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ARTIGAS

Federalismo y
soberanía

UNIVERSIDAD DE LA REPUBLICA

FACULTAD
DE HUMANIDADES
Y CIENCIAS
Eugenio Petit Muñoz

ARTIGAS
Federalismo y
soberania
Eugenio Petit Muñoz

ARTIGAS
Federalismo y
soberanía

Universidad de la República
Facultad de Humanidades v Ciencias
Departamento de Publicaciones
Copyright de la presente edición Departa-
mento de Publicaciones - Facultad de Hu-
manidades y Ciencias - Universidad de la
Repúbilca

Queda hecho e0 depósito que marca la ley.


Printed in Uruguay - Impreso en el Uruguay
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PROLOGO

Su vida fue un constante batallar. Y desplegó su acción en los más


diversos campos. En todos ellos, este Quijote intelectual luchó en de-
fensa del bien y ¡ajusticia. Tenía del héroe cervantino el temple moral
y la figura escuálida, puro nervio. Ello no le impidió afrontar, espada
en mano, a un contrincante mucho más joven, de cuyo nombre nadie
tiene interés en acordarse. Su vigor no era físico, sino espiritual. Pero
gracias al ímpetu que da la fuerza moral, supo desplazar de la pedana,
en más de una ocasión, a su rival.
Hizo brillantes estudios de Abogacía. En la Facultad adquirió una
impecable preparación jurídica y un profundo sentido de la justicia,
más que del derecho. Esa casa no podía darle entonces sino una pre-
paración libresca, apegada a la fría letra de la norma. Siempre mantu-
vo un gran respeto por los términos concretos de las disposiciones,
pero poco a poco fue descubriendo el fundamento económico y so-
cial del que emerge la superestructura del derecho positivo. Puso estu-
dio de abogado con el Dr. Carlos Vaz Ferreira. Fracasó ese bufete.
Ninguno de los dos estaba para expdeientes y leguleyerías. El filóso-
fo volvió a sus clases y a su cátedra de conferencias. Petit Muñoz, que
también dictaba clases, ingresó en la magistratura, como secretario de
la Alta Corte de Justicia. Pensó que allí podría ser útil su dominio de
las disciplinas jurídicas y la pureza de su noción de justicia. Cruel de-
sengaño. Fue resonante su renuncia al cargo cuando Gabriel Terra dio
su golpe de estado. No quería dar trámite ni refrendar los comunica-
dos del dictador.
De su contacto con Vaz Ferreira le quedarían dos cosas: el amor
por la causa universitaria y la pasión por la música. Opciones de espí-
litus selectos que no redituaban honorarios al estudio de abogados.
t La década del 30, fermenta¡ para todos nosotros fue el comienzo
pe un incesante batallar que recién terminaría en 1977, con su últi-
ino aliento. "1933, año del envilecimiento humano. En la que se creía
Ía más culta de las naciones de Europa, Hitler alza sobre las espaldas
del pueblo su poder de barbarie. En la que se creía la más libre de las
naciones de América, Terra hunde las instituciones y la democracia
que había jurado respetar y sostener, y, sobre la afrenta de la ciuda-
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danía, implanta su dictadura". Así comienza un vigoroso estudio so-


bre Baltasar Brum,
Militó activamente en la oposición a la dictadura terrista. Artículos
suyos aparecían en toda la prensa y hasta co-dirigió un diario de uni-
dad popular.
Fue firme su acción antifascista. No sólo integró la AIAPE, organi-
zación de intelectuales de ese carácter, sino que participó en todo ac-
to contra la barbarie nazi y sus congéneres. De esta manera fue desta-
cada su participación en la masiva defensa de la República Española,
que conmovió hondamente a nuestro pueblo.
Prosiguió con entusiasmo su docencia y sus estudios históricos. Pe-
ro allí también batallaba. Petit Muñoz fue un docente nato, admirado
y querido por sus alumnos de Preparatorios, del Magisterio, de las Fa-
cultades de Derecho y de Humanidades y Ciencias. Fueron famosas
sus clases de Historia Americana y Nacional en los Preparatorios de
Abogacía. Sus programas ponían en aprietos a sus compañeros en las
mesas examinadoras. Porque él no daba sino dos temas, dos bolillas:
España y Artigas. Se demoraba en España, no sólo por un entrañable
cariño filial. Estudiaba con pasión la historia de las libertades españo-
las: las leyes de Partidas, el Fuero Juzgo, el Justicia Mayor de Aragón,
las libertades comunales, las Cortes españolas como las primeras
asambleas representativas del mundo moderno, anteriores al Parla-
mento inglés y los Estados Generales franceses. Veía en eso, y en mu-
cho más, los antecedentes indudables de las luchas de emancipación
americana. El segundo tema era la figura y la actuación de Artigas,
motivo de fervor de todos nosotros los orientales, allá en su época y
después de la dominación lusitana en que se le acusaba de bandido y
anarquista y se iniciaba la elaboración de la leyenda negra del héroe.
No fue escasa la contribución de Petit Muñoz a la rehabilitación de Ar-
tigas y a la admiración actual que se le rinde en el Uruguay y en toda
América.
Dedicó también todo el brío de su incesante batallar a defender y
fundamentar la autonomía de los organismos de enseñanza. Comenzó
su descollante actuación en este campo en la gran Asamblea de¡ Claus-
tro que funcionó desde 1934 a 1936. Integró la Comisión de Estatuto
que, bajo la presidencia de Leopoldo Carlos Agorio (futuro Rector),
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integraron distinguidos universitarios como Alicia Goyena, Justinó


Jiménez de Aréchaga, José Pedro Cardoso, Arturo Ardao, entre otros.
Pero la tarea más importante y decisiva fue de dos de sus miembros:
los doctores Eugenio Petit Muñoz y Lincoln Machado Ribas. Ellos
redactaron diversos dictámenes de esa Comisión y, sobre todo, elabo-
raron el Estatuto Universitario de 1935. Esta pieza fundamental, ver-
dadero antecedente en más de un aspecto, de la Ley Orgánica que rige
hoy en la Universidad, debe ser leída y meditada periódicamente, por-
que contiene aspiraciones que sería saludable conquistar. Petit Muñoz
defendió con singular empeño y denuedo la autonomía de las institu-
ciones de enseñanza en todas sus ramas. Tuvo el privilegio de estar vin-
culado a la enseñanza primaria y normal (como profesor de los maes-
tros de 2o. grado) ala secundaria, y a la superior (Facultad de Dere-
cho y, luego, Facultad de Humanidades y Ciencias). Dedicó al tema
de la autonomía varios libros (entre ellos, Hijos Libres de nuestra
Universidad, 1944; El derecho de nuestra Universidad a darse su pro-
pio estanito, 1961; Historia sintética de la autonomía de la enseñan-
za needia en el Uruguay, dos ediciones, 1969 y 1970)-y numerosos
folletos y.artículos de revistas. Cuando la dictadura de Terra segregó
Secundaria de la Universidad para transformarla en un centro de en-
ganche y propaganda políticos, Petit Muñoz integró el grupo Univer-
sidad y fundó y dirigió la revista Ensayos, magnífica de contenido y
presentación, donde continuó la prédica autonomista. Era tal su idea
de la libertad de que deben gozar todos, absolutamente todos, los or-
ganismosde cultura, que yaen 1933, un mes antes del golpe de estado,
había propuesto la formación de un Poder Educador, "concebido co-
mo un cuarto poder del Estado, paralelo y de jerarquía jurídicamente
independiente e idéntica a los otros tres"... "llevando al grado máximo
las posibilidades de independencia, y no ya sólo de autonomía, de
cada una de las ramas de la enseñanza y de los servicios públicos de
la cultura y aún de los sectores privados"... (Historia sintética..
cit., 1970,p. 111-112).
Era director del Instituto de Investigaciones llistóricas de la Facul-
tad de Humanidades y Ciencias, cuando en 1970 se decretó la inter.
vención de Secundaria y la Universidad del Trabajo y cuando en 1973
se dio el zarpazo aleve contra la Universidad.
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Puede suponerse el etecto que estos dos hechos produjeron en el


viejo luchador. Dijo del primero, que era "un desafuero de tal grave-
dad que se equiparaba a los peores atropellos que en la historia del Uru-
guay se hayan consumado". El segundo fue uno más de los episodios
oscurantistas de la dictadura militar que hundió al país durante doce
años, pero cuyos efectos durarán muchos más. Intervención de todos
los organismos de enseñanza, control de los institutos culturales (co-
mo la propia Biblioteca Nacional) y de los medios de comunicación;
destitución o emigración de los mejores docentes, que fueron figuras
destacadas en el exterior; eliminación de toda actividad de investi-
gación; descenso vertical del nivel educacional en todos sus grados, ni-
vel que costará muchos, muchísimos años, recuperar.
Todo eso abatía a quien había luchado su vida entera por elevar y
dignificar la enseñanza por medio de. la autonomía. Pero ese abati-
miento Negaba al grado de postración cuando pensaba en todo el res-
to: arrasamiento de las instituciones, imperio del terror, encadena-
miento del país al poder financiero e imperialista, transformación de
la democracia modelo en republiqueta bananera.
Yo asistí, como muchos otros amigos, a los últimos instantes de su
desconsuelo en la calle Melo. Siempre agradecía mis visitas porque
-decía- yo profesaba una filosofía política al fin y al cabo optimis-
ta. Pero siempre emergía también su queja desesperada: "¿Vd. pensó,
Bentancourt, que alguna vez podía ocurrir esto en el Uruguay?".
Petit Muñoz fue otra de las víctimas anónimas de ese desniorona-
miento nacional. El sucumbió y yo quedé para testificarlo. Recordé
entonces y hoy las palabras de Renan en la Dedicatoria de su famoso
libro de 1863: "La fiévre (la peste, corrijo) nous frappe lous ¡es deux
de son aile: je me reveuai seul".

Montevideo, 8 de noviembre de 1986

J. Bentancourt Díaz
EL FEDERALISMO DE JOSE ARTIGAS
Y EL FEDERALISMO NORTEAMERICANO

Fórmulas idénticas para fines opuestos


CRITERIO DE LA EDICION

Para la presente edición se ha recogido, en su primera parte, un ensa-


yo que el Profesor Petit Muñoz publicara en Marcha -en ocasión del
25 aniversario de la misma- el 20 de junio de 1964. El escrito se reco-
ge textualmente de esa publicación. Para la segunda parte se ha reali-
zado una selección de Artigas y su ideario a través de seis series docu.
mentales, Instituto de Investigaciones Históricas. Ensayos, Estudios y
Monografías, No. 111 Serie Cuadernos Artiguistas No. 1,.Montevideo,
Universidad de la República, Facultad de Humanidades y Ciencias,
1956. De esta obra, cuya extensión y caudal documental hacen difí-
cil su publicación íntegra en la actualidad, se han extraído sus partes
sustanciales, indicándose en la presente edición mediante una línea
completa de puntos, las supresiones. Por esta razón se ha reordenado
el abundante cuerpo de notas, debiendo el lector referir a la edición
original en aquellas atinentes a los documentos publicados.
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LA INTERPRETACION DINAMICA
DEL FEDERALISMO ARTIGUISTA

Mucho se ha escrito y mucito llevo escrito yo misruo acerca del fe-


deralismo de Artigas y sobre la adopción que para organizarlo hicie-
ron, éste y sus asesores, de los textos del Derecho Público norteameri-
cano. Pero creo llegada ahora la oportunidad de dar a conocer, por
escrito también, lo que desde hace años vengo enseñando en mis cla-
ses sobre la diferencia de los procesos históricos que, partiendo de
situaciones preexistentes totalmente opuestas, convergieron, en los
Estados Unidos y en el Río de la Plata, para desembocar en ese siste-
ma, que, por ello mismo, vino a representar en uno y otro escenario,
una solución también opuesta.
Para ello, una vez más deberé volver a recordar que fue Francisco
Bauzá quien descubrió, con una lúcida interpretación de lo actuado en
el Congreso de Abril, que los hombres que en él intervinieron ("los
improvisados legisladores uruguayos", como él los llama), o sea, Ar-
tigas y los diputados de los pueblos de la Banda Oriental por él cortvo-
cados, querían que el Río de la Plata reprodujera "la secuela institu.
cional de los Estados Unidos", pasando previamente por la creación
de una confederación para, en una etapa posterior, constituir un go-
bierno federal. Y que Bauzá, para alcanzar esa interpretación, tuvo en
vista, no solamente el texto de las Instrucciones del afeo X111, sino
además el de la Oración Inaugural de Artigas y el del Acta del día
5, que fijaba las condiciones que el pueblo oriental planteaba para el
reconocimiento de la Asamblea General reunida en Buenos Aires,
que, si se aceptaban tales condiciones, se verificaría, no "por obede.
cimiento", sino "por pacto", conforme lo había aconsejado el prócer
en aquella Oración.
Una vez más vuelvo a recordar por extenso las palabras con que
Bauzá nos dejó esta interpretación:
"Planteado el problema con una claridad que desafiaba todas las
dudas, no cabían transacciones sobre sus puntos capitales. El estatu-
ye la confederación de la Provincia Oriental con las demás del Río
de la Plata, como paso preliminar al establecbniento de un Gobierno,
emanado de fuerzas activas, con las cuales debía coexistir. Era la
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primera secuela del proceso institucional de los Estüdos Unidos, cuyo


primer trámite había empezado por el Pacto de Confederación y
Unión, avanzando desde ahí hasta sancionar la Constitución Federal,
que estableció la forma definitiva de Gobierno sobre la base del respe-
to a las soberanías locales preexistentes. Se conocía que las ideas yan-
quees habían hecho camino entre los improvisados legisladores uru-
guayos, quienes, teniendo a retaguardia el antecedente propio de la
Junta de 1808, donde la soberanía local fue levantada y prestigiada,
lo perfeccionaban ahora transformándolo en pieza de resistencia
de un mecanismo mejor ideado que aquella creación revolucionaria".
No ¡te de insistir ahora en explicar que, por no habernos dejado ex-
puestos Bauzá los razonamientos por los cuales, de la correlación de
esas tres fuentes principales, y, también de los innumerables papeles
corroborantes que él sin duda manejó y sopesó, pues de ellos están
llenos los archivos del Río de la Plata, llegó él a esa conclusión, nte
lancé personalmente, durante años, a hacerlo por mí inisnto, y alcan-
cé, creo, a demostrar, en un libro, con expurgación de hechos de con-
ceptos y de frases, de que abunda la documentación del período ar-
tiguista, la verdad de la tesis que así nos legó el insigne maestro con
tanta claridad, pero también, lamentablemente, por modo tan escue-
to que obligaba, bien a dejarla en suspenso, bien a aceptarla más por
la vía de la autoridad, representada en este caso por la que el propio
ilustre historiador adquirió justamente por su talento tanto como por
su saber, que por la vía de la razón, pues le era a ésta difícil admitirla
sin mayor información ni nuevo examen.
Doy por sentado, pues, una vez más que era ese en realidad el pro-
ceso institucional que Artigas creía necesario hacerle recorrer al Río
de la Plata, y ni haré sino transcribir, para ayudar al lector a refrescar
los elementos que, completándolo con otros cuyas raíces emanaban .
del viejo derecho español, venían a integrar esa que he llamado "la in-
terpretación dinámica del ideario arliguista", el título de uno de los
capítulos de ¡ni aludida obra, a la que, para los detalles que se estimen
necesarios, me remito: "de la soberanía particular de los pueblos a las
soberanías provinciales; de las soberanías provinciales a la confede-
ración; de la confederación al estado federal".
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LOS ESQUEMAS INSTITUCIONALES


Y LOS PROCESOS HISTORICOS

Pero vuelvo a recordar que ese era sólo el esquema institucional,


el proceso de las formas escritas en papeles. Y hay que pensar ahora,
en que debajo de todo esquema institucional, subyace el mundo vi-
viente y moviente de la realidad, económica, social, política, sobre el
cual aquél viene a instalarse, emanando en parte de él, hundiendo en
él sus raíces y proponiéndose a su vez regularlo y señalar rumbos.
No basta saber que dos pueblos adoptan instituciones iguales para
suponer que ellas vienen a satisfacer en ambos necesidades también
iguales.
La esclavitud, en sus orígenes, fue el resultado de un proceso de li-
beración, porque vino a sustituir a la muerte del enemigo un proceso
de salvación que guardó impreso ese significado en la entraña de su
nombre, porque esclavo viene de scfavus, es decir, el grupo enemigo al
cual se le conservaba la vida para hacerlo trabajar por la fuerza en vez
de matarlo, y en el de siervo, y éste, de servus, salvado.
Pero si hoy un pueblo libre adoptara la misma institución, la escla-
vitud sería para él un proceso de opresión, de supresión de libertad.
La monarquía constitucional fue un proceso de liberación, un ade-
lanto, para los pueblos que la adoptaron para salir de la monarquía
absoluta. Pero sería un proceso de opresión, un retroceso, si la adopta-
se un pueblo que vive bajo una república democrática.
La guerra puede traducir la infamia de una agresión o el sublime de-
ber de la defensa del suelo patrio.
La paz honorable, una bendición, la paz prematura, cuando aún
hay predios para luchar por la salvación del país invadido, o cuando es
una paz de entregamiento, una claudicación y hasta una traición.
El billete de banco, es en un estado de moneda sana, un instrumen-
to de bienestar y progreso económico, en uno de moneda depreciada,
y, en todo caso, su emisión desmedida e incontrolada, un factor de
empapelamiento y de inflación.
¿A qué seguir?
Es imposible, pues, para juzgar sobre el bien o el mal, le justicia o la
injusticia, la utilidad o el perjuicio, el progreso o el retroceso. el signi-
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ficado, en suma, que la adopción de una misma fórmula institucional


por pueblos diferentes traduce o presupone, prescindir de tomar en
consideración el complejo económico social y la dinámica histórica
que han conducido a su implantación en una circunstancia dada, el
proceso en virtud del cual ha venido a llegarse a ella, la dirección de
la corriente que en ella desemboca y de la que viene a ser la resultan-
te y la expresión, el sentido que traen las fuerzas (regiones geográfi-
cas, grupos de intereses, clases sociales, tendencias ideológicas) que
han encontrado en ella su solución: de dónde vienen y a dónde van, y
para qué fines la adoptaron.

DOS PLURALIDADES DISTINTAS

Es imprescindible, pues, examinar en qué situación se hallaban los


dos escenarios, los Estados Unidos y el Río de la Plata, cuando en el
uno y en el otro surgió, en círculos que allí alcanzarían su máximo
exponente en Washington y aquí en Artigas, la idea del régimen fe-
deral que quedó estructurado en la Constitución de 1787; qué corrien-
tes históricas se movían y pugnaban en la dinámica política, económi-
ca y social que conmovía tan vastos y complejos mundos, y qué finali-
dades se proponían, respectivamente, tales círculos, para propiciar su
adopción, en los momentos en que, con casi treinta años de diferencia,
aquél lo hizo allí y éste aquí.
Un rasgo común podemos señalar, en grueso, entre ambos escena-
rios, y que sería la base de hecho y la fuente de los problemas que en
el uno y en el otro aquellos aludidos círculos se propusieron solucio-
nar mediante el régimen federal: una pluralidad geográfica de grandes
unidades económicas y sociológicas más o menos coherentes, dotadas
de intereses propios, pluralidad, pues, de centros de vida económica,
social y cultural con existencia propia y más o menos aislados e inde-
pendientes entre sí, que se hacía visible por su dispersión sobre el ma-
pa, y a la que se sumaba, allí, para algunos, una diversidad religiosa y,
para todos, una diversidad política correlativa, pero aún mayor, por-
que llegaba a su total independencia recíproca, aunque eran depen-
dientes todas de la metrópoli británica, pluralidad política que aquí,
en cambio, no existía, pues todos dependían en lo político, no sólo
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de la metrópoli española, sino además, en el suelo americano, es de-


cir, en lo inmediato, de la capital del Virreinato o sea Buenos Aires.
En efecto, esos diversos centros geográficos de vida propia eran,
allí, trece: trece núcleos coherentes de la vida económica, social y cul-
tural, que eran, a la vez trece colonias totalmente desvinculadas las
unas de las otras.
En el Río de la Plata, en cambio, los diferentes centros geográ-
ficos de vida económica, social y cultural propia, -Buenos Aires, la
Banda Oriental, el Litoral, el Paraguay, Santiago del Estero con el Cha-
co, Córdoba, Cuyo, Tucumán, Salta, lujuy, La Rioja, Catamarca y el
Alto Perú- trece, también, por lo menos, si no se quiere llegar hasta
contemplar los últimos grados de la diversidad, las cuatro Intendencias
del Alto Perú, que fueron seis en realidad por los cambios de asiento
que sufrieron algunas, pues las tuvieron La Paz, Charcas, Potosí,
Cochabamba, Oruro y Santa Cruz de la Sierra, y las que habrían de
ser tres diferentes provincias de Cuyo: Mendoza, San Juan y San Luis,
y las cuatro del Litoral: Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y Misiones,
que llevaría el total a veintitrés, eran políticamente, una sola unidad,
fuertemente centralizada: el Virreinato del Río de la Plata. La división
en Intendencias descentralizaba muy poco; los Cabildos mucho más,
pero sólo para lo menudo de la vida cotidiana. Los grandes resortes de
la administración y la sede de las decisiones últimas del poder estaban
radicados todos en Buenos Aires, la capital del Virreinato. Sólo para
lo judicial había dos órganos supremos, pero muy distantes entre sí,
de igual jerarquía, las Reales Audiencias de Charcas y de Buenos Ai-
res.

