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En aquellas épocas prehistóricas el parto ocurría de manera solitaria, en sus propias
casas, sin acompañamiento, es por ello que es considerada la época pre obstétrica.
En ciertas culturas, esta forma de parto aún persiste, convirtiéndose en la forma de
parto de muchas nativas que siguen las prácticas de sus antepasados.
En la tesis de Daniel Lavoreira “El Arte de Curar entre los Antiguos Peruanos”
señala: “Es conocida la facilidad con que nuestras indias realizan sus partos; muchas
veces, en medio de una jornada, se detienen, apuradas por los dolores y en breves
instantes, en un cuarto de hora, o algo más dan a luz. Luego se lavan y lavan a su hijo
si hay agua a la mano; y echándoselo a la espalda envuelto en cualquier trapo,
siguen su camino como si nada hubiera pasado.”
La mujer primitiva para dar a luz, en su trance de parto, se alejaba de los suyos para
aislarse y no tener a nadie en frente, estando sola, en las orillas de los ríos o también
de las lagunas, o según la circunstancia y lugar donde se encuentre, en la soledad del
bosque, en la oscuridad de la caverna, padeciendo de fuertes dolores sin gritos ya
que las fieras merodeaban muchas veces a su alrededor.
La posición que adoptaban era de manera instintiva (cuclillas), pues así le era más
fácil y productivo pujar. La mujer primitiva igualmente de manera instintiva sabía
que tenía que separar la placenta de su hijo, eso lo hacía trozando el Cordón
umbilical con el filo de una piedra o también por machucamiento. El agua, que en
muchas tribus era denominado como elemento purificador o una deidad, se
encargaba de limpiar la sangre del cuerpo del recién nacido y también de la
exploración ginecológica de la recién parida.
En el año 700 A. C (Roma), se promulgó una ley “Ley cesárea – decreto romano” que
concedía al feto el derecho a la vida, después de la muerte de la madre.
Se les llamaba cesones o césares a los niños extraídos postmortem, donde la palabra
“cesárea” es una derivación de “caesus” (corte), es decir, “extraído por un corte”.
Durante la Edad Media, con la desintegración del Imperio Romano, fueron olvidados
lo fórceps y otras prácticas obstétricas, es hasta el Renacimiento donde no se
informa sobre cesáreas practicadas en mujeres vivas. El primer registro de cesárea
es en el año 1500, en Suiza. La embarazada tras varios días de parto, fue intervenida
por su esposo, de oficio de carnicero.
Según François Russet, quien publicó el primer manual escrito sobre la cesárea en
1581 (Paris), recomendaba realizar la cesárea con bebés demasiado corpulentos,
gemelos, muerte del bebé en el útero y cuando había presencia de estrechez en las
vías de parto.
Las mujeres que se dedicaban a ayudar a dar a luz estaban bien preparadas, pero no
recibían una formación oficial. El oficio era aprendido como otros trabajos
artesanales, por medio de la repetición, la observación y la adquisición de
responsabilidades cada vez mayores.
Una característica que debía de poseer una comadrona era el ingenio, para poder
resolver situaciones complicadas, y por último ser moderada y tener buenas
costumbres.
Renacimiento de la Obstetricia
El médico francés, Francois Mouriceau propuso la idea de que la mujer diera a luz en
una cama ginecológica, publicando en 1668 su tratado “Las enfermedades de las
mujeres en el embarazo y el parto” siendo considerada como la obra obstétrica más
sobresaliente del siglo XVII.
En 1701, Deventer publicó su famoso libro titulado “Nueva luz para las parteras”, en
lo cual, se convirtió en el primer estudio completo de la anatomía de la pelvis y sus
deformaciones, así como la relación entre éstas y el desarrollo del parto. Su
publicación tuvo una inmensa influencia en el ejercicio obstétrico durante 150 años.
La primera cesárea vaginal (episiotomía) fue hecha por Alfred Dúhrssen en 1896,
que viene a ser para la época un valioso recurso para sortear con éxito las
dificultades del parto.
En 1897 W. Zoege von Manteuffel (Dorpat, Livonia), aporta a la cirugía los guantes
de goma. Siendo éste un objeto más que significativo en el ejercicio obstétrico y
ginecológico.