Está en la página 1de 11

Las ciencias sociales y su objeto de estudio. Sus orígenes y características.

Una parte importante de las decisiones que tomamos como docentes sobre la enseñanza
de las ciencias sociales, contenidos y la práctica cotidiana con los alumnos se vincula
fuertemente con las ideas que poseemos acerca de las disciplinas académicas de
referencia. Creemos que una mirada que problematice los orígenes de la disciplina y las
formas en que se construye su conocimiento, situándola en un contexto histórico, social
y político, puede enriquecer no solo la perspectiva disciplinar sino también, y
especialmente, su enseñanza.

Por esta razón, consideramos muy importante la reflexión en torno de las relaciones
complejas que se establecen entre las diferentes ciencias sociales y la enseñanza del área
en el nivel primario. Esta reflexión nos permitirá historizar el surgimiento de las
distintas disciplinas, ponerlas en relación con la sociedad, la política, las relaciones de
poder entre naciones, clases sociales, y finalmente con el campo científico e intelectual y
el sistema educativo. Al mismo tiempo permitirá analizar la historia del área como
disciplina escolar estructurada en función de finalidades educativas específicas,
desnaturalizar su objeto y reconocer su complejidad. En definitiva, creemos que una
reflexión de este tipo puede aportar algunas claves para pensar el sentido de enseñar y
aprender ciencias sociales en la escuela hoy.

Para dar comienzo a nuestro recorrido, en la primera clase trabajaremos los siguientes
temas:

1) El interés por conocer el mundo social y los orígenes de las ciencias sociales. (Siglos
XVI a XVIII).
2) Un recorrido por los comienzos de las ciencias sociales: historia, geografía,
antropología, ciencia política y economía.

¿Qué son las Ciencias Sociales?


Una primera aproximación a la pregunta “¿qué son las ciencias sociales?” podría ser: el
conocimiento que tiene por objeto lo social. Pero, ¿qué es lo social? Podríamos decir
que comprende todos los aspectos de la realidad que involucran la acción de hombres y
mujeres del pasado y del presente. Esto incluye una enorme y compleja cantidad de
hechos y procesos de muy diverso tipo. Por eso, lo social es un objeto que se estudia y
explica gracias a la contribución de diversas ciencias, como la historia, la geografía, la
economía, la sociología y la antropología. Es decir, lo que llamamos ciencias sociales
no son una única ciencia sino un conjunto de ciencias que comparten un mismo
objeto pero lo estudian desde diferentes perspectivas, enfoques y métodos.
En el prefacio a la edición española de su libro El Mediterráneo y el mundo
mediterráneo en la época de Felipe II, el historiador francés Fernand Braudel (1902-
1985), define al “hombre en sociedad” como objeto de las ciencias sociales, y sostiene
que “….la realidad de la vida humana, tanto en el presente como en el pasado, [debe]
captarse en talleres diferentes, por ciencias particulares, y abordarse en suma,
simultáneamente por varios lados…” (1989). Desde otra perspectiva teórica e
historiográfica, Samir Amín, un economista egipcio contemporáneo escribió en su libro
La acumulación a escala mundial:
La única ciencia posible es la Ciencia de la Sociedad, ya que el hecho social es uno;
nunca es “económico”, “político” o “ideológico”, etc., aunque hasta cierto punto
pueda ser tratado bajo el enfoque particular de cada una de las disciplinas
universitarias tradicionales (…) pero esta operación de aproximación particular sólo
tiene posibilidades de ser científica en la medida en que conozca sus límites y prepare
el campo para la ciencia global de la sociedad…” (1984).

