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Pags. 1 Al 114 Artigas Petit
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Federalismo y
soberanía
UNIVERSIDAD DE LA REPUBLICA
FACULTAD
DE HUMANIDADES
Y CIENCIAS
Eugenio Petit Muñoz
ARTIGAS
Federalismo y
soberania
Eugenio Petit Muñoz
ARTIGAS
Federalismo y
soberanía
Universidad de la República
Facultad de Humanidades v Ciencias
Departamento de Publicaciones
Copyright de la presente edición Departa-
mento de Publicaciones - Facultad de Hu-
manidades y Ciencias - Universidad de la
Repúbilca
PROLOGO
J. Bentancourt Díaz
EL FEDERALISMO DE JOSE ARTIGAS
Y EL FEDERALISMO NORTEAMERICANO
LA INTERPRETACION DINAMICA
DEL FEDERALISMO ARTIGUISTA
o cámara alta y una asamblea, todos elegidos, aquí también, por los
hombres libres y plantadores, se les ha llamado gobiernos de reales
cartas constitucionales; pero atendiendo aquí también, al origen de
donde procedía la elección del gobernador, se les ha denominado
igualmente gobiernos republicanos. Pero como, de estas tres colonias,
solo Connecticut y Rhode Island conservaban esta estructura cuando
sobrevino la revolución, pues la carta de Massachussets fue modificada
en 1791 implantándose en ella el nombramiento del gobernador por
el rey en lugar de serlo, como antes, por lo que se llamaba "el pueblo",
es decir, los terratenientes y pobladores, manteniendo el orden
popular para la asamblea y el consejo, esta última colonia (la más
antigua de las tres), ha sido llamada, para su último período, semi-real.
Económicamente Massachussets fue diferenciándose también hasta
transformarse con su puerto de Boston, en un gran centro naviero
y cultural, desde su Universidad de Harvard.
Un tercer tipo de colonias nació como resultado, también,de la per-
secución religiosa en Inglaterra, buscando crear tierras de refugio pa-
ra los que profesasen igual credo, sobre la base del otorgamiento de
derechos feudales a un señor, que recibía el nombre de propietario a
cambio de un tributo simbólico (libre socage) que éste depositaba
periódicamente en el castillo de Windsor, en reconocimiento de su va-
sallaje, además del quinto del oro y la plata que encontrase. ales fue-
ron Pensylvania y Delaware, fundadas por el cuáquero William Penn
(que entregaría al rey anualmente dos cueros de castor), y, antes que
ellas, Maryland, fundada por el católico John Calveret (Lord Balti-
more), quien tributaría un manojo de flechas de indios, también todos
los años, las tres son tierras compradas a los indios por sus propieta-
rios respectivos, los cuales podían ejercer directamente el gobierno
por sí mismos, pero que adoptando las formas que la experiencia había
consagrado en las otras colonias, lo hicieron ya personalmente a veces,
ya nombrando ellos mismos un gobernador, pero con la participación
de los "hombres libres" de su territorio, quienes elegían su asamblea y
su consejo. Estas tres fueron las llamadas "colonias de propietarios"
o "colonias propietarias". En ellas dominaba la explotación agrícola,
aunque Delaware era también naviera, y no tenían esclavos.
Debe ahora, señalarse que, aún cuando a todas ellas las vinculaba,
19
deudas.
Los corifeos de esta idea eran llamados "unionistas", Washington
lo era, y de los más decididos. Hamilton que ni siquiera era natural de
los Estados Unidos, pues era un súbdito británico originariamente, na-
cido en las Antillas, abogado de banqueros acreedores, tenía prepara-
do desde hacía años un proyecto de Constitución, y prestaría su genio
jurídico a la magna construcción. Al terminar la guerra, en su despedi-
da al ejército, Washington había escrito a sus oficiales y soldados que
"El honor, la dignidad, la justicia del país se perderán para siempre si
no se aumentan los poderes de la Unión. El general deja pues a cada
oficial y a cada soldado, conto su ultima orden, la de uncir sus esfuer-
zos a los de sus dignos conciudadanos para alcanzar este grande e im-
portante resultado del cual depende nuestra existencia misiva corno
nación".
De este modo se reunió la Convención de Filadelfia de 1787, que
se proponía en realidad hacer una Constitución de jerarquía superior
a los trece estados, y cuyos verdaderos fines se hicieron visibles, en la
forma que veremos sólo después de su entrada en vigor. durante la pre-
sidencia de Washington y en las diferentes posiciones sustentadas
respectivamente por sus ministros, Hamilton y Jefferson, pero, como
también lo hemos de ver, el propio articulado de la Constitución que
fue su obra lo anunciaba ya para el intérprete perspicaz.
La Convención sesionó secretamente. Eligió presidente a Washing-
ton que habló una sola vez, y brevemente, sólo para echar el peso de
su prestigio a favor de la aprobación de la Constitución contra algunos
delegados que se oponían a aprobarla sólo porque no se accedía a au-
mentar la representación inicialmente prevista para la Cáinara de Re-
presentantes, y habían presentado tina enmienda para modificarla
en ese sentido. Sus miembros se comprometieron a no tomar notas de
lo que se hablaba en los debates. Sólo Madison sacaba escuetísimos
apuntes que luego explayaba fuera de la Convención, y son hoy co-
leccionados en los "Madison Papers", una fuente preciosa para la his-
toria y la interpretación de la Constitución.
En pocos meses, y tras no pocos debates, la Constitución quedó
terminada.
Hubo que superar varias dificultades que por momentos parecieron
25
LA CONSTITUCION FEDERAL
la probidad y a la verdad.
"Consolidada la Unión uniendo financieramente a los estados como
estaban unidos políticamente.
"Fundaba el crédito americano por este gran ajemplo de fidelidad
a las obligaciones públicas, y por las garantías que aseguraba a su eje-
cución.
