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Positivismo
Autor: María Ángeles Vitoria

La instancia antifilosófica más consistente de la modernidad procede de una


interpretación ideológica de las ciencias que tomó el nombre de positivismo. El
pensamiento de su fundador, Auguste Comte, influyó en gran medida en la
visión del mundo que prevaleció en las naciones industrializadas y desarrolladas
en buena parte del siglo XIX y, desde ellas, se extendió a otros países. Durante
el siglo siguiente, esta doctrina fue reformulada de modo más preciso y sutil por
el neopositivismo. Aunque algunas de las tesis centrales del positivismo y del
neopositivismo han sido abandonadas, otros aspectos —particularmente su
cientificismo y la negación de la metafísica— no están superados: siguen
presentes, aunque no tanto en el ámbito de la filosofía académica como en la
enseñanza de las ciencias, en el mundo cultural en general y en los medios de
comunicación.

Índice
1. Características generales

2. Antecedentes inmediatos del positivismo comtiano

3. El positivismo comtiano

4. Continuidad del positivismo

4.1. Difusión del positivismo en Europa y América

4.1.1. El positivismo en Francia

4.1.2. El positivismo inglés

4.1.3. El materialismo científico alemán

4.1.4. El positivismo en Italia

4.1.5. El positivismo en España


4.1.6. El positivismo en América latina

4.2. El neopositivismo

4.3. Reacciones al positivismo

4.4. Permanencia del cientificismo

5. Bibliografía

5.1. Obras citadas

5.2. Estudios

5.3. Voces de Diccionarios y enciclopedias

5.4. Otras obras de interés

1. Características generales
Con el término “positivismo” se suele indicar una corriente de pensamiento de
carácter filosófico-cultural, dominante en Europa durante buena parte del siglo
XIX, particularmente en Francia, Inglaterra, Alemania e Italia. El movimiento
alcanzó también Estados Unidos y América latina. Debe su nombre a Saint-
Simon —que lo usó por primera vez en el Cathéchisme des industriels,
publicado en 1823—, pero fue precisado y popularizado, sobre todo, por
Auguste Comte (1798-1857), que es considerado el padre del positivismo.

El término “positivo” tiene distintas acepciones. Significa lo que tiene su origen


en un acto institucional, divino o humano, que ha sido establecido; se opone, por
tanto, a natural, estable o eterno y, en este sentido, se habla, por ejemplo, de
derecho positivo, o de religión positiva. Según otra acepción, que sigue más de
cerca la etimología (positum = “lo dado”, “el dato”), significa lo dado en la
experiencia y, en consecuencia, lo directamente accesible a todos. Comte
asume este segundo significado: para él, positivo indica, sobre todo, lo que es
“real” (opuesto a ficticio o abstracto, o quimérico), lo observable, lo que puede
controlarse experimentalmente, de manera que se sustrae a toda duda, es decir,
lo “cierto”. En una tercera acepción, positivo significa también “fecundo”, “eficaz”,
“útil”. Este significado es aceptado también por Comte: positivo es lo útil, lo
utilizable en beneficio del hombre, sobre todo, a través del dominio de la
naturaleza. Finalmente, para el fundador del positivismo, el término positivo
incluye el significado de “orgánico”, es decir, aquello que se puede relacionar en
un conjunto dotado de unidad, de sistematicidad.

Suelen distinguirse el positivismo científico y el filosófico. El primero sería un


modo de entender la ciencia, que se limita a afirmar que el conocimiento
científico debe atenerse exclusivamente a los “hechos” o fenómenos
observables, a su descripción y a la formulación de las leyes que los relacionan.
Esta modalidad del positivismo no niega la metafísica, al menos explícitamente.
El positivismo filosófico, en cambio, niega a priori la metafísica, al considerar que
los hechos empíricos puros son la única base del conocimiento, vanificando la
pretensión de ir más allá de lo empírico.

«Todo lo que no es estrictamente reducible al simple enunciado de


un hecho particular o general, no puede tener ningún sentido real o
inteligible» [Comte 1965: 54].

Esta versión se centra principalmente en la doctrina de Comte, que marca el


inicio de lo que propiamente se entiende por positivismo: el sistema que
considera objeto de conocimiento únicamente los hechos de experiencia y sus
conexiones; se debe abandonar, por tanto, la pretensión ilusoria de alcanzar la
realidad en su esencia y en sus causas reales. El objeto de la ciencia no será ya
la investigación de la causa, sino la determinación de las leyes invariables a las
que están sometidas las realidades naturales. El positivismo limita el saber al
estudio matemático de los fenómenos sensibles [Comte 1973: 188-189].

Por otra parte, el conocimiento de las leyes no tiene otro sentido que hacer
posible la previsión racional de los hechos futuros, permitiendo el dominio sobre
las cosas: conocer para prever y dominar. El propio Comte hace notar la filiación
baconiana de estas ideas, al recordar la identificación que estableció el filósofo
inglés entre ciencia y poder (scientia et potentia in unum coincidunt). La
especulación positiva no pretende ser contemplación de la verdad, visión de las
cosas, sino posesión de la ley de sucesión de los fenómenos para dominar el
curso de los acontecimientos naturales. El único valor de la ciencia consiste,
entonces, en proporcionar la base teórica para la acción del hombre sobre las
cosas. En el positivismo, el conocimiento científico ha quedado reducido
a técnica, a instrumento de poder [Comte 1973: 76-77].

Comte entendió la nueva ciencia como la forma más prometedora de acceso


a la realidad y como la mejor apuesta a favor del progreso humano. Su
capacidad de previsión la convertía en instrumento perfecto para el dominio
racional del universo y de la sociedad. El positivismo llegó al extremo de ver en
la ciencia un sustitutivo de la filosofía y de la religión, un saber absoluto, capaz
de resolver todos los problemas y de liberar de todas las miserias humanas: la
ciencia venía a ser la religión de los tiempos modernos.

Esta corriente de pensamiento se desarrolló en el siglo XIX, cuando las


ciencias experimentales —separadas ya de la filosofía— habían alcanzado un
desarrollo antes no imaginado. En matemáticas pueden citarse las aportaciones
de Cauchy, Weierstrass, Dedekind y Cantor; en geometría, las de Riemann,
Bolilla, Lobachevski y Klein; en física los logros de Faraday, Maxwell, Helmholtz,
Joule y Clausius; en química, los trabajos de Mendeléiev y von Liebig; en
biología, los de Bernard, Pasteur y Koch. En Europa, la revolución industrial
estaba cambiando radicalmente el modo de vivir. Era una época en la que
aumentó enormemente la producción y la riqueza, creció la red de intercambios
comerciales, y la medicina se mostraba capaz de vencer enfermedades que,
hasta entonces, habían angustiado a la humanidad.

Para muchos de los filósofos e intelectuales del siglo XIX, la física newtoniana
era la forma definitiva de la ciencia y, por eso, la imagen verdadera del mundo.
Se pensaba que el desarrollo científico iba a consistir en su aplicación a los
diferentes ámbitos (incluido el humano). Toda la realidad parecía estar regulada
por leyes mecánicas, de tal modo que, conociéndolas, se podría determinar con
precisión el pasado y el futuro. El éxito de la ciencia newtoniana —interpretado
ideológicamente— acabó por transmutar lo que en realidad era un método válido
(mecánica) en una filosofía mecanicista. El positivismo hizo suya esta visión
mecanicista y determinista de la realidad, y difundió la idea de un progreso
humano y social imposible de detener, pues la ciencia disponía —a su entender
— de los instrumentos capaces de solucionar todos los problemas.

2. Antecedentes inmediatos del positivismo


comtiano
Antes de exponer el pensamiento de Comte, interesa considerar sus
precedentes inmediatos, que se encuentran en los movimientos filosófico-
culturales dominantes en el siglo XVIII. Esos planteamientos filosóficos
influyeron y, a su vez, estuvieron influenciados por los profundos cambios
científicos y socio-políticos que acontecieron.