LA DIVERSIDAD EN LAS COLONIAS INGLESAS

Recordemos el por qué de esa diferencia, en cuanto a que allí los


regionalismos eran unidades independientes y aquí no, entre las colo-
nias inglesas de Norte América y los grandes núcleos de vida propia
que convivían bajo la armazón única del Virreinato del Río de la Pla-
ta. Ella dimana del origen mismo de las unas y los otros. Fuerza es
acudir a algún detalle, dentro de lo grueso de la visión, para percibir-
lo mejor.
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El primer núcleo fue allí Virginia. Su suelo fue otorgado originaria-


mente a una compañía,y, a la disolución de ésta, su administración
pasó a manos del rey, quien nombraba su gobernador al paso que éste
estaba asesorado por un consejo, que oficiaría más tarde de cámara alta
y como tal compartiría las funciones legislativas con una asamblea,
órgano representativo de los "hombres libres y plantadores", es decir.
no de toda la población, sino sólo de la aristocracia territorial, a la
cual competía privativamente el voto de los impuestos. La estructura
económica y social era la del latifundio, destinado a la plantación
sólo del tabaco en un comienzo y más tarde también de la caña de
azúcar y del algodón, que cobraron gran volumen, y se basaba en la
labor de la mano de obra servil: en los primeros tiempos, los inden-
tured servants, siervos blancos férreamente centralizados por diez
años sin derecho a cambiar de amo, quien guardaba en garantía la
mitad de un documento escrito en papel dentellado al efecto y podía
marcarlos con hierro candente para reconocerlos si fugaban, y en los
siguientes, masivamente, los esclavos negros, cada vez más numerosos.
Señoreaban las grandes porciones de tierra en que tal explotación
tenía lugar los miembros de una nobleza de ricos plantadores, tan or-
gullosa como la de Inglaterra, de donde había tenido que emigrar a
la caída de los Estuardo, cuando Cronwef, puritano y burgués,
venció a la clase de los lores, anglicana, señorial y rica, y que, en
América, vivía en grandes mansiones cuyo lujo y fastuosidad en las
costumbres rivalizaba, muchas veces sobrepasándolo, con las de la me-
trópoli. Habían traído con ellos también, y como única permitida,
la religión anglicana. He tomado a Virginia como el tipo de organiza-
ción que sirvió de modelo a las seis más que, con ella, fueron inte-
grando el conjunto de las siete colonias alas que se llamó, si se atendía
al régimen que las sujetaba a la corona como si fueran territorios me-
tropolitanos, gobiernos provinciales y, si se atendía a la fuente de dón-
de provenía el nombramiento del gobernador, gobiernos reales. Ellas
fueron, además de Virginia, New York, New Jersey, New Hamp-
shire, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia. Pero aún entre
estas existían diferencias. En New York, por ejemplo, fue predomi-
nando una clase de comerciantes, y subsistían, 'además, costumbres
de sus primeros pobladores holandeses.
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Otro núcleo se había ido formando, mientras tanto, más al norte,


a partir de la llegada en 16?0 de los llamados "peregrinos", en un bar-
co, hoy legendario que al efecto adquirieron, el "Mayllower". Fue
aquella célebre emigración de puritanos que, tras haberse radicado en
Holanda huyendo de la persecución religiosa de que en Inglaterra los
hizo objeto la Iglesia Anglicana, es decir, el rey que era el jefe de ella,
pidieron desde este primer asilo a la corona británica, el advenimiento
de la segunda generación, y para evitar que por el casamiento de sus
hijos con jóvenes holandeses perdieran su pureza originaria, que les
concediera el derecho de instalarse en algún lugar de la costa anterica-
na en que pudieran vivir, desprendiéndose de sus bienes, rigiéndose
por sí rnisitios para poder seguir profesando librentente su fe. Era un
conjunto de hombres pertenecientes a una misma clase social, una
clase media y culta que, poniendo por encima de todo sus creencias
religiosas, demostraban, con el desprecio de sus intereses materiales
y el alto valor que atribuían a las cosas espirituales, constituir verdade-
ras minorías selectas en el cuadro general de las sociedades de su tiem-
po. A ellos se agregaron otras oleadas análogas de emigrantes, y todos
ellos se gobernaban por el espontáneo acatamiento a sus pastores, y
éstos no eran otros, en cada momento, que aquellos miembros de la
congregación que, por considerarse con la autoridad moral y ta inspi-
ración religiosa necesarias, fuesen tenidos por los demás como dignos
de predicarles, no sólo sobre tenias de fe, sino también sobre las co-
sas del orden naterial que requiriesen solución en el grupo, con lo cual
venían a ejercer el gobierno. Su investidura era tan espontánea como
efintera, pues duraba tanto como el acuerdo que le prestasen los de-
más para seguir acatándolos. Cada una de esas congregaciones era,
pues, a la vez, tanto una democracia como tina teocracia, y vivían
sus miembros como pequeños agricultores, sin que existiera allí la
esclavitud, en derredor de sus sencillos templos. Así nacieron las que
llegaron a ser colonias de Massachussets, Connecticut-y Rhode Island.
Como, a medida que fueron creciendo, a su vez el rey les fue recono-
ciendo más tarde el derecho a gobernarse conforme a lo que ellos mis-
mos habían venido haciendo, en documentos o cartas que eran verda-
deras constituciones, pues reconocían varios derechos individuales
y estructuraban gobiernos compuestos de un gobernador, un conseju
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o cámara alta y una asamblea, todos elegidos, aquí también, por los
hombres libres y plantadores, se les ha llamado gobiernos de reales
cartas constitucionales; pero atendiendo aquí también, al origen de
donde procedía la elección del gobernador, se les ha denominado
igualmente gobiernos republicanos. Pero como, de estas tres colonias,
solo Connecticut y Rhode Island conservaban esta estructura cuando
sobrevino la revolución, pues la carta de Massachussets fue modificada
en 1791 implantándose en ella el nombramiento del gobernador por
el rey en lugar de serlo, como antes, por lo que se llamaba "el pueblo",
es decir, los terratenientes y pobladores, manteniendo el orden
popular para la asamblea y el consejo, esta última colonia (la más
antigua de las tres), ha sido llamada, para su último período, semi-real.
Económicamente Massachussets fue diferenciándose también hasta
transformarse con su puerto de Boston, en un gran centro naviero
y cultural, desde su Universidad de Harvard.
Un tercer tipo de colonias nació como resultado, también,de la per-
secución religiosa en Inglaterra, buscando crear tierras de refugio pa-
ra los que profesasen igual credo, sobre la base del otorgamiento de
derechos feudales a un señor, que recibía el nombre de propietario a
cambio de un tributo simbólico (libre socage) que éste depositaba
periódicamente en el castillo de Windsor, en reconocimiento de su va-
sallaje, además del quinto del oro y la plata que encontrase. ales fue-
ron Pensylvania y Delaware, fundadas por el cuáquero William Penn
(que entregaría al rey anualmente dos cueros de castor), y, antes que
ellas, Maryland, fundada por el católico John Calveret (Lord Balti-
more), quien tributaría un manojo de flechas de indios, también todos
los años, las tres son tierras compradas a los indios por sus propieta-
rios respectivos, los cuales podían ejercer directamente el gobierno
por sí mismos, pero que adoptando las formas que la experiencia había
consagrado en las otras colonias, lo hicieron ya personalmente a veces,
ya nombrando ellos mismos un gobernador, pero con la participación
de los "hombres libres" de su territorio, quienes elegían su asamblea y
su consejo. Estas tres fueron las llamadas "colonias de propietarios"
o "colonias propietarias". En ellas dominaba la explotación agrícola,
aunque Delaware era también naviera, y no tenían esclavos.
Debe ahora, señalarse que, aún cuando a todas ellas las vinculaba,
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de lejos, la autoridad de la corona, y, en el suelo americano, la lengua


inglesa, las tradiciones de la madre patria, la semajanza de organiza-
ción política y el comnron law, el derecho común británico, cuyos
límites no podían ultrapasar, las trece colonias que componían esos
tres grupos eran totalmente independientes entre sí.
Ninguna autoridad común tenían en América, y tampoco deseaban
tenerla, ni ninguna ciudad hegemónica prevalecía sobre las demás, ni
ninguna colonia sobre las otras, ni ningún puerto que fuese exclusivo
para todas ellas. Cuando, en 1753, el Board ofTrade británico sugirió
a los gobernadores de las colonias que proyectaran las bases de un go-
bierno general, y Benjamín Franklin tomó base en ella para formular,
en 1754, un proyecto, que los delegados de siete de ellas (New York,
New Hampshire, Massachussets, Rhode fsland, Connecticut, Maryland y
Peñsylvania) llegaron a aceptar en una convención reunida en New
York, y consistía en el establecimiento de un gobernador nombrado
por la corona, un gran consejo formado por delegados de las trece co-
lonias: uno por las de menor importancia y dos o más por las de mayor,
las legislaturas de las colonias lo rechazaron. 8s esta la prueba de la
falta de existencia de vínculos entre ellas que superasen la fuerza de
los intereses y los sentimientos locales que en cada uno se habían
ido creando a favor de las radicales diferencias que las separaban.
Diferencias de tamaño: grandes y chicas. Diferencias de estructura
económica: de latifundios, de granjas y navieras. Diferencias de estruc-
tura social: aristocráticas, democráticas, esclavistas y no esclavistas. Di-
ferencias de religión: anglicanas, puritanas, quáqueras y católica. todas
ellas en grado de fanatismo y hasta de odio recíproco. Hasta mediados
del siglo XVII no había nacido la palabra tolerancia, porque no exis-
tía la idea de ello, y fue el célebre pensador inglés Roger Williams
quien la concibió y la dio a conocer en la puritana Massachussets. Pe-
ro los puritanos no dejaron por ello fácilmente de seguir atravesando
la lengua a los cuáqueros con un hierro candente. Fue en la originaria-
mente católica Maryland donde, por haber Negado a ella población
puritana perseguida de Virginia, se dictó la primera `-acta de toleran-
cia" ley que estaba limitada a las diferentes religiones cristianas, b
cual ya era mucho, sin duda, como fórmula de paz, aunque no como
concepto filosófico ni humano, pues empezaba castigando con la pena
20

de muerte a todos los que "blasfemasen contra alguna de las personas


de la Santísima Trinidad o la negasen".
Tan honda diversidad, en todo lo que no fuese las comunes tradi-
ciones inglesas, el idioma común y aquella semejanza meramente polí-
tica que daba a las colonias la vigencia uniforme, en todas ellas, y el
cammon law, y la existencia del régimen representativo, del sistema
bicameral y de un gobernador en cada una. con la sola excepción de
Pensylvania, en donde no había consejo y sí sólo asamblea, es decir:
tanta desemejanza económica, social y religiosa, conspiraba para man-
tenerlas desunidas, sumándose a la separación física que las distancias
a veces enormes entre los lugares habitados creaba por sí sola en aque-
Ila angosta faja de tierra extendida sobre el Atlántico a lo largo de la
cual, sin penetrar hacia el interior sino hasta las faldas orientales de
los Alleghanyes, se hallaban dispersas las trece colonias cada una de las
cuales, además, tenía si& propio puerto independiente expedito para el
mar.
Y así las encontró la revolución.
Esas trece colonias aisladas tenían, no obstante, enormes intereses
comunes que prmover, y encerraban, en sus cuatro millones de ha-
bitantes, los gérmenes de tina futura gran nación común, pero no te-
nían conciencia de ella, y habrían sin duda permanecido así por mu-
cho tiempo más.

LA INDEPENDENCIA, EL AISLAMIENTO DE LOS


NUEVOS ESTADOS Y LOS PRIMEROS
CONATOS DE UNION

Sólo cuando la agresión económica representada por la ley del tim-


bra, pequeña materialmente en un comienzo, pero que fue pronto sen-
tida como una amenaza potencial de otras mayores, que les infligió
a todas en común el Parlamento británico, bajo la presión del rey,
torpe, loco o prepotente, Jorge 111, y del gabinete Granville, un co-
mienzo dé conciencia común surgió casi en todas ellas a la vez en las
formas iniciales de la resistencia y la protesta, y determinó la convoca-
toria del primer congreso, el "Stamp Act Congress", que fije así Ila-
21

mado porque Massachussets convocó para él a las trece colonias para


que trataran el asunto, haciéndolo con la esperanza de que asistieran
todas ellas, aunque sólo nueve concurrieron, tal era, todavía, la iner-
cia que, en cuanto a sentirse cada una dueña única de sus resolucio-
nes, les venía de su estado anterior de aislamiento.
Formulada en este primer Congreso Continental la protesta ante la
Metrópoli, sólo durante la reunión del segundo Congreso Continental,
y tras los primeros actos de violencia, que dieron lugar a la reacción
de las tropas inglesas surgió la necesidad de responder a las agresiones
con la lucha armada, las trece colonias aisladas de ayer pasaron a ser
trece colonias insurreccionales y aliadas, a necesitar un ejército común
y un jefe militar común, que se lo dieron en la persona de Jorge
Washington, el rico plantador de Virginia que había hecho como joven
oficial, pocos años atrás, al servicio de su rey, la guerra contra los
franceses en las casi vírgenes tierras de más allá de los Alleghanyes
y medido como agrimensor, en ellas, y más lejos aún después del
triunfo de Inglaterra, tres años de paz, recorriendo valles, internán-
dose en las selvas y cruzando ríos, inmensas praderas de la zona de
Ohio.
Declarada la independencia, después de aquel período de vacilación
lleno de remanentes de lealtad a la metropoli, en el que, mientras el
propio Washington declaraba, resignadamente, su convicción de que
"ya nada podemos esperar de la justicia de la Gran Bretaña" y un súb-
dito de éste, el luminoso pensador político Thomas Paine, hacía, en
su célebre Common Sence, la demostración de que la independen-
cia era un derecho indiscutible de los anglo-americanos, las trece colo-
nias insurreccionadas y aliadas pasaron a ser, en el instante mismo de
esa declaración de independencia y en virtud de esa declaración, que
los representantes de todas ellas firmaron en común, con sus nombres
y especificando su respectiva representación local, como "representan-
tes del pueblo de los Estados Unidos de América", trece estados sobe-
ranos e independientes, es decir, puesto que ninguna de ellas tenía
rey, trece repúblicas soberanas e independientes, a la vez que militar-
mente aliadas, pues la guerra continuaba.
Pero quedaron totalmente desconectadas entre sí, cada una aislada
en su respectiva diversidad, cada una dueña absoluta de su voluntad
22

jurídica propia, no obstante tener un ejército común aliado, con su


jefe común y proponerse el esfuerzo común necesario para ganar la
guerra en común.
Entre tanto, las necesidades de avituallamiento, gastos de guerra y
toda su administración correspondiente creaban un mundo de difi-
cultades.

LOS ARTICULOS DE LA CONFEDERACION

Se sintió entonces por primera vez la necesidad de crear un organis-


mo común que sirviera de punto de contacto y nexo de articulación
para la adopción de medidas que atendiesen con alguna coherencia,
eficacia y continuidad, esas necesidades. Se llegaron a aprobar así los
"Artículos de Confederación y perpetua unión", que estructuraron un
organismo común llamado "Congreso de los Estados Unidos". Recor-
démoslo brevemente. No era un gobierno, ni el documento que lo
instauró y lo regía era una constitución, por más que errróneamen-
te se les haya llamado así más de una vez por historiadores que
hablan del "gobierno del Congreso" y de la "primera Constitución
americana", porque los estados seguían siendo soberanos y el Congre-
so no era, en cambio, la representación de ninguna soberanía.
El Congreso estaba formado por no menos de dos y no más de siete
delegados de cada estado; cada estado tenía un voto, y para tomar una
decisión se requerían los votos conformes de por lo menos nueve es-
tados en el total de trece que lo integraban. Tenía funciones diplomá-
ticas para concertar la paz, y contraer alianzas, las de emitir moneda y
pocas más, y, en general, lo que se ha llamado los "poderes implíci-
tos de guerra", pero no podía dictar leyes ni votar impuestos. Todas
sus resoluciones, aún después de aprobadas, debían ser sometidas
para adquirir el vigor de leyes, a la ratificación de las legislaturas
particulares de cada estado, las cuales no siempre la prestaban,y, en
todo caso, demoraban cuanto querían en otorgarla, a veces años. Se
le llamó por ello "gobierno de súplicas", y se ha señalado también
que, "revestido de una autoridad puramente declarativa, el congreso
se hallaba sin acción directa sobre los Estados y los ciudadanos".
Pero, paso importante hacia una futura unión más estrecha, cada
23

estado reconocía como suyos propios a los ciudadanos de los otros


estados.
El Congreso contrajo la alianza con Francia y con España, contrajo
un empréstito con Holanda e hizo la paz con Inglaterra.
Pero terminada ésta, comenzó a languidecer.
Parecía que había cesado su razón de ser, y que estaba próximo a
su disolución.

EL PROCESO HACIA LA CREACION DEL ESTADO FEDERAL

Pero, entre tanto, dos vigorosas clases sociales antagónicas habían


ido surgiendo, la de los deudores y la de los acreedores, que, como se
ve, no eran las de los esquemas habituales de la sociedad de la época,
de las cuales eran sin embargo, sus emanaciones circunstanciales, sus
hijas fuertemente agudizadas.
Durante la guerra, tanto innumerables individuos aislados como los
propios estados habían contraído deudas. La depauperización de la
clase media era espantosa. Sus intérpretes y portavoces buscaban gene-
ralmentae el remedio en la emisión de más billetes de banco, lo que
conducía a la inflación y depresión de la moneda emitida por el Con-
greso hasta el grado de que se decía con escarnio "esto no vale un con-
tinental", por alusión a dicha moneda, que tenía ese nombre,o llegaban
a pedir la condonación de todas las deudas, fundándose, no sólo en lo
angustioso de la situación, sino también en que muchos de los presta-
mistas con quienes estaban endeudados eran agiotistas sin moral y
especuladores abusivos. La revolución de Shay, en Massachussets, fue
el estallido más agudo de este grave malestar social.
Los acreedores pusieron entonces en acción un plan secreto. Que-
rían que una fuerte tesorería central, alimentada por impuestos espe-
ciales, se hiciera cargo de todas las deudas y se las pagase. Lograron
que la Convención Mercantil de Annápolis solicitara del Congreso
autorización para la reunión de otra Convención con el aparente
objeto, además de los comerciales también declarados, de "revisar
los artículos de la Confederación", pero en realidad con el ánimo de
hallar un instrumento poderoso de unión entre los estados del cual
surgiese esa tesorería común y prestase respaldo y garantía a todas las
24

deudas.
Los corifeos de esta idea eran llamados "unionistas", Washington
lo era, y de los más decididos. Hamilton que ni siquiera era natural de
los Estados Unidos, pues era un súbdito británico originariamente, na-
cido en las Antillas, abogado de banqueros acreedores, tenía prepara-
do desde hacía años un proyecto de Constitución, y prestaría su genio
jurídico a la magna construcción. Al terminar la guerra, en su despedi-
da al ejército, Washington había escrito a sus oficiales y soldados que
"El honor, la dignidad, la justicia del país se perderán para siempre si
no se aumentan los poderes de la Unión. El general deja pues a cada
oficial y a cada soldado, conto su ultima orden, la de uncir sus esfuer-
zos a los de sus dignos conciudadanos para alcanzar este grande e im-
portante resultado del cual depende nuestra existencia misiva corno
nación".
De este modo se reunió la Convención de Filadelfia de 1787, que
se proponía en realidad hacer una Constitución de jerarquía superior
a los trece estados, y cuyos verdaderos fines se hicieron visibles, en la
forma que veremos sólo después de su entrada en vigor. durante la pre-
sidencia de Washington y en las diferentes posiciones sustentadas
respectivamente por sus ministros, Hamilton y Jefferson, pero, como
también lo hemos de ver, el propio articulado de la Constitución que
fue su obra lo anunciaba ya para el intérprete perspicaz.
La Convención sesionó secretamente. Eligió presidente a Washing-
ton que habló una sola vez, y brevemente, sólo para echar el peso de
su prestigio a favor de la aprobación de la Constitución contra algunos
delegados que se oponían a aprobarla sólo porque no se accedía a au-
mentar la representación inicialmente prevista para la Cáinara de Re-
presentantes, y habían presentado tina enmienda para modificarla
en ese sentido. Sus miembros se comprometieron a no tomar notas de
lo que se hablaba en los debates. Sólo Madison sacaba escuetísimos
apuntes que luego explayaba fuera de la Convención, y son hoy co-
leccionados en los "Madison Papers", una fuente preciosa para la his-
toria y la interpretación de la Constitución.
En pocos meses, y tras no pocos debates, la Constitución quedó
terminada.
Hubo que superar varias dificultades que por momentos parecieron
25

insolubles. Los estados chicos desconfiaban de los grandes, y no que-


rían tener menor representación en el Congreso de la Constitución
futura que éstos, y los grandes querían tenerla mayor que los chicos.
Muchos resistían la idea de que, además de los impuestos municipales
y de los estaduales que se pagaban en cada estado, hubiera que pagar,
todavía, una tercera clase de impuestos, los impuestos federales, es
decir, los del nuevo gran estado común que se proyectaba para cobrar-
lo sobre ellos. Superado este obstáculo, se superó el otro por medio
del llamado "Acuerdo del Conecticut" o sea, por la solución presenta-
da por los delegados de este estado, según la cual el Congreso se com-
pondría, no de una Cámara, sino de dos, como las tenían tradicional-
mente las colonias, transformadas hoy en estados: el Senado y la Cá-
mara de Representantes. El Senado estaría compuesto por dos senado-
res por estado, de modo que cada estado estaría representado en él
por su igualdad jurídica. La Cámara de Representantes sería elegida en
proporción a la población de cada Estado, de modo que ella represen-
taría a los estados en su desigualdad material. Pero surgió sobre esto
mismo una dificultad. Los estados que no tenían esclavos no querían
que éstos se computasen a los efectos de determinar el monto de la
población si se elegían los representantes en proporción a ésta, porque,
puesto que no votaban por no ser personas vendrían a aumentar injus-
tamente el número de diputados de los estados que los tenían; y éstos
sostenían que debían computarse puesto que, aunque no votaban eran
parte de la población. La cuestión se resolvió, no por principios, sino
por una fórmula empírica, negociada con espíritu práctico en la llama-
da "Transacción de los tres quintos": se computaron cinco esclavos
como tres habitantes. La cláusula que la consagró no emplea la palabra
,,esclavos", que no figura en toda la Constitución, pero los encubre ba-
jo el eufemismo "todas las otras personas" escrito a continuación de
"personas libres, (comprendidas las contratadas a término para un ser-
vicio, y excepto los indios no tasados)", como puede verse a la lectu-
ra de la disposición dentro del cual está comprendida, pues esta dispo-
sición, que es la Sección 2 del Artículo Primero, está todavía íntegra-
mente, mantenida en la Constitución vigente.
26

LA CONSTITUCION FEDERAL

La Constitución fue aprobada al fin por el Congreso de Filadelfia.


