago. Por eso también estoy estudiando en la universidad
comunitaria —dice—. Tengo una compañera de cuarto para repartir el costo, pero casi
nunca está presente.

—¿Cómo es ella?

—Como tú —dice Elissa casualmente. Puedo sentir que mis oídos se ponen rojos.

—¿Cómo es eso?

—Atlética y bonita —dice, y me toma un minuto registrar la parte bonita en eso.

—¿Tus padres estaban de acuerdo con esto? —Me las arreglo mientras avanzo
alrededor de su sala, mirando las fotos que ella y su compañera de cuarto han pegado
a la pared.

—Pues, ellos no lo están pagando, así que sí —dice ella. Se sienta en el


destartalado sofá. —No estaban muy contentos de que me mudara con Cassie, pero
supongo que tenían razón en esa parte.

—Entonces ella no es solo tu compañera de cuarto —digo.

—No, sí lo es —dice Elissa—. Rompimos.

—Eso tiene que ser incómodo.

Ella se encoge de hombros.


—Es lo que es.

—Aun así —digo.

—Solo es incómodo cuando trae a alguien a casa. Este lugar tiene paredes muy
delgadas —dice, y me encuentro sonrojándome de nuevo.

Una foto me llama la atención, una del Instagram de Maggie, impresa y enmarcada,
Elissa y Maggie abrazadas.

Verlas juntas, felices, es un puñetazo en el estómago.

—Lo siento —dice Elissa, acercándose detrás de mí y bajando la foto—. Olvidé que
estaba ahí.

Asiento, trago saliva más allá del nudo en mi garganta.

—¿Por qué no me habló de ti? —pregunto, volviéndome hacia Elissa.

El dolor atraviesa su rostro, solo por un instante, y me pregunto si realmente quiero


saber la respuesta a esa pregunta.

—No lo sé —dice ella—. Quiero decir, ella era muy privada, pero. . . No lo sé.

—Saliste del clóset, ¿verdad? —pregunto, y me sorprendo por la amargura en mi


tono.

—Sí —dice ella—. No para todos, pero para suficientes personas. Quiero decir, vivo
con Cassie, y ella solía enojarse si mentía y decía que éramos compañeras de cuarto,
aunque a veces era más seguro.

—Oh.

Elissa me mira.

—Oye, ¿quieres salir de aquí? Todavía podemos hablar de Maggie, pero. . . no sé,
tal vez un cambio de escenario sería bueno.

—Sí, está bien. ¿Puedes conducir?

—Claro. —Ella me sonríe. —Voy a buscar mis llaves.

Me pongo nerviosa, me quedo parada en su cocina mientras ella corre a su


habitación para agarrar sus cosas, jugando con mi teléfono.

¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Por qué es ella? Apenas hemos hablado, apenas
nos conocemos.

Elissa reaparece con las llaves enganchadas al cinturón, sonriéndome.


— ¿Estás lista?

Me encojo de hombros. Su rostro se cae.

—Oye, Corinne, no tenemos que ir a ningún lado si no quieres.

—No es eso. —De repente estoy desesperada por que ella entienda. —No es eso,
quiero hacerlo, solo. . . ¿por qué yo? No he sido tan amable contigo.

Ante esto, Elissa se encoge de hombros.

—Estás de duelo. Tu novia murió, Corinne. Puedes enfadarte por eso.

—Sí, pero eso no explica por qué tú. . .

Elissa levanta una mano.

—Yo. . . No sé. Pensé en lo que habría sido para mí si Maggie hubiera muerto
cuando estábamos juntas y yo no tuviera a nadie con quien hablar y así, no lo
sé. Parece que te vendría bien alguien que entienda por lo que estás pasando.

Algo en la forma en que lo dice me golpea, y me desinflo, porque tiene razón. Estar
en la escuela, en la práctica, tener que fingir que todo es normal, ha sido tan
jodidamente sofocante.

Pero Elissa lo comprende. Ella lo entiende, y ahora mismo, eso significa que puedo
respirar.

—Está bien —digo—. Vamos.

Cuarenta minutos más tarde estamos en un pequeño café en Durham, carteles en


español e inglés en las paredes y churros calientes en un plato frente a nosotras. No
hablamos mucho durante el viaje, pero Elissa puso una banda llamada Heart.

—Son la banda favorita de mi mamá —dijo—. Los vi cuando tocaron aquí con Joan
Jett, honestamente, fue realmente rudo.

—No los conozco —confesé, y Elissa puso los ojos en blanco antes de subir el
volumen de la música. Es el tipo de música que me gusta, guitarras rugiendo y voces
fuertes, el tipo de música que Maggie odiaba.

Elissa me envía un mensaje de texto con los enlaces a su actuación en el Kennedy


Center cuando nos sentamos.
—A veces, si bajo a visitar a Dylan, vengo aquí —dice Elissa mientras deja su taza
de café.

—No sabía que eran tan cercanos —digo.

Ella se encoge de hombros.

—Éramos amigos antes de salir con Maggie. Seguimos como amigos después.

—¿Cómo se sintió acerca de ustedes dos saliendo? —pregunto.

—De la misma manera que lo haría cualquier hermano mayor sobre las citas con su
hermana pequeña, supongo.

—Y él. . . ¿No tuvo ningún problema con eso? Que ustedes . . . ¿sean chicas las
dos? —Mi cara se siente caliente incluso mientras lo digo.

Elissa niega con la cabeza.

—Si es que lo hizo se lo guardó para sí mismo. Nunca quiso molestar a Maggie.

Miro mi café. Estoy celosa, me doy cuenta, celosa de que Dylan y Elissa sean tan
cercanos, lo suficientemente cercanos como para que él la llamara el día que Maggie
muriera, y todo lo que obtengo son sobras, incluso si. . .

No puedo pensar eso.

—¿Podemos hablar de otra cosa? —pregunto y ella asiente.

—Claro. ¿Qué tal la escuela?

—Eso no —digo, y me río. Elissa sonríe y mira su café, casi igual que esa imagen
en el Instagram de Maggie.

Maggie.

¿Qué estoy haciendo? Hablar de la escuela con la ex de Maggie cuando ni siquiera


sabía que ella tenía una ex, tomar café como si nada. Yo estoy aquí y ella no está y. . .

—Disculpa —digo, y me paro de mi asiento y me apresuro al baño. Gracias a Dios


es uno solo.

Cierro la puerta y me tapo la cara con las manos, con fuerza, abro el fregadero para
que nadie pueda oírme llorar. La culpa me apuñala por dentro, porque Maggie se ha
ido y yo estoy aquí y, de alguna manera, eso no parece justo.
—¿Estás bien? —pregunta Elissa cuando salgo del baño unos minutos después. Sé
que mi cara está roja, mis ojos están hinchados, pero la alejo.

—Sí. Estoy bien.

—Está bien —dice ella, y no insiste—. Entonces. Sé que no quieres hablar de la


escuela. Lo cual está bien, puedo contarte sobre mis clases si quieres, pero, ¿también
hay una sala de juegos al final de la calle a la que podríamos ir? ¿Para que te olvides
de las cosas?

Niego con la cabeza.

—Tentador, pero. . . creo que quiero quedarme aquí.

—¿Tienes miedo de que te patee el trasero en el hockey de aire? —pregunta, y


para mi sorpresa, me río.

—Hockey de aire, sí, pero te aplastaré por completo en el Pac-Man.

—¿Memorizaste el patrón?

Asiento con la cabeza.

—Y cuando comer la fruta.

—Malvada —dice ella. Ella sonríe. —No me di cuenta de que eras un friki del clóset.

Y ahí está de nuevo, el No lo sabría mirándote.

Pero, de nuevo, parece que todos los que me miran solo ven lo que quieren.

—Mamá me llevaba a jugar a Pac-Man —digo—. Allá en Colorado. Íbamos al cine y


ella odia los trailers, así que siempre jugamos juegos hasta que llegaba el momento de
ir a ver la película. Yo no podía agarrar los controles porque insistía en comer palomitas
de maíz antes de jugar, así que todo estaba siempre muy grasoso. Pero eso,
extrañamente, me hizo mejor en eso.

—Ja —dice Elissa—. Eso es genial. Mis padres solían hacer que mi hermana me
llevara si salía con sus amigos, así que me volví muy buena en el hockey de aire ya
que todos los adolescentes con los que pasaba el día me lo enseñaron. Podía
patearles el trasero en poco tiempo.

—Por favor, dime que antes de cada juego fingiste que no sabías lo que estabas
haciendo para atraerlos a una falsa sensación de seguridad.

—Lo sabes —dice ella, y yo sonrío.

—Despiadada.
—Puedes apostar.

—¿Qué. . . qué hace tu hermana?

—Ella estaba en la escuela de leyes, pero luego decidió que quería ser predicadora
así que está estudiando para eso —dice Elissa—. Mamá y papá no estaban muy
emocionados, pero ahora no tienen que pagar la escuela de leyes, así que supongo
que está bien. —Ella se encoge de hombros. —Sin embargo, Dani parece súper feliz.

—Eso es. . . wow. Ella y Dylan se llevarían bien.

Elissa pone los ojos en blanco.

—No puedo juntarlos; comienzan a discutir sobre teología y todo es cuesta abajo
desde allí.

— ¡Uy! —Junto mis manos.

—Está bien —dice Elissa, sonriendo—. Mi hermana siempre ha sido así: me hacía
debatir con ella en la mesa del desayuno antes de llevarme a la escuela, y ella es quien
me ayudó con la lectura antes de mi Bat Mitzvá.

Asiento con la cabeza.

—¿Alguna…alguna vez salieron los cuatro?

—No, demasiado incómodo —dice Elissa—. Dylan y yo tenemos cosas en común, y


Maggie y yo, pero pasar el rato juntos los cuatro se habría sentido como una cita doble
forzada a pesar de que Dylan y Dani no están tan interesados el uno en el otro —dice,
y sonríe—. Además, en mi experiencia, tus hermanos no siempre quieren salir con
quien sea que estés saliendo.

—No lo sabía —digo—. Soy hija única.

—Qué horror —dice Elissa—. Espera, mierda, no quise decir eso. Solo quise decir,
no sé. No puedo imaginar mi vida sin mi hermana.

Parece darse cuenta, recién, de la realidad de lo que acaba de decir: no puede


imaginar la vida sin su hermana y ahora Dylan tiene que hacerlo.

Elissa se aclara la garganta y mira su reloj.

—¿Quieres. . . quieres ir a casa?

—Probablemente debería —digo. Cojo mi bolso para pagar el café, pero Elissa
niega con la cabeza.

—Mi regalo.
—Pero condujiste.

—Puedes pagar la próxima vez —dice, y la sonrisa que me da empieza a sentirse


como mariposas en mi estómago.

Ella no me puede gustar. No importa lo agradable que sea, no importa cuánto haga.

No puedo.
DIEZ DÍAS DESPUÉS
Lo primero que huelo cuando entro en el camino de entrada de una de las casas de las
chicas de Leesboro es el humo de la hoguera. Dylan me envió su dirección, fuera de
una carretera a veinte minutos de mi escuela secundaria, su casa es la única en millas,
con acres de tierras de cultivo detrás. Todos los autos están estacionados directamente
en la grava frente a su casa. A juzgar por la cantidad de autos, toda la clase senior de
Leesboro está aquí.

A Maggie le hubiera encantado esto. Amaba a sus compañeros de clase, le


encantaba salir con ellos. Tenía más espíritu escolar que nadie que yo haya conocido,
en realidad disfrutaba de los mítines, los partidos de fútbol y los musicales. Le
encantaba todo y no podía entender por qué otras personas no sentían el mismo
sentimiento de orgullo que ella sentía por su escuela secundaria.

No pertenezco aquí.

Pienso en subirme a mi carro y conducir a casa, acurrucarme en la cama con una


novela de fantasía y decirle a Dylan que esto fue un error, todo.

Me acerco a la hoguera.

Un pequeño grupo de personas se agrupa en el hoyo, agarrando botellas de vidrio


de cerveza. Puedo ver el pelo rojo de Dylan iluminado por la luz del fuego, su brazo
alrededor de Elissa.

Me pongo la chaqueta sobre los hombros y me acerco a los jugadores de fútbol


apiñados alrededor de la nevera. Y solo entonces puedo ver los brazaletes negros que
lucen, igual que las chicas en la competencia el otro día.

Mantengo la cabeza gacha mientras abro la nevera y tomo una cerveza. Pero hay
una mano en mi codo y me doy la vuelta.

Es uno de los jugadores de fútbol, aunque parece demasiado flaco para hacer
mucho daño. Tiene el pelo rubio recogido.

—No te ves lo suficientemente mayor para esto —dice, arrebatándome la botella de


las manos y mirándome de arriba abajo de una manera que hace que mi interior se
retuerza—. Pero supongo que puedo dejarlo pasar ya que eres sexy.

Me tiende la botella. Extiendo la mano para tomarlo, pero él lo retira justo antes de
que pueda, riendo.

Sé lo que quiere que haga. Quiere que me sienta halagada, me llamó sexy. Quiere
que me ría, coquetee, jaja, eres tan gracioso quitándome la cerveza.
—Dame la puta cerveza —chasqueo.

Su rostro se oscurece y se inclina para estar frente a mí.

—Oblígame —dice, y mis manos se cierran en puños porque solo quiero mi maldita
cerveza y ni siquiera quiero estar aquí, y entonces escucho una voz.

—Ezra, dale la cerveza antes de que rompa la botella sobre tu cabeza —dice
Elissa.

—Solo estaba bromeando —dice él, poniendo los ojos en blanco y


entregándoselo. Ella se lo quita y me lo pone en las manos.

—Es un idiota —susurro mientras nos dirigimos a la hoguera, pero la tensión no


abandona sus hombros.

—Siempre ha sido así. Muchos de esos tipos lo son —susurra ella. Su mano
encuentra la mía y la aprieta una vez antes de soltarse para sentarse al borde de la
hoguera, doblando sus largas piernas mientras me siento a su lado. Nadie ni siquiera
me mira excepto Dylan, quien me da un pequeño, casi imperceptible movimiento de
cabeza. Todos los demás miran su cerveza.

Todos están afligidos, y yo también, pero al mirar alrededor de la hoguera todavía


me siento tan fuera de lugar. Todos estamos afligidos por diferentes versiones de la
misma persona, y yo. . .

Soy la única que no se lo merece.

No debería haber venido aquí.

Aprieto la botella en mi puño y tomo un gran trago para aclarar mi mente. Sabe
horrible, a orina aguada, y mierda, ¿cómo se bebe esto?

Pero necesito beber; Necesito olvidar. Por una noche quiero olvidarme de correr y
Maggie y Julia y Aldersgate y Dylan; Quiero olvidar quién soy, quién fui. Puedo sentir a
Elissa mirándome mientras me vierto la cerveza en la garganta, pero no dice nada.

—¿Alguien tiene una historia que quiera contar sobre Maggie? —Dylan pregunta, su
voz es demasiado fuerte.

Todos se ponen tensos. Nadie quiere hablar de eso, de ella, nadie quiere molestar a
su fantasma incluso si su hermano dice que deberían hacerlo.

—Empezaré —dice una chica, acento sureño espeso, cabello rubio colgando como
una plancha, recto por sus hombros y brillando tan anaranjado como Dylan en la luz—
. Soy Casey. Maggie y yo dirigimos juntas el musical de primer año.

Casi espero que todos digan Hola, Casey como una reunión de Alcohólicos
Anónimos. La idea me da ganas de reír y tomo otro sorbo.
—El primer año hicimos The Sound of Music —dice Casey—. Y Maggie era nuestra
asistente de dirección de escena. Y ella era. . . no sé. Ella era tan buena con los niños,
porque teníamos niños reales haciendo a los Von Trapps: la Sra. Jessica, la hija de
Henderson, era Gretl. Ella era adorable. Y Maggie, Dios. Era TAN seria si uno de los
actores hablara entre bastidores y, al mismo tiempo, ayudaría a Jessica con sus líneas
y era como si hubiera un lado completamente diferente de su personalidad cuando
trabajaba con niños. Ella era genial, ella. . . realmente hubiera sido una maestra
fantástica —termina Casey, y su voz se quiebra y todos miran el fuego con torpeza
hasta que una de las otras chicas del mismo club toma la mano de Casey.

Otra chica se pone de pie, el cabello oscuro y rizado recogido de un rostro pálido en
forma de corazón.

—Soy Alison —dice ella—. Conozco a Maggie desde que estábamos en el jardín de
pequeñas. Nosotras vamos . . . fuimos a la misma iglesia.

Se lanza a otra historia, sobre cómo siempre envidió a Maggie porque era tan
amable, lo celosa que estaba de ella cuando ambas estaban en la escuela secundaria
y Maggie salía con Trey Zhang.

No puedo escuchar esto. No puedo escuchar más de estas historias, historias sobre
quién era Maggie y lo maravillosa que era, historias sobre su lado que nunca llegué a
conocer.

Porque eso es lo que es esto. Nadie va a hablar de cómo hablaba dormida o de lo


malhumorada que estaba por la mañana, nadie va a hablar de cómo se esforzaba
hasta el punto de las lágrimas cuando corría, nadie iba a hablar de la vez que le gritó a
un estudiante de primer año por no ponerse al día. Estas historias que estas personas
están contando la convertirán en una chica perfecta que amaba a los niños y quería
enseñar y solo salía con chicos y yo seré borrada y olvidada y también las partes de
ella que estas personas no conocen.

Me levanto antes de darme cuenta de que lo estoy haciendo y puedo sentir los ojos
de todos sobre mí.

—Soy Corinne —digo—. Y yo. . .

Dylan me mira como si fuera a matarme. El rostro de Elissa es de piedra. Todos los
demás me miran como si de repente se hubieran dado cuenta de que estoy allí.

No puedo hacer esto. Si les digo, arruinará cualquier imagen que tengan de ella, y
yo. . .

No puedo decirles sobre mí. Quiero, pero no puedo, porque si yo destrozo la


imagen que tienen de ella, no creo que Elissa o Dylan me perdonen, y no estoy segura
de que pueda perdonarme a mí misma.

Y no merezco llorarla con esta gente de todos modos.


Me siento. Y el silencio es incómodo y tenso hasta que uno de los chicos se aclara
la garganta y comienza a hablar de lo genial que era Maggie nuevamente.

Me muerdo las uñas, bebo cerveza y mantengo la boca cerrada y el corazón traidor
escondido.

A las once, casi todos se fueron, la hoguera se redujo a una pequeña llama. Los
jugadores de fútbol han comenzado un juego de borrachos y algunas de las chicas se
han ido a verlos. Solo estamos yo, Dylan y Elissa. Miramos fijamente la hoguera como
si nos diera respuestas, porque no tenemos nada que decirnos.

La mano de Elissa está a centímetros de la mía.

Trato de no pensar en ello. Siento calor y no sé si es por el fuego o por la cerveza o


por ella, no sé.

¿Debería saber? Siento que debería. Siento que debería haber sabido que Maggie
amaba a los niños y quería enseñar.

Pero tal vez todos los demás alrededor de esta hoguera deberían haber sabido de
nosotras.

Y de repente tengo demasiado peso sobre mí y demasiados pensamientos dando


vueltas en mi cabeza y en mi estómago, murmuro algo y corro hasta el borde del
bosque para vomitar.

Maggie se ha ido, Maggie está muerta. . .

La mano de alguien está en mi espalda, frotando, calmando, y toso.

—Oye, está bien.

Elissa. Es Elissa.

Ella me está tocando y odio que ese sea mi pensamiento inmediato cuando vomito
en el borde del bosque detrás de la casa de una chica en un memorial por mi novia
muerta.

— ¿Estás bien?

Toso y dejo que me rodee los hombros con el brazo y me guíe hacia un árbol, lejos
de la hoguera agonizante. Y yo estoy sentada en una paja de pino y Elissa está
sentada a mi lado y puedo sentir el calor de su cuerpo junto al mío y por un momento
olvido que tenía novia, por un momento me dejo olvidar que Maggie está muerta, y miro
a la chica sentada a mi lado con el pelo corto y la cara juvenil y. . .

Quiero besarla.

El pensamiento surge de la nada, pero de repente está ahí de todos modos.

Quiero besar a Elissa.

Pero no puedo querer eso. Aquí no. Ni ahora ni nunca. Ella es la ex de mi novia, la
ex de mi novia muerta, y sentirme atraída por ella sería. . .

Estaría mal.

—La extraño —dice alguien, y me toma un minuto darme cuenta de que soy yo. Y
luego hay una calidez a mi lado y Dylan se sienta a mi lado y mi cara arde como si
pudiera escuchar mis pensamientos sobre Elissa, sobre su hermana, y la mano de
Elissa cubre la mía y Dylan se sienta a mi lado y lloro por lo que he perdido.

Dylan me lleva a casa, dice que puedo recoger mi carro más tarde.

Me paso todo el viaje con la cabeza en el hombro de Elissa, Dylan mirándonos por
el espejo retrovisor.

Pero ella no se aparta.

Y yo tampoco.
ONCE DÍAS DESPUÉS
Me despierto en casa. En mi cama, olvidándome por un segundo dónde diablos estoy y
lo que está pasando y. . .

La fogata. La reunión de Leesboro, llorando sobre Dylan y Elissa.

Miro hacia abajo y todavía estoy con mi ropa de la noche anterior y me limpio la
mano frente a la cara y se ve negra y con manchas. Mierda.

Son las seis. Viernes. Todavía tengo escuela, todavía tengo práctica, todavía tengo
que salir adelante hoy, todavía tengo que. . .

Salto de la cama y me quito la ropa, los jeans y la camiseta y la ropa interior que
está roja. Mierda. Encima de todo ha llegado mi período. Agarro un par de ropa interior
negra lisa de mi tocador y automáticamente tomo dos ibuprofenos del envase en la
mesa de noche. Siete días de mal humor y sangrado y aunque soy corredora y eso me
ayuda, los cólicos todavía me harán saber que están aquí mañana.

Guardo seis tampones en mi bolso, no porque necesite tantos, sino porque es


inevitable que alguna otra chica del equipo tenga su período, y sé lo que es ser la chica
sin tampón o toalla sanitaria y lo vergonzoso que es. . . así que siempre empaco extra.

Me pongo un sostén deportivo por la cabeza, hago una mueca de dolor por la
tensión contra mi pecho, y sigo adelante y me pongo unos leggings y una sudadera
porque a quién le importa cómo me veo hoy.

Mi teléfono suena mientras me visto. Dylan.

¿Vienes al partido esta noche?

Frunzo el ceño hacia mi teléfono. ¿Partido?

Dylan responde unos cinco minutos después, el escritor más lento del mundo.

Nuestro partido de fútbol de bienvenida es esta noche. Hay un memorial


para Maggie. Más formal. Puedes venir, sentarte conmigo y Elissa.

Trago saliva, de repente. No porque me esté invitando, sino porque realmente


quiero ir, ¿quiero hacer esto?

Pienso en Elissa, pienso en la forma en que se veía anoche, la piel morena


iluminada por la luz del fuego y el cabello recién cortado y esos ojos mirándome todo el
tiempo y pienso en querer besarla y yo. . . se supone que no debo pensar eso. Esta
noche voy al memorial de Maggie, mi novia, que ni siquiera ha muerto dos
semanas. ¿Por qué diablos estoy pensando en besar a otra chica? ¿Por qué estoy
pensando en besar chicas?

Maggie fue la primera chica que besé. Quizás la primera chica que supe que quería
besar.

No soy una de esas chicas que supo cuando tenían cinco años que algo era
diferente en ellas. Quizás debería haberlo hecho. Pero ninguna chica me llamó la
atención antes de Maggie.

Después, después de que me di cuenta de ella en ese primer encuentro, sin


embargo, me fijé en las chicas, chicas a las que nunca antes habría mirado. Y al igual
que con Maggie, mi estómago dio un vuelco y mis palmas se pusieron sudorosas y era
como, mierda, ¿cuándo todas estas chicas se volvieron tan lindas?

Ni siquiera había querido besar a una chica antes de Maggie, pero después de que
el pensamiento se me metió en la cabeza, fue todo en lo que pude pensar. Besando a
Maggie. Besar a otras chicas, chicos, quien sea. Sólo . . . besos
NUEVE MESES ANTES
Ella me invita el día después de Navidad para que podamos salir. Le digo que iré
después de visitar a mi mamá. (Padres separados deberían significar el doble de
regalos, pero no es así. Solo una linda Navidad con mi papá y una con mi mamá que
se siente como una ocurrencia tardía)

Hace unos agradables quince grados cuando entro en el camino de entrada de


Maggie, que no debería estar permitido. Los inviernos en Colorado significaban
montones de nieve y viento helado en los pulmones. Los inviernos en Carolina del
Norte, según he aprendido, pueden significar una pulgada de nieve que apaga todo el
estado o un clima casi primaveral.

Hoy parece primavera. Llevo un vestido que saqué del fondo de mi armario que usé
el año pasado para el cumpleaños de Julia, mangas tres cuartos en un color rosa
suave.

No sé por qué me he arreglado para ir a su casa.

Esta es solo la segunda vez que la veo desde que le dije que rompí con Trent. Me
llamó más tarde esa noche para hablar de ello y me preguntó si me sentía bien.

Dije sí. Después de todo, fui yo quien rompió con él, como lo hago con todos los
demás chicos.

Ella dijo bien. Ella estaba feliz por mí.

No hablamos mucho después de eso, pero cuando colgué se me hizo un nudo en el


estómago.

He estado pensando en ello cada vez más, en ella cada vez más. Sobre cómo sería
estar con ella. Qué significa, si tiene que significar algo.

¿Y si es solo Maggie? ¿Y si solo me atrae ella? ¿Qué significa eso?

¿Tiene que significar algo?

Mierda.

Ojalá tuviera alguien con quien hablar sobre esto.

Pero si le digo a Julia, si hablo con ella, eso lo convertirá en algo significativo. Y
todavía no estoy preparada para eso.

Agarro el volante con más fuerza.


La casa de Maggie es enorme, ciertamente más grande que la mía. Tiene un
porche delantero y columnas, el encanto sureño de la vieja escuela. No hay carros en
la entrada excepto el de ella, pero trato de no pensar en eso.

Abre la puerta e inmediatamente me abraza, con el pelo rizado recogido en una cola
de caballo. Lleva una camiseta y unos shorts que deben haber sido de su hermano.

—Hola —dice ella, retrocediendo y metiendo un mechón suelto detrás de la oreja,


su cara repentinamente roja—. ¿Tuviste. . . Tuviste una buena Navidad?

—Sí —digo. No la miro directamente y ella se mira los pies. Todavía estoy de pie en
su porche.

—¿Puedo entrar? —pregunto, y se ríe nerviosamente.

—Sí. Vamos, déjame mostrarte los alrededores.

Pasamos por grandes habitaciones y ella simplemente tira lo que son: cocina, sala
de estar, la oficina de papá. Nos detenemos en la puerta de su sótano o habitación
extra como ella lo llama. En el segundo en que entramos, comprendo de inmediato por
qué lo llama así. No es un sótano como el de mi casa: piso de concreto y cajas de
cuando nos mudamos. Tiene una alfombra, un sofá, una mesa de billar y un televisor
grande con un montón de videojuegos.

La sigo escaleras abajo.

¿Le da vergüenza tener todas estas cosas? Me avergonzaría, pero ella parece casi
cómoda con eso.

Eso es lo que tiene ella: se siente cómoda en cualquier entorno. Corriendo,


tomando un café conmigo. Ella está a gusto, toda sonrisas y encanto, y yo soy la chica
parada torpemente al lado que no sabe qué hacer con sus manos. Claro, no soy así en
la escuela, donde conozco mi lugar (con las chicas del equipo, al lado de Julia), pero
¿ponerme en un lugar desconocido?

Olvídalo.

Maggie se sienta en el sofá, mete los pies debajo de ella y comienza a jugar con el
control remoto.

—Entonces, ¿conseguiste algo bueno por Navidad? —pregunto mientras me siento


en el extremo opuesto del sofá. Ella se encoge de hombros.

—Nuevo material para correr, en su mayoría. ¿Tú?

Me encojo de hombros.

—Um. Papá me compró algunas cosas de Colorado que solo puedes encontrar allí:
bocadillos y esas cosas.
—¿Lo extrañas? —pregunta seriamente, mirándome con los ojos muy abiertos,
como si realmente quisiera saber.

Ella se inclina hacia adelante. Y la miro por primera vez y mi mirada aterriza de
inmediato en sus labios.

¿Qué estoy haciendo? Una chica está sentada frente a mí y me gusta y no tengo
novio y estoy sentada aquí hablando de la Navidad como si fuera la cosa más
importante del mundo y. . .

Hay todo un maldito cojín entre nosotras y quiero besarla.

—A veces —digo, y miro mis manos, su sofá morado, porque si no lo hago. . .

El sofá rechina cuando se mueve, miro hacia arriba y ella se mueve, así que está
sentada a mi lado, y yo. . .

Estoy mirando sus labios de nuevo.

—Corinne —dice ella, y su voz es suave, vacilante e insegura, y me inclino hacia


adelante y la beso antes de que yo misma no me de otra oportunidad de hacerlo.

Es rápido, un beso casi imperceptible, pero mi corazón late frenéticamente como si


estuviera tratando de salir de mi pecho.

Sus ojos se encuentran con los míos. No puedo leerlos, no puedo leer su expresión
porque lo único que estoy pensando ahora es que la besé, la besé, la besé. . .

Y entonces. . .

ella

se inclina

adelante

me

besa

de nuevo.
NUEVE MESES ANTES
Ella me besó.

Ella me besó.

Ella me besó.

Y le devolví el beso.

Y todo lo que puedo pensar en el camino a casa,

es lo mucho que quiero volver a besarla.


ONCE DÍAS DESPUÉS
Mis cólicos han comenzado con fuerza cuando llegué a la escuela, y no quiero nada
más que apoyar la cabeza en mi escritorio y dormir.

Pero el universo no me dará esa oportunidad. Casi llego tarde al salón de clases, y
corro justo cuando suena la campana, ya irritada.

Julia me da un codazo con la punta de su lápiz.

—Oye. ¿Estás bien?

—Cólicos —murmuro, y pongo la cabeza en el escritorio. Ella hace un ruido de


simpatía.

—¿Quieres venir esta noche?

Pienso en el juego, en Dylan. Elissa.

—No puedo esta noche, Jules —digo—. Para ser honesta, probablemente me iré a
casa a dormir una siesta.

—Lo entiendo —dice, y rápidamente me aprieta el hombro—. ¿Envíame un


mensaje de texto si necesitas algo?

