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El femicidio de Silvia Saravia seguido del suicidio de su esposo y

victimario Jorge Neuss reavivó a partir del 10 de octubre un tipo de suceso al


que los medios de comunicación y la opinión pública no son precisamente
indiferentes: los crímenes de mujeres de clase alta en barrios cerrados. Si
estadísticamente resultan excepcionales, los casos ocupan un lugar
prominente en la prensa y en las redes sociales y su repercusión suele dejar
en segundo plano cualquier otro problema de seguridad.
“El crimen del country” quedó establecido como un estereotipo
mediático después del asesinato de María Marta García Belsunce, el 27 de
octubre de 2002. La serie Carmel, estrenada durante noviembre en Netflix,
documentó entre otros aspectos la desmesurada cobertura del episodio, que
excedió incluso a la del juicio a las Juntas Militares, en 1985. “El country como
reducto inaccesible y asociado a una clase social genera cierta intriga
independientemente de que se trate de un femicidio o de un hecho clásico de
inseguridad”, afirma Esteban Zunino, profesor de la Universidad Nacional de
Cuyo e investigador del Conicet. “La conjunción entre lo vedado y el
protagonismo de las figuras o el entorno es un condimento para tener en
cuenta en el interés del público”, agrega el especialista.
Desde el caso García Belsunce a la actualidad, “hay un mínimo
corrimiento en cuanto a identificar los hechos como femicidios, aunque todavía
sigue siendo complicado plantearlo en ese sentido”, observa Mercedes
Calzado, profesora en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de
Buenos Aires y también investigadora del Conicet. La especulación sobre un
pacto suicida –un lugar común de la crónica, como el de los “crímenes
pasionales”- recorrió así las versiones iniciales del femicidio de Saravia.
El caso reciente actualiza circunstancias de los anteriores. El crimen
Saravia ocurrió en el mismo country de Pilar donde fue asesinada Claudia
Schaefer; el perfil de Neuss como empresario asociado con figuras mediáticas
recuerda al Fernando Farré; la actitud de la familia –la víctima fue inhumada
con su asesino- evocó reacciones de los García Belsunce.
“Fuimos Dinastía”, dice Horacio García Belsunce (h) en la serie de
Netflix, en relación al modo en que los entretelones de una familia que
ostentaba sus relaciones con el poder se volvieron de conocimiento público.
Aun de entrecasa y desaliñado, sin afeitar, el hermano de María Marta vuelve
a representar en el documental un personaje que causó rechazo y abonó las
sospechas sobre un encubrimiento. Por si hiciera falta, la serie da relieve a
nuevos personajes, como Inés Ongay, una amiga de la víctima, además de
reinstalar bajo una nueva luz a los ya conocidos Carlos Carrascosa, el viudo, o
el fiscal Diego Molina Pico, convertido en antagonista de los acusados.
“Estos femicidios de clase alta se narran como si fueran una novela de
la tarde. En el caso de Saravia aparece la necesidad de buscar los móviles
para que los espectadores entiendan qué pasó por la cabeza de una persona
que, para los medios, no cumple con los estereotipos de un asesino”, dice
Mercedes Calzado. La investigadora pone como ejemplo la sucesión de
entrevistas a Fernando Farré, que distintos canales de televisión emitieron en
horario central antes de que se conociera la sentencia por el femicidio de
Claudia Schaefer, en junio de 2017: “Los victimarios tienen rostro y en esos
rostros se buscan las explicaciones, como si tuvieran el derecho a ser
escuchados; en los hechos comunes de inseguridad los victimarios son en
cambio casi fantasmales, pocas veces conocemos sus nombres”.
Calzado destaca que en los crímenes de la clase alta “el nombre central
es para los medios el del victimario”, y de hecho el femicidio de Schaefer
queda borrado bajo la etiqueta del “caso Farré”, que dirige la mirada hacia el
ejecutivo que estuvo en contacto con el jet set internacional y terminó
condenado a reclusión perpetua. “Lo que está en juego es para los medios
entender los motivos de los victimarios, como si de alguna manera les quitaran
la responsabilidad de sus actos”, afirma.

