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El Ofertori

Hace unas semanas hablábamos del signi cado de algunos gestos


en la Santa Misa. Pues hay un gesto que hacemos en la Santa Mia
que está también lleno de signi cado y que recoge con mucha
fuerza el sentido de la participación nuestra en la Santa Misa. De
hecho en muchos sitios y algunas veces, esta presentación se
realiza a cámara lenta: se van acercando los eles al altar y allí sale
el sacerdote a recoger las ofrendas que coloca él sobre el altar.Es
un momento de cánticos que hablan de esta presentación. (Se
pueden cantar con ellas algunas canciones).
En esta presentación que es recogida por el sacerdote para llevarla
al altar, todos nosotros presentamos el Pan y el Vino, que son
frutos de la tierra y del trabajo de los hombres.
El pan que proviene del trigo y el vino que se ha obtenido también
de la uva que se ha pisado y fermentando para dar el vino, nos
recuerdan el sacri cio de estas dos substancias naturales donde
han colaborado tanto el hombre como Dios: Dios nos lo ha dado y
el hombre los ha trabajado. (Es un símbolo de lo que va a ocurrir
en la Misa donde queremos también unirnos al sacri co de Jesús
con el nuestro)
Pues bien, detrás de este llevar al altar las ofrendas del pan y el
vino por parte del sacerdote se recoge también la necesidad de
participar de todo lo nuestro, para que sean "mezclados" con el
Sacri cio de Cristo que tendrá lugar más adelante.
De hecho el sacerdote después de presentar el Pan y el Vino, se
lava las manos porque se da cuenta que ahora es el turno de Dios,
de su sacri cio, y quiere estar presente en él con las manos
limpias.
S.- Orad hermanos para que este sacri co, mío y vuestro, sea
agradable a Dios Padre Todopoderoso.
F.- El Señor reciba de tus manos este sacri cio para alabanza y
Gloria de su nombre, para nuestro bien, y el de toda su Santa
Iglesia.
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Por eso, es un buen momento para hacer un nuevo ofrecimiento
de todo lo nuestro (nuestro día, nuestro trabajo, nuestras clases,
nuestras amistades) a Dios que presentamos ante el altar en ese
momento.
Al poner en la patena y en el cáliz nuestras acciones, no nos
limitamos a colocarlas al lado o junto a la materia de la Eucaristía,
como algo distinto y separado. En ese caso, nuestra aportación
tendría poco valor. Lo importante no es lo que llevamos nosotros
sino lo que lleva Jesús. Jesucristo asume nuestra ofrenda y la lleva
a Dios Padre junto con su sacri cio de amor en la Cruz.
Aunque es un momento en el que estamos sentados, es el
momento en el que debemos estar más activos. Participar con
todo lo nuestro, para así estar más unidos al sacri cio que Jesús va
a realizar en la Cruz.
Las niñas acaban de ver la película del Gran Milagro. Esa películas
está basada en unas revelaciones de la Virgen a una Santa sobre lo
que sucede realmente en la Santa Misa aunque nosotros no lo
veamos. En el momento del ofertorio le sucedió lo siguiente dicho
por sus propias palabras:
Hay una santa que recibe unas revelaciones durante la Santa Misa,
y la Virgen María le fue explicando el signi cado y lo que
realmente ocurría en esos momentos en el Cielo. En el ofertorio le
dijo así:
Un momento después llegó el Ofertorio y la Santísima Virgen dijo
“Reza así: ( y yo la seguía) Señor, te ofrezco todo lo que soy, lo
que tengo, lo que puedo, todo lo pongo en Tus manos. Edi ca
Tú, Señor con lo poco que soy. Por los méritos de Tu Hijo,
transfórmame, Dios Altísimo. Te pido por mi familia, por mis
bienhechores, por cada miembro de nuestra Iglesia, por todas
las personas que nos combaten, por aquellos que se
encomiendan a mis pobres oraciones... Enséñame a poner mi
corazón en el suelo para que su caminar sea menos duro. Así
oraban los santos, así quiero que lo hagan”.

