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LA DOGMÁTICA JURÍDICA, ¿CIENCIA O TÉCNICA?

Alfonso Ruiz Miguel


Catedrático de Filosofía del Derecho. Universidad Autónoma de Madrid

SUMARIO: I. NOTAS SOBRE TEORÍA DE LA CIENCIA.—II. EL PROBLEMA DE LAS CIEN-


CIAS SOCIALES: 1. La complejidad de los hechos sociales. 2. La unicidad de los hechos
sociales. 3. La intencionalidad de los hechos sociales. 4. La valoratividad de las cien-
cias sociales.—III. ¿UNA SOLA FORMA DE CIENCIA?—IV. DE LAS CIENCIAS SOCIALES A LA
DOGMÁTICA JURÍDICA.—V. MÉTODOS, RESULTADOS Y FUNCIONES DE LA DOGMÁTICA JURÍDI-
CA.—VI. LA DOGMÁTICA JURÍDICA COMO TÉCNICA.—BIBLIOGRAFÍA.

En el presente escrito abordo la pregunta sobre el carácter científico o


técnico de la llamada ciencia del Derecho (o dogmática jurídica, o también
jurisprudencia, como las denominaré indistintamente). Lo haré en tres
pasos: trazaré primero las líneas fundamentales del modelo de ciencia hoy
plausible contrastando con él el polémico lugar de las ciencias sociales,
intentaré después una descripción articulada del tipo de actividades reali-
zadas por los juristas teóricos y, en fin, contrastaré esta descripción con
aquel modelo y con la algo oscura noción de técnica. Conviene advertir que
lo relevante de una indagación como ésta reside antes en el proceso mismo
de la argumentación que en su resultado, pues que la dogmática jurídica
termine o no siendo bautizada con el nombre de ciencia no es tan impor-
tante como saber cómo opera efectivamente en relación con las actividades
hoy consideradas científicas (1).

I. Notas sobre teoría de la ciencia

Aun con distintas herramientas conceptuales, la teoría de la ciencia con-


temporánea ha venido a proponer como fundamental un contraste que en
el fondo no es más que una reconstrucción de la clásica distinción entre
el conocimiento empírico, basado en la comprobación por los sentidos, y
el lógico, basado en la deducción racional. Una y otra forma de conocimien-
to terminaron por manifestarse en diferentes concepciones sobre la verdad,
una basada en la idea de correspondencia entre la afirmación de un hecho
y el propio hecho afirmado y la otra en la idea de coherencia entre las dis-
tintas afirmaciones realizadas. Y es a la oposición entre estas dos diferentes
concepciones de la verdad a la que remite el contraste propuesto por la teo-

(1) Ése es el sentido indiscutible de la la literatura española han tratado el proble-


advertencia de Albert CALSAMIGLIA de que ma de la naturaleza de la ciencia jurídica de
«nuestro conocimiento sobre el derecho no forma analítica e independiente y no a modo
aumenta por el hecho de que califiquemos de enésimo recuento histórico-doctrinal de
la dogmática de ciencia» (1986, pg. 47), por la llamada «metodología jurídica».
cierto, en uno de los rarísimos libros que en
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ría de la ciencia contemporánea entre dos diferentes concepciones de la


ciencia, a las que denominaré verificacionista y estructural.

El modelo verificacionista se puede caracterizar por su entendimiento


del conocimiento científico como un conjunto de enunciados observacio-
nales y de hipótesis teóricas que intentan dar cuenta de la ciencia como
proceso progresivo de carácter acumulativo y lineal (aunque no por fuerza
en línea recta). Por explicarlo con referencia a sus dos versiones contem-
poráneas más importantes, el inductivismo y al falsacionismo —término
feo, pero seguramente no tanto como «refutacionismo»—, una y otra toman
como punto de partida la validación o contrastación de las teorías cientí-
ficas a través de la verificación de los enunciados observacionales. En lo
que se separan, en cambio, es en la defensa por parte del inductivismo, bien
representado por Carl HEMPEL, de la importancia de la verificación empírica
de carácter positivo y de la suficiente definitividad de las teorías científicas
corroboradas con ese criterio, frente a la insistencia por parte del falsacio-
nismo, defendido por Karl POPPER, en el lado negativo de la verificabilidad
—la falsabilidad de una teoría que todavía no se ha mostrado como falsa-
ción, es decir, su apertura a la refutación como forma de conocimiento no
inmune a los hechos— y de la inevitable provisionalidad de toda hipótesis
científica. En lo que una y otra versión admiten ser vistas como filosofías
de la historia de la ciencia, se podría decir que mientras la concepción del
progreso lineal y acumulativo del inductivismo es más bien rectilínea, la
del falsacionismo —con la insistencia popperiana en el método de prueba
y error— es en zigzag.

Aparte de las ya clásicas objeciones a la indemostrabilidad y circularidad


del principio de verificación, que carecen de la fuerza que aparentan en
cuanto se cae en la cuenta de que ninguna metodología filosófica puede
aspirar a ser probada científicamente, la objeción más importante que han
recibido las concepciones verificacionistas de la ciencia es que las obser-
vaciones de hechos y procesos no son independientes de las teorías o hipó-
tesis en las que tales observaciones se integran. El corolario de esta objeción
sería que, al no existir hechos desnudos ni observaciones puras, tampoco
se puede suponer una separación tajante entre enunciados observacionales
y explicaciones teóricas. Pero no es inútil añadir, para aliento de la tole-
rancia filosófica frente al dogmatismo, que las concepciones verificacionis-
tas pueden replicar, con respetable aunque discutida eficacia, acantonán-
dose en la idea de que su punto de vista es el de la justificación de la ciencia
y no el de la descripción de sus contextos de descubrimiento.

En oposición al verificacionismo, y diluyendo la aludida distinción entre


contexto de justificación y de descubrimiento, las concepciones estructu-
rales de la ciencia coinciden en ver las contribuciones científicas como
estructuras complejas y globales cuyos conceptos, tanto observacionales
como teóricos, dependen menos de los hechos que se suponen reales que
de la propia estructura teórica y de los acuerdos que sobre ella dominan
en la comunidad científica correspondiente. Las concepciones estructura-
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les, dentro de las que cabe incluir a la teoría de los paradigmas de Thomas
KUHN y a la de los programas de investigación de Imre LAKATOS, han des-
tacado sobre todo los componentes dogmáticos e incomprobados que toda
práctica científica incorpora, dividiéndose luego en la forma de caracterizar
la competencia entre paradigmas o programas alternativos, que para KUHN
se resuelve mediante revoluciones científicas y para LAKATOS es una lucha
permanente o intermitente pero sin rupturas llamativas. La filosofía de la
historia de la ciencia que se desprende de estas concepciones estructurales
es sólo matizadamente progresiva y en ningún caso de progreso lineal ni
meramente acumulativo, sino bien de carácter dialéctico en la teoría kuh-
niana de los paradigmas —una revolución científica, dice KUHN, produce
ganancias pero también pérdidas—, bien de progreso visible sólo a muy lar-
go plazo o, en el corto, limitado sólo al interior de cada programa de inves-
tigación en la teorización de LAKATOS. En todo caso, al insistir en el cambio
y en la lucha entre conjuntos teóricos sustentados por una determinada
comunidad científica de un momento histórico determinado, se trata de un
tipo de visión de carácter totalizador y no lineal.

La influyente revisión operada en la teoría de la ciencia por las concep-


ciones estructurales —en particular, a través de la difundida obra de KUHN
La estructura de las revoluciones científicas— ha alentado en círculos ajenos
a la ciencia más estricta una cierta e indiscriminada alegría en la apelación
a la idea de paradigma científico, a veces usada como talismán remendador
de cientificidades perdidas. Este fenómeno resulta explicable por la consa-
bida carga emotiva favorable que, con más o menos justificación, está aso-
ciada a la idea de ciencia, pero no deja de ser una distorsión de la concep-
ción kuhniana y, en realidad, de cualquier concepto mínimamente circuns-
crito y exigente de ciencia. Por lo que a KUHN afecta, su noción de para-
digma no sólo exige una comunidad que comparta criterios y técnicas bási-
cas comunes, de modo que haya superado el estadio de lo precientífico, don-
de el desacuerdo es constante y afecta a lo fundamental del respectivo cam-
po. Es que, sobre todo, el campo que KUHN toma como modelo básico para
justificar su teoría es nada menos que la física y la comunidad a la que se
refiere explícitamente es la de los científicos naturales.

La pretensión fundamental de la comparación de las dos anteriores con-


cepciones no es aquí insistir en sus diferencias básicas, sino más bien des-
tacar lo que una y otra tienen en común y presuponen para obtener un con-
cepto circunscrito y exigente de ciencia. La consideración de ese núcleo
común, que tiene como referente a las ciencias hoy más acreditadas, puede
servir de contraste para calibrar el grado de proximidad o alejamiento de
las ciencias sociales a ese modelo teórico. Aun dentro de un cierto e ine-
vitable grado de vaguedad en algunos de los elementos en juego, ese núcleo
común puede cifrarse en cuatro aspectos: el objeto o contenido, el método,
la función y, en fin, los resultados de la ciencia.

Por el objeto o contenido, lo que hemos venido a dar en considerar cien-


cia estudia sobre todo procesos o relaciones entre tipos de hechos relati-
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vamente específicos. Dentro de las radicales variaciones que este objeto


empírico puede sufrir según diferentes concepciones de la realidad, el
núcleo privilegiado como modelo de objeto científico es la naturaleza física.
Sin embargo, esa reducción a lo físico no obliga necesariamente a excluir
como objeto de la ciencia a lo humano, siquiera sea en los aledaños de su
núcleo, de manera que también los hechos y procesos sociales, psicológicos,
históricos y culturales suelen con razón considerarse como objetos suscep-
tibles de conocimiento científico. Esta amplia caracterización por el con-
tenido de la ciencia seguramente no sirve para diferenciarla de las pseudo
ciencias pero sí al menos de la filosofía, que no tiene a los hechos como
objeto de consideración, sino el juicio crítico sobre los hechos, o, cuando
los tiene, los considera desde la pregunta ontológica general sobre su natu-
raleza esencial o última.
Por el método, la investigación científica exige un contacto relevante y
verosímil, aunque no necesariamente exclusivo y unidimensional, con la
observación o la experimentación empíricas. No sólo KUHN escribió que
«[l]a observación y la experiencia pueden y deben limitar drásticamente la
gama de las creencias científicas admisibles o, de lo contrario, no habría
ciencia» (1962, pg. 25). Incluso FEYERABEND, el mayor crítico contemporá-
neo del empirismo y de todo criterio de demarcación científica, no resistió
la tentación de descalificar a «materias bastardas tales como la filosofía de
la ciencia» con el comentario de «que no cuentan con un sólo descubrimien-
to en su favor» (1981, pg. 296). Cierto que criterios como éstos no exigen
demasiado de la ciencia, sobre todo si se acepta que la propia observación
está dirigida y mediatizada por la teoría y que ésta requiere imaginación.
Sin embargo, la exigencia de que la teoría sea suficientemente rica y fide-
digna como para ajustarse de manera verosímil a los datos conocidos parece
suficiente, si ahora no necesariamente para diferenciar a la ciencia de la
filosofía, sí al menos para demarcarla en forma clara y apropiada respecto
de las pseudo ciencias (sean procedentes de experiencias no intersubjetivas
o de la credulidad y el engaño) como la magia, la ufología, la parapsicología,
la astrología o las ciencias ocultas, por referirme sólo al campo académi-
camente indiscutido de las competidoras de las ciencias físico-naturales,
donde el río está menos revuelto que en el campo de las ciencias sociales.
Por la función, la ciencia pretende un tipo de conocimiento a la vez limi-
tado y abierto. Limitado en el sentido de que aspira básicamente a un cono-
cimiento de tipo causal e, idealmente, legaliforme, es decir, que intenta
encontrar las causas de ciertos tipos de hechos hasta establecer leyes o
modelos que las relacionen con determinados tipos de efectos. Y abierto
en el sentido de que la ciencia se justifica por su carácter de progreso acu-
mulativo —quizá sólo relativo y no necesariamente lineal, pero progreso a
fin de cuentas—, que busca aportar nuevas soluciones a los problemas plan-
teados, aun si las soluciones no siempre son inmediatamente útiles o bene-
ficiosos ni los problemas necesariamente importantes o interesantes para
la humanidad. La ciencia contrasta así especialmente con la filosofía, que
busca más bien la comprensión global y última del sentido de la realidad
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y asume, sea con resignación o con orgullo, su recurrente sino de Sísifo de


volver sobre los mismos problemas eternos.
Por los resultados, en fin, la función cognoscitiva de la ciencia se cumple
razonablemente en el logro de describir con precisión un conjunto más o
menos amplio de hechos y procesos, lo que permite explicar y a veces inclu-
so predecir la realidad. La obtención de este tipo de resultados es también
algo básicamente ajeno a la filosofía y a las pseudo ciencias, pero plantea
además la cuestión de si permite poner en duda la cientificidad de las cien-
cias sociales. Y este último es el problema que ahora se va a afrontar.

