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‘Phono sapiens’, enganchados al móvil


En 2007, Steve Jobs deslumbró al mundo con un aparato llamado iPhone. Una
década después, los teléfonos inteligentes se han propagado por el globo. Más
de un cuarto de la población mundial se conecta a Internet a través del móvil.
La existencia del ‘Phono sapiens’ es un hecho. Algunos han empezado a
“desintoxicarse”. Muchos no pueden dejarlo.
SÁBADO 24 DE DICIEMBRE DE 2016
DE PRONTO, la pequeña mano de mi hija, que aún no había cumplido dos
años, golpeó con rabia mi teléfono. No recuerdo si tecleaba un e-mail de
trabajo o un tuit irrelevante, pero no noté que se acercaba con sus pasos
inseguros hasta que le dio un manotazo al móvil, mirándolo con furia. Había
hecho una torre con piezas de madera y ese cacharro se interponía entre su
creación y el aplauso de su padre. En ese instante, me atravesó un sentimiento
de culpa, de bochorno. ¿Cómo he sido capaz? ¿En qué momento he perdido el
norte? Desde entonces, me propuse hacer dieta de smartphone estando en
familia, una dieta que he observado con el rigor que imaginan. Seguramente,
casi cualquiera de los 2.000 millones de usuarios de móviles que hay en el
planeta puede contar una anécdota similar, donde la víctima de la falta de
atención sea uno mismo o su pareja, un padre, los colegas de clase o hasta el
jefe.
HACE POCO, LA REVISTA MÉDICA ‘THE LANCET’ DEFINIÓ LA
‘WHATSAPPITIS’: UNA DOLENCIA EN MUÑECAS Y PULGARES
Nos llegan noticias de países que instalan señales luminosas en el suelo para
evitar los atropellos y las caídas a los andenes de los usuarios de móviles que
andan mirando hacia la pantallita. Problemas de cuello por doblarlo hacia el
aparato e incluso una nueva dolencia en muñecas y pulgares, reseñada en la
revista médica The Lancet como whatsappitis. Otros trabajos muestran que
cada vez ejercitamos menos la memoria, que los jóvenes están perdiendo
atención, que ya no sabemos orientarnos porque nos dejamos en manos de
Google Maps. Que nos llevamos el aparato a la cama y, con sus luces,
torturamos al cerebro perjudicando el ciclo natural del sueño. Pero, más allá de
las noticias, ¿estamos enganchados al móvil? ¿Son solo problemas personales
puntuales o nos está afectando como sociedad?
Hablar de un adicto al móvil es un asunto muy controvertido. En la última
versión del reconocido DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos
mentales), de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, no se ha admitido
como trastorno la adicción a Internet, menos aún la del teléfono inteligente, a
pesar de que existen profesionales que lo diagnostican y lo tratan.
2.000 MILLONES DE USUARIOS EN EL MUNDO ESTÁN CONECTADOS A
INTERNET A TRAVÉS DEL TELÉFONO MÓVIL
“Todavía no podemos hablar de adicción, que se limita a las sustancias
químicas, con la única excepción del juego con apuestas”, puntualiza Enrique
Echeburúa, catedrático de Psicología Clínica de la Universidad del País Vasco.
Algunos especialistas sortean este problema terminológico hablando de uso
abusivo, que se definiría por la pérdida del control sobre la conducta, con
consecuencias indeseadas graves. “Para mí, esa es la prueba del algodón de
un problema de carácter psicopatológico”, resume Echeburúa, que es de
quienes creen que es “indudable” que hay un uso inadecuado que a veces
reclama que intervengan los especialistas. Reconoce que no hay suficiente
investigación en este campo como para hablar de porcentajes de población
afectada, ya que los estudios hasta ahora no abarcan grandes muestras ni
cuentan con definiciones consensuadas del problema. “Empezamos a ver
abuso tanto en adultos como en jóvenes, pero nos centramos más en estos
porque preocupa que no tienen un desarrollo cerebral, emocional y vital
completo”. “Con una vida inestable, en formación, hay más riesgo”, señala el
catedrático.