"Fortificaba al gobierno central uniendo alrededor de él a los capita-
listas, y dándole, sobre ellos y por ellos, poderosos medios de influen-
cia.
,,Al primer motivo, los adversarios de Hailton no cesaban de ha-
cer objeción abierta; pero se esforzaban por atenuar la autoridad
del principio rechazando el mérito igual de los créditos, discutiendo la
moralidad de los acreedores, protestando contra los impuestos.
"Partidos de la independencia local, rechazaban, en lugar de aplau-
dirlas, las consecuencias políticas de la unión financiera, y pedían, en
virtud de sus principios generales, que tos estados fuesen abandona-
dos, en el pasado como en el porvenir, a los azares diversos de su situa-
ción y de su destino.
"El crédito americano les parecía demasiado caramente comprado.
Se le obtendría, en caso necesario, por medios menos onerosos y más
simples. Acusaban a las teorías de Hamilton sobre el crédito, las deu-
das públicas, la amortización y los bancos, de oscuridad y de ilusión.
"Pero el último efecto del sistema excitaba sobre todo su cólera.
La aristocracia del dinero es, para el poder, un aliado peligroso, pues
es ella la que inspira la menor estima y la mayor envidia. Cuando se
trataba del pago de la deuda pública, el partido federalista tenía en su
favor los principios de moralidad y de honor. Cuando la deuda pública
y las operaciones a las cuales daba lugar se transformaban en un me-
dio de fortuna súbita, y tal vez de influencia legítima, la severidad
moral pasaba al partido democrático, y la probidad prestaba a la en-
vidia su apoyo.
"Hamilton sostenía la lucha con su energía acostumbrada, tan puro
como convencido, jefe de partido aún más que financista, y preocupa-
do sobre todo, en la administración de las finanzas, de su objetivo po-
lítico; la fundación del Estado y la fuerza de su gobierno".
Sin duda porque había podido adivinarse todo esto que iba a sobre-
32
todos sus matices pero esta última, sobre todo, con las tónicas funda-
mentales que la historia reconoce, sustancialmente y en sus grandes
trazos, en lo que puede Hamarse la psicología del pueblo español, y
que hemos creído acertar a sintetizar en otra obra como energía,
entereza, digníficación y exaltación de la personalidad; religión,
técnica, cultura, instituciones, tradición jurídica -sabia popular, inclu-
so el particularismo de los fueros-, tráfico comercial, armazón legal,
administración.
Agréguese, para lograr una captación cabal de lo heterogéneo de
tales estructuras, la desigual distribución, de todos modos movediza,
del elemento blanco, política y económicamente dominante, y, por
ello, en grueso, dueño de la explotación, y de los dos elementos
étnicos explotados, el indígena -casi nulo en Buenos Aires y en Mon-
tevideo- y el negro -casi nulo en el Alto Perú- con el continuo
rebrotar de mestizajes, castas y pardos que de ellos se originó; y,
volviendo ahora a hacer caudal de nuestra advertencia, que formula-
mos más arriba, acerca del factor económico, recordemos que el plas-
ma hispánico había traído también con él el aporte económico euro-
peo -el ganado, el trigo, las hortalizas, los frutales y la vid, (la caña de
azúcar, aunque no europea, llegó a Tucumán también con el aporte
europeo), el instrumental, con las naves, la rueda y el hierro como las
más trascendentales de estas que fueron, a su llegada, revolucionarias
novedades; los "efectos" o mercaderías manufacturadas; la moneda,
la vivienda y el vestido- aporte que se conjugó por modos divergísi-
mos con las riquezas naturales en metales preciosos, en árboles, en
plantas, sobre todo el maíz, en pasturas y tierras de labor y en anima-
les, como la llama, la alpaca, el huanaco y la vicuña, o como la ballena
y el lobo marino, que, en su conjunto, el Río de la Plata ofrecía ala
explotación, aún con las más opacas, aunque no pocas veces valiosas
artes de industria indígena.
Conjunto en que convivían, mal avenidos, el centro de autoridad
suprema, radicado en Buenos Aires, y la germinante vida propia y mu-
chas veces rival de los dos grandes puertos del virreinato, el de la capi-
tal y el de Montevideo; de sus dispersísimas ciudades, villas y pueblos,
españoles o indígenas; y fuera de ellos, según las regiones de sus es-
tancias y pulperías, de sus chacras, sus ingenios. sus viñedos y trapi-
36
ches, sus minas, sus obrajes o sus yerbales, sus capillas, sus fortalezas,
sus fortines, sus guardias militares o sus "reales'.
El acontecer y suceder político y militar de la Revolución se preci-
pitó pues, sobre ese inmenso panorama polúnorfo, pocas veces denso,
casi siempre ralo, o, mejor, ralísimo, y aún desierto, asiento de tan va-
rios y sustanciales mundos rezumantes de sabrosísima vida propia y de
tal manera separados entre sí pero sometidos artificialmente a la uni-
ficación en el papel y de papeleo, pero también al cabo, de mando y
jerarquía (que no de elección voluntaria por los pueblos, pues no se
les consultaba para ello), que resultaba de esa centralización implanta-
da desde España en Buenos Aires para ser ejercida, a través de una
multitud de nomas y trámites de esta última o que afluían a ella,
primero por Capitanes Generales y luego por Virreyes.
una esperanza y una gloria que no tienen igual en la vida del hombre:
la esperanza y la gloria del libertador. Y para los pueblos que son su
herencia única y preciosa, el origen de los más nobles de los séntimien-
tos que puedan abrigar: la admiración, la gratitud y la lealtad, que, en
el caso de nuestro pueblo con relación a Artigas, sé equivalen con la
admiración, la gratitud y la lealtad a los ideales de libertad y de jus-
ticia, y a la infinitud de sus posibilidades de progreso.