II. El problema de las ciencias sociales

Si hay un problema de las ciencias sociales, como me parece que lo hay,


es que no parecen «verdaderas» ciencias —o, al menos, no parecen «tan
científicas»— como las naturales. Esta observación no es inocente, en el
sentido de que sea ajena a la adopción de alguna concepción de las ciencias
en general y de las ciencias sociales en particular, y buena prueba de ello
es que varias de las posiciones sobre la relación entre las ciencias sociales
y las naturales vienen a denegar más o menos expeditivamente la existencia
de semejante problema. De las cinco posiciones posibles a propósito de la
relación entre ciencias naturales y sociales, sólo lo pueden reconocer dos,
que enumero en último lugar:
1) las ciencias sociales no son distintas de las naturales, porque ni unas
ni otras son sólo, ni sobre todo, conocimiento estrictamente racional o
empírico (FEYERABEND);
2) las ciencias sociales son autónomas respecto de las naturales, hasta
el punto de que mientras éstas son pseudo ciencias, mero conocimiento
generalizante, aquéllas, capaces de conocimiento individualizante, son las
verdaderas ciencias (CROCE, en referencia a la historiografía);
3) las ciencias sociales son y deben ser autónomas respecto de las natu-
rales, en tanto que siguen y deben seguir criterios metodológicos específicos
y apropiados para su objeto, los únicos que pueden garantizar un conoci-
miento parangonable en su campo al de aquéllas (DILTHEY, GOLDMAN, ADOR-
NO, HABERMAS...);

4) las llamadas ciencias sociales son tan autónomas respecto de las


naturales que mientras mantengan sus típicas y endémicas discusiones
sobre lo fundamental, seguirán en el estadio de la «pre-ciencia» sin llegar
a ser ciencias propiamente dichas (KUHN);
5) las ciencias sociales no son ni deben ser autónomas sino que serán
ciencias en tanto que sigan básicamente los mismos métodos que las natu-
rales, que se presentan como el modelo desarrollado al que aquéllas deben
aspirar (RUDNER y, en general, la filosofía analítica).
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La polémica sustantiva y más relevante entre estas posiciones puede


reducirse al contraste entre la posición 3 (que parcialmente puede englobar
a la 2) y la 5 (que, mediante algunas precisiones, puede integrar a la 4) (2).
En adelante, y para simplificar, llamaré historicistas a los defensores de la
primera posición y empiristas a los de la segunda. Advertiré también de que
aunque la disputa así mentada es sobre todo sobre métodos, las distintas
visiones de éstos transmiten formas diferentes de ver el objeto —básicamen-
te, totalizado y tendencialmente unificado en un sólo conjunto en las meto-
dologías historicistas y sectorializado en distintas especialidades no siem-
pre exentas de solapamientos en las empiristas— y suministran explicacio-
nes alternativas de la diferente función y el mucho menor alcance de los
resultados que las ciencias sociales manifiestan respecto de las naturales.
Veámoslo por partes, agrupando las diferencias metodológicas que carac-
terizan a las ciencias sociales según las aproximaciones historicistas, bajo
cuatro rúbricas: la complejidad, la unicidad, la significatividad y la subje-
tividad de los hechos sociales. No hace falta decir que estos cuatro rasgos
están tan estrechamente entrelazados que constituyen diferentes motivos
o aproximaciones de una misma visión o núcleo focal. Así pues, su distin-
ción tiene más bien pretensiones de claridad expositiva que precisos alcan-
ces conceptuales.

1. La complejidad de los hechos sociales

La complejidad de los hechos sociales ha sido aducida por las tendencias


historicistas como justificación del supuesto rasgo metodológico de su inac-
cesibilidad o indominabilidad a través de presupuestos, criterios y contras-
taciones puramente empiristas. Desde un punto de vista muy genérico, es
cierto que los hechos sociales son complejos debido a la variedad de causas
y circunstancias históricas, culturales, económicas y aun individuales que
los constituyen. Sin embargo, la elevada complejidad es un rasgo típico de
todos los hechos, sociales o naturales, por más que se antoje harto desme-
surada y optimista la réplica, sostenida por Karl POPPER, de que los hechos
físicos son más complejos que los sociales en el sentido de que no pueden
ser adecuadamente simplificados por la presuposición de una racionalidad
interna análoga a la del observador. Aun así, la complejidad de los hechos

(2) Respecto de la posición 1, baste decir sus conocimientos a los de un oráculo de


que nadie que muestre cierto grado de insa- Delfos bien organizado, si no también a los
tisfacción con el estado de las ciencias socia- de un horóscopo dominical con pretensio-
les recibirá la menor esperanza de mejora, nes. Así que, valga lo que valga el permisivo
aunque sí consuelo, de la manga ancha de criterio de FEYERABEND como descripción
FEYERABEND. De atender a sus requerimien- del desarrollo histórico real de las ciencias
tos, la única prescripción que debería hacer- naturales, y hasta como prescripción del
se a la ciencia es la regla permisiva, licen- mejor modo de preservar su progreso, las
ciosa o anárquica del «Todo vale», desde el ciencias sociales probablemente obtendrán
pluralismo más amplio hasta la interven- mayor provecho y mejores resultados si
ción de ideas metafísicas, míticas, mágicas atienden más bien al rigor en la comproba-
y religiosas. O sea, lo que les faltaba a las ción o la experimentación de datos y mode-
ciencias sociales para acercar todavía más los que a la creatividad anarquizante.
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sociales podría seguir siendo mayor, en particular por la ocurrencia de


variables relevantes especialmente difíciles de desentrañar.
La objeción genérica de que la complejidad de los hechos sociales difi-
culta o impide su dominabilidad empírica queda en algún grado desactivada
cuando se cae en la cuenta de que la ciencia no tiene por qué reproducir
la realidad en el sentido de mimetizarla o reflejarla con perfecta fidedig-
nidad, sino sólo representarla o esquematizarla mediante conceptos y
modelos abstractos: si las ciencias naturales, como dijo EINSTEIN, no tienen
que dar el sabor de la sopa, tampoco las ciencias sociales tienen que trans-
mitir las alegrías y tribulaciones del especulador financiero o las ambiciones
del político. Pero la complejidad de los hechos sociales, además de gené-
ricamente, se entiende y se justifica de una forma más específica y precisa
cuando se insiste en el criterio de las interferencias entre sujeto y objeto,
que, según la perspectiva historicista, serían tan características como ine-
vitables en toda consideración de los hechos culturales. Dichas interferen-
cias pueden tener dos direcciones: del sujeto al objeto y del objeto al sujeto.
La primera dirección, la interferencia de la investigación en el objeto
estudiado, produce entre otros el llamativo fenómeno de las profecías que
se autocumplen o se autorrefutan, según el cual la propia conducción de
la actividad de investigación, así como la publicidad de sus resultados, pue-
de afectar a la realidad social hasta transformarla. Un empirista podría
replicar fácilmente que las interferencias producidas por la propia conduc-
ción de la investigación acaecen también en las ciencias naturales, hasta
el punto de que la física se encuentra insuperablemente limitada por una
interferencia análoga, como muestra el principio de indeterminación de
HEISENBERG, que establece que las condiciones de la experimentación hacen
imposible medir de manera precisa y simultánea la posición y la velocidad
de un objeto. Y en cuanto a las interferencias debidas a la publicidad de
los resultados de la investigación, un empirista diría que no afectan a la
ciencia en cuanto tal, como conocimiento puro, sino a una de sus posibles
utilizaciones. En todo caso, siempre cabe aducir ejemplos de investigación
en los que es imposible o muy difícil que el objeto pueda verse afectado
por el sujeto, como la interpretación económica o sociológica básica, la his-
toria o la demografía.
La segunda dirección, desde el objeto al sujeto, se refiere al hecho de
que la inmersión del investigador en un marco social conflictivo y complejo
haría imposible o indeseable evitar una consideración específica —indivi-
dualizante y totalizadora— de la situación estudiada, que resultaría así
mediada por la comprensión interpretativa del estudioso, una operación de
naturaleza diferente a la explicación propia de los fenómenos naturales, ine-
vitablemente impregnada de valoraciones ideológicas. Pero esta crítica,
cuyos más conocidos valedores han sido los seguidores de la Escuela de
Frankfurt, llama a las tres rúbricas pendientes de consideración.
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2. La unicidad de los hechos sociales

La idea de unicidad de los hechos sociales y la consiguiente insistencia


en la aplicabilidad a las correspondientes ciencias de un método individua-
lizante y totalizador, en contraste con el método generalizante y particu-
larizador o especializado, es una visión característica del historicismo dia-
léctico, sea en sus versiones idealistas, a lo HEGEL y CROCE, o en las mate-
rialistas, según el modelo iniciado por MARX. Como lo ejemplifican WIN-
DELBAND y RICKERT, no es necesario que quien concibe el conocimiento
social como individualizante lo entienda a la vez como totalizador, y esta
distinción es decisiva porque sólo la primera posición se presenta como un
reto frontal respecto del modelo de conocimiento causal y legaliforme pre-
tendido por las ciencias empíricas.

La propuesta de que el conocimiento de las ciencias humanas ha de ser


individualizante presupone que la sustancia de la realidad social, conside-
rada única e irrepetible, condiciona el método de su conocimiento y tiene
su manifestación más prototípica en los estudios históricos. Ahora bien, en
la medida aproximada en que vale la comparación, la irrepetibilidad de la
historia excluye tan poco la posibilidad de explicación causal y de ensayo
de hipótesis generales explicativas de unos u otros acontecimientos o com-
portamientos histórico-sociales como la irrepetibilidad de las mutaciones
genéticas y de su consolidación en un determinado medio ambiente excluye
las leyes darwinistas de la evolución de las especies. Por supuesto que la
historia puede estudiarse como sucesión de acontecimientos específicos sin
intentar su entendimiento en un marco de modelos o causas generalizado-
ras, pero si se toma al pie de la letra el valor de semejante tarea quedará
reducido al de la crónica, útil todo lo más como mera descripción selectiva
e instrumento de conocimiento auxiliar de tal o cual momento o período
que no puede pretender aparecer como el verdadero y apropiado conoci-
miento histórico.

