Está en la página 1de 4

los pensamientos oníricos.

Es como si en una ecuación alge-


braica apareciesen, además de los números, signos de suma
y resta, de potenciación y radicación, y alguien, copián-
dola sin comprenderla, volcara en su copia tanto los signos
de las operaciones cuanto los números, pero mezclándolos
sin concierto. Aquellos dos argumentos [los del contenido
del sueño] admiten que se los reconduzca al siguiente ma-
terial. Me resulta penoso pensar que muchas de las premi-
sas que yo pongo en la base de mi resolución psicológica
de las psiconeurosis han de provocar, cuando se las conozca
por primera vez, incredulidad y burla. Así, debo aseverar
que ya impresiones del segundo año de vida, y a veces del
primero, dejan una huella permanente en la vida mental del
que después enferma y —aunque muchas veces deformadas
y exageradas por el recuerdo— pueden constituir el funda-
mento primero y básico de un síntoma histérico. Ciertos
pacientes a quienes enfrento con esto en el momento ade-
cuado suelen parodiar el esclarecimiento que así acaban de
adquirir diciendo que están dispuestos a rastrear recuerdos
del tiempo en que aún no habían nacido. Y temo con fun-
damento que parecida acogida ha de tener el descubrimien-
to del insospechado papel que desempeña el padre respecto
de las más tempraníis mociones sexuales en el caso de cier-
tas enfermas mujeres. (Cf. la consideración sobre esto en [4]
págs. 266-7.) y, no obstante, según mi bien fundada con-
vicción, ambas cosas son verdaderas. En refuerzo de lo di-
cho quiero aducir ejemplos en que un niño pierde a su pa-
dre a edad muy temprana, y después ciertos sucesos de
otro modo inexplicables demuestran que conservó, incon-
cientes, recuerdos de la persona desaparecida tan pronto para
él. Sé que mis dos aseveraciones descansan en conclusiones
cuya validez se objetará. Es, por tanto, un logro del cumpli-
miento de deseo el que precisamente el material de estas
conclusiones, cuyo rechazo me temo, sea usado por el tra-
bajo del sueño para producir conclusiones irrefutables.

VII

En un sueño del que hasta ahora sólo me he ocupado tan-


gencialmente [cf. pág. 414] se expresa con nitidez, al co-
mienzo, el asombro por el tema emergente:
El viejo Brücke ha de haberme encargado alguna tarea;
COSA BASTANTE RARA, se refería a un preparado de la parte
inferior de mi propio cuerpo, piernas y pelvis, que yo veo
frente a mí en la sala de disección, pero sin sentir su falta

450
en mi cuerpo y también sin sombra de temor. Louise N.
está ahí y hace el trabajo conmigo. La pelvis ha sido evis-
cerada, y se ve ora su lado superior, ora su lado inferior,
ambos mezclados. Pueden verse espesas protuberancias de
color carne (frente a las cuales pienso, todavía en el sueño,
en hemorroides). También debió limpiársele cuidadosamen-
te algo que había encima y que parecía papel de estaño arru-
gado.'''' Después estaba de nuevo en posesión de mis piernas
c iba de paseo por la ciudad, pero (porque estaba cansado)
tomé un coche. El coche me llevó, para mi asombro, a tra-
vés de los portales de una casa que se abrieron y lo dejaron
pasar por un corredor que, desfondado al final, conducía
otra vez al aire libre:''^ Finalmente deambulaba yo con un
guía alpino, que llevaba mis cosas, por cambiantes paisajes.
Un trecho me cargó también a mi, por consideración a mis
cansadas piernas. El suelo era cenagoso; marchábamos por
el borde; había gente sentada en el suelo, entre ella una mu-
chacha; eran como indios o como gitanos. Antes había yo
avanzado por ese suelo resbaladizo, asombrándome siempre
de que pudiera hacerlo tan bien después del preparado. Por
fin llegamos a una pequeña cabana de madera que remataba
en una ventana abierta. Allí el guía me depositó, y puso so-
bre el alféizar dos tablones de madera ya dispuestos de ma-
nera de echar un puente sobre el abismo que debía salvarse
desde la ventana. Entonces sentí real angustia por mis pier-
nas. Pero en lugar del esperado pasaje vi a dos hombres
adultos que yacían sobre bancos de madera adosados a las
paredes de la cabana, y como a dos niños que dormían junto
a ellos. Como si no fuesen los tablones, sino los niños, los
destinados a posibilitar el pasaje. Desperté despavorido.
A quien alguna vez se haya formado una impresión exac-
ta de la vastedad de la condensación onírica le será fácil
imaginar qué gran cantidad de páginas exigiría el análisis
detallado de este sueño. Pero, para alivio de nuestra ilación,
sólo lo tomo aquí como ejemplo del asombro experimentado
en sueños, que en este caso se da a conocer por la interca-
lación «cosa bastante rara». Paso a considerar la ocasión
del sueño. Fue la visita de esa dama Louise N. que también
en el sueño asiste al trabajo. «Préstame algo para leer». Le
ofrezco She {Ella}, de Rider Haggard. «Un libro raro, pero
lleno de un sentido oculto —así empiezo a exponerle—; el

•''••' «Slanniol», una alusión al libro de Stannius sobre el sistema


nervioso de los peces. (Cf. loe. cit.)
30 El lugar del corredor de mi casa donde se guardaban los co-
checitos de los niños de sus moradores; pero, por lo demás, sobre-
determinado de manera múltiple.]

