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Antonio Gramsci:

aproximaciones y (re)lecturas
desde América Latina
Antonio Gramsci:
aproximaciones y (re)lecturas
desde América Latina

Hernán Ouviña
(coordinador)

Agustín Artese · Diego Bentivegna · Dario Clemente


Daniela Lauría · Francisco L’Huillier · Massimo Modonesi
Daniela Mussi · Hernán Ouviña · Javier A. Rodríguez
Giovanni Semeraro · Mabel Thwaites Rey
índice

Presentación 7

Gramsci y el “bienio rojo”: consejos de fábrica, política 15


prefigurativa y cultura proletaria en tiempos del optimismo
de la voluntad
Hernán Ouviña

Entre el revisionismo, el colaboracionismo y la revolución: 55


tensiones, conflictos y confrontaciones de la Segunda
Internacional a la Internacional Comunista
Javier A. Rodríguez

Gramsci y el fascismo 73
Dario Clemente

Estrategia revolucionaria y traducción del marxismo en el 101


Gramsci dirigente político (1921-1926)
Hernán Ouviña

El principio educativo de Gramsci en la creación de una 135


nueva civilización
Giovanni Semeraro

Maquiavelo, Marx y la ciencia (de la) política. Apuntes en 153


torno a la hegemonía y el poder como relación de fuerzas
Francisco L’Huillier y Hernán Ouviña

Gramsci, el Estado “integral” y las bases materiales del consenso 185


Mabel Thwaites Rey
Autonomía y sujeto político en el pensamiento carcelario de 211
Antonio Gramsci
Massimo Modonesi

“Una nueva fuerza social se ha constituido”. Notas sobre 235


«crisis» y «revolución pasiva» en los Cuadernos de la cárcel
Agustín Artese

La cuestión literaria en Gramsci: viejas y “nuevas” 265


interpretaciones
Daniela Mussi

La reflexión sobre el lenguaje en Gramsci 283


Diego Bentivegna y Daniela Lauría

Sobre lxs autorxs y lxs ilustradorxs 303


Presentación
Nuestros prismas y sus espejos

Antonio Gramsci es uno de los intelectuales y militantes


marxistas más importantes del siglo xx. Nacido y criado en la
enorme isla de Cerdeña, ubicada en el sur campesino de Italia,
luego de terminar con dificultades e interrupciones el secunda-
rio —y gracias a una beca para estudiantes pobres— se traslada
a la industrializada Turín, donde al poco tiempo se suma a las
filas del Partido Socialista y a colaborar con diversos periódicos
de izquierda, por lo que jamás llega a concluir su carrera uni-
versitaria. Participa del bienio rojo (1919-1920), un proceso de
toma de fábricas y autogestión obrera desplegado en la región
del Piamonte, y contribuye a fundar en enero de 1921 el Partido
Comunista. Al poco tiempo es enviado a Rusia como delegado
de la iii Internacional. En esta inmensa escuela a cielo abierto
vive casi dos años, conoce a los principales referentes del bol-
chevismo y también a quien será su compañera, Julia Schucht
(con la que tendrá dos hijos). Realiza tareas como dirigente polí-
tico en Viena y, al ser electo diputado en 1924 y conseguir inmu-
nidad parlamentaria, retorna a Italia, ya asumiendo la secretaría
general del Partido, en un contexto cada vez más represivo y
de criminalización de las fuerzas opositoras al fascismo. El te-
ner fueros no impidió que, a finales de 1926, fuera detenido
por el régimen junto a otros dirigentes comunistas. El fiscal que
contribuye a su condena alega que se debe “impedir que este
cerebro piense por lo menos por veinte años”. Tras una década

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p r e s e n ta c i ó n

de encierro, a lo largo de la cual redacta y pule gran cantidad de


apuntes, fallece en un casi total aislamiento político y afectivo
en una clínica en Roma.
Un primer acercamiento a Gramsci nos obliga a no disociar sus
reflexiones y su militancia del momento histórico en el cual escribió
y actuó como periodista, educador, filósofo y dirigente político. No
obstante, como reconoció Antonio Santucci en su consabido estu-
dio sobre nuestro autor sardo, hay además un “segundo” Gramsci,
que trasciende las vicisitudes inmediatas de su praxis directa y que
propone una obra de “indudables características de universalidad.
Destinada, en suma, a proyectarse más allá de la breve existencia
de su autor” (Santucci, 2005, p. 22). Desde ya que distinguir dos
Gramsci no implica, siguiendo otra vez a este destacado investiga-
dor italiano, contraposición alguna entre el hombre de acción y el
pensador crítico, sino que más bien se trata de rastrear y recons-
truir aquellos elementos y propuestas teórico-prácticas que perma-
necen invariantes y que nos interpelan hoy en día, más allá de la
coyuntura en la que fueron formuladas.
En consonancia con Manuel Sacristán (1998) y Juan Carlos
Portantiero (1981), partimos de diferenciar un momento primi-
genio en el intenso itinerario político e intelectual de Gramsci,
que arranca en 1917 y culmina a finales de 1920, caracterizado
por el auge de masas y la ofensiva revolucionaria que se vive a
nivel continental y global, con el “bienio rojo” en Turín como
punto más álgido de la agudización de las luchas, al que le suce-
de una segunda fase de reflujo y creciente replanteo estratégico
por parte del activismo de izquierda, que va de 1921 hasta 1926,
año en el que Gramsci es detenido siendo diputado por Vene-
cia. A partir de este punto de no retorno, se abre un tercer pe-
ríodo signado por la reflexión desde la derrota, que tendrá como
eje directriz la escritura de los famosos Cuadernos de la cárcel y
se cerrará en 1937, con la solitaria muerte de Gramsci.
Nos parece importante insistir en esta periodización de su vida
y obra en términos históricos, porque buena parte de los mate-
riales e ideas que Gramsci produce se encuentran condicionadas
por una particular coyuntura o momento epocal, más allá de que

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hernán ouviña

su corpus conceptual pueda ser considerado hoy en día clásico.


Y es que, a pesar de no haber escrito libro alguno, Gramsci nos
ha dejado una infinidad de notas periodísticas, escritos políticos,
textos inconclusos, epístolas y cuadernos redactados tanto duran-
te su etapa juvenil como en sus años de cárcel, que en conjunto
y al decir de José Aricó —marxista autodidacta argentino y uno
de sus traductores más sugerentes— constituyen un “cortaziano
modelo para armar”. Tal vez eso permita explicar no sólo los di-
ferentes “usos” que se han hecho de sus categorías y reflexiones,
sino también ciertos abusos y lecturas antojadizas.
Sin desestimar la polémica abierta acerca de las posibles in-
terpretaciones a que ha dado lugar su provisoria y fragmenta-
ria obra, hoy muchos de sus conceptos son parte del acervo de
analistas políticos y periodistas, como de activistas de partidos
de izquierda, sindicatos de base, organizaciones sociales, colec-
tivos y movimientos populares no sólo de América Latina, sino
de gran parte del mundo. Filosofía de la praxis, hegemonía,
bloque histórico, intelectuales orgánicos, relaciones de fuerzas,
sociedad civil, folclore, sentido común y Estado integral (por
nombrar solo algunas), resultan categorías de uso corriente en
las Ciencias Sociales y también en ámbitos educativos, comuni-
cacionales, artísticos y contraculturales.
Atendiendo a este denso y sugerente derrotero gramsciano,
el propósito del presente volumen colectivo es reconstruir y de-
batir la obra de este inigualable pensador y militante italiano,
en función de los principales momentos de su transcurrir políti-
co e intelectual, y dando cuenta de los conceptos centrales que
desarrolla a lo largo de su intensa vida, sobre todo durante su
período de encierro en los clásicos Cuadernos de la cárcel1. Sin

1
A lo largo del libro, se hace uso de la edición crítica de los Cuadernos de la cárcel
a cargo de Valentino Gerratana, tanto en su versión original italiana como en la
traducción al castellano publicada por la Editorial Era en México en 6 volúmenes.
En el primer caso (Gramsci, A., Quaderni del carcere, a cura di V. Gerratana, 4
voll., Einaudi, Torino, 1975), son citados con la letra Q, seguida por el número de
parágrafo y el número de página, mientras que para el segundo se apela al año de
edición de acuerdo al tomo y número de página correspondiente.

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p r e s e n ta c i ó n

perder rigurosidad analítica y filológica, nos mueve una común


vocación teórico-política y pedagógica que aspira a propiciar la
difusión, apropiación crítica y debate en torno a la contempo-
raneidad del corpus gramsciano, más allá de las querellas aca-
démicas restringidas a pequeños núcleos de “especialistas”. Por
ello el objetivo es doble: presentar un primer acercamiento al
marxismo recreado por Gramsci tanto en su período pre-car-
celario como en su prolongada etapa de encierro, y al mismo
tiempo convidar una hoja de ruta e itinerario posible para quie-
nes busquen adentrarse en su inagotable obra o bien formarse
desde la militancia política, la lucha territorial y/o la educación
popular, junto a sus numerosas y potentes contribuciones que
resultan imperecederas y de suma actualidad para nuestros días.
Al margen de las aristas, categorías y temáticas abordadas en
cada una de estas páginas, optamos por tener a la problemática
latinoamericana como eje transversal de los diferentes capítulos
que conforman el libro, haciendo dialogar al corpus gramsciano
con la realidad contemporánea y las inquietudes que aquejan a
nuestra región, y sopesando la vigencia de Gramsci a partir de
la recuperación y traducibilidad de ciertas hipótesis de lectura
y conceptos claves que brindan pistas para la caracterización de
los procesos socio-políticos en América Latina y el estudio de
la crisis civilizatoria que estamos viviendo, con la esperanza de
contribuir a la construcción de alternativas superadoras de la
barbarie capitalista que nos asola.
Este libro es producto del trabajo de investigación y la labor
docente realizada durante los últimos años por quienes integra-
mos el equipo de cátedra del Seminario Teoría y praxis política
en el pensamiento de Antonio Gramsci: relecturas e interpretacio-
nes desde América Latina, dictado en el marco de la Carrera de
Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires por prime-
ra vez en 2003 y sostenido de forma ininterrumpida desde hace
más de quince años como una trinchera de pensamiento crítico,
formación colectiva e investigación comprometida. Asimismo, ha
sido co-organizado por Grupo de Estudios “Gramsci en América

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hernán ouviña

Latina”, con sede en el Instituto de Estudios de América Latina


y el Caribe (uba), que impulsamos varios de los autores que com-
ponen la presente obra. Sin embargo, su concreción no hubiese
sido posible sin la generosidad y el entusiasmo de un conjunto de
colegas, amigues y compañeres tanto de Argentina como de otras
latitudes del sur global, con quienes hemos compartido diferen-
tes iniciativas, eventos y apuestas gramscianas, y que aceptaron
aportar a este volumen sus reflexiones, dibujos, ejercicios de tra-
ducibilidad y agudas lecturas en torno a la imperecedera obra del
marxista italiano.
Nos proponemos conversar y pensar con Gramsci en tanto
“filósofo democrático”, reconociendo su apasionamiento por
el estudio como razón de vida y —en particular durante su
encierro— medio de supervivencia y certero anticuerpo fren-
te a la desmoralización (Gerratana, 1997), así como su voca-
ción mayéutica y socrática, en favor del diálogo de saberes y la
apertura hacia la sincera interlocución y el aprendizaje colec-
tivo desde la praxis, en un vínculo orgánico con su afición por
la dialéctica marxista distante de todo esquematismo, lo que
implica resaltar

tanto su carácter orgánicamente interrogativo, como la in-


separabilidad, en él, del conocer y del actuar. Desde este
punto de vista no se trata de exaltar o de criticar el elemento
fragmentario o hasta aforístico del estilo de Gramsci, sino
de tomar conciencia de que aquí todo pensamiento escrito,
sea cual sea su “presentación”, aparece ante todo como un
estímulo, una invitación al diálogo, aunque de momento
imposible e idealmente diferido (Baratta, 2003, p. 102)

Alguna vez Gramsci apeló en una de sus notas carcelarias a la


metáfora del rayo luminoso y los prismas, para intentar graficar
de manera compleja la relación entre los modos de pensar-ac-
tuar de la intelectualidad y las posibilidades de que emerja una
conciencia crítica colectiva sobre una determinada base históri-
ca. En ella sugería que

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p r e s e n ta c i ó n

El mismo rayo luminoso pasa por prismas diversos y da re-


fracciones de luz distintas; si se desea una misma refracción
es preciso toda una serie de rectificaciones de los prismas
independientes. La “repetición” paciente y sistemática es el
principio metódico fundamental. Pero la repetición no mecá-
nica, material: la adaptación de cada principio a las distintas
peculiaridades, el presentarlo y representarlo en todos sus as-
pectos positivos y en sus negaciones tradicionales, organizan-
do siempre cada aspecto parcial en la totalidad. Encontrar la
identidad real bajo la aparente diferenciación y contradicción
y hallar la diversidad sustancial bajo la aparente identidad, he
ahí la cualidad más esencial del crítico de las ideas o del histo-
riador del desarrollo social (Gramsci, 1981, p. 99).

Ignoramos si Gramsci tuvo oportunidad de leer el Manifiesto


Ultraísta, elaborado entre otros por un joven Jorge Luis Borges
en 1921, pero la afinidad con él resulta más que evidente. Si
enhebramos “estética” con “marxismo”, ninguna palabra sobra
para definir a la filosofía de la praxis gramsciana:

Existen dos estéticas: la estética pasiva de los espejos y la


estética activa de los prismas. Guiado por la primera, el arte
se transforma en una copia de la objetividad del medio am-
biente o de la historia psíquica del individuo. Guiado por la
segunda, el arte se redime, hace del mundo su instrumento,
y forja más allá de las cárceles espaciales y temporales su
visión personal (Sureda et al, 2007, p. 23).

No caben dudas de que Gramsci hace trizas los espejos y


apela a la estética activa de los prismas, para desnaturalizarlo
todo y recrear al marxismo desde la imaginación política. Por
ello revitalizar su inconclusa y original herencia, en estos tiem-
pos de crisis civilizatoria donde “se manifiestan los fenómenos
más morbosos”, es una apuesta pascaliana de suma urgencia y
sin garantía alguna de triunfo: militante e intelectual, realista y
utópica, apasionada y abierta a la desmesura, que busca entre-
lazar el saber con el comprender y el sentir, a contramano de
todo posibilismo. Necesitamos volver a convocar a un Gramsci
que oficie de conciencia inquieta y que escamotee, al decir de

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hernán ouviña

Rossana Rossanda (1978), la imitación gradualista y la renuncia


a la ruptura. Esperamos que este libro sea una fiel continuidad
de aquel indisciplinado gesto al que nos supo convocar Nino en
sus febriles y meditados apuntes de encierro.

Hernán Ouviña

***

Referencias bibliográficas

Baratta, G. (2003) Las rosas y los cuadernos. El pensamiento dialógico de


Antonio Gramsci. Barcelona: Bellaterra Edicions.
Gerratana, V. (1997) Gramsci. Problemi di método. Roma: Editori Riuniti.
Gramsci, A. (1981) Cuadernos de la cárcel, Tomo 1. México: Editorial Era.
Portantiero, J. (1981) Los usos de Gramsci. México DF: Folios.
Rossanda, R. (1978) “La revolución italiana”. En El pensamiento revolu-
cionario de Gramsci. Puebla: Universidad Autónoma de Puebla.
Sacristán, M. (1998) El orden y el tiempo. Madrid: Editorial Trotta.
Santucci, A. (2005) Antonio Gramsci. Santiago de Chile: LOM.
Sureda et al (2007) “Manifiesto del Ultra”. En Vanguardias en su tinta.
Documentos de la Vanguardia en América Latina. Selección y Prólogo
de Celina Manzoni. Buenos Aires: Corregidor.

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Hérnan Ouviña
Gramsci y el “bienio rojo”: consejos de fábrica,
política prefigurativa y cultura proletaria en tiempos
del optimismo de la voluntad

La experiencia de L’Ordine Nuovo y la irrupción de los consejos


de fábrica como organismos prefigurativos

Aunque la incorporación de Antonio Gramsci a la militan-


cia en el Partido Socialista Italiano se produce durante sus
años como estudiante en la Universidad de Turín (entre fines
de 1913 e inicios de 1914), es a partir del momento de auge
de las luchas sociales y políticas vividas en esta ciudad del
norte industrial que decide zambullirse de forma plena en la
participación en instancias de activación revolucionaria. Así,
luego de dejar trunca su carrera universitaria y dedicarse de
lleno al periodismo de izquierda y a tareas de creciente res-
ponsabilidad en la organización, será la coyuntura de ascenso
de masas a escala europea y en la convulsionada “Petrogrado
italiana” la que empuje a Gramsci a fundar, durante el mes
de abril de 1919, junto con un grupo de jóvenes socialistas de
Turín (Umberto Terracini, Palmiro Togliatti, Angelo Tasca
y Pia Carena), el periódico L’ Ordine Nuovo, bajo el suge-
rente subtítulo de “reseña semanal de cultura socialista”. El
nombre aludía, con una clara influencia del proceso abierto
en Rusia y en otras latitudes, a la reorganización del “nuevo
orden” que sobrevendrá tras el derrumbe de la decadente
civilización burguesa.

15
gramsci y el “bienio rojo”

El 1º de mayo de ese mismo año, en ocasión de la jornada


histórica de lucha del proletariado mundial, editan el primer nú-
mero bajo el siguiente lema: “Instrúyanse, porque necesitaremos
toda vuestra inteligencia. Agitense, porque necesitaremos todo
vuestro entusiasmo. Organícense, porque necesitaremos toda
vuestra fuerza”1. Como relata tiempo después Gramsci, los obre-
ros se apropiaron inmediatamente de este periódico debido a que

sus artículos no eran estructuras frías e intelectuales, sino


que brotaban de nuestras discusiones con los mejores obre-
ros; elaboraban los verdaderos sentimientos, metas y pasio-
nes de la clase obrera de Turín, los cuales nosotros mismos
habíamos provocado y puesto a prueba. Porque sus artí-
culos eran, prácticamente, un ‘tomar nota’ de los eventos
reales, vistos como momentos de un proceso de liberación
interior y de auto-expresión por parte de la clase obrera
(Gramsci, 1998e, p. 100).

La investigación cultural y la lucha política se amalgamaban


así en cada uno de los números del periódico, publicando textos
y documentos que intentaban fomentar el debate y la reflexión
sobre las propias prácticas de los trabajadores, sin desmerecer
la difusión de artículos de gran valor artístico y literario. De esta
forma, se reproducen desde las teorizaciones de Georg Lukacs,
Daniel De León o Karl Korsch en torno a las experiencias con-
sejistas y de autogobierno obrero, hasta los aportes de intelec-
tuales como Henry Barbusse, Roman Rolland, Max Eastman o
Máximo Gorki para la renovación de la cultura social.
Por aquel entonces —inmediata posguerra— existían dentro
de las fábricas las comisiones internas, las cuales eran débilmen-
te representativas, ya que sus miembros debían ser afiliados al

1
La fecha elegida para salir a la calle distaba de ser trivial. Exactamente un año
atrás, en un artículo publicado en Il Grido del Popolo, Gramsci había expresado
que lejos de ser un día de “protesta por las ocho horas”, constituía un momento
de la vida mundial, “una anticipación, en la actualidad, de lo que deberá ser la
vida de la sociedad futura”. Véase “Primo maggio 1918”, en Gramsci (1982).

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hernán ouviña

sindicato y su organización no estaba ligada por completo a la


estructura productiva de cada empresa. Si bien en sus comien-
zos habían constituido una conquista arrancada a la patronal
como producto de la agudización de la lucha de clases en el con-
texto bélico, al poco tiempo terminaron cumpliendo la función
de “correa de transmisión” entre el sindicato y los dueños del
capital, facilitando el disciplinamiento de los obreros.
Por su parte, los sindicatos expresan —al decir de Gramsci— la
organización del trabajador en tanto fuerza de trabajo asalariada.
Constituyen el instrumento a través del cual los obreros (o mejor
dicho, sus “representantes”) negocian mejores precios de la única
mercancía que tienen para ofrecer. Por ello, según Gramsci, en
tanto estructuras burocratizadas terminan siendo parte integran-
te de la sociedad capitalista, y su función era inherente al régimen
de propiedad privada. En suma: llevan en germen el reformismo.
Además, tienden a pactar y a negociar, obligando al empresario a
aceptar una legalidad en las relaciones con el trabajador, llegando
a expresar que “el burócrata sindical concibe la legalidad indus-
trial como una permanente cuestión de negocios”, debido a que
su fin es comercial. Los sindicatos, concluye Gramsci

constituyen el tipo de organización proletaria específico


del periodo de historia dominado por el capital [...] En tal
periodo, en el que los individuos valen tanto más cuanto
mayor sea la cantidad de mercancías que posean y mayor
sea el tráfico que con ellas hagan, también los obreros se
han visto constreñidos a obedecer las férreas leyes de la ne-
cesidad general y se han convertido en comerciantes de su
única propiedad, de su fuerza de trabajo [...] han creado
ese enorme aparato de concentración de carne y fatiga, han
fijado precios y horarios, y han organizado el mercado [...]
La naturaleza esencial del sindicato es competitiva; no es,
en manera alguna, comunista. El sindicato no puede ser,
pues, un instrumento de renovación radical de la sociedad
(Gramsci, 1973a, p. 36-37).

A su vez, el Partido Socialista, si bien al igual que el sindicato


nace en el seno de la estructura burguesa, cierto es que oficia

17
gramsci y el “bienio rojo”

como ámbito aglutinador de los núcleos más activos de la clase


trabajadora en el plano político, aunque dista de poder operar
como la instancia cohesionadora del conjunto del proletariado
en lucha. Ambas organizaciones, por tanto, “no abarcan ni pue-
den abarcar toda la múltiple agitación de fuerzas revoluciona-
rias que desencadena el capitalismo con su proceder implacable
de máquina de explotación y opresión”, por lo que

no han de situarse como tutores o sobre-estructuras ya


constituidas de esa nueva institución en la que cobra forma
histórica controlable el proceso histórico de la revolución,
sino que deben ponerse como agentes conscientes de su li-
beración respecto de las fuerzas de compresión que se con-
centran en el Estado burgués (Gramsci, 1998f, p. 81-82).

En función de esta caracterización general, Gramsci postu-


la la necesidad de encontrar en la realidad material misma del
proceso de trabajo, los gérmenes de una nueva institucionalidad
potencialmente anti-capitalista. Y a la pregunta de si ésta existe
ya en la convulsionada Turín, responde que en rigor las Comi-
siones Internas constituyen “órganos de la democracia obrera
que hay que liberar de las limitaciones impuestas por los em-
presarios y a los que infundir vida nueva y energía” (Gramsci,
1998g, p. 60). En efecto, estas instancias limitaban el poder del
capitalista en la fábrica ejerciendo una función de arbitraje y
disciplina, por lo que “desarrolladas y enriquecidas, tendrán
que ser mañana los órganos del poder proletario que sustituirá
al capitalista en todas sus funciones útiles de dirección y admi-
nistración” (Gramsci, 1998g, p. 60). Esta propuesta de lectura
y transformación de las Comisiones internas en embriones de
poder popular, dista de caer en la pasividad propia del reformis-
mo, que aguarda a que maduren de forma plena las condiciones
“objetivas” o bien rechaza este tipo de organismos por temor a
ver peligrar sus privilegios en el Partido o en los ámbitos sindi-
cales. Antes bien, Gramsci propone activar sobre las Comisio-
nes de manera tal que se contribuya, con la voluntad militante

18
hernán ouviña

colectiva, a lograr desde ahora su metamorfosis en el sentido


revolucionario antes planteado. En un artículo redactado en co-
laboración con el joven Palmiro Togliatti, dirá:

Ya desde hoy los obreros deberían proceder a elegir amplias


asambleas de delegados, seleccionados entre los compañe-
ros mejores y más conscientes, en torno a la consigna: ‘Todo
el poder de la fábrica a los comités de fábrica’, coordinada
con esta otra: ‘Todo el poder del Estado a los consejos de
obreros y campesinos’ (Gramsci, 1998g, p. 60. Las cursivas
son nuestras)

Resulta interesante destacar que el grupo ordinovista no in-


tentaba imponer mecánicamente entre las y los trabajadores la
fórmula de la “dictadura proletaria” difundida en Rusia, ni crear
ex novo instituciones soviéticas en el territorio italiano, sino que
a partir de un análisis minucioso de las formas concretas que asu-
mió la organización obrera en las empresas luego de la guerra
mundial, y de sus potencialidades y límites al calor de un ascenso
de masas producido a escala europea, descubren que las Comi-
siones internas pueden encarnar —ejercicio de “traducción” y de-
mocratización creciente mediante— esta nueva institucionalidad
consejista emergente en países como Rusia, Alemania y Hungría.
De manera vertiginosa, entre agosto y septiembre de 1919
se producen una serie de acontecimientos que dan cuenta de
la profunda “irradiación” de las ideas impulsadas por L’Ordine
Nuovo no solamente entre la intelectualidad militante de Tu-
rín, sino también al interior del activismo obrero de algunas de
las principales fábricas metalmecánicas: por un lado, durante
el Congreso de la Federación Juvenil Socialista se debate aca-
loradamente el “programa” ordinovista, y días más tarde la co-
misión interna de la empresa Fiat-Centro, el más grande esta-
blecimiento de Turín, presenta su dimisión y decide convocar,
sobre la base de una agitación de las bases obreras, la elección
de un consejo que comprendiese un “comisariado” integrado
por cada uno de los sectores de la empresa.

19
gramsci y el “bienio rojo”

En la fase inicial de lo que luego será denominado el “bienio


rojo”, y con una fuerte influencia del proceso insurreccional vi-
vido en Rusia y otros países de Europa, las comisiones internas
son desbordadas durante la segunda mitad de 1919 y, poco a
poco, dan lugar al surgimiento de numerosos consejos de fábri-
ca, que devienen el órgano representativo de todos los trabaja-
dores integrantes de los establecimientos, incluidos los ingenie-
ros y técnicos. Cada uno de ellos, además, tenía la posibilidad
de votar y ser votado, así como de discutir abiertamente en su
seno, al margen de estar o no afiliado al sindicato. La universali-
dad del voto debía combatir, de acuerdo con los ordinovistas, el
espíritu corporativo que tendía a dividir a los trabajadores según
su oficio. Los consejos ya no eran por tanto instrumentos de
mera defensa de los derechos inmediatos del trabajador (tales
como premios, higiene, etc.), sino que pasaban a ser un medio
de ofensiva para elevar al obrero de su condición de asalariado
(mercancía-fuerza de trabajo) a la de productor (en tanto parte
integrante de un colectivo cooperante, antagónico con respecto
al mando del capital), esto es, “el más adecuado órgano de edu-
cación recíproca y de desarrollo del nuevo espíritu social que el
proletariado ha logrado extraer de la experiencia viva y fecunda
de la comunidad de trabajo”. De ahí que “el concepto de ciuda-
dano caduca y es reemplazado por el concepto de compañero”
(Gramsci, 1973a, p. 38-39).
En sintonía con esta lectura, en una de las tantas apostillas re-
dactadas para L’ Ordine Nuovo, Gramsci reconoce que si bien la
propaganda socialista desarrollada históricamente por los socialis-
tas no podía sino ser en gran parte negativa y crítica, luego de la
experiencia positiva de la revolución rusa debe ser de otra manera:

Críticamente debemos elaborar estas experiencias; delimitar


cuanto hay en ellas de meramente ruso, y dependiendo de las
particulares condiciones en las cuales en la República de los
Soviet encontró la sociedad rusa su advenimiento; discernir y
fijar cuanto en ellas es permanente necesidad de la sociedad
comunista, dependiente de las necesidades y de las aspira-

20
hernán ouviña

ciones de la clase de los obreros y campesinos explotada de


igual modo bajo todas las latitudes (Gramsci, 1987b, p. 98).

Así, propone discernir aquello que puede pensarse como po-


tencialmente universal y plausible de resignificar —ejercicio de
traducción mediante— en el territorio italiano. Pero al mismo
tiempo, plantea la necesidad de concebir al proceso revolucio-
nario de manera bifacética, es decir, simultáneamente en térmi-
nos de impugnación y autoafirmación. La creación de gérmenes
de poder obrero y popular tiene que realizarse, de acuerdo con
Gramsci, ya en el hoy, pasando de una inevitable lógica “lud-
dista” centrada en la impugnación del orden dominante, a una
que ceda paso a la edificación prefigurativa, sin esperar para ello
la “conquista plena del poder”. Esto nos reenvía a la dialéctica
entre reforma y revolución, que remite a problematizar cómo
engarzar la lucha por necesidades concretas y cotidianas, con la
constitución ya desde ahora del horizonte estratégico anhelado.
El joven Gramsci es consciente de este enorme desafío y de lo
tortuoso que significa esta labor propositiva:

Para la revolución, son necesarios hombres de mente so-


bria, que no dejen sin pan las panaderías, que hagan mar-
char los trenes, que surtan las fábricas con materias primas
y consigan cambiar los productos industriales por produc-
tos agrícolas, que aseguren la integridad y la libertad per-
sonal contra las agresiones de los malhechores, que hagan
funcionar el complejo de servicios sociales y no reduzcan al
pueblo a la desesperación y a la demencial matanza interna.
El entusiasmo verbal y la fraseología desenfrenada hace reír
(o llorar) cuando uno sólo de esos problemas tiene que ser
resuelto aunque sólo sea en una aldea de cien habitantes
(Gramsci, 1974c, p. 84).

A tal punto cobra centralidad esta tarea de (re)construcción


durante el período transicional —anclada en una praxis peda-
gógica de auto-aprendizaje colectivo y socialización creciente
de saberes técnico-políticos ineludibles—, que Gramsci llega a
expresar sin tapujos que

21
gramsci y el “bienio rojo”

en el Estado de los consejos, la escuela representará una


de las más importantes y esenciales actividades públicas.
Digamos más: al desarrollo y al éxito de la escuela comu-
nista está ligado el desarrollo del Estado comunista, el ad-
venimiento de una democracia en la cual sea absorbida la
dictadura del proletariado (Gramsci, 1987b, p. 99)2.

Podemos entonces inferir una doble dimensión de la disputa


socio-política, cultural y educativa prefigurativa: por un lado,
una despiadada crítica e impugnación de lo existente (no otra es
la definición del comunismo esbozada por Marx); por el otro, la
necesidad de creación de una institucionalidad anticapitalista,
que encarne positivamente los nuevos valores y la comunidad
de intereses y prácticas socialistas por las cuales se lucha.
Si en octubre de 1919, casi 50 mil trabajadores son represen-
tados en una asamblea de “comités ejecutivos de los consejos
de fábrica”, y para finales de ese año la cifra asciende a alrede-
dor de 150 mil, durante abril de 1920 se amplía la base social y
productiva del movimiento, a raíz de una huelga general de los
obreros turineses en respuesta a un lock out empresarial y a la
voluntad de los industriales de limitar los poderes de las desbor-
dadas comisiones internas. Se gesta así un intenso proceso de
toma de fábricas en Génova, Milán y especialmente Turín, que
será acompañado por una ocupación de tierras por parte del
campesino, en particular en la región de Roma.
Pero es sobre todo a mediados de 1920 que el movimiento se
radicaliza, extendiéndose a gran parte del norte de Italia e ini-
ciando, entre finales de agosto y los primeros días de septiem-
bre, una huelga con ocupaciones masivas, poniendo en marcha

2
Podríamos incluso aventurar que Gramsci esboza aquí por primera vez la función
educativa de lo que en los Cuadernos de la cárcel denominará el “Estado ético”.

22
hernán ouviña

la producción bajo su control absoluto (Reisel, 1979)3. En las


fábricas ocupadas se prohíbe el consumo de alcohol y se repri-
me cualquier intento de hurto, y para pagar los salarios se llegan
a distribuir entre los trabajadores cédulas de 10 y 20 liras, con
una estampa distintiva de una hoz y un martillo. En paralelo, los
núcleos más activos conformarán escuadras de “guardias rojos”
para garantizar la defensa de la ocupación e incluso en algunos
establecimientos metalúrgicos producirán armas de diverso tipo.
De acuerdo con Gramsci, durante las tomas de fábricas, los
consejos mostraban la viabilidad de la autogestión popular en las
empresas, así como la inutilidad económica de los capitalistas en
tanto organizadores de la producción. El “bienio rojo” revelaba,
además, la posibilidad real —en la praxis misma— del autogobier-
no de las masas trabajadoras. El control obrero de la producción y
la distribución, el desarme de los cuerpos armados mercenarios y
el manejo pleno de los ayuntamientos por las organizaciones revo-
lucionarias, son las principales respuestas que da Gramsci (1998h)
frente a los problemas acuciantes de la Italia de posguerra. Su
propuesta se enmarca en el intento de construir toda la sociedad
partiendo inmediatamente de los núcleos del cuerpo social más
productivo. La fábrica es visualizada como el ámbito desde don-
de debe emerger la iniciativa de la clase trabajadora, en la medida
en que condensa de manera más directa la dictadura del capital
y el control privado de su organización, con el carácter colectivo
del trabajo. No obstante, se llegan a gestar consejos barriales y de
campesinos, a los que Gramsci presta especial atención debido a su
papel central en la reproducción de la vida.
En este período se percibe una fuerte influencia de Lenin
(más aún a nivel general, del bolchevismo) y su concepción

3
Si bien no hay un total acuerdo en torno a las cifras alcanzadas por la produc-
ción autogestiva, varios autores aseveran que en algunas fábricas, como en las
oficinas mecánicas de Savigliano, la producción llegó a ser superior a la existente
en tiempos normales, y la gran empresa fiat-Centro produjo durante el período
de ocupación una media de treinta y siete automóviles por día. Al respecto, véase
Del Carria (1970) Spriano (1964) y Cammett (1974).

23
gramsci y el “bienio rojo”

de los Soviets como democracia proletaria4. Sin embargo, de


acuerdo con Jean-Marc Piotte (1973), pueden destacarse dos
diferencias con respecto a su planteo: 1) la gran importancia
concedida a los consejos en tanto órganos de manejo técnico
de la producción; 2) el hincapié en los consejos como espacios
de auto-liberación política y económica de los propios produc-
tores, vale decir, de emancipación por parte de los trabajadores
mismos. La fábrica, de acuerdo con el joven Gramsci, es “el lu-
gar en donde el obrero no es nada y quiere llegar a serlo todo”,
por lo que allí su poder tiende a ser ilimitado. Esta capacidad
de enorme auto-aprendizaje pone asimismo en entredicho el
prejuicio kaustkiano, reificado incluso por el Lenin del ¿Qué
hacer?, de la imposibilidad de las clases subalternas de realizar
sin tutela alguna su liberación, y con ella la de toda la sociedad.
En otro texto contemporáneo Gramsci ironiza

Las asambleas, las discusiones para la preparación de los


consejos de fábrica, han dado a la educación de la clase
obrera más que diez años de lectura de los opúsculos y los
artículos escritos por los propietarios de la lámpara del
duende. La clase obrera se ha comunicado las experiencias
reales de sus diversos componentes y ha hecho de ellas un
patrimonio colectivo: la clase obrera se ha educado comu-
nísticamente, con sus propios medios y con sus propios sis-
temas (Gramsci, 1998i, p. 68).

El consejo —que Gramsci define como las propias masas or-


ganizadas de forma autónoma— a diferencia de los sindicatos y
el partido (en esta intensa coyuntura, medios tácticos más que
estratégicos), tiende a salirse de la legalidad, a desbordarla y

4
También merece destacarse la atención que atrajo en Gramsci el trabajo del
norteamericano Daniel de León como teórico y organizador de los consejos obre-
ros. Para una reconstrucción de su pensamiento y un análisis de su resonancia en
el joven Gramsci ordinovista, véase el dossier dedicado a su figura en la revista
Problemi del Socialismo, titulado “Daniel de León e l’unione industriale”, n. 273,
agosto de 1971, Milano.

24
hernán ouviña

romperla, superando además la fragmentación que el capital


impone. Emerge, pues, como un organismo de carácter público
y no privado como aquellos. Ya no lo conforman “asalariados”
ni “ciudadanos”, sino productores que en conjunto constituyen
al “trabajador colectivo”. Así, en agosto de 1920, inmerso en
una fuerte discusión con la posición anticonsejista de Angelo
Tasca, Gramsci expresa que

el consejo de fábrica es una institución de carácter ‘públi-


co’, mientras que el partido y el sindicato son instituciones
de carácter ‘privado’. En el consejo de fábrica el obrero
interviene como productor, a consecuencia de su posición
y de su función en la sociedad, del mismo modo que el ciu-
dadano interviene en el Estado democrático parlamentario.
En cambio, en el partido y en el sindicato el obrero está ‘vo-
luntariamente’, firmando un compromiso escrito, firmando
un contrato que puede romper en cualquier momento: por
ese carácter de ‘voluntariedad’, por ese carácter ‘contrac-
tual’, el partido y el sindicato no pueden confundirse en
modo alguno con el consejo, institución representativa que
no se desarrolla aritméticamente, sino morfológicamente, y
que en sus formas superiores tiende a dar el perfil proletario
del aparato de producción y cambio creado por el capitalis-
mo con fines de beneficio (Gramsci, 1998e, p. 101-102. Las
cursivas pertenecen al original).

En suma, la expansión de los consejos concretaba desde una


perspectiva de transformación integral, diversos objetivos socia-
listas, siendo la praxis prefigurativa la piedra de toque que hacía
posible la autonomía plena de las y los trabajadores. Entre ellos,
cabe destacar los siguientes:
1. Conjugar la lucha política y económica: auto-conducción
de masas y gestión directa del proceso productivo. Del ciudada-
no-asalariado individual, se pasa al compañero-productor social.
2. Socializar el conocimiento técnico de la empresa, apostan-
do a la superación de la división capitalista del trabajo.
3. Transformar sustancialmente la subjetividad de las y los
trabajadores, eliminando la competencia existente al interior de

25
gramsci y el “bienio rojo”

la clase y sustituyéndola por la solidaridad y el cooperativismo


entre compañeros/as.
4. Convertir a la fábrica en una gran escuela en donde todos/
as los productores/as son maestros/as y estudiantes simultánea-
mente. Este auto-aprendizaje no es solamente económico-admi-
nistrativo sino también político y cultural, en la medida en que
se tiende a la formación para ejercitar el autogobierno popular.
Se recupera así la capacidad colectiva de creación humana del
conjunto de los/as trabajadores/as, estén o no sindicalizados/as
(superándose, asimismo, el corporativismo propio de la organi-
zación según oficios).
5. Orientar el sano espontaneismo de las masas5, brindando
la posibilidad de ejercer la democracia y la gestión incluso a los/
as no organizados/as.
6. Prefigurar, en tanto órgano expropiador de las funciones
del Estado burgués, el “nuevo orden”, que materializa desde
ahora formas innovadoras de vida social6.
7. Anticipar, a la vez, las bases de la organización política de
nuevo tipo, que ya no se estructura en función de divisiones te-
rritoriales. Alrededor de los consejos regionales gravita el resto
de las organizaciones de los sectores subalternos.
8. Desarticular el burocratismo propio de los sindicatos, a
través de una constante presión en pos de una recuperación de
la iniciativa obrera desde su base misma y sin tutela alguna.
En este contexto, Gramsci impugna la propuesta de cierto
marxismo ortodoxo —encarnado, como veremos, en la figura
de Amadeo Bordiga— según la cual “se concibe la instauración
del poder proletario como una dictadura del sistema de seccio-

5
Cercano a las tesis de Rosa Luxemburgo, Gramsci manifiesta que “la organiza-
ción se construye por espontaneidad, no por la arbitrariedad de un ‘héroe’ que se
impone con la violencia” (Gramsci, 1998b, p. 50).
6
Esta posición era contraria a la de Amadeo Bordiga, dirigente del ala “abstencio-
nista” del psi y editor del periódico Il Soviet, para quien tal como analizaremos en
el siguiente apartado, los consejos de fábrica, en tanto que órganos técnico-econó-
micos de gestión de la producción, sólo serían útiles después de la toma del poder.

26
hernán ouviña

nes del Partido Socialista” (Gramsci, 1991a, p. 89). Distancián-


dose rotundamente de este tipo de lecturas, piensa la construc-
ción socialista en términos plurales. El consejo se enmarca en
una variada y complementaria red de instituciones, que inclu-
ye también a comités de barrio, sindicatos, partidos políticos
y consejos de campesinos. De ahí que postule la conformación
de “un nuevo aparato estatal que en su ámbito interno funcione
democráticamente, es decir, que garantice a todas las tendencias
anticapitalistas la libertad y la posibilidad de convertirse en par-
tidos de gobierno proletario” (Gramsci, 1973b, p. 61).

Estado, política prefigurativa y transición al socialismo: las lectu-


ras y debates en torno a los consejos de fábrica como embrión del
Estado de “nuevo tipo”

Esta dinámica de auto-organización popular no resultó ser


excepcional: además de Rusia y Hungría, en donde los conse-
jos constituyeron la principal forma de autoorganización so-
cial, Holanda, Finlandia, Austria, Alemania y Polonia fueron
algunos de los países que vieron crecer y multiplicarse consejos
de obreros, soldados y campesinos, entre 1917 y 1921. Pero el
caso de Italia resulta especialmente interesante, debido a que
es a partir de esta experiencia concreta que Gramsci desarrolla
lo que proponemos denominar estrategia prefigurativa. En su
original lectura de los consejos como “germen” o embrión del
futuro Estado proletario deja traslucir a qué nos referimos:

El Estado socialista existe ya potencialmente en las ins-


tituciones de vida social características de la clase obrera
explotada. Relacionar esos institutos entre ellos, coordi-
narlos y subordinarlos en una jerarquía de competencias
y de poderes, concentrarlos intensamente, aun respetando
las necesarias autonomías y articulaciones, significa crear
ya desde ahora una verdadera y propia democracia obrera
en contraposición eficiente y activa con el Estado burgués,
preparada ya desde ahora para sustituir al Estado burgués en

27
gramsci y el “bienio rojo”

todas sus funciones esenciales de gestión y de dominio del


patrimonio nacional (Gramsci, 1998g, p. 59. Las cursivas
son nuestras).

Esta constitución y ejercicio de un poder popular prefigura-


tivo, requería asimismo, de acuerdo con el joven sardo, de una
disputa diaria de sentido en el plano ideológico-cultural, que si
bien va a profundizar durante su forzado encierro a partir de la
categoría de hegemonía, ya le otorga relevancia en el contexto
del “bienio rojo”. La transformación revolucionaria (y política
prefigurativa misma) deja de ser, por tanto, un horizonte futuro,
para arraigar en las prácticas actuales que en potencia anticipan
el nuevo orden venidero. Se invierte así el derrotero transicional
clásico: antes de pugnar por la “conquista del poder”, hay que
constituir espacios y organizaciones populares en el seno de la
sociedad, basadas en un nuevo universo de significación, anta-
gónico al capitalista. El desafío que esta propuesta nos plantea
es la combinación entre reforma y revolución, es decir, articular
la satisfacción de aquellas necesidades urgentes del presente,
contribuyendo a la creación del porvenir en nuestra realidad
cotidiana. Plenamente consciente de la pertinencia de esta dia-
léctica entre demandas inmediatas y horizonte final, Gramsci
postula que

hay que conciliar las exigencias del momento actual con las
exigencias del futuro, el problema del ‘pan y la manteca’
con el problema de la revolución, convencidos de que en el
uno está el otro, que en el más está el menos, que las insti-
tuciones tradicionales se refuerzan en las nuevas institucio-
nes, solamente en las cuales, sin embargo, se encuentra el
resorte para desarrollar la lucha de clases que debe alcanzar
su fase máxima en la dictadura proletaria que debe supri-
mirla (Gramsci, 1991b, p. 61).

El reto que propone la idea de prefiguración es de qué manera


puede anidar el mañana en el hoy. Podemos definir entonces a
la política prefigurativa como un conjunto de prácticas que, en

28
hernán ouviña

el momento presente, “anticipan” los gérmenes de la sociedad


futura. Dichas prácticas (por definición políticas) involucran al
menos tres dimensiones fundamentales, a saber: la organización,
la acción colectiva y los sujetos o fuerzas sociales en pugna. Par-
timos del supuesto de que en esta vocación gramsciana por la
prefiguración subyace, a su vez, una concepción más amplia de la
corriente, no solo de la política y la sociedad existentes, sino tam-
bién y sobre todo de sus posibilidades de transformación radical.
Es aquí donde opera la proyección del nuevo orden en el “aquí
y ahora”, acelerando el porvenir de manera tal que haga posible
la superación paulatina de las relaciones sociales capitalistas, sin
esperar para dar comienzo a este proceso “la toma del poder”.
No obstante, sería ingenuo aseverar que en Gramsci (ya sea
durante esta etapa juvenil o en su período carcelario) está pre-
sente una concepción evolutiva, gradual o reformista de la cons-
trucción del cambio social, o la omisión de quiebres revoluciona-
rios en el avance hacia una sociedad sin clases. Antes bien, este
proyecto emancipatorio prevé niveles de correlación de fuerzas
que sin duda involucran alternadas dinámicas de confrontación,
rupturas, ascensos y retrocesos, así como disputas no solamente
semánticas sino económicas, culturales, educativas, sociales, e
incluso político-militares.

Estado capitalista y “anti-instrumentalismo”

Como hemos visto, el “bienio rojo” constituyó un momento


de profunda activación política y de gran elaboración teórica en
el joven Gramsci. Esto implica que no solamente produjo una
inmensa cantidad de notas periodísticas en el marco de L’Ordi-
ne Nuovo, sino que buena parte de ellas tenían por propósito
intervenir en —e interpretar— los acontecimientos de la época.
El suyo distaba de ser un periodismo puramente “doctrinario”,
en la medida en que la vocación de análisis crítico y la riguro-
sidad conceptual constituían dos preceptos ineludibles de su

29
gramsci y el “bienio rojo”

escritura militante. De ahí que varios autores (Papuzzi, 1998;


D’Orsi, 2004) hayan hablado de periodismo integral para dar
cuenta de esa particular forma de praxis política e intelectual.
Precisamente este rasgo distintivo se evidencia en la manera
en que aborda la cuestión del Estado y la problemática de la
transición al socialismo, dos desafíos que, lejos de concebirse
como meramente teóricos, estaban al orden del día en la Eu-
ropa de entreguerras, y en particular en la convulsionada Ita-
lia. La triunfante revolución rusa y la culminación del conflicto
bélico imperialista, asimismo, operaban como catalizadores del
descontento de las masas obreras y campesinas. Y el psi había
salido relativamente fortalecido de la guerra, como consecuen-
cia de la posición de neutralidad asumida frente a ella. Así pues,
una consigna guía de los sectores socialistas nucleados en torno
a L’Ordine Nuovo era “hacer como en Rusia”. Y para ello, las
enseñanzas de Lenin y los bolcheviques requerían ser difundi-
das en el territorio italiano, aunque sin descuidar un necesario
ejercicio de traducción.
Los acontecimientos vividos fervientemente en buena parte
de Europa, pero sobre todo en la región oriental, le sirven al
joven Gramsci para plantear una crítica radical a aquellas postu-
ras al interior del psi que pregonaban la posibilidad de realizar
un tránsito hacia el socialismo de manera meramente democrá-
tica y a través de una práctica que absolutizara al Parlamento
como ámbito de construcción política:

Estamos persuadidos —expresa a contrapelo de esta lectu-


ra en su artículo “La conquista del Estado”—, después de
las experiencias revolucionarias de Rusia, Hungría y Ale-
mania, que el Estado socialista no puede encarnarse en las
instituciones del Estado capitalista, sino que es una creación
fundamentalmente nueva con respecto a éstas, con respecto
a la historia del proletariado. Las instituciones del Estado
capitalista están organizadas para los fines de la libre com-
petencia: no basta cambiar el personal para orientar en otro
sentido su actividad (Gramsci, 1998k, p. 93. Las cursivas
son nuestras).

30
hernán ouviña

Sin duda, Gramsci se vale no solamente de los acontecimien-


tos históricos inmediatos para afirmar que el Estado no puede
usarse como mero “instrumento” (la desarticulación del aparato
estatal capitalista en Rusia y en Hungría, así como la simultánea
emergencia de soviet y consejos en estos y otros países en ebu-
llición), sino también de determinadas obras teóricas de Marx y
Lenin, que denuncian el carácter ilusorio de ciertas propuestas
políticas que apuestan a “tomar el poder estatal” con el objetivo
de simplemente ocuparlo en términos físicos, para valerse de él
y sentar las bases de una sociedad socialista. No casualmente,
en las páginas de L’Ordine Nuovo se reproducen, a mediados
de 1920, bajo el sugestivo título de “La Comuna: Estado pro-
letario”, diversos fragmentos de La guerra civil en Francia —el
clásico manifiesto de la Asociación Internacional de los Traba-
jadores redactado por Marx en 1871—, donde la necesidad de
destruir el aparato estatal capitalista emerge como una de las
enseñanzas claves de la experiencia de la Comuna de París.
Aquel opúsculo de Marx, junto con El Estado y la revolución,
libro inconcluso escrito por Lenin semanas antes de la insurrec-
ción de octubre, constituyen dos materiales teóricos-estratégi-
cos que le permiten al joven Gramsci enriquecer la interpreta-
ción de lo que acontece en Hungría, Rusia y Alemania, donde
el fenómeno soviético (esto es, la creación y proliferación de
consejos de obreros, soldados y campesinos) se presenta, si bien
con diversos grados de desarrollo, como un proceso invariante.
Y como llegará a expresar en una de sus notas periodísticas, “los
comunistas rusos, tras las huellas de Marx, relacionan estrecha-
mente el soviet, el sistema de soviets, con la Comuna de París”
(Gramsci-Bordiga, 1975, p. 62).
Pero además de ser imposible la utilización del Estado capi-
talista para fines socialistas (como vimos, enseñanza ésta seña-
lada ya por Marx en su clásico texto sobre la Comuna de París,
y retomada luego por el Lenin de El Estado y la revolución),
debido a que en forma y contenido oficia como instancia de
dominación de clase, Gramsci lo concibe no bajo la metáfora de

31
gramsci y el “bienio rojo”

una simple maquinaria —tan monolítica como coercitiva— al


servicio de una burguesía “exterior” a él, sino como un espacio
en el cual la clase capitalista se termina de constituir en tanto tal:

El Estado fue siempre el protagonista de la historia por-


que en sus organismos se concentra la potencia de la clase
propietaria; en el Estado la clase propietaria se disciplina y
se unifica, por sobre las disidencias y los choques de la com-
petencia, para mantener intacta la condición de privilegio
en la faz suprema de la competencia misma: la lucha de
clases por el poder, por la preeminencia en la dirección y el
ordenamiento de la sociedad (Gramsci, 1998p, p. 93. Las
cursivas son nuestras).

Desde esta óptica, las luchas políticas no serían exteriores al


Estado, sino que estarían inscritas en su propio armazón institu-
cional. Así, a lo largo de sus textos, el joven Gramsci demuestra
que las clases no son fuerzas meramente económicas, preconsti-
tuidas al margen del Estado, sino que por el contrario, tienden a
unificarse en su seno, al punto de que la configuración e influen-
cia de ellas depende, en buena medida, de la estructura jurídi-
co-política de la estatalidad. Podemos afirmar que ya temprana-
mente Gramsci concibe al Estado no como mero “instrumento”
de la clase dominante, que lo toma y usa a su antojo, sino como
el lugar donde la burguesía se constituye y cohesiona para ma-
terializar su dominación no solamente mediante la fuerza, sino
por una complejidad de mecanismos que —como desarrollará
años más tarde a lo largo de sus Cuadernos de la cárcel— garan-
tizan el conformismo de las clases subalternas.
Gramsci advierte que, dado que la clase burguesa se divide
en una variedad de capas y fracciones con intereses disímiles y
eventualmente contradictorios, signadas por la competencia y la
atomización que impone el capitalismo, necesita de un Estado
unificador, que recomponga jurídica y políticamente su propia
cohesión. El Estado, lejos de poder ser manipulado a voluntad
por la clase dominante como una cosa exterior a ella, juega por
tanto un papel central en su unificación-constitución, por lo

32
hernán ouviña

cual los rasgos de una concepción más “estructural” del Estado


están presentes en este momento de teorización gramsciana.
De ahí que cuando plantee que las instituciones del Estado
capitalista están organizadas para los fines de la libre competen-
cia, afirmando que no basta cambiar el personal para orientar
en otro sentido su actividad, la cuestión central no esté solo —ni
principalmente— en identificar la pertenencia u orígen de clase
de aquellos que ocupan los puestos claves de la cúspide del po-
der estatal, ni en cifrar esperanzas en su remoción para trastocar
el carácter capitalista del Estado (aunque esto no equivalga a
desestimar la disputa política en estos ámbitos constitutivamen-
te adversos, ni a rechazar de cuajo el logro de ciertas conquistas
parciales obtenidas en el seno del Estado producto de la lucha
popular). Para Gramsci se trata, sí, de tener como horizonte
estratégico la destrucción del aparato de Estado, así como la su-
peración de las relaciones sociales que en un plano más general
le dan sustento.

La polémica con Amadeo Bordiga alrededor de los consejos de


fábrica como prefiguración del Estado de “nuevo tipo”

La emergencia y proliferación de los consejos de fábrica al


calor del “bienio rojo” ponía en cuestión, según Gramsci, el
prejuicio difundido por ciertos núcleos del marxismo ortodoxo,
de que los trabajadores debían esperar hasta el día de la toma
del poder para gestar las nuevas instituciones que darían for-
ma a aquel Estado de “nuevo tipo”. Uno de los principales re-
presentantes de esta concepción anti-prefigurativa era sin duda
Amadeo Bordiga, para quien “mientras se llega al triunfo” de la
revolución política, el activismo se debía negar “a darse otra ta-
rea que no sea la de preparar a las masas proletarias para la mis-
ma” (Bordiga, 1975a, p. 72). En efecto, el director de Il Soviet se
pregunta “si es posible y conveniente ya hoy ir a la constitución
de los consejos de obreros y campesinos cuando todavía está

33
gramsci y el “bienio rojo”

en pie el poder de la burguesía” (Bordiga, 1975b: 89), a lo que


responde que hasta tanto y cuanto exista el poder burgués, “el
órgano de la revolución es el partido; después de la liquidación
del poder burgués, es la red de los consejos obreros” (Bordiga,
1975b, p. 93). A tal punto establece una separación tajante entre
un momento y otro, que llega a postular que

los soviets del futuro deben tener su génesis en las secciones loca-
les del partido comunista. Estos tendrán dispuestos los elemen-
tos que, inmediatamente después de la victoria revolucionaria,
han de ser propuestos a la elección de las masas electorales
proletarias para constituir los consejos de delegados obreros
locales (Bordiga, 1975b, p. 92. Las cursivas son nuestras).

Es importante entender que detrás de este planteo subyace una


concepción de la práctica política que no sólo tiende a desacoplar
medios y fines, sino que sobre todo “instrumentaliza” a los prime-
ros en función de alcanzar a los segundos, a partir del trazado de
una línea divisoria entre el antes de la revolución, y su momento
posterior. ¿A qué nos referimos exactamente? En esencia, a que
de acuerdo con Bordiga, toda práctica o instancia militante en la
sociedad actual, debe servir como medio apropiado para (esto es,
ser “instrumentalizada” en pos de) lograr el objetivo final de la re-
volución. Esta trágica disociación entre medios y fines ya había sido
explicitada por Bordiga años atrás, a propósito de una polémica
desatada alrededor de un atentado cometido por un activista so-
cialista contra un conde en Alemania. En aquel entonces, llegó a
reivindicar el hecho argumentando que “el socialismo es necesaria-
mente humano en el fin, pero anti-humano en los medios” (Bordi-
ga, 1964, p. 312), de lo cual se infiere que el vínculo entre medios y
fines jamás pueden llegar a tener, como pregona insistentemente el
joven Gramsci, un carácter prefigurativo.
En el caso específico de los consejos de fábrica, de lo que se
trata en último término para Bordiga es de operar sobre ellos,
a partir de una absoluta diferenciación entre lo que considera
resulta una lucha económica (librada centralmente por los sin-

34
hernán ouviña

dicatos y, en menor rango, por las comisiones internas), y una


política (obviamente liderada por el partido de vanguardia):

El verdadero instrumento de la lucha de liberación del pro-


letariado y particularmente para la conquista del poder po-
lítico es el partido de clase, comunista. En el poder burgués
los consejos obreros sólo pueden ser organismos dentro de
los cuales trabaja el partido comunista, que es el motor de la
revolución. Decir que los consejos son los órganos de libe-
ración del proletariado, sin hablar de la función del parti-
do, como se hace en el programa del Congreso de Bolonia,
nos parece un error. Defender, como los camaradas de L’
Ordine Nuovo de Turín, que antes de la caída de la bur-
guesía los consejos obreros son ya no sólo órganos de lucha
política sino incluso de la configuración económico-técnica
del sistema comunista, es un retorno puro y simple al gra-
dualismo socialista; este gradualismo, llámese reformismo
o sindicalismo, está marcado por el error de que el proleta-
riado pueda emanciparse ganando terreno en las relaciones
económicas cuando todavía el capitalismo detenta, median-
te el Estado, el poder político (Bordiga, 1975c, p. 99. Las
cursivas pertenecen al original).

Esta interpretación de los consejos de fábrica adolecía, según


los ordinovistas, de una serie de errores con profundas conse-
cuencias políticas. En primer lugar, reificaba la escisión entre
lo político y lo económico propia de la sociedad capitalista7,
algo que precisamente los consejos impugnan de hecho (en tan-
to fusionan en sí ambas dimensiones de la vida social). A tal

7
En un texto anterior a este, Bordiga se declaraba partidario “de una sistema
de representación diferenciado claramente en dos redes: económica y política”,
lo que redunda a la vez en dos funciones distintas como son “la tarea económi-
co-técnica y la tarea política de la representación soviética. Para las funciones
económicas cada fábrica tendrá su consejo de fábrica elegido por los obreros”,
mientras que “en cuanto a la función política, es decir, para la formación de los
órganos de poder centrales y locales, las elecciones de los consejos proletarios se
harán sobre listas en las cuales —excluidos rigurosamente los burgueses, o sea,
aquellos que de algún modo viven del trabajo ajeno— figurarán todos los proleta-
rios con el mismo derecho” (Bordiga, 1975b, pp. 90-91).

35
gramsci y el “bienio rojo”

punto establece una “división de tareas” entre el partido y los


organismos “económicos”, que llega a afirmar que la conquista
de determinadas reivindicaciones y exigencias —que permiten
satisfacer las necesidades concretas de la clase trabajadora en
el presente— es algo de lo cual según él no deben ocuparse los
militantes partidarios:

la conquista de esas soluciones no es asunto de los comunis-


tas. Esas tareas las asumen espontáneamente otros organis-
mos proletarios, como los sindicatos, las cooperativas, etc.
El partido interviene en esas limitadas conquistas solamente
con el fin de llamar la atención de las masas sobre el proble-
ma más grave y más general: el verdadero resultado de esas
luchas no es el éxito inmediato, sino la organización cada
vez más extensa de los trabajadores (Bordiga, 1975c, p. 131).

En este punto, además de desechar la imprescindible lucha


por reformas, contraponiendo a éstas al objetivo final de engro-
sar la propia organización (que parece devenir un fin en sí mis-
mo), desconoce un rasgo específico del movimiento consejista
turinés, que está dado por haber surgido en un ámbito produc-
tivo y no genéricamente territorial, lo que le permite a Gramsci
hablar de una democracia o autogobierno industrial que no sólo
prefigura al Estado de “nuevo tipo”, sino que también cuestio-
na, como bien ha indicado Alfonso Leonetti,

el viejo sistema de representación burgués con sus sedes


electorales divididas territorialmente (circunscripciones
por ciudades y provincias), sustituyéndolas por unidades
de trabajo (fábricas y comunas) que es naturalmente donde
tiene lugar la separación entre la “clase que produce” (el
proletariado) y “la clase que se apropia del producto” (los
capitalistas) y donde, por tanto, es consecuente y sencilla la
privación del derecho de voto a aquéllos que no son traba-
jadores (Leonetti, 1975, p. 64).

Paradójicamente, en su argumentación y propuesta Bordiga


reproduce la separación entre la esfera económica y la política

36
hernán ouviña

(imprescindible para el mantenimiento del orden social burgués


dominante), y al mismo tiempo despoja al trabajador de su fun-
ción de productor (y por lo tanto, del lugar específico donde pro-
duce), considerándolo “como ciudadano que conserva su doble
aspecto de elector y de administrado” (Leonetti, 1975, p. 64).
A contrapelo de esta lectura, cabe aclarar que el joven
Gramsci no desestima la necesidad de la “conquista del Esta-
do”, aunque sí reinterpreta esta fórmula de una manera original:
no como la mera “captura” de su aparato burocrático-represivo
por parte de una reducida vanguardia, sino en tanto creación ya
desde ahora de un nuevo sistema de instituciones semi-estatales,
originado en la experiencia asociativa de la clase proletaria, y
la sustitución por éste del Estado democrático-parlamentario
(Gramsci, 1970, p. 266)8.
La “irradiación” de los acontecimientos vividos en Rusia, así
como el ascenso de las luchas revolucionarias y populares en el
resto de Europa, hicieron pensar a los dirigentes de la Interna-
cional Comunista en que el derrumbe del capitalismo estaba a
la orden del día, y que ello decantaría en un triunfo general que,
aunque con posibles altibajos, lografía afianzar el poder de la cla-
se trabajadora a escala global. En este contexto, las agudas re-
flexiones juveniles de Gramsci en torno a los consejos de fábrica,
se enmarcan en la necesidad no sólo de apoyarse en las condicio-
nes objetivas que abría la fase imperialista signada tanto por la
inevitable sucesión de conflictos bélicos, quebranto económico
y convulsiones sociales, como por una evidente decadencia del
Estado liberal, sino simultáneamente en la certeza de aportar las
premisas subjetivas para la construcción de un proyecto revolu-
cionario que pudiese gestar un Estado de “nuevo tipo”, con insti-
tuciones esencialmente distintas a las burguesas, forjadas desde el

8
“Hemos demostrado que la conquista del Estado, por parte de los proletarios,
ocurrirá sólo cuando los obreros y campesinos hayan creado un sistema de ins-
tituciones estatales capaces de sustituir las instituciones del Estado democráti-
co-parlamentario” (Gramsci, 1970, p. 266).

37
gramsci y el “bienio rojo”

protagonismo de la clase obrera a la manera de los soviet, aunque


sin desmerecer las particularidades de la realidad italiana.
Pero previamente a aquel momento de “asalto” y desarticula-
ción del aparato estatal burgués, es preciso edificar este tipo de
organismos prefigurativos. Y en Italia, el germen de este “nuevo
Estado” se encuentra en la experiencia asociativa de los consejos
de fábrica: “el consejo de fábrica es el modelo del Estado pro-
letario. Todos los problemas que son inherentes a la organiza-
ción del Estado proletario, son inherentes a la organización del
consejo”, manifiesta Gramsci (1998r, p. 114). Teniendo en cuenta
esta relación de inmanencia entre medio y fin (es decir, entre el
consejo, por un lado, y el Estado de “nuevo tipo”, por el otro),
resulta interesante reproducir in extenso un fragmento del Infor-
me elaborado por el propio Gramsci para el Comité Ejecutivo de
la Internacional Comunista en julio de 1920, en donde detalla las
características distintivas de los consejos de fábrica y toma distan-
cia de la propuesta bordiguista antes mencionada:

La organización de los consejos de fábrica se basa en los si-


guientes principios: en cada fábrica, en cada taller, se cons-
tituye un organismo sobre la base de la representación (y
no sobre la base del antiguo sistema burocrático), el cual
realiza la fuerza del proletariado, lucha contra el orden
capitalista o ejerce el control de la producción, educando
a toda la masa obrera para la lucha revolucionaria y para
la creación del Estado obrero. El consejo de fábrica tie-
ne que constituirse según el principio de la organización
por industria; tiene que representar para la clase obrera el
modelo de la sociedad comunista, a la cual se llegará por
la dictadura del proletariado; en esa sociedad no habrá ya
división en clases, todas las relaciones humanas estarán re-
guladas según las exigencias técnicas de la producción y de
la organización correspondiente y no estarán subordinadas
a un poder estatal organizado. La clase obrera tiene que
comprender toda la hermosura y nobleza del ideal por el
cual lucha y se sacrifica; tiene que darse cuenta de que para
llegar a ese ideal hay que pasar por algunas etapas; debe
reconocer la necesidad de la disciplina revolucionaria y de
la dictadura (Gramsci, 1998s, p. 123)

38
hernán ouviña

En consonancia con esta lectura, es importante además es-


tablecer una diferencia central entre el Estado de “nuevo tipo”
y el Estado capitalista, que reenvía a la necesidad de que en los
medios de construcción se prefiguren, embrionariamente, los
fines que se persiguen. Por su naturaleza, dirá Gramsci,

el Estado socialista reclama una lealtad y una disciplina di-


ferentes y opuestas a las que reclama el Estado burgués. A
diferencia del Estado burgués, que es tanto más fuerte en
el interior como en el exterior cuanto los ciudadanos me-
nos controlan y siguen las actividades del poder, el Estado
socialista requiere la participación activa y permanente de los
camaradas en la actividad de sus instituciones. Preciso es re-
cordar, además, que si el Estado socialista es el medio para
radicales cambios, no se cambia de Estado con la facilidad
con que se cambia de gobierno (Gramsci, 1974c, p. 90. Las
cursivas son nuestras).

Claro está que para llevar a cabo esta tarea prefigurativa tan
ardua, es preciso también entender que la disciplina colectiva
y la responsabilidad individual no pueden ser pensadas como
características propias de la sociedad capitalista, sino que de-
ben ser cualidades a construir subjetivamente durante el pro-
ceso transicional, aunque desde ya a partir de una perspectiva
contraria a la lógica de imposición externa y el conformismo me-
cánico inherentes al orden burgués dominante. Esta labor cons-
tructiva que abarca todas las dimensiones de la vida social, nos
dice Gramsci, debe ser efectuada desde el presente, a partir de
la realidad concreta en la que se piensa y actúa, de forma tal que
se puedan ir prefigurando, en el día a día y de manera progresi-
va, las relaciones sociales propias de la sociedad futura.
Tal como señala Mabel Thwaites Rey (1994), lejos de confi-
gurar una forma introducida desde “afuera” y desde “arriba”,
los consejos eran en la convulsionada Italia de posguerra una
realidad efectiva, creada por los trabajadores mismos en sus
fábricas. Constituían formas prácticas, reales, de organización
democrática y de base, ya existentes, y no un invento o un de-

39
gramsci y el “bienio rojo”

seo a materializar. En este sentido, su propuesta de crear “ya


desde ahora” una democracia obrera y popular, de disputar
en el seno mismo del orden burgués la dirección de la socie-
dad, construyendo instituciones más aptas para el desarrollo
pleno de las fuerzas productivas, tiene profundos puntos de
contacto con la idea del Gramsci carcelario de que la clase
obrera debe conquistar la hegemonía aún antes de la toma del
poder. Por otra parte, esta vocación por descubrir y desarro-
llar en el propio seno de la sociedad burguesa las instituciones
de “nuevo tipo” que sustituirán al orden estatal dominante,
refuerza la visión anti-instrumental del Estado, pero también
toma distancia del puro voluntarismo, poniendo de manifiesto
la complejidad de relaciones que se expresan en todo fenóme-
no estatal, y los límites materiales para la construcción de la
sociedad futura.
De ahí que una tarea ineludible de la clase trabajadora sea el
ir configurando una nueva institucionalidad no capitalista, que
le permita prefigurar en el hoy los embriones del autogobierno,
aunque sin desestimar a los aparatos estatales como ámbitos re-
levantes de la lucha de clases. En el caso de Gramsci, esos gér-
menes de la nueva realidad emergente no tenían que ver con la
mera voluntad política de ciertos núcleos militantes, sino tam-
bién con relaciones sociales y formas de articulación que brota-
ban de una realidad material como era la de la Turín proletaria,
donde los consejos de fábrica supieron proliferar y fortalecerse
en una coyuntura continental y global de ascenso de masas, y a
partir de la democratización y metamorfosis de una instancia
previa como eran las comisiones internas.