En cambio, cuando a la idea de individualización se añade la exigencia


de recurrir a la totalización, se apela al conocimiento dialéctico, es decir,
a una categoría metodológica que pretende superar el conocimiento ana-
lítico, meramente generalizante de elementos concretos, y constituir un
conocimiento unificador —a la vez sociológico, económico, histórico, cul-
tural, moral, etc.—, que habría de servir para comprender en su abismal
profundidad y especificidad individual los grandes momentos o instancias
—justamente, las totalidades— del desarrollo humano, sea bajo forma de
Espíritu objetivo, de modo de producción capitalista o de interpretación
global de un fenómeno histórico. Sin embargo, la pretensión que alienta
detrás de esta propuesta metodológica sigue siendo la de la explicación cau-
sal mediante hipótesis generales, por más que la naturaleza de tales hipó-
tesis sea efectivamente diferente, especialmente por su carácter macroscó-
pico, a la de las más específicas de la explicación científico-natural.

En efecto, en el fondo, el método totalizador pretende afrontar el pro-


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blema de la complejidad de los hechos sociales propugnando su entendi-


miento interrelacionado en una visión unitaria de las ciencias sociales, que
tienden a considerarse en estrecho contacto con el punto de vista filosófico.
Pero, justo en este punto, su oposición al modelo empirista se traslada desde
la discusión genérica y apriorística de los métodos a la discusión más espe-
cífica sobre la mayor o menor capacidad y potencia explicativa de unas u
otras hipótesis o teorías en términos empíricos. Así pues, aunque métodos
y resultados no sean nunca fáciles de deslindar tajantemente, la cuestión
de la mayor o menor adecuación de las teorías derivadas del modelo his-
toricista-totalizador de las ciencias sociales frente a la de las teorías más
específicas y los estudios más especializados preferidos por la metodología
positivista, puede dejarse de lado como propia más bien de una elección
sustantiva entre teorías rivales y no tanto como cuestión de diferencia meto-
dológica esencial, porque lo relevante aquí es que una y otra perspectiva
tratan de explicar —explicar per causas— los fenómenos sociales.

3. La intencionalidad de los hechos sociales

La significatividad o intencionalidad de los hechos sociales, de la que


en una concepción no antropomórfica de la naturaleza como la nuestra
carecen los hechos no humanos, ha sido vista como un rasgo específico que
impondría la necesidad de un método diferente al de las ciencias naturales.
La diferencia entre explicación o entendimiento causal de un fenómeno y
comprensión o interpretación intencional o final, si bien ha sido rastreada
por VON WRIGHT como un contraste tradicional ya desde la filosofía griega,
lo cierto es que aparece expresamente formulada sólo en el historicismo ale-
mán del siglo pasado como contraposición entre Erklären y Verstehen. El
punto fuerte de esta distinción se encuentra en la consideración de que un
buen conocimiento de los hechos sociales exige no sólo —o incluso no exige
especialmente, según una versión más fuerte— una explicación en términos
de causas y efectos que sea producto de una observación meramente exter-
na, de espectador imparcial, sino también —o fundamentalmente, en la ver-
sión fuerte— comprensión intencional, como producto de una considera-
ción bajo un punto de vista interno, el único capaz de captar el sentido o
intencionalidad que los actores dan a sus acciones.
Sin embargo, un análisis más pormenorizado de la idea de «compren-
sión» o de «punto de vista interno» permite desvelar en ella una significativa
ambigüedad (cfr. ROSSI, 1984). En su versión más fuerte, patrocinada por
Dilthey, la comprensión equivaldría a «conocimiento» intuitivo de valores,
donde la intuición, la introspección psicológica, la empatía, constituirían
métodos radicalmente diferentes de los empíricos y producirían una auto-
nomía que incomunicaría a las ciencias sociales de las naturales. En cam-
bio, en una versión más moderada— ejemplificable en Max WEBER, paladín
de una sociología comprensiva— la comprensión sería la captación preli-
minar del sentido interno de las acciones humanas como forma empírica-
mente apropiada de acceder a ese peculiar sector de la realidad. En este
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segundo sentido, así pues, la comprensión no se contrapone a la explicación


en términos causales sino que es la forma empírica adecuada para la espe-
cificidad de la explicación social, sin que en tal modelo se proponga la sepa-
ración tajante entre ciencias naturales y sociales.
Tal vez pueda afirmarse que para la versión más radical la comprensión
es un método en el sentido aquí utilizado de la palabra, que como método
alternativo y diferente caracterizaría a las ciencias sociales como autóno-
mas. En cambio, en la versión más moderada, la comprensión sería vista
más bien como una técnica instrumental (3), sin obligar a plantear la dife-
rencia radical de las ciencias sociales respecto de las naturales. Si esto es
así, los criterios para la elección última entre uno y otro punto de vista pare-
cen remitir al problema de la valoratividad de las ciencias sociales. Después
de todo, para mantener que el «método comprensivo» instaura unas rela-
ciones privilegiadas entre el estudioso y lo estudiado que resultan del todo
ajenas a la capacidad de observación externa, pero que a pesar de todo pue-
den ser consideradas científicas en el sentido de conocimiento apropiado
y suficientemente fiable, hay que suponer que la ciencia social no ha de estar
exenta de valoraciones sin por ello dejar de ser cognoscitiva. Un punto de
vista que, precisamente, Max WEBER impugnó fervientemente. En todo
caso, la versión extrema del método comprensivo es sólo una manifestación
más de la tesis que defiende la necesidad y conveniencia de la introducción
de juicios de valor en las ciencias sociales.

4. La valoratividad de las ciencias sociales

La subjetividad o valoratividad de las ciencias sociales es el punto en


el que convergen la mayoría de las pretensiones de autonomía de las cien-
cias sociales. No será impertinente precisar aquí que cuando en este con-
texto se habla de «subjetividad» no todos los pensadores implican necesa-

(3) Quizá no sea ocioso señalar aquí que naturales como la antropología biológica y
mientras que por método debe entenderse la biología evolutiva que sí las utilizan pero
un criterio o conjunto de criterios generales que tienen seguramente más en común con
de validación o justificación de una determi- la historia, la arqueología o la etnología, que
nada actividad, por técnica en este sentido no las utilizan, que con otras ciencias natu-
debe entenderse una forma instrumental y rales, que, al igual que algunas ramas de la
específica de practicar o presentar una psicología o la sociología, también se sirven
investigación concreta o de contrastar sus de una u otra de aquellas técnicas; por su
elementos. Cuando a veces se dice que cada parte, ramas de la física tan acreditadas
objeto pide un método particular y que, por como la física teórica o la astrofísica no pre-
ello, los métodos han de ajustarse al objeto tenden contar con la posibilidad de provo-
más que al contrario, se suele aludir sobre car experimentos decisivos para su avance.
todo a técnicas. Por ejemplificarlo, la pro- Lo que significa que las similitudes o dife-
ducción artificial de experimentos o la uti- rencias básicas entre esos y otros saberes ha
lización de modelos matemáticos pueden de buscarse en criterios más generales y
ser técnicas que poco tienen que ver con la relativos a la validación del conocimiento, y
distinción entre ciencias naturales y socia- no a la mera instrumentación de sus inves-
les: así, junto a la ausencia de tales técnicas tigaciones.
en la botánica o la zoología, hay ciencias
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riamente las ideas de relatividad en el sentido de no cognoscitividad o, peor,


de parcialidad errónea, en suma, de consciencia falsa, sino sólo la idea de
relativo a un sujeto social, que puede ser limitado pero no falaz en sus pre-
tensiones e, incluso, portar al pretendido «sujeto universal», no sometido
a error, bajo una falsa apariencia de parcialidad. Cierto que, en oposición
a este posible entendimiento, la tradición empirista siempre ha preconizado
que la objetividad de las ciencias sociales, en cuanto evitación del error o
de la falsa consciencia, sólo puede garantizarse mediante la eliminación de
todo juicio de valor, provenga de una u otra parte de la sociedad o de nin-
guna. Y es justamente esta polémica la que cierra el arco del contraste entre
historicistas y empiristas.
Quienes, como Max WEBER, han propugnado una ciencia —social o no—
libre de valores como garantía de objetividad, han restringido en gran medi-
da el alcance y el momento en el que la avaloratividad debería ser estric-
tamente mantenida. Por resumir lo que ya he dicho en otro lugar, ni los
juicios referentes a la opción por hacer ciencia, al valor de la propia ciencia
o a la importancia de la propia exigencia de la avaloratividad metodológica,
ni las valoraciones sobre los usos prácticos de los resultados de una deter-
minada investigación científica, y ni siquiera los juicios de valor que pueden
presidir la propia elección del tema concreto que se pretende investigar que-
dan excluidos por la exigencia metodológica de la avaloratividad. Ésta se
limita únicamente a prohibir la introducción de valoraciones en el propio
desarrollo de la investigación, esto es, en la selección, construcción y com-
probación de teorías, hipótesis y datos, así como —tal vez, aunque no nece-
sariamente— en la presentación final de los resultados de la investigación.
Es sólo en esos momentos en los que al científico se le exige que, llegado
el caso de un conflicto, elija entre independizarse del hombre éticamente
comprometido que también debe ser o dejar de presentar sus aportaciones
como científicas (cfr. RUIZ MIGUEL 1983, § 6).
Esta escisión del científico en tanto científico y en tanto hombre es
impugnada por quienes defienden el ideal de una ciencia social conscien-
temente comprometida, con la función de comprender el mundo para trans-
formarlo a mejor. Desde este punto de vista, la asepsia valorativa sería no
sólo imposible sino también indeseable: imposible porque el compromiso
con el mundo y la intercalación de valores es algo que nadie puede evitar,
como no puede evitar estar colocado en uno u otro lugar de la sociedad
y de la historia; e indeseable porque la pretensión de excluir los valores sólo
serviría para ocultar y sancionar, en el mejor de los casos tal vez incons-
cientemente, los valores ya implícitos en las estructuras sociales existentes.
En el extremo opuesto de esta posición, no resulta fácil sostener que la ava-
loratividad es a la vez posible y deseable: WEBER, por ejemplo, osciló entre
reputarla meramente difícil y considerarla un ideal irrealizable pero debido.
En esta última hipótesis, sólo queda un tercer camino para quien, como
el que suscribe, a la vez que desecha cualquier alarde de confianza en las
virtudes de la comprensión, acepta no sólo el valor metodológico que en
términos de objetividad la avaloratividad tiende a garantizar sino también
5660 ALFONSO RUIZ MIGUEL

el criterio ético de que la ciencia ha de servir fundamentalmente para la


ampliación y la profundización del conocimiento antes que para la crítica
o la transformación de la realidad: juzgar que en las ciencias sociales, como
con amplitud teorizó Gunnar MYRDAL en Objetividad en la investigación
social, la avaloratividad es imposible pero que de todas formas sigue siendo
deseable.