En efecto, en el siglo XVIII aconteció el paso del Antiguo Régimen al Nuevo


Régimen, protagonizado por la Revolución francesa. El descontento social, la
falta de justicia, y el recuerdo de las guerras de religión prolongadas durante
decenios, llevaron a algunos a pensar que el Antiguo Régimen, asentado sobre
bases cristianas, carecía de recursos para conducir a la paz y a la justicia. Se
veía necesario buscar un nuevo fundamento para la sociedad y renovar las
instituciones. Por otra parte, el racionalismo y el empirismo del siglo XVII se
continuaron durante el siglo XVIII, acompañados de una creciente exaltación de
la ciencia.

Éste es el contexto filosófico-cultural y social en el que surge la Ilustración,


que puso en el centro de su cosmovisión la razón científica y una gran confianza
en el progreso que derivaría de su desarrollo. Parecía vislumbrarse un futuro
mejor con tal de triunfar sobre las viejas tradiciones, emprendiendo el camino de
la ciencia. La idea de progreso es típica del Iluminismo. Los ilustrados
esperaban encontrar en el conocimiento científico la instancia más profunda de
unidad entre los pueblos y, con ello, la desaparición de las guerras, del egoísmo
y del dominio de unos hombres sobre otros, porque todos se unirían en el amor
universal por dominar la tierra y la materia con el instrumento de la ciencia,
conquistando así la felicidad.

Para la Ilustración, la razón humana queda autorreducida a la razón científica.


De ahí que todo fenómeno social o espiritual que la razón no pueda explicar sea,
para la Ilustración, un mito o una superstición. Por eso se rechaza la religión
revelada y se propone una religión sin misterios, a la medida de la razón
(deísmo).

El principio ilustrado de autonomía absoluta de la razón se configuró como un


objetivo que había que lograr en todos los ámbitos de la existencia humana. El
liberalismo filosófico acogió este ideal de la Ilustración. La ideología liberal
aspiraba a crear una vida nueva, una sociedad nueva, considerando que el vivir
pleno de todas las libertades produciría un progreso indefinido. A partir del
presupuesto básico (una libertad no limitada) y de su desconexión con Dios, el
hombre buscaría, a través del método científico, el dominio de la naturaleza, que
es lo único que se le presentaba como presumiblemente cognoscible y
dominable. La ideología liberal entendió que la organización social vigente hasta
el momento, basada en la visión cristiana, había generado injusticias e impedido
la vida libre del hombre, causando infelicidad. En cambio, el ejercicio autónomo
de la libertad sería la fuente de todos los valores. A lo largo del siglo XX, el
liberalismo, de suyo ya un movimiento complejo y polivalente, sufrió una serie de
modificaciones, desvinculándose en buena medida de las doctrinas filosóficas
que le dieron origen.

Las instancias de la Ilustración y del liberalismo fueron el sustrato ideológico


de los cambios de la Revolución francesa, que dispuso, además, del influjo de la
masonería para impulsar en toda su profundidad un cambio del concepto de
hombre y una crítica de la religión revelada en nombre de la razón.

Mientras la cosmovisión ilustrada encontraba su momento de apogeo,


comenzaron a surgir en Europa algunas voces críticas, entre ellas, la del
Romanticismo. Fue un movimiento cultural, artístico, literario, filosófico y musical,
que se desarrolló y difundió por toda Europa entre los últimos años del siglo
XVIII y la primera mitad del siglo XIX. Tuvo su primera teorización explícita y su
expresión más importante en Alemania, donde evolucionó paralelamente al
idealismo.

En Europa crecía progresivamente el desencanto en relación con las


esperanzas suscitadas por la Revolución francesa. En particular, el movimiento
romántico miraba con desilusión el experimento revolucionario y, en el ámbito
teórico, rechazaba la razón científica del iluminismo y la del criticismo kantiano,
que habían negado la metafísica y, con ello, la capacidad de comprender la
realidad profunda captada por el sentido común. Por eso, los románticos
buscaron otras vías de acceso a la realidad del mundo y al Absoluto.

Por otra parte, la revolución industrial, que comenzó a finales del siglo XVIII, y
la difusión del liberalismo económico, produjeron la condición miserable del
proletariado, la explotación laboral de los menores de edad y los desequilibrios
sociales. Como la Revolución no había conseguido establecer un nuevo orden
político, se hacía necesario reorganizar de nuevo la sociedad y las instituciones.
En esta coyuntura, aparece una línea de reformadores, los llamados socialistas
utópicos (Saint Simon, Fourier, Proudhon), y también un movimiento de
restauración —el tradicionalismo— que propugnaba la vuelta al pasado.

En general, los socialistas utópicos esperaban de la ciencia la solución de las


cuestiones sociales, considerándola suficientemente eficaz como para producir
una evolución intrínseca del capitalismo hacia el socialismo. Entendían que la
felicidad suprema se conseguiría con la satisfacción de todas las necesidades
materiales y que, para esto, se requería que todos los gobernantes fuesen
científicos; así, siguiendo las leyes de la ciencia, la distribución de los bienes se
haría según justicia.

En el extremo opuesto al socialismo utópico y como reacción a las revueltas


producidas por las ideas del Iluminismo y de la Revolución, tomó fuerza en la
Francia de la Restauración un movimiento de pensadores, literatos y escritores
que revindicaron el valor de la tradición religiosa y política del catolicismo, como
elemento de cohesión cultural y social. Son los llamados “tradicionalistas” que,
para solucionar los problemas propugnaron una vuelta al pasado. Cabe
mencionar a Joseph de Maestre, Louis Ambroise de Bonald, Chateaubriand y
Lamennais.

3. El positivismo comtiano
La variedad de actitudes y de planteamientos que se acaban de describir,
constituyen el humus en el que nace el positivismo comtiano. Su contexto es
primordialmente el enciclopédico, con una extremada valoración de la ciencia y
con grandes preocupaciones de reforma social.

Auguste Comte (1798-1857) nació en Montpellier. Estudió en L’École


Polytecnique de París, prestando particular atención a las Matemáticas.
Posteriormente trabajó como secretario y colaborador de Saint-Simon, con el
que completó su formación científica y filosófica. Comenzó a tomar forma
entonces en él la idea de una reconstrucción moral e intelectual de la sociedad,
por medio de la ciencia y de la técnica. En 1822 escribió el Plan des travaux
scientifiques nécessaires pour réorganiser la societé, obra que se reeditó de
nuevo con el título de Système de politique positive. Comenzó a dar clases a un
grupo de discípulos, actividad que hubo de interrumpir en varias ocasiones
debido a crisis nerviosas. Fruto de estas lecciones es el Cours de philosophie
positive, del que publicará posteriormente un sumario con el título de Discours
sur l’esprit positif.

El encuentro con Clotilde de Vaux en 1845 inauguró una nueva etapa de su


pensamiento en la que imprime un carácter religioso a su filosofía, desarrollando
el proyecto de una nueva religión. La última fase del pensamiento de Comte está
expuesta en el Discours sur l’ensemble du positivisme (1848) y, sobre todo, en
el Système de politique positive ou Traité de sociologie instituant la religion de
l’Humanité (1851-1854).

Toda su doctrina se apoya en la conocida ley de los tres estadios, según la


cual, el desarrollo humano individual, la historia y la evolución de cada uno de
los saberes atraviesa necesariamente tres estadios: el teológico o ficticio, el
metafísico o abstracto y el científico o positivo.