Las resonancias de la Proletkult y la apuesta ordinovista por una


educación prefigurativa

Como vimos, desde muy joven Antonio Gramsci confronta


contra las concepciones de la educación y la cultura escolásti-
cas, jesuíticas y basadas en la mera memorización. Para ello, se

40
hernán ouviña

dedica a pasarle el cepillo a contrapelo a las formas predomi-


nantes de concebirla y a ensayar simultáneamente nuevas prác-
ticas pedagógicas y culturales, antagónicas a las burguesas. En
este punto, la experiencia viva de la revolución rusa tendrá
enormes resonancias en la convulsionada Turín, a la cual no
casualmente denominan la Petrogrado italiana. Además de la
discusión en torno al movimiento de los consejos antes descri-
to, la propuesta innovadora de la Proletkult —abreviatura de
“Cultura proletaria” u “Organizaciones proletarias de cultu-
ra e ilustración”—, genera un gran influjo en el pensamiento
educativo del joven Gramsci.
El objetivo principal de esta extensa red —fundada días
antes de la insurrección de octubre por Anatoli Lunacharsky
y Aleksandr Bogdanov— era incentivar la creatividad artística
y cultural de la clase trabajadora, en sintonía con la profunda
transformación no solamente material sino al mismo tiempo
espiritual propugnada por aquel entonces en Rusia. A pocos
años de ser creada, llegó a contar con alrededor de quinien-
tos mil adherentes solamente en territorio soviético (lo que
equivalía a casi la misma cantidad de miembros que el Partido
bolchevique), logrando asimismo una enorme influencia en
ciertos grupos proletarios y especialmente entre la intelectua-
lidad comunista de buena parte de Europa, a tal punto que el
propio Gramsci instará tiempo después a la creación de una
“sección” italiana de la Proletkult en la región del Piamonte,
con el propósito de generar un vínculo orgánico entre desa-
rrollo cultural-educativo y trastocamiento sustancial de la vida
cotidiana. En la parte final de su Carta a Trotsky sobre el movi-
miento futurista, redactada ya en territorio ruso durante sep-
tiembre de 1922, le comentará al dirigente bolchevique que
en Italia, “en la grandes ciudades industriales el programa del
Proletkult, que tiende a despertar el espíritu creador de los
obreros en la literatura y en el arte, absorbe la energía de los
que todavía tienen tiempo y ganas de ocuparse de semejantes
cuestiones” (Gramsci, 1998j, p. 145).

41
gramsci y el “bienio rojo”

Unas de las fuentes principales de Gramsci en lo referente a


esta cuestión fue Lunacharsky y su movimiento cultural prole-
tario9. Ello se evidencia no solamente en la reproducción, entre
1918 y 1920, de artículos de su autoría, tanto en Il Grido del
Popolo como en L’Ordine Nuovo, sino sobre todo en la adscrip-
ción a su propuesta de gestar desde abajo una cultura proletaria
y una educación popular unitaria. Ya tempranamente en junio
de 1918, Gramsci había incluido en Il Grido el opúsculo “La
cultura del movimiento socialista”, escrito por Lunacharsky
en agosto de 1917, donde el dirigente ruso anoticia a los lec-
tores sobre la polémica generada en el vecino país alrededor
del problema de la cultura proletaria, y defiende la necesidad de
reconocer, junto a la acción política, económica y cooperativa
del movimiento obrero, una cuarta, equiparable a estas tres: “la
actividad cultural de autoeducación y de creación proletaria”.
En paralelo a este artículo, Gramsci redacta y publica bajo el
mismo título una nota a modo de presentación, donde establece
un estrecho paralelismo entre ambos países:

Esta coincidencia de pensamiento y de propuesta práctica


depende sin duda y esencialmente del gran parecido que
existe entre las condiciones intelectuales y morales de los
proletariados, el ruso y el italiano. El artículo del compañe-
ro ruso, primer ministro socialista de instrucción pública en
la primera república socialista, adquiere para nosotros un
valor educativo más que de información. El problema del
cual ellos requieren una solución, es todavía más urgente y
capital para Italia que para Rusia (Gramsci, 1984b, p. 77)

9
Resulta sintomático que salvo John Cammett (1974) y, más recientemente, Ce-
sare Bermani (2007) y Carlo Angelino (2014), casi ninguno de los intérpretes del
pensamiento de Antonio Gramsci haya reparado en esta notable influencia tanto
de Lunacharsky como de Bogdanov y —en un plano más general— del Proletkult
ruso. Consideramos que dicha omisión ha sido en buena medida deliberada, y se
ha debido, entre otros factores, al trágico desencuentro que se produjo, en parti-
cular durante la década del veinte, entre esta original corriente político-cultural y
el “leninismo” en sus diversas encarnaduras.

42
hernán ouviña

Como no podía ser de otra manera, la apostilla concluye con


una invitación a “los lectores del Grido a meditarlo y a decidirse
por propugnar la traducción práctica de las mejores soluciones”.
Pero más allá de estas y otras alusiones explícitas a nivel perio-
dístico10, la propuesta pedagógica de Lunacharsky permea cada
una de las experiencias impulsadas por el joven Gramsci en Tu-
rín. Basta leer el Decreto sobre educación popular, redactado por
el flamante Comisario de Instrucción Pública todavía al calor de
los acontecimientos de octubre de 1917, para ver hasta qué pun-
to cobra sentido el planteo propositivo que con tanta insisten-
cia pregona Gramsci en las páginas de Il Grido del Popolo y más
tarde en L’Ordine Nuovo. Allí se establece una tajante distinción
entre enseñanza y educación, y se postula la necesidad de una
educación autónoma delineada por las propias masas:

Es preciso señalar la diferencia entre enseñanza y educación.


Enseñanza es la transmisión de conocimientos ya definidos
por el maestro al alumno. La educación es un proceso creador.
Durante toda la vida la personalidad del hombre se ‘educa’, se
extiende, se enriquece, se afirma y se perfecciona. Las masas po-
pulares trabajadoras —obreros, soldados, campesinos— arden
en deseos de aprender a leer y escribir, de iniciarse en todas las
ciencias. Pero aspiran igualmente a la educación, que no les puede
ser dada ni por el Estado, ni por los intelectuales, por nada ni por

10
Cabe mencionar otros dos artículos en donde Gramsci reivindica tanto la expe-
riencia del Proletkult como la figura emblemática de Lunacharsky. En “Cronache
di cultura”, publicado en la edición piamontesa de Avanti! a mediados de 1920,
expresa que la revolución proletaria no puede ser sino “una revolución total”, por
lo que no alcanza con la instauración de un nuevo modo de producción y de dis-
tribución, si en paralelo no se aboga por “la formación de nuevas costumbres, de
una nueva psicología, de nuevos modos de sentir, de pensar, de vivir” (Gramsci,
1987b). Asimismo, en diciembre de 1920 insistirá en su columna titulada “Cro-
nache dell’ ‘Ordine Nuovo’” en la necesidad de una transformación integral que
tenga a la dimensión cultural y educativa como eje directriz: “El movimiento de
Cultura Proletaria, en el significado revolucionario que a esta expresión ha dado
en Rusia el compañero Lunacharsky y en el Occidente Henri Barbusse, tiende a
la creación de una civilización nueva, de nuevas costumbres, de nuevos hábitos de
vida y de pensamiento” (Gramsci, 1987c).

43
gramsci y el “bienio rojo”

nadie más que por ellos mismos. A este respecto, la escuela, el


libro, el teatro, el museo, etc., sólo pueden ser una ayuda. Las
masas populares han de fijar por sí mismas su cultura” (Luna-
charsky, 1967, p. 292. Las cursivas son nuestras)11.

Los ecos de la Primera Conferencia Panrusa del Proletkult,


realizada entre el 15 y el 20 de septiembre de 1918, se harán notar
sin duda en el proyecto político encarnado meses más tarde en
L’Ordine Nuovo, que en sintonía con las resoluciones allí votadas
hará foco en el trabajo “didáctico” y especialmente “creativo”
de toda iniciativa cultural o educativa. El propio Lunacharsky
recomienda, a poco tiempo de llevado a cabo el encuentro, que
la Proletkult debe “concentrar todo su interés en el trabajo de
estudio, en el descubrimiento y el fomento del talento original de
los trabajadores, en la creación de círculos de escritores, de artis-
tas y de toda clase de jóvenes estudiosos procedentes de la clase
trabajadora, en la creación de distintas clases de estudios y de
organizaciones vitales en todos los campos de la cultura material
y espiritual”. Efectivamente, 1919 es un año clave en el que se en-
sayan en Rusia variadas experiencias de educación extraescolar,
entre las que cabe destacar a la Universidad Proletaria creada en
Moscú a instancias de la Proletkult12.
En consonancia con esta vocación de transformación inte-
gral de la vida, Gramsci impulsará a mediados de año la confor-

11
En efecto, como dirá en otro texto posterior, “es evidente que ni la toma del poder
político, ni la conquista del dominio económico del país pueden durar si el pueblo
no adquiere al mismo tiempo una educación adecuada” (Lunacharsky, 1972, p. 43).
12
Como antecedentes prácticos de estas iniciativas podemos destacar a las es-
cuelas de partido impulsadas entre 1909 y 1911 en la isla de Capri y la ciudad de
Bologna (ambas, casualmente, en territorio italiano) por Alexander Bogdanov,
en la que participarán también como expositores Máximo Gorki y el propio Lu-
nacharsky. Aunque el joven Gramsci no mencione explícitamente a Bogdanov
en sus escritos, cabe establecer una estrecha “afinidad electiva” entre ambos, en
cuanto a su afición por anticipar la cultura y la educación proletaria en el presente.
Para una recuperación de su pensamiento véase Jutta Scherrer (1981) “Bogdanov
y Lenin: el bolchevismo en la encrucijada”, en Historia del marxismo. Tomo V,
Editorial Bruguera, Madrid.

44
hernán ouviña

mación de “soviet de cultura proletaria”, destinados a “estudiar


los problemas locales y regionales” y conocer las necesidades
urgentes de la población. La reciente conquista de las ocho ho-
ras, de acuerdo con su caracterización, dejaba un margen de
tiempo libre que debía ser destinado a instituir colectivamente
una nueva cultura en común (Gramsci, 1987a). A su vez, en el
editorial de L’Ordine Nuovo del 15 de noviembre de 1919 se
plantea la propuesta de creación de una escuela que apunte a la
formación de “intelectuales socialistas” de nuevo tipo.
Esta iniciativa, lejos de ser una idea antojadiza de un reducido
núcleo de jóvenes inquietos, se empalma de lleno con uno de los
objetivos fijados por el ascendente movimiento de los consejos de
fábrica en Turín: la necesidad de generar instancias de autoedu-
cación de las y los trabajadores, tal como había quedado expre-
sado en el Programa de los Comisarios de Reparto, reproducido
por los ordinovistas en el número anterior de su periódico13; uno
de cuyos apartados se iniciaba con el sugestivo título de “Por las
escuelas proletarias”. Así, durante ese mes y el de diciembre del
mismo año, el periódico organizará alrededor de una veintena de
encuentros que le darán vida a este espacio autónomo de forma-
ción política, intentando romper con la visión de la educación
como algo necesariamente “académico y libresco”. Bajo la moda-
lidad de lecciones teóricas-prácticas y de conferencias centradas
en la cuestión del Estado de los consejos, la escuela de cultura
y propaganda socialista tendrá como principales participantes
a obreros adultos y a jóvenes estudiantes. Entre los expositores,
además de los integrantes del semanario figuran algunos profeso-
res de izquierda vinculados al grupo ordinovista.
A escasas semanas de iniciado, Gramsci relata entusiasmado,
en una de sus crónicas periodísticas, que durante el curso se
pudo observar a

Véase “Il programa dei commissari di reparto” (8 novembre 1919), L’Ordine


13

Nuovo (edición facsimilar), Teti Editore, 1976, Milán.

45
gramsci y el “bienio rojo”

estos insólitos alumnos, la mayor parte de ellos no muy jó-


venes, por fuera pues de la edad en la que aprender es algo
simple y natural, todos pues extenuados tras una jornada de
oficina, seguir con la más profunda atención el transcurso de
la lección, esforzarse por tomar apuntes, sentir fehaciente-
mente que entre aquel que habla y aquel que escucha se ha
establecido un canal vivaz de inteligencia y simpatía. Esto
no sería posible si en estos obreros el deseo de aprender no
surgiera de una concepción del mundo que la vida misma les
ha enseñado y que ellos sienten la necesidad de esclarecer,
para poseerla por completo, para poder vivirla plenamente.
Es una unidad que preexiste y que la enseñanza busca reani-
mar, es una unidad viviente que en las escuelas burguesas en
vano se busca crear (Gramsci, 1987a, p. 361).

Como reconoce el marxista brasileño Marcos Del Roio, la


escuela ordinovista

no tenía la intención de preparar a los trabajadores para un


mundo extraño a ellos. Por el contrario, la idea era reforzar el
principio de solidaridad y el de saber-hacer que era propio de
su cotidianeidad de productores, de incorporar el aprendizaje
ya adquirido en el espacio público generado por la huelga, por
el comicio, por el debate (Del Roio, 2006, p. 137).

Y si bien su objetivo era educar al proletariado

para la autogestión de la producción y para la administración


pública, entendida como autogobierno, en la escuela del tra-
bajo también serían cultivados los intelectuales generados
por la propia clase obrera, en condiciones de crear una nue-
va cultura, distinta y contrapuesta a la de la intelectualidad
burguesa y también reformista (Del Roio, 2006, p. 138).

El propio programa de la escuela nocturna de cultura y pro-


paganda socialista será reproducido en las páginas de L’Ordine
Nuovo, incitando a los lectores a sumarse y participar activa-
mente de esta experiencia innovadora; e incluso Avanguardia,
órgano de la Federación Juvenil Socialista, lo publicará en di-
ciembre, dándole así una repercusión a escala nacional. Vale la

46
hernán ouviña

pena transcribir uno de los párrafos en donde explican la diná-


mica de funcionamiento de los cursos impartidos, porque sub-
yace allí una concepción pedagógica sumamente disruptiva con
respecto a la educación tradicional:

Cada argumento será tratado en modo didáctico, inten-


tando de fijar la atención de los alumnos sobre algunos
conceptos y sobre el nexo lógico del razonamiento. Para
obtener este objetivo verán compilado un resumen esque-
mático de cada lección, no más extenso de cuatro páginas
impresas; y de ser posible los resúmenes de las lecciones
serán recogidos en fascículos y distribuidos a los alumnos
(L’Ordine Nuovo, 1976, p. 216).

En paralelo a esta experiencia de autoformación tan estimu-


lante, en los sucesivos números de L’Ordine Nuovo aparecerán
artículos vinculados con el desafío de la praxis educativa en una
sociedad en transición, entre los que cabe mencionar la quin-
ta y última parte del prolongado y polémico texto “El sistema
Taylor y los consejos de productores”, escrito por el comunis-
ta libertario Pietro Mosso bajo el pseudónimo de Carlo Petri,
que intenta plantear una fundamentación teórico-práctica de la
necesidad de “reunir la escuela con la vida en la producción”,
a partir de la cual “el trabajo se integrará con el estudio y to-
dos deberán aprender los unos de los otros”. Ya a mediados
de 1920, el semanario difunde sendas notas sobre los proyectos
educativos impulsados en territorio europeo y, especialmente,
en Rusia: “Il ‘Proletkult’ ruso”, redactada por “un compañero”
del país vecino, donde se detallan las actividades promovidas
por la organización a los efectos de darle a la cultura una fun-
ción productiva y creativa, de forma tal que contribuya a la con-
quista completa del poder, incluido el intelectual; “Instrucción
popular”, escrito Nadezhda Krupskaia; “Templo o laborato-
rio”, “Cultura Proletaria” y “La instrucción profesional técnica
en la Rusia de la Soviet”, todos ellos elaborados por el camarada
Lunacharsky; así como opúsculos de carácter más general pro-
ducidos por Roman Rolland y Henri Barbusse. En conjunto,

47
gramsci y el “bienio rojo”

todos ellos apuntarán a dotar de herramientas teórico-prácticas


al movimiento obrero turinés, con el propósito estratégico de
fortalecer la autodeterminación de clase en todos los planos de
la vida social, en particular el espiritual.
Luego de momentos sumamente dramáticos, el “bienio rojo”
concluye a finales de 1920 con una trágica derrota: los sindica-
tos no se pliegan a una huelga de carácter nacional, ni apoyan
hasta las últimas consecuencias el proceso insurreccional14. Lo
propio ocurre con el psi, quien se niega a publicar en su diario
Avanti! el llamamiento de la sección socialista de Turín, mien-
tras que la ciudad es tomada por miles de soldados y policías.
Incluso la dirección del partido, que por aquel entonces debía
celebrar en la “capital industrial” de Italia una reunión de su
consejo nacional, decide trasladar el encuentro a Milán a raíz de
la aguda situación que se vive allí (“parecía poco adecuada esa
ciudad como teatro de discusiones socialistas”, llega a ironizar
Gramsci en uno de sus escritos contemporáneos a esta coyun-
tura tan delicada).
Una de las enseñanzas generales de la derrota del “bienio
rojo” será que poco a poco Gramsci comience a percibir que las
clases dominadas no pueden triunfar si restringen la lucha sólo
a una región (el norte de Italia), a un territorio (el fabril) y a un
sujeto específico (el obrero industrial). De esta forma, reconoce-
rá autocríticamente la relativa subestimación ordinovista respec-
to del papel crucial que debía cumplir la organización política
como aglutinadora de los variados sectores populares y grupos
subalternos a escala nacional, más allá de lo estrictamente local,
así como la necesidad de dar cuenta de ciertas problemáticas de

14
A modo de balance, Gramsci afirmará por aquel entonces que “la huelga gene-
ral de Turín y del Piamonte chocó contra el sabotaje y la resistencia de las orga-
nizaciones sindicales”, poniendo de manifiesto “la urgente necesidad de luchar
contra todo el mecanismo burocrático de las organizaciones sindicales, que son el
más sólido apoyo para la labor oportunista de los parlamentaristas y de los refor-
mistas, labor tendiente a la sofocación de todo movimiento revolucionario de las
masas trabajadoras” (Gramsci, 1998s, p. 82).

48
hernán ouviña

enorme relevancia para pensar en concreto la revolución, tales


como la llamada “cuestión meridional” en el sur del país. Estos
factores, sumados a la ambigüedad del psi frente a los aconteci-
mientos15 vividos en Turín en 1919 y 1920, van a ser determinan-
tes que lo empujen a fundar, junto con un gran número de mi-
litantes de la izquierda maximalista, una organización política
de nuevo tipo en enero de 1921: el Partido Comunista de Italia.

***

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15
Expresada en la posición claudicante que tanto los socialdemócratas de derecha
(partidarios de Filippo Turati), como los de la tendencia de la izquierda “unitaria” (li-
derados por Giacinto Menotti Serrati) tuvieron durante este proceso insurreccional.

49
gramsci y el “bienio rojo”

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52
Javier Alfredo Rodríguez
Entre el revisionismo, el colaboracionismo y la re-
volución: tensiones, conflictos y confrontaciones de la
Segunda Internacional a la Internacional Comunista

La intención del presente escrito es realizar un análisis gene-


ral de los eventos relacionados a los intentos de coordinación,
a nivel internacional, entre las distintas formas de organización
sindical y los partidos y tendencias con pretensiones revolucio-
narias, particularmente lo vinculado a la existencia, desarrollo y
posterior colapso de la Segunda Internacional, y el nacimiento
de la Tercera Internacional (denominada Internacional Comu-
nista), a partir de los hechos que desembocaron en la Revolu-
ción en Rusia, atendiendo a ciertos acontecimientos que condi-
cionaron el devenir militante de Antonio Gramsci y el proyecto
político del que supo ser parte activa en la convulsionada reali-
dad italiana.

La Primera Internacional (1864-1876)

En 1864 se funda en Londres la Asociación Internacional


de Trabajadores (ait), también conocida como i Internacional,
con el objetivo manifiesto de articular los esfuerzos de lucha del
movimiento socialista y del incipiente sindicalismo. El contexto
social en que tuvo lugar (desarrollado centralmente en los paí-
ses del continente europeo y los eeuu) se caracterizó por ser la
continuación de los procesos de instalación en el poder político

55
entre el revisionismo, el colaboracionismo y la revolución

de la ascendente burguesía en las primeras décadas del siglo


xix en los principales países europeos; la demarcación de sus
territorios nacionales junto a la aparición de los nacionalismos;
la instalación definitiva de las economías capitalistas, a la par del
avance de los procesos de industrialización de la producción; y
por supuesto, la persecución y prohibición general del accionar
sindical y socialista.
En sus definiciones iniciales se planteó que “la Asociación
Internacional de los Trabajadores es un centro de cooperación
y comunicación entre los obreros de diferentes países, regida
por un Consejo General compuesto por obreros pertenecientes
a los países representados”. Sus objetivos manifiestos fueron:

– La necesidad de una acción unitaria del proletariado, y la


organización de la clase obrera.
– La lucha por la emancipación económica y por la abolición
de la sociedad de clases.
– La solidaridad obrera internacional.
– El reconocimiento de los sindicatos y de la importancia del
movimiento sindical.
– La huelga como principal instrumento de lucha.
– Abolición de la propiedad privada de los bienes de pro-
ducción y de los ejércitos permanentes.
– La creación de una nueva sociedad socialista.

A partir de 1865, se permitió la participación de las mujeres


para luchar por sus derechos, y se aprobó la huelga como instru-
mento general de lucha, metodología que en algunas oportunida-
des adquirió características de revuelta e insurrección. En 1866,
se propusieron los objetivos de lograr la jornada laboral de ocho
horas y la abolición del trabajo infantil. En 1871, en el marco
de la guerra entre Francia y Prusia, tuvo lugar el ejercicio insu-
rreccional de la Comuna de París, en donde los planteos de la I
Internacional tuvieron enorme influjo, aunque tras su derrota, los
métodos y definiciones políticas entraron en grave conflicto.

56
j av i e r a l f r e d o r o d r í g u e z

Dentro de la i Internacional convivieron las distintas tenden-


cias del pensamiento socialista de la época: owenistas, proudho-
nianos, mazzinistas, lassalleanos, etc. Sin embargo, las tensiones
internas en cuanto a definiciones políticas y metodología de
acción (la participación electoral, federalismo vs. centralismo,
dictadura del proletariado, entre otras cuestiones) se plasmaron
generalmente en confrontaciones entre las dos corrientes más
numerosas: marxistas y anarquistas. Esta situación se saldó ne-
gativamente con la expulsión del sector bakuninista en 18721, el
cual se retiró y pasó a constituir su propia Internacional Anar-
quista2, lo que significó en los hechos la existencia paralela de
una Internacional anarquista y otra marxista, debilitando sen-
siblemente la acción sindical y revolucionaria dentro del movi-
miento obrero en los distintos países, y al movimiento socialista
en general.
El vi Congreso de la ait se realizó en Filadelfia (eeuu) en
1876, donde se resolvió disolver la i Internacional. Por su parte,
la Internacional Anarquista dejó de reunirse en 1877.

Orígenes y contexto del desarrollo de la Segunda Internacional

Con motivo de cumplirse los cien años de la toma de la Bas-


tilla, el 14 de Julio de 1889 (dos años previos al nacimiento de
Antonio Gramsci), tuvieron lugar en París un conjunto de reu-
niones entre delegados y miembros de distintos partidos y orga-
nizaciones socialistas de Europa, lo que culminó con la funda-
ción de la Internacional Obrera Socialista o ii Internacional. La
intención específica fue, al igual que la i Internacional, la coor-
dinación de los esfuerzos del movimiento obrero y las organiza-

1
El V Congreso de la ait se celebró entre el 2 y el 7 de septiembre de 1872 en La
Haya (Países Bajos).
2
Fundada el 15 de septiembre de 1872, la Internacional de Saint-Imier tomó su
nombre de la ciudad suiza en donde se celebró su congreso fundacional.

57
entre el revisionismo, el colaboracionismo y la revolución

ciones socialistas para luchar por mejores condiciones laborales


y avanzar hacia el socialismo. Sin embargo, su funcionamiento,
conflictos y desenlace fueron absolutamente distintos.
A diferencia del contexto de desarrollo de la i Internacional, en
esta etapa los diversos gobiernos europeos se encontraban en un
período de consolidación de sus respectivos proyectos económi-
cos industrialistas, existía un sistema bancario bien establecido, y
perspectivas de expansión territorial tanto sobre los países menos
desarrollados de Europa como hacia los territorios periféricos
del resto del mundo. La conferencia de Berlín (1884-1885) había
plasmado en papel la división física del continente africano entre
las principales potencias imperiales europeas3, lo que se replicó
con el resto de continentes del mundo, estableciendo colonias
de las distintas metrópolis imperialistas en Asia, África y Ocea-
nía, desde las cuales se obtenían insumos y productos primarios,
para ser procesados y manufacturados en los países centrales. La
tensión por la división de los diversos territorios del mundo entre
los respectivos imperios llevó a escaramuzas armadas, confronta-
ciones de baja intensidad y ocupaciones militares de diverso tipo
de estas zonas, situación que en más de una oportunidad llevaron
al límite de la guerra a algunos de los imperios europeos, tensión
que se sostuvo constantemente hasta 1914, con el inicio de la pri-
mera guerra mundial.
Esta situación de consolidación de sus proyectos de expan-
sión económica y territorial, basada principalmente en el forta-
lecimiento de sus respectivas estructuras productivas, (particu-
larmente las industriales), implicó la necesidad de los gobiernos
imperiales de sostener condiciones laborales y de vida del movi-
miento obrero más sólidas y en aumento, para mantener su rit-

3
Ingleses y franceses convocaron a una reunión para resolver la situación. La mis-
ma terminó teniendo lugar en Berlín, y su organizador y animador fue el canciller
del Imperio Alemán, Otto von Bismarck. A la misma asistieron representantes de
los imperios británico, francés, español, belga, portugués y otomano, además de
la presencia de rusos, austro-húngaros, holandeses, daneses, suecos, noruegos y
estadounidenses.

58
j av i e r a l f r e d o r o d r í g u e z

mo de crecimiento económico y evitar los conflictos sindicales


y sociales. Si bien durante los tiempos de la i Internacional la
mayoría de las organizaciones sindicales habían sido prohibi-
das y los partidos socialistas y obreristas habían sido proscritos,
los distintos gobiernos europeos fueron levantando las medidas
represivas, habilitando su existencia y la chance de presentar-
se a elecciones, lo que eventualmente permitió la integración
progresiva al sistema parlamentario y gubernamental. De forma
progresiva, los principales partidos socialistas y socialdemó-
cratas europeos aportaron funcionarios gubernamentales a las
potencias imperiales, dejando de lado la marginalidad y perse-
cución que caracterizó al socialismo y al sindicalismo durante la
i Internacional4.

Particularidades de la Segunda Internacional

En contraste con el período previo, quienes integraron la ii


Internacional fueron centralmente Partidos Socialistas y Social-
demócratas europeos. Aunque en sus primeras sesiones hubo
alguna presencia de sectores anarquistas, en el iv Congreso de
Londres (1896) se acordó que sus integrantes permitieran la
participación electoral, lo que inmediatamente cerró las puer-
tas a las fuerzas libertarias, las que continuaron su militancia
centralmente dentro de las organizaciones sindicales, en fun-
ción de su declarado antiparlamentarismo. A diferencia de la i
Internacional, no existía un consejo general que resolviese las
diversas cuestiones en debate, sino un secretariado integrado
por los principales referentes de los partidos socialistas y social-
demócratas europeos, el cual establecía propuestas y recomen-

4
Proscripto desde 1878, en el año 1890, el Partido Socialdemócrata Alemán (spd)
recuperó la legalidad, obteniendo más de 1.400.000 votos y 35 diputados en el
Reichstag. En 1899, el socialista Alexandre Millerand fue designado Ministro de
Comercio e Industria del gobierno francés.

59
entre el revisionismo, el colaboracionismo y la revolución

daciones generales, aunque luego los diferentes partidos podían


decidir implementarlas o no.
Algunas de sus principales resoluciones fueron establecer el
1º de mayo como Día Internacional de los Trabajadores y el 8
de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Sin
embargo, y a tono con el contexto de la época, los principales
debates de los diferentes congresos de la ii Internacional fueron
centralmente tres:

– La participación electoral, el parlamentarismo y la cuestión


de la huelga como método de lucha.
– El posicionamiento del Socialismo y el movimiento obrero
frente al colonialismo europeo.
– Las perspectivas de una inminente guerra intercapitalista,
y el rol del movimiento obrero.

En función de estos tres ejes, se plasmaron en general tres


posiciones o sectores: los reformistas, los de centro y los izquier-
distas. En un sentido general, podemos decir que el sector re-
formista (esencialmente compuesto por los representantes de
los Partidos Socialistas o Socialdemócratas de los países con
mayores niveles de producción e industrialización, además de
sostener sistemas colonialistas) consideraba que la táctica de
participar en las elecciones burguesas e integrar el sistema par-
lamentario era una estrategia general que, de alguna manera,
traslucía una pretendida “debilidad” de sus respectivos regíme-
nes capitalistas, puesto que a través del accionar parlamentario
habían obtenido legislaciones favorables, beneficios y concesio-
nes de índole laboral y social, lo cual (suponían) tendía a an-
ticipar su próximo colapso, motivo por el cual no era preciso
orientar esfuerzos a la actividad revolucionaria5. Por el contra-

5
El alemán Eduard Bernstein (spd) planteó en Las premisas del socialismo y las
tareas de la socialdemocracia (1899) que “en los últimos años el movimiento social-
demócrata ha hecho considerables progresos en casi todos los países civilizados

60
j av i e r a l f r e d o r o d r í g u e z

rio, el sector izquierdista planteaba la necesidad de recuperar


la perspectiva revolucionaria como estrategia general, ya que la
participación electoral redundaba en la desmovilización de los
sectores revolucionarios, y la colaboración de los grupos sindi-
cales no había hecho más que reforzar la capacidad productiva
de esos capitalismos, y muy por el contrario, lo que estaba su-
cediendo era la sostenida construcción de una competencia in-
terimperialista por la acaparación de territorios coloniales, para
sostener la hegemonía europea en los mercados mundiales6.

[…] Aun cuando fuera muy prematuro pretender concluir de este hecho que es-
tamos ya en vísperas de la victoria definitiva del socialismo, sin embargo, teniendo
en cuenta la amplia difusión del pensamiento socialista y de sus fenómenos co-
rrespondientes en la producción, el comercio, la vida profesional y el movimiento
obrero, es posible concluir que nos acercamos a pasos agigantados al momento
en que la socialdemocracia se vea obligada a modificar su punto de vista, que es
todavía esencialmente crítico, en el sentido de plantear algo más que reivindica-
ciones salariales de protección del obrero y otras similares, proponiendo reformas
positivas. En los países más adelantados nos hallamos en la antesala, si no de la
´dictadura´ por lo menos de una influencia muy decisiva de la clase obrera, o bien
de los partidos que la representan; por esta razón no es ocioso examinar las he-
rramientas intelectuales con las que afrontamos esta época. La socialdemocracia
moderna se enorgullece de haber superado teóricamente el utopismo socialista, e
indudablemente con razón, en la medida en que entra en consideración la elabo-
ración de un modelo del estado futuro”.
6
En su escrito Reforma o Revolución de 1899, la polaca Rosa Luxemburgo res-
pondió a los posicionamientos de Bernstein que “[t]oda su teoría se reduce, en la
práctica, al consejo de abandonar la revolución social, el fin último de la socialde-
mocracia, y convertir las reformas sociales, de medio de la lucha de clases en fin de
la misma. El propio Bernstein ha formulado del modo más exacto e incisivo sus
opiniones al escribir: ‘El objetivo último, sea cual sea, no es nada; el movimiento lo
es todo’. Pero el fin último socialista es el único aspecto decisivo que diferencia al
movimiento socialdemócrata de la democracia burguesa y del radicalismo burgués,
es lo único que transforma el movimiento obrero, de chapuza inútil para salvar el
orden capitalista en lucha de clases contra ese orden y para conseguir su abolición;
de este modo, la cuestión reforma o revolución en el sentido bernsteiniano se con-
vierte, para la socialdemocracia, en una cuestión de ser o no ser. Es preciso que todo
el mundo en el partido vea con claridad que el debate con Bernstein y sus partida-
rios no es sobre una u otra forma de lucha, o sobre una u otra táctica, sino que está
en juego la existencia misma del movimiento socialdemócrata”.

61
entre el revisionismo, el colaboracionismo y la revolución

Esta última clave de lectura anunciaba el inevitable horizon-


te de conflagración bélica entre los imperios, situación que no
beneficiaba en nada al movimiento obrero y, muy por el contra-
rio, sólo fortalecería las apetencias y márgenes gananciales de
los grandes empresarios, a costa de la pérdida de vida de miles
o millones de obreros. El sector más ortodoxo o de centro osci-
laba entre ambas posiciones, avalando en general el análisis del
sector izquierdista, pero bregando por una salida institucional
y legal que sostuviera el status quo del movimiento obrero en
cada momento.
Es preciso mencionar que la problemática del colonialismo
generó también notables definiciones y posicionamientos: en el
iv Congreso de Londres (1896) se estableció “la plena auto-
determinación para todas las naciones”, puesto que el colonia-
lismo “era una manifestación explícita del capitalismo” (Cole,
1959, p. 44). Sin embargo, los sectores reformistas, en sus res-
pectivos países, postulaban que el colonialismo implicaba una
misión civilizadora que eventualmente elevaría el nivel social de
los pueblos atrasados7.
Por último, mencionar el tema de las huelgas. En general,
la posición de los partidos socialistas y socialdemócratas con
presencia y participación parlamentaria era contraria a las huel-
gas (tanto las laborales como las políticas), puesto que ambas
generaban conflictos y tensiones, que en muchos casos podía
llevar desde la quita de beneficios sociales, hasta la ilegalización
de los partidos y sindicatos. Por ello, en general la práctica era
la de negociar la resolución de los conflictos, muchas veces por

7
De hecho, el spd alemán declaraba, en la misma fecha “como el socialismo au-
mentará las fuerzas productivas del mundo y elevará todas las personas al más alto
nivel cultural, el Congreso no rechaza, por principios, cualquier política colonial,
ya que, en el socialismo puede tener un efecto civilizatorio”. Jules Destrée del Par-
tido Obrero Belga expuso en el parlamento en 1908, al momento de establecer al
Congo como colonia belga, que “sin los bienes coloniales, la economía belga se
detendrá. La tarea de los socialistas es llevar a cabo una política colonial con un
mínimo de atrocidades”.

62
j av i e r a l f r e d o r o d r í g u e z

encima o sin la presencia de los representantes sindicales. En el


caso de las huelgas políticas, solían oponerse o buscar desacti-
varlas cuanto antes. En el vi Congreso (Ámsterdam, 1904) se
desestimó su utilización como herramienta de lucha. Sin em-
bargo, tras la guerra entre el Imperio Ruso y el Imperio Japo-
nés (1904-1905), el descontento social provocado por la derrota
rusa precipitó una serie de acciones sociales que desembocaron
en la frustrada revolución rusa de 1905, en la cual la huelga y las
insurrecciones populares protagonizadas por obreros y campe-
sinos organizados en soviets demostraron la utilidad y vigencia
de las mismas. En el vii Congreso (Stuttgart, 1907), se decidió
volver a incluir la huelga general y política como herramientas
de lucha. Por el contrario, las tácticas de insurrección popular
continuaron siendo parte del anarquismo.
Como resulta evidente, casi la totalidad de sus protagonistas
fueron centralmente europeos y norteamericanos, lo que también
explica algunas de las características de las discusiones y deba-
tes. La presencia latinoamericana resultó ínfima, destacando la
solitaria participación del socialista argentino Manuel Ugarte en
los congresos de Ámsterdam de 1904 y de Stuttgart en 1907, en
donde denunció el carácter imperialista de eeuu para con los
pueblos de América Latina frente a referentes como V.I. Lenin,
Rosa Luxemburgo, Georgi Plejánov y Jean Jaures, entre otros.

La participación italiana en la Segunda Internacional

La presencia italiana en este periodo resultó un tema com-


plejo, debido a las dificultades para consolidar un partido so-
cialista unificado, ya que existieron varios intentos de diversos
grupos (en general protagonizados por militantes con forma-
ción profesional), que luego se disolvieron, se fracturaron o
bien se re-organizaron en otras estructuras partidarias. A la vez,
no existían vínculos fuertes o claros entre estas figuras partida-
rias y las organizaciones sindicales, ámbito en donde el anar-

63
entre el revisionismo, el colaboracionismo y la revolución

quismo tenía gran presencia y protagonismo, y los sindicalistas


afines al socialismo o al marxismo tenían una gran tradición de
combatividad y conflicto, lo que no veía perspectivas en el ac-
cionar parlamentario partidario. Otro elemento relevante era
el contraste entre las organizaciones sindicales del norte indus-
trial, con experiencia de luchas huelguistas y coordinación, y
las agrupaciones campesinas del sur, con menor tradición de
organización y episodios más vinculados al insurreccionalismo,
además de la sensible presencia religiosa que la Iglesia y el Papa-
do tenían todavía en estas regiones. Recién en 1892, Filippo Tu-
rati logró la fundación del Partido de los Trabajadores Italianos,
pero pronto fue proscrito y pasado a la clandestinidad debido
a los conflictos sociales y sindicales generados por la oposición
a la guerra de conquista que el Reino de Italia realizó en África.
A partir de 1895, con la fusión de otros nucleamientos se cons-
tituyó efectivamente como Partido Socialista Italiano, pero las
proscripciones persistieron, por lo cual debieron hacer alianza
con sectores burgueses de izquierda para presentarse a eleccio-
nes, permitiendo establecer una bancada socialista de 33 dipu-
tados en 1899.

La cuestión de la inminente guerra interimperialista

Como se mencionó previamente, las perspectivas de una in-


minente guerra entre las potencias imperialistas estuvo siempre
presente en los debates de los integrantes de la ii Internacional.
Luego de cada congreso, hubo algún tipo de pronunciamiento
al respecto.
En el iii Congreso (Zurich, 1893), se estableció que “[l]a caí-
da del capitalismo significa la paz mundial”. En el vii Congreso
(Stuttgart, 1907), se acordó que “para evitar la guerra, hay que
organizar acciones nacionales e internacionales de la clase obre-
ra, desde la intervención parlamentaria y la agitación pública,
hasta la huelga de masas, incluyendo la insurrección, de ser ne-

64
j av i e r a l f r e d o r o d r í g u e z

cesario”. En caso de que la guerra se declarase “los obreros tie-


nen el deber de interponerse para lograr el cese inmediato de la
misma, y utilizar todas sus fuerzas para aprovechar la crisis polí-
tica y económica generada por el conflicto, para agitar a las cla-
ses populares y precipitar la caída del capitalismo” (Cole, 1959,
p. 72-73). En el viii Congreso (Copenhague, 1910) se proclamó
que “los parlamentarios socialistas no solo deben oponerse a la
guerra, sino que deben votar en contra de todo tipo de crédito
para la guerra” (Cole, 1959, p. 90-91). Se acordó que la táctica
de la huelga general obrera era necesaria, y su efecto sería deter-
minante para lograr cesar los esfuerzos bélicos.
Sin embargo, la tensión internacional era tal, que en 1912 se
convocó a un congreso extraordinario que se celebró en Basilea
sólo para abordar este asunto. Se proclamó el “Manifiesto de
Basilea”, en donde se reafirmaron los planteos del congreso de
1907, y se realizó una advertencia general a los gobiernos impe-
rialistas de que en caso de estallar un conflicto general, debe-
rían lidiar con dos situaciones adversas: la no colaboración del
movimiento obrero mundial, y la casi segura instalación de un
escenario revolucionario. Se hizo un llamado explícito al movi-
miento obrero alemán, francés e inglés a no participar en nin-
gún tipo de conflagración de sus respectivos países.

Declaración de la primera guerra mundial y disolución de la


Segunda Internacional

El 28 de junio de 1914 el archiduque Francisco Fernando


de Austria fue asesinado en Sarajevo, lo que tras una serie de
comunicados, reuniones y alianza secretas, determinó que el 23
de julio Austria-Hungría despache un ultimátum a Serbia, el
cual sirvió como disparador para que los imperios proclamaran
la movilización general de sus respectivas tropas. El 28 de julio
Austria-Hungría declaró la guerra a Serbia. El 29 de julio el
Imperio Ruso declaró la guerra a Austria-Hungría.

65
entre el revisionismo, el colaboracionismo y la revolución

Ese mismo día, se celebró una reunión de urgencia de la ii


Internacional en Bruselas. La delegación británica propuso la
huelga general en toda Europa, pero nadie votó a su favor. Los
distintos delegados dijeron que sus partidos cumplirían con los
compromisos establecidos en los diversos congresos previos en
oposición a la guerra al volver a sus respectivos países. El 31 de
julio, Jean Jaures, delegado socialista francés y uno de los prin-
cipales opositores a la guerra, fue asesinado por un nacionalista
francés, tras haber dado un discurso en contra de la guerra, a la
que calificó de “situación terrible”, hecho que había sido gene-
rado “por la política colonial de Francia, la política hipócrita de
Rusia y la brutal voluntad de Austria”.
El 1 de agosto el gobierno Imperial Alemán declaró la guerra
contra el Imperio Ruso. En ese contexto, comenzaron a deba-
tirse la emisión de créditos de guerra en el Reichstag8. Todos
los partidos socialistas y socialdemócratas que conformaban
la ii Internacional terminaron votando a favor, y colaborando
abiertamente con los gobiernos imperialistas. Las únicas excep-

8
El 4 de Agosto, al momento de establecer la posición del spd, Hugo Haase,
uno de sus principales referentes, planteó “ahora nos enfrentamos con la realidad
brutal de la guerra y los horrores de las invasiones enemigas. No tenemos que
decidir ahora si estamos a favor o en contra de la guerra, sino sobre la cuestión de
la financiación para la defensa del país. Ahora debemos pensar en los millones de
compatriotas que, sin saberlo, se encuentran inmersos en esta catástrofe. Son ellos
los que se ven más afectados por los estragos de la guerra […] Para nuestra nación
y un futuro de libertad, una victoria sobre el despotismo ruso, manchado con la
sangre de su propio pueblo, significará muchas cosas, significará todo. Debemos
asegurarnos que este peligro se evite, que protejamos la cultura e independencia
de nuestro país. A la hora del peligro, no vamos a permitir que nuestro país se re-
tire […] Guiados por estos principios, estamos de acuerdo con los presupuestos
de guerra necesarios”. Al mismo tiempo, Emile Vandervelde, secretario general
del Partido Obrero Belga y Presidente de la Oficina Socialista Internacional de
la ii Internacional dijo frente al parlamento belga, respecto de sus respectivos
créditos de guerra “Esta es una guerra santa por los derechos, la libertad y la
civilización, por el derecho de los pueblos a la libre determinación […] La civili-
zación se salvará el día que la Alemania de terratenientes, militares profesionales
y fabricantes de armas de fuego sea derrotada”.

66
j av i e r a l f r e d o r o d r í g u e z

ciones fueron el Partido Socialdemócrata de Hungría; el Parti-


do Socialdemócrata de Bulgaria; los partidos socialistas serbio,
italiano y estadounidense; y el Partido Obrero Socialdemócrata
Ruso. Dentro de este último, Vladimir Lenin había planteado,
desde el ala izquierdista que, si bien había que actuar en con-
tra de la guerra, eso no significaba levantar la noción de “paz”
como un concepto abstracto, (posición que hasta ese momento
proponía Kautsky), sino que era preciso lograr que la guerra
entre naciones se convirtiese en guerra civil, ya que los enemi-
gos de los obreros no estaban en otros países, sino en su propia
tierra. La mayoría de los sectores que se opusieron a la guerra
sufrieron persecución, cárcel o exilio por toda Europa. En el
caso italiano, el Partido Socialista Italiano y los parlamentarios
socialistas propusieron y votaron la “neutralidad absoluta” de
Italia en la guerra. El propio Antonio Gramsci publicó su pri-
mer artículo político en Il Grido del Popolo nominado “Neutra-
lidad activa y operante”, donde propuso recuperar el sentido
de la lucha de clases contra las patronales como perspectiva de
oposición activa a la participación en la guerra, antes que una
neutralidad contemplativa que en nada influye en el desarrollo
de los hechos.
No siendo posible recuperar la operatividad de la ii Inter-
nacional, tuvieron lugar una serie de conferencias a lo largo de
1915 (Copenhague, 17/18 de enero; Londres, 14 de febrero y
Zimmerwald en septiembre). Las dos primeras no lograron ser
numerosas ni expusieron declaraciones concretas. Sin embar-
go, la Conferencia de Zimmerwald logró contar con muchos
representantes de los países en conflicto, además de los partidos
socialistas del resto de países de Europa. La declaración final
establecía que “[e]sta no es nuestra guerra […] debemos agi-
tar esfuerzos sin descanso por la paz y forzar a los gobiernos a
poner fin a la matanza”, y llamaba a los trabajadores de todas
las naciones a unirse “por encima de las fronteras, los campos
de batalla, las ciudades y los países devastados” (Cole, 1961, p.
39-40).

67
entre el revisionismo, el colaboracionismo y la revolución

La revolución en Rusia y los inicios de la Internacional Comunista

El desastroso resultado de los efectos de la guerra mundial,


con millones de muertos, heridos, discapacitados, refugiados y
desplazados a lo largo de toda Europa, sumado a las hambrunas
propias de las economías orientadas al esfuerzo bélico, además
del hartazgo generalizado, fueron el contexto en donde el inicio
de la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia se mostró ante
los pueblos del mundo como la posibilidad no solo de acabar
con la guerra, sino además de instaurar un orden socialista por
primera vez en la historia. El final del conflicto bélico se siguió
de múltiples alzamientos populares, insurrecciones generales y
proclamación de soviets y comunas obreras a través de los ante-
riores territorios imperiales de Europa.
Entre el 2 y 6 de marzo de 1919, tuvo lugar en Petrogrado el I
Congreso Mundial de la Internacional Comunista o Komintern9.
En él se buscó integrar y articular a los sectores revolucionarios y
comunistas de toda Europa, con la idea de instaurar la revolución
comunista por todo el mundo, de manera que se acabase con la
“democracia burguesa, y se instaurase la dictadura del proletaria-
do”. Se estableció un comité ejecutivo con el bolchevique ruso
Grigori Zinoviev como su primer presidente, y se plantearon los
lineamientos generales, los cuales consistían en la fractura y sepa-
ración entre socialistas/socialdemócratas y comunistas; la “expan-
sión revolucionaria” más allá de los territorios rusos; la necesidad
de focalizar los esfuerzos en las actividades de propaganda entre
los obreros y los soldados rasos (relegando a los campesinos); y la
necesidad de un proceso revolucionario de tipo armado.
Debido a las derrotas de los procesos revolucionarios en Ale-
mania, Hungría y Polonia, la convocatoria al ii Congreso Mundial
de la Internacional Comunista (1920) introdujo varios cambios.
El principal de ellos consistió en las “veintiún condiciones” que se
les exigía a los partidos socialistas, socialdemócratas o comunistas

9
Abreviatura del ruso Kommunistícheskiy internatsional.

68
j av i e r a l f r e d o r o d r í g u e z

para integrarse a la Internacional, con lo cual se buscaba evitar re-


petir los episodios de la ii Internacional. Entre ellos se destacaba
la necesidad de poseer una identidad claramente comunista; una
forma de organización basada en el centralismo democrático; la
obligatoriedad de aplicar las resoluciones de la Komintern en sus
territorios; y el desarrollo de actividad militante sistemática en
sindicatos, consejos obreros, comités de empresa, cooperativas
y toda forma de organización de los trabajadores, dentro de las
cuales se debían constituir células leales que ganen a los obreros
para el partido y la causa comunista. A pesar de haber sido invita-
dos, el Partido Socialista Italiano resolvió no integrarse, particu-
larmente debido a los 21 puntos que la Internacional exigía. Las
discusiones en torno a este posicionamiento explotaron durante
el xvii Congreso del psi en Livorno, en donde tras varios días sin
acuerdo, finalmente el sector comunista (en donde se encontra-
ban Amadeo Bordiga y Antonio Gramsci, entre muchos otros)
decidió abandonar el recinto y constituir el congreso fundacional
del “Partido Comunista de Italia - Sección Italiana de la Interna-
cional Comunista”.
Es preciso mencionar que, en la publicación del documento
final “Tesis sobre las tareas fundamentales del ii Congreso de
la Internacional Comunista”, redactado por Lenin, en el pun-
to diecisiete menciona de modo explícito un reconocimiento
al posicionamiento y análisis hechos por Antonio Gramsci y el
grupo de L’Ordine Nuovo por las críticas hechas al accionar del
Partido Socialista Italiano en 192010.
En 1921, el iii Congreso resolvió que era preciso modificar la
táctica general, comprendiendo que se trataba de una etapa de re-

10
Particularmente, el punto 17 de las tesis establece: “En lo que se refiere al
Partido Socialista Italiano, el segundo Congreso de la iii Internacional considera
sustancialmente justas las críticas al partido y las propuestas prácticas publicadas
como propuestas al Consejo Nacional del Partido Socialista Italiano, en nombre
de la sección turinesa del mismo partido, por la revista L’Ordine Nuovo del 8 de
mayo de 1920. Estas críticas y propuestas corresponden plenamente a todos los
principios fundamentales de la iii Internacional”.

69
entre el revisionismo, el colaboracionismo y la revolución

troceso, por lo cual se propuso que los partidos comunistas trabaja-


sen en “frentes unidos” junto a reformistas e izquierdistas, aunque
no los hegemonizasen o controlasen los propios comunistas. En el
iv Congreso, realizado en Moscú en mayo de 1922, se profundizó
en esta línea de trabajo en lo que se llamó el “frente único”: “la
táctica del frente único es simplemente una iniciativa mediante la
cual los comunistas proponen unirse a todos los trabajadores, in-
cluyendo a aquellos que pertenecen a otros partidos y grupos, así
como con todos los trabajadores no alineados, en una lucha común
para defender los intereses inmediatos y básicos de la clase obrera
contra la burguesía”11. En el caso italiano, esto implicó la constitu-
ción de un comité de fusión del Partido Comunista de Italia junto
al resto de partidos obreros y socialistas no-socialdemócratas que
adscribían a la Internacional Comunista.
La fundación del Partido Comunista de Italia se dio tras la
fractura del congreso del Partido Socialista en Livorno en 1921.
En el comité central, ingresaron Antonio Gramsci y Umberto Te-
rracini por parte del sector de L’Ordine Nuovo, en franca minoría
frente al sector bordiguista y al de los maximalistas. Bordiga no
estaba de acuerdo con la propuesta del frente único promovida
por la Internacional Comunista, de manera que la delegación ita-
liana asistió al iv Congreso para plantear su opinión disidente al
respecto. Antonio Gramsci fue designado para viajar a Moscú en
representación del Partido Comunista de Italia.
Apenas pudo integrarse a las labores del iv Congreso, discu-
tieron respecto a este punto y, a pesar de la oposición de Ama-
deo Bordiga, finalmente Gramsci consiguió el consenso para
buscar lograr un acuerdo con los sectores del psi afines a la iii
Internacional12 (en perspectiva a constituir el frente único), in-
tegrándose también al comité ejecutivo de la Internacional Co-
munista. Sin embargo, tras la designación de Benito Mussolini

11
Tesis del iv Congreso Mundial de la Internacional Comunista.
12
Dentro del psi existía un grupo con cierto peso denominado terzini, quienes se
declaraban leales a los postulados de la iii Internacional.

70
j av i e r a l f r e d o r o d r í g u e z

al frente del gobierno italiano, se habían extendido políticas


represivas y órdenes de detención, muchas de las cuales apli-
caron a los integrantes del comité central del pcd’i, incluso al
propio Gramsci, a quien se le recomendó no retornar. Recién
pudo viajar hacia Viena en noviembre de 1923, para estar más
cerca de los acontecimientos en Italia. Debido a las detenciones,
la Internacional Comunista designó a Antonio Gramsci como el
principal responsable del pcd’i.

***

Referencias bibliográficas

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Sacristán, M. (2004) Antonio Gramsci. Antología. Buenos Aires: Siglo xxI.

71
Dario Clemente
Gramsci y el fascismo

Introducción

Gramsci, militante socialista y organizador de los consejos


de fábrica en Turín durante el “bienio rojo” (1919-1920)1, ob-
serva de cerca el ascenso del fascismo, su rol en la represión de
las sublevaciones campesinas y en las agitaciones urbanas. Años
después, ya consolidado el régimen en el poder, será el mismo
tribunal fascista a condenarlo a una pena de veinte años, cuatro
meses y cinco días por actividad conspirativa, incitación a la
guerra civil, al crimen y al odio de clases.
En este sentido, si bien la reflexión gramsciana acerca del
fascismo puede ubicarse mayormente en los Cuadernos de la cár-
cel, considerados en su conjunto como un esfuerzo integral para
comprender el adviento del mismo y reflexionar sobre cómo re-
vertir esa situación catastrófica para la clase obrera italiana (To-
gliatti, 2001, p. 177), reconstruir la relación entre Gramsci y el

1
Se trató de una oleada revolucionaria de huelgas, ocupaciones de fábricas y
formación de consejos de obreros y campesinos según el modelo soviético que
tuvo como epicentro la ciudad de Turín y en la que Gramsci desempeñó un pa-
pel destacado. Fue similar a los levantamientos obreros en Alemania, Hungría y
otros países después de la primera guerra mundial. Condujo a la constitución del
Partido Comunista de Italia en 1921. Sin embargo, su derrota abrió el camino a
la contrarrevolución fascista.

73
g r a m s c i y e l fa s c i s m o

fascismo implica extender la mirada más allá de las notas carce-


larias. Si un libro imaginario titulado “El fascismo en Gramsci”
tendría como eje las páginas más explícitas de los Cuadernos
dedicadas al análisis del origen del régimen y su consolidación,
abordar el pensamiento del sardo sobre el fascismo en su ente-
reza requiere considerar los textos precarcelarios y los registros
tempranos del fenómeno fascista.
Así, es posible acercarse a la cuestión teniendo en cuenta la
evolución de la reflexión gramsciana respecto al fascismo, desde
un diagnóstico de crisis a uno de estabilización y de “autono-
mización política”, hasta la elaboración del concepto de “re-
volución pasiva” para caracterizar la función del fascismo en la
historia europea y dar cuenta de su aspiración hegemónica. Esta
evolución, sin embargo, no tiene solamente un carácter concep-
tual, al calor de la complejización de la teoría gramsciana del
Estado que se produce entre muros. Sino que se vincula, por un
lado, al devenir histórico, a las varias fases que el fascismo atra-
viesa como proceso social y, por el otro, a las exigencias de una
lectura táctica y estratégica de la coyuntura y de las perspectivas
revolucionarias para el proletariado italiano a la cual Gramsci,
aun en las condiciones desfavorables en las cuales se encuentra,
nunca renuncia. Estas tres dimensiones —el Gramsci “teórico”,
el Gramsci “historiador”, el Gramsci “militante”, podríamos
decir— se entrelazan a lo largo de toda la elaboración gramscia-
na y nos restituyen uno de los análisis más profundos sobre el
fascismo como proceso histórico y sobre las tareas pendientes
del proletariado para la “revolución en Occidente”, aun, o so-
bre todo, en tiempos de fascismo.
La forma más adecuada para dar cuenta de esta comple-
jidad nos parece ser la de reconstruir temporalmente las fa-
ses que Gramsci identifica en el proceso de consolidación del
fascismo en Italia como fenómeno histórico, evidenciando los
cambios principales en sus caracterizaciones y propuestas tác-
tico-estratégicas, las cuales derivan de nuevas elaboraciones
conceptuales y las nutren a la vez. Así, en este capítulo abor-

74
dario clemente

damos el periodo 1921-1924, en el cual Gramsci registra una


relación constitutiva entre la emergencia del fascismo como
instrumento represivo de las clases dominantes y la “crisis
italiana”, advirtiendo como la consolidación en el poder de
Mussolini, lejos de solucionarla, lleve a su reproducción en un
nivel superior y más agudo, mientras que el movimiento fascis-
ta termina por interiorizar sus efectos en todos los niveles. El
apartado siguiente está dedicado a reconstruir la encrucijada
de 1925-1926, cuando el período abierto con la crisis Matteo-
tti parece empujar el régimen en formación hacia el abismo,
antes que un nuevo giro autoritario, sublimado por la sanción
de las “leyes fascistísimas”, cierre una fase que Gramsci carac-
teriza como un proceso de autonomización del fascismo de
los intereses inmediatos de la burguesía. Finalmente, en el ter-
cer y último apartado, que se abre con el encarcelamiento de
Gramsci, tratamos la transformación del fascismo de respuesta
inmediata a la crisis de posguerra a “revolución pasiva”, pro-
ceso de modernización conservadora que apunta a organizar
la sociedad de masa y construir una hegemonía duradera. Sin
embargo, la hostilidad del pueblo al régimen, la inevitable re-
producción de la conflictividad obrera y el empuje democráti-
co-radical de las masas, son elementos que sugieren a Gramsci
la posibilidad de retomar la lucha revolucionaria desde aden-
tro de las propias estructuras totalitarias, una estrategia que,
lejos de alentar solamente a la resistencia en el crepúsculo de
la historia italiana, proyecta nuevos caminos para el proletaria-
do bajo el yugo del fascismo.

El fascismo y la crisis (1919-1924)

Porque el fascismo se agota y muere precisamente porque no


ha mantenido ninguna de sus promesas, no ha satisfecho ningu-
na esperanza, no ha aliviado ninguna miseria. Ha quebrantado el
impulso revolucionario del proletariado, ha disuelto los sindicatos
de clase, ha disminuido los salarios y aumentado los horarios; pero

75
g r a m s c i y e l fa s c i s m o

eso no bastaba para asegurar una vitalidad ni siquiera restringida


al sistema capitalista (Gramsci, [1924] 1979a, p. 157).

Este era, en 1924, después de la Marcha sobre Roma2 y la


ratificación en el poder de Mussolini a raíz de la realización
de comicios amañados3, el juicio lapidario que Gramsci tenía
del fascismo. Con estas palabras, extraídas de una relación al
comité central del partido comunista italiano evocativamente
titulada “La crisis italiana”, Gramsci asocia el fascismo al con-
cepto de crisis en dos sentidos constitutivos del fenómeno. En
primer lugar, el fascismo en Italia nace de una crisis y se presenta
como resolución violenta a la misma. En efecto, las profundas
consecuencias de la primera guerra mundial y el impacto de la
revolución rusa, la desastrosa situación económica y el contex-
to pre insurreccional del “bienio rojo” (1919-1920), conforman
una situación de crisis de la dominación burguesa dentro de la
cual el fascismo se hace lentamente espacio como alternativa de
orden. Sin embargo, se trata al mismo tiempo de un proceso
que tiene alcance continental: la crisis de los sistemas políticos
liberales de anteguerra frente a la irrupción definitiva de las ma-
sas en la vida social y política de los Estados, una revolución
que en toda Europa será procesada a través de dos modelos tan
opuestos como igualmente transformadores, el comunismo so-
viético y los fascismos. Gramsci comprende de forma temprana
la posibilidad de este desenlace y el rol central que el proceso
italiano ocuparía

2
Entre el 27 y el 29 de octubre de 1922 Mussolini guía decenas de miles de “ca-
misas negras” hacia la capital italiana, amenazando con desatar una guerra civil
si se les cerrara el paso. El rey Víctor Manuel ii renuncia a usar el ejército para
reprimir la concentración fascista y encarga Mussolini de formar un gobierno
como primer ministro.
3
Las elecciones de 1924 se desarrollan en un marco de extrema violencia contra
los opositores causado por el accionar de las bandas fascistas. El resultado, in-
fluenciado por los efectos de la “ley Acerbo”, premia el Partido Nacional Fascista
con el 65% de los votos.

76
dario clemente

Si, en breve plazo, no surge del caos una poderosa fuerza


política de clase (y esta fuerza, para nosotros, no puede ser
otra más que el Partido Comunista de Italia), y si esta fuerza
no logra convencer a la mayoría de la población de que hay
un orden inmanente en la actual confusión, que incluso esta
confusión tiene su razón de ser, porque no puede imaginar-
se el derrumbamiento de una civilización secular y el adve-
nimiento de una civilización nueva sin tal ruina apocalíptica
y tal ruptura formidable; si esta fuerza no consigue colocar
a la clase obrera en las conciencias de las multitudes y en la
realidad política de las instituciones de gobierno, como cla-
se dominante y dirigente, nuestro país no podrá superar la
crisis actual, nuestro país no será ya, por lo menos durante
doscientos años, una nación o un Estado, nuestro país será
el centro de un maelstrom que arrastrará a su vórtice a toda
la civilización europea (Gramsci, [1920] 1979b, p. 61).

Pero el fascismo es también sinónimo de crisis porque con-


densa todas las contradicciones de la “crisis italiana” y, en el
intento de solucionarlas, lleva a su reproducción en un nivel
superior y más agudo. La imposibilidad creciente de revertir el
declive económico nacional hace así de telón de fondo al recru-
decimiento del conflicto entre la base social pequeñoburgués
del movimiento fascista y la gran burguesía industrial; a la con-
tradicción entre el reconocimiento de algunas instancias cam-
pesinas y la férrea defensa del dominio de clase de la burguesía
rural en el campo; a la creciente disyuntiva entre el componente
de movimiento del fascismo y el aparato de gobierno, y a la con-
traposición entre el limitado “espíritu democrático” del fascis-
mo —su integración parcial y subalterna de las masas a la polí-
tica nacional— y el “espíritu constituyente” del pueblo italiano
y sus demandas de democracia radical (Frosini, 2013, p. 588).
En un primer momento, entonces, el fascismo aparece a
Gramsci como una herramienta de la burguesía italiana, instru-
mento de represión violenta de las masas al cual las clases do-
minantes recurren por espanto, después de haber creído, tal vez
más que las propias organizaciones de masa del proletariado —la

77
g r a m s c i y e l fa s c i s m o

Confederación General del Trabajo (cgl) y el Partido Socialis-


ta— que en 1920 la revolución italiana se estaba por desatar fren-
te a sus ojos (Gramsci, [1920] 1979c , p. 56). Al mismo tiempo el
fascismo, según Gramsci, se configura como el primer movimien-
to histórico de masa de la pequeña burguesía, un movimiento po-
lítico que, sin embargo, no tiene una “esencia” propia (Gramsci,
[1924] 1979a, p. 161) porque se caracteriza como una reacción
violenta y policiaca a las insurrecciones obreras y campesinas, pri-
mero, y como un proceso de simple reemplazo de la burocracia
del Estado (Gramsci, [1925] 1979d, p. 184) —la “conquista del
Estado” fascista— en un segundo lugar, preparando esa “restau-
ración del poder capitalista del Estado” que necesita darse en
todo el continente (Gramsci, [1920] 1979e, p. 64). Esto impli-
ca que el primer fascismo, a pesar de nacer como fenómeno de
subversivismo reaccionario extra estatal, se confunda y confluya
también con el Estado italiano en sus estructuras y configuración
de poder tradicionales, aunque debilitadas por las secuelas de la
guerra mundial, al punto de que se puede hablar de un verdade-
ro “Estado giolittiano fascista”4 (Gramsci, [1920] 1979f, p. 67).
Es, en efecto, su muleta represiva, un aglomerado no homogéneo
cuyo centro neurálgico es la milicia y que no tiene, según Gramsci
([1924] 1979a, p. 160-1), posibilidad de transformarse en un ver-
dadero partido y hacerse gobierno.
En este sentido, para comprender plenamente la emergencia del
fascismo, es menester entender el rol que en este proceso recubre
la pequeña burguesía italiana, principal derrotada por el desenlace
frustrante de la aventura bélica y ejército de reserva de los grupos
de choque del fascismo, cuyo adviento interpreta como una opor-
tunidad de revancha social (Gramsci, [1920] 1979g, p. 59). Se tra-

4
Giovanni Giolitti fue primer ministro en reiteradas ocasiones a partir de la última
década del siglo xix. Exponente de la la sinistra storica, la izquierda burguesa insti-
tucional, encarnó, en la fase previa al ascenso del fascismo, la renuncia de las clases
dominantes italianas a una dictadura directa y sangrienta en pos de un programa
de cooptación y hegemonía que favoreciera los socialistas moderados por medio de
políticas reformistas, apuntando a la “parlamentarizaciòn del conflicto”.

78
dario clemente

ta, dada la inexistencia de la burguesía y del proletariado industrial


en el sur, y de la diferente conformación del elemento campesino
en el norte, de la única clase “territorialmente” nacional (Gramsci,
[1924] 1979a, p. 157) en la península italiana. Esta peculiaridad
tiene una relevancia inmediata en la expansión y nacionalización
fulminante del movimiento fascista, pero también le otorga al mis-
mo un carácter muy específico en términos de subjetividad de cla-
se. En efecto, la pequeña burguesía, urbana como rural, establece
con las masas una relación ambivalente que oscila entre intentos
de dirección política de las mismas y el apoyo abierto a la repre-
sión de las iniciativas autónomas que de ellas provienen, algo que
en el campo se traduce en un “sentimiento atávico e instintivo de
un pánico loco al campesino y a sus violencias destructivas […]”
(Gramsci, [1926] 1981b, p. 319). El “terror loco” a la lucha de
clase, la “vanidad” y la “ambición nacionalista” (Gramsci, [1920]
1979b, p. 61) habían fomentado el apoyo de la pequeña burguesía
italiana a la aventura bélica. Ahora, en el marco de la crisis econó-
mica posbélica y habiendo atestiguado el “retorno” de la lucha de
clase, pero también el fracaso de los intentos revolucionarios, la
pequeña burguesía recurre a la reacción para reagruparse.

La reacción, como psicología difusa, es un producto de


esta incomprensión: los elementos de esta psicología son
el terror enloquecido y la abyección más baja, correlativos
necesarios de la ambición y la vanidad que caracterizaron
a estos mismos estratos de la población antes de la ruina
económica y de la caída del programa nacionalista. Pero
las fuerzas elementales desencadenadas por el fracaso del
maximalismo “pequeñoburgués”, por la desesperación que
invade los ánimos por la incomprensión de las leyes que
gobiernan también esta crisis, por la persuasión de que el
país está en poder de espíritus demoníacos incontrolables
e imponderables, estas fuerzas elementales no pueden no
tener un movimiento político, no pueden no conducir a
una conclusión política. La convicción difundida en las ca-
pas industriales y pequeñoburguesas de la necesidad de la
reacción valoriza los grupos y lo programas generales de

79
g r a m s c i y e l fa s c i s m o

quienes siempre han sostenido a la reacción: la alta jerar-


quía militar, el fascismo, el nacionalismo (Gramsci, [1920]
1979b, p. 62-3).

Esta fracción de clase que, como los bandar-log en el cuen-


to del Pueblo de los monos de Kipling, “cree ser superior a to-
dos los demás pueblos de la jungla, poseer toda la inteligencia,
toda la intuición histórica, todo el espíritu revolucionario, toda
la sabiduría de gobierno, etcétera, etcétera” (Gramsci, [1921]
1979h, p. 68), ha perdido según Gramsci su función produc-
tiva y “trata en todas las formas de conservar una posición de
iniciativa histórica: imita a la clase obrera, sale a las calles”
(Gramsci, [1921] 1979h, p. 68). Y, haciendo eso, nutre y otorga
legitimidad al fascismo. Sin embargo el caos, la “ruina económi-
ca” a la cual hay que oponer la acción ordenadora y “nacional”
del proletariado coordenada por el Partido (Gramsci, [1919]
1979, p. 50-52), surge de la debacle de la burguesía italiana en
su conjunto, “aplastada por un pasivo de cien mil millones, di-
suelta por los ácidos corrosivos de sus disensiones internas, de
sus incurables antagonismos” (Gramsci, [1919] 1979, p. 51). Al
mismo tiempo, según Gramsci, el poder en Italia, el poder del
Estado, “fue dominado hasta ahora por el capital invertido en la
gran industria: el gobierno italiano estuvo siempre hasta ahora
en manos de los capitalistas fuertes que sacrificaron a sus inte-
reses de casta superprivilegiada todos los demás intereses de la
nación” (Gramsci, [1919] 1979, p. 52). Por un lado, esta situa-
ción parece presagiar ese remplazo de la burocracia del Estado
que realizará el fascismo

la guerra y las consecuencias de la guerra han desarrollado


fuerzas nuevas que tienden a una organización nueva de las
bases económicas y políticas del Estado italiano. Toda la es-
tructura íntima del estado italiano ha sufrido, y sigue sufrien-
do, un intenso proceso de transformación orgánica, cuyos
resultados…normales no son aún previsibles con exactitud,
exceptuando uno: cambiarán las camarillas dirigentes, cam-
biarán el personal administrativo, el poder del Estado caerá

80
dario clemente

completamente en otras manos distintas a las tradicionales, a


las…giolittianas (Gramsci, [1920] 1979j, p. 53).

Por el otro, vinculado al ascenso del fascismo con el declive


político y económico de la pequeña burguesía, Gramsci logra
aprehender como la “crisis italiana” se configura como una cri-
sis del Estado capitalista en sentido integral

El grado de desarrollo alcanzado por esta forma de orga-


nización del aparato nacional de producción y de distribu-
ción ha proletarizado en gran parte y tiende a proletarizar
cada vez más a las clases medias; la democracia parlamenta-
ria pierde sus bases de apoyo, el país no puede seguir sien-
do gobernado constitucionalmente, no existe y ya no podrá
existir una mayoría parlamentaria capaz de dar vida a un
ministerio fuerte y vital, que tenga el consenso de la “opi-
nión pública”, que tenga el consenso del “país”, esto es, de
las clases medias (Gramsci, [1920] 1979g, p. 58).

