Está en la página 1de 14

Universidad Técnica De Manabí

Facultad de Ciencias Administrativas Y


Económicas
Escuela de Economía

Tema

¨EL DEBATE ENTRE LO POSITIVO Y LO NORMATIVO¨

Trabajo De Investigación

Integrantes
 Carreño Ponce Beatriz Lilibeth
 Demera Anchundia Karla Lisbeth
 Montes Montes Fabiana Jamileth
 Sánchez Tumbaco Ángel kleber
 Zambrano Moreira Alejandro Emanuel

Asignatura:
Politica Economica ¨A¨

Docente:
Ec. Pablo Loor

Periodo académico

Octubre del 2019 hasta Febrero del 2020


Introducción

Como es sabio la distinción de lo positivo-normativo tiene como objeto asegurar la


posibilidad de una ciencia económica objetiva, es decir, libre de valores. Sin embargo
esta distinción ha sido problemática y no ha sido aceptada por algunas escuelas del
pensamiento económico. (Ormazabal, 2010)

Se puede diferenciar, en función del objetivo que se persigue, dos vertientes:


la economía positiva, que se ocupa del análisis de los datos reales y de sus causas, del
"ser", y la economía normativa, que propone mejoras en la situación actual y analiza qué
actuaciones deben llevarse a cabo, ocupándose del "deber ser". (Ospina, 2011)

Positivo y normativo son dos adjetivos confrontados, en opinión de Marchal (1924),


empleados en la Literatura sobre la Ciencia Económica como representativos de Ciencia,
descripción, explicación, investigación, teoría, leyes, pensamiento, proposiciones... para
el ámbito positivo. Mientras que lo normativo está relacionado con la prescripción del
cómo deben ser las cosas, cómo hay que obrar, relacionándose por tanto con cuestiones
como recomendación, práctica, política, acción, arte, juicios de valor, prescripción.
(Ospina, 2011)
DESARROLLO

En el análisis económico se puede diferenciar, en función del objetivo que se persigue,


dos vertientes: la economía positiva, que se ocupa del análisis de los datos reales y de sus
causas, del "ser", y la economía normativa, que propone mejoras en la situación actual y
analiza qué actuaciones deben llevarse a cabo, ocupándose del "deber ser".

Positivo y normativo son dos adjetivos confrontados, en opinión de Machlup (1978),


empleados en la Literatura sobre la Ciencia Económica como representativos de Ciencia,
descripción, explicación, investigación, teoría, leyes, pensamiento, proposiciones... para
el ámbito positivo. Mientras que lo normativo está relacionado con la prescripción del
cómo deben ser las cosas, cómo hay que obrar, relacionándose por tanto con cuestiones
como recomendación, práctica, política, acción, arte, juicios de valor, prescripción.

La idea de delimitar con claridad los límites de lo científico y lo-no-científico en


Economía tiene una larga tradición, que T.W. Hutchison sintetizó hace años de forma
magistral, pero a la que también han hecho excelentes aportaciones Gunnar Myrdal, P.
Bauer y Mark Blaug, entre otros.

David Hume (1711-1780) figura casi siempre entre quienes primero defendieron la
necesidad de separar claramente el campo del «ser», es decir, de lo que es, del mundo del
«deber ser», equivalente a cómo se desea que las cosas sean o debieran ser. De hecho, la
llamada regla de Hume que implica la prohibición de discurrir directamente del ser al
deber ser se convirtió muy pronto en un punto de referencia para definir hasta dónde podía
y debía llegar el economista, o cualquier científico social, en sus afirmaciones, y cuál es
el terreno que es propio ya del «arte», de la política; es decir, el de las recomendaciones
o sugerencias prácticas, que sin duda están condicionadas por las preferencias y juicios
de valor de quien las ofrece y donde con frecuencia se mezclan ya diferentes
planteamientos ideológicos.

Aunque esta «regla» o principio metodológico la regla de Hume fue ampliamente


difundido y aceptado, lo cierto es que, en la práctica, los economistas han tendido mucho
más a transgredirla que a respetarla. Lo expuesto en el apartado anterior nos orienta ya en
esta dirección, pero cuando se acude a las obras de autores concretos desde A. Smith y T.
R. Malthus hasta nuestros días, las pruebas en favor de la citada tendencia a la
transgresión son, en general, concluyentes.
Gunnar Myrdal lo demostró hace ya bastantes años en su obra El elemento político en
el desarrollo de la teoría económica, donde estudia el desarrollo de las ideas económicas
hasta la década de los veinte del siglo pasado, precisamente cuando la idea de la que partía
este autor era probar que los grandes economistas habían dejado a un lado los valores y
sus preferencias a la hora de construir sus respectivas teorías.