Bien entendido que este punto de vista tiene que servir para relativizar
la idea de la imposibilidad de la objetividad avalorativa, que habrá de apa-
recer más como cuestión de grado que de todo o nada. Sólo así es coherente
defender la deseabilidad de la exclusión de valores como exigencia para el
conocimiento objetivo, pues sólo desde un concepto relativo y graduable
de imposibilidad cabe creer en la capacidad de autocorrección y, por tanto,
de perfeccionamiento por parte de las ciencias sociales. Por eso el remedio
de esta propuesta para superar la interferencia y pervivencia de prejuicios
más o menos ocultos e inconscientemente presupuestos pasa por ese ejer-
cicio cuasi ascético por el que el investigador debe hacer expresos, para sí
mismo y para los demás, cuáles son los juicios de valor que le asisten en
su investigación.

III. ¿Una sola forma de ciencia?

Tras de las dificultades metodológicas anteriores se encuentra el espec-


tro de la endeblez en los resultados de las ciencias sociales, por esa causa
tildadas a veces de blandas. Aunque la blandura de las ciencias sociales es
prácticamente indiscutida en la teoría de la ciencia contemporánea, sin
embargo, no es igual de indiscutida la justificación o la explicación de su
desnivel en los resultados, y es ahí donde se produce el principal punto de
discrepancia entre historicistas y empiristas.

El argumento historicista de que la diferencia es insanable, porque se


debe en último término a especificidades metodológicas que responden
obligadamente a diferencias sustanciales en el objeto de las ciencias socia-
les, no deja de incurrir en ocasiones en petición de principio. Así, cuando,
frente a la explicación empirista de la endeblez de las ciencias sociales como
producto de su retraso y su mucho más escasa tradición científica respecto
de las naturales, se replica que, habiendo nacido en Grecia, unas y otras
resultan igual de antiguas, en realidad la réplica parte del propio concepto
historicista de ciencias sociales sin considerar la «cientificidad» en el sen-
tido estricto propuesto por el empirismo, según el cual las ciencias sociales
comienzan a desarrollarse sólo a partir del pasado siglo o, todo lo más, en
el caso de la economía, en el siglo XVIII.

De todas formas, seguramente hay una parte de verdad en la idea de


que la menor tradición de las ciencias sociales no lo explica todo, y un indi-
cio —pero quizá sólo un indicio y no necesariamente una prueba— de esa
insuficiencia explicativa podría ofrecerlo el que, tras el momento de fun-
LA DOGMÁTICA JURÍDICA, ¿CIENCIA O TÉCNICA? 5661

dación de las ciencias sociales como tales ciencias según la versión empi-
rista, no se haya producido la tendencia a la unificación de paradigmas que
ha venido ocurriendo con la física, la química, la biología, etc., sino que
entonces y después han coexistido, en combate permanente y sin vencedo-
res ni vencidos, distintos paradigmas en competencia, desde el marxismo
a la economía neoclásica en economía, desde las teorías conflictivistas a
las estructuras-funcionales en sociología o, en fin, desde la psicología con-
ductista a la Gestalt o al psicoanálisis.
A mi modo de ver, la razón fundamental por la que las ciencias sociales
tienen resultados mucho más pobres que las naturales no es tanto su menor
desarrollo como la mayor complejidad de los hechos sociales. A pesar del
optimismo popperiano que antes se reseñaba, las hechos sociales parecen
más complejos e ininteligibles que los naturales al menos para el grado y
calidad de las explicaciones y predicciones que sería deseable que la ciencia
social alcanzara (4). De todas formas, afirmar, siquiera sea tentativamente,
que no hay una separación esencial entre una y otra forma de ciencia no
implica dejar de reconocer sus diferencias de resultados interesantes. Lo
cierto es que, en la secuencia descripción-explicación-predicción, las cien-
cias sociales se encuentran menos elaboradas y, en todo caso, son mucho
menos satisfactorias y ricas que las naturales. Salvo en el plano de las des-
cripciones, al que todas las formas y versiones de las distintas ciencias socia-
les alcanzan, pero sólo porque la descripción opera como soporte necesario
de cualquier teoría, su cuerpo teórico propiamente dicho, en términos de
explicaciones y de predicciones, es endeble. Es verdad que las explicaciones,

(4) Según Alasdair MACINTYRE, el princi- traejemplos? Por poner un ejemplo, la


pal obstáculo para alcanzar un nivel expli- segunda ley de la termodinámica, que enun-
cativo y predictivo que esté más allá de la cia el aumento de la entropía de la materia
generalización meramente típica o de la tri- en ciertas condiciones, es verificable en la
vialidad es la intervención del azar, la inmensa mayoría de los casos pero no en
maquiaveliana Fortuna, en los asuntos todos, pues siempre hay una probabilidad
humanos (cfr. 1984, pgs. 130-1). Sin embar- entre muchos millones de millones de que
go, quién sabe si el azar no juega un papel aumente el orden (cfr. ibidem, pg. 141). Aho-
similar en los hechos físicos a partir de un ra bien, ¿está más y mejor cuantificada la
determinado nivel en la demanda de expli- probabilidad de cumplimiento de esa ley
caciones y predicciones. Ése podría ser el física que la de la generalización de la eco-
sentido de la siguiente advertencia del físico nomía política de que, en determinadas con-
Stephen HAWKING: «cualquier modelo que diciones, el control de precios y de salarios
describiese el universo entero en detalle suele dar lugar a mercados negros, o que la
sería demasiado complicado matemática- de la generalización de la ciencia política de
mente para que fuésemos capaces de calcu- que el exceso de votaciones democráticas
lar predicciones exactas. Por consiguiente, produce apatía participativa? En suma, si
hay que hacer suposiciones simplificadoras no es obligado exagerar la complejidad e
y aproximaciones; e incluso entonces el pro- indominabilidad de los hechos sociales y si,
blema de obtener predicciones sigue siendo como ya se dijo, no se debe pretender que
formidable» (1988, pg. 168). Si eso es lo que las ciencias —sociales o no sociales— refle-
se espera de la física, ¿no es impertinente jen fidedignamente la realidad, sino sólo
pedir más de las ciencias sociales?, ¿no se que se limiten a representarla aproximativa
pide más cuando se denuncia que las cien- y verosímilmente, entonces tal vez las cien-
cias sociales sólo ofrecen generalizaciones cias sociales no se encuentren esencial y
típicas y no cuantificables que admiten con- decisivamente separadas de las naturales.
5662 ALFONSO RUIZ MIGUEL

cuando existen, tienden a ser limitadas en ámbito y alcance, sin dejar de


estar sometidas a excepciones no siempre cuantificables, mientras que las
predicciones en la inmensa mayoría de los casos o son inexistentes o son
limitadamente relevantes, bien por tener validez y alcances muy reducidos
(es el caso de los sondeos preelectorales, que en sentido estricto son meras
descripciones de estados de opinión y que son limitadísimos en su alcance
temporal), bien por coincidir con apreciaciones de sentido común para las
que el aparato científico parece superfluo (es el caso de la predicción de
que la pena de muerte es eficaz como medio aterrorizador cuando se aplica
masivamente).
Con todo, aun admitiendo —y hay buenos argumentos para hacerlo (cfr.
MACINTYRE, 1984, Cap. 8)— que seguramente existe un límite infranqueable
para la posibilidad de explicación y de predicción en los asuntos humanos,
la pregunta decisiva es si no resta verosímilmente una posibilidad de un
mayor conocimiento social del que disponemos y podemos hoy calibrar o
suponer. En la hipótesis de que así sea, cuyo aval más relevante procede
de la estimación inevitablemente filosófica de que existe un progreso sig-
nificativo en los logros de las ciencias sociales empíricas durante los dos
últimos siglos, es el modelo metodológico empirista, que más o menos idea-
lizado es el de las ciencias naturales, el llamado a continuar ese camino
hacia un mayor conocimiento por parte de las ciencias sociales. Tal y como
aquí se ha entendido, la mera referencia a la complejidad de los hechos
sociales no avala ni el método individualizante y totalizador, ni el uso pri-
vilegiado de la comprensión como alternativa a la explicación o a la pre-
dicción, ni el compromiso con esta o aquella ideología, rasgos todos ellos
de una eventual sabiduría ajena a la pretensión de progreso en el conoci-
miento. Al menos, tal es la conclusión a la que cabe llegar en los límites
y demandas de las razones y argumentaciones precedentes. Sólo resta decir,
por si fuera necesario, que se trata de una conclusión especialmente pro-
visional, de una hipótesis de trabajo abierta a revisión.

IV. De las ciencias sociales a la dogmática jurídica

Que el Derecho puede ser y es un fenómeno social lo suficientemente


amplio e importante como para ofrecerse como objeto de un estudio cien-
tífico-social de carácter empírico está fuera de duda, como lo muestran la
sociología del Derecho y otras disciplinas más o menos derivadas o conexas
con ella, como la criminología o la sociología política. El problema que aquí
se quiere plantear es, sin embargo, otro: si la ciencia jurídica, entendiendo
por tal la dogmática jurídica realmente practicada, es un tipo de estudio
que pueda considerarse científico. Si no cabe duda de que la dogmática jurí-
dica, por su objeto eminentemente cultural y social, pertenecería al campo
de las ciencias sociales, la discusión sobre su cientificidad se ha de decidir
en relación con sus métodos, sus resultados y, en fin, sus funciones.
En lo que se refiere a los métodos, es tan claro que la jurisprudencia
LA DOGMÁTICA JURÍDICA, ¿CIENCIA O TÉCNICA? 5663

realmente practicada tiene tan poco que ver, si tiene algo, con la observa-
ción o la comprobación como modos de conocimiento de la realidad, que
es difícil de creer la pretensión de algunos filósofos del Derecho de con-
siderarla científica en el marco de la teoría de los paradigmas de KUHN. Bajo
la idea no inapropiada de que los juristas teóricos forman una comunidad
que posee un campo del saber en el que existen tanto unos dogmas com-
partidos desde SAVIGNY como una consiguiente práctica típica, se ha llegado
a extraer la estrambótica conclusión de que esa práctica constituye un para-
digma científico de tipo semejante al que KUHN teoriza a propósito de las
ciencias físico-naturales. Como crítica interna, creo que los dogmas que
están en juego en uno y otro caso tienen diferente carácter, volumen y alcan-
ce y no estoy seguro de que la dogmática jurídica pueda considerarse mani-
festación de un paradigma, ni siquiera en el amplio sentido de que cons-
tituya una práctica cognoscitiva cuyos supuestos y métodos no estén some-
tidos a disputas básicas (piénsese, sin ir más lejos, en la polémica perma-
nente y fundamental entre formalismo y antiformalismo).

Sin embargo, aunque se aceptara que la dogmática jurídica sigue un


paradigma común, insistir en tales aspectos sería entrar en el juego de coger
el rábano por las hojas, fijándose en lo accesorio de la teoría kunhniana
y prescindiendo de su médula, que, como ya se dijo, es la necesaria refe-
rencia a un conocimiento del mundo en el que la observación o la expe-
rimentación juegan un papel imprescindible para el objetivo de resolver
nuevos problemas. Si se olvida ese no liviano detalle, y ya en términos de
crítica externa, a la luz del criterio de que exista un paradigma asentado
mediante una creencia básica en ciertos dogmas, se podría convertir en
científica la teología, la práctica del budismo, la participación en algunas
sociedades secretas y los estudios en ciencias ocultas. Sería francamente
irónico que la teoría de KUHN, tras haber negado el estatuto de ciencia
madura a la sociología, tuviera que servir para acreditar el carácter de cien-
cia de la dogmática jurídica.