Todas estas contradicciones precipitan durante el periodo


Matteotti, fase que sucede las elecciones de 1924 y que se abre
a partir del homicidio del diputado socialista Giacomo Matteo-
tti, quien el 30 de mayo de 1924 denuncia en el parlamento el
carácter irregular de los comicios y el 10 de junio es secuestrado
y asesinado por una banda fascista. Por seis meses, las oposicio-
nes dejan las cámaras en protesta, en la que es conocida como la
secesión del Aventino5. Según Gramsci, esta es una fase suma-
mente crítica para el gobierno de Mussolini, que se encuentra
desamparado y próximo a la capitulación a raíz de la gran “olea-
da democrática” que sacude el país y fortalece políticamente a
las oposiciones antifascistas (Gramsci, [1924] 1979k, p. 174).
En efecto, la indignación transversal por el delito Matteotti y la

5
El monte Aventino es una de las siete colinas donde se construyó la antigua ciudad
de Roma. En el 449 d.C. fue teatro de una de las secessio plebis, retiradas de la plebe
romana de la ciudad para exigir paridad de derechos con los patricios. En 1924 la
asamblea de diputados y senadores antifascistas se reúne simbólicamente allí.

81
g r a m s c i y e l fa s c i s m o

apertura de las investigaciones judiciales sobre el hecho son el


escenario de otro movimiento oscilatorio de buena parte de la
pequeña burguesía que, arrastrada por las masas, se decanta por
el apoyo a los partidos aventinianos (Gramsci, [1924] 1979a,
p. 162). Esta es para Gramsci la transformación molecular más
importante de la fase: decepcionada por la incapacidad del fas-
cismo —una vez “conquistado” el Estado— de revertir la cri-
sis económica y actuar una política autónoma con respecto a la
gran burguesía industrial y favorable a sus intereses, la pequeña
burguesía se aleja del gobierno y la base de masa del fascismo se
desmorona. Sobre todo en el campo, la política fiscal del Estado
(Gramsci, [1924] 1979a, p. 158), el apoyo a los latifundistas y
algunas concesiones a los campesinos producen la ruptura de
ese “bloque burgués agrario fascista” que había constituido los
cimientos del fascismo (Gramsci, [1926] 1979, p. 205).
Así, la asamblea aventiniana —de la cual el Partido Comunis-
ta de Italia (pcd’I) forma parte en un primer momento y es suce-
sivamente expulsado, al contrario de los partidos socialistas—
se convierte en el teatro de negociaciones alrededor de varios
proyectos orientados a “moderar” el fascismo sin renunciar a su
función represiva hacia la clase obrera (Gramsci, [1924] 1979a,
p. 161). Proyectos respaldados también por el aparato eclesial y
componentes importantes de la burguesía industrial, dispuestos
a avalar un retorno al parlamentarismo en clave autoritaria o
a endosar una especie de “fascismo sin Mussolini” (Gramsci,
[1924] 1979k, p. 172). Por cierto, estos diseños se veían favo-
recidos por una correlación de fuerzas que, como consecuencia
duradera del fracaso de las insurrecciones del bienio rojo, veía
a las masas volcadas hacia el apoyo a la oposición pero reacias a
desencadenar un conflicto abierto con el fascismo. De forma in-
versa a lo acontecido en ocasión de la marcha sobre Roma, don-
de el despliegue militar había sido la sanción coreográfica de
un movimiento molecular anterior, es decir el consenso hacia el
fascismo pactado entre la corona, el Vaticano y las demás fuer-
zas reales del Estado burgués, esta coyuntura sugiere a Gramsci

82
dario clemente

que el desenlace más probable de la secesión del Aventino sería


una resolución parlamentaria temporaria animada por las opo-
siciones liberales y conservadoras y una procrastinación de la
crisis política sin un desenlace armado inminente, hasta que “las
fuerzas reales del Estado” no tomasen partido e impusieran la
solución “ya delineada y concertada” (Gramsci, [1924] 1979a,
pp. 164-165).
Coherentemente, Gramsci termina denunciando el carácter
“semifascista” de la oposición aventiniana, el objetivo de mo-
deración del fascismo que persigue y la negativa a consolidar la
situación de doble poder que se había venido a crear (Gramsci,
[1924] 1979a, p. 160-161), una posición reflejada por la siguien-
te vuelta del pcd’i al recinto ya el 26 de noviembre de 1924, pri-
mero entre los partidos antifascistas, con el objetivo de retomar
el contraste al fascismo en el aula y la denuncia pública de los
crímenes del régimen.
De fondo, la creencia que, si bien la evolución inmediata de
la crisis solo puede producir un mejoramiento en la posición
política de la clase obrera, no su afirmación final (Gramsci,
[1924] 1979a, p. 165)

hay elementos que influyen en la situación de manera deci-


didamente contraria a cualquier plan de conservación del
régimen burgués y del orden capitalista. […] Existe una
situación tal que, mientras los centros políticos de la bur-
guesía no logran realizar sus maniobras de salvamento, se
hace cada vez más posible la intervención de las fuerzas de
la clase trabajadora, y el dilema fascismo-democracia tien-
de a convertirse en el otro: fascismo-insurrección proletaria
(Gramsci, [1924] 1979k, p. 174).

La “autonomización” del fascismo, 1925-1926

En la base de todo está el problema mismo del fascismo, movi-


miento que la burguesía consideraba que debía ser un simple “ins-
trumento” de reacción en sus manos y, por el contrario, una vez

83
g r a m s c i y e l fa s c i s m o

evocado y desencadenado, es peor que el diablo, y no se deja ya


dominar, sino que sigue adelante por su propia cuenta. (Gramsci,
[1924] 1979k, p. 173).

Como hemos visto, a finales de 1924, Gramsci percibe que


la coalición antifascista del Aventino, necesaria en su momen-
to, había agotado su rol histórico. En este sentido, el entonces
secretario del pcd’i, considera el discurso que Mussolini pro-
nuncia a la cámara de diputados el 3 de enero de 1925, en el
cual reivindica políticamente el asesinato de Matteotti, el cierre
de una fase y el inicio de un proceso de autonomización del
fascismo (Gramsci, [1924] 1979k, p. 172)6. Esto es así porque
se produce un “salto en adelante” en la dinámica política por
medio del cual el fascismo logra reunificar las varias fracciones
burguesas —atraídas, en la fase anterior, por la emergencia de
la oposición aventiniana “antifascista”— atrás de su mando y
emprender ese viraje autoritario que llevará a sancionar las le-
yes “fascistísimas”7. Avanza así también la conquista del Estado,
es decir el proceso de reemplazo de la alta burocracia estatal
por parte de cuadros fascistas, ejemplificado por el proyecto
de ley contra la masonería, considerada por Gramsci, dadas las
características peculiares de la unificación italiana, el partido
tradicional de la burguesía capitalista liberal (Gramsci, [1925]

6
La intervención del “Duce del fascismo” parece desactivar exitosamente esa
“oposición moral” —más eficaz que cualquier oposición política— que se había
acrecentado en el país a raíz del asesinato de Matteotti. Sin embargo, “No volver
a mencionar el asunto, no significaría en absoluto que treinta y nueve millones de
italianos se olviden de él”. El proceso Matteotti se mantendrá como “una herida
en el flanco del régimen”, y Gramsci traza un posible paralelo, con las debidas
diferencias, con el caso Dreyfus en Francia y sus consecuencias para la sociedad y
el Estado (Gramsci, [1924] 1979k, p. 173).
7
A lo largo de 1926, se aprobaron en rápida sucesión la destitución de los par-
lamentarios “aventinianos”, la reintroducción de la pena de muerte, prisión y
tribunal especial para crímenes políticos, la abolición del derecho de huelga y
reunión, la abolición de los partidos políticos y de los sindicatos excepto el Par-
tido Nacional Fascista y las “corporaciones” fascistas, la abolición de la prensa
antifascista, la institución de “podestá” en lugar de los alcaldes electos.

84
dario clemente

1979d, p. 183). De esta forma, el fascismo logra salir de la en-


crucijada por medio de una nueva ruptura violenta, de carácter
político, legal, social y represivo, adelantándose a los tiempos de
la concertación entre las fuerzas reales del Estado y consiguien-
do que estas oscilen nuevamente hacia su lado y sancionen la
defunción del Aventino.
No obstante, Gramsci considera que la crisis del fascismo
se encuentra lejos de ser resuelta. Por el contrario, el pensador
sardo disecciona la multiplicidad de crisis concatenadas que el
nuevo momento del fascismo materializa, y a las cuales, en el
marco de un continuado estancamiento económico, el régimen
tendrá dificultad a encontrar una solución coherente. La con-
quista del Estado por parte del fascismo no ha producido una
mejora de la situación de los campesinos pobres del sur; al re-
vés, ha aumentado la pobreza al frenar la emigración y la llegada
de remesas del exterior (Gramsci, [1925] 1979d, p. 189-191).
Al mismo tiempo, sigue el proceso de disgregación del “bloque
burgués agrario fascista” y separación del movimiento fascista
de la pequeña burguesía, aplastada por las políticas favorables
a la gran industria y al capital financiero, en el norte, y a los la-
tifundistas, en el sur (Gramsci, [1926] 1979l, p. 205). Después
de la crisis Matteotti, se intensifica también la pugna interna al
fascismo entre sus varias corrientes y según clivajes diferentes:
fascismo rural vs. fascismo urbano, escuadrismo vs. Partido Na-
cional Fascista, “mussolinismo” vs. fascismo, etc., al punto que,
en febrero de 1925, Gramsci prevé la conformación por parte
de Mussolini de un partido conservador que, liquidada la franja
violenta del fascismo, gobierne con el apoyo de la Confedera-
ción General de la Industria:

[e]n conclusión, podemos decir que este último periodo ha


tenido el valor de conducir a una mayor clarificación de
la situación y de las posiciones políticas: hoy nos hallamos
frente a la formación del partido conservador que permitirá
a Mussolini permanecer en el poder, a la formación de un
centro liberal-constitucional que agrupa a todas las fuerzas

85
g r a m s c i y e l fa s c i s m o

constitucionales de la oposición, a una izquierda represen-


tada por nuestro partido. Todos los demás grupos pierden
de día en día toda importancia; van desapareciendo y están
destinados a desaparecer (Gramsci, [1925] 1979m, p. 177).

La intensidad de estas contradicciones, que habrían podido


conducir a un nuevo “periodo Matteotti”, hace inclinar Gramsci
hacia una interpretación optimista del momento y de las pers-
pectivas del proletariado (Gramsci, 1925), cuya orientación re-
volucionaria se habría fortalecido, si bien de forma molecular,
con la descomposición de la oposición aventiniana, devolviendo
actualidad a la consigna de los comités obreros y campesinos y
a la línea del frente único (Gramsci, [1925] 1979m, pp. 176 y
178). Esta posición redunda en interpretaciones originales de al-
gunos fenómenos centrales del régimen fascista y en sugerencias
tácticas y estratégicas parcialmente en contracorriente dentro
del debate comunista contemporáneo. En particular, se puede
registrar su posición con respecto a la actitud que los comunis-
tas deben adoptar hacia los sindicatos y corporaciones fascistas.
Gramsci registra la nueva legislación antisindical del fascismo
—el sindicato único y la prohibición de huelgas— como un
paso ulterior hacia el totalitarismo (Garzarelli, 2007, p. 1089),
pero también como la sanción definitiva de la función pública
de los sindicatos y la ratificación de la fábrica como terreno de
batalla ineludible. Hacia fines de 1926 observa:
[e]n cuanto al proletariado, la actividad disgregadora de
su fuerza encuentra un límite en la resistencia activa de la
vanguardia revolucionaria y en una resistencia pasiva de la
gran masa, que se mantiene fundamentalmente clasista y
da señales de ponerse en movimiento apenas disminuye la
presión física del fascismo y se hacen más fuertes los estí-
mulos de los intereses de clase. La tentativa de los sindica-
tos fascistas de dividirla se puede considerar fracasada. Los
sindicatos fascistas, cambiando su programa, se convierten
ahora en instrumento directo de la opresión reaccionaria
al servicio del Estado. […] La nueva política sindical priva
a la Confederación del Trabajo y a los sindicatos de clase

86
dario clemente

de la posibilidad de celebrar acuerdos para excluirla del


contacto con las masas que se habían organizado en torno
a ella. La prensa proletaria se ha visto suprimida; el parti-
do de clase del proletariado, reducido a la vida plenamente
ilegal. La violencia física y la persecución de la policía se
emplean sistemáticamente, sobre todo en el campo, para
infundir terror y mantener una situación de estado de sitio
(Gramsci, [1926] 1981b.2, p. 238).

Sin embargo, Gramsci considera que

[e]s necesario fijar un punto especial para la acción sindical, en


el sentido de la posición actualmente ocupada por nosotros en
los sindicatos de clase, como así también en el sentido de una
actividad sindical real a desarrollar y en el de nuestra posición
hacia las corporaciones (Gramsci, [1926] 1979l, p. 207).

Por demás, esta posición con respecto a la lucha sindical no


se desvía de sus recomendaciones anteriores a las “leyes fascis-
tísimas”, frente a la inactividad de la Confederación General
del Trabajo conducida por los reformistas y a la perspectiva de
condenar el proletariado a esa impotencia revolucionaria típica
del bienio 1919-1920:

[e]l partido tiene que realizar un gran trabajo en el campo


sindical. Sin grandes organizaciones sindicales, no se sale de
la democracia parlamentaria. Los reformistas pueden querer
sindicatos pequeños, pueden tratar de formar solamente cor-
poraciones de obreros calificados. Nosotros los comunistas
queremos lo contrario que los reformistas y debemos luchar
para reorganizar a las grandes masas. Claro que es necesario
plantear el problema concretamente y no solo como forma.
Las masas han abandonado el sindicato, porque la Confede-
ración General del Trabajo, que sin embargo tiene una gran
eficacia política (es nada menos que el partido unitario), no se
preocupa por los intereses vitales de las masas. Nosotros no
podemos proponernos crear un nuevo organismo que tenga
como objetivo suplir la ausencia de la confederación; pero sí
podemos y debemos plantearnos el problema de desarrollar,
a través de las células de las fábricas y de los pueblos, una

87
g r a m s c i y e l fa s c i s m o

verdadera actividad. […] Nuestras células deben impulsar


a las comisiones internas a incorporar en su funcionamien-
to todas las actividades proletarias. Por lo tanto, es preciso
provocar un amplio movimiento de las fábricas que pueda
desarrollarse hasta dar lugar a una organización de comités
proletarios de ciudad elegidos por las masas directamente,
los cuales, en la crisis social que se perfila, se convertirán en
representantes de los intereses generales de todo el pueblo
trabajador. […] Quien se mantiene lejos de los sindicatos es
hoy un aliado de los reformistas, no un militante revolucio-
nario: podrá hacer fraseología anarcoide, pero no cambiará
en nada las férreas condiciones en que se desarrolla la lucha
real (Gramsci, [1924] 1979a, p. 166).

Esta consideración —no acaso contenida en el texto llamado


“La crisis italiana”, situación que, a pesar de la autonomización
del fascismo, queda en 1926 todavía ampliamente irresuelta—
no solo adelanta el articulado análisis sobre el corporativismo8
y su significación trascendental, de transformación radical de
la sociedad y de su gobierno, que Gramsci desarrollará en los
Cuadernos (Gagliardi, 2010; Frosini, 2016). Sino también nos
devuelve la urgencia que para Gramsci sigue teniendo, en una
coyuntura tan dramática, la construcción política del frente úni-
co obrero campesino. En efecto, agotada la función política de
la oposición antifascista parlamentaria del Aventino, a la cual el
Partido Comunista había participado para no perder el contac-
to con las masas y romper el monopolio reformista de la opinión
pública (Gramsci, [1924] 1979a, p. 161), los comunistas tienen
que volver a orientar todos sus esfuerzos hacia la conquista de la
mayoría del proletariado a la revolución, en la sociedad entera:

8
No tiene que confundirse el corporativismo fascista —el modelo autoritario de
“economía programática” y planificada erguido alrededor de las corporaciones
fascistas, sindicatos paraestatales organizados por ramas de producción— y su
aspiración hegemónica con el “momento económico corporativo” mencionado
en otros capítulos de este libro (ver L’Huillier y Ouviña, en este mismo volumen)
como nivel anterior al momento “ético-político” y a la conquista de una “voca-
ción de dirección hegemónica sobre el conjunto de grupos o clases subalternas”.

88
dario clemente

[e]l Partido comunista tiene que intervenir en todos los


campos que se abran a su actividad, aprovechar de todos los
movimientos, los contrastes, de todas las luchas, incluso de
carácter parcial y limitado, para movilizar las masas proleta-
rias y llevar a un terreno clasista la resistencia y la oposición
de la población trabajadora italiana al fascismo. El Partido
comunista debe combatir sistemáticamente y desenmasca-
rar esos grupos y partidos políticos que son vehículo de la
influencia sobre el proletariado de otras clases y categorías
sociales no revolucionarias. Tiene que trabajar para sustraer
a la influencia de ellas incluso los estratos más atrasados de
la clase obrera y hacer surgir desde abajo un frente único
de fuerzas clasistas. Este frente único debe tener una forma
organizada y esa forma se da a través de los comités obreros
y campesinos. Todos los intentos de constitución de orga-
nismos representativos de masa deben ser favorecidos y de-
sarrollados con tenacidad y constancia, como estímulo a la
realización práctica del frente único de los comités obreros y
campesinos. (Gramsci, 1925, pp. 87-88. Traducción propia).

Este escenario de crisis generalizada no hará más que profun-


dizarse después de la crisis global del capitalismo comenzada en
1929. Sin embargo Gramsci, ya encarcelado, disentirá entonces de
la línea predominante en la Internacional Comunista, la cual ase-
gura que los fascismos nacionales están destinados a colapsar bajo
el peso de la crisis económica (Del Roio, 2019)9. Como veremos,
para ese momento Gramsci considera ya el fascismo como un pro-
ceso que puede aspirar a construir una hegemonía duradera.

9
Nos referimos al debate que se da en la Internacional Comunista alrededor de
esta coyuntura entre posiciones “estabilizacionistas” y “catastrofistas”. El diag-
nóstico discordante de Gramsci se funda, también, en una divergencia con la
línea política a ser adoptada. Mientras que en el período 1928-1930 la Internacio-
nal Comunista vira hacia la táctica de “clase contra clase”, Gramsci se mantiene
fiel a la línea del frente único (Portantiero, 1981, p. 96). Para una reconstrucción
del adviento de la Tercera Internacional, ver Rodríguez en este mismo volumen.
Para un análisis de la crítica de Gramsci al determinismo mecánico o catastrofista,
ver L’Huillier y Ouviña en este mismo volumen.

89
g r a m s c i y e l fa s c i s m o

El fascismo como revolución pasiva

El 8 de noviembre de 1926 Gramsci es detenido por el fas-


cismo, en violación de la inmunidad parlamentaria de la cual
gozaba. El día siguiente se declara la destitución de todos los
parlamentarios “aventinianos”; ya habían sido abolidos los par-
tidos políticos, excepto el Partido Nacional Fascista. En ese
momento, y hasta 1927, Gramsci sigue ejerciendo como secre-
tario del partido comunista, cuya estructura había entrado en la
clandestinidad ya hace tiempo. En los años siguientes, Mussoli-
ni remplazará oficialmente el gobierno con el Gran Consejo del
Fascismo y el parlamento con la Camera dei Fasci e delle Corpo-
razioni (1939), mientras que las elecciones de 1929 y 1934, las
últimas celebradas, serán convertidas en plebiscitos alrededor
de un listado de cuatrocientos candidatos fascistas. A partir de
1929, Gramsci recibe el permiso de escribir en el encierro, y es
justamente en sus Cuadernos de la cárcel donde se puede encon-
trar el análisis más maduro de Gramsci sobre el fascismo. Al
mismo tiempo, la nueva, trágica, condición del líder comunista
—que él mismo consideraba temporaria (Portantiero, 1981, p.
111)— no le impide seguir pensando una estrategia y una tácti-
ca para el Partido Comunista y el proletariado italiano, al punto
que Gramsci considerará la reflexión carcelaria como una tarea
“directamente política” (Portantiero, 1981, p. 42).
Lo que Portantiero caracteriza como el momento de la “re-
flexión desde la derrota” en la trayectoria gramsciana (Portan-
tiero, 1981, p. 73), coincide con un nuevo giro autoritario del
fascismo, que Gramsci registra como una fase de consolidación
del mismo y de transformación radical de su naturaleza, a la vez.
El fascismo deja de ser simplemente una respuesta inmediata y
violenta a la crisis de dominación burguesa en la primera pos-
guerra, una solución eficaz, pero irremediablemente destinada
a reproducir la crisis a mayor escala, y empieza así a manifestar-
se como proceso que puede aspirar a construir una hegemonía
duradera (Gramsci, 1981a, Q8 y Q10). Aquí la elaboración del

90
dario clemente

concepto de “revolución pasiva” es central, y permite a Gramsci


negarle al fascismo la naturaleza de “revolución competidora”
con la opción socialista (Roberts, 2011) y afirmar su carácter de
“revolución sin revolución”, “revolución restauradora”, “con-
trarrevolución” o bien revolución pasiva. En efecto, por medio
de la introducción de este término, Gramsci busca dar cuenta
de la función hegemónica del fascismo, que parece conseguir
ahora una reunificación de la burguesía italiana y, al mismo
tiempo, una inclusión subordinada de las masas al Estado. Sin
embargo, a diferencia de lo acontecido en otros procesos his-
tóricos también considerados por Gramsci como revoluciones
pasivas —en particular, la unificación nacional italiana y el pro-
ceso del Risorgimento— este nuevo movimiento de moderni-
zación de la sociedad italiana se sitúa a la altura de los desafíos
propios de la nueva sociedad de masa que se ha consolidado ya
por entonces en Europa occidental. En este sentido, en cuanto
revolución pasiva, el fascismo empieza entonces a ser pensado
por Gramsci como un modelo arquetípico de reconstrucción
de la dominación burguesa en la Europa de entreguerras, de
absorción del empuje democrático del pueblo y su simultánea
neutralización por medio de la organización totalitaria de esa
misma sociedad de masa (Frosini, 2017). Esto es así porque el
complejo entramado de instituciones que el fascismo constru-
ye10, tiene la función, una vez aceptada la irreversibilidad de
la sociedad de masa y la llegada del protagonismo popular, de
contener y organizar a la sociedad entera detrás del proyecto de
revolución restauradora del fascismo.
En particular, Gramsci considera el corporativismo el eje
central de este proyecto, en tanto proceso destinado a “ha-
cer historia” más allá del régimen (Frosini, 2016; Gagliardi,

10
El esfuerzo de “fascistización” de los italianos y las italianas es llevado adelante
por la dictadura fascista por medio de la creación de un sinnúmero de institucio-
nes sociales, culturales y sindicales que encuadran la población desde la infancia
y juventud (Opera nazionale balilla) hasta la vejez.

91
g r a m s c i y e l fa s c i s m o

2010)11. La intención de reorganizar el trabajo y la producción


estructurándolos alrededor de los sindicatos fascistas había na-
cido originariamente de la necesidad de contener la insubordi-
nación obrera desatada durante el bienio rojo. Sin embargo, la
elevación de este modelo a política estatal del régimen señala
para Gramsci la voluntad de introducir forzosamente los mé-
todos fordistas en la periferia europea. Empero, alejándose de
la crítica dominante dentro del movimiento comunista acerca
de la distancia entre las promesas del corporativismo y la reali-
dad (Gagliardi, 2010), Gramsci registra la posibilidad que este
proceso de modernización industrial y disciplinamiento de la
fuerza de trabajo adelante algunos elementos de planificación y
socialización de la producción, aunque dejando la propiedad de
los medios firmemente en manos privadas (Q1 §135. Gramsci,
1981a). Este desenlace constituiría, por un lado, la concretiza-
ción de las exigencias de reorganización industrial que el movi-
miento obrero venía reclamando desde antes del bienio rojo, y,
por el otro, la oportunidad para el proletariado revolucionario
de hacerse con este nuevo, mejorado, mecanismo de produc-
ción y ponerlo al servicio del pueblo italiano y sus necesidades.
Al mismo tiempo, y partiendo de un diagnóstico por el cual
la masa “se mantenía fundamentalmente clasista”, la eventual
consolidación de las corporaciones no cerraba las puertas a la
estrategia de agitación en las fábricas que Gramsci pregonaba,
ya que el fascismo no podía aspirar a eliminar la conflictividad
obrera, sino solamente a desplazarla temporalmente. Es más, en
una situación en la cual el fascismo “ocupa” todo el territorio
nacional (Vacca, 2012, p. 155), se hace más necesaria que nunca
una “estrategia de resignificación de las estructuras creadas por
el fascismo a partir de las dinámicas conflictivas que, inevita-
blemente, volverán a crearse dentro de ellas” (Frosini, 2017, p.

11
Para un análisis de la identidad entre el concepto de “revolución pasiva” y la
“guerra de movimientos”, así como de la relación de ambas con el fascismo y el
corporativismo, ver el capítulo de Agustín Artese en este mismo volumen.

92
dario clemente

313). La lucha contra el fascismo, la lucha por el socialismo, se


transfiere al campo de la sociedad civil.
Solo es posible ponderar la magnitud de esta indicación
gramsciana si consideramos que es elaborada desde la cárcel, y
en el momento más oscuro de la historia italiana, cuando todos
los caminos parecían cerrados al proletariado revolucionario. Su
ideación nos habla, por otro lado, del simultáneo desarrollo por
parte de Gramsci del concepto de “Estado integral”, gracias al
cual el Estado cesa de ser considerado meramente una entidad
represiva o una institución política. En el crepúsculo de la histo-
ria italiana, la “ampliación del Estado” gramsciana (Buci-Glucks-
mann, 1978; Thwaites Rey, 2010), y la consecuente individuación
de la sociedad civil como terreno de batalla clave para la realiza-
ción de la hegemonía, se demuestra entonces tanto hallazgo teó-
rico cuanto apremiante necesidad táctico-estratégica. Si, por un
lado, permite enfocar la trágica transformación del fascismo en
orden totalitario y revolución pasiva, por el otro habilita posibles
nuevas estrategias para el proletariado, nuevas tareas que tengan
en cuenta el funcionamiento de la sociedad civil.
Por cierto, este análisis y línea de intervención se asientan en
Gramsci en una serie de contradicciones que él mismo observa
en la relación entre el régimen y las masas, y por ende en la posi-
bilidad que el fascismo consolide una hegemonía duradera. Por
un lado, la oposición popular al régimen parece demasiado pro-
funda para ser realmente superada, y no sólo por la hostilidad
siempre latente del proletariado urbano, sino también por los
conflictos que la política agraria del fascismo reproduce conti-
nuamente en el campo, dos líneas de fractura que alimentan a su
vez desacuerdos internos dentro del propio movimiento fascista
(De Felice, 1977, p. 186). Y esto a pesar de las múltiples inicia-
tivas del régimen para revertir la situación, desde la extensión
de la frontera agrícola por medio de la eliminación de pantanos
hasta el corporativismo. Se trata de límites internos y externos
al proyecto del fascismo, que proyectan diversas líneas poten-
ciales de ruptura revolucionaria. En este sentido, el fascismo,

93
g r a m s c i y e l fa s c i s m o

para Gramsci, es una fuerza eminentemente reaccionaria en su


relación con las masas: no pretende resolver la separación que
estas mantienen con los dirigentes, ya que la “fascistización” del
pueblo implica un reconocimiento de la centralidad política del
mismo en el nuevo régimen al precio de negar sus demandas
democráticas y radicales. Así, el fascismo constituye un movi-
miento nuevo en la historia de Italia, ya que produce una inédi-
ta representación del pueblo que se traduce, al mismo tiempo,
en su profunda esterilización política. Por demás, se trata de
la dinámica propia de la revolución pasiva, la cual implica una
incesante reproducción de la contradicción entre la representa-
ción de las masas, su movilización controlada y la represión de
su iniciativa política autónoma12.
Conceptualmente, el esfuerzo intelectual antifascista
gramsciano empieza a valerse en esta fase de nuevas podero-
sas categorías como las de “moderno Príncipe” y de “mito”13.
En efecto, a la par de su negativa a concederle al fascismo un
carácter revolucionario, Gramsci rechaza la asociación entre
el Estado fascista y el príncipe de Maquiavelo, operación lle-
vada adelante por el mismo Mussolini (Mussolini, 1924). Para
Gramsci, el Príncipe moderno no debe ser simplemente un
“nuevo” Príncipe (Frosini, 2013, p. 551), sino un actor colecti-
vo revolucionario, adecuado para la política de masas moderna
y el desafío que el fascismo presenta. A la vez, esta definición se
acompaña al tratamiento gramsciano del concepto de “mito”
de Sorel (Badaloni, 1975), tanto que el pensador sardo llega a
considerar al Príncipe maquiavélico como una “ejemplificación
histórica del ‘mito soreliano’” (Q8, §21. Gramsci, 1981a) y las
dos categorías, Príncipe y mito, casi acaban fusionándose en sus

12
Para una interpretación acerca de la revolución pasiva como mecanismo de
recomposición de la dominación burguesa y de absorción constante del desafío
obrero inherente al Estado capitalista, ver Artese en este mismo volumen.
13
Para una reconstrucción de la relación entre Gramsci, Marx, Maquiavelo y la
fundación de una “nueva ciencia de la política”, ver L’Huillier y Ouviña en este
mismo volumen.

94
dario clemente

escritos en el “mito-Príncipe”(§21) o “Principe-mito”(Frosini,


2013, p. 547):
[r]ealmente el moderno Príncipe debería limitarse a estos
dos puntos fundamentales: formación de una voluntad co-
lectiva nacional popular de la que el moderno Príncipe es
precisamente la expresión activa y operante, y reforma inte-
lectual y moral. Los puntos concretos del programa de ac-
ción deben ser incorporados en el primer punto, o sea que
deben desprenderse “dramáticamente” del discurso, no ser
una fría exposición de raciocinios. (¿Puede haber reforma
cultural, o sea elevación cultural de los elementos deprimi-
dos de la sociedad, sin una previa reforma económica y un
cambio en el nivel económico de vida? Por eso la reforma
intelectual y moral está siempre vinculada a un programa
de reforma económica, es más, el programa de reforma eco-
nómica es el modo concreto como se presenta toda reforma
intelectual y moral (Q8 §21. Gramsci, 1981a, p. 228).

Pero el fascismo es para Gramsci una revolución pasiva, y


por tanto no puede constituirse en el Príncipe moderno, por-
tador de una verdadera reforma cultural y moral. Más bien, se
trata de un intento hegemónico construido, por un lado, sobre
la represión de las masas y esa derrota histórica del movimiento
obrero que fue el bienio rojo y, por el otro, sobre un proceso
centralizado de modernización del capitalismo italiano sin re-
distribución de sus frutos. En esta óptica, la opción socialista
revolucionaria —la construcción de una hegemonía proletaria
liderada por los obreros en alianza con los campesinos, o el
frente único— sigue siendo la única capaz de llevar a cabo una
reforma cultural y moral, y construir, primero, y representar,
luego, una voluntad colectiva nacional-popular. Dicho de otra
forma, más allá de la relación, exterior e interior, que el régimen
fascista había sabido construir con las masas, el mismo no ha-
bía podido constituir el “pueblo-nación” italiano, esa fórmula
que en los escritos de Gramsci pasa a significar crecientemente
la necesidad de una construcción hegemónica que unifique el

95
g r a m s c i y e l fa s c i s m o

proletariado —única clase “esencialmente nacional” (Gramsci,


[1926] 1981b.1, p. 326)— y lo transforme en nueva clase di-
rigente. En este sentido, la inclusión inédita pero parcial del
pueblo en el Estado italiano, el reconocimiento de algunas de
sus instancias —el “espíritu democrático” del fascismo (Frosini,
2017)— no alcanzaba para contener y a la vez detener el “es-
píritu constituyente” radical popular, ese conjunto de “dispa-
res demandas seculares del pueblo italiano, todas sin embargo
convergentes en la necesidad de una democracia real” (Frosini,
2013, p. 588. Traducción propia).
Aún consolidado como revolución pasiva, el fascismo no es,
entonces, el fin de la historia, el fin de la política. Al revés, el
fascismo tiende a reproducir a mayor escala las tensiones desa-
tadas por la crisis del sistema italiano de posguerra. Sus intentos
de “entrar en la sociedad” y organizarla, reabren espacios de
resistencia e iniciativa dentro de sus propias estructuras y or-
ganizaciones (Togliatti, 2010, p. 35). Así, la desconexión que
Gramsci registra entre el régimen y el “pueblo-nación” italia-
no que todavía debe ser constituido, lejos de ser un punto de
llegada, es entonces el punto de partida para el desarrollo de
una nueva estrategia para el proletariado italiano bajo el yugo
mussoliniano. La coyuntura exige una ineludible convergencia
de la lucha antifascista y la lucha revolucionaria, unificando los
intereses inmediatos y a largo plazo de las “clases subalternas
e instrumentales”, es decir el “pueblo” gramsciano (Durante,
2004, p. 152). Solo un mito y un moderno Príncipe aptos a las
formas modernas de la política en la sociedad de masas pueden
aspirar a tanto, por lo cual:

[e]l moderno Príncipe, el mito-Príncipe no puede ser una


persona real, un individuo concreto; puede ser solo un or-
ganismo, un elemento social en el cual ya tenga inicio el
concretarse de una voluntad colectiva reconocida y afirma-
da parcialmente en la acción. Este organismo ha sido ya
dado por el desarrollo histórico y es el partido político, la
forma moderna en que se resumen las voluntades colectivas

96
dario clemente

parciales que tienden a convertirse en universales y totales


(Q8 §21. Gramsci, 1981a, p. 226).

La referencia, como ha sido señalado ampliamente (Fontana,


1993; Vacca, 1977, p. 456), es principalmente al Partido Comu-
nista14, el organismo que, aunando espontaneidad y dirección
consciente (Q3 § 48. Gramsci, 1981a), adhesión “religiosa” y
desapego crítico (Frosini, 2013, p. 584), debe convertirse en por-
tador de una nueva cultura (Q6 §136. Gramsci, 1981a) y, cual
Príncipe moderno, propiciar la revolución socialista como paso
hacia la creación de una nueva civilización (Q8 §21. Gramsci,
1981a) y acontecimiento inscrito en el desarrollo propio de la
historia del pueblo-nación italiano (Portantiero, 1981, p. 78).

***

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14
Para la necesidad de explorar la “expansión” del concepto de partido político
en Gramsci más allá de la forma “clásica” de institución o aparato burocrático,
ver L’Huillier y Ouviña en este mismo volumen.

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99
Hernán Ouviña
Estrategia revolucionaria y traducción del marxismo
en el Gramsci dirigente político (1921-1926)

Según cómo sea el modelo de la sociedad que se quiera cons-


truir será la organización que se propone como instrumento para
la revolución. Construir una fuerza socialista supone, pues, tener
una imagen de la sociedad futura. Pero también tener en cuenta
otra circunstancia: los condicionamientos histórico-sociales y el
contexto nacional en los que esa tarea se plantea”

Editorial de la revista Pasado y Presente, abril de 1973.

Sin lugar a dudas, 1921 es un año bisagra en la vida del joven


Gramsci: simboliza el final de una etapa de ascenso de masas
(condensada en Italia en el famoso “bienio rojo”) y el comien-
zo de un período de reflujo político, no solamente en el plano
nacional, sino también a escala europea. Enero será el mes en
el que, además, se cree el Partido Comunista de Italia (PCd’i),
como producto de la confluencia de sectores con perspectivas
crecientemente antagónicas al interior del Partido Socialista Ita-
liano: los llamados “maximalistas”.
De ahí que nos propongamos analizar los primeros pasos
de esta organización de nuevo tipo, tanto en territorio italiano
como en el marco de la Internacional Comunista fundada en
1919, intentando dar cuenta de los debates teóricos y las pro-
puestas prácticas que formula Gramsci en contraposición a los

101
e s t r at e g i a r e v o l u c i o n a r i a y t r a d u c c i ó n d e l m a r x i s m o . . .

planteos de Amadeo Bordiga (de 1921 a 1924, líder indiscutido


del pcd’i), a los efectos de dotar de encarnadura real a lo que,
poco a poco, va a ir considerando un viraje organizativo y estra-
tégico de cara al momento de creciente reflujo, pero sobre todo
en función de una caracterización distinta de la manera de cons-
trucción política que debía darse el partido —y en sentido más
general las propias clases subalternas— en un país diferente a la
Rusia zarista como era Italia.
Una de las hipótesis que subyace a nuestro análisis es que
Gramsci toma progresivamente distancia de la caracterización
“instrumental” que tiene Bordiga de la organización partida-
ria (asimilable, por cierto, a la que formuló Lenin en su ¿Qué
hacer?), acercándose a una propuesta de nuevo tipo, enmarcada
en un plano más general dentro de una concepción del marxis-
mo no esquemática y de carácter situado, que requiere sí o sí
un ejercicio activo de traducibilidad, tal como tiempo más tarde
plantee en sus notas carcelarias de manera más sistemática.

Entre el reflujo revolucionario y la escisión de Livorno: el


surgimiento del pcd’i a la sombra del bordiguismo

Producto del profundo descalabro sufrido en el marco del


“bienio rojo”, el joven Gramsci llega a manifestar que “los ras-
gos característicos la revolución proletaria no pueden encon-
trarse más que en el partido de la clase obrera, en el Partido Co-
munista” (Gramsci, 1998f, p. 107). Poco a poco irá corriendo
el eje organizativo desde los Consejos de fábrica hacia el partido
como instancia de unificación nacional. No obstante, como ad-
vierte Juan Carlos Portantiero, este cambio de acento no supo-
ne un abandono de la temática ordinovista sino, en todo caso,
“su redimensionamiento en el interior de un modelo más equi-
librado de acción revolucionario” (Portantiero, 1983, p. 93).
Así, en su folleto “Por una renovación del Partido Socialista”,
redactado en junio de 1920 y aprobado por unanimidad por la

102
hernán ouviña

Sección Socialista de Turín, Gramsci explicita tempranamente


en el propio título la necesidad acuciante de refundar la orga-
nización sobre nuevas bases, de manera tal que dejara de asistir
como espectadora al desarrollo de los acontecimientos vividos
en el norte industrial de Italia. Para ello, la expulsión del sector
reformista liderado por Filippo Turati era uno de los requisitos
ineludibles.
Esta crítica al psi como partido meramente parlamentario y
sumido en el gradualismo socialdemócrata, producto de lo cual
se mantuvo dubitativa e inmovilista durante la toma de fábricas
y de tierras, no era algo exclusivo del grupo ligado al periódico
L’Ordine Nuovo. Existía además una corriente “maximalista” al
interior del partido, que había logrado tener incidencia nacional
(a diferencia del grupo de Gramsci, acotado a la ciudad de Tu-
rín) durante 1919 y 1920. El ingeniero napolitano Amadeo Bor-
diga era el principal referente de esta tendencia que hacía del
abstencionismo un principio doctrinario. Editor del periódico
Il Soviet, su planteo político abreva en la consigna del “todo o
nada”, en espera del “gran día” de la insurrección. Al decir de
Nelson Coutinho (1999), para Bordiga tendrían lugar al mismo
tiempo la primera victoria y la victoria final.
Durante la segunda mitad de 1920, el sector más crítico del psi,
defensor de la revolución rusa y del alineamiento con la flamante
Internacional Comunista fundada un año atrás (también conocida
como iii Internacional), realiza una serie de encuentros en diferen-
tes puntos de Italia para lograr aglutinar a la militancia maximalista
a nivel nacional, confluyendo en noviembre de ese año en la ciudad
de Imola todos los grupos, y dando origen así a una “fracción co-
munista” dentro del partido. En paralelo a este proceso, delegados
del psi asisten al ii Congreso de la iii Internacional, que se lleva a
cabo en el mes de julio en Moscú. Allí Lenin insiste en la necesidad
de romper con el ala reformista existente en el seno del partido,
aunque también criticará fuertemente el “izquierdismo” defendido
por Bordiga, quien además concebía al partido como una organiza-
ción de cuadros, conformada por “pocos, pero buenos”.

103
e s t r at e g i a r e v o l u c i o n a r i a y t r a d u c c i ó n d e l m a r x i s m o . . .

Como referente comunista, Bordiga seguía pensando en un


contexto de ofensiva insurreccional cuando, a partir de media-
dos de 1920, lo que se empieza a percibir es un considerable
reflujo. A contrapelo de esta esquemática caracterización, Le-
nin va a comenzar a postular en diversos escritos y documentos
políticos la necesidad de pasar de la toma del poder por asalto,
a una conquista del poder por asedio. Esta frase, que a veces se
le adjudica al propio Gramsci, es el líder bolchevique quien la
pronuncia en un contexto inmediatamente previo a 1921, año
en el cual Rusia se verá obligada a implementar la llamada Nue-
va Política Económica (nep), en paralelo al fracaso del último
intento insurreccional en Alemania. Como veremos más ade-
lante, a partir de este momento se torna necesario establecer
el porqué de los sucesivos fracasos en Europa occidental y la
relativa estabilización del capitalismo a escala mundial.
Por ello, en el ii Congreso de la Internacional Comunista,
Lenin expresó ante los presentes un apoyo rotundo al sector
liderado por el joven Gramsci:

Debemos sencillamente decir a los camaradas italianos que


es la tendencia de los miembros de L’Ordine Nuovo, y no la
mayoría actual de los dirigentes del Partido Socialista y de
su grupo parlamentario, la que corresponde a la tendencia
de la Internacional Comunista (Lenin, s/f, p. 2).

Esta afirmación causará un gran revuelo en la cúpula del psi,


a pesar de lo cual se mantendrán en el marco de la iii Interna-
cional. Cabe destacar que en aquel Congreso se votarán las fa-
mosas “veintiuna condiciones” que van a oficiar como paráme-
tro excluyente a la hora poder afiliarse a la nueva Internacional.
No casualmente una de ellas era la necesidad de expulsión del
bloque reformista.
Pero será sin duda la actitud ambigua y claudicante del psi
y de las centrales sindicales durante los procesos huelguísticos
y de protesta obrera en abril y septiembre de 1920 —que en su
momento más álgido involucraron tomas de numerosos estable-

104
hernán ouviña

cimientos y control de la producción por parte de decenas de


miles de trabajadores— la que selle definitivamente la ruptu-
ra entre el ala maximalista y el grupo parlamentario. El propio
Gramsci llegará a hablar de la “escisión de abril”, para referirse
al momento en donde, de hecho, se produce una fractura en las
filas del Partido, y en un plano más general en el seno del movi-
miento obrero organizado.
El 15 de enero de 1921, en la ciudad de Livorno se inaugura
el XVII Congreso del Partido Socialista Italiano, con una pre-
dominancia de los “comunistas unitarios” liderados por Giacin-
to Menotti Serrati. Si bien los delegados intransigentes —entre
los que se encontraban los representantes de L’Ordine Nuovo—
superan a los reformistas, el sector encabezado por Serrati se
niega a aceptar una de las veintiuna condiciones exigidas por la
Internacional Comunista en su Segundo Congreso: expulsar al
ala derechista (representada en este caso por Turatti). Mientras
los unitarios contaban con 98.028 votos, los comunistas maxi-
malistas detentaban 58.783 y los reformistas solo 14.695.
De esta forma, la mañana del 21 de enero tiene lugar la úl-
tima reunión del Congreso. Al grito de “¡Viva la Internacio-
nal!”, los delegados representantes del sector comunista dejan
el Teatro Goldoni donde se sesionaba, y constituyen a pocas
cuadras de allí (en el Teatro San Marco) el Partido Comunista,
sección italiana de la iii Internacional, con abrumadora mayo-
ría bordiguista en su cúpula dirigente. Solo dos integrantes del
grupo de L’Ordine Nuovo, Umberto Terracini y el propio An-
tonio Gramsci, forman parte del nuevo Comité Central. Como
reconocimiento de la labor teórico-política realizada en Turín,
L’Ordine Nuovo pasará a ser el diario oficial del pcd’i, quedan-
do para Gramsci el papel de director. No obstante, el grupo
bordiguista de Il Soviet le imprime un contenido catastrofista
a la estrategia de construcción política llevada a cabo en sus
inicios por esta organización, y eso se percibirá incluso en su
prensa cotidiana.

105
e s t r at e g i a r e v o l u c i o n a r i a y t r a d u c c i ó n d e l m a r x i s m o . . .

La contraofensiva fascista y el sectarismo bordiguista en los


orígenes del pcd’i

Los años 1921 y 1922 condensan un momento de aguda con-


frontación entre las fuerzas de ultraderecha, expresadas en el
movimiento fascista, y los sectores comunistas, socialistas y sin-
dicales. Grupos de “squadristas” deciden incendiar numerosos
locales en diferentes regiones de Italia y chocan en las calles con
obreros y militantes de izquierda. Como reacción a esta ofensiva
fascista, en Roma y otros lugares se constituyen los llamados
“Arditi del Popolo” (atrevidos del pueblo), un agrupamiento
político-militar unitario y espontáneo, donde confluyen militan-
tes socialistas, anarquistas, republicanos, comunistas, e incluso
del católico Partido Popular, que buscan enfrentar a través de
la acción directa a los llamados “camisas negras”. Con más de
un centenar de secciones, este movimiento antifascista logrará
agrupar a alrededor de veinte mil integrantes en toda Italia.
Sin embargo, el sectarismo y la incomprensión priman tanto
en la cúpula del psi como del pcd’i. En ambos casos, se critica
que este movimiento no se encuadre dentro de las estructuras
de sus respectivos partidos y tenga un claro posicionamiento
ideológico. Los dirigentes del psi, incluso, se terminarán mos-
trando contrarios a la necesidad de una autodefensa armada
(declarándose “extraños a la obra de los arditi del popolo”), abo-
gando en favor de la “resistencia pasiva” contra el fascismo1.
Gramsci será uno de los pocos que alerte en uno de sus artículos
periodísticos sobre este peligro, planteando lo siguiente:

1
Tal como recuerda Franco Livorsi, Filippo Turati, en una carta pública fechada
el 26 de abril de 1921, expresa lo siguiente: “no caigan en la provocación, no den
pretextos, no respondan a las injurias, sean buenos, sean santos. Lo fueron por
milenios, séanlo nuevamente. Toleren, compadezcan, perdonen también”. Y has-
ta el supuesto no reformista Secretario del psi, Bacci, durante su intervención en
el xviii Congreso del partido el 10 de octubre de 1921 manifestará que frente a la
violencia fascista “sugerimos la resistencia pasiva” (Livorsi, 1976, p. 199).

106
hernán ouviña

¿Son los comunistas contrarios al movimiento de los


Atrevidos del Pueblo? Al revés: ellos aspiran al armamento
del proletariado, a la creación de una fuerza armada
proletaria capaz de derrotar a la burguesía, dominar la or-
ganización y el desarrollo de las fuerzas productivas genera-
das por el capitalismo (Gramsci, 1966b, p. 542).

Pero su voz resulta ser una excepción en el marco de la ca-


racterización general que predomina en las filas de la izquierda,
que subestima al fascismo como movimiento reaccionario de
masas. Es así como los militantes socialistas desertan definiti-
vamente de este espacio amplio de confluencia de los sectores
antifascistas, y los comunistas buscarán fortalecer sus propios
órganos de autodefensa, debilitando a los “Arditi”. La direc-
ción del pcd’i leerá inclusive la ofensiva fascista como una crisis
final de la burguesía que, “herida de muerte”, intenta responder
de manera violenta y paramilitar a su decadente situación. Des-
de esta errónea óptica, Bordiga redactará un artículo en julio de
1921 bajo el sugestivo y trágico título de “El valor del aislamien-
to”, en donde argumenta en contra del “ridículo espantajo” de
un “golpe de Estado de derecha” que agitan “los demagogos de
todos los colores” (Balsamini, 2002, p. 155).
Esta irresponsable actitud traerá aparejado el casi total des-
membramiento de los Arditi, producto de la combinación de la
acelerada represión fascista y del sectarismo extremo de las fuer-
zas de izquierda2. La Internacional Comunista llegará a plantearle
por correspondencia al pcd’i su error al ensañarse y “examinar
con lente de aumento el movimiento para decidir si era suficien-

2
Décadas más tarde, será el propio Palmiro Togliatti quien reconozca esta actitud
sectaria del pcd’i: “La decisión de no participar en el movimiento de los ‘Arditi
del popolo’ que fue tomada en los primeros meses de 1921, cuando este movi-
miento apenas aparecía en la escena política, fue un serio error de esquematismo
sectario: los comunistas debían tener sus propias formaciones de resistencia y no
mezclarse con las otras, esto es, renunciar, de hecho, a ser fermento o guía de una
gran movimiento de masas. Muchos fueron contrarios a esta línea de conducta,
pero no lo dijeron” (Togliatti, 1984, p. 23).

107
e s t r at e g i a r e v o l u c i o n a r i a y t r a d u c c i ó n d e l m a r x i s m o . . .

temente marxista y en conformidad con el programa”, conclu-


yendo que “es más favorable cometer errores con las masas que
no hacerlos lejos de ellas, encerrados en el limitado círculo de
los dirigentes del partido, afirmando la castidad como principio”
(Spriano, 1967, p. 151). Pero esta lúcida advertencia no tendrá
mayor eco en las filas del partido, y la política bordiguista termi-
nará siendo el eje directriz a partir del cual concebir la construc-
ción del pcd’i en esta coyuntura tan delicada.

El debate al interior de la Internacional Comunista

Pero no será éste el único momento en el que el flamante


pcd’i evidencie su sectarismo político. Durante el ii Congreso
nacional realizado en Roma a principios de 1922, se boicotean
las tesis del “frente único” impulsadas por la Internacional Co-
munista. Vale la pena comentarlas brevemente, porque con el
transcurrir de los años Gramsci cifrará su reconquista de la di-
rección del pcd’i en la recuperación de esta interesante propues-
ta, e incluso cabe interpretar desde ella su estrategia carcelaria
de “guerra de posiciones”. Estas tesis serán discutidas y votadas
durante el III Congreso de la Internacional realizado entre junio
y julio de 1921 en Moscú. Allí se planteará la necesidad de re-
conocer una relativa estabilización del capitalismo a nivel mun-
dial, así como el hecho de que buena parte de los trabajadores
de Europa occidental no se hayan pasado en masa a las filas de
los nuevos partidos comunistas, ni hayan roto con los sindicatos
reformistas. Aparece entonces como desafío el preguntarse por
los límites de extrapolar, de manera mecánica a otras latitudes,
la estrategia política desplegada por los bolcheviques en Rusia.
Esbozada de manera precursora por dirigentes del Partido
Comunista Alemán como Paul Levi, y al poco tiempo asumida
por Lenin y otros referentes rusos (entre ellos Trotsky) como
posible salida frente a este impasse y a las tentativas “putschis-
tas”, el impulso de un frente único que permitiera avanzar en

108
hernán ouviña

acuerdos reivindicativos y políticos con fuerzas socialdemócra-


tas y sindicales, deviene un eje vertebrador con el objetivo de
evitar el avance de los sectores de ultraderecha, expresados por
ejemplo en el fascismo. Ante un panorama de mayor comple-
jidad que el previsto, se lanzarán una serie de consignas que
contengan “objetivos intermedios”, plausibles de ser levantadas
por las diversas fuerzas de izquierda más allá de sus diferencias,
siendo una de las principales la del “gobierno obrero-campe-
sino”. Como trasfondo de esta rectificación, subyace sin duda
una autocrítica, que se manifestará incluso en las propias tesis
del iii Congreso de la Internacional, en uno de cuyos párrafos
se advierte que “la revolución mundial no es un proceso que
avanza en línea recta”. Generar por tanto una política de alianza
de clases que permita persuadir y conquistar a la mayoría de los
sectores populares (tanto urbanos como rurales) es uno de los
propósitos principales de esta nueva etapa.
A contrapelo de esta iniciativa postulada por la Internacio-
nal Comunista, el pcd’i aprobará en su ii Congreso Nacional
las polémicas Tesis de Roma (denominadas así en alusión a la
ciudad sede del encuentro), en donde se caracteriza a la social-
democracia como el enemigo principal a combatir, y se rechaza
la necesidad de gestar un frente único, salvo al nivel de la base
sindical. Al margen de que Gramsci colabore en el Congreso
con un interesante documento de resolución para tal fin, donde
por ejemplo insiste en la reivindicación del control obrero de la
producción y reconoce lúcidamente la importancia de la organi-
zación de los sectores desocupados en el marco de los sindicatos
existentes (Gramsci, 1998a)3, lo cierto es que las Tesis de Roma

3
“La asistencia a los desocupados y la acción en defensa de los mismos —afirma
Gramsci en uno de los apartados de esta resolución— es estrictamente clasista,
porque tiende a impedir el aislamiento del obrero y del campesino, su alejamiento
de los compañeros que tienen la suerte de trabajar. He aquí las exigencias pre-
sentadas por los comunistas como esenciales para la acción sindical: mantener
la ligazón entre desocupados y quienes no lo son; buscar que en el terreno de la
oferta de la mano de obra no se libre sólo una serie de duelos ‘singulares’ entre el

109
e s t r at e g i a r e v o l u c i o n a r i a y t r a d u c c i ó n d e l m a r x i s m o . . .

evidencian el sectarismo encarnado en la figura de Bordiga, que


será acusado por el propio Lenin de imponer una errónea línea
“izquierdista” en un contexto defensivo en Italia. Es así como
dichas Tesis serán impugnadas por la iii Internacional, lo que
marcará un momento de extrema tensión entre ella y el pcd’i.
Sin embargo, en un principio Gramsci adherirá a las tesis sec-
tarias presentadas por Bordiga en el ii Congreso del pcd’i, con-
trarias a este cambio de perspectiva asumido por el Komintern.
Sin negar el profundo error que este hecho supuso en términos
de la lucha de clases en el conjunto de la sociedad italiana, de
todas maneras, creemos importante aclarar que el argumento
posterior de Gramsci para justificar su polémica posición, fue
que se trató más bien de una “concesión” táctica para garantizar
el mantenimiento de la unidad de la embrionaria organización,
e impedir consiguientemente una nueva crisis en su seno en un
contexto tan adverso. Lo cierto es que durante los dos primeros
años de funcionamiento del pcd’i, la línea defendida por su di-
rigencia fue la que concebía a la organización tal como la definió
tempranamente Bordiga: “el partido debe componerse sólo de
individuos preparados para afrontar las responsabilidades y los
peligros de la lucha en el período de la insurrección y en el de la
reorganización social” (Gramsci-Bordiga, 1975, p. 93).
El 26 de mayo de 1922 Gramsci parte junto con otros com-
pañeros de militancia hacia territorio ruso, enviado como repre-
sentante del pcd’i en el Comité Ejecutivo Ampliado de la Inter-
nacional Comunista. Durante su estancia conocerá a quien será
su esposa, la violinista Giulia Schucht. Este momento vivencial
de Gramsci en Rusia marcará a fuego su crecimiento político,
ya que Rusia es el lugar donde aprende y resignifica en profun-

individuo desesperado y el hambre, sino que el desocupado sienta que el órgano


tradicional de defensa de sus intereses, el sindicato, sigue siendo ‘suyo’. Si los
sindicatos obreros consiguen llevar su acción al terreno concreto de la defensa del
obrero desocupado, se mantendrán en pie; en caso contrario, caerán como frutos
podridos” (Gramsci, 1998a, p. 162-163).

110
hernán ouviña

didad lo mejor del leninismo, entendiéndolo no como un canon


doctrinario sino en los términos de un pensamiento y una ac-
ción ligados al “análisis concreto de una situación concreta”. Y,
sobre todo, 1922 es el año en el que se realiza allí el iv Congreso
de la Internacional, donde se debaten una serie de propuestas
que influyen muchísimo en Gramsci, entre las que se destacan
las tesis de la hegemonía del proletariado y las de la necesidad de
traducir la estrategia revolucionaria a las condiciones particula-
res de cada sociedad (Portantiero, 1983). Si en el primer caso se
plantea la capacidad de liderazgo y dirección política de la clase
obrera vis a vis el resto de los sectores subalternos (fundamen-
talmente, aunque no sólo, del campesinado), en el segundo se
impugna la aplicación mecánica de la estrategia desplegada por
los bolcheviques en Oriente, para el resto de Europa.
Al respecto, en el Informe pronunciado ante el iv Congre-
so de la Internacional Comunista el 13 de noviembre de 1922,
Lenin llegará a afirmar irónicamente que uno de los problemas
principales de aquella era el ser “rusa hasta la médula”, por lo
que más que de una mera “aplicación”, se requería de un deli-
cado ejercicio de complejización del corpus marxista, así como
de traducción y resignificación en función de las características
distintivas de cada formación social. A pesar de reconocer que
la resolución aprobada el año anterior resulta “magnífica”, la-
menta el que

se basa en las condiciones rusas. Este es su aspecto bueno,


pero también su punto flaco. Flaco porque estoy conven-
cido de que casi ningún extranjero podrá leerla […] No
porque esté escrita en ruso (ha sido magníficamente tradu-
cida a todos los idiomas), sino porque está sobresaturada
de espíritu ruso […] si, en caso excepcional, algún extran-
jero la llega a entender, no la podrá cumplir […] Por eso,
los extranjeros no pueden conformarse con colocarla en un
rincón como un icono y rezar ante ella […] lo más impor-
tante del período en que estamos entrando es estudiar. No-
sotros estudiamos en sentido general [es decir, abstracto].
En cambio, los estudios de ellos deben tener un carácter
especial para que lleguen a comprender realmente la orga-

111
e s t r at e g i a r e v o l u c i o n a r i a y t r a d u c c i ó n d e l m a r x i s m o . . .

nización, la estructura, el método y el contenido de la labor


revolucionaria (Lenin, 1987, p. 308-310)4.

Incluso algunos años antes de este replanteo estratégico, du-


rante los primeros meses de 1918, el dirigente bolchevique ha-
bía advertido sobre este peligro, expresando que

la revolución no llegará tan pronto como esperábamos. La


historia lo ha demostrado hay que saber aceptarlo como un
hecho, hay que aprender a tener presente que la revolución
socialista en los países avanzados no puede comenzar tan
fácilmente como ha ocurrido en Rusia, país de Nicolás y
de Rasputín, y en donde para gran parte de la población
era completamente indiferente saber qué clase de pueblos
viven en la periferia y qué es lo que allí ocurre. En un país
de esta naturaleza, comenzar la revolución era cosa fácil,
era como levantar una pluma. Pero en un país donde el
capitalismo se ha desarrollado y ha dado una cultura de-
mocrática y una organización que alcanzan hasta al último
hombre, comenzar la revolución sin la debida preparación
es un desacierto, es un absurdo (Lenin, 1943, p. 421).

Será este el puntapié inicial para que Gramsci problematice


la distinción entre Oriente y Occidente (donde la construcción
política involucra un despliegue mucho mayor de fuerzas y una
prolongada lucha de “trincheras”, que en su período carcelario
denominará “guerra de posiciones”). Encontrar ciertos equiva-
lentes en la experiencia rusa, aunque sin omitir especificidades y
rasgos de originalidad en la realidad italiana, tal es el desafío de
esta tarea de traducción que propone Lenin y recuperará crítica-

4
Curiosamente, al mencionar algunos de los países “extranjeros” a los que refiere
su reflexión autocrítica, Lenin alude solamente a Italia. Es probable que el líder
bolchevique haya tenido la oportunidad de conversar con Gramsci —conocedor
en profundidad del problema de la traducibilidad idiomática, pero en especial fi-
losófica y política— en territorio ruso, acerca de estos dilemas de la tensión-com-
plementariedad entre la tendencia hacia la universalización propia de toda teoría,
y lo situado y excepcional de los proyectos revolucionarios históricos desplegados
en cada realidad concreta.

112
hernán ouviña

mente Gramsci, en especial durante su período de encierro. Por


cierto, una “traslación” no en clave lingüística ni filológica, sino
a partir de la investigación militante y el estudio situado, mixtu-
rado con la recuperación y resignificación creativa de aquellos
aportes, para la elaboración de una estrategia revolucionaria
enraizada en —y gestada desde— la realidad que se pretende
transformar.
No obstante, por esta época restan todavía varios meses hasta
que Gramsci pueda realizar desde Viena “un golpe de timón”,
con el objetivo de reencauzar la praxis revolucionaria del pcd’i
e imprimirle una dinámica no sectaria ni abstracta. Es por ello
que, en consonancia con Michel Löwy (1979), creemos que el
retroceso de masas generalizado, la victoria de Mussolini y la ex-
pansión del estalinismo constituyen tres acontecimientos claves
para entender la metamorfosis de las ideas políticas de Gramsci,
en especial durante su período posterior al “bienio rojo”. Pre-
cisamente al desarrollo de algunos de sus principales aportes
teóricos nos abocaremos en los próximos apartados.

De la formación de un nuevo grupo dirigente en el seno del pcd’i a


la “traducción” del marxismo en función de la especificidad italiana

Analizar los últimos años de militancia y producción teórica


de Antonio Gramsci previos a su encarcelamiento, implica re-
construir el debate generado alrededor del problema de la or-
ganización política y la estrategia revolucionaria concreta que
deben darse las clases populares en su andar colectivo. Para
ello, en primer lugar, intentaremos dar cuenta de la polémica
que desarrolla al interior del Partido Comunista Italiano, en tor-
no a la necesidad de gestar un nuevo grupo dirigente y romper
definitivamente con la estrategia “instrumentalista” de cons-
trucción política planteada por Amadeo Bordiga, apostando a
la configuración de un partido político de masas, despojado de
todo sectarismo. En segundo término, reseñaremos brevemente

113
e s t r at e g i a r e v o l u c i o n a r i a y t r a d u c c i ó n d e l m a r x i s m o . . .

las advertencias que realiza desde Italia a los dirigentes rusos


del Partido Bolchevique, sumidos en aquel entonces en una ás-
pera polémica centrada en la relación que debía establecerse
entre la clase obrera y el campesinado en una sociedad en tran-
sición. Por último, abordaremos un texto suyo conocido bajo el
nombre de “Algunos temas acerca de la cuestión meridional”,
redactado meses antes de ser detenido por la policía fascista,
y que puede ser leído como un original ejercicio de “traduc-
ción” y nacionalización del marxismo, en función del análisis
de la realidad específica italiana y de su transformación radical.
Este manuscrito inconcluso resulta relevante porque, además
de plantear una caracterización general de la historia recien-
te de Italia, aparecen en él por primera vez algunas categorías
como las de “intelectual orgánico” y “hegemonía”, que durante
su período de encierro desarrolle con particular afición en sus
Cuadernos de la cárcel, y además abre la puerta para pensar en
una estrategia específica para las sociedades occidentales, que
durante su período de encierro caracterizará como “guerra de
posiciones”.

Hacia una organización y praxis política de nuevo tipo

Tal como habíamos comentado, el pcd’i tuvo en sus orígenes


una posición sumamente sectaria, caracterizada por un predomi-
nio del ala liderada por Amadeo Bordiga, para quien la organi-
zación debía impedir cualquier “contaminación” con la socialde-
mocracia, en la medida en que ésta representaba un peligro tanto
o más importante que el propio fascismo. A tal punto esto era
así que, en 1921, Bordiga llega a expresar que “fascistas y social-
demócratas son dos aspectos del mismo enemigo del mañana”.
Esta obtusa lectura de la realidad redunda en una incapacidad
de entender la complejidad del fenómeno fascista, subestimando
su capacidad de acción e irradiación política a vastos sectores de
la sociedad italiana. Antonio Gramsci fue uno de los pocos que

114
hernán ouviña

parcialmente pudo detectar los elementos novedosos del fascis-


mo, describiéndolos en diversos artículos publicados a lo largo de
1921 en el diario L’Ordine Nuovo, entre los que se destacan “El
pueblo de los simios”, donde reconoce el estar en presencia de
un movimiento de ultraderecha con una base social amplia (com-
puesta especialmente por la pequeña burguesía urbana y rural,
que actúa como masa de maniobras) y “Subversivismo reacciona-
rio”, en el que define al fascismo como una reacción anti-obrera
que opera al margen de las instituciones estatales.
No obstante, como recuerda el brasileño Carlos Nelson
Coutinho (1999), a pesar de estos lúcidos análisis realizados por
el joven sardo, habrá que esperar hasta 1925 y 1926 para que
aparezca en él una ponderación del fascismo en tanto régimen
autoritario de nuevo tipo que realiza la unidad política de la bur-
guesía. Esto llevará a una considerable subestimación, por parte
del pcd’i, del movimiento fascista, que realizará en octubre de
1922 la trágica “marcha sobre Roma”, marcando el ascenso de
hecho al poder de Benito Mussolini. Las mencionadas Tesis de
Roma, votadas por la inmensa mayoría del pcd’i en su segun-
do Congreso y que rechazan la necesidad de realizar un Frente
Único en contra de la reacción de derecha en curso, dan cuenta
precisamente de esta terrible ceguera política.
Será la estancia de Gramsci en Rusia a partir de mediados
de 1922 la que —al permitirle estar en contacto directo con la
experiencia viva del bolchevismo y con los acalorados debates
en el seno de la iii Internacional— lo obligue progresivamente a
revisar la estrategia política predominante en el pcd’i. La asimi-
lación y “traducción” de ciertos principios teóricos postulados
por Lenin, así como la adscripción a las Tesis del iii y iv Con-
greso de la Internacional Comunista (que pregonaban impulsar
tanto la conformación de un frente único, como la necesidad
de adaptar a las condiciones particulares de cada sociedad, la
propuesta general levantada por ella) resultan claves para que
Gramsci dé este giro en favor de la constitución de un partido
de masas anti-sectario y con vocación prefigurativa.

115
e s t r at e g i a r e v o l u c i o n a r i a y t r a d u c c i ó n d e l m a r x i s m o . . .

Paralelamente, en febrero de 1923 Amadeo Bordiga es de-


tenido por la policía fascista junto a centenares de militantes
comunistas, al tiempo que se libra la orden de detención de
Gramsci, quien se encontraba todavía en Moscú. En el mar-
co de esta coyuntura tan delicada de descabezamiento y reor-
ganización forzada del pcd’i, Gramsci enviará desde mayo de
1923 sucesivas cartas a sus antiguos compañeros ordinovistas
que forman parte de la dirección del partido, con el objetivo
de disputarle el liderazgo al sector encabezado por Bordiga, y
polemizar asimismo con su posición contraria al frente único y
a la política levantada por la iii Internacional.
A finales de noviembre del mismo año parte hacia Viena,
donde permanecerá varios meses debido al pedido de captura
que sobre él pesa en Italia. Pero antes de viajar, propondrá la
creación de un diario junto el grupo del psi adherente a la In-
ternacional Comunista (denominados por ello “tercerinterna-
cionalistas”). El nombre con el que finalmente sale a la calle el
cotidiano (La Unidad) evidencia su vocación no sectaria y enrai-
zada con la compleja realidad italiana. En una misiva enviada al
Comité Ejecutivo del pcd’i explicará el por qué:

Yo propongo como título l’Unità puro y simple, que tendrá


un significado para los obreros y otro significado más gene-
ral, porque creo que después de la decisión del Ejecutivo
Ampliado de la Internacional Comunista sobre el gobierno
obrero y campesino, nosotros debemos dar una importan-
cia especial a la cuestión meridional, es decir, a la cuestión
en la cual el problema de las relaciones entre obreros y cam-
pesinos se plantea no sólo como un problema de relación
de clases, sino también y especialmente como un problema
territorial, es decir como uno de los aspectos de la cuestión
nacional (Gramsci, 1992b, p. 130).

Ya desde la capital de Austria, el 9 de febrero de 1924 remite


una extensa carta a Togliatti, Terracini y otros camaradas ordi-
novistas, en la que explicita su intención de construir un “nue-
vo grupo dirigente” y realiza una radical autocrítica respecto de

116
hernán ouviña

la dinámica de construcción política desplegada por el partido


en sus primeros años. Según su apreciación, uno de los mayores
errores cometidos fue el tener “la estúpida seguridad de que ya
había quien pensaba y curaba de todo”, absolutizando a la direc-
ción como una instancia decisoria inequívoca. Esto trajo apareja-
do el hecho de que “toda participación de las masas en la activi-
dad y en la vida interna del partido que no fuera la de las grandes
ocasiones y por orden formal del centro” fuera “visto como un
peligro para la unidad” (Gramsci, 1998b, p. 199). De esta forma,
continúa Gramsci, no se ha concebido al partido como realmente
debe ser, esto es, “como resultado de un proceso dialéctico en el
cual convergen el movimiento espontáneo de las masas revolucio-
narias y la voluntad organizativa y directiva del centro” (Gramsci,
1998b, p. 200). Cabe mencionar que esta lectura sintética deja
traslucir sin duda la hipótesis planteada años más tarde en unas
de sus notas carcelarias en torno a la combinación virtuosa entre
“espontaneidad y dirección consciente”.
Apuntando sus dardos contra Bordiga, Gramsci agrega que
“el error del partido ha consistido en poner en primer plano y
abstractamente el problema de la organización”, todo lo cual,
además, ha significado sólo

la creación de un aparato de funcionarios ortodoxos para


con la concepción oficial. Se creía y se sigue creyendo que la
revolución depende sólo de la existencia de un aparato así,
y se llega incluso a creer que esa existencia puede determi-
nar la revolución (Gramsci, 1998b, p. 200).