tria; y á morir antes con honor, que vivir con ignominia en afrentoso
cautiverio", 9
Si en este documento no explicó Artigas cuáles eran los fines que
perseguía la Junta, lo hizo en cambio -podemos afirmarlo- en nume-
rosas cartas privadas que dirigió a los principales vecinos de la campa-
ña y de Montevideo. En esta misma proclama de Mercedes alude a
ells, cuando, en uno de los párrafos que deliberadamente no había-
mos transcripto, dice: "He convocado á todos los compatriotas carac-
terizados de la campaña; y todos, todos se ofrecen con sus personas y
bienes, á contribuir á la defensa de nuestrajusta causa".' o Y también
en otra nota a la Junta, del 10 de Mayo de 1811, expresa que "Desde
mi arribo a Paysandú, dirigí varias cartas á los sugetos más caracteriza-
dos, tanto de la Campaña, como de la Ciudad de Montevideo; y entre
estos fué uno D." Ant.° Pereyra, de los q.° se ofrecieron con sus bie-
nes, y todas sus facultades, á emplearse en obsequio de nra. sagrada
causa. Del mismo. modo el conductor D." Man.° Villagran, me há he-
cho iguales ofertas..."r t
La posteridad no ha podido, desgraciadamente, recoger hasta ahora
ni una sola de esas cartas, que nos mostrarían para qué fines, con qué
palabras, y encendiéndoles qué clase de sentimientos, convocaba Ar-
tigas, por primera vez, al pueblo oriental para que se lanzara a la insu-
rrección armada„ aunque no debemos desesperar de que un día apa-
rezca alguna, entre restos de papeles enmohecidos, en algún olvidado
arcón de nuestras viejas familias, a las cuales, como porfiadamente lo
venimos haciendo todos los años, desde el aula, a.nuestros alumnos,
invitamos ahora, aquí, a extremar su búsqueda. Pero podemos conocer
de todos modos, clarísamamente, cuál era e! sentido que ellas tenían,
gracias a los tan inequívocos términos con que se lo comunica a la
Junta, en su no a del 21 de Abril de 1811. Dicen así:
"Mi prim.' cilig.° en esta, fue dirigir varias confidenciales, á los Su-
getos mas caracterizados de la campaña, instruyéndoles del verdadero
y sano objeto ¿e esa Excma. Junta y del interez q.° toman sus. sabias
disposiciones, en mantener ilésos estos preciosos Dominios denro. in-
fortunado Rey, y restablecer a los Pueblos la Tranquilidad usurpada, p.r
los ambiciosos mandones q.° los oprimen, dessimpresionándolos
49
(en mis contenidas) de las falaces sugestiones de aquellos. 1' han sido
tambien recibidas mis antedhas, q." todos estan dispuestos á defender
ora. causa; ofreciendo sus personas y bienes, en obsequio de ella'.
Y agrega: "El patriótico entusiasmo del paisanage es general... De
modo, q,` á los tiranos no les queda mas recurso, q.° el Triste partido
de la desesperación... Los enemigos, han destacadola mayor parte de
su fuerza... y puede VE. descansar en los esfuerzos de estas Legiones
Patrioticas, q.° sabran romper las caden.r de su esclavitud, y asegurar
la felicidad de la Patria". 12
Como puede verse, si en el primero de los dos documentos que es-
tamos comentando no se hace invocación expresa a Fernando Vil, la
insistencia en demostrar adhesión a la Junta, que, ella sí, la venía
haciendo por modo tan ostensible, la equivale sin duda; y, de todos
modos, el segundo documento, y, con toda seguridad, las "confiden-
ciales" a que el mismo se refiere, se empeñan en recordar que "el ver-
dadero y sano objeto de esa Excma. Junta" es "mantener (ésos estos
Dominios denro. infortunado Rey". Se alude además a los enemigos
como a su surpadores y "mandones", y se afirma que las cartas que di-
rigió a los vecinos se proponían desinpresionar a éstos "de las fala-
ces sugestiones de aquellos", es decir, desimpresionarlos, sin duda,
de que fuera cierto que, como seguramente lo propalaban Elío y los
marinos de Montevideo, la Junta desconocía los derechos del Rey
y se proponía la independencia absoluta. 13
Podemos asegurar, pues, que al promover el alzamiento de 1811,
Artigas, como el año anterior, según lo hemos visto, lo habían hecho
la Junta en las instrucciones secretas a Ocampo, y el propio Ocampo
Castelli en sus proclamas, con relación a las provincias interiores,t
procuraba consolidar el fernandismo, para el futuro, en las masas de
la Banda Oriental.
No debemos desestimar en modo alguno ni el antiguo y arraigado
anhelo del gobierno propio, ni la influencia de los factores económicos
circunstanciales a que hemos visto aludir al propio Artigas y a Salazar
en sus notas, que respectivamente hemos citado, de 21 de Mayo y 19
de Noviembre de' 1811.1 5
Pero en cuanto a esta causa económica circunstancial, no debemos
exagerar su alcance cuando estamos viendo, precisamente, que los pro-
50
Montevideo a las que acaba de vencer, los llama, a éstos, una vez "ti-
ranos", veintitrés veces "enemigos" (incluyéndose en esa designación
a las que hace empleando términos equivalentes tales como "fuerzas
enemigas", "columna enemiga", "tropa enemiga", "retaguardia ene-
miga", "fuerza enemiga", "el enemigo" o "el parque enemigo"); y a
aquéllos (prescindiendo de las veces en que las alude sólo militarmen-
te, llamándolas "tropa"), los denomina una vez "gente patriota", otra
"compatriotas" y otra "las amas de ora. Patria".