El único camino viablemente sensato —aunque, a mi modo de ver, dis-


cutible— que tiene hoy abierta la dogmática jurídica para ser considerada
ciencia es su inclusión en las ciencias sociales bajo los criterios metodo-
lógicos historicistas, es decir, bajo el punto de vista de la autonomía de esas
ciencias respecto de las físico-naturales. Y, en efecto, los rasgos que antes
se han citado como característicos de una visión historicista de las ciencias
sociales vienen suscritos, con mayor insistencia en uno u otro según los
autores, por las corrientes jurídicas que pueden denominarse hermenéuti-
cas, particularmente interesadas en destacar el carácter de conocimiento
objetivo de la jurisprudencia.

Así, la idea de que la complejidad del Derecho puede ser domeñada y


reducida por la dogmática jurídica sin desdoro de su objetividad ha sido
defendida por Niklas LUHMANN, aunque no sin el matiz de que, junto a esa
función primaria de reducción de la complejidad, la jurisprudencia cumple
también la función complementaria y alternativa de enriquecer las inter-
5664 ALFONSO RUIZ MIGUEL

pretaciones jurídicamente aceptables, aumentando las dudas y las insegu-


ridades hasta un nivel soportable. En todo caso, entre una y otra función,
LUHMANN presenta a la jurisprudencia como un estudio del sistema jurídi-
co—no casualmente entendido por él como integrado en el más amplio sis-
tema social— de carácter muy abstracto y ajeno a la evaluación de las con-
secuencias sociales de sus interpretaciones.

Por su parte, que la jurisprudencia tiene en común con la historia el refe-


rirse a un material localizado espacio-temporalmente y, en tal sentido, úni-
co, como lo es el Derecho de un determinado país en una determinada épo-
ca, es una idea puesta de relieve por Karl LARENZ, uno de los principales
defensores de la cientificidad de la jurisprudencia en aras de la aplicabilidad
del método comprensivo a las ciencias sociales frente a una pretendida con-
cepción reductiva de la ciencia, limitada a las que denomina «ciencias cien-
tificistas». Si bien LARENZ reconoce que hay problemas jurídicos sustantivos
que, por su carácter básico, retornan recurrentemente con pequeñas varia-
ciones de forma, lo característico de la ciencia jurídica, y lo que permitiría
considerarla como una disciplina individualizadora, sería la búsqueda de
las soluciones justas de un determinado Derecho positivo en un concreto
contexto histórico (cfr. 1980, pgs. 117-84 y 233-4).

Pero el hilo conductor de la defensa por parte de LARENZ de la cienti-


ficidad de la jurisprudencia procede de la significatividad del Derecho, esto
es, de su referencia a valores y de la consiguiente necesidad de abordar tal
rasgo mediante el método de la comprensión hermenéutica. Puesto que de
interpretar textos intencionales se trata, textos normativos en concreto,
para LARENZ el jurista ejemplificaría paradigmáticamente la espiral o cír-
culo hermenéutico, por el que la «precomprensión» o interpretación inme-
diata y previa del sentido del texto viene corregida por una comprensión
más amplia, que a su vez ha de ser integrada con la precomprensión, y así
sucesivamente hasta llegar a la «interpretación exitosa» o acertada (1980
pg. 203). El método comprensivo está indisolublemente ligado a una con-
sideración de la ciencia jurídica como valorativa, pues, como dice LARENZ,
«... ‘‘comprender’’ una norma jurídica exige descubrir la valoración en ella
decretada y su alcance» (1980, pg. 203; cfr. también pgs. 182-203). Por ello,
la valoratividad inmanente en la que termina resumiéndose la jurispruden-
cia en esta concepción no instaura, según LARENZ, ningún proceso irracio-
nal. En su visión, aun con alguna cautela ante un objetivismo extremo, la
jurisprudencia «ha creado [...] métodos de pensamiento orientado a valores,
que han de ser equiparados enteramente a los de otras ciencias en principio
‘‘libres de valores’’» (1980, pg. 233).

El precedente intento de justificación del carácter científico de la ciencia


jurídica se halla en franco contraste con la metodología de raigambre empi-
rista, que lo condenaría a un rotundo fracaso. Pero más allá de esa sabida
condena empirista, que es sólo el producto de la contraposición de un para-
digma metodológico distinto, es instructivo persistir en la propia compa-
ración (y equiparación) sugerida por el criterio historicista entre la ciencia
LA DOGMÁTICA JURÍDICA, ¿CIENCIA O TÉCNICA? 5665

jurídica y las ciencias sociales. La jurisprudencia, ¿es realmente compara-


ble, o equiparable, a ciencias sociales como la economía, la sociología o la
historia, aun concibiéndolas bajo los cánones historicistas? Creo que la res-
puesta ha de ser negativa, según lo muestra un análisis de los métodos, los
resultados y las funciones de una y otras.

V. Métodos, resultados y funciones de la dogmática jurídica

En cuanto a los métodos, la pretensión hermenéutica de otorgar obje-


tividad a las valoraciones jurídicas que, en su circularidad, son a la vez el
origen y el producto de la operación de comprensión es, me parece, pro-
ducto de una ilusión. Se trata de la ilusión de que la comprensión de las
normas jurídicas consiste en descubrir sus valoraciones, es decir, en una
actividad o bien de captación intuitiva cuyo misterioso alcance no reconoce
ciencia alguna, o bien de mera observación descriptiva, como la que se
supone en el sociólogo cuando constata las preferencias ideológicas de una
colectividad sin tomar partido alguno ante ellas. Frente a ese modelo, pare-
ce más plausible afirmar que los métodos de la dogmática jurídica, espe-
cialmente en sus formas más elaboradas, componen un tipo de actividad
de reelaboración en la que hay varios y decisivos momentos de atribución
de valoraciones al conjunto normativo interpretado.
La tarea de reelaboración dogmática puede verse, básicamente, como
una labor de sistematización, sea de carácter global, respecto de todo un
sector o rama del sistema jurídico, como aparece en los manuales y tratados
al uso, sea de carácter específico, dirigida al encuadramiento de un pro-
blema o de una figura o institución más limitada, como en los estudios
monográficos. Esa obra de sistematización puede diseccionarse en tres
momentos o fases conceptualmente diferenciados, que pueden encontrarse
al menos en las dogmáticas más elaboradas: a) selección y glosa de la base
normativa aplicable: la selección implica resolución de cuestiones interpre-
tativas sobre normas válidas y derogadas, etc., y de ella surge, en mayor
o menor medida, cierta glosa de las normas legales y jurisprudenciales rele-
vantes; b) clasificación de los componentes básicos o más importantes de
la base normativa seleccionada: es la labor central de sistematización, que,
según los casos, se superpone o se añade a la labor anterior de glosa (puede
decirse que se superpone cuando la dogmática jurídica se limita a repro-
ducir las clasificaciones legales y se añade cuando reconstruye el material
normativo mediante una clasificación diferente); esta labor de clasificación
no suele ser meramente expositiva, sino que puede comprometer la apli-
cabilidad de unos u otros principios o regímenes jurídicos, según el lugar
en el que se coloque un concepto o figura jurídica (así ocurre, bien clara-
mente, en la «construcción» de sistemas conceptuales, como el negocio jurí-
dico o la categorización del delito de la parte general del Derecho penal);
y, en fin, c) calificación de figuras o instituciones problemáticas con objeto
de determinar su naturaleza o concepto, incluyendo o no su propósito, para
derivar de ello una interpretación sobre aspectos oscuros de su régimen jurí-
5666 ALFONSO RUIZ MIGUEL

dico: ésta es la labor de «colocación» conceptual de la figura concreta en


la construcción sistemática, para saber si la hipoteca es un derecho real o
de crédito y el estado de necesidad una causa que excluye la culpabilidad
o la antijuridicidad; es en esta fase donde la dogmática se ejercita en la dis-
cusión de las distintas doctrinas que interpretan una normativa o figura
jurídica.

Los tres anteriores momentos implican interpretación, esto es, decisio-


nes interpretativas que presuponen valoraciones, si bien, al menos en los
casos típicos, en una escala creciente: mientras en la fase de selección y glo-
sa se asumen criterios o valoraciones derivados de la propia base normativa,
aunque eligiendo, si es el caso, entre varios de los posibles, en la fase de
clasificación pueden añadirse criterios externos al propio material interpre-
tado, que no se encuentran propiamente en él sino que son aportación del
intérprete (que no tiene necesariamente que inventarlos de la nada sino que
puede recogerlos de legislaciones o dogmáticas extranjeras, pero en todo
caso ajenas al material normativo interpretado), y, en fin, en la fase de cali-
ficación se realizan operaciones de interpretación por las que se opta por
una u otra conceptualización de las figuras jurídicas (5).

Se puede confirmar la tesis anterior si, en la relativa medida en que son


separables, pasamos de los métodos a los resultados para establecer una
comparación por estos últimos entre la dogmática jurídica y ciencias socia-
les como la economía, la sociología o la historia. Me fijaré para ello en el
triple criterio que caracteriza, siquiera sólo de manera tendencial, a las cien-
cias físico-naturales —la capacidad de descripción, de explicación y de pre-
dicción—, si bien invertiré ese orden con objeto de ir de mayor a menor
exigencia y, de tal forma, mostrar que la dogmática jurídica no pretende
ni obtiene ninguno de esos tres resultados, al menos en un sentido que sea
similar o análogo al de las disciplinas científicas, tanto sean naturales como
sociales y tanto se analicen bajo cánones metodológicos empiristas como
de carácter historicista.

Que la ciencia jurídica no es predictiva ni pretende serlo, casi no merece


mayor comentario. Sabido es que una de las alternativas críticas a la dog-
mática jurídica tradicionalmente practicada fueron, en su tiempo, los rea-
lismos jurídicos, que propusieron la sustitución de aquélla por una «ver-
dadera» ciencia del Derecho que, en el límite, pudiera predecir las decisio-
nes de los tribunales. No hace falta entrar a considerar este tipo de pro-
puestas, ni a compararlas con la sociología del Derecho, para constatar su

(5) No estará de más advertir en este mas que interpreta sean necesariamente los
punto que el hecho de que el jurista teórico valores éticos que él prefiere, pues puede
incorpore valoraciones en su interpretación atribuirles alguno de los valores que consi-
no significa necesariamente ni que asuma, dere característicos del sistema o del sector
aun implícitamente, unos u otros valores del normativo en conjunto: sobre ello, remito a
sistema jurídico en su conjunto o del sector la posición de Raz sobre las proposiciones
particular que está interpretando, ni que los de la teoría jurídica como «descomprometi-
valores específicos que atribuye a las nor- das» (detached statements) (1979, Caps. 7-8).
LA DOGMÁTICA JURÍDICA, ¿CIENCIA O TÉCNICA? 5667

franco fracaso en ese punto, ante la persistencia de un modo de hacer juris-


prudencia que no predice nada ni, lo que es más importante, pretende en
absoluto hacerlo. Quizá, en ocasiones, la tarea práctica de abogados y ase-
sores jurídicos sea predictiva, pero ni tales supuestas predicciones pasan
de ser pronósticos de carácter similar —aunque usualmente más insegu-
ros— que las máximas de experiencia, ni esa actividad es en absoluto equi-
parable a la que típicamente realizan los teóricos del Derecho en su labor
dogmático-jurídica.