El problema de fondo es haber subordinado la política a la


organización, tornando a ésta un fin en sí mismo. La tarea ur-
gente remite a desfetichizar la cuestión organizativa y adecuarla
a la estrategia política que resulte acorde a la realidad italiana,
lo que equivale a pensar en concreto la revolución, intentando
trascender el espíritu corporativo que anida en la clase trabaja-
dora de manera tal que se logren asumir, como problemas na-
cionales acuciantes, las exigencias y anhelos del sur meridional

117
e s t r at e g i a r e v o l u c i o n a r i a y t r a d u c c i ó n d e l m a r x i s m o . . .

y de las islas. Para Alberto Burgio, Gramsci aspira a enmarcar la


relación partido-clase-masa en una perspectiva dialéctica y, por
lo tanto, histórica y dinámica: “El partido prefigura la ‘nueva
sociedad’”. Es un microcosmos “que anticipa la estructura de
la sociedad socialista” (Burgio, 2014, p. 48. Las cursivas perte-
necen al original).
En otro fragmento de aquella carta, Gramsci establece una
distinción fundamental que será el puntapié de su conocida di-
ferenciación carcelaria entre Oriente y Occidente, y que a su
vez implica dos estrategias delimitadas, aunque no disociadas
del todo entre sí: la “guerra de maniobras” y la de “posiciones”:

La determinación [dirá] que en Rusia era directa y lanza-


ba las masas a la calle, al asalto revolucionario, en Europa
central y occidental se complica con todas estas sobrees-
tructuras políticas creadas por el superior desarrollo del
capitalismo, hace más lenta y más prudente la acción de
las masas y exige, por tanto, al partido revolucionario toda
una estrategia y una táctica mucho más complicadas y de más
respiro que las que necesitaron los bolcheviques en el período
comprendido entre marzo y noviembre de 1917 (Gramsci,
1998b, p. 201. Las cursivas son nuestras).

Podemos concluir entonces que la necesidad de “historizar”


la estrategia desplegada en Rusia, aparece como un rasgo distin-
tivo del marxismo puesto en práctica por Gramsci en su inter-
cambio epistolar. Las consecuencias de este planteo —un ver-
dadero viraje teórico y político de definitiva ruptura respecto de
la “instrumentalidad” bordiguista— atravesarán buena parte de
los borradores redactados bajo la sombra del régimen fascista,
y darán cuerpo a la elaboración de una estrategia distintiva para
las mucho más complejas y “robustas” sociedades occidentales.
En medio de esta batalla política y de ideas, el 6 de abril de
1924 se realizan —en un clima de extrema represión y con fun-
dadas denuncias de manipulación gubernamental— elecciones
generales bajo el fascismo, donde triunfa rotundamente el blo-
que ultraderechista, que obtiene más de 4.600.000 votos. El pcd’i

118
hernán ouviña

apenas araña los 260.000, siendo electo diputado por Venecia el


propio Gramsci. Con fueros parlamentarios, retornará en mayo
a Italia, y luego de una serie de polémicas y reestructuraciones
internas, finalmente el 13 de agosto asumirá la Secretaría General
del pcd’i, instalándose en Roma con el objetivo de reorganizar en
los meses sucesivos las diezmadas fuerzas comunistas y continuar
librando una férrea disputa contra Bordiga, quien persistía en su
negativa a plasmar una política de frente único.
En este plano, Gramsci no acota la estrategia de articulación
a una concepción “simplista”, vigente en amplios sectores de
la Internacional Comunista que pregonaban una confluencia
solamente “por la base”. Por el contrario, “se ocupaba de am-
pliar las alianzas sociales para sectores de la pequeña burguesía,
particularmente para los intelectuales que eran su expresión,
teniendo en vista objetivos intermedios” (Del Roio, 2005, p.
122). Esto ya se había evidenciado en su temprana propuesta
desde Viena de editar un conjunto de publicaciones teóricas,
que iban desde una nueva serie de L’Ordine Nuovo, hasta una
revista más de tipo filosófico-política, y que tendrían “una fun-
ción no indiferente para la educación de los compañeros más
calificados y responsables y para determinar un movimiento de
simpatía hacia nuestro partido en ciertos ambientes intelectua-
les” (Gramsci, 1992a, p. 147).
Gramsci caracterizará esta intransigencia de Bordiga como
una concepción “fatalista y mecánica de la doctrina de Marx”,
que sentencia la inutilidad de tomar la iniciativa debido a que “la
victoria es fatal e ineluctable” (Gramsci, 1978, p. 248). Y a pesar
de reconocer que su política dista de ser oportunista como la
de la socialdemocracia (encarnada en Italia por el psi), plantea
que los partidarios de esta obcecación caen en un error inverso
al del reformismo (para quien “el movimiento lo es todo y el fin
nada”): “ellos creen que es inútil moverse y luchar día por día;
ellos atienden sólo el gran día. Las masas —dicen ellos— no
pueden no venir a nosotros, porque la situación objetiva les em-
puja hacia la revolución” (Gramsci, 1978, p. 248).

119
e s t r at e g i a r e v o l u c i o n a r i a y t r a d u c c i ó n d e l m a r x i s m o . . .

Frente a esta cerrazón, Gramsci afirmará que, para vencer a


los enemigos de clase, que son potentes y cuentan con “muchos
medios y reservas a su disposición”, es preciso “explotar cada
resquebrajamiento en su frente” y “utilizar cada aliado posible,
así sea incierto, oscilante y provisorio” (Gramsci, 1978, p. 249).
Y apelando a una metáfora bélica que luego profundizará en sus
Cuadernos, concluirá expresando que

en la guerra de los ejércitos, no se puede alcanzar el fin es-


tratégico, que es la destrucción del enemigo y la ocupación
de su territorio, sin haber primero, o alcanzado una serie de
objetivos tácticos tendientes a disgregar al enemigo antes de
afrontarlo en el campo. Todo el período pre-revolucionario
se presenta como una actividad predominantemente táctica,
resuelta a adquirir nuevos aliados al proletariado, a disgregar
el aparato organizativo de ofensiva y de defensa del enemigo,
a advertir y agotar sus reservas (Gramsci, 1978, p. 249).

Este fragmento sintetiza como pocos lo que consideramos


constituye no solamente una aguda propuesta de cara a la de-
licada coyuntura que se vivía en Italia en aquel entonces, sino
además una verdadera estrategia de nuevo tipo para las socie-
dades occidentales, en la medida en que, lejos de concebir a la
revolución como un momento insurreccional al estilo neo-ja-
cobino de asalto abrupto al poder por parte de una minoría
esclarecida, la define como un arduo y prolongado proceso de
masas que involucra a una multiplicidad de trincheras donde
dar pelea, signado por numerosos vaivenes y políticas de alian-
zas, similar al que años más tarde caracterice en los términos de
una “guerra de posiciones”.

El iii Congreso del pcd’i y las Tesis de Lyon: refundar la organiza-


ción para pensar en concreto la revolución

Entre el 20 y el 26 de enero de 1926 se realiza el iii Congreso


del pcd’i. Debido a la creciente represión sufrida en territorio

120
hernán ouviña

italiano, se decide hacerlo por cuestiones de seguridad en la ciu-


dad francesa de Lyon. Bajo el nombre de “La situación italiana
y las tareas del pcd’i”, Antonio Gramsci y Palmiro Togliatti pre-
sentan una serie de Tesis (luego conocidas como Tesis de Lyon),
que serán apoyadas por más del 90% de los delegados presen-
tes. A pesar de la protesta del sector bordiguista (que denuncia
la forma en la que fue convocado el Congreso y las dificulta-
des para asistir sufridas por numerosos militantes sumidos en
la clandestinidad), el encuentro simboliza la consolidación del
nuevo núcleo dirigente liderado por Gramsci, quien es ratifica-
do como secretario general del partido.
Tal como ha expresado Juan Carlos Portantiero (1983), estas
tesis resultan la primera tentativa de dotar al pcd’i de una línea
y de un programa orgánico, basado en el análisis de la realidad
italiana, de una comprensión histórica de los objetivos políticos
de la clase trabajadora, con una genuina voluntad de ligarse a
las masas populares. En primer lugar, en ellas se caracteriza al
horizonte revolucionario como socialista, a pesar del relativo
“atraso” de las fuerzas productivas y de la “heterogeneidad” de
la estructura de la sociedad italiana, afirmando que

el caso de Italia constituye una confirmación de la tesis de


que las condiciones más favorables para la revolución prole-
taria no se encuentran necesariamente siempre en los países
donde el capitalismo y el industrialismo han llegado a su más
alto grado de desarrollo, sino que pueden existir en cambio
allí donde el tejido del sistema capitalista ofrece menor resis-
tencia, por sus debilidades estructurales, al embate de la cla-
se revolucionaria y de sus aliados (Gramsci, 1998c, p. 228).

En segundo término, se reivindica la política del frente úni-


co, reconociendo que el pcd’i “aún está lejos de haber conquis-
tado una influencia decisiva sobre la mayoría de la clase obrera y
de la población trabajadora”. Finalmente, además de advertirse
que el fascismo ha logrado “realizar una unidad orgánica de to-
das las fuerzas de la burguesía, en un solo organismo político”,
se critica la concepción del partido sostenida por el sector lide-

121
e s t r at e g i a r e v o l u c i o n a r i a y t r a d u c c i ó n d e l m a r x i s m o . . .

rado por Amadeo Bordiga, para quien la organización era defi-


nida como un mero “órgano” de la clase obrera. Por contraste,
Gramsci y Togliattí dirán que es preciso subrayar que el partido
constituye una “parte” de la clase trabajadora, y que debe estar
unido a ella no sólo por vínculos ideológicos sino también por
lazos de carácter físico, (Gramsci, 1998c, p. 251 y 252). Asimis-
mo, expresan que

hay que combatir la forma de pasividad, también un resi-


duo de las falsas concepciones organizativas del extremis-
mo, que consiste en limitarse siempre a “esperar órdenes
de arriba”. El partido debe contar con una base capaz de
“iniciativa”, es decir, que los órganos de base deben saber
reaccionar inmediatamente ante cada situación imprevista
e inesperada (Gramsci, 1998c, p. 251).

El nuevo formato organizativo propuesto por Gramsci (por


cierto, condicionado por el relativo reflujo de masas y la terrible
represión fascista en la que se encontraba sumido el activismo
italiano) se distancia definitivamente de aquel propugnado por
Bordiga, otorgándole un rol fundamental a las bases en la in-
ventiva político-práctica y concibiendo de manera dialéctica y
anti-burocrática la relación entre dirección colectiva e iniciati-
va de masas. La agitación de un programa de reivindicaciones
inmediatas y el apoyo a las luchas parciales es otro de los ejes
que postulan, aclarando que es un error suponer que este tipo
de exigencias y acciones “sólo pueden tener un carácter eco-
nómico”. Por el contrario, ligadas a objetivos revolucionarios,
ellas ofrecen “un excelente terreno para fortalecer la auto-or-
ganización y “la movilización de vastas capas de la población
trabajadora” (Gramsci, 1998c, p. 254-255).

122
hernán ouviña

Las advertencias de Gramsci al partido bolchevique sobre una sa-


lida autoritaria a la crisis interna y las desventuras de la hegemo-
nía en una sociedad en transición

El 14 de octubre de 1926, semanas antes de ser detenido,


Gramsci redacta una crítica Carta al Comité Central del Partido
Comunista [bolchevique] de la Unión Soviética, que será enviada
a Palmiro Togliatti (quien se encontraba en Rusia como represen-
tante del pcd’i frente a la iii Internacional) para que la entregue
personalmente a la dirigencia bolchevique. Sin embargo, debido
a lo que allí se expresaba, éste opta por retenerla, lo que generará
la protesta de Gramsci desde Italia5, a pesar de lo cual la misiva
no se dará a conocer sino en 1938 y a instancias de Angelo Tas-
ca. Vale la pena comentar brevemente cuál era la lectura que del
proceso ruso realiza Gramsci en ella, por cuanto varios de sus
planteos resultan sumamente actuales y anticipan, además, cier-
tas hipótesis desarrolladas en los Cuadernos de la cárcel.
Cabe aclarar que el propósito de la carta es el instar a los
referentes rusos (divididos en aquel entonces en una mayoría
representada por Stalin y Bujarín, y una minoría liderada por
Trotsky y Zinóviev) a resolver sus diferencias sin tanta virulen-
cia como la que se dejaba traslucir públicamente, advirtiendo
sobre la posibilidad de llegar a un nivel tal de confrontación,
que derive en la ruptura del partido. Pero simultáneamente a
esta preocupación, Gramsci plantea en la misiva el problema
de la hegemonía, como una cuestión fundamental en el debate

5
El 26 de octubre de 1926, Gramsci acusa recibo de la carta (escrita el 18 de
octubre) en la que Togliatti justifica su negativa a entregar la misiva. En ella, luego
de tildar a su razonamiento de estar “viciado de ‘burocratismo’”, le expresa que
el deber de ambos es “apelar a la conciencia política de los compañeros rusos y
advertirles enérgicamente sobre los peligros y las debilidades a que los exponen
sus actitudes”, concluyendo que “haríamos un pobre papel de revolucionarios
irresponsables si permaneciésemos pasivos antes los hechos consumados, justifi-
cando a priori su carácter inevitable” (Gramsci, 1998d, p. 301-303).

123
e s t r at e g i a r e v o l u c i o n a r i a y t r a d u c c i ó n d e l m a r x i s m o . . .

en torno al proceso de transición al socialismo en Rusia. Más


allá de sus diferencias con Italia, dirá, lo cierto es que en ambos
países “son las masas rurales la mayoría de la población trabaja-
dora”. Es que, de acuerdo con su caracterización,

todos los problemas inherentes a la hegemonía del proleta-


riado se presentan en Italia en una forma sin duda más com-
pleja y aguda que en la misma Rusia, porque la densidad de
la población rural italiana es enormemente mayor, porque
nuestros campesinos tienen una riquísima tradición organi-
zativa y han conseguido siempre hacer notar muy sensible-
mente su peso específico de masa en la vida política nacional,
porque aquí el aparato organizativo eclesiástico tiene dos mil
años de tradición y se ha especializado en la propaganda y
la organización de los campesinos de un modo que no tiene
paralelo en los demás países (Gramsci, 1998e, p. 293).

Aparecen reseñadas aquí las dos problemáticas centrales y es-


pecíficas de la realidad italiana, que serán desarrolladas con ma-
yor detenimiento en su manuscrito sobre la “cuestión meridio-
nal”: el brutal desfasaje entre el norte industrial y el sur agrario,
y la importancia de la religión (en particular del Vaticano como
institución) en la configuración de la cultura popular. La carta
recupera asimismo una concepción de la hegemonía que se iden-
tifica con el rol dirigente (política y culturalmente) de la clase traba-
jadora a escala nacional. Gramsci advierte que “el proletariado no
podrá cumplir su función dirigente más que si abunda en espíritu
de sacrificio y se ha liberado completamente de todo residuo de
corporativismo reformista” (Gramsci, 1998e, p. 293).
Pero, además, lo interesante es que la categoría de hegemonía
no se restringe a las sociedades capitalistas, sino que es utilizada
para dar cuenta de una determinada relación o alianza entre
las clases subalternas, basada en la edificación de un consenso
social y no en el descarnado ejercicio de la violencia ni en la
imposición, durante la etapa de transición hacia el comunismo.
Por eso llega a expresar en otro párrafo que

124
hernán ouviña

el proletariado no puede llegar a ser clase dominante si no


supera esa contradicción con el sacrificio de sus intereses
corporativos, no puede mantener la hegemonía y su dicta-
dura si no sacrifica, incluso cuando ya es dominante [esto
es, luego de “tomar el poder” e instaurar su dictadura de
clase], esos intereses inmediatos a los intereses generales y
permanentes de la clase (Gramsci, 1998e, p. 294)

Podemos por lo tanto conjeturar que Gramsci está plantean-


do no solamente un apoyo en esta particular coyuntura regresiva
a la implementación de la Nueva Economía Política (nep), sino
también postulando que la necesidad de generar un vínculo or-
gánico entre obreros y campesinos pobres y medios, basado en la
construcción de consenso y no en el ejercicio de la coerción, es una
tarea prioritaria durante la ardua fase transicional. Y es que si a lo
que se aspira es a una sociedad profundamente democrática y no
represiva, es preciso que entre los sectores populares que pugnan
por salir de su condición de subalternidad lo que prime sea una
vocación prefigurativa (donde los fines que se persiguen deben
estar contenidos en las propias formas de relacionamiento) y no
la “instrumentalidad” que considera como potenciales enemigos
(y por lo tanto, sujetos al dominio de clase) o en los términos de
“masas manipulables”, por ejemplo, a los trabajadores rurales y,
en un plano más general, a los grupos campesinos ajenos a la clase
terrateniente. El posterior desenlace de este lamentable desen-
cuentro entre el campo y la ciudad en Rusia, signado por la colec-
tivización forzosa impuesta a nivel rural por el stalinismo, torna
más relevante aún a esta temprana advertencia gramsciana, que
por desgracia terminó siendo desoída en ese entonces.

La cuestión meridional: traducción y nacionalización del marxismo

El último texto redactado por Gramsci previo a su encarcela-


miento, Algunos temas acerca de la cuestión meridional (también
conocido como “La cuestión meridional”), es un original manus-

125
e s t r at e g i a r e v o l u c i o n a r i a y t r a d u c c i ó n d e l m a r x i s m o . . .

crito que, producto de su detención, deja inconcluso y recién será


dado a conocer en 1930, cuatro años después de ser encerrado6.
A pesar de ello, puede ser considerado uno de los materiales más
fructíferos producidos por Gramsci. En primer lugar, cabe men-
cionar que lo que realiza en él es un detallado ejercicio de “tra-
ducción” del corpus marxista como método dialéctico y punto
de vista de la totalidad para el análisis, con el objetivo de indagar
en las particularidades y producir una caracterización integral de
la sociedad italiana, teniendo en cuenta las múltiples dimensiones
que la constituyen como tal, tanto en una clave sincrónica como
diacrónica, y sin caer en una aplicación mecánica de categorías.
Para ello, pone en juego el clásico precepto leninista del “análisis
concreto de la situación concreta”, ya que —parafraseando a José
Carlos Mariátegui— podemos decir que más que un itinerario
preconcebido, al decir de Gramsci el marxismo —en tanto filo-
sofía de la praxis— es concebido como una frágil brújula para
orientar el estudio y la transformación de la sociedad italiana des-
de una óptica propia y situada.
En función de esta ineludible indagación histórica, so-
cio-económica, ideológico-cultural y geopolítica, Gramsci con-
cluye que una cuestión crucial que debe afrontar la clase obrera
en Italia es el problema agrario-campesino y la herida lacerante
originada por el proceso de unificación “desde arriba” produci-
do a partir del Risorgimento, que asume dos formas específicas:
por un lado, la llamada “cuestión meridional”, que remite a la
hegemonía (precaria) del norte industrial sobre el empobrecido
sur rural y a un desfasaje territorial, cuyo rasgo distintivo es la
relación desigual y abigarrada entre campo y ciudad y un dilema
de los campesinos del sur, como es el encontrarse disgregados

6
En rigor, el escrito es titulado por Gramsci Note sul problema meridionale e
sull’atteggiamento nei suoi confronti del comunista, del socialista e dei democra-
tici, aunque el primer editor que lo publica en Lo Stato operaio Número 1 en
enero de 1930, lo renombra “Alcuni temi della questione meridionale”. Para una
reconstrucción crítica de este ensayo, puede consultarse a Biscione (1990) y Giasi
(2008).

126
hernán ouviña

socialmente y no lograr cohesionarse en tanto clase; por el otro,


la “cuestión vaticana”, que da cuenta de la centralidad e inci-
dencia de la Iglesia como institución, así como del peso mayús-
culo que tienen las creencias religiosas y el catolicismo en los
sectores populares, en especial en la cultura rural.
De acuerdo con Gramsci, ambos no deben verse como pro-
blemas atinentes solo a los habitantes del Mezzogiorno (Medio-
día, en alusión a la región centro-sureña de Italia), sino como
desafíos frente a los cuales el proletariado debe brindar una res-
puesta satisfactoria en tanto clase nacional. Nuevamente apa-
rece aquí la construcción de hegemonía por parte de la clase
obrera vis a vis los trabajadores rurales y el campesinado, así
como la necesidad de despojarse de todo prejuicio corporativo
para lograr confianza mutua, soldar esta articulación orgánica y
terminar de configurar un sujeto político unitario con potencia-
lidad anti-sistémica a lo largo y ancho del país. Gramsci remite
a la experiencia del “bienio rojo” precisamente para actualizar
esta compleja tarea:

los comunistas turineses se habían planteado concretamen-


te la cuestión de la ‘hegemonía del proletariado’, o sea de
la base social de la dictadura proletaria y del estado obrero.
El proletariado puede convertirse en clase dirigente y domi-
nante si consigue crear un sistema de alianzas de clase que le
permita movilizar contra el capitalismo y el estado burgués a
la mayoría de la población trabajadora, lo cual quiere decir
en Italia, dadas las reales relaciones de clases existentes en
Italia, en la medida en que consigue obtener el consenso de
las amplias masas campesinas (Gramsci, 2002, p. 77. Las
cursivas son nuestras).

Se explicita aquí una acepción de hegemonía que no alude


meramente al tradicional rol de liderazgo y conducción política,
sino especialmente a la vocación de construir consenso y legiti-
midad al interior del campo popular, asumiendo como propias
exigencias y reivindicaciones de otros grupos y estratos subal-
ternos. De todas maneras, Gramsci se encarga de aclarar que el

127
e s t r at e g i a r e v o l u c i o n a r i a y t r a d u c c i ó n d e l m a r x i s m o . . .

suyo no es un razonamiento centrado en un modelo de regulari-


dad plausible de ser aplicado a Italia de forma esquemática, sino
que remite al ya mencionado “análisis concreto de la situación
concreta”. Por ello, argumenta que “la cuestión campesina está
en Italia históricamente determinada, no es la ‘cuestión campesi-
na y agraria en general’”, por lo que asume a partir de la historia
viva italiana fisonomías peculiares.
De ahí que para desmembrar el bloque industrial-agrario
que solventa el sistema de dominación socio-económico e ideo-
lógico-político en Italia, sea necesario entablar una batalla no
solamente militante y agitativa en el sentido clásico, sino tam-
bién intelectual y moral, de ardua disputa e irradiación de una
concepción alternativa del mundo y de la vida, ya que “el cam-
pesino meridional está ligado al gran terrateniente por los ofi-
cios del intelectual” que opera como intermediario y guardián
del capitalismo septentrional, garantizando la conservación del
statu quo (Gramsci, 2002, pp. 86-89). Frente a exponentes de
este tipo de intelectuales como Giustino Fortunato y Benede-
tto Croce —o, en un plano más local y generalizado, figuras
como las del cura de pueblo, el pequeño burgués profesional
y el burócrata municipal—, Gramsci aboga por la creación de
una intelectualidad refractaria a los intereses de la burguesía,
que contribuya a la “organización cultural” y a la formación de
una conciencia autónoma, trastocando la orientación mental y
la subjetividad conformista que anida en un sector importante
de las masas rurales, en diálogo y estrecha vinculación con sus
luchas y necesidades concretas. Guido Dorso y especialmente
Piero Gobetti, son ejemplos destacables de esta nueva camada
de intelectuales de carácter “orgánico”, que aportan a disgregar
el resistente bloque agrario del Mezzogiorno.
Gramsci concluye expresando que existen dos únicas fuerzas
esencialmente nacionales y portadoras de futuro: el proletaria-
do y los campesinos. Superar los mutuos prejuicios y egoísmos
que contaminan a ambas clases, anudando intereses desde una
visión unitaria y dejando atrás tanto el “corporativismo” obre-

128
hernán ouviña

rista como el “localismo” y la tendencia a la disgregación de las


masas rurales, es la condición de posibilidad para quebrantar el
sistema capitalista en Italia y romper con la sujeción que somete
al rezagado sur agrario a una expoliación constante por parte
de la burguesía industrial del norte, la cual actúa en complici-
dad con los terratenientes septentrionales, quienes les brindan
abundante fuerza de trabajo a costos ínfimos7.
Resulta interesante mencionar que ha sido Antonio Gramsci
uno de los primeros teóricos del marxismo crítico que ha uti-
lizado la noción de “colonialismo interno” para interpretar la
llamada cuestión meridional en Italia8. Tanto las Tesis de Lyon

7
Ya en los Cuadernos de la cárcel, Gramsci ironiza respecto de los enormes prejui-
cios internalizados por los trabajadores del norte de Italia, quienes participaban
de forma inconsciente e indirectamente de esa situación de opresión, reificando
la concepción del mundo de las clases dominantes, verdaderos beneficiarios de
esta lógica colonial: “la miseria del Mezzogiorno fue ‘inexplicable’ históricamente
para las masas populares del Norte; éstas no comprendían que la unidad no se
daba sobre una base de igualdad sino como hegemonía del Norte sobre el Mez-
zogiorno, en una relación territorial de ciudad-campo, esto es, en que el Norte
era concretamente una ‘sanguijuela’ que se enriquecía a costa del Sur y que su
enriquecimiento económico tenía una relación directa con el empobrecimiento
de la economía y de la agricultura meridional. El pueblo de la Alta Italia pensaba
por el contrario que las causas de la miseria del Mezzogiorno no eran externas
sino sólo internas e innatas a la población meridional, y que dada la gran riqueza
natural de la región no había sino una explicación, la incapacidad orgánica de sus
habitantes, su barbarie, su inferioridad biológica. Estas opiniones muy difundidas
sobre ‘la pobreza andrajosa napolitana’ fueron consolidadas y teorizadas por los
sociólogos del positivismo que les dieron la fuerza de ‘verdad científica’ en un
tiempo de superstición en la ciencia” (Gramsci, 1999, p. 396). Para dimensionar
lo generalizado de esta concepción racista a escala europea, basta con mencionar
un hecho “científico” acontecido en 1882 en París en la Sociedad de Antropolo-
gía. Allí, prestigiosos investigadores se formulan una pregunta: “¿Son inteligentes
los sardos?”. La respuesta, tras realizar un denodado trabajo de campo en la Isla y
examinar gran cantidad de cráneos humanos, es lapidariamente negativa (d’Orsi,
2017, p. 17).
8
Potente categoría teórico-política que será desarrollada, décadas más tarde, por
una pléyade de marxistas negros, entre los que cabe mencionar a Cedric J. Ro-
binson y W. E. B. Dubois, y luego por teóricos latinoamericanos explícitamente
influidos también por Gramsci, como Pablo González Casanova, Rodolfo Staven-

129
e s t r at e g i a r e v o l u c i o n a r i a y t r a d u c c i ó n d e l m a r x i s m o . . .

como el manuscrito “Algunos temas acerca de la cuestión meri-


dional”, plantean un sugerente análisis de la particular relación
norte-sur en Italia, no meramente atendiendo a la “dualización”
económica, sino poniendo el foco a la vez en la centralidad de la
cultura hegemónica, las pautas de comportamiento y los valores
internalizados por las masas. En ambos escritos gramscianos se
postula la existencia de una especie de “colonialismo interno”
que implica la subyugación del sur agrario (y especialmente de
su campesinado pobre) por parte del norte industrial, no solo
en un plano productivo sino también político-ideológico. El ca-
rácter del compromiso con el que se preserva la unidad de los
grupos dirigentes burgueses y agrarios, expresa Gramsci en las
Tesis de Lyon,

hace aún más grave la situación y coloca a las poblaciones


trabajadoras del Mezzogiorno en una posición análoga a la
de las poblaciones coloniales. La gran industria del norte
desempeña, respecto a ellas, la función de las metrópolis
capitalistas; en cambio, los grandes terratenientes y la pro-
pia burguesía media meridional están en la situación de las
categorías que en las colonias se alían a la metrópoli para
mantener sometida a la masa del pueblo trabajador. La ex-
plotación económica y la opresión política se unen, pues,
para hacer de la población trabajadora del Mezzogiorno
una fuerza constantemente movilizada contra el estado
(Gramsci, 1998c, p. 230, destacados propios).

Desde esta perspectiva, los meridionales padecerían —al in-


terior de su propio país— condiciones generales semejantes a
las vividas por aquellas naciones que se encuentran subsumidas
en una relación colonial a escala internacional. Conquistar la
hegemonía implica entonces que la clase obrera haga suyas las
demandas y aspiraciones de las masas rurales del Mezzogiorno,
deviniendo clase nacional, a partir de una vocación estratégica y
no meramente táctica de articulación de intereses comunes, que

hagen y Silvia Rivera Cusicanqui.

130
hernán ouviña

permite “soldar” campo y ciudad en el marco de un mismo pro-


yecto histórico de carácter socialista (Gramsci, 2002c, p. 93).
Cabe por lo tanto concebir a las Tesis de Lyon y a “Algunos
temas acerca de la cuestión meridional” como posibles puentes
entre sus últimas reflexiones en libertad y sus primeras conje-
turas dentro de la cárcel, que contribuyen a enhebrar desde un
potente encadenamiento dialéctico ciertas nociones marxistas,
las cuales mantienen, aún hoy, una considerable capacidad ex-
plicativa y de intervención crítica en nuestra realidad latinoame-
ricana contemporánea.
Como es sabido, en noviembre de 1926, Gramsci es deteni-
do por la policía fascista, dando inicio a su periplo por diferen-
tes prisiones del país, a la espera del juicio en el que finalmente
se lo condenará a más de veinte años de prisión. Será éste el
período en el que redacte sus famosos Cuadernos de la Cárcel
y retome varias de las hipótesis formuladas durante su etapa de
dirigente político, para ensayar posibles respuestas frente a una
crisis de aquel mundo “grande y terrible” que, a pesar de gene-
rar infinidad de contratiempos en su derrotero militante, tanto
lo supo apasionar.

***

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133
Giovanni Semeraro
El principio educativo de Gramsci en la
creación de una nueva civilización1

1. Un proceso de enfrentamientos “de un siglo a otro”

Producida entre las dos grandes guerras mundiales, la obra


de Gramsci sigue siendo inspiradora y guarda aspectos simila-
res con el contexto histórico actual. Del mismo modo que en
las primeras décadas del siglo pasado, el mundo convulso dio
lugar a un nuevo orden mundial a costa de millones de muertes
y atrocidades espantosas, también en este comienzo del siglo
xxi, conflictos de fuerzas gigantescas han generado una preocu-
pante escalada de la barbarie y cambios profundos en el table-
ro geopolítico global. La pandemia de Covid-19, los desastres
climáticos y la propagación de guerras (no solo en Ucrania) son
apenas las puntas más visibles de la catástrofe desencadenada
por un proceso que devasta la naturaleza de manera irrever-
sible, que fermenta la proliferación de enfermedades, impone
un nivel brutal de explotación del trabajo, implementa nuevas
formas de colonialismo y abandona a su suerte crecientes masas
de prófugos y migrantes. El tamaño de la crisis que se extiende
por todas partes e impregna todas las relaciones sociales no deja
dudas en cuanto a la estructura destructiva del sistema-mundo
dominante y a la pérdida progresiva de su hegemonía. En la

1
Traducción del portugués a cargo de Diego Ferrari.

135
e l p r i n c i p i o e d u c at i v o e n g r a m s c i e n l a c r e a c i ó n d e ...

marcha ensandecida de expansión ilimitada a cualquier costo,


de hecho, la voracidad del capital busca reestructurarse desen-
cadenando ofensivas cada vez más virulentas que alimentan olas
de neofascismos. Frente a embestidas tan amenazadoras no hay
que amedrentarse y tergiversar, pues ninguna crisis de esta mag-
nitud se supera con la restauración de lo viejo o con maquillajes
de una “nueva normalidad” y de un “capitalismo verde” que
predica un “crecimiento sustentable” mientras preserva una
estructura insustentable. Hoy, como nunca, es necesario tener
coraje para oponerse firmemente a la saña letal que toma cuenta
del planeta y lanzarse con firmeza en la apertura de nuevos ca-
minos que pavimentan la construcción de otra civilización.
Fue así como Gramsci reaccionó a los tiempos sombríos de
su época, incluso encarcelado por el fascismo, dando nuevo
impulso a la dialéctica de la historia que “postula como nece-
saria una antítesis vigorosa que pone en campo todas sus posi-
bilidades, sin transigir” (Q15 §62. 1975, p. 1827). Y ponderan-
do, también, que, no obstante, el sufrimiento y las ruinas que
provoca, la crisis puede abrir “la posibilidad [y necesidad] de
formación de una nueva cultura” (Q3 §34. 1975, p. 312). Así,
inspirándose en diversos movimientos revolucionarios que re-
novaron la historia, Gramsci elabora un conjunto de propuestas
para proveer a las clases subalternas, en las luchas por un nuevo
proyecto civilizatorio indicando, principalmente, las armas de
la “guerra de posiciones”, estrategia más decisiva en la política
que demanda “cualidades excepcionales de paciencia y espíritu
inventivo” (Q6 §138. 1975, p. 802).
Además de un agudo análisis del contexto histórico y de
las relaciones de fuerza en juego, la vida concreta de Gramsci
proporciona credibilidad a desafíos tan impactantes. Él, de
hecho, no fue el burocrático dirigente de un partido y un
pensador abstracto, sino un político militante de enorme enver-
gadura intelectual y un incansable educador que actuó orgáni-
camente en las vicisitudes de su tiempo y en profunda ósmosis
con las clases trabajadoras y populares, contribuyendo enorme-

136
g i o va n n i s e m e r a r o

mente a sus logros. Nace de estos resultados vivenciados per-


sonalmente su inaudita y revolucionaria propuesta educativa y
cultural, tanto más indispensable hoy, cuando la “guerra cultu-
ral” se intensifica con la “revolución digital”, con el monopolio
de los medios de comunicación, la manipulación del imaginario
y del inconsciente colectivo, el fundamentalismo religioso y la
política “bigbrotherizada”. Cada vez más complejo e insidioso,
este contexto lleva la lucha de clases a realizarse intensamen-
te en las “trincheras y fortalezas” de la cultura y la educación,
fundamentales en la constitución de las identidades sociales y
en la formación de una política de carácter nacional-popular,
considerada por Gramsci “la cuestión de teoría política más im-
portante y hasta más difícil” (Q6 §138. 1975, p. 801).
Por eso, en sus escritos, los frentes educativos y culturales son
muy enfatizados y desarrollados junto con su peculiar concep-
ción política y filosófica. No es casualidad que los “cuadernos es-
peciales” 10, 11, 12 y 13, corazón de la obra carcelaria, dedicados
a la filosofía-cultura-política, constituyan un indivisible bloque
unitario, cuyo contenido se comprende en toda su profundidad
con un enfoque simultáneo y complementario. Entre los demás
autores que se inspiraron en Gramsci, Paulo Freire expresa bien
esta simbiosis al sostener que “la educación es una forma de in-
tervención en el mundo” y, por lo tanto, “es imposible negar sea
la naturaleza política del proceso educativo sea el carácter edu-
cativo del acto político” (1996, pp. 109-110). Para Gramsci, de
hecho, aunque distintas, filosofía, política, educación, cultura, y
economía, son partes inseparables de la misma realidad, de modo
que “una reforma intelectual y moral está necesariamente ligada
a un programa de reforma económica. Pues, ésta es exactamente
la manera concreta por la cual toda reforma intelectual y moral se
presenta” (Q13 §1. 1975, p. 1561)
Gramsci adquiere esta visión dialéctica, histórica y unitaria
de la realidad no solo por el pensamiento derivado de Hegel y
Marx y el estudio de un amplio abanico de autores, sino prin-
cipalmente por las prácticas concretas de su intensa actividad

137
e l p r i n c i p i o e d u c at i v o e n g r a m s c i e n l a c r e a c i ó n d e ...

política, intelectual y educativa en permanente conexión con las


candentes problemáticas nacionales e internacionales e involu-
crado con el magma creador de la lucha de clase. El vigor de
esta experiencia consolida en él la convicción de que la propia
personalidad se forja en los complejos y contradictorios proce-
sos de la historia, terreno ineludible donde “La comprensión
crítica de sí mismos ocurre a través de una lucha de ‘hegemo-
nías’ políticas, de direcciones contrastantes; sea en el campo
de la ética, como de la política, para llegar a una elaboración
superior de la propia concepción de lo real” (Q11 §12. 1975,
p. 1385). Como se sabe, además de los perspicaces y comba-
tivos artículos que escribió en los periódicos Avanti!, Il Grido
del Popolo y en L’Ordine Nuovo, Gramsci se dedicó a construir
un partido de gran envergadura, se involucró con los “conse-
jos de fábrica” de Turín, organizó cursos de formación para los
obreros, preparando apostillas, escuchando y dialogando per-
manentemente con sus “estudiantes”. Incluso en la cárcel, no
deja de acompañar la educación de sus hijos y familiares y de
elaborar cursos para los encarcelados (LC 21/12/1926. 1996,
p. 22). Sin erigirse como dueño de la verdad, aprendió a reco-
nocer a “sus maestros” en el saber acumulado a lo largo de la
historia y en la “realidad efectiva” que fermenta en las luchas de
los subyugados y de las regiones marginadas y empobrecidas,
como Cerdeña, su tierra de origen. Esta trayectoria explica por
qué sus escritos, más que un pensamiento acabado, hasta hoy,
se presentan como un laboratorio de ideas y una escuela abierta
que inspira nuevas creaciones.

2. El carácter original y revolucionario de la propuesta educativa


de Gramsci

Dispersas en numerosos escritos carcelarios y pre-carcela-


rios, Gramsci condensa en el Cuaderno 12 las principales re-
flexiones sobre la función de los intelectuales, de la escuela y de

138
g i o va n n i s e m e r a r o

la cultura. Con la marca inconfundible de su método de estu-


dio y estilo literario, en este manuscrito elabora sus ideas no de
modo abstracto, sino partiendo de lo concreto, de un análisis
crítico de los modelos dominantes de intelectual y de educación
difundidos en Italia por el “empresario capitalista”, por el idea-
lismo y la Iglesia católica, por el liberalismo y el fascismo, por
las innovaciones de la escuela nueva y activa.
En el comienzo del Cuaderno 12, Gramsci describe al mo-
derno “empresario capitalista” como una figura dinámica y au-
tocrática ocupada no solo con la producción material de su em-
presa, sino atento también a contratar técnicos e intelectuales
especializados en diversas áreas, que lo auxilian en el desempe-
ño de su protagonismo político en la sociedad y en las relaciones
con el Estado. Bajo su mando, sin embargo, el contingente de
obreros y funcionarios no pasan de “comisarios”, destituidos de
autonomía y encargados solamente de ejecutar órdenes y planes
determinados por los intereses de la empresa.
Luego, Gramsci retrata la poderosa influencia de la corriente
idealista (Benedetto Croce y Giovanni Gentile) y de la Iglesia
católica en la cultura y la educación de Italia, camufladas detrás
de la imagen de seres iluminados por la luz de la razón y de la
revelación divina para instruir a los ignorantes con la filosofía y
pastorear paternalmente al rebaño con las enseñanzas sagradas,
pero, en la práctica, inclinados a cultivar íntimas conexiones
con la gran industria y los políticos conservadores.
Con un análisis más minucioso, Gramsci pasa a abordar la
reforma escolar de Gabrio Casati, elaborada en 1859 e inspira-
da en el liberalismo (Q12 §2. 1975, p. 1543), con el objetivo de
modernizar un país que se unificaba tardíamente como nación.
Inspirada en la educación humanista clásica, esta reforma tenía
por objeto preparar a funcionarios y profesionales competentes
para guarnecer el nuevo Estado y conferir una identidad na-
cional. Pero Gramsci observa que esta propuesta se basaba en
valores de una época superada y sus objetivos, de difícil aplica-
ción por las condiciones precarias de la población y del Estado

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e l p r i n c i p i o e d u c at i v o e n g r a m s c i e n l a c r e a c i ó n d e ...

nacional recién formado, tendían a favorecer solo la inserción


de las capas medias y altas en los mejores puestos de trabajo, sin
alterar el abismo división de clase.
Siempre en el mismo cuaderno, Gramsci sintetiza observa-
ciones sobre los límites de las corrientes de la escuela nueva
y activa, en boga en la época, que daban énfasis a la centrali-
dad del individuo, a la espontaneidad, al método lúdico y a los
ejercicios opcionales de trabajos manuales (hobbies, en verdad).
Aunque eran un avance con relación a la educación tradicional
y jesuítica, Gramsci se da cuenta de que tales propuestas te-
nían como objetivo mejorar el sistema con una burguesía más
moderna, pero, en la práctica, se mantenían a la distancia de la
realidad brutal del mundo del trabajo, de las contradicciones
sociales y de las reivindicaciones de las clases populares. Por
ello, observa que “muchas de estas escuelas modernas son del
tipo esnob que no tienen nada que ver —sino superficialmen-
te— con la cuestión de crear un tipo de escuela que eduque a
las clases instrumentales y subordinadas a un papel dirigente en
la sociedad, en su conjunto y no como individuos aislados” (Q9
§119. 1975, p. 1183. Las cursivas son nuestras).
El conjunto de esos análisis acerca de la actuación del em-
presario capitalista, del idealismo, de la Iglesia católica, de la
reforma liberal, de la escuela nueva y activa y de la educación
plasmada por el “americanismo y fordismo” (retratada en el
Cuaderno 22) llevan a entender mejor la crítica de Gramsci a la
concepción de educación instaurada por el fascismo. Al operar,
de hecho, una fractura entre la formación superior —esfera re-
servada a una élite de intelectuales designada para administrar
y dirigir el país— y las escuelas profesionales simplificadas y
acortadas, destinadas a las clases trabajadoras para ser adiestra-
das solo en función de los servicios manuales y de las demandas
de la industria, la reforma fascista de Gentile es la materiali-
zación más explícita de la división que sustenta la estructura
piramidal de la sociedad y el disciplinamiento en el Estado mi-
litarizado. Con la ventaja, observa Gramsci, que tales escuelas

140
g i o va n n i s e m e r a r o

“profesionales”, accesibles a las masas por su “interés práctico


inmediato”, aparecían “democráticas” y acababan sirviendo,
paradójicamente, para consolidar las desigualdades y perpetuar
las divisiones de clase (Q12 §2. 1975, p. 1547).
Para Gramsci, de hecho, contrariamente al sentido común,
el fascismo, además de tener sus raíces en el largo período del
imperio romano, del feudalismo y del dominio de la Iglesia,
guarda íntimas conexiones también con el liberalismo. Por eso,
Gramsci plantea la pregunta: “¿el movimiento correspondiente
al liberalismo moderado y conservador no sería más precisamen-
te el movimiento fascista?” (Q10 §9. 1975, p. 1228). Analizado
con más atención, de hecho, el liberalismo presenta muchas ca-
racterísticas en común con el fascismo. Además del elitismo, del
darwinismo social, del Estado policial, de la protección de los
intereses de la clase media y alta, reproduce un estricto régimen
autoritario en su modo de producción. Hasta hoy, diversos au-
tores documentan abundantemente la estrecha conexión entre
liberalismo y fascismo (Losurdo, 2005), mostrando que la pro-
piedad privada sin límites exige un aparato de seguridad sin
límites (Arendt, 1982).
Gramsci percibió este fenómeno desde el principio y, por
eso, observa que el fascismo se convierte en “la táctica general
de la burguesía en peligro” (Gramsci, 1974, p. 343) y es invoca-
do cuando las “ovejas hidrófobas” de la clase media entran “en
pánico” frente a la emancipación de las clases populares que
puede amenazar sus privilegios (Q10 §6. 1975, p. 1220). Y, de
hecho, las teorías y reformas educativas transmitidas en Italia
formaban parte de la contrarrevolución que se armó en los años
veinte y treinta para contener la irrupción de las masas popu-
lares, debilitar las organizaciones de los trabajadores, alejar el
fantasma de la Revolución rusa y exorcizar el terror del “bienio
rojo” (1919-1920) marcado por las huelgas y ocupaciones de las
fábricas. De esta forma, la reforma fascista de Gentile se pre-
sentaba para restaurar la larga tradición conservadora, elitista
y reaccionaria de Italia, con el aplauso de los empresarios, el

141
e l p r i n c i p i o e d u c at i v o e n g r a m s c i e n l a c r e a c i ó n d e ...

consenso de los liberales, el beneplácito de los idealistas y las


bendiciones de la Iglesia.
Así, en contraposición a todos los modelos de cultura y edu-
cación “orgánicos” al sistema dominante, Gramsci presenta una
desafiante propuesta totalmente nueva y revolucionaria, orgáni-
ca a las luchas históricas de las clases populares y de los pueblos
subalternizados, introduciendo la concepción de “intelectual
orgánico”, de “escuela unitaria” y formulando el “nuevo prin-
cipio educativo”.

2.1 Intelectual “orgánico” y “tradicional”

Partiendo siempre de la realidad concreta y analizando las


funciones que desempeña el intelectual en el ámbito de la pro-
ducción y las posiciones con las que está comprometido en las
relaciones sociales y políticas (Q12 §1. 1975, p. 1516), Gramsci
deconstruye la imagen abstracta de ser superior y apolítico dis-
persa en el sentido común. Al contrario, revela la vinculación
de clase de los intelectuales mostrando cómo sus actividades
son “orgánicas” a un determinado sistema por el hecho de que
ejercen una “función conectiva y organizativa” y se dedican a
asegurar la “hegemonía social” y el “dominio estatal” otorgan-
do a determinados grupos “homogeneidad y conciencia de la
propia función no solo en el campo económico, sino también
en el social y político” (Q12 §1. 1975, p. 1513). Sin embargo,
la “organicidad” de los intelectuales contratados como “comi-
sarios” del grupo dominante, al servicio del mantenimiento del
sistema y de los intereses de una clase minoritaria, en la práctica,
produce un efecto “desorganizado” respecto a la gran mayoría
de la sociedad. Gramsci, por lo tanto, apunta a la necesidad de
formar “intelectuales orgánicos” a las clases obreras y popula-
res, mostrando concretamente que “[l]a filosofía de la praxis
no es el instrumento de gobierno de grupos dominantes para
obtener el consenso y ejercer la hegemonía sobre las clases sub-

142
g i o va n n i s e m e r a r o

alternas; es la expresión de estas clases subalternas que quieren


educarse a sí mismas en el arte del gobierno y que tienen interés
en conocer todas las verdades, incluso las desagradables y evitar
los engaños (imposibles) de la clase superior y tanto más de sí
mismas” (Q10 §40. 1975, p. 1320).
Con este giro inaudito, los subyugados dejan de ser trata-
dos como masa amorfa y pasiva y adquieren personalidad de
sujetos conscientes y protagonistas de la propia historia. Por
eso, Gramsci lanza la impactante afirmación de que “todos son
intelectuales” (Q12 §1. 1975, p. 1516), al igual que, en el Cua-
derno 11, muestra que “todos son filósofos” (Q11 § 12. 1975,
p. 1375) y, en el Cuaderno 13, que la “política” es una actividad
democrática colectiva, constitutiva de todo ser humano y crea-
dora de “nuevos y más elevados tipos de civilización” (Q13 §7.
1975, p.1566). En esta nueva visión, sin eliminar los diferentes
papeles necesarios en la organización social y política, tal como
debe haber una conjunción inseparable entre “espontaneidad”
y “dirección” y una “[u]nidad orgánica entre teoría y práctica,
entre capas de intelectuales y masas populares, entre gobernan-
tes y gobernados” (Q13 §36. 1975, p. 1634), Gramsci propone
también la instauración de una relación dialéctica, de la forma-
ción recíproca entre “maestro y alumno” (Q10 §44. 1975, p.
1331). Con eso, se opera una verdadera revolución en la polí-
tica y en la educación y una ruptura epistemológica no sólo en
relación a las corrientes arriba analizadas, sino también, frente
a las posiciones de Max Weber (2001), a las teorías políticas de
Gaetano Mosca (Q13 §6. 1975, p. 1563) y al pragmatismo de
John Dewey (2000).
Con base en esta concepción, Gramsci desenmascara la posi-
ción aristocrática del idealismo y las mistificaciones de la Iglesia
católica, estableciendo una distinción entre intelectuales “orgá-
nicos” y “tradicionales”. Estos últimos, de hecho, se consideran
continuadores de una ininterrumpida tradición y “autónomos
e independientes” como portadores de un saber superior, en
la práctica, preservando la vieja postura de distanciamiento del

143
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pueblo y de paternalismo, “son un rastrojo conservador y fosi-


lizado del grupo social históricamente superado”, ajenos a las
dinámicas efectivas de la historia y a las candentes cuestiones
sociales, políticas, culturales y económicas reivindicadas por
la insurgencia de las clases trabajadoras y populares (Q11 §16.
1975, p. 1407).

2.2 Escuela unitaria

De esta forma, contra todos los métodos educativos que re-


producen la desigualdad social y la división de clase, Gramsci
diseña la sorprendente propuesta de la “escuela unitaria”, conec-
tando con las luchas históricas de los subalternos y resignificando
los avances en la pedagogía moderna y las experiencias educati-
vas de la “escuela única del trabajo” que observó de cerca en la
URSS entre 1922 y 1923. Para Gramsci, la escuela necesita ser
“unitaria” no solo para franquear a todos una base común y pro-
piciar el “progreso intelectual y moral de grandes masas” (Q11
§12. 1975, p. 1385), sino, en consonancia con la concepción de
la filosofía de la praxis, porque tiene como objetivo promover la
formación inseparable de la teoría y la práctica, “cerebro y brazo”
(Q4 §51. 1975, p. 488), el trabajo intelectual y material, la razón
y la pasión, la historia y la naturaleza, la libertad y la disciplina,
la ciencia y la vida, individuo y la sociedad, de manera tal que
las particularidades, las diferencias y la multiplicidad adquieran
su significado más profundo en la conexión con el todo. El ser
humano, de hecho, constituye un todo y, siendo una unidad in-
divisible en sus múltiples actividades, “no es posible separar el
homo faber del homo sapiens” (Q12 §3. 1975, p. 1550), una vez
que: “en todo trabajo físico, hasta el más mecánico y degradado,
existe un mínimo de cualificación técnica, o sea, un mínimo de
actividad intelectual creadora” (Q12 §1. 1975, p. 1516).
Además, la escuela debe ser “unitaria” no sólo para desa-
rrollar y unificar los múltiples componentes del ser humano

144
g i o va n n i s e m e r a r o

(materiales, físicos, biológicos, intelectuales, sociales, políticos,


artísticos, morales, afectivos, lúdicos, etc.) sino para contribuir
también a integrar los diversos sectores de la sociedad en torno
a un proyecto orgánico de sociedad nacional-popular. Por eso,
las atenciones de Gramsci no se limitan a los años de formación
básica, sino que se dirigen también a la reorganización e inte-
racción entre Universidades (entidades de carácter científico y
centros de investigación) y “academias” (instituciones especiali-
zadas para las actividades prácticas y productivas: industria, fi-
nanzas, administración, comercio, agricultura, etc). Solo de esta
forma es posible entrelazar trabajo intelectual e industrial con
“toda la vida social” y política (Q12 §1. 1975, p. 1538) y cons-
truir un conocimiento orgánico, poliédrico, integral, profunda-
mente sintonizado con las necesidades reales de la sociedad y el
protagonismo popular.
Vinculada a un proyecto orgánico de sociedad, al mundo del
trabajo, a los problemas concretos de la sociedad y a la supera-
ción de la división de clase, además del desarrollo intelectual y
de las aptitudes individuales, la concepción unitaria de la es-
cuela debe ofrecer los medios para que los ciudadanos puedan
adquirir una conciencia política y educarse colectivamente para
ejercer la democracia. En este sentido, la escuela, para Gramsci,
no debe apuntar solo a preparar profesionales y mano de obra
calificada, sino, sobre todo, ser “creativa” (Q12 §2. 1975, p.
1537), o sea, capaz de despertar en todos la capacidad de au-
todeterminar y actuar activamente en el mundo, llevando “el
joven hasta el umbral de la elección profesional, formándolo
como persona capaz de pensar, de estudiar, de dirigir o contro-
lar quien dirige” (Q12 §2. 1975, p. 1547). Este proyecto está en
consonancia con la nueva concepción de Estado entendido “en
sentido orgánico y más amplio” (Q6, 87), o sea, construido en
la relación dialéctica de “sociedad política y sociedad civil”. Así,
al ser permeado por la “voluntad colectiva nacional-popular”,
el Estado podrá garantizar una escuela “pública, sin división de
grupos o castas” (Q12 §1. 1975, pp. 1517 y 1534), “asegurando

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a cada gobernado el aprendizaje gratuito de la capacidad y de


la preparación técnica general necesarias para la finalidad” de
convertirse en “gobernante” en una sociedad efectivamente de-
mocrática (Q12 §2. 1975, p. 1548).

2.3 El nuevo principio educativo

Este conjunto de consideraciones lleva a Gramsci a estable-


cer el “nuevo principio educativo” en la formación de todos
como “dirigentes”, horizonte orientador de la nueva concep-
ción de intelectual, de educación y cultura. Consciente de que la
colonización de las mentes es el instrumento más determinante
para la dominación, Gramsci traza los caminos para que todos
puedan constituirse sujetos libres, conscientes y creativos, ca-
paces de autodeterminarse y, al mismo tiempo, de organizarse
políticamente para dirigir el mundo. Este objetivo, fundamental
para las clases subyugadas y a ser conquistado con conocimien-
tos avanzados en la ciencia, en la técnica, “especialización” en
el trabajo y con el protagonismo político, Gramsci lo resume en
la expresión clave con la que culmina el Cuaderno 12: “conver-
tirse en ‘dirigente’ (especialista + político)”.
Por lo tanto, la formación “politécnica”, “omnilateral” y
científicamente avanzada, que el propio empresario exige de los
mejores obreros y ejecutivos, aunque necesaria, es insuficiente.
Junto con la mejor preparación profesional, es necesario adqui-
rir el componente político que permite entender lo que ocu-
rre en el mundo y las contradicciones existentes en la sociedad,
para actuar con lucidez y determinación en su transformación.
Nótese que “dirigente” y “dirección” son las connotaciones
más específicas con las que Gramsci define el concepto de “he-
gemonía”. De esta forma, el nuevo principio educativo, para
Gramsci, no pretende formatear “ciudadanos” meramente fun-
cionales al mercado y domesticados en un sistema que reduce
los individuos a mano de obra, a electores eventuales, a meros

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g i o va n n i s e m e r a r o

espectadores y consumidores, sino que debe promover la ex-


pansión de las potencialidades de todos para que se conviertan
en “intelectuales políticos cualificados, dirigentes, organizado-
res de todas las actividades y funciones inherentes al desarro-
llo orgánico de una sociedad integral, civil y política” (Q12 §1.
1975, p. 1522). De esta forma, Gramsci confiere el significado
más radical y auténtico a la democracia, que reconoce en el
“pueblo-nación” al titular del poder y al sujeto soberano que se
forma permanentemente dirigiendo y socializando el modo de
producción, las decisiones políticas y las creaciones culturales
(Q11 §67. 1975, p. 1505).
Así, tal como la filosofía de la praxis inaugurada por Marx
“abre un camino completamente nuevo, es decir, renueva de
arriba abajo el modo de concebir la propia filosofía” (Q11 §27.
1975, p. 1436), Gramsci revoluciona el modo de entender la
educación y rompe la tradición atávica fundada sobre la divi-
sión inmutable entre los que piensan y los que ejecutan, entre
gobernantes y gobernados, dirigentes y dirigidos, educado-
res-educandos (Q15 §4. 1975, p. 1752), poniendo fin a todo
tipo de discriminación y de escuela elitista, autoritaria, paterna-
lista y doctrinaria, a las vanguardias iluminadas, a la sociedad de
casta, a la ideología individualista y masificadora.

3. Desafíos educativos y culturales en América Latina

No hay que sorprenderse, por lo tanto, si la concepción revo-


lucionaria delineada por Gramsci es combatida frontalmente y
descalificada por el sistema dominante. Aun así, la “utopía” de
formar ciudadanos conscientes, dirigentes y “orgánicos” a un
proyecto de sociedad capaz de crear una civilización que sub-
vierta todo modelo de poder autocrático, excluyente y destruc-
tivo, entró a formar parte del proceso real de conquistas de los
subyugados. “De un siglo a otro”, los horizontes descubiertos
en la prisión fascista se han extendido en todos los continentes

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y continúan inspirando a muchos autores en diversas áreas del


conocimiento, educadores, organizaciones políticas y culturales.
Traducido en más de treinta idiomas, el pensamiento de Gramsci
alcanza resonancia especial en América Latina porque se instala
en profunda sintonía con la intensa y admirable historia de luchas
contra el colonialismo, el racismo y la condición subalterna.
Aunque redactadas hace casi un siglo, las pocas referencias a
América Latina que se encuentran en los Cuadernos de la cárcel
tocan cuestiones centrales y aún actuales. Aquí, basta recordar las
anotaciones donde Gramsci menciona la influencia de la masone-
ría, el peso de las oligarquías tradicionales, el latifundio, las con-
tradicciones entre los “aborígenes y los inmigrantes europeos”
(Q1 §107. 1975, p. 98), la cuestión racial, el “fraccionamiento
de la región” y el “peso de los Estados Unidos para mantener
esta desagregación” (Q3 § 5. 1975, pp. 290-292). En el Cuaderno
12, particularmente, observa que los países sudamericanos fue-
ron marcados por la “civilización española y portuguesa de los
siglos xvi y xvii, caracterizada por la Contrarreforma y por el
militarismo parasitario. Las cristalizaciones resistentes aún hoy
en estos países son el clero y una casta militar, dos categorías de
intelectuales tradicionales fosilizadas en la forma de la metrópolis
europea” (Q12 §1. 1975, pp. 1528-1529).
Además de esos aspectos que aún perduran en América
Latina, en relación a nuestro asunto, los escritos de Gramsci
proporcionan otras reflexiones de gran actualidad. Particular-
mente interesante es el análisis crítico acerca de los intelectuales
“cosmopolitas”, desarraigados y mercenarios al servicio de la
“metrópolis” que “envía sus corrientes ideológicas a la perife-
ria” (Q10 §61. 1975, p.1360), donde líneas auxiliares, muchas
veces “travestidas de nacionalismo’, en lugar de promover las
fuerzas vitales del propio país, representan la subordinación y la
servidumbre económica a las naciones o a un grupo de naciones
hegemónicas” (Q13 §2. 1975, pp. 1562-1563).
Sin nunca “vender sus escritos a quien paga mejor” ni “agra-
dar a patrones o manipuladores” (LC 12/10/1931. 1996, p. 478),

148
g i o va n n i s e m e r a r o

Gramsci libra una dura batalla también contra los intelectuales


inmediatistas, pragmáticos y los “habladores superficiales” que
“difaman la teoría y creen poseer el conocimiento de la historia
porque consiguen pavonearse con fórmulas de frases hechas y
banalidades” (Q8 §214. 1975, p. 1072). Asimismo, combate no
sólo a los oportunistas que engrosan las filas del “lorianismo” y
el “brescianismo” (Semeraro, 2021, pp. 101-104), producien-
do artimañas ideológicas y difundiendo falsedades (hoy, “fake
news”), sino que también aborrece a los “indiferentes” (1982),
el escepticismo y el relativismo que socavan la acción política de
las clases populares y descalifican el estudio y la investigación
serios y rigurosos.
Pero, el legado mayor de Gramsci no reside solo en el conte-
nido de sus escritos, sino en el método de estudio que desarrolla
magistralmente apropiándose del conocimiento históricamen-
te acumulado y de los avances de las ciencias para enfrentar
“los problemas bien determinados y originales en su actuali-
dad puestos por la realidad” (Q11 §12. 1975, p. 1377). En este
sentido, sus elaboraciones conceptuales y analíticas no quedan
relegadas a la esfera de la teoría, sino que se revelan instrumen-
tos fundamentales en la tarea ineludible para cada generación
de comprender y recrear el propio mundo. Y se convierten en
herramientas tanto más preciosas en América Latina para en-
tender las complejas dinámicas de la lucha de clase y descubrir,
particularmente, lo que fue reprimido, silenciado y puesto “en
los márgenes (historia de los grupos sociales subalternos)” se-
gún el título que Gramsci da al Cuaderno 25 (Semeraro, 2014).
Por eso, hasta hoy, las páginas vivas de sus escritos alimentan
la inteligencia creadora y la llama de la pasión de los que se de-
dican a la desafiante tarea de rescatar los rasgos más fundamen-
tales que constituyen la historia profunda de América Latina:
las civilizaciones y resistencias de los indios y de los negros, los
levantamientos revolucionarios, los movimientos populares, las
organizaciones de los trabajadores, la lucha de las mujeres, la
producción original de la teoría de dependencia y de los estu-

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dios coloniales, la filosofía y teología de la liberación, las prácti-


cas educativas innovadoras, las creaciones culturales y la inago-
table actividad artística en todas las esferas.
Con Gramsci, de hecho, se aprende no solo a denunciar las
atrocidades de la colonización, el genocidio, la esclavitud, la ex-
plotación y la depredación, también se adquieren medios efica-
ces para fortalecer la irrecusable responsabilidad de impulsar la
historia de los heroicos enfrentamientos populares que dieron
origen a las conquistas sociales y al original patrimonio civiliza-
cional que se fue gestando en esas tierras. Un legado que hoy
viene siendo amenazado por la catástrofe ecológica, el vacia-
miento del desarrollo de la ciencia y la tecnología, los ataques a
la educación y la cultura, el saqueo de las riquezas territoriales
y de los bienes comunes a causa de depredadores externos e in-
ternos que minan la democracia, la soberanía de los Estados, la
integración regional y profundizan el más salvaje neoliberalismo
con nuevas formas de fascismo.
Ante el trauma del nazifascismo y la masiva reproducción de
conciencias cosificadas, Adorno señaló en la educación la tarea
más importante para impedir que Auschwitz se repitiera (1986,
pp. 117 y ss.). La contribución de este gran autor se suma, sin
duda, al pensamiento de Gramsci que, antes que él, al percibir las
proporciones de una “crisis orgánica” que “no puede ser supe-
rada sino construyendo una nueva estructura” (Q14 §57. 1975,
p. 1716), escudriñó los pasos concretos para enfrentar y derrotar
toda forma de fascismo y liberalismo con una concepción revolu-
cionaria de educación y la construcción de una nueva civilización.

***

Referencias bibliográficas

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Semeraro, G. (2021) Intelectuais, Educação e Escola. Um estudo do Cader-
no 12 de Antonio Gramsci. San Pablo: Expressão Popular.
Weber, M. (2001) La scienza come professione. La politica come professio-
ne. Torino: Edizioni di Comunità.

151
Francisco L’Huillier y Hernán Ouviña
Maquiavelo, Marx y la ciencia (de la) política.
Apuntes en torno a la hegemonía y el poder
como relación de fuerzas

Conocemos de sobra la situación: un Gramsci extenuado,


aislado política y afectivamente, emprende la titánica tarea de
intentar iniciar una investigación entre rejas, cuyo objetivo últi-
mo es producir algo “para la eternidad”. Si bien es detenido el 8
de noviembre de 1926 por la policía del régimen fascista (dando
inicio a un doloroso periplo por diversos presidios de Italia),
será recién en febrero de 1929 que logre contar con la autori-
zación para tener papel y pluma en su calabozo. Esto implicó
que durante casi tres años se viera privado de poder plasmar
sus ideas en forma escrita, excepto en cartas enviadas a sus seres
queridos que, dicho sea de paso, eran controladas por censores.
Así, el 9 de febrero de 1929, un día después de inaugurada la
lenta redacción de sus Cuadernos, le confiesa a su cuñada Tania
Schucht: “¿Sabes? Ya escribo en la celda. Por ahora sólo hago
traducciones, para soltar la mano: entre tanto pongo orden en
mis pensamientos” (Gramsci, 2003, p. 189)1.

1
Durante esos trágicos años en los que se vio imposibilitado de escribir, logró volcar
en numerosas epístolas sus inquietudes intelectuales y afectivas. En una de ellas,
redactada en la cárcel de Milán en marzo de 1927, comparte su obsesión filosófi-
co-política, escribir algo que pueda perdurar en el tiempo y que trascienda la co-
yuntura inmediata. Allí dirá: “Mi vida siempre transcurre con la misma monotonía.
Hasta el estudio resulta muchísimo más difícil de lo que parece. Recibí algunos li-
bros y realmente leo mucho —más de un volumen por día, además de los diarios—

153
m a q u i av e l o , m a r x y l a c i e n c i a (de la) política

Curiosamente, entre la variedad de temáticas elegidas —enun-


ciadas en su correspondencia y también en la primera página que
inaugura su escritura carcelaria en febrero de 1929— no figura
Nicolás Maquiavelo. No obstante, el “secretario florentino” bien
podría ser pensado como un personaje invariante a lo largo de
la obra gramsciana (Ouviña, 2013). Quizás esta ausencia inicial
oficie de síntoma o lapsus. Por caso, no resulta ocioso recordar
que el 22 de junio de 1927, estando ya Gramsci en prisión, se
conmemoran en Italia los cuatrocientos años del fallecimiento del
autor de El Príncipe. Este evento dio lugar a una gran polémica en
torno a la interpretación de su obra, siendo publicados en aquel
entonces innumerables libros y artículos que la revisitan desde
diferentes y hasta contrapuestos ángulos.
Con su inigualable pasión por la lectura (que en la cárcel
devino un antídoto contra la idiotización y la destrucción físi-
ca y anímica, según su propio testimonio en primera persona),
el 14 de noviembre de ese mismo año Gramsci le escribe una
carta a su cuñada, Tatiana Schultz, donde además de solicitarle
diversos libros centrados en la figura de Maquiavelo, le confie-
sa su sorpresa frente al común denominador que emparenta al
material editado a propósito del cuarto centenario de su muer-
te: omitir el contexto histórico y la intencionalidad política que
signa la escritura del florentino, como teórico de la creación de
nuevos Estados a nivel europeo (Gramsci, 2003, p. 120).
Será éste el puntapié inicial a partir del cual Gramsci co-
mience a problematizar las concepciones hegemónicas que exis-
tían alrededor de la obra de Maquiavelo, buscando generar una
lectura alternativa que oficie, como veremos, de arma preñada
de futuro para esa Italia plebeya a la que añoraba ver liberada

pero no es a esto que quiero referirme. Es a otra cosa: me obsesiona —supongo que
es éste un fenómeno propio de los presos— la idea de que debería hacer algo “für
ewig”, para la eternidad, de acuerdo con un concepto goethiano que según recuer-
do atormentó mucho a nuestro Pascoli. En una palabra: quisiera ocuparme intensa
y sistemáticamente, de acuerdo con un plan preconcebido, de alguna materia que
me absorba y centralice mi vida interior (Gramsci, 2003, p. 70).

154
francisco l’huillier y hernán ouviña

de la tiranía fascista. Y es que el florentino no es para Gramsci


un “objeto de estudio”, sino ante todo una potente brújula: sus
escritos proporcionan elementos tanto para comprender y ana-
lizar las situaciones políticas como para incidir sobre ellas. De
ahí que el primer Cuaderno con el que inaugura su escritura
carcelaria en 1929, contenga ya varios parágrafos referidos a
Maquiavelo, al igual que algunos otros posteriores. No obstan-
te, podríamos afirmar que las notas que conforman el Cuaderno
13 constituyen la columna vertebral a partir de la cual Gramsci
ausculta en detalle a Maquiavelo y su obra2.
Teniendo en cuenta este eje transversal y la necesaria dialo-
gicidad y cotejación con otros Cuadernos tanto previos como
posteriores que refieren también a Maquiavelo, a lo largo de
este capítulo recuperaremos algunas de las principales hipóte-
sis gramscianas en torno a El Príncipe y a los fundamentos de
una ciencia (de la) política crítico-transformadora, en diálogo
permanente con la filosofía de la praxis forjada por Marx. Ellas
contribuyen a la caracterización y el análisis de la hegemonía y
el poder como correlación de fuerzas, así como de la organiza-
ción política en tanto apuesta estratégica por la construcción de
una nueva hegemonía, que aporta a la gestación de una intelec-
tualidad colectiva y oficia de instancia de unificación y proyec-
ción de las clases subalternas en la clave de un sujeto antisisté-
mico, habitado por la diversidad y tendiente a la creación de un
bloque histórico superador del capitalismo. El objetivo último
es brindar una aproximación a la (re)lectura que Gramsci rea-
liza de Maquiavelo y del propio Marx, a la luz de los dilemas y
desafíos que nos depara la actual coyuntura latinoamericana y
mundial de profunda crisis civilizatoria donde se manifiestan
los fenómenos más morbosos.

2
De acuerdo a la datación cronológica que realiza Gianni Francioni (1984), este
Cuaderno fue escrito enteramente en la Cárcel de Turi, entre abril de 1932 y
noviembre de 1933. En él Gramsci retoma, pule y amplía un conjunto de notas
precedentes, así como temáticas abordadas en otros Cuadernos como el 4 y el 8.