El primer estadio responde a la necesidad de dar una explicación a los


eventos y fenómenos. Inicialmente, el hombre atribuyó el curso de los
fenómenos a la acción de causas trascendentes. En el estadio metafísico, se
sustituyen las causas trascendentes por entidades y esencias, inmanentes a los
fenómenos y abstractas. Finalmente, llega el estadio positivo, en el que se
abandona la pretensión de lograr una explicación última de la naturaleza, para
atenerse a los hechos y a la formulación de las leyes que los coordinan. Comte
afirma explícitamente que la teología sirvió como punto de apoyo para el
esfuerzo humano de comprender, y como programa inicial de la praxis que
llevará progresivamente a lo largo de la historia, hacia el dominio científico-
tecnológico de la naturaleza. Es segundo estadio es, en realidad, transitorio,
mero puente de paso hacia el estadio científico-positivo, que es el definitivo
[Comte 1973: lec 1]. Una vez que la humanidad ha alcanzado este último
estadio, la religión y la metafísica tradicionales pierden cualquier valor
cognoscitivo, y quedan sustituidas totalmente en esta función por la ciencia,
aunque la religión continúa existiendo para satisfacer una exigencia puramente
sentimental.

Esta ley fundamental del progreso individual, cultural y social contiene la


crítica a la religión y a la metafísica, la declaración de su positivismo y la
propuesta de un nuevo sistema de las ciencias.

Omitimos aquí la valoración crítica de la ley en cuanto tal y de las


descripciones de detalle de cada uno de los estadios, para exponer brevemente
la concepción positivista de la ciencia y la vertiente sociológico-política del
positivismo comtiano.

Según Comte, el método científico se caracteriza por prescindir de la


búsqueda de causas reales. Las ciencias se limitan a establecer relaciones entre
los fenómenos observables y a encontrar las leyes que los relacionan, con la
finalidad de prever los hechos futuros, logrando así el dominio de la naturaleza.
Para Comte no hay más conocimiento que el científico-positivo. En su
clasificación de las ciencias, el criterio fundamental es la exclusión de todas las
disciplinas que pretendan ir más allá de los hechos. Quedan fuera del saber la
teología, la metafísica y la moral, aunque esta última la resuelve en la sociología.
El elenco comtiano de las ciencias se reduce a seis. En orden de complejidad
creciente son: Matemáticas, Astronomía, Física, Química, Biología y Física
social, después llamada Sociología. La Sociología ocupa un puesto fundamental
y culminante, pues Comte pensaba que en establecerse de esta ciencia con el
método positivo, tendría como resultado el orden social. La tesis política de
Comte es clara: la unidad y la paz social a través de la unidad del método
[Comte 1973: lec 1]. Consideraba que el método positivo era la fuerza capas de
realizar la unidad espiritual entre los hombres.

En la visión comtiana, el hombre queda reducido a un ser natural, que


responde a las leyes universales en gran parte previsibles. En consecuencia, el
poder político debe estar en manos de los científicos y, concretamente, de las
personas que conocen las leyes que forman la ciencia más alta, la Sociología o
Física social. Concibe así un estado regulador y planificador. Pero, al advertir
que un tal sometimiento de la libertad individual a la autoridad sólo es posible
por motivos religiosos, introduce la exigencia de religiosidad. Comte, que había
declarado superada la religión con el advenimiento del estadio metafísico y, más
aún, del positivo, recurre a ella nuevamente en la época científica como
instrumento necesario para la reforma sociológica. En su etapa final, Comte
propone la Humanidad concebida como un todo, bajo el nombre de “Gran Ser”
(Grand Étre) como objeto de culto en la nueva religión positivista.

Cabe preguntarse finalmente por el lugar de la filosofía en el cuadro comtiano


de los saberes. A la filosofía corresponde, según Comte, promover el “espíritu
científico”, controlando que todos los trabajos queden dentro de este espíritu. Al
comienzo de su Curso de Filosofía positiva, Comte afirma que esta filosofía no
es más que una enciclopedia de todas las ciencias, el sistema de los
conocimientos universales y científicos ofrecidos en una sola visión total. Quien
esté interesado en una exposición más detallada de la vida, obras y
pensamiento de este autor, puede consultar la voz correspondiente (Auguste
Comte).

4. Continuidad del positivismo


Se mencionan a continuación, muy a grandes rasgos, las figuras y
orientaciones principales del positivismo en diversos países de Europa y
América durante el siglo XIX y comienzos del XX, para terminar con unas
consideraciones sobre algunos elementos del mismo que persisten en la
actualidad.

4.1. Difusión del positivismo en Europa y América


4.1.1. El positivismo en Francia

El positivismo comtiano tuvo continuidad en Francia durante el siglo XIX y


comienzos del XX a través de figuras como Littré, Laffitte, Taine y Renan.

Emile Littré (1801-1881) hizo estudios de medicina y trabajó luego como


escritor. Fue nombrado académico de Francia y desde 1871 se dedicó a la vida
política, siendo nombrado senador ad vitam. Se considera el más importante
discípulo francés de Comte, aunque no admitió las teorías religiosas de su
maestro. En su obra más importante, Auguste Comte et la philosophie
positive (1863), sostiene que la verdadera filosofía de Comte es la “científica”,
expuesta en el Cours de philosophie positive, y no la “religiosa” descrita en
el Sistème de politique positive. En 1867, Littré fundó la revista «La philosophie
Occidentale», órgano importante de difusión del positivismo. Logró tener gran
influencia en la cultura, orientando el trabajo de científicos y la crítica histórica y
estética.

Pierre Laffitte (1825-1903) fue profesor de Historia de la ciencia en el Collège


de France. Adhirió al positivismo de Comte en 1844, transformándose en el más
comtiano de los positivistas. Nunca abandonó a su maestro, ni siquiera cuando
empezó a desarrollar la religión positivista. Poco antes de la muerte, Comte lo
nombró su sucesor y “gran sacerdote”. Laffitte no elaboró un pensamiento
propio, pero hizo un resumen excelente y bien sistematizado de la filosofía
comtiana, dedicando su esfuerzo a comentar, difundir, y defender la doctrina de
su maestro. Influyó en algunos autores —Miguel Lemos, Gabino Barreda— que
extendieron el positivismo en América latina.

Hippolyte Taine (1823-1893). De formación católica que después repudió, fue


profesor en l’École des Beaux-Artsde París y académico de Francia. Intentó
aplicar los principios y el método positivista al arte, a la literatura y a las ciencias
históricas. Trató de explicar la obra de arte exclusivamente como producto de las
condiciones ambientales, históricas y psicológicas de su autor, negando toda
creatividad del espíritu. Más en general, consideró toda la vida humana -el
comportamiento moral, las actividades intelectuales-, como expresiones de un
mecanismo regulado sólo por leyes naturales. Para él, la percepción y el
pensamiento no son más que una vibración de las células cerebrales, una
“danza de moléculas” [Taine 1944: I, 244-245]. Finalmente sostuvo una
concepción panteísta y determinista de la entera realidad.

Joseph-Ernest Renan (1823-1892). De familia católica, se ordenó sacerdote,


pero desde 1845 se alejó de la fe religiosa, que juzgó incompatible con una
visión científica de la realidad. Es conocida su crítica de la historia del
cristianismo. Piensa que la única forma de conocimiento válido es la ciencia
(ciencias de la naturaleza y filología, entendida como ciencia histórica). Intentó
aplicar el método positivista al estudio de la historia bíblica, dando una
explicación naturalista de Cristo y del cristianismo. En su obra más famosa, Vida
de Jesús (1862), primer volumen de una Historia de los orígenes del
cristianismo, sostiene que Jesús no era Dios sino sólo un hombre, aunque de
grandeza incomparable. Para Renan, como para Comte, las creencias de las
religiones positivas, son fábulas mitologías o dogmas, que pertenecen al estadio
primitivo que está llamado a desaparecer y ser sustituido por la ciencia crítica.
«Vendrá un día en que la humanidad ya no creerá, sino que tendrá ciencia (…),
porque la ciencia es la única manera de conocer; y si las religiones han podido
ejercer una saludable influencia sobre la marcha de la humanidad, es
únicamente por lo que había en ellas mezclado de ciencia» [Renan 1890: 228-
229].

