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Una parte importante de las decisiones que tomamos como docentes sobre la enseñanza
de las ciencias sociales, contenidos y la práctica cotidiana con los alumnos se vincula
fuertemente con las ideas que poseemos acerca de las disciplinas académicas de
referencia. Creemos que una mirada que problematice los orígenes de la disciplina y las
formas en que se construye su conocimiento, situándola en un contexto histórico, social
y político, puede enriquecer no solo la perspectiva disciplinar sino también, y
especialmente, su enseñanza.
Por esta razón, consideramos muy importante la reflexión en torno de las relaciones
complejas que se establecen entre las diferentes ciencias sociales y la enseñanza del área
en el nivel primario. Esta reflexión nos permitirá historizar el surgimiento de las
distintas disciplinas, ponerlas en relación con la sociedad, la política, las relaciones de
poder entre naciones, clases sociales, y finalmente con el campo científico e intelectual y
el sistema educativo. Al mismo tiempo permitirá analizar la historia del área como
disciplina escolar estructurada en función de finalidades educativas específicas,
desnaturalizar su objeto y reconocer su complejidad. En definitiva, creemos que una
reflexión de este tipo puede aportar algunas claves para pensar el sentido de enseñar y
aprender ciencias sociales en la escuela hoy.
Para dar comienzo a nuestro recorrido, en la primera clase trabajaremos los siguientes
temas:
1) El interés por conocer el mundo social y los orígenes de las ciencias sociales. (Siglos
XVI a XVIII).
2) Un recorrido por los comienzos de las ciencias sociales: historia, geografía,
antropología, ciencia política y economía.
“La ciencia social es una empresa del mundo moderno; sus raíces se encuentran en el
intento plenamente desarrollado desde el siglo XVI y que es parte inseparable de la
construcción de nuestro mundo moderno, por desarrollar un conocimiento secular
sistemático sobre la realidad que tenga algún tipo de validación empírica.” Wallerstein,
I. (Coordinador). Abrir las Ciencias Sociales. Pág. 4
“Ambas [la Ciencia Política y la Economía], girando alrededor de las ideas de contrato
y de mercado, sostenidas sobre el principio de la igualdad jurídica de los hombres,
construían las teorías específicas que generalizaban, en el plano del pensamiento, las
relaciones sociales históricamente necesarias al desenvolvimiento del capitalismo.
Complementaban en esta forma los avances de las ciencias naturales contribuyendo a la
secularización del mundo, a la proyección del hombre burgués al plano de dueño y no
de esclavo de la naturaleza y de la sociedad. El nacimiento de la sociología se plantea
cuando ese nuevo orden ha empezado a madurar, cuando se han generalizado ya las
relaciones de mercado y el liberalismo representativo, y en el interior de la flamante
sociedad aparecen nuevos conflictos, radicalmente distintos a los del pasado, producto
del industrialismo.” Portantiero, J.C. (1986). La Sociología Clásica. Durkheim y Weber.
Buenos Aires: CEAL.
“La actividad en la ciencia social durante el siglo XIX tuvo lugar principalmente en
cinco puntos: Gran Bretaña, Francia, las Alemanias, las Italias y Estados Unidos. La
mayor parte de los estudiosos y la mayor parte de las universidades (aunque por
supuesto no todos) estaban en esos cinco lugares. Las universidades de otros países no
tenían el prestigio internacional y el peso numérico de las situadas en esos cinco. Hasta
hoy, la mayoría de las obras del siglo XIX que todavía leemos fueron escritas en uno de
esos cinco países.” Wallerstein, I. (Coordinador). Abrir las Ciencias Sociales. Pág 17
En todos los casos, hay coincidencia en señalar un elemento al que hicimos referencia
más arriba: el vínculo estrecho que une el surgimiento de las ciencias sociales con el
desarrollo del pensamiento moderno. Al calor de los grandes cambios sociales,
políticos, económicos y culturales producidos desde el siglo XVI se desarrolló una
verdadera revolución intelectual. Todas las grandes ramas del conocimiento
experimentaron transformaciones profundas y a lo largo de los siglos siguientes se
fueron conformando las distintas ciencias sociales como campos especializados del
saber.
El surgimiento de la geografía y la historia como disciplinas científicas
A continuación nos dedicaremos a analizar el proceso de surgimiento de las dos
disciplinas que tienen mayor presencia en la tradición escolar: la historia y la geografía.
Esto no es casual, por el contrario, su centralidad en los sistemas educativos es
consecuencia de las virtudes que las elites dirigentes encontraron en ellas para la
formación de ciudadanos y patriotas.