No puede dejarse de consignar, porque aunque no se refiere a defi-
nición política, viene a integrar el ideario de Artigas con su primer ele-
mento humanitario, que en este parte a Rondeau dice también Arti-
gas "yo mismo en persona contexté se rindieran á discrecion librando
la vida de todos... " 2
En el parte que dirige a la Junta el 30 de Mayo inmediato, tampoco
aparecen alusiones a Fernando, y, en cuanto a los términos con que
designa a cada uno de los bandos, podemos anotar que a uno lo llama
cuatro veces "insurgentes", quince veces "enemigos", tres veces "con-
trarios", una vez "la tiranía", una "esclavos de los tiranos", una "go-
bierno de Montevideo", una "tiránico gobierno", una "autoridades co-
rrompidas", una "indignos mandones"; y al otro, una vez "armas de
la Patria", una "soldados de la Patria", una "nosotros", una "la gente
americana" (y habla aquí de "la generosidad que distingue a la gente
americana"), una "los nuestros", una "nuestras asnas", una "nues-
tros soldados", una "beneméritos de la patria" (refiriéndose a los ofi-
ciales), una "el patriotismo", y una "la libertad de mi atoada patria".
Ni una vez, pues, son llamados los enemigos "los realistas" ni "los
españoles", como, refiriéndose al momento de Las Piedras y aún a
hechos anteriores a la Revolución, han dado en llamarlos, todavía
hoy, los historiadores. Y si se nos preguntase por qué era ello así,
contestaríamos que, en cuanto a lo primero, ello se debía a que ambos
bandos eran todavía realistas por igual, desde que por igual invocaban
a Fernando VII; y que, en cuanto a lo segundo, la respuesta nos la
daría el propio Artigas en un párrafo de este mismo parte, en el que
dice: "de los enemigos muchos eran vecinos de la campaña", es decir,
que había entre ellos numerosos nacidos en la Banda Oriental, "que
fugaron y se retiraron á sus casas y algunos pocos se extraviaron y
54
NOTAS
1 Ley 13, tit. li, Libro II de la Recopilación de Leyes de los Reinos de las
Indias.
Ib ¡bid.
24 ¡bid., p. (494).
26 Jbfd., p. /499).
implícita que de esto último resultaba, de que esté derecho igual era
a la vez un derecho patriótico y justo, nos movieron a buscar cuál ha-
bría podido ser el conocimiento que de tal actitud de "nuestros pai.
sanos de La Paz" tuvieron los orientales en los momentos preludiales
del éxodo, Y se nos hacía indispensable luego medir si ese conoci-
miento, que indudablemente existía, y como cosa del tal jerarquía
que mereció venir por dos veces en pocos días -tal una lúcida obse-
sión- a figurar en palabras de Artigas destinadas a dejar solemnizadas
por escrito las razones determinantes y el derecho justificador de la
emigración oriental, podía en efecto promover -operando sobre los
espíritus de hombres angustiados por la presión predisponente de una
ronjunción de idénticos peligros, con el vigor y la claridad de imagen
salvadora, y por ello determinante de la decisión sublime, en la cual
quedase encendida y trazada firmemente la conducta de todo el pue-
blo oriental- un desencadenamiento incontrastable de fuerzas psico-
lógicas como el que, semejante a una avalancha, llegó de verdad a en-
volver y arrastrar al propio Artigas, testigo emocionado de los hechos
y en modo alguno promotor deliberado y ni siquiera inspirador con-
ciente de los mismos, porque el éxodo no hacía sino crearle dificulta-
des, militares y de abastecimiento, aunque sí demócrata y compla-
ciente acatador del anónimo dictado de la voluntad popular desborda-
da y en camino de una finalidad superior, como numerosos y por de-
más conocidos testimonios lo prueban, y como él mismo se encargó
de dejarnos escrito que tal fue en efecto su propia interpretación de
las cosas cuando dijo, en esta misma nota del 14 de Diciembre: "Yo
no ocultaré a V. E. que por un contraste singular de las circunstancias
miraba con secreto placer la determinación magnánima de mis paisa-
nos en el acto mismo que temía fuese un obstáculo para los movimien-
tos militares"?o
Encontramos la fuente de conocimiento que de la emigración de
los habitantes de La Paz tuvieron los orientales, y no dudamos de que
esa fuente pudo ser en realidad suficiente para desencadenar esa ava-
lancha psicológica, tal es la grandeza de la resolución colectiva que ella
traduce, tales la simpatía que enciende en el corazón y su potencia de
sugestión, la belleza imponente con que de inmediato subyuga al ofre-
cer la evocación de unos inmensos escenarios de montañas abruptas
73
3o. - Ese pacto tácito quedó roto desde el instante mismo en que
Buenos Aires retiró a los orientales los auxilios que les había prestado
para entregarlos en cambio al poder de Elío, es decir, quedó roto al
celebrar el gobierno de Buenos Aires el Armisticio de Octubre de 1811
con Elío sin consultar al pueblo oriental, cuya suerte sin embargo se
decidía en este mismo Armisticio en la forma recordada.
4o. - Al romperse ese pacto, y como tampoco "quisieron entrar en
un pacto con la tiranía" (es decir, con Elfo), los orientales recobraron
su soberanía originaria, y vinieron a quedar, como se dice allí, "en el
goce de nuestros derechos primitivos", (¿nuevamente el pensamiento
de Rousseau?) como "un pueblo abandonado a sí solo, y que, bien
analizadas las circunstancias que le rodeaban, pudo mirarse como el
primero de la tierra, sin que pudiera haber otro que reclamase su do-
minio", puesto que desconocía por igual a Buenos Aires y a Elío.
(Aquí, en cambio, lo hemos visto en el parágrafo ti, está una influen-
cia inequívoca de Paine).
So. - Ese pueblo, "en uso de su soberanía inalienable, pudo deter-
minarse según el voto de su voluntad suprema".