Conforme a ella, el Congreso tenía amplios poderes legislativos, que
no son llamados así sino de un modo general en la Sección I del Artí-
culo Primero. Pero en la larga Sección 8, que detalla esos poderes le-
gislativos sin nombrarlos de ese modo, su primera cláusula, olvidando
repetir, para comenzar, que el Congreso tiene la facultad de dictar le-
yes, lo que, si bien aparece en la última, la célebre "Clásula elástica",
supone más bien implícita en aquella otra disposición, entra directa-
mente a revelar sin demoras los fines que habían conducido a la crea-
ción del estado federal: hacer de éste una fuerte tesorería general para
pagar a los acreedores todas las deudas y, para ello, dotar al nuevo es-
tado de la facultad de votarse sus propios impuestos para poder pagar-
las.
Véase en efecto cuan claramente se descubren esos fines, leyendo
esa primera clásula de la Sección 8 del Artículo primero. Dice así:
"El Congreso tendrá poder:
"Para establecer y percibir tasas, derechos e impuestos directos o
indirectos; pagar las deudas y proveer a la defensa común y á la pros-
peridad general de los Estados Unidos. Pero todos los derechos e im-
puestos directos o indirectos serán uniformes en toda la extensión de
los Estados Unidos..." y, todavía, el Art. VI, en su cláusula inicial,
aclara, para precaverse de toda posible evasión de la obligación de pa-
gar a que pretendiesen acogerse los deudores: "Todas las deudas con.
traídas y todas las obligaciones tomadas, antes de la adopción de esta
Constitución, serán tan válidas contra los Estados Unidos, bajo el im-
perio de esta Constitución, como lo eran bajo el de la Confederación".
La férrea garantía, o mejor, la garantía áurea, estaba, pues creada por
la nueva constitución para seguridad de los acreedores. La constitu-
ción, sin llamarla por ese nombre, creaba la ansiada poderosa tesore-
ría general.
Creaba también, entre sus bien combinados resortes, que no hace
el caso detallar, pero que merecen de verdad el nombre de sabios, una
institución nueva en el mundo: la Presidencia de la República, dotada,
también de facultades amplísimas, pues no había llegado a crear una
27

anarquía, lo que habría sido lógico en su época, por la hermosa rnegati-


va que Washington había dado al coronel Lewis Nicola, que se la había
ofrecido en una carta que se ha hecho tan célebre como la noble res-
puesta del destinatario. Sin embargo, un tiempo después Washington
escribía estas palabras: "Soy totalmente de opinión de que los hom-
bres que se inclinan hacia la monarquía no han consultado al espíri-
tu público... Es evidente para mí que aún cuando se admitiese la uti-
lidad ola necesidad de esta forma de gobierno, no se ha llegado to-
davía a una época en que se la pueda adoptar sin conmover la paz de
este país hasta en sus cimientos... Hay que reformar el sistema actual...
Y si, después de esta reforma, se le encuentra todavía ineficaz, la con-
vicción de que un cambio es necesario se difundirá en todas las clases
del pueblo. Entonces, y solamente entonces se podrá, en mi opinión,
intentar la monarquía sin desencadenar la guerra civil". Era mientras
se debatía la Constitución. Había escrito también, entonces, el ideal
que concebía para ella: "Un gobierno bastante firme y bastante per-
manente para asegurar, a todos los que viven bajo su imperio la vida, la
libertad y la propiedad". Y anota por ello Cornelis de Witt, el clásico
historiador de Washington del siglo pasado: "Washington no era el au-
tor ni el patrón de ningún plan. detallado de Constitución y si se le
hubiese preguntado qué poderes había que dar al gobierno de la
Unión, se habría sin duda contentado con responder, como Jay: "lo
más será lo mejor".
No es necesario remitirse a un historiador que, como el profesor
norteamericano dé la Universidad de Columbia Charles A. Beard tra-
tó estos temas en una obra cuyo título, por sí solo, basta para revelar
su criterio: Fconomlc interpretation ojthe Constitution, editado en
Nueva York, ni a un iconoclasta como Carlos Pereyra, para que se
pueda hablar, como éste lo hizo también, desde el propio título de
uno de sus libros, de "La Constitución de los Estados Unidos como
instrumento de dominación plutocrática". Acudo, por el contrario,
para llegar a la misma conclusión, a un historiador tan ilustre como co-
nocido por su espíritu conservador y su devoción por Washington y
por los Estados Unidos, y por consiguiente tan insospechable como
Franjois Guizot, el prologuista, precisamente, o mejor, magno ensayis-
ta, de aquel mismo Cornelis de Witt, y él, en los fundamentos de su
28

elogio a la Constitución federal de Filadelfia coincide por modo ¡ni,


presionante con la definición de Carlos Pereyra, pero con la sola dife-
rencia de que, lo que para el mejicano es digno de censura, para el
francés lo es de alabanza. Oigamos, pues, a Guizot. Habla de la cons-
titución recién creada y de los comienzos del gobierno de Washington,
y de uno de sus dos grandes ministros, Hamilton, federalista y Jeffer-
son, demócrata, y dice:
"Dos fuerzas concurren al mantenimiento y al desarrollo de la vida
de un pueblo, su constitución civil y su organización política, las in-
fluencias sociales y los poderes públicos. Esta faltaba aún más que la
primera al Estado americano naciente. En esta sociedad tan agitada y
tan poco unida, el antiguo gobierno había desaparecido, el nuevo no
estaba todavía formado. He hablado de la nulidad del Congreso, único
vínculo de los Estados, único poder central, poder sin derecho, sin
fuerza, que formaba tratado, nombraba embajadores, proclamaba que
el bien público exigía tales leyes, tales impuestos, tal ejército, pero
que no tenía por sí mismo ni leyes que dictar, ni jueces ni empleados
para aplicar sus leyes, ni impuestos para pagar a sus embajadores, sus
jueces, sus empleados. El estado político era aún más débil, más flo-
tante que el estado social.
"La Constitución fue hecha cojntraa este mal, para dar a la Unión
un gobierno. Ella hizo dos grandes cosas. E( gobierno central fue real
y colocado en su rango. Ella lo libertó de los gobiernos de los Estados,
le confirió un;: acción directa sobre los ciudadanos, sin intervención
de los poderes locales, y le aseguró los medios necesarios para conver-
tir sus voluntardes en hechos, impuestos, jueces, empleados, soldados.
En su organización propia e interior, el gobierno central fue bien con-
cebido y bien ponderado; los derechos y las relaciones de los diferen-
tes poderes fueron regulados con un gran sentido y una fuerte inteli-
gencia de las condiciones de orden y de vitalidad política, por lo me-
nos para la forma republicana y la sociedad a la cual se adaptaba.
"Comparando la Constitución de los Estados Unidos a la anarquía
de la cual ella salió, uno no se cansa de admirar la sabiduría de sus au-
tores y de la generación que los había elegido y que los sostuvo.
"Pero la Coastitución, adoptada y promulgada, no era todavía más
que una palabra. Ella daba armas contra el mal, pero el mal subsis-
29

tía. Los grandes poderes que ella creaba se encontraban en presencia


de los hechos que la habían precedido y hecho tan necesaria, en pre-
sencia de los partidos surgidos de estos hechos y que se disputaban a la
sociedad, a la Constitución misma, para modelarlas en su sentido.
"En un primer aspecto, el nombre de estos partidos sorprende. Fe-
deralista y democrático, no hay entre estas dos cualidades, estas dos
tendencias, oposición esencial y verdadera. En Holanda en el siglo
XVII, en Suiza todavía en nuestros días, es el partido democrático el
que ha querido fortificar el lazo federal, el gobierno central; es el par-
tido aristocrático el que ha marchado a la cabeza de los gobiernos
locales y defendido su soberanía. El pueblo holandés sostenía a Gui-
llermo de Nassau y el statuderato contra Juan de Witt y los grandes
burgueses de la ciudad. Los patricios de Schwitz y de Uri son los adv-
versarios más obstinados de la dieta federal y de su poder.
"Los partidos americanos, en su lucha, se han calificado a veces de
otra manera. El partido democrático se arrogaba el título de republi-
cano, tratando al otro de monárquico, monócrata. El partido federa-
lista llamaba a sus adversarios anti-unionistas. Se acusaban recíproca-
mente de ténder el uno a la monarquía, el otro al aislamiento, de que-
rer destruir el uno a la República, el otro a la Unión...
"Prácticamente y para los asuntos inmediatos de su país diferían
menos que lo que decían o pensaban en su odio. En el fondo, entre
sus principios y sus tendencias, la diferencia era esencial, permanente.
El partido federalista era al mismo tiempo aristocrático, favorable
a la preponderancia de las clases elevadas como a la fuerza del poder
central. El partido democrático era al mismo tiempo el partido local,
que quería a la vez el imperio del número y la independencia casi en-
tera de los gobiernos de Estado",
"Washington era altamente federalista, opuesto a las pretensiones
locales y populares, partidario declarado de la unidad y de la fuerza
del poder central.
"Se levantó bajo esta bandera y para hacerla triunfar.
"Sin embargo su elevación no fue una victoria de partido, y no ins-
piró a nadie las alegrías de las penas. A los ojos, no solamente del pú-
blico, sino también de sus adversarios, estaba fuera y por encima de
los partidos: "el único hombre en los Estados tenidos, dice Jefferson,
30

que haya poseído la confianza de todos... No había ningún otro que


fuese considerado como algo más que un jefe de partido".
Más adelante prosigue Guizot: "jamás, por el contrario, gobierno
fue más decidido, más activo, más irme en sus ideas, más eficaz en sus
voluntades.
"Había sido firmado contra la anarquía, para reafirmar el lazo fede-
ral, el poder central. Fue inviolablemente fiel a su misión".
Y luego: "Embarazos más graves pusieron pronto su constancia en
una más difícil prueba. Después del establecimiento constitucional,
las finanzas eran para la república una cuestión inmensa, la principal
quizás. El desorden era extremo: deudas de la Unión para con los ex-
tranjeros, para con los nacionales; deudas de los estados particulares,
contraídas bajo su propio nombre, pero en razón de su concurso en la
causa común; bonos de requisiciones; negocios de suministros; intere-
ses atrasados; otros títulos todavía, de diversa naturaleza, de diverso
origen, mal conocidos, no liquidados. Y en el término de este caos
ninguna renta asegurada y suficiente para hacer frente a las cargas que
él imponía.
"Mucha gente, y, hay que decirlo, el partido democrático en gene-
ral, no querían que se aceptasen todas estas obligaciones, ni siquiera
que concentrándolas; se llevase a este caos la luz. A cada estado
sus deudas por desigual que hubiese sido la distribución de la carga.
Entre los acreedores, distinciones, clasificaciones fundadas sobre el
origen de sus créditos y el montante real de sus desembolsos. Todas
las medidas en fin que, bajo una apariencia de examen escrupuloso
y de justicia verdadera, no son en el fondo sino subterfugios para elu-
dir y reducir las obligaciones del Estado.
"Como secretario del tesoro, Hamilton propuso el sistema contra-
rio: -la concentración, a cargo de la Unión, y el pago integral de todas
las deudas efectivamente contraídas para la causa común, extranjeras
o americanas, y cualesquiera que fuesen los contratantes,el origen, los
tenedores; -el establecimiento de impuestos sufucientes para hacer
frente a la leuda pública y a su amortización; -la fundación de un
banco nacional capaz de secundar al gobierno en sus operaciones fi-
nancieras, y de sostener el crédito.
"Sólo este sistema era moral, sólo él era sincero, sólo conforme a
31

la probidad y a la verdad.
"Consolidada la Unión uniendo financieramente a los estados como
estaban unidos políticamente.
"Fundaba el crédito americano por este gran ajemplo de fidelidad
a las obligaciones públicas, y por las garantías que aseguraba a su eje-
cución.
"Fortificaba al gobierno central uniendo alrededor de él a los capita-
listas, y dándole, sobre ellos y por ellos, poderosos medios de influen-
cia.
,,Al primer motivo, los adversarios de Hailton no cesaban de ha-
cer objeción abierta; pero se esforzaban por atenuar la autoridad
del principio rechazando el mérito igual de los créditos, discutiendo la
moralidad de los acreedores, protestando contra los impuestos.
"Partidos de la independencia local, rechazaban, en lugar de aplau-
dirlas, las consecuencias políticas de la unión financiera, y pedían, en
virtud de sus principios generales, que tos estados fuesen abandona-
dos, en el pasado como en el porvenir, a los azares diversos de su situa-
ción y de su destino.
"El crédito americano les parecía demasiado caramente comprado.
Se le obtendría, en caso necesario, por medios menos onerosos y más
simples. Acusaban a las teorías de Hamilton sobre el crédito, las deu-
das públicas, la amortización y los bancos, de oscuridad y de ilusión.
"Pero el último efecto del sistema excitaba sobre todo su cólera.
La aristocracia del dinero es, para el poder, un aliado peligroso, pues
es ella la que inspira la menor estima y la mayor envidia. Cuando se
trataba del pago de la deuda pública, el partido federalista tenía en su
favor los principios de moralidad y de honor. Cuando la deuda pública
y las operaciones a las cuales daba lugar se transformaban en un me-
dio de fortuna súbita, y tal vez de influencia legítima, la severidad
moral pasaba al partido democrático, y la probidad prestaba a la en-
vidia su apoyo.
"Hamilton sostenía la lucha con su energía acostumbrada, tan puro
como convencido, jefe de partido aún más que financista, y preocupa-
do sobre todo, en la administración de las finanzas, de su objetivo po-
lítico; la fundación del Estado y la fuerza de su gobierno".
Sin duda porque había podido adivinarse todo esto que iba a sobre-
32

venir desde los días mismos de la aprobación de la Constitución en la


convención de Filadelfia, tan impopular seguía siendo la idea del po-
der central, que los partidarios de éste, para lograr su ratificación tu-
vieron que librar batallas memorables y hasta acudir a maniobras, en
algunas de las legislaturas de los estados. Y que, para convencer a la
renuente Nueva York, Hamilton, Madison y Jay tuvieron que escri-
bir, en esta ciudad, la serie de artículos periodísticos que fueron reco-
pilados después en ese gran libro que es todavía El Federalista, monu-
mento de sabiduría que, con todo, será por siempre de imprescindible
consulta para tantos temas de derecho constitucional.
Ese fue, pues, el federalismo norteamericano; no la confederación
que erróneamente confunden muchos con él, sino la creación de un
poder central que antes no existía, para instalarlo por encima de tos
antiguos poderes locales preexistentes, antes colonias y ahora estados,
por obra de las clases capitalistas. Era, evidentemente, un proceso de
concentración del poder.
Pero ese poder central dejaba amplias esferas de poder descentrali-
zado, retenidas en cada estado particular, que seguía teniendo su cons-
titución, su gobierno, sus rentas y su gobierno propios, gracias a la
sabia distribución de las competencias que había sabido conjugarse
entre las que se atribuían al poder central y las que se reconocía
continuar perteneciendo a los estados particulares, todo lo cual cons-
taba, por otra parte, en fórmulas escritas que supo utilizar el artiguts-
mo en cuanto tenían de favorable a la disminución del poder central y
al robustemien:-o de los poderes locales en el Río'de la Plata, como
enseguida volve•emos a recordarlo.
Y, sin, duda, fue a causa de ese doble juego de gobiernos, el federal
y los estaduale;, que adquiriendo su unión,y descubriendo la unidad
de la gran naci4n que constituían, los Estados Unidos alcanzaron su
grandeza.

LA DIVERSIDAD EN EL RIO DE LA PLATA

Para penetre. en el Río de la Plata a las causas de la pluralidad de


los regionalismos que, como lo hemos visto, se daban también en él,
por modo tan intensamente acusado, no es necesario acudir al recuen-
33

to detallado de los orígenes de cada uno de ellos, pues nos bastará


con recordar una vez más el esquema grueso de sus diferencias, que he-
mos visto se exhibían por sí solos a lo largo y a lo ancho del mapa en
veintitrés núcleos separados entre sí, y dimanaban de un complejo de
factores que, desde Alberdi, que los expuso luminosamente, se vienen
estudiando e incluso lo han sido en monografías valiosísimas, que no
es del caso recordar aquí.
Regionalismos ganaderos, casi todos, caña de azúcar en Tucumán,
yerbales en el Paraguay, industrias aborígenes diversificadas según
sus naciones originarias (textiles, mineras y otras tantas más en que
perseveraba la artesanía ancestral), los ríos, las sierras y hasta los de-
siertos les imponían límites geográficos, las distancias enormísintas los
aislaban, pero todos debían someterse a no hallar salida a sus produc-
tos sino a través del puerto de Buenos Aires, hasta que surgió Monte-
video como rival para las propias zonas del litoral occidental, y no só-
lo del oriental, para servir de vía marítima de introducción y extrac-
ción a los diferentes puntos de la Banda Oriental, cuyas rutas conver-
gían desde las estancias dispersas en todo el ámbito de su campaña
hasta él, haciendo nacer en su suelo también una unidad económica y
social, pero a la vez la hegemonía de la ciudad sobre el campo.
Ese enorme conjunto es lo que liemos llamado en ese mismo libro
al que quizás he aludido con exceso ahora, "vasta y diversificada serie
de regionalismos económicos y sociales subyacentes, alejados y a
veces remotos entre sí: provincias o no, todavía, oficialmente, todas
ellas, si llamamos provincias a las ocho que al comienzo de la Revolu-
ción constituían las Intendencias (y no olvidemos que no lo era, por
ejemplo, la Banda Oriental), pero, de todos modos, zonas coherentes
de sociabilidad, aunque la mayoría de ellas casi desconectadas entre sí.
Recuérdese que se necesitaban seis meses de viaje para llegar, en carre-
ta, desde Buenos Aires hasta Tucumán, y muchas veces, cuando se
iba aguas arriba, dos meses de navegación por los ríos hasta la Asun-
ción. Y Buenos Aires era la convergencia final de las rutas. Para via-
jes transversales, las comunicaciones era muchas veces imposibles.
Tales regionalismos, cuanto más apartados más característicos, ¡lo eran
sino otros tantos centros de vida surgidos de las variantes creadoras,
el múltiple novum vital emergente, con que un factor pincipalisimo
34

la necesidad económica, que debemos sentir presente asimismo, con


intensidad y matices diversos, en cada uno de los demás factores que
seguiremos inventariando a continuación; otro factor también esencia-
lísimo, el imperativo geográfico (que iba de la cordillera, la precordi-
Vera y sus contrafuertes y valles adyacentes, al altiplano, de allá a las
selvas chaqueñas, paraguayas .y correntinas y a los yerbales misione-
ros, y bajaba por los llanos, por las sierras de Córdoba y por el Litoral
hasta los primeros confines de la pampa por un lado, y, por el otro,
hasta el final de las cuchillas de la Banda Oriental, sin llegar a la Pata-
gonia, pues ésta era ajena todavía con la sola excepción que la anun-
ciaba, de Carmen de Patagones; a la sociedad virreinal); y otro factor
fundamental, aunque tantas veces olvidado, la respectiva nación abo-
rigen inicialmente dueña de la correspondiente zona del territorio con-
quistado por España, de la más dócil ala más rebelde: colla, guaraní,
diaguita, comechingona, huarpe, chaqueña, pampa o charrúa: todo eso
justo, y unas cosas recobrando a su manera sobre las otras y entre sí,
habían ido reaccionando paralelamenete, con lentas pero íntimas pul-
saciones y elaborando sus jugos propios, a la enérgica y prolongada
impregnación del futuro que imprimió finalmente la huella más fuer-
te en el conjunto, a saber, el plasma hispánico común (éste, a su vez,
diferenciado según fuesen la procedencia de la expedición fundadora
o la de alguna de las supervinientes de importancia, transoceánica o
americana, es decir, castellana, andaluza, extremeña, gallega, vizcaína,
navarra, aragonesa, catalana, levantina o canaria, llegadas directamente
en su pureza o ya diversamente tocadas, a su vez, por las superviven-
cias árabes o por las influencias de lo americano, si procedían de Chi-
le, del Perú o .iel Alto Perú, del Paraguay, de Santa Fe y aún de Bue-
nos Aires, como ocurrió con el plantel inicial de familias que siguió,
en Montevidet?, a la entrada de las tropas de Zabala y a la de los indios
tapes empleados en levantar las fortificaciones, y precedió al arribo
de las familiaa canarias), plasma común, no obstante lo fuertemente
perceptible de tanta variedad de sabor lugareño: plasma hispánico
entre cuyos ingredientes venían incluidos sociabilidad, idioma -por
encima de las variaciones que en él se daban pero también con ellas,
es decir, con goda su gama de. particularismos en dialectos, acentos,
modismos, y pronunciaciones; -costumbres y psicología ambas con
35

todos sus matices pero esta última, sobre todo, con las tónicas funda-
mentales que la historia reconoce, sustancialmente y en sus grandes
trazos, en lo que puede Hamarse la psicología del pueblo español, y
que hemos creído acertar a sintetizar en otra obra como energía,
entereza, digníficación y exaltación de la personalidad; religión,
técnica, cultura, instituciones, tradición jurídica -sabia popular, inclu-
so el particularismo de los fueros-, tráfico comercial, armazón legal,
administración.
Agréguese, para lograr una captación cabal de lo heterogéneo de
tales estructuras, la desigual distribución, de todos modos movediza,
del elemento blanco, política y económicamente dominante, y, por
ello, en grueso, dueño de la explotación, y de los dos elementos
étnicos explotados, el indígena -casi nulo en Buenos Aires y en Mon-
tevideo- y el negro -casi nulo en el Alto Perú- con el continuo
rebrotar de mestizajes, castas y pardos que de ellos se originó; y,
volviendo ahora a hacer caudal de nuestra advertencia, que formula-
mos más arriba, acerca del factor económico, recordemos que el plas-
ma hispánico había traído también con él el aporte económico euro-
peo -el ganado, el trigo, las hortalizas, los frutales y la vid, (la caña de
azúcar, aunque no europea, llegó a Tucumán también con el aporte
europeo), el instrumental, con las naves, la rueda y el hierro como las
más trascendentales de estas que fueron, a su llegada, revolucionarias
novedades; los "efectos" o mercaderías manufacturadas; la moneda,
la vivienda y el vestido- aporte que se conjugó por modos divergísi-
mos con las riquezas naturales en metales preciosos, en árboles, en
plantas, sobre todo el maíz, en pasturas y tierras de labor y en anima-
les, como la llama, la alpaca, el huanaco y la vicuña, o como la ballena
y el lobo marino, que, en su conjunto, el Río de la Plata ofrecía ala
explotación, aún con las más opacas, aunque no pocas veces valiosas
artes de industria indígena.
Conjunto en que convivían, mal avenidos, el centro de autoridad
suprema, radicado en Buenos Aires, y la germinante vida propia y mu-
chas veces rival de los dos grandes puertos del virreinato, el de la capi-
tal y el de Montevideo; de sus dispersísimas ciudades, villas y pueblos,
españoles o indígenas; y fuera de ellos, según las regiones de sus es-
tancias y pulperías, de sus chacras, sus ingenios. sus viñedos y trapi-
36

ches, sus minas, sus obrajes o sus yerbales, sus capillas, sus fortalezas,
sus fortines, sus guardias militares o sus "reales'.
El acontecer y suceder político y militar de la Revolución se preci-
pitó pues, sobre ese inmenso panorama polúnorfo, pocas veces denso,
casi siempre ralo, o, mejor, ralísimo, y aún desierto, asiento de tan va-
rios y sustanciales mundos rezumantes de sabrosísima vida propia y de
tal manera separados entre sí pero sometidos artificialmente a la uni-
ficación en el papel y de papeleo, pero también al cabo, de mando y
jerarquía (que no de elección voluntaria por los pueblos, pues no se
les consultaba para ello), que resultaba de esa centralización implanta-
da desde España en Buenos Aires para ser ejercida, a través de una
multitud de nomas y trámites de esta última o que afluían a ella,
primero por Capitanes Generales y luego por Virreyes.

