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I Ensoñaciones
“Ese hombre no sabrá que otros dos soñaron, quizá la serie de los sueños no tenga fin,
quizá la clave está en el último”
Un día esa fascinación superó el umbral de la razón y luego de leer un cuento maravilloso,
las ruinas circulares y quedar de cara de nuevo al mismo embrollo metafísico, que Borges
había imbuido en mi conciencia, y que intentaba ligarlo a la realidad, pero mi obcecada
razón rechazaba cualquier similitud de la realidad con ese cuento. En cambio, mi alma
delirante, rebosada de utopía e irracionalidad, meditaba y hacia cuestionamientos que hasta
para mí mismo me resultaban una locura. Soñar un hombre, imponerlo a la realidad, y
darnos cuenta de que tal vez nosotros somos el sueño de otro hombre. ¡Que humillación
incomparable, qué vértigo!
Por una u otra razón no dejé de cavilar sobre ello, intenté preguntarles a mis semejantes,
que pensaban de la posibilidad de que fuéramos un sueño, pero nadie me entendía, hasta mi
madre acostumbrada a mis preguntas extrañas, me miro con cara de: “este enloqueció por
completo”. Decepcionado, me recosté en el suelo de mi habitación, en el frio suelo, para
calmar mi ser ansioso que creía estar cerca de algo, ¿pero de qué? no lo sé, pero buscaba
algo y sabía que estaba cerca.
Tomé una siesta, y nada más abrir mis ojos, surgió la pregunta en modo de respuesta, y
¿por qué no soñar y emular al hombre gris de las ruinas circulares? ¡si! eso era, soñaría a un
hombre y lo impondría a la realidad. ¿Pero a quien soñaría? Y la respuesta fue inmediata:
—Demasiadas expectativas para algo que está en el campo de lo imposible, ¿no lo crees?
—Me susurró algo dentro de mi cabeza.
—Y ¿cuál sería el derrotero a seguir para lograr ese sueño?— Antes de empezar a idear
todo lo necesario, hice una pausa y reflexioné:
—¡Estoy loco!. Bah, pero no importa, al fin y al cabo, como leí alguna vez en un artículo
sobre esos viejos filósofos griegos, “si hemos de morir ¿cómo hemos de vivir?”. Y ser
normal es demasiado aburrido y bueno, si todo sale bien creo que habré descifrado en parte
la intriga más grande que ha mantenido la humanidad desde su génesis. Sí, definitivamente
enloqueceré aún más. ¡Pero valdrá la pena!
Me lancé a sus libros para ahondar más en esta posible teoría que quería poner a prueba y
me encontré con cosas extraordinarias como:
Pero todo esto ocurre en esta suerte Los guarda en ese círculo vedado
Estaba decidido, rompería las leyes del espacio-tiempo. Pero no lo haría con un acelerador
de partículas, o una máquina del tiempo, no,no, lo haría ¡con las palabras! ¡con la literatura!
Sí, me serviría del arte, esa suerte de rostro que a veces en las tardes nos mira desde el
fondo de un espejo, el arte debe ser ese espejo que nos revela nuestra propia cara. Ese don
divino que los dioses nos dieron, o que a lo mejor fue el hurto de un dios benévolo como
Prometeo que robó el fuego del olimpo y lo dio a los humanos. Así este misterioso dios
robó el arte y sus infinitas expresiones y nos la obsequio, quien sabe que castigo cruel el
tonante Zeus le habrá colocado.
Y de nuevo otra voz en mi cabeza, era uno de mis tantos “yo”, y me dijo algo así como:
Sí, es curioso escuchar mi propio sarcasmo en contra mía, es gracioso, pero creo que puede
ser hiriente algunas veces, —dejaré de usarlo tan a menudo—
“todos los hombres que repiten una línea de Shakespeare, son William Shakespeare”
Y así empecé a maquinar mi utopía, mi locura, repetiría el mismo acto de aquel hombre gris
de las ruinas circulares. Soñar a un ser humano, pero no a cualquiera, soñaría a Borges,
como para añadirle otra pisca de imposible a mi utopía.