Es un eco de lo que me dijo hace más de una semana, cuando descubrí que
Maggie había muerto.

No sé por qué se sigue ofreciendo.


SIETE MESES ANTES
Estoy en casa a las once luego de estar con Maggie, mamá ya está dormida. Ella no
espera a que regrese para preguntar con quién salí, y estoy agradecida por eso.

Bueno. Agradecida y triste.

Me quito los zapatos y me dirijo a la cama, recostándome sobre el edredón y


revisando mis mensajes. El nombre de Julia está en la parte superior y me estremezco
al verlo, porque teníamos planes esta noche: se suponía que íbamos a pasar el rato
con las chicas del equipo y ver una película.

Oye, lo siento, tuve que cancelar.

Inmediatamente aparece una burbuja que indica que Julia está escribiendo, y
contengo la respiración.

No hay problema. Ojalá me dijeras por qué.

Trago saliva.

La pantalla en mi mano, azul brillante.

Tuve una cita…

Estoy saliendo con una chica…

No puedo hacerlo. No puedo decírselo.

Mi fachada, mi vida aquí, todo está perfectamente construido. No soy una chica a la
que le gusten las chicas. Soy una chica corredora, una chica con un ex novio del que
todavía es amiga, una chica con A, una chica que quieres ser.

Y no es que no confíe en Julia; no es eso. Ella es mi mejor amiga y confío en ella,


pero una parte de mí piensa, ¿lo entendería? Y luego una parte de mí piensa, no puedo
perderla. No por esto. Si le digo, existe la posibilidad de perderla, y no puedo afrontar
eso.

Además, no sé cómo se sentiría Maggie al respecto, si yo le contara a alguien más


sobre nosotras. No hemos hablado de eso, no realmente, y solo hemos estado juntas
dos meses y pensando en decirle a alguien se siente tan grande.

Hipótesis. Si/entonces. Si sigo mintiéndole a Julia, entonces ella ya no será mi


mejor amiga.
Si salgo del clóset, entonces todos me tratarán de manera diferente.

¿Cuántas veces puedes decirle que no a tu mejor amiga antes de que deje de
preguntar? ¿Antes de que deje de ser tu mejor amiga?

Si le estás ocultando un gran secreto, si no le cuentas todo, ¿es tu mejor amiga?


ONCE DÍAS DESPUÉS
Julia no me habla en el almuerzo. Si Chris se da cuenta, no dice nada y no se ve a
Trent por ningún lado. No lo veo hasta cinco minutos antes de que comience el tercer
período, cuando me saluda desde el otro lado del pasillo.

Algunas chicas menores me miran cuando Trent se acerca a mí, los celos son
evidentes en sus rostros.

—Hola —dice, sonriendo con esa sonrisa de chico dorado. Sostiene una bolsa de
plástico de la farmacia local. —Te tengo esto.

Se lo quito. Dentro hay una bolsa de chocolate amargo, mi favorito, y un bote de


sales de Epsom.

—Te escuché decirle a Julia que tu. . . ya sabes, tu cosa comenzó —dice.

—Oh —digo, sorprendida de que le importe lo suficiente como para hacer algo—.
Gracias.

—No hay problema —dice—. Nos vemos, Corey.

Me saluda con la mano y luego se va.

Ojalá pudiera decirle que dejara de llamarme Corey ahora que no estamos juntos.

Pero miro en la bolsa las cosas que me consiguió y sé que no puedo.

Julia tampoco me habla en química, ni siquiera cuando trato de deslizarle un


chocolate. El Sr. Wilson da una conferencia sobre el carbono y las ecuaciones de
equilibrio y decido que será inútil tratar de hablar con Julia, así que vuelvo a tomar
notas y prestar atención.

Me gusta la química. Me gustan las matemáticas y la estructura y descubrir el orden


más pequeño de las cosas. Si puedo diseccionarlo, neutralizarlo, descomponerlo en los
átomos más pequeños, entonces tendrá más sentido.

—¿Qué tiene de especial el carbono? —pregunta el Sr. Wilson, y mi mano se


dispara.

—Se adhiere a sí mismo y a otros elementos —digo.

Él asiente.
—Bien, señorita Parker. Supongo que se podría decir que el carbono es bisexual,
¿verdad? Va en ambos sentidos.

Mi cara se enrojece antes de que pueda detenerlo.

—Como una puta —bromea alguien en la parte de atrás, y hay risas. Incluso el Sr.
Wilson esboza una sonrisa.

Mis dedos se aprietan alrededor de mi bolígrafo. Delante de mí, Julia se ríe y Haley
también.

No soy una puta, quiero decir.

Pero soy demasiado cobarde y estas personas no merecen saberlo,


¿verdad? Incluso si algunos de ellos son mis amigos.

Julia riendo junto con esto duele, y sé que si supiera de mí no lo haría, pero si esta
es su reacción. . .

Me trago el nudo en la garganta y lo odio, pero me río junto con todos los demás.
SEIS MESES ANTES
—Creo que soy bi.

Lo digo de nuevo.

—Creo que soy bisexual.

Toma un respiro. Mírate en el espejo. Dilo otra vez.

—Soy bisexual.

Me eché a llorar.
CINCO MESES ANTES
Creo que puedo decirlo.

Creo que podré decírselo a Maggie.

Estamos en ese parque que ama, sentadas juntas en los columpios. Nuestras
rodillas se tocan. No nos balanceamos.

La cadena de metal está fría en mi puño. Maggie ha estado hablando sin parar
sobre hacer algo para nuestro aniversario este mes, idear grandes sueños y planes.

Me aparto de ella, las zapatillas de deporte raspan la tierra mientras retrocedo y


empiezo a balancearme.

—Estás callada —dice ella—. Nunca estás callada. ¿Qué piensas?

Me encojo de hombros.

Debería decirlo. Debo decirle que he encontrado una palabra que encaja, una
palabra que describe lo que siento por ella y por los chicos con los que he salido.

Pero en cambio, me balanceo más alto, más alto hasta que estoy lejos de Maggie y
de la realidad de decírselo.

Ella está esperando cuando vuelva a bajar. Tal vez eso sea lo mejor de ella, pero a
veces es lo que me hace sentir que nunca podría merecerla.

Respiro hondo. Envuelvo mis dedos a través del eslabón de la cadena del columpio.

—Yo. . . Creo que soy bisexual. Soy bisexual —digo, y trago el nudo en mi garganta
y el miedo en mi voz y espero que no pueda darse cuenta.

Ella se acerca.

Ella toma mi mano.

—Me alegro de que hayas encontrado una palabra que encaje —dice, y me
besa. No importa que estemos al aire libre, no importa que alguien pueda vernos.

Ella. Me. Besa.

Y le devuelvo el beso.
ONCE DÍAS DESPUÉS
Le mando un mensaje de texto a Elissa inmediatamente después de la práctica, el
corazón late en mi pecho mientras le doy la espalda a las otras chicas y protejo mi
teléfono.

¿Vas al partido de fútbol?

Me cambio rápidamente, esperando que mi teléfono no suene mientras Haley


todavía está cerca.

Pero el vestuario se vacía lentamente y Elissa todavía no me ha respondido y casi


me rindo y estoy caminando hacia el autobús ya que mi auto todavía está en la casa de
la chica cuando. . .

No puedo quedarme, pero puedo llevarte.

Bien.

De acuerdo.

Elissa se detiene en la casa de la chica en la que estábamos anoche, sus dedos se


mueven nerviosamente a los costados, y sé que en el momento en que salga del auto,
va a sacar un cigarrillo y fumarlo de camino a casa. Quizás fume dos. Apenas hemos
hablado durante todo el viaje.

—¿Entonces debería seguirte al juego?

Ella niega con la cabeza.

—No voy a ir. Y es Shabat, así que debería ir a la iglesia. —Ella se encoge de
hombros. —No lo sé.

Asiento con la cabeza. No tengo fe, religión, pero ahora. . . ahora parece el
momento en que podría.

—Gracias por traerme.

—Espero que tu carro todavía esté aquí —dice ella.


Escaneo el área en busca de mi Volvo.

—Si está.

—Qué bueno.

Me desabrocho el cinturón de seguridad, pero no me muevo para salir del auto.

—Elissa. . .

Mi voz es ronca, ella se vuelve y me mira. No hemos hablado de la hoguera, de la


forma en que nos miramos porque si hablamos de eso, significa que hay algo que
reconocer.

—¿Qué? —dice ella.

Quiero besarla. Me está mirando y quiero besarla, porque es la única en todo el


jodido universo que entiende por lo que estoy pasando, y porque me escucha, y porque
me mira como lo hacía Maggie, y esta vez no me detengo, esta vez me inclino sobre el
asiento del pasajero y presiono mis labios contra los de ella.

Sabe a humo, a pena. Ella me devuelve el beso y mis manos se mueven a la parte
posterior de su cuello y la beso y la beso y. . .

Ella se aparta de mí como si la hubieran picado.

—Fuera —dice con voz ronca.

—Elissa. . .

—Sal de mi camioneta ahora mismo —dice ella—. Corinne. Por favor. Necesito que
te vayas.

—Pero. . .

—¡Fuera! —grita, y su voz se quiebra y me apresuro a la puerta y casi tropiezo al


salir de su camioneta, pero puedo distinguirlo, mi mano temblorosa todavía está
presionada en mi boca, como si aún pudiera sentirla besándome y no sé en qué labios
estoy pensando, en los de ella. . .

o Maggie.

Entro en el estacionamiento de Leesboro diez minutos más tarde, me estaciono lejos


de los otros autos y me dirijo hacia el campo de fútbol. Es fácil encontrar a Dylan en las
gradas, su cabello difícil de perder entre la multitud. Hay un amplio espacio alrededor
de él, como si nadie quisiera sentarse a su lado por prevención a que su propia
hermana muera. Puedo sentir a todos los de Leesboro mirándome mientras subo y me
siento a su lado.

—Viniste —dice.

—Sí —digo.

—¿Elissa no está contigo?

La mención de su nombre es como espinas enroscadas alrededor de mi pecho.

—Dijo que era Shabat.

—Mierda, lo olvidé. —Niega con la cabeza. —Ella nunca salió en secundaria por
eso, tampoco. No puedo creer que lo olvidé.

—Está bien —digo—. Me llevó a buscar mi carro, pero se fue a casa.

Él asiente.

—Bastante justo.

Está distraído, puedo decirlo. Mis ojos siguen los suyos, donde él ve a las porristas
estirarse y calentarse, a los chicos de la banda de música dando vueltas por el
campo. Quiero preguntarle si la extraña, pero es obvio que sí. Todos a nuestro
alrededor se ríen y hablan y Dylan y yo nos quedamos sentados en silencio, unidos por
nuestro propio dolor.

¿Cómo están todos sentados aquí como si no estuviera muerta? Hace dos
semanas, estas personas vertían sus mensajes en el Instagram de Maggie, y
ahora. . . ¿qué? Ahora están en un partido de fútbol y es como si nunca hubiera
pasado, es como si ella ni siquiera estuviera muerta.

Me siento con Dylan mientras los estudiantes de Leesboro que nos rodean animan
a un equipo perdedor, mientras las luces del estadio ciegan a todos los que nos rodean
hasta que solo somos él, él y el fantasma de su hermana.

El entretiempo llega demasiado pronto. Leesboro está perdiendo


espectacularmente, no hay otra forma de describirlo. Para el entretiempo, todos están
agradecidos por el descanso, aunque puedo sentir la anticipación de los estudiantes
detrás de nosotros cuando alguien se dirige al podio para anunciar al rey y la reina del
baile.

La mujer que sube es baja y rechoncha, con un salvaje nido de cabello rubio que
puedo ver desde aquí que está lleno de demasiada laca para el cabello.
Nunca entendí eso de las mujeres sureñas: el uso excesivo de laca para el cabello y
la sombra de ojos azul. Y definitivamente es algo sureño, las mujeres del Medio Oeste
realmente no se vestían como las que he visto aquí.

Saca un papel de su bolsillo y hay una contención colectiva de la respiración de los


otros estudiantes, como si sus vidas dependieran de quién será coronado rey de la
fiesta de bienvenida este año.

La mujer se aclara la garganta.

—Su rey —anuncia grandiosamente, como si estuviera en algún tipo de programa


de juegos o presentando a la realeza real—, es Ezra Miller. Su reina es Savannah
Welch.

El flaco jugador de fútbol que no me quería dar una cerveza sube al improvisado
escenario, con una chica guapa de pelo rubio decolorado en el brazo. Típico. Esto es
tan, tan típico.

Les dan sus coronas y la banda toca una canción a medias y los estudiantes a mi
alrededor murmuran. Aparentemente, Ezra y Savannah no son tan populares.

La mujer se aclara la garganta de nuevo y todos los que nos rodean guardan
silencio. Mi mano encuentra la de Dylan y la aprieta.

—Leesboro perdió a uno de los nuestros este año —comienza, y mi garganta se


cierra—. Maggie Bailey era una estudiante brillante que tenía una beca completa para
ser corredora para el Villanova el próximo otoño. Ella era miembro del club de teatro,
del equipo donde corría, dirigió el escenario de los musicales de la escuela y cantó en
el coro de su iglesia los domingos. Ella era amiga de tantos, tantos de ustedes, y una
estudiante maravillosa, una hermana y una hija, y la vamos a extrañar mucho —
concluye la mujer, con lágrimas en el rostro, su cabello encrespado iluminado por las
luces del estadio.

—Continuaremos ahora con un momento de silencio antes de que nuestro coro


cante Amazing Grace. —La mujer se aparta del micrófono y el coro avanza arrastrando
los pies.

Apenas terminan el primer verso cuando alguien comienza a llorar, una de las
sopranos tratando de cantar entre lágrimas. Para cuando llegan al tercer verso, todo el
estadio está cantando. La mayoría de nosotros estamos llorando.

Dylan y yo nos quedamos allí, tomados de la mano, con los ojos secos mientras el
resto del mundo que nos rodea llora por una chica que ninguno de ellos conocía como
nosotros. Cuando las últimas notas han muerto en el aire, el coro se va del escenario
como patitos perdidos, y la mujer del cabello encrespado vuelve a subir al
micrófono. Se toma un minuto para recomponerse, secándose los ojos dramáticamente
a pesar de que no estaba llorando, luego saluda al resto de la multitud con una sonrisa
radiante y empieza el juego de nuevo.
Dylan y yo nos separamos sin decirnos mucho el uno al otro, no es como si hubiera
algo que decir en este momento. Camina de regreso a su auto y yo camino de regreso
al mío y solo entonces me dejo pensar en que besé a Elissa.

¿Por qué hice eso? Maggie lleva apenas dos semanas muerta; No debería estar
besando a otra chica, y mucho menos a su ex. No importa que ella es valiente y en
formas en que yo no, no importa que piense que es linda o guapa o lo que sea; mi
novia se ha ido y yo no debería, no debería tener estos sentimientos por otra chica.

Dios, extraño a Maggie. Extraño que ella esté aquí, extraño besarla, extraño cómo
me hizo sentir.

Tengo miedo sin ella. Gran parte de mí durante el último año era quién era yo con
ella. Me gustó quién era entonces. Me gustó en quién me hizo convertirme, que no era
una perra sarcástica, que no era una decepción, que era solo una chica que amaba,
una chica que pensaba que era lo suficientemente buena.

Y sin ella no sé cómo volver a ser esa chica.

Conduzco a casa. Entro. Le miento a papá.

Me ducho.

Me acuesto en la cama y pienso en besar a quien sea y pienso en sexo y deslizo mi


mano hacia abajo entre mis muslos y

yo

paro de

pensar.
CATORCE DÍAS DESPUÉS
La práctica del lunes es brutal. Cuando termina, estoy empapada en sudor y me duelen
las piernas.

Pero me siento bien. Como no lo he hecho en un tiempo. Tal vez sean las
endorfinas de correr o la sensación de que realmente lo hice bien, tal vez.

En cualquier caso, me quita de la cabeza a Elissa y el hecho de que no ha


llamado. O enviado mensajes de texto. O el hecho de que la besé.

Necesito dejar de pensar en cómo la besé.

Me quedo en el vestuario, me tomo mi tiempo para vestirme porque no quiero


pensar en ir a casa y comenzar mi tarea de química o cálculo o cualquier otra cosa.

Mientras me saco el sujetador deportivo por la cabeza, entra Julia, con las mejillas
enrojecidas como melocotón bajo su piel morena. Le doy la espalda y abrocho mi
sujetador, aunque no es como si no nos hubiéramos visto cambiar mil veces.

Mierda, necesito a mi mejor amiga.

—¿Julia?

—¿Mm? —dice Julia mientras se quita los calcetines y se acuesta en el banco con
solo su sujetador deportivo y pantalones cortos.

Me aclaro la garganta.

—Yo. . . Lo siento.

Ella se sienta, fija sus ojos oscuros en mí.

—Continúa.

—Yo. . . lamento estar tan distante. Los últimos dos meses, quiero decir.

Su rostro se suaviza.

—Sabes que no me enojaría tanto contigo si me dijeras por qué me has estado
evitando. Sé que hay una razón.

Aparto la mirada de ella. Hay una razón, pero es demasiado grande para contárselo
ahora.
—¿Quieres venir conmigo al partido de bienvenida el viernes? —digo, y sus ojos se
entrecierran ante el cambio de tema y me temo que volverá a estar enojada conmigo—
. Por favor. Podemos ver jugar a Chris y Trent. —La frase “como solíamos
hacer” colgando en el aire. —Podemos prepararnos en la casa de mi papá y puedes
pasar la noche siguiente si quieres.

—Le dije a Chris que me quedaría con él —dice ella, y también hay algo sin decir
allí.

—Todavía podemos prepararnos antes del partido, ¿no? —digo, desesperada,


extendiendo las palabras como una ofrenda de paz.

Se vuelve y me mira y finalmente esboza una sonrisa.

—Sí. Me gustaría eso.

La opresión en mi pecho se afloja un poco más. Extrañaba tener a Julia a mi


lado. Extrañaba tener a alguien a mi lado.

—Oh, por cierto —digo—. Mi visita a Aldersgate es este fin de semana.

—Te encantará —dice ella—. Me encantaron mis visitas hasta ahora.

—Aún no me has hablado de eso.

—¿Qué quieres saber? —pregunta ella.

—Um. ¿Todo? ¿Algo que me ayude a prepararme?

Ella asiente, mira su reloj.

—Tengo algo de tiempo antes de irme a casa, ¿quieres. . .quieres salir?

Es tanto un desafío como una pregunta en uno.

—Sí —digo, y la sonrisa que divide su rostro me ilumina desde dentro, porque Dios,
he extrañado a mi mejor amiga.

—¿En el centro? —pregunta, y me río, porque es una broma que comenzó entre
nosotras dos, hace mucho tiempo cuando me mudé aquí. Le pedí a Julia que me
mostrara Leesboro, con la esperanza de encontrar gemas escondidas, algo debajo de
la facha de la pequeña ciudad, así que cuando me prometió mostrarme el centro me
emocioné.

Resultó que en el centro había un semáforo, una iglesia, una tienda que cambiaba
cada dos meses y Tito's Pizza, donde una vieja sala de juegos estaba escondida en la
parte de atrás. La primera vez que Julia me llevó allí, me dio una patada en el culo en
el Pac-Man, y a pesar de que se había quejado sobre que el centro era tan pequeño,
en cualquier momento Julia se ofrecía a llevarme allí, que era con nosotras yendo a la
pizzería, grasa en nuestros dedos y pesadas monedas en nuestros bolsillos para
juegos.

—Vamos —digo, y une su brazo con el mío.

Y así, estoy perdonada.

Si tan solo fuera así de fácil con todos los demás.

Después de que Julia y yo comamos pizza, cruzo la calle hacia la heladería, con la
esperanza de hablar con Amber sobre mi horario, si puede aumentar mis horas. Tengo
que pagar la gasolina y mis sujetadores deportivos se están agotando, y cualquier hora
que me pueda dar sería genial.

Haley está sentada afuera en el banco cuando me acerco, con el teléfono en su


oído.

—No, mamá, no lo sé —dice mientras salgo del carro. Ella pone los ojos en
blanco y me mira antes de gesticular Mi mamá y alejarse.

Me dirijo a la tienda y agarro mi delantal debajo del mostrador y lo ato alrededor de


mi cintura, me meto la cola de caballo a través de un sombrero de color pastel. Puedo
ver a Haley a través de la ventana, con las manos gesticulando salvajemente mientras
camina de un lado a otro. Finalmente regresa en unos minutos más tarde, con su boca
en una línea y las delgadas cejas fruncidas.

—¿Todo bien? —pregunto. Su ceño se profundiza.

—Solo mi mamá —dice ella—. Preguntando sobre los Regionales cuando aún no lo
sé y aparentemente Hilary ya lo sabía, así que, ¿por qué yo no lo sé?

Conozco a Hilary. Todos en nuestra escuela conocen a Hilary, la hermana mayor de


Haley por dos años, la estrella de la pista ahora con una beca en Notre Dame. Hilary es
nuestro brillante ejemplo de lo que puede suceder si trabajas lo suficiente. Nuestros
profesores la educan todo el tiempo, porque todos sabemos cuál es la otra alternativa.

Aquí está la alternativa, el ejemplo por el que se supone que no debemos luchar:
chicas que conozco que venden Avon con mamá, recién salidas de secundaria y ya se
establecieron con sus novios, ya embarazadas y vendiendo maquillaje para llegar a fin
de mes. Papá me dijo antes que su única forma de salir de aquí fue siendo lo
suficientemente inteligente como para conseguir esa beca para Aldersgate y luego
conocer a mamá, o de lo contrario estaría atrapado en la agricultura de la ciudad y
viviendo a dos millas de sus padres, simplemente como hace su hermano.
Sin embargo, esto es lo que no nos dirán. ¿Esas chicas? ¿Los que venden Avon,
que viven con sus novios, sus padres a solo unas millas de distancia? Parecen
genuinamente felices.

Me pregunto cómo será para Haley. El resto de nosotros solo tenemos que
escuchar sobre Hilary. Tiene que vivir en esa sombra.

Quizás por eso se esfuerza tanto.

Haley suspira.

—Solo desearía que mi mamá estuviera feliz conmigo, ¿sabes? —dice con
amargura.

No sé qué decir a eso. Quiero que mi mamá no esté contenta conmigo, entonces al
menos eso significaría que me estaba prestando atención.

—Pues, la entrenadora ni siquiera ha dicho nada sobre los Campeonatos de


Conferencia, y mucho menos sobre las Regionales —digo, tratando de hacerla sentir
mejor.

—Eso es lo que intenté decirle a mi mamá, pero ella insistió en que si fuera mejor
ya lo habría escuchado. Como si la entrenadora me hubiera dado un trato especial o
algo así, y ya sabes lo ridículo que es eso.

—Sí, lo sé.

Ella permanece en silencio por unos minutos más, mirando furiosa su teléfono.

—Lo que importa, es que eres lo suficientemente buena —digo en voz baja.

Ella me mira.

—¿Lo dices en serio?

—Sí —digo, y la empujo con mi hombro—. ¿Por qué crees que siempre intento
ganarte?

—Ja —dice ella, pero me da un codazo—. Lo haces bien, Parker.

—Vaya, gracias —digo.

Ella sonríe.

—¿Quizás quieras que nos sentemos juntas en el juego de bienvenida el


viernes? Quiero decir, sé que estará Julia contigo, pero si quieren sentarse conmigo y
algunos de mis amigos, pueden hacerlo —dice.

—Sí —digo—. Me gustaría eso.


Ella sonríe.

—Bien. ¿Estás emocionada por el juego? ¿Viendo jugar a Trent?

Me encojo de hombros.

—Supongo. Quiero decir, rompimos como hace un año, así que no hay mucho de
qué emocionarse.

—¿Por qué terminaron? —dice Haley.

—Se puso demasiado serio —le digo, volviéndome hacia ella.

—¿Demasiado serio? ¿Trent?

—Lo sé —digo. Me subo hacia la encimera, doy la vuelta a la cinta de Maggie una y
otra vez en mi muñeca. —Me agradaba. Realmente. Y lo que teníamos era bueno, pero
luego empezó a hablar de planes para el futuro y que yo iría a conocer a sus padres y
yo. . . me asusté. Se sintió demasiado. Entonces rompimos.

Haley asiente.

—Sí. Lo entiendo. Es gracioso, ¿no? La mayoría de la gente diría que los chicos
son los que le tienen miedo al compromiso.

—Ja. Sí.

Sigo girando la cinta. Maggie también quería esas cosas. Quería ir a la universidad
y conocer a mis padres, pero para nosotras fue diferente. Estar con ella habría sido una
gran declaración, no solo sobre mi sexualidad, sino sobre nosotras.

¿No es eso lo que yo quería?

¿No quería estar con ella?

—¿Corinne?

—Lo siento, me pierdo en mis pensamientos —murmuro. Dejo de jugar con la cinta
y salto del mostrador, y estoy a punto de decirle algo más a Haley cuando algo me
llama la atención afuera.

Es Elissa. Afuera. Riendo con una chica, ¿su compañera de cuarto?

Y luego se voltea y puedo decir que me ve. Y antes de que pueda reaccionar,
moverme o hacer algo, agarra a la chica del brazo y la aleja.

Haley mira todo el intercambio de miradas sin decir nada, y no me pregunta por eso
después.

Quizás la juzgué mal después de todo.


OCHO MESES ANTES
Todo lo que puedo pensar es en ella. Gracias a Dios, la temporada ha terminado, o de
lo contrario sé que esto afectaría mi carrera.

Me envía un mensaje de texto en enero y me pide que la encuentre en el parque de


su escuela secundaria una vez que salga de las audiciones de teatro.

¿Estás haciendo una audición?

No puedo cantar. Solo estoy manejando la escena, así que puedo mirar.

Buena suerte.

Todo es nuevo con ella. Cada texto me hace sonreír como una idiota. Me he
convertido en una de esas chicas que garabatean las iniciales de su amor platónico en
los márgenes de sus libros de química.

Julia me envía un mensaje de texto mientras me detengo en el parque, preguntando


si tal vez podamos pasar el rato este fin de semana, porque no hemos pasado el rato
correctamente desde que terminó la temporada.

Pero Maggie me preguntó si iría al cine con ella este fin de semana y ¿cómo podría
decirle que no?

Luego, Jules

Luego me guardo el teléfono en el bolsillo.

Estoy abandonando a mi mejor amiga por una chica. Nunca le hice esto con Trent.

Pero ella sabía que yo estaba saliendo con Trent, y no puedo predecir cómo se
sentiría por mí y Maggie cuando yo apenas me conozco.

Nunca antes había estado en este parque, pero lo encuentro fácilmente. No es


difícil encontrar cosas en Leesboro, una vez que sepa dónde están. Aunque supongo
que nuestro pueblo en Colorado era igual. Pequeños pueblos con secretos son la
columna vertebral de este país.

Soy una chica con un secreto.

(Soy un secreto)
El carro de Maggie no está allí cuando llego al parque, así que me meto en la grava
junto al columpio y salgo. Finalmente hace suficiente frío, me siento como en casa,
cortando el viento en mi espalda.

Me siento en uno de los columpios y la espero, mi teléfono en el bolsillo de mi


sudadera. La cadena de metal del columpio me enfría los dedos, pero es una especie
de frío reconfortante. Siempre me gustó más este clima.

La grava cruje cuando el auto de Maggie se detiene y mi corazón comienza a latir


más rápido, aunque no sé si es por los nervios o por verla. No hay nadie en este
parque, hace demasiado frío, y cualquiera que pase por allí vería a dos chicas
hablando en un columpio.

Tiene las manos en los bolsillos mientras comienza a caminar hacia mí, con la
cabeza inclinada.

Quiero besarla, pero tengo miedo.

Se sienta a mi lado en el columpio y se mueve.

—Hola —dice ella.

—Hola —digo—. ¿Cómo fueron las audiciones?

—Bien. Ya sabemos a quién vamos a tomar —dice ella. Ella me mira, se muerde el
labio. Esta es la primera vez que nos vemos desde Navidad. Desde que nos besamos.

¿Y si ella dice que fue un error? Que todo fue un error, y que realmente no le
agrado, y que ni siquiera le gustan las chicas ¿y y y…?

Me acerco y tomo su mano.

—¿De qué querías hablar?

Ella está callada, el único sonido es el crujido de los columpios mientras sostienen
nuestro peso.

—Nosotras —dice después de un momento, y mi corazón late más rápido porque


hay un nosotras.

—Me gustas —dice, y entrelaza los dedos con los míos—. Mucho, Corinne.

—Tú. . . Tú también me gustas —digo—. Y yo no. . . no sé lo que soy y estoy


tratando de averiguarlo, pero Maggie, realmente me gustas y. . .

Ella me besa de nuevo. Se inclina sobre el columpio y presiona sus labios contra los
míos, su boca suave y fría.
—¿Quieres. . . Quieres quizás probar esto? ¿Nosotras? ¿Saliendo? —pregunta, y le
devuelvo el beso, esperando que sepa cuál es mi respuesta.
DIECIOCHO DÍAS DESPUÉS
El viernes llega demasiado rápido, toda la escuela está entusiasmada con el partido de
fútbol. Las porristas visten sus uniformes todo el día, con cintas azules y doradas
atadas en el pelo. Incluso los profesores se animan; El Sr. Wilson pasa la clase de
química hablando sobre los compuestos que se unen para formar una pelota de fútbol,
y la profesora de inglés, la Sra. Shafar, nos pide que veamos Remember the Titans,
porque nada dice más del espíritu escolar como ver a un pequeño pueblo del sur
tratando de superar el racismo a través de fútbol americano.

Julia viene a mi casa para prepararse para el partido de bienvenida2 y poder animar
a los chicos. Ella se rizó el cabello oscuro y lo recogió en una coleta alta. Parece una
animadora. Se lo digo.

He escondido todos los folletos de Aldersgate, Oklahoma y de cualquier otro lugar


en la parte de atrás de mi armario. Esta noche, no quiero hablar de la universidad, el
reclutamiento o la postulación. Quiero chismear sobre chicos con mi mejor amiga. Me
recuesto en mi cama mientras Julia se maquilla, resistiendo la tentación de mirar mi
teléfono y enviarle un mensaje de texto a Elissa.

No me ha hablado desde la semana pasada. Ha ignorado los mensajes de texto


que he enviado para pedir disculpas.

No debería haberla besado. Fue una mala idea, y ahora estoy cerca de perder a la
única persona que entiende por lo que estoy pasando con Maggie.

—Entonces, ¿vas a hacer algo divertido después del juego? —pregunta Julia.