Más allá de los autores concretos, a finales del siglo XIX y comienzos del XX,
en los ambientes universitarios de la Sorbona, dominaba una filosofía
materialista y positivista que Raïssa Maritain describe con viveza en Les
grandes amitiés, y Jacques Maritain, de un modo más reflexivo y analítico
en Antimoderne.

«En mis grados del saber —dice Raïssa— colocaba en la cúspide


una ciencia física dominadora que pesaba y medía todas las cosas,
ofreciendo la clave de todos los misterios del universo. Filosofía y
religión, vida privada, estructura de la sociedad, creía que todo
dependía de los descubrimientos de las ciencias naturaleza o
físicas. Esta persuasión la debía al ambiente intelectual en el que
vivía; todos los estudiantes y licenciados que venían a nuestra casa,
pensaban así. Eran cientificistas, positivistas, materialistas, y yo era
como ellos. O más bien, con un sentimiento de espera que no me
abandonaba nunca y que me hacía ver como provisionales todas
las cosas; creía en todas sus tesis, pero sin darles todavía una
adhesión meditada» [Maritain 1982-2000: XIV, 658]

4.1.2. El positivismo inglés

El positivismo en Inglaterra presenta notas peculiares que lo diferencian del


positivismo de Comte. Puede considerarse más bien una evolución ulterior de la
propia tradición empirista, tan arraigada en el espíritu inglés desde Bacon, Locke
y Hume, que se caracteriza por el predominio de los problemas éticos y que
desembocó en el utilitarismo y, finalmente, en el pragmatismo. Se caracteriza
también por el interés por las cuestiones de lógica y por su derivación hacia las
teorías evolucionistas. Los dos autores quizá más destacados son Stuart Mill y
Spencer.

John Stuart Mill (1806-1873) se educó en la escuela utilitarista de Bentham


(1748-1832), aunque se alejó del materialismo hedonista de su maestro. Tuvo
una prolongada correspondencia con Comte. Impresionado por el Cours de
Philosophie positive, escribió su obra capital System of Logic (1843).
Posteriormente fue alejándose de Comte, hasta la ruptura en 1847.

Por lo que se refiere a la teoría del conocimiento, Mill piensa que la verdad de
toda proposición ha de reconducirse a sus fundamentos de hecho, que se
captan en las sensaciones elementales. Opta por la lógica inductiva, rechazando
la lógica aristotélica de la deducción. Los procesos demostrativos son siempre
de un particular a otro, sin poder alcanzar nunca algo universal que trascienda la
experiencia.

Su ética se basa en el principio de utilidad o principio de máxima felicidad,


según el cual las acciones son buenas en cuanto tienden a promover la felicidad,
malas en cuanto producen infelicidad. Por felicidad entiende placer y ausencia
de dolor; por infelicidad, dolor y privación de placer. Propone que se debe
perseguir «la máxima felicidad posible para el máximo número de personas». De
ahí que los hombres deban cooperar para crear una sociedad justa que elimine
los obstáculos que impiden alcanzar la felicidad. La forma de organización social
no ha de interferir con la libertad personal, pues el individuo ha de mantener su
esfera de autonomía en la búsqueda de la felicidad. El Estado intervendrá
únicamente cuando la libertad individual, usada irresponsablemente, puede
dañar a otros miembros de la sociedad.

Herbert Spencer (1820-1903). Ingeniero y entusiasta del progreso científico de


su tiempo, se dedicó después a temas político-económicos y a la filosofía. Entre
1852 y 1857, antes de que Darwin publicase el Origen de las especies, concibió
la idea de la evolución. En 1860 formuló su programa en Sistema de Filosofía
Sintética, que desarrolló en 10 volúmenes siguiendo la clasificación de las
ciencias propuesta por Comte. Spencer supera el carácter biológico de la
evolución presentada por Darwin, haciéndola una ley universal de la realidad en
todos sus planos, aplicándola tanto a lo material como a lo espiritual, al
conocimiento como a la moralidad. Todo está esencialmente en evolución. Por
tanto, la filosofía que quiera reflejar la realidad de la naturaleza no puede ser
más que una teoría de la evolución universal. El evolucionismo spenceriano fue
una de las doctrinas que mayor influencia ejercieron entre 1860 y 1890, no sólo
en Inglaterra sino en el mundo entero.

4.1.3. El materialismo científico alemán

En las primeras décadas del siglo XIX, Kant y el idealismo mantuvieron el


pensamiento filosófico alemán alejado del materialismo. Pero la crisis del
hegelianismo tuvo lugar en el momento de auge de las ciencias y, con las
ciencias, se introdujo el positivismo materialista como expresión del nuevo
espíritu científico. Paralelamente, se desarrolló el materialismo naturalista de
Feuerbach y el dialéctico o histórico de Marx, ambos de signo filosófico.

En los años 1840-1870 el materialismo de tipo científico en alianza con el


positivismo domina entre los cultivadores de las ciencias, que lo profesan como
sistema y lo propagan con energía. Estos autores —Vogt, Moleschott, Büchner
— no son destacados filósofos ni importantes científicos, pero contribuyeron
eficazmente a difundir las ideas materialistas en Alemania y en el mundo. Carl
Vogt (1817-1895) sostiene que los fenómenos psíquicos y las actividades
mentales son sólo secreciones del cerebro. Ludwig Büchner (1824-1899) es
autor de Fuerza y materia (1855), obra considerada durante mucho tiempo la
Biblia del materialismo.

Otro autor influyente es Ernst Haeckel (1834-1919), nacido en Postdam,


estudioso de zoología y profesor de la Universidad de Jena. Parte de la teoría
darviniana de la evolución y piensa que esta teoría da razón de todos los
momentos de la evolución, desde la materia inorgánica hasta el homo sapiens, a
través de 22 estadios intermedios. A él se debe la formulación de la ley
biogenética fundamental: “la ontogenia es una recapitulación de la filogenia”; es
decir que desde el embrión hasta la edad adulta se reproducen las fases del
proceso con el que se ha formado la entera especie o phylum. Es sabido que
para dar una demostración de la la ontogénesis como compendio o repetición de
la filogénesis realizó retoques en las fotografías de los embriones animales, de
manera que fuesen una progresiva preparación del embrión humano. Haeckel es
el principal exponente del monismo materialista en simbiosis con el
evolucionismo.

No faltaron en Alemania voces que se opusieron al monismo materialista y al


cientificismo radical, también entre los científicos. Quizá la más notable fue la de
Emil Du Bois-Reymond (1818-1896), nacido en Berlín, profesor de fisiología y
secretario de la Academia de las Ciencias. Reconocía el valor de la ciencia, pero
criticó el cientificismo. En su obra Los siete enigmas del mundo afirmó que
existen siete problemas que la ciencia no podrá resolver nunca: 1) el origen de la
materia y de la fuerza; 2) el origen del movimiento: 3) el origen de la vida; 4) el
orden finalístico de la naturaleza; 5) el origen de la sensibilidad y de la
conciencia; 6) el origen del pensamiento y del lenguaje; 7) el problema de la
libertad y del querer. Reconocía a la ciencia, pero criticó el cientificismo.

4.1.4. El positivismo en Italia

En la segunda mitad del siglo XIX, en antítesis con el idealismo alemán y en


polémica con el espiritualismo de Rosmini y de Gioberti, se delinea un
movimiento de pensamiento que presenta muchas analogías con el positivismo
europeo, tanto francés (Comte) como inglés (Spencer), aunque su contenido es
muy distinto del europeo, heredero del iluminismo. El positivismo italiano
encuentra sus premisas en el naturalismo del Renacimiento (Pomponazzi,
Machiavelo, Telesio, Campanella, Galileo), en el historicismo crítico de
Giambattista Vico y en el economicismo jurídico y político de Romagnosi.