Los sentidos en disputa


La inclusión del 144, la línea telefónica para denunciar violencia de
género, es de rigor en la información periodística, pero la perspectiva no es tan
clara en el tratamiento de los hechos. “Si bien últimamente se encuadran los
casos como violencia de género luego se recae en la revictimización,
empiezan las intrigas sobre qué habría provocado la muerte y qué habría
hecho la víctima y se lo cubre como un caso policial clásico”, dice Esteban
Zunino, que dirige el Observatorio de Medios de la Universidad Juan Agustín
Maza, en Mendoza.
La vida privada de Nora Dalmasso, víctima de otro femicidio mediático,
los celos que supuestamente pudo sentir el femicida Neuss dan cuenta de “la
sospecha sobre la víctima como una categoría todavía central”, destaca
Zunino. Los prejuicios naturalizados por la rutina circulan como parte de un
sentido común: “Cuando uno dice «la mató porque tenía un amante» está
asumiendo el crimen como una posibilidad en ciertas condiciones en lugar de
explicar cómo opera culturalmente el patriarcado para que alguien se sienta
habilitado para matar a otra persona”.
La discusión sobre el crimen de García Belsunce se renueva con la
serie televisiva y el anuncio del juicio próximo al ex vecino Nicolás Pachelo y
dos vigiladores del country Carmel. “Un femicidio, cuando sucede en un
country, tiene una cobertura mediática desmedida; si ocurre en un barrio
popular aparece apenas en un recuadro, si es que aparece –continúa Zunino-.
También hay que relacionarlo con demandas de las audiencias. Hay un
componente morboso en el público que consume esas notas; si no, se explica
que sean tantas”. En esa línea, “la hiper visibilización de los sectores medios y
altos como víctimas invisibiliza al mismo tiempo a los sectores populares que
por lo general, cuando uno analiza las estadísticas, son los más vulnerables a
todo tipo de delitos”.
La idea de que cualquiera está expuesto al delito y la discriminación de
barrios más peligrosos que otros en las grandes ciudades son básicas en “el
dramatismo de la inseguridad”, según lo define Mercedes Calzado. El uso
generalizado de cámaras de seguridad y la proliferación de registros visuales
tienen un efecto paradójico: “el peligro termina por estar todavía más presente
por el regodeo de los medios y la regeneración constante de las imágenes”,
dice la investigadora.
“Las coberturas tanto de violencia de género como de inseguridad
construyen una víctima de clase media y urbana –afirma Zunino-. En los
barrios populares es habitual que haya robos y tiroteos y que no entre la
policía, pero eso no es noticia. La víctima está asociada al buen ciudadano, a
una idea de gentismo, la gente como merecedora de seguridad y a los
sectores populares como victimarios, porque esa es la contracara. El
estereotipo del delincuente es el joven varón de barrios populares”.
Para Mercedes Calzado, “es importante ver las noticias sobre crímenes
en countries como parte de las disputas discursivas en torno a qué significa la
inseguridad y qué significa el crimen de una mujer en un sector social o en
otro”. También están en juego los recortes que se hacen sobre los temas de
interés público: 227 mujeres fueron víctimas de femicidios entre enero y
octubre de 2020, según el Registro Nacional del Observatorio Mumalá, y ese
notorio incremento de la violencia machista parece desplazado por el interés
ante los crímenes en countries.
Osvaldo Aguirre

Recuadro
Pensar lo inexplicable

“Hay un intento de los espectadores, de las audiencias, de poder


entender el sentido de la muerte y de la vida, el sentido de los vínculos
sociales, del Estado, que están presentes en los crímenes de clase alta y los
hechos de inseguridad, amén de que las noticias policiales en general generan
un lazo de comunicación entre las personas”, dice Mercedes Calzado, autora
del libro Inseguros, el rol de los medios y la respuesta política frente a la
violencia, de Blumberg a hoy (2015). Ante ese tipo de episodios no existiría la
división del público: “Si desde la política, hablando en una mesa, puede haber
un momento de tensión, discutiendo sobre el caso del country posiblemente
estén todos de acuerdo en que es algo horrendo y la conversación se va a
mantener con más facilidad. La noticia de inseguridad atraviesa sectores
sociales, ideologías, géneros, es algo que de alguna manera parece importar a
todos y a todas”.
El interés popular sobre los hechos de sangre –como dicen las crónicas-
puede tener incluso razones más profundas, según Calzado. “La violencia en
sí misma es difícil de explicar, y este tipo de noticias genera hipótesis respecto
de por qué pasan las cosas que pasan y nos hacen pensar en lo inexplicable,
o al menos nos hacen preguntar sobre lo inexplicable. Algo de eso está
presente no solo en el consumo de crónicas policiales sino en todo el consumo
de ficción vinculado al crimen”.

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