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LÍRICA GRIEGA ARCAICA

SELECCIÓN DE POETAS

Tirteo (Esparta, siglo VII a. C.)

[9 D] No sabría acordarme ni mencionar a un hombre por su excelencia en la carrera o en la lucha, aunque tuviera la estatura y la fuerza de los
cíclopes o venciera en la carrera al tracio Bóreas o fuera más agraciado de cuerpo que Titono y más rico que Midas y Ciniras, ni tampoco aunque fuera un
rey más poderoso que Pélope, el hijo de Tántalo, y tuviera la lengua de miel de Adrasto, ni aunque tuviera la gloria salvo el valor guerrero; pues no es un
valiente en la guerra el que no ose contemplar la matanza sangrienta y ataque al enemigo acercándosele. Esta es la verdadera cualidad excelente, este es,
entre los hombres, el gremio agonal mejor y más hermoso de lograr para un joven.
Es un bien común para la ciudad y el pueblo todo el que un guerrero, con las piernas bien abiertas, se mantenga firme en la vanguardia sin
cansancio, se olvide enteramente de la huida vergonzosa, exponiendo su vida y su corazón sufridor, y enardezca con sus palabras, acercándosele, al soldado
cercano: este es el hombre bueno en la guerra.
Rápidamente pone en fuga a las furiosas falanges enemigas y con su ardor contiene la ola del combate. Mas si cayendo en la vanguardia pierde su
vida, dando gloria a su ciudad, a su pueblo y a su padre herido por delante en muchos sitios a través del pecho, del abombado escudo y de la coraza, lo
lloran tanto los jóvenes como los viejos y toda la ciudad queda enlutada, llena de penoso dolor; su tumba, sus hijos, los hijos de sus hijos y su descendencia
remota, obtienen honor entre los hombres: jamás su gloria ni su nombre perecen, sino que, aun estando bajo tierra, alcanza la inmortalidad aquel a quien
mata el violento Ares cuando despliega su heroísmo, aguanta a pie firme y por su patria y por sus hijos. Y si escapa a la Ker de la muerte que abate por
tierra y, triunfador, alcanza la gloria esplendorosa de la lanza, todos lo honran, tanto los jóvenes como los viejos, y llega a la morada de Hades después de
lograr mucha felicidad. De viejo, es distinguido entre los ciudadanos y nadie osa tratarlo sin respeto o sin justicia; todos, tanto los jóvenes como los de su
edad y los más ancianos, le ceden el asiento. Que todos intenten llegar con su valor al más alto grado de esta suprema excelencia, no huyendo de la guerra.

Mimnermo (Colofón, siglo VII a. C)

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[2D] Nosotros, como las hojas que en la primavera
de muchas flores brotan ante el sol súbitamente,
gozamos de la flor juvenil, así, por breve tiempo,
ignorando de parte de los dioses
el bien y el mal. Pero las negras Keres marchan al lado
nuestro, portando la terrible vejez,
y otra la muerte; efímero duró el fruto
de juventud, el sol brillante en la tierra.
No bien la estación llega a cumplir su plazo,
es preferible morir que continuar con vida.
No faltarán dolores; unas veces la casa
cae en ruinas y así la miseria nos hunde;
o se mueren los hijos, y qué nos resta sino
marchar hacia su búsqueda en el Hades; tiene otro
el corazón roído por la enfermedad: no existe
entre los hombres aquel que no sufra males de Zeus.

Safo (Isla de Lesbos, 650 a.C - 580 a.C.)

[31 L-P] Me parece el igual de un dios, el hombre


que frente a ti se sienta, y tan de cerca
te escucha absorto hablarte con dulzura
y reírte con amor.
Eso, no miento, no, me sobresalta
dentro del pecho el corazón; pues
te miro un solo instante, ya no puedo
decir ni una palabra,
la lengua se me hiela, y un sutil

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fuego no tarda en recorrer mi piel,
mis ojos no ven nada, y el oído
me zumba, y un sudor
frío me cubre, y un temblor me agita
todo el cuerpo, y estoy, más que la hierba,
pálida, y siento que me falta poco
para quedarme muerta

(Bergk 52) Se han puesto la luna y las Pléyades; ya es media


noche; las horas avanzan, y yo duermo sola.

Arquíloco (Isla de Paros, s. VII a. C.)