En Italia se desarrolló un primer positivismo independiente, de fondo social


político y de orientación histórica. Sus principales exponentes son: Carlo
Cattaneo (1801-1869), considerado el fundador del positivismo italiano y
Giuseppe Ferrari (1811-1876). En el campo de la psiquiatría destaca Cesare
Lombroso (1836-1909), quien concibe a la delincuencia como una forma de
epilepsia psíquica y, en consecuencia, el impulso criminal como algo análogo a
una descarga epiléptica, negando la libertad del delincuente.
El representante más notable del positivismo italiano posterior es Roberto
Ardigò (1828-1920), que introdujo en Italia el gusto por el método científico en el
campo de la cultura. Tiene también el mérito de haber sabido liberar el
positivismo del agnosticismo y del mecanicismo de Spencer, para intentar la
construcción de un sistema crítico-evolutivo que encuentra sus raíces en la
especulación italiana del Humanismo y del Renacimiento. Bajo la influencia de
Ardigò se formó entre sus discípulos y adeptos una escuela positivista italiana
que tuvo un amplio desarrollo, particularmente en el ámbito de la pedagogía:
Giovanni Dandolo (1861-1908), Aristide Gabelli (1830-1891), Andrea Angiulli
(1837-1890), Enrico Morselli (1852-1929), J.A. Colozza (1857-1943), Giovanni
Marchesini (1868-1931).

4.1.5. El positivismo en España

La doctrina de Comte se introdujo en España algo tardíamente, alrededor de


1870, sobre todo entre médicos y naturalistas. La importancia de los positivistas
españoles fue muy secundaria y ninguno destacó por su originalidad, ni alcanzó
renombre. Cabe citar a Alfredo Calderón que escribió Movimiento novísimo de la
filosofía natural en España (1876), y a Antonio Zozaya, quien tradujo
el Catecismo positivista (1886-1887). Entre los médicos y naturalistas que
defendieron el positivismo son conocidos Luis Simarro y Lacabra (1851-1921),
Pedro Estasén (1853-1913), Pompeyo Gener (1849-1919) —amigo de Littré— y,
sobre todo, el médico humanista José Miguel Guardia (1830-1897), que publicó
diversas obras sobre la historia de la medicina, entre ellas, Conversaciones
entre un médico y un filósofo sobre la ciencia del hombre (1883).

4.1.6. El positivismo en América latina

El positivismo se extendió en América latina según distintas direcciones: a


través de una metodología científica (Argentina), como política educativa
(México), y como una religión de la Humanidad (Brasil).

En los inicios del positivismo mexicano se encuentra Gabino Barreda (1818-


1880). Estudió Derecho, Química y Medicina. En 1848 fue a París para realizar
estudios de doctorado, donde tuvo la oportunidad de escuchar algunas
conferencias de Comte. Luego regresó a México.

Con la caída del emperador Maximiliano y el advenimiento de Juárez, entró en


la vida pública. Pensaba que para pacificar el país, asolado por las guerras, el
camino era la unidad de pensamiento que ofrecían las ciencias. Instituyó la
enseñanza elemental obligatoria y laica, suprimió la enseñanza de la religión y
de la filosofía en los centros estatales, impulsó los estudios científicos, sobre
todo de matemáticas, como base de las demás ciencias, y creó la Escuela
Nacional Preparatoria como centro único de acceso a la cultura superior.

Con el cambio de circunstancias políticas, Barreda dejó la dirección de la


Escuela Preparatoria en 1876 y fue nombrado embajador en Francia y Alemania
hasta 1880, año en el que murió.

Justo Sierra, discípulo y continuador de Barreda, ocupó cargos de


responsabilidad política durante el mandato de Porfirio Díaz, entre 1876 y 1910.
Desde la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública, Sierra dio un impulso a la
reorganización educativa de su país. Con el tiempo, cuando la visión
mecanicista y determinista de la ciencia entró en crisis y resultó patente que el
progreso científico creaba también nuevos problemas, su positivismo perdió
fuerza.

En Brasil destaca la figura de Miguel de Lemos (1854-1917), quien se trasladó


a París para completar estudios en 1877. Allí encontró a Littré y a Laffitte. A su
regreso a Brasil, impulsó la religión positivista, se interesó en la política de su
país y organizó los planes de enseñanza. El 12 de octubre de 1890, aniversario
del descubrimiento de América, se colocó en Río de Janeiro la primera piedra
del futuro templo de la Humanidad, sede de la iglesia positivista de Brasil.

La difusión del positivismo en Argentina coincidió con los avatares de su


proceso de independencia. En los pensadores revolucionarios había una mezcla
no siempre coherente de pensamiento tradicional y aspectos iluministas o
racionalistas. Al ideario ilustrado sigue, en la década de los años 20 del siglo
XIX, la filosofía de la “ideología”, fuertemente secularizada y anticlerical, que se
impone en Argentina en la época de Rivadavia (influido por Bentham y Mill).
Después de un periodo de guerra civil, sigue la etapa constitucional desde 1853.
En este momento destaca la contraposición entre un pensamiento tradicional,
antiliberal y romántico, con otro de carácter progresista e iluminista. En los
últimos decenios del siglo XIX e inicios del XX, aunque subsisten diferentes
orientaciones de pensamiento, la que tiene mayor influjo es la corriente
cientificista y materialista de matriz comtiana y haeckeliana. Este positivismo
domina en áreas como la historiografía, la pedagogía, el derecho y las ciencias
naturales.
Entre los autores que contribuyeron a la difusión del positivismo en Argentina,
cabe citar a Florentino Ameghino (1854-1911), paleontólogo que profesó el
monismo evolucionista; Pedro Scalabrini (1848-1916), paleontólogo, estudioso
también del derecho comparado, de la pedagogía y de la filosofía. Tuvo un
influjo decisivo en la introducción de la filosofía comtiana. Desde su cátedra en la
Escuela Normal de Profesores de Paraná formó a muchos profesores. Su
principal discípulo, Alfredo Ferreira (1863-1938) sostuvo un positivismo militante.
En 1924 fundó el Comité Positivista Argentino, considerándose gran sacerdote
de la Humanidad. Máximo Victoria (1870-1934) fue el continuador de la obra de
la Escuela Normal de Paraná. Aplicó la doctrina de Comte a la educación
argentina y criticó duramente el cristianismo y la Iglesia. Dentro del “espíritu
positivo” debe tenerse en cuenta la obra de Víctor Mercante (1870-1934), que
fue decano de la Facultad de Ciencias de le Educación de la Universidad de La
Plata. Sus trabajos son relevantes desde el punto de vista pedagógico y
didáctico, no tanto filosófico.

Por su cultura y rigor científico destaca Carlos Octavio Bunge (1875-1918),


quizá el más original y destacado de los positivistas argentinos. Se doctoró en
jurisprudencia en la Universidad de Buenos Aires, e hizo también estudios
pedagógicos. Fue profesor de Ciencias de la Educación en la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y de Introducción al
Derecho en la Facultad de Derecho de esta ciudad.