Me lancé exultante a estudiar sus obras, para que cuando lo soñara fuera idéntico en su
aspecto exterior e interior. Aunque he visto que la reproducción de algo, por idéntico que
sea, algo cambia, tanto en su forma como en su esencia, pero bueno, supongo que el único
que podría hacerlo a la perfección una vez más, sería aquel hombre o mujer que lo soñó por
vez primera.
Luego de tener la imagen de su ser totalmente grabada en mi memoria, decidí irme al lugar
más tranquilo y solitario que conocía, no quería interrupciones y que Borges quedara a
medio hacer. Así que tomé una mochila con libros, provisiones, lámparas, sabanas y
cobijas, también algunas bolsas grandes para hacer mi especie de tienda de acampar.
Llegué cuando aquel brillo desesperado y final herrumbra la llanura, armé mi tienda de
acampar, acomodé mis cosas, donde dormiría, hasta que todo quedó en su lugar. Encendí
algunas lámparas y me puse a leer en medio de aquel bello crepúsculo, haciendo tiempo, a
la espera de Morfeo, para ir a esa suerte de cuarta dimensión que es la memoria.
Fue fantástico pasar la noche allí. la luna llena, el ruido de los búhos, el brillo de las
luciérnagas, las brujas moviéndose en los árboles y sus estridentes gritos y los demonios
rumiando de acá para allá; reflexioné que vivir entre los humanos hace que estos entes,
otrora fueran sinónimo de terror y de miedo, hoy fueran simples seres corrientes. Lo
curioso era que su cordialidad y hospitalidad eran mucho mejores que de las personas de la
ciudad. Algo extraño, por cierto, pero creo que era el apocalipsis que estaban sufriendo,
claro, ya nadie soñaba con ellos, ya nadie les temía, fueron reducidos a series y películas,
los sueños de terror de los humanos ahora eran cosas como perder el trabajo, no comprarse
ese celular de moda, no ser “normal”, y toda esa suerte de fruslerías que ahora
atormentaban con mucha más intensidad a la humanidad que aquellos seres de las tinieblas.
Ya sin una memoria que contuviese su imagen, la extinción era inminente. “Como el
clásico ejemplo del umbral que perduró mientras lo visitaba un mendigo y que se perdió de
vista a su muerte”.
Ya había pasado la media noche y aún seguía sin poder dormir. Seguía en mis divagaciones
sobre mi vida, el mundo, lo que estaba haciendo en ese momento y tratando de disminuir
esta fiebre metafísica, me desahogaba con el bolígrafo y el papel.
De súbito, pasó una figura inmensa como un águila. Algo noté en medio de las sombras
más allá de su plumaje, su forma era ¡humana!
—Wow ¡es un ángel! Espero que no haya problemas con las brujas y los demonios, no
vaya a ser que se libre una guerra celestial entre ángeles y entes de la oscuridad y yo quede
en medio del fuego cruzado.
De nuevo pasó, y esta vez lo iluminé con mi lámpara y vi su forma imponente, casi irreal,
su plumaje de oro, el fulgor de su ser. De repente un letargo se apodero de mí y luego no
recuerdo más.
Al despertar, recuerdo que estaba en un vacío infinito, no había atrás, ni adelante, arriba o
abajo. Aterrado, creí que había muerto, pero más que saberme muerto, era lo que me
encontré después de morir, la nada. Totalmente desesperado empecé a correr, saltar, gritar,
buscando algo, pero no había nada, a lo mejor nunca hubo nada.
— No puede ser, ¡esto no puede ser!, ¿la nada? ¿Enserio? Todo lo que luché, tanto dolor,
tanta frustración, ¿para esto? ¡Maldito seas Dios! , y con él maldije al destino, al universo, y
por último a mí. Preso del desespero y la indignación, empecé a sollozar.
