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Nacido en Samos (Grecia) en 341 a. C., Epicuro fundó, como también hicieron Platón y Aristóteles,
su propia escuela, El Jardín. Este espacio, dentro de su propio hogar, fue el lugar escogido para
desarrollar su filosofía, en las reuniones y charlas que mantenía con sus seguidores y amigos. A
diferencia de lo que ocurría con otros filósofos y sus escuelas, estos amigos y seguidores eran de
toda condición: hombres, mujeres, ricos, pobres, esclavos, etc.
Ataraxia
Según Epicuro, la tarea del hombre prudente consiste en alcanzar la “ataraxia” (ausencia de
turbación) del alma, que se logra por medio del conocimiento y despojándose del temor a los
dioses y a la muerte. Para el filósofo, el conocimiento no sirve para nada si no ayuda al hombre a
ser feliz.
Epicuro no pensaba que el placer sea en sí mismo malo, sino que casi todo placer lleva consigo,
como compañero inseparable, su porción de dolor.
Entre los filósofos pesimistas destacan Epicuro y su escuela. Identifican felicidad con placer, pero
se apresuran a añadir que el mayor placer que le es dado encontrar al ser humano es,
básicamente, la eliminación, o la amortiguación, del dolor que acompaña necesariamente a toda
vida humana. El hedonismo de Epicuro es austero, casi ascético, porque entiende que quien se
entrega a la búsqueda de los placeres obtiene siempre más dolor que placer y, por tanto, lo
sensato, lo racional, es domeñar el impulso hacia el placer. No es que piense que el placer sea en sí
mismo malo –todo lo contrario, es lo único bueno–, sino porque casi todo placer lleva consigo,
como compañero inseparable, su porción de dolor.