—Mm, ¿cómo qué? —pregunto.

—Oh, no lo sé —dice astutamente—. ¿Quizás intentar volver a estar con


Trent? Eso es una bienvenida.

Él último juego de bienvenida, Trent y yo tuvimos sexo en su camioneta mientras


estaba estacionada en su patio trasero, y todo lo que podía pensar entonces era lo bien
que se sentía y lo romántico que era, y todo lo que puedo pensar ahora es que estaba
congelada y me quedé dormida usándolo como almohada porque se olvidó de empacar
una.

—No voy a volver con él. Se acabó. Ya está hecho.

Julia resopla.

2 Es un evento que se hace para dar la bienvenida de vuelta los jugadores de fútbol luego de salir a jugar
por temporadas.
—Él podría esperar eso, ya sabes, ya que claramente no estás hablando con nadie
más.

Aquí sería una buena entrada. Aquí. Ahora mismo. Podría hablarle de Elissa, de
Maggie, podría decirle que soy bi.

Pero no lo hago.

—Realmente no me importa lo que espere —digo—. ¿Y a quién le importa si no


hablo con nadie más? ¿Quién dice que tengo que estar saliendo con alguien todo el
tiempo?

Pero lo hago.

—De todos modos. Chris quiere salir y celebrar después de la bienvenida, que para
él significa obtener una gran orden de papas fritas con queso y chile de Cook Out,
luego tengo que pasar el resto de la noche suplicándole que se lave los dientes antes
de empezar a besarnos —dice Julia. Se pasa una capa de brillo de labios y comprueba
si tiene alguno en los dientes. No hablamos de cómo podría quedarse a dormir
conmigo, si hubiera querido. Es la bienvenida. Ambas sabemos adónde va cuando
termina el juego, sin importar si ganamos o perdemos.

—¿Cómo te sientes? —pregunto.

—¿Sobre el juego? Emocionada. Ojalá ganemos este año.

Le tiro una almohada.

—No preguntaba por el juego.

—Lo sé. —Suspira, desvía su mirada de la mía en el espejo. —Quiero decir, sé que
probablemente vamos a tener sexo esta noche, así que no es como si me tuviera que
preocupar por eso ni nada. Y yo . . . Lo amo, y él me hace sentir bien —dice,
sonrojándose—. Entonces. . . No sé. Creo que estoy lista.

—No tienes que fingir que estás preparada si no lo estás —digo.

—No, yo. . . quiero. No me mires así —añade—. Realmente quiero. Chris es un


gran tipo. Me encanta. Quiero tener sexo con él.

Sus ojos nunca se encuentran con los míos.


—Tu visita a Aldersgate es mañana, ¿verdad? —dice Julia mientras llegamos al
estacionamiento.

—Sí.

—¿Estás emocionada?

—Estoy emocionada.

—Me vas a enviar un mensaje de texto cada segundo, ¿verdad? —dice ella.

—Por supuesto —digo—. También me quedaré el domingo por la noche para no


tener que conducir de regreso. Ya se lo dije al entrenador, pero ¿te lo contaré todo
cuando pueda?

—Duh, obvio —dice ella.

Salimos del carro, grava bajo nuestros pies. Nuestras uñas son azules y doradas, y
Julia agarra mi mano mientras caminamos hacia el campo de fútbol.

Nos sentamos con las otras chicas del club de carrera, todas charlando con
entusiasmo antes de que comience el juego, chismes flotando por el aire como plumas
con bordes afilados. Escucho susurros sobre cómo Soledad Evans se está acostando
con el mariscal de campo del equipo de fútbol americano de Green Hill Catholic Prep,
cómo Hilary Russell está fallando en su segundo año en el Notre Dame.

Si esto es lo que dicen de estas chicas, ¿qué dirían de mí?

Pero no puedo pensar en eso esta noche. Esta noche, al menos, pertenezco a
estas chicas, a este juego y a esta escuela. Esta noche no es un acto. Esta noche no
somos Corinne o Haley o Julia, esta noche tenemos el cabello suelto y brillantes
coletas a juego. Somos puro chismes y pasamos la noche sin dormir preocupándonos
por los chicos.

Animamos, en voz alta, mientras los chicos entran. Hemos pintado nuestras caras
de azul y amarillo. No hay nada individual, no aquí, no esta noche. Todos estamos en
ese campo con los muchachos, y todos somos responsables si ganan o pierden.

Esto es para estos chicos, y lo saben. Todos lo sabemos. Solo algunos de ellos
jugarán al fútbol en la universidad; y no hay otro momento en el que todos somos más
conscientes de ese hecho que esta noche. Si son lo suficientemente buenos, si algún
entrenador los ve como una historia de un novato que llega al estrellato, tendrá
suerte. Pero algunos de ellos trabajarán en la estación de servicio de la calle y al
menos uno de ellos morirá ebrio conduciendo a casa desde el baile de graduación, y
desearías que estas cosas no sucedieran, pero suceden.

Dios, no pertenezco aquí, nunca pertenecí aquí en primer lugar, mi acento no es el


acento dulce y meloso de estas chicas, son sílabas duras recortadas de un invierno de
Colorado. No tengo novio en el equipo de fútbol, ya no. Tengo una chica que me podría
gustar y una chica de la que nadie sabía nada.

Chris es abordado por alguien del equipo contrario, ¿contra quién estamos
jugando? Y Julia me agarra la mano y grita.

Julia necesita salir de aquí. Chris necesita salir de aquí. Ellos son los
afortunados. Si se quedan, dirán que es por elección, pero todos sabremos la verdad:
que por buenos que fueron, ni siquiera ellos podrían salir.

Verdad.

Nadie sabe la verdad sobre Maggie y yo excepto Elissa, y de repente ese


conocimiento es un peso en mi pecho y ya no puedo estar en este estadio con estas
chicas gritando.

—Me voy al baño —le digo a Julia, y ella asiente y suelta mi mano y sigue
animando a su novio con las demás chicas que ni se dan cuenta que me he ido.
SEIS MESES ANTES
—Deberíamos empezar a pensar sobre las universidades —ella dice.

Sus manos todavía están en mi cabello, sus labios aún a centímetros de los míos.
Yo no quiero hablar sobre la universidad o el futuro o cómo vamos a tratar de salir de
esta pequeña ciudad; Yo solo quiero seguir besándola.

—Luego —digo.

—No, luego no. —Maggie se pone de pie, se aleja de mí y yo me dejo caer sobre su
edredón lavanda mientras ella se mueve hacia su escritorio y abre su laptop. — ¿De
dónde te han reclutado?

—Aún no lo sé.

—¿Nadie te llamó?

Ella no puede esconder la sorpresa de su voz.

—No soy tan buena como tú.

No puedo esconder el dolor de la mía.

—Estoy segura que te llamarán. —Ella se inclina hacia atrás, aprieta mi mano. —
Eres genial. Y luego conseguiremos salir de aquí y podremos estar juntas. Será genial,
¿no? Una gran ciudad, y sin esconder lo que somos. . .

¿Qué es esto? Quiero decir. Nosotras estamos aquí ahora, estamos juntas justo
ahora, ¿qué es esto?

Pero no estamos fuera del clóset, no aquí, y sé, realmente, que a eso se refiere.

Así que no pregunto.


DIECIOCHO DÍAS DESPUÉS
Mi teléfono está fuera de mi bolsillo antes de que pueda siquiera pensar acerca
de ello, con mis manos marcando a Elissa.

Dios, lo rápido que he pasado a llamarla a ella en lugar de a Maggie.

Estoy escondida cerca de los baños exteriores, con la esperanza de que todo el
mundo esté absorto en el juego como para venir aquí, o que el juego sea demasiado
fuerte así nadie me escuche llamar a Elissa. Su teléfono suena, y rezo para que
conteste a pesar que no sea una persona que reza, a pesar que ella no me habló toda
la semana, yo solo. . . necesito aclarar las cosas con ella.

Su teléfono suena.

Y suena.

Y suena.

Y justo cuando pienso que ella no contestará, hay un sonido.

—Corinne. ¿Qué quieres?

No hola, ni hola como estás, sin formalidades.

¿Qué quiero?

Sé lo que se supone que debo querer. Se supone que debo querer solo chicos,
querer salir, querer una universidad y medallas de oro, y no se supone que deba querer
a Elissa.

Nunca fui buena sabiendo lo que quiero.

—Yo. . . Yo solo quería hablar.

—Entonces habla.

—Lo. . . Lo siento. Por lo de la semana pasada. . .

—No sobre eso —dice Elissa, con la voz áspera—. No vamos a hablar sobre eso.

—Elissa. . .

—Corinne. No vamos a hacer esto. Yo no puedo, yo. . . no ahora. Fue un error, ¿de
acuerdo? Solo un error de una vez. No va a suceder de nuevo.
Mi corazón se hunde.

—La extraño —digo suavemente—. Elissa, yo . . . nadie sabe de nosotras y no


puedo aceptarlo y yo la extraño tanto y conseguí una visita a una universidad mañana y
se suponía que ella haría esto conmigo, se suponía que ella. . .

—Lo sé. Lo sé. Perdón —dice ella—. Yo. . .odio hacerte esto a ti, pero tengo que
irme. ¿De acuerdo?

Me sorbo la nariz. Y antes de que diga de acuerdo, antes de que pueda decir algo,
ella cuelga y me deja sola.
DIECINUEVE DÍAS DESPUÉS
El viaje desde la casa de mi padre hasta la Universidad Aldersgate dura casi dos horas.
Dos horas que reproduzco mi conversación con Elissa una y otra vez en mi cabeza,
alternando entre maldiciendo y cantando más fuerte junto con las chicas rockeras más
ruidosas en mi teléfono: Garbage y Paramore y guitarras rugiendo y voces fuertes.

Maggie odiaba esta música y me fastidiaba sin piedad por eso. Yo solo lo ponía
más fuerte y cantaba, y ella se cubría sus oídos y sacaba la lengua riéndose.

A veces cuando yo estaba conduciendo y estaba concentrada en el camino ella


desconectaba mi teléfono sin avisarme y conectaba el suyo, y empezaba a cantar alto.
Ella era una terrible cantante, pero nunca la detuve. La última primavera ella puso solo
canciones de Hairspray hasta que me aprendí cada maldita palabra del show.

Ella quería que fuera a verlo, ver donde todo su esfuerzo se gastó porque ella no
paraba de hablar cuán talentosos eran todos y cuán orgullosa estaba de ellos incluso si
la hicieron amargar. Así que lo hice. Compré un ticket y me senté atrás, y aunque las
canciones eran cursis, aunque no era de mi gusto. . . yo estaba tan orgullosa de ella
por eso.

Mi teléfono empieza a reproducir algo de Hairspray y casi me derrumbo porque me


había olvidado.

Me olvidé que ella puso las canciones ahí una vez así yo iba a escucharlo aun
cuando mi teléfono siguiera conectado, porque ella sabía que yo no cambiaba las
canciones cuando manejaba. Me olvidé que ella hizo eso.

Muerdo la parte inferior del labio tan fuerte que puedo saborear la sangre y la
siguiente cosa que sé es que estoy llorando encima de esas animadas canciones y
estoy tratando de cantar con ellos, pero no será lo mismo y nunca será lo mismo.

Aldersgate es más pequeña de lo que pensaba que sería, y es más frío, también. El
lugar es bonito, con edificaciones con ladrillos desgastados excepto por la librería, la
cual es una monstruosidad de piedra sobresaliendo en el centro del campus. Me
estaciono en el estacionamiento y tiro mi bolso sobre mi hombro.

Se supone que debo encontrarme con una de las chicas del equipo en frente de la
librería, Sneha o algo, o ese era el nombre en el email que recibí camino aquí.
Hay una chica parada en frente de la librería quien me hace señas cuando me ve,
así que esa debe ser ella. Ella es pequeña, con piel oscura y cabello rizado atado,
lentes rojos enmarcando ojos marrones.

—¡Eres Corinne! —dice ella, y no hay pregunta en su voz—. Soy Sneha. ¿Recibiste
mi correo? Perdón fue muy tarde.

—Um, sí, hola —digo—. No hay problema.

—¿Tú abrazas?

—Uh. . .sí

Ella avanza y me abraza, luego retrocede, sonriendo.

—¿Uh, sí es todo lo que dices?

—Nah, yo solo . . . estoy abrumada.

—¿Primera vez en un campus de una universidad? —Sneha pregunta, y yo asiento.


—Bueno, vamos a guardar tus cosas y te daré un pequeño tour. ¿Te parece bien
quedarte en mi cuarto esta noche? Esta semana fue algo pesada con exámenes, y
realmente no tengo la energía para salir. Hay una fiesta mañana en la noche y te
llevaremos también —dice ella, sonriendo—. Y conocerás a la entrenadora y el resto
del equipo mañana.

—Claro —digo—. Suena divertido.

Consigo acomodar mis cosas en el cuarto de Sneha, mientras ella se toma una
ducha, mirando a las cosas que tiene en la pared. Ella tiene un montón de pinturas de
Georgia O’Keeffe, y chaquetas color arcoíris en su armario y un mapa de Carolina del
Norte sobre su cama.

Olivia, la amiga de Sneha, viene alrededor de las siete, sacando una botella de vino
fuera de su bolso y me guiña. Pedimos alitas y nos sentamos viendo The Great British
Bake Off en la laptop de Sneha, riendo y hablando.

Y luego suena el teléfono de Olivia. Ella lo alza y una sonrisa aparece en su cara.

—Es mi novia —ella dice y salta fuera de la cama—. ¡Hola bebé! —Ella nos
gesticula No me demoro y luego se va por el pasillo.

Novia. Ella dijo novia. Y no en la manera que una chica hetero lo hace a veces,
riendo sobre comprar bebidas con su novia. Ella lo dijo como si significara algo.

—¿Novia? —le pregunto a Sneha tentativamente, esperando que nada en mi voz


me delate.
—Si —dice ella—. Han estado saliendo por, como, ¿seis meses ahora creo? Ella
estudia en la Appalachian.

—Oh —digo, y miro a mis manos. Sneha me mira con curiosidad.

—Eso. . .Eso no será un problema para ti, ¿no? Porque yo también soy bi, y si te
incomoda quedarte conmigo por eso. . .

—¡No! —digo bruscamente—. No, no es eso. . . es solo. . .

Soy bi, también.

Está en la punta de mi lengua, pero decirlo a esta chica que apenas conozco, esta
chica que acabo de conocer, cuando no podría decírselo ni a mi mejor amiga, se siente
como una traición.

Pero Sneha es paciente. Ella está callada, y espera, y quizás le pueda decir, esta
chica que no podría volver a ver.

—¿Estás fuera del closet aquí? —pregunto, y ella parpadea, como si eso no fuera lo
que ella esperaba que dijera.

—Lo estoy —ella dice—. Aunque tengo novia, así que no todos lo saben. Pero. . .
sí, lo estoy.

—¿Cómo? —pregunto—. Me refiero a que, ¿cómo puedes estar afuera? ¿cómo es


eso aquí? Porque aún así este es un campus pequeño. . .

—Lo es —dice Sneha—. Pero descubrí personas aquí, a ellos realmente no les
importa. Eso no quiere decir que aún no da miedo salir del clóset con los demás, pero
ha sido. . . no sé, tuve una buena experiencia con eso aquí —ella se encoge de
hombros—. ¿Por qué?

—Porque yo. . . yo soy bi —digo, y luego muerdo mi lengua porque oh por Dios no
puedo creer que dije eso, en voz alta. Cuando alzo la vista, Sneha me está sonriendo
cálidamente.

—¿Saliste del clóset? —ella pregunta, y sacudo mi cabeza.

—Yo. . .supongo que estoy esperando hasta la universidad —digo—. O no sé. Vivo
en un pueblo realmente pequeño, y todos saben sobre todos, y no sé cómo
reaccionarán. . .

—Soy de Carolina del Norte —me corta—. Crecí aquí. Y sé que puede parecer un
sitio algo a lo antiguo, pero solo . . . no generalices todo el estado, ¿sabes? O todo el
Sur. Las personas LGBT viven aquí también, hasta en sitios rurales. Y las personas te
sorprenderán, si tú confías lo suficiente en ellos. —Ella alcanza mi mano y la aprieta. —
Puede no ser tan malo como temes, Corinne. Pero lo entiendo, el querer esperar.
Se inclina y pone play al Netflix, y continuamos viendo Bake Off en un silencio
confortable hasta que Olivia regresa.

—¿Cómo está Ruby? —Sneha pregunta.

—¡Bien! —dice Olivia—. Ella viene el próximo fin de semana.

—Eso es genial —dice Sneha, y se arrima así Olivia puede unirse a nosotras en la
cama. Vemos algunos episodios más antes que Olivia diga que debe irse.

—¡Fue genial conocerte! —dice ella—. ¡Espero que decidas quedarte aquí!

—Gracias —digo. Olivia me abraza y luego se vuelve hacia Sneha.

—Mándame un mensaje cuando llegas a casa, ¿sí? —dice Sneha, y Olivia asiente.

—¡Ya sabes! ¡Nos vemos luego! —dice ella, y nos manda un beso volado y se va.

Nos alistamos para dormir en silencio, yo cepillándome los dientes mientras Sneha
desenrolla una bolsa de dormir en el piso para mi.

—Oye —dice mientras me estoy metiendo—. Decirme tu orientación fue muy


valiente. Gracias por decírmelo.

Cierro mis ojos, pasando el bulto en mi garganta.

—Gracias por escucharme —digo—. Buenas. . . buenas noches.

Sneha apaga la luz y me volteo, sus palabras sonando en mis oídos.

Eso fue muy valiente.

Pero luego otra voz, la voz de Maggie. . .

No entiendo de qué tienes miedo.

No puedo pensar acerca de eso ahora. No en eso, no en ella, no en la culpa


pasando por mi pecho porque fui valiente, le dije a alguien, y ella no estaba aquí para
verlo.
VEINTE DÍAS DESPUÉS
Nos levantamos temprano para entrenar, y cuando la alarma de Sneha se apaga a las
siete y media es todo lo que puedo hacer para no esconderme en la bolsa de dormir
hasta que ella se vaya.

Pero tengo que hacer esto. Papá cuenta conmigo, Maggie cuenta conmigo, todos
cuentan con que correré lo más rápido que pueda hacia la beca, hacia la universidad.

Así que salgo del cuarto de Sneha y bajo hacia la pista con ella. Las otras chicas ya
están abajo con una señora alta y mayor con cabello corto gris y un silbato alrededor
de su cuello.

—Soy la entrenadora Alma —me dice.

—Corinne.

—¿Te está gustando la universidad hasta ahora? ¿Sneha te trata bien? — ella
pregunta, y Sneha se sonroja detrás de ella.

—Sí señora —le respondo, y ella sonríe.

—Bien.

Ella ya me cae bien.

Sneha es amigable conmigo, y algunas de las otras chicas son accesibles, pero hay
un grupo de seis chicas que me miran de otra forma y de repente me siento como si
estuviera en el jardín de niños de nuevo, cabello equivocado, ropa equivocada, todo
equivocado.

Se supone que Maggie debería estar aquí, haciendo esto conmigo. Reír y llevarse
bien con estas chicas y hacer que todos se sientan a gusto con su encanto sureño.

Pero ella no está. Yo lo estoy.

Y yo no soy ella.

Una de las otras chicas de pie me mira de arriba hacia abajo, no en el sentido de
solo-mirándote, si no en el sentido de viendo-si-eres-una-amenaza.

—Esa es Molly Chu, ignórala —Sneha dice, apareciendo de repente por mi codo—.
Ella piensa que es demasiado buena como para estar acá, y ella solo está amargada
de que no fue reclutada a la División I. No dejes que te intimide.
—Gracias —le respondo en un susurro, y la entrenadora Alma suena su silbato para
que nos alineemos.

—Solo hagan vueltas hoy, señoritas. Corinne me va a mostrar que tiene, así que no
se lo dejen fácil.

—Como si pudiera hacer eso —murmura Molly.

La entrenadora suena su silbato y luego salimos, nuestras zapatillas golpeando en


la tierra.

No puedo sacar a Maggie de mi cabeza. Cada paso que tomo solo se siente mal
porque ella no está aquí haciéndolo conmigo. Ella quería que lo haga, mi papá quiere
que haga esto, ser la más rápida, pero si ella no está aquí para correr al lado mío, para
empujarme a ser mejor, entonces. . . ¿cuál es el punto?

Bajo de velocidad antes de darme cuenta que lo estoy haciendo, y Molly me pasa y
corro y trato de no mirar a la cara de la entrenadora cuando cruzo la línea de meta,
porque No Estoy A La Altura De Las Expectativas.

Quizás no pertenezco aquí.

La fiesta es una historia diferente. Puedo manejarme en una fiesta. Cuando estaba con
Trent iba a fiestas casi cada semana, y sé mi lugar en ellos. Me pongo delineador verde
y me suelto el pelo por los hombros. Cuando Sneha y yo subimos, la música es muy
fuerte que puedo sentir mis huesos vibrar, y las chicas del equipo están hablando y
riendo.

Esto. Me podría acostumbrar a esto, este sentimiento de universidad y amigos que


son chicas, o cualquier tipo de amistad. Aquí podría salir del clóset y no ser cualquier
mierda que ellos creen que soy.

El pensamiento es liberador y emocionante al mismo tiempo.

Sneha agarra mi mano, deslizando dedos oscuros contra los míos.

—¿Estás emocionada? —pregunta ella.

—No es mi primera fiesta —digo, sonriendo—. Me refiero a que sería mi primera


fiesta en un campus universitario, pero. . . ya no importa.

Sneha asiente.
—No te aloques —dice ella—. Te cuido si deseas, ¿de acuerdo?

—Sneha es como nuestra mamá que sólo toma vino —una de las otras chicas dice,
apretando su hombro.

—Y nadie sirve vino en estas fiestas. Es solo cerveza. —Ella hace una mueca. —
Así que estaré sentada en la esquina mirando, ¿sí? Ven a buscarme si necesitas algo,

Asiento. No me gusta el sabor de la cerveza de todas formas, pero no lo digo. No


voy a beber por el sabor, no hoy. Voy a beber para que el mundo se ponga borroso y
así me olvido de todo lo que me pasó en los últimos días.

Ugh. Quizá soy como mi madre.

Salgo del agarre de Sneha y me hago camino hacia la fiesta. La música está a todo
volumen, tan fuerte que me duele los oídos y las vibraciones se filtran en mi cuerpo,
golpeando en un ritmo que es fácil de seguir,

Le sonrío a alguien, tomo una bebida de alguien más, y bailo.

Estoy besando a una chica.

¿O es un chico?

No sé. No me importa. Estoy muy borracha a este punto, y las únicas cosas que me
importan son mis manos en su cabello corto y sus labios en mi cuello y luego su lengua
en mi boca y la agradable sensación del alcohol que me está ayudando a olvidar su
nombre, mi nombre, el nombre Elisa, el nombre de Maggie, el nombre de todos. Todo
en lo que quiero concentrarme es en besar y que bien se siente besar a alguien que no
conozco, besar a alguien donde no hay sentimientos de por medio.

Hay una culpa en los bordes afilados de mi mente, la parte no borrosa por el
anuncio, culpa que está preguntando como puedo besar a esta persona tan
abiertamente cuando no podía hacer esto con Maggie, cuando ella acaba de morir. . .

Me alejo de quién sea a quien esté besando y le doy una sonrisa afilada, yendo a
buscar otra bebida, llevando la culpa a su lugar, donde pertenece.

En su lugar, encuentro a Molly, bebida en mano y parada con algunas de las otras
chicas del equipo.
—¿La viste besarse con Alice Mailer? Oh por Dios. Ella solo está haciendo que nos
veamos mal. . . tipo, sé gay, está bien, pero no parezcas como una zorra cuando lo
estás haciendo.

Mi cara está brillando en rojo. Molly sorbe su bebida. Espero a que ella mire más y
me vea, la copa de plástico en mi mano ahora se aprieta en mi puño.

Le toma un minuto, pero se da cuenta.

—Mierda, Corinne, no me refería a ti, no eres una zorra. . .

Asiento. Sonrío, mostrando los dientes, no labios.

—Por supuesto. Y solo para que sepas, soy bisexual. No gay.

Molly arruga su nariz mientras paso por ella porque quizá mi voz es muy fuerte o
quizá estoy tan malditamente molesta o quizás no voy a conseguir una bebida, quizás
estoy yendo a encontrar a esa linda chica y besarme con ella, quizás eso es lo que
haré en vez de beber y creo que ella lo sabe.

Pero no hago ni una de esas cosas. En su lugar, escapo escaleras abajo y me


encierro en el baño e intento en no pensar en Maggie o Alice o Elissa o Trent o en
ninguna chica o chico que besé porque estaba borracha y triste y eso solo me
recuerda, es doloroso que esta sea la reacción que voy a tener.

Chicos besando chicos, chicas besando chicos, chicas besando chicas, alguien
besando a quien sea es un maldito problema, y pensé que eso no pasaría en una
universidad, pero si pasa. Porque chicas besándose no está bien a menos que sea a
en alguna fiesta de fraternidad con todos borrachos donde te besas con tu amiga por
los chicos y actúas como si fuera una broma al siguiente día, porque tú no eres esa
chica,

Yo lo soy.

Soy la chica que se besa con otra chica en una fiesta y descubre que le gusta, y voy
a ser comida viva por eso.
VEINTIÚN DÍAS DESPUÉS
Sneha y Olivia me llevan a Waffle House para desayunar la mañana siguiente de la
fiesta, insistiendo en que deberíamos salir juntas. Si Sneha vio lo que pasó en la fiesta,
no lo dice, y estoy agradecida por eso. Intercambiamos números y comienzo mi viaje
de regreso, llena de waffles.

Incluso si no entro a esta universidad, es agradable conocer a estas chicas, de


tener sus números en mi teléfono. Incluso si nunca los uso de nuevo.

Papá me ataca con preguntas sobre Aldersgate al segundo que paso por la puerta.

—¿Cómo te fue? ¿Cómo estuvo el equipo, cómo estuvo el entrenamiento? —me


pregunta antes de incluso bajar mi bolso.

—Bien —digo, cruzando al fregadero y llenando un vaso de agua. Mi cabeza aún


me sigue latiendo por la fiesta de la noche anterior, el comentario de Molly aún
sonando en mis oídos.

Pero fue. . .

No sé si pertenecía al equipo. Si puedo realmente verme ahí.

Pero papá se ve tan malditamente orgulloso y tan feliz así que miento y le digo que
lo amé, que yo definitivamente lo pensaré.

Alguna vez le habría dicho cómo me sentía en realidad, lo aprensiva que soy con
respecto a ir a la universidad porque ni siquiera sé si eso es lo que quiero, que todo el
mundo espera que quiera salir de aquí, pero ¿adónde iría?

Érase una vez un padre y una hija que podían ser honestos el uno con el otro.

Pero eso fue antes de la pelea, antes de que me convirtiera en el pegamento que
mantenía a mis padres unidos. Antes del divorcio, donde ahora tengo que ser la hija
que no causa problemas, donde tengo que ser alguien de quien papá pueda estar
orgulloso y feliz, mostrar a todos lo bien que me está criando.

Nunca me ha dicho esto, nunca me lo ha dicho, pero lo sé.


—¿Puedo pasar la noche con Julia mañana? —pregunto, con un pie en la escalera
para poder subir a mi habitación.

—Tendrán mucho tiempo en la escuela para ponerse al tanto —dice, el acento


aparece—. Además, pasa la noche con ella antes de una competencia. Ahorraremos
dinero en gasolina.

Asiento con la cabeza.

—Sí, tienes razón.

—Y no te olvides de llamar a tu madre para ponerla al día. Sabes que ella espera
que lo hagas. —Lo dice casualmente. Al principio, aceptar que ya no vivían juntos fue
tan difícil para él como lo fue para mí declarar mi bisexualidad. Ahora puede hablar de
ella sin ahogarse.

—Sí, lo sé —digo.

Tal vez se emocione por mí. Quizá salgamos a celebrarlo, quizás decoremos mi
habitación, quizá se mantenga sobria.

Desearía que ella no fuera así. Desearía que pudiéramos hacer las cosas como
antes, como lo era todo antes. Que Maggie no estuviera muerta, que Elissa me llamara,
desearía ser una mejor amiga para Julia, desearía que no tuviera que preocuparme por
la universidad.

Nada de esto se hará realidad.


VEINTICINCO DÍAS DESPUÉS
Todavía no he sabido nada de Elissa. Ha pasado una semana desde que la llamé, dos
desde que la besé y más de tres desde que Maggie murió, y. . .

Mamá estaba emocionada por Aldersgate, más de lo que pensé que estaría, ya que
nunca ha estado en una sola de mis competencias.

El carro de Brett está en la entrada cuando llego, al menos creo que es su carro ya
que ciertamente no es el de mi madre. Y me doy cuenta de que probablemente él tiene
que llevarla a donde ella va, ya que su licencia está suspendida por otros dos meses.

Me abraza en cuanto entro por la puerta, con los perros ladrando desde su
dormitorio.

—Los dejé arriba, me daban dolor de cabeza. Ven aquí, mi pequeña universitaria —
dice, abrazándome con un brazo porque el otro está sosteniendo una botella.

—Ni siquiera sé todavía si me ofrecerán un lugar —digo, tratando de salir de su


abrazo.

Ni siquiera sé si quiero ir.

—Lo conseguirás, cariño —dice, y se dirige a la cocina.

—Entonces. . . ¿dónde está Brett? Ese es su carro, ¿verdad? —pregunto, tratando


de no sonar pesada, tratando de no sonar como si no supiera si es su carro o no.

—Sí. Está en el patio. Ya se han conocido, ¿verdad?

—No, no lo hemos hecho.

—Bueno, ¡solucionemos eso! ¡Brett! —grita, y un minuto después un hombre blanco


con pelo corto y castaño abre la puerta de atrás y entra.

Tiene tatuajes, me doy cuenta. Paneles de cómic que aparecen por sus antebrazos.
Me pregunto si mamá está pasando por una fase punk rebelde. No parece un
farmacéutico que es árbitro de fútbol los fines de semana.

—Tú debes ser Corinne, Sandy me ha hablado mucho de ti —dice.

¿Sandy? Mamá odia cuando la gente la llama así. Dice que le recuerda demasiado
a Grease.

¿Por qué no le ha dicho eso?


—Sí, hola —digo, estrechando su mano. No tiene agarre de pez muerto y blando
como el último tipo. Ya es una mejora.