El surgimiento del pensamiento científico


Desde la Antigüedad y a lo largo de la Edad Media, las personas que realizaban
actividades vinculadas al pensamiento, a la reflexión sobre la naturaleza o la sociedad
eran consideradas pensadores o filósofos, sin importar el tema que estudiaran ni el modo
en que lo hacían. Estos pensadores y filósofos se ocupaban de una gran diversidad de
temas y no utilizaban lo que actualmente denominamos método científico. Las
transformaciones desarrolladas a partir de fines de la Edad Media en la sociedad feudal
y más fuertemente con la expansión del capitalismo a partir del siglo XVI impulsaron el
interés por el estudio, conocimiento y control de la naturaleza. Era necesario dar
respuesta a nuevas necesidades y problemas concretos que se presentaban. La
revolución científica de los siglos XVI y XVII introdujo una diferencia fundamental
respecto de la reflexión tradicional sobre la naturaleza: el propósito de estudiarla a partir
del método experimental.
Pensadores como Bacon, Descartes, Hume o Kant reflexionaron y escribieron sobre las
características del conocimiento científico y de su método de trabajo. Se trataba
fundamentalmente de analizar el mundo tomando como punto de partida la observación
y evitando especular a través del pensamiento. De ser posible las observaciones debían
ser realizadas y controladas por el científico. Esta nueva forma de llegar al
conocimiento a través de la experimentación no tuvo aceptación inmediata; por el
contrario, se fue imponiendo lentamente a lo largo de los siglos XVIII y XIX. "La
propia organización nueva del mundo político económico fue la que impuso originales
problemas a la investigación científica, apartándola de las discusiones generales, de
orden metafísico, para vincularla a cuestiones concretas. Las obras de paz y de guerra la
canalización de los ríos, la construcción de puentes, la excavación de puertos, la
erección de fortalezas, el tiro de artillería, ofrecen a los técnicos una serie de problemas
que no pueden resolverse empíricamente y que exigen necesariamente un planteo
teórico. Una importancia especial adquieren los problemas prácticos planteados por la
navegación, que en aquella época [el siglo XVI] debía afrontar nuevos viajes, cada vez
más extensos, hacia las ricas tierras recientemente descubiertas". Geymonat, L. (1961).
El pensamiento científico. Buenos Aires: Eudeba.

¿Cuándo surgen las ciencias sociales?