EL FEDERALISMO EN EL RIO DE LA PLATA


COMO PROCESO DE DESCENTRALIZACION

Y bien, Artigas quería romper ese poder central preexistente radi-


cado en Buenos Aires, y el monopolio que su puerto ejercía sobre las
provincias de la orilla derecha del Uruguay y el Plata, y que sólo Mon-
tevideo desafiaba, quebrando la superioridad o la hegemonía de una
provincia y un puerto sobre las otras. Nivelar igualitariamente los de-
rechos al gobierno propio de cada región, hacerlas dueñas a todas de
su particular economía, libertarlas, en suma.
Y para eso la misma Constitución federal de los Estados Unidos le
daba, partiendo, también para llegar a ella, y mientras durase la guerra,
del presupuesto de la resunción, por cada pueblo, de su soberanía
particular, para crear, por la suma de éstas, las provincias, que serían
a su vez, por ello mismo transitoriamente soberanas, una confedera-
ción, también transitoria, pactada entre todas ellas, y, terminada la
guerra constituir un estado federal, que, sí por comparación a ese pe-
ríodo de la confederación, centralizaba también el poder, era, eviden-
temente, por comparación con el preexistente estado de sojuzgamien-
to por Buenos Aires, un proceso de liberación. .
37

SIGNIFICADO OPUESTO DE LOS DOS FEDERALISMOS

Es decir, que, mediante el federalismo en los Estados Unidos, cada


estado entraba por primera vez a someterse parcialmente a la órbita
de un poder central que antes no existía, mientras que, inversamente
en el Río de la Plata cada provincia salía también parcialmente de la
órbita del poder central que antes la sujetaba, para entrar por primera
vez a adquirir su soberanía total, y, perdida una parte de ella con la
implantación de la Constitución federal, retener parte restante, es de-
cir, conservarla en grado de que por primera vez seguiría teniendo su
propia esfera de poder, su gobierno propio.
Washington fue, para las colonias inglesas de la América del Norte,
un libertador en el orden externo, es decir, como héroe de la indepen-
dencia, pero no lo fue para el orden interno.
Amigas, en cambio, fue para el Río de la Plata, también un liber-
tador en el orden externo, por sus luchas por la independencia, y
además libertador para el orden interno, en sus luchas por el federa-
lismo.
ARTIGAS Y SU IDEARIO A TRAVÉS
DE SEIS SERIES DOCUMENTALES
(Selección)
41

ARTIGAS Y LOS IDEALES DE LA REVOLUCION DE MAYO

Este libro, en lo fundamental, es decir, en la parte que constituye


lo esencial del objeto para el cual fue concebido, o sea para los capítu-
los que consisten en un repertorio documental comentado, toma al
ideario de Artigas, no a través de la totalidad de los períodos en que
puede írsele viendo desenvolverse (prescinde de considerar al Artigas
hombre de la colonia y al Artigas hombre de la Revolución de Mayo
en su fase todavía indiferenciada), pero sí lo toma, en cambio, desde
que él comienza a mostrar ya sus primeros relieves propios, anuncios
inequívocos, como podrá apreciarse, de lo que habrían de ser bien
pronto las grandes características que señalan su personalidad, en el
plano del pensamiento político, entre los grandes libertadores de
América.
Lo toma, pues, desde el momento en que, por lo menos docüinen•
talmente, empieza a diferenciarse dentro del ideario hasta entonces
profesado por la Revolución de Mayo, es decir, por la misma Revo-
lución iniciada en 1810, desde Caracas hasta Buenos Aires, y desde
Cartagena o Santa Fe de Bogotá hasta Santiago de Chile, por todas
aquellas regiones de la América española que, en razón de haber des-
conocido, por ilegítimo y porque toda la Península parecía perdida
bajo la invasión napoleónica, al Consejo de Regencia instituido en
Cádiz por la Junta Central en el instante de la disolución de esta úl•
tima, crearon sus propias juntas en sustitución de los respectivos Vi-
rreyes o Capitanes Generales que representaban al legítimo régimen
institucional que así acababa de caducar en la metrópoli.

En el momento en que se instalaron las juntas de 1810, América,


no obstante haber sido conformada, por una deliberada y siempre
sostenida estructuración legal, en lo político, lo administrativo, lo
económico, lo social y lo espiritual, según los principios asimilistas
que, por una persistente política seguida por los reyes y los consejos
y ministros metropolitanos, presidieron la organización del régimen
indiano en su gigantesco intento de hacer de ella, "en cuanto hubiere
lugar y permitiere la diversidad de las tierras y naciones"ci tina pro-
42

longación de España, y no obstante serlo efectivamente, en virtud de


ello, en muchísimos aspectos, y creer ella rnisma (por lo menos sus
clases dirigentes, y más de la medida) que lo era de verdad, constituía
en la realidad, dentro de la vastedad de los reinos hispánicos, peninsu-
lares y ultramarinos, vinculados a la corona de Castilla, cuya extensión
ella sola abarcaba casi totalmente, un mundo diferente, separado de
todos los demás por los mayores océanos del globo, y escenario en
incesante creación de múltiples centros de vida propia y hasta a veces
activísima y ubérrima, que promovía de continuo para todo el conti-
nente como para cada una de sus regiones, un infinito de problemas
propios; y ,por eso tenía que ser independiente.
Eso lo sabemos ahora, y lo supo bien pronto toda América. Pero en
1810 todavía no lo quería ni lo sabía con cabal claridad. Confiaba en
las soluciones del gobierno propio, que bien pronto se le mostró insu-
ficiente, como antes había confiado en las casi siempre inútiles medi-
das del reformismo peninsular.
Y, por ello mismo, América era, todavía, un inmenso conjunto de
patrias ya casi totalmente maduras, pero que se ignoraban a sí mismas,
porque, si bien constituían unidades geográficas, económicas y socia-
les más o. menos definidas, faltaban los sacudimientos que las hicieran
despertar.
El haberlas sabido, descubrir, reconocer y amar desde que mostra-
ron sus primeros anuncios, y ofrendar en seguida, para que se levan-
taran a la faz de la tierra, su vida, sus intereses, su tiempo de todas
las horas y de todos los días, fue, para cuantos pusieron en ello su
alma, dirigentes. o masas anónimas, un holocausto total y sublime,
que no tuvo otra recompensa que la conciencia, quién sabe si sentida
cabalmente, todavía, por cada uno, de su propia belleza, que era a la
vez la de sentirse libres ellos mismos y la de una promesa alucinante
de futuro dichoso, vagamente prefigurado, para las generaciones que
habrían de venir. Pero fue especialntente. para algunos, para los pocos
-dijérase que sus predestinados- en quienes el alma colectiva concen-
tró lo mejor de sí y de quienes recibió a la vez la inspiración, el senti-
do y las fórmulas de ideales nuevos que ella sola no podía alcanzar, y,
todavía, la energía con qué conducirla a la acción y con ella a la lucha
y aún al martirio o a las grandezas de la gesta heroica, el motivo de
43

una esperanza y una gloria que no tienen igual en la vida del hombre:
la esperanza y la gloria del libertador. Y para los pueblos que son su
herencia única y preciosa, el origen de los más nobles de los séntimien-
tos que puedan abrigar: la admiración, la gratitud y la lealtad, que, en
el caso de nuestro pueblo con relación a Artigas, sé equivalen con la
admiración, la gratitud y la lealtad a los ideales de libertad y de jus-
ticia, y a la infinitud de sus posibilidades de progreso.

Ese será el Artigas posterior al éxodo. El Artigas de sucesivas y cada


vez más hermosas y más grandes encarnaciones. Véase, si no. Tiene, al
comienzo, como hombre de la colonia, los ideales de un español ame-
ricano, hijo de buena cuna en la ciudad y mimado por ella, en la juven-
tud, en las treguas de su andar por los campos en acarreos de ganado,
leal vasallo del rey, progresista y celador responsable del orden en la
campaña. Comparte más tarde, como hombre de la Revolución de Ma-
yo, los ideales iniciales de ésta, pero sentidos fuertemente, como idea-
les de libertad y de gobierno propio, de horizonte amplio e indefinido,
desde el medio rural que le prestó su paisanaje, sus masas (las primeras
masas que tuvo la Revolución), medio rural de un territorio -la Banda
Oriental del Uruguay- de aproximadamente 200.000 kilómetros cua-
drados y unos 30.000 habitantes, descontada la larga docena de milla-
res que vivía en Montevideo pero incluidos los moradores de los demás
núcleos poblados, que sumaban 22: de un territorio privilegiado por la
naturaleza, homogéneo, suavemente ondulado, y regado por una red
riquísima de ríos y arroyos, todos de paso fácilmente practicable, en
todas las estaciones, para el jinete resuelto, ubérrimo de pastos y de
tierras de labor, éstas escasísimamente cultivadas, pero poblada, en
cambio, por millones de cabezas de ganado vacuno, yeguarizo y la-
nar, que explotaban, con uniformidad de técnicas, de primitivo, rudo
y varonil estilo, especialmente para las industrias de la corambre,
y muchísimo menos para la salazón de carnes; algunos centenares de
estancieros, con sus peonadas, tributarios todos, para la extracción de
sus frutos, de un puerto -Montevideo- en poder de los enemigos de
la Revolución: territorio cuyos secretos geográficos, económicos y
sociales, inclusos los del "gaucho", que lo hacía centro •4•^. su •;¡di li-
bérrima y errante, conocía como nadie. Y llegará a ser, `a: en seguii:,
44

con el éxodo, el hombre de los orientales, no sólo por haber sido el


llamado por ellos mismos a conducirlos hacia su voluntario exilio,
sino, principalmente, por haber extraído del hecho de la emigración,
la fuente de un derecho nuevo y de un nuevo ideario: el "gobierno in-
mediato" y,. como base del mismo, el pacto o "constitución social"
originaria, o sea la soberanía oriental en estado naciente; y al regreso
del éxodo, seguido nuevamente por su pueblo y entrando ya en el apo-
geo, el hombre de la independencia, la república, la democracia y el
federalismo en el Río de la Plata, es decir, de la libertad en todas sus
formas y "en toda su extensión imaginable", y culminará, todavía,
haciéndose el intérprete. de las masas campesinas y de los derechos de
los indios, e instaurando el reparto de. tierras para éstos, para los ne-
gros libres y para. los "criollos pobres", en agrandar su revolución pa-
triótica y política hasta consubstanciarla con una revolución social,
como bien lo columbrara ya Mitre, no muchos decenios más tarde,
según lo revelan estos párrafos de la carta que escribió a Barros Arana
el 20 de octubre de 1875: "En el plan de mis trabajos históricos, el
período de la guerra civil comprendido entre 1816 y (826, que antes
pensé hacer entrar en el cuadro de la Historia de Belgrano, formará el
argumento de otro libro que tengo en borrador. Su título es Artigas.
Es la historia de la revolución interna y de la descomposición social
a la vez que del régimen colonial simbolizada por el caudillaje y expli-
cada por la anarquía y la guerra civil, desde 1810 en que las masas se
despiertan al soplo revolucionario"?
Ese será, pues, el futuro Artigas.
No hemos llegado todavía a él, pero ha sido bien que lo hayamos
visto así para señalar cuál ha de ser la parábola histórica que su revo-
lución estará destinada a cumplir, etapa por etapa, y a partir del perío-
do, cuyo ideario nos hemos propuesto recorrer en este capítulo, en
que actúa con los ideales iniciales de la Revolución de Mayo.
Tal proceso de superaciones sucesivas en el ideario en incesante en-
riquecimiento de Artígas, no puede producir extrañeza.
Su dinámica es la dinámica de las grandes revoluciones, con su
enorme fuerza de creación.
E1 pretexto inicial de éstas se olvida pronto, porque aparecen de
inmediato los motivos nuevos y más graves, y, a la luz de ellos, sus
45

causas ocultas se hacen conscientes y van revelándose gradualmente,


sus ideales se agrandan y sus fuerzas crecen a medida que las resisten-
cias que se proponían abatir y contra las cuales chocan, y que reobran
activamente, por contragolpe, contra ellas, es decir, los procesos de la
reacción, van adoptando formas de más en más severas y, generalmen-
te, de más en más violentas y torpes a fuerza de desesperadas. Los po-
los de la lucha, encarnados en los bandos enemigos, se enconan y se
hieren cada vez más a fondo, alejándose, por consiguiente, cada vez
más de su punto de partida, y no citaremos sino dos ejemplos conoci-
dísimos de ello para comprobarlo.
Así, en efecto, la Revolución de las colonias inglesas de la América
del norte comenzó como una lucha por el no pago de impuestos que,
por haber sido votados por el Parlamento británico, no lo habían sido
por los representantes de los colonos, que no tenían los suyos en ese
Parlamento sino en sus propias asambleas locales, pero pronto del
"no taxation without representation" se pasó al radical "no taxation"
a secas, y de éste, sucesivamente, a la independencia y la república,
luego a la creación de una confederación y de la confederación a la
creación de un solo estado con las trece recién nacidas repúblicas
que la componían, y al descubrimiento de la grande nación única que
su conjunto constituía amorfamente sin que antes lo hubieran sabido.
Así también la Revolución Francesa no comenzó sino por un pedi-
do de reformas para el alivio de los abusos, las contribuciones y las
trabas económicas, luego por el de la reunión de los Estados Genera-
les para que la nación misma, y especialmente el "tercer estado".
la burguesía, que era el motor del movimiento por ser la clase cuyos
intereses lo estaban promoviendo, expresara cuáles eran sus males y
sus necesidades y qué remedios proponía, confundiéndolo todo en su
lealtad a un rey del que todavía no desconfiaba; en seguida, fue una
lucha por la abolición de los privilegios y por los derechos del hombre
y la constitucionalización de la monarquía, y finalmente llegó, que-
mando las etapas, a la república, al regicidio, y hasta a la "revolución
en profundidad", que, de no haber sido vencida, habría llevado al po-
der al "cuarto estado" con Robespierre, y caído éste, y exasperada
por la reacción thermidoriana, quizás a alguna forma de consagra-
ción de la mezcla de utopías e ideales de justicia de Baboeuf.
46

Pero volvamos ahora, para comenzar, al Artigas del período en que


actúa, y sin la menor discrepancia, como lo dijimos en un principio,
al servicio de la Junta de Buenos Aires, que es el de sus invocaciones a
Fernando VII.
Sigámoslo brevemente en sus expresiones de ideario correspon-
dientes a este período.
Las que comienzan con el Exodo y sus preliminares, es decir, las
que vendrán a componer, dentro de un proceso de evolución y enri-
quecimiento progresivo al cual hemos aludido ya, y que va de 1811
a 1820, el verdadero ideario de Artigas, serán objeto, con su repertorio
documental correspondiente, de los capítulos siguientes.
Recorramos una a una las frases, ya que no los documentos ínte-
gros, en que exterioriza los ideales de su período juntista.
En su proclama de Mercedes, que hizo circular el 11 de Abril de
18113 sus primeras palabras de jefe revolucionario dirigidas al pue-
blo oriental para convidarlo a la insurrección, a su regreso de Buenos
Aires, a cuya Junta fuera a ofrecer sus servicios y a pedirle "auxilios
de municiones y dinero"4 para "estos ciudadanos"-,s exhibe una, y
otra, y otra vez, su solidaridad absoluta con aquella Junta, en cuyo
nombre se empeña en patentizar que habla, pero no da a entender en
modo alguno cuáles son los fines que se propone esa Junta, salvo en la
parte en que los muestra dirigidos a "sacar a sus hermanos de la opre-
sión en que gimen baxo la tiranía de su despótico gobierno": opresión
y tiranía que nos resultan, sin embargo, claramente identificables; por
una parte, con el origen de la investidura de Elío (el Consejo de Re-
gencia, degítimo y repudiado por la Junta), y por otra, con los actos
del mismo Virrey (había declarado la guerra a la Junta de Buenos Ai-
res, impuesto una contribución general a las propiedades de los veci-
nos de la Banda Oriental y difundido amenazas de muerte y confis-
cación de bienes, y de que "a mi sola orden entrarán quatro mil por-
tugueSes").7
Con todo, el precioso documento está iluminado por los primeros
resplandores americanistas y orientales que se hayan escrito para nues-
tro pueblo y difundido sobre nuestro suelo ("Compatriotas de la Ban-
da Oriental del Río de la Plata... patriotas... nuestro suelo... los ameri-
canos del sud, están dispuestoa á defender su patria"), palabras que en
47

el ambiente de Mercedes, precisamente, debían ser recibidas con fer-


vor por el intenso espíritu anti español de los "hijos del país" que
allí reinaba desde por lo menos dos meses antes del grito de Asencio
y bajo cuyo signo fue llevada a cabo toda la gesta de los días que sub-
siguieron a este hechos y por el amor a la libertad, a una libertad que
la proclama no nombra pero que es ta que está dictando los epítetos
con que, en ella, los enemigos son señalados a la execración patrió-
tica de los pueblos: "opresores de nuestro suelo... opresión... tiranía...
despótico gobierno... tiranos... afrentoso cautiverio... "
Pueden destacarse en esta proclama de Artigas varios pasajes. que,
al paso que traducen su entusiasta definición juntista, contienen las
expresiones americanistas y orientales y la enérgica profesión implíci-
ta de amor a la libertad, a que acabamos de aludir. Son los siguientes:
"Leales y esforzados compatriotas de la Banda. Oriental del Río de
la Plata: vuestro heroyco entusiasmado patriotismo ocupa el primer
lugar en las elevadas atenciones de la Excma. Junta de Buenos Ayres
que tan dignamente nos regenta. Esta... os dirige todos los auxilios
necesarios para perfeccionar la grande obra que habeis empezado; y
que continuando con la heroycidad... exterminéis á esos genios disco
los opresores de nuestro suelo, y refractarios de los derechos de vues-
tra respetable sociedad. = Dineros, municiones, y tres mil patriotas
aguerridos son los primeros socorros con que la excma. Junta os dá
una prueba nada equívoca del interés que toma en vuestra prosperi-
dad: esto lo tenéis á la vista, desmintiendo las fabulosas expresiones
con que os habla el fatuo Elío, en su proclama de ?0 de marzo. Nada
más doloroso á su vista, y á la de todos sus facciosos, que el ver mar-
char (con pasos magestuosos) esta legion de valientes patriotas, que
acompañados con vosotros van á disipar sus ambiciosos proyectos; y
á sacar á sus hermanos de la opresion en que gimen, baxo la tiranía
de su despótico gobierno... os recomiendo á nombre de la Excma. Jun-
ta vuestra protectora, y en el de nuestro amado xefe, una union fra-
ternal, y ciego obedecimiento á las superiores órdenes de los xefes,
que os vienen á preparar laureles inmortales...: A la empresa compa-
triotas, que el triunfo es nuestro: vencer ó morir sea nuestra cifra; y
tiemblen, tiemblen esos tiranos de haber excitado vuestro enojo, sin
advertir, que los americanos del sud, están dispuestos á defender su pa-
48

tria; y á morir antes con honor, que vivir con ignominia en afrentoso
cautiverio", 9
Si en este documento no explicó Artigas cuáles eran los fines que
perseguía la Junta, lo hizo en cambio -podemos afirmarlo- en nume-
rosas cartas privadas que dirigió a los principales vecinos de la campa-
ña y de Montevideo. En esta misma proclama de Mercedes alude a
ells, cuando, en uno de los párrafos que deliberadamente no había-
mos transcripto, dice: "He convocado á todos los compatriotas carac-
terizados de la campaña; y todos, todos se ofrecen con sus personas y
bienes, á contribuir á la defensa de nuestrajusta causa".' o Y también
en otra nota a la Junta, del 10 de Mayo de 1811, expresa que "Desde
mi arribo a Paysandú, dirigí varias cartas á los sugetos más caracteriza-
dos, tanto de la Campaña, como de la Ciudad de Montevideo; y entre
estos fué uno D." Ant.° Pereyra, de los q.° se ofrecieron con sus bie-
nes, y todas sus facultades, á emplearse en obsequio de nra. sagrada
causa. Del mismo. modo el conductor D." Man.° Villagran, me há he-
cho iguales ofertas..."r t
La posteridad no ha podido, desgraciadamente, recoger hasta ahora
ni una sola de esas cartas, que nos mostrarían para qué fines, con qué
palabras, y encendiéndoles qué clase de sentimientos, convocaba Ar-
tigas, por primera vez, al pueblo oriental para que se lanzara a la insu-
rrección armada„ aunque no debemos desesperar de que un día apa-
rezca alguna, entre restos de papeles enmohecidos, en algún olvidado
arcón de nuestras viejas familias, a las cuales, como porfiadamente lo
venimos haciendo todos los años, desde el aula, a.nuestros alumnos,
invitamos ahora, aquí, a extremar su búsqueda. Pero podemos conocer
de todos modos, clarísamamente, cuál era e! sentido que ellas tenían,
gracias a los tan inequívocos términos con que se lo comunica a la
Junta, en su no a del 21 de Abril de 1811. Dicen así:

"Mi prim.' cilig.° en esta, fue dirigir varias confidenciales, á los Su-
getos mas caracterizados de la campaña, instruyéndoles del verdadero
y sano objeto ¿e esa Excma. Junta y del interez q.° toman sus. sabias
disposiciones, en mantener ilésos estos preciosos Dominios denro. in-
fortunado Rey, y restablecer a los Pueblos la Tranquilidad usurpada, p.r
los ambiciosos mandones q.° los oprimen, dessimpresionándolos
49