[1 D] Soy un siervo, yo, de Enialio, señor de la guerra, y un experto en el don de las Musas amable.

Solón (Atenas, c. 638 a. C., 558 a. C.)


Elegía a las Musas

[1D] Famosas hijas de Mnemósine y Zeus Olímpico Musas Piéridas, escuchadme cuando os invoco. Concededme la felicidad que otorgan los dioses
bienaventurados y gozar siempre entre todos los hombres de una buena fama; ser así dulce para los amigos, y amargo para los enemigos, que mi vista sea,
para unos, objeto de respeto, para otros, de temor. Si bien deseo tener riquezas, no quiero obtenerlas de manera injusta. Más tarde, llega certero el castigo.
La riqueza que otorgan los dioses, es firme para el hombre desde su cimiento más profundo hasta la cima. Pero la que buscan los hombres a causa de su
insolencia, no viene con orden, sino que obedeciendo a las obras injustas, sin querer las sigue y rápidamente se mezcla con la desgracia. Nace de un pequeño
origen, como el del fuego, débil primero, incurable termina. No duran por cierto mucho tiempo para los mortales las obras de la insolencia, sino que Zeus
vigila el fin de todo y, de repente, como súbitamente dispersa las nubes el viento primaveral, que, tras revolver el fondo del yermo mar de muchas olas y
devastar en la tierra productora de trigo las bellas obras alcanza la alta sede de los dioses, el cielo, y nuevamente aclara el día La Elegía a Las Musas de
Salón y brilla la bella fuerza del sol en la fértil tierra, y no haya la vista ni siquiera una nube. Tal es el castigo de Zeus; no contra uno como se encoleriza un

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hombre mortal. Nunca le pasa completamente desapercibido el que tiene un corazón impío, al final se pone totalmente en evidencia. Uno paga de
inmediato, el otro, más tarde; a los que huyen ellos mismos y no les alcanza el destino de los dioses que se acerca, les llega completamente más farde;
inocentes pagan sus actos o sus hijos o la estirpe futura. Los mortales juzgamos así de manera semejante, el bueno y el malo que está bien la opinión que
cada uno mismo tiene, antes de sufrir algo. Entonces llega el sufrimiento. Hasta ese momento sin damos cuenta gozamos con vanas esperanzas. Al que
oprimen enfermedades terribles piensa que se pondrá sano, otro aunque es cobarde cree ser un hombre bueno y otro bello, aunque no tiene una agradable
figura. Si uno carece de fortuna y la pobreza lo oprime cree que posee absolutamente mucho dinero. Se esfuerza cada uno por otra cosa. Uno vaga por el
mar, porque desea llevar a casa ganancia en sus naves arrastrado de un lado a otro por terribles vientos en el mar sin escatimar nada de su vida. Otro corta
la tierra de muchos árboles cada año y trabaja como siervo, a éstos les corresponde el curvo arado. Otro aprende la obra de Atenea y Hefesto, de mucha
técnica, y recoge su sustento con las manos. Otro aprendió de las musas olímpicas los dones y sabe la medida de la sabiduría deseada. A otro hizo augur el
señor Apolo que actúa de lejos, conoce el mal que viene al hombre de lejos si lo acompañan los dioses. Contra 10 que está destinado en absoluto protegen ni
un pájaro ni los sacrificios. Otros son médicos porque dominan la obra del Peán de muchos remedios. Tampoco para éstos hay un final cierto. A menudo un
gran dolor nace de una pequeña molestia y nadie lo eliminaría por medio de suaves remedios En otras ocasiones, cura súbitamente al que tiene malas y
terribles enfermedades tocándolo con las manos. El destino trae a los mortales mal y también bien, Llegan a ser regalos inevitables de los dioses inmortales.
En todas las acciones hay peligros y, cuando algo ha comenzado, nadie sabe de qué manera va a estar .dispuesto El que intenta hacerlo bien cae sin preverlo
en una gran y difícil desgracia, al que lo hace de mala manera, un dios le da en toda ocasión una buena fortuna, salvación de su desvarío. Ningún límite de la
riqueza es evidente para los hombres Pues los que de nosotros ahora tienen los mayores bienes, se esfuerzan el doble. ¿Quién satisfaría a todos? Los dioses
entregan a los mortales beneficios, pero de ellos surge la desgracia que, cuando Zeus la envía a castigar, toca una vez a uno y otra vez a otro.

