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en mi cuerpo y también sin sombra de temor. Louise N.
está ahí y hace el trabajo conmigo. La pelvis ha sido evis-
cerada, y se ve ora su lado superior, ora su lado inferior,
ambos mezclados. Pueden verse espesas protuberancias de
color carne (frente a las cuales pienso, todavía en el sueño,
en hemorroides). También debió limpiársele cuidadosamen-
te algo que había encima y que parecía papel de estaño arru-
gado.'''' Después estaba de nuevo en posesión de mis piernas
c iba de paseo por la ciudad, pero (porque estaba cansado)
tomé un coche. El coche me llevó, para mi asombro, a tra-
vés de los portales de una casa que se abrieron y lo dejaron
pasar por un corredor que, desfondado al final, conducía
otra vez al aire libre:''^ Finalmente deambulaba yo con un
guía alpino, que llevaba mis cosas, por cambiantes paisajes.
Un trecho me cargó también a mi, por consideración a mis
cansadas piernas. El suelo era cenagoso; marchábamos por
el borde; había gente sentada en el suelo, entre ella una mu-
chacha; eran como indios o como gitanos. Antes había yo
avanzado por ese suelo resbaladizo, asombrándome siempre
de que pudiera hacerlo tan bien después del preparado. Por
fin llegamos a una pequeña cabana de madera que remataba
en una ventana abierta. Allí el guía me depositó, y puso so-
bre el alféizar dos tablones de madera ya dispuestos de ma-
nera de echar un puente sobre el abismo que debía salvarse
desde la ventana. Entonces sentí real angustia por mis pier-
nas. Pero en lugar del esperado pasaje vi a dos hombres
adultos que yacían sobre bancos de madera adosados a las
paredes de la cabana, y como a dos niños que dormían junto
a ellos. Como si no fuesen los tablones, sino los niños, los
destinados a posibilitar el pasaje. Desperté despavorido.
A quien alguna vez se haya formado una impresión exac-
ta de la vastedad de la condensación onírica le será fácil
imaginar qué gran cantidad de páginas exigiría el análisis
detallado de este sueño. Pero, para alivio de nuestra ilación,
sólo lo tomo aquí como ejemplo del asombro experimentado
en sueños, que en este caso se da a conocer por la interca-
lación «cosa bastante rara». Paso a considerar la ocasión
del sueño. Fue la visita de esa dama Louise N. que también
en el sueño asiste al trabajo. «Préstame algo para leer». Le
ofrezco She {Ella}, de Rider Haggard. «Un libro raro, pero
lleno de un sentido oculto —así empiezo a exponerle—; el
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eterno femenino, lo imperecedero de nuestros afectos». En-
tonces ella me interrumpió: «A eso ya lo conozco. ¿No tie-
nes nada tuyo?». «No, mis obras imperecederas todavía no
fueron escritas». «Y entonces, ¿cuándo aparecen tus sedi-
centes "últimos esclarecimientos" que, como has prometido,
serán legibles también por nosotros?», me pregunta, algo
mordaz. Ahora reparo en que es otro el que habla por su
boca, y callo. Pienso en el triunfo que me cuesta dar a
publicidad aunque sólo sea el trabajo sobre el sueño, en el
que tanto de mi intimidad debí revelar.
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de esa índole ha estado activa en los pensamientos oníri-
cos. La cabana de madera es con seguridad el sarcófago, la
tumba. Pero en la figuración de este, el menos deseado de
todos los pensamientos, el trabajo del sueño consumó su
obra maestra mediante un cumplimiento de deseo. En efec-
to, ya una vez había estado en una tumba, pero fue en Or-
vieto, en una tumba etrusca exhumada, una cámara estrecha
con dos bancos de piedra adosados a las paredes, sobre los
cuales yacían los esqueletos de dos adultos. Y el interior de
la cabana de madera muestra en el sueño ese mismo aspecto,
sólo que la piedra fue sustituida por madera. El sueño pa-
rece decir: «Si es que ya has de descender a la tumba, que
sea a una tumba etrusca», y con esta voltereta muda la más
triste de las expectativas en una expectativa deseada.''"' Por
desgracia él puede, como pronto sabremos [cf. págs. 458
y sigs.], trastornar hacia lo contrario- solamente la repre-
sentación que acompaña al afecto, pero no siempre al afecto
mismo. Por eso me despierto despavorido después que se
conquistó una figuración la idea de que quizá los niños al-
canzarán lo que al padre le fue denegado, una nueva alusión
a la rara novela en que la identidad de una persona es con-
servada a través de un sucederse de generaciones que abarca
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