155
m a q u i av e l o , m a r x y l a c i e n c i a (de la) política

Ciencia (de la) política y filosofía de la praxis

En el Cuaderno 13, el parágrafo § 17 es el punto de partida


metodológico que permite avanzar en la fundación de una cien-
cia política anclada en lo que Gramsci denomina inicialmen-
te materialismo histórico, y que renombrará con el transcurrir
del tiempo entre rejas como filosofía de la praxis. En una nota
inmediatamente previa sintetiza lo que hay que entender por
“relaciones de fuerzas”:

El estudio de cómo hay que analizar las “situaciones”, o


sea cómo hay que establecer los diversos grados de rela-
ción de fuerzas puede prestarse a una exposición elemen-
tal de ciencia y arte política, entendida como un conjunto
de cánones prácticos de investigación y de observaciones
particulares útiles para despertar el interés por la realidad
efectiva y suscitar intuiciones políticas más rigurosas y vigo-
rosas (Gramsci, 1999, p. 18).

Es justamente aquí donde radica uno de los aportes fun-


damentales de Gramsci al marxismo emergente en la primera
mitad del siglo xx. Como consecuencia de las sucesivas derro-
tas que sufre el movimiento obrero europeo en la posguerra, el
creciente avance de variadas modalidades de resolución como
alternativa a la crisis —el fascismo, aunque también el fordismo
“americanista”—, y frente a la evidencia de que la conquista del
poder estatal no está al alcance de la mano, el interés del pensa-
dor italiano pasa entonces por fortalecer aquella dimensión me-
nos explorada de la teoría marxista: las superestructuras. Dicha
preocupación lo lleva a volcarse a la sistematización de un con-
junto de herramientas metodológicas para una ciencia política
que sea capaz de desarrollarse con cierto grado de autonomía
relativa al interior de la totalidad ontológica que representa la
filosofía de la praxis. En este sentido, Gramsci

arriba a la compresión de que lo que se está produciendo es


una transformación de la realidad política y que esa trans-

156
francisco l’huillier y hernán ouviña

formación desborda el campo de lo que el propio Marx ha-


bía vislumbrado. […] Gramsci toma no solamente la idea
de que la política es una actividad autónoma, aunque deter-
minada necesariamente por un cierto condicionamiento es-
tablecido por el desarrollo histórico, sino también la visión
de la política como la actividad humana central decisiva de
todo sujeto social (Aricó, 2012, p. 286).

Sin embargo, para Gramsci no se trata de parcelar el estudio de


la realidad en su movimiento dialéctico, sino de constatar que, así
como Marx había logrado realizar avances fundamentales para la
comprensión de aquellos elementos estructurales de la realidad
capitalista, quedaba un arduo trabajo por realizar en relación al
estudio del conjunto de las superestructuras. En efecto, éstas se
habían complejizado crecientemente en las formaciones sociales
de Occidente —con el surgimiento y la consolidación de sofis-
ticados aparatos de hegemonía y un Estado que ya no podía ser
considerado como pura represión, deviniendo cada vez más una
intrincada combinación de coerción y consenso—, en particular
en su país natal, que formaba parte de ese Occidente periférico al
que hace alusión Juan Carlos Portantiero (1981)3.

3
Siguiendo la interpretación que postula en Los usos de Gramsci, buena parte del
corpus gramsciano es directamente pertinente para interpretar (e intentar trans-
formar) la realidad de América Latina. Si bien se la ha considerado una teoría
de la revolución en Occidente, identificándose con los países capitalistas euro-
peos “avanzados”, sin embargo, la sociedad que Gramsci estudia en profundi-
dad (Italia), constituye una típica sociedad del llamado capitalismo periférico. “Si
éste es el terreno histórico sobre el cual Gramsci colocó sus reflexiones —afirma
Portantiero—, ellas estarían más cerca de cierto tipo de sociedades latinoame-
ricanas actuales, que de las formaciones sociales del capitalismo contemporá-
neo más avanzado y maduro”. Desde esta óptica, gran parte de las sociedades
latinoamericanas serían sociedades complejas pero desarticuladas, con una
dinámica de configuración socio-económica tardío-dependiente y una estatalidad
tendiente a ostentar un poder de reserva y una autonomía capaz de generar ini-
ciativas en una clave mucho mayor que la propia sociedad. Esto implica “la exis-
tencia de dos grandes tipos de sociedades occidentales”, un Occidente central
(el que refiere a un capitalismo “maduro y avanzado”) y un Occidente periférico
(donde entrarían las realidades de Italia, España, Polonia y Portugal, abordadas

157
m a q u i av e l o , m a r x y l a c i e n c i a (de la) política

Ciencia y política, teoría y praxis, debían concebirse, de


acuerdo a Gramsci, de manera unitaria, así como al servicio del
análisis y la transformación de una realidad que se revelaba cada
vez más adversa para el socialismo y el movimiento obrero euro-
peos. Esa será, pues, la preocupación nodal que atraviese todo
el Cuaderno 13, titulado sugestivamente “Notas breves sobre la
política de Maquiavelo”:

La cuestión inicial a plantear y resolver en un tratado sobre


Maquiavelo es la cuestión de la política como ciencia autó-
noma, o sea, del lugar que la ciencia política ocupa o debe
ocupar en una concepción del mundo sistemática (coheren-
te y consecuente)— en una filosofía de la praxis (Gramsci,
1999, p. 24. Las cursivas son nuestras).

Si, siguiendo a Hugues Portelli (1973) y Jacques Texier


(1977), hay cierto grado de veracidad en la sentencia de que
Gramsci fue principalmente un “teórico de las superestructu-
ras”, ello no resta de ninguna manera mérito a su obra, si asumi-
mos que a lo largo de ella no desestima las condiciones estructu-
rales y las relaciones sociales de producción, sino que las resitúa
en el marco más amplio e integral del bloque histórico, en tanto
totalidad contradictoria y en movimiento, que logra cohesión en
función de un proceso hegemónico signado por un equilibrio
inestable de fuerzas en lucha. Mirada de conjunto, la particular
insistencia de Gramsci en el análisis de las instancias políticas,
ideológicas y culturales, añade profundidad y organicidad al
camino iniciado por Marx y Engels, los fundadores junto con
Maquiavelo de la filosofía de la praxis.
Es que de acuerdo a nuestro pensador sardo —a diferencia
de Marx, para quien el punto de partida para el estudio del
sistema capitalista es la forma mercancía y el dinero como re-
lación social fetichizada— la indagación del concreto parte de

explícitamente por Gramsci, pero también las de países como Argentina, Chile,
Uruguay, México y Brasil, o incluso Bolivia).

158
francisco l’huillier y hernán ouviña

la comprobación de la separación histórica entre gobernantes


y gobernados (Coutinho, 2004). En una nota emblemática del
Cuaderno 15, denominada Maquiavelo. Elementos de política,
Gramsci clarifica lo que son los pilares básicos de la ciencia y el
arte de la política:

[El] Primer elemento es que existen verdaderamente gober-


nados y gobernantes, dirigentes y dirigidos. Toda la ciencia y
el arte políticos se basan en este hecho primordial, irreduc-
tible (en ciertas condiciones generales). Los orígenes de este
hecho son un problema en sí, que deberá ser estudiado en sí
mismo (por lo menos podrá y deberá estudiarse cómo ate-
nuar y hacer desaparecer el hecho, cambiando ciertas con-
diciones identificables como actuantes en este sentido), pero
sigue permaneciendo el hecho de que existen dirigentes y di-
rigidos, gobernantes y gobernados (Gramsci, 1999, p. 175).

Ahora bien, el reconocimiento de esta escisión como un dato


ineludible de la realidad, no equivale en Gramsci a su natura-
lización, sino que implica por el contrario la intencionalidad
política de evidenciar su carácter no eterno, esto es, dar cuenta
de su transitoriedad y, por lo tanto, indagar en las posibilida-
des revolucionarias de su superación. De ahí que en esta misma
nota, en un párrafo inmediatamente posterior, lance la siguiente
pregunta-generadora:

Al formar dirigentes es fundamental la premisa: ¿se quie-


re que haya siempre gobernados y gobernantes o bien se
quieren crear las condiciones en las que la necesidad de
existencia de esta división desaparezca?, o sea, ¿se parte
de la premisa de la perpetua división del género humano o
se cree que ésta es sólo un hecho histórico, que responde a
ciertas condiciones? (Gramsci, 1999, p. 175-176).

A su vez, la necesidad de desarrollar una ciencia de la política


con relativa autonomía es resultado de una recurrente polémica
con las lecturas más economicistas y mecanicistas del marxismo
ortodoxo, a las que Gramsci dedica gran parte del Cuaderno

159
m a q u i av e l o , m a r x y l a c i e n c i a (de la) política

11, titulado “Introducción al estudio de la filosofía”. En parti-


cular, destaca allí la crítica a Nicolai Bujarin y su libro-manual
Teoría del materialismo histórico, donde acusa al filósofo ruso de
querer trasladar mecánicamente las leyes de las ciencias natura-
les al estudio de la realidad social, olvidando que son relaciones
históricas y humanas, y no físicas o biológicas, las que confor-
man a esta totalidad en movimiento.
Reposicionar entonces la centralidad de la voluntad colectiva
y la subjetividad humana en la construcción del devenir históri-
co, en última instancia, la praxis política como elemento para el
cuestionamiento y la superación del sistema capitalista, es una
apuesta vital en el pensamiento de Antonio Gramsci en su lucha
contra el dogmatismo materialista, corriente que —de acuerdo
a su interpretación— no es más que otra forma de metafísica es-
peculativa, que coquetea con el riesgo de interpretar el mundo
sin aspirar a transformarlo.

El bloque histórico como totalidad orgánica en movimiento

Al igual que con buena parte del corpus teórico elaborado


por Gramsci entre rejas, existe un debate todavía abierto en tor-
no a la centralidad (o no) que el concepto de bloque histórico
tiene en el “cortaziano modelo para armar” que son los Cua-
dernos de la cárcel. Si para autores clásicos como Hugues Por-
telli (1973) y Jacques Texier (1975) constituye un basamento
fundamental de la recreación que Gramsci hace del marxismo,
interpretaciones más recientes como la de Giuseppe Cospito
(2016) cuestionan su relevancia, al punto de afirmar que “no es
decisivo en la globalidad del trabajo carcelario”.
Más allá de lo interesante de esta polémica, lo cierto es que
resulta indudable que existe un nexo estrecho entre la apelación
y uso de este término por parte de Gramsci en sus notas de
encierro, y la relectura no determinista que realiza del famoso
Prólogo de Marx de 1859 a su libro Contribución a la crítica de

160
francisco l’huillier y hernán ouviña

la economía política. En efecto, el ejercicio gramsciano de doble


“traducibilidad” de este breve escrito considerado canónico —
del alemán al italiano a nivel filológico, pero sobre todo de adap-
tabilidad filosófico-política e interpretación dialéctica—, busca
cuestionar tanto ciertas hipótesis “economicistas” arraigadas en
el seno del marxismo más ortodoxo (encarnado en el manual de
Sociología elaborado por Bujarín), como la injusta afirmación
de Benedetto Croce, para quien las “superestructuras” son de
acuerdo a Marx mera “apariencia e ilusión” y la estructura una
especie de “dios oculto”.
Gramsci se vale del concepto de bloque histórico esbozado
por Sorel4, para afirmar que

Si los hombres toman conciencia de su deber en el terreno


de las superestructuras, ello significa que entre estructura y
superestructuras hay un nexo necesario y vital, al igual que
en el cuerpo humano entre la piel y el esqueleto: se diría
un despropósito si se afirmase que el hombre se mantiene
erecto sobre la piel y no sobre el esqueleto, y sin embargo
esto no significa que la piel sea una cosa aparente e ilusoria,
tanto es así que no es muy agradable la situación del hom-
bre desollado (Gramsci, Q4, 1981, p. 149).

A contrapelo de las lecturas predominantes, que tienden a


interpretar el clásico Prólogo de Marx desde una óptica eco-
nomicista y unicausal, Gramsci lo retoma con el propósito de
reforzar una perspectiva dialéctica que busca caracterizar a la
sociedad en tanto totalidad orgánica, de manera tal que “con-
tenido económico social y forma ético política se identifican
concretamente en la reconstrucción de los períodos históricos”

4
De acuerdo a Valentino Gerratana, si bien la expresión no se haya literalmente en
los escritos de Sorel, ella está vinculada al concepto de “mito”, y es probable que
Gramsci tuviese presente un pasaje de la Introducción a Reflexiones sobre la violen-
cia, donde se postula que “no hay que tratar de analizar esos sistema de imágenes,
tal como se descompone una cosa en sus elementos, sino hay que tomarlos en bloque
en cuanto fuerzas históricas” (Gramsci, 1981, p. 440. Las cursivas son nuestras).

161
m a q u i av e l o , m a r x y l a c i e n c i a (de la) política

(Gramsci 1986, p. 137), lo cual supone tomar distancia de aque-


llas lecturas que han intentado parangonar el Prólogo de Marx
con un discurso determinista que se asimila al de las ciencias
naturales, ya que

la referencia a las ciencias en el materialismo histórico y el


hablar de “anatomía” de la sociedad era sólo una metáfo-
ra y un impulso de profundizar las investigaciones meto-
dológicas y filosóficas. En la historia de los hombres, que
no tiene la misión de clasificar de manera naturalista los
hechos, el “color de la piel” hace “bloque” con la estruc-
tura anatómica y con todas las funciones fisiológicas; no se
puede pensar un individuo “desollado” como el verdadero
individuo, pero tampoco el individuo “deshuesado” y sin
esqueleto (Gramsci 1999, p. 137).

Por lo tanto, el énfasis está puesto en el carácter unitario —de


ahí la apelación a la metáfora del cuerpo humano como totalidad a
la que no cabe concebir “despellejada” ni sin su estructura ósea—
y en la imposibilidad de separar o disociar estructura y superes-
tructura, salvo en términos estrictamente analíticos. Esta caracte-
rización incluye un cuestionamiento radical de aquellas lecturas
economicistas que definen a la ideología y la política como meros
“reflejos” o expresión lineal de la base material, pero también de
las posturas idealistas o “politicistas” que desestiman o diluyen los
condicionamientos y repercusiones que ésta tiene sobre el resto de
las dimensiones o instancias que configuran a la sociedad5. Es por
ello que insiste en que “no es verdad que la filosofía de la praxis
‘separa’ la estructura de las superestructuras cuando por el contra-
rio concibe su desarrollo como íntimamente vinculado y necesaria-
mente interrelativo y recíproco” (Gramsci, 1999, p. 186).

5
Tal como afirma Carlos Nelson Coutinho, “incluso cuando trabaja con la política
stricto sensu, Gramsci no es un ‘politólogo’: él sabe que la esfera de la política está
sometida a la totalidad histórica, siendo imposible entender adecuadamente lo que
en ella ocurre sin una clara referencia a las demás esferas de la sociedad, en parti-
cular a la esfera de las relaciones sociales de producción. De esta forma, él recupera
plenamente el principio marxiano de la totalidad” (Coutinho, 2011, p. 94).

162
francisco l’huillier y hernán ouviña

En consecuencia, y a contrapelo de las doctrinas evolucio-


nistas y positivistas que viven su auge en la segunda mitad del
siglo xix, Gramsci considera que la sociedad no puede ser estu-
diada con el método de las ciencias naturales, concluyendo que
“lo que de realmente importante hay en la sociología no es más
que ciencia política”, ya que tanto las relaciones sociales que
constituyen la estructura económica, como “el conjunto de ac-
tividades prácticas y teóricas con que la clase dirigente justifica
y mantiene su dominio, logrando obtener el consenso activo de
los gobernados”, distan de ser algo natural, armónico o extenso
de conflictividad.
Estas relaciones de fuerza, como veremos, están signadas por
un equilibrio inestable y en tensión permanente, por lo que re-
sultan contradictorias y dinámicas, de disputa y negociación, así
como de opresión y resistencia; configuran un campo de fuerzas
o marco común que articula dirección y dominio de forma com-
pleja, multidimensional y procesual, material y significativo, de
unidad y diferenciación a la vez, moldeado y desgarrado por la
lucha de clases e incluso por otros antagonismos también rele-
vantes. Esta definición integral que proponemos, supone des-
echar cierta visión predominante en las Ciencias Sociales que
considera a Gramsci un “teórico del consenso”. Antes bien, si
algo caracteriza a su concepción del poder y la hegemonía es
precisamente el conflicto y la lucha.

El análisis de situación de las relaciones de fuerzas: una propuesta


político-metodológica contra el mecanicismo y el voluntarismo

Una vez asumido el punto de vista de la totalidad que im-


plica cualquier bloque histórico, el esquema de análisis de si-
tuación de relaciones de fuerza sugerido en los Cuadernos de la
cárcel remite a un nivel de abstracción menor, que hace posible
un estudio e indagación de la sociedad y el Estado en términos
concretos, vale decir, contemplando a esta totalidad o síntesis

163
m a q u i av e l o , m a r x y l a c i e n c i a (de la) política

en movimiento y desde una perspectiva integral, ya sea a nivel


diacrónico y/o sincrónico, atendiendo a sus diferentes niveles
desde una perspectiva dialéctica.
Aquí se pone en evidencia que la separación entre estructura
y superestructura se realiza meramente a los fines analíticos, exis-
tiendo en la práctica una articulación orgánica o unidad en la di-
versidad, así como un mutuo condicionamiento y simultaneidad
entre estos dos momentos, asumiendo que “el ser no puede ser
separado del pensar, el hombre de la naturaleza, el sujeto del ob-
jeto”. Gramsci echa por tierra con la idea de que las superestruc-
turas operan como mero reflejo de las estructuras, priorizando
un punto de vista que pondera la unidad o bloque6, que es pre-
cisamente histórico, concreto, situado, y comprende al conjunto
de las relaciones sociales de una determinada formación social.
En este sentido, es pertinente postular que el bloque histórico se
presenta como la cristalización epocal, o la síntesis contradictoria,
de la articulación de relaciones de fuerzas de las distintas clases y
grupos sociales en un momento histórico determinado7.
Analizar las relaciones de fuerza de un bloque histórico con-
creto es lo que permite a Gramsci no sólo recuperar la orga-
nicidad entre estructura y superestructura, sino también pen-

6
Aunque la idea de bloque pueda parecer esquemática, ya que a primera vista su-
giere que estamos frente a un objeto rígido y estanco, no debemos pasar por alto el
segundo término del concepto: histórico. De hecho, el propio Gramsci expresa en
sus notas carcelarias que entiende al marxismo, o a la filosofía de la praxis, como
un historicismo absoluto, es decir, en tanto concepción del mundo y transforma-
ción de la realidad, que se aparta de todo esencialismo ahistórico y trascendental.
Esto implica que, si bien todo bloque histórico tiene asegurado cierto grado de
perdurabilidad en el tiempo, siempre es producto de un equilibrio inestable de
fuerzas, ya que las relaciones sociales, por ser históricas e implicar como motor a
un cúmulo de contradicciones, están en constante tensión y devenir. Aquí radica
precisamente la importancia de la dimensión política para Gramsci.
7
Un ejemplo pertinente para entender la dinámica de cristalización de un con-
junto contradictorio de relaciones de fuerza en un bloque histórico en particular,
lo encontramos en el profundo análisis de la sociedad italiana, y especialmente
del Mezzogiorno, que realiza Gramsci en el texto inconcluso que elabora en 1926,
bajo el título de Algunos temas sobre la cuestión meridional (Gramsci, 2002)

164
francisco l’huillier y hernán ouviña

sar cómo a partir de las determinaciones estructurales se van


conformando las identidades y subjetividades políticas de las
clases y grupos sociales, tanto de la clase dominante como de
las clases y grupos subalternos, pudiendo distinguir dentro de
este proceso lo “orgánico” de lo “ocasional”. Favorece así una
mirada de conjunto, y a su vez dinámica, de toda la diversidad
de relaciones sociales que dan forma y dotan de inteligibilidad
a ese bloque histórico: socioeconómicas, geográficas, políticas,
jurídicas, ideológicas, culturales, militares, etc.
Asimismo, el análisis de coyuntura, de acuerdo a la lectu-
ra gramsciana, jamás se reduce al mero “coyunturalismo”, sino
que requiere incorporar una lectura rigurosa que articule pa-
sado y presente, contemplando temporalidades discordantes
y/o en tensión, los ciclos de acumulación capitalista y los vai-
venes de la lucha de clases, cristalizados materialmente tanto
al nivel de la estructura (la matriz productiva, los vínculos y
entramados socio-económicos, las relaciones de producción,
etc., que pueden medirse con mayor rigor científico y “objetivi-
dad”) como al de la superestructura (el Estado, las ideologías,
el armazón jurídico-político, etc.), de forma tal que combine
una interpretación diacrónica (procesual, de la sociedad en
movimiento en su devenir histórico) y a la vez sincrónica (de
la simultaneidad de dimensiones que se condicionan e inter-
determinan como partes constitutivas de la sociedad, en un mo-
mento temporalmente determinado).
Pero quizás lo más importante y novedoso del método
gramsciano, es que permite dar cuenta del proceso a partir del
cual un grupo o clase social logra, además de convertirse en do-
minante, imprimir una dirección político-cultural a ciertos gru-
pos y sectores de las clases subalternas, que internalizan como
legítimo ese liderazgo y orientación, tornándose el mismo “sen-
tido común” y principio ordenador de la cultura dominante.
En definitiva, ello remite a cómo se configura históricamente
la hegemonía de la clase burguesa, pero también permite dar
cuenta de qué capacidad de disputarla, negociarla y/o erosio-

165
m a q u i av e l o , m a r x y l a c i e n c i a (de la) política

narla pueden poner en juego las clases y grupos subalternos en


su accionar colectivo disidente.
En términos dialécticos, implica dilucidar cómo y en qué
medida una clase y/o grupo social puede dar el salto de lo par-
ticular a lo universal, metamorfosis que está mediada por un
momento catártico, que en la perspectiva marxista correspon-
de al movimiento que convierte a una clase en sí en una clase
para sí. Profundizaremos en este punto más adelante, pero an-
tes es necesario explicitar los distintos momentos del esquema
gramsciano de análisis de situaciones de relaciones de fuerza.
De acuerdo a lo que detalla en su clásica nota del Cuaderno
13, el análisis debe partir necesariamente de un primer momento,
que es aquel correspondiente al desarrollo de las fuerzas produc-
tivas y las relaciones de producción existentes en la formación
social en cuestión. Gramsci se apoya aquí en el famoso Prólogo
al libro Contribución a la crítica de la economía política de Marx:

Hay que moverse en el ámbito de dos principios: 1) el que


ninguna sociedad se impone tareas para cuya solución no
existan ya las condiciones necesarias y suficientes o que éstas
no estén al menos en vías de aparición y desarrollo; 2) y el
de que ninguna sociedad se disuelve y puede ser sustituida
si primero no ha desarrollado todas las formas de vida que
están implícitas en sus relaciones (Gramsci, 1999, p. 32).

El análisis debe ser capaz de dar cuenta —algo elemental


para Gramsci— de una justa complementariedad entre libertad
y necesidad: ni voluntarismo ciego, ni determinismo mecánico
o catastrofista. Combate así en dos frentes: contra el idealismo
especulativo neohegeliano, y contra el materialismo vulgar:

El error en que se cae a menudo en los análisis histórico-polí-


ticos consiste en no saber encontrar la justa relación entre lo
que es orgánico y lo que es ocasional: se llega así o a exponer
como inmediatamente operante causas que por el contrario
son operantes mediatamente, o a afirmar que las causas in-
mediatas son las únicas causas eficientes; en un caso se tiene
el exceso de “economicismo” o de doctrinarismo pedante,

166
francisco l’huillier y hernán ouviña

e el otro el exceso de “ideologismo”; en un caso se sobreva-


loran las causas mecánicas, en el otro se exalta el elemento
voluntarista e individual (Gramsci, 1999, p. 33).

Este primer momento, entonces, corresponde a la relación de


fuerzas “objetiva, independiente de la voluntad de los hombres”
y que “puede ser medida con los sistemas de las ciencias exactas o
físicas” (Gramsci, 1999, p. 36). Se trata de las relaciones estructu-
rales fundamentales de una sociedad o bloque histórico —matriz
productiva de un país, cantidad y calidad de empresas e industrias,
población urbana y rural, grado de división del trabajo, etc.-. En
otras palabras, el análisis de estas relaciones permite conocer cuáles
son las condiciones objetivas y posibilidades concretas para inter-
venir activamente sobre la realidad, asumiendo que esta praxis no
es creación absoluta, en la medida en que las y los sujetos subalter-
nos “no obran en el vacío, sino al interior de las determinaciones
económico-objetivas que limitan sin cancelar los márgenes de ac-
tuación de la libertad” (Coutinho, 2004, p. 85).
El segundo momento alude a la relación de fuerzas políticas, las
cuales se subdividen a su vez en distintas gradaciones o sub-mo-
mentos que van de lo particular a lo universal, y que se corres-
ponden con diversos niveles de conciencia política colectiva: a)
económico-corporativo; b) político-jurídico; c) ético-político.
a) El momento económico-corporativo, es para Gramsci el
momento elemental en el desarrollo de la conciencia de clase.
Se manifiesta como la defensa de los intereses particulares de las
fracciones de clase:

un comerciante siente que debe ser solidario con otro comer-


ciante, un fabricante con otro fabricante, etc., pero el comer-
ciante no se siente todavía solidario con el fabricante; o sea
que siente la unidad homogénea, y el deber de organizarla, del
grupo profesional, pero todavía no del grupo social más vasto
(Gramsci, 1999, p. 36. Las cursivas pertenecen al original).

b) El momento político-jurídico es aquel en el que “se alcanza la


conciencia de la solidaridad de intereses entre todos los miembros

167
m a q u i av e l o , m a r x y l a c i e n c i a (de la) política

del grupo social, pero todavía sólo en el campo meramente econó-


mico” (Gramsci, 1999, p. 36). El grupo social siente ya necesidad
de intervenir en el plano político y jurídico, aunque de forma aco-
tada – es decir, sin una firme vocación de dirección hegemónica
sobre el conjunto de la sociedad-. Por ejemplo, exigiendo el trata-
miento de leyes que puedan beneficiarlo en términos de su repro-
ducción en tanto grupo o clase, luchando por ampliar la esfera de
su participación política en el régimen vigente, etc.
c) Por último, un momento ético-político, es el que “señala
el tránsito neto de la estructura a la esfera de las superestructu-
ras complejas”. Aquí el grupo o la clase social en su conjunto
da un salto cualitativo en el desarrollo de su conciencia, gra-
do de homogeneidad y capacidad organizativa, descubriendo
que “los intereses corporativos, en su desarrollo actual y futuro,
superan el círculo corporativo, de grupo meramente económi-
co, y pueden y deben convertirse en intereses de otros grupos
subordinados” (Gramsci, 1999, p. 37). Surge de esta forma la
vocación de dirección hegemónica sobre el conjunto de grupos
o clases subalternas. Gracias al desarrollo de dicha orientación
político-cultural, puede hacer traducir sus intereses particulares
como los intereses generales del conjunto de la nación8.
La clase hegemónica debe ser capaz de dinamizar entonces
una voluntad nacional-popular, en la cual las clases subalternas
son incluidas de manera activa. Si en el caso de la burguesía ello
implica que se las incorpore bajo la condición de subalternidad,
en la apuesta emancipatoria de la clase trabajadora se aspira a
quebrantar esa situación y construir un bloque revolucionario
que trastoque la relación de fuerzas adversa, articulando “un mo-
vimiento único a través del cual ‘el pueblo’ reconstruye su propia
historia y supera la fragmentación en que lo colocan las clases do-
minantes” (Portantiero, 1981, p. 137). El Estado, entendido como

8
Para ello la clase debe lograr equilibrar sus intereses particulares con los inte-
reses de las demás clases subalternas. En palabras de Gramsci, “los intereses del
grupo dominante prevalecen pero hasta cierto punto, o sea, no hasta el burdo
interés económico-corporativo” (Gramsci, 1999, p. 37).

168
francisco l’huillier y hernán ouviña

la integralidad entre sociedad política y sociedad civil —sintetizado


en la fórmula: hegemonía acorazada de coerción—, se convierte en
la meta de toda clase dominante que aspire a convertirse en clase
dirigente efectiva. Éste, “es concebido como organismo propio
de un grupo, destinado a crear las condiciones favorables para la
máxima expansión del grupo mismo”, que será presentada como
“expansión universal, de un desarrollo de todas las energías ‘na-
cionales’” (Gramsci, 1999, p. 37).
Finalmente, el tercer momento del análisis es el que corres-
ponde a la relación de fuerzas militares, que es para Gramsci
decisivo en situaciones de agudo enfrentamiento político entre
clases y/o grupos sociales antagónicos. Distingue también aquí
dos grados o momentos: a) el técnico-militar y, b) el político-mi-
litar. El momento estrictamente militar es el primero, mientras
que el segundo refiere a la capacidad de movilización, espíritu
de “sacrificio” y articulación de fuerzas en las que se da una
combinación de estrategia política y militar. El ejemplo que uti-
liza Gramsci es el de un proceso de liberación que emprende
una nación oprimida por otra.
Para graficar una visión de conjunto de todo este proceso, en
la Figura 1 ofrecemos un resumen del esquema gramsciano de
análisis de situaciones de relaciones de fuerza.

Figura 1. Esquema de análisis de situaciones de relaciones de fuerza

1. Relaciones estructurales: fuerzas productivas y


relaciones de producción

2. Relación de fuerzas a) económico-corporativo


Relaciones políticas: grado de b) político-jurídico
de fuerza autoconciencia,
c) ético-político.
organización, etc. Dirección hegemónica momento
catártico
3. Relación de fuerzas a) Técnico-militar
militares b) Político-militar

169
m a q u i av e l o , m a r x y l a c i e n c i a (de la) política

Es importante destacar que, en la concepción del pensador


italiano, la sucesión de los tres momentos de las relaciones de
fuerzas no se produce de manera lineal y mecánica9. Especial-
mente el segundo momento, de relaciones de fuerzas políticas,
que está mediado por la conciencia, autoorganización y voluntad
de los sujetos actuantes, y en el que es posible observar avan-
ces y retrocesos en función de la coyuntura concreta en la que
se desarrolla la lucha de clases y de los escenarios y condicio-
namientos objetivos en las que se enmarca. Es por ello que el
proceso de formación de una clase —sea ésta la burguesía o la
clase trabajadora— con capacidad de “irradiación” y dirección
hegemónica sobre las restantes clases y grupos subalternos, re-
corre distintos momentos en los que el éxito no está garantizado
de antemano10. De aquí la importancia de recuperar la imagen
de la guerra de posiciones como forma prioritaria en la que se
desenvuelve la lucha de clases en las sociedades capitalistas más
complejas, distinguiendo la “gran política” (que comprende las
cuestiones vinculadas con la fundación de nuevos Estados y la
lucha para la destrucción, defensa y conservación de determina-
das estructuras orgánicas a nivel socio-económicos) de la “pe-
queña política” (que se encapsula en el día a día y asume con

9
Aunque Gramsci advierte que “el desarrollo histórico oscila continuamente entre el
primer y el tercer momento, con la mediación del segundo” (Gramsci, 1999, p. 38).
10
René Zavaleta recrea ciertos conceptos sugerentes en una clave gramsciana,
como son los de “acumulación en el seno de la clase” e “irradiación”, que consi-
deramos potentes para la realidad latinoamericana. Con el primero de ellos —de
clara resonancia thompsoniana— intenta despegarse de las acepciones más de-
terministas del concepto de clase, aseverando que “la propia experiencia vital
dice que la clase es su colocación estructural o económicamente estratégica más
su propia historia, intimidad o acumulación, es decir que debe constituirse aún
para ser lo que ya es en potencia, construir su acto” (Zavaleta 1983, p. 43). Por
su parte, la “irradiación” remite a la capacidad de una clase, fuerza social o grupo
subalterno, de incidir o generar influencia más allá de su entorno inmediato, con
el propósito de aportar a una articulación hegemónica, que logre expandirse al
conjunto de la sociedad y trascienda su condición particular y sus demandas es-
pecíficas (Zavaleta 1986, p. 258).

170
francisco l’huillier y hernán ouviña

resignación tanto el orden dominante como las relaciones de


fuerzas existentes, intentando adecuarse a ellas)11.

La dialéctica de las relaciones de fuerza y el momento catártico

Fiel a su búsqueda por desembarazarse de las lecturas econo-


micistas y mecanicistas del marxismo dogmático, Gramsci nos
ofrece un esquema de interpretación de la realidad social y política
atravesado por el método dialéctico. En este sentido, el momento
catártico nos da la clave para entender el paso de una conciencia
económica-corporativa —o trade-unionista en los términos de Le-
nin— a una conciencia de clase con vocación hegemónica.
La clase que alcanza la instancia ética-política comprende
que no cabe una defensa encapsulada de sus intereses corpo-
rativos, sino que en el proceso de constitución de un proyecto
hegemónico de nuevo tipo, deben incluirse los intereses y pro-
pósitos de otras clases o grupos sociales subalternos, a partir
de los cuales podrá ir estableciendo un consenso activo y una
voluntad colectiva de carácter anticapitalista, que involucra a
la estructura socio-económica pero no se agota en ella. Así da
lugar a la construcción de una hegemonía política, ideológica
y cultural, que se desarrolla en los términos de una guerra de

11
Gramsci es muy claro al respecto: “la observación más importante que debe ha-
cerse a propósito de todo análisis concreto de relaciones de fuerza es ésta: que tales
análisis no pueden y no deben ser fines en sí mismos […] sino que adquieren un
significado sólo si sirven para justificar una actividad práctica, una iniciativa de vo-
luntad. Éstos muestran cuáles son los puntos de menor resistencia, dónde la fuerza
de la voluntad puede ser aplicada más fructuosamente, sugieren las operaciones tác-
ticas inmediatas, indican cómo se puede organizar mejor una campaña de agitación
política, qué lenguaje será mejor comprendido por las multitudes, etc. El elemento
decisivo de toda situación es la fuerza permanente organizada y predispuestas con
tiempo que se puede hacer avanzar cuando se juzga que una situación es favorable
[…]; por eso la tarea esencial es la de ocuparse sistemática y pacientemente en formar,
desarrollar, hacer cada vez más homogénea, compacta, consciente de sí misma a esta
fuerza” (Gramsci, 1999, p. 40. Las cursivas son nuestras).

171
m a q u i av e l o , m a r x y l a c i e n c i a (de la) política

posiciones al interior de la sociedad civil, e incluye la creación


de una nueva institucionalidad y una concepción del mundo
antagónica a la burguesa.
En otras palabras, implica asumir el paso de lo particular a
lo universal. Pero para ello es necesaria una “inaudita” acumu-
lación de fuerzas y la puesta en práctica de un “espíritu de es-
cisión” en el marco de la disputa política con otros actores so-
ciales, teniendo como horizonte la autonomía integral. Cuando
esa acumulación de fuerzas produce un salto cualitativo en la
conciencia de clase, se devela el momento catártico:

Se puede emplear el término de catarsis para indicar el paso


del momento meramente económico (o egoísta-pasional) al
momento ético-político, o sea la elaboración superior de
la estructura en superestructura en la conciencia de los
hombres. Esto significa también el paso de lo “objetivo a lo
subjetivo” y de la “necesidad a la libertad”. La estructura,
de fuerza exterior que aplasta al hombre, lo asimila a sí, lo
hace pasivo, se transforma en medio de libertad, en instru-
mento para crear una nueva forma ético-política, en origen
de nuevas iniciativas. La fijación del momento “catártico”
se convierte así, me parece, en el punto de partida para toda
la filosofía de la praxis; el proceso catártico coincide con la
cadena de síntesis que son resultado del desarrollo dialécti-
co (Gramsci, 1986, p. 142).

Volvemos aquí nuevamente a ver en Gramsci un continuador


de Maquiavelo y también del propio Marx —a quienes define
como “teóricos de la política militante”— en el sentido de que
son la voluntad y la praxis política los elementos fundamentales
para la transformación de la realidad histórica: la necesidad sólo
da paso a la libertad cuando las y los sujetos intervienen activa-
mente para modificar las relaciones de fuerza —de las cuales de-
ben ser necesariamente conscientes gracias al estudio adecuado
de ellas-. Se da entonces la posibilidad de un salto cualitativo en
la lucha de clases.
En distintos pasajes de los Cuadernos, especialmente en su po-
lémica con Bujarin, Gramsci hará mención a la importancia de

172
francisco l’huillier y hernán ouviña

recuperar la centralidad gnoseológica del movimiento dialéctico


por el cual la cantidad se transforma en cualidad. Este regreso a la
dialéctica como método elemental de la filosofía de la praxis, y de
la ciencia política emancipatoria, se explica a partir de la lucha de
Gramsci contra las lecturas mecanicistas que intentan replicar las
leyes de la física en los procesos históricos, dando lugar a inter-
pretaciones catastrofistas e inmovilistas de ellos12:

[…] se puede prever “científicamente” sólo la lucha, pero


no los momentos de ésta, que no pueden sino ser resultado
de fuerzas contrastantes en continuo movimiento, no redu-
cibles nunca a cantidades fijas, porque en ellas la cantidad se
convierte continuamente en cualidad. Realmente se “prevé”
en la medida en que se actúa, en que se aplica un esfuerzo
voluntario y con ello se contribuye concretamente a crear el
resultado “previsto”. La previsión se revela, pues, no como
un acto científico de conocimiento, sino como la expresión
abstracta del esfuerzo que se hace, el modo práctico de crear
una voluntad colectiva (Gramsci, 1999, p. 267).

El Príncipe moderno: constructor de una voluntad colectiva na-


cional-popular

Como vimos, no hay leyes férreas ni recetas infalibles para la


transformación de la realidad (como así tampoco para su conser-
vación). No existe una naturaleza humana fija ni inmutable, insiste
Gramsci una y otra vez en sus notas de encierro. Es imposible
prever con exactitud, a diferencia de lo que sucede en las ciencias
exactas, cuándo la cantidad se convertirá en cualidad o en qué

12
Entre estas lecturas mecanicistas podemos mencionar aquellas que interpretan
que una crisis económica se traduce necesariamente en una crisis política del gru-
po dominante o, por ejemplo, la de ciertos referentes de la Segunda Internacional
que postulaban que el paso al socialismo se daría de forma inevitable, por medio
de reformas acumulativas al interior del Estado burgués y gracias al desarrollo
automático de las fuerzas productivas.

173
m a q u i av e l o , m a r x y l a c i e n c i a (de la) política

momento sobrevendrá una crisis orgánica. Sólo cabe tener una


aproximación tentativa a los momentos de lucha, formular un
análisis aproximativo y delimitar ciertas tendencias que condicio-
nan su devenir, en la medida en que la conciencia de los sujetos y
su praxis no está supeditada mecánicamente a los elementos de la
estructura económica, aunque sin duda ella delimita los márgenes
de acción colectiva. La praxis política tiene así la potencialidad
de convertir lo cuantitativo en algo cualitativamente superior (en
términos dialécticos), partiendo de ciertas condiciones ya dadas
que no son elegidas. La fortuna y la virtud juegan su papel, pero
siempre en función de una correlación de fuerzas que, por lo ge-
neral, no puede torcerse o desequilibrarse en la inmediatez ni de-
pende de cálculos matemáticos.
Pero entonces, ¿cómo modificar esta situación que es por de-
finición adversa? ¿Qué tipo de apuesta política se requiere para
avanzar en la desarticulación de la hegemonía burguesa y sentar
las bases de un nuevo bloque histórico? He aquí la ligazón que
Gramsci establece entre Maquiavelo y Marx, en la medida en que
ellos intentaron aportar a la conformación de una ciencia (de la)
política, entendida ésta como una crítica rigurosa del orden domi-
nante, que contribuya al mismo tiempo a ejercitar un hacer crítico,
plebeyo y colectivo, logrando que un pueblo disperso y pulveriza-
do devenga voluntad colectiva. Y es que tal como sugirió el joven
Benedetto Croce —de considerable gravitación en Gramsci— si
Maquiavelo “parte del establecimiento de un hecho: la condición
de lucha en que se encuentra la sociedad”, y da “reglas conformes
con esta condición”, no cabe sino definir en sintonía a Marx como
“el Maquiavelo del proletariado” (Croce, 1942, p. 134)13.
Si a grandes rasgos en la larga tradición de la teoría política han
existido y existen dos visiones generales y contrapuestas —las que

13
Esta afinidad entre Maquiavelo y Marx, omnipresente en los Cuadernos de la
cárcel, se deja entrever incluso en un artículo periodístico previo a su encierro (sin
firmar), en el que Gramsci sentencia: “Nuestros ‘Maquiavelos’ son las obras de
Marx y Lenin” (Gramsci, 1971, p. 351)

174
francisco l’huillier y hernán ouviña

apuestan a perpetuar el orden socio-político y aquellas que se in-


clinan por una construcción política alternativa y crítica de lo exis-
tente— tanto Maquiavelo como Marx se ubican claramente en la
segunda perspectiva. De ahí que Gramsci opte por llamarlos filóso-
fos de la praxis, esto es, pensadores revolucionarios que amalgama-
ron teoría y acción, análisis exhaustivo de la realidad y proposición
apasionada de cómo trascenderla, artífices de proyectos políticos
anti-elitistas, que toman partido por los más débiles y aspiran a
fundar un nuevo orden.
A contrapelo del sentido común hegemónico en las Ciencias
Sociales, que pretende encorsetar a estos intelectuales orgáni-
cos en el rol de científicos contemplativos, desvinculados del
“deber ser”, fríos analistas de las sociedades de su época, es
preciso recuperar a estas figuras en toda su dimensión indisci-
plinada. Este precepto fue expresado por el propio Gramsci:
“Maquiavelo no es un mero científico; él es un hombre de par-
tido, de pasiones poderosas, un político en acción, que quiere
crear nuevas relaciones de fuerza y por eso no puede dejar de
ocuparse del ‘deber ser’, ciertamente no entendido en sentido
moralista” (Gramsci 1999, p. 31). Aunque pueda resultar una
paradoja para la concepción predominante de Ciencia Política,
para Gramsci el “deber ser” no se encuentra en las antípodas
de la realidad concreta (el “ser”). Antes bien, ese “deber ser”
es —siguiendo a Maquiavelo— concreción, vale decir, la única
interpretación realista del acontecer histórico.
Hoy resulta por demás incómodo recuperar a este Maquia-
velo, al igual que a su desprejuiciado realismo (que dicho sea de
paso, no se corresponde con el cinismo propio de Benito Mus-
solini en su Preludio al Príncipe escrito en 1924). Un Maquiavelo
que no temió en caracterizar siempre a la política como relación
de fuerzas fundada en la violencia y la astucia, vale decir, en
una inestable correlación y campo de lucha del que formamos
parte, y frente al cual no podemos mantenernos jamás indife-
rentes. Precisamente a raíz de esta inevitable toma de partido es
que Gramsci llegó a expresar que El Príncipe no constituía un

175
m a q u i av e l o , m a r x y l a c i e n c i a (de la) política

tratado escolástico y que el elemento racional y doctrinario no


resultaba el único ni el principal a destacar de esta obra. Por el
contrario, se debía entender a aquel libro como “viviente”, en
la medida en que logra fusionar de manera original el sentir y el
saber, la febril pasión y la reflexión crítica, el mito movilizador y
la capacidad de análisis histórico.
En las antípodas de aquellas lecturas edulcoradas o “ma-
quiavelistas” tan recurrentes durante el siglo xix y principios
del siglo xx, Gramsci recupera la figura intelectual y política
de Nicolás Maquiavelo como un pensador clásico que amalga-
ma teoría y práctica transformadora, esto es, análisis riguroso
de la sociedad y proposición apasionada de cómo trascender-
la, por lo cual resulta ser el verdadero padre de la filosofía de
la praxis:

El Príncipe de Maquiavelo podría ser estudiado como una


ejemplificación histórica del ‘mito’ soreliano, o sea de una
ideología política que se presenta no como fría utopía ni
como doctrinario raciocinio, sino como una creación de
fantasía concreta que actúa sobre un pueblo disperso y pul-
verizado para suscitar y organizar en él la voluntad colecti-
va (Gramsci, 1999, p. 14).

De acuerdo a esta original lectura de Gramsci, es en el “epí-


logo” de El Príncipe donde Maquiavelo se funde con el pueblo:

en las conclusiones, Maquiavelo se hace pueblo, se confun-


de con el pueblo, pero no con un pueblo ‘genéricamente’
entendido, sino con el pueblo al que Maquiavelo ha con-
vencido con su tratado precedente, del que él se vuelve y se
siente conciencia y expresión, se siente idéntico: para que
todo el trabajo ‘lógico’ no es más que una autorreflexión
del pueblo, un razonamiento interno, que se hace en la
conciencia popular y que tiene su conclusión en un grito
apasionado (Gramsci, 1999, p. 14).

En efecto, el tan debatido “epílogo” que arenga a la libera-


ción de Italia, no es para Gramsci “algo extrínseco, ‘pegado’

176
francisco l’huillier y hernán ouviña

desde fuera, retórico, sino que debe ser explicado como ele-
mento necesario de la obra y hace de ella un ‘manifiesto políti-
co’ (Gramsci, 1999, p. 14). Sin embargo, por las paradojas de la
historia, Maquiavelo terminó siendo leído en una clave contra-
ria: como el fundador de una ciencia política descontaminada,
que rompe definitivamente con el “deber ser” y se restringe a
teorizar sólo lo que acontece en la realidad en favor de los pode-
rosos. Nada más alejado del propósito del secretario florentino.
“¿No habrá sido Maquiavelo poco maquiavélico?”, se pregunta
con un dejo de ironía Gramsci, “uno de aquellos que ‘saben el
juego’ y tontamente lo enseñan, mientras que el maquiavelismo
vulgar enseña a hacer lo contrario?” (Gramsci, 1999, p. 49).
La sospecha que sobrevuela en las notas carcelarias es que El
Príncipe no fue escrito para “quien ya sabe, ni su estilo es el de
una desinteresada actividad científica”. Es que, para Gramsci,
la vocación transformadora de la filosofía de la praxis debía ser
siempre “expresión de estas clases subalternas que quieren edu-
carse a sí mismas en el arte de gobierno y que tienen interés en
conocer todas las verdades, incluso la desagradables” (Gramsci,
1986, p. 201). Tanto en el caso de Maquiavelo como en el de
nuestro autor entre rejas, no se trataba de escribir para sabios ni
literatos, sino para el bajo pueblo que ansiaba la emancipación
intelectual, como contratara necesaria de la estrictamente polí-
tica: “Maquiavelo tenía en mente a ‘quien no sabe’”, nos dice
Gramsci, y su pretensión última era el aportar a la educación
de “la clase revolucionaria de la época, el ‘pueblo’ y la ‘nación’
italiana” (Gramsci, 1999, p. 50).
Esta vocación militante de Maquiavelo, de acuerdo a
Gramsci, se dirige contra lo viejo que no termina de morir: los
residuos de un mundo feudal en decadencia. Por ello su es-
critura está signada por un período de lucha que apunta a la
fundación y consolidación en el tiempo de un nuevo orden. El
orden y el tiempo, como nos recuerda Manuel Sacristán (1998),
constituyen dos obsesiones de Gramsci que también podemos
rastrear en El Príncipe, y que le permite al autor de los Cuader-

177
m a q u i av e l o , m a r x y l a c i e n c i a (de la) política

nos caracterizar a Maquiavelo como aquel que supo anticipar


teóricamente el proyecto y la osadía política encarnada en el
jacobinismo francés. En palabras de Gramsci:

Ninguna formación de voluntad colectiva nacional-popular


es posible si las grandes masas de campesinos cultivado-
res no irrumpen simultáneamente en la vida política. Eso
pretendía Maquiavelo a través de la reforma de la milicia,
eso hicieron los jacobinos en la Revolución francesa, en esta
comprensión debe identificarse un jacobinismo precoz de
Maquiavelo, el germen (más o menos fecundo) de su con-
cepción de revolución nacional” (Gramsci, 1999, p. 17).

La ausencia de una fuerza jacobina que suelde campo y ciu-


dad, suscite y organice la voluntad colectiva y plebeya en la Ita-
lia de abajo, determinó para Gramsci que fuesen los sectores
moderados quienes lideren desde arriba el proceso de unifica-
ción del Estado a nivel nacional, primando por lo tanto una
“revolución pasiva”.
Pero a diferencia de la época en la que reflexiona Maquia-
velo como “primer jacobino”, en pleno siglo xx y con el nivel
de complejización que asumen las sociedades occidentales, no
cabe pensar en que esa tarea de unificación pueda encarnarse en
una persona. El nuevo Príncipe aparece por lo tanto como una
apuesta política radical que, en su rol de intelectual colectivo y
constitución de una relación de fuerzas cada vez más favorable
al proyecto socialista, crea las condiciones para ese salto cua-
litativo y suscita la construcción de una reforma intelectual y
moral, que habilita el momento catártico y acompaña el tránsito
de clase en sí a la clase para sí. Tal como argumenta Peter Tho-
mas (2017), Gramsci expande su concepción de partido políti-
co para significar no simplemente una institución, una forma o
un aparato burocrático, sino un proceso de totalización de una
“política de otro tipo”, que condensa intereses diversos y tiende
a aniquilar cualquier distinción jerárquica.
Se trata, para Gramsci, de ir forjando una voluntad colecti-
va nacional-popular por medio de la cual la clase trabajadora

178
francisco l’huillier y hernán ouviña

trascienda todo corporativismo y pueda convertirse en dirigen-


te, quebrantando su condición subalterna, nutriéndose de las
reivindicaciones y anhelos de otros grupos y sectores popula-
res y concretando el paso de lo particular a lo universal desde
una expansividad hegemónica. La clase deberá entonces arti-
cular las energías nacionales disgregadas mediante un largo y
multifacético proceso de disputa hegemónica en las trincheras
que configuran a la sociedad civil, con el horizonte puesto en la
conformación de un nuevo bloque histórico de carácter popu-
lar y anti-sistémico, que desmembre la hegemonía de las clases
enemigas, inaugure una nueva correlación de fuerzas y permi-
ta desplegar una capacidad de irradiación de esta concepción
de mundo alternativa en toda la sociedad. En palabras de Juan
Carlos Portantiero:

Elevarse a la concepción de clase nacional supone para el


proletariado la capacidad de producir un proceso político
de recomposición que unifique a todas las clases popula-
res. Para ello es la propia categoría de pueblo la que debe
ser construida, en tanto voluntad colectiva. El pueblo no
es un dato sino un sujeto que debe ser producido, una uni-
dad histórica de múltiples determinaciones, un concreto
que sintetiza a “las masas”, su primera apariencia, y a “las
clases” su principal determinación analítica (Portantiero,
1981, p. 153. Las cursivas pertenecen al original).

A la vuelta de la historia, un desafío teórico-político que re-


sulta urgente problematizar es en qué medida la figura del Prín-
cipe moderno mantiene vigencia en el contexto latinoamericano
contemporáneo (y por qué no, también como referencia para
dotar de inteligibilidad y actualizar procesos políticos preceden-
tes e inmemoriales). Lo que al decir de Maquiavelo y Gramsci
supo oficiar de potente conjunción, en la configuración y el de-
venir de las luchas de nuestro continente no necesariamente ha
sido siempre algo compatible con las tradiciones y experiencias
autóctonas, ni tendió a emparentarse con el crisol de proyectos
—ya sea pasados o presentes— centrados en la emancipación

179
m a q u i av e l o , m a r x y l a c i e n c i a (de la) política

social y la descolonización integral. Al respecto, es evidente que


las dinámicas organizativas desplegadas en la región durante el
siglo xx y lo que va del xxi, han asumido formatos y contornos
más amplios y heterogéneos que el estrictamente “partidario”
en su sentido clásico.
Atendiendo a este parcial desencuentro y al inédito escena-
rio de crisis orgánica que se vive en el sur global, intelectuales
gramscianos como Francisco Fernández Buey (2003) han pro-
puesto la invención de un príncipe posmoderno como organiza-
ción socio-política que sea capaz de recrear el espíritu novedoso
de aquella metáfora viviente invocada en los Cuadernos de la
cárcel, reimpulsando el internacionalismo al calor de un movi-
miento de movimientos que abogue por una globalización alter-
nativa, transfronteriza y construida desde abajo.
Desde otra óptica, Peter Thomas (2015) ha expresado la ne-
cesidad de concebir al nuevo Príncipe no tanto como un apara-
to institucional o una maquinaria partidaria tradicional, sino en
una clave ampliada, movimientista y expansiva, bajo la figura de
un partido-laboratorio o partido-movimiento. Bolívar Echeverría
(1995) y Márgara Millán (2018), por su parte, han sugerido que
es necesario distinguir modernidad de capitalismo, lo que daría
pie a reivindicar la figura de un nuevo príncipe altermoderno que
aspire a —y se geste desde— modernidades alternativas, ya sean
no capitalistas o poscapitalistas14.
Junto a Alberto Flores Galindo (2005), se podría conjetu-
rar también acerca de las afinidades mariateguistas entre el
mito-Príncipe y el mito-Incaico viviente en los Andes al calor
de las luchas indígenas y campesinas, como “idea o principio

14
Si bien reconocen la difícil tarea de separar la modernidad y el capitalismo,
y admiten que la modernidad “realmente existente” es decir “la única que ha
podido ser hegemónica, es la modernidad capitalista”, afirman que es importante
“considerar una serie de procesos de la modernidad que han sido negados o des-
viados por su configuración capitalista”, y que permiten pensar en “el horizonte
de una modernidad alternativa, tanto en su proceso histórico, como en su posible
configuración” (Millán, 2018, p. 31).

180
francisco l’huillier y hernán ouviña

ordenador” que en tanto horizonte utópico redentor combina


lo nuevo y lo viejo. Finalmente, algunas lecturas feministas más
recientes han planteado apelar a la idea de una anti princesa, con
el propósito de cepillar a contrapelo la figura patriarcal y euro-
céntrica del “Príncipe” varón (Revista Catarsis, 2019); a lo cual
cabe agregar, como complemento necesario y descolonizador,
que esa voluntad colectiva asuma además un carácter plurina-
cional-popular.
En el variado y multicolor derrotero de las luchas y proyectos
revolucionarios germinados a lo largo y ancho de Abya Yala, es-
tas figuras evocadas no parecen ser antojadizas ni extemporáneas.
Será cuestión de ejercitar una vez más la traducibilidad de len-
guajes y ver en qué medida ellas conectan y dialogan de manera
creativa con la realidad. Al final y al cabo, tal como supo afir-
mar Gramsci en una de sus lúcidas notas carcelarias, “la realidad
está llena de las más extrañas combinaciones y es el teórico quien
debe hallar en esta rareza la confirmación de su teoría, ‘traducir’
en lenguaje teórico los elementos de la vida histórica, y no, a la
inversa, presentarse la realidad según esquema abstracto”.

***

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182
Mabel Thwaites Rey
Gramsci, el Estado “integral” y las
bases materiales del consenso

Pensar con y a través de Gramsci implica eludir el afán mera-


mente filológico con el que, a veces, se abordan ciertas citas de
su obra. La potencia del pensamiento del italiano y la especifici-
dad de su vigencia reside en su cualidad incitadora a las pregun-
tas, a la indagación, a la duda, a ir más allá de lo aparente, de lo
conocido, de lo reflejo. Leído una y otra vez, en cada coyuntura,
en cada momento histórico, en cada proceso político concre-
to, se comprueba que Antonio Gramsci nos reta a pensar en lo
sustantivo, en los problemas de fondo, en los rasgos distintivos
que hacen al arraigo de la dominación y, a la par, en aquello que
muestra las fisuras que permiten confrontarla.
Sus trabajos de las primeras dos décadas del siglo xx y, sobre
todo, su extensa producción carcelaria son una fuente inagota-
ble de pensamiento político “en estado puro”, casi como un via-
je al cerebro en ebullición de un hombre que aunaba erudición
y rigor analítico. La compleja estructuración de sus Cuadernos
de la cárcel1 y el hecho de que su autor no los hubiera revisado
para su publicación, dieron lugar —y lo siguen dando— a las
más variadas interpretaciones teóricas y políticas de sus textos.

1
A lo largo de la exposición usaremos la edición crítica de los Cuadernos de la
cárcel preparada por Valentino Gerratana, publicada en Italia en 1975 y traducida
al castellano por la editorial Era entre los años 1981 y 2000. Para facilitar la ubica-

185
g r a m s c i , e l e s ta d o “ i n t e g r a l ” y l a s b a s e s m at e r i a l e s d e l c o n s e n s o

La preocupación de Gramsci por desentrañar los mecanis-


mos consensuales de la dominación burguesa en las sociedades
modernas —particularmente, la complejización de las formas
de integración social de los sectores populares, que obligaban,
consecuentemente, a pensar nuevas estrategias de lucha revolu-
cionaria— fue tomada especialmente en cuenta desde mediados
del siglo xx. El despliegue de las formas benefactoras del Estado
capitalista, con su intrincado entramado de instituciones desple-
gadas en el ámbito de la sociedad civil, se dio sobre la base de las
condiciones materiales más favorables para las masas, en compa-
ración con aquellas que habían signado la lucha de clases en fases
precedentes del capitalismo. El interés por la obra de Antonio
Gramsci para comprender el sentido de esta etapa fue muy signi-
ficativo, sobre todo durante la década de los setenta. La cruenta
derrota del proyecto de Allende en Chile y la emergencia de las
dictaduras militares en el Cono Sur, que reabrieron los debates
sobre el carácter de las luchas populares y la cuestión de la he-
gemonía, supusieron una revitalización de la discusión alrededor
del legado gramsciano. Si bien, tras el triunfo global del neoli-
beralismo y el consecuente derrumbe del campo soviético, en el
mundo se volvieron a opacar las lecturas marxistas, las categorías
gramscianas siguieron iluminando la praxis y los análisis políticos
de izquierda, en especial en América Latina.
Uno de los aportes más relevantes de Gramsci es su desarro-
llo del concepto de Estado, en la clave de “Estado integral”, y su
consiguiente despliegue a través del concepto de hegemonía. Al
ahondar sobre el aspecto consensual de la dominación, Gramsci
desentraña la complejidad de la dominación burguesa en las so-
ciedades contemporáneas y así provee interesantes herramien-
tas para analizar, también, la especificidad de la dominación en

ción contextual de las citas y referencias a los escritos carcelarios, señalaremos el


número de página de la edición en español, acompañada del número de cuaderno
(Q) y de parágrafo (§). Por otro lado, eventualmente la transcripción de la cita en
español podrá contener alguna variación en la traducción.

186
m a b e l t h wa i t e s r e y

sociedades como las latinoamericanas. La relación entre coer-


ción y consenso, entre dirección intelectual y moral y dominio,
entre hegemonía y dominación, indisolublemente ligadas a las
bases materiales de producción y reproducción de la vida social,
constituyen los términos nodales de la reflexión gramsciana de
mayor relevancia para comprender nuestras sociedades.
Nuestro interés se centrará, en este sentido, en brindar al-
gunas claves de lectura sobre las innovaciones producidas por
Antonio Gramsci en el concepto de Estado, a partir de su re-
cuperación de las herencias marxiana y leninista, en función de
los desafíos históricos que la coyuntura abierta con la primera
guerra mundial y la revolución rusa —y las respuestas burgue-
sas a esta propia crisis— pusieron a su práctica política. Asi-
mismo, pondremos especial atención en la dimensión material
de la hegemonía, un nudo conceptual central para compren-
der la estructuración del par dominación-dirección en la prosa
gramsciana y su productividad para el análisis de la sociedad
capitalista contemporánea.

1. El análisis del Estado en los Cuadernos de la cárcel: una


nueva realidad

Gramsci —como Marx, Engels y Lenin— aborda la cues-
tión del Estado partiendo de dos premisas fundamentales: su
carácter de clase y la necesidad de su destrucción/extinción. Su
análisis se desarrolla, sin embargo, desde una perspectiva his-
tórica que ilumina aspectos que no habían sido destacados por
los clásicos.
En El Estado y la revolución, Lenin dice que “en 1852, Marx
no plantea todavía el problema concreto de con qué se sustituirá
la máquina del Estado que ha de ser destruida”, ya que, “[l]a
experiencia no había suministrado todavía materiales para esta
cuestión, que la historia puso al orden del día más tarde, en
1871” (Lenin, 1973, p. 42). Del mismo modo, la experiencia

187
g r a m s c i , e l e s ta d o “ i n t e g r a l ” y l a s b a s e s m at e r i a l e s d e l c o n s e n s o

histórica de la derrota de la revolución en Occidente y el ascen-


so al poder del fascismo pusieron a Gramsci ante la evidencia
de nuevos elementos de análisis, cuya comprensión le parecía
imprescindible para encarar una transformación revolucionaria.
Conocer la realidad presente para transformarla supone co-
nocer, además, sus orígenes lejanos, su génesis. Con esta pers-
pectiva, Gramsci abordó el estudio del Estado italiano, desde su
unificación hasta el régimen fascista. Esta indagación mantiene
una relación de conservación-superación respecto de los apor-
tes teóricos de los clásicos. Como señala Coutinho, Gramsci
lleva a cabo una “concretización” con respecto a los conceptos
generales sobre el Estado formulados por los clásicos marxistas.
Sosteniendo que todo Estado es un Estado de clase, su propósito
es determinar las formas que adquiere la dominación clasista en
las sociedades capitalistas de Occidente en el siglo xx. Este paso
de una formulación abstracta a otra concreta no es un tan sólo
movimiento gnoseológico, sino que se trata de un movimiento
histórico-ontológico, un paso posible sólo en la medida en que
se explica la propia realidad (Coutinho, 1986, p. 84).
Gramsci tiene ante sí una experiencia históricamente nueva
y sobre ella reflexiona a partir de los elementos de la teoría mar-
xista y del leninismo, produciendo nuevos aportes teóricos que
permiten, no sólo comprender la realidad, sino, por ello mismo,
actuar sobre ella en clave creadora para transformarla. En este
proceso, Christine Buci-Glucksmann y Maria Antonietta Mac-
ciocchi —dos autoras de amplia circulación en el debate latioa-
mericano de los años setenta, que ahora podríamos llamar “clá-
sico”— coinciden en destacar que Gramsci retiene del leninismo
tres componentes estratégicos: una teoría de la revolución como
creación de un Estado nuevo partiendo de las masas, que ejerce
la dictadura en vinculación con su poder hegemónico; una teoría
del imperialismo, como etapa superior del capitalismo, que crea
otras condiciones nacionales e internacionales; y una teoría del
partido como fuerza dirigente (vanguardia) de la revolución (Bu-
ci-Glucksmann, 1986, p. 157; Macciocchi, 1980, p. 79).

188
m a b e l t h wa i t e s r e y

2. La reformulación del concepto de Estado

La derrota de la revolución en Occidente hace reflexionar a


Gramsci sobre sus causas profundas y sobre la estrategia revo-
lucionaria encaminada a la destrucción de un poder capitalista
resistente al colapso económico y a los períodos de crisis, que
no sólo lograba recuperarse, sino que era capaz de producir una
estabilización consensual2.
La cuestión del Estado aparece, entonces, ligada a la ne-
cesidad de desentrañar la forma concreta que adquiere la su-
premacía burguesa, pero no con un afán teórico-cognoscitivo
abstracto, sino como requisito para implementar una lucha
exitosa, una praxis política verdadera y eficazmente revolucio-
naria, en un contexto en el cual el desarrollo capitalista de las
fuerzas productivas está acompañado por un desarrollo com-
plejo de las superestructuras, que deviene en la conformación
de un sólido “bloque histórico” que torna más compleja la
lucha revolucionaria.
Precisamente, las transformaciones operadas en el capita-
lismo occidental y la consecuente reformulación de la relación
entre sociedad y Estado llevan al Gramsci de la cárcel a rea-
lizar una serie de reflexiones sobre las raíces de esas transfor-
maciones, su sentido último, y la definición de una estrategia
revolucionaria para una realidad parcialmente inconmensura-
ble con las respuestas preexistentes. En esa búsqueda aparecen
cambios, oscilaciones y no pocas contradicciones, que pueden
atribuirse tanto a las condiciones en que fueron producidas las
notas, bajo la censura del carcelero fascista, como al propio ca-
rácter dinámico y no necesariamente conclusivo —al menos, en
términos taxativos— de la herencia literaria gramsciana.
En las notas compiladas en el Cuaderno 13, titulado por el
propio autor como Notas sobre la política de Maquiavelo, Gramsci
—utilizando el lenguaje de la estrategia militar e introduciendo

2
Véase Anderson (1982, pp. 110-11).

189
g r a m s c i , e l e s ta d o “ i n t e g r a l ” y l a s b a s e s m at e r i a l e s d e l c o n s e n s o

un cambio en la concepción marxista clásica sobre la sociedad


civil— advierte que, en los Estados más avanzados, ésta

se ha vuelto una estructura muy compleja y resistente a las


‘irrupciones’ catastróficas del elemento económico inme-
diato (crisis, depresiones, etcétera); las superestructuras de
la sociedad civil son como el sistema de trincheras de la
guerra moderna (Q13 §24. 1999, p. 62).

En esta nota, Gramsci introduce una variación sobre el con-


cepto de “sociedad civil” concebido meramente como el lugar
de las relaciones económicas: la ubicación de la sociedad civil
en el plano de las superestructuras constituye una singularidad
de su pensamiento. Gramsci formula estas reflexiones frente a
las concepciones economicistas, cuyas lecturas se articulaban en
torno a una hipótesis de determinación directa y transparente
entre economía y política, donde la crisis económica constituía
los presupuestos tendencialmente necesarios y suficientes para
la revolución, “entendidas” en forma inmediata por las masas,
en un proceso unidireccional y directo.
Por otra parte, Gramsci planteaba también la necesidad de
salir al cruce de aquellas concepciones que pensaran al Estado
como simple instrumento en manos de una clase dotada de vo-
luntad preconstituida, concepción ligada a toda una tradición
maximalista del movimiento obrero italiano “que hablaba siem-
pre de la lucha de clases” sin proceder a un análisis concreto de
las relaciones de fuerzas que se dan en el Estado; que simplifica-
ba la cuestión del Estado en enunciados generales, sin profun-
dizar en su real dimensión y significado en la realidad italiana
concreta, obnubilada por el rasgo represivo de los “aparatos
de dominación” como elemento excluyente, simplificado de la
complejidad conceptual y fáctica del Estado.
A esta concepción “instrumentalista” del Estado, Gramsci
opone —retomando su perspectiva pre-carcelaria3— una rela-

3
Ver “La conquista del Estado” en Escritos políticos, 1917-1933 (Gramsci, 1981).

190
m a b e l t h wa i t e s r e y

ción no mecanicista entre Estado y clase, dando lugar a su “con-


cepción ampliada” —en términos de Buci-Glucksmann— del
Estado. Profundizando su concepción del Estado como lugar
de constitución de la clase dominante, Gramsci dirá que

la unidad histórica de las clases dirigentes se produce en el


Estado, y la historia de aquellas es esencialmente la historia
de los Estados. Pero no hay que creer que tal unidad sea
puramente jurídica y política, si bien también esta forma
de unidad tiene su importancia y no solamente formal: la
unidad histórica fundamental, por su concreción, es el re-
sultado de las relaciones orgánicas entre Estado o sociedad
política y ‘sociedad civil’ (Q25 §5. Gramsci, 2000, p. 182).

De este modo, sostiene que la supremacía de la burguesía en


el capitalismo no se debe únicamente a la existencia de un apara-
to de coerción (el Estado en sentido restringido), sino que logra
mantener su poder mediante una compleja red de instituciones
y organismos en el seno de la sociedad civil que —además de
organizar y expresar su propia unidad como clase— organizan
el consenso de las clases subalternas para la reproducción del
sistema de dominación. La existencia del sufragio universal, de
partidos de masas, de sindicatos obreros, de variadas institucio-
nes intermedias, además de la escuela y la iglesia, formas todas
en las que se expresa la complejidad de la sociedad civil capi-
talista de Occidente, hablan del denso entramado de relaciones
sociales que el desarrollo de las fuerzas productivas ha permiti-
do construir. La dominación, entonces, es algo más que la mera
disposición de los aparatos represivos del Estado: se expresa en
formas que exceden los límites del Estado en sentido restringi-
do, para abarcar al conjunto de la sociedad civil.
En esta concepción está presente su convicción anti-instru-
mentalista, en la medida en que la noción de Estado, como lugar
de constitución de la clase dominante y por tanto intrínseca a
ella, excluye cualquier noción de exterioridad y preconstitución
de la clase, así como de subordinación mecánica del aparato
estatal a los dictados de una de sus fracciones. Para las visiones

191
g r a m s c i , e l e s ta d o “ i n t e g r a l ” y l a s b a s e s m at e r i a l e s d e l c o n s e n s o

instrumentalistas, en cambio, el Estado aparece como un con-


junto de aparatos que se encuentran por encima y al margen
de la sociedad, que son utilizados por la clase dominante para
asegurar su predominio. La coerción vehiculizada por estos
aparatos, en este caso, es concebida como lo único que garanti-
za tal supremacía, que de otro modo estaría cuestionada por la
realidad estructural de las contradicciones clasistas.