La reflexión sobre la sociedad, el pasado, la cultura o el medio es antigua; en muchos
casos podría remontarse a la antigüedad clásica, de Aristóteles a Heródoto, o de
Tucídices a Tito Livio. Sin embargo, la conformación de las distintas ciencias sociales
como disciplinas científicas es un proceso relativamente reciente: las ciencias sociales
son mucho más jóvenes que las ciencias físico naturales. Es a lo largo del siglo XIX y
principios del siglo XX que la historia, la geografía, la economía, la sociología y la
antropología se consolidaron como disciplinas científicas, se empezaron a estudiar
como carreras en las universidades y empezaron a graduarse allí personas que vivían del
desempeño de esas actividades, por ejemplo, dando clase en universidades, institutos y
escuelas; investigando, escribiendo libros, o asesorando a los poderes públicos.
Al calor del crecimiento de este mundo académico y profesional también se
multiplicaron las revistas científicas dedicadas a las ciencias sociales, como la Revue
Historique, creada en 1876 en Francia y dirigida por Gabriel Monod y Gustave Fagniez;
la alemana Historische Zeitschrift, publicada a partir de 1859 por Heinrich von Sybel o
la English Historical Review, editada por Oxford University Press bajo la dirección de
Lord Acton. También proliferaron los centros de investigación, las bibliotecas y los
archivos, la publicación de libros, y en muchos casos, el interés del Estado por la
producción de conocimientos sobre la sociedad que pudieran contribuir a su legitimidad
o al desarrollo de determinadas políticas públicas.
Muchas de las publicaciones dedicadas a las ciencias sociales de este período se
encuentran disponibles en internet. Un ejemplo es el de la mencionada Revue
Historique, que tiene varios números digitalizados accesibles desde la siguiente U.R.L.:
http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/cb34349205q/date. El portal Persée también cuenta con
numerosas publicaciones disponibles online. Aunque se encuentran en su idioma
original, son documentos interesantes para reconstruir este período de surgimiento y
consolidación de las ciencias sociales.
Para transformar la reflexión sobre lo social en un objeto de estudio científico fue
necesario abandonar las interpretaciones teológicas sobre la organización y el
funcionamiento de las sociedades a lo largo del tiempo. También la elaboración de un
conocimiento sobre el mundo social que no se basara en el sentido común sino en un
conocimiento que fuera resultado de procedimientos de investigación metódicos y
racionales. El gran aporte del pensamiento ilustrado del siglo XVIII fue la insistencia
en el uso de la razón como instrumento para conocer el mundo y la crítica de todo
tipo de explicación basada en la religión y el saber cotidiano.
El camino hacia esa institucionalización de las ciencias sociales fue un largo proceso
cuyo origen se remonta a las transformaciones que se registraron en las sociedades
europeas a partir del siglo XVIII. La expansión del capitalismo, el surgimiento de
nuevas formas de producción basadas en la industria, los cambios políticos y sociales
producidos al calor de la Revolución Francesa y el surgimiento de los Estados
Nacionales y de nuevas clases sociales como la burguesía y el proletariado generaron
rápidos y grandes cambios en los más diversos aspectos de las sociedades. Esto estimuló
el interés por conocer las características de ese nuevo orden, en algunos casos para dar
con las claves que permitieran mantenerlo y consolidarlo, otros pensadores en cambio,
consideraron que las transformaciones contemporáneas –especialmente la expansión del
capitalismo- mejoraba la vida solo de algunos pocos y acentuaba la explotación de la
mayoría, por eso se dedicaron a estudiar cómo modificarlo o terminar con él.
El punto de ruptura, que conducirá en los siglos siguientes a la constitución del campo
de estudio de las hoy llamadas ciencias sociales puede ubicarse entre fines del siglo
XVII y el siglo XVIII. En ese momento la centralización operada por las monarquías
europeas puso en el centro del debate los problemas de la organización política y el
poder. La sociedad y la política comienzan a ser pensadas como el resultado de una
construcción colectiva realizada por los hombres: son estos los que crean y organizan la
sociedad en el marco de las relaciones que establecen con otros hombres. Nace así la
idea de “contrato social”, de soberanía popular y la discusión sobre las formas
concretas que debía adoptar esa soberanía. Asociados a los nombres de Hobbes, Locke,
Montesquieu o Rousseau esos conceptos recorrerán el pensamiento político y serán
centrales en la construcción del campo de estudios de la actual Ciencia Política.
Del mismo modo, la generalización de las relaciones mercantiles y la rápida expansión
del modo de producción capitalista generaron un conjunto de nuevos problemas
vinculados a la circulación, el comercio y la producción de bienes que estimularon una
reflexión sostenida sobre la economía y sus vínculos con la política y la sociedad. Adam
Smith, David Ricardo y más tarde Karl Marx, entre otros, escribirán la mayor parte de
sus obras motivados por estas cuestiones, dando los primeros pasos en la construcción
del campo de la economía.
Tanto la ciencia política como la economía surgen al calor de la generalización de la
organización social capitalista impulsada por la burguesía liberal, y su confianza ciega
en el progreso que acompañaría la expansión de ese sistema. El ámbito científico
rápidamente fue contagiado de ese fervor transformador, en el que la ciencia y la técnica
ocupaban un lugar central. En un texto titulado El porvenir de la ciencia, Ernest Renan,
un escritor francés del siglo XIX, imaginaba un mundo dominado por el desarrollo
científico al que considera un instrumento que sirve tanto para dominar a la naturaleza
como para resolver los problemas sociales.
La sociología en cambio, surge como resultado de la aparición de conflictos al interior
de esta nueva sociedad. Sus reflexiones se van a concentrar especialmente en las
consecuencias no deseadas de la modernización, como la creciente conflictividad social,
la pérdida de las antiguas formas de vida y sus valores, o el problema de las multitudes.
Las transformaciones económicas, sociales y políticas ponen en primer plano a un
nuevo actor social, el proletariado urbano, y un nuevo tipo de conflictividad social.
Emerge desde la perspectiva de los grupos dirigentes el problema de las multitudes, de
las masas y del riesgo que representaban para el mantenimiento del orden social. Las
explicaciones que los distintos pensadores ensayaron cubren un amplio espectro de
propósitos e ideas, van desde la preocupación por el mantenimiento del orden social
vigente (es el caso de intelectuales como Emile Durkheim y en general toda la
sociología clásica) a la reflexión sobre la explotación y alienación del hombre a la que
conducía el capitalismo y las alternativas de superación a éste como en la sociología
crítica de Marx y en general en el marxismo. Desde la literatura, un escritor
contemporáneo y agudo observador de la realidad social:

En su cuento “El hombre de la multitud”, el escritor norteamericano Edgar Allan Poe


recrea en clave literaria la complejización de la sociedad que se advierte en las grandes
ciudades industriales desde mediados del siglo XIX. Pueden acceder el cuento en el
siguiente enlace: http://www.biblioteca.org.ar/libros/130662.pdf