(en mis contenidas) de las falaces sugestiones de aquellos. 1' han sido
tambien recibidas mis antedhas, q." todos estan dispuestos á defender
ora. causa; ofreciendo sus personas y bienes, en obsequio de ella'.
Y agrega: "El patriótico entusiasmo del paisanage es general... De
modo, q,` á los tiranos no les queda mas recurso, q.° el Triste partido
de la desesperación... Los enemigos, han destacadola mayor parte de
su fuerza... y puede VE. descansar en los esfuerzos de estas Legiones
Patrioticas, q.° sabran romper las caden.r de su esclavitud, y asegurar
la felicidad de la Patria". 12
Como puede verse, si en el primero de los dos documentos que es-
tamos comentando no se hace invocación expresa a Fernando Vil, la
insistencia en demostrar adhesión a la Junta, que, ella sí, la venía
haciendo por modo tan ostensible, la equivale sin duda; y, de todos
modos, el segundo documento, y, con toda seguridad, las "confiden-
ciales" a que el mismo se refiere, se empeñan en recordar que "el ver-
dadero y sano objeto de esa Excma. Junta" es "mantener (ésos estos
Dominios denro. infortunado Rey". Se alude además a los enemigos
como a su surpadores y "mandones", y se afirma que las cartas que di-
rigió a los vecinos se proponían desinpresionar a éstos "de las fala-
ces sugestiones de aquellos", es decir, desimpresionarlos, sin duda,
de que fuera cierto que, como seguramente lo propalaban Elío y los
marinos de Montevideo, la Junta desconocía los derechos del Rey
y se proponía la independencia absoluta. 13
Podemos asegurar, pues, que al promover el alzamiento de 1811,
Artigas, como el año anterior, según lo hemos visto, lo habían hecho
la Junta en las instrucciones secretas a Ocampo, y el propio Ocampo
Castelli en sus proclamas, con relación a las provincias interiores,t
procuraba consolidar el fernandismo, para el futuro, en las masas de
la Banda Oriental.
No debemos desestimar en modo alguno ni el antiguo y arraigado
anhelo del gobierno propio, ni la influencia de los factores económicos
circunstanciales a que hemos visto aludir al propio Artigas y a Salazar
en sus notas, que respectivamente hemos citado, de 21 de Mayo y 19
de Noviembre de' 1811.1 5
Pero en cuanto a esta causa económica circunstancial, no debemos
exagerar su alcance cuando estamos viendo, precisamente, que los pro-
50

pios vecinos, es decir, los estancieros y demás propietarios castigados


con las nuevas imposiciones decretadas por Elío, ofrecían dar por la
causa de la Junta "sus personas y bienes", que valían, sin duda, mucho
más que las imposiciones mismas: y llegada que fue la ocasión, lo hi-
cieron de verdad.
Y podemos señalar, por ello, que, por lo menos en una medida muy
grande, fue efectivamente gracias a esa demostración de lealtad fernan-
dista que Artigas, en nombre de la Junta, hizo a los vecinos, que "to-
dos, todos se ofrecen con sus personas y bienes, á contribuir á la de-
fensa de nuestra causa", y que "el patriotico entusiasmo del paisanage
es general": es decir, que se produjo el levantamiento de la Banda
Oriental en 1811.
Pero también debemos estar ciertos de que no han tenido una fuer-
za decisiva menos grande para electrizar de ese modo el espíritu del
pueblo oriental, los reiterados llamados a sentimientos patrióticos de
una naciente patria americana y de amor a "nuestro suelo" que hace
Artigas en los papeles a que nos estamos refiriendo, y de que estaría
llena, necesariamente, su conversación, el mejor instrumento de per-
suasión, seguramente, de que haya podido echar mano, en aquellos
momentos, y dado el influjo incontrastable que emanaba de su propia
presencia personal, para ganar los corazones.
Nada de el?o lo apartaba, sin duda, de la leal ortodoxia juntista en
que estaba acíuando, pero no puede dejarse de sentir que su afección
a este aspecto especial de las cosas dentro de esa ortodoxia, era lo do-
minante en él.
Para demostrarlo con un nuevo ejemplo, consideramos indispensa-
ble transcribí íntegramente, porque reputamos que es, entre todas las
piezas procedentes de Artigas anteriores a su ideario del Exodo, aque-
lla en que más claramente se expresa un patriotismo americano, con
indudable aceato de oriental, y sin alusión alguna a Fernando Vil, el
oficio que desde su campamento del Santa Lucía, dirigió a Don Anto-
nio Pereyra "en contestación á una vil propuesta que le hizo verbal-
mente D. Manuel Villagran por comisión de D. Francisco Xavier
Elío", el 10 de Mayo de 1811, es decir, pocos días después de haber
escrito las expresiones que acabamos de analizar, y una semana antes
de Las Piedras; Dice así:
51

"E1 insulto que se le hace á mi persona, y á los honrosos sentimien-


tos que respiro con la comision que ha tenido vnd. la avilantéz de con-
ferir á D. Manuel Villagran, es tan indigna del carácter suyo, como de
mi contestacion. Solo aspiro al bien de mi patria, en la justa causa que
sigo: y si algun dia los americanos del sud nos vimos reducidos al aba-
timiento, hoy estamos resueltos á hacer valer los derechos, que los ti-
ranos mandones nos tenian usurpados.
"Vmd. sabe muy bien quanto me hé sacrificado en el servicio de
S. M.; que los bienes de todos los hacendados de la campaña, me de-
ben la mayor parte de su seguridad: ¿y quál ha sido el premio de mis
fatigas? El que siempre ha estado destinado para nosotros. Así pues,
desprecie vnd. la vil idea que ha concebido; seguro, de que el premio
de la mayor consideracion, jamás será suficiente á doblar mi constan-
cia, ni hacerme incurrir en tan horrendo crimen, como igualmente el
hallarme siempre dispuesto á depreciar las promesas extravagantes,
que por medio de su agente me insinúa.
"Su comisionado D. Manuel Villagran,marcha hoy mismo á Buenos-
Ayres con la seguridad correspondiente, á ser juzgado por aquella
Excma. Junta: mientras que yó á la cabeza de 3 mil patriotas de lí-
nea, con mas el numeroso vecindario de toda esta campaña, marcho á
sostener nuestros derechos, con todo el honor que exige la patria y
mi decoro". 16
Sin embargo, debemos consignar que en el oficio con que acompa-
ñó Artigas la remisión de esta carta a la Junta, expresaba aquél a ésta
que Elío le había hecho su oferta (que consistía en el perdón y en que
"se me daría en premio el Empleo, q.° á mi discrec."" quiciera obte-
ner"), "persuadiendose q.' los americanos decididos á defender los
derechos del Rey y de la Patria, seran capaces de incurrir en el feo cri-
men de alta traición... "t7
Y debemos finalmente anotar que hallándose Rondeau en Merce-
des el 11 de Mayo, había trasmitido éste a la Junta una nota de Arti-
gas, fechada el 7 del mismo mes, ya en el Santa Lucía "a lavanda del
Sur", que, al dar noticias que son preciosas sobre número y movi-
mientos de las diversas partidas que formando un total de mil ciento
trece hombres operaban bajo su mando, a órdenes de los diferentes
jefes conocidos (Manuel Artigas, Baltasar Vargas y Antonio Pérez),
52

llama a los enemigos "insurgentes"; y "Patricios", ho a los soldados


de este nombre, como lo hace en otras oportunidades, sino a los que
en Colonia están "deseosos de escapar, o separarse de los enemigos de
la causa común" r °; que el 10 de Mayo, también desde el campamento
del Santa Lucía, y en nota a la Junta noticiándole "intrigas y vajezas"
de Elío, Artigas llama dos veces "enemigos" a los partidarios de la cau-
sa representada por el gobierno de Montevideo, y habla de "nuestra
Patria", aparentemente como de la suya propia, pero de una patria
a la cual tiene, a la vez, por representada por la Junta de Buenos Ai-
res; r ° y que asimismo en nota del 12 de Mayo, dirigida a Rondeau,
ahora desde el Canelón, llama dos veces "insurgentes" y una vez "ene-
migos" a los del bando opuesto 2n, designaciones, éstas de "insurgen-
tes" y "enemigos", que anticipan las que comentaremos entre las va-
rias que, aludiendo a lo mismo, empleará en sus documentos inmedia-
tamente posteriores a Las piedras.
Lo que podemos llamar el ideario de Las Piedras, agrupando sus
piezas escritas correspondientes en un conjunto a parte, no porque re-
velen novedad respecto a lo que pensaba Artigas en estos días anterio-
res, en los que liemos venido siguiéndole paso a paso, sino por la tras-
cendencia de la batalla a la cual se refieren como a su causa inmedia-
ta, y porque revelan a la vez que, aún vencedor, en nada altera los
ideales que lo habían conducido al campo en que libró su gran acción
de guerra ni las palabras en que los hemos estado viendo traducirlos,
es el conjunto de expresiones que pueden recogerse en la serie docu-
mental constituida por varias piezas emanadas de él en los días inme-
diatamente subsiguientes a su resonante y decisiva victoria, cuyas con-
secuencias hicieron escribir a un español europeo, desde Montevideo
y sólo doce días después del hecho, "que se perdió p.° siempre la
América del Sur", 21 a saber: los partes que escribió de la batalla y que
enviara a Rondeau y a la Junta de Buenos Aires, respectivamente, y
los oficios relativos a cesación de hostilidades, que dirige a Elío y al
Cabildo de Montevideo.
En el parte que dirige a Rondeau el 19 de Mayo de 1811, al día si-
guiente de la batalla, no existe definición alguna con respecto a Fer-
nando V1I, y, en cuanto a los elementos que componen su bando, por
una parte, y, por otra, a los representados por las tropas salidas de
53

Montevideo a las que acaba de vencer, los llama, a éstos, una vez "ti-
ranos", veintitrés veces "enemigos" (incluyéndose en esa designación
a las que hace empleando términos equivalentes tales como "fuerzas
enemigas", "columna enemiga", "tropa enemiga", "retaguardia ene-
miga", "fuerza enemiga", "el enemigo" o "el parque enemigo"); y a
aquéllos (prescindiendo de las veces en que las alude sólo militarmen-
te, llamándolas "tropa"), los denomina una vez "gente patriota", otra
"compatriotas" y otra "las amas de ora. Patria".
No puede dejarse de consignar, porque aunque no se refiere a defi-
nición política, viene a integrar el ideario de Artigas con su primer ele-
mento humanitario, que en este parte a Rondeau dice también Arti-
gas "yo mismo en persona contexté se rindieran á discrecion librando
la vida de todos... " 2
En el parte que dirige a la Junta el 30 de Mayo inmediato, tampoco
aparecen alusiones a Fernando, y, en cuanto a los términos con que
designa a cada uno de los bandos, podemos anotar que a uno lo llama
cuatro veces "insurgentes", quince veces "enemigos", tres veces "con-
trarios", una vez "la tiranía", una "esclavos de los tiranos", una "go-
bierno de Montevideo", una "tiránico gobierno", una "autoridades co-
rrompidas", una "indignos mandones"; y al otro, una vez "armas de
la Patria", una "soldados de la Patria", una "nosotros", una "la gente
americana" (y habla aquí de "la generosidad que distingue a la gente
americana"), una "los nuestros", una "nuestras asnas", una "nues-
tros soldados", una "beneméritos de la patria" (refiriéndose a los ofi-
ciales), una "el patriotismo", y una "la libertad de mi atoada patria".
Ni una vez, pues, son llamados los enemigos "los realistas" ni "los
españoles", como, refiriéndose al momento de Las Piedras y aún a
hechos anteriores a la Revolución, han dado en llamarlos, todavía
hoy, los historiadores. Y si se nos preguntase por qué era ello así,
contestaríamos que, en cuanto a lo primero, ello se debía a que ambos
bandos eran todavía realistas por igual, desde que por igual invocaban
a Fernando VII; y que, en cuanto a lo segundo, la respuesta nos la
daría el propio Artigas en un párrafo de este mismo parte, en el que
dice: "de los enemigos muchos eran vecinos de la campaña", es decir,
que había entre ellos numerosos nacidos en la Banda Oriental, "que
fugaron y se retiraron á sus casas y algunos pocos se extraviaron y
54

entraron en la plaza", lo que evidencia que estos últimos no repugna-


ron continuar bajo las banderas de Montevideo, aún después de su de-
rrota.
Pero las alusiones al americanismo y aún al orientalismo que latían
en su propio bando son, también en este mismo parte, como vimos
que lo fueron en los documentos de Mercedes y campamento del San-
ta Lucía, hechas con entusiasmo por Artigas. Son notables, en este
sentido, dos fragmentos de su nota a la Junta: aquel en que, procuran-
do explicar la razón de "la gloria de nuestras armas en esta brillante
empresa", anota que "la superioridad en el todo de la fuerza de los
enemigos, sus posiciones ventajosas, su fuerte artillería, y particular-
mente el estado de nuestra caballería, por la mayor parte armados de
palos con cuchillos enastados, hace ver indudablemente, que las verda-
deras ventajas que llevaban nuestros soldados sobre los esclavos de los
tiranos estarán siempre sellados en sus corazones inflamados del fue-
go que produce el amor á la patria", 23 y aquel en que, arrebatándose
aún más, hasta el extremo de revelar un verdadero asombro, expresa:
"siendo admirable, Excmo. Sr., la fuerza con que el patriotismo más
decidido ha electrizado á los habitantes todos de esta campaña, que
después de sacrificar sus haciendas gustosamente en beneficio del
exercito, brindan todos con sus personas, en terminos que podría
decirse, que son tantos los soldados con que puede contar la patria
quantos son les americanos que la habitan en esta parte de ella", con
lo cual revela circunscribir lo más intimo de su orgullo de patriota a
la exaltación ¿el sentimiento oriental dentro de la patria americana o
quizás rioplatense, para proseguir en seguida: "No me es facil dar to-
do el valor quien sí tiene á la general y absoluta fermentacion que ha
penetrado á esos patriotas". 24
Entre las dos fechas extremas, que hemos mencionado, en que es-
cribió esos pastes: 19 y 30 de Mayo (sin contar su respuesta a Mue-
sas sobre canje, de prisioneros, que no contiene definición de ideario),
dirige cuatro :,utas, dos a Elío y dos al Cabildo de Montevideo, en las
que, siendo sobrio en la exhibición de su patriotismo americano, que
no oculta, con todo, pero cuya exaltación habría aumentado innecesa-
riamente la división con las autoridades de Montevideo, a las cuales,
por el contrario, quería persuadir a la unión después de su triunfo, es,
55

en cambio, rotundamente explícito en su profesión de fe fernandista,


a la que, nuevamente, identifica con su sentimiento juntista y su con-
dición de militar subordinado a la Junta de Buenos Aires.
Veamos sus momentos de definición en uno y otro aspecto, reco-
rriendo por el orden de sus fechas los cuatro documentos aludidos.
En la nota que dirige a Elfo el 20 de Mayo, contestando a la pro-
posición que éste le hiciera sobre armisticio, hallamos, por un lado,
alusiones veladas a su sentimiento americano y oriental, cuando dice
que las operaciones de la Junta "marchan á dar libertad á los habi-
tantes del suelo que pisan"; que "mis oficiales y tropa, animados del
entusiasmo que se debe á los sagrados derechos que defienden, no des-
canzan hasta tanto que sus brazos quebranten las cadenas del despo-
tismo y vayan después á recibir los de sus hermanos, del mismo modo
que han enlazado los de los habitantes todos de esta extensa campaña,
libres ya para defender su patria", y cuando estampa la que podría-
mos llamar la primera, quizás, en el tiempo, de sus firmes sentencias
de definición democrática, de que abundará más tarde su ideario: "La
causa de los pueblos no admite, señor, la menor demora 25
Pero, por otro lado, hallamos asimismo estas dos claras afirmacio-
nes de su lealtad a Fernando, y de que, bajo el no discutido símbolo
común de la autoridad, legítima que éste representaba, podían y de-
bían convivir, como hermanos, y regidos libremente por sus respecti-
vos gobiernos propios, españoles americanos y españoles europeos:
"Este exército concluirá en breve la obra en que se halla adelanta-
do, y V.S. hará apurar la copa de las desgracias á esos habitantes sino
resuelve, que sea reconocida la autoridad de la Excma. Junta Proviso-
ria de estas provincias por ese pueblo, y que Deve á élla sus votos
por medio de un representante, conforme al reglamento publicado, y
siguiendo así las medidas que han adoptado todas las provincias de Es-
paña, para conservar ilesos los dominios de nuestro augusto soberano
Sr. D. Fernando VII de la opresion del tirano de la Europa, que ha
causado tantos males, quantos élla toda experimenta". Y, diciendo
que sólo en ese caso hará cesar las hostilidades por parte de sus tropas,
y que tal es el voto de ellas y también el de "ese pueblo"(Montevideo),
concluye así: "oiga V.S. sus afligidas voces... y sobre el agradecimien-
to de sus habitantes llevará las bendiciones de la nación española in.
56

teresada en nuestra unión". 26


El oficio que dirige al mismo Elío al día siguiente, 21 de Mayo, re-
vela idéntico dualismo: por una parte insiste en la nota de la unión
entre españoles americanos y europeos, al reconvenirlo a que conside-
re "los padecimientos que causa la discordia entre hermanos, que por
naturaleza y derecho deben estar unidos", y el clamor porque "nues-
tras bayonetas no vuelvan á teñirse con la sangre de nuestros herma-
nos; y que esos vecinos cuya felicidad anhelo, disfruten de la bella
unión que debe ligarnos"; pero por otra parte invoca la causa ameri.
cana y oriental, al hablar de "un pueblo oprimido, un pueblo que de-
sea quebrantar las cadenas que arrastra", y de "nuestras legiones li-
bertadoras", y al aludir, sin nombrarla, a la legitimidad de la Junta,
diciendo, con respecto a su bando: "nosotros, que militando baxo los
auspicios de un imperio establecido..." 2'
Y el mismo dualismo se repite en la larga y preciosa nota que dirige
al Cabildo de Montevideo encareciéndole el reconocimiento de la Jun-
ta y reprochándole su participación en las culpas de la guerra. Por una
parte le imputa, entre éstas, que "se permitía , acaso podría decir, se
fomentaba la mas criminal division, entre los españoles americanos y
europeos", y que "se puso por fin el sello al atrevimiento declaran-
donos la guerra; pero ¿á quiénes, Excmo. Sr? á los vasallos de nuestro
amado soberano Fernando Vil, á los que defendemos la conservacion
de sus dominios, á los enemigos solo de la opresion de que huye la
afligida España", haciendo luego constar que la Junta "no puede mirar
con indiferencia la efusión de sangre, particularmente entre herma-
nos", y aclarando más adelante, todavía: "No olvide V.E., que la
Excma. Junta Provisoria de estas provincias sostiene solo la causa de
nuestro augusto monarca el Sr. D. Fernando VII y la conservación é
integridad de estos preciosos dominios, de que es una parte ese pue-
blo, y que solo vanas preocupaciones han podido separarle de sus ver-
daderos interéses..." Por otra parte, dice, dando suelta a su sentimien-
to americano y oriental y a lo sagrado de los derechos de sus pueblos:
"Y ¿quál ha sido el resultado de ese encadenamiento de errores?
V.E. le observa ya. Los habitantes todos de esta vasta campaña han
despertado del letargo en que yacían, y sacudido el yugo pesado de
una esclavitud vergonzosa: todos se han puesto en movimiento".
57

Y más adelante, en su segunda gran sentencia de demócrata: "elfa


pues V.E.; pero tiemble de vulnerar la causa sagrada de los pueblos". 28
Finalmente, en la nueva nota que, insistiendo en sus propósitos de
paz, dirige al Cabildo, fechada a 25 de Mayo de 1811, aparece, entre
mil otras consideraciones, una sola expresión de ideario, pero ella
es nada menos que ésta: "mis intenciones, y las del superior gobierno
de que dependo, se dirigen á pacificar este pais y darle vida política ?9
lo que, si en general puede interpretarse como refiriéndose a la vida
política que la Banda Oriental adquiriría si quedase toda ella, con la
inclusión de Montevideo, que aun lo resistía, dentro del régimen de
gobierno propio que para todo el Río de la Plata representaba esa
Junta, no es imposible que pueda interpretarse, sin perjuicio de ello,
en el sentido de que Artigas aspiraba, y suponía que también había
dea aceptarlo así la Junta, a que la Banda Oriental tuviera además su
particular gobierno propio, emanado de su propio pueblo, bajo el co-
mún imperio del que la Junta bonaerense revestiría entonces como
gobierno general de todo el antiguo Virreynato.
Es posible que, en estos momentos, Artigas pensase nada más que
en las Juntas Provinciales, recién creadas por decreto de la Junta del
10 de Febrero de 1811,3° y que tenían cinco miembros, cuatro de
elección popular local y el actual presidente o gobernador intendente,
que se conservaba en su puesto prolongando sólo en esta mínima parte
el régimen anterior al 25 de Mayo (art. lo.), previendo que, en caso de
vacancia, sería provisto por nombremiento de la Junta porteña (art.
So.). Es de recordarse que las Juntas Provinciales funcionarían en cada
capital de provincia, lo que nos hace presuponer que, si Artigas pen-
sase en que la Banda Oriental fuese dotada de una Junta Provincial,
pensaría igualmente que había de dársele a ésta, previamente, la enti-
dad de provincia que aún no tenía: pero es de recordarse asimismo
que tanto las Juntas Provinciales como las subalternas que el mismo
decreto, en su artículo 6o., creaba para cada ciudad o villa, y que se
compondrían de tres miembros, "es á saber, el comandante de armas,
que actualmente lo fuese y los dos socios que se eligiesen", actuarían
"con entera subordinacion a esta Junta Superior" (art. 2o., que lo es-
tablece así expresamente para las Juntas Provinciales, y art. 9o., que
lo establece indirectamente para las de ciudad o villa por cuanto im-
58

pone que estas últimas "reconocerán á sus respectivas capitales la su-


bordinacion, en que han estado las ciudades de que lo son"), limita-
ción gravísima que reduce a bien poco el principio de que en la Junta
Provincial "residirá in solidum toda la autoridad del gobierno de la
provincia" con que se inicia lo dispuesto por el ya citado artículo 2o.,
por lo cual, si bien ha habido comentaristas que, a partir de José Ma-
nuel Estrada inclusive, han apreciado el decreto de creación de las Jun-
tas Provinciales como el primer "síntoma" de las "fuerzas autonómi-
cas" en el Río de la Plata, 31 otros entienden, siguiendo a Aristóbulo
del Valle, que este decreto "lleva el sello propio del sistema unitario"3Z
y otros, como Eruilio Ravignani, sin llegar a la exageración de los pri-
meros ni a la de los segundos, se limitaron a destacar, con verdadera
precisión científica, que el decreto fue dictado "bajo la presión de los
diputados provinciales", y que él "señala la obra del espíritu provin-
cial dentro de la Junta de Buenos Aires", 3 sin atreverse a hacer carac-
terizaciones doctrinarias que resultan anacrónicas para un momento
de la evolución institucional rioplatense en que los conceptos de fe-
deralismo y unitarismo no habían nacido aún y sólo puede hablarse
de centralismo o porteñismo, por una parte, y, por la otra, de espí-
ritu provincial, o mostrar simplemente la existencia de un antagonis-
mo entre "porteños y el resto", como también certeramdngd, y refi-
riéndose a períodos todavía muy posteriores, lo expresó Carlos Correa
Luna. 34
Pero es también posible que Artigas, sintiendo los defectos de un
sistema que no daba satisfacción total a las necesidades locales, li-
mitándose a reconocerles el principio de la elección popular de los
miembros vocales de las juntas, pensase en que la Junta de Buenos Ai-
res no dejaría de perfeccionar la obra, de todos modos importantísi-
ma, de la creación de las Juntas Provinciales, llevando el principio de
la elección popular local también hasta el cargo de Presidente, como
asimismo al de las de las ciudades y villas, con lo cual la subordinación
general a Buenos Aires, en momento tan incipiente de desarrollo de
las tendencias autonómicas en las corrientes políticas del Río de la
Plata, no podía pesar como un principio de opresión para las diferen-
tes regiones que de ella dependían, y, por consiguiente, para la Banda
()rientnt
59