3. Las diferencias entre Oriente y Occidente



En la cárcel, Gramsci desarrolla el concepto de Estado a par-
tir de la constatación —y otra vez coincide con Lenin, profun-
dizando sus intuiciones— de las diferencias que se advierten
entre las sociedades de Oriente y de Occidente, formaciones
económico-sociales muy diferentes que, por lo tanto, requerían
disposición estratégicas diferenciales.
Este desarrollo de la distinción propuesta por Lenin había co-
menzado a gestarse en el período inmediatamente sucesivo a la
derrota del movimiento de los consejos de fábrica y del ascenso
del fascismo. En el año 1924, en una carta enviada desde Viena a
sus compañeros del Partido, Gramsci sostenía que

en la Europa central y occidental el desarrollo del capitalis-


mo no sólo ha determinado la formación de amplios estra-
tos proletarios, sino también, y por lo mismo, la aristocracia
obrera, con sus anexos de burocracia sindical y de grupos
socialdemócratas. La determinación, que en Rusia era direc-
ta y lanzaba a las masas a la calle, al asalto revolucionario,
en Europa central y occidental se complica con todas estas
superestructuras políticas creadas por el superior desarrollo
del capitalismo, hace más lenta y más prudente la acción de
las masas y exige, por tanto, al partido revolucionario toda
una estrategia y una táctica mucho más complicada y de
más respiro que las que necesitaron los bolcheviques en el
período comprendido entre marzo y noviembre de 19174.

4
“Carta a Togliatti, Terracini y otros”, 9 de febrero de 1924 (Gramsci, 1986, p. 146).

192
m a b e l t h wa i t e s r e y

Y, en agosto de 1926, poco antes de su detención, en su in-


forme al comité central del PCd’I, Gramsci señalaba que

la clase dominante posee en los países de capitalismo avan-


zado reservas políticas y organizativas que no poseía en Ru-
sia, por ejemplo. Ello significa que aún las crisis económicas
gravísimas no tienen repercusiones inmediatas en el campo
político. La política está siempre en retardo, y en gran retar-
do respecto de la economía. El aparato estatal es mucho más
resistente de lo que a menudo suele creerse y logra organizar,
en los momentos de crisis, fuerzas fieles al régimen, y más de
lo que podría hacer suponer la profundidad de la crisis5.

El desarrollo del concepto de Estado en la tensión de la re-


lación metafórica entre Oriente y Occidente constituirá uno de
los ejes en torno a los cuales girarán las notas de la cárcel. El
contraste entre la revolución rusa y la derrota del tentativo re-
volucionario italiano a comienzos de los años veinte abriría el
campo para el análisis en las diferencias que se evidencian entre
ambos tipos de sociedades y en el rol del aparato estatal en cada
una de ellas, permitiendo comentar que

[e]n Oriente, el Estado lo era todo, la sociedad civil era pri-


mitiva y gelatinosa; en Occidente, entre Estado y sociedad
civil había una justa relación y en el temblor del Estado se
discernía de inmediato una robusta estructura de la socie-
dad civil. El Estado era sólo una trinchera avanzada, tras la
cual se hallaba una robusta cadena de fortalezas y casama-
tas (Q7 §16. Gramsci, 1984, p. 157).

4. La sociedad civil en la estrategia de Occidente

Teniendo en cuenta las distintas realidades en Oriente y Oc-


cidente, Gramsci advierte que, para derrumbar al Estado capi-

5
Texto preliminar de un informe presentado en la reunión del CC del PCI del 2-3
de agosto de 1926 (Gramsci, 1981, p. 286).

193
g r a m s c i , e l e s ta d o “ i n t e g r a l ” y l a s b a s e s m at e r i a l e s d e l c o n s e n s o

talista en Occidente, se precisa elaborar una estrategia distinta


de la que se utilizara en la Rusia zarista, a partir del reconoci-
miento del terreno diferencial en el cual se operaba: la guerra
de posiciones. Para hacer este análisis compara los conceptos
de “guerra de movimientos” y “guerra de posiciones” en el arte
militar con los conceptos correspondientes al arte político.
En primer lugar, Gramsci sostiene que “[l]a verdad es que
no se puede elegir la forma de guerra que se quiere, a menos
que se tenga inmediatamente una superioridad aplastante sobre
el enemigo” (Q13 §24, 1999, p. 61). La elección de la estrategia
depende, entonces, de las condiciones económicas, sociales y
culturales de cada país. En Oriente, en tanto que las masas po-
pulares estaban “distanciadas” social e ideológicamente de las
clases dominantes, con la “toma” del aparato de coerción había
logrado desarticularse con cierta rapidez el sistema de domina-
ción, que se basaba principalmente en la represión: la resisten-
cia al cambio revolucionario era mucho menor, en tanto la clase
dominante no estaba “arraigada” hegemónicamente debido al
escaso desarrollo de la sociedad civil.
En Occidente, en cambio, las relaciones de poder no se ex-
presaban únicamente en el momento de la coerción, sino que se
estructuraban en un enorme tejido de pautas culturales, ideoló-
gicas y políticas que, al plasmar en diversos niveles organizati-
vos, aseguraban la permanencia del orden social burgués como
un verdadero sistema de defensa. Ante esta situación, la guerra
de posiciones suponía un masivo y largo despliegue humano,
con el fin de desarticular las “trincheras” de la sociedad civil.
En tal clave, Gramsci resalta que “[s]e trata, pues, de estudiar
con ‘profundidad’ cuáles son los elementos de la sociedad civil
que corresponden a los sistemas de defensa en la guerra de posi-
ciones” (Q13 §24. 1999, pp. 62-63). Es decir, se trata de desen-
trañar los elementos que, en el seno de la sociedad civil, operan
como cemento de las relaciones sociales vigentes, a partir de las
prácticas cotidianas de las clases fundamentales.

194
m a b e l t h wa i t e s r e y

5. Dirección y coerción: una relación compleja



Si se pretende comprender el funcionamiento real del Esta-
do y lograr su transformación, el Estado como concepto teórico
abstracto debe concretizarse en una formación económico-so-
cial determinada. Aquí aparece la cuestión de lo nacional en la
elaboración de la estrategia revolucionaria. Por eso, Gramsci
estudia al Estado italiano desde su conformación unitaria, des-
tacando su naturaleza de clase, avanzando en la comprensión de
su configuración histórica y sus características concretas.
Como proponíamos más arriba, siguiendo a los clásicos,
Gramsci sostiene que el Estado no puede entenderse sin la di-
mensión de la coerción, de la dictadura, de la dominación. Sin
embargo, da un paso más allá de la teoría marxista del Estado
clásica, al introducir el elemento del consenso, de la dirección,
de la hegemonía. “[L]a supremacía de un grupo social se ma-
nifiesta de dos modos, como ‘dominio’ y como ‘dirección inte-
lectual y moral’”, dirá Gramsci en su análisis carcelario sobre el
Risorgimiento italiano (Q19 §24. 1999, p. 387), estableciendo
un “criterio metodológico” para el estudio de la hegemonía de
la clase dominante que había comenzado a desarrollar desde los
primeros apuntes de los Cuadernos.
La supremacía de una clase aparece como un momento sinté-
tico que unifica la hegemonía y la dominación, el consenso y la
coerción, la dirección y la dictadura en el Estado. Ahora bien, estos
dos momentos, estas dos funciones, existen en cualquier forma de
Estado, pero el hecho de que prime uno u otro depende tanto de
las características estructurales de cada sociedad como de la corre-
lación de fuerzas entre las clases sociales fundamentales, expresa-
das en los niveles económico, político, ideológico y militar.
Ya dijimos antes que la percepción del aspecto represivo del
Estado como el principal de la dominación de clase corresponde,
en gran medida, a la naturaleza real de los Estados a los que se en-

195
g r a m s c i , e l e s ta d o “ i n t e g r a l ” y l a s b a s e s m at e r i a l e s d e l c o n s e n s o

frentaron Marx, Engels y Lenin.6 Gramsci, en cambio, reflexiona


en una época y en un ámbito geográfico en los cuales se había ge-
neralizado una mayor complejidad del fenómeno estatal, entendi-
do como concepto global de dominación. Observa la intensifica-
ción de los procesos de socialización de la participación política
voluntaria, a través de sindicatos, partidos políticos, parlamentos,
que se convierten en “aparatos privados de hegemonía”, relativa-
mente autónomos tanto del mundo económico como de los apa-
ratos represivos (Coutinho, 1986, pp. 111-112).
Y es, precisamente, mediante la sociedad civil que las clases do-
minantes logran consolidar su poder, como lugar donde se difunde
su “visión del mundo”. Esto no quiere decir que Gramsci diluya la
especificidad e importancia del aparato represivo del Estado, como
se le ha criticado —desde el liberalismo y desde la izquierda, en
los casos paradigmáticos de Norberto Bobbio y Perry Anderson,
correspondientemente— por la ambigüedad de algunos de sus pa-
sajes. Lo que sucede es que se detiene a analizar la forma en que la
fuerza se combina con el consenso para integrar a las masas en la
propia estructura estatal, a nivel material e ideológico.
Ahora bien, las funciones de coerción y consenso, diferencia-
das teóricamente como características de los ámbitos de la “socie-
dad política” y de la “sociedad civil”, sin perder su especificidad,
se interrelacionan en la práctica, advirtiéndose, por ejemplo, que

6
Esto plantea la discusión en torno a la “historicidad” de la producción teórica.
Al respecto, Chantal Mouffe hace la advertencia correcta de que “hay que dis-
tinguir entre lo que cambió en la teoría marxista del Estado y lo que cambió en
la realidad misma del Estado. En este sentido es necesario atribuirle una cierta
autonomía a la teoría ya que al querer presentar su evolución como simple expre-
sión de un cambio a nivel histórico fácilmente acabaríamos justificando el econo-
micismo como expresión teórica adecuada de un período en el cual existía una
separación real entre economía y política debido a que nos privamos de la manera
de criticar los errores a nivel de la teoría”. No obstante, es preciso conjurar el
peligro contrario de sostener la validez de una lógica autónoma de las teorías,
más allá de todo contexto histórico-material de producción. Porque justamente
las críticas respecto de la validez explicativa de una teoría suelen fundarse en su
confrontación con la realidad de la que pretendieron dar cuenta (1985, p. 140).

196
m a b e l t h wa i t e s r e y

elementos de la sociedad política, como el derecho, operan como


factores —y, dialécticamente, como codificación— del consenso
que se reproducen en la sociedad civil. Porque si bien las leyes
tienen como función coaccionar al cumplimiento de lo que no
se obtiene por el consentimiento, también imponen ciertos mo-
dos de comportamiento como “valores” de la sociedad. De este
modo, el derecho cumple una función integrativo-educadora,
además de la eminentemente represiva, en tanto

[e]l derecho no expresa a toda la sociedad (pues según eso


los violadores del derecho serían seres antisociales por na-
turaleza o deficientes psíquicos), sino a la clase dirigente,
que ‘impone’ a toda la sociedad aquellas normas de con-
ducta que están más ligadas a su razón de ser y a su desa-
rrollo. La función máxima del derecho es ésta: presupo-
ner que todos los ciudadanos deben aceptar libremente el
conformismo señalado por el derecho, en cuanto que todos
pueden convertirse en elementos de la clase dirigente [...].
Este carácter educativo, creativo, formativo del derecho ha
sido escasamente sacado a la luz por ciertas corrientes inte-
lectuales (Q6 §98. Gramsci, 1984, p. 84).

En esta nota, Gramsci advierte la función de conformidad


que tiene el derecho burgués, en la medida en que instituye
ciudadanos formalmente libres e iguales, institución que ocul-
ta, por su efecto “fetichizador”, las diferencias profundas que
obstaculizan que las clases subordinadas se conviertan, bajo el
capitalismo, en clase dirigente.
Por otra parte, en la sociedad civil también se desarrollan fun-
ciones subalternas de dominación. Esto se verifica, por ejemplo,
en el nivel del control de los medios de producción ideológica.
Como señalaba Marx en La ideología alemana, al dominar el apa-
rato productivo, la clase dominante ejerce, por ese mismo hecho,
un cuasi-monopolio sobre los organismos privados de difusión. La
libertad informativa se reduce a la libertad de empresa informati-
va, con lo que se ejerce coacción con respecto al tipo de mensajes
ideológicos que se difunden y los que son expulsados del sistema
de circulación de ideas o directamente no llegan a conformarse.

197
g r a m s c i , e l e s ta d o “ i n t e g r a l ” y l a s b a s e s m at e r i a l e s d e l c o n s e n s o

Pero cabría todavía agregar otro elemento. En la perspectiva


teórica de Gramsci es posible la presencia del elemento eminente-
mente coercitivo, aún en el seno de la sociedad civil. La existencia
de grupos paramilitares o parapoliciales, que tuvieron expresión
en la Italia fascista pero que también pueden ser identificados
en sociedades latinoamericanas —como Colombia o Brasil, por
mencionar solo dos ejemplos contemporáneos— aún bajo go-
biernos formalmente democráticos, nos habla de la complejidad
del fenómeno descrito por Gramsci. Si bien es cierto que no debe
dejar de destacarse, como señala correctamente Anderson (1978)
invocando a Weber, que el Estado es el que tiene el monopolio le-
gal de la represión como rasgo que define su especificidad, es fá-
cil advertir que el momento represivo puede extenderse más allá
de los límites del Estado propiamente dicho. Quizá en la crítica
de Anderson esté presente su propia percepción de una realidad
histórica (la vigencia del Estado benefactor en el Occidente desa-
rrollado) en la que la coerción aparece ciertamente circunscrita a
los órganos estatales y como recurso último del sistema.

6. Estado y lucha entre hegemonías

Gramsci destaca cómo la clase dominante ejerce su poder,


no sólo por medio de la coacción, sino gracias a la difusión y
aceptación de su visión del mundo: una filosofía, una moral,
unas costumbres, un “sentido común” que favorecen el recono-
cimiento de su dominación por las clases dominadas.
Pero a su vez, y he aquí una cuestión fundamental, la posi-
bilidad de difusión de ciertos valores está determinada por las
relaciones de compromiso que la clase dominante establece con
otras fuerzas sociales y que se condensan en el Estado, que apa-
rece como el lugar privilegiado donde se establecen las pujas y
se materializan las correlaciones de fuerzas cambiantes en equi-
librios, por definición inestables, entre los grupos fundamenta-
les antagónicos. Y, en esta instancia, también se hace presente

198
m a b e l t h wa i t e s r e y

la política de alianzas como elemento necesario para la confor-


mación hegemónica de una clase social que, por otra parte, no
se resume en aquella.

El Estado es concebido como un organismo propio de un


grupo, destinado a crear las condiciones favorables para la
máxima expansión del grupo mismo, pero este desarrollo y
esta expansión son concebidos y presentados como la fuer-
za motriz de una expansión universal, de un desarrollo de
todas las energías ‘nacionales’, o sea que el grupo dominan-
te es coordinado concretamente con los intereses generales
de los grupos subordinados y la vida estatal es concebida
como un continuo formarse y superarse de equilibrios ines-
tables (en el ámbito de la ley) entre los intereses del grupo
fundamental y los de los grupos subordinados, equilibrios
en lo que los intereses del grupo dominante prevalecen
pero hasta cierto punto, o sea no hasta el burdo interés eco-
nómico-corporativo (Q13 §17. Gramsci, 1999, p. 37).

En otro pasaje, Gramsci destaca cómo uno de los logros his-


tóricos de la burguesía ha sido imponer, a través del Estado, una
voluntad de conformismo en las masas basada en la aceptación
de la función que le cabe a ella como clase respecto al conjunto
de la sociedad y a la percepción que ella tiene de sí misma:

[l]a clase burguesa se pone a sí misma como un organismo


en continuo movimiento, capaz de absorber a toda la so-
ciedad, asimilándola a su nivel cultural y económico: toda
la función del Estado es transformada: el Estado se vuelve
‘educador’ (Q8 §2. Gramsci, 1984, p. 215).

Pero, se pregunta Gramsci,

cómo se produce una detención y se vuelve a la concepción


del Estado como pura fuerza, etcétera. La clase burguesa
está ‘saturada’: no sólo no se difunde, sino que se disgrega;
no sólo no asimila nuevos elementos, sino que desasimila
una parte de sí misma (Q8 §2. Gramsci, 1984, p. 215).

199
g r a m s c i , e l e s ta d o “ i n t e g r a l ” y l a s b a s e s m at e r i a l e s d e l c o n s e n s o

Vemos en este pasaje cómo la coerción, la fuerza, aparecen


como consecuencia de la debilidad de la burguesía para presen-
tarse ante la sociedad como “la sociedad misma” y, por ende,
para efectuar compromisos con otras clases. Porque para que la
clase dominante pueda presentar al Estado como organismo del
pueblo en su totalidad, es preciso que esta representación no
sea enteramente falsa. La clase dominante necesita, para hacer
valer sus intereses, como decía Marx, presentar al Estado ante
la sociedad como representante del conjunto del pueblo. Es, en
este sentido, que Gramsci afirma que el Estado encuentra su
“fundamento ético” en la sociedad civil.

Todo Estado es ético en cuanto que una de sus funciones


más importantes es la de elevar a la gran masa de la pobla-
ción a un determinado nivel cultural y moral, nivel (o tipo)
que corresponde a las necesidades de desarrollo de las fuer-
zas productivas y, por lo tanto, a los intereses de las clases
dominantes (Q8 §179. Gramsci 1984, p. 307).

Como expresa Piotte, “por la función hegemónica que ejer-


ce la clase dirigente en la sociedad civil es por lo que el Estado
encuentra el fundamento de su representación como universal
y por encima de las clases sociales” (1973, p. 132). Y es así que
el Estado ampliado articula el consenso necesario a través de
organizaciones culturales, sociales, políticas y sindicales que,
en el seno de la sociedad civil, se dejan libradas a la iniciativa
privada de la clase dominante y en las que se integran las clases
subalternas.

7. Las bases materiales de la hegemonía

Pero para que la clase dominante “convenza” a las demás cla-


ses de que es la más idónea para asegurar el desarrollo de la socie-
dad, es decir, que sus intereses particulares se confunden con el
interés general, es necesario que favorezca, al interior de la estruc-

200
m a b e l t h wa i t e s r e y

tura económica, el desarrollo de las fuerzas productivas y la ele-


vación relativa del nivel de vida de las masas populares. Porque

[e]l hecho de la hegemonía presupone indudablemente que


se tomen en cuenta los intereses y las tendencias de los gru-
pos sobre los cuales la hegemonía será ejercida, que se forme
un cierto equilibrio de compromiso, esto es, que el grupo
dirigente haga sacrificios de orden económico-corporativo,
pero también es indudable que tales sacrificios y tal compro-
miso no pueden afectar a lo esencial, porque si la hegemonía
es ético-política, no puede dejar de ser también económica,
no puede dejar de tener su fundamento en la función deci-
siva que el grupo dirigente ejerce en el núcleo decisivo de la
actividad económica (Q13 §18. Gramsci, 1999, p. 42).

La posibilidad misma de ejercer una dirección hegemónica


—y no un mero dominio— depende, en última instancia, de
que existan condiciones mínimas para hacer llevar hacia adelan-
te a la sociedad en su conjunto, asegurando la incorporación de
los estratos populares al desarrollo económico-social. Es en este
punto donde no puede obviarse que la fórmula gramsciana re-
mite necesariamente al momento estructural en su sentido más
profundo. Porque la superación del economicismo vulgar —lo
que implica destacar la importancia y complejidad de la dimen-
sión intelectual y moral de la dirección burguesa de la socie-
dad— no significa caer en una versión idealista que suponga la
posibilidad de construcción de consenso, de producción hege-
mónica, de dirección no coercitiva, más allá de toda referencia
a las condiciones materiales en que se expresan las relaciones de
poder social. Podrá ser verdaderamente hegemónica, entonces,
la clase que logre presentarse a sí misma como desarrollo de las
fuerzas productivas “en el sentido de la historia”, consiguiendo
así presentar sus intereses particulares de clase como el interés
general, en la medida en que no exista entre ambos un divorcio
absoluto y evidente.
La “integralidad” del Estado se juega y se desarrolla, justa-
mente, en el desenvolvimiento teórico y práctico del concepto

201
g r a m s c i , e l e s ta d o “ i n t e g r a l ” y l a s b a s e s m at e r i a l e s d e l c o n s e n s o

de “hegemonía”. La primacía del momento de la coerción o del


consenso, en el sentido en que venimos hablando, estará vincu-
lada a las condiciones de desarrollo de las fuerzas productivas y
a los regímenes de acumulación vigentes en cada sociedad y en
cada momento histórico. Pero también lo estará a la posibilidad
y voluntad de las clases dominantes de hacer concesiones en el
plano económico y político, por una parte, y a la capacidad de
las clases subalternas para modificar la correlación de fuerzas a
su favor, por la otra. Y este último aspecto es de vital importan-
cia, en la medida en que la materialización de condiciones favo-
rables a las clases subalternas está indisolublemente unida a su
disposición y capacidad para imponerlas a las clases dominantes
y es el resultado histórico de la lucha de clases.
Anderson, en cambio, enfatiza en que el “alfiler de seguridad
ideológico” del capitalismo occidental está dado por la forma
general del Estado representativo (la democracia burguesa),
cuya existencia priva a la clase obrera de la idea del socialismo
como un tipo diferente de Estado. Este autor plantea que “el
Estado burgués ‘representa’ por definición a la totalidad de la
población, abstrayéndola de su distribución en clases sociales,
como ciudadanos individuales e iguales”. Por su parte,

[e]l parlamento, elegido cada cuatro o cinco años como la


expresión soberana de la voluntad popular, refleja la uni-
dad ficticia de la nación a las masas como si fuera su propio
auto-gobierno. Las divisiones económicas entre los ‘ciuda-
danos’ se ocultan tras la paridad jurídica entre explotadores
y explotados y junto con ellas, se oculta también la comple-
ta separación y no participación de las masas en las labores
parlamentarias. Esta separación es pues constantemente
presentada y representada a las masas como la encarnación
definitiva de la libertad: la ‘democracia’ como el punto ter-
minal de la historia (Anderson, 1978, p. 49).

He aquí donde reside, para Anderson, la fortaleza del Estado


en el Occidente desarrollado, que permite asentar el dominio
en el consenso. El aspecto material, relativo a mejoras económi-

202
m a b e l t h wa i t e s r e y

cas, en cambio, aparece como circunstancial para este autor7. Y


es cierto que la siguiente reflexión del joven Gramsci pareciera
abonar su interpretación:

[e]n cuanto idea-límite, el programa liberal crea el Estado


ético, o sea, un Estado que idealmente está por encima de
la competición entre las clases, por encima del vario entre-
lazarse y chocar de las agrupaciones que son su realidad
económica y tradicional. Ese Estado es una aspiración polí-
tica más que una realidad política: sólo existe como modelo
utópico, pero precisamente esa su naturaleza de espejismo
es lo que le da vigor y hace de él una fuerza conservado-
ra. La esperanza de que acabe por realizarse en su cum-
plida perfección es lo que da a muchos la fuerza necesaria
para no renegar de él y no intentar, por tanto, sustituirlo
(Gramsci, [1917] 2008, pp. 19-20).

No obstante, creemos que la dimensión última de la ma-


terialidad está presente en la concepción de la hegemonía de
Gramsci. Así, a lo largo de las notas rubricadas como Ameri-
canismo y fordismo, al analizar las técnicas productivas imple-

7
La temprana intervención de Perry Anderson, con la publicación de Las anti-
nomias de Antonio Gramsci, despertó una serie de fuertes polémicas entre los
intérpretes italianos del pensamiento del sardo, por la fuerte carga de la crítica del
historiador inglés que no sólo “indicaba” una serie de presuntas inconsistencias
en el análisis gramsciano, sino que además reducía y desechaba su originalidad y
su potencia crítica denunciando su pretendido reformismo parlamentarista, más
presente en las posiciones eurocomunistas que Anderson efectivamente criticaba,
que en las propias posiciones de Gramsci, en las cuáles la reformulación estratégi-
ca eurocomunista decía basarse, a partir de posiciones cercanas al giro estratégico
del pci de Enrico Berliguer. El libro de Gianni Francioni (1984) constituye una
primera respuesta, más tarde reconstruida y complementada por Peter D. Tho-
mas (2009) y recogida en el medio latinoamericano por Juan Dal Maso (2016).
La perspectiva andersoniana se reitera en diversas corrientes de izquierda, de
raigambre trotskista o autonomista, que lo asimilan sin más a las estrategias po-
líticas del Partido Comunista Italiano. Incluso, esto inhibió en esas corrientes la
lectura atenta de los aportes teóricos del sardo, anacrónicamente invisibilizado o
criticado a través de la propia impugnación de las posturas de un partido cuya
cuestionada estrategia fue diseñada en la segunda posguerra.

203
g r a m s c i , e l e s ta d o “ i n t e g r a l ” y l a s b a s e s m at e r i a l e s d e l c o n s e n s o

mentadas por Ford en la industria automotriz, que supusieron


un profundo cambio cualitativo, tanto en la organización de la
producción industrial como en la relación entre la clase capita-
lista y el proletariado, posibilitando la incorporación de vastas
masas al consumo y su correlativa producción a escala. Gramsci
dirá que

[c]omo existían estas condiciones preliminares, ya racio-


nalizadas por el desarrollo histórico, ha sido relativamente
fácil racionalizar la producción y el trabajo, combinando
hábilmente la fuerza (destrucción del sindicalismo obrero
de base territorial) con la persuasión (altos salarios, bene-
ficios sociales diversos, propaganda ideológica y política
habilísima) y consiguiendo basar toda la vida del país sobre
la producción. La hegemonía nace de la fábrica y no tiene
necesidad de ejercerse más que por una cantidad mínima
de intermediarios profesionales de la política y de la ideolo-
gía (Q22 §2. 2000, p. 66).

Queda en evidencia que la burguesía consigue asentarse


como clase dirigente, y no sólo dominante, cuando sus intereses
logran expresarse materialmente como los intereses de la socie-
dad concebida como un todo. Porque si la sociedad capitalista
se basa en el efecto fetichizador de la mercancía, que oculta el
lugar del productor bajo la fachada del ciudadano-consumidor,
la plenitud de sus efectos consensuales podrá desplegarse en
la medida en que la dimensión del consumo pueda traducirse
en una experiencia constatable para las clases subalternas, en
los términos que coloca la sociedad en cada contexto histórico.
Porque la simple aspiración a “integrarse” en un modelo de so-
ciedad construido a partir del imaginario creado para reprodu-
cir el orden vigente choca, en algún punto que varía de sociedad
en sociedad y de época en época, con la posibilidad misma de su
realización, y es allí donde el efecto fetichizador puede perder
su vigor integrativo.

204
m a b e l t h wa i t e s r e y

8. El consumo aspiracional como núcleo duro de la hegemonía

Como venimos sosteniendo, la construcción hegemónica de-


pende, en última instancia, de la incorporación de los estratos
populares al desarrollo económico-social de su tiempo, lo que
remite necesariamente al momento estructural en su sentido
más profundo. Esto supone la posibilidad de posesión y disfru-
te de aquello que la sociedad produce y que constituye su en-
cuadre material. Los bienes, tanto materiales como simbólicos,
que ofrece el sistema capitalista en su fase actual de desarrollo
a escala global son motivo de disputa y, a la vez, constituyen
una suerte de piso insoslayable para imaginar transformacio-
nes sociales. Porque la puja por mejores condiciones de vida e,
incluso, de subsistencia, tiene como referencia la materialidad
realmente existente en esta etapa histórica del capital, con el
agravante de que ya no se acota a los confines locales o naciona-
les, sino que se despliega a escala planetaria.
Los bienes de consumo masivo, convertidos no sólo en
objetos de uso sino en “artefactos aspiracionales”, tienen al-
cance global (celulares, música, ropa, calzado deportivo, elec-
trónicos, etc.) e interpelan directamente a grandes porciones
de las clases medias y populares, al punto de convertirse en
el “cemento” ideológico y cultural del sistema capitalista. El
consumo de masas es una de las características centrales del
capitalismo contemporáneo, donde arraiga materialmente la
hegemonía burguesa y a través del cual se articulan sentidos
comunes muy poderosos, que solidifican la dominación. El
consumismo es el engranaje central de la rueda que hace girar
al capitalismo: la producción creciente de bienes de obsoles-
cencia veloz y programada es lo que sostiene el esquema pro-
ductivo general, a cuyo alrededor se construye un andamiaje
cultural omnicomprensivo y poderoso. Toda la sociedad se
organiza para el consumo de bienes y servicios que se van su-
mando a un proceso de mercantilización de la vida, ampliado
de modo incesante y sin dejar resquicio.

205
g r a m s c i , e l e s ta d o “ i n t e g r a l ” y l a s b a s e s m at e r i a l e s d e l c o n s e n s o

Los imaginarios de sociedades y culturas nacionales se mo-


dificaron de modo significativo con los nuevos procesos de
desterritorialización productiva y a partir de las nuevas formas
de representación del espacio y el tiempo. Se produjo, en las
últimas décadas de globalización, un crecimiento exponencial
del consumo de mercancías procedentes del exterior y de pro-
ductos locales con fuerte internacionalización del proceso de
producción y de propiedad del capital. Esto es muy significativo
en el segmento de bienes tecnológicos y del turismo de masas.
Como los consumos internacionalizados tienen la peculiari-
dad de ser “identitarios”, es decir, resultan clave para la repro-
ducción de la diferencia social que los constituye como identidad
sociopolítica, esto impacta en la dinámica de la acumulación y
en la reproducción de la dominación política. Esto tiene una im-
plicancia muy grande en términos de la construcción hegemóni-
ca y en la conformación de sentidos comunes y, por el contrario,
complejiza —y complica— la contestación contrahegemónica.
Porque la satisfacción de las necesidades y aspiraciones de con-
sumo ligadas a los procesos de internacionalización productiva
atan de manera decisiva las estrategias de política económica
que están en la base de la posibilidad —o no— de su satisfac-
ción. El acceso a bienes producidos fuera del espacio nacional
o con patrones definidos externamente, según criterios interna-
cionalizados que determinan pautas de consumo dominantes,
se vuelve un componente clave de la formulación de políticas
económicas nacionales y un aspecto de subordinación crucial
para las economías periféricas. Sobre todo cuando la restricción
no proviene de una imposición externa, sino que está internali-
zada en segmentos de la sociedad con capacidad para imponer
su preferencia político-económica.
La supremacía materialmente arraigada del capitalismo, en
tanto sistema de organización sociocultural, implica que las
pautas de acceso al consumo de los bienes socialmente produ-
cidos son hegemónicas en un sentido laxo. Es, precisamente,
en la construcción de la materialidad de la vida cotidiana don-

206
m a b e l t h wa i t e s r e y

de reside la fuerza del orden vigente, su potencia “material”


hegemónica. El Estado integral, sobre el que tan agudamente
reflexionó Gramsci, es producto y productor de esa socialidad,
cuyo eje consumista organiza los términos materiales y simbóli-
cos del orden social. Trascenderlo supone desplegar una batalla
intelectual y moral muy amplia y de largo aliento, en la medida
en que no solo se trata de cambiar las formas de propiedad de
los medios de producción, sino de reformular el sentido mismo
de un sistema de necesidades, de un estilo de explotación de los
bienes naturales comunes que pone en riesgo al planeta y de un
modo de organización política que subsume la ciudadanía en la
categoría tan poco democrática de consumidor.

***

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209
Massimo Modonesi
Autonomía y sujeto político en el pensamiento
carcelario de Antonio Gramsci1

El concepto y el tema de la autonomía ocupan un lugar fun-


damental en el pensamiento de Gramsci sobre el sujeto político
y juegan un papel crucial en la articulación entre subalternidad
y hegemonía. He esbozado anteriormente esta interpretación,
me propongo ahora formularla de forma sistemática a partir de
una revisión de los escritos carcelarios de Gramsci2.
Si bien en los Cuadernos de la cárcel, en sintonía con el con-
texto y la táctica del frente único en la Internacional Comunista,
no encontramos referencias a los Consejos Obreros, y solo al-
guna escueta alusión retrospectiva a la experiencia de L’Ordine
Nuovo, la noción de autonomía ocupa un lugar crucial en la
óptica de la construcción del sujeto político, en tanto punto de
intersección entre subalternidad y hegemonía: como contrapar-
te de su condición subalterna y como antesala, previa pero con-
tigua, de su despliegue hegemónico.

1
Este texto retoma parte de un capítulo del libro, Gramsci y el sujeto político.
Subalternidad, autonomía, hegemonía, Akal, Madrid, en imprenta.
2
En orden cronológico: Subalternidad, antagonismo, autonomía. Marxismos y
subjetivación política, Prometeo-CLACSO-Universidad de Buenos Aires, Buenos
Aires, 2010; “Consideraciones sobre el concepto gramsciano de clases subalter-
nas” en Memoria, núm. 265, CEMOS, México, 2018 / 1; “Gramsci teórico de la
subjetivación política” en International Gramsci Journal, 4 (3), 2021, pp. 3-21.

211
autonomía y sujeto político en el pensamiento carcelario...

Se pueden rastrear seis usos sustanciales de la palabra au-


tonomía en los Cuadernos. Dos de ellos remiten a importantes
distinciones de carácter teórico en relación con la autonomía
del marxismo —derivada de Labriola— y a la autonomía de la
política —inspirada en Maquiavelo. Otros dos usos se conectan
con consideraciones de orden analítico que, respectivamente,
niegan el carácter autónomo de los intelectuales en relación con
las clases sociales y afirman la construcción de la autonomía
del alumno como principio de toda educación emancipatoria.
Aparecen además de forma dispersa otros usos accesorios y una
utilización recurrente de la idea de autonomía del Estado que se
presenta frente a tres situaciones: con frecuencia en el plano de
las relaciones internacionales y en relación con la Iglesia; en un
único caso, de cara a la sociedad civil (Q13 §7). Sin embargo,
el ámbito más relevante y más consistente en el cual Gramsci
utiliza la noción es el de la autonomía del sujeto socio-político, un
hilo rojo que se inserta en la tesitura subjetiva que une y separa
subalternidad y hegemonía.
En efecto, Gramsci usa reiterada y sistemáticamente la pala-
bra autonomía para caracterizar la constitución del sujeto. Solo
en una única ocasión prefiere el de independencia, cuando en
el Q13 §20 aludiendo a Maquiavelo y la práctica política, usa la
expresión “conciencia de su propia personalidad independien-
te” (1999, p. 50).

I.

Recorriendo cronológicamente los Cuadernos, encontramos


pasajes significativos que evidencian la persistencia y el arraigo
de este concepto en el andamiaje teórico gramsciano.
A la par de otras temáticas fundamentales, ésta aparece ya
desde el Cuaderno 1 —cuyo carácter misceláneo deja entrever
el programa de trabajo de Gramsci— en una larga nota, Q1
§43, inmediatamente anterior a Q1 §44, en donde asienta la

212
massimo modonesi

interpretación del Risorgimento formulando la célebre y crucial


distinción que abre la cuestión de la hegemonía: Dirección política
de clase antes y después de la llegada al gobierno. Ambos párrafos,
elaborados en febrero-marzo 1930, serán vertidos y reelaborados
en orden inverso en el Q19 (§§24 y 26), en 1934-1935.
En Q1 §43, figuran pasajes fundamentales que perfilan la
concepción gramsciana de los intelectuales —su carácter de cla-
se y su definición ampliada—, entretejidos con la tensión cam-
po-ciudad, como ya esbozado en las Tesis de Lyon y la Cuestión
Meridional. En su relectura del Risorgimento, Gramsci plantea
el problema entre fuerzas urbanas y rurales en términos de au-
tonomía y hegemonía, es decir de la capacidad de ejercer una
“función histórica dirigente” (Q1 §43. Gramsci, 1981, p. 104).
La vinculación entre fuerzas urbanas del Norte y del Sur debía
ayudar a éstas a volverse autónomas, a adquirir conciencia de su
función histórica dirigente de modo “concreto” y no puramente
teórico y abstracto, sugiriéndoles las soluciones que habían de
darse a los vastos problemas regionales. (Q1 §43. 1981, p. 105) 3.
Autonomía y hegemonía se articulan por lo tanto desde el
primer cuaderno, lo que equivale a decir que Gramsci inicia su
reflexión sobre hegemonía colocando a la autonomía como con-
dición y como punto de partida. En la nota siguiente (Q1 §44),
donde se despliega con más claridad el vínculo entre dirección,
hegemonía y papel de los intelectuales, Gramsci afirma que el
Partido de Acción (pda) no podía ser hegemónico porque no
era autónomo, en cuanto “atraído” por los moderados y algu-
nos de sus dirigentes “en relación personal de subordinación
con los dirigentes de los moderados” (Q1 §44. 1981, p. 108) 4.

3
Retomado después de manera substancialmente idéntica en Q19 §26.
4
“Para que el Partido de la Acción se convirtiese en una fuerza autónoma y, en
último análisis, por lo menos lograse imprimir el movimiento del Risorgimiento
un carácter más marcadamente popular y democrático (más lejos no podía llegar
dadas las premisas fundamentales del movimiento mismo) hubiera debido opo-
ner a la acción empírica de los moderados (que era empírica sólo por así decirlo)
un programa orgánico del gobierno que abrazase las reivindicaciones esenciales

213
autonomía y sujeto político en el pensamiento carcelario...

Si bien la ausencia de autonomía corresponde a una condi-


ción subalterna del pda, la cual impide una acción hegemónica,
será poco más adelante, siempre en el Cuaderno 1, en una nota
sobre la Acción Católica, la voz autonomía aparece, por primera
vez nominalmente, en antinomia respecto de aquella de sub-
alternidad, asimilada a una postura defensiva —como después
será reiterado en el Cuaderno 3: “La Iglesia está a la defensiva,
esto es, ha perdido la autonomía de movimiento y de iniciativa,
ya no es un movimiento y una potencia ideológica mundial, sino
solo una fuerza subalterna” (Q1 §139. Gramsci, 1981, p. 184).
En el Cuaderno 3 (como después en las notas transcritas en
el Cuaderno 25) esta antinomia adquiere plenamente su alcance
heurístico respecto de la conformación del sujeto político. En
Q3 §14 (nota transcrita en Q25 §2), la primera que caracteri-
za, en sentido abstracto y general, a los grupos subalternos, se
contrapone la forma “disgregada y episódica” a la “tendencia a
la unificación”, aun cuando provisoria y poco visible. Gramsci
sostiene dialécticamente que los subalternos están a la defensiva
incluso cuando atacan o parecen atacar y que, no obstante, sin
dejar de ser subordinados, muestran y construyen embriones de
autonomía:

Las clases subalternas sufren la iniciativa de la clase domi-


nante, incluso cuando se rebelan: están en estado de defensa
alarmada. Por ello, cualquier brote de iniciativa autónoma
es de inestimable valor» (Q3 §14. Gramsci, 1981b, p. 27).

Poco más adelante, en Q3 §18, refiriéndose a la historia ro-


mana, Gramsci vuelve a señalar que los subalternos son tales
porque adolecen de “autonomía política” y por ello se encuen-
tran a la defensiva.

de las masas populares, en primer lugar de las de los campesinos. A la atracción


“espontánea” ejercida por los moderados, debía oponer una atracción “organiza-
da” de acuerdo a un plan” (Q1 §44. Gramsci, 1981, p. 108).

214
massimo modonesi

Porque careciendo las clases subalternas de autonomía


política, sus iniciativas “defensivas” son forzadas por leyes
propias de necesidad, más complejas y políticamente más
coercitivas que las leyes de necesidad histórica que dirigen
las iniciativas de la clase dominante (Q3 §18, Gramsci,
1981b, p. 30).

Inmediatamente después, proporciona una indicación res-


pecto de la dimensión organizacional de la autonomía política y
de sus formas, arraigadas en la sociedad civil:

El Estado moderno abolió muchas autonomías de las clases


subalternas, abolió el Estado federación de clases, pero
ciertas formas de vida interna de las clases subalternas
renacen como partido, sindicato, asociación de cultura (Q3
§18, Gramsci, 1981b, p. 30)5.

La antinomia subalternidad-autonomía atraviesa después


la nota Q3 §90, una nota crucial por lo que concierne a la
concepción gramsciana del proceso de subjetivación política. En
ella Gramsci señala que las clases subalternas podrán unificarse
solo volviéndose clases dirigentes, en el Estado, entendido de
forma integral o ampliada, es decir en el vínculo “orgánico” (ad-
jetivo agregado en Q25 §5) entre sociedad política y sociedad
civil, dejando así de ser una “fracción disgregada” y, agrega en
el Q25, “discontinua” de esta última.
La nota sigue enumerando seis momentos o dimensiones de
un proceso de subjetivación política que transita de la subal-
ternidad a la autonomía y se proyecta en clave hegemónica. Un
proceso que se concretiza, y puede por ello rastrearse, en la for-
mación de organizaciones políticas.

1) la formación objetiva para el desarrollo y las transfor-


maciones, ocurridas en el mundo económico, su difusión
cuantitativa y el origen de otras clases precedentes; 2) su ad-
herencia a formaciones políticas dominantes pasiva o acti-

5
Reproducido sin cambios relevantes en Q25 §4.

215
autonomía y sujeto político en el pensamiento carcelario...

vamente, o sea tratando de influir en los programas de estas


formaciones con reivindicaciones propias; 3) nacimiento de
partidos nuevos de las clases dominantes para mantener el
control de las clases subalternas; 4) formaciones propias de
las clases subalternas de carácter restringido o parcial; 5)
formaciones políticas que afirman la autonomía de aque-
lla pero en el cuadro antiguo; 6) formaciones políticas que
afirman la autonomía integral, etcétera (Q3 §90. Gramsci,
1981b, p. 89).

Gramsci agrega que se trata de una lista preliminar que debe-


ría incluir otras fases o combinaciones e insiste en la necesidad de
rastrear “la línea de desarrollo hacia la autonomía integral”, orien-
tada por el “espíritu de escisión” (Q3 §90. 1981b, p. 89). Inme-
diatamente después, proyecta esta autonomía hacia la hegemonía
cuando afirma que entre las clases subalternas: “una ejercerá ya
una hegemonía” agregando en Q25 §5, “a través de un partido”.
En este sentido se puede entender que, para Gramsci, el vec-
tor de la transición entre subalternidad y autonomía es marcado
por el espíritu de escisión, que cumple una función contrahege-
mónica y habilita la construcción de las condiciones de autono-
mía necesarias para promover una hegemonía alternativa.

II.

A la par de la cuestión organizacional camina el proceso de


concientización. Ya en Q3 §49, Gramsci había contrapuesto a la
estructura ideológica de una clase dominante entendida como
“complejo formidable de trincheras y fortificaciones”:

El espíritu de escisión, o sea la progresiva adquisición de


la conciencia de la propia personalidad histórica, espíritu
de escisión que debe tender a extenderse de la clase pro-
tagonista a las clases aliadas potenciales: todo ello exige un
complejo ideológico (Q3 §49. 1981b, p. 55).

216
massimo modonesi

Espíritu de escisión como antítesis que, brotando del anta-


gonismo, funda la autonomía y genera las condiciones para la
disputa hegemónica al ampliarse de la clase fundamental a las
demás clases subalternas. Esta colocación liminal del espíritu
de escisión es evidente en un pasaje posterior, en una nota del
Q8 §196 sobre el Ensayo popular de Bujarin cuando, en medio
de una consideración metodológica y pedagógica respecto de
cómo la crítica debe confrontarse con los mejores autores y ar-
gumentos de la ideología dominante, Gramsci distingue dialéc-
ticamente un par destruens y uno construens:

1) a mantener en la propia parte el espíritu de escisión y


de destrucción; 2) a crear el terreno para que la propia
parte absorba y vivifique una doctrina propia original, co-
rrespondiente a las propias condiciones de vida. (Q8 §196.
Gramsci, 1984, p. 316).

Esto corresponde a la necesidad de “destruir una hegemonía


para construir otra” que aparece en Q10 §41.
Volviendo a la nota fundamental del Q3 §90 después reto-
mada en Q25 §5. Gramsci observa retrospectivamente el Ri-
sorgimento y establece “dos medidas” para sopesar el “grado
de conciencia histórico-política” de las “fuerzas innovadoras”
por medio de una distinción fundamental en relación a cómo,
para tomar el poder, se luchó contra los adversarios, pero se
recibió la ayuda de los aliados, es decir no solo el alejamiento
de unos sino el acercamiento a otros. Se perfila así un perímetro
subjetivo a través de un proceso de subjetivación por distinción
y por separación y otro por ampliación y agregación. En efecto,
sostiene Gramsci:

para convertirse en Estado debían subordinarse o eliminar


a unas y tener el consenso activo o pasivo de las otras. El
estudio del desarrollo de estas fuerzas innovadoras desde
grupos subalternos a grupos dirigentes y dominantes debe
por lo tanto buscar e identificar las fases a través de las cuales
adquirieron la autonomía con respecto a los enemigos que

217
autonomía y sujeto político en el pensamiento carcelario...

habían de abatir y a la adhesión de los grupos que las ayuda-


ron activa o pasivamente (Q25 §90. Gramsci, 2000, p. 183).

Se ligan por lo tanto explícitamente tres formas de la subjeti-


vidad política en la secuencia o combinación subalternidad-au-
tonomía-hegemonía, en el tránsito “de grupos subalternos a
grupos dirigentes”. El primer pasaje es de la subalternidad a la
autonomía y se realiza por la ruptura, la separación, la escisión
subjetiva que se opera partiendo de condiciones objetivas pero
que se desarrolla subjetivamente, activamente, saliendo del ám-
bito de la mentalidad y la ideología de las clases dominantes,
así como de su perímetro de organización política, avanzando
reivindicaciones propias y construyendo instancias parcialmen-
te autónomas que, tendencial o potencialmente, se vuelven inte-
grales. En otras palabras, se levantan las columnas portantes del
movimiento comunista, según Gramsci: concepción del mundo,
proyecto y partido. El segundo pasaje es de la autonomía a la
hegemonía, es decir desde la plena constitución de sujeto po-
lítico a su irradiación hegemónica hacia otros grupos subalter-
nos. Establecida la autonomía respecto de los adversarios que
abatir o someter, Gramsci indica el camino del hacerse Estado,
un recorrido en el cual es indispensable la construcción de un
consenso activo o pasivo de aliados o auxiliares en el campo de
los grupos subalternos. En este sentido, hegemonía es todavía
solo volverse clase dirigente, es una condición interna a la lógica
de la constitución de un sujeto políticamente capaz de conquis-
tar el poder estatal, pero todavía no una forma del ejercicio del
poder estatal por parte de una clase dominante consolidada.

III.

En los Cuadernos sucesivos siguen apareciendo las conexio-


nes entre estos tres puntos cardinales de la constelación concep-
tual gramsciana.

218
massimo modonesi

En Q4 §38 —después reelaborado en Q13 §17, en una de


las notas más importantes de los Cuadernos, titulada Relaciones
de fuerza —después de haber evocado una vez más los princi-
pios de la Prólogo de 1959 a la Introducción a la Crítica de la
Economía Política de Marx— Gramsci plantea “algunos cáno-
nes de metodología histórica” (Q4 §38. 1981b, p. 167), distin-
guiendo entre “procesos orgánicos y ocasionales” y evitando el
”economicismo” mecanicista y el ”ideologismo” voluntarista,
apoyándose también en la afirmación de Engels de la economía
como resorte —en última instancia— de la historia.
Desarrolla entonces una distinción de tres “momentos y gra-
dos” de las relaciones de fuerzas. En primer lugar, ubica una co-
rrelación objetiva de origen estructural, “que asigna posiciones
y funciones” y permite evaluar las “condiciones necesarias y su-
ficientes” para la transformación, representa la medida concre-
ta de “practicabilidad de las diversas ideologías”.6 En segundo
lugar, una correlación de fuerzas políticas, en base al “grado de
homogeneidad, de autoconciencia y de organización alcanzado
por los diversos grupos sociales” correspondiente a los “diver-
sos momentos de la conciencia política colectiva” (Q13 §17.
Gramsci, 1999, p. 26).
Autoconciencia y organización (este último agregado en la
re-escritura en Q13), como hemos visto, son criterios funda-
mentales de la superación de la subalternidad y la conformación
autónoma del sujeto. La expresión “autoconsciencia”, que atri-
buye a Goethe y a Hegel, se vuelve cardinal en los Cuadernos7,

6
Que en otros pasajes de los Cuadernos formulará como “mercado determina-
do”. “‘Mercado determinado’ equivale por lo tanto a decir ‘determinada relación
de fuerzas sociales en una determinada estructura del aparato de producción’,
relación garantizada (o sea hecha permanente) por una determinada superestruc-
tura política, moral, jurídica” (Q11 §52. Gramsci, 1986, p. 325).
7
Respectivamente en Q7 § 37 y en Q8 §208. Aunque la palabra aparece en al-
gunos escritos de 1918 a 1921, adquiere un peso relevante sólo en dos ocasiones.
“L’Avanti! è l’autocoscienza degli operai e contadini: ogni suo lettore, in cittá, in
campagna, lontano dal suo ambiente, leggendolo vi sente se stesso e tutti i suoi
compagni lontani, sente che la sua opinione, il suo giudizio sono condivisi da cen-

219
autonomía y sujeto político en el pensamiento carcelario...

un sinónimo de autonomía relativo a la conciencia y la forma-


ción de una concepción del mundo independiente, y volverá a
aparecer en otro pasaje fundamental que veremos más adelante.
Sigue Gramsci señalando que, al interior de la correlación de
fuerzas políticas, pueden reconocerse tres niveles:
– uno “económico corporativo” que no supera el plano de
solidaridad del “grupo profesional”;
– un segundo de “solidaridad de intereses”’ entre todos los
miembros del grupo social, pero todavía sólo en el campo me-
ramente económico.
– y, finalmente, el de la superación consciente del corporativis-
mo y del vínculo con los “intereses de otros grupos subordinados”.
Los primeros dos puntos reflejan la progresiva conquista de
un plano de autonomía, es decir de la independencia decisional
del sujeto y, al mismo tiempo, muestran sus límites, una autono-
mía introyectada, de tipo estrictamente sindical, y no proyectada.
Por ello, Gramsci insiste en el último nivel o grado, que expresa
la proyección de la autonomía en el plano de la construcción de
la hegemonía.

Esta es la fase más estrictamente política, que señala el trán-


sito neto de la estructura a la esfera de las superestructuras
complejas, es la fase en la que las ideologías germinadas an-
teriormente se convierten en “partido”, entran en confron-
tación y se declaran en lucha hasta que una sola de ellas o al
menos una sola combinación de ellas, tiende a prevalecer,

tinaia di migliaia di altri individui nella nazione, da milioni e milioni di individui


nell’Internazionale che ha sempre vissuto nelle coscienze e oggi incomincia a rivi-
vere anche in una organizzazione”. “L’Avanti! piemontese”, Avanti!, 04/12/1918.
“Il determinismo economico, prima che essere fondamento scientifico dell’azio-
ne politica ed economica della classe lavoratrice, è autocoscienza storica della
classe lavoratrice, è norma d’azione, è dovere morale. […] La dottrina del mate-
rialismo storico è l’organizzazione critica del sapere sulle necessità storiche che
sostanziano il processo di sviluppo della societá umana, non é l’accertamento di
una legge naturale, che si svolge assolutamente trascendendo lo spirito umano.
É autocoscienza, stimolo all’azione, non scienza naturale che esaurisca i suoi fini
nell’apprendimento del vero”. “Stato e sovranità”, 1-28/02/1919, Energie Nuove.

220
massimo modonesi

a imponerse, a difundirse por toda el área social, determi-


nando, además de la unidad de fines económicos y políti-
cos, también la unidad intelectual y moral, situando todas
las cuestiones en torno a las cuales hierve la lucha no en el
plano corporativo sino en un plano “universal”, y creando
así la hegemonía de un grupo social fundamental sobre una
serie de grupos subordinados (Q13 §17. 1999, p. 36).

He aquí una de las definiciones más clara de hegemonía, del


desarrollo de la noción bolchevique de la cual Gramsci partía.
El plano “universal” —“no-corporativo” como aparecía en la
primera redacción— es el ámbito de expansión hegemónica de
un sujeto y de una ideología compuestos, es decir articulados,
sobre la sociedad en su conjunto. Dos movimientos más que dos
momentos. Una hegemonía que se desarrolla como subjetividad
política ampliada y proyectada, volviéndose Estado:

El Estado es concebido como organismo propio de un


grupo, destinado a crear las condiciones favorables para la
máxima expansión del grupo mismo, pero este desarrollo y
esta expansión son concebidos y presentados como la fuerza
motriz de una expansión universal, de un desarrollo de todas
las energías “nacionales”, o sea que el grupo dominante es
coordinado concretamente con los intereses generales de los
grupos subordinados y la vida estatal es concebida como un
continuo formarse y superarse de equilibrios inestables (en
el ámbito de la ley) entre los intereses del grupo fundamental
y los de los grupos subordinados, equilibrios en los que los
intereses del grupo dominante prevalecen, pero hasta cierto
punto, o sea no hasta el burdo interés económico-corporati-
vo. (Q13 §17. Gramsci, 1999, p. 37).

En el plano estatal culmina la hegemonía como “expansión”


de un sujeto “fundamental” que, una vez conquistada la auto-
nomía que le permite tomar una iniciativa y volverse protago-
nista, se vuelve el punto de articulación o de “coordinación”
con los grupos subalternos. Después de abordar, las relaciones
de fuerzas militares —que distingue entre técnico-militares y
político-militares— y sobre el impacto de las crisis económi-

221
autonomía y sujeto político en el pensamiento carcelario...

cas —que considera parcial y variable— Gramsci culmina esta


larga e importante nota con algunas consideraciones sobre la
relevancia de este enfoque centrado en la correlación de fuer-
zas políticas, señalando que su pertinencia y eficacia se conecta
con las iniciativas y voluntades políticas concretas, derivando
en indicaciones tácticas respecto de coyunturas específicas. Y,
una vez más, en un agregado colocado en la versión de Q13,
refrenda el papel crucial que atribuye al factor subjetivo y a las
cualidades de su constitución interna:

El elemento decisivo de toda situación es la fuerza permanen-


temente organizada y predispuesta con tiempo que se puede
hacer avanzar cuando se juzga que una situación es favorable
(y es favorable sólo en la medida en que tal fuerza exista y está
llena de ardor combativo); por eso la tarea esencial es la de
ocuparse sistemática y pacientemente en formar, desarrollar,
hacer cada vez más homogénea, compacta, consciente de sí
misma a esta fuerza. (Q13 §17. Gramsci, 1999, p. 40).

Un sujeto político organizado, consciente y combativo que


solo puede ser, en la óptica marxista y comunista de Gramsci, el
partido revolucionario. Siempre a partir de una reflexión esbo-
zada en Q4 §38, retomada en Q13 §18 (ahora separadamente
del tratamiento de las relaciones de fuerza), Gramsci crítica las
posturas del “sindicalismo teórico” sosteniendo que “es inne-
gable que en éste la independencia y la autonomía del agrupa-
miento subalterno que se dice expresar, es por el contrario sacri-
ficada a la hegemonía intelectual del agrupamiento dominante”
(Q4 §38. 1981b, p. 173). Y reitera la insistencia en la superación
de lo “económico corporativo” como criterio fundamental del
salto de la autonomía a la hegemonía cuando Gramsci afirma
que las clases subalternas pueden y deben “elevarse a la fase
de hegemonía político-intelectual en la sociedad civil y volverse
dominante en la sociedad política” (Q4 §38. 1981b, p. 172)8.

8
Cambiará “político-intelectual” por “ético-político” en la versión de Q13.

222
massimo modonesi

Elevación que evoca la noción de catarsis, como disparador


de la formación de una voluntad colectiva.

IV.

En los cuadernos sucesivos del mismo periodo 1930-1932,


Gramsci ofrece algunos elementos que confirman y amplían el
andamiaje fundamental que vimos que se asentó en los Q3 y Q4
—y en sus redacciones posteriores en Q11, Q13 y Q25, elabo-
radas entre 1932 y 1934.
En Q7 §12, vuelve a aparecer la tensión/articulación entre
espontaneidad y organización. Si bien Gramsci acepta la exis-
tencia de muchedumbres irresponsables, dominadas por el ins-
tinto y los intereses inmediatos, cuestiona la “psicología de las
masas” y refuta sus postulados a partir de la observación que
“una asamblea “bien ordenada” de elementos pendencieros e
indisciplinados se unifica en decisiones colectivas superiores a
la media individual: la cantidad se vuelve calidad.” Usando el
ejemplo del ejército en el cual predomina el sacrificio, la disci-
plina, la responsabilidad social “cuando su sentido de responsa-
bilidad social ha sido despertado fuertemente por el sentimiento
inmediato del peligro común y el futuro parece más importante
que el presente” (Q7 §12. Gramsci, 1984, p. 153).
Una frase que da cuenta de cómo Gramsci concebía la cons-
trucción de la acción colectiva y que, dicho sea de paso, no pue-
de no recordar el “relámpago” en un “instante de peligro” de
la sexta tesis sobre la historia de Walter Benjamin, aunque ésta
fuera orientada al pasado a través de la memoria.
Gramsci señala posteriormente, en esta misma nota, la pro-
fundización del “conformismo” —es decir del vínculo hegemó-
nico entre dominante/subalterno— a partir de los fundamentos
económicos del hombre colectivo (gran industria, taylorismo,
racionalización, etc.), señalando que, a diferencia del pasado,
donde predominaba la dirección carismática:

223
autonomía y sujeto político en el pensamiento carcelario...

El hombre-colectivo actual se forma esencialmente, por el


contrario, de abajo hacia arriba, sobre la base de la posición
ocupada por la colectividad en el mundo de la producción:
el hombre representativo tiene también hoy una función en
la formación del hombre-colectivo, pero muy inferior a la
del pasado, tanto que puede desaparecer sin que el cemen-
to colectivo se deshaga y la construcción se derrumbe. (…)
El conformismo siempre ha existido: hoy se trata de la lu-
cha entre “dos conformismos”, o sea de una lucha de hege-
monía, de una crisis de la sociedad civil. (Q7 §12. Gramsci,
1984, pp. 153-154).

La disputa hegemónica como forma de la lucha de clases im-


plica la constitución, desde abajo, de un sujeto colectivo. La
conexión antagonismo-autonomía aparece, en el mismo cua-
dernos, en Q7 §80, cuando Gramsci, refiriéndose al posguerra,
se pregunta, si el aparato hegemonía se desagregó por el surgi-
miento de una “fuerte voluntad política colectiva antagónica”
(Q7 §89. 1984. p. 195), respondiendo negativamente y señalan-
do sus límites subalternos: “grandes masas, anteriormente pasi-
vas, entraron en movimiento, pero en un movimiento caótico y
desordenado, sin dirección, o sea sin una precisa voluntad polí-
tica colectiva” (Q7 §89. 1984. p. 195)
Como antítesis de la subalternidad y como condición para
emprender el camino hegemónico, la idea de autonomía apa-
rece de forma explícita en el siguiente cuaderno en dos notas
sobre la conciencia “contradictoria” del Q8 (§§153 y 169).
En el primer pasaje (que citamos en la transcripción de Q16
§12, ya que Gramsci agrega dos veces la palabra autonomía,
sumando cuatro en pocos renglones) afirmando que, a la par
de las relaciones sociales, es contradictoria la conciencia de los
seres humanos y que:

En los grupos subalternos, por la ausencia de autonomía


en la iniciativa histórica, la disgregación es más grave y más
fuerte la lucha para liberarse de los principios impuestos y
no propuestos en la consecución de una conciencia históri-
ca autónoma […] ¿Cómo debería formarse, por el contra-

224
massimo modonesi

rio, esta conciencia histórica propuesta autónomamente?


¿Cómo debería elegir y combinar cada uno [de] los ele-
mentos para la constitución de tal conciencia autónoma?
(Q16 §12. 1999, p. 276).

Gramsci establece aquí los criterios de la ausencia de auto-


nomía como indicador de subalternidad y la formación de una
conciencia autónoma como condición de salida de la subalter-
nidad. Criterios ya presentes en la mencionada nota del Q3 con
un énfasis en la dimensión organizacional mientras que aquí la
concepción del mundo es el criterio fundamental de distinción
y caracterización.
En el segundo pasaje, retomado en Q11 §12, Gramsci sos-
tiene que el trabajador tiene “dos conciencias teóricas (o una
conciencia contradictoria)” (Q11 §12. 1986, p. 253): la primera
vinculada a su praxis, —podríamos decir una conciencia autó-
noma— y una que le es impuesta desde el exterior, que asume
acríticamente —es decir una conciencia subalterna. Sigue un
pasaje fundamental— reformulado y expandido en Q11§12 —
donde Gramsci reflexiona sobre las condiciones de salida de
una concepción del mundo “sometida y subordinada” en la óp-
tica de la constitución de una que sea “independiente y autóno-
ma”, ligada a la praxis, y proyectada hacia la lucha hegemónica.

La comprensión crítica de sí mismos se produce pues a tra-


vés de una lucha de “hegemonías” políticas, de direcciones
contrastantes, primero en el campo de la ética, luego de la
política, para llegar a una elaboración superior de la pro-
pia concepción de lo real. La conciencia de ser parte de
una determinada fuerza hegemónica (o sea la conciencia
política) es la primera fase para una ulterior y progresiva
autoconciencia en la que teoría y práctica finalmente se uni-
fican. Tampoco la unidad de teoría y práctica es un dato
de hecho mecánico, sino un devenir histórico, que tiene su
fase elemental y primitiva en el sentido de “distinción”, de
“desapego”, de independencia apenas instintivo, y progre-
sa hasta la posesión real y completa de una concepción del
mundo coherente y unitaria. He ahí por qué debe hacerse
resaltar cómo el desarrollo político del concepto de hege-

225
autonomía y sujeto político en el pensamiento carcelario...

monía representa un gran progreso filosófico además de


político-práctico, porque necesariamente implica y supone
una unidad intelectual y una ética correspondiente a una
concepción de lo real que ha superado el sentido común y
se ha convertido, aunque dentro de límites todavía restrin-
gidos, en crítica (Q11 §12. 1986, p. 253).

Aquí, aparece todos los elementos del pasaje autonomía-he-


gemonía que ya habían surgido anteriormente: la escisión, la
autoconsciencia, la concepción del mundo propia que supera
el sentido común. La autonomía es claramente concebida como
una condición necesaria pero no suficiente, que se prolonga y
realiza en una proyección hegemónica, es decir universalista y
universalizante. El plural “hegemonías”, colocado en cursivas
por Gramsci, sugiere que la construcción hegemonía es un pro-
ceso al interior del cual, en el momento de disputa, existen dos
campos hegemónicos, el dominante y el antagonista, este último
con un lado destructivo, contrahegemónico, y otro re-construc-
tivo, alternativo, alterhegemónico: “destruir una hegemonía
para construir otra” (Q10 §41. 1986, p. 200).
Siempre en relación con la conciencia como vector de la
constitución autónoma del sujeto político, sostiene Gramsci
poco más adelante:

Autoconciencia crítica significa histórica y políticamente


creación de una élite de intelectuales: una masa humana no
se “distingue” y no se vuelve independiente “por sí misma”
sin organizarse (en sentido lato) y no hay organización sin
intelectuales, o sea sin organizadores y dirigentes o sea sin
que el nexo teoría-práctica se distinga concretamente en un
estrato de personas “especializadas” en la elaboración con-
ceptual y filosófica (Q11 §12. 1986, p. 253).

He aquí entonces que la autonomía, una vez más en el cen-


tro del pensamiento gramsciano, se despliega en referencia a la
construcción de una concepción del mundo independiente, una
“autoconciencia crítica” que se expresa en el maridaje organiza-
ción-intelectuales.

226
massimo modonesi

V.

No me detengo sobre la concepción gramsciana de los inte-


lectuales y del partido político que implicaría un desvío y que,
por lo demás, ha sido abundantemente analizada, salvo señalar
que, en su razonamiento, Gramsci agrega inmediatamente des-
pués que la función intelectual se realiza plenamente, en las so-
ciedades modernas, en la forma partido que se vuelve instancia
central de elaboración y difusión de una concepción del mundo
y de la ética y la política que le corresponden. Los partidos son,
para Gramsci, “el crisol de la unificación de teoría y práctica en-
tendida como proceso histórico real” (C 11, 12, 254) y subraya
la necesidad de una mediación político-intelectual:

la innovación no puede llegar a ser de masas en sus primeras


etapas, sino por mediación de una élite en la que la concep-
ción implícita en la humana actividad se haya convertido ya
en cierta medida en conciencia actual coherente y sistemática
y voluntad precisa y decidida (Q11 §12. 1986, p. 254).

Las referencias a los partidos y en particular a la función


emancipadora que puede cumplir un partido comunista es uno
de los temas transversales de los Cuadernos, aun cuando, a dife-
rencia del de los intelectuales, no ha sido objeto de un cuaderno
especial, sea por autocensura ligada a su condición de encarce-
lamiento o por la voluntad manifiesta de Gramsci de privilegiar
la cuestión de los intelectuales y de la cultura. En todo caso,
intelectuales y partido se funden formando el “principe moder-
no” —como lo formuló Togliatti pensando probablemente en
esta nota— un partido intelectual colectivo, el sujeto político
por excelencia capaz de aspirar a la hegemonía.
Una condición indispensable para que, como señala Gramsci
a continuación de esta nota, en estrecha conexión lógica, el sub-
alterno pueda volverse:
dirigente y responsable de la actividad económica de masa
[…] una persona histórica, un protagonista, si ayer era irres-

227
autonomía y sujeto político en el pensamiento carcelario...

ponsable porque era “resistente” a una voluntad extraña, hoy


siente ser responsable porque no es ya resistente sino agente
y necesariamente activo y emprendedor (C 11, 12, 255).

Es decir, ya no subalterno, sino autónomo y hegemónico. La


misma lógica que aparece en Q9 §67, cuando Gramsci se re-
fiere a la posibilidad/capacidad del “trabajador colectivo” de
apropiarse de la técnica y usar en función de sus intereses, sub-
jetivando lo objetivo, Gramsci usa la expresión clase “todavía”
subalterna y clase “ya no” subalterna, que tiende a dejar de ser
“subordinada” —es decir subalterna—, es términos de “escisión
y nueva síntesis”, aludiendo a los “organismos que representan
la fábrica como productora de objetos reales y no de ganancia”
(Q9 §67. 1986, p. 49). 
Para terminar este recorrido cronológico, aun recurriendo
a las transcripciones posteriores en los Cuadernos especiales e
intercalando algunos paréntesis relativos a conceptos emergen-
tes, vale la pena mencionar dos pasajes de menor importancia
teórica, pero que contienen elementos interesantes respecto de
la relación entre subalternidad, autonomía y hegemonía.
En Q11 §70, dialogando con Antonio Labriola y Rosa Luxem-
burgo, Gramsci vuelve a proponer en forma concisa, en estrecha
secuencia, los tres conceptos fundamentales cuando afirma:

Pero desde el momento en que un grupo subalterno se


vuelve realmente autónomo y hegemónico suscitando un
nuevo tipo de Estado, nace concretamente la exigencia de
construir un nuevo orden intelectual y moral, o sea un nue-
vo tipo de sociedad (Q11 §70. 1986, p. 349).

Finalmente hay que mencionar el pasaje en el que Gramsci,


en Q15 §70, se refiere a Lorenzo el Magnífico como

“modelo” de la incapacidad burguesa de aquella época


para constituirse en clase independiente y autónoma por la
incapacidad de subordinar los intereses personales e inme-
diatos a programas de vasto alcance.

228
massimo modonesi

Es decir, la incapacidad de proyectarse en clave hegemónica.


En este caso, autonomía y hegemonía parecen sobreponerse, ser
procesos simultáneos, mientras que en otros pasajes se entiende
que la primera antecede la segunda. Sin embargo, en esta nota
la apariencia engaña, porque en las notas anteriores, más sus-
tanciales, es evidente una distinción que no solo es conceptual
sino también temporal, una secuencia histórico-política que se
manifiesta concretamente y que permite reconocer una lógica
del proceso. Se trata, por lo tanto, de una distinción teórica que
establece una relación causal que, sin ser mecánica, lineal y eta-
pista, avanza una serie de hipótesis sobre la dinámica de la sub-
jetivación política. Se podría entonces inferir que la autonomía
es una condición necesaria para salir de la subalternidad y para
emprender la acción hegemónica y que, considerando la lógica
procesual, hay solo una parcial o temporal sobreposición en la
cual, en la medida en que se conquistan márgenes de autonomía
que tienden a la autonomía integral, se mueven los engranajes
de la hegemonía.
Consideraciones de orden teórico que hay que ubicar en el
marco de la advertencia metodológica de Gramsci sobre los al-
cances y los límites de toda distinción analítica respecto de la
totalidad concreta —un principio de método que acompaña y
constituye toda su reflexión en la cárcel, como traducción, es
decir una forma de asimilar históricamente y aplicar política-
mente el método marxista.