La dogmática jurídica tampoco obtiene resultados explicativos respecto


de su objeto de estudio. También aquí resulta casi innecesario decir que
la jurisprudencia no produce, ni lo pretende, explicaciones en el sentido más
restringido y obvio del término, que es el de la explicación causal, propia
de las ciencias practicadas al modo (grosso modo) empirista: la dogmática
jurídica no es un sistema de hipótesis y teorías que pretendan mostrar rela-
ciones entre fenómenos empíricos, sino un sistema o conjunto de conceptos
que reorganiza otro sistema o conjunto de conceptos —los conceptos nor-
mativos del llamado sistema jurídico—, es decir, una actividad interpreta-
tiva. Ahora bien, ¿podría considerarse que la interpretación jurídica cons-
tituye «explicación» en un sentido mucho más amplio del término, que
incluye la idea de comprensión, entendida incluso al modo historicista más
radical, como forma de acceso empático a propósitos y fines? A mi modo
de ver, por mucho que la comprensión se repute un método para acceder
con cierta objetividad al mundo de los valores sociales y por mucho que
la comprensión así entendida estreche los lazos entre las ciencias sociales
y la filosofía, lo que unas y otra pretenden y hacen parece todavía bastante
diferente de lo que la dogmática jurídica pretende y hace.

Por ejemplificarlo, los análisis llevados a cabo por ADORNO sobre la men-
talidad autoritaria como componente esencial de la psicología del adepto
al fascismo o, por utilizar otro registro, la elucidación que Elías CANETTI
hace en Masa y poder de las órdenes obedecidas como dolorosos e indelebles
aguijones podrán ser más o menos esclarecedores, clarividentes o arbitra-
rios, pero tienen una clara pretensión interpretativa, sustancialmente simi-
lar a la del historiador: explicar, en el sentido de interpretar o comprender,
cómo son los hombres y por qué actúan de esta o aquella forma en general
o en una determinada cultura, es decir, de dar cuenta de algo con preten-
siones cognoscitivas. Los juristas en cambio realizan sobre todo una inter-
pretación textual —de significados de textos y, más raramente, de prácti-
cas— en la que no se trata de conocer sino de proponer, no de entender
cómo son o por qué actúan los hombres de esta o aquella manera, sino cómo
deben actuar para ajustarse a la norma, o, en fin, no de interpretar cómo
es la realidad, sino cómo debe ser.

Cierto es que los juristas teóricos, en algunas ocasiones, no dejan de


aportar explicaciones históricas o sociológicas —es decir, explicaciones des-
criptivas—, bien como ilustración del significado general de una norma o
una institución o figura jurídica, bien como expresión de las formas de
5668 ALFONSO RUIZ MIGUEL

interpretación llamadas histórica o sociológica, que pretenden acudir, res-


pectivamente, a la llamada intención del legislador o a los supuestos inte-
reses o necesidades sociales dominantes como criterios específicos para
resolver algún punto oscuro de la regulación que interpretan (6). Sin embar-
go, este tipo de ilustraciones o referencias no sólo son a veces descriptivas
nada más que aparentemente, sino que, en todo caso, son instrumentos al
servicio de una tarea interpretativa de, al parecer, inevitable carácter pres-
criptivo. Por su parte, también el historiador o el sociólogo necesitan, en
ocasiones, interpretar textos, quizá incluso prescriptivamente, pero lo
hacen al servicio de una ulterior interpretación descriptiva. De este modo,
la relación entre ciencia jurídica y ciencias sociales queda invertida en este
punto crucial: lo que en la ciencia jurídica es la finalidad o función en las
ciencias sociales es auxiliar, y lo que en las ciencias sociales es el fin en
la ciencia jurídica es puramente instrumental.
Las observaciones anteriores tocan ya el tercer punto pendiente de con-
sideración: la capacidad de descripción de las ciencias. Si por descripción
se entiende, en sentido amplio, la representación conceptual suficientemen-
te fidedigna de una realidad, tampoco se puede atribuir carácter descriptivo
a la jurisprudencia. Es verdad que ésta utiliza predominantemente catego-
rías e instrumentos conceptuales, como la calificación de situaciones típicas
y la clasificación sistemática de tales calificaciones, que parecen comunes
con los modos de hacer de parte de algunos saberes puramente descriptivos,
como las correspondientes ramas de la geografía o la botánica. Sin embar-

(6) A veces, naturalmente, es la institu- de pingües mayorazgos, tocando a sus her-


ción la que resulta en conjunto oscura y la manos un lote modestísimo en la división de
ilustración histórica (o sociológica) general la herencia paterna; aquel hijo se casa y
sirve además como interpretación histórica fallece al poco tiempo, dejando un tierno
(o sociológica). Un hermoso ejemplo de ello vástago; la viuda, joven todavía, contrae
es la figura de la llamada reserva troncal segundas nupcias y tiene la desdicha de per-
establecida por el artículo 811 del Código der al hijo del primer matrimonio, heredan-
Civil español, que dice: «El ascendiente que do toda su fortuna, con exclusión de la
heredare de su descendiente bienes que éste madre y hermanos de su primer marido. No
hubiese adquirido por título lucrativo de hay para qué decir que si hay descendientes
otro ascendiente, o de un hermano, se halla del segundo matrimonio, a ellos se trasmite
obligado a reservar los que hubiere adquiri- en su día la herencia. Por donde resulta el
do por ministerio de la ley en favor de los irritante espectáculo de que los vástagos
parientes que estén dentro del tercer grado directos del magnate viven en la estrechez y
y pertenezcan a la línea de donde los bienes tal vez en la miseria, mientras gozan de su
proceden». De esta enrevesada norma dio rico patrimonio personas extrañas a su
sencilla razón DIEZ-PICAZO: «Para interpre- familia, y que, por orden natural, le son pro-
tar el precepto [...] nada mejor que conocer fundamente antipáticas». El problema
el origen y finalidad de la norma. ¿En qué —continúa DIEZ-PICAZO— surgió sobre todo
se basó la Comisión Codificadora para después de dictarse las leyes desamortizado-
introducir tal novedad? Alonso MARTINEZ en ras y desvinculadoras [...]. El origen y la
El Código Civil y sus relaciones con las legis- finalidad del precepto consisten, pues, en
laciones forales, se expresa así: «Lo diré en hacer desaparecer el peligro de que bienes
breves frases: Hay un caso, no del todo raro, poseídos secularmente por una familia
que subleva el sentimiento de cuantos lo vayan bruscamente a manos extrañas, por el
imaginan o lo ven: el hijo mayor de un mag- azar de los enlaces y muertes prematuras»
nate sucede a su padre en la mitad íntegra (1967, pgs. 171-2).
LA DOGMÁTICA JURÍDICA, ¿CIENCIA O TÉCNICA? 5669

go, la relación que las clasificaciones y las calificaciones de conceptos jurí-


dicos tienen con el mundo de lo jurídico no es, salvo en una limitada parte,
descriptiva. Esto puede confirmarse distinguiendo el antes, el durante y el
después de la labor dogmático-jurídica.
Antes de la tarea dogmático-jurídica, es decir, en su punto de partida,
el jurista presupone la existencia de normas, y de normas tomadas no como
hechos, a modo de meras regularidades externas, sino como formulaciones
de deber. En su punto de partida, así pues, el jurista emprende una labor
dogmática en una doble vertiente. De un lado, asume dogmáticamente, esto
es, como una labor positivamente valorada y no puesta en cuestión, la tarea
de interpretación del Derecho, aunque en ello no se diferencia del científico
que también asume de forma semejante el valor positivo de su labor inves-
tigadora. De otro lado —y aquí hay ya una diferencia con el científico—,
el objeto considerado por el jurista se le presenta no como un hecho o fenó-
meno por descubrir, determinar, observar o analizar, sino como una suerte
de dogma, esto es, como una proposición que, sea cual sea el significado
que se le suponga de antemano o se le termine atribuyendo, se adopta como
punto de partida incuestionado de la interpretación jurídica.
Durante la tarea propiamente dogmático-jurídica domina la interpreta-
ción prescriptiva, siendo atípica o, en su caso, meramente instrumental la
descripción de textos, normas y hechos sociales e históricos. Esta labor
interpretativa procesa los dogmas normativos y, por así decirlo, los reela-
bora en forma de dogmas doctrinales. Tal reelaboración dogmática es lo
que caracteriza a la, por ello, bien llamada dogmática jurídica, sea en su
versión más simple, mediante la simple glosa o exégesis, sea en sus formas
más elaboradas, mediante la sistematización y categorización de conceptos
abstractos en buena parte inexistentes en los textos tomados como base de
interpretación. El carácter valorativo-prescriptivo y no descriptivo de este
momento de la interpretación dogmática hace que esa tarea, en lo que valen
las comparaciones, se parezca más a la crítica literaria que a los análisis
de la lingüística. En efecto, elaborar o adoptar un «sistema» doctrinal sobre
un sector jurídico supone asumir determinados parámetros valorativos,
bien atribuidos al Derecho en general, bien específicos de la propia tarea
de interpretación dogmático-jurídica. Entre los primeros figuran prominen-
temente la presuposición de validez de las normas jurídicas y el llamado
modelo del legislador racional, que sirve de canon interpretativo bajo la
suposición de que el sistema jurídico es completo, coherente, no redundan-
te, operativo, claro, etc. Entre los segundos, merecen citarse los criterios
y tradiciones metodológicas que privilegian determinadas categorizaciones,
y que sirven de cánones de entendimiento interpretativo del Derecho: así,
en las dogmáticas de un mínimo de elaboración constructiva, el recurso a
principios que generalizan soluciones para este o aquel tipo (recurso a veces
sólo implícito en el uso de la propia sistemática) y, en las dogmáticas más
elaboradas, la distinción entre parte general y parte especial (que incorpora
en la primera los principios dogmáticos más relevantes) o la apelación a
nociones como las de naturaleza jurídica o de bien jurídico, que permiten
5670 ALFONSO RUIZ MIGUEL

introducir en cada figura o institución especificaciones interpretativas en


su régimen jurídico por vía de definición conceptual o de delimitación de
los propósitos de la figura y procedimientos similares. Ni que decir tiene
que es en las dogmáticas más elaboradas donde se desarrolla en mayor
medida la discusión de doctrinas diferentes que propugnan diversos modos
de conceptualizar un mismo material normativo en bruto, usualmente con
distintas consecuencias jurídicas. En todo caso, la tarea interpretativa
estrictamente dicha de la doctrina jurídica es, en mayor o menor medida,
de reelaboración dogmática.
En cuanto al después de la elaboración dogmática, es decir, en cuanto
al producto final y sus usos ulteriores, es claro que la labor de reelaboración
sistematizadora típica de la jurisprudencia no tiene por función básica ni
primordial el conocimiento por el conocimiento del material normativo,
sino tres fundamentales funciones prácticas: la didáctica, la integradora y
la político-jurídica, que pueden comentarse a continuación.
a) La función didáctica de la dogmática jurídica es difícil de encarecer
en sistemas que han institucionalizado con el más alto rango los estudios
de ciencia jurídica y que, prácticamente en régimen de monopolio, cana-
lizan las condiciones de formación básica para el acceso a cualquier pro-
fesión o actividad relevante directamente relacionada con el Derecho, aun
con la importante pero obligada excepción —aunque en términos socioló-
gicos sólo parcial— del gremio de los políticos, que son los creadores for-
males de las leyes. En lo demás, jueces, abogados, asesores jurídicos, nota-
rios, diversos tipos de funcionarios de cierto rango, resultan cualificados
para su profesión por sus conocimientos jurídicos, lo que es tanto como
decir que organizan su visión de la realidad, y de las normas e instituciones
jurídicas que tratan de configurarla, con categorías, clasificaciones, cáno-
nes interpretativos y metodológicos básicamente aprendidos en las facul-
tades de Derecho y, por tanto, en su mayor parte de carácter dogmático-ju-
rídico (7).
b) La función integradora de la ciencia jurídica es la más característica
y conocida, identificándose con la tarea de interpretación doctrinal del
Derecho: mediante ella, especialmente a través de los estudios monográfi-
cos, la dogmática jurídica propone soluciones interpretativas a los proble-
mas lingüísticos y lógicos del Derecho, pretendiendo influir —y general-
mente influyendo— en la aplicación del Derecho. Tal interpretación teórica
consiste en la consideración, determinación y resolución abstracta —por