—Vas a Ridgeway, ¿verdad? —dice—. Voy a arbitrar un partido de fútbol allí en


unas semanas, ¿tal vez estarás ahí?

—Oh, eso sería genial —dice mamá. Ella avanza y me aprieta el hombro. —
Haremos que sea una salida familiar normal.

Una salida familiar. Mi madre alcohólica y su novio. Yey.

—Sandy me dijo que corres —dice Brett—. ¿Atletismo?

—Es cross-country3. Las distancias cortas no son mi tipo.

—Ah, ¿cómo te metiste en eso? —pregunta mientras nos sentamos alrededor de la


mesa de la cocina.

—Por mi amiga Julia, fue la primera amiga que hice cuando me mudé aquí. Ella lo
hizo —digo—. Estaba por apuntarme donde las animadoras y me paró y me dijo que no
había forma, que todas las chicas de ahí se conocían desde hace años, y que correr
era mejor de todas formas —sonrío—. Supongo que tenía razón.

No digo el por qué seguí corriendo. Por qué sigo corriendo.

—Qué bueno —dice Brett, y los tres nos miramos.

Creo que es el novio más normal que ha tenido mamá, a pesar de los tatuajes.

Y eso me asusta. Sé que merece ser normal y feliz, pero todo en lo que puedo
pensar es que nos dejó a papá y a mí por un nuevo novio, y no merece un buen
farmacéutico con tatuajes.

—Voy a ir a hacer los deberes —digo, empujando la mesa abruptamente antes de


que no me resista y le tire un vaso de agua a la cara de mi madre.

Paso el fin de semana con mamá, me enfurruño mientras ella y Brett se ríen y ven
películas en el sofá juntos e ignoro los celos que arden en mis entrañas de que él
pueda hacerla reír.

3Se diferencia porque no es en una pista construida como el atletismo. Esto se corre en el mismo campo
natural y distancias más largas.
El sábado Trent me mandó un mensaje de texto, invitándome a ver algunas
películas en su casa. Sé lo que esto se significa. Es su código para: “Hay una fiesta en
mi casa, pero mi hermano lo pasa por alto.”

Miro el teléfono, debatiendo si ir a la fiesta. Tal vez debería. Tal vez lo haga. Estaría
bien. . . actuar como la chica que solía ser.

¿No es así?

Le envío un menaje, le digo que sí, que me encantaría ir.

Y en secreto estoy enojada. Con Elissa por no contestarme los mensajes, conmigo
misma por atreverme a besarla, con Dylan por no contarme lo de Maggie y con Maggie
por irse sin mí.

—Voy a ir a una fiesta esta noche —le digo a mi madre, cuando bajo. Me mira y
sonríe, porque sabe que, si salgo a una fiesta, es porque quiero beber, y que no voy a
juzgarla por hacer lo mismo.

—¿Quieres que te ayude con el maquillaje? —pregunta. No me ha ayudado con el


maquillaje desde que tenía doce años, cuando ella y papá aún vivían juntos y me
encantaba que me ayudara a sentirme como una adulta. Siempre ha tenido un don
para encontrar los tonos y colores correctos.

Por primera vez creo que tal vez por eso vende Avon, porque le gusta. Porque es
algo en lo que realmente es buena.

—Claro —digo—. Eso sería. . . eso sería genial.

Su cara se ilumina, y por un momento, es sólo mi madre, como lo era antes. Es la


madre que iba a hacerse la pedicura conmigo y hablábamos y podía decirle cualquier
cosa.

Me pregunto si podría. Esta noche. Mientras me maquilla, podría decirle que no


estoy segura de pertenecer a la universidad, que se siente como una meta que todos
los demás quieren que tenga, pero que yo no estoy segura de quererla. No sé dónde
encajo ahora, incluso si actúo como tal, ¿cómo se supone que voy a sobrevivir cuatro
años más de eso?

Podría contarle sobre Elissa, sobre Julia y Chris, sobre Trent. Sobre Maggie.

Toma un trago de su vino y deja la copa en el suelo.

—¿Quieres empezar?

Miro el reloj.

—Son las 12:30. La fiesta no empezará hasta, no sé, ¿las nueve? Voy a salir un
rato, luego puedo volver y puedes ayudarme.
—De acuerdo —dice ella—. ¡Estaré esperando! ¡Diviértete!

—Eso espero hacer —digo, y salgo por la puerta, dejando a mi madre en el sofá.

No le digo a mi madre a dónde voy, y la verdad es que no lo sé hasta que llego ahí.
Cuando llego, parece la elección más obvia del mundo. Aparco mi carro al pie de la
colina, en el estacionamiento junto al parque viejo, me pongo rígida antes el nudo en la
garganta, y mis manos sacan la llave y mis pies me llevan hacia el cementerio.

Maggie está ahí arriba, con vistas a un columpio destartalado y a un banco del
parque desgastado, el mismo banco en el que nos besamos por primera vez, el mismo
banco en el que nos besamos por primera vez, el mismo columpio en el que nos
sentamos cuando decidimos empezar a salir.

No sé por qué conduje hasta aquí, por qué me molesté en venir, Maggie se ha ido.

Pero besé a otra chica este fin de semana, una chica que no era ella, y eso. . . eso
se siente como una pequeña traición. Así que necesito estar aquí, necesito recordarme
a mí misma lo que teníamos, quién era ella para mí.

Miro a la cima de la colima, donde se alza una cruz ridículamente grande, casi
llamativa en su tamaño. Es el punto focal por aquí en kilómetros.

No puedo ver la tumba de Maggie desde aquí.

Empiezo a dar un paso adelante, hacia la parte baja de la colina y los escalones
me llevan a la cima, y un escalofrío recorre mi columna vertebral. No me gustan los
cementerios, me dan escalofríos. Nunca se lo dije a Maggie cuando llegamos a este
parque, pero la verdad es que si era de noche me daba escalofríos.

No sé si creo en fantasmas, o en demonios, o en novias muertas que aparecen en


tus competencias de carreras, pero no quiero quedarme lo suficiente para averiguarlo.

Además, ya casi es Halloween. El otoño le hace algo a los cementerios, ese tiempo
mágico en el que los muertos pueden levantarse y todo es posible, como Maggie
levantándose de su tumba para venir a mí.

Sacudo la cabeza, me regaño por ser tan tonta. Maggie se ha ido. Está enterrada
en ese cementerio cerca a la cima de la colina. No va a volver. Ni en Halloween, ni
nunca más.

El viento sopa, empujando mi espalda, una pared frígida me empuja hacia la tumba
de Maggie. Me resisto.
Si lo veo, es definitivo, y sabré que no volverá como un fantasma. Lo sé. Si voy a
su tumba, nunca más la veré correr delante de mí otra vez.

Y no estoy listo para perderla así. Todavía no.

Así que camino hacia el columpio y me siento en él y cruje bajo mi peso y recuerdo,
recuerdo, recuerdo hasta que ella está sentada en el columpio a mi lado, subiendo más
alto de lo que jamás me atrevería a ir.

Me quedo en el parque todo el tiempo que pueda soportarlo. Salto las piedras en el
pequeño arroyo que corre paralelo a él. Me balanceo en el columpio hasta que mis
pulmones estallan con el aire frío. Cuando estoy cansada, corro por el pequeño
sendero que serpentea detrás del parque, abriéndome camino entre hojas y palos y
agachándome bajo las ramas. Corro durante lo que parecen horas, hasta que mi
cabeza está despejada y no hay fantasmas que se difuminen en los bordes de mi
visión.

Cuando llego a casa, el sol se está poniendo. Los perros están ladrando en la
puerta cuando entro, más fuerte de lo normal, como si mi madre hubiera olvidado
darles de comer. . .

Mi madre olvidó darles de comer.

Mi madre está desmayada en el sofá.

Hay una botella de vino vacía a su lado. Hay otra en el suelo.

Mi madre bebió demasiado y está desmayada en el sofá, y odio estar


decepcionada.

—Maldita sea —maldigo mientras agarro los tazones de los perros y los lleno casi
hasta el borde con comida. No debí dejarla sola cuando estaba bebiendo, ni siquiera
debía pensar en Maggie y mis problemas. Debería haber estado aquí, ayudándola.

No sé dónde está Brett. Debería haber hablado con él sobre esto. Debería hacerle
dicho que se ocupara de ella. O, debería haberle advertido que se mantuviera lejos,
lejos de mi madre y su desastre, como hizo mi padre.

Papá.

Saco mi teléfono del bolsillo y llamo a casa, esperando que no esté demasiado
ocupada para contestar.
—¿Corinne?

—¿Papá? Sí. Mamá se ha desmayado en el sofá —digo. Maldice, y oigo papeles


revolviéndose por ahí. —Iba a ir a una fiesta.

—Son las seis —dice.

—Lo sé.

—¿Bebió tanto en una tarde?

—Supongo que sí.

—¿Dónde estabas? —pregunta, y se repente me molesto.

¿Dónde estaba él cuando esto empezó? Ella bebía antes del divorcio y él no se dio
cuenta, fingió que ella no era su problema, y no era tan malo en ese momento al punto
de que así todos pudiéramos olvidar el hecho de que mamá tomó dos vasos llenos de
vino con la cena.

Creo que le gustaba cuando ella bebía.

Creo que a mí también. La hizo divertida, al menos por un tiempo.

Pero que se desmaye en el sofá no es divertido.

—Yo estaba fuera —digo fuerte—. Bueno, ella está recostada, está roncando. No
creo que vomite,

—Corinne, no puedes solo dejarla. . .

—¡Entonces dime qué hacer!

—Solo. . . solo siéntate con ella hasta que se despierte. Haz que beba un poco de
agua y que se vaya a la cama. ¿Dónde está. . .? ¿Cómo se llamaba?

—Brett, y a la mierda si lo sé —digo.

—Corey. . .

—Papá —digo.

—No quiero que vayas a ni una fiesta —dice, y sé a lo que se refiere: No quiero
que bebas. No quiero que termines como ella. —¿Puedes quedarte con ella?

—Sí, sí, me quedaré con ella.

—Gracias, Corey —dice—. Sólo asegúrate de que está bien y puedes volver a
casa mañana temprano. Esta noche, incluso —añade, como si estuviera tratando de
hacerse menos culpable.
—De acuerdo. Nos vemos luego, supongo.

Cuelgo antes de que pueda decir que me ama. Antes de que pueda decir adiós,
incluso.

Miro a mi madre. Tiene la boca abierta y está roncando. Su pelo cuelga de su cara,
un mechón oscuro cae por su boca. Una de sus uñas postizas se ha caído.

La odio. Odio que no vea lo que nos está haciendo. Que si no estuviera bebiendo
yo podría visitarla más.

Todo esto es culpa suya, y de repente quiero culparla de todo. El divorcio. Todas
mis mentiras. Aunque sé que ella no tuvo nada que ver, todo en el mundo de repente
se siente como si fuera su culpa.

Pateo el sofá, fuerte.

No se mueve. Así que maldigo, limpio su copa de vino, tomo un trago de la botella.
Hago una mueca, es vino blanco. Odio el vino blanco.

Vierto la botella en el fregadero, los perros ladrando mientras lo hago.

Luego pongo una manta sobre mi madre, pongo un vaso de agua a su lado y voy a
la nevera. Agarro las seis botellas de vino que hay dentro y desenrosco la tapa de cada
botella, vertiéndolas por el desagüe. Quiero sacar las botellas fuera y romperlas en la
acerca, pero el ruido la despertaría. Así que en lugar de eso las pongo las pongo en
una bolsa de basura y las llevo al cubo de reciclaje.

Mamá puede estar orgullosa. Ya he hecho mi parte por la Tierra. Y me iré antes de
que se despierte y tenga que enfrentar su ira.

Al menos así le echará la culpa a Brett.

Papá no me dice nada cuando llego a la casa. Está en su oficina, usando la


computadora, aunque he dado un portazo lo suficientemente fuerte como para que me
oiga.

—Mamá está bien, gracias por preguntar —grito. No me responde, pero ya ni


importa.

Mamá está bien. Necesito que esté bien. Tengo demasiado de qué preocuparme
ahora mismo como para sumar que ella no esté bien.
Papá entra, y nos miramos el uno al otro.

—¿Estás segura? —pregunta.

—Sí. Le puse una manta y le di un poco de agua. Ella estaba durmiendo. Se pondrá
bien. También tiré el vino, aunque no sé de qué sirvió ya que hay más en la casa, estoy
segura.

—No puede ser tan malo —dice, y yo parpadeo.

—Se desmayó en el sofá a las seis de la tarde. Tiré seis botellas de vino, y quién
sabe cuántas más tiene escondidas por la casa. Papá. Ella. Está mal.

Se quita las gafas, se las limpia en la camisa como siempre hace cuando hablamos
de ella.

—Bueno. Sólo tienes que visitarla dos veces al mes. Sólo agradece que sea sólo un
poco y déjalo así. Es tu madre, Corey. Quiere verte, y lo está intentando.

—Un carajo que lo intenta —digo, y su cara se pone roja.

—Corinne. . .

—No, papá. . . ¿por qué estamos ignorando esto? ¿Por qué estamos fingiendo que
ella está bien? ¡Ella no está bien!

—¡Ella ya no es mi responsabilidad! —grita.

Me alejo de él.

Responsabilidad. Como si fuera algo que se debe pasar a otra persona, como si
fuera una carga, como si no fuera mi madre.

—No es una maldita tarea, papá.

Su cara se enrojece aún más, una vena en su sien amenaza en salir.

—Dame tu teléfono —dice.

—Papá. . .

—Corinne Abigail —dice, y me pongo roja porque ha usado mi segundo nombre.

—Lo siento —digo, tomándolo de mi bolsillo—. ¿Puedes. . . puedes apagarlo por


favor?

—¿Hay algo que no quieres que vea?

Pienso en las fotos de Maggie y yo que he guardado. Sus mensajes de voz. Los
corazones junto a su nombre en mis contactos. Mis mensajes a Elissa.
Hay miles de cosas en mi teléfono que no quiero que vea,

—Por favor, apágalo.

Suspira, y por un segundo pienso que no lo hará, que lo dejará encendido y mi


corazón estará en exhibición para que todos, incluyendo mi padre, lo vean.

Pero él lo apaga y lo pone en su bolsillo, y yo doy un pequeño suspiro de alivio.

—Te lo devolveré el lunes —dice—. Dos días sin teléfono. Puedes pasar tu tiempo
libre para buscar universidades —añade, y yo suspiro.

—Bien —digo, y me voy a mi habitación.

Bysshe está en mi almohada cuando subo, ronroneando. Me agacho y rebusco debajo


de mi cama, con la cara aun ardiendo por mi pelea con papá.

Saco mi propia caja de cosas de cuando vivíamos en Colorado, me siento en el


suelo. Miro mis fotos, mi diario rosa, y lo hojeo.

Mi familia estuvo entera una vez. Una vez fuimos felices. Las cosas eran más
simples en Colorado. No era una chica que huyera de sus problemas, que tuviera
miedo a admitir que le gustaban las chicas y los chicos porque no lo sabía. Mi madre
no era una mujer que bebía. Mi padre me entendía, y mis abuelos estaban vivos, y el
clima era frío.

Quiero volver ahí.


VEINTIOCHO DÍAS DESPUÉS
Papá finalmente me devuelve mi teléfono el día antes de los Campeonatos de
Conferencia, y lo uso para hacer planes con Julia sobre dormir en su casa antes de la
competencia. Ella responde con un entusiasmado, sí!!!!! y un millón de caras
sonrientes.

Todavía no le dije sobre cómo me fue en Aldersgate. Se sentía como demasiado


solo decírselo en el almuerzo.

Hay otro mensaje esperando cuando finalmente me regresan el celular, uno de


Elissa que solo dice:

hola. perdón por lo de la semana pasada, estaba. . . no lo sé. podemos hablar.


si quieres.

Dios, ¿quiero hablar con ella?

Sí. Aunque sólo es porque es uno de los pocos vínculos que tengo con Maggie, sólo
porque todavía podría tener algún tipo de sentimiento por ella y ni siquiera la conozco
tan bien.

Pero quiero hacerlo. Quiero verla, no sólo porque Maggie salió con ella.

si, claro. hablemos.

Presiono enviar sin pensar, porque merezco no pensar por una vez.

Y luego apago mi teléfono.

Llego a la casa de Julia cerca las seis, su pastor alemán, Gus, ladrándole a mi carro,
Julia sale corriendo mientras aparco, con el pelo en una cola de caballo suelto con
pedazos de pelo sueltos por su cara.

—Nosotras —dice ella mientras corre hacia mi coche—, estamos completa, total y
absolutamente sin comida chatarra. Marisol está en modo saludable y lo tiró todo,
incluso lo que escondía papá. ¿Compras de emergencia?

—Oh Dios, sí —digo.


Ella sonríe.

—Bien. Perfecto. Vamos.

La gasolinera está a un kilómetro y medio de la casa de Julia. La primera vez que pasé
la noche con ella me retó a una carrera allí, y me ganó por un minuto entero. Soy lo
suficientemente rápida para seguirle el ritmo, pero hoy sólo caminamos, pateando la
grava con nuestras zapatillas.

—¿Cómo estuvo lo de la bienvenida? —le pregunto—. Nunca pregunté, ¿tú y Chris.


. .?

—No —dice ella—. Yo . . . me acobardé.

Espero que me cuente más, porque la mirada en su cara dice que lo hará, que
podría decir más.

—¿Qué dijo?

—Él estaba frustrado —dice ella, y ahora está torciendo su trenza con sus dedos—.
De hecho, Corey. . .

—¿Mm?

Ella deja salir un suspiro.

—Solo estaba, como, buscando cosas, y creo que. . . No sé, ¿tal vez soy asexual?

Las últimas palabras salen apresuradamente, así que apenas la entiendo.

—Es como, como ser bi, o gay, y es donde no experimentas atracción sexual, o
podrías, pero sólo después de conocer a alguien un tiempo y . . . —Se encoge de
hombros. —No lo sé. Sentí como si encajara conmigo, al menos ahora mismo. —Me
mira y está a punto de llorar. El silencio se extiende entre nosotras.

Ella me lo dijo. Eso es lo que está registrando mi mente ahora mismo, que mi mejor
amiga me lo dijo, antes de que yo tuviera el valor de hacer lo mismo con ella.

—Oh —digo, y luego la abrazo fuerte—. Oh, Julia, yo. . . yo estoy tan contenta de
que hayas encontrado una palabra que encaje. —Pienso en lo que Sneha me dijo. —Y
estoy tan contenta de que me lo hayas dicho. Eso fue. . . eso fue realmente valiente.

Julia se relaja mientras la sostengo.


—¿En serio? —pregunta después de un minuto mientras seguimos caminando.

—Sí —digo y le aprieto la mano—. Sí.

Podría decírselo. Ahora mismo. Así es como me sentí cuando me di cuenta que era
bisexual, que finalmente encontrar una palabra era un gran alivio. Podría hacerle saber
que no está sola.

Pero no le digo. Porque ella acaba de contarme algo suyo, y no quiero hacer que
todo se trate de mí ahora.

Hemos sudado mucho para cuando llegamos a la gasolinera que estamos agradecidas
por la explosión de aire acondicionado adentro a pesar de que ya empieza a hacer frío
afuera.

—Bueno, pues le robé 20 dólares a Mari, ya que de todos modos ella es la razón
por la que estamos obligadas a hacer esto —dice Julia—. Vamos.

El cajero ni siquiera se molesta en alzar la vista de su teléfono. Julia se dirige


directamente a los Twizzlers y al Swedish Fish; yo cojo una bolsa de papas fritas y me
dirijo al congelador para coger un helado para Julia. Ella ya está al frente con los
dulces, incluyendo las gomitas agrias de gusano de las cuales odio su textura. El cajero
la mira. Me mira.

Esto no va a terminar bien.

—¿Grandes planes para esta noche? —dice, con el pelo grasiento cayendo sobre
un ojo.

Pasa un minuto antes de que me dé cuenta de que me está hablando. O mejor


dicho, hablando a mis senos.

—Sí —digo, empujando las papas y el helado hacia él.

Asiente con la cabeza. Sonríe. Todavía me mira el pecho.

Julia se acerca al mostrador y me aprieta la mano.

Tarda mucho en registrar las cosas, y cuando devuelve el cambio, se asegura de


que su mano roce la mía y yo me estremezco.

—Así que. . . —dice, volteándose hacia Julia —. Uh. . . ¿Hablas inglés?


Sus ojos se abren de par en par, su agarre es muy fuerte en mi mano. Observo
cómo extiende la mano y agarra nuestras bolsas, sin apartar la mirada del cajero.

—Sí —dice—. Vete a la mierda.

Me suelta la mano y corremos.

Volvemos a su casa y subimos a su habitación, jadeando, sudando como si


acabáramos de terminar la práctica.

—Que se vaya a la mierda —digo tan pronto como me tiro en su cama y cierro la
puerta—. En serio.

—No —dice distraídamente, y luego me mira.

—Es una mierda que eso haya pasado —digo—. Mierda.

Julia se encoge de hombros.

—Me pasa todo el tiempo.

—¿En serio?

Entonces me mira fijamente, con fuerza.

—Sí —dice—. También a Chris. También le pasa a cualquier persona de color en


nuestra escuela.

—Yo. . . no me di cuenta.

—No —dice—. Claro que no.

Pienso entonces en cosas que he oído decir a Trent en el pasado. No sólo diciendo
cosas como que no puede ser racista porque Chris es su mejor amigo, sino cosas
como decirle a Julia que hablar de nuestros periodos era malditamente asqueroso.

Tal vez me he dado cuenta. Sólo lo he ignorado porque es más fácil encajar así.

—Siento no haber dicho nunca nada —digo—. Con. . . con Trent. Con tipos como
él.

Ella suspira.
—Sé que dijiste que no te dabas cuenta de esas cosas, pero. . . necesito que te des
cuenta. Es muy difícil lidiar con esa mierda por mí misma y si te das cuenta o dices
algo, me evita tener que hacerlo constantemente. Porque a veces estoy cansada.

—Julie. . .

—Tipo, no voy a decirte que está bien que no hayas dicho nada, porque no lo está,
pero sigues siendo mi mejor amiga —dice Julia. Me da un empujón en el pie con el
suyo. —Sólo inténtalo un poco más, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

Ella asiente con la cabeza.

—Probablemente deberíamos ir a estudiar —dice, y abre una bolsa de Twizzlers y


nuestro libro de química. Pero ambas estamos respirando un poco más fácil.

Una hora después estamos a mitad de camino de equilibrar las ecuaciones químicas,
de una bolsa de Twizzlers y medio litro de helado. Julia me pregunta cómo hacer que el
óxido de hierro y el carbono formen hierro y dióxido de carbono y yo le digo entre
bocados de papas fritas.

—¿Cómo demonios eso tiene sentido para ti? —pregunta. Se ha puesto las gafas
de lectura y está entrecerrando los ojos hacia el libro de texto.

—Porque mi padre es un amante de la informática y yo tengo cabeza para los


números — digo mientras ella trata de confundirme con otra ecuación. Me meto otra
cucharada de helado en la boca y trato de hablar con la boca llena. —Todos piensan
que, porque soy rubia o una chica, no soy buena en ciencias, pero se equivocan. Me
encanta la ciencia.

—Y aún así odias los bichos —dice Julia, riéndose.

—Los bichos son repugnantes. Ponerlos bajo un microscopio, eso es una cosa.
Pero, ¿afuera en la naturaleza? —Extiendo mis brazos para mostrarle cuánto de la
naturaleza abarco. —No gracias.

Se ríe.

—¿Crees que estudiarás química en la universidad?

—No lo sé —digo—. Tal vez.


—Hablando de la universidad. . . ¿Cómo estuvo Aldersgate? No hemos podido
hablar mucho de eso.

Me encojo de hombros y miro mis manos.

¿Cómo estuvo?

Me agradó Sneha y Olivia. Me gustó pasar el rato, la fiesta estuvo bien. Pero esa
sensación de maravilla, de asombro, de pertenencia de la que he oído hablar a las
otras chicas cuando hablan de la universidad, ¿todas las cosas que siento como se
supone que debo sentir?

Nada.

—Estuvo. . . bueno.

Ella espera un minuto.

—¿Eso es todo?

—No sé lo que quieres que diga —digo, y como unas cuentas papas más para
darme tiempo a pensar—. Quiero decir, el entrenamiento estuvo bien y dijeron que me
llamarían, y me agradaron las chicas del equipo, pero. . . sí. La fiesta fue mejor.

Julia se da la vuelta y me mira.

—¿Fuiste a una fiesta?

Mierda.

—Yo. . .

—No. No hay vuelta atrás. Suelta todo. —dice, y avanza más cerca de donde estoy
hasta que se sienta a mi lado. Me empuja la rodilla con la suya. —Vamos, Corey.

Julia casi nunca me llama Corey a menos que ella quiera algo, así que sé que está
muriéndose porque le cuenta todo. Pongo mi cabeza en la almohada.

—La fiesta estuvo bien. No recuerdo mucho, para ser honesta —digo,
encogiéndome de hombros, y Julia me fulmina con la mirada, sus cejas arrugadas.

—¿Bebiste?

—No mucho.

—Lo suficiente como para olvidar una fiesta.

Me encojo de hombros.

—Supongo.
Ella me da una mirada feroz.

—Hay algo que no me estás diciendo.

—Juliaaaaaaaa.

—Haz estado guardando secretos desde siempre —dice ella acusando, y mi cara
se calienta porque tiene razón, tiene razón. Sigo mintiéndole porque tengo miedo de
decírselo.

Pero tal vez debería decírselo.

—Me besé con alguien —murmuro y sus ojos se iluminaron triunfante.

—¿Quién? —pregunta ella.

—Alguien de pelo corto.

—¿Él era lindo? —dice ella, y yo miro hacia otro lado por unos segundos antes de
que me dé un empujón en la rodilla otra vez—. Corey. Debe haber sido muy lindo si no
quieres compartirlo conmigo. Eso, o era super feo.

Dilo, dilo, dilo, dilo, dilo . . .

—Él. . . No me besé con un chico —digo, mirando su edredón, pensando en meter


20 bocados en mi boca.

—¿Te metiste con una chica?

—No tanto —digo—. Pero sí.

Para mi sorpresa, ella frunce el ceño.

—Así que eres. . . ¿así que eres bi? —pregunta.

Asiento con la cabeza.

—Quiero decir, sí. Creo que sí. No. Sí. Yo sí. Así es como me identifico, sí. Soy
bisexual.

Oh Dios, lo dije. dije la palabra. En voz alta, y ahora puedo verla recordar aquella
vez que se río del chiste bisexual del Sr. Wilson en Química.

Seguimos equivocándonos.

—¿Cómo. . . hace cuánto tiempo que lo sabes?

—Hace un tiempo.

Ella asiente con la cabeza.


—Corey, ¿por qué no me lo dijiste? ¿Pensaste que no me parecería bien o algo
así? —Hay un toque de dolor al filo de su voz.

—Solo estaba asustada —digo. Y aún ahora mi corazón está latiendo como si
recién hubiera terminado de correr.

—¿Tú? ¿Asustada?

Yo me encojo.

—Mierda, lo siento. Sí, tienes razón. Yo estaba asustada de decirte que soy
asexual, así que. . .

—Es solo que no sabía cómo ibas a reaccionar, y tú eres religiosa. . .

Julia parpadea.

—Ser católica no me va a detener de aceptarte tal y como eres.

—Pensé que. . .

—No, sí. Sé que pensabas. Soy de aquí también, ya sabes —dice. Y ella aprieta mi
mano. —Ya sabes que esto no cambia nada, ¿sí? Sigues siendo mi mejor amiga. Yo
seguiré teniendo pijamadas y todo contigo.

Asiento. Mi garganta se aprieta y una lágrima cae por mi mejilla y. . . no. Estoy
llorando.

—Gracias, Julie —digo, y la abrazo, cuidando que no le caigan lágrimas en su


hombro.

—Además —ella dice mientras nos apartamos—, esto quiere decir que podemos
chismear acerca de cualquiera que pienses que es sexy. Ahora. Dime a quién besaste
en la fiesta. ¿Es muy diferente a lo de besar a un chico?

—No es tan diferente. Solo más suave, supongo.

Podría abrirme, decirle todo ahora. . . acerca de Elissa, acerca de Maggie, acerca
de quién soy yo.

Podría.

—Pues. . . —digo, y mi voz se rompe cuando sale de mi boca y Julia me mira—.


Um. Está esta chica que conozco. Y como que la besé, pero ella no me habla mucho
ahora, pero creo que le gusto y. . .

—Dime. Todo —dice Julia, y la risa que sale de mi boca es fuerte y llena de alivio.

Dios, estoy tan contenta de que esto no haya cambiado nada entre nosotras.
Y le digo sobre Elissa y le digo sobre el beso y como no puedo dejar de pensar en
ella y le cuento todo. . .

Pero no le digo lo de Maggie. Sobre cómo conocí a Elissa. Sobre la culpa que me
come por dentro cada vez que pienso en besarla. Estoy bastante confundida ahora
mismo, no quiero abrir esa herida aún más.

Está todo oscuro y estoy en los confusos bordes del sueño cuando Julia habla de
nuevo.

—Oye, Corey.

—¿Sí?

—¿Cómo conociste a Elissa?

No me va a dejar salirme con la mía.

—La conocí en un funeral.

Puedo oír el sonido cuando Julia se sienta.

—No puede ser.

—Sí.

—Eso es. . . wow.

—Lo sé.

—¿De quién era el funeral?

—No la conocías —digo, inmediatamente a la defensiva porque no puede conocer a


Maggie. Quiero esa parte de la historia para mí sola.

Pero Julia es inteligente, y puedo verla armando el rompecabezas en su mente.

—Corey. . .

No lo digas.

Por favor no te des cuenta, pienso, oh por favor, por favor.


—Esa chica de Leesboro —dice Julia lentamente, y el nombre del colegio de
Maggie me da un puñetazo en las tripas—. La conocías, ¿verdad?

—No. . .

—Corinne.

—Sí —susurro, y esa admisión casi me dobla.

—¿Cómo la conociste?

—No es importante —digo, con voz ronca.

—Lo es, o no estarías intentando ocultármelo.

—Julia, por favor. . .

—La querías —dice Julia, con conmoción en su voz—. Oh, Dios mío. Corey. Por
eso reaccionaste de la manera que lo hiciste, ese día. . . corriendo fuera de la
competencia.

—Julia, no. . .

—No. Sí es cierto —dice ella, y su voz es segura—. Estabas enamorada de ella. Yo


no. . . Lo siento mucho, Corinne —dice ella, y es esa pena la que me hace llorar más
fuerte desde que descubrí que Maggie murió, porque la conocí, la conozco, la amé y la
amo y todavía no la he superado y no puedo huir más de esto.