Reflexión final

A partir de este recorrido es posible visibilizar el potencial


de una perspectiva gramsciana de la autonomía y la emancipa-
ción que ha sido desplazada por las opuestas derivas del subal-
ternismo y el hegemonismo, respectivamente por el estudio de
los subalternos en cuanto víctimas, siempre derrotadas, siempre
marginales o de la hegemonía como ejercicio de la dominación,

229
autonomía y sujeto político en el pensamiento carcelario...

desde arriba, en donde, de forma simétrica, los subalternos se


quedan como tales o son sustituidos por otros, igualmente su-
bordinados y oprimidos.
La pendiente subjetiva del concepto de hegemonía, estrecha-
mente ligada, entrecruzada a los de subalternidad y de autono-
mía, permite a mi parecer captar plenamente los matices, las
distinciones y las discordancias propias del proceso, los pasajes
y las condensaciones que corresponden a la desigual y combi-
nada configuración de las subjetividades socio-políticas; explo-
rando en particular las tensiones en cada uno de los pasajes,
la construcción del sujeto hegemónico atravesada por implica-
ciones y contradicciones derivadas de la condición subalterna,
del ejercicio de márgenes de autonomía y del conseguimiento
progresivo de la autonomía integral.
La autonomía debe entonces ser considerada como una
cuestión mucho más sustancial y decisiva que un simple pasaje
instrumental hacia la hegemonía. La hegemonía hacia los alia-
dos es un primer prolongamiento subjetivo, todavía más acá del
proceso de subjetivación, de la constitución del sujeto político,
separable sólo metodológicamente del más allá respecto de los
adversarios, la hegemonía verdadera, a la que corresponde el ya
mencionado alargamiento gramsciano del concepto. El primer
nivel de articulación y expansión hegemónica es entonces parte
integrante de la construcción del sujeto político, de la incorpo-
ración de aliados como dilatación o ensanchamiento del sujeto,
mientras que, en relación a los adversarios, es parte de una re-
lación de dominación, de contraposición, aun permeada por el
consenso. El horizonte interior de la hegemonía, visto desde el
más acá subjetivo, se relaciona con la autonomía y se convierte
en una ecuación que podemos formular, en términos gramscia-
nos, como autonomía + hegemonía, es decir autonomía acora-
zada de consenso. Un recortarse subjetivamente al interior de la
relación de dominación antes o mientras se cose y descose el te-
jido nacional y popular en clave de alternativa hegemónica. Lo
cual obviamente no encuentra correspondencia en la estrategia

230
massimo modonesi

laclausiana de articulación transversal o desde arriba o con el


culto del acontecimiento que, en nuestros días, propicia preci-
pitaciones y atajos populistas. Aplicando el criterio gramsciano,
antes de la conquista del poder del Estado debe sedimentarse
una subjetividad capaz de expresarse en la sociedad civil, un po-
der encarnado subjetivamente y no por aparatos de Estado, un
contrapoder que en América Latina ha sido a menudo llamado
poder popular.

***

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232
Agustín Artese
“Una nueva fuerza social se ha constituido”
Notas sobre «crisis» y «revolución pasiva»
en los Cuadernos de la cárcel

Aun cuando sea posible dividirla cronológica y temática-


mente, la obra de Antonio Gramsci encuentra uno de sus moti-
vos centrales en el problema de la crisis. Comprendida su obra
como unidad de acción y reflexión, en su militancia y en sus
escritos —podríamos decir, como identidad entre teoría y prác-
tica, fundada en una previsión política como premisa del cono-
cimiento— la crisis es un nudo indisoluble: unitariamente es co-
yuntura estratégica, condensación histórica y problema teórico.
Este trabajo, en esta clave, busca revisar algunos aspectos
de la reflexión sobre el concepto de «crisis» contenida en los
Cuadernos de la cárcel, alrededor de tres dimensiones analíticas
internamente relacionadas entre sí. En primer lugar, propone-
mos considerar a la crisis del Estado liberal —sancionada por la
guerra mundial y la revolución rusa— como un punto de parti-
da estratégico del pensamiento gramsciano: en esta coyuntura,
su práctica política se vuelve históricamente determinada, insta-
lando genéticamente una perspectiva y una serie de nudos teóri-
cos en su reflexión. En segundo lugar, sobre esta senda, creemos
que la pregunta por el significado y las formas de la crisis per-
mite a Gramsci visibilizar la historicidad del orden disgregado
y las condiciones políticas de su disgregación misma, así como
también formular hipótesis sobre la propia lógica de la recom-
posición y refundación de la dominación burguesa. En tercer

235
“ u n a n u e va f u e r z a s o c i a l s e h a c o n s t i t u i d o ” . n o ta s s o b r e « c r i s i s » . . .

lugar, creemos que, en el despliegue de los escritos gramscianos,


puede leerse el tratamiento de la «crisis» como una proyección
del concepto marxiano de «antagonismo». La inmanencia de
la crisis —por su inscripción en la relación social fundamental,
aquella que abre el análisis de las relaciones de fuerza— supone
también su presencia estructural en los conceptos que la tema-
tizan: propondremos que «sociedad civil», «Estado», «hegemo-
nía» o «guerra de posiciones», entre muchos otros, se organizan
en torno a la dialéctica de la crisis y la recomposición, entendida
como «revolución pasiva».
El itinerario analítico del trabajo buscará, en este marco, re-
construir el significado y la relación interna entre los conceptos
de «crisis» y «revolución pasiva» en los Cuadernos a partir de la
reposición textual y el análisis de las propias notas carcelarias,
buscando visibilizar la comprensión gramsciana de las formas
históricas —y, por ello, no-necesarias— de la construcción de la
hegemonía burguesa, el carácter epocal de su crisis en la prime-
ra posguerra, y las tendencias y las limitaciones inscriptas en la
calidad y en la forma de los tentativos para su superación.

1. La crisis del Estado. Génesis y agotamiento de la


hegemonía burguesa

Desde los primeros años de militancia socialista hasta su en-


carcelamiento, la crisis del Estado liberal y las formas de su de-
sarrollo aparecen en el centro de las preocupaciones estratégicas
y teóricas de Antonio Gramsci. La guerra mundial y sus efectos
sobre las masas, y entre ellos, fundamentalmente, su catalización
en la revolución rusa, habían significado la apertura —a escala
europea— de un proceso de organización y radicalización polí-
ticas inconmensurable con las capacidades de las instituciones
liberales para canalizarlo. Es dentro del laboratorio político-fi-
losófico de los Cuadernos de la cárcel donde el análisis históri-
co sobre la crisis del Estado liberal se profundiza, colocándose

236
a g u s t í n a rt e s e

como uno de los motivos internos de la elaboración conceptual


gramsciana, mostrándose en su articulación orgánica —y, por
lo tanto, proponemos que como una misma unidad problemáti-
ca— con los conceptos de «revolución pasiva» y «hegemonía»,
reflexión mediada por el desarrollo —teórico e histórico— del
concepto de «Estado».
La discusión sobre la crisis de la primera posguerra emerge
rápidamente en la redacción carcelaria, dentro de un importan-
te y extenso conjunto de notas del Q1, que muestran la recu-
peración de las preocupaciones del período precarcelario y que,
vistos retrospectivamente, son el espacio de la primera formu-
lación de una serie de categorías centrales de la «ciencia de la
política» gramsciana. Nos referimos al extenso bloque de apun-
tes redactado entre febrero y marzo de 19301, abierto con las
notas §43 Revistas tipo y §44 Dirección política de clase antes y
después de la llegada al gobierno, donde son recuperadas —por
primera vez en los Cuadernos— algunas de las líneas de análisis
del ensayo sobre el problema meridional2, cuya redacción había

1
Citando a Francioni (1987), Giuseppe Cospito indica que “pocos meses antes
[de mayo de 1930, fecha de inicio de la primera serie de los “Apuntes de filosofía”
en el Q4 — A.A.], por otro lado, se había verificado aquella que ha sido definida
como ‘una especie de «explosión» de la reflexión más directamente teórico políti-
ca’: se trata de los §§43 y 44 del Quaderno 1, escritos entre febrero y marzo, perio-
do en el cual son arrojadas las bases de todo el trabajo carcelario posterior” (2011,
p. 25). El bloque de notas en cuestión es aquel delimitado entre el §43 y el §144,
redactado por Gramsci en los meses de febrero y marzo de 1930, proponiendo,
además, una serie de problemas y categorías que signarían —aun con variaciones
internas y en sus relaciones— todo el (provisorio) trabajo de los Cuadernos.
2
Nos referimos a “Note sul problema meridionale e all’atteggiamento nei suoi
confronti dei comunisti, dei socialisti e dei democratici” escrito en octubre de
1926 y publicado en 1930 en Lo Stato operaio, con el título “Alcuni temi della
questione meridionale”. Sobre la historia del ensayo, ver Biscione (1990) y Giasi
(2008), entre otros. La intención de retomar las líneas de la reflexión del período
inmediatamente precarcelario había sido declarada por Gramsci al comentar su
primer proyecto de programa de trabajo en la cárcel. En aquella carta a Tatiana
Schucht del 26 de marzo de 1927, colocaría como primer punto la “investiga-
ción sobre la formación del espíritu público en Italia en el siglo pasado; en otras

237
“ u n a n u e va f u e r z a s o c i a l s e h a c o n s t i t u i d o ” . n o ta s s o b r e « c r i s i s » . . .

sido interrumpida por el encarcelamiento, señalando una conti-


nuidad con las reflexiones históricas, teóricas y estratégicas del
período inmediatamente anterior.
Gramsci, sin embargo, no se limita a reproponer las ideas
del ensayo de 1926, sino que proyecta y desarrolla sus hipótesis
a partir de la introducción de cuestiones fundamentales, sea en
clave epistemológica —una primera formulación del problema
de la traducibilidad— así como en clave teórico-política —tra-
bajando sobre la ampliación de aquellos primeros esbozos sobre
el problema de los intelectuales o de la trama privada del Estado
como forma organizativa del procesamiento de la relación entre
las clases. Es este, fundamentalmente, el espacio de emergencia
—en particular, aunque no sólo, el Q1 §44— de la discusión
sobre el Risorgimento, que funciona, en los Cuadernos, como
apertura de la tematización del problema de la «hegemonía»
en una rica multiplicidad de dimensiones, sea en función de un
primer análisis de las formas históricas, para el caso italiano, de
la articulación entre la dirección y el consenso; de su lectura
a la luz de la relación entre economía y política; de la discu-
sión —consecuentemente y a partir de estos problemas— de la
metáfora base-superestructura; de la propuesta de una primera
interpretación sobre el carácter de la revolución francesa y las
formas históricas de la temprana construcción de la hegemo-
nía burguesa a escala europea y de los límites internos para su
expansión cualitativa. Es allí, además, donde es introducido el
problema de la lectura de la lucha de clases en el Ottocento, a
partir de la tensión entre la fórmula marxiana de la «revolución

palabras, una investigación sobre los intelectuales italianos, sus orígenes, y sus
agrupamientos según las corrientes de la cultura, sus diferentes formas de pensar,
etc. […] ¿Recuerdas mi rapidísimo y superficialísimo escrito sobre la Italia meri-
dional y sobre la importancia de B. Croce? Bien, quisiera desarrollar ampliamente
la tesis que boceté en ese entonces, desde un punto de vista ‘desinteresado’, ‘für
ewig’” (Gramsci, 2020). Para un estudio sobre la evolución de los diferentes pla-
nes de estudios esbozados por Gramsci en la cárcel, su significado, sus relaciones
y variaciones, y las formas (o no) de su desarrollo, ver Frosini (2003, pp. 23–72).

238
a g u s t í n a rt e s e

en permanencia» y los primeros trazos carcelarios del concepto


de «hegemonía». Allí también encontramos una de las primeras
formulaciones sobre la tematización de tal relación en términos
de «revolución pasiva»3 y de su proyección conceptual a partir
del nexo nacional-internacional, desarrollando el problema de
la traducibilidad ya presentado en Q1 §43.
Poco más adelante, en continuidad con los problemas plan-
teados en Q1 §44, Gramsci propondría una primera lectura de
la crisis del Estado en la posguerra, enfocada a partir del prisma
de la hegemonía y de los “aparatos” que organizaban su conte-
nido y su funcionamiento. La operación se desarrollaba en la
redacción de dos notas consecutivas, Q1 §47 y Q1 §48, donde
la aproximación a la crisis se producía a partir del comentario
de la historia de la construcción de la hegemonía burguesa, de
su traducción filosófica en el pensamiento de Hegel y de las for-
mas específicas de su crisis.
En esta clave, Gramsci presentaba su análisis sobre la estruc-
tura institucional de la hegemonía de la burguesía a partir de su
condensación programática en la prosa hegeliana, comentando
[l]a doctrina de Hegel sobre los partidos y las asociaciones
como ‘trama’ privada del Estado. Esta derivó históricamente
de las experiencias políticas de la revolución francesa y debía
servir para dar mayor concreción al constitucionalismo. Go-
bierno con el consentimiento de los gobernados, pero con el
consenso organizado, no genérico y vago tal cual se afirma
en el instante de las elecciones: el Estado tiene y pide el con-
senso, pero también ‘educa’ este consenso con las asociacio-
nes políticas y sindicales, que, sin embargo, son organismos
privados, dejados a la iniciativa privada de la clase dirigente.

3
Como veremos más adelante, la primera aparición del concepto de «revolución
pasiva» se encuentra en la nota Q4 §57, redactada pocos meses más tarde. Sin
embargo, habiendo propuesto el problema —en la nota que estamos comentan-
do— en términos de “revolución-restauración”, Gramsci volvería más tarde so-
bre este pasaje —y sobre otros del Q1— para agregar en interlínea la referencia
al concepto inspirado en la fórmula de Vincenzo Cuoco, en una operación donde
podríamos leer efectivamente el pulso y la orientación de su reflexión.

239
“ u n a n u e va f u e r z a s o c i a l s e h a c o n s t i t u i d o ” . n o ta s s o b r e « c r i s i s » . . .

Así, Hegel, en cierto sentido, supera ya el puro constitucio-


nalismo y teoriza el Estado parlamentario con su régimen de
partidos (Q1 §47. Gramsci, 1999a, p. 122).

Proceso de formación y consolidación institucional de la di-


rección burguesa sobre el conjunto de la sociedad, indicación
sobre la forma de la incorporación de los gobernados mediante
la normativización del consentimiento y, específicamente, re-
conocimiento de la “trama privada del Estado” en las media-
ciones políticas y sindicales, son definidos como los elementos
articuladores del contenido del Estado parlamentario, forma
histórica —no unívoca y sujeta a la propia lucha burguesa por
la imposición de su dominio— del desarrollo del movimiento
iniciado con la revolución francesa, sistematizada en doctrina
filosófica en la traducción hegeliana. En el parágrafo inmedia-
tamente sucesivo —Q1 §48— Gramsci acuñará la noción de
«jacobinismo (de contenido)» para referirse a la carga política
de la ofensiva burguesa, identificando la extirpación estratégica
de su forma revolucionaria —encarnada en el “Terror”— y sugi-
riendo una nueva conceptualización de las formas de expansión
de la modernización burguesa a escala europea, tematizada en
el previamente comentado Q1 §44 como “revolución sin revo-
lución [o de revolución pasiva según la expresión de V. Cuoco]”
(Gramsci, 1999a, p. 107). En apertura a la nota, escribía que
[e]l desarrollo del jacobinismo (de contenido) encontró su
perfección formal en el régimen parlamentario, que realiza
en el período más ricos de energías ‘privadas’ de la sociedad
la hegemonía de la clase urbana sobre toda la población, en
la forma hegeliana del consenso permanentemente organi-
zado (con la organización dejada a la iniciativa privada, o
sea de carácter moral o ético, para el consenso ‘voluntario’,
en una u otra forma) (Q1 §48. Gramsci, 1999a, p. 123).

Es esta la forma históricamente condensada en el Estado del


“ejercicio ‘normal’ de la hegemonía en el terreno que ya se ha
hecho clásico del régimen parlamentario”, donde la articulación
“permanentemente organizada” del consenso se materializa a

240
a g u s t í n a rt e s e

través de su estructuración institucional. La «hegemonía civil»


es, entonces, la forma de la mediación entre las clases en el Es-
tado: su “trama privada” se articulaba prevalentemente en el
partido y el sindicato, institucionalización burguesa de la cana-
lización del conflicto en la forma de una relación no-antagónica
y no-neutral entre las clases. Gramsci propondría un ulterior
tratamiento de la cuestión en esta perspectiva al indicar
la cuestión de la llamada ‘revolución permanente’, concep-
to político surgido hasta 1848, como expresión científica
del jacobinismo en un período en el que aún no se habían
constituido los grandes partidos políticos y los grandes
sindicatos económicos, y que ulteriormente sería ajustado
y superado en el concepto de «hegemonía civil» (Q8 §52.
Gramsci, 1984, p. 244).

La segunda redacción de este último pasaje parece desplegar


teóricamente la intención gramsciana aquí indicada para descri-
bir la forma de la organización de la hegemonía burguesa, pre-
sentando temáticamente una reflexión que desarrolla y profun-
diza —y permite señalar la continuidad con— las notas de Q1
sobre el significado de la trama privada del Estado y su función
ética o educadora, desarrollando la lectura gramsciana de la
codificación del proyecto burgués realizada por Hegel. En ese
sentido, involucrando internamente el problema de la forma de
la lucha de clases, de las condiciones para la organización de la
hegemonía y de la producción histórica de la clase obrera como
clase subalterna en el nexo entre economía y política, Gramsci
enfocará el problema a partir de la
[c]uestión del ‘hombre colectivo’ o del ‘conformismo so-
cial’. Misión educativa y formativa del Estado, que tiene
siempre el fin de crear nuevos y más elevados tipos de ci-
vilización, de adecuar la ‘civilización’ y la moralidad de las
masas populares más vastas a las necesidades del continuo
desarrollo del aparato económico de producción, y por lo
tanto de elaborar incluso físicamente tipos nuevos de hu-
manidad […] Concepto político de la llamada ‘revolución
permanente’, surgido antes de 1848, como expresión cien-

241
“ u n a n u e va f u e r z a s o c i a l s e h a c o n s t i t u i d o ” . n o ta s s o b r e « c r i s i s » . . .

tíficamente elaborada de las experiencias jacobinas desde


1789 hasta el Termidor. La fórmula es propia de un período
histórico en el que no existían todavía los grandes partidos
políticos de masas ni los grandes sindicatos económicos y la
sociedad estaba aún, por así decirlo, en un estado de fluidez
bajo muchos aspectos (Q13 §7. Gramsci, 1999b, pp. 21–22.
La cursiva es nuestra).

Es la tensión entre la fluidez relativa de la sociedad y la ten-


dencia a su estructuración, forzada por la presencia creciente de
las masas, aquello que distingue cualitativamente el desarrollo
histórico de la hegemonía y su diferencia con la frontalidad del
movimiento, característica de las coyunturas en los cuales tales
mediaciones se fluidifican, perdiendo su eficacia. En este senti-
do, tras comentar el perfeccionamiento formal del «jacobinis-
mo (de contenido)» en el parlamentarismo como estructura del
ejercicio “normal” de la hegemonía, Gramsci comentaba —aun
en el referido §48 del primer cuaderno— que

[e]n el período de posguerra, el apa- [e]n el período de la posguerra, el


rato hegemónico se agrieta y el ejer- aparato hegemónico se agrieta y el
cicio de la hegemonía se vuelve cada ejercicio de la hegemonía se vuelve
vez más difícil. El fenómeno es pre- permanentemente difícil y aleatorio. El
sentado y tratado con diversos nom- fenómeno es presentado y tratado con
bres y bajo diversos aspectos. Los más varios nombres y en aspectos secun-
comunes son: ‘crisis del principio de darios y derivados. Los más triviales
autoridad’ – ‘disolución del régimen son: ‘crisis del principio de autoridad’
parlamentario’. Naturalmente, del y ‘disolución del régimen parlamen-
fenómeno se describen sólo las ma- tario’. Naturalmente, del fenómeno
nifestaciones centrales, en el terreno se describen sólo las manifestaciones
parlamentario y gubernamental, y ‘teatrales’ en el terreno parlamentario
se explican con el fracaso del ‘prin- y del gobierno político y éstas se ex-
cipio’ parlamentario, del ‘principio’ plican precisamente por el fracaso de
democrático, etcétera, pero no del algunos ‘principios’ (parlamentario,
‘principio’ de autoridad (este fracaso democrático, etcétera) y con la ‘crisis’
es proclamado por otros) (Q1 §48. del principio de autoridad (del fraca-
1999a, p. 124). so de este principio hablarán otros no
menos superficiales y supersticiosos)
(Q13 §37. Gramsci, 1999b, p. 81. Las
cursivas son nuestras).

242
a g u s t í n a rt e s e

A la luz de la historización de la construcción de la hegemonía


burguesa y su necesaria condensación en el Estado, el diagnóstico
gramsciano de la crisis gira alrededor de la desarticulación per-
manente del aparato hegemónico de la burguesía y de la pérdida
transversal de su eficacia en la organización de su dominación
como clase, como aparece enfatizado en la segunda redacción del
pasaje. En esta clave, desde las primeras notas de los Cuadernos,
la crisis de la inmediata posguerra —fulcro estratégico de la mili-
tancia gramsciana— es elaborada como motor histórico y político
de la entera fase de la lucha de clases, mostrando su centralidad
a partir de la reconstrucción del significado histórico de aquello
que había entrado en crisis: el Estado burgués en su conjunto, el
sistema de mediaciones que organizaba el ejercicio de la hegemo-
nía, consolidado —en el sentido literal, superando la fluidez del
período previo— tras la derrota de la Comuna de París4.
La fenomenología de la crisis es tematizada por Gramsci como
la separación entre los grupos sociales y su ser-en-el-Estado —es
decir, la forma específica de su politización y su incorporación en

4
“Realmente las contradicciones internas de la estructura social francesa que se
desarrollan después de 1789 encuentran su resolución relativa sólo con la tercera
república y Francia tiene 60 años de vida política equilibrada después de 80 años
de trastornos en oleadas cada vez más largas: 89-94-99-1804-1815-1830-1848-
1870” (Q4 §38. Gramsci, 1981a, pp. 168–169). El juicio sobre Francia funciona,
sin embargo, como índice general del balance de fuerzas entre clases a nivel eu-
ropeo, como testimonia, por ejemplo, la “Introducción” a Las luchas de clases en
Francia escrita por Engels en 1895. Más tarde retomado en un lugar central de la
importante nota Q13 §17. Análisis de situaciones (relaciones de fuerza), la redac-
ción original de este pasaje fue datada entre los meses de octubre y noviembre de
1930, pocos meses después de las reflexiones que aquí estamos reconstruyendo.
En este sentido, creemos que la sincronía relativa —su pertenencia a una misma
estación desde el punto de vista temático y redaccional de los Cuadernos— con-
tribuye a sostener la unidad general del planteo historiográfico, teórico-político
y filosófico contenido en las notas sobre la construcción de la institucionalidad
que salda la hegemonía burguesa, su crisis en la primera posguerra y la discusión
epistemológica —general y masiva— propuesta por Gramsci al interior del mar-
xismo, al tiempo que permite leer la continuidad de estas preocupaciones con
algunos elementos estructurales de la reflexión del período 1917-1926.

243
“ u n a n u e va f u e r z a s o c i a l s e h a c o n s t i t u i d o ” . n o ta s s o b r e « c r i s i s » . . .

el tejido estatal—, en función de la pérdida de eficacia de las ins-


tituciones “privadas” y “públicas” que lo encarnan, los partidos
y el parlamento: la crisis del “ejercicio ‘normal’ de la hegemonía”
se manifiesta así en la ruptura del vínculo entre las grupos sociales
y “los partidos tradicionales en aquella determinada forma orga-
nizativa […] no son ya reconocidos como su expresión por su
clase o fracción de clase” (Q13 §23. Gramsci, 1999b, p. 52). Es,
en tal sentido, que este proceso puede ser conceptualizado por
Gramsci como una “crisis orgánica”, una “crisis de hegemonía”
o una “crisis del Estado en su conjunto”.

2. Las masas y la crisis: el «fenómeno sindical» y la revolución rusa

El análisis desplegado en los Cuadernos muestra cómo la con-


ciencia gramsciana del significado histórico de la crisis colocaba,
en el centro del análisis, los efectos políticos de la irrupción de
masas, trastornando en modo objetivo e irreversible las formas
del ejercicio de la dirección burguesa de la sociedad, condensa-
das en el aparato hegemónico que estructuraba al Estado liberal.
Es, en este sentido, que la coyuntura signada por la guerra mun-
dial y la revolución rusa constituye un momento periodizante: el
ascenso de masas que quebraba el horizonte de visibilidad de la
“normalidad” burguesa —y las comillas indican su naturaleza
como producto de una lucha entre fuerzas sociales— al tiempo
que una de las clases proponía materialmente una alternativa po-
lítica general, quebrando el mito burgués de su propia insupera-
bilidad histórica. La crisis, en ese sentido, no se limitaba al nivel
del régimen político —como “crisis del parlamentarismo”— sino
que se extendía a todas las formas de mediación entre las clases,
así como al conocimiento de sí mismas: la crisis del Estado en su
conjunto como crisis de hegemonía era una crisis integral5.

5
La “teatralidad”, señalada por Gramsci, de las manifestaciones de la crisis en la
institucionalidad formal del régimen político —“el terreno parlamentario y del

244
a g u s t í n a rt e s e

La propia producción gramsciana puede ser leída como un


índice de la relación de fuerzas históricamente específica que
había signado la disgregación del aparato hegemónico nacido,
a escala europea, en los años setenta del siglo precedente. En
los propios escritos gramscianos, desde la inmediata posgue-
rra hasta la derrota del movimiento de los consejos de fábrica,
era posible encontrar una constatación fenoménica de la cri-
sis de la capacidad burguesa para organizar a las masas den-
tro de las formas preexistentes de su hegemonía, acompañada
de una temprana intuición histórico-política de la calidad de
la fractura: la crisis no implicaba solamente a las instituciones
del régimen político burgués, sino que involucraba a todas las
formas de mediación que organizaban y regulaban la relación
entre las clases6. Como mostraría la difusión del movimiento
consiliar —como síntoma no unívoco de la necesidad de una

gobierno político”— hace alusión a la profundidad radical —“orgánica”— de la


crisis misma, en polémica con la insuficiencia o la parcialidad de otras lecturas
del período, caracterizadas “por la incapacidad de aferrar el núcleo central de la
crisis en cuanto crisis de hegemonía” (Frosini, 2009a, p. 176). Biagio De Giovan-
ni (1977), en este mismo sentido, comenta cómo Gramsci se inserta entre (y se
diferencia de) otros autores pertenecientes a la “cultura de la crisis”, tales como
Weber, Mannheim, Husserl o Keynes, aun cuando la lista debería involucrar a
todas las principales figuras intelectuales centrales del período que, en forma di-
recta o indirecta, están permeados o tematizan en forma parcial o integral la crisis
de la hegemonía burguesa en la posguerra. El contrapunto entre las lecturas de
Gramsci y de Weber —respecto al diagnóstico de la crisis, la identificación de sus
rasgos fundamentales, sus tendencias y sus posibles vías de resolución— es un
nudo del debate gramsciano de los últimos años setenta, al calor de una coyun-
tura política que revitalizó la discusión sobre la crisis de los años veinte y sobre
el proceso de recomposición política de la burguesía. Cfr. entre muchos otros,
Portantiero (1981), Mangoni (1977) y Vacca (1977).
6
En septiembre de 1921, Gramsci escribía que “[l]a crisis constitucional en que
se debate el Partido Socialista interesa a los comunistas en cuanto que es el reflejo
de la crisis constitucional aún más profunda en que se debaten las grandes masas
del pueblo italiano. Desde ese punto de vista, la crisis del Partido Socialista no
pude y no debe ser considerada en forma aislada: forma parte de un cuadro más
complejo, que abarca también al Partido Popular y al fascismo”, “Los partidos y
la masa”, L’Ordine Nuovo, 25 de septiembre de 1921 (Gramsci, 1981c, p. 136).

245
“ u n a n u e va f u e r z a s o c i a l s e h a c o n s t i t u i d o ” . n o ta s s o b r e « c r i s i s » . . .

nueva forma organizativa para una nueva situación de las ma-


sas—, la crisis del parlamento y del sindicato como formas de
organización de la lucha de clases era transversal, involucran-
do también al Partido Socialista, en el parlamento y en el sin-
dicato7: la revolución en Rusia había mostrado, para el propio
Gramsci como militante socialista, la existencia contundente de
una nueva realidad histórica —la clase obrera capaz de organi-
zarse como un Estado— que signaba en forma global —por las
enseñanzas que transmitía como desarrollo intelectual de toda
la clase y por la demostración histórico-política de su realizabili-
dad8— el equilibrio de la relación entre las clases y las reglas de
la historia dictadas por la burguesía9. En la persistencia del aná-

7
Leonardo Paggi (1970) trabajó sobre esta hipótesis en su clásico ensayo Antonio
Gramsci e il moderno principe. I. Nella crisi del socialismo italiano, mostrando que
las posiciones desarrolladas por Gramsci indicaban cómo, en tanto engranaje del
propio Estado liberal, la crisis del Partido Socialista era, en sus determinantes
generales, una dimensión de la propia crisis del Estado. Cfr. De Felice (1971).
8
Al respecto del impacto de la revolución rusa en las posiciones del joven
Gramsci, cfr. entre otros, Losurdo (1997) y Rapone (2011). Como sostiene este úl-
timo, “aquello que cambia el cuadro [del pesimismo de la primera mitad del año
1917 al optimismo de los escritos de la segunda mitad del año — A.A.], aquello
que hace adherir nuevamente la realidad a la concepción socialista del desarrollo
histórico, es la salida de la condición de ‘pasividad social’ de aquella parte de la
población que, en los primeros años de la guerra, había aceptado, por disciplina
exterior, los dictámenes de los grupos que comandaban la economía y la políti-
ca” (Rapone, 2011, p. 380). Respecto a la “concepción socialista del desarrollo
histórico” en el joven Gramsci, y las mutaciones del concepto de «historia» y «re-
volución» desde los escritos de juventud hasta los Cuadernos, ver Frosini (2017).
9
“El desarrollo de estas instituciones proletarias y de todo el movimiento prole-
tario en general no fue autónomo, sin embargo, no obedecía a las leyes propias
inmanentes a la vida y a la experiencia histórica de la clase trabajadora explota-
da. Las leyes de la historia estaban dictadas por la clase propietaria organizada
en el Estado”, “La conquista del Estado”, L’Ordine Nuovo, 12 de julio de 1919
(Gramsci, 1981b, pp. 92–93). Y, aun cuando se incorporase en la crítica coyun-
tural contra el sindicato como organización revolucionaria, creemos que también
pueden leerse en ese sentido aquellos pasajes donde Gramsci sostenía que “[l]
os sindicatos de oficios, las cámaras del trabajo, las federaciones industriales, la
Confederación General del Trabajo, constituyen tipos de organización proletaria
específica del período de la historia dominado por el capital. En cierto sentido

246
a g u s t í n a rt e s e

lisis del contenido de la crisis del Estado liberal y de las formas


de su desarrollo como problemas estratégicos, creemos, puede
leerse la continuidad entre aquellos materiales de intervención
escritos por Gramsci entre la revolución rusa y el encierro, pa-
sando por los momentos centrales del Bienio Rojo y el ascenso
del fascismo, identificando las oscilaciones del énfasis de la crí-
tica —contra la orientación liberal-reformista del partido y del
sindicato socialistas durante las ocupaciones de fábrica; en los
primeros esbozos de análisis sobre las formas de la recomposi-
ción fascista aún embrionaria; sobre las tendencias de la historia
política y cultural italiana que determinan las formas específicas
de la crisis en la posguerra— con el propio ritmo táctico de la
lucha de clases.
En esta clave, en el pulso de la reformulación filosófica des-
plegada en los Cuadernos, la irrupción de masas —y su con-
densación radical en la revolución rusa— puede ser leída como
el catalizador histórico de la teoría de las relaciones de fuerza,
colocándolo como núcleo epistemológico del marxismo en po-
lémica con las explicaciones de la crisis de matriz objetivista
o técnica, a partir de la formulación de un concepto fuerte de
«política». En este sentido, en los Cuadernos, las polémicas con-
tra el economicismo —sea en la clave de una teleología basada
sobre un “historicismo de la esencia” de la contradicción técni-
ca entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas,
contenidos en la “sociología” bujariniana y en la revisión crocia-
na; del espontaneísmo del “elemento económico inmediato”; o
de la neta escisión entre economía y política de matriz sindica-
lista revolucionaria—, así como las observaciones críticas contra
la confusión entre el terreno de lo orgánico y de lo ocasional,
suponen la reivindicación de la centralidad de la política —es
decir, del antagonismo como latencia inmanente de la crisis ins-

se puede sostener que son parte integrante de la sociedad capitalista y tiene una
función inherente al régimen de propiedad privada”, “Sindicatos y consejos (I)”,
L’Ordine Nuovo, 11 de octubre de 1919 (Gramsci, 1981d, p. 98).

247
“ u n a n u e va f u e r z a s o c i a l s e h a c o n s t i t u i d o ” . n o ta s s o b r e « c r i s i s » . . .

cripta en la relación social fundamental— y, con ello, de la pro-


pia historia como continuidad de la crisis10.
En otras palabras, la identidad entre «historia» y «crisis»
producida por Gramsci al reformular la estructura epistemoló-
gica del marxismo a partir del concepto de «relaciones de fuer-
za» permite comprender que “[e]l período de la posguerra, el
aparato hegemónico se agrieta y el ejercicio de la hegemonía se
vuelve permanentemente difícil y aleatorio” por la propia emer-
gencia y desarrollo del antagonismo, indicada en la relación
entre la ineficacia la institucionalidad liberal para canalizar el
conflicto y la “constitución de una nueva fuerza social”. En esa
clave, Gramsci se preguntaba si
¿este hecho es puramente parlamentario o es el reflejo
parlamentario de cambios radicales ocurridos en la
sociedad misma, en la función que los grupos sociales
tienen en la vida productiva, etcétera? Parece que el úni-
co camino para buscar el origen de la decadencia de los
regímenes parlamentarios es éste, o sea, investigar en la so-
ciedad civil, y ciertamente que en este camino no se puede
dejar de estudiar el fenómeno sindical; pero, una vez más,
no el fenómeno sindical entendido en su sentido elemen-
tal de asociacionismo de todos los grupos sociales y para
cualquier fin, sino aquel típico por excelencia, o sea, de los
elementos sociales de nueva formación, que anteriormente
no tenían ‘ni voz ni voto’ y que por el solo hecho de unir-
se modifican la estructura política de la sociedad (Q15 §47.
Gramsci, 1999b, p. 220. Las cursivas son nuestras).

10
Como sostiene Frosini, “[l]a oscilación entre lo viejo y lo nuevo […] exige
pensar la unidad de los dos momentos, para comprender, en definitiva, en qué
forma continuidad y ruptura no son representantes de la estructura y la coyuntu-
ra, respectivamente, sino síntesis (políticas) de ambas. El concepto de revolución
permanente es, entonces, la reducción de la historia a las relaciones de fuerzas
gracias al concepto de «verdad» enunciado en las Tesis sobre Feuerbach. Esta re-
ducción permite deshacerse de la dicotomía entre desarrollo y crisis, permitiendo
generalizar esta última noción hasta hacerla coincidir con aquella de «historia»”
(2010, p. 193).

248
a g u s t í n a rt e s e

En este sentido, la llave interpretativa de la disolución de la


hegemonía burguesa es eminentemente política, en la forma de
la emergencia del antagonismo-crisis —“fenómeno sindical”—
más allá de los dispositivos que, hasta ese entonces, habían lo-
grado reglamentar y dar un sentido no-antagónico a su desplie-
gue: el aparato hegemónico construido a la luz de las relaciones
de fuerza emergidas de la triunfo estratégico de la burguesía en
las últimas décadas del siglo anterior —la canalización del de-
safío obrero en la legalización de sus partidos y sus sindicatos,
es decir, la institucionalización de las formas de su subalterni-
dad— era ahora incapaz de articular la dirección de la clase por-
que la estructura política de la sociedad —es decir, la estructura
de las relaciones de fuerza— era otra. En la letra de Gramsci, se
había producido una «fractura histórica»,
en el sentido de que toda una serie de cuestiones que mo-
lecularmente se acumulaban antes de 1914 se han ‘amon-
tonado’, modificando la estructura general del proceso
precedente: basta pensar la importancia que ha asumido
el fenómeno sindical, término general en el que se suman
diversos problemas y procesos de desarrollo de distinta
importancia y significado (parlamentarismo, organización
industrial, democracia, liberalismo, etcétera), pero que
objetivamente refleja el hecho de que una nueva fuerza so-
cial se ha constituido (Q15 §59. Gramsci, 1999b, p. 233. Las
cursivas son nuestras).

En los Cuadernos, sin embargo, si la política es entendida


como producción de verdad, la indagación teórico-filosófica y
político-estratégica sobre la crisis constituye un nudo unitario
con el desafío y las condiciones de su resolución, de la sanción de
una nueva normalidad producida en la propia lucha de clases. En
la reflexión gramsciana, la coyuntura abierta con la derrota de la
ofensiva revolucionaria supone, entonces, pensar la unidad entre
crisis y recomposición, entre crisis y revolución pasiva.

249
“ u n a n u e va f u e r z a s o c i a l s e h a c o n s t i t u i d o ” . n o ta s s o b r e « c r i s i s » . . .

3. Revolución pasiva, desactivación y traducción


Vincenzo Cuoco y la revolución pasiva. Vincenzo Cuoco lla-
mó revolución pasiva a la que tuvo lugar en Italia como
contragolpe a las guerras napoleónicas. El concepto de re-
volución pasiva me parece exacto no sólo para Italia, sino
también para los demás países que modernizaron el Estado
a través de una serie de reformas o de guerras nacionales,
sin pasar por la revolución política de tipo radical-jacobino.
Ver en Cuoco cómo desarrolla el concepto para Italia (Q4
§57. Gramsci, 1981a, p. 216).

En la trama categorial de los Cuadernos de la cárcel, el con-


cepto de «revolución pasiva» aparece por primera vez en una
nota de noviembre de 1930, recuperando en forma explícita la
fórmula acuñada por Vincenzo Cuoco en su análisis de la fallida
revolución napolitana de 1799. Más allá del origen de la referen-
cia y del nacimiento del tratamiento gramsciano en la huella de
una serie de variaciones interpretativas del texto11, nos interesa
destacar, inicialmente, dos aspectos de esta primera evocación
del concepto en los Cuadernos.
En primer lugar, instalando el problema al nivel de la impor-
tancia epocal de la revolución francesa y las formas de su expan-
sión, y apoyándose sobre el fulcro lógico y político ofrecido por
la noción de “contragolpe”, el concepto de «revolución pasiva»
permitía tematizar la centralidad histórico-orgánica del nexo
nacional-internacional: a la luz del ciclo de transformaciones
que se había abierto con la revolución francesa y como forma
de/respuesta a su expansión continental, el proceso francés se

11
Sobre la fuente utilizada por Gramsci —la interpretación operada por Guido
De Ruggiero, a partir de la lectura realizada por Benedetto Croce del concepto de
Vincenzo Cuoco— y sus implicancias teóricas en la formulación del concepto de
«revolución pasiva», ver Frosini (2021). Por otro lado, en el contexto de su repo-
sición integral del concepto en los Cuadernos de la cárcel, la cuestión fuetambién
analizada por Marcello Mustè (2022) a partir de su formulación en la obra de
Cuoco y la forma de su recuperación por parte de Gramsci, mediada por las su-
cesivas lecturas y variaciones interpretativas realizadas por Croce y De Ruggiero.

250
a g u s t í n a rt e s e

constituía en un índice de historia universal, marcando el con-


tenido y el ritmo histórico-político de la entera fase, explicando
las formas concretas de su catalización —la formación del Esta-
do burgués— en cada historia nacional a partir de la ecuación
entre el motor propulsivo de la revolución a nivel continental y
la específica relación de fuerzas entre las clases existente en cada
lugar. En esta clave, la reflexión gramsciana sobre la calidad del
Risorgimento —abierta en las Notas sobre el problema meridio-
nal y recuperada en el centro del discurso de los Cuadernos a
partir de junio de 1930, con la redacción de Q1 §43 y §44— se
colocaba directamente como un problema de la unidad orgáni-
ca entre las dimensiones nacional e internacional.
Este era concebido, a su vez, como un proceso unitario es-
tructurado en un sistema de relaciones de fuerza, cuya primera
formulación extensiva había sido trabajada por Gramsci en Q4
§38 de septiembre-octubre de 1930, casi en simultáneo y en for-
ma epistemológicamente complementaria con la introducción
del concepto de «revolución pasiva» y su elaboración en este
sentido. A partir del significativo título de rúbrica “Relaciones
entre estructura y superestructuras”, Gramsci indicaba que éste
era “el problema crucial del materialismo histórico” y fijaba los
dos “principios” del “Prólogo” marxiano de 1859 como crite-
rios generales a partir de los cuales orientarse12. El razonamiento

12
“Elementos para orientarse: 1º] el principio de que ‘ninguna Sociedad se plan-
tea tareas para cuya solución no existan ya las condiciones necesarias y suficientes
[o que no estén en curso de desarrollo y aparición] y 2º] que ‘ninguna sociedad
se derrumba si primero no ha desarrollado todas las formas de vida que se ha-
llan implícitas en su relaciones’ (ver el enunciado exacto de estos principios)”. El
pasaje del “Prólogo” a la Contribución a la crítica de la economía política de 1859
sería recurrentemente evocado por Gramsci en los Cuadernos, interpretado en
clave anti-determinista a la luz de las Tesis sobre Feuerbach como uno de los do-
cumentos marxianos fundantes de su reforma del marxismo como filosofía de la
praxis. Ocasionalmente citado de memoria —como en el caso del parágrafo que
estamos comentando, donde el pasaje del “Prólogo” es recuperado por primera
vez en los Cuadernos—, será uno de los textos de Marx que Gramsci traducirá
entre los años 1930 y 1931 en el Q7, en paralelo a la redacción de las tres series de

251
“ u n a n u e va f u e r z a s o c i a l s e h a c o n s t i t u i d o ” . n o ta s s o b r e « c r i s i s » . . .

confluía en un análisis del ciclo revolucionario francés, entendi-


do como índice político del entero siglo xix, cuya periodización
debería extenderse —proponía— hasta 1870, en tanto “sólo en
1870-1871, con el intento comunero, se agotan históricamente
todos los gérmenes nacidos en 1789”, sancionando la derrota de
la “representantes de la vieja sociedad”, como así también de la
derrota “de los grupos novísimos”, nacidos organizativamente
en la historia en 1848, a partir del desafío abierto por la clase
obrera contra la burguesía (Q4 §38. Gramsci, 1981a, p. 168).
El análisis gramsciano fijaba, por un lado, el carácter de la re-
volución francesa como auténtico motor político de la moderni-
dad capitalista, al tiempo que este análisis histórico —a la luz de
la teoría de las relaciones de fuerza y del concepto de «revolución
pasiva» desplegada sobre el nexo nacional-internacional— visi-
bilizaba una relación interna entre las diferentes experiencias na-
cionales, presentándolas como formas distintas de un mismo mo-
vimiento histórico. Entre la explosión francesa y su desarrollo de
un “aparato terrorista” necesario para afirmar el poder burgués y
los procesos reformistas de modernización estatal que se habían
extendido hasta la derrota de la Comuna existía una unidad orgá-
nica: eran términos cuya identidad en la aparente diferenciación
y contradicción era visibilizada en su raíz común como formas
de desarrollo de una misma estructuración de las relaciones de
fuerza entre clases a nivel general, es decir, como el conflictivo
devenir de un mismo proyecto político de clase.
En esta clave, la recuperación gramsciana del concepto de
«revolución pasiva» en Q4 §57 —noviembre de 1930— consti-
tuía una sola operación junto a los análisis desplegados en los ya
citados Q1 §43 y §44, sede de la primera formulación del con-
cepto de «hegemonía» a partir de la experiencia risorgimentale
—datados entre febrero y marzo del mismo año—, así como
junto a la primera formulación de la teoría de las relaciones de

“Apuntes de filosofía” en los Q4, Q7 y Q8. Una reseña del lugar del “Prólogo” de
1859 en la reflexión gramsciana puede consultarse en Frosini (2009b).

252
a g u s t í n a rt e s e

fuerza presentada en Q4 §38, de octubre de 1930. Más allá de


la aparente fragmentariedad del laboratorio gramsciano, en el
plano de su temporalidad sincrónica y de la coherencia de su
discurso desplegado en diferentes niveles en cuadernos elabora-
dos prácticamente en paralelo, emergía una clara unidad inter-
na —dando forma incluso a una matriz epistemológica— entre
sus reflexiones políticas, historiográficas y filosóficas.
En este sentido, en segundo lugar, la configuración de la
ecuación entre la expansión de la revolución francesa y la diná-
mica reformista de modernización estatal, entre las cuales se en-
contraba el Risorgimento, eran caracterizados como “formación
de los Estados modernos en Europa como ‘reacción-superación
nacional’ de la revolución francesa y del napoleonismo” (Q1
§150. Gramsci, 1999a, p. 189) a partir de una especificidad de-
finitoria: a escala continental evitaban estratégicamente el mo-
mento radical-jacobino. En otra significativa nota de mayo de
1930, Gramsci afirmaba que “[l]a ‘Restauración’ es el período
más interesante desde este punto de vista, es la forma política
en que la lucha de clases encuentra cuadros cada vez más elás-
ticos que permiten a la burguesía llegar al poder sin rupturas
notables, sin el aparato terrorista francés” (Q1 §151. 1999a, p.
190). Cuando inmediatamente después se preguntaba si “puede
repetirse este ‘modelo’ de formación de los Estados modernos”,
visibilizaba que, sobre el prisma de las formas de normalización
de la revolución francesa, la reflexión versaba sobre las posibili-
dades de canalización de la ruptura antagonista condensada en
la crisis del Estado y en la revolución rusa.
Asimismo, la castración de la dimensión “terrorista” de la
“revolución política de tipo radical-jacobino” era aquello que
—como indicamos más arriba— era tematizado en la temprana
fórmula de «jacobinismo (de contenido)» y de su perfecciona-
miento formal en el régimen parlamentario, a partir de la “for-
ma hegeliana de gobierno con el consenso permanentemente
organizado” (Q1 §48. Gramsci, 1999a, p. 123), clave de la con-
cepción gramsciana de la sociedad civil como espacio funda-

253
“ u n a n u e va f u e r z a s o c i a l s e h a c o n s t i t u i d o ” . n o ta s s o b r e « c r i s i s » . . .

mental de mediación política del Estado liberal. Se configura


de este modo —a partir del “descubrimiento” de la noción de
«revolución pasiva» y de su incorporación orgánica en el cuadro
analítico inaugurado desde el primer cuaderno, en la reflexión
sobre la génesis de las formas de organización estatal de la lucha
de clases y sus crisis— una perspectiva filosófica e historiográfi-
ca cuya matriz comenzaba a organizarse en torno a la lectura de
la historia como despliegue efectivo de las relaciones de fuerza
entre clases, del Estado como el espacio de su conflictiva insti-
tucionalización y de la crisis como el momento culminante de la
entera estructura de las relaciones de fuerza.
En este marco, la identidad entre «crisis» e «historia» —que
hemos comentado más arriba— encuentra una mediación ne-
cesaria en el concepto de «revolución pasiva», en el sentido de
la construcción burguesa de su normalidad histórica en la for-
ma de «hegemonía», iluminando en clave estratégica —es de-
cir, en relación a las preocupaciones de Antonio Gramsci como
marxista qua pensador militante— la entera indagación históri-
co-política sobre el ciclo revolucionario francés, la condenación
estatal de su contenido y las formas de su crisis, conjunto de
reflexiones que, significativamente, son incorporadas en for-
ma orgánica en las notas “teóricas” del desarrollo filosófico del
marxismo gramsciano.
La perspectiva estratégica de la teoría —que, en el marxismo
de Gramsci, encontrará un significativo índice epistemológico
en el concepto de «previsión»— y su anudamiento alrededor
del problema de la «crisis» son, entonces, dos vectores que or-
ganizan el desarrollo gramsciano del concepto de «revolución
pasiva», explicitando la confluencia entre el análisis del ritmo y
las formas del ciclo de la revolución francesa, su traducción fi-
losófica en el idealismo alemán, su canalización estatal y su nor-
malización parlamentaria, y el análisis de la época abierta con la
revolución rusa y las tendencias burguesas a la recomposición
a partir de una operación integral y masiva de reconstrucción
hegemónica.

254
a g u s t í n a rt e s e

4. La recomposición «total»: la identidad entre «revolución pasi-


va» y «guerra de posiciones»

El tratamiento gramsciano de las formas de la recomposición


burguesa desplegadas como respuesta a la crisis del Estado y a la
revolución rusa alrededor del concepto de «revolución pasiva»
encontrará un intenso desarrollo en una serie de notas —media-
das a su vez por una particular estación de intercambios epis-
tolares— redactadas y reelaboradas en el curso del año 1932,
motivado por la crítica del rol desempeñado por Benedetto
Croce, a partir de la lectura de algunos capítulos y reseñas de su
Historia de Europa en el siglo xix. Particularmente entre los Q8
y Q10, la reflexión sobre la «revolución pasiva» se desarrollaba
en estrecha ligazón con la pregunta sobre la función histórica
del fascismo y su tematización dentro del concepto de «guerra
de posiciones», incorporando la discusión sobre la “economía
programática” y la función de las corporaciones como proble-
mas de la recomposición pasiva de la hegemonía burguesa.
En los primeros meses de 1932, el concepto de «revolución
pasiva» era recuperado dentro de la discusión sobre el Risorgi-
mento en el marco de la compresión del proceso de formación
de los Estados nacionales europeos como evasión del momen-
to de “activación” popular: la condición de producción de la
pasivización, sugería Gramsci, suponía la integración estatal de
los motivos reivindicativos de las masas, consideradas en su ca-
rácter de desafío tendencial, no necesariamente organizado. El
carácter pasivo del proceso podía ser entendido como un pro-
ducto de una operación estratégica, ya que la “falta de iniciativa
popular” no se explicaba por la ausencia del conflicto de clases,
sino como bloqueo preventivo de su traducción política activa.
En ese sentido, en el Q8 §25, Gramsci sostenía que
[t]anto la ‘revolución-restauración de Quinet como la ‘revo-
lución pasiva’ de Cuoco expresarían el hecho histórico de
la falta de iniciativa popular en el desarrollo de la historia
italiana, y el hecho de que el ‘progreso’ tendría lugar como

255
“ u n a n u e va f u e r z a s o c i a l s e h a c o n s t i t u i d o ” . n o ta s s o b r e « c r i s i s » . . .

reacción de las clases dominantes al subversivismo esporádi-


co e inorgánico de las masas populares con ‘restauraciones’
que acogen cierta parte de las exigencias populares, o sea
‘restauraciones progresistas’ o ‘revoluciones-restauraciones’
o también ‘revoluciones pasivas’ (Q8 §25. 1984, p. 231).

Algunas notas más adelante —siempre nos encontramos en-


tre enero y febrero de 1932— propondría que “el historicismo
de Croce debe relacionarse con cuanto ha sido observado en
notas precedentes con los conceptos de ‘revolución pasiva’, de
‘revolución-restauración, de ‘conservación-innovación’ y so-
bre el concepto giobertiano de ‘clasicismo nacional’” (Q8 §39.
Gramsci, 1984, p. 238). Mediada por una serie de cartas en-
viadas por Tatiana Schucht —en acuerdo con Piero Sraffa—,
entre los meses de abril y junio de 1932, donde se sugería al
prisionero la redacción de un comentario crítico de la Historia
de Europa de Benedetto Croce, la reflexión sobre la «revolución
pasiva» encontraría una intensa elaboración, entre los últimos
apuntes del Q8 y el inicio paralelo del Q10.
En tal sentido, la catarsis teórica de la relación interna entre
«revolución pasiva», «guerra de posiciones» y análisis del fascis-
mo iniciaría a producirse en Q8 §236, donde Gramsci —propo-
niendo la analogía entre los ciclos de transformaciones abiertos
respectivamente con la revolución francesa y con la revolución
rusa, y comentando las formas de la estatalización-normativiza-
ción parlamentaria del contenido de la primera y de los tentati-
vos por neutralizar la potencialidad radical de la segunda— po-
lemizaba con la normalización histórico-filosófica derivada de la
estructura de la obra crociana.
¿Pero existe ‘siglo xix’ sin la revolución francesa y las
guerras napoleónicas? ¿Los acontecimientos tratados por
Croce pueden ser concebidos orgánicamente sin estos pre-
cedentes? El libro de Croce es un tratado de revoluciones
pasivas, para emplear la expresión de Cuoco, que no pue-
den justificarse ni comprenderse sin la revolución francesa,
que fue un acontecimiento europeo y mundial, y no sólo
francés (Q8 §236. Gramsci, 1984, p. 344).

256
a g u s t í n a rt e s e

La calidad de la operación crociana era visibilizada a partir


de la exposición de la hipótesis interpretativa, que excedía la
sistematización narrativa propuesta por Croce, para extenderse
como pregunta sobre la operación burguesa a escala continen-
tal, informando el contenido político-estratégico de la «guerra
de posiciones»:
(¿Puede tener este tratamiento una referencia actual? ¿Un
nuevo ‘liberalismo’, en las condiciones modernas, no sería
precisamente el ‘fascismo’? ¿No sería el fascismo precisa-
mente la forma de ‘revolución pasiva’ propia del siglo xx,
así como el liberalismo lo fue para el siglo xix?) […] Esta
concepción [la intervención estatal en la economía y en la
organización de los trabajadores, en la forma de la planifi-
cación económica (“economía programática”) y del corpo-
rativismo — A.A.] podría compararse a la que en política
puede llamarse ‘guerra de posiciones’ en oposición a la
guerra de movimientos. Así, en el ciclo histórico anterior, la
revolución francesa habría sido ‘guerra de movimientos’ y
la época liberal del siglo xix una larga guerra de posiciones
(Q8 §236. Gramsci, 1984, p. 344).

Inmediatamente después, el apenas iniciado Q10 se conver-


tiría en sede de una intensa elaboración y profundización de las
hipótesis críticamente esbozadas entre las últimas notas del Q8
y algunas cartas de abril y mayo de 1932. Estos materiales con-
fluirían en la redacción de la sección “Puntos de referencia para
un ensayo sobre B[enedetto] Croce”, en cuyo sumario Gramsci
retomaba y desarrollaba las preguntas apenas ensayadas,
9º La historia de Europa vista como ‘revolución pasiva’.
¿Puede hacerse una historia de Europa del siglo xix sin
tratar orgánicamente la revolución francesa y las guerras
napoleónicas? ¿Y puede hacerse una historia de Italia en
los tiempos modernos sin las luchas del Risorgimento? En
uno y otro caso, Croce —por razones extrínsecas y tenden-
ciosas— prescinde del momento de la lucha, en donde la
estructura es elaborada y modificada, y plácidamente asu-
me como historia el momento de la expansión cultural o
ético-político. ¿Tiene significado ‘actual’ la concepción de

257
“ u n a n u e va f u e r z a s o c i a l s e h a c o n s t i t u i d o ” . n o ta s s o b r e « c r i s i s » . . .

la ‘revolución pasiva’? ¿Estamos en un período de ‘restau-


ración-revolución’ que se ha de establecer permanentemen-
te, organizar ideológicamente, exaltar líricamente? ¿Ten-
dría Italia con respecto a la URSS la misma relación que la
Alemania [y la Europa] de Kant-Hegel con la Francia de
Robespierre-Napoleón? (Q10. 1986, p. 115).

Hacia mediados de 1932, la lectura gramsciana del proceso


abierto con la crisis del Estado liberal, la revolución rusa y la ex-
pansión revolucionaria en Europa inmediatamente posterior se
solidifica en una interpretación histórico-política orgánica: Italia
podía entenderse como el modelo tendencial de una respuesta
político-social integral al desafío presentado por la revolución y
su consolidación en la Unión Soviética, constituyéndose en el ín-
dice del tentativo masivo y a gran escala para normalizar su conte-
nido, cuya integración —despojada de su propio carácter revolu-
cionario— se ponía como condición de la recomposición política
burguesa dada la expansión del horizonte de la clase obrera.
Al igual que los “eventos de Francia” de 1789, la revolución
rusa debía ser considerada como un “evento europeo y mun-
dial”, como condensación del estado de las relaciones de fuer-
zas entre clases a nivel global, como la expresión de la calidad
de la transformación radical —en sentido etimológico— de la
estructura política de la sociedad. En esta clave, la crisis del
Estado —como proponíamos más arriba— era producto de la
inconmensurabilidad entre las relaciones de fuerza que orga-
nizan la sociedad y el sistema de mediaciones elaborado por la
burguesía para saldar su dominio a finales del siglo xix. Era el
llamado “fenómeno sindical” y su catalización en la revolución
rusa aquello que había producido la disgregación del aparato
hegemónico en la posguerra: la organización de su recomposi-
ción en términos hegemónicos, para la burguesía, exigía partir
de la integración normalizada de la calidad y profundidad mis-
ma del desafío obrero.
El desarrollo de las reflexiones del Q10 muestra con claridad
la conciencia gramsciana del problema, al recuperar y profundi-

258
a g u s t í n a rt e s e

zar en forma obsesiva, en el significativo Q10 [I] §9, las pregun-


tas que constantemente articulan sus preocupaciones en aquella
primera mitad de 1932,
¿[e]s posible escribir (concebir) una historia de Europa en el
siglo xix sin tratar orgánicamente de la revolución francesa y
de las guerras napoleónicas? ¿Y puede hacerse una historia
de Italia en la edad moderna sin tratar las luchas del Risorgi-
mento? O sea: ¿es por casualidad o por una razón tendencio-
sa que Croce inicia sus narraciones desde 1815 y 1871, o sea
que prescinde del momento de la lucha, del momento en el
que se elaboran y agrupan y alinean las fuerzas en contraste,
del momento en que un sistema ético-político se disuelve y otro
se elabora con el fuego y con el hierro, en el que un sistema de
relaciones sociales se desintegra y cae, y otro sistema surge y se
afirma, y por el contrario asume plácidamente como historia
el momento de la expansión cultural o ético político? Puede
decirse, por lo tanto, que el libro sobre la Historia de Europa
no es más que un fragmento de historia, el aspecto ‘pasivo’
de la gran revolución que inició en 1789, que desbordó en
el resto de Europa […] determinando no su hundimiento
inmediato como en Francia, sino su corrosión ‘reformista’
que duró hasta 1870 (Q10 [I] §9. Gramsci, 1986, p. 129. Las
cursivas son nuestras).

El conjunto de los desarrollos sobre la canalización del impul-


so revolucionario francés como inicio de una época del capitalis-
mo, la cuestión del «jacobinismo (de contenido)» como motor
de la normalización reformista “perfeccionada” en el parlamen-
tarismo, entendida como estructura institucional de la hegemonía
burguesa hasta la guerra mundial, son articulados en una con-
cepción histórica unitaria junto a los propios motivos estructu-
rales de su crisis y de la formas de la tendencia burguesa hacia
la reconstrucción de su aparato hegemónico sobre nuevas bases.
Una de las claves se encuentra, en este sentido, en la incor-
poración reformista de las exigencias populares “para evitar
que las masas populares atravesaran un período de experiencias
políticas como las que vivieron en Francia en los años del jaco-
binismo” (Q10 [I] §9. Gramsci, 1986, p. 129). La pasivización

259
“ u n a n u e va f u e r z a s o c i a l s e h a c o n s t i t u i d o ” . n o ta s s o b r e « c r i s i s » . . .

del desafío obrero representado por la irrupción de masas, su


organización y su experiencia política revolucionaria, debía pa-
sar —proponía Gramsci— por una traducción de sus exigen-
cias políticas y económicas —es decir, de integración en clave
de participación de masas dentro del Estado y sobre la base de
la organización industrial13— desactivando su carácter antago-
nista. En ese sentido,
[l]a hipótesis ideológica podría ser presentada en estos tér-
minos: se tendría una revolución pasiva en el hecho de que
por la intervención legislativa del Estado y a través de la
organización corporativa, en la estructura económica del
país serían introducidas modificaciones más o menos pro-
fundas para acentuar el elemento ‘plan de producción’,
esto es, sería acentuada la socialización y la cooperación de
la producción sin por ello tocar […] la apropiación de la
ganancia a nivel individual o del grupo [social] (Q10 [I] §9.
Gramsci, 1986, p. 129).

En este sentido, la operación política integral —con la intro-


ducción de elementos de economía planificada, con el encua-
dramiento de las masas en las corporaciones y en las represen-
taciones políticas fascistas, con las transformaciones del sistema
cultural y educativo— desarrollada por el fascismo se mostraba
como una neutralización de la forma revolucionaria de las rei-
vindicaciones contenidas en el desafío obrero, reconduciendo
la guerra de movimientos abierta con la disolución del aparato
hegemónico burgués-liberal en una guerra de posiciones que

13
Por cuestiones de extensión —y de la amplitud temática de los problemas que
estamos tratando, transversales a los Cuadernos— no nos hemos ocupado especí-
ficamente de las reflexiones gramscianas sobre el americanismo, preocupación re-
currentemente presente en los diferentes plantes de trabajo de la cárcel, vinculada
directamente al concepto de «revolución pasiva», en función de la indagación
desarrollada por Gramsci sobre las formas de la superación de la crisis, en clave
de revolución económica, organizativa y subjetiva, como producción de un “nue-
vo tipo humano”. A nivel interpretativo, el enfoque de Franco De Felice continúa
siendo el material de referencia (1972, 1977, 1978, 2007). Ver también Baratta y
Catone (1989) y, sobre el análisis del fordismo, Settis (2016).

260
a g u s t í n a rt e s e

permitiese moldear integral y molecularmente el desafío revo-


lucionario dentro de la estructura del orden. Quedaba soldada,
en este sentido, la interpretación gramsciana de la lógica de la
dominación burguesa y de sus capacidades de respuesta a las
encerronas de la lucha de clases, cuando concluía que
[e]n la Europa de 1789 a 1870 se dio una guerra de movi-
mientos (política) en la revolución francesa y una larga gue-
rra de posiciones desde 1815 hasta 1870; en la época actual,
la guerra de movimientos se dio políticamente desde marzo
de 1917 hasta marzo de 1921, y le ha seguido una guerra
de posiciones cuyo representante, además de práctico (para
Italia), ideológico, para Europa, es el fascismo (Q10 [I] §9.
1986, p. 130).

***

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Editori Riuniti/Istituto Gramsci.

263
Daniela Mussi
La cuestión literaria en Gramsci: viejas y
“nuevas” interpretaciones1

Entre los diversos temas tratados en los escritos carcelarios


(1929-1935)2, Antonio Gramsci se dedicó al estudio de la lite-
ratura y crítica literaria, y una parte de las notas sobre el tema
fueron reelaboradas y sistematizadas en dos “cuadernos espe-
ciales”, inconclusos, redactados entre julio y agosto de 1934
(luego denominados Quaderni 21 y 23). Este material temático
de investigación y análisis, luego, cobró vida pública por prime-
ra vez en Italia en 1950, en la compilación temática Literatura y
Vida Nacional realizada por la editorial Einaudi, con parágrafos
de aquellos dos cuadernos especiales y otros escritos carcelarios
y pre-carcelarios de Gramsci3.

1
La traducción del portugués al castellano estuvo a cargo de Aldo Casas.
2
Gramsci fue apresado en Roma en noviembre de 1926 y solo inició
efectivamente la actividad de escribir en la cárcel, con autorización del
régimen fascista, en febrero de 1929 y siguió haciéndolo hasta mediados
de 1935.
3
La tarea fue llevada a cabo con la coordinación de Valentino Gerratana, Palmiro
Togliatti y Felice Platone. Para esta compilación —de los 29 cuadernos escritos
por Gramsci en la cárcel— fueron seleccionados: 14 de los 15 parágrafos del Qua-
derno 21, sobre literatura, y 55 de los 59 parágrafos del Quaderno 23. Además,
fueron insertados textos del Quaderno 2, bibliográfico; de los Quaderno 1, 3, 4,
5, 6, 7, 8, 9, 14, 15, 17, miscelánea; y de los especiales: Quaderno 16, argumentos
de cultura; Quaderno 25, historia de los grupos sociales subalternos; Quaderno

265
la cuestión literaria en gramsci: viejas y “ n u e va s ” i n t e r p r e ta c i o n e s

Un registro de la recepción inicial de este volumen temático


en el ambiente intelectual italiano puede verse en la revista Ri-
nascita, de orientación filosoviética y filoestalinista, editada por
el Partido Comunista Italiano (pci) a partir de 1944 con direc-
ción editorial de Palmiro Togliatti. En febrero de 1951, la revis-
ta publicó la reseña de Literatura y Vida Nacional escrita por el
crítico literario Carlo Salinari, que se convertiría en un promi-
nente publicista político-cultural del pci en los años cincuenta4.
El texto adelantó una interpretación sobre la proximidad de la
perspectiva literaria de Gramsci en relación Francesco De Sanc-
tis, crítico italiano del siglo xix, y al marxista húngaro Georg
Lukács, destacando en tal sentido el carácter nacional, marxista
y democrático de la crítica gramsciana en oposición a la estética
neoidealista del filósofo Benedetto Croce (Salinari, 1951, p. 85).
El objetivo de Salinari era posicionar a Gramsci como exponen-
te comunista en la tradición literaria italiana, fundador de una
nueva escuela crítica, nacional-popular, opuesta al cosmopoli-
tismo de la “filosofía burguesa” crociana y al “decadentismo”
artístico europeo.
La reseña presentaba a Gramsci como el “marxista más genial
y preparado que existiera en Italia” capaz de tratar el tema de la
literatura, respecto al cual los marxistas eran tradicionalmente
“insensibles” y, así, poder penetrar en un campo aún dominado
por el sistema crociano de pensamiento (Salinari, 1985, p. 85).
La idea de un “Gramsci demoledor” era parte de una postu-
ra más general, confrontativa con lo que la crítica comunista
pos-1945 consideraba exceso de soledad e individualidad lite-
rarias predominantes en el ambiente europeo desde el siglo xix.
Gramsci, por otro lado, representaría la afirmación de la expe-

27, observaciones sobre el “folclore”; y Quaderno 29, notas para una introduc-
ción al estudio de la gramática. La compilación incluye, además, como Apéndice,
una serie de crónicas teatrales publicadas en la prensa socialista entre 1916-1920,
atribuidas a Gramsci.
4
Sobre el rol político-cultural desempeñado por Salinari en el ambiente comunis-
ta italiano durante los años 1950, ver Milani (2018).

266
daniela mussi

riencia comunista en sentido estético como fundamentalmente


nueva. La interpretación de Salinari señalaba, además, que los
escritos de Literatura y Vida Nacional eran el “primer esbozo de
una crítica literaria nueva, marxista”, “aunque fragmentario, no
perfectamente delineado” (Salinari, 1951, pp. 87-88).
La actitud “gramsciana” de oposición al pensamiento filosó-
fico de Croce, al que Salinari llamaba “conservador ilustrado”
(Salinari, 1975, p. 10), era un lugar común de los intelectuales
comunistas en la Italia de ese período, asumida como una tarea
de contornos estratégicos en la política cultural del partido, des-
de la publicación del primer volumen temático de escritos car-
celarios de Gramsci, Il materialismo storico e la filosofía di Bene-
detto Croce [El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto
Croce], en 1948. En los artículos de Rinascita de este período, la
crítica a Croce es una constante, en especial a la “estética sorda
e indiferente al contenido de las obras literarias” del filósofo,
“exponente del bloque agrario meridional” —haciendo eco al
texto gramsciano referido a la cuestión meridional— y de una
forma de “irracionalismo político” (Trombatore, 1951, p. 144).
Desde entonces hasta al menos la crisis internacional que
ocasionó el xx Congreso del Partido Comunista soviético y la
denuncia de los crímenes de Stalin en 1956, Rinascita exaltó
el análisis estalinista de la cultura “realmente existente”, parti-
cularmente la idea de “arte nacional en su forma, socialista en
su contenido” (Lombardo Radice,1951, p. 241), incorporando
textualmente lo expresado por Stalin en el conjunto de entrevis-
tas publicado en junio de 1950 en Pravda, “Marksizm i voprosy
yazikoznaniya” [“Marxismo y cuestiones de lingüística”], rápi-
damente traducido y comentado en el ambiente europeo y más
allá.5 Stalin acusaba lo que sería una falsa comprensión de la

5
En la entrevista, Stalin atacaba el enfoque desarrollado por el conocido lingüista
soviético Nicolay Marr y sus colaboradores con respecto a la lengua como cul-
tura, proceso histórico y social (superestructura) apoyado sobre una estructura
continua, humana. Texto, además, rápidamente traducido y publicado en Brasil
con el título “Sobre el marxismo en la lingüística”, en julio de 1950, por la revista

267
la cuestión literaria en gramsci: viejas y “ n u e va s ” i n t e r p r e ta c i o n e s

arquitectura teórica de Marx y afirmaba que la lengua no era


creación histórica de una clase, una cultura, sino un conjunto de
reglas geométricas estructurantes de los medios de comunica-
ción en el seno de una comunidad discursiva. En otras palabras,
la lengua sería una estructura de naturaleza comunitaria, nacio-
nal, perenne y, entonces, culturalmente indiferente6:

El error de nuestros camaradas reside en que no ven la di-


ferencia entre la cultura y la lengua y no comprenden que el
contenido de la cultura se modifica en cada nuevo período de
desarrollo de la sociedad, mientras que la lengua se mantiene,
en lo esencial, igual durante varios períodos y sirve indiferen-
temente a la nueva cultura y a la vieja cultura (Stalin, 1950).