(7) Se podría discutir si esta labor de ción, por agotar el significativo juego de
enseñanza de los juristas teóricos constituye palabras— de la propia realidad. Una prue-
más bien una función cognoscitiva que pro- ba suficiente de ello podría ser que la cono-
piamente práctica. Pero, sin negar la eviden- cida distinción de los filósofos morales entre
te carga de información que toda enseñanza una ética docens y una ética utens, a duras
conlleva, parece más relevante y destacable penas parece trasladable a la jurispruden-
lo que en ella hay de formación intelectual, cia, a la que su misma docencia, precisa-
de donde resulta a fin de cuentas una deter- mente, hace utilizable en la práctica.
minada conformación —e, incluso, deforma-
LA DOGMÁTICA JURÍDICA, ¿CIENCIA O TÉCNICA? 5671

contraposición a la decisión concreta que realiza el jurista práctico— de


lagunas, contradicciones, oscuridades, dudas, casos difíciles, supuestos o
consecuencias absurdos, etc. La jurisprudencia exegética, que comenta más
o menos al pie de la letra un código o una ley, no deja de cumplir esta fun-
ción, pero es la jurisprudencia constructivista, y tanto en sus versiones más
conceptualistas como en las más finalistas, la que ha llevado a sus posibi-
lidades más refinadas esta función de corrección y completamiento del sis-
tema jurídico. KELSEN, bajo la idea de la pureza metodológica, se opuso a
esta secular función de la dogmática jurídica y propugnó el deber de limitar
las interpretaciones científico-jurídicas a la descripción de los distintos sen-
tidos posibles de las normas jurídicas, sin preferir ninguno. Sin embargo,
a la vista de cómo los juristas siguen operando, ésta fue una de las propues-
tas kelsenianas más rotundamente fracasadas. Obsérvese, por lo demás, que
esta función integradora se produce incluso mediante clasificaciones y cali-
ficaciones aparentemente descriptivas o representativas de la realidad pre-
cisamente porque su sentido es de retroacción prescriptiva. Quiero decir
que, a diferencia de una clasificación meramente informativa, que será más
o menos afortunada pero que no incide en la propia naturaleza de los obje-
tos clasificados, la inclusión de un concepto, categoría, institución o norma
en uno u otro lugar de una clasificación dogmático-jurídica reactúa sobre
el objeto clasificado, cambiando su significado y alcance. Hay muchísimos
ejemplos posibles de ello, y uno sencillo es el diferente régimen jurídico que
afecta a una institución según se clasifique-califique entre los derechos rea-
les o los de crédito; otro ejemplo lo suministra la noción de naturaleza jurí-
dica, que —salvo que se utilice por tradición sin especial función o, peor,
como categoría inútil, metafísica y confundente— tiende precisamente a
rellenar las lagunas de una figura jurídica mediante la aplicación de una
analogía encubierta por la correspondiente clasificación-calificación de la
mencionada figura.
c) Por fin, en cuanto a la función de política jurídica de la jurispruden-
cia, es en cierto modo paralela a la anterior. Si la función integradora tiene
como destinatarios característicos a los llamados aplicadores del Derecho
(jueces, abogados, funcionarios en general e, incluso, los propios ciudada-
nos), la función político-jurídica se dirige típicamente a los creadores y
modificadores oficiales de las leyes: a los legisladores. Conviene distinguir
dos sentidos diferentes, acaso no siempre claramente separables en la prác-
tica, en los que puede manifestarse esta función: uno en sentido estricto
y otro en sentido más amplio. Por un lado, la política jurídica en sentido
estricto, a la que los juristas suelen referirse como una tarea diferenciable
de la estricta interpretación dogmática jurídica, consiste en las proposicio-
nes de lege ferenda que los juristas teóricos ofrecen ante normativas que con-
sideran inapropiadas en una forma que no resulta salvable mediante una
interpretación aceptable. La distinción entre dogmática jurídica y política
jurídica en sentido estricto se puede usar para destacar cómo aquélla no
es absoluta o libérrimamente creativa, de manera que tiene límites y hasta,
como CALSAMIGLIA lo expresó brillantemente, presupone ciertos «termóme-
tros» que miden la mayor o menor justeza y perspicacia de unas y otras
5672 ALFONSO RUIZ MIGUEL

interpretaciones. Esto es cierto, aunque es muy difícil citar actividades que


no tengan límites y baremos de evaluación —dicho sea sin seguridad algu-
na, ni siquiera el arte de vanguardia parece un buen ejemplo— y, sobre todo,
la existencia de tales termómetros de justeza y calidad no sirva para carac-
terizar como científica a la dogmática jurídica: de modo semejante, también
la crítica artística tiene límites y baremos de evaluación y nadie la considera
un conocimiento científico. Por otro lado, la política jurídica puede ser
entendida en un sentido más amplio, comprensivo también de la influencia
más bien encubierta, e incluso involuntaria e inconsciente, que la doctrina
jurídica ejerce en la elaboración legislativa del Derecho. Esta influencia más
o menos soterrada puede ser activa o positiva, como cuando el legislador
recoge criterios, clasificaciones o categorías propios de la doctrina jurídica
que estima técnicamente adecuadas, o puede ser pasiva o negativa, es decir,
que no procura la adopción de cambios legislativos sino su evitación o su
limitación dentro de la precisión —pero también rigidez— de las categorías
dogmático-jurídicas. El ejemplo clásico de lo primero es el Código Civil ale-
mán, que se elaboró a finales del siglo pasado, utilizando las clasificaciones
y categorías previamente excogitadas por la pandectística y la jurispruden-
cia conceptual. Un ejemplo de lo segundo lo puede ofrecer el argumento
—que personalmente he oído tanto a más de un profesor de Derecho como
a algún orador parlamentario— de que tal o cual reforma o enmienda legis-
lativa sería inadecuada o absurda nada menos que porque sus prescripcio-
nes contrariarían conceptos de la ciencia jurídica: de modo que, si es el
legislador el que tiene que atender a los requerimientos de la dogmática,
y no sólo a la inversa, alguna función político-jurídica debe reconocerse que
cumple la dogmática jurídica.
Recapitulando las consideraciones precedentes, la actividad de interpre-
tación «científico-jurídica» es dogmática en el sentido de que presupone o
suministra valoraciones tomadas como indiscutibles, tanto antes, como
durante y después de su elaboración. Y, así, en este caso, no sólo en el prin-
cipio era el dogma, sino también en su elaboración reconstructiva y en sus
influencias ulteriores, sean éstas didácticas, integradoras de la aplicación
o de política jurídica. Todo sumado, no parece que haya justificación mayor
para concluir que la llamada ciencia jurídica sea propiamente una ciencia.
Más bien, la secular insistencia de muchos juristas en tildarla de tal ha ten-
dido a ocultar su carácter de técnica social y, con ello, sus inevitables impli-
caciones ideológicas.

VI. La dogmática jurídica como técnica

La afirmación de muchos autores, a comenzar por HECK, de que labor


dogmático-jurídica es de carácter técnico tiende a enfrentarse a dos tipos
de obstáculos diferentes, derivados de la confundente asociación entre cien-
LA DOGMÁTICA JURÍDICA, ¿CIENCIA O TÉCNICA? 5673

cia, valor social y conocimiento (8). El espectro de la supuesta conexión


entre utilidad y cientificidad de la jurisprudencia, por causa particularmen-
te de la innegable discutibilidad de las soluciones dogmático-jurídicas, pro-
bablemente ha torturado indebidamente a los juristas por lo menos desde
que Julius Hermann von KIRCHMANN denunciara en su famosa conferencia
que la jurisprudencia no es ciencia y que, sea por ello o con independencia
de ello, carece de «aquella influencia sobre la realidad y la vida de los pue-
blos que corresponde y conviene a toda ciencia» (1847, pg. 6; cfr. también
pg. 50). En el lado opuesto, pero convergente en aquella conexión, Karl
LARENZ ha venido a defender el carácter y el valor científico de la dogmática
jurídica, entre otros argumentos, poniendo de relieve su relevancia para la
aplicación práctica del Derecho (cfr. 1980, pgs. 215-35). Sin embargo, una
y otra perspectiva parecen cometer el error de creer que hay una relación
necesaria entre ciencia y utilidad social, como si no existieran investigacio-
nes científicas inútiles en principio y, sobre todo, en el lado opuesto, como
si la jurisprudencia no pudiera, en su caso, tener un cierto rigor y utilidad
sin tener que ser considerada científica por ello.

Junto a los prejuicios anteriores, concernientes al valor social de la dog-


mática jurídica, otra confusión que obstaculiza un adecuado reconocimien-
to del carácter de la dogmática es la identificación entre cognoscitividad
y cientificidad, como si la única forma de saber o conocimiento fuera la
ciencia, en el sentido moderno de esta palabra (9). ¿Por qué no reconocer

(8) Los dos obstáculos pueden presen- (9) Así, cuando LARENZ, después de reco-
tarse conjuntamente. Así, en una instructiva nocer «[l]a importancia de la Jurisprudencia
disputa sobre este asunto entre Roberto para la praxis jurídica» (pgs. 226 y ss.), se
VERNENGO y Manuel ATIENZA, el primero empeña en añadirle una «aportación cog-
impugnó la tesis del segundo de que la juris- noscitiva» (pgs. 231 y ss.), lo que pretende
prudencia es fundamentalmente una técni- es refutar la idea de que la ciencia jurídica
ca bajo el argumento de que, desde GALILEO sea sólo técnica y no una verdadera ciencia:
al menos, ciencia y técnica científica no son en una conclusión sofística sobre la
distinguibles y que los juristas tienen «cono- conexión entre utilidad y cientificidad de la
cimiento teórico del sistema normativo de jurisprudencia, que además presupone su
que se trate», al menos en algunas de las dis- alto valor práctico, afirma LARENZ que «su
tintas actividades que realizan (cfr. VERNEN- valor para la praxis sería también sumamen-
GO 1986, pg. 2935). Que detrás de esta dis- te escaso si no estuviera en situación de
puta hay también prejuicios asociados al obtener conocimientos que sean apropiados
prestigio social de la ciencia lo muestra la para originar una mejor comprensión del
estrategia de VERNENGO, que traslada el peso Derecho vigente, de los problemas jurídicos
de la distinción de ATIENZA entre ciencia y en absoluto y de sus posibilidades de solu-
técnica a una distinción diferente entre téc- ción» (ibidem, pg. 235). Sin embargo, lo úni-
nicas científicas y técnicas precientíficas, o co que su argumentación previa en favor de
de carácter artesanal o «pedestre»: entre las esa conclusión intenta refutar, y con bastan-
primeras figurarían, aparte de un sector de te torpeza, son dos objeciones al carácter
la actividad jurisprudencial, las tecnologías, científico de la jurisprudencia, una de las
las ingenierías, las prácticas médicas y psi- cuales resulta tergiversada y la otra anacró-
cológicas, mientras que entre los practican- nica e irrelevante: la irracionalidad de los
tes de las segundas VERNENGO cita a plome- juicios de valor dogmático-jurídicos y la
ros, sacamuelas, remendones y panaderos variabilidad y contingencia del propio Dere-
(ibidem, pgs. 292, 295, así como Réplica a la cho. La primera refutación —dirigida a
respuesta de M. Atienza, pg. 313). mostrar que las valoraciones propias de la
5674 ALFONSO RUIZ MIGUEL

que hay conocimientos valiosos que no son científicos? ¿Qué son, si no


conocimientos, por otra parte diferentes entre sí, como la filosofía, los sabe-
res tecnológicos, artísticos y artesanales o, en fin, esa forma de sabiduría
que a veces da la experiencia de la vida? Si uno no se empeña en considerar
que únicamente la ciencia es conocimiento tal vez pueda reconocer que la
dogmática jurídica conlleva relevantes conocimientos, no necesariamente
científicos ni precisamente a través de sus juicios de valor.