Los estudios que tratan de identificar la gravedad y el tamaño del problema
hablan de cuadros de ansiedad en estudiantes que pasan horas y horas
atrapados por la atención del cacharro. De adolescentes con síntomas
depresivos cuando se les veta el acceso a su mundo digital. De jóvenes que
abandonan sus estudios y cuya dependencia psicológica hacia el aparato
provoca deterioro familiar. De problemas de agresión, fobia, trastornos del
sueño, soledad y aislamiento social. En la revista pediátrica JAMA, de la
Asociación Médica de EE UU, se publicó hace poco un estudio que alertaba de
los trastornos de sueño que provoca el hábito de casi todos los adolescentes
de dormir junto al móvil sin desconectar: insomnio, trastornos alimenticios,
bajas defensas. Muchos de estos estudios se hacen en Asia, donde la
tecnología tiene una presencia más intensa. Como en España, que está a la
cabeza en cuota de penetración de smartphones en el mundo: gracias a la
predisposición de la gente y a una política comercial muy favorable, casi 9 de
cada 10 móviles españoles son inteligentes. Y en España se ha realizado
alguno de los estudios sobre este problema, como el publicado este verano y
centrado en alumnos de la ESO de Barcelona, que atribuía uso problemático
de Internet al 13,6% de la muestra y al 2,4% respecto del smartphone. En este
trabajo participó Xavier Carbonell, de la Universitat Ramon Llull, especialista en
este asunto, pero muy escéptico sobre la prisa que tenemos por señalar
adicciones. “Es imposible ser adicto a un aparato, solo a una conducta, como el
juego patológico: lo que pasa con los smartphones es que la conducta es más
accesible y así el refuerzo se produce antes”, asegura Carbonell. Y desarrolla
una metáfora para explicarse: “Puedes consumir heroína por la nariz o en vena.
Si te la pinchas, el refuerzo es más intenso, pero el problema no está en la
jeringa”. Muchos de los casos graves que se están encontrando en las
consultas tienen que ver con jóvenes que se pinchan apuestas online con el
móvil. Carbonell es crítico con el papel desempeñado por los medios en la
difusión de supuestas adicciones. Pero sí reconoce que hay que tomar
“medidas higiénicas y de psicoeducación” para aprender a usar bien los
móviles dentro de unas pautas saludables. Y señala una paradoja importante:
la misma sociedad que reprocha el exceso de pantallas es la que nos empuja a
usarlas. Y cita una vivencia que le contó un alumno: “Cuando estoy con mi
madre, me echa en cara que pase todo el rato atendiendo el móvil. Cuando
estoy fuera de casa, enseguida se alarma si tardo en responder a sus
mensajes”.
EL GRADO DE EMPATÍA ENTRE UNIVERSITARIOS HA CAÍDO POR LA
PÉRDIDA DEL CONTACTO CARA A CARA
Conviene recurrir a la psicología social para dar contexto. Cada nueva
tecnología, desde la imprenta hasta la televisión, ha generado un rechazo
previo que tiende a considerar un trastorno el cambio de hábitos que genera.
Es gracioso observar ahora que ya se empezaba a agitar el miedo de la
adicción a los móviles (incluso en estudios científicos) hace una década,
cuando los rocosos Nokia solo servían para mandar SMS. ¿Quién se cree que
aquellos ladrillos pudieran crear adicción? Hasta Sócrates consideraba la
escritura un hábito malsano porque debilitaba la memoria y el pensamiento. El
Quijote se reía de los trastornos que podía provocar el exceso de lectura, del
mismo modo que la serie británica Black Mirror nos advierte de las distopías
que podrían estar descargándose desde nuestros dispositivos. Pero también es
cierto que, a lo largo de la historia, muy pocas veces hemos estado tan
apegados a un objeto. Concentra innumerables fuentes de ocio, de placer, de
obligaciones laborales y sociales. Es una versión reducida de nosotros, de
nuestras relaciones y aspiraciones. Proyectamos tal atención sobre el aparato
que llegamos a sentir que vibra en nuestro bolsillo. Varios estudios han
analizado cómo respondemos a la privación del móvil: cuando se nos
encomienda una tarea y el móvil está recibiendo notificaciones sin que
podamos consultarlas, somos incapaces de concentrarnos en condiciones por
culpa de la ansiedad que nos provoca, e incluso se han descrito síntomas de
hiperactividad. Es normal, dado que el 90% no nos separamos del dispositivo
más de un metro en todo el día. El tic de nuestra era es desbloquear el móvil
sin motivo: lo hacemos entre 80 y 150 veces al día, cada muy pocos minutos.
En los semáforos, ya nadie se hurga la nariz: miramos el móvil para ver si hay
alguna novedad desde la anterior parada. No hace falta que nos implanten un
chip, como en las pelis futuristas, porque somos cíborgs baratos: ya nos
encargamos nosotros de no separarnos del chip sin necesidad de intervención
para clavarlo bajo la piel.