Julia se me acerca.

—Oye, oye, está bien. Siento haber sacado el tema.

—No está bien —digo, sorbiendo la nariz, y ella me muestra el borde de su enorme
camiseta para que me suene la nariz.

—¿Quieres hablar de ella? —Julia pregunta—. Quiero decir. . . Dios, Corinne,


¿cuánto tiempo has estado cargando con esto?

Puedo verla haciendo matemáticas mentales, calculando cuando nos enteramos de


la muerte de Maggie.

—Un mes —digo, más rápido de lo que ella puede calcular, y la lástima en su cara
me hace querer llorar más.

—¿Cuánto tiempo estuvieron saliendo? —pregunta—. ¿Cómo era ella? ¿Es


diferente salir con una chica? ¿Es diferente a Elissa? —Hace una mueca—. Oh Dios
mío, saliste con alguien de Leesboro. Tú, traidora —dice ella, riéndose, pero sin malicia
en ello.
—Salimos durante casi un año —digo yo—. Ella. . . ella era maravillosa. Muy
agradable y se preocupaba por todo y le encantaba correr y quería ser maestra. —
Pienso en los comentarios de Dylan en el funeral. —Y tenía el pelo rizado y se
encrespaba en verano y siempre olía a fresas y besaba muy bien y le encantaban los
musicales, aunque no supiera cantar, y me encantaba mucho de cómo era ella, Julie —
le digo—. Realmente, realmente la amaba.

—¿Era diferente? ¿Con ella?

—¿Que con Trent? —Me encojo de hombros. —Algunas cosas eran las mismas.
Algunas eran completamente diferentes, y no solo. . . no solo de que fuera una chica.
Tenía que esconderlo todo con Maggie, ya sabes. Y Elissa. No tuve que hacer eso con
Trent.

Julia asiente con la cabeza.

—Sé que es difícil —dice, y es agradable oír a alguien reconocerlo—. ¿Es por eso
que te has estado presionando?

—Sí.

—Ojalá me lo hubieras dicho —dice ella, y ojalá yo también lo hubiera hecho, pero
¿cómo podría?

—No se lo dirás a nadie, ¿verdad?

—No a menos que quieras que lo haga —dice—. ¿Vas a contarlo?

—No lo sé. No creo ser lo suficientemente valiente.

—¿De qué crees que tienes miedo? —Julia se pone el pelo sobre el hombro y
comienza a trenzarlo.

—De todo. Ya sabes cómo es vivir aquí, Jules. Todos se conocen entre todos, y si
eres una chica y te gustan las chicas. . . —Trago saliva. —Ya sabes cómo son las
chicas del equipo. Eres la única a la que soy muy cercana, y no creo que el resto de
ellas reaccionen bien. Yo sólo. . . No quiero que me salga mal nada, ¿sabes? No quiero
que sea algo enorme y horrible.

—No creo que sea tan malo como piensas, Corinne —dice ella.

Todos los que se rieron en química vuelven a mí, el comentario de Molly en la fiesta
de esa noche. La forma en que chismeamos sobre las chicas de otras escuelas.

—Si salgo del clóset, toda la escuela me verá como una puta que no puede
decidirse —digo—. O pensarán que soy gay porque salí con una chica cuando no lo
soy. O que sólo lo hago por atención.

Julia asiente con la cabeza.


—No pensé en eso. Pero bueno, ya te darás cuenta. Eres fuerte.

—Vaya. Eso es reconfortante.

—Lo eres. Sé que no crees que lo eres, pero lo eres —dice ella—. Has estado
cargando con todo esto y no te has quebrado ni una vez, y creo que eso es muy fuerte.

¿Es más fuerte romperse, o no romperse en absoluto? Por dentro siento que me
estoy muriendo.

—Gracias.

—Y, oye —dice Julia mientras regresa su lado—. Tal vez deberías hablar con
alguien, ¿sabes? Sobre Maggie. No puede ser bueno mantener todo eso dentro.

—Supongo que tienes razón.

—No digo que tengas que salir del clóset ni nada, pero al menos deberías decírselo
a tus padres. A menos que pienses que te echarán o algo así.

—No, no lo harían —digo—. Mamá probablemente estaría demasiado borracha


como para que le importe, pero papá. . . No puedo verlo echándome por nada.

—Creo que deberías intentarlo —dice Julia—. Ya sabes. Si te sientes cómoda.

—Tal vez.

Escucho que se tapa con el cubrecama.

—Y oye, ¿Corinne?

—¿Sí? —Pongo mi cabeza en la almohada y me subo la manta por debajo de la


barbilla.

—Siento lo de tu novia —dice—. De verdad, lo siento.

—Gracias, Julie —murmuro, y son esas palabras las que me hacen dormir.

Sueño con Maggie.

Estamos corriendo juntas, nuestros pies golpeando la tierra en sincronía, aunque


ella está sólo un paso delante de mí.

Siempre está a un paso delante de mí.


Abro la boca para decir su nombre, pero no sale nada y no importa lo rápido que
corra, no puedo alcanzarla. Estamos corriendo, corriendo, corriendo hacia la línea de
meta y sé que ella la cruzará primero pero cuando lo hace. . .

Ella se desvanece. Y cuando cruzo la línea, Elissa me espera, y la beso y ella me


devuelve el beso y entonces oigo algo. . .

Abucheos. Todos están abucheando. Me abuchean a mí, a Elissa y a Maggie y sus


gritos rugen en mis oídos hasta que me despierto.
VEINTINUEVE DÍAS DESPUÉS
La mamá de Julia nos hace el desayuno antes de los Campeonatos de Conferencia.
Todavía tenemos escuela, todavía tenemos que sentarnos a escuchar las clases.

Pero no puedo sacarme ese sueño de la cabeza y tengo que comer el desayuno,
sémola y huevos revueltos. Para cuando llegamos a la escuela mi estómago está
hecho un nudo, lo cual nunca debe ser antes de una carrera, y agarro mi mochila
mientras Julia y yo caminamos a nuestros casilleros.

Algunos de nuestros compañeros de equipo nos chocan los chinco en el pasillo.


Siete de nosotros irá a los Campeonatos de Conferencia. Siete de los mejores de cada
escuela de nuestro distrito. Si nos colocamos desde allí, iremos a los Regionales, y si
tenemos suerte, a los Estatales.

—Sabes que Leesboro irá también, ¿verdad? —dice Julia—. Incluso sin. . .

—Sí —digo, sólo para no tener que oírla decir su nombre—. Lo sé.

—¿Estarás bien para hacer esto?

Asiento con la cabeza y sonrío.

—Por supuesto que sí.

Nos detenemos en su casillero. Chris está allí, esperando, vestido con los colores
de nuestro equipo y sosteniendo un ramo de flores para Julia, quien grita y le envuelve
los brazos alrededor del cuello.

Se supone que Maggie debería estar allí conmigo, se supone que debería
escabullirme en el baño para llamarla y hablar de los Campeonatos de Conferencia y
de lo emocionada que estoy de verla.

Pero no sucede.

Chris le da vueltas a Julia y ella me llama mientras lo hace, y no puedo soportar la


maldita lástima en su cara.

Así que me doy la vuelta.


Los Campeonatos de Conferencia Atlética del Centro Norte está en Remington Park,
en Cary. Cuarenta minutos en el autobús de ida, cuarenta minutos en el autobús de
vuelta. Bajando por la I-40 pasamos el autobús de Leesboro, y me quedo sin aliento
antes de recordar que ella no va a estar ahí.

Nos detuvimos en el parque alrededor de las cuatro. Nuestra competencia es


todavía a las cuatro y media, así que nos estiramos, y nos acercamos a la competencia
de las otras escuelas: Green Hill Catholic Prep, Raleigh Chartes, Kestrel Heights. Los
chicos de Kestrel nos miran, y nos reímos y susurramos detrás de nuestras manos,
observando como Haley, la más valiente de nosotras, se acerca a uno de ellos y le da
su número.

—¿Siquiera sabes cómo se llama? —pregunta Addison cuando ella vuelve, y veo a
Haley fruncir el ceño por un segundo antes de volver a sonreír.

—Por supuesto que sí. No seas ridícula —dice. Pero me mira y rueda los ojos y yo
le sonrío en solidaridad, porque sé lo que es ser una chica juzgada por con quién sale,
con quién coquetea.

La entrenadora Reynolds nos reúne en un grupo en las gradas, y nos empujamos


para estar más cerca, las piernas y las rodillas y los codos chocando. Somos un
equipo. Un equipo perfecto con piernas fuertes que nunca ha llegado a la Conferencia
pero que está a punto de salir a patear algunos traseros.

—Creo que no hace falta decir lo orgullosa que estoy de lo duro que has trabajado
este semestre —dice la entrenadora Reynolds. Ella hace contacto visual con cada uno
de nosotros, pero se siento como si me estuviera mirando más tiempo.

Lo entiendo. Nunca antes había corrido así, nunca había mostrado ningún tipo de
motivación más allá de seguirle el ritmo a cierta chica de Leesboro, no es como si
alguno de ellos lo supiera.

Pero aquí, ahora. . . si puedo llegar a las Estatales como ella siempre quiso,
entonces tal vez. . .

¿Qué?

Tal vez pueda traerla de vuelta.

La entrenadora Reynolds continúa hablando de cómo la hemos inspirado y de lo


orgullosa que está de su equipo, y de que incluso si no ganamos hoy, seguirá estando
orgullosa, y básicamente, de todas las cosas típicas que una entrenadora dice para los
días de competencia.

Julia me aprieta la mano.

Vamos a hacer esto.


Estoy corriendo. Solo tengo una vaga idea de donde estoy en el grupo, pero puedo
escuchar mis zapatillas golpeando el piso y sentir mis brazos por el aire y la brisa
cuando otra chica pasa por delante de mí, el dolor en mis músculos por la forma en que
me estoy empujando más.

Corre más rápido, corre más fuerte y sé mejor.

Es su voz en mi cabeza diciéndolo así, pasando a una chica en Green Hill Catholic
que me mira cuando casi le doy un codazo.

Tengo que ganar. Tengo que ganar esto.

Doblo una curva, casi me tropiezo con una raíz de árbol expuesta pero no me caigo.

No puedo caerme ahora. No puedo tropezar, porque tengo que alcanzar a Maggie.

Yo corro más. Corro más rápido. Paso a Julia, paso a Haley.

Ellas quieren esto, la carrera, la sensación de ganar.

Yo solo quiero que mi novia vuelva.

Llego tercera, primera en nuestro equipo. No estoy segura de cómo sucede, un minuto
estoy corriendo, al siguiente estoy cruzando la línea de meta y la entrenadora Reynolds
está parada allí animando y en la multitud veo a mi papá y luego, más lejos, veo. . .

¿Elissa?

¿Qué hace ella aquí?

La entrenadora Reynolds me da palmaditas en la espalda y me dice que ha estado


tan impresionada conmigo últimamente, y mi padre está en las gradas sonriendo y
limpiando sus lentes y yo sigo buscando a una chica.

Me separo de mi entrenadora, saludo a mi padre a lo lejos, no me detengo para


estirarme, aunque probablemente debería hacerlo, y me dirijo al lugar detrás de las
gradas donde estoy segura que está Elissa.

Es ella. Gorra de béisbol, rizos, chaqueta militar verde oscuro, pantalones holgados.
Sus manos toqueteando su teléfono.
—¿Elissa?

Ella se voltea, su cara es hermosa y estoy recordando cómo fue besarla. . .

Y entonces recuerdo mi sueño, y es todo lo que puedo hacer para no ponerme rara.

—Hola —dice.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Se encoge de hombros.

—Vine a verte. Dijiste que querías hablar, así que. . . estoy aquí.

—Eso es. . .

Pero no sé lo que es.

—¿Cómo supiste dónde estaba?

—Dylan y yo solíamos. . . solíamos venir a ver a Maggie —dice—. No cambian el


lugar de estas competencias, ya sabes, pensé. . . que podríamos hablar. Deberíamos
hablar —añade.

—Bien. Entonces habla.

Ella asiente con la cabeza. Traga saliva.

Hipótesis: Podría besarla. Aquí. Ahora mismo. Podría disculparme y podría besarla
y el mundo podría

detenerse.

—Mira —dice—. Lo siento por cómo reaccioné. Con todo. Pero perder. . . perder a
Maggie ha sido duro y tú lo has hecho más difícil y yo. . . yo no sé cómo manejarlo o lo
que siento por ti, pero yo no debí. . .

—¿No debiste qué?

—No debí haberte alejado —dice, y se me queda el aire en la garganta—. Mira, sé


que esto es difícil y sé que las dos seguimos afligidas, pero. . .

Ella me besa. Se inclina y me besa debajo de estas gradas donde cualquiera podría
vernos si mirara con suficiente atención y su boca es firme contra la mía y mi cuerpo
sigue lleno de adrenalina de esta carrera y de sus labios y. . .

Me retiro.

—Podríamos intentarlo —digo, y la miro. No hay ninguna Maggie aquí, ningún


fantasma. Sólo somos yo y una chica que me gusta bajo las gradas, tan cliché.
—Bien, sí —dice ella—. Bien.

Julia me está mirando mientras caminamos hacia el autobús. El resto de nuestros


compañeros están delante, cantando y gritando, porque vamos a las Regionales.

—¿A dónde fuiste que te desapareciste después de la carrera? —Julia pregunta


mientras nos quedamos atrás—. No pudimos encontrarte.

Abro la boca para mentir y odio que se haya convertido en mi instinto. Me lo trago.

—Elissa vino a la competencia.

—¿Y?

—Y la besé —digo.

—No puede ser —dice ella.

—Pues eso pasó —digo, y Julia se acerca y me agarra la mano.

—Cuéntame todo después —dice ella, y no puedo evitar que mi sonrisa se extienda
por toda mi cara porque por primera vez tengo a alguien a quien contarle todo después.

El autobús en el camino de vuelta es ruidoso. Estamos animando y gritando y cantando


canciones pop y huele a sudor y perfume floral y desodorante, como una victoria. No se
puede negar. Vamos a las Regionales, la entrenadora sólo tiene que ver a quién quiere
llevar.

Julia está sentada a mi lado y le envía mensajes a Chris.

—Quiere que vaya para celebrar —dice, y su cara está sonrojada, sus ojos
brillantes. Me mira. —¿Debería ir? Yo. . .supongo que sería un buen momento para
decírselo.

—¿Quieres ir?

Ella lo piensa.
—Todavía no. Quiero ir a casa y tomar un baño y ver The Vampire Diaries.

—Entonces haz eso. Él lo entenderá —digo, y ella asiente con la cabeza y le envía
un mensaje de texto.

Alguien saca un parlante de su mochila. Alguien más le pone música de Carly Rae
Jepsen. Julia toma mi mano y la usa como micrófono, cantando fuerte junto con el resto
del equipo.

Y en este momento, realmente pertenezco a estas chicas. No estoy fingiendo, no


me río de los chistes que no entiendo para poder encajar. Pertenezco a este lugar.
Pertenezco a este autobús junto a Julia mientras cantamos Carly Rae Jepsen con
voces realmente horribles, pertenezco a este equipo.

Pertenezco, pertenezco, pertenezco.


UN MES DESPUÉS
Al día siguiente la entrenadora me llama a su oficina, minutos antes de que empiece el
entrenamiento. Mi primer pensamiento es que estoy en problemas, que de alguna
manera se ha enterado de Maggie. No va contra las reglas salir con equipos rivales, no
va contra las reglas salir con una chica, y a pesar de eso, de alguna manera tengo
miedo de que si se enteran me eche del equipo, o se dé cuenta de que soy una
impostora.

—Siéntate, Corinne —dice, sonriéndome. La cara de la entrenadora Reynolds está


ligeramente arrugada y bronceada por haber pasado tiempo fuera. Tiene líneas de
expresión alrededor de los ojos. Quiero tener ese aspecto cuando sea mayor. Quiero
reírme lo suficiente como para tener marcas permanentes en mi cara por ello.

Ha sido la entrenadora de Ridgeway desde 2017, sacando a nuestro equipo de una


racha perdedora, pero nunca hemos sido lo suficientemente buenos para ser mejor. Me
pregunto si eso la frustra.

Me pregunto qué se siente al preocuparse tanto.

—¿Cómo te trata el último año? —pregunta, mirándome a través de su escritorio.

—Va bien —digo—. Un poco confuso, si soy honesta.

La entrenadora sonríe.

—Apuesto que sí. ¿Cuántas veces te han dicho que es el mejor año de tu vida?

—Más de lo que puedo contar —digo.

—Mn. No escuches eso. La universidad es mejor —dice, y se ríe. Realmente no sé


qué decir a eso. La mayoría de los adultos de aquí insisten en que voy a extrañar
mucho la secundaria cuando me vaya, y cómo desearían poder volver.

—¿Me llamó solo para hablar de la escuela? —pregunto, luego inmediatamente me


arrepiento de lo feo que sonó eso.

—No —dice la entrenadora—. Quería hablar de las Regionales.

Se forma un nudo en mi garganta.

—¿Qué pasó?

—Tengo que elegir a quién llevar en dos días —dice—. Y una de esas personas
que irán este año serás tú.
No puedo creer lo que estoy escuchando. Miro mis manos, cerrados en puños. Me
digo a mí misma que me relaje, pero no funciona.

—¿Por qué? —pregunto.

La entrenadora se ríe de nuevo.

—Porque has estado corriendo muy bien. Estoy impresionada. Tu resistencia está
mejorando, francamente, Corinne, nunca te he visto correr así antes.

No me preguntes por qué, pienso. Por favor, no preguntes por qué.

—Supongo que sólo estoy tratando de poner más esfuerzo. Como es mi último año
—digo, pero me suena vacío incluso a mí.

La entrenadora asiente con la cabeza.

—He tenido algunas llamadas que eran para ti.

—¿En serio?

—Mn. ¿Quieres que les responda? Puedes llamar a los entrenadores.

La cabeza me da vueltas.

Esto es lo que quería, ¿verdad? Así es como salgo de aquí, corriendo tan rápido
como puedo. Así es como llego a una buena universidad, hago las maletas y me voy de
la ciudad.

—Claro —digo—. Sí, eso sería genial.

—Maravilloso. —La entrenadora saca un papel y un bolígrafo de su escritorio y


comienza a escribir.

—¿Quién más va a ir? —pregunto—. A las regionales, me refiero.

Sé que siete de nosotros va a ir.

La entrenadora frunce los labios.

—Se supone que no debo revelar eso hasta en unas horas más. —Pero luego me
guiña el ojo. —Pero Julia si va, si eso es lo que estás preguntando.

—Sí. Gracias.

Pero por primera vez, me encuentro pensando en Haley. Si ella va a las Regionales,
si lo consigue. Si quiere hacerlo.

—¿Ya han tomado una decisión sobre las universidades? ¿Van a ir a algún sitio
juntas?
La vergüenza me quema en el pecho porque nunca se me pasó por la cabeza ir a la
universidad con Julia.

—No lo sé. Creo que está tratando de ir con Chris —digo, y la entrenadora asiente
con la cabeza.

—Tiene sentido. Ve a cambiarte, ¿sí? Puedes contarle a Julia de que irán a las
Regionales, pero no se lo digan al resto de tus compañeros todavía, lo anunciaré
después del entrenamiento de hoy.

—De acuerdo. —Me paro, poniendo mi bolso sobre el hombro.

—Estoy orgullosa de ti, Parker —dice la entrenadora cuando salgo de su oficina, y


esas son las palabras que me llevan al vestuario.
DOS MESES ANTES
Esta es Maggie, contando su plan para nosotras.

Para ella.

Pone todos los folletos en su cama, organizados por color con notas adhesivas.
Azul para las universidades seguras de entrar, verde para las universidades difíciles de
entrar, amarillo para las universidades de ensueño que probablemente la sigan
llamando porque es así de buena. Las notas adhesivas rosadas están incluidas en
algunos folletos.

Esas son las universidades de Corinne. Universidades que me gustan,


universidades a las que iría con ella. Clemson, Adersgate, Jefferson, Villanova, Florida
State.

Observo cómo los coloca a todos en su cama, abre una hoja de cálculo en su
portátil y comienza a escribir estadísticas, como el promedio de la puntuación de un
examen importante y son de la División I y lo rápidas que tenemos que ser el año que
viene para que nos dejen entrar.

No sé si quiero que me dejen entrar.

Observo mientras añade otra ficha, una que menciona si la universidad está cerca
de una ciudad, si tiene un centro LGBTQ, si sigue en el Sur, si parece aceptar
generalmente.

Mi estómago se hunde más.

—Entonces, ¿qué piensas? —pregunta.

Recojo un folleto azul. Universidad Aldersgate. La escuela de mi padre. Miro el


ligero ceño fruncido que se forma en su cara, miro como desaparece mientras mi rodilla
roza la suya.

¿Le digo que estoy destinada a ir aquí? No soy como ella, no tengo grandes
sueños. . . Ella puede querer la vida en una gran ciudad y estar en la División I, pero
yo. . .

Dejo el folleto. Y cuando ella recoge un folleto de Villanova (notas adhesivas


amarillas y rosas en este), yo sonrío.
TREINTA Y TRES DÍAS
DESPUÉS
Mi vida es un torbellino. Entre reunirme con Elissa (en secreto), cansarme con las
prácticas y el trabajo, me siento como si estuviera en llamas.

Paso las noches alternando entre revisar el Instagram de Maggie y llamar a Elissa
sólo para poder oír su voz. Se ha convertido en una rutina, dormirme con ese tono
áspero en mi oído. Hablamos de todo. De todo. No he sido tan abierta con nadie
excepto con Maggie, y no sé si el hecho de que sea por teléfono lo hace diferente, pero
le pregunto cosas que nunca le preguntaría a nadie más.

A veces hablamos de Maggie. La mayoría de las veces no lo hacemos, la mayoría


de las veces evitamos hablar de eso.

—¿Cómo fue salir con Maggie? —pregunto. Son las dos de la mañana y estoy
acostada de lado, con las rodillas en mi pecho y el teléfono en el oído.

—No sé por qué quieres saber eso —dice Elissa.

Porque quiero saber cómo era ella contigo. Cómo eras tú con ella. Si era diferente.

Y si sé cómo era Maggie con Elissa, cómo eran juntas, entonces será como si ella
estuviera aquí.

¿No es así?

—Sólo dime.

—Corinne. . .

—Por favor —digo—. Quiero saber.

Ella suspira. Puedo oír un movimiento por el teléfono. Y justo cuando creo que no lo
hará, justo cuando creo que se va a dormir y no me dirá nada, empieza a hablar.

—Fue. . . no lo sé. Fue agradable. Salimos durante cuatro meses, pero luego
rompimos porque no funcionaba.

—Oh. ¿Estabas. . . fuera del clóset?

—Para algunas personas sí —dice.


La voz de Maggie me viene a la cabeza, todas las veces que me ha pedido que le
contemos a todos.

Pero no quiero pensar en Maggie ahora mismo. En cómo Elissa fue más valiente
que yo.

Quiero ser valiente. Sólo una vez.

—Oye. . . —digo—. Va a haber una fiesta de Halloween después de que nuestro


equipo para las Regionales vaya a la casa de Haley, bueno, en su granero. ¿Tú. . .? —
Mi boca está seca. —¿Tal vez quisieras ir?

—¿Contigo? —dice ella.

Sé a qué se refiere con esa pregunta.

—Sí. Conmigo.

Hay un silencio al otro lado de la línea, un silencio que se extiende por tanto tiempo
que pienso que pudo colgar.

—Corinne, ¿estás segura?

Hago una pausa.

¿Cómo sería? Salir con ella, tomarle la mano mientras caminamos por la calle,
hacer con ella todas las cosas que nunca hice con Maggie.

¿Podría hacerlo?

¿Soy lo suficientemente valiente para hacerlo?

—Yo. . . Solo es una fiesta.

Pero es más que eso, y ambas lo sabemos.

—¿Pero estás segura de que quieres hacerlo? No tenemos que hacerlo —dice
Elissa—. Yo no. . . no quiero presionarte. O hacer esto difícil.

—No me presionas. Y soy yo quien te lo pide. Yo no quiero hacer como una gran
declaración o algo así, pero las Regionales son algo grande, y quiero que vengas a
esta fiesta conmigo. ¿Por favor?

Es el mismo por favor que Maggie usaba cuando peleábamos por esto porque hay
mil palabras en ese por favor, mil preguntas.

¿Por qué no me amas?

¿Por qué no quieres salir conmigo?


¿Te avergüenzas de mí?

¿Tienes miedo?

¿Es eso?

¿Es eso?

—De acuerdo —dice ella—. Bien.


CINCO MESES ANTES
Tarde en la noche, me paso por blogs en el navegador con el modo incógnito. Busco
saliendo del clóset.

¿Cómo sería si lo hiciera? ¿Si pudiera? ¿Si quisiera?

Leo las historias de todos hasta que hacen eco en mi cabeza, hasta que siento
como si fueran míos.

mi mamá me aceptó totalmente

mi mamá me odió

mi madrastra me botó afuera

estoy viviendo en la calle

ayuda alguien ayúdeme

yo pensaba que iba a hacer todo mejor

hizo que todo sea mejor

toda mi familia lo sabe

mi mamá dijo que era solo una fase

¿y si es solo una fase?

mi papá dijo que era demasiado joven para saber cómo me siento

vivo con mi abuelo que es un veterano de la segunda guerra mundial


saben lo que dijo? dijo que no lo importaba. dijo que me amaba de todas
formas.

mi novia quiere que salga del clóset

mi pareja me pidió no decirle a nadie

nunca he besado a nadie como se supone que sepa si soy gay?

no me dejarán usar el baño en la escuela

todos me dijeron que me aman de todas formas


vale la pena?

valió totalmente la pena soy mucho más feliz

hubiera deseado no salir nunca del clóset

Dios.

No sé qué hacer. No sé si quiero que todos lo sepan.

Quiero estar orgullosa de Maggie. Quiero estar orgullosa de nosotras, quiero que
ella esté orgullosa de mí.

Pero dónde vivimos, viendo quienes somos. . . ¿es mejor quedarse en el clóset?

¿Es más fácil?

No lo sé.
TREINTA Y NUEVE DÍAS
DESPUÉS
Trent me sorprende en el pasillo un día antes de las Regionales, viniendo a mi casillero
con una flor rosa en su mano.

—Hola —dice él, mientras intento no dejar que el libro de química se me caiga.

—Hola —digo, mirándolo, ojos marrones y piel pálida y pecosa, con una sonrisa
fácil. Es fácil recordar por qué me gustaba, es fácil recordar lo simple que eran las
cosas con Trent. No simple de la forma mala, sólo. . . simple.

—¿Para qué es esa flor? —pregunto.

—Para ti, supongo —dice—. Por las Regionales de mañana.

—Oh —digo—. Gracias.

—Vas a hacerlo genial —dice—. Realmente.

—Gracias. —Lo digo de nuevo, y en serio esta vez.

Nos vamos caminando hacia las clases avanzadas de inglés. Me recuerda al año
pasado, a mi vida con Trent.

Me muestra esa sonrisa que estaba tan acostumbrada a ver, pero no siento alguna
incomodidad como antes, sólo un consuelo al tenerlo a mi lado.

—Entonces, ¿estás saliendo con alguien? —pregunto.

Se ríe.

—Nah. Todavía no. Aunque podría llevar a Haley al baile de invierno. Es muy linda.

—Lo es —digo

—Deberías llevarla, entonces —dice.

Me paro en el pasillo.

Acaso él lo sabe acaso él lo sabe acaso él. . .

Pero cuando me atrevo a mirarlo, él está sonriendo. Es una broma.


—Ja, ja —digo secamente—. Tal vez lo haga.

Frunce un poco el ceño.

—Estaba bromeando, ya sabes.

—No, lo sé. Pero, ¿por qué sería una broma. . . si la llevo?

Él sacude la cabeza.

—Olvídalo.

Pero no quiero olvidarlo; Quiero presionarlo, preguntar a qué se refería.

Pero esa no es la chica que estaba con él. No es quien soy.

Entramos al aula en silencio, y Trent se dirige a su asiento normal en la parte de


atrás.

—Gracias por la flor —digo, pero él no me responde de vuelta.

Haley mira la flor, luego a Trent, y luego a mí.

—¿Están saliendo de nuevo? —pregunta, y puedo oír un tono de celos en su voz.

—No —digo. Tomo la flor de mi escritorio y se la entrego. —Puedes quedártela.

Ella sonríe y se lo mete detrás de la oreja. Trent tenía razón. Ella es linda.
Ambiciosa y linda, y me pregunto por qué la odiaba antes.

Me siento al lado de Haley en Cálculo, enviando discretamente mensajes de texto


mientras ella toma notas y el Sr. Oshetskie trata de perforarme la frente con sus ojos.

Sr. Osh. Nuestro viejo profesor de matemáticas. A nadie le gusta. Las chicas dicen
que él mirará a tu pecho si vas a su escritorio a pedirle ayuda, y que si te vas a quedar
luego para preguntar algo entonces no uses una falda corta o un polo corto, y siéntate
tan lejos de él como puedas.

Como si el no usar una falda corta detuviera a los hombres como el Sr. Osh. Él ha
estado enseñando aquí más tiempo del que nuestro director ha trabajado aquí.
Recuerda cuando los estudiantes se escondieron bajo sus escritorios debido a la
amenaza de una bomba nuclear, cuando todas las chicas usaban vestidos y él era
joven y atractivo lo suficiente para haber sido “encantador” y “peligroso” en lugar de un
pervertido.
Escondo mi teléfono debajo de la carpeta y le escribo a Elissa. Le pregunto de
nuevo si está segura de que quiere ir a la fiesta conmigo, y si solo quiere que nos
encontremos ahí, ¿o qué?

Pero antes de que pueda ver su respuesta, una sombra aparece. Osh.

—Señorita Parker —dice él—. ¿Hay algo más interesante en tu teléfono que las
maravillas de las parábolas?

—No, señor —digo, y le doy mi mejor sonrisa, la que me salva de profesores y


extraños que me miran cuando corro por mi vecindario a veces, la que dice No me
agradas/Me das miedo, pero si no sonrío entonces tú. . .

—Entonces no tendrás problemas si lo cojo —dice, y antes de que me dé cuenta, su


palma sudorosa ha golpeado mi escritorio y se inclina sobre mí, esperando que me
queje o le dé la satisfacción de verme molesta.