Tanto la economía, como la sociología, la ciencia política o la historia se ocupaban de


estudiar a las sociedades europeas, donde se habían producido los cambios sociales,
económicos y políticos mencionados. Pero estos cambios, estimularon a su vez la
expansión de los países europeos hacia nuevos territorios en ultramar, que podían
convertirse en nuevos mercados para sus productos o para comprar materias primas, o
simplemente en espacios sobre los cuales imponer su dominio. Esta expansión
imperialista en la que se embarcaron la mayoría de las potencias europeas las enfrentó
con sociedades de otros continentes. Esos pueblos, distintos étnica, cultural y
socialmente, pasaron a ser el objeto de estudio de otra novel ciencia social: la
antropología.
El modelo de sociedad burguesa que se consolidó a lo largo del siglo XIX se apoyó en
la afirmación de la universalidad progresiva de la experiencia histórica europea. La
historia de Europa, su cultura, tradiciones y sus rasgos étnicos son considerados como el
punto de llegada, la superación tanto de sociedades del pasado como de otros pueblos
contemporáneos a los que se conquista y se intenta incorporar a ese modelo, en algunos
casos, puesto que la otra opción era el exterminio al que se legitimaba por la supuesta
inferioridad.
Aunque este proceso no ocurre sin resistencias, su generalización impacta fuertemente
en el mundo intelectual de la época. Las ciencias sociales se verán influidas por esa
visión universal y progresiva de la historia en la que todos los pueblos y sociedades
están organizados según una escala jerárquica. La historia de la civilización es una sola
y tiene varias etapas. La cúspide de este proceso estaba reservada a las sociedades
capitalistas de Europa occidental, consideradas como punto de llegada del progreso
social.
Varios cientistas sociales contemporáneos se dedicaron a reflexionar sobre las
cuestiones señaladas en las páginas anteriores, a continuación reproducimos algunas de
estas opiniones:

“La ciencia social es una empresa del mundo moderno; sus raíces se encuentran en el
intento plenamente desarrollado desde el siglo XVI y que es parte inseparable de la
construcción de nuestro mundo moderno, por desarrollar un conocimiento secular
sistemático sobre la realidad que tenga algún tipo de validación empírica.” Wallerstein,
I. (Coordinador). Abrir las Ciencias Sociales. Pág. 4

“Ambas [la Ciencia Política y la Economía], girando alrededor de las ideas de contrato
y de mercado, sostenidas sobre el principio de la igualdad jurídica de los hombres,
construían las teorías específicas que generalizaban, en el plano del pensamiento, las
relaciones sociales históricamente necesarias al desenvolvimiento del capitalismo.
Complementaban en esta forma los avances de las ciencias naturales contribuyendo a la
secularización del mundo, a la proyección del hombre burgués al plano de dueño y no
de esclavo de la naturaleza y de la sociedad. El nacimiento de la sociología se plantea
cuando ese nuevo orden ha empezado a madurar, cuando se han generalizado ya las
relaciones de mercado y el liberalismo representativo, y en el interior de la flamante
sociedad aparecen nuevos conflictos, radicalmente distintos a los del pasado, producto
del industrialismo.” Portantiero, J.C. (1986). La Sociología Clásica. Durkheim y Weber.
Buenos Aires: CEAL.

“La actividad en la ciencia social durante el siglo XIX tuvo lugar principalmente en
cinco puntos: Gran Bretaña, Francia, las Alemanias, las Italias y Estados Unidos. La
mayor parte de los estudiosos y la mayor parte de las universidades (aunque por
supuesto no todos) estaban en esos cinco lugares. Las universidades de otros países no
tenían el prestigio internacional y el peso numérico de las situadas en esos cinco. Hasta
hoy, la mayoría de las obras del siglo XIX que todavía leemos fueron escritas en uno de
esos cinco países.” Wallerstein, I. (Coordinador). Abrir las Ciencias Sociales. Pág 17