Tanto la una como la otra de las interpretaciones que acabamos de


sugerir son, pues, perfectamente verosimiles para nuestro intento de
penetrar el alcance que debenios atribuir a la frase, que estamos co-
mentando, de que "mis intenciones y las del superior gobierno de que
dependo, se dirigen a pacificar este país y darle vida política". 35
Estas notas de americanismo y de sentimiento oriental cabían, vol-
vemos a decirlo, y hemos podido ver que así lo expresa claramente Ar-
tigas, en la ortodoxia juntista y fernandista de la Revolución de Mayo
tal como a él y a los orientales todos se les venía mostrando hasta en-
tonces, y continuarán unidas a ella hasta la grave desavenencia con
Buenos Aires que significaron el armisticio y su desconocimiento por
los orientales, y que, según lo hemos de ver más adelante, el artiguis-
nio interpretó como la niptura del " lazo nunca expreso" que había
venido ligando hasta entonces a nuestro pueblo con aquélla.
La diferenciación del pensamiento de Artigas dentro del pensa-
miento de la Revolución de Mayo comienza con el éxodo del pueblo
oriental, o, mejor, con el hecho determinante de éste: el armisticio de
Octubre de 1811 a que hemos aludido más arriba, armisticio que,
concertado originariamente por la diplomacia de la Junta de Buenos
Aires y concebido, aún en su redacción final, a nombre de ésta, con el
Virrey de Montevideo Don Francisco Xavier Elío, fue al fin ratificado
por el Triunvirato que sustituyó a aquélla el 20 de Octubre de 1811,
después de las conocidas alternativas promovidas inútil pero esperan-
zadamente a raíz de la protesta oriental enderezada a obtener una mo-
dificación del mismo que contemplase nuestros intereses y nuestros
derechos, que la entrega de la Banda Oriental al propio Virrey Elío,
estipulada en una de sus cláusulas más peligrosas, desconocía por mo-
do flagrante, exponiendo a sus habitantes, de hecho, y no obstante la
amnistía prometida en otra cláusula, a todos los riesgos de la represa-
lia y la venganza.
A partir del éxodo, pues, cesa la solidaridad del pueblo oriental
con Buenos Aires, y así se advierte en seguida en los papeles del arti-
guismo, pues ellos dejan radicalmente de continuar invocando a Fer-
nando VII, y, sin pronunciar todavía la palabra independencia, coineu-
zarán a traducir, en documentos de una trascendencia totalmente
nueva, un mundo de conceptos en que el pueblo oriental revela que
60

se encamina a la independencia absoluta, declarando, unas veces ex.


plícita y otras implícitamente, que ha entrado al ejercicio de su ple-
na soberanía.
Reivindicación ahora integral, por consiguiente, de derechos de que
antes se había hecho uso sólo en forma tímida, parcial o no totalmen-
te consciente, que nuestro pueblo, y con él Artigas como su intérprete
y su guía, harán ante el desconocimiento, ahora también integral, de
esos mismos derechos, hecho a espaldas de los orientales, y, más
aún, con engaño de los mismos, por el gobierno al cual habían confia-
do tácitamente su ejercicio por haberlo venido reconociendo para los
azares de un común ímpetu revolucionario, generoso y sin cálculo,
como su superior y como auxiliador de su lucha armada en defensa de
ideales vagos, pero ya sublimes por lo esperanzados, lo candorosos y
los puros, de patria y de libertad.
Es por eso que este libro, en su parte de repertorio documental
comentado, se inicia, como lo hemos anunciado, con el estudio de las
piezas esenciales en que más lúcida y acabadamente traducido aparece
el pensamiento artiguista durante la emigración en masa, hecha para
`trasladarse con sus familias á cualquier punto donde puedan ser li-
bres, á pesar de trabajos, miserias y toda clase de males", 36 congo lo
dirá el propio Artigas, y que desde el acierto con que la bautizara,
tres cuartos de siglo más tarde, Don Clemente L. Fre;eiro, la historia
seguirá llamando siempre el Exodo del pueblo oriental. '
61

NOTAS

1 Ley 13, tit. li, Libro II de la Recopilación de Leyes de los Reinos de las
Indias.

2 ARCHIVO DEL GENERAL MITRE, Correspondencia literaria, años 18%9-


1881, t, XX, p. 73, Buenos Aires, 1912.

3 Proclama del José Artigas al ejerito de la Banda Oriental, Cuartel General


de Mercedes, 11 de Abril de 1811, en Gazela de Buenos-Ayres del 9 de Mar-
zo de 1811, en Gaceta de Buenos Aires, ed. facsim., cit., pp. (363)-(364).

4 Véase: documenta Noa, p. 89.


5 Ibid.

6 Nola de José Artlgas al Chbf(do de Montevideo, 21 de Mayo de 1811, en


ARCHIVO GENERAL DE LA NACION, Pbrtes oficiales y documentos rela-
Hvos d la guerra de la Independencia argentina, t, 1, p. 103, Buenos Aires,
1900.
Las causas de la insurrección oriental, coincidentemente con las que Artlgas
viene a reconocerle implícitamente en los conceptos a que aludimos en el texto,
fueron sintetizadas por Don José-Mufa Salazar en nota al Secretario de Estado
y del Despacho Universal de Marina, el 19 de Noviembre de 1811, en los siguien-
tes términos: "El Implacable odio que tienen en la Capital el Señor virrey y lo
mal querido que estaba sola campaña, unido 6 la declaración de guerra publica-
da el 13 de Febrero, y las oros entipolíticae dadas cola campaña y plan de Impo-
siciones sobre ella encendio extraordinariamente los animoa contra la buena cau-
a y el pequeño fuego de sedicion que apuecio primero en la Capilla de Merce-
des se estendio en poco tiempo por toda esta venda..." COMISION NACIONAL
ARCHIVO ARTIGAS, Archivo Ar~, t. IV, p. 371, Montevideo, MCMLIi1.

7 ~Clama de Francisco Xavier de Elío del 20 de Mano de 1811,. en Guxeta


de Buenos-Ayres del 4 de Abril de 1811, en Gaceta de Buenos Aires, ed.
facsim„ cit. to. 11, pp. (252)-(253).

8 Véase la documentación correspondiente en COMISION NACIONAL AR-


CHIV O ARTIGAS, Archivo Artlgaa, cit., t. IV, pp. 248-281.

9 Proclama de José Arrigas al exercito de la Banda Oriental. Cuartel General


de Mercedes, i I de Abril de 1811, en Gazeta de Buenos-Ayrea del 9 de Mayo
de 1811, en Gaceta de Buenos Aires, ed. fascim., cit., t. 11, pp.(363>(364).
62

Ib ¡bid.

11 Oficio de los# Art(qaa a la Junta de Buenos Aires. Campamento de Santa Lw


cía, 10 de Mayo de 1811, en COMISION NACIONAL ARCHIVO ARTIGAS,
Archivo Art(gas, 1. IV, p. 384382.

12 Oficio de José Amigas a la Junta provisional Gubernativa de las Provincias del


Río de la Plata, Campamento de Mercedes, Abril 21 de 1811, en COMISION
NACIONAL A RC HI V O ART IG AS, Archivo Amigas, cit., t. IV, PP. 308-309;

13 Hemos recordado más arriba que el Comandante de Marina de Montevideo


Don losé María Solazar escribía al Secretario de Estado de la metrópoli
que "los perturbadores /de Buenos Aires/ se han quitado la careta y abierta-
mente caminan a 1a independencia de estos dominios del Rey". (véase PP.
49-50).

14 Véase pp. 23-26.

15 Véase pp. 66-67 y notas 4 y i, respectivamente, de las mismas.

16 Oficia de José Art(gaa a Antonio Peretra, Campamento de Santa Lucía,


10 de Mayo de 1811, en Gazeta de Buenos-Ayms del 29 de Mayo de 1811,
en Lacero de Buenos Aires, ed. facsim., cit., t. li, PP. (437)-(438).

17 Oficio de José Arttgas a la Junta de Buenos Aires, Campamento de Santa


Lucía, 10 de Mayo de 1811, en COMISION NACIONAL ARCHIVO AR-
TIGAS,Archivo Amigas, cit., t. IV, pp. 380-381.

18 Oficio de José Rondeau a la Junta Gobernativa de las Provincias del Río


de b Plata, Cuartel General de Mercedes, 11 de Mayo de 1811, en COMI-
SION NACIONAL ARCHIVO ARTIGAS, Archivo Aragas, Cit.. 1. IV. PP,
384-385.

19 Oficio de José Artjgas ala Junta de Buenos Aires, Campamento de Santa


Lucía, 10 de Mayo de 1811, en COMISION NACIONAL ARCHIVO ARTI-
GAS, Archivo Artigas, cit., t. IV, p. 384.

20 Oficio de José Artigas a José Rondeau, Canelón, 12 de Mayo de 1811,


en COMISION NACIONAL ARCHIVO ARTIGAS, Archivo Amigas, cit.,
t. IV, p. 386.

21 Imparcial. Montevideo, 18 de Mayo de 1931, pp. 1-2, La memorable fecha


de hoy.
63

22 ARCHIVO GENERAL DE LA NACION. Parte$ oficiales y documentos ra-


latívos a la guerra de la Independencia argentina, cit., t. 1, pp. 82-87.

23 Oficio de José Arllgas a la Junta Gubernativa de las liovfnciaa del Rio de


la Plata, Campamento del Carrito de Montevideo, 30 de Mayo de 181 t, en
Gaze0e extraordinario de Buenos-Ayres, del 18 de Junio de 1811, en Gace-
ta de Buenos Aires, ed. facsim- cit., t. 1, p. (493).

24 ¡bid., p. (494).

25 Oficio de José Artigas a FYancteco Xavier Elío, Campamento de Las Piedras,


20 de Mayo de 1811, en Gazeta extraordinaria de Buenos-Ayres del 18 de
Junio de 1811, en Gaceta de Buenos Aires, ed. facsim., cit., t. 11, p. (498)-
(499).

26 Jbfd., p. /499).

27 Oficio de José Artfgar a rrencisco Xavier Elío, Campamento del Cerrito


de Montevideo; 21 de Mayo de 1911. en Gazem extreordfnarla de Duenos-
Ayres del 18 de Junio de 1811, en Gaceta de Buenos Airea, ed. facsim.,
cit., t. 11, p. (499)-(500).

28 Oficio de José Arttgas al Cabildo de Montevideo, Cuartel General del Carri-


to de Montevideo, 21 de Mayo de 1811, en Caseta de BuenosAyres del
20 de Junio de 181 t, en Gaceta de Buenos Aires, ed. facsim., cita.,t. il,
p. (504)-(507).

29 Oficio de José Artfgas al Cabildo de Montevideo, Cuartel General del Cerro


to de Montevideo, 25 de Mayo de k&¡ 1, en Caseta de Buenos-Ayres del 20
de Junio de 1811, en Gaceta de Buenos Airea, ed. facsim., cit., t. ü, PP.
(507).(508).

30 Gazeta de Buenos-Ayre3, del 14 de Febrero de ¡el 1. en Gaceta de Buenos


Aires, t.1, ed facsim, cit,, t. II, pp. (110)-(III).
31 VICENTE F. LOPEZ, N(rforla de la Repúbüea Argentina, t. 111, p. 329,
Buenos Aires, 1883.

32 ARISTOBULO DEL VALLE, Derecho Constltucíonal, p. 147, Buenos


Aires, /2a. ed./, 1911. Cfr. ¡bid. /la. ed./, p. 182, Buenos Airea, 1895.
64

33 EMILIO RAVIGNANI, Historia Constitucional de fa República Argentina,


t. i, p- 177, Buenos Aires, 1926.

34 CARLOS CORREA LUNA, Antecedentes porteños del Congreso de 71rou.


món (Introducción al tomo VIII, Sesiones de la Junta Electoral, en FACUL-
TAD DE FILOSOFIA Y LETRAS, Documentos para la Historia Argenti-
na) p. XXVI. Buenos Aires, 1917.

35 Ojtcio de José Artfgas al Cabildo de Montevideo, Cuartel General del Cerri-


lo de Montevideo, 25 de Mayo de 1811, en Cazeta de BuenosAyree de¡ 20
de Junio de ¡811, en Gaceta de Buenos Aires, ed. facsm., cit., t. II, pp.
(507)-(508).

36 Véase: documento No. 1, p. 93

37 C.L.FREGEIRO, Artigas, Estudio histórico. El éxodo de¡ Pueblo orientar, en


Anales del Ateneo, t. VIII, n. 41, pp. 64-77, Montevideo, Enero de 1865,
n. 42, Febrero de 1885, pp. 81-96, y n. 43, Marzo de 1885, pp. 169.182,
especialmente 171. La tentativa da Carlos Alberto Maggi de llamar a eso mis-
mo gran hecho de nuestra historia con el nombre que según Don Carlos Ana.
ya le daban en su momento los paisanos, llamándole "la Redota por querer
decir otra cose", y que tomó realización en el artículo de "El País" de 7 de
Setiembre de 1950, CARLOS ALBERTO MAGGI, La Redota (El Exodo),
recogido en el libro Artlgas, Serie de estudios pubñcados por "El Pulr"como
homenaje al Jefe de los orientales en el centenario de su muerte, pp. 61-68,
Montevideo, 1951, ea sin duda audaz y no deje de tener seriedad en estricto
rigor documental y de técnica, pero no puede borrar el que, no sólo arraigó
en el amor entrañable de nuestro pueblo merced e tres cuartos de siglo de di-
vulgación, que coinciden con el período de la reivindicación y la glorificación
artiguiste,sino que además traduce, filosóficamente, la profunda identidad
del significado histórico que la emigración dei pueblo oriental en demanda de
libertad tiene con la legendaria del pueblo de Israel, y por ello aparece ade-
más, como el E:odo de loe hebreos, envuelto en el prestigio de una poesía
heroica y ona leyenda milenaria, y se confunde, como aquél, con el alma de
una patria' que se reveló inseparable del pueblo que la conducía, sufriente.
sobre el dolor de sus hombros y la esperanza de tus corazones haciéndola,
por ello, imperecedera.
65

EL PENSAMIENTO ARTIGUISTA DURANTE EL EXODO

I - El ideario del Daymán. primera historia de la Revolución


Oriental, epopeya de la tierra arrasada e himno de libertad.
- El concepto de un 'gobierno inmediato" y sus bases. -- El
respeto por la espontaneidad de las resoluciones de nuestro
pueblo. - La solidaridad de la causa americana.

De los cuatro documcntos que en esta primera parte del segundo


capítulo publicamos, prescindimos de comentar el informe del comi-
sionado paraguayo Laguardia sobre el pueblo oriental en el exilio, in-
forme producido por encargo de su Gobierno,¡ que lo había enviado
al campamento artiguista para tener noticias del pueblo que quería
iniciar alianza con él. Con la publicación de este informe y sus dos do-
cumentos anexos2 hemos querido limitarnos a ambientar al pueblo
oriental todavía instalado en el Salto Chico, es decir, antes de su lle-
gada al Ayuí, para destacar en cambio el enorme significado de la no-
ta-reseña de Artigas al Gobierno del Paraguay, del 7 de Diciembre de
1811.3 Es esta nota el primer gran documento de Artigas, aunque
desde su proclama de Mercedes, de Abril de 1811, y sus partes y notas
posteriores a Las Piedras, fechados en diversos días de fines del Mayo
inmediato, nos venía dando ya piezas de contenido revolucionario
bien diverso de los papeles del blandengue anterior a 1810, que tam-
bién nos ha legado, y que configuraban simplemente al leal vasallo
americano del Rey, vasallo de honor y de progreso vinculado a la sin
duda nobilísima empresa de llevar a la vida de nuestra camparla los
frenos de la ley y del orden, pero también la compasión y el estímu-
lo para los elementos más necesitados de la población rural, y no sólo
para el respeto de los derechos de la Real Hacienda y de los hacenda-
dos poderosos, funciones, estas últimas, a las que debía exclusivamen-
te haberse contraído su cometido, dados los conocidos fines que ha-
bían determinado la creación del cuerpo de que formaba parte.
Esta nota del 7 de Diciembre de 1811, escrita -en un alto de la
66
marcha de nuestro pueblo, con Artigas a su cabeza, hacia el exilio..
pare buscar la unión del Paraguay contra los portugueses, no habla ya
mía, como hablaban todavía los aludidos documentos inmediatamente
posteriores a Las Piedras, de los derechos del augusto soberano, del
amado Fernando, y de "las bendiciones de ta nación española, Intere.
seda en nuestra unión", con que. sinceramente, convidaba a Elío a la
rendición 4
No aparece en ella todavía, Inequívoca, la idea de la Independen.
cía, pero está allí ese concepto de un "gobierno inmediato", o sea de
la división de un Estado monstruo en estados menores, con limites na.
turales, dispuestos a entrar en relaciones recíprocas y a adoptar un
"sabio sistema" común (libertad, soberanía particular dentro de una
unidad mayor, seguridad y progreso: todos los gérmenes del federa.
lismo, antes de su formulación en los conceptos que luego tomaría
de fuentes norteamericanas, encontrados como solución feliz en el
ejemplo de un Paraguay el cual se lo elogia por un lado, sin nombrarla,
eu independencia ya logrado, pero Invitándolo a la vez también, sin de.
cirlo expresamente, a abandonarla en la huraña forma radical que ha.
bía asumido, para traerlo al acercamiento mutuo da nuestros dos pue.
blos y aún, sin duda, del de Buenos Aires, pare cuyo gobierno los re.
proches son todavía casi Imperceptibles).
Podemos encontrar en esta mismo nota-reseña varias Ideas funda.
mentales que se van expresando con posterioridad a la postulación,
que, como podrá verse, está hecha en los párrafos Iniciales, de ese
concepto del "!gobierno Inmediato", pero que por su vinculación con
él como su presupuesto lógico, deben, no obstante, considerarse como
las bases Implícitas del mismo. Lee exponernos y comentamos a con.
tinuación en el orden en que ven apareciendo o integrándose, corno en
un encadenamiento sucesivo, a lo largo de la narración y entremezcla-
des a grandes trechos con ella,
a) La afirmación de que, "cuando los americanos do Buenos Altos
proclamaron si,& derechos", "los de la Banda Oriental" estaban "anl.
mados de Iguales sentimientos" ° es decir, que los orientales so sentían
dueños de derechos propios y los poseían en efecto.
b) La afirmación de que "los elementos que debían cimentar nues-
tra existencia política te hallaban esparcidos entro las mismas cada.
67

mea y sólo faltaba ordenarlos para que operasen"e, ea decir, que en


concepto de Artigae la Banda Oriental era una unidad virtual desde
entes de la Revolución, que debía adquirir la existencia política que
aun no tenía, ? y que asa unidad debía surgir de diversos elementos
que todavía a® hallaban esparcidos y que había que ordenar: visión
que anticipa vagamente sus futuras concepciones de "la soberanía par.
Uculer de loe pueblos", de que la Banda Oriental debía erigirse en Pro.
vincia y de que ella estaba "compuesta de pueblos libres", o sea que su
unidad como tal Provincia debía surgir de esos mismos pueblos libres
que la componían, para lo cual cada uno de ellos haría uso de la "so-
beranía particular" que le correspondía: futuras concepciones que ira.
mes viendo surgir y desarrollarse en el capítulo IV de este libro,
e) El concepto de la "voluntad general" (cuyo origen, roueseaunia•
no o no, sería todavía aventurado lanzarse a suponer, aunque no debe
dejarse de señalar que el Contrato social tenía que ser conocido ya en
el campamento artlguieta, como según lo veremos en el parágrafo III,
ea Indudable que lo fue por lo menos desde Agosto de 1812, ya que
su traducción española, bien o mal atribuida a Jovellanos, había sido
reimpresa el año anterior en Buenos Airea por Mariano Moreno, y
con prólogo de éste), concepto que es mencionado expresamente co-
mo cosa cuya expresión escrita, para que se la tuviera en cuenta, era
"absolutamente precisa en nuestro sistema", para fundamentar con
ello el hecho de haber dirigido loe orientales, haciendo conocer, preci, aumente,
(¡enere¡ en jefe auxiliador" (Rondeau), con ocasión del conocimiento
quo tuvieron los orientales de las tratativas preliminares del Armisticio
& Octubre de 1811 ,8
d) El concepto de que al Iniciar su Revolución el 28 de Febrero do
1811, los orientales lo hicieron "revistiéndose del carácter que les con.
cedió naturaleza, y que nadie estuvo autorizado para arrancarles" ° es
decir, que readquirteron su libertad natural originarla: nuevo motivo
para pensar en una Influencia rouaseaunlana,
e) La reiterado afirmación, sobre la cual volveremos, y que anima
todo el documento, do la cepontanoldad de todas las resoluciones de
los orlentalos: la da iniciar la Revolución, la de elegir a Artlgas como
w Coneral en jefe, y la de omprondor la emigración para buscar un
68

asilo en donde seguir siendo libres; y el respeto invariable de Artigas


por esa espontaneidad de tales resoluciones. o
Nos hemos limitado a señalar aquí la aparición del concepto del
"gobierno inmediato" y sus bases. Su significación y alcance en el.
conjunto del ideario artiguista serán apreciados más adelante, en el
lugar que les corresponde, dentro del ea ~ritulo IV, titulado Losdocn-
mentos básicos de la política artiguista 1 Esta nota es la primera historia que se
Oriental, y está firmada por Artigas. El dolor, el desengaño ante la
traición del annisticio pactado a espaldas de los orientales el 20 de
Octubre de 1811, surgen a su lectura como la chispa que iluminó
nuestro camino hacia el gobierno propio, hacia nuestro "gobierno in-
mediato" que el propio Artigas inauguraría de hecho concentrándolo
en su persona, sin antes habérselo propuesto, sobre el pueblo orien-
tal emigrado, por la propia voluntad de éste que lo había elegido
"nombrándome por su General en jefe", valgan las palabras textuales
de esta misma nota del 7 de Diciembre de 1811, días antes de empren-
der la marcha que aun no pensaba realizar. 12 Y la visión del pueblo
oriental, la fe en nuestro pueblo, y en el pueblo; la fe en sus derechos;
la afirmación ya señalada de la espontaneidad con que el pueblo orien-
tal adoptó sus decisiones, son el fondo permanente, de sacrificio, de
virtud, pero también de esperanza, de reciedumbre y energía heroica
que se acumula para hacer valer los derechos que acaba de descubrirse
a sí mismo, que de un extremo al otro anima la vigorosa redacción de
esta epopeya de la "tierra arrasada"; himno a la libertad, a nuestro ci-
vismo primitivo y a la patria naciente.
Espontaneidad, sí. Pero no, totalmente, originalidad o inventiva
inicial en el,coleclivo arránqud libertario, sublimé-:y,solenine,:Hacia la
marcha' gigantesca: pór:loaderiosasí nos lo enseña;'enúnas euttd ti-
ncas que todavía nadie ha sabido•leer; el-propiomAreigas; al decir qLie~a
los orientales estaba•'reservado:"deñtostiar;-el:genio anbericano, reno•
vando el suceso que se refiere de nuestros paisánóv'de LasPaz-".i3-Y
noiesda•única vez-yue'Arligas ha aludido en entre líneas W esté ejem-
pló del pueblo dei La'Paz: '• „ . . . . ..
:. Dejamos'la'demostráción de este punto; y la dilucidación tie sur
consecuencias; para el parágrafo. siguiente de este:rnisino-capítulo:
69

Pero quede señalado aquí, con esta referencia a "nuestros paisanos


de La Paz", que ya en los días iniciales del éxodo la Revolución Orien-
tal está penetrada del sentido de la hermandad americana, y agréguese
además que Artigas habla ya en Diciembre de 1811 de un "sistema
general de los americanos", 1 ° que la concepción de la necesidad de la
solidaridad de los diversos procesos revolucionarios del continente pa-
ra la acción común aparece afirmada el 7 de Diciembre en esta nota,
en términos que se anticipan en más de un año a la visión revelada por
Bolívar el 15 de Diciembre de 181?, en su manifiesto de Cartagena, en
frases que se han hecho célebres. Se refería Bolívar al error padecido
por los venezolanos al despreciar el foco de resistencia realista que re-
presentaba la ciudad de Coro cuando la primera revolución de Vene-
zuela, foco que creció y acabó por destruir a las fuerzas de Caracas, y,
para prevenir a los neogranadinos de un peligro semejante, que los
amenazaba porque, reconquistada por los españoles Venezuela, éstos
se hallaban en condiciones de someter a la Nueva Granadá y luego a
toda la América española, escribió allí: "Aplicando el ejemplo de Ve-
nezuela a la Nueva Granada; .y formando una proporción, hallaremos
que Coro es a Caracas como Caracas es a la América entera", i s Y Ar-
tigas había escrito en esta nota, el 7 de Diciembre de 1811, dirigién-
dose al Paraguay para invitarlo a que se defendiera formando una
alianza con él: "... calculando ahora bastante fundadamente la reci.
procidad de nuestros intereses, no dudo se hallará V.S. muy convenci-
do de que sea cual fuere la suerte de la Banda Oriental, deberá trasmi-
tirse hasta esa parte del Norte de nuestra América, y observando la in-
certidumbre del mejor destino de aquella, se convencerá igualmente de
ser estos los momentos precisos de consolidar la mejor precaución. La
tenacidad de los Portugueses, sus miras antiguas sobre el país", etc.ib
70

II. -Dos imágenes proféticas del Exodo del Pueblo Oriental y su


su Influencia sobre el destino artiguista.

l.- La primera imagen: el éxodo de La Paz

a) - Artigas alude por dos veces al éxodo de La Paz.