—¡Hubiera sido mejor que existiera el maldito infierno! Por lo menos allí habría algo.
Y maldije a también Satanás, por ser un simple bravucón que solo nos asustaba en nuestra
época escolar. Pero algo tocó mi hombro, pensé que tendría que retractarme de todas mis
maldiciones. Volteé, y era aquel ángel que vi antes de perder la conciencia. Y dijo
—¿Morfeo? ¿El dios del sueño?, ¿me puedes decir que hago acá, en dónde estoy?
—Estamos en la nada, en tu conciencia, aquí es donde se labran todos tus sueños. Es aquí
donde yo hago mi trabajo. Si sabes un poco de mí, sabes que le develo los secretos de la
vida al ser humano, aquello que le parece más abstruso e inextricable. Yo se los develo por
medio de sueños.
—Por supuesto, pero de vez en cuando me gusta desobedecerle y ayudar a jóvenes tontos e
ingenuos cómo tú. Sé que andas tras de algo, y que tiene que ver con mi especialidad, los
sueños, así que viene ayudarte.
—¿Muerto? No, o bueno como diría aquel que quieres arrebatar del infinito, del polvo, del
azar y de la nada. “la muerte que teme nuestra carne, es esa muerte de cada noche que se
llama sueño”, se podría decir que estás muerto, pero no del todo, no me pongas esa cara,
tranquilo, seguirás vivo luego de que terminemos acá, o eso creo.
Miraba con recelo a aquel dios. Está más loco que yo pensé, pero bueno, iba a ayudarme,
nada perdería, al fin y al cabo, me creía muerto ya, y si vuelvo a la vida con el secreto para
soñar a Borges, sería un regreso triunfal.
—Muy bien acepto tu ayuda. Ya sabes en que consiste mi ardua tarea, quiero soñar a un
hombre íntegro e imponerlo a la realidad.
—Sí, había escuchado ese deseo un par de veces. Hagámoslo. Lo primero es que te daré un
sueño profundo, tan profundo que rozara el sueño eterno, pero no me mires con esa cara
nuevamente, no morirás. Sabes no comprendo el recelo de los hombres, si no hay criatura
más mentirosa y desleal que ustedes, en fin. Como te decía, te haré caer en un sueño
profundo, y allí tendrás un tiempo limitado para soñar a aquel ser que deseas traer de
vuelta. Tal vez lo puedas notar con cierto hastió, y un semblante más bien lúgubre, pues al
final la vida termina siendo un sueño no muy agradable para los que ya murieron. No
siendo más ¡duerme!
Al decir esas palabras, Morfeo dio un soplo con sus alas sobre mi rostro y caí exánime una
vez más.
III El sueño
De repente me desperté. Con cierto letargo, no comprendía bien qué había pasado, me
hallaba de nuevo en el bosque, ya había amanecido, y el fulgor del sol entraba hasta mi
campamento y reverberaba sobre mis ojos. Me levanté y empecé a recordar lo que había
ocurrido esa noche, fue un sueño, me dije, tal vez uno de los más grandiosos que he tenido,
pero solo un sueño, era imposible llevar a cabo esa utopía que se hallaba en ese
extraordinario cuento.
—Bueno, tendré una buena historia que escribir en mi viejo cuaderno con mi desprolija
caligrafía. Simple distracción. al final todo esto que hacía era para distraerme sin más,
aguardando a que cesara súbitamente o de manera esperada esto que era la vida.
Salí del campamento a tomar un poco de aire fresco y disfrutar de la bella mañana. Estaba
divisando la periferia y noté sentado en una piedra a un viejo con su cabello níveo, vestido
con un frac europeo y encorvado, apoyando sus manos sobre un bastan y en sus manos
sostenía una correa, tal vez de su mascota. De inmediato las dudas y la confusión me
invadieron, ¿qué hacia un viejo por esta montaña de tan difícil acceso, con un traje de gala,
un bastón y su mascota? Aquello no era tan delirante como el sueño acontecido la noche
inmediatamente anterior, pero aquella inusitada presencia suscitaba algo en mí, que me
hacía razonar y preguntarme: ¿y si sigo soñando? Y recordé que, en mi primer sueño,
Morfeo me hizo caer también dormido para soñar, o sea que soñaba dentro mi sueño. ¿Pero
no se supone que los sueños cesan de golpe, cuando notamos su falsía? Pero no ocurrió.