Las conclusiones a las que llegó Myrdal en su investigación fueron claramente


contrarias a esta hipótesis y los resultados alcanzados en otros análisis disponibles
realizados por diversos autores son muy similares a los suyos: la mayoría de los
economistas no se han detenido en la frontera de «lo científico», sino que con bastante
facilidad y no menor frecuencia han discurrido hacia el terreno de las recomendaciones.

Es decir, en el campo de lo que puede ser opinable, puesto que con mucha frecuencia
se han mezclado ya juicios de valor derivados de las preferencias personales.

Bajo un prisma menos radical que David Hume, Jeremy Bentham (1748-1832)
formuló también la necesidad de diferenciar en Economía entre la ciencia y el arte.

¿Por qué y hasta cuándo podemos aceptar una teoría?

El conocimiento científico es fáctico: parte de los hechos, los respeta hasta cierto
punto, y siempre vuelve a ellos. La ciencia intenta describir los hechos tal y como son,
independientemente de su valor emocional o comercial, pero, además, trasciende esos
hechos, trata de explicarlos. Los científicos—como señaló M. Bunge— «exprimen la
realidad a fin de ir más allá de las apariencias .Todo cuanto observamos en el mundo
constituye una secuencia de acontecimientos, de relaciones entre dos o más cosas, que
conducen a plantearse numerosas preguntas:¿qué es esto?, ¿por qué es cómo es?, ¿por
qué ocurre?, ¿con qué se relaciona?

Las teorías tratan de dar respuesta a algunas de estas preguntas. Contribuyen a poner
en orden nuestras observaciones con objeto de explicar cómo están relacionadas. Sin
teorías, tendríamos, de hecho, una masa informe de datos y observaciones con muy escaso
sentido, sujetas a interpretaciones basadas en los sentimientos, en las creencias, o quizá
en el saber que deriva de la simple acumulación de experiencias.
La Figura 1.1., basada—con ligeras modificaciones— en el esquema propuesto por R.
G. Lipsey ensu Introducción a la Economía Positiva muestra el proceso que discurre
desde el planteamiento de unas hipótesis hasta la aceptación, rechazo o modificación de
una teoría.

Las teorías arrancan de la observación de unos hechos, o de una parte de ellos, que se
pretenden explicar. Pero para ser aceptadas requieren el respaldo de la evidencia. No basta
con que alguien afirme que el gasto de las familias cambia al aumentar su nivel de
ingresos. Hay que establecer unas hipótesis sobre el cómo y el porqué de esos cambios;
de ellas podrán deducirse unas implicaciones que deberán contrastarse de nuevo con la
realidad, con los hechos.

Si la evidencia alcanzada es nula o muy pequeña, el científico tendrá que aceptar la


imposibilidad de tomar una posición definida sobre el fenómeno estudiado. Si quiere
proseguir, o bien deberá replantearse las preguntas o hipótesis de las que había partido, o
bien tendrá que seguir buscando una evidencia suficiente para la teoría que había
propuesto y para su capacidad para predecir hechos observables aunque todavía
desconocidos.

La Biología, la Física o la Química tienen una clara ventaja sobre otras ciencias. A la
hora de probar algunas de las teorías que proponen, pueden acudir no sólo a registrar y
analizar los fenómenos o reacciones que intentan explicar, sino que el investigador puede
desarrollar experimentos controlados en un laboratorio, a pesar de que más tarde también
recurra a una contrastación empírica con datos o hechos tomados de la realidad. La
Economía, al igual que otras ciencias sociales y algunas que no lo son, no pueden utilizar
este tipo de apoyos para probar el valor de una teoría.

La evidencia que precisa debe buscarla en los hechos y datos del pasado, por muy
próximo que éste sea, o bien debe esperar a que el futuro le suministre las observaciones
necesarias para contrastar la teoría en cuestión. Entre tanto, y si no existe otra teoría
mejor, es posible que la comunidad científica o una parte de ella acepten dicha teoría
como una posible explicación de los hechos.