Jenófanes (Colofón, 580-570 a.C., ca. 475-466 aC.)

(fr. 10) Desde un principio con Homero os habéis formado todos

(fr. 11) A los dioses atribuyeron Homero y Hesíodo todo


cuanto entre los mortales es vergonzoso y reprensible:
hurtos, adulterios y recíprocos engaños

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(fr. 12) En número elevadísimo contaron de los dioses ilícitas acciones:
hurtos, adulterios y recíprocos engaños

(fr. 14) Pero los mortales piensan que son engendrados los dioses,
y que la indumentaria de ellos tienen, y su voz y su cuerpo

(fr. 15) Si los bueyes y los caballos o los leones tuviesen manos,
o si pudieran pintar con sus manos o ejecutar obras como los hombres,
los caballos pintarían las imágenes de los dioses semejantes a caballos
y los bueyes semejantes a bueyes, y harían sus cuerpos
tales como fueran las propias figuras de cada uno de ellos

(fr. 16) Los etíopes dicen de sus dioses que son chatos y negros,
y los tracios que son de ojos azules y pelirrojos

Semónides (Isla de Amorgos, ss. VII - VI a. C.)

[1 D] Muchacho, Zeus tonante guarda el fin


de todo, y lo dispone a su albedrío.
Mas los hombres no saben: criaturas

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de un día, cual ganado, vivimos ignorantes
del término que el dios depara a cada cosa.
Sin embargo, esperanza y fe alimentan
nuestras vanas empresas: éste aguarda
que pase un día, y aquél, las vueltas de los años.
Pero mortal no hay que al año próximo
no quiera hacerse amigo de riquezas y bienes.
Y la vejez no ansiada se adelanta, y lo alcanza
antes que lo consiga. A otros mortales
matan males horribles; y a otros Hades envía
bajo la negra tierra, por sentencia de Ares.
En cambio otros, en la mar, golpeados
por tempestad y muchas y relumbrantes olas,
perecen, incapaces de vivir.
Otros, en un destino mísero, se atan
una soga y, de grado, dejan la luz del sol.
Nadie está, pues, libre de mal, y miles
son las muertes y las desgracias imprevistas
del mortal, y los daños. Pero si me atendieran
no buscaríamos penas, ni nos torturaríamos
en nuestro corazón cuando el dolor acuda.

[29 D] Esto es lo más hermoso que dijera el de Quíos:


«como la generación de las hojas, así la de los hombres».
Pocos mortales hay que, al oírlo, lo guardaron
consigo, pues a todos asiste una esperanza
arraigada en el pecho de los jóvenes.
Mientras dura la ansiada flor de la juventud
con espíritu leve se traman imposibles:

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la vejez nadie espera, ni la muerte,
ni nadie con salud piensa en enfermedades.
Ingenuos, así es su corazón: ignoran
que de la juventud y vida el tiempo es poco
para el mortal. Mas tú, que sabes esto, ten coraje en tu espíritu
y goza las cosas buenas hasta el fin de tus días.

Simónides (Isla de Ceos, ca. 556 a. C. - Siracusa, ca. 468 a. C.)

Cuando a la tallada arca alcanzaba el viento


con su soplo, y la agitación del mar
la inclinaba a temer
con las mejillas húmedas de llanto,
echaba su brazo en torno a Perseo y decía:
"Hijo, ¡por qué fatigas pasa y no lloras!
Como un lactante duermes, tumbado
en esta desagradable caja de clavos de bronce,
vencido por la sombría oscuridad de la noche.
De la espesa sal marina de las olas que pasan de largo
por encima de tus cabellos no te preocupas,
ni del bramido del viento, envuelto en mantas
de púrpura, con tu hermosa cara pegada a mí.
Si te causara miedo esto, a mis palabras
prestarías tus finos oídos.
Duerme, mi niño, te lo pido. ¡Que duerma
también el mar y nuestra inmensa desgracia!
¡Ojalá se dejara ver un cambio en tus designios!
Padre Zeus, las palabras atrevidas y fuera de justicia

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que halles en mi súplica, perdónamelas.

Píndaro (Tebas ss. VI-V a. C.)

Poesía de alabanza. Mecenazgo. Encargo. Olímpicas, Píticas, Nemeas, Ístmicas. Epinicios, son odas a la victoria. Editorial Cátedra
Oda Pítica VIII, 95-96:

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