En todos los casos, hay coincidencia en señalar un elemento al que hicimos referencia
más arriba: el vínculo estrecho que une el surgimiento de las ciencias sociales con el
desarrollo del pensamiento moderno. Al calor de los grandes cambios sociales,
políticos, económicos y culturales producidos desde el siglo XVI se desarrolló una
verdadera revolución intelectual. Todas las grandes ramas del conocimiento
experimentaron transformaciones profundas y a lo largo de los siglos siguientes se
fueron conformando las distintas ciencias sociales como campos especializados del
saber.
El surgimiento de la geografía y la historia como disciplinas científicas
A continuación nos dedicaremos a analizar el proceso de surgimiento de las dos
disciplinas que tienen mayor presencia en la tradición escolar: la historia y la geografía.
Esto no es casual, por el contrario, su centralidad en los sistemas educativos es
consecuencia de las virtudes que las elites dirigentes encontraron en ellas para la
formación de ciudadanos y patriotas.
El caso de la geografía
La geografía como área del saber que se ocupaba de la descripción y la representación
de la tierra tuvo gran importancia en la revolución científica europea de los siglos XVI y
XVII. Junto con la astronomía y la óptica contribuyeron a mejorar las condiciones de
viaje de los navegantes que cruzaban los océanos hacia otros continentes. A lo largo del
siglo XVIII la especialización de distintas áreas que antes estaban dentro de la
geografía, como la geología o la botánica y el desarrollo cartográfico recortó los
contenidos de la geografía a la descripción de regiones o naciones. Esto hizo que
empezara a ser considerada por muchos como una simple disciplina auxiliar de la
historia. Durante buena parte del siglo XIX en muchas universidades europeas se
estudiaba junto a la historia, como el marco espacial, como una especie de escenario que
permitía situar y estudiar los acontecimientos históricos.
Será la introducción de la geografía –también de la historia como veremos con
detenimiento en la clase 3- como materia destacada en la enseñanza elemental y
secundaria en las últimas décadas del siglo XIX uno de los principales motores de la
revalorización de esta disciplina. Tanto la geografía como la historia pasaron a tener una
función política y social relacionada con la consolidación de una identidad
nacional, por eso cumplieron un rol central en el proceso de consolidación de los
estados nacionales modernos. En el caso de la primera, la construcción de
representaciones sobre el territorio nacional como ámbito de la soberanía política de los
noveles estados, pero también como el referente natural y el límite de la pertenencia
comunitaria, fue fundamental para formar a los docentes de las futuras generaciones de
alumnos -en un contexto de generalización de la educación elemental-. Para ello es que
empezaron a crearse cátedras y carreras de geografía en las universidades en las últimas
décadas del siglo XIX.
Un ejemplo de la importancia que empezó a tener para los Estados Nacionales la
delimitación precisa de los contornos del territorio sobre el que se ejerce soberanía
política fue la organización en la Argentina de la Oficina Topográfica Nacional. Creada
en 1879 por el entonces ministro de Guerra y Marina J. A. Roca, su tarea principal era el
reconocimiento y mapeo del territorio nacional en momentos en que la llamada
“Campaña al desierto” había permitido poner bajo control del Estado Nacional una gran
cantidad de tierras de la zona de pampa y Patagonia. A principio de siglo XX esa oficina
se convirtió en el Instituto Geográfico Militar y quedó bajo el control del ejército hasta
el 2009 en que cambió su denominación por la de Instituto Geográfico Nacional, pasó a
la órbita civil y se integró como dependencia del Ministerio de Defensa.
El caso de la historia
Desde los tiempos más remotos hubo personas que dedicaron parte de su tiempo a
contar o escribir sobre el pasado, algunos trascendieron su época y aún hoy son
reconocidos como autores representativos de la historiografía clásica o medieval, como
Heródoto, Tucídides, Polibio, Plutacro, Tito Livio, Tácito, Froissart o de Fiore.
Sin embargo la moderna historiografía, es decir la forma actual de concebir la historia y
el trabajo del historiador surge recién a fines del siglo XVIII. En ese momento se va a
producir la confluencia de dos procesos: la construcción de un método de trabajo y de
interpretaciones generales sobre el curso de la historia. Por un la lado, la construcción
de un método erudito para trabajar con los documentos históricos y utilizarlos como
fuentes, para reconocer lo verdadero de lo falso y poder así extraer la verdad que
poseen. Estos criterios para convertir a los restos del pasado en fuentes confiables para
la investigación histórica es lo que más tarde, a lo largo del siglo XIX, se convertirá en
el núcleo erudito de la profesión, aquello a lo que apelarán los historiadores para
defender la cientificidad de su trabajo y distinguirse de otras personas que también
intentaban construir interpretaciones sobre el pasado o sobre la sociedad pero sin
haberse formado en esa disciplina.
Por otro lado, y también en el siglo XVIII, la filosofía de la Ilustración y la Revolución
Francesa produjeron cambios en las relaciones de los hombres con el tiempo. Si hasta
ese momento la importancia del estudio del pasado tenía que ver con las enseñanzas que
podía brindar para la vida, el ser un modelo a imitar (la historia como “maestra de
vida”), a partir de entonces, la historia se convierte en una guía para la acción futura,
la historia se hace en nombre del porvenir. El tiempo se orienta hacia el futuro, y esta
predominancia se plasma en el concepto de progreso. Comienzan a construirse
esquemas para explicar la relación con el pasado que suponen una filosofía que da
sentido a la narración histórica a lo largo del tiempo, que intenta explicar hacia donde se
dirige la humanidad. En esto el aporte de la filosofía de la ilustración fue central. El
historiador alemán, Reinhart Koselleck (2010), sostiene que es esta combinación de
técnicas de trabajo eruditas y de esquemas interpretativos generales del devenir de la
humanidad lo que constituye el surgimiento de la historiografía moderna.
Es sobre estas bases que a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, la historia se
institucionaliza, se convierte en una disciplina profesional a partir de un conjunto de
reglas y protocolos de trabajo que se enseñan y se aprenden en instituciones
especializadas como las universidades. De ahí en adelante se formarán allí los
historiadores profesionales. Como en el caso de las otras ciencias sociales, la
profesionalización implicó también que los estudios dejaran de ser un pasatiempo o una
actividad complementaria, para convertirse en una profesión de la que trabajar para
vivir. Este hecho, no impidió sin embargo que otras personas siguieran construyendo
interpretaciones sobre el pasado y el presente (escritores, periodistas, testigos, etcétera).
A este proceso contribuyó también –al igual que con la geografía- la demanda de los
nacientes estados nacionales por configurar una identidad colectiva que aglutinara a los
ciudadanos. En la organización curricular de los noveles sistemas educativos nacionales,
la historia ocupó un lugar central porque se consideraba imprescindible conocer la
forma en que una nación se había convertido en tal para profundizar el patriotismo y el
sentimiento de pertenencia a esa nación. También se consideraba imprescindible
conservar “los restos” del pasado de las naciones, para lo que se promovió la creación
de archivos, bibliotecas, academias e instituciones dedicadas a la protección del
patrimonio.
El tipo de historia que se generaliza en las últimas décadas del siglo XIX, ciertamente
contribuía a este propósito, era sobre todo un relato de “grandes hombres”, militares,
políticos, diplomáticos; patriotas cuyas cualidades y acciones podían explicar la propia
historia de las naciones. Era una historia de los grandes acontecimientos políticos,
organizada según un desarrollo cronológico y un formato de historia nacional.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX, las universidades –especialmente las de
Europa occidental- se convirtieron en verdaderos centros de investigación científica,
sedes de la producción de conocimiento. Como señalamos, en general, en el seno
de las facultades de filosofía –en algunos casos de las de derecho- se fueron creando
áreas y carreras dedicadas a las distintas ciencias sociales. Estas a su vez, tuvieron que
esforzarse por demostrar el carácter específico que las distinguía y definir los límites
que las separaban entre sí para encontrar un espacio académico propio. Esto dio lugar a
encendidos debates, por ejemplo los que enfrentaron a historiadores como Charles
Seignobos con sociólogos como Francois Simiand o Emile Durkheim, o a este último
con geógrafos como Paul Vidal de la Blache en Francia, o a economistas como Carl
Menguer con historiadores como Gustav Schmoller en Alemania.