No hago ninguna de esas cosas. Miro al frente como si no estuviera ahí y le doy mi
teléfono y trato de no hacer muecas. Todos me miran. Incluso Haley parece
comprensiva.

—Puedes tener tu teléfono de vuelta después de clase —dice, y quiero enterrar mi


cara en mis manos, pero en vez de eso sólo pongo los ojos en blanco como si no me
importara, y él vuelve a enseñar y yo vuelvo a tomar notas.

Haley me da un codazo.

—¿Estás bien? —susurra.

—Sí, estoy bien —digo.

—Osh es un idiota.

—Sí.

—Me quedaré contigo después de clase para que recuperes tu teléfono, si quieres
—dice.

La miro fijamente.

—Sí. Gracias —digo, y ella sonríe, agachando la cabeza.

Me pasa notas el resto de la clase, y de alguna manera, eso lo hace mejor.


Julia se encuentra conmigo en el pasillo después de clase, extendiendo la mano y
tocando mi hombro.

—¿Qué pasa?

—Osh tomó mi teléfono —digo, metiéndolo de nuevo en mi bolso, limpiándome las


manos en mi ropa.

—Wow. ¿Todo bien?

—Sí, Haley esperó conmigo mientras lo recuperaba —digo.

—No sabía que ustedes dos se estaban volviendo más cercanas —dice Julia, con la
sorpresa en su cara mientras caminamos por el pasillo hacia su casillero.

Me encojo de hombros.

—Por el peligro, supongo. ¿Vas a su fiesta mañana por la noche?

—Mm, no —dice Julia—. ¿Por qué? ¿Irás?

—Puede que sí.

—¿Trent irá?

—No tengo ni idea —digo—. Y a él le gusta Haley de todas formas, así que. . .

—Lo sé, pero hoy lo vi con esa flor por tu casillero, así que pensé. . .

La corto.

—No estamos juntos de nuevo.

—Los demás van a hablar como si lo estuvieran —dice ella, y como si fuera el
momento indicado, dos chicas de primer año se ríen tapándose la boca cuando me
ven.

¿Qué harían si supieran que también me gustan las chicas?

—¿Elissa irá? —pregunta Julia.

Dios, ¿toda la escuela puede escuchar preguntándome eso?

—No lo sé.

—¿Le preguntaste?

—Sí.

—¿Y?
—¿Podemos hablar de esto más tarde, Julie? —pregunto—. Es sólo una fiesta. No
es la gran cosa. Ella viene conmigo, no hay nada de qué hablar.

—Corinne.

—En serio —digo, mirándola—. Sólo viene a la fiesta conmigo. Eso es todo.

Sabemos que no es sólo eso.

Me toca el brazo.

—Sólo quiero asegurarme de que eres feliz, Corey. Y que estás haciendo lo que
quieres.

—Lo hago.

—Bien —dice, y parece que podría decir más, pero mi teléfono suena y es Elissa, y
lo cubro con mis manos y me voy antes de que Julia pueda leerlo.

Estoy segura. ¿Tú lo estás?

Mis manos tiemblan.

No estoy segura. Ya no tengo ni idea de lo que quiero.

Sí, respondo. Sí. lo estoy.


CUARENTA DÍAS DESPUÉS
Me despierto con el corazón martilleando como si ya hubiera corrido. Regionales
Regionales Regionales dan un ritmo constante en mi pecho.

Pero entonces aparece uno más fuerte. Más fuerte.

Sal del clóset, sal del clóset, sal del clóset, sal del clóset. . .

No sé si puedo.

Sal del clóset, sal del clóset, sal del clóset

Me tapo la cabeza, me olvido de las Regionales y salgo del clóset por sólo cinco
felices minutos más.

La rodilla de Julia toca la mía durante todo el viaje a las Regionales.

Mi teléfono suena en mi bolsillo todo el tiempo.

Ignoro todo.

Nuestra carrera es en Gateway Park. Cinco mil metros sobre un sendero con vueltas y
curvas que ninguno de nosotros ha corrido nunca.

Esta vez la entrenadora no da su charla de ánimo. Sólo la determinación con sus


ojos de acero.

Ella quiere que ganemos. Nunca hemos llegado hasta aquí antes, así que ahora
tenemos que ganar. Todos tenemos algo que demostrar.

Nos dan nuestros números y nos alineamos en la línea de salida, con el pelo
fuertemente atado, los músculos listos.
Echo un vistazo a las chicas de Leesboro que están al otro lado de la línea. Mi
mano se dirige a la tira de goma de Maggie en mi pelo. Es absurdo pensar que la
reconocerán, pensar que les importará, pero no puedo evitarlo.

Para de mí quiere que lo reconozcan. Parte de mí quiere que una chica se me


acerque y me exija explicarle por qué llevo la cinta de su antigua capitana.

Diré que es porque estábamos saliendo.

Diré que es para la suerte.

Y luego me escaparé.

El sonido de salida se dispara y mis piernas corren sin que yo piense y no debería
usar tanta energía ahora, debería guardarla para el final de la carrera o voy a
quemarme, pero todo lo que puedo pensar con cada golpe de mis zapatillas es. . .

Sal del clóset, sal, sal, sal, sal

Ella debería estar aquí. Ella quería esto, quería que la invitaran, y yo. . . yo sólo
quería lo que ella quisiera.

Me presiono más.

Hago esto por ella, pero no sé si quiero esto porque ella lo hizo o porque realmente
lo quiero.

No puedo pensar en eso ahora. Necesito concentrarme, concentrarme en los


árboles delante de mí y mis pies tocando la tierra y presionándome a mí misma más
fuerte, más rápido, para ganar, ganar, ganar. . .

Sal del clóset, sal, sal, sal. . .

Cruzo la línea de meta, sin saber nada excepto las porras de mi equipo y la gente
gritando mi nombre y el nombre de mi escuela y el sudor en mi frente, mi cuello.

Mis manos se alzan, tocan la cinta de Maggie, y miro el marcador.

Diecisiete minutos. Para 5K. Es un récord personal para mí, una victoria posible
para nuestra escuela si Haley y Julia y las otras cuatro chicas están cerca.

Pero lo hice. Yo. Corrí así de rápido; ayudé a nuestro equipo a llegar tan lejos.

Y por este momento he cruzado la línea de meta con aire en mis pulmones y la
cinta de Maggie en mi pelo, yo soy la que quiere esto.
Celebramos en el autobús de vuelta a la escuela. Ganamos. Vamos a ir a las Estatales.

Haley y Julia y Alicia llegaron en séptimo, duodécimo y decimonoveno lugar. Así


que nos vamos.

Ninguno de los del equipo hemos llegado hasta aquí.

Y ahora mismo, somos un equipo. Estamos sudando y con las piernas doloridas y
estiramos en el camino de regreso, golpes en la espalda y Qué carajos, chica, corriste
duro allá.

Ese último comentario está dirigido a mí. Pero no es dicho con el orgullo que se
tenía en la Conferencia. Se dice con incredulidad, miradas ocultas.

No soy una chica que se empuja a sí misma. Soy una chica que se queda en el
medio y no llama la atención, y ahora que estoy mejorando, ahora que no encajo, no
saben qué hacer conmigo.

Quiero que estén orgullosos de mí, de mi equipo. Por primera vez quiero que estén
orgullosos de mí, y tal vez lo estén. O lo estarán.

Me abrazo las rodillas en el pecho, aunque probablemente se acalambren después.


Hay un mensaje en mi teléfono esperando de Elissa, sobre la fiesta de Haley.

Hablando de eso.

—¡Fiesta en mi casa esta noche! —Haley grita, y todo el autobús aplaude. —Fiesta
de Halloween, obviamente, pero no tienen que disfrazarse si no quieren.

Nos alegramos de nuevo. A nadie le gusta ya disfrazarse.

—¿Vas a la fiesta? —Julia pregunta una vez que todos se han calmado.

—Te dije que sí.

—¿Con Elissa?

Le doy una mirada, una mirada de No podemos hablar de esto en el autobús. Ella lo
ignora y se acerca a mí, toma mi teléfono.

Dijiste que hablaríamos más tarde. Ya es más tarde. Habla, ella escribe en la
pantalla.

Le quito mi teléfono, lo guardo en mi bolsillo.

—No.

—¿Estás bien?

—Estoy bien, Jules.


—¿Segura? Con la forma en que corriste allá. . .

—¿Qué? Querías que fuera mejor, ¿no? ¿No es eso lo que todos querían? Que yo
mejorara. Estoy mejorando.

—Sí, ¿pero eso es lo que quieres?

No le respondo, y después de un minuto suspira y cambia de tema.

—En serio. ¿Estás preocupada por esta noche?

—¿Por qué me preocuparía?

Julia frunce el ceño.

—Corinne.

—Lo siento.

—No tienes que ir si no quiere —dice—. O me desharé de Chris e iré contigo. Seré
la red de seguridad y todo eso. O puedo esperar en casa de tu madre, y puedes volver
y decirme si pasa algo.

—No te quiero en la fiesta si la gente reacciona mal —digo. Pateo el asiento de


enfrente. — Y no es como si quisieras quedarte con mi madre sola. —Suspiro. —No
debería estar haciendo esto.

—¿Salir del closet si no estás lista? No, no deberías hacerlo,

—¿De qué lado estás?

—Tuyo —dice—. Siempre.

No deberíamos tener esta conversación en el autobús, pero no puedo detenerme.

—Tengo miedo.

—Entonces no lo hagas. No tienes que salir del clóset si no quieres, Corinne —dice.

Pero siento que tengo que hacerlo. Es injusto para Elissa si no lo hago, y lo es, sé
que lo es. Fue injusto para Maggie que yo no lo hiciera.

Esto es lo que nunca le dije a Maggie: Estoy aterrorizada hasta la médula de lo que
lo demás pensarán de mí. No llamo la atención. Mantengo la cabeza baja y sigo
corriendo hacia adelante e ignoro lo que los demás dicen, pero a veces no puedo. Me
digo a mí misma que no me importaría un bledo si supieran de mí, pero sí me
importaría.

Sí, lo sé.
Le envío un mensaje a Elissa con la dirección de Haley, y le digo que me encontraré
ahí con ella, con mis manos temblando mientras escribo.

Es sólo una fiesta. He estado en muchas fiestas. Estaré bien.

Mamá cocina la cena, sólo nosotras dos ya que Brett salió a arbitrar un partido. De
vez en cuando suena el timbre, ella se para y se pone un sombrero de bruja y reparte
caramelos a los niños, mientras yo me siento en la mesa e intento que no me vean.

—¿Recuerdas? —dice, cuando vuelve a sentarse—. El año en que te disfrazaste


sirena y me rogaste que te pusiera rayas azules en el pelo.

—¿Y luego fui a nadar a una fiesta al día siguiente y todos se volvieron verdes? Sí,
lo recuerdo —digo, y ella sonríe.

—Creo que tengo una foto de eso, todavía —dice ella—. En algún lugar.

Golpea sus uñas en el vaso. Es sólo agua, pero aun así me pone nerviosa.

—Llámame si necesitas que te traiga de la fiesta, ¿sí? —dice ella—. Sé que te


quedarás con Julia, pero si me necesitas. . .

Si la llamo, no es probable que pueda venir a buscarme, de todos modos.

—Sí, de acuerdo —digo, y aparta la mirada así no tengo que ver su cara caer.

Tal vez debería quedarme en casa con ella.

—Puedes comerte todos los dulces que sobre —dice ella, y sonrío. De repente se
acerca y me aprieta la mano, abre la boca como si estuviera a punto de decir algo.

Podría decírselo. Ahora. Podría decirle que voy a ir a esta fiesta con una chica y
que tengo mucho miedo, podría decirle cómo corrí hoy, cómo sigo corriendo porque la
chica que amaba quería que lo hiciera y no sé cómo detenerme.

Pero en vez de eso, me aparto de la mesa y voy a prepararme para la fiesta, y ella
va a la nevera y coge una botella de vino y no nos decimos nada que debamos.
Puedo escuchar la música que sale por el granero de Haley antes de salir del carro.
Todo el mundo se está moviendo, tazas en las manos, sin máscaras esta noche, no
hay necesidad de esconderse aquí. Es Halloween. Podemos ser adolescentes salvajes
y locos, revelas nuestro verdadero ser.

Mi pelo cuelga por encima de mis hombros, una cortina rubia. Mi delineador de ojos
azul brillante, mis jeans negros apretados y un top plateado brillante.

Soy perfecta. Soy imparable. Por un segundo, soy la chica que estaba con Trent,
tan bonita y tan popular, ¿no quieres ser ella?

Y entonces veo a Elissa, y mi bravuconería se desvanece. Está apoyada en el


granero y tiene las manos metidas en los bolsillos, el pelo rizado, los hombros
encorvados bajo una chaqueta.

Se puede saber al mirarla.

Puedes decir que ella es. . .

Trago saliva.

—Hola —llamo, y espero que mi voz se escuche por sobre el ruido de la fiesta. Ella
sonríe.

Yo soy la causante de esa sonrisa, y las mariposas comienzan en mi estómago.

—Hola —dice. Sus manos se mueven en sus bolsillos. Huele a humo.

—Gracias por venir —digo, al mismo tiempo que ella dice—: Te ves. . .

Nos reímos nerviosamente, basta.

—¿Cómo me veo?

—Asombrosa —dice ella.

Ella no intenta inclinarse y besarme, y estoy agradecida. A pesar de que quiero que
lo haga.

Dios, ¿puedo hacer esto? ¿Podemos hacer esto? ¿Soy lo suficientemente valiente
para entrar a esta fiesta con ella, lo suficientemente valiente para salir del clóset con
ella de una manera en que Maggie y yo no lo hicimos?

Elissa debe sentir mi vacilación, porque se detiene justo fuera del granero de Haley.

—Corinne, no tenemos que hacer esto —dice ella—. Si estás asustada.

—¿Qué haríamos entonces? —pregunto en voz baja.

—Tengo una idea —dice.


Tiemblo, y no por el frío. Extiende la mano hacia abajo, pasa mis dedos por los
suyos, Somos dos chicas paradas en la oscuridad cerca de la entrada del granero de
Haley. Sabemos lo que esto significa.

Pero Elissa tiene razón. No estoy lista para ir a esa fiesta, no estoy lista para
enfrentar a todos con esta chica.

—¿Quieres salir de aquí? —dice ella, los labios rozando mi oreja. Me estremezco.

—Sí. Bien —digo, y ella toma mi mano y nos vamos,

Volvemos a su casa por separado, yo la sigo para no dejar mi carro en el granero de


Haley y que todos pregunten dónde estoy, con quién estoy

Mi corazón late todo el tiempo. Mantengo la radio apagada.

¿Quiero hacer esto?

Me paro frente a su casa, aparco mi carro y saco las llaves, apretando las manos
casi hasta que se me caen. Miro como sale de su camioneta y se acerca a mi carro,
esperándome.

Salgo y ella me mira. Sonríe, casi con nerviosismo. Amas sabemos a qué va a llevar
esto, ambas sabemos hacia dónde nos precipitamos, aun así ninguna de las dos hace
algo para detenerlo.

No creo que queramos detenerlo.

Elissa se acerca a mí, tan cerca que podría alcanzarla y tirar de ella hacia mí, si
fuera lo suficientemente valiente.

—¿Quieres entrar? —pregunta ella, y yo trago saliva.

—¿No nos oirá tu compañera de cuarto?

Elissa se gira para mirarme.

—No. Ella está fuera por la noche.

—Oh.

Nos paramos en su porche delantero, y me mira.


—Corinne —dice—. No tenemos. . . no tenemos que hacer esto si no estás lista.
Puedes irte a casa, o volver a la fiesta, o. . . o donde sea. No me importa.

No respondo. Levanto la mano, bajo su cara y la beso, fuerte, como la primera vez
en su camioneta. Esta vez no se aparta, y yo tampoco, y luego se ríe y abre la puerta, y
prácticamente corremos dentro.

Apenas ha cerrado la puerta cuando me empuja suavemente contra la pared, con


las manos en la cintura, besándome el cuello. Enredo mis manos en su pelo y acerco
su boca a la mía. Tira de mi top y lo sube por mi cabeza, rompiendo brevemente
nuestro beso. Cuando gime, muevo mis labios hacia su cuello y mis manos hacia el
cierre de sus pantalones.

—Corinne. . . Corinne, espera —dice, y se aleja de mí.

—¿Qué?

—Yo. . . yo. . . ¿Quieres hacer esto?

—¿Hacer qué? —pregunto.

Ella agita sus manos entre nosotras, indicando el hecho de que estoy solo con
brasier arriba.

—Esto. Nosotras. Esta noche, lo que sea. Yo no. . .

—No lo sé —digo—. Yo solo. . .Dios, Elissa, no quiero pensar en ello. No quiero


pensar en lo que esto significa o lo que tiene que significar o. . .

El nombre de Maggie está en mis labios, pero si lo digo, esto no sucederá.

Estamos tan cerca que podríamos tocarnos. Besarnos. Nariz con nariz, cadera con
cadera.

¿Qué nos detiene?

¿Qué me detiene?

¿No quiero esto? ¿No quiero estar con ella?

Siempre he sido una chica que hace lo que todos los demás quieren. Que mantiene
la boca cerrada y sus opiniones y necesidades quiere que se meta dentro donde nadie
pueda llegar.

Pero esto, esta noche, la quiero. Sin complicaciones, sin pensar. Sólo manos, labios
y piel.
¿Pero cómo la dejo entrar? Maggie se llevó lo que quedaba de mi corazón con ella,
destrozado en pedazo en la carretera. He tenido los restos guardado en mi pecho, pero
Elissa. . .

—Sí —digo—. Quiero esto. Te quiero a ti.

Sus labios se encuentran con los míos, y lo entiendo. Ella no está pidiendo amor, no
está buscando reconstruirme de nuevo, y yo no le estoy pidiendo que lo haga. No nos
estamos pidiendo que olvidemos.

Sólo pedimos una noche juntas.

Todavía sabe a cigarrillos, pero huele a clavo y vainilla, y nos estamos besando,
besando, y me está guiando para que mi espalda esté contra el reposabrazos del sofá
y mi muslo esté entre sus piernas y de repente quiero tanto, tanto más que besar.

Jadeo su nombre y nos movemos, así que me tumbo en el sofá y ella está encima
de mí y estamos tirando de la ropa de la otra y sus labios están en mi cuello y ella se va
a mi espalda y me desabrocha el sujetador, lo tira al suelo, riéndose mientras lo hace.
Luego sus manos están sobre mí y me toca como lo hago yo y Dios, Dios, quiero esto,
quiero esto, quiero esto.

Me baja los pantalones y alcanza la tira de mi ropa interior y me mira, con los labios
hinchados y los ojos brillantes.

—¿Está bien esto? —pregunta.

Yo asiento, y ella las tira hacia abajo y luego su boca está sobre mí y mis manos en
su pelo y quiero esto, quiero esto, la quiero, quiero. . .
CUARENTA Y UN DÍAS
DESPUÉS
Me despierto a la mañana siguiente en la cama de otra chica.

No sé dónde estoy.

Pero luego miro y veo la forma de Elissa durmiendo a mi lado y sus rizos extendidos
por la almohada y. . .

La besé. Tuve sexo con ella. El mundo no se acabó.

Ella se mueve. Se voltea, me mira con una sonrisa adormecida.

—Hola —dice, con voz baja—. ¿Te acabas de despertar?

—Sí. —Me paro, de repente tímida, buscando por el suelo mi ropa.

—¿Quieres un café o algo?

—¿Qué hora es?

—Diez. ¿Por qué?

—Probablemente debería regresar. Le dije a mi madre que me quedaba con Julia,


y. . .

—No, sí, lo entiendo —dice Elissa. Luego se acerca, me toma la mano. —¿Estás
bien?

—¿Por qué no lo estaría? —pregunto, alejándome y poniéndome en mis pantalones


de nuevo.

—Sí, tienes razón —dice.

Pero aun así le doy la espalda para ponerme el top por la cabeza.

—Te llamaré, ¿sí? —digo, hago una mueca con lo cliché sonó eso saliendo de mi
boca—. Me refiero. . .

—Lo entiendo —dice—. Mira Corinne. . . está bien. Estamos bien. Anoche fue
genial. Podemos hablar de ello más tarde, no tenemos que ponerle una etiqueta a nada
ahora mismo.

—Sí, lo sé —digo, volteándome hacia ella. Me agacho, la beso, largo y lento.


—Sólo piénsalo, ¿sí? —dice, y sonríe.

Y me pongo el resto de mi ropa y trato de no salir corriendo de su casa.

Mi cabeza está zumbando en el camino a casa de mi madre. Zumbando con


pensamientos de Elissa y sus manos y labios sobre mí, y las Regionales y correr y sal
del clóset, sal del clóset.

¿Podría?

Anoche con Elissa fue. . . No lo sé.

¿Pero podría hacerlo? ¿Salir del clóset? ¿Salir, donde todo el mundo lo sabe,
donde todo el mundo me mira y ve una chica que sale con chicas y chicos?

¿O me verán como una zorra, como una chica que lo hace para llamar la atención?

Pero me estoy cansando de esconderme.

Podría empezar de a poco. No tengo que hacer una gran declaración, un desfile,
convertirlo en algo grande. Se lo dije a Julia. Podría decírselo a otra persona. Podría
decírselo a mi madre, tal vez.

Podría hacerlo.

Voy a hacerlo.

Mi carro retumba al entrar en la casa de mi madre. Mi pelo está en una mal hecha
cola de caballo. Llevo la ropa de anoche porque me fui a casa con una chica y voy a
salir del clóset con mi madre.

Puedo hacerlo.

Saco las llaves del bolsillo, abro la puerta con la cadera y entro.

La casa es un desastre. Casi me tropiezo con uno de los perros cuando entro. Hay
platos en el fregadero y ropa por todas partes y platos en la mesa y botellas y mi madre
está. . .

Dormida. En el sofá. También con la ropa de ayer.

Dios, ¿cómo puedo decirle? ¿Cómo puedo hacerlo ahora cuando ni siquiera se
acuerda?
Papá quiere que me vaya de aquí, quiere que escape de este pueblo y de esta vida,
pero, ¿cómo puedo dejar a mamá? ¿Cómo puedo irme cuando ella está aquí? Cuando
no estoy aquí para visitarla los fines de semana y asegurarme de que no beba
demasiado, cuando no estoy aquí para decirle a su último novio que está así, porque si
no la cuido, si no estoy cerca para vigilarla. . .

¿Quién lo hará?

Ella no es mi responsabilidad, me digo a mí misma en el regreso a casa. Mi madre no


es mi responsabilidad. No soy la que se supone debe revisarla, cuidar de ella.

Entonces, ¿por qué me siento como si lo fuera?


CUARENTA Y DOS DÍAS
DESPUÉS
Me voy a la escuela lo más temprano posible a la mañana siguiente, saliendo antes de
que papá despierte. Mi corazón late en mi pecho, recordando cómo se movía cuando
Elissa me tocaba.

Sal del clóset, sal del clóset, sal.

Saco ese pensamiento.

En el almuerzo me siento con ChrisTrentJuliaHaley, ahora que Haley y Trent están


saliendo. Aparentemente, él la invitó a salir en su fiesta, y si crees en los chismes de
Marianna Wheeler, pasaron el resto de la noche besándose en el baño, su camioneta
aún en la entrada de su casa mucho después de que todos los demás se hubieran ido.

Ella sonríe en secreto y él la mira, y sé que la tiene de la mano debajo de la mesa y


me alegro que ambos estén contentos.

Pero ahora yo soy la rara, la quinta rueda literal de este grupo.

Julia me da un codazo con el pie.

—¿Cómo estuvo la fiesta? —pregunta en voz baja.

Su sincronización es perfecta.

—Sí —Haley dice—. Estuviste ahí por cuanto, ¿dos segundos? ¿Con quién
estabas? Apenas te vi.

—¿Qué hicieron ustedes? —pregunto, eligiendo ignorar sus preguntas y


volteándome hacia Chris, que se encoge de hombros.

—Solo fui a Raleigh a vi una película —dice.

—¿Qué película?
—Estás evitando la pregunta —dice Haley.

—Sí, ¿qué estabas haciendo en esa fiesta? —pregunta Trent.

—Mierda, olvidé el nombre. Pero se trataba de un artista que era daltónico. . . —


Chris empieza.

—Chris, no respondas, está demorando —dice Trent—. De todas formas, espera,


¿por qué fuiste a ver eso?

—¿Porque quería?

—Amigo, eso es. . .

—¿Es qué? —digo, mi voz es muy fuerte. Trent y Haley y Chris y Julia me miran. —
Si Chris va a ver una película sobre un artista, ¿qué significa eso?

Trent se encoge de hombros.

—Ya sabes —dice.

—No, no sé.

—¿Por qué estás siendo tan perra? —pregunta, y mi cara y mi temperamento


explotan.

Haley deja caer su mano. Pero ella no se sienta allí tranquilamente como yo lo
habría hecho, ni mira a otro lado de la mesa. Se levanta con la bandeja en la mano
mientras Trent la mira.

—¿Qué?

—No puedes llamar así a Corinne, Trent. Además, no debería importar qué película
vea Chris, tú estás siendo un verdadero imbécil en este momento, así que me voy a ir,
y si quieres seguir saliendo conmigo, vas a aprender a pensar dos veces sobre las
cosas que salen de tu boca —dice ella, y se va.

Chris silba. Julia sonríe. Trent se enfurruña y me mira como si esperara que lo
ayude.

Puedo sentir a Julia mirándome.

—Tiene razón —digo—. No deberías haberme llamado perra, y no importa qué


película haya ido a ver Chris.

—Sólo lo dices para que no te preguntemos sobre la fiesta —dice, y lo miro.

—Lo digo porque estás siendo un idiota.


—No pensabas que yo era un idiota antes. ¿Qué, estás celosa? Rompemos y te
conviertes en una maldita. . .

—De acuerdo, es suficiente —dice Julia, y su voz es tan fuerte que creo que la
mitad de la cafetería nos está mirando—. Trent, no sé quién se ha orinado en tus
cereales hoy, pero tienes que irte. Ahora.

Chris mira de un lado a otro entre los dos, pero sabemos lo que va a pasar. Se
pondrá del lado de Julia sin importar lo que pase.

—Bien —dice Trent, y empujando hacia atrás de nuestra mesa con un fuerte sonido
de su silla, se va.

Y luego sólo somos Julia, Chris y yo.

—Gracias —digo, y ambos sonríen.

Julia abre la boca como si fuera a decir algo, pero un segundo antes de hacerlo, mi
teléfono suena.

Miro hacia abajo. Código de área 336. Tiene que ser Aldersgate.

—¿Hola? —digo.

Julia aprieta mi mano debajo de la mesa.

—Hola, Corinne. ¿Es un mal momento? Soy la entrenadora Alma de la Universidad


Aldersgate.

—Hola —digo—. No, está bien.

—Perfecto. Llamo porque tenemos una oferta para ti.

—¿Dígame?

—Queremos saber si quieres correr para nosotros —dice—. Estaríamos


ofreciéndote una beca sustancial.

¿Por qué yo?

No me doy cuenta de que lo dije en voz alta hasta que la entrenadora Alma se ríe
incómodamente.

—Bueno, creemos que serías una gran utilidad para nuestra universidad.

—Pero me tropecé. No creí que lo hiciera tan bien.

—Podemos excusar algunos nervios. He hablado con tu entrenadora y me ha dicho


que has tenido una gran temporada. . .
Ella continúa hablando, borroso, todo lo que puedo oír en mi cabeza es beca, beca,
salir salir, seguir corriendo. . .

—¿Corinne?

—Sí, aquí estoy.

—Así que, ¿cómo te suena el próximo lunes?

—¿Cómo dice?

—Para que nos digas tu decisión —dice.

—El lunes suena bien —digo, y nos despedimos.

Miro fijamente a mi teléfono como si me hubiera traicionado.

—¿Quién era? —pregunta Julia.

—Aldersgate quiere que tome una decisión —digo, metiendo mi teléfono de nuevo
en mi bolsillo.

Pero ella no pregunta más, y por eso estoy agradecida.

Mi cabeza está borrosa en la práctica. El resto del día sólo puedo pensar en Trent
llamándome perra y en la oferta de Aldersgate y en por qué yo y salir del clóset y Elissa
y Maggie. . .

Estamos corriendo vueltas alrededor de la pista mientras la entrenadora nos


cronometra, y mis pensamientos están tan llenos que no me doy cuenta cuando he
alcanzado a Haley y nos enredamos y tropezamos, pero ella se endereza y yo pierdo el
equilibrio y me caigo.

Mi rodilla se raspa en el suelo, y me levanto y cojeo por el resto de la pista, maldigo


en voz baja, me pongo una curita cuando llego al vestuario.

Me estoy volviendo loca.

Todos me miran, susurran mientras se cambian y sólo se callan cuando entra la


entrenadora.

Nos habla de las Estatales, de ganar, de las expectativas, pero todos me miran y
no escucho nada.
CUARENTA Y SEIS DÍAS
DESPUÉS
Es el día antes de los Campeonatos Estatales. Julia me envía un mensaje para que
vaya a pasar el rato, estirar, practicar una vez más.

Pero entonces Elissa me envía un mensaje preguntándome si me reuniría con ella


en el parque al que Maggie y yo solíamos ir.

No puedo, Julie. Tengo que hablar con Elissa, le envío un mensaje de texto, y
luego silencio mis notificaciones para no tener que ver cómo va a responder.

No debería hablar con Elissa hoy. Debería estar entrenando con Julia.

Debería estar haciendo muchas cosas, tomando muchas más decisiones.

¿Cómo voy a decidir si me voy o no a la universidad? Sé lo que se supone que


quiero, y es para alejarme lo más posible de aquí.

Pero aquí está mi mamá. Si voy a la universidad, si ya no la visito, ¿qué le va a


pasar? Quien era ella antes está enterrada bajo una fachada de alcohol viejo, y sé que
no puedo traerla de vuelta, pero si soy la hija perfecta, tal vez pueda.

Me bajo de la cama y me pongo un jean y una sudadera, Bysshe ronroneando a un


costado de mi cama.

Mamá no es mi problema. Tengo cosas más importantes de las que preocuparme.

Me pongo el pelo hacia atrás y rasco a Bysshe detrás de sus orejas antes de ir a mi
auto para ir a encontrarme con Elissa. Papá está sentado abajo en el sofá.

—¿Adónde te vas? —pregunta.