En los comentarios sobre el ideario del Daymán, escritos en el pará-


grafo precedente, prometimos revelar la relación que la Historia está
en condiciones de percibir -y traducir, agregamos ahora, en gratitud
para nuestros hermanos del altiplano-.entre el éxodo del pueblo
oriental y lo que Artigas quiso decir, "en unas entre líneas que todavía
nadie ha sabido leer", según allí expresábamos, en su nota famosa del
7 de Diciembre de 1811, dirigida al gobierno del Paraguay, cuando
mencionó, con enigmáticas palabras, "el suceso que se refiere de nues-
tros paisanos de La Paz":t "r'
Es llegada ahora la ocasión para cumplir esa promesa.
Está narrando Artigas los orígenes mismos del éxodo, las circuns-
tancias en que se hallaba el pueblo oriental y las causas que lo determi-
naron a emigrar, y dice: "En esta crisis terrible y violenta, abandona-
das las familias, perdidos los intereses, acabado todo auxilio, sin recur.
sos, entregados solo a sí mismos ¿qué podía esperarse de los orienta-
les, sino que luchando con sus infortunios, cediesen al fin al peso de
ellos y víctimas de sus mismos sentimientos mordiesen otra vez el du.
ro freno que con un impulso glorioso habían arrojado lejos de sí?
Pero estaba reservado a ellos demostrar el genio americano, renovando
el suceso que Ya refiere de nuestros paisanos de La Paz, y elevarse glo-
riosamente sobre todas las desgracias: ellos se resuelven a dejar sus
preciosas vidas antes que sobrevivir al oprobio e Ignominia a que se
les destinaba -y llenos de tan recomendable idea, firmes siempre
en la grandeza que los Impulsó cuando protestaron que jamás presta-
rían la necesaria expresión de su voluntad para sancionar lo que el go-
bierno auxiliador había ratificado, determinaron gustosos dejar los
pocos intereses que les restan y su país, y trasladarse con sus familias
a cualquier punto donde puedan ser libres, a pesar de trabajos, mise-
rias y toda clase de males".18
71

Afirmábamos además que no eran esas las únicas entre líneas en


que Artigas había aludido al ejemplo del pueblo de La Paz.
Y en efecto, en otro documento de los mismos días, vuelve Arti-
gas a referirse a los habitantes de aquella ciudad mártir del Alto Perú,
invocándolos como ejemplo que justificaba la actitud de los orienta-
les en el trance a que se vieron llevados por las circunstancias, de aban-
donar su suelo por escapar a la persecución de un "tirano" (persecu-
ción consumada con respecto a los de La Paz, y que, aunque no consu-
mada, amenazaba igualmente a los orientales, por más que el gobierno
de Montevideo les prometía una mentida protección, a raíz de haber
pactado el Triunvirato de Buenos Aires con este gobierno, encarnado
en el Virrey Elfo, el armisticio que equivalía a la persecución misma,
pues dejaba a los orientales librados a su propia suerte frente al pode-
río intacto de las fuerzas de éste, hasta ayer su adversario feroz).
Ese otro documento de Artigas es la nota que dirige el 14 de Di-
ciembre de 1811 desde el Salto al Triunvirato, sólo a una semana de
marcha.del lugar en que había escrito la anterior. Se refiere a los orien-
tales, y dice en ella: "Ellos, después de haber experimentado toda cla.
se de males desde que empezaron su libertad y cuando V. E. se afana-
ba en hacer soportables sus infortunios asegurándoles el favor que pe-
día el gobierno de Montevideo, daban a V. E. y al Mundo todo, la
prueba más relevante de su patriotismo, haciendo el último de los sa-
crificios por hallar un asilo libre. Si los habitantes de La Paz dejaban
su suelo por huir de un tirano que vertía desolación por todas partes,
estos abandonaban. todo por vivir lejos de otro que les ofrecía su fa.
vor",r 9

b) -El conocimiento que los orientales tuvieron del éxodo


de La Paz les inspiró la decisión sublime

La importancia que a la actitud de los habitantes de La Paz atri-


buía Artigas en una y otra nota, como idéntica a la de los orientales,
la elevación implícita que hace de ella a la categoría de hecho modelo
o inspirador de la conducta de éstos, y de razón capaz de fundamentar
a favor de los orientales un derecho igual al de los paceños para sus-
traerse a la dominación de su perseguidor, real o potencial, la admisión
72

implícita que de esto último resultaba, de que esté derecho igual era
a la vez un derecho patriótico y justo, nos movieron a buscar cuál ha-
bría podido ser el conocimiento que de tal actitud de "nuestros pai.
sanos de La Paz" tuvieron los orientales en los momentos preludiales
del éxodo, Y se nos hacía indispensable luego medir si ese conoci-
miento, que indudablemente existía, y como cosa del tal jerarquía
que mereció venir por dos veces en pocos días -tal una lúcida obse-
sión- a figurar en palabras de Artigas destinadas a dejar solemnizadas
por escrito las razones determinantes y el derecho justificador de la
emigración oriental, podía en efecto promover -operando sobre los
espíritus de hombres angustiados por la presión predisponente de una
ronjunción de idénticos peligros, con el vigor y la claridad de imagen
salvadora, y por ello determinante de la decisión sublime, en la cual
quedase encendida y trazada firmemente la conducta de todo el pue-
blo oriental- un desencadenamiento incontrastable de fuerzas psico-
lógicas como el que, semejante a una avalancha, llegó de verdad a en-
volver y arrastrar al propio Artigas, testigo emocionado de los hechos
y en modo alguno promotor deliberado y ni siquiera inspirador con-
ciente de los mismos, porque el éxodo no hacía sino crearle dificulta-
des, militares y de abastecimiento, aunque sí demócrata y compla-
ciente acatador del anónimo dictado de la voluntad popular desborda-
da y en camino de una finalidad superior, como numerosos y por de-
más conocidos testimonios lo prueban, y como él mismo se encargó
de dejarnos escrito que tal fue en efecto su propia interpretación de
las cosas cuando dijo, en esta misma nota del 14 de Diciembre: "Yo
no ocultaré a V. E. que por un contraste singular de las circunstancias
miraba con secreto placer la determinación magnánima de mis paisa-
nos en el acto mismo que temía fuese un obstáculo para los movimien-
tos militares"?o
Encontramos la fuente de conocimiento que de la emigración de
los habitantes de La Paz tuvieron los orientales, y no dudamos de que
esa fuente pudo ser en realidad suficiente para desencadenar esa ava-
lancha psicológica, tal es la grandeza de la resolución colectiva que ella
traduce, tales la simpatía que enciende en el corazón y su potencia de
sugestión, la belleza imponente con que de inmediato subyuga al ofre-
cer la evocación de unos inmensos escenarios de montañas abruptas
73

e inaccesibles y unas desamparadas masas humanas refugiadas al borde


de altísimos abismos para salvar junto a ellos los últimos restos de su
libertad. Pese ala brevedad de los trazos en que está escrita, éstos ad-
quieren el relieve y la energía capaces de haber obrado en efecto en
las mentes en calidad de imagen determinante de una acción que pa-
reciendo que no haría sino renovar el hecho que en esa imagen misma
se mostraba como ejemplo, habría de llegar a ser más grandiosa y
más bella, y más capaz, sobre todo, de sembrar futuro en la Historia,
como lo fue el éxodo de nuestro pueblo en 1811.
Para encontrar esa fuente buscamos en la Gazeta de Buenos Aires,
y allí estaba.
Era lógica la búsqueda en esa fuente. Artigas era lector de la Gazeta.
Era el órgano oficial del gobierno revolucionario del Río de la Plata.
Párrafos de la Oración de Abril, como los que aluden a la veleidad de
los hombres y al freno de la Constitución, revelan inequívocamente el
influjo de los artículos que en ella había escrito Mariano Moreno. U
proclama de Artigas en Mercedes del 11 de Abril de 1811, y multitud
de noticias relativas ala marcha de la revolución oriental y al propio
Artigas, habían sido publicadas en la Gazeta. Nicolás Artigas fue preso
en Las Piedras, mientras trataba de introducir clandestinamente en
Montevideo, enviado sin duda por su hermano, un paquete de ejem-
plares de la Gazeta. Esta pregonaría pocos días después con lujo de
documentación, y bajo la propia firma de Artigas, el triunfo de Las
Piedras. En la misma nota del 7 de Diciembre, Artigas se refiere al
parte de esta batalla como "inserto en los papeles públicos", y con
ello alude a la Gazeta. Multitud de otros documentos firmados por él
la mencionan en los años subsiguientes. Y cuando en 1840 vienen a
sacarlo de Curuguaty para llevárselo preso a raíz de la muerte de Fran-
cia, o quizás al año siguiente, porque el hecho es llevado al conóci-
mieno de los Cónsules Alonso y López, Artigas conservaba "una Ga-
ceta" en su poder. que, aunque el documento del Comandante Juan
Manuel Gauto hallado por la Srta. Elisa A. Menéndez no lo especifi-
ca,21 no es difícil referirla al misno periódico de Buenos Aires, y
que si no lo fuera probaría cuando menos la persistencia en el hábi-
to de ese tipo de lecturas, pues la incomunicación en que se le había
tenido en aquel lugar de confinamiento no permite pensar que se tra-
74

tase de una adquisición reciente.


Si Artigas era lector de la Gazeta, todo su círculo debía serlo tam-
bién.
Y bien, una parte del vigor con que operó sobre los orientales el
ejemplo de La Paz reside en esa imagen que el lector podrá ver por
sí mismo más abajo. Pero no es esto sólo, como lo comprobaremos
después, lo que hallaría nuestro pueblo de análogo con su situación:
ambos, el de La Paz y el oriental, padecieron por culpa de la desunión
de los de su propia causa; ambos vieron partir de su lado a las tropas
también americanas, pero en cierto modo extranjeras, que los auxilia-
ban, y que al abandonarlos los dejaban entregados al enemigo; ambos
representaban, sin embargo, la causa de la justicia.

c) - La situación de los orientales era análoga


a la de los paceños.

Veamos. En el número 23 de la Gazeta, correspondiente al 8 de


Noviembre de 181022, se expresa:
"Los vecinos de la ciudad de La Paz, que escaparon del cadalso,
y se han visto libres por la instalación de la Junta, de las cadenas, con
que el despotismo los había aprisionado, han elevado la siguiente re-
presentación, en que piden la declaratoria de su inocencia".
A continuación explica el periódico cómo los peticionantes denLin-
cian las nulidades del proceso que se les siguió, las violencias, sobornos
y errores del mismo, y añade que ellos piden justicia para "aquella de-
solada población, que espera con ansia a los libertadores".
Comienza luego la Gazeta a transcribir la representación misma,
cuyos párrafos iniciales dicen: "He aquí el resto de víctimas sangrien-
tas, sobre los que ha descargado su fuiia la crueldad de un tirano",
para mostrar después a "los hechos de La Paz" como "sofocados por
la intriga". Narra después el escrito la revolución del 16 de Julio de
1809 (la que había implantado la Junta Tuitiva de La Paz, a la que
alude sin nombrarla), y la contrarrevolución vencida por el pueblo con
generoso perdón de la vida de sus autores, hasta que Don Juan Pedro
Indaburu, español europeo, combinado con Goyeneche, el Cabildo y
los contrarrevolucionarios, apresó a iuuchos patriotas y descargó su
crueldad sobre ellos. Refiere luego las luchas y el triunfo popular y
75

muestra a lndaburu colgado en el cadalso y al pueblo otra vez dueño


de sí aunque irritado, y pronto a pelear y a Cometer los excesos a que
lo autorizarían las circunstancias. 23
En la Gazeta número 24, del jueves 15 de Noviembre ,2° continúa
el escrito mostrando que el pueblo prefirió, sin embargo, seguir mag-
nánimo, pero expresando que cuando esperaban los revolucionarios
que la buena causa se propagase, sobreviene -y debe notarse que
aquí comienzan a aparecer las semejanzas con la historia del pueblo
oriental- la desunión entre los patricios: "se horrorizan y desconfían
de la empresa, en el punto que empiezan á desquadernarse sus batallo-
nes. Aquella parte menos honorable y extrangera de la corporacion
militar /como las tropas de Buenos Aires en la Banda Oriental, pode-
,nos acotar nosotros/, se retira cargada de despojos á sus paises nati-
vos; y entonces se hallan los nuestros precisados á replegarse en la
montaña". Así también se retiran los porteños, menos honorables
(para los orientales del momento), y extranjeros, del ejército que con
ellos habían estado formando hasta ese instante. Es decir, que como
los paceños se hallaban "precisados a replegarse en la montaña", los
orientales se vieron precisados a emigrar. Y prosigue el escrito: "Des-
de aquellos lugares preeminentes, armados de precipicios, y peñascos,
pensaban batir con seguridad, y prepotencia al descansado exército de
Goyeneche".2 s (Como los orientales desde su retiro pensaban batir a
Elfo y a los portugueses).
Esta imagen ha tenido que quedar imborrable para quien la haya
leído una sola vez, por su luminosidad, su relieve y su grandeza Ini-
mana, que no es sino la sublimación del sacrificio de que es capaz un
pueblo para conservar su libertad, pintado en el gigantesco ambien-
te desolado de algún remoto Walhalla andino de inmensas alturas
salvajes y desnudas. El éxodo del pueblo paceño era una Imagen imbo-
rrable y quedaba allí, profetizando el éxodo del pueblo oriental.
Esa imagen bastaba sin duda para magnetizar las mentes de cuan-
tos se la hubieran representado y guardado en la memoria, para lanzar-
los a la acción de imitarla cuando se encontraran, como los paceños,
acorralados por la alternativa de caer en manos de quien había de per-
seguirlos y esclavizarlos, o huir de él, tomando el camino que lleva.
ba a afrontar otros riesgos, los de lo desconocido y lo rensoto, por tal,
76

también, de conservar el último resto de su libertad. Pero la Gazeta si-


gue suministrando todavía razones corroborantes para hacerlo.
En el número 25 del jueves 22 de Noviembre, 26 los paceños ata-
can en su escrito al obispo de La Paz, confabulado con Goyeneche, y
que se puso a la cabeza de un ejército, pero esperan no obstante que
se ilumine, y añaden, poseídos de tal confianza en su regeneración:
"(nosotros, que somos el resto mas fiel, pero desgraciado de la Paz,
nosotros que hemos sufrido tantas persecuciones, y perjuicios por el
amor á la patria, nosotros que debemos presentarnos ante V.E. como
buenos ciudadanos á la vista de un padre común,) suplicamos á la
Excma. Junta que lo reciba en sus brazos... como á un ciudadno con-
vertido". Con todo, el domingo 25 de Noviembre, en una (;n?eta ex-
traordinaria,27 reconvienen, como amonestándolo eventualmente,
que "si sigue rompiendo los vínculos sociales" (porque había fulmi-
nado excomunión contra los patriotas) se le someta a castigo, y que la
Junta "tenga á bien según lo que representamos, declarar los hechos
del pueblo de la Paz por fieles, honrados y de una valentía y heroyci-
dad sin exemplar; porque aunque no tubieron el lucimiento y perfec-
cion que se deseaba, no fue por defecto de las intenciones del pueblo,
sino por la intriga, y division, que sembraron los tiranos, y traidores
sobre una masa susceptible de inconsideracion, y falencia por sus po-
cos conocimientos, por la falta de táctica militar, y por ser una ciu-
dad, que dio aquel paso, como primer ensayo de su energía".2s
En estas páginas finales de la nota se ofrece, pues, el ejemplo de un
pueblo perseguido que tiene razón, que pide se la reconozcan, y que,
por culpa de la división entre patriotas, ha debido emigrar. porque, no
sólo aquel resto de libres había tenido que acogerse a las montañas, si-
no. que otra parte del mismo pueblo está a la vez refugiada en Buenos
Aires, en donde aparece fechado el documento y suscrito por trece
firmantes, a 5 de Noviembre de 1810.
La identidad de tal situación de los paceños con la de los orienta-
les es palmaria. Aquellos fueron la imagen anticipada de éstos, y lo
fueron asimismo por la identidad de la resolución: la emigración para
salvar su libertad antes que entregarse a su perseguidor.
"Nosotros, que somos el resto más fiel, pero desgraciado de La
Paz", escribieron aquéllos. Y de los orientales en el éxodo, dijo Ar-
77

tigas en su nota del 7 de Diciembre: "„, este gran resto de hombres


libres...,.. 29

lll.- El ideario del Ayul. - Hacia la independencia y la confedera-


ción por la visión de una soberanía en estado naciente: el
pueblo oriental se ha unido, celebrando "una constitución
social".

Damos en esta tercera parte del segundo Capítulo, el segundo de


los documentos fundamentales del pensamiento artiguista durante
el éxodo. 3o Recordemos que en la primera insertamos cuatro piezas,
pero que sólo la primera de ellas formaba parte del ideario de nuestro
prócer, pues las otras tres eran un conjunto documental compuesto
por el informe del comisionado paraguayo Laguardia y sus anexos,
incluídos allí sólo para ambientar la vida del pueblo oriental en ese
exilio y ese aislamiento que sirvieron a su gran conductor para recoger-
se en sus meditaciones, sintiéndose rodeado y sostenido por él, pero
amparándolo él a su vez con la nitidez y la seguridad de sus ideas y la
firmeza de su resolución, para tomar una conciencia más profunda de
sus necesidades, sus intereses y sus derechos.
La convivencia apretada e inmediata con la totalidad de su pueblo,
hecho masa tangible y susceptible de abarcarse, casi en una sola mi-
rada de conjunto, circunstancia única, por lo prolongada, en la histo-
ria de los pueblos modernos, fue clima propicio como ninguno para
que. jefe, soldados, ciudadanos y familias, rodeados de peligros comu-
nes y padeciendo idénticos sufrimlentos, se unimismaran ,una sola
conciencia.
Este segundo documento traduce eI sentir de todos los jefes orien-
tales, encabezados por! Artigas ;cuya firma lucía -A su pie, como puedé
verse. única en un comienzo :- aunque, fue después testeada sin duda
para no quitar á la nota su fuerza de expresión colectiva:,, ,
Estaba destinado a busca¡ en el Cabildo de Buenos Artigas un apoyo
para la protesta que con la misma fecha formulaba Artigas ante él
Triunvirato por la conducta de Sarrátea, quien lejos de respetar a
78

las tropas orientales como parte Indivisible de un pueblo que, dentro


del grande escenario rioplatense, había hecho su propia revolución al
conjuro de la Iniciativa porteña de Muyo do 1810 y debía seguir,
aún en el exilio, dueño da esa revolución particular que había hecho
sobre su suelo, pretendía quitarla su personalidad haciendo que sólo
las tropas de Buenas Aires tomaron el nombre de "ejército de opera.
ciones" en lugar de ser las meros axiliadoras de las tropas orientales;
pretendía dividir a éstas y despojarlas nada monos que del Regimlen.
tu de Blandengues y "anular el voto sagrado de nuestra voluntad gene
ral en la persona de nuestro jefe", como se expresa allí, es decir, des.
conocer a Artigas como jefe de los orientales, desconocer que Artigas
a la cabeza de las orientales era la voluntad misma del pueblo oriental
que lo había elegido jefe en los días preludiulos del armisticio.
Tales actitudes de Sarrates eran, según este mismo documento nos
lu explica, resultado de haberse opuesto los jefes orientales mi orden
en que aquél había dispuesto las marchas, "porque creemos da necesi-
dad marchur y mantenernos reunidos, mucho nido viendo, que su
anhelo por separarnos llegaba hasta el término de no admitir nuestros
sacrificios en la campana presente, al no accedíamos a ello". Algo más
claramente expresa estos mismos hechos la nota, a que aludimos
mas arriba, que el mismo dio dirigen los propios jefas orientales al
Triunvirato, nota en la cual las resoluciones de Sarraten de que éstos
se agravian aparecen sintetizadas en el siguiente párrafo; "hizo desa
parecer de n.tra vista el caracter de auxiliadoras, que apreciábamos en
las tropas, con que V, E, se dignó socorrernos; --ellas fueron declara.
dos ejercite da operaciones-. y nosotros postergados al no queriamas
marchar divididos", t Y también es quizás más clara que la que comen-
tamos, en cuanto al mismo punto, la nota do Artigas del 21 de Setiem.
bre de 1812 a la Junta del Paraguay, también fechada en al Ayuí,
en la parte en que dice, refiriéndose a las tropas orientales: "Seguí•
damante, sin ser por mi conducto, se les provino a algunas de estas di.
visiones se preparasen para marchar a diferentes puntos y con diferen•
tea objetos, Ellos hicieron ver entonces que no obodoc(an otras ordo.
neo que lea misa, y protestaron que no marcharian jemás, no marchan-
do yo a su cabeza",aa Esta última nota es, en cuanto se rofora a los
hocirua, quizás el documento mús explicativo para conocer 108 fUndu-
79

mantos artiguistas del conflicto con Surratea. Pero como ia expresión


de ideas contcnídu en la notu dirigida al Cabildo de Buenos Aíres que
estamos comentantio33 es máo completa que la de cualquiera de lao
otras dos a que acabamos de referirnos (que son también, por otra
parte, herinos(simas, y cuya lectura, por ello mismo, recomendamos),
la hemos preferido para Insertarla en esto libro como la más repre.
sentativa del ideario del Ayuí.
Y bien: las recordadas actitudes de Sarratea para con los orienta-
les, de dividirlos y darles órdenes directamente y no por el conducto
de Artigas, declarando adem9a a las tropas porteñas, no auxiliadoras
meramente de aquéllos, sino "Ejército de operaciones", Importaban
desconocer, en suma, la sustantividad de nuestra revolución dentro
del conjunto de las revolucionas hormanus y, con ello, la soberanía
de nuestro pueblo en el conjunto de los pueblos hermanos,
El extraordinario valor de la nota que publicamos reside en la ex.
presión de este último principio, expresión quo en diferentes formas
se hace, explícita e Implícitamente, a lo largo de toda la protesta, y
como fundamentación de la misma. Es un claro anticipo inmediato
do la doctrina artiguista que recibirá expresiones rotundas y reitera.
dfslmas en 1813, y que veremos en el Capítulo IV.
Veánsa, reordenándolos en un encadenamiento lógico, los concep.
tos básicos quo podemos desentrañar do esa nota, sometiéndolo a una
atenta y meditada lectura:
lo, • El pueblo oriental estuvo unido al gobierno de Buenos Ai.
res por un lazo que nunca llegó a ser expreso: as decir que era un pac-
to tácito el que lo vinculaba a eso gobierno, y la existencia do ese pac-
to tácito importaba afirmar, también tácitamente, que los orienta.
les se hallaban, antes de contraerlo, en un estado anterior de no suje-
ción, con respecto a Buenos Airee, que, aunque no declarado expresa,
monte, debe suponerse Implfcltamento curro de Independencia por
lo manos front® a su pueblo y sus autoridades.
2u. . Conformo a esos principios y a ese pacto tácito, los oriente.
les recibieron a las tropas de Buenos Altos que a su podido vinieron a
reforzarlas, como auxiliadoras de su libertad: el haber solicitado uqué.
Ilos a éste ese auxilio, y haberlo prestado efectivamente buenos Aires
había constituido, sin duda, ese pacto tácito.
80