A modo de cierre…
A lo largo de esta primera clase reflexionamos sobre las ciencias sociales y el contexto
en el que surgieron y se consolidaron como campos del saber desde fines del siglo
XVIII. Su objeto de estudio, “lo social” incluye una enorme y compleja cantidad de
hechos y procesos pasados y presentes. Para poder abordar esta diversidad, las distintas
ciencias sociales se especializaron en algunos aspectos de este gran campo
construyendo distintas herramientas, perspectivas y métodos para su estudio.
El clima cientificista imperante en la segunda mitad del siglo XIX, la expansión de una
manera científica de conocer el mundo construida sobre el modelo de las ciencias físico-
naturales y, asociado a esto, la influencia que cobrará el positivismo como corriente de
pensamiento, impondrán grandes desafíos a las ciencias sociales. Tales desafíos pueden
expresarse como una serie de preguntas: ¿La ciencias sociales son ciencias? ¿Cuáles si y
cuáles no? ¿Cuáles son los métodos que garantizan esa cientificidad? ¿Cuál es la
naturaleza de los conocimientos que producen? A reflexionar sobre estas cuestiones
dedicaremos la próxima clase.

Resumen realizado para Didáctica de las Ciencias Sociales.

Bibliografía:

Rodríguez, Martha. (2016). Clase Nro1: Las ciencias sociales y su objeto de estudio.
Sus orígenes y características. El conocimiento social en las disciplinas y en la escuela.
Especialización docente de nivel superior en Ciencias Sociales en Primaria. Buenos
Aires: Ministerio de Educación y Deportes de la Nación.

También podría gustarte