EL TIC DE NUESTRA ERA ES DESBLOQUEAR EL MÓVIL: LO HACEMOS
DE 80 A 150 VECES AL DÍA
Poco después del manotazo de mi hija, The New York Times publicó un
revelador artículo de Sherry Turkle, investigadora del Instituto Tecnológico de
Massachusetts (MIT): era un alivio saber que hay especialistas dedicados a
analizar cómo está afectando el abuso de móviles en aspectos menos tangibles
que un episodio de ansiedad, pero quizá más permanentes. El artículo de
Turkle era un resumen de su último libro, En defensa de la conversación, que
acaba de publicarse (disponible en España en febrero de 2017, editado por
Ático de los Libros) y que es una llamada de atención tras tres décadas
empleadas en conocer cómo nos afecta la tecnología, reseñando
investigaciones propias y ajenas: “El más inquietante para mí es el estudio que
mostraba una caída del 40% en la empatía entre los estudiantes universitarios
en los últimos 20 años, medida con pruebas psicológicas estándar; una
disminución que sus autores atribuían a que tienen menos contacto directo
cara a cara los unos con los otros”, escribe Turkle. En el libro se plantea la
importancia de ese contacto entre los humanos para desarrollarnos en plenitud,
algo esencial en el crecimiento de los menores. En sus trabajos, la
investigadora del MIT descubre que los chavales que más tiempo dedican a
sus móviles han perdido capacidad de empatizar porque no reconocen los
matices en la cara de una persona: los sentimientos nos hacen mostrar en el
rostro una riqueza de expresiones que algunos adolescentes ya no saben
descifrar. La buena noticia es que estos mismos jóvenes recuperan esa
capacidad innata después de un campamento sin móviles. Ya sabemos lo malo
que es para el desarrollo de los niños crecer sin que se les hable a la cara, sin
escuchar permanentemente voces que les apelan, que les llenan el cerebro de
expresiones faciales y orales. Y también relata cómo está perjudicando a las
relaciones personales, acostumbrados a mantener conversaciones de baja
intensidad mientras toqueteamos el smartphone, por culpa del multitasking. El
silencio incómodo que obligaba a pensar qué decir a un desconocido está a
punto de desaparecer para siempre de nuestras vidas: basta con sacar el
móvil. Según Turkle, vivimos en un tiempo paradójico: “Tratamos a las
máquinas casi como si fueran humanas y desarrollamos hábitos que nos hacen
tratar a los seres humanos casi como máquinas. Regularmente ponemos a las
personas en pausa en medio de una conversación con el fin de revisar
nuestros teléfonos. Y cuando charlamos con individuos que no nos prestan
atención, es una especie de preparación para hablar con máquinas que no
comprenden. Como la gente nos da menos, hablar con las máquinas no parece
tanta pérdida”.
Según el CIS, el 90% de los españoles usan este dispositivo que ha cambiado
la vida cotidiana del país para el 46% de los encuestados. El año pasado se
convirtió por fin en el principal modo de acceso a Internet en España. Y
generalmente lo hacemos por medio de las 30 aplicaciones que tenemos de
media en nuestros smartphones, según el último informe de la Fundación
Telefónica.
¿Qué hacen estas apps por nosotros y qué nos obligan a hacer? Al margen del
beneficio que obtienen de nuestros datos, la economía de la atención diseña
estas herramientas para reclamar nuestro tiempo con trucos de tragaperras.
Cada vez que miramos el móvil se está produciendo un fenómeno muy
conocido en psicología denominado refuerzo intermitente. “Hay experimentos
en ratas que nos muestran cómo funciona. Si cada vez que aprietan una
palanquita reciben comida, se produce el refuerzo de ese comportamiento. Así,
cada vez que se encuentren una palanca, se sentirán impelidas a presionarla
de manera automática, sin capacidad para modificar el comportamiento”,
explica Helena Matute, catedrática de Psicología Experimental de la
Universidad de Deusto. “Si se introduce el azar y no sabemos exactamente qué
sorpresa vamos a recibir, el refuerzo es mucho mayor. Eso engancha todavía
más. Es lo que sucede con las tragaperras”. Y es exactamente el principio en el
que se basa el vicio del móvil: cada vez que lo miramos hay algo. Puede ser
bueno (un me gusta) o mejor (que te haya pedido amistad alguien que te
interesa). Cada vez que entramos en una app estamos tirando de la palanca
para ver qué nos toca: un e-mail de trabajo, un chiste simpático en Twitter, una
foto de la persona que nos atrae en Snapchat. Como dicen los especialistas, ya
no se trata de ganar, sino de seguir en la “zona de la máquina”, una especie de
vórtice que nos atrapa en un bucle hipnótico sin fin. Así es como nos
enganchamos al móvil, con el mismo truco que activa la ludopatía: incluso con
el sonido de las notificaciones, como antaño las máquinas de juego, que son un
condicionamiento digno del perro de Pávlov.
