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Tema
Trabajo De Investigación
Integrantes
Carreño Ponce Beatriz Lilibeth
Demera Anchundia Karla Lisbeth
Montes Montes Fabiana Jamileth
Sánchez Tumbaco Ángel kleber
Zambrano Moreira Alejandro Emanuel
Asignatura:
Politica Economica ¨A¨
Docente:
Ec. Pablo Loor
Periodo académico
David Hume (1711-1780) figura casi siempre entre quienes primero defendieron la
necesidad de separar claramente el campo del «ser», es decir, de lo que es, del mundo del
«deber ser», equivalente a cómo se desea que las cosas sean o debieran ser. De hecho, la
llamada regla de Hume que implica la prohibición de discurrir directamente del ser al
deber ser se convirtió muy pronto en un punto de referencia para definir hasta dónde podía
y debía llegar el economista, o cualquier científico social, en sus afirmaciones, y cuál es
el terreno que es propio ya del «arte», de la política; es decir, el de las recomendaciones
o sugerencias prácticas, que sin duda están condicionadas por las preferencias y juicios
de valor de quien las ofrece y donde con frecuencia se mezclan ya diferentes
planteamientos ideológicos.
Es decir, en el campo de lo que puede ser opinable, puesto que con mucha frecuencia
se han mezclado ya juicios de valor derivados de las preferencias personales.
Bajo un prisma menos radical que David Hume, Jeremy Bentham (1748-1832)
formuló también la necesidad de diferenciar en Economía entre la ciencia y el arte.
El conocimiento científico es fáctico: parte de los hechos, los respeta hasta cierto
punto, y siempre vuelve a ellos. La ciencia intenta describir los hechos tal y como son,
independientemente de su valor emocional o comercial, pero, además, trasciende esos
hechos, trata de explicarlos. Los científicos—como señaló M. Bunge— «exprimen la
realidad a fin de ir más allá de las apariencias .Todo cuanto observamos en el mundo
constituye una secuencia de acontecimientos, de relaciones entre dos o más cosas, que
conducen a plantearse numerosas preguntas:¿qué es esto?, ¿por qué es cómo es?, ¿por
qué ocurre?, ¿con qué se relaciona?
Las teorías tratan de dar respuesta a algunas de estas preguntas. Contribuyen a poner
en orden nuestras observaciones con objeto de explicar cómo están relacionadas. Sin
teorías, tendríamos, de hecho, una masa informe de datos y observaciones con muy escaso
sentido, sujetas a interpretaciones basadas en los sentimientos, en las creencias, o quizá
en el saber que deriva de la simple acumulación de experiencias.
La Figura 1.1., basada—con ligeras modificaciones— en el esquema propuesto por R.
G. Lipsey ensu Introducción a la Economía Positiva muestra el proceso que discurre
desde el planteamiento de unas hipótesis hasta la aceptación, rechazo o modificación de
una teoría.
Las teorías arrancan de la observación de unos hechos, o de una parte de ellos, que se
pretenden explicar. Pero para ser aceptadas requieren el respaldo de la evidencia. No basta
con que alguien afirme que el gasto de las familias cambia al aumentar su nivel de
ingresos. Hay que establecer unas hipótesis sobre el cómo y el porqué de esos cambios;
de ellas podrán deducirse unas implicaciones que deberán contrastarse de nuevo con la
realidad, con los hechos.
La Biología, la Física o la Química tienen una clara ventaja sobre otras ciencias. A la
hora de probar algunas de las teorías que proponen, pueden acudir no sólo a registrar y
analizar los fenómenos o reacciones que intentan explicar, sino que el investigador puede
desarrollar experimentos controlados en un laboratorio, a pesar de que más tarde también
recurra a una contrastación empírica con datos o hechos tomados de la realidad. La
Economía, al igual que otras ciencias sociales y algunas que no lo son, no pueden utilizar
este tipo de apoyos para probar el valor de una teoría.
La evidencia que precisa debe buscarla en los hechos y datos del pasado, por muy
próximo que éste sea, o bien debe esperar a que el futuro le suministre las observaciones
necesarias para contrastar la teoría en cuestión. Entre tanto, y si no existe otra teoría
mejor, es posible que la comunidad científica o una parte de ella acepten dicha teoría
como una posible explicación de los hechos.
Sin embargo, en cualquier momento puede ser desechada de forma definitiva, ser
modificada a la luz de nuevas evidencias, o ser sustituida por otra que parece mejor. En
Economía es prácticamente imposible que los hechos aseguren a cualquier teoría una
evidencia del ciento por ciento. Es más, en la mayor parte de los casos los economistas
debemos conformarnos con un grado de certeza bastante reducido.
Cuando surge una teoría alternativa que parece capaz de explicar y, por tanto, de
predecir las consecuencias de los hechos o acciones que nos interesan con un mayor grado
de certeza, la teoría precedente suele abandonarse. Es posible, con todo, que este
abandono no sea ni total ni definitivo. En Economía estamos acostumbrados a ver cómo
se recuperan total o parcialmente viejas teorías, para intentar explicar los cambios
sobrevenidos o lo que se estima que son nuevos acontecimientos.
Sin embargo, la primera fue considerada por él como un medio para la acción y ambas
(ciencia y arte) formaban un todo: «entre el arte y la ciencia, en el campo del pensamiento
y de la acción, no hay un solo lugar que pertenezca a uno solo de ellos con exclusión del
otro.