—Voy a ir con Julia antes de las Estatales —miento, y me voy antes de tener que
decirle algo más.
Elissa está parada junto a los columpios cuando llego, con las manos en los bolsillos de
su chaqueta militar. Ella se hizo un corte de pelo; los lados de su cabeza están recién
afeitados y sus rizos en la parte superior. Puedo ver la punta brillante de su cigarrillo
desde mi auto.

—Hola —dice ella mientras me acerco, y se inclina para besarme. Me pongo rígida,
pero dejo que lo haga. . . nadie está aquí para vernos, ¿verdad?

—Hola —digo—. De qué. . . ¿De qué querías hablar?

Nos sentamos en los columpios, y crujen bajo nuestro peso. Elissa tira su cigarrillo
y lo pisotea antes de empujar hacia atrás y balancearse.

—Elissa . . .

—Espera —dice, y comienza a balancearse más alto.

¿Maggie la trajo aquí? ¿Así es como sabe de este lugar?

Hay tanto que no sé sobre Elissa, sobre su relación con Maggie. Miro a la chica
balanceándose a mi lado y me doy cuenta de que no la conozco, no realmente.

Maggie la conocía. Maggie sabía todas estas cosas sobre ella y sobre mí, cosas
que quiero saber, cosas que le diría si me lo pidiera.

Pero no soy Maggie.

Finalmente vuelve a bajar, con las mejillas enrojecidas.

—No he hecho esto en años —dice, antes de tocarme la rodilla con la suya—. Sé
que no hemos hablado mucho de nosotras, pero quería preguntarte. . . ¿si tal vez
querías salir conmigo?

—Yo . . .

—No tenemos que hacerlo, esto puede quedarse como algo casual o lo que sea,
pero si salimos, necesitas saber que no voy a esconderme por ti.

Sal del clóset, sal, sal, sal. . .

No es su voz. Es la de Maggie.

Si vamos a seguir saliendo, tienes que salir del clóset.

No.

No la mereces.

No puedo pensar en eso. No puedo. No ahora.


Ella se para del columpio, con sus manos en sus bolsillos.

—Elissa. . .

—¿Sabes qué? Olvídalo. No haré esto. No estás lista. —Sacude su cabeza, luego
para. Me mira. —Maggie quería que salieras del clóset, ¿verdad?

Mi boca está seca.

—Sí.

—Y no lo hiciste.

—No —digo—. No. Tú preguntaste por qué no estábamos fuera del clóset y. . . y. . .

Y es por mi culpa.

Si vamos a seguir saliendo, necesito que salgas del clóset, necesito que lo hagas.
Si quieres que sigamos juntas.

—¿Corinne?

Si quieres que sigamos juntas.

—No puedo hacer esto —digo—. Perdón, Elissa, pero no puedo. . .

Corro lejos de ella.


DOS DÍAS ANTES
Ella está durmiendo a mi lado, la calidez de su espalda presionando a mi lado, y lo sé.

Debo romper con ella.

Ella quiere que salgamos del clóset, y le está haciendo daño que no lo estemos, y lo
quiero hacer, pero estoy tan, tan asustada. Y ella no se merece eso, no la merezco a
ella.

Debo romper con ella.


CUARENTA Y SIETE DÍAS
DESPUÉS
No puedo dormir. Es como la noche que me quedé con ella antes de que muriera, mis
pensamientos corriendo, mi cabeza demasiado llena. No puedo dormir, así que no lo
hago. Enciendo mi teléfono y me acuesto allí y escucho cada audio de Maggie.

—Debes . . . je, debes estar dormida o algo así. ¿Vamos al cine más tarde? Dylan
quiere saber.

—No puedo dejar de pensar en ti.

—¿Estuvo . . . estuvo bien? ¿Que nos besemos? Porque si no, lo siento. No


tenemos que hacer esto. Yo. . . mierda, te llamaré más tarde, ¿sí?

—Hola, nena, acabo de salir del ensayo de Hairspray. No puedo esperar a que
vengas a ver el espectáculo. Todo el mundo ha trabajado tan duro. . .

—Okay, tal vez funcione esta vez. Sólo quería dejarte un mensaje porque. . .

Su risa. Su voz en mi oído, y antes de que pueda detenerme, inicio sesión en


Instagram, me desplazo hacia abajo hasta esa foto de nosotras. Nadie ha escrito
ningún comentario nuevo en semanas. Es un extraño monumento, como el graffiti e
igual de permanente.

Escribo. Escribo miles de mensajes hasta que solo mi nombre es lo único que veo.
Escribo que la extraño, una y otra y otra vez.

Y luego. . .

Borro cada cosa. Todos los audios excepto donde ella se está riendo. También todos
los mensajes de Elissa

Y escondo

mi

estúpido

traicionero

corazón.
No duermo el resto de la noche. Doy vueltas y vueltas, y cuando suena mi alarma solo
me queda levantarme y vestirme para el Campeonato.

Papá y yo desayunamos juntos, en silencio, sin hablar de la próxima carrera. Sé


que piensa que es por los nervios, pero la verdad es que no sé qué decir.

—¿Dormiste bien? —pregunta.

—Sí —digo, y es lo máximo que nos decimos el uno al otro hasta que casi es la
hora de irse.

Es aquí.

Los Campeonatos Estatales.

Estoy poniendo un pie donde Maggie nunca ha corrido, donde Dylan nunca ha visto
a su hermana. Donde ella siempre, siempre quiso estar.

Nunca esperé estar aquí sin ella.

Pero no puedo pensar eso. Piensa en ganar, piensa en las becas, piensa en salir de
aquí y finalmente ser libre, finalmente poder ser yo misma.

¿Entonces por qué estoy tan aterrorizado? ¿Por qué siento que estoy cometiendo el
mayor error de mi vida?

—Oye —Julia dice, empujándome con su hombro—. ¿Estás bien?

—Sí.

—¡No puedo creer que estemos aquí! —Haley dice emocionada. Incluso me está
sonriendo. —¿Puedes creerlo? ¡Llegamos a las Estatales!

Asiento con la cabeza. Trago saliva.

Lo hicieron.

Lo hice. Estoy aquí.


En algún lugar de la multitud está mi padre. En algún lugar de la multitud está
Elissa, si es que se molestó en venir después de lo de ayer.

En algún lugar de la multitud está Maggie, observando, celosa de que nunca podrá
llegar aquí.

No quiero verla.

Me ajusto la cola de caballo, ato su cinta en ella para la suerte.

Si corro lo suficientemente hoy, entonces dejaré de perseguir a Maggie, ella dejará


de aparecer en las esquinas de mi visión, ella se habrá ido y seré lo suficientemente
valiente, finalmente, finalmente lo suficientemente valiente, para hablar de quién era
ella para mí.

Nos estiramos en la línea de salida. Hay tensión en el aire, cientos de sueños de


adolescentes corriendo, sueños brillantes de medalla de oro llenando el aire tanto que
son casi palpables.

Si a Julia le va bien, finalmente podrá salir de aquí, puede ir a una escuela elegante
y tener una relación de larga distancia con Chris y estará bien.

Si Haley lo hace bien, finalmente demostrará a sí misma que no es su hermana


mayor la estrella de la pista, sino que ella es alguien a quien admirar por derecho
propio.

Si yo gano. . .

Si yo . . .

El arma se dispara.

Y corremos.

Y corro.

Mis pies golpeando la tierra y me empujo con fuerza, tan fuerte, que puedo ser
rápida porque si corro lo suficientemente rápido el mundo volverá a como era antes,
Maggie estará viva y sabré lo que quiero.

Lo que quiero.

¿Es esto?

¿Quiero esto?

Quería a Maggie.
Siento no haberle dicho cuánto. Siento no haber podido ser la chica como la que me
vio.

La amaba, la amaba, la amaba. No sé quién soy sin ella. Ella quería que yo fuera
todas estas grandes, grandes cosas; ella tenía estos sueños para nosotras y. . .

Esa no soy yo. No estoy fuera del clóset y orgullosa. Maggie quería eso.

La amaba, pero vio todas las partes buenas de mí, y no creo que estén aquí sin ella.
Vio a una chica que era ambiciosa y soñadora, y ahora estoy empezando a darme
cuenta de que mis sueños la involucraban. Maggie tenía sueños, planes y metas y todo
lo que quería hacer era seguirla hasta los confines de la tierra.

Pero ya no creo que eso sea lo que quiero.

No creo querer esto.

No creo querer ganar.

No quiero correr más. De Elissa. De Maggie.

En absoluto.

No quiero correr.

Estoy cansada de correr.

Todo el mundo está animando y Julia me está pasando y Haley me está pasando y
no puedo ver la coleta de Maggie delante de mí más, nunca pude verla porque no
estaba allí, porque está muerta y no va a volver y me hizo una mejor persona, pero
necesito aceptar que lo que ella quería no es lo que quiero.

No quiero esto.

Así que yo.

Voy lento.

Despacio.

Todos los demás me pasan.

Todos los demás corren hacia sus sueños.

Todos los demás corren y corren y me pasan

hasta que estoy muerta

soy la última.
Estoy corriendo a través de esa línea de meta y me detengo, y lo sé.

Acabé de correr.

Cruzo la línea de meta y sigo avanzando, pasando por delante de los jueces y los
espectadores y Julia y Haley y la entrenadora y la decepción de mi padre. Más allá de
todo. Corro más lejos en el parque, a través de los árboles, no me importa que las
ramas estén golpeando mis brazos o mi cara. Corro como si mi corazón estuviera en él,
como si hubiera corrido en las Estatales.

—¡Corinne!

Es una voz masculina. No es mi papá. Me detengo, sin aliento, y ahí está Dylan,
empujando las ramas y los arbustos.

—¿Qué estás haciendo acá? —pregunto, y no sé si estoy preguntando por él


estando acá en las Estatales o aquí en estos árboles conmigo, o aquí a pesar que su
hermana no estar.

—Te vi. . . llegar última. Y seguir corriendo. Creo que tu equipo debe estar
buscándote.

—No los quiero ver —digo.

—Ya veo.

—Así que, ¿por qué estás aquí? —pregunto.

Él frunce el ceño.

—Porque tú lo estás.

—¿Y?

—Y tú eres la última cosa que tengo de mi hermana y de ella corriendo y yo. . . yo


pensé. . . —Él sacude su cabeza. —No importa lo que piense.

Asiento. Estoy parada ahí y hay ramas que se enredan alrededor de mis piernas y
me pinchan las pantorrillas y el hermano de mi novia muerta está parado frente a mí
recordándome todas las formas en que estoy perdida sin ella.

—Ven conmigo —dice Dylan.

Sacudo la cabeza.

—No puedo.

—¿No puedes qué?


—¡No puedo hacer esto más! No puedo salir del clóset, pero tampoco puedo seguir
ocultándome, no puedo pretender que cada vez que corro no la veo a mi lado, no
puedo. . . —Un sollozo me ahoga la voz. —No puedo creer que ella no esté aquí.

No puedo creer que esté haciendo esto sin ella.

Ahora que vuelve a mirarme, sus ojos están brillantes.

—Vamos —dice, con más insistencia—. Tengo un lugar que quiero mostrarte.

Y no sé por qué, tal vez porque hoy ya ha sido bastante horrible, y no tengo nada
que perder, le sigo a su carro. Ha aparcado lo suficientemente lejos como para que no
nos encontremos con mis compañeros de equipo o mi madre o alguien de Leesboro.

Me abrocho el cinturón de seguridad y alzo las rodillas a mi pecho y cuando cierra la


puerta, lloro de verdad; las lágrimas caen por mi cara y cuando aparto las manos de los
ojos están manchadas de negro, y soy un desastre. Dios. Un maldito desastre.

Dylan enciende sus faros y sin palabras me da unas cuantas servilletas arrugadas
de su guantera. Enciende la radio en bajo volumen a alguna estación de radio que me
gusta, una que Maggie nunca le habría dejado tocar.

El carro de él no huele como ella. Pensé que lo haría, pero no lo hace, y supongo
que estoy agradecida por ello.

Conducimos en silencio por un minuto antes de que suspire, se pase la mano por el
pelo.

—Maggie me lo dijo —dijo él.

—¿Qué te dijo? —pregunto, pero algo en mí me dice que ya sé la respuesta.

—La mañana después de que te fuiste. Me habló de su ultimátum. Sobre de que


salieras del clóset. —Sacude la cabeza. —¿Qué ibas a hacer?

No le respondo, y esa es una respuesta suficiente.

—Ibas a romper con ella —dice.

—Dylan. . .

Su voz me calla.

—Mi hermana murió sin que nadie supiera de la persona que más le importaba en
este mundo y es todo culpa tuya.

No digo nada. No puedo decir nada. Porque tiene razón.

—Eres una maldita cobarde, Corinne Parker.


Mis dedos se agarran de la manija de la puerta y la memoria me golpea, todo lo que
he estado tratando de olvidar desde que Maggie murió, todo esto está regresando en
una ola de todos mis horribles errores.
OCHO MESES ANTES
—A mí. . . a mí también me gustas —digo—. Y yo no. . . no sé lo que soy y estoy
tratando de averiguarlo, pero Maggie, me gustas mucho, y. . .

Ella me besa de nuevo. Se inclina sobre el columpio y presiona sus labios contra los
míos, su boca suave y fría.

—¿Quizás. . . quizás quieres intentar esto? ¿Nosotras? ¿Siendo novias? —ella


pregunta, y la beso de vuelta, esperando que ella sepa mi respuesta.

—Sí —digo—. Sí quiero. —Sonrío, y me llena toda la cara, y la beso de nuevo. Ella
está de pie, mirando el resto del parque.

—¿Vas a decírselo a tus padres? —pregunta ella.

Parpadeo.

—¿Qué?

—¿Sobre nosotras? ¿Vas a salir del clóset?

—Um. No he pensando en eso —digo, y no lo he hecho, porque lo he metido en el


fondo de mi mente donde no significa nada, porque apenas sé lo que significa para mí,
que me guste ella, que quiera besarla.

Ella asiente con la cabeza.

—Bien. Pero se lo dije a mi hermano. Sobre ti. . . Sobre lo mucho que me gustas.

—¿Le dijiste a tu hermano?

—Yo le cuento todo —dice ella, como si fuera simple, como si fuera jodidamente
simple decirle a tu hermano que estudia la religión que te gustan las chicas. O una
chica.

—Yo. . .

Se gira y me mira, con el ceño fruncido en el entrecejo.

—No necesito tu permiso para contarle a mi hermano sobre nosotras.

—Lo sé —digo, pero mi corazón martillea en mi pecho de todos modos.

Suspira, vuelve al columpio y me toma la mano.


—No te estoy pidiendo que salgas del clóset ahora mismo —dice—. Pero. . .pero en
el camino. . . al menos piensa en ello, ¿sí?

—De acuerdo —digo, y trago saliva—. Sí. Bien. Lo haré.

Ella sonríe, y se inclina y me besa de nuevo.

Esta vez cuando sus labios tocan los míos, todo lo que puedo sentir es miedo.
CINCO MESES ANTES
Su hermano desaparece arriba en las escaleras. El hermano de Maggie.

—Va a contarlo. —Mi voz sube por el pánico.

—No va a contarlo —Maggie me calma, sus manos en las mías—. Cálmate.

—Tus padres no pueden saberlo. —Mi voz alta y chillona de la forma que odio
cuando estoy enfadada o molesta o asustada como ahora.

—No se enterarán. Lo prometo.

Pongo mi cabeza en su hombro, pero el contacto es demasiado, así que me paro y


empiezo a caminar por su sótano de un lado a otro.

—Maggie, no pueden averiguarlo —digo, y la miro.

—Lo sé —dice—. Nadie debe saberlo.

Pero hay resignación en su voz.


UN MES ANTES
—¿Por qué no puedes simplemente estar conmigo? —ella grita, sus mejillas rojas y sus
ojos brillantes.

—¡Sí quiero!

—No, no quieres —ella escupe—. Estás muy asustada de lo que vayan a pensar los
demás.
SIETE MESES ANTES
Está oscureciendo mientras caminamos hacia el restaurante, los días siguen siendo
cortos. Maggie lleva un bonito vestido azul y mallas, un abrigo gris oscuro y una
bufanda alrededor del cuello. Sus mejillas están sonrosadas, y cuando me sonríe, es
como si no pudiera ver a nadie más.

Me coge la mano al cruzar la calle, entrelaza sus dedos enguantados con los míos.

Pero todo el mundo está mirando, lo sé. Todos están mirando nuestros dedos
entrelazados y lo saben lo saben lo saben. . .

Alejo mi mano de la de ella. Quiero decirle que lo siento, que estoy asustada, y que
es el día de San Valentín y que sólo quiero poder disfrutar de este tiempo con mi novia,
lo siento. . .

Pero eso no hace la diferencia. Ella me escuchó decir eso antes.

Desearía ser valiente. Desearía poder coger su mano sin querer alejarla, sin
preocuparme de lo que los demás piensen, sin preocuparme si es seguro.

Desearía poder ser valiente por ella.

Pero no lo soy. Soy la cobarde.

Y ambas lo sabemos.
SEIS MESES ANTES
—¡No entiendo cuál es la maldita cosa a la que le tienes tanto miedo!
SIETE MESES ANTES
—No quiero hacerlo ahora. —Me escucho decir a mí misma.

—¡Tú nunca quieres hacerlo! Nunca lo quieres hacer, Corinne. ¡No quieres venir a
la promoción conmigo, no querías sostener mi mano cuando salimos por San Valentín,
y ni siquiera quieres ir al show cuando sabes lo mucho que trabajé en eso! —Ella
solloza. Se limpia los ojos.

—¿Estás avergonzada de estar conmigo?


UNA SEMANA ANTES
Estamos en el parque de nuevo, el que ella le gusta. Hace tanto calor que mis muslos
se pegan a la silla cuando me paro.

Ella está callada. Más de lo normal.

—¿Estás bien?

Ella sacude su cabeza.

—Estaba pensando acerca de nosotras.

—Oh.

—Corinne . . . Quiero salir del clóset contigo. Realmente lo quiero. Y sí. . . si es tan
difícil para ti, entonces necesitas decirme.

—Yo . . .

—Necesito que decidas —dice ella, su voz firme—. Si tú aún quieres estar conmigo,
necesitas decirles a todos. Estamos juntas ocho meses, y yo. . . yo no quiero
presionarte, pero realmente, realmente estoy cansada de esconder esto.

Tomo su mano.

—Lo sé —digo—. Lo sé.


CUARENTA Y SIETE DÍAS
DESPUÉS
Estoy llorando en el carro de Dylan mientras le digo esto, mientras estoy recordando el
motivo de todas las veces que peleamos, cada vez que no podía coger su mano, cada
vez que me alejé de ella, cada pelea y grito y palabra con mucho detalle una y otra y
otra vez. . .

¿Estás avergonzada de estar conmigo?

Nunca fue de ella de lo que yo estaba avergonzada. Era yo. Mi miedo. Mi propia
vergüenza, mi terror de lo que cualquier pudiera pensar si ambas decíamos que
estábamos juntas.

No sé qué espero de Dylan, si es que espero algo. Lástima. Enojo. Algo. Lo que sea
menos este horrible e insoportable silencio lleno de juzgamiento.

Busco mi teléfono, para que mis manos hagan algo. Pero está muerto, así que
busco el cargador en el carro de Dylan.

—¿Puedo? —pregunto, y él mira abajo y asiente, con sus manos todavía en el


volante.

—Deberías escribirle a tu papá —dice Dylan—. O a tu entrenador. Sólo para que no


se preocupen.

—¿A dónde estamos yendo? —pregunto, mientras él avanza por el camino.

—Ya verás —dice él, y cierro los ojos mientras Dylan me lleva a algún sitio
desconocido y lejos de pena.

Dylan conduce hasta esta zona remota, estaciona su carro, y por un segundo me
preocupa de que algo pase, a pesar de que es Dylan, porque eso es lo que pasamos
nosotras las chicas: Un chico te lleva a un sitio apartado y no importa cuánto confíes o
lo conozcas porque nunca sabrás lo que pueda pasar.
—¿Dónde estamos? —pregunto, pero él no responde, sólo sale del carro y da un
portazo, y yo le sigo. Hace frío aquí afuera, y más con mis shorts, me los jalo un poco
hacia abajo, pero de nada sirve.

Dylan sale del estacionamiento de grava y le sigo, y de repente estamos parados al


borde de un puente en el que nunca he estado, con vista a un río que corre debajo de
nosotros. Dylan se sienta, con sus largas y pálidas piernas colgando. No hace ninguna
señal para que me siente con él, y por un minuto ni siquiera estoy segura de si quiero
hacerlo. Pero después de un minuto de moverme torpemente de un lado a otro, me
siento, y él habla como si hubiera estado sentado esperando que yo lo hiciera todo el
tiempo.

—Mi hermana amaba este sitio —dice en voz baja, balanceando sus piernas hacia
adelante y hacia atrás. Ni siquiera estoy segura de que sea consciente de que lo está
haciendo. —Solíamos venir aquí mucho antes de que me fuera a la universidad, y
hablábamos, aunque sé que todos pensaba que era raro porque se supone que los
hermanos y hermanas pelean todo el tiempo. Y sí, lo hacíamos, pero ella también sabía
cómo hacer que me abriera y hablara. Cuando empecé a conducir, la traía aquí, y es lo
único que eché de menos cuando fui a Duke.

—Una noche estaba en la escuela y recibí un mensaje a las dos de la mañana de


Mags, y solo decía ‘¿Puente?’ Y ella nunca pedía encontrarse con alguien a menos que
sea importante, así que conduje todo el camino hasta aquí desde Durham a las dos de
la mañana, y cuando llegue, ella estaba parada, y . . . ella se veía tan feliz. Y ella ni
siquiera espero a que suba antes de que las palabras salieran de su boca y me contara
todo acerca de una chica que ella conoció y cómo estaba tan emocionada por ella y
cuán maravillosa era ella.

Se mira las manos. Se aclara la garganta.

—Obviamente estaba hablando de ti. —Se ríe, y es bajo y amargo. —No sé lo que
vio en ti —dice, y es lo que más me duele, porque tampoco sé lo que vio en mí.

—Ella no era una mártir —digo en voz baja—. Deberías saberlo.

—Lo sé, Crecí con ella.

—La amé —digo—. Sé que no crees que lo hice. Pero la amé. Y ella no era
perfecta, y ella. . . ella soportó mucho de mí, pero también me amaba.

—Corinne. . .

—Me asusta mucho. Ella lo sabía. —Resoplo. —¿Sabes qué? —pregunto a


Dylan—. En el Día de San Valentín fuimos a un lindo restaurante en el centro de
Raleigh, no se lo dijimos a nadie. Y fue genial, pero después de que caminamos a la
cafetería, no la dejé no tomar mi mano y se enojó tanto conmigo. Dijo que estábamos
en el centro, que no nos iba a pasar nada. Y nos peleamos por ella, y más tarde me
enteré que estaba molesta porque una chica de su clase de matemáticas le había
preguntado qué iba a hacer por el Día de San Valentín y había tenido que mentir. Y
cada vez que pienso en ella, pienso en cómo no le tome la mano y ahora. . .

—Estoy asustada, Dylan —digo, y admitirlo en voz alta me hace llorar de nuevo—.
Tengo miedo de lo que los demás piensen de mí. Tengo miedo de que sea algo grande
y tengo miedo de que si todos lo saben, entonces todo lo que seré cuando me vean,
será a ese tipo de chica.

—No fue así para Elissa. O Maggie.

—¿Viste a Elissa? Ella no podría mantenerse en el clóset si lo intenta.

—Corinne.

—No, tienes razón, eso fue muy pesado —Sacudo mi cabeza. —Sólo. . . me
preocupo que los demás piensen demasiado al estar fuera del clóset.

—Sabes que nadie te pide que te tiñas el pelo de arco iris y que beses a un montón
de chicas, ¿verdad? Y no es tan malo como solía ser. . .

—Sí, dime qué tan malo es salir del clóset, chico blanco heterosexual —digo.

—Realmente eres una perra.

—Y yo que pensaba que estábamos teniendo un momento —digo. Balanceo mis


piernas con más fuerza. —Sé que no es tan malo como solía ser. Y no será tan malo
para mí como para algunas personas. Pero eso no significa que no esté aterrorizada,
no significa que el hecho de que Maggie se haga ido no duela. Ella habría ganado hoy.
Sé que lo habría hecho. Habría ganado y se habría ido a Villanova y habría sido una
gran estrella si yo no la estuviera. . . si no la estuviera reteniendo.

Mi voz se vuelve más grave otra vez. Dylan espera un momento, y luego pone su
mano sobre la mía.

—Ella no te iba a dejar —dice en voz baja—. Ella. . . ella quería aplazar a Villanova,
hacer un año en Aldersgate contigo y tal vez transferirse.

No puedo escuchar esto.

—No, ella. . . ella no habría hecho eso.

—Lo habría hecho. Ella iba a llamar al entrenador de Villanova para rechazarle.
Aceptar la oferta de Aldersgate en su lugar.

—Me alegro de que no lo haya hecho —digo—. Y tal vez no habría dicho esto
cuando estaba viva, pero Dylan. . . No puedo creer que ella pusiera su sueño en espera
de esa manera.

—No lo entiendes —dice.


—Salí con ella. La amé. ¿Qué mierda no entiendo?

—Ella no pensaba que la estabas reteniendo, Corinne. No de eso. Ella. . . ella sabía
que era lo suficientemente buena. Ella solo quería estar contigo. —Él suspira. —Ella te
amaba más de lo que amaba correr.

Y quizás yo amaba más huir, más de lo que la amaba a ella.

El pensamiento me aturde, hace que mis puños se aprieten. Me pongo de pie.

—¿Puedes llevarme de vuelta para que pueda sacar mi carro?

Asiente, pero él se queda sentado.

—Por favor, Dylan —digo cuando no se mueve—. Por favor, sólo déjame ir a casa y
olvidar, ¿sí?

Él suspira, se mete las manos en los bolsillos.

—Lo siento —dice finalmente—. Sé que la amabas. Y es duro, y no sé nada al


respecto, pero. . . me dolió verla preocuparse por ti. Me dolió mucho.

—Me dolió también —digo, y él asiente con la cabeza mientras entramos en su


carro.

—¿Sabes por qué te traje aquí?

—No quiero escucharlo. Sólo llévame a casa.

Pero él no enciende el carro. Lo miro y sus ojos son tan brillantes como los míos.

—Ella quería mostrarte este lugar —dice en voz baja—. Ella me lo dijo. Y yo. . .yo
quería hacerlo, porque ella nunca tuvo esa oportunidad. Ella tampoco tuvo la
oportunidad de estar en las Estatales, y pensé que, al verte correr, pensé. . . que es lo
más cerca que estaré de volver a verla.

Se limpia los ojos con la mano y arranca el carro.

Me doy la vuelta en mi asiento mientras él lo hace, mirando ese lugar, ese puente,
que se hace cada vez más pequeño, hasta que desaparece.

Hasta que desaparezca por completo.


DOS DÍAS ANTES
No sé si quiero seguir haciendo esto.

Esconderme.

Sé que ella no quiere: ella se alejó cuando quise besarla.

Quiero disculparme con ella. Por todo, por esconderme, por hacer que esconderse
sea parte de ella también.

Tenemos otra pijamada. Dylan nos mira cuando entro en la casa, pero nadie dice
nada. Vemos algo de comedia con sus padres, y después dormimos en su cama y nos
besamos durante horas.

Si salimos del clóset esto se acabó.

Y no puedo ser valiente por ella.

La amo. Esto le va a doler, me va a doler, pero ya le herí lo suficiente los meses


pasados.

La amo mucho, pero mucho, y es por eso que debo dejarla ir.
CUARENTA Y SIETE DÍAS
DESPUÉS
Llego a casa de mi madre cerca de las tres. Mi teléfono está cargado, y cuando lo
enciendo, los mensajes comienzan a aparecer.

De Julia:

Dónde estás?

Pq paraste?

Todos te están buscando

llámame

mierda corinne estoy preocupada

tu papá dijo que te fuiste

llámame después ok?

Hay dos mensajes de mi papá, justo después de que le dijera que me voy donde
mamá.

Necesitamos hablar

Llámame el Lunes después del colegio antes que llegues a casa.

El último mensaje es de Elissa, y es este el que hace latir mi corazón.

Lo siento.

Quiero preguntarle por qué dice eso. ¿Por hacerme sentir como si tuviera que salir
del clóset? ¿Por tener sentimientos por mí?

Respondo a mi papá, y a Julia, y borro el mensaje de Elissa de mi celular.


Mamá está cocinando cuando entro, y la casa huele a pasta con salsa. Ella se voltea
cuando los perros empiezan a ladrar.

—¿Corey? —dice ella—. No esperaba que vinieras.

—Sí, lo sé.

—¿Estuviste corriendo?

La miro.

—Los Campeonatos Estatales fueron hoy.

Ella sigue moviendo.

—¿Mamá?

Nada. Pateo la silla de la cocina.

—¿Qué?

—Dije que los Campeonatos Estatales fueron hoy. Campeonatos. Estatales.

No sé por qué de repente me importa que ella no haya ido. Quizás porque ella
nunca estuvo cuando yo quería que esté, quizás porque hoy, luego de meses, desde
que Maggie murió, desde que nos mudamos, yo solo necesitaba que ella esté ahí.

—¿Por qué no has venido? —pregunto, y mi voz suena vacía.

Ella deja de revolver.

—Tú papá me pidió que no lo hiciera —dice finalmente.

—¿Qué?

No puedo creer que estoy escuchando esto, luego de todo lo que pasó hoy.

—Me pidió que no vaya.

—¿A qué? ¿A las Estatales o a todas mis competencias? Porque no has ido a ni
una desde que empecé a correr.

—Eso no es cierto, Corinne —dice ella—. Fui al primero.

—Bueno, no te vi.

—Eso es porque no lo recuerdas —dice ella.

Estamos de pie, mirándonos, con las manos en las caderas, y me recuerda a todas
las formas que soy como ella.
—¿Por qué papá te pidió que no vengas? —digo.

Sus labios se tensan. Creo que ambas sabemos la respuesta.

—Él pensó que perderías la concentración si yo estaba allí —dice finalmente.

—¿O pensó que nos avergonzarías?

No puedo creer que lo haya dicho. Uno de los perros me ladra. Los ojos de mi
madre se estrechan.

—Eso fue innecesario —dice ella—. Quería estar allí, Corinne.

—Pero ni siquiera lo intentaste, ¿verdad? —Me quiebro, y de repente todo sale. —


Te necesitaba en mis carreras. Solo necesito que estés presente sin estar borracha
todo el tiempo, pero eso parece demasiado pedir, porque ya ni siquiera te fijas en mí.
Ni siquiera puedo hablar contigo y. . .