Sin embargo, en cualquier momento puede ser desechada de forma definitiva, ser
modificada a la luz de nuevas evidencias, o ser sustituida por otra que parece mejor. En
Economía es prácticamente imposible que los hechos aseguren a cualquier teoría una
evidencia del ciento por ciento. Es más, en la mayor parte de los casos los economistas
debemos conformarnos con un grado de certeza bastante reducido.

Cuando surge una teoría alternativa que parece capaz de explicar y, por tanto, de
predecir las consecuencias de los hechos o acciones que nos interesan con un mayor grado
de certeza, la teoría precedente suele abandonarse. Es posible, con todo, que este
abandono no sea ni total ni definitivo. En Economía estamos acostumbrados a ver cómo
se recuperan total o parcialmente viejas teorías, para intentar explicar los cambios
sobrevenidos o lo que se estima que son nuevos acontecimientos.

Sin embargo, la primera fue considerada por él como un medio para la acción y ambas
(ciencia y arte) formaban un todo: «entre el arte y la ciencia, en el campo del pensamiento
y de la acción, no hay un solo lugar que pertenezca a uno solo de ellos con exclusión del
otro.

En cualquier lugar en que se encuentre una parte de uno de ellos puede verse también
una parte del otro; cualquier lugar ocupado por la ciencia o por el arte está ocupado por
ambos: está ocupado por los dos en posesión conjunta...».

J. Stuart Mill (1806-1873) y Nassau Senior (1790-1864) afirmaron de forma algo más
contundente que otros autores contemporáneos la necesidad de separar la ciencia del arte
en Economía, entendiendo este último como la «aplicación» de las predicciones de la
ciencia, junto con los deseos sociales, para definir un cuerpo de reglas, una especie de
código de política económica.
Pero John Neville Keynes (1852-1949) es quien realmente suele considerarse como el
punto de arranque de la moderna demarcación del campo científico de la Economía. En
su obra The Scope and Method of Political Economy (1890), este autor propuso distinguir
claramente entre la Economía Política (Political Economy), considerada como ciencia
positiva (el estudio del «ser», del «cómo son» las cosas, de los hechos), y Economía
Aplicada (Applied Economy), el llamado «arte», que debía definirse como una rama de
la filosofía política y social interesada en las cuestiones económicas.

Entre ambas, J. N. Keynes sitúa otra división o territorio, al que hay que considerar
como una rama de «la Ética de la Economía Política », donde se combinan las funciones
del moralista y las del economista.

Un amplio número de las aportaciones sobre los aspectos metodológicos y


conceptuales de la Economía se fueron orientando posteriormente hacia una delimitación
cada vez más estricta de la Ciencia Económica. De hecho, ésta incluso acaba cambiando
su denominación tradicional Political Economy en favor de otra mucho más aséptica:
Economics, que parecía estar más en línea con otras denominaciones científicas y, sobre
todo, con las concepciones positivistas dominantes en las ciencias naturales.

La introducción de formalizaciones matemáticas, el deductivismo y un creciente


grado de abstracción tenderán así a consolidar un modo de hacer Economía que se
distancia con notable facilidad de la realidad inmediata, que busca generalizaciones y que
se aleja de los problemas que preocupan a los policymakers e incluso a los ciudadanos,
en general.

Lionel Robbins (1898-1984) radicalizó todavía más la necesidad de diferenciar entre


lo positivo y lo normativo a la hora de llevar a cabo investigaciones y estudios económicos
(en An Essay into the Nature and Significance of Economics, 1932). Para él, en pocas
palabras, el análisis económico debe prescindir de introducir juicios de valor.

Es decir, debe elaborarse como un proceso científico lógico, sin connotaciones éticas
o de valores morales, sino recurriendo a su comprobación empírica. Lo que ocurre en el
terreno normativo afirma es que los conceptos de teoría económica generalmente más
aplicables aparecen asociados a la distinción entre medios y fines y al problema de la
elección, implícito en el concepto de asignación de recursos escasos.
La distinción entre fines y medios es, por supuesto, relativa a las circunstancias lo que
son medios en un contexto pueden ser fines en otro, y viceversa, y además su ordenación
y el grado de preferencia por unos u otros implica siempre la introducción de
valoraciones. El debate sobre la necesaria separación entre lo positivo y lo normativo no
quedó, sin embargo, cerrado. Ni probablemente se cerrará nunca.