El caso de la geografía
La geografía como área del saber que se ocupaba de la descripción y la representación
de la tierra tuvo gran importancia en la revolución científica europea de los siglos XVI y
XVII. Junto con la astronomía y la óptica contribuyeron a mejorar las condiciones de
viaje de los navegantes que cruzaban los océanos hacia otros continentes. A lo largo del
siglo XVIII la especialización de distintas áreas que antes estaban dentro de la
geografía, como la geología o la botánica y el desarrollo cartográfico recortó los
contenidos de la geografía a la descripción de regiones o naciones. Esto hizo que
empezara a ser considerada por muchos como una simple disciplina auxiliar de la
historia. Durante buena parte del siglo XIX en muchas universidades europeas se
estudiaba junto a la historia, como el marco espacial, como una especie de escenario que
permitía situar y estudiar los acontecimientos históricos.
Será la introducción de la geografía –también de la historia como veremos con
detenimiento en la clase 3- como materia destacada en la enseñanza elemental y
secundaria en las últimas décadas del siglo XIX uno de los principales motores de la
revalorización de esta disciplina. Tanto la geografía como la historia pasaron a tener una
función política y social relacionada con la consolidación de una identidad
nacional, por eso cumplieron un rol central en el proceso de consolidación de los
estados nacionales modernos. En el caso de la primera, la construcción de
representaciones sobre el territorio nacional como ámbito de la soberanía política de los
noveles estados, pero también como el referente natural y el límite de la pertenencia
comunitaria, fue fundamental para formar a los docentes de las futuras generaciones de
alumnos -en un contexto de generalización de la educación elemental-. Para ello es que
empezaron a crearse cátedras y carreras de geografía en las universidades en las últimas
décadas del siglo XIX.
Un ejemplo de la importancia que empezó a tener para los Estados Nacionales la
delimitación precisa de los contornos del territorio sobre el que se ejerce soberanía
política fue la organización en la Argentina de la Oficina Topográfica Nacional. Creada
en 1879 por el entonces ministro de Guerra y Marina J. A. Roca, su tarea principal era el
reconocimiento y mapeo del territorio nacional en momentos en que la llamada
“Campaña al desierto” había permitido poner bajo control del Estado Nacional una gran
cantidad de tierras de la zona de pampa y Patagonia. A principio de siglo XX esa oficina
se convirtió en el Instituto Geográfico Militar y quedó bajo el control del ejército hasta
el 2009 en que cambió su denominación por la de Instituto Geográfico Nacional, pasó a
la órbita civil y se integró como dependencia del Ministerio de Defensa.
El caso de la historia
Desde los tiempos más remotos hubo personas que dedicaron parte de su tiempo a
contar o escribir sobre el pasado, algunos trascendieron su época y aún hoy son
reconocidos como autores representativos de la historiografía clásica o medieval, como
Heródoto, Tucídides, Polibio, Plutacro, Tito Livio, Tácito, Froissart o de Fiore.
Sin embargo la moderna historiografía, es decir la forma actual de concebir la historia y
el trabajo del historiador surge recién a fines del siglo XVIII. En ese momento se va a
producir la confluencia de dos procesos: la construcción de un método de trabajo y de
interpretaciones generales sobre el curso de la historia. Por un la lado, la construcción
de un método erudito para trabajar con los documentos históricos y utilizarlos como
fuentes, para reconocer lo verdadero de lo falso y poder así extraer la verdad que
poseen. Estos criterios para convertir a los restos del pasado en fuentes confiables para
la investigación histórica es lo que más tarde, a lo largo del siglo XIX, se convertirá en
el núcleo erudito de la profesión, aquello a lo que apelarán los historiadores para
defender la cientificidad de su trabajo y distinguirse de otras personas que también
intentaban construir interpretaciones sobre el pasado o sobre la sociedad pero sin
haberse formado en esa disciplina.
Por otro lado, y también en el siglo XVIII, la filosofía de la Ilustración y la Revolución
Francesa produjeron cambios en las relaciones de los hombres con el tiempo. Si hasta
ese momento la importancia del estudio del pasado tenía que ver con las enseñanzas que
podía brindar para la vida, el ser un modelo a imitar (la historia como “maestra de
vida”), a partir de entonces, la historia se convierte en una guía para la acción futura,
la historia se hace en nombre del porvenir. El tiempo se orienta hacia el futuro, y esta
predominancia se plasma en el concepto de progreso. Comienzan a construirse
esquemas para explicar la relación con el pasado que suponen una filosofía que da
sentido a la narración histórica a lo largo del tiempo, que intenta explicar hacia donde se
dirige la humanidad. En esto el aporte de la filosofía de la ilustración fue central. El
historiador alemán, Reinhart Koselleck (2010), sostiene que es esta combinación de
técnicas de trabajo eruditas y de esquemas interpretativos generales del devenir de la
humanidad lo que constituye el surgimiento de la historiografía moderna.