6o. - Por eso, se dice ya, en un comienzo, "nos constituímos en
una forma bajo todos los aspectos legal", y se repite, con palabras
hermosísimas: "celebramos el acto solemne, sacrosanto siempre, de
una constitución social, erigiéndonos una cabeza en la persona de
nuestro dignísimo ciudadano Don José Artigas para el orden militar,
de que necesitábamos" (¿otra vez más, todavía, el soplo de Rousseau?).
7o. - Es en esas condiciones, con Artigas por Jefe electo por la vo-
luntad general del pueblo oriental soberano, que Sarratea desconoce y
atropella todos estos derechos de los orientales en la forma que recor-
damos al comienzo.
Bo. - Aun cuando los jefes orientales piden sobre esto justicia al
Cabildo de Buenos Aires, como Artigas la pide el mismo día al Triun-
virato, en la antes aludida nota que, aunque hemos dicho que no pu-
blicamos aquí, hemos recomendado más arriba como digna de lectu-
ra, tratan de igual a igual a Buenos Aires, y no como a superior
diciendo a aquél que "las consideraciones debidas a V. E." son "igua-
les precisamente a las de los demás pueblos".
9o. - Pero reconocen que el pueblo de Buenos Aires, cuyas glorias
81
como libertador inicial recuerdan una y otra vez, nunca abrigó ideas
de conquista sobre el nuestro, sino de "auxilio de su liberalidad".
10o. - Afirman tácitamente que ambos pueblos deben tenerse con-
sideraciones recíprocas, porque no obstante esa soberanía que adqui-
rió nuestro pueblo, parece mirarse como en estado de confederación
con Buenos Aires; confederación sin duda tácita también, pues des-
pués de roto el pacto tácito anterior, no ha vuelto a contraerse expre-
samente otro nuevo; y que, en este estado de confederación, el de
Buenos Aires no es un verdadero "Gobierno superior de las Provincias
Unidas", no obstante ostentar ese título, sino un mero órgano común
a provincias dueñas de iguales derechos, aceptado por necesidad sólo
para "girar con más acierto en las relaciones exteriores".
Estas ideas, (el pueblo abandonado a sí mismo, la libertad origina-
ria, el contrato social como origen del Gobierno, la confederación,
etc.), confirman claramente, volvemos a decirlo, que ya para esta fe-
cha comenzaban a extraerse en el campamento oriental del Ayuí, y
fundamentalmente por Artigas, inspirador indudable de todo el pen-
samiento político que dirigía los pasos del pueblo que lo tenía por Je-
fe, ideas de Rousseau, mezcladas con los conceptos de Tomás Paine
y de algunos de los documentos norteamericanos como los "Artícu-
los de Confederación y Perpetua Unión" contenidos en el libro de do-
cumentos compilados y traducidos al castellano por el caraqueño Ma-
nuel García de Sena y publicado en Filadelfia en 1811 con el nombre
de La independencia de la Costa Firme justificada por Thomas Paine
treinta años hQ, a que nos hemos referido en la segunda parte de este
capítulo, aunque no aparece todavía transcripción literal de ninguno
de los textos articulados de los citados "Artículos de Confederación"
ni de otro alguno del derecho político norteamericano.
I lo. - Véase finalmente cómo la nota artiguista opone el "derecho
abominable nacido de la fuerza" que encarnaba Sarratea al "carácter
de libres" que era "nuestra riqueza, y el único tesoro que reservaba
nuestra ternura a nuestra posteridad preciosa".
A siglo y medio de distancia, estremece de gratitud el sublime lega-
do.
83
NOTAS
23 Ibid.
25 Ibid., p• (622).
28 Ibid.
31 Oficio de los Jefes de: Ejército Oriental al Gobierno de las Provincias Uni-
das del Río de la Plata, Berra del Ayuí, Agosto 27 de 1812, en MINISTE-
RIO DE RELACIONES EXTERIORES, Archivo Histórico Diplomático
del Uruguay, t. III, La Diplomacia de la Patria Vieja, (1811 - 1820), Com-
pilación y advertencia por JUAN E. PIVEL DEVOTO y RODOLFO FONSE-
CA MUÑOZ, p. 21, Montevideo, 1943.
(el tratar este segundo punto antes que el primero no significa que le
atribuyamos mayor jerarquía ni ningún otro motivo de prelación con
respecto al primero, que era, como bien lo vió Artigas, el fundamental,
sino que lo hacemos simplemente por una razón de comodidad para
la exposición); como segundo objeto, pues, aumentar el número de
diputados orientales, los cuales, como dirá luego en carta al Paraguay,
siendo seis, se sumarían a los dos de Tucumán y a los siete que Artigas
pensaba debía enviar "esa Provincia Grande", para defender la causa
de la confederación en la Asamblea.s Sobre los motivos y la proceden-
cia de ese pedido de aumento de diputados, no dice una palabra Artigas
en su oración, limitándose a plantearlo, pero los comentaremos más
ampliamente por nuestra parte en el Capítulo IV, como aspecto del
examen de las condiciones contenidas en el acta del 5 de Abril.
La convocatoria del congreso oriental respondió a este otro antece-
dente inmediato y. de principios cuya solución plantea Artigas como
primer objetivo del mismo: la Asamblea exige a todos los jefes mili-
tares que la reconozcan. Llega a Rondeau y a Artigas este pedido.
Rondeati, superior de Artigas, le trasmite la orden. Artigas le contesta
que él, Rondeau, puede jurar la Asamblea, pero no así Artigas mismo.