Una actitud neutral y objetiva es insostenible». Gunnar Myrdal, en sus escritos de


madurez, Paul Streeten, Colin Clark, P. T. Bauer, T.W. Hutchison,W. Leontieff y otros
muchos han acabado subrayando en fechas más cercanas a la época actual la dificultad
que supone separar lo positivo y lo normativo» en Economía.

El propio Lionel Robbins suavizó en parte su radical postura anterior sobre el tema en
la interesante lecture que pronunció en la 93 Conferencia Anual de la AEA, titulada
Economics and Political Economy, publicada más tarde en la American Economic
Review (mayo 1981, Papers and Proceedings, 93th. Annual Meeting). Y también Mark
Blaug ha destacado recientemente las dificultades que ofrece una estricta división entre
lo positivo y lo normativo.

Con carácter general, lo que actualmente se admite es que si bien las aportaciones
teóricas deben procurar mantenerse en el ámbito de lo positivo, la Economía aparece
como una ciencia con una doble vertiente. Por una parte, es inevitable que el propio
análisis teórico se vea impregnado en alguna medida de juicios y/o presupuestos de
partida que no pocas veces son ya discutibles, y por otra, es necesario que la política
cuente con una base analítica construida sólidamente a la hora de decidir qué tipo de
medidas de política económica sería más conveniente aplicar.

A partir del análisis económico y del estudio de los hechos económicos (Fig. 1.2), pero
adoptando un enfoque teleológico (es decir, orientado hacia unos objetivos o fines), el
economista debe poder construir recomendaciones que sean operativas, explicitando los
valores/preferencias que adopta, pero sin que ello signifique apartarse de las exigencias
de la Economía en cuanto ciencia empírica.

Bastantes de las técnicas disponibles (modelos econométricos, de decisión, etc.), e


incluso las aproximaciones hacia la «objetivación» de las decisiones frente a posibles
actuaciones alternativas (como los postulados de la Economía del Bienestar y sus
derivaciones más recientes en el campo de la evaluación de proyectos), no hacen sino
reforzar la idea de que el economista, la Ciencia Económica, no pueden dejar fuera de su
«campo científico problemático» los problemas y decisiones de política económica.

Como señaló un economista tan solvente y riguroso como Joseph.A. Schumpeter en


su Historia del Análisis Económico: «sería el colmo del absurdo... dejar de emprender
una tarea interesante por mero respeto a las cuestiones de fronteras..

La distinción entre lo positivo y lo normativo


En la literatura económica, como en las ciencias sociales en general, los términos
positivo y normativo tienen significados relativamente claros y, desde luego, bien
diferenciados. Con el primero se ha calificado la investigación, la ciencia, la teoría, etc.,
para referirse a cuestiones relacionadas con ideales, no concernientes con causas de
eficiencia, no críticas ni negativas, o a verdades probables. Por el contrario, el segundo
está relacionado con la prescripción del cómo deben ser las cosas, de cómo convendría
obrar, pensar o razonar.

Un resumen de las principales acepciones con las que se han usado estos términos
puede reflejarse en la siguiente relación, que, además, tiene la utilidad de presentar los
distintos términos de manera contrapuesta:
De la economía política al sistema de ciencias económicas. La especialización
científica como necesidad

El análisis histórico nos muestra que el proceso de separación de las ciencias sociales
en disciplinas particulares (Antropología, Economía, Demografía, Sociología, Ciencia
Política...) ha sido el resultado, por una parte, de la propia complejidad de los hechos
sociales, y por otra, de que los distintos enfoques metodológicos y las técnicas empleadas
para observar tales hechos conducen obligadamente a la especialización.

En el ámbito de la Economía también se ha producido un claro proceso de


especialización, que obliga a referirse actualmente a un Sistema de Ciencias Económicas,
que comprende un variado conjunto de disciplinas, más que a una Ciencia Económica
única. En último término, la Economía sigue siendo «una»; pero la diversidad de aspectos
que pueden ser «objeto» de análisis, unidos a los distintos métodos que cabe aplicar, así
como a la necesidad de subdivisión del trabajo científico, han desembocado en el fecundo
y quizás todavía incompleto conjunto de ramas con las que hoy contamos.