Otros dos autores positivistas, o en estrecha relación con el positivismo, son


José Ingenieros y Alejandro Korn. José Ingenieros (1877-1925) nació en
Palermo pero emigró con su familia a Argentina. Fue médico, psiquiatra,
farmacéutico, sociólogo, filósofo, escritor y profesor. Se encargó de las clases de
Psicología experimental en la Facultad de Filosofía de Buenos Aires. Su
obra Principios de Psicología fue el primer manual completo de enseñanza de
esa materia en el país. Luego, ocupó la cátedra de Medicina legal. En 1909 fue
elegido Presidente de la Sociedad Médica Argentina, y en 1915 fundó la Revista
de Filosofía, con periodicidad bimestral, que fue referencia importante del
pensamiento argentino durante 10 años. Dirigió, además, la colección La Cultura
Argentina, de importantísima labor editorial. A partir de 1919 renunció a todos los
cargos docentes y comenzó su etapa política. Fue miembro del Partido
Socialista Obrero Argentino y defendió la idea de que la lucha de clases era una
de las manifestaciones de la lucha por la vida.
Ingenieros inició su labor filosófica siguiendo el positivismo de Comte. Con el
tiempo, fue más allá de este punto de partida. Ciertamente nunca abandonó el
naturalismo y se opuso siempre a cualquier instancia trascendente, pero trató de
hacer compatible esta posición con la necesidad y la posibilidad de la metafísica
En su obra Proposiciones relativas al porvenir de la Filosofía (1918), afirma la
existencia de un «residuo no experiencial fuera de la experiencia», que no es
algo trascendente o absoluto y, menos aún, sobrenatural, aunque tampoco algo
ininteligible o incognoscible.

Alejandro Korn (1860-1936). Estudió filosofía y medicina. Fue catedrático de


metafísica en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Sostuvo un positivismo
moderado, interesándose, sobre todo, por el valor y el sentido de la libertad.
Influido por Dilthey reflexionó sobre la distinción entre el mundo de la necesidad
y el mundo de la libertad, entre el mundo de la ciencia positiva y el mundo de la
conciencia. Trata de incorporar el positivismo a una concepción superior que
permita afirmar, a la vez, el determinismo del proceso cósmico y la autonomía de
la personalidad.

En Chile, el positivismo fue conocido principalmente a través de los trabajos y


de la actividad de los hermanos Jorge (1854-1894) y Juan Enrique (1852-1927)
Lagarrigue que, desde 1875 realizaron una propaganda activa de las doctrinas
de Comte con artículos, conferencias y alguna traducción. Posteriormente se
trasladaron a París, donde siguieron clases con Laffitte, convirtiéndose en fieles
seguidores de la religión de la humanidad. Hacia 1885 se distanciaron de
Laffitte. Jorge permaneció en París y Juan Enrique regresó a Chile, donde
continuó difundiendo el positivismo.

***

En síntesis, puede decirse que, en los últimos decenios del siglo XIX, el
positivismo creó un clima cultural del que dependieron muchas manifestaciones,
tanto en el campo del arte, como en el de la literatura, la filosofía, la historia, el
derecho y las ciencias. Más allá de los autores concretos, en su mayoría
secundarios, el positivismo se propagó difusamente. Uno de los ámbitos que
merece destacarse es el del derecho. Por positivismo jurídico se entiende la
corriente de pensamiento jurídico que pone como único fundamento del derecho
los ordenamientos vigentes, prescindiendo de toda referencia metafísica. Lo
único cognoscible en este campo sería el derecho positivo existente y los otros
que históricamente han existido. De ahí que los derechos no se basen en el
reconocimiento de una ley natural. Una consecuencia de este planteamiento es
que no existen derechos que correspondan al hombre en cuanto tal; los
derechos y la justicia quedan reducidos a lo establecido por la ley positiva,
negando a la persona humana todo derecho que no le sea concedido por la
autoridad. Dentro del positivismo jurídico surgieron distintas corrientes, pero la
tendencia que llevó a sus últimas consecuencias la aplicación del positivismo al
derecho fue la sostenida por Hans Kelsen (1881-1973) y otros autores como A.
Merkl y F. Schreier.

4.2. El neopositivismo
En el siglo XX, la visión cientificista propia del positivismo fue reformulada por
el Círculo de Viena con los recursos de la lógica matemática y de la filosofía del
lenguaje. Su precedente más inmediato está en la tradición empirista de Ernst
Mach (1838-1916). La epistemología de este autor considera que la ciencia se
refiere sólo a los fenómenos tal como se presentan en la experiencia, de tal
modo que pretender alcanzar una realidad más allá sería una aspiración
“metafísica” imposible de realizar. La perspectiva de Mach, además de
fenomenista, es instrumentalista, al afirmar que la ciencia tiene como único
objetivo la “economía de pensamiento”, es decir, la formulación de teorías que
no pueden considerarse verdaderas o falsas, sino solamente útiles con vistas a
la predicción.

En 1895 se creó en la Universidad de Viena una cátedra de Filosofía de las


ciencias inductivas para Mach, quien la ocupó hasta 1901. Desde allí se
extendió la influencia de la filosofía empirista y anti-metafísica centrada en el
estudio del conocimiento científico. En 1922 ocupó esta cátedra Moritz Schlick
(1882-1936). Su prestigio e influencia hicieron que se viera rodeado de filósofos
y científicos de tendencia empirista y anti-metafísica, que darían vida a lo que se
llamó el Círculo de Viena (Die Wiener Kreis). Entre los exponentes principales se
encontraban, además de Schlick, Rudolf Carnap (1891-1970), Otto Neurath
(1882-1945), Hans Hahn (1879-1934) y Kurt Gödel (1906-1978). Otros autores
importantes –Karl Raimund Popper y Ludwidg Wittgenstein- frecuentaron el
Círculo sin formar parte del movimiento.

En 1929 publicaron su manifiesto programático, que tenía como título La


visión científica del mundo (Die Wissenschaftliche Weltanffassung). Este
proyecto continuaba, en el siglo XX, el espíritu de la Ilustración y de la
Enciclopedia. Su objetivo primordial era unificar todo el saber siguiendo el
método y el lenguaje de la física (fisicalismo). En la línea del positivismo de
Comte, afirmaron que todo conocimiento válido se reducía al que proporcionan
las ciencias experimentales, y que éstas se limitaban a relacionar los fenómenos
observables, sin traspasar el ámbito de lo positivamente dado por la experiencia.
No había cabida para un conocimiento “metafísico” que vaya más allá de la
observación experimental.

La pretensión de validez exclusiva de las ciencias empíricas la


fundamentaban, siguiendo a Mach, en el criterio empirista de significado: una
afirmación acerca de los hechos sólo tiene significado (o sentido) si existe algún
procedimiento empírico para comprobarlo. Por tanto, si un enunciado es
empíricamente verificable, entonces tiene sentido; si no lo es, se trata de un
aserto sin sentido, del que ni siquiera puede decirse que sea verdadero o falso,
puesto que es un enunciado mal construido. En consecuencia, los enunciados
metafísicos como ¿existe Dios?, ¿qué es la libertad?, ¿existen normas morales
que derivan de la naturaleza?, serían pseudo-proposiciones, puesto que es
irracional formular preguntas que no pueden ser contestadas con los métodos
experimentales. La metafísica sería simplemente expresión de actitudes
emotivas, útil quizá para la expresión de sentimientos subjetivos, pero incapaz
de afirmaciones verdaderamente objetivas y racionales.

Para el neopositivismo, la totalidad de la realidad es estudiada por las


ciencias. La función de la filosofía se limita a aclarar el sentido de las
proposiciones (enunciados) o sea, al análisis lógico mediante el cual se delimita
qué proposiciones tienen sentido y cuáles no lo tienen (criterio de demarcación,
que se reduce al criterio empirista de significado y, en definitiva, al principio de
verificación empírica).

Los fundadores del Círculo de Viena estaban convencidos de que la


metafísica y la teología llevaban a perderse en pseudos-problemas. Esta
convicción no era un resultado, sino la hipótesis fundamental de su trabajo.
Partieron de un intento anti-metafísico programático.