La sincronía en la publicación de los escritos de Gramsci y


Stalin referidos a cultura, literatura, lengua y arte en Rinascita
permite reflexionar sobre el carácter de la interpretación que,
sobre el propio Gramsci, era llevada adelante por los intérpre-
tes del pci en los años cincuenta. Ésta partía de la afirmación
casi ritual de la centralidad y predominio de lo nacional para la
comprensión de la relación entre arte y cultura, en tanto que el
desdoblamiento, en clave gramsciana, de un largo período de
lucha cultural como base del desarrollo del ambiente artístico,
aparecía como aparente contradicción o ambigüedad, con res-
pecto a ese pensamiento “correcto”.
A partir de 1956, sin embargo, en el contexto de crisis del
comunismo internacional pos-informe de Kruschev sobre los crí-
menes y persecución política en la urss, la referencia a Stalin des-
aparecería progresivamente de los artículos de Rinascita, aunque
los problemas interpretativos se mantuvieron. No es sorprenden-
te que, a partir de mediados de los años sesenta, el debate críti-

entonces dirigida por Carlos Marighella, Problemas (cf. Stalin, 1950).


6
Para dos reconstrucciones comentadas de este episodio polémico realizadas en la
época, ver Miller (1951) y Mathews (1955). Para una compilación de investigacio-
nes más recientes referidas a la popularidad, en las décadas del veinte y del treinta,
de la lingüística de Marr en la urss y el ataque de Stalin, ver Sériot (2005).

268
daniela mussi

co-literario europeo haya tratado de ajustar cuentas con el juicio


sobre Gramsci promovido en la década anterior7. En el nuevo
contexto, se volvió común una lectura de las ideas gramscianas
sobre cultura y crítica artística como “populistas” y de su pen-
samiento político como fundamentalmente antinómico (cf. Asor
Rosa, 1988; Anderson, 1976). En este periodo, Gramsci fue tra-
ducido y absorbido entre intelectuales y activistas del continente
y también ultramarinos, pero, en general, continuó siendo trata-
do como un dirigente partidario cuyas preocupaciones culturales
eran pragmáticas, apuntadas a “llegar a las masas” desde el parti-
do. Importante crítico literario italiano del período, Alberto Asor
Rosa, hablaba de una moderación política asumida por Gramsci,
de una negación de la revolución como una tarea “de clase” y de
la afirmación de la cultura como un gran fatto di popolo, de un
pueblo-nación (Asor Rosa, 1988, p. 173).
Con la difusión del intercambio de cartas entre Gramsci y
Togliatti en octubre de 1926 con respecto a la crisis entonces
vivida en el seno de la dirección del Partido Comunista de la
Unión Soviética (pcus) —publicadas en las páginas de Rinascita
entre los años 1964 y 1970— se abrió otro momento, aparecien-
do “oficialmente” en el ambiente comunista italiano la posición
de Gramsci, contraria a la expulsión de los opositores de iz-
quierda8. Sin embargo, fue sólo después de 1975, con la publi-

7
En Italia, la acusación de “populismo” gramsciano se fortaleció y coincidió con
el endurecimiento de la crítica al estalinismo en el este europeo y al pci por par-
te de la intelectualidad italiana. Es interesante advertir que esa interpretación
“pragmática” de la cuestión literaria en Gramsci encontró espacio también en el
ambiente intelectual latinoamericano, bastante influenciado por los análisis sobre
el populismo producidos por Gino Germani y Torcuato Di Tella, mediante una
lectura positiva de la afirmación del papel del intelectual en conocer y aproximar-
se a la “cultura de las masas”.
8
La negativa de Gramsci quedó registrada en su mensaje en nombre de la Mesa
Política del pci, dirigida al Comité Ejecutivo del pcus. El intercambio de cartas
también revela la decisión de Togliatti de no entregar formalmente ese documen-
to, alineando unilateralmente al partido italiano con la decisión de la mayoría del
Comité Central del pcus (Ferri, 1970). En este episodio, la imagen de Gramsci

269
la cuestión literaria en gramsci: viejas y “ n u e va s ” i n t e r p r e ta c i o n e s

cación de la edición crítica de los Quaderni del carcere bajo la


dirección de Valentino Gerratana, que el campo de los estudios
sobre la vida y el pensamiento de Gramsci cobró nuevo aliento.
Desde ese momento, ganó progresivamente espacio la hipótesis
de la actitud de autonomía intelectual y política que Gramsci
asumió en relación al ámbito partidario en la urss y en Italia, así
como en los conceptos e interpretaciones desarrollados en sus
escritos. Es familiar a ese período la tentativa de desvincular el
ya valioso y en rápida difusión pensamiento de Gramsci referi-
do a cultura, arte, literatura y lenguaje, e incluso el concepto de
hegemonía, de las luchas políticas y partidarias en las que estuvo
envuelto (cf. Lo Piparo, 1979).
A despecho de las discrepancias entre las interpretaciones
referidas a las ideas de Gramsci en la posguerra, es común el
argumento de que contradicciones e incongruencias encontra-
das en el texto gramsciano, particularmente entre los escritos
anteriores y posteriores a la cárcel, se deben al desarrollo pro-
gresivamente “marxista” de su pensamiento. Ese argumento
fue enfrentado seriamente sólo en la segunda mitad de los años
ochenta, con el avance de la investigación filológica de los escri-
tos. La publicación de L’officina gramsciana de Gianni Francioni
en 1984 es un hito importante del nuevo momento, así como el
movimiento posterior que daría lugar a la nueva edición integral
de los escritos y cartas de Gramsci, la Edizione nazionale, toda-
vía no terminada. En ese nuevo momento, coincidente con el
fin de la urss y del mismo pci, nuevas investigaciones pasaron a
destacar conceptos hasta entonces poco percibidos y atendidos,
en especial la noción de “traducibilidad de los lenguajes”, pre-
sente en los escritos carcelarios. Esto sería fundamental para una
nueva interpretación de la agenda de investigación gramsciana
referida a cultura, arte y literatura. Aquí, pasa a no ser suficiente

como parte indiscutible de la orientación mayoritaria de los funcionarios soviéti-


cos es conmovida en sus presupuestos, aunque eso no haya aparejado una trans-
formación inmediata de las interpretaciones de su pensamiento.

270
daniela mussi

recurrir solamente a un sentido abstracto de arte, literatura o


crítica literaria —parte de una filosofía, una sociología o de una
retórica política—, sino que se vuelve necesario tratarlos como
parte de la “transcripción de una experiencia dramática de lu-
cha por una nueva cultura, vivenciada personalmente, pero con
una mirada vuelta hacia las ‘necesidades’ de un gran público”
(Baratta, 2004, p. 141). Un retorno a Gramsci como pensador y
hombre de acción revolucionaria.

***

Encarcelado por el régimen fascista el 8 de noviembre de


1926, en Roma, Gramsci pronto se fijó metas de estudio para
supervivir en la cárcel, “novísimo período de mi existencia mo-
lecular” (1973, p. 11)9. Pocos meses después, relató en una
carta el deseo de “hacer algo für ewig [para la eternidad], ocu-
parme intensa y sistemáticamente, siguiendo un plan previo, de
algún tema que me absorbiera y centralizara mi vida interior”
(1973, p. 55). Para eso, pensó en algunos temas principales: la
formación del espíritu público en Italia el siglo pasado, metodo-
logía y teoría lingüística comparada, el teatro de Pirandello y la
transformación del gusto teatral italiano, así como la novela de
folletín por entregas y la formación del gusto popular en litera-
tura. Lo que confería homogeneidad a los temas era la investi-

9
En ese momento, no imaginaba que su condena y permanencia en la prisión
fascista podría ser duradera, como de hecho ocurrió. Al comienzo, llegó incluso
a considerar, irónicamente, que el “reposo absoluto” de la prisión podría ayu-
dar a recuperarla salud que los años anteriores de militancia habían deteriorado
(Gramsci, 1973, p. 12). El estudio funcionaría como antídoto contra el tedio de
la vida en la prisión y contra el “embrutecimiento intelectual” generado por la
situación de aislamiento (Gramsci, 1973, p. 13). Estudios que serían considera-
blemente ampliados cuando el economista Piero Sraffa, amigo de Gramsci, abrió
una cuenta en la librería Sperling & Kupfer de Milán, en la que el prisionero po-
dría solicitar libros, revistas y diarios ilimitadamente (Gramsci, 1973, p. 23 y 33).

271
la cuestión literaria en gramsci: viejas y “ n u e va s ” i n t e r p r e ta c i o n e s

gación referida al “espíritu popular creativo, en sus diversas fases


y grados de desarrollo” (1973, p. 57).
A comienzos de 1927, Gramsci tomó contacto con la biblio-
teca de la cárcel de San Vittore de Milan10, y se interesó por
la presencia en su acervo de novelas de folletín y de aventura,
especialmente las traducciones de novelas francesas. Dos años
después, recién el 8 de febrero de 1929 y ya en la prisión de
Turi, Gramsci consiguió autorización y comenzó a escribir en
sus cuadernos en la cárcel (Francioni, 1984, p. 17). El 22 de
abril del mismo año, en una carta a Malvina Sanna, esposa de
un militante comunista entonces preso, Gramsci se refirió a la
biblioteca de la prisión y sugirió su acervo como posible objeto
de lectura para un prisionero:

¿Cómo hacer para no perder tiempo en la cárcel y no


estudiar “cualquier cosa” de “cualquier manera”? […]
Entre los estudios más beneficiosos está el de las lenguas
modernas: alcanza con una gramática […] Además de eso,
muchos prisioneros subvaloran la biblioteca de la cárcel.
Ciertamente, las bibliotecas carcelarias, en general, son in-
coherentes: los libros son recolectados al azar, por dona-
ción […] o bien, por aquello que es dejado por quienes
son liberados. Abundan devocionarios y novelas de tercera
categoría. Sin embargo, creo que un preso político debe
extraer leche de las piedras. Todo consiste en saber dar
un propósito a la lectura misma y saber hacer apuntes (si
está permitido escribir) […] en Milán, leí cierta cantidad
de libros de todos los géneros, especialmente novelas popu-
lares […] Bien, descubrí que Sue, Montépin, Ponson du
Terrail, etc., eran suficiente si eran leídos desde ese punto
vista: ¿por qué esa literatura es siempre la más leída y la más
publicada? ¿Qué necesidades satisface? ¿Cuáles sentimientos

10
Tras el período de detención en Roma, Gramsci fue transferido como “confina-
do político” a la isla de Ustica; para ser transferido, más tarde, al presidio de San
Vittore (Milán) el 7 de febrero de 1927 (Frosini, 2000, p. 24). Posteriormente,
en mayo de 1928, Gramsci fue transferido a Roma y, en julio del mismo año, a la
de Turi. En los traslados a los que fue sometido a lo largo de los años de cárcel,
Gramsci estuvo preso también en Palermo, Nápoles y Florencia.

272
daniela mussi

y puntos de vista son representados en esos libritos para agra-


dar tanto? […] Cualquier libro, especialmente de historia,
puede ser útil de leer […] especialmente cuando se está en
nuestra condición y el tiempo no puede ser evaluado con
una medida normal (Gramsci, 1973, p. 253-254. La cursiva
es nuestra).

La literatura popular, especialmente las traducciones de no-


velas de folletín francesas, aparecía como un objeto merecedor
de lectura y reflexión para abordar el problema más general del
desarrollo de los sentimientos y puntos de vista del gran pú-
blico en Italia. Eso se encontraba en conexión directa con el
estudio del desarrollo y de la participación (o no) de los grupos
intelectuales en la constitución del “modo común de sentir y de
pensar” capaz de “unir el ‘pueblo’ en un proyecto compartido y
unificante (la ‘nación’)” (Frosini, 2003, p. 31-32). Como punto
de partida de una investigación histórica y cultural amplia, la li-
teratura popular contribuía a la elaboración de una perspectiva
teórico-política de “formación del Estado-nación y de la inte-
racción, en tal proceso, entre intelectuales y pueblo” (Frosini,
2003, p. 31-32).
Entre los intelectuales dedicados a la historia de la cuestión
literaria en Italia, Gramsci destacó el “retorno a De Sanctis” en
el parágrafo que abre el cuaderno titulado “Crítica Literaria”,
escrito en la segunda mitad de 1934 (Q 23 §1. 1975, p. 2185)11.

11
Escrito simultáneamente al cuaderno sobre “Literatura popular”, el Cuaderno
23 fue compuesto entre febrero y agosto de 1934 con 58 parágrafos “C” y 1 un
parágrafo “B”. Ese cuaderno tuvo sus fuentes predominantemente en los siguien-
tes cuadernos: Quaderno 1 (21 parágrafos), Quaderno 3 (24 parágrafos); Qua-
derno 4 (2 parágrafos); Quaderno 6 (6 parágrafos); Quaderno 9 (10 parágrafos)
y Quaderno 17 (2 parágrafos) (Gerratana, 1975, p. 3007-3020). Con excepción
de los parágrafos provenientes del Quaderno 17 (escritos en junio de 1933) y el
parágrafo “B” (Q 23 §59) escrito en agosto de 1934, los 56 parágrafos restantes
del Q23 tuvieron su primera redacción en la “primera fase” de la producción de
los escritos carcelarios, señalada por Frosini (2003). Es interesante señalar tres
períodos de escritura que concentraran los parágrafos usados en la redacción del
Q23: desde junio de 1929 hasta marzo de 1930 (redacción de los parágrafos del

273
la cuestión literaria en gramsci: viejas y “ n u e va s ” i n t e r p r e ta c i o n e s

Se refería a Francesco De Sanctis (1817-1883), crítico litera-


rio y político que, en la segunda mitad del siglo xix, tuvo una
preeminente participación en la vida pública italiana, especial-
mente en los primeros años tras la unificación estatal-nacional
alcanzada en el período histórico conocido como Risorgimento.
La fórmula fue tomada por Gramsci del artículo de Giovanni
Gentile “Torniamo a De Sanctis!” [“¡Volvamos a De Sanctis!”]
publicado el 6 de agosto de 1933 en el primer número del perió-
dico fascista Quadrivio: grande settimanale letterario illustrato
di Roma12. Gentile era un filósofo reconocido, colaborador de
Benedetto Croce, que, después de adherir al fascismo, se había
convertido en un importante cuadro del régimen encabezado
por Mussolini. De la fórmula utilizada por Gentile en el artículo
escrito con motivo del aniversario de los cincuenta años de la
muerte de De Sanctis, Gramsci recuperó la crítica implícita a la
concepción estética de Benedetto Croce y su intento de encerrar
las ideas de crítico literario al interior de un proyecto filosófico.
La literatura y la crítica literaria no podrían ser reducidas a
una filosofía, así como la vida no podría ser reducida a una for-
ma estética, sostenía Gentile, sino que debían ser consideradas
contenido por los “deseosos de una verdadera cultura” (Genti-
le, 1933, p. 3). Gramsci encontraba en la centralidad de la lucha
cultural un punto de contacto entre la interpretación de Gentile
sobre De Sanctis, idea que ya aparece en uno de sus “Apuntes
de filosofía”, escrito más de cuatro años antes, en mayo de 1930
(Q 4 §5. 1975, p. 426). Allí Gramsci señala que “[l]a crítica de

Quaderno 1); desde mayo de 1930 hasta diciembre del mismo año (redacción de
los parágrafos de los Quaderni 3, 6 y 4); y desde abril de 1932 hasta enero de 1933
(escritura de los parágrafos de los Quaderni 9 y 17) (Francioni, 1984).
12
Publicada con la dirección del periodista Telesio Interlandi, Quadrivio fue un
intento de aproximación entre el fascismo y la cultura literaria de la época y con-
tó, además de Gentile, con la colaboración de importantes nombres de la cultura
italiana de entonces, tales como Luigi Pirandello, Italo Balbo, Gioacchino Volpe,
Filippo Tommaso Marinetti, Ardegno Soffici, entre otros. Sería marcadamente in-
fluenciada por la radicalización de los argumentos y surgimiento de leyes raciales
fascistas; su publicación se extendería hasta julio de 1943.

274
daniela mussi

De Sanctis es militante, no es frígidamente estética”, en lucha


“por una nueva cultura” (Q 4 §5. 1975, p. 426). Parágrafo, ade-
más, que dedicado al “materialismo histórico, es reescrito como
“Arte y lucha por una nueva civilización” en el cuaderno sobre
crítica literaria (Q23 §3. Gramsci, 1975, p. 2187-2188).
El primer contacto de Gramsci con las ideas de De Sanctis
se dio en la década de 1910, siendo aún estudiante de letras en
la Universidad de Turín, a través del profesor Umberto Cosmo
y su curso de “Literatura italiana” (Gramsci, 1973, p. 397). En
una carta escrita desde la cárcel en 1931, Gramsci recordó que,
desde 1917, ese profesor insistía en que escribiera un estudio
sobre Nicolás Maquiavelo y el maquiavelismo, considerando el
impacto de las ideas de De Sanctis sobre el tema. En su historia
de la literatura italiana, De Sanctis había dedicado un capítulo
al secretario florentino, en el que este aparecía presentado como
testimonio del espectáculo renacentista en el que los extranje-
ros convivían con la risa de los literatos, artistas y latinistas de
las elegantes cortes italianas, y veía con ironía la nación siendo
sometida y estudiada por sus verdugos, como también Grecia
lo había sido por los romanos (De Sanctis, 1973, p. 515). Sin
embargo, a diferencia de sus contemporáneos, Maquiavelo re-
conocía la enfermedad donde solo se veía salud y prosperidad,
así como la decadencia de los intelectuales y dirigentes públicos
que el secretario florentino denominaba corruttela en el clero y
en las cortes (De Sanctis, 1973, p. 516).
En la investigación que hizo en la cárcel, Gramsci llevó hasta
el fin las iniciales intenciones del estudio, para lo cual fue im-
portante la referencia a De Sanctis. A su criterio, él había cum-
plido un importante papel en el siglo xix italiano como crítico
de las principales corrientes literarias e intelectuales que habían
conducido el proceso de unificación nacional. Con su crítica,
había establecido un marco analítico que tomaba en considera-
ción no sólo el universo estético-formal de la actividad literaria,
sino, sobre todo, el contenido cultural que alimentaba el proce-
so de realización artística.

275
la cuestión literaria en gramsci: viejas y “ n u e va s ” i n t e r p r e ta c i o n e s

Del pensamiento crítico-literario desanctiano, Gramsci rescató


no solo la interpretación democrática de Maquiavelo, sino la rei-
vindicación del estudio literario vinculado a la reflexión sobre el
modo de vida y sobre la historia de los conflictos sociales. En De
Sanctis, la historia de la literatura era pensada de manera articu-
lada con el estudio del papel histórico-político de los grupos in-
telectuales. El elemento orgánico de la investigación —que coor-
dinaba y subordinaba el estudio de la literatura y su crítica— era
el proceso de formación del Estado italiano. El objetivo central
era establecer los nexos de investigación entre la literatura y la
formación de los grupos sociales en la península para destacar
el carácter tradicionalmente cosmopolita, es decir, alejado de las
masas, de los intelectuales italianos (cf. Q21 §1), Con esa “co-
nexión de problemas”, Gramsci promovía una ligación teórica
orgánica entre las dimensiones cultural y política de los procesos
históricos nacionales, lo que permitía abordar la cuestión literaria
ya no a partir de nociones vagas de belleza artística, sino la nece-
sidad de determinado contenido formal y moral, como expresión
más o menos elaborada y completa de aspiraciones sociales y po-
líticas profundas de un determinado público en cierta fase de su
desarrollo histórico (Q21 §4. 1975, p. 2113).
Tal como en De Sanctis, la constatación de la relación entre
la alta y baja literatura llevaba a Gramsci a una posición de con-
frontación con la cultura de los literatos, para afirmar la idea de
que arte y cultura no se separan, siendo la producción artística y
popular una posibilidad histórica latente (Q21 §5. 1975, p. 2216).
Para eso, reconocía la literatura como actividad literaria, cultural,
permanentemente evocada por la necesidad de participación de
la intelectualidad en la liberación por el pueblo de su “humil-
dad”, de su estado de pasividad (Q15 §58. 1975, p. 1822). Esa
constatación suministraba nuevas indicaciones metodológicas de
análisis de la cuestión literaria, ya que la investigación sobre la be-
lleza de una obra estaba íntimamente conectada a la investigación
de por qué tal obra era leída, popularizada e investigada, o por
qué no llegaba al pueblo, no le interesaba (La Porta, 1991, p. 90).

276
daniela mussi

Pese a haber utilizado la fórmula de Gentile, sin embargo,


Gramsci parecía bastante consciente de su límite. “Regresar” a
la perspectiva de lucha cultural promovida por De Sanctis no
podría ser el gesto mecánico de retomar los conceptos que de-
sarrolló en torno al arte y la literatura, sino “asumir respecto al
arte y la vida una actitud similar a la asumida por De Sanctis”.
Significaba reconocer los diversos momentos en la vida del críti-
co literario, valorando especialmente su actitud de construcción
práctica de una nueva “concepción de la vida y del hombre”, de
filosofía que se convierte en cultura y exige de los intelectuales
“una nueva actitud ante las clases populares, un nuevo concep-
to de lo que es ‘nacional’ […] más amplio, menos exclusivista,
menos ‘policiaco’ por así decirlo”, que el que había sido alcan-
zado en su tiempo (Q23 §1. 1975, p. 2186).

***

La investigación carcelaria de Gramsci sobre el gusto popular


italiano en la literatura, a su vez, apuntaba hacia caminos intere-
santes y aireados. En su reflexión teórico-política, la hegemonía
era presentada como “dirección consciente de las grandes mul-
titudes nacionales” y el Estado como organismo que traduce la
capacidad de un grupo social para configurar una conducción
del modo de vida social moderno (Q23 §8. 1975, p. 2197). En
un tiempo histórico nacional-popular, concluía, la permanencia
del dilema del artista, dividido entre la actividad comprometida
por la “nación” o por el “espíritu”, por el contenido o por la
forma, revelaba la insuficiencia de las clases dominantes bur-
guesas para gobernar (Q8 §145. 1975, p. 1030). En los escritos
de la cárcel, esos dilemas adquirirían características diferentes
en cada caso nacional, pero eran al mismo tiempo globales, ex-
presión de los esfuerzos más o menos logrados de plantear y en-
frentar el problema de la relación entre intelectuales y pueblo.

277
la cuestión literaria en gramsci: viejas y “ n u e va s ” i n t e r p r e ta c i o n e s

En Francia, señalaba Gramsci, la burguesía había sido capaz


de organizar nacionalmente una hegemonía orgánica a través de
la formación de una categoría de intelectuales nueva, adaptada
al modo de producción capitalista, detentando “dominio total
de la nación”, así como había logrado hacerlo internacional-
mente, con el desarrollo de la función imperialista de las guerras
napoleónicas. Ese complejo desarrollo había permitido poner
en circulación ideas y narraciones de un modo profundamente
eficaz y atrayente al público literario que se ampliaba en Euro-
pa. El gusto popular italiano, a la vez, sufría la hegemonía fran-
cesa por ser relativamente más subalterno, signado por la for-
mación de un gusto tendencialmente “melodramático”, basado
en la creencia de que la poesía estaría caracterizada por elemen-
tos exteriores a los que sería necesario dominar con virtuosismo
para poder existir, produciendo mecánicamente la supremacía
de la rima, la solemnidad oratoria y el sentimentalismo.
Esas características estéticas, sin embargo, tenían su origen
en una larga tradición italiana de manifestaciones colectivas,
oratorias y teatrales, urbanas y rurales, nacidas en oposición
a la meditación íntima e individual propia de los intelectua-
les renacentistas puramente cosmopolitas. Es también en este
sentido que Gramsci dirige su investigación sobre el Renaci-
miento italiano, sus intelectuales, corrientes culturales y figuras
políticas. El aspecto melodramático poseía un núcleo popular
sano que podía ser tratado mediante el desarrollo de una acti-
vidad de estudio y crítica de las manifestaciones artísticas de
tipo oral (Q14 §19. 1975, p. 1676). Opuesto a ese núcleo sano,
de desarrollo de una cultura popular y sus manifestaciones,
quedaba el gusto “libresco” de los intelectuales italianos y su
difusión en los grupos subalternos, especialmente mediante la
difusión mecánica de formas artísticas ingenuas y conmovedo-
ras. La cultura como modo de evasión de las masas de aquello
que en su propia vida y educación era “bajo, mezquino”, “para
entrar en una esfera más selecta, de altos sentimientos y nobles
pasiones” (Q8 §46. 1975, p. 969).

278
daniela mussi

Aunque Gramsci reconociese en la reseña del fascista Genti-


le el correcto señalamiento de los reduccionismos promovidos
por la interpretación filosófica neoidealista del pensamiento de
De Sanctis conducida por Croce, eso no significaba aceptar que
la solución al problema fuera sinónimo de sustitución de lucha
cultural por una “educación de los italianos”, sea por alguna
forma de populismo de grupos intelectuales o por el estableci-
miento del arte como “forma de vida que se desarrolla bajo el
imperio de una misma ley en la política y en la escuela” (Genti-
le, 1933, p. 3). Estas concepciones mantenían justamente aquel
algo de policíaco del que De Sanctis se había habilidosamen-
te desviado en su trayectoria como crítico y como político. La
polémica de Gentile contra Croce, en verdad, representaba un
episodio más de su conversión al cesarismo fascista y Gramsci lo
sabía. Pensando sobre la historia y la vida literaria italiana, pro-
yectaba también los límites de la más reciente solución “desde
arriba” para la crisis de la literatura y cultura nacionales en cur-
so. No podría dejar de advertir, ante eso, los estrechos límites
del fascismo como tentativa de solucionar la crisis civilizatoria
más amplia, cuya prehistoria De Sanctis narrara más de medio
siglo antes, en su historia de la literatura.

***

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281
Diego Bentivegna y Daniela Lauria
La reflexión sobre el lenguaje en Gramsci1

Las reflexiones sobre el lenguaje2 de Antonio Gramsci no se


presentan de un modo ordenado sino parcial, disperso y fragmen-
tario. Muchas de sus ideas se encuentran en distintas partes de los
Cuadernos de la cárcel (1929-1935) pero también se hallan en textos
epistolares a maestros, compañeros de estudios y familiares, y, en
menor medida, en notas periodísticas (artículos y reseñas literarias,
teatrales y musicales). No obstante, sus escritos son atravesados por
un hilo conductor: las problemáticas y los conflictos en torno al
lenguaje y a las lenguas adquieren una dimensión histórica y cultu-
ral, y se juegan fundamentalmente en la arena política.

Gramsci y la lingüística italiana en las primeras décadas del siglo


xx: posiciones y debates

La formación académica juvenil de Gramsci es sustancial-


mente la de un lingüista. Inscripto en la Universidad de Turín
gracias a una beca de estudio que el reino de Italia reserva para
los jóvenes destacados de la isla de Cerdeña, Gramsci conoce
allí, en el año lectivo 1910-1911, a quien más tarde reconocerá
como el primero de sus grandes maestros: Matteo Bartoli. Bar-
toli era un importante lingüista, cuya concepción sobre (la his-

1
Este capítulo se realizó teniendo como base Bentivegna (2013).

283
la reflexión sobre el lenguaje en gramsci

toria de) las lenguas, confrontaba teóricamente con la postulada


por los neogramáticos que dominaban la lingüística italiana y
europea de la época.
Por esos años, el proyecto personal de Gramsci es el de con-
vertirse en un catedrático, experto en temas de lingüística. En
esa dirección orientará sus estudios: al conocimiento de las len-
guas clásicas occidentales (latín y griego), Gramsci incorpora-
rá —sucintamente— el sánscrito. De este modo, se adentra en
lo que se considera como un saber ineludible en la formación
de un lingüista desde el punto de vista genérico e histórico, un
recorrido académico ligado con los principales aportes de las
ciencias del lenguaje del siglo xix que el joven sardo no com-
pletará, absorbido por el compromiso político con el Partido
Socialista y por sus obligaciones con la prensa partidaria, en la
que descollaba con sus provocaciones un fogoso maestro de es-
cuela primaria: Benito Mussolini.
Bartoli, el maestro de Gramsci, nace en 1873 en Albona, una
pequeña localidad de la península de Istria, entonces bajo do-
minio austríaco. Si bien se expresa en italiano y se reconoce, no
sin tensiones, en esa lengua, es, en términos formales, ciuda-
dano del Imperio Austro-húngaro. Por consiguiente, cursa sus
estudios en la Universidad de Viena con el notable romanista
Wilhelm Meyer-Lübke y escribe sus primeros textos científicos
en lengua alemana. En esos trabajos se detiene en el examen de
las diferencias entre variedades dialectales y de la confluencia
de lenguas en una zona geográfica que reproduce, de manera
traumática, el “puchero de lenguas” que es, para decirlo con
Deleuze y Guattari (1978), el Imperio de los Habsburgo. Desde
el año 1907, Bartoli enseña “Historia comparada de las lenguas
clásicas y neolatinas” en la Universidad de Turín. Y, a partir de
1910, con la publicación del artículo “Hacia las fuentes del neo-
latín”, da forma a una posición teórica que en un principio de-
nomina “neolingüística” y que irá luego mutando hacia lo que
designa como “lingüística espacial” por la importancia que se le
atribuye a la dinámica territorial y, por extensión necesariamen-

284
diego bentivegna y daniela lauría

te histórica y política, en franca polémica con las posturas que


juzga como positivistas y biologizantes sobre el desarrollo de las
lenguas que proponían los neogramáticos (Ives, 2004).
El pensamiento lingüístico de Bartoli se mueve entre tres
grandes coordenadas: el Atlas lingüístico de Francia de Jules Gi-
llièron (realizado entre 1897 y 1900, y publicado entre 1902 y
1910), la doctrina dialectológica elaborada en la segunda mitad
del siglo xix —en los años del proceso de unificación política
de Italia— por el filólogo y lingüista italiano Graziadio Isaia As-
coli y el renacimiento del idealismo filiado en la Ciencia Nueva
de Giambattista Vico de la mano de Benedetto Croce y de Gio-
vanni Gentile, que se centra en el tema del cambio lingüístico
desde una perspectiva eminentemente histórico-cultural. Desde
este último planteo, las lenguas no cambian por la acción in-
consciente de los hablantes o por generación espontánea, na-
tural (como pensaban los neogramáticos) sino que, por el con-
trario, están inducidos por la acción vivificadora de la historia
expresada a través de transformaciones culturales y sociales de
la comunidad, que implican el contacto con otras lenguas y las
disputas por el predominio de una determinada variedad lin-
güística por sobre otras. Esta lucha no puede concebirse, en ab-
soluto, en términos asépticos; tampoco puede operar aislando
una zona del lenguaje puramente sistemática, como hará la lin-
güística propuesta por el suizo Ferdinand de Saussure en esos
mismos años, sino entendiendo que los fenómenos lingüísticos
son objetos fundamentalmente históricos, insertos siempre en
un entramado de relaciones más amplio y complejo en el que
intervienen múltiples factores.
En este cuadro teórico, la noción de contacto juega un papel
central. De ese contacto (o conflicto) entre formas, variedades y
lenguas, surge un bloque lingüístico relativamente estable en el que
es posible desglosar una variedad dominante y variedades domi-
nadas, cuyas huellas se presentan en aquella en términos de sus-
trato. Ninguna lengua, en este sentido, sustituye completamente
a otra. Ninguna lengua sustituida desaparece, a su vez, sin dejar

285
la reflexión sobre el lenguaje en gramsci

restos. No se trata, por consiguiente, de pensar en términos de una


evolución puramente interna de las lenguas, como consecuencia
de una dinámica completamente conceptualizable en términos de
leyes evolutivas como las que desvelaban a los lingüistas positivis-
tas del siglo xix; tampoco se trata de pensar, como sucede en la
línea saussureana claramente estructuralista, la lengua como pura
inmanencia en términos de valor y sistema, sino de dar cuenta de
la dinámica histórica compleja en la que las lenguas anclan, con-
frontándose con otras y estableciendo una lucha, a veces sorda,
con éstas. Es lógico, pues, que la lingüística proyectada por Bartoli
privilegie para su indagación los contextos en los que los conflictos
de lenguas y de cultura se hacen manifiestos. Los Balcanes son, de
esta manera, un territorio especialmente fértil; lo es, en especial, el
litoral adriático, zona de expansión en su momento de la república
de Venecia y en la que conviven conflictivamente variedades latinas
—italianas, dálmatas, rumanas— con variedades eslavas, magiares
y, más al sur, neohelénicas y albanesas; también lo son las gran-
des islas mediterráneas —Cerdeña, Córcega, Sicilia—, percibidas
como lugares de complejas confluencias de pueblos y lenguas. Ello
explica probablemente que el origen sardo de Gramsci y su rela-
ción tensa con la lengua italiana (es decir, con el toscano deveni-
do en norma estándar y en lengua oficial luego de la unificación
de Italia en 1861), adquirida con esfuerzo, haya resultado, para el
profesor Bartoli, especialmente atractivo, sobre todo teniendo en
cuenta que su maestro, Wilhelm Meyer-Lübke, había planteado la
hipótesis de una autonomía de la lengua de Cerdeña con respecto
a las demás variedades romances3. Al respecto dice Gramsci en el
Cuaderno 1 (1929):
entre la clase cultura y el pueblo hay una marcada distancia:
la lengua del pueblo es todavía el dialecto, con la ayuda
subsidiaria de una jerga italianizante que en gran parte es el
dialecto traducido mecánicamente. Existe además una fuer-
te influencia de los diferentes dialectos en la lengua escrita,
porque también la así llamada clase culta habla la lengua

3
Ver al respecto Giancarlo Schirru (2011). “Antonio Gramsci, studente di lin-
guistica”. En Studi storici, 4, pp. 925-973.

286
diego bentivegna y daniela lauría

nacional en determinados momentos y usa el dialecto en el


habla familiar, es decir, en el habla más viva, adherida a la
realidad inmediata; por otra parte, con todo, la reacción a
los dialectos hace que, al mismo tiempo, la lengua nacional
siga siendo algo fosilizada y anquilosada y cuando pretende
ser familiar se quiebra en una serie de reflejos dialectales.

El joven Gramsci se forma, entonces, en el marco de una


escuela lingüística atenta al componente dialectológico y a la
heterogeneidad lingüística y con un prestigio sólido en el ám-
bito académico internacional, prestigio que tiene sus columnas
en centros universitarios como Turín, Milán o Pisa y en revistas
como el Archivio Glottologico Italiano, fundado en 1873 por As-
coli. En esa escuela, Bartoli se ubicará en el punto de máxima
condensación de lo que Tullio De Mauro (1980) ha caracteriza-
do como una tendencia italiana, un modo de afrontar los pro-
blemas de la lengua cuyas huellas pueden encontrarse en Dante
(De Vulgari eloquentia) y en Vico (De antiquissima italorum sa-
pientia): una tendencia que, dada la hegemonía de las posiciones
sistemáticas de matriz saussureana (la lengua es un sistema) y,
más tarde, de la gramática generativa chomskiana (el lenguaje
es una facultad innata y la lengua una competencia), puede en-
tenderse como una verdadera anomalía italiana. Esta corriente
está integrada por una serie de investigadores que encaran sus
estudios poniendo en primer plano la relación de los hablantes
con las formas lingüísticas en lugar de ocuparse, como hacen las
distintas vertientes del formalismo, de esas formas en sí mismas.
De allí que la lengua, para Gramsci, no sea vista como un
sistema autónomo ni cerrado, tampoco estático y monolítico,
sino como un conjunto móvil, abierto, sujeto a cambios per-
manentes. Con ello se vincula la visión dinámica, la conciencia
de la historicidad de los hechos lingüísticos, la necesidad de
pensar los fenómenos del lenguaje en conexión inextricable
con el ámbito de lo social. No hay lengua pura, abstraída del
devenir histórico concreto de cada comunidad. La lengua es,
por lo tanto, un objeto histórico complejo, articulado en es-

287
la reflexión sobre el lenguaje en gramsci

tratos, en los que operan distintas temporalidades (como, por


ejemplo, los sustratos, los superestratos y los adstratos). Ade-
más, cada estrato remite a rasgos (variaciones) particulares:
diastráticas (sociales, incluyen variables como la edad, el sexo,
el género, la clase, el nivel educativo), diatópicas (geográficas),
diacrónicas (temporales), diafásicas (distintos registros o si-
tuaciones de comunicación). Por otra parte, la relación que
se entabla entre las distintas variedades se revela como una
articulación hegemónica. Esa relación entre una variedad que
se impone y otras que quedan relegadas es, por ende, siempre,
jerarquizada y antagónica, resultado del vínculo entre los usos
lingüísticos de las distintas clases sociales y la institucionaliza-
ción (como veremos más adelante) de determinadas prácticas
verbales. Habría, pues, una concepción política del lenguaje
que Gramsci retoma y reelabora, y cuyos fundamentos se pue-
den hallar en su propia tradición formativa en las aulas de la
universidad turinesa.
En definitiva, las reflexiones sobre el lenguaje y sobre las len-
guas de Gramsci constituyen una zona de disputa de sentidos
con otras corrientes teóricas y políticas con las que se confronta
y en relación con las cuales —sólo en relación con las cuales—
se elabora un posicionamiento lingüístico específico y novedo-
so. En realidad, afirma Gramsci, cada sector construye su pro-
pio lenguaje y con él interviene en el desarrollo de la lengua
nacional, apropiándose de lo que estaba ya en uso y abriéndose,
al mismo tiempo, nuevas aristas comunicativas.

En torno al concepto gramsciano de “gramática” y su relación con


la hegemonía

De especial interés son las elaboraciones y distinciones que


Gramsci pone en juego, en el Cuaderno 29 dedicado íntegra-
mente a cuestiones lingüísticas, en torno al concepto de gramáti-

288
diego bentivegna y daniela lauría

ca, que, vista desde el funcionamiento de la hegemonía, no debe


ser expulsada de la educación elemental, como se desprende de
las posiciones idealistas que proponía Croce. Abandonar su en-
señanza llevaría, para Gramsci, a un “dejar hacer” que termina-
ría reproduciendo la distancia simbólica entre aquellas personas
que heredan la norma legítima en contextos no escolares —bá-
sicamente, en ámbitos familiares, donde la norma no es objeto
de reflexión sistemática— y los miembros de las clases subalter-
nas, relegados a un conocimiento intuitivo y aproximativo de la
norma nacional considerada legítima.
En el siglo xix, unos cuantos años antes de los escritos de
Gramsci, el escritor Alessandro Manzoni postulaba la urgen-
cia de “italianizar” a los habitantes dialectófonos del nuevo
Estado-nación europeo a partir, como ya se indicó unas lí-
neas más arriba, de la adopción de la variedad considerada
más prestigiosa: la toscana, filiada históricamente con la tríada
constitutiva canónica de la literatura italiana —Dante, Petrar-
ca, Boccaccio—. En la concepción de Manzoni, que se afirma
con contundencia en su escrito De la unidad de la lengua y de
los medios para difundirla (1868)4, ante la necesidad de una
lengua común “ya hecha, y no a ser hecha”, lo que debe di-
fundirse es la variedad viva de los hablantes toscanos cultos
—y no la variedad puramente literaria postulada por los pu-
ristas—, para lo cual propone a la escuela como instrumento
de difusión privilegiado y aconseja, además de la redacción
de un Vocabulario de la lengua “viva” adaptado a las nuevas
exigencias, la presencia de maestros de origen toscano en las
diferentes regiones italianas. Hay en los planteos de Manzoni y
de los manzonianos una confianza en la potencia de la escuela
como propagadora de la variedad legítima que, con el tiempo,
se demostrará poco sólida.

4
Se trata de una “relación” ante el Ministerio de Instrucción luego de que Man-
zoni, por entonces senador del Reino, presidiera la Comisión por la unificación
de la lengua.

289
la reflexión sobre el lenguaje en gramsci

A las críticas a esta propuesta que en su momento habían


planteado autoridades como el crítico Francesco De Sanctis y
el propio Ascoli, se suma el Croce de la Estética, que propug-
nará como solución del problema de la lengua lo que, desde
una perspectiva glotopolítica contemporánea (Guespin y Mar-
cellesi, 1986; Arnoux, 2000; Bochmann, 2021), puede pensarse
como “liberalismo lingüístico”, que conduciría a mantener el
statu quo, el orden establecido y no a revertir el estado de situa-
ción, por demás desigual. Para Gramsci, la necesidad legítima
de que un pueblo dividido dialectalmente como el italiano se
comunique no debe llevar a la búsqueda de una lengua única
e ideal, tan artificial como el esperanto propuesto por los uni-
versalistas. Tampoco la solución es el juego libre y espontáneo
de los hablantes, individualmente o en grupo, lo que irá produ-
ciendo la comunidad de espíritu y de intereses, y lo que termi-
nará dando forma a una variedad lingüística compartida. Eso
es un liberalismo de lo concreto, de lo singular, que entiende
las limitaciones para la implantación de una lengua solamente a
partir de la acción del Estado.
En los años treinta, los planteos de Gramsci se enfrentan,
asimismo, a los de la “autarquía lingüística” y el purismo, aspec-
tos que el régimen mussoliniano comienza a enfatizar a partir
de 1932, con la campaña contra las palabras extranjeras, a las
que seguirán acciones glotopolíticas puntuales5. Así, en 1934, el
mismo año en que Gramsci redacta las notas finales, se prohíbe
el uso de extranjerismos en los diarios italianos y el ministro de
instrucción Giuseppe Bottai lleva adelante una encuesta nacio-
nal en torno a las relaciones entre “lengua y revolución fascis-
ta”, tendiente a legitimar el italiano nacional por sobre las varie-
dades regionales, que habían sido objeto de un ataque violento
por parte del propio Mussolini. Se acentúan además los pro-
cesos de italianización forzada de las zonas con población no

5
Ver al respecto Luigi Rossiello, Michele Cortelazzo et al. (1976). La lingua italia-
na e il fascismo. Bolonia: Consorzio Provinciale Pubblica Lettura.

290
diego bentivegna y daniela lauría

ítaloparlante, en especial en las regiones del nordeste habitadas


por hablantes del alemán (el Tirol del sur) y de lenguas eslavas
(Istria y Gorizia). Esos años son, en este sentido, un período de
reflujo en relación con la apertura hacia la enseñanza dialectal y
al espontaneísmo propiciado en los primeros años del régimen.
El fascismo de los años treinta se acercaba, de esta manera, a
las posiciones históricas del manzonismo, de matriz fuertemente
estatista: a un “jacobinismo lingüístico” que se evidencia en la
ejecución de un conjunto de acciones legislativas y de movimien-
tos glotopolíticos, como la compilación de términos —extranje-
rismos o dialectismos (regionalismos)— a ser evitados en el cre-
ciente aparato de comunicación de masas —radio, cine, teatro,
prensa escrita, industria discográfica—, que en el período musso-
liniano alcanza un desarrollo notable. Se produce de este modo
un renacimiento del purismo que se coronará en 1940 con la ins-
tauración de una Comisión para la Italianidad de la Lengua en el
seno de la Academia de Italia. En este marco de construcción de
un “purismo de Estado”, se produce una revalorización de la gra-
mática en el sistema educativo, en especial en los años de la escue-
la elemental. Se escriben, incluso, textos como La gramática de los
italianos, de Ciro Trabalza y Giovanni Allodololi, publicada en
1934 y destinada a convertirse en texto de referencia oficial de lo
que restaba del período fascista. Con esta gramática confrontará
Gramsci en las notas sobre lenguaje, pues ve en ella un regreso
a posiciones —puristas, retóricas, académicas— anteriores a la
irrupción del idealismo de Croce y al historicismo de Bartoli.
El “purismo de Estado” encuentra en el lingüista y crítico
literario Giulio Bertoni a uno de sus representantes más des-
tacados, lo que explica probablemente el encono con el que
Gramsci se concentra contra él en sus escritos lingüísticos. Ber-
toni representa para Gramsci un retroceso en relación con los
aportes de Bartoli, una interpretación errónea de las teorías de
base de la escuela histórica, que explican el progresivo aleja-
miento entre ambos. Bartoli, incluso, dejará de hablar de “neo-
lingüística” (De Mauro, 1980). Reemplazará el término por el

291
la reflexión sobre el lenguaje en gramsci

de “lingüística areal” para evitar las connotaciones asociadas


con las operaciones llevadas adelante por Bertoni.
Las críticas al purismo encarnado en Bertoni no llevan a
Gramsci a sostener una posición espontaneísta en torno a las
relaciones entre lengua nacional y dialectos ya que es una con-
cepción de lengua que se aleja, también, de cualquier forma de
relativismo, que anula las diferencias y las tensiones políticas en-
tre las variedades dialectales y la lengua nacional. Por el contra-
rio, para Gramsci, toda lengua es una lengua impura, atravesada
por tensiones y contradicciones entre fuerzas centrípetas y fuer-
zas centrífugas, entre instancias de unificación e instancias de
dispersión. Es, también, un territorio complejo, habitado por
diferentes temporalidades, que conserva huellas de un pasado
lingüístico, muchas veces reprimido, que manifiesta marcas di-
ferenciales desde lo regional, lo etario o lo social (hoy sumamos
el género) y que se encuentra expuesta a la influencia de otros
complejos lingüísticos nacionales o internacionales, regionales o
cosmopolitas. La heterogeneidad de la lengua es un modo de la
heterogeneidad de lo social, que Gramsci expresa con claridad
en su concepto teórico de “momento”, como un todo en el que
están presenten las huellas del pasado, los remanentes, y están
en germen desarrollos futuros imprevisibles, no teleológicos. A
propósito, el sardo afirma:

¿quién puede controlar el aporte de innovaciones


lingüísticas debidas a los inmigrantes repatriados, a los
viajeros, a los lectores de diarios y lenguas extranjeras, a los
traductores, etc.? (Q29 §2. 2000, p. 229)6.

En las lenguas nada se produce por partogénesis, sino que


todo es producto de relaciones y de conflictos. En consecuencia,
lo que se produce históricamente no es la lengua como entidad
aislada y analizable con instrumentos asépticos, sino una “situa-
ción” en la que participan la contaminación y el antagonismo de

6
En adelante, todas las citas corresponden al Cuaderno 29 del año 1935.

292
diego bentivegna y daniela lauría

las lenguas. El problema de la lengua no se distingue, por ello,


del problema de la hegemonía, entendida como una fuerza que
opera sobre un plano de diferencias y que tiende, en principio,
hacia formas contingentes de unificación, que nunca son plenas.
Que dejan siempre un resto irreductible a lo hegemónico.
Las relaciones entre lenguas y el desglose entre la variedad
nacional y los dialectos regionales es un aspecto de la tensión
entre la Nación y las regiones, entre la cultura de los sectores
dirigentes y el folklore y, al mismo tiempo, una zona donde se
manifiesta el conflicto por la construcción de algo tal como una
cultura nacional-popular que, como desarrolla Gramsci en sus
notas sobre literatura, en la Italia de la primera mitad del siglo
no ha logrado todavía realizarse. Lo nacional y lo popular son,
pues, producto de una lenta elaboración histórica, en la que la
dinámica de las lenguas cumple un papel central.
En efecto, Gramsci va a ir insertando el problema de la di-
fusión de la lengua italiana en sus notas sobre la construcción
del Estado nacional moderno, en contacto con la difusión de la
variedad toscana como una forma prestigiosa y en relación con
el prestigio (y la autoridad) de la literatura producida por los
autores toscanos, pero también en función de la capacidad de
difusión reticular de los mercaderes florentinos, presentes con
sus negocios en las diferentes regiones italianas. El vulgar ilustre
como variante relacionada con la construcción de lo nacional,
capaz de difundirse por razones estrictamente relacionadas con
el prestigio, le permite a Gramsci pensar las relaciones lingüísti-
cas en términos hegemónicos.
En este escenario, la opción de Gramsci es un retorno a la
gramática, pero no en términos de purismo. De hecho, lo que
propone es una operación que instala la problematización y la
historización de la gramática y la concibe como un gesto emi-
nentemente político. La gramática es, así, una noción histórica.
No es un arte, ni un conjunto de reglas para hablar y escribir co-
rrectamente. No es tampoco la descripción del funcionamiento
de una lengua ni la descripción de la facultad innata. Es una

293
la reflexión sobre el lenguaje en gramsci

realidad en la que se entrecruzan e intersectan una multiplici-


dad de hechos. Es una forma de praxis lingüística en la que
intervienen relaciones de poder y, por lo tanto, de hegemonía en
relación con una clase o con un bloque histórico determinado.
La “gramática” (que podríamos reformular como la norma
lingüística, como los “juicios de corrección o incorrección”) no es
para Gramsci un dato de partida, sino un objeto a ser construido
(Ouviña, 2020). No hay, además, algo tal como una gramática única,
una gramática plena, sino que el término “gramática” designa una
complejidad que debe ser pensada, situada en un marco concreto
de discusión: en un sentido estricto, debe ser discernida.
Así, para Gramsci hay que distinguir en principio una gramá-
tica inmanente, una gramática que hoy —Bourdieu (1995) me-
diante— podemos pensar como un habitus de tal modo inter-
nalizado en el sujeto, que pasa a ser percibido como una suerte
de capacidad generativa intrínseca al que habla. Gramsci señala
que “el número de «gramáticas espontáneas o inmanentes» es
incalculable y teóricamente se puede decir que cada quien tiene
su propia gramática”. Esto es, un hablante pone en juego su gra-
mática familiar e institucional, marcada por un acceso desigual
a la lengua. Pero ello, desde un punto de vista histórico, es decir,
desde un punto de vista que politiza el objeto, no puede pen-
sarse sino en relación con formas manifiestamente sociales de la
gramática, es decir, con formas prescriptivas (e, incluso, en oca-
siones proscriptivas) que tienen una capacidad de generación
de aquello que se considera como la norma oral y escrita en un
momento determinado. La gramática se asocia, así, con valores
sociales distintos: algunas son prestigiosas, otras subalternas.
Y, por otro lado, Gramsci se refiere a la gramática normativa,
que es objeto de reflexión, de discernimiento, de análisis. En
ella es posible distinguir entre gramáticas normativas escritas, a
las que define como intervenciones explícitas que no involucran
solo a los hoy llamados instrumentos lingüísticos (gramáticas,
diccionarios, tratados ortográficos, textos escolares, manuales
de estilo) en algunos casos financiados por el Estado y que cir-

294
diego bentivegna y daniela lauría

culan sobre todo a través de la institución educativa, sino tam-


bién existen gramáticas normativas no escritas que se plasman
en una serie diversa de modos de intervención, de formas, de
medios de comunicación y difusión que están muy presentes en
la sociedad civil (prensa, radio, cine, teatro, literatura, discursos
públicos como los políticos y los religiosos). Estos modelos de
lengua que se vehiculizan a través de distintos canales y que tie-
nen un público más vasto que las gramáticas normativas escritas
son focos de irradiación de innovaciones lingüísticas por lo que
constituyen, en definitiva, importantes fuentes de normatividad
para la construcción de la lengua nacional legítima.
Una de las citas más significativas acerca de la gramática nor-
mativa es la siguiente:

En realidad, además de la «gramática inmanente» en todo


lenguaje, existe también, de hecho, es decir incluso si no apa-
rece escrita, una gramática «normativa» (o más); está cons-
tituida por el control recíproco, la enseñanza recíproca, la
«censura» recíproca que se manifiestan con las preguntas:
«¿Qué es lo que entendiste?», «¿Qué es lo que quieres de-
cir?», «Explícate mejor», etc., con la caricatura y la tomada
de pelo, etc., todo ese complejo de acciones y reacciones con-
fluyen en la determinación de un conformismo gramatical,
es decir, en el establecimiento de la «norma» o juicios de co-
rrección o incorrección, etc. (Q29 §2. 2000, p. 228)

En suma, para Gramsci, la norma lingüística es el producto


de un conjunto de interacciones que involucran no solo al Esta-
do, sino al conjunto de lo social. Pensar en la tradición jacobina
que retoma el fascismo (en defensa del ideal de monolingüismo
y, con él, del purismo), que únicamente a partir de disposicio-
nes legislativas o de la producción de gramáticas con el aval de
universidades y academias se puede imponer una norma deter-
minada es ignorar la dinámica compleja de construcción de lo
hegemónico. Por lo tanto, concebida como el producto de una
elaboración histórica, la norma es una forma relativamente esta-
ble, en tensión permanente con otras formas. Es, en última ins-

295
la reflexión sobre el lenguaje en gramsci

tancia, una construcción hegemónica. Ello implica, en primer


lugar, pensar las relaciones de lenguaje en términos de disputa
por la definición de aquello que se considera una cultura legí-
tima: lo “universal” y “cosmopolita”, relacionado con el latín
como lengua de cultura humanística, como lengua del culto ca-
tólico y como lengua administrativa del Papado; lo “nacional”,
relacionado con el predominio del vulgar ilustre toscano; lo “re-
gional”, ligado a la persistencia de las formas que terminarán
denominándose dialectales, pero que en muchos casos tienen
una tradición consolidada en sus usos literarios (siciliano, na-
politano, lombardo, etc.) e, incluso, administrativo-burocrático
(como en el caso del genovés y del véneto, que la República de
Venecia difunde como variedad prestigiosa a lo largo de sus po-
sesiones en el Mediterráneo).
En segundo lugar, la reflexión sobre las lenguas en términos
de hegemonía supone, para Gramsci, ubicarse en el plano de
su reflexión sobre el lugar de los intelectuales en torno a la or-
ganización de la cultura. Lingüistas, gramáticos, lexicógrafos,
filósofos del lenguaje, pedagogos: todos aquellos que produ-
cen discursos sobre el lenguaje y las lenguas son insertos por
Gramsci en el complejo de las disputas en torno a la hegemonía
y, en este sentido, son ubicados en un marco que historiza y que
politiza de manera potente a los discursos metalingüísticos (Del
Valle, Lauria, Oroño y Rojas, 2021). Como lo explicita el propio
Gramsci, las decisiones sobre la “gramática”, la elección y la co-
dificación de una variedad, su uso en el ámbito administrativo y
su uso literario, constituyen actos, en sí mismos, políticos que se
forjan necesariamente en relaciones de hegemonía:

Se podría esbozar un cuadro de la «gramática normativa»


que opera espontáneamente en toda sociedad, en tanto ésta
tiende a unificarse, sea como territorio, sea como cultura, es
decir, en cuanto exista un sector dirigente cuya función sea
reconocida y aceptada (Q29 §2. 2000, p. 228).

[…] la gramática normativa escrita es siempre una «elec-


ción», una dirección cultural, es decir que es siempre un

296
diego bentivegna y daniela lauría

acto de política cultural-nacional. Podrá discutirse el mejor


modo de presentar esta «elección» y la «dirección» para
hacerlas aceptar voluntariamente, es decir, podrá discutir-
se sobre los medios más adecuados para obtener el fin; no
puede haber duda de que hay un fin para alcanzar que tiene
necesidad de medios idóneos y adecuados, es decir, que se
trata de un acto político (Q29 §2. 2000, p. 229).

Cierre: el legado de Gramsci en el estudio del lenguaje

Las reflexiones sobre el lenguaje, las lenguas y las variedades


de Gramsci no son un cuerpo sistemático de nociones, sino un
conjunto disperso que constituye, en su relación con el magma
de escritos del que forman parte, una de las aproximaciones sin
duda más lúcidas para pensar las articulaciones entre los proble-
mas del lenguaje, las cuestiones histórico-culturales y la praxis
crítica. En esa identificación de lo lingüístico, lo social y político
radica la actualidad gramsciana, cuyas marcas y trazas pueden
encontrarse en propuestas como las que impulsa la glotopolítica
latinoamericana actual en sus prácticas investigativas y militan-
tes (Arnoux, 2008a y 2008b; Bentivegna 2011 y 2018; Arnoux
y Lauria, 2016; Bentivegna, Lauria y Niro, 2021; Lauria, 2022).
La perspectiva que el autor sardo adopta tiene un perfil fuer-
temente historicista, y se concentra en la heterogeneidad y en la
manifestación del conflicto: el lenguaje es considerado menos
como una entidad fija que como un espacio donde se exhiben
roces, tensiones, contradicciones y se dirimen posiciones políti-
cas en un momento histórico determinado siempre sometido a
un juego de fuerzas contrapuestas. Reflexionar sobre el lenguaje
supone, entonces, tener en cuenta un entramado de relaciones
amplio y complejo, que excede los límites del campo meramen-
te lingüístico. Esto implica pensar los objetos, los fenómenos y
las situaciones relativos al lenguaje como acontecimientos in-
trínsecamente históricos a partir de la conexión, algunas veces
clara, otras veces inextricable, que estos entablan con transfor-

297
la reflexión sobre el lenguaje en gramsci

maciones, requerimientos y exigencias que se producen en (o


desde) los ámbitos político, social, económico, cultural, educa-
tivo, tecnológico, laboral y demográfico (migratorio). En este
sentido, una diversidad de temas contemporáneos puede ser (y
efectivamente lo es) abordada desde la reflexión gramsciana.
Sin ánimos de ser exhaustivos, mencionamos a continuación
una lista de fenómenos:

– La formación de los Estados modernos y la cuestión de


la configuración de la lengua nacional tanto en países centrales
como periféricos y en distintos momentos del desarrollo capi-
talista.
– Las políticas de lenguas en la etapa actual del capitalismo
tardío: las áreas idiomáticas y las lenguas en el mercado lingüís-
tico. Las lenguas como commodities.
– La formación de los bloques de integración regional y la
cuestión de las lenguas oficiales y de trabajo.
– Lengua y ciudadanía. Monolingüismo y monoglosia vs. di-
versidad, plurilingüismo y heteroglosia. Lenguas y variedades
que luchan por la hegemonía. Las representaciones y los valores
asociados a determinadas variedades no dominantes.
– Las políticas lingüísticas implementadas desde el Estado y
desde distintos sectores de la sociedad civil (movimientos socia-
les, activismos, comunidades de lenguas minoritarias y minori-
zadas: personas sordas que utilizan las lenguas de señas, lenguas
indígenas, lenguas de inmigración reciente europeas, asiáticas y
africanas). Los derechos lingüísticos. Los factores determinan-
tes en la difusión de una determinada variedad al conjunto de
la sociedad: la escuela, los medios de comunicación (la prensa,
la radio), el canon de la literatura (culta y popular), el teatro y el
cine, la traducción como práctica cultural, las reuniones públi-
cas de todo género, la conversación entre los diferentes estratos
de la población y los dialectos locales. Relación entre nacional
y popular. Lengua nacional vs. variedades populares, regionales
(dialectales).

298
diego bentivegna y daniela lauría

– La definición de la norma lingüística (de la lengua legíti-


ma). El tema de la autoridad en materia de regulación de len-
gua. Los “dueños” de la lengua correcta. Las academias de la
lengua. Los instrumentos lingüísticos canónicos (gramáticas,
diccionarios, ortografías). La cuestión de la gramática normati-
va (más o menos descriptiva, o prescriptiva explícitamente) y su
incidencia en el ámbito escolar.
– El cambio lingüístico y las lenguas en contacto/conflicto.
Situaciones de bilingüismo y diglosia. Las lenguas en las fron-
teras.
– La hegemonía del inglés como lingua franca de la ciencia.
– La problemática del lenguaje políticamente correcto, y los
límites de la regulación y el control lingüístico y discursivo.
– Los fenómenos denominados lenguaje no sexista, lenguaje
inclusivo de género, lenguaje no binario.

En suma, volver a Gramsci nos permite no solo abordar la


dimensión política de las intervenciones sobre el espacio públi-
co del lenguaje, como así también la dimensión lingüística de
los procesos políticos, sino que además nos permite compren-
der y transformar la realidad lingüística, principalmente aque-
llas situaciones de desigualdad flagrante, en aras de construir
un horizonte más equitativo, justo y emancipador en términos
lingüísticos, pero no solo.

***

Referencias bibliográficas

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disciplinario”, en Lenguajes: teorías y práctica. Buenos Aires: Instituto
Superior del Profesorado “Joaquín V. González”, Secretaría de Edu-
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Arnoux, E. (2008a). Los discursos sobre la nación y el lenguaje en la for-
mación del Estado (Chile, 1842-1862). Estudio glotopolítico. Buenos

299
la reflexión sobre el lenguaje en gramsci

Aires: Santiago Arcos.


Arnoux, E. (2008b). El discurso latinoamericanista de Hugo Chávez. Bue-
nos Aires: Biblos.
Arnoux, E. y Lauria, D. (2016). “Presentación”. En Narvaja de Arnoux, E.
y Lauria, D. (comps.) Lenguas y discursos en la construcción de la ciuda-
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sobre el lenguaje. pp. 11-50. Sáenz Peña: Eduntref.
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Lauria, D., Oroño, M. y Rojas, D. (eds.) Autorretrato de un idioma.
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Lauria, D. (2022). Lengua y política. Historia crítica de los diccionarios del
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Ouviña, H. (2020). “Gramsci y las malas lenguas. Notas para reivindicar
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300
diego bentivegna y daniela lauría

Lecturas complementarias

Anuarios de Glotopolítica: Disponible en línea: https://glotopolitica.


com/.
Bentivegna, D. (2017) “Antonio Gramsci: Praxis y glotopolítica”. En
Anuario de Glotopolítica, 1, pp. 41-69. Disponible en línea: https://
glotopolitica.com/.
Carlucci, A. (2013) Gramsci and Languages. Leiden: Brill.
Gramsci, A. (2009) Literatura y vida nacional. Cuadernos de la cárcel (Se-
lección). Traducción, edición y notas de Guillermo David. Buenos Ai-
res: Las Cuarenta.
Gramsci, A. (2013) Escritos sobre el lenguaje. Sáenz Peña: Eduntref.
Fiori, G. (2009) Vida de Antonio Gramsci. Buenos Aires: Peón Negro.
Lo Piparo, F. (2008). A lingüística e o não-marxismo de Gramsci. Dis-
ponible en línea: http://www.acessa.com/gramsci/?page=visuali-
zar&id=941.
Mancuso, H. (2010). De lo decible. Entre semiótica y filosofía: Peirce,
Gramsci, Wittgenstein. Buenos Aires: SB Editorial.
Nogueira, L. y Ferreira Fernandes, R. (2017) “Linguagem e metáfora nos
Cadernos do Cárcere de Antonio Gramsci”. En Entremeios (Revista de
Estudos do Discurso), 14, pp. 167-181.
Paoli, A. (1984). La lingüística en Gramsci. Teoría de la comunicación po-
lítica. México: Premia.

*Lxs autorxs del capítulo invitan a lxs lectorxs a sumarse a la pági-


na facebook “Observatorio Latinoamericano de Glotopolítica”.

301
lxs autorxs
agustín artese · Politólogo, magíster en Estudios Sociales
Latinoamericanos y doctorando en Ciencias Sociales por la
Universidad de Buenos Aires. Integrante del Grupo de Estu-
dios “Gramsci en América Latina” (iealc - uba). Docente de
Sociología Política y del seminario “Teoría y praxis política en
el pensamiento de Antonio Gramsci” en la Carrera de Ciencia
Política (uba).
diego bentivegna · Investigador del conicet y docente de
grado y posgrado en las Universidad de Buenos Aires y de Tres
de Febrero. Es director del Observatorio de Glotopolítica, co-
director de la revista Chuy y miembro fundador del Anuario de
Glotopolítica (Buenos Aires - Nueva York). Integra la Cátedra
Libre de Estudios Filológicos Latinoamericanos “Pedro Henrí-
quez Ureña” (uba). Ha publicado, entre otros, los ensayos Pai-
saje oblicuo, El poder de la letra y La eficacia literaria. Es poeta y
tradujo obras de Pasolini, Gramsci y Foscolo.
dario clemente · Licenciado en Relaciones Internacionales y
Doctor en Ciencias Sociales. Becario postdoctoral conicet, do-
cente del Seminario “Teoría y praxis política en el pensamiento
de Antonio Gramsci”. Se ocupa de temas vinculados al neode-
sarrollismo, a la inserción internacional de América Latina y a la
emergencia de nuevas derechas a nivel regional y global.
daniela lauría · Investigadora del conicet con sede en el Ins-
tituto de Lingüística de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires. Es docente de grado y posgrado
en la uba y en la Universidad Pedagógica Nacional. Forma parte
del comité académico de la Maestría en Gestión de Lenguas de la
Universidad Nacional de Tres de Febrero. Integra el Observato-
rio Latinoamericano de Glotopolítica y el comité de especialistas
del Anuario de Glotopolítica. Su último libro es Lengua y política.
Historia crítica de los diccionarios del español de la Argentina.

303
francisco l’huillier · Politólogo y Magíster en Sociología
Económica. Doctorando en Ciencias Sociales por la Universi-
dad de Buenos Aires (uba). Investigador en formación del Ins-
tituto de Estudios Sociales de América Latina y el Caribe. Do-
cente del seminario “Teoría y praxis política en el pensamiento
de Antonio Gramsci” de la Carrera de Ciencia Política (uba).
massimo modonesi · Historiador, Sociólogo y latinoamerica-
nista. Profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam). Ha
sido director de las revistas Memoria y osal. Es autor y editor
de diversos libros centrados en la obra gramsciana, entre ellos
Subalternidad, antagonismo, autonomía. Marxismo y subjetiva-
ción política, Revoluciones pasivas en América Latina y La revo-
lución pasiva. Una antología de estudios gramscianos.
daniela mussi · Doctora y maestra en Ciencia Política por la
Universidad Estadual de Campinas. Profesora de la Universi-
dad Federal de Río de Janeiro. Integrante del Grupo de Inves-
tigación Marxismo y Pensamiento Político (unicamp). Auto-
ra y editora de varios libros que abordan la obra de Antonio
Gramsci, entre ellos Politica e Literatura: Antonio Gramsci e a
Critica Italiana.
hernán ouviña · Politólogo, Doctor en Ciencias Sociales y
educador popular. Profesor de la Carrera de Ciencia Política e
investigador del Instituto de Estudios de América Latina y el Ca-
ribe (uba). Es autor y editor de diversos libros sobre pensamiento
crítico, marxismo y realidad latinoamericana, entre ellos Zapatis-
mo para principiantes, Estados en disputa y Rosa Luxemburgo y la
reinvención de la política. Una lectura desde América Latina.
javier alfredo rodríguez · Estudiante de la carrera de Cien-
cia Política. Docente en el seminario “Teoría y praxis política en
el pensamiento de Antonio Gramsci” (uba). Militante social y
educador popular.

304
giovanni semeraro · Doctor en Educación por la Universi-
dad Federal de Río de Janeiro y en Filosofía Política en la Uni-
versidad de Padua/Italia. Profesor en la Universidad Federal
Fluminense y Coordinador del Núcleo de Estudios e Investiga-
ciones en Filosofía, Política y Educación (nunipe/uff). Entre
sus últimos libros, se destaca Intelectuais, educação e escola - um
estudo do Caderno 12 de Antonio Gramsci.
mabel thwaites rey · Doctora en Teoría del Derecho Político
por la Universidad de Buenos Aires. Profesora de la Carrera de
Ciencia Política y Directora del Instituto de Estudios de Améri-
ca Latina y el Caribe de la uba. Es autora y editora de diversos
libros, entre ellos Gramsci mirando al Sur, La autonomía como
búsqueda, el Estado como contradicción y Estado y marxismo. Un
siglo y medio de debates.

lxs ilustradorxs
alejandra andreoni · Docente de artes, especializada en Educa-
ción Sexual Integral e ilustradora. A su instagram @chealejandra_da
sube gráficas estratégicas y urgentes. Página 134.
luca andrés bastida · Artista visual de entre tiempos y técni-
co electrónico. Actualmente reside en Capital Federal. Sube sus
trabajos en la cuenta instagram @luanb.as. Página 152.
pezzi impazziti [sara clemente] · Utiliza la técnica del colla-
ge analógico para dar nueva forma e historia a restos y recortes
de periódico. Educadora y arteterapeuta, tiene como aliados ti-
jeras y pegamento. Página 302.
alan dufau · Dibujante oriundo del Río marino, de la ciudad
puerto a espaldas del mundo central. Pintor y aprendiz. Páginas
72, 100 y 184.

305
pili emitxin · Activista y trabajadora gráfica cordobesa, hace
ilustración desde y para las luchas feministas y antiextractivistas
alrededor del mundo. Página 264.
sofía labriola · Dibuja desde que tiene memoria y es mura-
lista en colectivo. Estudiante del profesorado en Biología y tra-
bajadora de la Red Puentes, centros de día para el abordaje de
las problemáticas de consumo y situación de calle. Página 210.
ignacio andrés pardo · Artista visual y poeta nacido en
Osorno, actualmente se desenvuelve en Santiago de Chile, don-
de colabora desde 2014 con la Editorial Quimantú y durante el
último tiempo también con Espejo Somos (México). Páginas 6,
14, 234, 282 y 307.

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