La Economía se ha convertido ya decía J.A. Schumpeter en 1954 en un gran autobús...


en el que viajan muchos pasajeros de inconmensurables intereses y habilidades, con
diversidad de disciplinas, stocks de conocimientos, información y técnicas.

La separación de la Economía Política tradicional en una serie de disciplinas más o


menos autónomas ha tenido a veces un componente ligado a lo que ha dado en llamarse
la «sociología del mundo científico», donde los distintos grupos de especialistas tienden
a constituirse en colectivos que intentan definir, con mejor o peor fortuna, las fronteras
de su especialidad. Pero en general, en nuestro caso, como en el de otras ciencias, la
especialización ha sido una necesidad, producto de la conveniencia científica, aunque
«quizás ello no sea una virtud», como señaló agudamente J. K. Galbraith, criticando a
falta de visión global de muchos economistas contemporáneos.

J. A. Schumpeter sitúa el inicio de la etapa moderna del desarrollo de la Economía


como ciencia en la escuela fisiocrática, que —como se sabe— tuvo una enorme influencia
en Adam Smith, considerado el padre de la Economía Política, que él todavía consideraba
como una rama de la Filosofía Moral.

Las aportaciones de A. Smith, D. Ricardo, R. Malthus y J. Stuart Mill, entre otros,


permitieron que la Economía Política reuniera en buena medida las condiciones que
Nagel establece para la existencia de una ciencia social: cierto grado de formalización,
búsqueda de leyes, universalidad de las leyes propuestas, explicación causal de los
hechos, contrastación de las hipótesis formuladas y capacidad de predicción.

Una vez desligada la Economía Política de la Filosofía y del tronco común de las
ciencias sociales, el avance científico fue convirtiéndola en un campo de conocimiento
cada vez más amplio, complejo y, sobre todo a partir de las aportaciones de los
marginalistas, cada vez más sistemático. Sin embargo, en el análisis de los problemas
económicos, siempre siguieron entrecruzándose gran cantidad de elementos teóricos,
históricos, estructurales, normativos, etc., que demandaban análisis cada vez más
diferenciados.

Esto ha desembocado en la aceptación de que los distintos problemas planteados a la


Economía como ciencia exigían su articulación en distintas disciplinas, todas ellas ligadas
por supuesto a un tronco común. De hecho, el propio desarrollo y aplicación de los tres
grandes enfoques metodológicos (inductivo, deductivo y sintético) y la diferenciación de
algunos «campos» específicos dentro de la Economía Política original han ido dando
lugar al nacimiento de un conjunto de disciplinas económicas especializadas. La lucha de
los métodos (Methodenstreit) que enfrentó a inductivistas y deductivistas en el último
tercio del siglo XIX no fue del todo inútil, en este sentido. Terminó con el reconocimiento
de la importancia de la Teoría Económica, abstracta y marcadamente deductiva, y
otorgando estatus científico a la Historia Económica.
Conclusiones

 Tras el análisis, podemos deducir que los términos positivo y normativo tienen
significados relativamente claros. Con el primero se ha calificado la investigación,
la ciencia y la teoría, para referirse a cuestiones relacionadas con ideales, no
concernientes con causas de eficiencia, no críticas ni negativas, o a verdades
probables. Por el contrario, el segundo está relacionado con la prescripción del
cómo deben ser las cosas, de cómo convendría obrar, pensar o razonar.

 Actualmente se admite que la economía es una ciencia en la que existe una


vertiente positiva y otra normativa, de difícil separación. los énfasis en una u otra
vertiente se pueden lograr en el proceso científico al adoptar actitudes de simple
búsqueda de leyes y elaboración de teorías, o actitudes de recomendación
política.

 Las cuales son muy importantes y razonable a la vez en nuestro diario vivir en
donde se puede aplicar de una u otra manera siempre y cuando tenga su
perspectiva normativa en un buen estado.
Bibliografía
Ormazabal, K. M. (2010). Dialnet-LaDisticionPositivonormativoEnJohnNevilleKeynes-
788033.pdf.

Ospina, A. G. (2011). Dialnet-LasVicisitudesDeLaEconomiaPositivaYLaEconomiaNorma-


4897720.pdf.
Anexos

Al momento de realizar el trabajo todos los integrantes del grupo, contribuimos en la


realización del mismo.

También podría gustarte