Se trata de una nueva modalidad del cientificismo. Mientras en el antiguo


positivismo la negación de la metafísica y de Dios se veía como resultado de un
progresivo avance de las ciencias, que serían capaces de llegar en el futuro a
resolver todos los problemas, teóricos y prácticos, en el neopositivismo
(desmoronada ya la fe optimista en las capacidades de la ciencia), se afirma de
un modo más cauto y sutil que existen problemas carentes de sentido y se
restringe el campo de los problemas “dotados de sentido” a los que la ciencia
puede de hecho, al menos en principio, afrontar y resolver. Con esta
perspectiva, ya no tiene sentido esforzarse por demostrar que Dios no existe; el
nuevo positivismo se dispensa de argumentar el discurso metafísico y teológico,
porque afirma que el problema de Dios ni siquiera existe como problema
cognoscitivamente sensato, aunque pueda aparecer como emotivamente
importante. De este modo se ha terminado por negar a la filosofía el derecho a
tener problemas cognoscitivos verdaderamente suyos y se ha limitado su
función a la de reflexionar sobre los elementos de conocimiento que
proporcionan las ciencias [Agazzi 1983: 113-116].

El principio de verificación empírica —todo conocimiento válido ha de


apoyarse, en última instancia, en enunciados acerca de los hechos
observacionales— como criterio de significado es contradictorio. En efecto, si
toda proposición debe ser empíricamente verificable para poder poseer un
significado, hay que reconocer que el principio de verificación mismo no es
verificable empíricamente. Él mismo es un enunciado sin sentido.

Además, el principio de verificación empírica no es aplicable ni siquiera en las


ciencias, pues todo concepto o magnitud científica, todo enunciado, incluso los
que describen los fenómenos más sencillos, contienen conceptos teóricos que
no pueden reducirse a una simple colección de observaciones. Nunca se llega a
obtener una base empírica donde la observación esté completamente separada
de una actividad intelectual de comprensión, construcción e interpretación.
Cuando se dice: hoy, a las 12.00 la temperatura era de 25 ºC, esa afirmación se
refiere a la experimentación, pero no es un simple resultado de relacionar entre
sí percepciones subjetivas o datos de observación. Comporta medias, escalas,
acuerdos, estipulaciones, etc. Si se admitiese en la práctica el principio de
verificación empírica, habría que eliminar de las ciencias todas las
construcciones teóricas. Además, la verificación sensible no es un proceso
aislado, sino que supone una estimación global de una serie de pruebas
múltiples y heterogéneas en relación con una teoría completa.

En realidad, el criterio empirista de significado estaba destinado a eliminar la


metafísica, pero para conseguirlo se establecieron unas exigencias que ni
siquiera podían ser satisfechas por los enunciados de las ciencias
experimentales. De ahí que Popper afirmase con razón que «los positivistas, con
sus ansias de aniquilar la metafísica, aniquilan junto con ella la ciencia natural»
[Popper 1977: 36]. En efecto la filosofía de la ciencia del siglo XX fue poniendo
de relieve, progresivamente, la solidaridad de una teoría científica con una visión
metafísica del mundo, aunque en ocasiones no se tratase de una metafísica
propiamente dicha, sino de pre-concepciones de carácter sociológico,
psicológico, etc. (paradigmas de Kuhn, conocimiento “personal” no verbalizado
de Polanyi, “hipótesis analíticas” de Quine, etc.). Sin este encuadramiento meta-
físico previo no podrían entenderse el sentido de la ciencia, ni sus reglas, ni su
intento de dar una explicación de los fenómenos [Sanguineti 1988: 33-34].

El Círculo de Viena como tal se disolvió en 1938 por circunstancias políticas.


Sus miembros marcharon a Estados Unidos e Inglaterra, donde existían
movimientos filosóficos que entroncaron fácilmente con esta filosofía. Las ideas
del Weiner Kreis han ejercido un influjo notable, también después de su
disolución. Aunque algunas de sus tesis filosóficas han sido abandonadas
(criterio empirista de significado, fisicalismo), no ha sucedido lo mismo con la
perspectiva filosófica —cientificista y empirista— que subyace en su
planteamiento.

4.3. Reacciones al positivismo


En los apartados anteriores nos hemos referido a la difusión del positivismo.
Efectivamente, el siglo XIX estuvo fuertemente marcado por esta corriente de
pensamiento, pero fue también escenario de fuertes reacciones críticas, tanto
por parte de exponentes de la ciencia como de la filosofía. Algunos científicos
advirtieron que, aunque el método físico-matemático era un instrumento
cognoscitivo muy capaz, existían también otros acercamientos válidos a la
naturaleza. Cauchy —matemático que en 1821 logró la formulación exacta de la
teoría del límite—, en el Prólogo de su obra más famosa afirma que el cálculo no
lo es todo y que sería un error pensar que todas las pruebas válidas han de
basarse en ecuaciones integrales y diferenciales.

«Hasta ahora nadie ha utilizado el cálculo para demostrar la


existencia de Luis XIV; y sin embargo, todos los que están en su
sano juicio admitirán que su existencia es tan cierta como el
teorema de Pitágoras [...]. Lo que he dicho refiriéndome a un
acontecimiento histórico, se puede aplicar igualmente bien a una
cantidad de cuestiones religiosas, éticas y políticas. Por tanto,
debemos seguir convencidos de que hay otras verdades además de
las de la geometría, y otras realidades además de las de los objetos
sensibles. Por consiguiente, cultivemos con fervor las ciencias
matemáticas sin desear llevarlas más allá de su ámbito propio y no
imaginemos que se pueden abordar los problemas de la historia con
fórmulas matemáticas o que se pueden confirmar los principios
morales mediante teoremas de álgebra y de cálculo» [Cauchy 1821:
VI-VII].

Otro autor que merece mencionarse es Émile Meyerson (1859-1933). Estudió


Química y, como otros muchos científicos de su época, llegó a la filosofía llevado
por la necesidad de reflexionar críticamente sobre las teorías de la ciencia.
Estudiando las condiciones psicológicas y lógicas requeridas para el ejercicio de
la ciencia, descubrió que ésta no puede desprenderse de preocupaciones
ontológicas y explicativas: hay una filosofía rudimentaria presupuestas en el
mismo ejercicio de la ciencia. En polémica con Comte y con Mach, afirmó que la
ciencia no sólo describe sino que explica los fenómenos, buscando su causa
real.

Desde el área filosófica, la fenomenología y las filosofías existencialistas, ya


en el siglo XX, hicieron fuertes críticas al positivismo, denunciando con acierto la
deshumanización provocada por las tecno-ciencias. Entre las voces que se
levantaron para poner de manifiesto la necesidad de superar el cientificismo,
quizá la más eficaz fue la de Husserl (1859-1938) que abogó para reconducir las
ciencias a una instancia superior, al sujeto. En su conocida obra La crisis de las
ciencias europeas —escrita entre 1935 y 1938, pero publicada póstuma en 1954
—, señaló con claridad las consecuencias de entender las ciencias como
sustitutivo de la sabiduría [Husserl 2000]. Tuvo también impacto la crítica de
Heidegger [Heidegger 2001a, Heidegger 2001b].

El espiritualismo francés (Maine de Biran y Felix Ravaisson) constituyó otra


fuente de críticas al positivismo materialista. Émile Boutroux (1845-1921), aún
aceptando la clasificación de las ciencias de Comte, insistió en que cada ciencia
revela un orden de la realidad que es imposible reducir a los demás órdenes. La
materia inorgánica, el mundo orgánico y el hombre son órdenes distintos de
realidad, cada uno de ellos no puede explicarse basándose en los anteriores, ya
que contiene elementos originarios, nuevos; la vida, por ejemplo, no se reduce a
su composición físico-química.