Estoy llorando. Estoy llorando por Maggie, y por quién fui antes y por Elissa y mi
madre. Y cuando finalmente me limpio los ojos, ella también está llorando.

—Dejé de correr —digo—. Pero ni siquiera te importa, ¿no? Ni siquiera estabas allí.
Llegué última hoy y no quiero correr más y podría haberte usado como excusa, mamá,
porque la única razón por la que corría en primer lugar es. . . —me ahogo—. Es por
esa chica.
UN AÑO ANTES
No puedo dejar de pensar en ella.

Esa chica, Maggie.

¿Por qué no puedo dejar de pensar en ella? Sobre cómo me miraba, sobre cómo se
sentía su mano, sobre. . .

Sobre besarla. ¿Por qué estoy pensando en besarla? ¿Cómo sería?

Yo soy . . .

¿Soy gay?

¿Bi?

Oh por Dios. ¿Soy bi?

Me gustaba Trent, en serio, pero yo. . . creo que me gusta Maggie también. De la
misma forma.

Iba a dejar de correr. Este año. Iba a decirle a Julia que lo dejaba, que no quería
seguir haciéndolo, pero si sigo corriendo puedo verla, si sigo corriendo puedo salir de
aquí, conseguir una beca e irme lejos, si yo. . .

Pienso en cómo sería besarla.

Creo que quiero hacerlo.

Quiero besarla. Seguiré corriendo si eso significa que tengo que correr tras ella.
CUARENTA Y SIETE DÍAS
DESPUÉS
Se lo digo. En segundo y minutos y horas, le cuento sobre Maggie, acerca de nosotras,
acerca de Trent, acerca de Julia y Chris y Elissa y Dylan y del peso del dolor y las
expectativas de los demás. Le hablo de Aldersgate, de lo que fue conocer a Sneha y
Olivia. Le hablo de besar a las chicas y a los chicos y de lo asustada que estoy de lo
que piensen los demás.

Ya he terminado de llorar cuando termino de hablar. No sé si me quedan más


lágrimas.

—Así que sí —digo—. Yo solo. . . necesitaba que estés ahí, mamá.

Estamos sentadas en la mesa de la cocina. Tengo un vaso al frente mío. Ella


también. Está llena de agua.

Cuando finalmente la miro, sus ojos están a punto de llorar de nuevo. Ella me
envuelve en un abrazo.

—Lo siento —ella dice en mi cabello—. Siento no haber estado ahí para ti. He sido
una madre de mierda.

—No, no lo eres —digo. Mi corazón aún late en mi pecho. Y no es la única razón


por la que no te lo dije. Pensé que no te lo tomarías en serio. No me tomarías en serio.

Ella asiente.

—Es justo, supongo.

—Así que. . . ¿qué piensas? —pregunto, y contengo la respiración, esperando una


respuesta, lo que sea para saber qué hacer.

—¿Acerca de que eres bi? No me importa, Corey —dice, y me sonríe y sé que me


está diciendo la verdad—. Te amo sin importar qué. Incluso si no lo demuestro tan bien.

—Mamá . . .

—Siento que hayas tenido que mentir acerca de eso —ella continúa—. Lamento
que no nos hayas contado de Maggie. Dios, lo que la familia de esa chica debe estar
pasando. . . —ella para y suspira.
—No puedo imaginarme perderte sin saber acerca de estas partes tuyas Corinne. .
. cada una de ellas —dice ella, y ella está llorando y luego me abraza, sus uñas largas
rascando mi espalda a través de mi camisa y pensé que no me quedaban más
lágrimas, pero supongo que sí, porque estoy llorando dentro de su camisa, porque no
quiero que me pierda, tampoco.

No quiero perderme.
CUARENTA Y NUEVE DÍAS
DESPUÉS
Nadie me habla en la escuela el lunes excepto Julia. Las chicas del equipo me miran
en las clases, en el almuerzo, y almuerzo sola en el salón de ciencia.

Todavía estamos en tercer lugar, porque sólo necesitan a las primeras cinco chicas
para que el puntaje cuente. Julia y Haley ganaron medallas individuales, y las chicas se
reúnen a su alrededor y hablan de lo orgullosas que están de ellas.

¿Escuchaste que Corinne se rindió? ¿Escuchaste que llegó última?

Se enreda en sus chismes tan descuidadamente en medio de su conversación de


quién aplicará a qué universidad y quién viajará por Navidad.

La entrenadora nos sienta en el entrenamiento, aunque la temporada haya


terminado, sólo para nos puedan informar. No escucho una palabra de lo que dice, y
como el vestuario se vacía y todos se van, apenas me doy cuenta que alguien está
sentado a mi lado.

—¿Por qué lo hiciste?

Julia.

—No lo sé.

—Sí, sí lo sabes. —Me da un golpe en la pierna con la suya. —Sé que todos
piensan que esto era lo que tú querías, pero. . . sé honesta conmigo, Corinne.

¿Cómo le digo que creo que en primer lugar nunca quise postularme? ¿Que no, que
no quería esto? Esto es lo que Maggie quería para mí, lo que todos los demás querían
para mí.

No quiero correr. Estoy cansada de correr, cansada de perseguir el fantasma de


una chica que ya no puede amarme. Cansada de perseguir el sueño de alguien más
para mí.

—No lo sé —digo, inquieta—. Yo. . . si soy honesta, Julia, corría por ella. Creo que
dejé de correr por mí, ¿sabes? Tipo. . . no quiero correr más. De todo.

Ella asiente.
—Las Estatales era un momento muy poco conveniente para que te des cuenta de
eso, Corinne. ¿Cómo pudiste ser tan egoísta?

Egoísta.

Dios. Soy egoísta.

—Lo siento —dijo en voz baja—. En serio lo siento.

Ella asiente la cabeza.

—Aún sigo molesta contigo.

—Lo sé. ¿Ganaste algo? No me quedé alrededor.

—Llegué cuarta —dijo Julia.

—Vaya.

—Sí.

—¿Tus padres están orgullosos?

—Eso creo.

—¿Chris está orgulloso?

Ella asiente.

—Sí.

Aquí hay algo que ella no me está diciendo.

—¿Se lo dijiste? —pregunto.

Ella asiente de nuevo.

—Sí.

—¿Y?

—Y él es comprensivo. Nos va a tomar algo de tiempo a los dos, especialmente


porque ambos iremos a diferentes universidades y debemos hablar sobre si queremos
hacer o no lo de la larga distancia, pero está bien. Él lo entiende. Creo que se sintió
aliviado por saber qué es lo que pasaba conmigo —dice ella.

—Eso. . . eso es genial.

—Sí —dice—. Oye. Hablando de la universidad, ¿llamaste a Aldersgate de vuelta?


—Hay un leve indicio de pánico en su voz, pánico que debería ser mío.
Pero, ¿y si no me quiero ir?

Recuerdo todas las historias que mi papá me contó, que vi en todos los demás, las
chicas que venden Avon, el hermano de papá que vive a una hora de viaje en su
granja, y quiero saber. . . ¿por qué esas cosas son algo malo?

¿Y si no sé lo que quiero ahora? ¿Y si no quiero grandes sueños para mí, grandes


sueños para lo que quiero, al menos no ahora? ¿Y si todo lo que quiero ahora es
graduarme del colegio y quedarme en casa y darme cuenta de lo que quiero desde
ahí? ¿Por qué eso es menos válido que los sueños de Julia de estar en las
universidades de la División I, de los sueños de Chris de estar en el fútbol de la NFL,
de los sueños de Haley y Trent yéndose de este lugar?

¿Por qué debo querer lo que todos quieren que quiera?

—Los rechacé —digo. Y lo hice. Les envié un email anoche porque estaba tan
asustada de llamar.

Ella asiente.

—¿Esto es lo que quieres entonces, ¿sí?

¿Lo que quiero?

—Sí —digo, y alcanzo su mano para estrecharla—. Creo que lo es.

Nos sentamos así por un minuto, con los dedos entrelazados.

—Oh —digo—. Le conté a mi mamá. Sobre ser bi.

—¿Cómo se lo tomó? —Julia preguntó.

—Ella escuchó, así que es un comienzo.

—¿Así que les dijiste sobre Elissa?

—Si. Pero eso no importa. No. . . no sé lo que somos.

—¿Qué pasó?

Le cuento sobre lo que Elissa y Dylan me dijeron. Sobre Maggie quedándose en el


clóset por mí. Acerca de cómo se pudo quedar en casa por mí. Acerca de todas las
formas en que le fallé como novia.

Julia alza la mano, y me para.

—Corinne, tú no le fallaste. Eso es pura mierda. Tú no estabas lista. Eso está bien.
Y mira, no conozco a Maggie, pero ella debió ser honesta contigo. También Elissa. Tú
mereces a alguien que va a ser honesta contigo —dice ella.
—Lo sé. Y yo. . . ni siquiera sé lo que siento por Elissa. Si me gusta.

—¿Tal vez deberías hablar con ella? Me refiero a que suena como si dejaste las
cosas algo duras con ella, así que. . .ya sabes.

Debería saberlo.

—Y, ¿Corey? Quizás deberías decírselo a tu padre, también. Él estaba sin saber,
¿no?

—Sí, quizás —digo.

El seguro de la puerta suena y Haley entra corriendo, con las mejillas pálidas
sonrojadas.

—Perdón. Me olvidé mi ropa.

Ella para, mirándonos.

—¿De qué están hablando?

—Mi posible novia —dije, y sólo le toma un momento antes de que me sonría.

Esto es salir del clóset. Una persona a la vez. Sin una gran declaración. Solo
personas que quiero que sepan.

¿Por qué debería salir del clóset de la forma en que todos quieren?

Llamo a papá antes de llegar a casa, pero la única respuesta que tengo es el buzón de
voz, a pesar que me dijo que lo llamara.

Él no está en casa cuando llego. No tengo idea dónde está. Bysshe está maullando
insistentemente por su comida, así que se lo doy y lo acaricio.

Se lo dije a Haley hoy. Y no estaba asustada; No morí. Fue bien. El mundo no


colapsó.

Puedo hacer esto.

Espero una hora y papá no regresa. Pienso en lo que me dijo Julia, en lo de que
debería hablar con Elissa sobre lo nuestro, sobre lo que somos.

No hay tiempo cómo el presente, ¿verdad?


La llamo.

—Hola —le digo—. ¿Puedes venir? Necesitamos hablar.

No espero que responda cuando cuelgo. Está en ella ahora, de venir o no.

Dios, espero que venga.

Elissa llego acerca de quince minutos. Mis manos se mueven sobre mis piernas, no he
estado quieta desde que la llamé. Bysshe salta de mi regazo y maúlla a la ventana
cuando su camioneta se estaciona.

Y luego el timbre suena y ella está ahí y no sé qué hacer.

Necesitamos hablar. Necesitamos sentarnos y hablar acerca de nosotras y de todo


yyyy...

Pero abro la puerta y ella está parada ahí y ella está en mi casa y ella está bonita y
no sé qué pensar. Hay tantas cosas que no sé acerca de ella, acerca Maggie, acerca
de mí.

—Hola —dice ella.

—Hola —digo, y me paro a un lado para dejarla entrar.

Ella se mira cansada. Tan cansada como me siento, quizás.

—Escuché sobre las Estatales —dice ella. Ella está parada incómodamente en mi
sala, y Bysshe la mira sospechosamente y en todo lo que puedo pensar es que ella
está viendo una parte de mi vida que Maggie nunca vio, porque Maggie nunca vino,
porque nosotras. . .

—¿Dylan te lo dijo?

—Sí —dice ella—. ¿Puedo. . .puedo sentarme?

—Sí —digo, y hago lo mismo. Nos sentamos en extremos diferentes del sofá, sin
mirarnos. Elissa acaricia distraídamente el pelaje de Bysshe. Él ronronea.

—¿Cuál es su nombre?

—Bysshe.

—¿Como Percy Shelley?


Parpadeo. Ella me mira, finalmente. Se encoge de hombros.

—Me gustaba Mary Shelley en la secundaria e investigué mucho sobre ella. Aunque
Percy era un poco fastidioso.

—No lo sabía. Mi papá le puso el nombre —digo—. Pero sí, este gato puede ser
fastidioso.

Ella se ríe con eso.

—¿A qué te referías con tu mensaje? —pregunto.

Ella para de reír, y cuando me mira, quiero apartar la vista por la intensidad de su
mirada.

—Yo solo. . . lo siento. Por esto —dice ella, sus manos moviéndose entre
nosotras—. Por nosotras. Por darte un ultimátum sobre salir del clóset. No debí. . . no
debí hacer eso.

—No. No debiste —digo, con mi voz fría, y ella asiente—. Elissa, me gustas. En
serio, y no sólo por Maggie, o . . . o por todo esto. Pero yo. . . yo no sé si estoy lista
para otra relación.

Ella asiente.

—Sí. Eso. . . eso está bien. Probablemente yo necesite algo de tiempo también —
dice ella—. Así que. . . ¿quieres intentar solo ser amigas por un tiempo? ¿Quizás? No
tenemos que hacerlo si no quieres y . . . y entiendo si es más fácil para ti sacarme de tu
vida completamente, ¿sabes?

Lo sé.

Pero necesito una amiga, necesito alguien que conozca cómo era Maggie, alguien
con quien pueda hablar de ella. Alguien con quien no tenga que esconderlo.

—Sí —digo—. Amigas. . . eso estaría bien.

Ella asiente.

—Sí. Bien. Debo. . . irme, ¿sí? Pero llámame, o mándame un mensaje, o lo que
sea. . . cada vez que quieras hablar.

—De acuerdo.

Ella se para, se dirige a la puerta, y luego se voltea y me mira.

—¿Corinne?

—¿Sí?
—Realmente lo siento —dice ella.

—Yo también —digo, y ella se va y la puerta se cierra en silencio.

Pero me siento menos vacía cuando ella se va.

El carro de papá llega solo minutos después, y él entra por la puerta principal con una
bolsa de comida.

—Pensé en hacer la cena esta noche —dice, y se dirige a la cocina.

Eso es todo. No menciona las Estatales, o de que salí, o cómo fallé, o lo de


quedarme con mi mamá, o . . .

—¿Papá?

—¿Pechuga de pollo está bien? —pregunta.

—Está bien, pero papá. . .

Él me ignora. Pone el pollo en la cacerola, pone la cacerola en el horno. Lo cierra y


va al fregadero a lavarse las manos.

—Papá, ¿podemos hablar?

Apaga el agua, se queda ahí con las manos goteando. Tengo mis manos en mis
caderas.

Esta no soy yo. Yo no hago confrontaciones. Ni mi madre, ni mi padre, y quizás ese


es el por qué se divorciaron. . . porque nadie quiere hablar acerca de las partes feas de
esta familia.

—¿Qué Corinne? —dice. Sus lentes cayendo un poco por su nariz.

—Yo. . . no iré a la universidad —suelto.

Silencio. Uno. Dos. Tres minutos. Bysshe maúlla. El fregadero gotea, y mi papá y yo
nos quedamos parados mirándonos con el eco de mis palabras en el aire.

—¿Tiene algo que ver esto con lo que hiciste en las Estatales? —pregunta.

—¿Tal vez? —suspiro—. Yo solo. . . no quiero correr más.

No correr significa no becas eso significa no universidad. Sabes eso, ¿no?


Siempre lo supe.

Pero, ¿qué pasa si estoy bien con eso?

—Es que no lo entiendo —dice papá—. ¿Por qué no querrías algo mejor para ti
que. . . que este pueblo? ¿Que esto?

Por primera vez, lo miro y veo cómo piensa que es su culpa que estemos atrapados
aquí, y entonces me pongo a llorar.

—No entiendo por qué todos quieren que siempre me esfuerce por algo más grande
—digo—. ¿Por qué no puedes ser feliz conmigo, con lo que soy ahora? No lo estás, la
entrenadora tampoco, Maggie no lo estaba. . . —Tomo un respiro profundo. —¡Estoy
tan cansada de intentar ser la persona perfecta que todos los demás quieren que sea,
de querer lo que todos los demás quieren que sea!

Mi padre se seca las manos. Me mira de arriba abajo. Me pesa el pecho y me limpio
los ojos con las manos y me pasa el paño de cocina.

—¿Quién es Maggie? —dice finalmente.

Y se lo digo. Sobre nosotras, sobre ella, sobre todas sus metas y planes y sueños
para nosotras y todo lo que ella quería que yo fuera. Sobre la División I, corriendo
juntas los fines de semana en Villanova y apareciendo en las portadas de revistas a los
veinticinco años. Chicas perfectas con grandes sueños.

Pero esa no soy yo. No sé si alguna vez lo he sido, pero para ella, estaba dispuesta
a intentarlo. Quería intentarlo, quería ser esa chica dorada como la que me veía.

Cuando termino, las manos de mi papá están completamente secas. Mis ojos están
húmedos. Y luego me abraza y vuelvo a llorar.

—Lo siento —digo—. Papá, lo siento.

Se aleja de mí.

—¿Por qué?

—Porque sé que querías que me fuera de aquí, porque yo no. . . yo sé cuán


orgulloso estás de que corra y por lo de Aldersgate y yo. . . yo no quiero ser una
decepción para ti.

—Corinne —dice él, y me lleva a otro abrazo—. Escúchame. Nunca me


decepcionas. Puede que me decepcionen las cosas que haces, pero tú nunca eres una
decepción.

Me sueno la nariz.

—¿Seguro?
—Por supuesto —dice—. Por supuesto.

Nos sentamos juntos, papá fingiendo que no mira cuando le doy a Bysshe pedazos
de pollo.

—Entonces —dice cuando ya casi terminamos—. ¿Crees que la universidad


comunitaria podría ser una buena opción?

—Sí. Es sólo que. . . será más fácil. Y puedo quedarme en casa y podemos ahorrar
dinero (querías que evitara los préstamos estudiantiles) y todavía puedo visitar a
mamá, porque, sí, porque alguien tiene que hacerlo. —Lo miro. —Hablando de ella,
¿por qué le dijiste que no viniera a mis competencias?

Algo doloroso cruza la cara de mi padre, un recuerdo de una pelea que debió tener
con mi madre.

—Porque —dice después de un minuto—, quería. . . necesitaba. . . que lo hicieras


bien. Y pensé que correr te hacía feliz y no quería que tu madre arruinara eso. Y sé, sé
que eso está mal, Corinne. No debería haberlo hecho.

—Entonces debiste haberme escuchado, papá —digo—. Sobre que se estaba


poniendo peor. Lo de ella. No debiste simplemente prohibirla venir a mis competencias.

—Lo sé —dice. Luego se mueve, aclarándose la garganta. —¿Has hablado sobre


ella sobre. . . sobre todo esto?

—¿Te refieres al tema de la bisexualidad? Sí. Se lo dije. Y le parece bien.

Asiente con la cabeza.

—¿Cómo te sientes al respecto?

—Necesitaré tiempo —dice, y aparece una punzada de ansiedad en el estómago—.


Pero eso no significa que no te acepte o no te quiera, Corey. Es sólo que, al crecer
aquí. . . hay muchas cosas que necesito desaprender —dice.

—Sí —digo—. Yo también.

Asiente de nuevo.

—Así que. . . ¿Le has echado un ojo a alguien?

—Papá.

—Tengo que saber. Es una ley de papá.

Me encojo de hombros.
—No lo sé. Había una chica, pero yo. . . creo que lo he malogrado, no lo sé. Ella. . .
ella conocía a Maggie. Así que ambas necesitamos algo de tiempo, supongo.

—Razonable —dice. Se pone de pie y vuelve al fregadero, pero se detiene. —


Corinne. . . ¿quieres hablar con alguien sobre esto? Alguien que no sea yo, quiero
decir. Siempre. . . siempre estoy aquí para ti, pero no estoy calificado realmente para
algunas cosas con las que has estado lidiando.

Resoplo.

—¿Calificado?

—Ya sabes lo que quiero decir.

Pienso en eso. La terapia. Hablar con alguien sobre Maggie y mi madre y lo que
significan para mí y las expectativas de los demás.

—Creo que estaría bien, sí —digo.

—Bien.

—Gracias —digo, y él asiente con la cabeza.

—Entonces, ¿universidad comunitaria?

Me encojo de hombros.

—Tal vez. Sí.

—¿Qué crees que harás?

—Honestamente no tengo idea —digo—. Tal vez informática, como tú. Tal vez
biología. Tal vez química. ¿Quién dice que tengo que saberlo ahora mismo?

Papá se ríe.

—Tienes diecisiete años. Aún no.

—Bien —digo.

Y no tengo que saberlo. No tengo que tener un mapa, un plan, universidades


organizadas por colores en una hoja de cálculo. Está bien no hacerlo.

Está bien que quiera cosas para mí.


DOS MESES DESPUÉS
Estoy parada en la puerta de Dylan, preguntándome cuando cambié de pensar en que
era su puerta en vez de la de Maggie.

Necesito disculparme. Decir lo siento, hacer lo correcto, lo que sea. Él estaba en lo


correcto. Yo era la egoísta. Yo soy egoísta.

La señora Bailey abre la puerta cuando toco. Maggie se veía como ella. Ella pudo
saber sobre nosotras, pero no lo sabe por mi culpa.

—Hola —dice ella, bastante agradable, mirándome—. Tú eres Corinne, ¿verdad?


¿La amiga de Maggie?

—En realidad estoy aquí para ver a Dylan —digo, las palabras saliendo con
rapidez—. ¿Está en casa?

Por un segundo tengo miedo de que me diga que no, que no está, que se regresó a
Duke.

—Estás con suerte, es su último fin de semana de sus vacaciones de invierno —


dice ella, y se mueve a un lado para que dejarme entrar.

No me dice donde está su habitación, como si recordara quién soy yo. Quiero
decirle que lo siento que su hija haya muerto, que lo siento por su pérdida.

No puedo obligarme a decirlo.

Subo las escaleras y me dirijo al cuarto de Dylan y toco su puerta. Él abre, aún en una
camiseta y pantalones de dormir, me mira de arriba hacia abajo de la misma manera
que lo hizo su madre.

—Corinne —dice él— ¿Qué deseas?

—Quiero que vengas a la lápida de ella conmigo —digo—. Quiero. . . quiero


devolverte sus cosas. Tenías razón. No debí quedármelas, no es mío. Y. . . lo siento.
Por todo —digo, y no sé si me estoy disculpando con él o con su hermana.
Le toma un momento a Dylan decir algo. Él pasa su mano por su cabello, un gesto
que Maggie hacía cuándo trataba de pensar.

—Déjame vestirme —dice, finalmente, y me cierra la puerta.

Dylan está callado en el camino a la lápida de Maggie, sus nudillos blancos en el


volante. La caja con sus cosas está en mi regazo, su cinta aún en mi muñeca.

—¿Estás bien? —pregunto.

Es la primera vez que le pregunto a él eso. Desde todo lo que pasó. Desde que me
enteré que ella está muerta.

Dios, ¿por qué no pregunté eso antes? Él perdió a su hermana.

—No lo sé —respondió él, sin apartar la vista del camino—. Siento que debería
estarlo, pero no lo estoy. O siento que lo estoy, pero no debería estarlo. La pena. . . la
pena es extraña —dice.

—Lo es.

—¿Cómo estás tú? —pregunta mientras voltea por el camino hacia el cementerio, y
finalmente mirándome—. Nunca lo pregunté después de las Estatales. Lo siento.

—Me siento. . . igual que tú, supongo —digo, volteando la cinta una y otra y otra
vez en mi muñeca.

Pero aún hay algo sin decir, algo que no le pregunté, algo que me ha estado
inquietando desde el día que ella murió.

—¿Dylan?

Estacionamos en el lugar, pero el motor sigue encendido.

—¿Por qué no me llamaste? Para decirme que ella. . .para decirme que ella murió.
Llamaste a Elissa. ¿Por qué no me llamaste?

—Porque estaba tan molesto contigo, de una forma en la que nadie más podría —
dice inmediatamente—. Porque tú no querías salir del clóset, y eso me fastidió. Sé que
fue egoísta. . . mierda, lo sé.

Pongo mi mano encima de la suya.


—Está bien —digo y se la estrecho. Un minuto después, él también me toma la
mano—. Tienes permitido ser egoísta. Era tu hermana.

Él asiente, sin expresión, y salimos del carro.

No lloro en la lápida. Pero Dylan si lo hace. Él llora como si nadie le hubiera dejado
hacerlo el día del funeral, y me recuesto en su hombro mientras le guardamos luto a su
hermana, mi novia, Maggie. Le guardamos luto a una chica. Una chica desordenada,
de mal genio, queer, hermosa y testaruda. No era un ángel, no era una mártir, no era
una foto de Instagram en la cuenta de alguien o un fantasma que perseguir para mí.

No lloro hasta llegar a casa. Y luego estaciono mi carro y miro a la marca alrededor
de mi muñeca donde estaba la cinta y pienso sobre que la caja con sus cosas está
ahora con Dylan, y me dejo llevar.

Ella se ha ido. Maggie se ha ido, y no habíamos salido del clóset por mi culpa, y
ella no va a volver, no importa cuánto deseo que lo haga. No puedo traerla de vuelta
corriendo tan rápido como puedo, besando a Elissa, usando su cinta.

Pero puedo afligirme, llorar, y recordar.


DOS MESES DESPUÉS
El día dónde todos deben firmar sus cartas de intención 4 llega, y no estoy incluida.
Entramos en el auditorio, padres y estudiantes y tías y tíos y familiares, y vemos cómo
nuestros atletas estrellas forman una línea para decir a dónde irán.

Todos lucen hermosos. Julia y Chris combinan, por supuesto, y Haley está guapa
en su vestido verde al igual que Trent se ve tan bien cómo lo hacía cuando salíamos.

Ellos no están saliendo. Haley quiere esperar hasta la universidad, le dijo a Trent
que necesita pensar antes de abrir la boca. Ella y yo hemos decidido que iremos al
Baile de Invierno con Julia y Chris y con algunas de las otras chicas del equipo.

Contenemos nuestras respiraciones mientras la entrenadora Reynolds y el


entrenador Myers anuncian las universidades con los que van a firmar, mientras ellos
esperan con sus bolígrafos y cartas.

Brevemente me pregunto como sería estar ahí arriba, pero luego paro. Maggie
quería estar ahí arriba, y ver a Julia coger su bolígrafo y diga que va a Clemson hace
que la punzada en mi pecho sea mucho más grande.

Estoy viendo a mi mejor amiga hacer algo que Maggie nunca hará. Estoy viendo
todo cómo cosas que ella no podrá hacer, experiencias que no tendrá o lugares a los
que no irá. Es casi Navidad. En un mes habrá pasado un año desde que besé a
Maggie. Han pasado dos meses desde que me dejó, y el dolor sigue ahí.

Será la primera Navidad de Dylan sin su hermana, la primera de sus padres sin su
hija.

He prometido ir a verlo ese día. Ir con él a su tumba al día siguiente para que no
tenga que estar solo, así tampoco debo estar sola.

Me trago todo y animo a mis amigos.

Haley firma con Aldersgate, sin seguir los pasos de su hermana estrella. Ya le he
dado los números de Sneha y Olivia, e hice que me prometa que podemos ir al Waffle
House alguna noche.

Chris y Trent van al Appalachian y escuchamos que irán y se hospedarán juntos, y


tal vez Julia los visite los fines de semana, tal vez no. No siento que deba estar allí con
ellos luego. No tengo el sentido de la obligación, no siento el miedo a no pertenecer.

4 Es una carta que firman para entrar a la Universidad de su elección.


Envié mi solicitud para la universidad comunitaria la semana pasada. Se supone que
pronto tendré noticias de ellos.

Tal vez me especialice en química. Tal vez pase mis días en un laboratorio
investigando, con químicos y hechos y conocimientos, tal vez me quede soltera o tal
vez algún chico o chica o tal vez algo que no sea ninguna de esas cosas me llame la
atención en el campus.

Ya no tengo miedo de lo que piensen los demás.


SIETE MESES ANTES
Estamos en el parque. Balanceándonos, con nuestras manos entrelazadas y nuestras
zapatillas casi tocando las nubes.

Cuando era niña, solía pensar que podía columpiarme lo suficientemente alto como
para alcanzar la barra, pero no puedo hacerlo. Algunas cosas son imposibles, no
importa cuánto lo intentes.

Maggie deja de balancearse, jala mi mano así puede detenerme también.

Ella siempre está liderando. Yo siempre la estoy siguiendo.

—¿Corinne? —dice ella, y su voz es incierta y suave, pero me está mirando.

—¿Sí?

Ella suspira, entrelazando nuestros dedos, y me mira.

—Te amo —dice, y casi me quita la respiración.

Es la primera vez que lo dice. Solo hemos estado juntas por unos meses,
tentativamente explorando lo que sea que tenemos, robándonos besos en su sótano.

Pero ella está aquí. Está sosteniendo mi mano.

—También te amo —digo. Y ella está sonriendo y me besa, y la amo, la amo. Ella
es hermosa y es una chica y la amo.

Y ahora mismo, creo que estaré bien con eso.


AHORA
Dejé de contar cuánto tiempo pasó desde que se murió.

Ella merece ser recordada, no medida por los días de mi dolor o el tiempo que ha
pasado desde que se fue. Ella merece ser recordada por lo que fue.

Me gradúo en dos semanas. En dos semanas haré algo que Maggie nunca hizo. Me
iré de aquí. Iré a la universidad comunitaria. Haré ciencia, pasaré el fin de semana con
Julia cuando esté en casa. Iré a las reuniones de Alcohólicos Anónimos con mi madre.
Me moveré de un lado a otro entre las casas de mis padres y tendré siempre una
maleta en mi carro, por si acaso.

He terminado de huir de mis problemas, de perseguir el fantasma de una chica que


no puede amarme. Estoy aquí. Estoy viva, y la chica que era con Maggie ya no está
aquí, pero no tengo que olvidarla, no tengo que olvidar quién era yo.

Eso es lo que sé:

Me llamo Corinne Parker. Amé a un chico llamado Trent, a una chica llamada
Maggie. Los amaba de manera diferente e igual, pero los amaba y eran reales,
importaban.

Mis padres están divorciados. Mi madre es alcohólica. Está en recuperación y lo


está intentando. Mi padre no me ve a veces, pero hablamos cuando es importante. No
soy una decepción.

Esto es lo que no sé:

Dónde voy a terminar en el futuro. Con quién voy a formar una relación, si es que
estoy con alguien. Qué demonios voy a hacer con el resto de mi vida.

Pero tal vez no tenga que saberlo todo ahora mismo.

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