Decidí acercarme, próvido, vacilante en cada paso que daba, a aquella extraña figura
humana.
Aquella voz que me resultó tan familiar, no lograba elucidar a quien pertenecía. Y siguió
hablando, mientras miraba hacia el fulgor del sol, el arroyo cristalino y las inmensas
montañas. Y dijo:
—Sabes ya había olvidado cómo se sentía el nacimiento del sol, esa famosa estrella. Creí
que no volvería a sentir su calidez y sus ígneos fulgores.
Intenté articular cualquier palabra, pero no podía. Aún seguía su tigre revoloteando su cola,
mirándome fijamente, con una mirada casi asesina, como si estuviera listo para atacarme.
—Para una amena compañía a veces sobran las palabras. Los pensamientos son mucho más
profundos y expresan mucho mejor que lo que se diría en palabras, ¡y que decir de los
sentimientos! Pareciera que ellos tuvieran un imán que une a las personas.
Continuaba prestando toda la atención a aquella escena extraña, ¿qué querrá decir con todo
eso?, me pregunté.
—Tranquilo, no te angusties más, no soy la muerte como estás pensando ahora mismo.
Luego giró lentamente, y quedo de frente, y una amplia sonrisa se dibujaba en su rostro
cansado y mancillado por los años. ¡Era Borges! Y de nuevo su tigre rojizo rugió.
Y me asaltó tan la emoción que por fin pude esbozar unas palabras..
—Entonces lo logré…
—¿Desgracia?
—Sí al traerme de vuelta volverán las inquietudes, la zozobra, los miedos, los deseos, las
pasiones, todas esas cosas inmanentes a la vida humana, pero bueno supongo que debía
probar otra copa más de esa cristalina bebida que es la vida, para que definitivamente “beba
su cristalino olvido, ser para siempre, pero no haber sido”.
Y su tigre rugió.
—¿Ahora entiendes por qué está acá? No puedes acceder a la respuesta, digamos que
estarías haciéndole trampa a la eternidad misma, debes esperar el momento que te
corresponde para hallar las respuestas por ti mismo. Pero bueno supongo que me trajiste
acá para otro tipo de preguntas, así que dime.
—Como quieras, tú eres mi artífice. Eres mi creador así que estoy bajo tu yugo.
—Listo, te diré Borges. Borges solo quiere un poco de ayuda, estoy en un punto crucial de
mi vida, diferentes caminos, todos divergen, y no sé cual me pueda llevar a lo que quiero,
no sé cuál sea el indicado. Casi siempre he errado de acá para allá en estos caminos que nos
va mostrando y a su vez dirigiendo la vida misma. Pero creo que, si erro aquí, podría
condenarme, y ver como el mayor de mis miedos se cumple, que antes de morir me dé
cuenta de que en realidad no viví, que solo fui fracaso y decepción. Fatigando los terrosos
camino de esta tierra.
—Bueno, no preguntas cosas fáciles…Yo incluso antes de morir dudé si ese camino
entregado a una biblioteca había sido el ideal. Y esa duda siempre me acompañó durante
toda mi vida. Iba dando pasos a ciegas esperando no caer. Pero bueno supongo, que así es
la vida, errar por un camino en oscuridad, un laberinto infinito de causas y efectos, con
imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de
habitaciones, de astros, de caballos, de personas. Poco antes de morir, descubres que ese
paciente laberinto de líneas traza la imagen de tu cara. Solo veras aquel trazo final, cuando
ceje tu corazón de latir. Solo del otro lado del ocaso verás los arquetipos y esplendores.