Piensa Artigas, seguramente, como en los tiempos de Sarratea, aunque
no lo dice en su respuesta a Rondeau, que él es el Jefe de los Orien-
tales, electo soberanamente por éstos, y no sólo un subalterno militar
de Buenos Aires. Por eso, le dice que ha dirigido invitacíones a todos
los pueblos de esta Banda para consultarles si debe prestar el recono-
chniento que se le solicita: que éstos se reunirán e1,3 de Abril (fecha
luego postergada por dos veces, como se vió), y que le pide que, entre
tanto, suspenda él su reconocimiento, para verificarlo juntos.9 Artigas
pensaba, pues, que debía prestarse ese reconocimiento, pero hacién-
dolo, como expresará, en forma de pacto, es decir, siempre de igual
a igual con Buenos Aires, y no por obedecimiento: parte, pues, del
mismo concepto básico que le hemos visto sostener frente a Sarratea,
de que el pueblo oriental era soberano. Este mismo concepto se le
había encomendado defender, por parte del ejército oriental, en Enero
de 1813, para que lo hiciese reconocer por Buenos Aires, a Don Tomás
García de Zúeiga, en términos todavía más precisos y preciosos por
lo amplios, diciendo que "la soberanía particular de los pueblos será
91
ofrece", en esta otra frase, que las abarca a ambas: "Estamos aún bajo
la fe de los hombres y no aparecen las seguridades del contrato".
Y más claramente todavía podemos percibir otra influencia de la
teoría del Contrato Social en la célebre frase: "Mi autoridad emana de
vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana".
En efecto, el capítulo XIV del Libro tercero del Contrato Social
contienza, precisamente, con los siguientes párrafos: "Luego que el
pueblo está legítimamente en cuerpo soberano, toda jurisdicslon de
gobierno cesa, se suspende el poder executivo, y la persona del ultimo
ciudadano es tan sagrada e inviolable como la del primer magistrado,
porque ante el representado desaparece el representante"' 11
El fragmento transcripto, tomado en su integridad, es la base jurídi-
ca de la recordada frase de la Oración de Abril, y su párrafo inicial es
de una impresionante semejanza con ella. Pero la claúsula artigitista,
merced a la feliz audacia con que suprime la prolijidad casi redundante
de los razonamientos es tnás breve, más rotunda y más enérgica,
y por ello, niás elocuente. Y, todavía, tiene el mérito de que en la
fácil y natural belleza con que acertó a dar en tan pocas palabras y con
la fuerza rítmica que ellas adquieren por estar compuestas de un ende-
casílabo seguido de dos heptasílabos, lo medular del pensamiento rou-
sseauniano, halló lugar para recordar además, allí mismo y en un solo
trazo, que el origen de la autoridad está en el pueblo, concepto que era
menester traer como antecedente lógico indispensable al recuerdo y
a la meditación del propio pueblo que lo iba a escuchar y a quien
venía a devolvérsele la autoridad.
Este concepto está también, sin duda, en el Contrato Social, pero
en otros capítulos y diluido a través de los conocidos meandros, ne-
cesarios para el buen encadenamiento de ros razonamientos en el libro
famoso, que el autor de éste le hace recorrer, y cuya reproducción, ni
aún abreviada, habría sido en cambio, en un discurso de apertura de
una asamblea pública, fastidiosa y capaz de hacer perder a las ideas
la energía que reclamaban en las circunstancias.
Y agreguemos que no sólo devolvió así el poder, expresando ade-
más: como podrá verse, que "yo ofendería altamente vuestro carácter
y el mío, vulnerando enormemente vuestros derechos sagrados, si pa-
sase a resolver por mí una materia reservada sólo a vosotros", sino
94
NOTAS
conciso) decían que esa constitución era federal, por lo que resultaba
imposible que ni Artigas ni nadie que hubiera leído esos papeles pu-
diera llamar al estado nuevo, si se propusiera caracterizarlo por algún
nombre, de otro modo que con el nombre de estado federal.
No dudamos de que fue en virtud de todo ello que llamó federal a
su causa, y con toda razón.
Pero debemos recordar una vez más, en cambio, que la expresión
"estado federal" no aparece así textualmente usada por Artigas qui-
zás porque no se la sugería la constitución de los Estados Unidos, que
hemos dicho no la emplea tampoco, sino que el concepto que tal ex-
presión traduce es designado en su lenguaje simplemente como "cons-
titución", que para él era sin duda algo que lo definía inequívocamen-
te o por antonomasia, dado que no podía concebir, para la constitu-
ción que llegara a regir un día a todo el Río de la Plata, otras formas
que las de un gran centro común de autoridad, suprema pero no inva-
sora, sino, por el contrario, celosamente limitada, precisamente, por
las garantías que ofrecía la constitución, como regulador del sistema
de gobiernos particulares regidos por otras tantas constituciones lo-
cales que en un grado menor de jurisdicciones y de poder, pero due-
ños de amplias facultades, convivirían con esa autoridad suprema, li-
bremente, pero bajo la órbita de la misma: y tal género de conviven-
cia de gobiernos, jerarquizada pero con sus recíprocas libertades ase-
guradas, era, precisamente, el que organizaba la constitución de los
Estados Unidos.
La interpretación dinámica que venimos sosteniendo se basa, así,
en argumentos simples, históricos y lógicos y no jurídicos, en las ver-
dades gruesas y primeras que percibimos surgiendo de nuestro pasado
tal cual era, en la moviente necesidad de las cosas de una época inter-
pretada por la clara, fuerte y libre razón natural de un gran patriota y
un gran libertador que se sabía llamado por ella a luchas sucesivas, y
no dudaba de su deber de acometerlas porque tenía fe en los dere-
chos del hombre y de los pueblos (nos referimos ahora a los pue-
blos coreo vastos conjuntos sociales, no a las ciudades, villasy lu-
gares), de su pueblo en particular pero también de los pueblos todos
del Río de la Plata, y de la unidad superior que debía vincularlos sin
desmedro de su diversidad.
108
otro sistema que el de Confederación", sino que dice esta otra cosa,
de alcance más circunscripto y especial: "no admitirá otro sistema que
el de Confederación para el pacto recíproco con las demás provincias
que forman nuestro Estado".