También en ámbito francés fue significativa en este sentido la enseñanza de


Henri Bergson (1859-1941). Él mostró que, junto al conocimiento científico,
había lugar para otro tipo de conocimiento —la filosofía— que, con sus
instrumentos propios, podía alcanzar la realidad íntima y absoluta de las cosas.
Él tuvo el mérito de conducir al descubrimiento de la espiritualidad a toda una
generación que vivía inmersa en el racionalismo, positivismo y materialismo
dominantes en aquellos años en la Sorbona.

4.4. Permanencia del cientificismo


Las afirmaciones de la filosofía de Comte no son defendidas hoy por casi
nadie. Pero, en general, la crítica clásica a su doctrina se ha movido más bien en
aspectos accidentales (impugnación de los acentos místicos de sus expresiones,
confianza pueril en el estado de la ciencia en el siglo XIX, error del determinismo
físico, elucubraciones fantasiosas de su último período, etc.). Es cierto que
actualmente el positivismo, tal como fue formulado por Comte, goza de poca
credibilidad entre los especialistas y puede considerarse superado debido al
desarrollo de los estudios históricos y de algunas reflexiones de la filosofía de la
ciencia contemporánea.

Pero si prestamos atención a la raíz del positivismo, es decir, al cientificismo


que lleva a la absolutización de la ciencia y a la negación de la metafísica del
ser, podemos decir que en esto el positivismo no está superado. Con otros
nombres y ropajes diversos, continúa como actitud de fondo en muchos ámbitos
de la cultura y en muchos sectores educativos, científicos, políticos y del
derecho. Sigue teniendo vigencia como perspectiva, como mentalidad, aún entre
personas que no son conscientes de haber adoptado este punto de mira. «Aún
cuando muchos han certificado su muerte, el positivismo, curiosamente, está
aún vivo, no tanto si se le considera en sí mismo –como una doctrina coherente-,
pero sí en cuanto imbuido y disuelto en la estructura de la ciencia, y lo que es
más importante, en la visión científica del mundo» [Skolimowski 1979: 35].

En este sentido, la difusión y penetración del positivismo es mucho mayor de


lo que podemos imaginar. Sanguineti lo expresa de modo sintético:

«La entrada del punto positivista en las ciencias occidentales, en la


físico-química, en la biología, en las ciencias humanas, es un hecho
notorio y de enormes proporciones, y constituye además un proceso
que todavía sigue en curso, de cuyo alcance practico y moral quizá
no nos damos cuenta perfectamente. En cuanto a la eficacia
universal de su influjo, basta considerar que si el área de influencia
de los filósofos se restringe en cierto modo a los que se dedican a
estudiarlos por motivos profesionales o de otra índole, la filosofía
positivista llega a todos pacíficamente, a través de la enseñanza de
las ciencias en los estudios básicos, medios y superiores,
alcanzando una penetración de la que pocas doctrinas podrían
gloriarse. Se consigue así un efecto de connaturalización con ese
método, que en buena parte explica la resistencia de muchos ante
la consideración metafísica y moral en las ciencias, aún cuando en
la vida ordinaria no hubiesen descartado tal rectitud natural del
ejercicio de nuestra inteligencia» [Sanguineti 1977: 34-35].

Puede decirse que en el momento actual, el positivismo —al menos su


carácter cientificista y su exclusión de la metafísica— constituye muchas veces
una especie de “atmósfera” filosófica dominante, que parece penetrar en el siglo
XXI con aires de triunfo, no obstante los problemas antropológicos que ha
creado en el mundo el nuevo naturalismo tecnológico sin límites éticos.

Mencionamos a continuación algunas manifestaciones de la mentalidad


positivista en la actualidad. En primer lugar, la consideración de la ciencia como
saber fundamental acerca del mundo aunque, a veces, quienes lo sostienen,
critiquen los excesos del cientificismo de otras épocas. Quizá no se ponen en la
ciencia las esperanzas ingenuas de otros tiempos, pero se piensa que la ciencia
es el estilo de pensamiento más seguro y provechoso, mientras que las certezas
morales, filosóficas, religiosas se consideran frágiles y discutibles.

La falta de interés por las cuestiones últimas y fundamentales de la vida —el


abdicar de la vocación especulativa— es también una actitud propiciada por el
positivismo, que prohíbe preguntarse por la naturaleza y el sentido de las cosas,
de la vida y del hombre. El talante positivista ha llevado a formar técnicos que
manipulan la realidad, desentendiéndose del significado, promoviendo en el
hombre y en la sociedad actitudes unilaterales (la exactitud, la precisión, el
cálculo, el automatismo), y sofocando cualidades más importantes, más
exquisitamente humanas (visión sapiencial, búsqueda de causas, actitud
contemplativa).

Al erigir la ciencia como conocimiento total, que no admite instancias


superiores, la fe queda recluida al ámbito privado; se admite como componente
a-racional de la existencia singular, como opción espiritual sin relación con el
mundo de la verdad y sin relevancia en la esfera pública. Ésta es, quizá, una
secuela del positivismo especialmente presente en la sociedad actual.
La herencia del positivismo hace también que, al haberse eliminado la
metafísica, aparezcan como sustitutos de lo que va más allá del dato la
construcción racional o social. Es lo que se pone de manifiesto en las diferentes
formas de constructivismo y de convencionalismo.

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SANTUCCI, A. (ed), Scienza e filosofia nella cultura positivistica, Feltrinelli,


Milano 1982.
SIMON,W.M., Il positivismo europeo nel XIX secolo, Il Mulino, Bologna 1980.

ZEA, L., El positivismo en México. Nacimiento, auge y decadencia, FCE,


México 1968.

5.3. Voces de Diccionarios y enciclopedias


CENTRO DE ESTUDIOS FILOSÓFICOS DE GALLARATE, Diccionario de ideas
filosóficas, Rioduero, Madrid 1986.

FERRATER-MORA, J., Diccionario Filosófico, 4 vol., Alianza, Madrid 1980.

5.4. Otras obras de interés


ALONSO, C.J., La agonía del cientificismo. Una aproximación a la filosofía de
la ciencia, Eunsa, Pamplona 1999.

ARTIGAS, M., La Filosofía de la ciencia experimental, Eunsa, Pamplona 1992 . 2

—, El desafío de la racionalidad, Eunsa, Pamplona 1994.

CANTORE, E., L’uomo scientifico. Il significato umanistico della scienza, EDB,


Bologna 1988.

FAZIO, M., Secularización y cristianismo, Universidad Libros, Buenos Aires


2008.

GILSON, E., La unidad de la experiencia filosófica, Rialp, Madrid 1998.

—, L’école des Muses, Vrin, Paris 1951.

JAKI, S.L., The Road of Science and the Ways to God, Scottish Academic
Press, Edinburgh 1980.

MARITAIN, J., La philosophie de la nature: essai critique sur ses frontières et


son objet, Oeuvres complètes, Editions Universitaires de Fribourg
(Suisse) et Editions Sain Paul, Paris 1982-2000 (vol V, pp. 819-968).
Traducción castellana: Filosofía de la naturaleza, Club de Lectores,
Buenos Aires 1980.
SANGUINETI, J.J., Il destino storico dei valori scientifici, «Il Nuovo Areopago» 1
(1982/2) 12-27.

SELVAGGI, F., Filosofia del mondo. Cosmologia filosofica, PUG, Roma 1985.

SERRANO, E., Filosofía del Derecho. Derecho Natural. Concepciones


iusnaturalistas actuales, Editora Nacional, Madrid 1967.

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VITORIA, María Ángeles, Positivismo, en FERNÁNDEZ LABASTIDA, Francisco


– MERCADO, Juan Andrés (editores), Philosophica: Enciclopedia
filosófica on line,
URL: http://www.philosophica.info/archivo/2009/voces/positivismo/P
ositivismo.html

Información bibliográfica en formato BibTeX: mav2009.bib

Digital Object Identifier (DOI): 10.17421/2035_8326_2009_MAV_2-


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