En cualquier lugar en que se encuentre una parte de uno de ellos puede verse también
una parte del otro; cualquier lugar ocupado por la ciencia o por el arte está ocupado por
ambos: está ocupado por los dos en posesión conjunta...».
J. Stuart Mill (1806-1873) y Nassau Senior (1790-1864) afirmaron de forma algo más
contundente que otros autores contemporáneos la necesidad de separar la ciencia del arte
en Economía, entendiendo este último como la «aplicación» de las predicciones de la
ciencia, junto con los deseos sociales, para definir un cuerpo de reglas, una especie de
código de política económica.
Pero John Neville Keynes (1852-1949) es quien realmente suele considerarse como el
punto de arranque de la moderna demarcación del campo científico de la Economía. En
su obra The Scope and Method of Political Economy (1890), este autor propuso distinguir
claramente entre la Economía Política (Political Economy), considerada como ciencia
positiva (el estudio del «ser», del «cómo son» las cosas, de los hechos), y Economía
Aplicada (Applied Economy), el llamado «arte», que debía definirse como una rama de
la filosofía política y social interesada en las cuestiones económicas.
Entre ambas, J. N. Keynes sitúa otra división o territorio, al que hay que considerar
como una rama de «la Ética de la Economía Política », donde se combinan las funciones
del moralista y las del economista.
Es decir, debe elaborarse como un proceso científico lógico, sin connotaciones éticas
o de valores morales, sino recurriendo a su comprobación empírica. Lo que ocurre en el
terreno normativo afirma es que los conceptos de teoría económica generalmente más
aplicables aparecen asociados a la distinción entre medios y fines y al problema de la
elección, implícito en el concepto de asignación de recursos escasos.
La distinción entre fines y medios es, por supuesto, relativa a las circunstancias lo que
son medios en un contexto pueden ser fines en otro, y viceversa, y además su ordenación
y el grado de preferencia por unos u otros implica siempre la introducción de
valoraciones. El debate sobre la necesaria separación entre lo positivo y lo normativo no
quedó, sin embargo, cerrado. Ni probablemente se cerrará nunca.
El propio Lionel Robbins suavizó en parte su radical postura anterior sobre el tema en
la interesante lecture que pronunció en la 93 Conferencia Anual de la AEA, titulada
Economics and Political Economy, publicada más tarde en la American Economic
Review (mayo 1981, Papers and Proceedings, 93th. Annual Meeting). Y también Mark
Blaug ha destacado recientemente las dificultades que ofrece una estricta división entre
lo positivo y lo normativo.
Con carácter general, lo que actualmente se admite es que si bien las aportaciones
teóricas deben procurar mantenerse en el ámbito de lo positivo, la Economía aparece
como una ciencia con una doble vertiente. Por una parte, es inevitable que el propio
análisis teórico se vea impregnado en alguna medida de juicios y/o presupuestos de
partida que no pocas veces son ya discutibles, y por otra, es necesario que la política
cuente con una base analítica construida sólidamente a la hora de decidir qué tipo de
medidas de política económica sería más conveniente aplicar.
A partir del análisis económico y del estudio de los hechos económicos (Fig. 1.2), pero
adoptando un enfoque teleológico (es decir, orientado hacia unos objetivos o fines), el
economista debe poder construir recomendaciones que sean operativas, explicitando los
valores/preferencias que adopta, pero sin que ello signifique apartarse de las exigencias
de la Economía en cuanto ciencia empírica.
Un resumen de las principales acepciones con las que se han usado estos términos
puede reflejarse en la siguiente relación, que, además, tiene la utilidad de presentar los
distintos términos de manera contrapuesta:
De la economía política al sistema de ciencias económicas. La especialización
científica como necesidad
El análisis histórico nos muestra que el proceso de separación de las ciencias sociales
en disciplinas particulares (Antropología, Economía, Demografía, Sociología, Ciencia
Política...) ha sido el resultado, por una parte, de la propia complejidad de los hechos
sociales, y por otra, de que los distintos enfoques metodológicos y las técnicas empleadas
para observar tales hechos conducen obligadamente a la especialización.
Una vez desligada la Economía Política de la Filosofía y del tronco común de las
ciencias sociales, el avance científico fue convirtiéndola en un campo de conocimiento
cada vez más amplio, complejo y, sobre todo a partir de las aportaciones de los
marginalistas, cada vez más sistemático. Sin embargo, en el análisis de los problemas
económicos, siempre siguieron entrecruzándose gran cantidad de elementos teóricos,
históricos, estructurales, normativos, etc., que demandaban análisis cada vez más
diferenciados.
Tras el análisis, podemos deducir que los términos positivo y normativo tienen
significados relativamente claros. Con el primero se ha calificado la investigación,
la ciencia y la teoría, para referirse a cuestiones relacionadas con ideales, no
concernientes con causas de eficiencia, no críticas ni negativas, o a verdades
probables. Por el contrario, el segundo está relacionado con la prescripción del
cómo deben ser las cosas, de cómo convendría obrar, pensar o razonar.
Las cuales son muy importantes y razonable a la vez en nuestro diario vivir en
donde se puede aplicar de una u otra manera siempre y cuando tenga su
perspectiva normativa en un buen estado.
Bibliografía
Ormazabal, K. M. (2010). Dialnet-LaDisticionPositivonormativoEnJohnNevilleKeynes-
788033.pdf.