Es sobre estas bases que a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, la historia se
institucionaliza, se convierte en una disciplina profesional a partir de un conjunto de
reglas y protocolos de trabajo que se enseñan y se aprenden en instituciones
especializadas como las universidades. De ahí en adelante se formarán allí los
historiadores profesionales. Como en el caso de las otras ciencias sociales, la
profesionalización implicó también que los estudios dejaran de ser un pasatiempo o una
actividad complementaria, para convertirse en una profesión de la que trabajar para
vivir. Este hecho, no impidió sin embargo que otras personas siguieran construyendo
interpretaciones sobre el pasado y el presente (escritores, periodistas, testigos, etcétera).
A este proceso contribuyó también –al igual que con la geografía- la demanda de los
nacientes estados nacionales por configurar una identidad colectiva que aglutinara a los
ciudadanos. En la organización curricular de los noveles sistemas educativos nacionales,
la historia ocupó un lugar central porque se consideraba imprescindible conocer la
forma en que una nación se había convertido en tal para profundizar el patriotismo y el
sentimiento de pertenencia a esa nación. También se consideraba imprescindible
conservar “los restos” del pasado de las naciones, para lo que se promovió la creación
de archivos, bibliotecas, academias e instituciones dedicadas a la protección del
patrimonio.
El tipo de historia que se generaliza en las últimas décadas del siglo XIX, ciertamente
contribuía a este propósito, era sobre todo un relato de “grandes hombres”, militares,
políticos, diplomáticos; patriotas cuyas cualidades y acciones podían explicar la propia
historia de las naciones. Era una historia de los grandes acontecimientos políticos,
organizada según un desarrollo cronológico y un formato de historia nacional.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX, las universidades –especialmente las de
Europa occidental- se convirtieron en verdaderos centros de investigación científica,
sedes de la producción de conocimiento. Como señalamos, en general, en el seno
de las facultades de filosofía –en algunos casos de las de derecho- se fueron creando
áreas y carreras dedicadas a las distintas ciencias sociales. Estas a su vez, tuvieron que
esforzarse por demostrar el carácter específico que las distinguía y definir los límites
que las separaban entre sí para encontrar un espacio académico propio. Esto dio lugar a
encendidos debates, por ejemplo los que enfrentaron a historiadores como Charles
Seignobos con sociólogos como Francois Simiand o Emile Durkheim, o a este último
con geógrafos como Paul Vidal de la Blache en Francia, o a economistas como Carl
Menguer con historiadores como Gustav Schmoller en Alemania.
A modo de cierre…
A lo largo de esta primera clase reflexionamos sobre las ciencias sociales y el contexto
en el que surgieron y se consolidaron como campos del saber desde fines del siglo
XVIII. Su objeto de estudio, “lo social” incluye una enorme y compleja cantidad de
hechos y procesos pasados y presentes. Para poder abordar esta diversidad, las distintas
ciencias sociales se especializaron en algunos aspectos de este gran campo
construyendo distintas herramientas, perspectivas y métodos para su estudio.
El clima cientificista imperante en la segunda mitad del siglo XIX, la expansión de una
manera científica de conocer el mundo construida sobre el modelo de las ciencias físico-
naturales y, asociado a esto, la influencia que cobrará el positivismo como corriente de
pensamiento, impondrán grandes desafíos a las ciencias sociales. Tales desafíos pueden
expresarse como una serie de preguntas: ¿La ciencias sociales son ciencias? ¿Cuáles si y
cuáles no? ¿Cuáles son los métodos que garantizan esa cientificidad? ¿Cuál es la
naturaleza de los conocimientos que producen? A reflexionar sobre estas cuestiones
dedicaremos la próxima clase.
Bibliografía:
Rodríguez, Martha. (2016). Clase Nro1: Las ciencias sociales y su objeto de estudio.
Sus orígenes y características. El conocimiento social en las disciplinas y en la escuela.
Especialización docente de nivel superior en Ciencias Sociales en Primaria. Buenos
Aires: Ministerio de Educación y Deportes de la Nación.