A mi modo de ver, la consideración de la dogmática como técnica puede


no sólo aparecer como perfectamente compatible con su valor y prestigio
social, sino también comportar el reconocimiento de ciertos contenidos
cognoscitivos presupuestos en cuanto se piense en actividades técnicas (en
un sentido amplio de esta palabra) como la cirugía y la medicina clínica,
las ingenierías, la informática, el análisis de mercados y la creación publi-
citaria, las «ciencias» —que son más bien técnicas— de la información, e
incluso la pintura, la arquitectura o la composición y la interpretación musi-
cales. En cuanto al conocimiento, convendría añadir que técnicas como las
anteriores —e incluso otras socialmente menos prestigiosas aunque no por
ello faltas de valor, como la ebanistería, la panadería o la albañilería— tie-
nen en común al menos dos rasgos significativos, de los que también par-
ticipa la jurisprudencia: por sus presupuestos, todas exigen cierto grado de
imaginación creativa, mayor o menor según los casos, a la vez que presu-
ponen forzosamente algunos conocimientos previos —aunque no necesa-
riamente científicos— sin los que no se podrían practicar o ejercer; y, por
sus consecuencias, todas afectan directamente a la realidad, sea por trans-
formación o por adición, de modo que tienen inmediatas funciones prác-
ticas y no especulativas.

Naturalmente, conocimientos y actividades técnicas como las anteriores


pueden distinguirse entre sí conforme a muy distintos criterios, como su
función pragmática o estética, su uso social de utilidad o de ostentación,
su carácter repetitivo o innovativo o, según aquí parece más relevante, su
relación con los conocimientos subyacentes. Por reutilizar la distinción
orteguiana entre técnicas de técnicos y técnicas de artesanos, puede ser
esclarecedor distinguir entre técnicas que presuponen conocimientos cien-
tíficos organizados y constituyen aplicación directa de tales conocimientos,
como las tecnologías, y técnicas que presuponen conocimientos varios,
unos propios del oficio, como la técnica de un pintor o de un intérprete
musical, y otros muy generales o variopintos según los casos pero ninguno

jurisprudencia, aun no siendo absolutamen- es tanta como parece y que, en todo caso,
te exactas y rigurosas, no son irracionales ni responde con seguridad y cierta justicia a
carecen de valor— no afecta para nada a la problemas concretos, es una réplica desvia-
negación del carácter científico de la juris- da para un problema inexistente, cuyo ori-
prudencia, pues, por lo mismo, serían cien- gen está en la superada objeción de Von
tíficas no sólo la ética o la estética, sino las KIRCHMANN sobre el permanente brillo del
críticas gastronómicas y las discusiones y sol y las estrellas frente a la repetida demo-
decisiones políticas. En cuanto a la segunda lición de bibliotecas jurídicas por obra y gra-
refutación, que la fugacidad del Derecho no cia de unas palabras del legislador.
LA DOGMÁTICA JURÍDICA, ¿CIENCIA O TÉCNICA? 5675

de ellos estrictamente científicos en el sentido de conocimientos empíricos


organizados y relativamente especializados.

La distinción anterior no sirve para borrar los casos dudosos, como


aquellos en los que la inventiva complementa decisivamente a la tecnología,
según ocurre en la arquitectura o la cirugía más innovadoras. Y quizá la
dogmática jurídica sea uno de esos casos. Pues si bien es cierto que no tiene
como base a ninguna ciencia en particular, eso no quiere decir que la esen-
cia del conocimiento en el que se basa se limite, como propuso Manuel
ATIENZA, a recopilar experiencias y conocimientos vulgares ligados con la
salsa del sentido común (10). Se podría sostener más bien que la naturaleza
de la ciencia jurídica hoy practicada es bifronte, y de ahí su colocación en
la zona borrosa entre los dos tipos de técnicas aludidos: por un lado, de
modo similar a lo que ocurre en las tecnologías, la dogmática jurídica tiende
a presuponer conocimientos científico-sociales complejos, pues la buena
dogmática jurídica se calibra, precisamente, por el apoyo de conocimientos
históricos, sociológicos, criminológicos, económicos, de Derechos extran-
jeros, que avalan y hacen inteligente y responsable a una determinada inter-
pretación jurídica (11); por otro lado, y aquí de modo más similar a como
ocurre en las más tradicionales técnicas artesanales y artísticas, toda dog-
mática jurídica presupone unos conocimientos específicos, de carácter ins-
trumental, que son los relativos a las normas jurídicas, así como a sus inter-
pretaciones oficiales y doctrinales, que constituyen la cultura jurídica en
sentido estricto. Aunque este último es un conocimiento teórico, en el sen-
tido de conceptual, del mismo tipo del que tiene el teólogo sobre el texto
cuyo significado desvela o el crítico literario sobre la obra que considera,
no es equivalente al conocimiento que se suele considerar científico, por
su carácter puramente instrumental o funcional respecto de la finalidad
dominante de la actividad del jurista, que es la propuesta de interpretacio-

(10) Cfr. ATIENZA 1986, pg. 307. Una y que tiene carácter prescriptivo, sólo es
extensión extrema y extravagante de esta posible si se sirve instrumentalmente de un
misma tesis, en este caso alejada del sentido conocimiento de la situación real que por
común, es la consideración de la dogmática fuerza ha de ir más allá del mero conoci-
jurídica como pseudo ciencia que HERNAN- miento ordinario. Y lo mismo vale para el
DEZ MARIN propuso hace unos años, median- análisis jurídico del derecho de suscripción
te una aplicación ad hoc de once criterios preferente, de la venta a plazos, del juicio de
formulados por Mario BUNGE que, en mi menor cuantía, de la contaminación indus-
opinión, resulta ser un sobresaliente ejem- trial, de los delitos de peligro, de la doble
imposición o de la regulación jurídica de
plo de toma del rábano por las hojas (cfr.
Internet, por citar sólo unos pocos temas.
HERNANDEZ MARIN, 1989, pgs. 466-473).
No digo que un buen manual de cualquier
(11) Por ejemplificarlo: de un estudio rama jurídica responda y deba responder
dogmático-jurídico sobre la distribución de siempre y en todo punto a estos cánones,
competencias entre los órganos centrales y aunque no está excluido que lo haga, pero
los autonómicos del Estado, se podrá decir sí parece exigible a los estudios monográfi-
que es técnicamente bueno cuando trascien- cos. Por lo demás, tampoco el modelo ante-
de la literalidad o la arbitrariedad de las rior debe tomarse ahistóricamente, pues sin
interpretaciones y responde con criterio a duda se cumple de manera variable según
problemas reales, pero tal tipo de respuesta, épocas, especialidades o ramas jurídicas y,
que no puede dejar de implicar valoraciones quizá, hasta escuelas dogmático-jurídicas.
5676 ALFONSO RUIZ MIGUEL

nes y no la explicación, y ni siquiera la descripción, del sistema jurídico


en cuanto tal (12).
Para ir recapitulando y concluyendo, la dogmática jurídica puede con-
siderarse una técnica en el doble sentido de que son prácticos —esto es,
sirven para influir prescriptivamente en los comportamientos sociales—
tanto su sentido específico o pretensión, que es lo que J. L. AUSTIN llamó
acto ilocucionario para referirse a lo que hacemos al decir algo, como sus
logros o efectos, a lo que AUSTIN llamó fuerza perlocucionaria, para aludir
a lo que se consigue hacer con una expresión lingüística. Claro que esa
influencia social no es ideológicamente unívoca, por más que los juristas
hayan sido considerados como conservadores por críticos tan agudos como
KANT o TOCQUEVILLE y, en un sentido al menos, inevitablemente lo son en
cuanto su labor más característica, la interpretativa, resulta incompatible
con el desbordamiento del marco normativo existente. Pero el juego dentro
de ese marco, que se puede poner al servicio de la estabilidad social o al
de la transformación social, siquiera sea gradual, da idea de cómo el sentido
y el alcance de la llamada ciencia jurídica es servir de técnica para el man-
tenimiento y la transformación controlada del sistema social. Por eso, con-
cluir que no es una ciencia no quiere decir que su valor social sea escaso
o irrelevante. Al contrario, la jurisprudencia puede ser una valiosa habili-
dad, un saber hacer, un ars, por utilizar el término con el que los romanos
tradujeron el griego techné y mediante el que CELSO, uno de sus grandes
jurisconsultos, la definió como ars boni et aequi. Una caracterización, por
cierto, que también permitiría relacionarla, y más encaminadamente que
con la ciencia, con la filosofía práctica. Pero explorar esta otra vía, renovada
estos últimos años sobre todo por el influjo de Ronald DWORKIN, es tarea
que bien puede dejarse para otra ocasión.

(12) Por debajo de su mayor densidad y cribir. En tal sentido, no diríamos que la
complejidad este conocimiento específico función relevante de tal norma —ni desde el
del jurista es estructuralmente análogo al punto de vista subjetivo de las intenciones
que cualquiera recibe cuando tiene noticia del emisor ni desde el punto de vista objetivo
de una norma si la entiende como tal: así, de los resultados obtenidos en los destina-
cuando se considera como tal una norma tarios— sea informar sino prohibir, pues el
(un cartel que dice, por ejemplo, «Prohibido conocimiento de la norma por parte de quie-
fumar») se da por supuesta una determina- nes deben cumplirla o hacerla cumplir es
da información contenida en ella o alrede- una condición necesaria para la propia exis-
dor de ella —que existe la norma y que tiene tencia de la norma como prescripción.
un significado, que su autor entiende que De modo análogo, lo dominante y relevan-
fumar molesta a los demás o que daña a la te en la dogmática jurídica es su carácter
salud o que estropea las telas del museo, que prescriptivo-valorativo —que, como ya se
fumar es efectivamente malo, etc.—, pero se vio, se manifiesta, en sus métodos, resulta-
entiende que el conocimiento recibido por dos y funciones—, siendo subsidiario el
esa información está del todo subordinado conocimiento de las normas y de sus inter-
a la pretensión y al alcance normativos de pretaciones, por más que resulte imprescin-
la expresión, cuyo sentido y función relevan- dible para el cumplimiento de la tarea inter-
tes son no los de informar, sino los de pres- pretativa y de su influencia social.
LA DOGMÁTICA JURÍDICA, ¿CIENCIA O TÉCNICA? 5677

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