451
eterno femenino, lo imperecedero de nuestros afectos». En-
tonces ella me interrumpió: «A eso ya lo conozco. ¿No tie-
nes nada tuyo?». «No, mis obras imperecederas todavía no
fueron escritas». «Y entonces, ¿cuándo aparecen tus sedi-
centes "últimos esclarecimientos" que, como has prometido,
serán legibles también por nosotros?», me pregunta, algo
mordaz. Ahora reparo en que es otro el que habla por su
boca, y callo. Pienso en el triunfo que me cuesta dar a
publicidad aunque sólo sea el trabajo sobre el sueño, en el
que tanto de mi intimidad debí revelar.

«Lo mejor que alcanzas a saber


no puedes decirlo a los muchachos»."'*'

El preparado con mi propio cuerpo, que en el sueño me


encargan, es por tanto el autoanálisis^^ ligado con la comu-
nicación de Jos sueños. El viejo Brücke aparece aquí a justo
título; ya en esos primeros años de trabajo científico ocu-
rrió que yo dejé estar un descubrimiento hasta que una
orden enérgica de él me forzó a publicarlo. Pero los otros
pensamientos que se devanan desde el coloquio con Louise
N. muerden demasiado en lo hondo pata que puedan ha-
cerse concientes; experimentan un desvío por el material que
se evocó colatetalmente en mí merced a la mención de She,
de Rider Haggard. Sobre este libro, y sobre otro del mismo
autor, Heart of the World {Corazón del mundo}, recae el
juicio «bastante raro», y numerosos elementos del sueño es-
tán tomados de ambas novelas fantásticas. El suelo cenagoso
por el cual uno es cargado, el abismo que debe salvarse
mediante los tablones allí tendidos, provienen de She; los
indios, la muchacha y la cabana de madera, de Heart of the
World. En las dos novelas una mujer es la guía, y en ambas
se trata de expediciones peligrosas; en She, de un atrevido
viaje a lo no descubierto, a lo jamás hollado. Las cansadas
piernas han sido, según caigo en la cuenta a raíz del sueño,
una sensación real de aquellos días. Probablemente respondía
a ellas mi fatigado talante y la pregunta dubitativa: «¿Por
cuánto tiempo más habrán de sostenerme mis piernas?». En
She, la aventura termina así; la guía, en lugar de conquistar
la inmortalidad para sí y para los otros, halla la muerte en
el misterioso fuego central. Es innegable que una angustia

••'" [Cf. supra, 4, pág. 160«.]


38 [El autoanálisis de Freud durante los años previos a la publi-
cación de este libro es uno de los temas de su correspondencia con
Fliess (Freud, 1950Í7). Véase la parte III de la «Introducción» de
Kris a dicha correspondencia.]

452
de esa índole ha estado activa en los pensamientos oníri-
cos. La cabana de madera es con seguridad el sarcófago, la
tumba. Pero en la figuración de este, el menos deseado de
todos los pensamientos, el trabajo del sueño consumó su
obra maestra mediante un cumplimiento de deseo. En efec-
to, ya una vez había estado en una tumba, pero fue en Or-
vieto, en una tumba etrusca exhumada, una cámara estrecha
con dos bancos de piedra adosados a las paredes, sobre los
cuales yacían los esqueletos de dos adultos. Y el interior de
la cabana de madera muestra en el sueño ese mismo aspecto,
sólo que la piedra fue sustituida por madera. El sueño pa-
rece decir: «Si es que ya has de descender a la tumba, que
sea a una tumba etrusca», y con esta voltereta muda la más
triste de las expectativas en una expectativa deseada.''"' Por
desgracia él puede, como pronto sabremos [cf. págs. 458
y sigs.], trastornar hacia lo contrario- solamente la repre-
sentación que acompaña al afecto, pero no siempre al afecto
mismo. Por eso me despierto despavorido después que se
conquistó una figuración la idea de que quizá los niños al-
canzarán lo que al padre le fue denegado, una nueva alusión
a la rara novela en que la identidad de una persona es con-
servada a través de un sucederse de generaciones que abarca

VIII

En la trama de otro sueño se encuentra también una ex-


presión de asombro por lo vivenciado en él, pero anudada
a un intento de explicación tan llamativo, tan rebuscado y
casi brillante, que ya por eso solo me vería obligado a so-
meter todo el sueño al análisis, aunque no poseyera además
otros dos polos para nuestro interés. La noche del 18 al 19
de julio viajo por la línea ferroviaria del Sur, y oigo, dor-
mido, que anuncian: «Hollthurn,'^^ diez minutos». Ensegui-
da pienso en las holoturias —un museo de historia natu-
ral—, y que es este un lugar donde hombres valerosos han
combatido sin éxito contra las fuerzas superiores de su se-
ñor feudal. ¡Ah, la Contrarreforma en Austria! Como si fue-

^^ [Este detalle se utiliza como ejemplo en El porvenir de una


ili'sión (Freud, 1927Í:), AE, 31, pág. 17,]
••• {Verkehrung ins Gegenteil; vale decir, lo que era temor se con-
vierte en deseo (inversión), y pasa a ser agente lo que antes era
paciente (yo bajo a la tumííji, no me bajan a ella).}
•"' [Este sueño es objeto de ulterior análisis infra, págs. 474-5.]
-•1 [No es el nombre de ningún lugar real,]

45 ^í

También podría gustarte