“EL ‘SMARTPHONE’ HA DESDIBUJADO LA FRONTERA ENTRE OCIO Y
TRABAJO”
“Es comida basura tecnológica”, resume Tristan Harris, un extrabajador de
Google embarcado en la misión de romper el círculo vicioso de la economía de
la atención. Harris ha lanzado la iniciativa Tiempo Bien Empleado (Time Well
Spent) para que los desarrolladores de aplicaciones dejen de “aprovechar las
vulnerabilidades psicológicas de la gente”. ¿Cuántas veces cogemos el móvil
para hacer una cosa útil y cuando lo soltamos ha pasado media hora y no
hemos hecho lo que íbamos a realizar? Cada vez que tiramos de la palanca en
Facebook perdemos 20 minutos, pero las monedas caen en la bandeja de Mark
Zuckerberg. Esa es precisamente la función primordial de todas las
aplicaciones, retenernos en contra de nuestra voluntad para ganar dinero, y
Harris niega que se trate de una responsabilidad personal, cuando “hay mil
personas al otro lado dedicadas a quebrarnos la voluntad”. Su objetivo: que los
programadores firmen una especie de juramento hipocrático que les obligue a
dejar de usar trucos de psicología para manipular a la gente.
“Hacemos muchas cosas con el móvil, pero este también nos obliga a realizar
muchas más. La tecnología nunca es neutra”, resume Amparo Lasén,
socióloga de la Universidad Complutense que trabaja en cómo las nuevas
tecnologías influyen en los afectos y las relaciones. “Se ha generado un apego
porque lo necesitamos. Si nos genera ansiedad dejarlo en casa es porque
nuestra madre nos puede llamar o porque es fundamental para nuestro
trabajo”, añade. Hay un reproche social por estar todo el día conectados, pero
es bastante común recibir un e-mail de trabajo a las diez de la noche de un
domingo. Y lo que es peor: un 25% de los españoles reconocen usar
WhatsApp para cuestiones laborales, según un CIS reciente. Con la doble
confirmación azul de esta aplicación es más difícil ignorar una ocurrencia
extemporánea del jefe. “Mucho del estrés extremo, del que provoca incluso
muertes por trabajo, está causado por los móviles”, advierte Carbonell. La
oleada de suicidios provocados por la presión empresarial ha obligado a
plantear el “derecho a la desconexión digital” en la contestada reforma laboral
francesa. Además, en muchas empresas es fundamental que los trabajadores
sean habilidosos en redes sociales o que cuenten con una legión de
seguidores para vampirizarla. Según Lasén, “se ha desdibujado por completo la
frontera entre ocio y trabajo”. Y el móvil es el pasapurés en el que se prepara
esa papilla.
NUEVE DE CADA DIEZ ESPAÑOLES CON 'SMARTPHONE' NO SE ALEJAN
DE SUS TELÉFONOS MÁS DE UN METRO EN TODO EL DÍA
Eric Schmidt, de Google, expresó su propia preocupación al señalar que ya ni
en los aviones podía leer tranquilo porque ahora tienen wifi. “Schmidt hizo este
comentario al mismo tiempo que promocionaba su libro, que celebra, incluso en
su subtítulo, cómo la tecnología va a remodelar a la gente”, critica Turkle. Las
ideas de Harris de respetar el tiempo y la atención de los usuarios no cuajaron
en las plantas nobles del buscador cuando se las planteó a sus jefes. Por eso,
Turkle insiste en su libro: “Ten presente el poder de tu teléfono. No es un
accesorio. Es un dispositivo psicológicamente poderoso que cambia no solo lo
que haces, sino quién eres”. Hace una década, Steve Jobs aseguró que ese
aparato que blandía, el iPhone, iba a cambiarnos para siempre. Pienso en que
tenía mucha razón mientras consulto la app de la guardería para saber si mi
hija ha dormido siesta. Cuando no la duerme es más probable que se ponga
como una fiera. Es importante que lo mire.

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