Recuerda que te espera el mármol que no leerías, en el ya están escritos, la fecha, la ciudad
y el epitafio. Sombra, iras a la sombra que te aguarda, fatal en el confín de tu jornada;
piensa que de algún modo ya estás muerto, y que es baladí por lo que te preocupas, por lo
que te haces desgraciado, solo es vanidad, vencer o ser vencido, son cara de un azar
indiferente, que no hay otra virtud que ser valiente y que el mármol al fin será el olvido.
recuerda al alquimista que creyendo haber encontrado las secretas leyes para convertir todo
en oro, aquellas leyes que también unen planetas y metales, mientras creía tocar enardecido
el oro aquel que matará la muerte. Dios, que sabe de alquimia, lo convierte en polvo, en
nadie, en nada y en olvido.
—Ah Borges, si era reconfortante leer tus libros en mis mañanas solo para empezar la
escalada de un nuevo día, imagínate escucharte en persona. Sí, es cierto, ante la infinitud de
la vida misma, de la muerte, del destino creo que todas estas preocupaciones que me afligen
son tan superfluas. Solo basta una nueva perspectiva muchas veces y todo se hará más
claro. Sabes observo mi vida y la de mis semejantes y pienso lo tontos que hemos sido.
Hechos de una materia deleznable, del misterioso tiempo, nos vamos borrando con cada
grano de arena que va cayendo, de ese reloj de arena que mide nuestra vida. En realidad,
creo que no vivimos con la intensidad con la que deberíamos vivir.
—La inmortalidad…
Y nos quedamos divisando en silencio por largo tiempo aquella mañana sublime. Pasadas
algunas horas ya cuando el sol se empezaba a colocar sobre nuestras cabezas, rompí ese
silencio otrora sinónimo de incomodidad, hoy sinónimo de una éxtasis y una paz
desbordante.
—Borges tendré mucho que escribir de este inusitado encuentro. Tal vez escriba por
primera vez algo que rebase las 4 páginas de mi cuaderno.
—Al final cumplí mi cometido ¿no? Después de todo traerme de vuelta del polvo, del azar
y de la nada, ha sido agradable. Ya debo volver, y bueno tú debes despertar…
—Tranquilo.
—Recuerda que, excepto el fuego mismo y el soñador, todos los demás lo pensarán un
hombre de carne y hueso… Solo se está develando mi falsía.
Y se esfumó…
V El despertar
Vuelve también mi cotidiana historia: mi voz, mi rostro, mi temor, mi suerte.
Fuí al baño a echarme un poco de agua en la cara, para eliminar ese letargo que me
acompañaba. Con mis ojos entrecerrados, abrí el grifo y de inmediato sentí un ardor en la
palma de mi mano… y un borroso fragmento de aquella quimérica mañana, volvió a mi
cabeza…
—Lástima que no hayas sido real Borges. Solo es un sueño, extraordinario para al fin irreal.
—Mira te obsequio esta flor un cistus, estas sobreviven al fuego y regeneran los suelos
degradados.
—¡Fue real, Fue real! — De inmediato empecé a buscarla por toda mi habitación, debía
estar en alguna parte, esto confirmaría mis deseos de que todo hubiese sido realidad ¡Todo!
Con fervor busque obcecadamente por todas partes, varias veces en los mismos sititos, pero
nada. ¡Que decepción!
Ya había cesado mi búsqueda. Resignado ya, intentaba volver a mi cotidianidad. Cogí esa
antología personal y lo abrí en esa parte que tanto me gustaba. “Si un hombre atravesara el
paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al
despertar encontrara en flor en su mano…¿entonces qué?”. Cambié de página, y justo allí
sus pétalos rosas, y su centro amarillo rojizo que emulaba el fuego. Allí estaba el cistus
“Debemos invertir nuestros ojos y ejercer una astronomía sublime en el infinito de nuestros
corazones […] si vemos la vía láctea, es porque existe verdaderamente en nuestra alma”