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Y es que así lo pide Jesús, que pongamos el corazón en el suelo
para que ellos no sientan la dureza, sino que los aliviemos con el
dolor de aquel pisotón. Años después leí un librito de oraciones
de un Santo al que quiero mucho: José María Escrivá de Balaguer y
allá pude encontrar una oración parecida a la que me enseñaba la
Virgen. Tal vez este Santo a quien me encomiendo, agradaba a la
Virgen Santísima con aquellas oraciones.
De pronto empezaron a ponerse de pie unas guras que no había
visto antes. Era como si del lado de cada persona que estaba en la
Catedral, saliera otra persona y aquello se llenó de unos
personajes jóvenes, hermosos. Iban vestidos con túnicas muy
blancas y fueron saliendo hasta el pasillo central dirigiéndose
hacia el Altar.
Dijo nuestra Madre: “Observa, son los Ángeles de la Guarda de
cada una de las personas que está aquí. Es el momento en que su
Ángel de la Guarda lleva sus ofrendas y peticiones ante el Altar
del Señor”
En aquel momento, estaba completamente asombrada, porque
esos seres tenían rostros tan hermosos, tan radiantes como no
puede uno imaginarse. Lucían unos rostros muy bellos, casi
femeninos, sin embargo la complexión de su cuerpo, sus manos,
su estatura era de hombre. Los pies desnudos no pisaban el suelo,
sino que iban como deslizándose, como resbalando. Aquella
procesión era muy hermosa.
Algunos de ellos tenían como una fuente de oro con algo que brillaba
mucho con una luz blanca-dorada, dijo la Virgen: -“Son los Ángeles
de la Guarda de las personas que están ofreciendo esta Santa
Misa por muchas intenciones, aquellas personas que están
conscientes de lo que signi ca esta celebración, aquellas que
tienen algo que ofrecer al Señor...”
“Ofrezcan en este momento..., ofrezcan sus penas, sus dolores, sus
ilusiones, sus tristezas, sus alegrías, sus peticiones. Recuerden que
la Misa tiene un valor in nito por lo tanto, sean generosos en
ofrecer y en pedir.”

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Detrás de los primeros Ángeles venían otros que no tenían nada en las
manos, las llevaban vacías. Dijo la Virgen: -“Son los Ángeles de las
personas que están aquí, pero no ofrecen nunca nada, que no
tienen interés en vivir cada momento litúrgico de la Misa y no
tienen ofrecimientos que llevar ante el Altar del Señor.”
En último lugar iban otros Ángeles que estaban medio tristones, con
las manos juntas en oración pero con la mirada baja. -“Son los
Ángeles de la Guarda de las personas que estando aquí, no
están, es decir de las personas que han venido forzadas, que han
ve- nido por compromiso, pero sin ningún deseo de participar
de la Santa Misa y los Ángeles van tristes porque no tienen qué
llevar ante el Altar, salvo sus propias oraciones”.
“No entristezcan a su Ángel de la Guarda.... Pidan mucho, pidan
por la conversión de los pecadores, por la paz del mundo, por sus
familiares, sus vecinos, por quienes se encomiendan a sus
oraciones. Pidan, pidan mucho, pero no sólo por ustedes, sino por
los demás.”
“Recuerden que el ofrecimiento que más agrada al Señor es
cuando se ofrecen ustedes mismos como holocausto, para que
Jesús, al bajar, los transforme por Sus propios méritos. ¿Qué
tienen que ofrecer al Padre por sí mismos? La nada y el pecado,
pero al ofrecerse unidos a los méritos de Jesús, aquel ofrecimiento
es grato al Padre.”
Aquel espectáculo, aquella procesión era tan hermosa que
difícilmente podría compararse a otra. Todas aquellas criaturas
celestiales haciendo una reverencia ante el Altar, unas dejando su
ofrenda en el suelo, otras postrándose de rodillas con la frente casi
en el suelo y luego que llegaban allá desaparecían de mi vista.
Por último podemos contarles este cuento a las niñas:
Un día un pobre hombre que vivía en la miseria y mendigaba de
puerta en puerta, vio un carro de oro que entraba en el pueblo
llevando un rey sonriente y radiante.
El pobre se dijo de inmediato:

– Se ha acabado mi sufrimiento, se ha acabado mi vida de pobre.


Este rey de rostro dorado ha venido aquí por mí. Me cubrirá de
migajas de su riqueza y viviré tranquilo.
En efecto, el rey, como si hubiese venido a ver al pobre hombre,
hizo detener el carro a su lado. El mendigo, que se había postrado
en el suelo, se levantó y miró al rey, convencido de que había
llegado la hora de su suerte. Entonces el rey extendió su mano
hacia el pobre hombre y dijo:
– ¿Qué tienes para darme?
El pobre, muy desilusionado y sorprendido, no supo que decir.
– ¿Es un juego lo que el rey me propone? ¿Se burla de mí? – se
dijo.
Entonces, al ver la persistente sonrisa del rey, su luminosa mirada
y su mano tendida, el pobre metió su mano en la alforja, que
contenía unos puñados de arroz. Cogió un grano de arroz, uno
solo y se lo dio al rey, que le dio las gracias y se fue enseguida,
llevado por unos caballos sorprendentemente rápidos.
Al nal del día, al vaciar su alforja, el pobre encontró un grano de
oro. Se puso a llorar diciendo:
– ¡Qué estúpido que fui, por qué no le habré dado todo mi arroz!
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