Y la confederación permitía entendimientos recíprocos, formación
de un frente común para la lucha, establecimiento de un nexo, no de
autoridad, sino de resoluciones nacidas de un acuerdo de voluntades
entre los delegados de las diversas provincias independientes, con todo
lo cual podría irse sobrellevando y conduciendo a la victoria, como
victoriosamente la sobrellevaron los Estados Unidos, la etapa de la
guerra, ir luchando en común, "conservando en su más perfecto grado
una liga ofensiva y defensiva, hasta q-e concluida la guerra la organi-
zación general fixe y concentre los recursos, uniendo y ligando entre si
constitucionalm te' á todas las provincias", como, según también lo
hemos recordado," lo convino el propio Artigas en un proyecto de
tratado, presentado, por él, con (os delegados de Buenos Aires, Fray
Mariano Amaro y Francisco Antonio Candioti el 23 de Abril de 1814:
o sea, todo ello hasta el advenimiento de la constitución federal.
Y una última prueba de que Artigas no podía sino pensar, por nece-
sidad resultante de la naturaleza de las cosas, en que su ideal federal
concebido para el futuro no podía ser alcanzado si antes el Río de
la Plata no pasaba por las etapas previas de la declaración de las sobe-
ranías provinciales -constituidas a su vez sobre la base de la fusión
de las soberanías particulares de los pueblos en las unidades natura-
les que sus tradicionales límites regionales les señalaban- y de la
unión provisional de esas mismas provincias por medio de un vínculo
cualquiera que les permitiese auxiliarse y defenderse en común pero
permaneciendo independientes entre sí mientras lucharan contra el
enemigo común para no deshacerse frente á él en guerras intestinas de
predominio, nos la da el hecho de que también Mariano Moreno, po-
lítico realista y de acción y no solo ideólogo, había entendido (pen-
sando, desde luego, no en la federación del Río de la Plata, sino en
una remota y casi imposible federación de América), que las cosas
debían ir ocurriendo así, y lo había escrito en su artículo de la Gaze-
ta del 6 de Diciembre de 1810, el último que dedicara a la reunión
del congreso general: si bien Moreno no habla de confederación sino
111
"Los pueblos modernos son los únicos, que nos har, dado una exác-
ta idea del gobierno federáticio, y aun entre los salvages de América,
se ha encontrado prácticado en términos, que nunca conocieron los
griegos. Oigamos á Mr. Jefferson, que en las observaciones sobre la
Virginia, nos describe todas las partes de semejante asociacion. "Todos
" los pueblos del Norte de la América, dice este juicioso escritor,
" son cazadores, y su subsistencia no se saca sino de la caza, la pes-
" ca, las producciones que la tierra da por si misma, el maiz que
" siembran y recogen las mugeres, y la cultura de algunas especies
" de patatas; pero ellos no tienen ni agricultura regular, ni ganados,
" ni animales domesticos de ninguna clase. Ellos pues no pueden te-
" ner sino aquel grado de sociabilidad y de organizacion de gobierno
" compatibles con su sociedad: pero realmente lo tienen. Su gobier-
" no es una suerte de confederacion patriarcal. Cada villa ó familia,
" tiene un xefe distinguido con un titulo particular, y que comun-
" mente se llama Sanchem. Las diversas villas ó familias, que compo-
nen una tribu, tienen cada una su xefe, y las diversas tribus forman
" una nacion, que tiene tambien su xefe. Estos xefes son generalmen-
te hombres avanzados en edad, y distinguidos por su prudencia y
" talento en los consejos. Los negocios, que no conciernen sino á la
" villa 6 la familia se deciden por el xefe y los principales de la villa
" y la familia: los que interesan á una tribu entera, como la distribu-
ción de en;pleos militares y las querellas entre las diferentes villas y
" familias, se deciden por asambleas 6 consejos formados de diferen-
tes villas 6 aldeas: en fin las que conciernan á toda la nación, como
" la guerra, 1-, paz, las alianzas con las naciones vecinas, se determinan
por un consejo nacional compuesto de los xefes de las tribus, acom-
pañados de los principales guerreros, y de un cierto número de xe-
" fes de villas, que van en clase de sus consejeros. Hay en cada villa
" una casa da consejo, donde se juntan el xefe y los principales, quan-
" do lo pide la ocasion. Cada tribu tiene tambien un lugar en que los
xefes de villas se reunen, para tratar sobre los negocios de la tribu.
" Y en fin ea cada nacion hay un punto de reunión ó consejo general
" donde se juntan los xefes de diferentes naciones con los principales
" guerreros, para tratar los negocios generales de toda la nacion.
" Quando se propone una materia en el consejo nacional, el xefe de
113
" cada tribu consulta aparte con los consejeros, que el ha traído,
" despues de lo qua] anuncia en el consejo la opiníon de su tribu: y
" como toda la influencia que las tribus tienen entre sí, se reduce á
" la persuasion, procuran todas por mutuas concesiones obtener la
" unanimidad.
"Eh aquí un estado admirable, que reune al gobierno patriarcal la
forma de una rigurosa federacion. Este consiste esencialmente en la
reunion de muchos pueblos ó provincias independientes unas de otras;
pero sujetas al mismo tiempo á una dieta ó consejo general de todas
ellas, que decide soberanamente sobre las materias de estado, que
tocan al cuerpo de nacion. Los Cantones suisos fueron regidos feliz-
mente baxo esta forma de gobierno, y era tanta la independencia
de que gozaban entre sí, que unos se gobernaban aristocraticamente,
otros democraticamente, pero todos sujetos á las alianzas, guerras, y
demas convenciones, que la dieta general celebraba en representacion
del cuerpo elvético.
"Este sistema es el mejor quizá, que se ha discurrido entre los hom-
bres, pero dificilmente podrá aplicarse á toda la América. ¿Dónde se
formará esa gran dieta, ni como se recibirán instrucciones de pueblos
tan distantes, para las urgencias imprevistas del estado? Yo deseára,
que las provincias reduciendose á los limites, que hasta ahora han teni-
do formasen separadamente la constitucion conveniente á la felicidad
de cada una; que llevasen presente la justa máxima de auxiliarse y so-
correrse mutuamente: y que reservando para otro tiempo todo sistéma
federaticio, que en las presentes circunstancias es inveríficable, y po-
dría ser perjudicial, tratasen solamente de una alianza estrecha, que
sostubiese la fraternidad, que debe reynar siempre, y que unicamente
puede salvarnos de las pasiones interiores, que son enemigo mas terri-
ble para un estado que intenta constituirse, que los exercitos de las po-
tencia extrangeras, que se le opongan."1?.
Hubiera o no leído Artigas ese artículo -y no hay duda de que ha-
bía leído bien a Mariano Moreno, en ese artículo y en todos los que le
preceden, pues de Moreno tomó, lo hemos dicho ya, la idea de consti-
tucionalidad, y como base de ésta, su concepción del problema de tu
relaciones entre las instituciones y los hombres, y quizás también, aña-
dimos ahora. su fundamentación de la independencia de América- Ar-
114
NOTAS
I3 Nos complace señalar que las Profs. MARTA JULIA ARDAO y AURORA
CAPILLAS DE CASTELLANOS, sin haber fijado su atención, al parecer,
pues no la mencionan, en la intuición de Bauzá de la que hemos partido para
la visión inicial de nuestra concepción dinámica del ideario artiguista, y sin
conocer, probablemente, las conclusiones en que la venimos traduciendo,
y que desde hace años estamos difundiendo, ya oralmente, por lo menos
desde 1935 en la cátedra, ya por escrito desde 1947 en nuestros artículos
aparecidos en Centro de Dirvlgacidn de Prdcdcar Escolares, pues ni ssiatie-
116
ron e los curvos en que hemos venido exponiendo esos conceptos (y, cabal-
mente, en los de ¡944 del Instituto Alfredo Vdsquez Acevedo y de 1946
de la Facultad de Mmsanfdades y Ciencias, le(mos íntegramente y comenta-
mos todos los artículos de Mariano Moreno sobre los fines del Congreso),
ni citen tampoco nuestras referidas publicaciones, coinciden en su obra
Art(gas. Su 3ígnijicac¡dn en ¡os orígenes de la nacionalidad oriental y en Id
revolución del Río de la Plata, compuesta en 1950 y publicada en Montevi-
deo, 1951, en recordar (p. 21) este mismo pensamiento de Mariano Moreno,
pare sostener, homologando elegantemente el razonamiento, que, también,
"como espiración Inmediata pugnaría Artigas por une confederación de pro-
vincias que más adelante habrían de constituir un estado federal".
No creemos, aja embargo, que -como lo af-uman las autoras al expresar
que Artigas "supo penetrar en lo hondo y sustancial de esta teoría", y que
"al adherir a ella adaptó al territorio de las Provincias Unidas del Río de la
Plata lo que Moreno vislumbraba para toda América",- el pensamiento de
Moreno, que estimamos demasiado vago en esta parte, y que además, repeti-
mos, no habla da confederación sino de "allanze estreche" para la etapa de
transición, y, por añadidura, viene a quedar totalmente desenfocado de la
inmediata realidad platense, por mirar hacia la inmensidad de América en
una vastísima visión de conjunto, haya podido ser, ni con mucho, une fuen-
te clara, y, mucho menos, una fuente única, de las ideas artiguistas sobre con-
federación y estado federal para el Río de la Plata. Hemos señalado simple-
mente ja semejanza de solución a la que la naturaleza de las coses condujo,
por necesidad lógica, tanto al uno como al otro, dentro de la diversidad de
distancias y de campos visuales a que, respectivamente, dirigieron, pensando
concretamente en este orden de cuestiones, su mirada y su meditación. Pue-
de hablarse a lo sumo de una influencia vaga de Moreno sobre Artigas, vaga
en este punto al peso que fue tan concreta en otros, precisamente porque
sus ideas eran sobre esto, en sí mismas, vagas también, como lo hemos dicho,
pera unas imprecisas Ideas "federaticias", que no serían otras que les que le
reconocía años más tarde Don Ramón de Cáceres (muy joven en los tiempos
del nacimiento del ideario artiguiste, por otra parte, como para que podemos
atribuirle la autoridad de un testigo de peso en tan ardua y sutil materia),
cuando, refiriéndose a Artigaa, escribió: "Proclamaba la Federación, porque
fue 1a clase de Gobierno que le hicieron entender al principio de la revolu-
ci6n nos convenía. Estas eran las doctrinas del finado Dr. don Mariano Mo-
reno". (Memorfar de Don Ramón de Cdzeres en Revista Histórica, tomo 111
p. 402, Montevideo, 1910).
EDMUNDO M. NARANCIO, que en El Origen del Estado Orienta¡,
señala también algunas Influencias de Moreno sobre Amigas, aunque desta-
cando otros aspectos cuya lectura recomendamos (cit., pp. 2g-30 y 3637),
recuerda que fue Alberdi el primero que, "aunque sin llegar a rigurosas pre-
cisiones", comprobó la relación existente entre les ideas de Moreno y lea
de Artigu.
117
Para terminar, digamos que nadie sintetizó ten certeramente como lo hi-
zo HFc'fQR MIRANDA, en sólo tres líneas felicísimas de tus ínsrrucrlones
del año XIII (cit., p• 164), la diferencia existente, en cuanto a sus concep-
ciones respectivas del federalismo, entre Moreno y Artigas, expresando:
"I?I pensamiento de Mariano Moreno, tantas veces genial, no vislumbró el
conflicto interno, y no discurrió sobre la federación argentina, sino sobre le
federación americana".
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