3o. - Ese pacto tácito quedó roto desde el instante mismo en que
Buenos Aires retiró a los orientales los auxilios que les había prestado
para entregarlos en cambio al poder de Elío, es decir, quedó roto al
celebrar el gobierno de Buenos Aires el Armisticio de Octubre de 1811
con Elío sin consultar al pueblo oriental, cuya suerte sin embargo se
decidía en este mismo Armisticio en la forma recordada.
4o. - Al romperse ese pacto, y como tampoco "quisieron entrar en
un pacto con la tiranía" (es decir, con Elfo), los orientales recobraron
su soberanía originaria, y vinieron a quedar, como se dice allí, "en el
goce de nuestros derechos primitivos", (¿nuevamente el pensamiento
de Rousseau?) como "un pueblo abandonado a sí solo, y que, bien
analizadas las circunstancias que le rodeaban, pudo mirarse como el
primero de la tierra, sin que pudiera haber otro que reclamase su do-
minio", puesto que desconocía por igual a Buenos Aires y a Elío.
(Aquí, en cambio, lo hemos visto en el parágrafo ti, está una influen-
cia inequívoca de Paine).
So. - Ese pueblo, "en uso de su soberanía inalienable, pudo deter-
minarse según el voto de su voluntad suprema".
6o. - Por eso, se dice ya, en un comienzo, "nos constituímos en
una forma bajo todos los aspectos legal", y se repite, con palabras
hermosísimas: "celebramos el acto solemne, sacrosanto siempre, de
una constitución social, erigiéndonos una cabeza en la persona de
nuestro dignísimo ciudadano Don José Artigas para el orden militar,
de que necesitábamos" (¿otra vez más, todavía, el soplo de Rousseau?).
7o. - Es en esas condiciones, con Artigas por Jefe electo por la vo-
luntad general del pueblo oriental soberano, que Sarratea desconoce y
atropella todos estos derechos de los orientales en la forma que recor-
damos al comienzo.
Bo. - Aun cuando los jefes orientales piden sobre esto justicia al
Cabildo de Buenos Aires, como Artigas la pide el mismo día al Triun-
virato, en la antes aludida nota que, aunque hemos dicho que no pu-
blicamos aquí, hemos recomendado más arriba como digna de lectu-
ra, tratan de igual a igual a Buenos Aires, y no como a superior
diciendo a aquél que "las consideraciones debidas a V. E." son "igua-
les precisamente a las de los demás pueblos".
9o. - Pero reconocen que el pueblo de Buenos Aires, cuyas glorias
81

como libertador inicial recuerdan una y otra vez, nunca abrigó ideas
de conquista sobre el nuestro, sino de "auxilio de su liberalidad".
10o. - Afirman tácitamente que ambos pueblos deben tenerse con-
sideraciones recíprocas, porque no obstante esa soberanía que adqui-
rió nuestro pueblo, parece mirarse como en estado de confederación
con Buenos Aires; confederación sin duda tácita también, pues des-
pués de roto el pacto tácito anterior, no ha vuelto a contraerse expre-
samente otro nuevo; y que, en este estado de confederación, el de
Buenos Aires no es un verdadero "Gobierno superior de las Provincias
Unidas", no obstante ostentar ese título, sino un mero órgano común
a provincias dueñas de iguales derechos, aceptado por necesidad sólo
para "girar con más acierto en las relaciones exteriores".
Estas ideas, (el pueblo abandonado a sí mismo, la libertad origina-
ria, el contrato social como origen del Gobierno, la confederación,
etc.), confirman claramente, volvemos a decirlo, que ya para esta fe-
cha comenzaban a extraerse en el campamento oriental del Ayuí, y
fundamentalmente por Artigas, inspirador indudable de todo el pen-
samiento político que dirigía los pasos del pueblo que lo tenía por Je-
fe, ideas de Rousseau, mezcladas con los conceptos de Tomás Paine
y de algunos de los documentos norteamericanos como los "Artícu-
los de Confederación y Perpetua Unión" contenidos en el libro de do-
cumentos compilados y traducidos al castellano por el caraqueño Ma-
nuel García de Sena y publicado en Filadelfia en 1811 con el nombre
de La independencia de la Costa Firme justificada por Thomas Paine
treinta años hQ, a que nos hemos referido en la segunda parte de este
capítulo, aunque no aparece todavía transcripción literal de ninguno
de los textos articulados de los citados "Artículos de Confederación"
ni de otro alguno del derecho político norteamericano.
I lo. - Véase finalmente cómo la nota artiguista opone el "derecho
abominable nacido de la fuerza" que encarnaba Sarratea al "carácter
de libres" que era "nuestra riqueza, y el único tesoro que reservaba
nuestra ternura a nuestra posteridad preciosa".
A siglo y medio de distancia, estremece de gratitud el sublime lega-
do.
83

NOTAS

1 Véase: documento No. 4, pp. 97 y ss,

2 Véase: documentos No. 2 y 3. pp. 95 y el.


3 Véase: documento No. 1, pp, 88 y la.

4 Oficio de José Artfgaa a Frenclsrn Xavier Elío, Las Piedras, 20 de Mayo de


1811, en Careta Extraordinarla de Buenos-Ayres, del IB de Junio de 1811,
en Gaceta de Buenos Aires, ed. facsim., cit.. t. It, pp. (498)-(499).

5 Véase: documento No. 1, p. 89.


6 [bid.

7 Recordemos que ya en su note al Cabildo de Montevideo de 25 da Mayo de


1811, escrita a raíz del triunfo de Las Piedras, había dicho Artigns: "mis In-
tenciones, y las del superior gobierno de que dependo, se dirigen a pacificar
este país y darle vida política". Oficio de José Artigas al Cabildo de Alontevl-
deo, Cuartel General del Cerrito, 25 de Mayo de 18 11. en Gazeta de .Buenos.
Ayres del 20 de Junio de 1811, en Gaceta de Buenos Airea, ed. fscatm., cit.,
t. il, pp. (507)-(508). Véase nuestro comentario de esta frase en las pp. 78
-80.

B Véase: documento No. I,p. 91.


9 Véase: documento No. 1, p. 92.

10 Véase: documento No. I, pp. 89-93.


II Véase pp.194-196.

12 La fecha del 10 de Octubre de 1811 como siendo la verdadera fecha en que


ArUgas fue ungido Jefe de los Orientales, por elección realizada en la Quinta
de la Paraguaya, ha sido irrefutablemente demostrada por el Prof. EDMUN-
DO M, NARANCIO en su breve trabajo publicado en El Plata del lo de Oc-
tubre de 1947 bajo el título de Un anlvermrla digno de recuerdo. Como fue
nombrado Artigas jefe de los orientales. Una demostración más explícita y
documentada de la misma tesis puede versa en al trabajo del citado Profesor
publicado en El Plata de los días 10, ti, 12 y 13 de octubre ,'.'@ 1951, bajo e)
título de ArtígaJ, Je¡e de los Orientales. (Hay sparota).
84

13 Véase: documento No. 1, 0. 93.


14 Véase: documento No. I, p. 95.

15 Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un Caraqueño,


/Simón Bolívar/, Cartagena de Indias, Diciembre 15 de 16112, en VICENTE
LECUNA, Proclamas y Discursos del Libertador, mandados publicar por el
Gobierno de Venezuela presidido por el General Eleaza Lbpes Contreras,
P. 19, Caracas. 1939.

16 Véase: documento NOA. P. 94.


17 Véase: documento No. ¡.P. 93.
18 Jbb.

19 Oficio de José Artigas al Triunvirato, Salto, 14 de diciembre de 181 I. en


ANJEL JUSTINIANO CARRANZA, Campañas navales de la República Ar-
gentina, t. 11, p. 152, Buenos Aires, 1916. Este documento precioso ha sido
reproducido facsimgarmente del original existente en el Archivo Genemlde
la Nación Argentina en el difundidisimo folleto .sin foliar titulada MUSI•:O
HISTORICO NACIONAL, Exodo del pueblo oriental, 1811 (ediciñn ordena-
da por resolución del Consejo Nacional de Administración del 13 de Julio
de 1927), y transcripto en SETEMBRINO E. PEREDA, Artfgas, t. I, pp.
466 de esta última obra. No insertamos este documento en nuestra colec-
ción, porque, no obstante su valor emotivo, y no obstante demostrar en 61
Artiges 1o verdadero de sus reiteradas afirmaciones sobre la espontaneidad
de le emigración del pueblo oriental, expresando que "no perdonó alguna di-
ligencia para persuadir de los beneficios que resultarían,al Estado y a ellos
mismos de la permanencias en sus hogares", y afsadiendo: "Mis circulares
publicadas por bando en todos los pueblos, son pruebas de esta verdad",
no agrega nada nuevo, como ideario, a la nota reseñe del Daymán del 7 de
Diciembre (Documento No. 1).

20 Ofiefo de losé ArNgas al 7liunvlmto. Salto, 14 de Diciembre de 1811, en


SETEMBRiNOE. PEREDA, A~ cit., t. 1, p. 466.

21 ELISA A. MENÉNDEZ, Artigas, Defensor de la Democracia Arner(esubl,


p. 255, MOMevideo, 1944.

22 Caseta de 8uenae-Ayrea, No. 23 del 6 de Noviembre de 1810, en Caseta


de Buenos Aires, ed. fecsim., cit.. t. 1, pp, (591) y ss.
85

23 Ibid.

24 Representación hecha por los vecinos de La Paz, Buenos Aires, 5 de No-


viembre de 18 lo, en Gazeta de Buenos-Ayres, No. 24, del 15 de Noviembre
de 1810, en Gaceta de Buenos Aires, ed. facsim., cit., t. 1, pp. (621) y ee.

25 Ibid., p• (622).

26 Representación hecha por los vecinos de La Paz, Buenos Aires, 5 de No-


viembre de 1810, en Gazeta de BuenoaAyres, No. 25 del jueves 22 de No-
viembre de 1810, en Gaceta de Buenos Aires, ed. fecsim., cit., t. 1, PP. (656)
y ss.

27 Representación hecha por los vecinos de La Paz, buenos Aires, 5 de Noviem-


bre de 1810, en Gazeta extraordLmria de Buenos•Ayres del domingo 25 de
Noviembre de 1810, en Gaceta de Buenos Aires, ed. fecsim., cit.. t. 1, pp-
(680)-(682).

28 Ibid.

29 Véase: documento No. 1, p. 95.


30 Véase: documento No. 5, p. 121.

31 Oficio de los Jefes de: Ejército Oriental al Gobierno de las Provincias Uni-
das del Río de la Plata, Berra del Ayuí, Agosto 27 de 1812, en MINISTE-
RIO DE RELACIONES EXTERIORES, Archivo Histórico Diplomático
del Uruguay, t. III, La Diplomacia de la Patria Vieja, (1811 - 1820), Com-
pilación y advertencia por JUAN E. PIVEL DEVOTO y RODOLFO FONSE-
CA MUÑOZ, p. 21, Montevideo, 1943.

32 Oficio de José Artjgas a la Junta Gubernativa dei Paraguay, Ayuí, 21 de Se-


tiembre de 1812, en C.L. FREGEIRO, Arttgas, Estudio histórico. Documem.
tosjusNftcaNvos, cit., p. 91.

33 Véase: documento No. 5, p. 121.


87

TRES DOCUMENTOS BASICOS DEL RESPETO DE ARTIGAS


POR LA SOBERANIA POPULAR

Esa soberanía que así exigía Artigas se respetase a los orientales,


ya en sí misma. ya cuando se cifraba en su persona, la respetaba su
persona cuando encarnaba en los demás. Hemos de comprobarlo así
en los tres documentos que constituyen la serie que sigue a continua-
ción, y en la que hemos querido agrupar tres de las más salientes, en-
tre muchas, lecciones que el gran demócrata nos dió, de fidelidad en
la acción a sus ideales, a saber:
lo. El respeto a la soberanía de[ pueblo oriental por parte de la
Asamblea General Constituyente que acababa de reunirse en Buenos
Aires, como exigencia a plantear ante ésta; y un idéntico respeto a la
misma soberanía del pueblo oriental por parte del propio Artigas, co-
ntó actos que éste viene espontáneamente a realizar, devolviéndole
la autoridad que ella le confiara: tal es la sustancia última y sencilla
de las ideas que se explayan en el ya célebre discurso de Artigas que
damos bajo el nombre de Oración de Abril, nombre que desearíamos
conseguir fuera adoptado por nuestro pueblo en lo sucesivo, desde la
Escuela, para designarlo.¡
Dos palabra solamente diremos para justificar este anhelo, y otras
dos asimismo, en atención a la divulgación y al comentario que han
logrado alcanzar algunas de sus frases, para ubicar el altísimo docu-
mento en el proceso de nuestra historia, y dar el mínimo indispensa-
ble de explicación a su contenido.
Oración llama a esta pieza el propio Artigas, en su nota al Gobierno
del Paraguay de 17 de Abril de 18132 al enumerar los documentos
cuya copia le remite. En el acta dentro de la cual la publicarnos, fe-
chada el 5 de Abril de 1813, se dice, aludiendo a Artigas: "abrio di-
cho Xefe las ccciones (con la oración) siguiente", refiriéndose a ésta.
Y oración, con mezcla de severo y emocionado sermón laico, cuya
redacción, según las Memorias de Cáceres, se debe a la pluma de
Miguel Barreiro3 (en lo literario se entiende, pues al haberle dado a la
mano final sobre el papel no quita que las ideas, como las que lucen
en todo cuanto escribió Artigas en su vida, por la invariable identidad
de fondo -y en mucho, también de forma- que entre sí guardan la
88

totalidad de los documentos que llevan su firma al pie, y la consecuen-


cia no menos invariable que revelan, paso a paso, con su conducta de
cada hora, de cada día, de cada mes, de cada año de los tan largos y
colmados de su íntegro y recio vivir, que nadie habría podido torcer
ni enervar, son íntima y cabalmente las ideas que Artigas quiso fueran
puestas allí, sin omitir ni alterar detalle), oración, repetimos, es pot
lo uncioso del lenguaje -una de las piezas magistrales que ha dado la
oratoria política de la Revolución de América, sin olvidar las de Bolí-
var- y porque los conceptos que vierte los somete, con fervor de ver-
dadero ruego, invocando los dolores pasados y las cenizas de los muer-
tos por la libertad, a lo mejor de la conciencia de nuestro pueblo para
encarecerle que no caiga en el error ni desfallezca de la energía y la
grandeza que le pide ponga en la lucha por sostener sus derechos.
Y Oración de Abril para eliminar expresamente una referencia a
su fecha y a su lugar, dado que ambos se hallan sujetos corrientemen-
te a precisiones equivocadas que han creado rutinas que deben des-
truirse por medios que eviten el equívoco. La primera, porque, en tan-
to que la copia que publicó Fregeiro, y que constituye la versión más
difundida de este discurso," lo muestra datado el 4 de Abril de 1813,
fecha que se había escrito a su pie con anticipación, el acta cuyo tex-
to completo damos en su lugar oportunos y que ve la luz por primera
vez, acta hallada por el Profesor Edmundo M. Narancio en el Museo
Mitre para nuestro Archivo Artigas, y dentro de la cual aparece trans-
cripto íntegramente el mismo discurso, dice, lo repetúnos, que el 5 de
Abril de 1813 el ciudadano Artigas abrió "las ceciones (con la ora-
ción) siguiente", y este dato corrobora el que da la carta de Artigas
a Tomás García de Zúñiga publicada por Ravignani,s según la cual
el Congreso nr: pudo inaugurarse el 4 sino el 5 porque el mal estado de
los caminos c<.usado por la lluvia demoró la llegada de algunos diputa-
dos obligando a postergarla para este último día. El segundo, porque,
si bien una tradición arraigada llama al Congreso de Abril el Congreso
de Peñarol, hay en esto otro error, como lo venía enseñando en sus
clases el Dr. Felipe Ferreiro y lo publicó en 1937 en sus Orígenes uru-
guayos, y como desde 1939 ha podido verse ya en El Federalismo de
Artigas y la Independencia nacional, del doctor Pablo Blanco Acevedo,
pues según ambos trabajos el Congreso de Abril se realizó en las Tres
89

Cruces, y como, dejando fuera toda posibilidad de duda, peed: en


efecto comprobarse recordando que casi todos los documentos del
Congreso (actas, notas y demás), dan por lugar de su realización el
alojamiento de Artigas "delante de Montevideo", y cotejando tales
datos con el plano de Montevideo levantado en el propio año 1813
que figura en la colección publicada por el doctor Carlos Travieso
en 1937 bajo el rótulo de Montevideo en la época colonial. Puede
verse que en ese plano figura el alojamiento de Artigas en el sitio
denominado "las Tres Cruces", próximo a la casa que se denominaba
así, en la actual zona del "Parque José Batfe y Ordóñez", pero en
lugar más contiguo al Hospital Británico, hacia la Avenida Italia en su
arranque de 8 de Octubre: por todo lo cual debe proscribirse tam-
bién el hábito de llamar a nuestro documento "el discurso de
Peñarol".7 A su vez, si se pensase en llamarlo Oración de las Tres
Cruces, ello lo haría menos identificable todavía y llevaría al profano
a pensar que se trataba de una oración religiosa. Y así, no queda mejor
designación para darle que la que proponemos de Oración de Abril.
En cuanto al contenido de esta pieza, su claridad y su belleza ha-
cen innecesario comentarla por extenso para su llana comprensión. Lo
haremos, sin embargo, para sus conceptos medulares.
Recordemos primeramente algunos hechos, por otra parte bien
conocidos, para ubicarla.
El 29 de Enero de 1813 se había instalado en Buenos Aires la
Asamblea a que Artigas se refiere. Esta Asamblea estaba formada
por diputados solamente de las ciudades del Río de la Plata. Maldona-
do era la única ciudad oriental en ella representada, y era su diputado
el doctor Dámaso Gómez de Fonseca, sacerdote radicado en Buenos
Aires. Montevideo no tenía diputado por hallarse en poder del enemi-
go, si bien se había accedido a que el pueblo oriental en amas enviase
uno, que sería su equivalente. Los demás pueblos, entre los veintitres
que se contaban en la Banda Oriental, y de los cuales, además de las
dos ciudades nombradas, había cuatro Villas (Santo Domingo Soriano,
Canelones, San Juan Bautista o Santa Lucía y San José, o sea, en to-
do, seis poblaciones con Cabildo, de las cuales una en poder del enemi-
go), no tenían representación. Estos antecedentes explican por qué
Artigas pide en este discurso, como segundo objeto a resolverse.
90

(el tratar este segundo punto antes que el primero no significa que le
atribuyamos mayor jerarquía ni ningún otro motivo de prelación con
respecto al primero, que era, como bien lo vió Artigas, el fundamental,
sino que lo hacemos simplemente por una razón de comodidad para
la exposición); como segundo objeto, pues, aumentar el número de
diputados orientales, los cuales, como dirá luego en carta al Paraguay,
siendo seis, se sumarían a los dos de Tucumán y a los siete que Artigas
pensaba debía enviar "esa Provincia Grande", para defender la causa
de la confederación en la Asamblea.s Sobre los motivos y la proceden-
cia de ese pedido de aumento de diputados, no dice una palabra Artigas
en su oración, limitándose a plantearlo, pero los comentaremos más
ampliamente por nuestra parte en el Capítulo IV, como aspecto del
examen de las condiciones contenidas en el acta del 5 de Abril.
La convocatoria del congreso oriental respondió a este otro antece-
dente inmediato y. de principios cuya solución plantea Artigas como
primer objetivo del mismo: la Asamblea exige a todos los jefes mili-
tares que la reconozcan. Llega a Rondeau y a Artigas este pedido.
Rondeati, superior de Artigas, le trasmite la orden. Artigas le contesta
que él, Rondeau, puede jurar la Asamblea, pero no así Artigas mismo.
Piensa Artigas, seguramente, como en los tiempos de Sarratea, aunque
no lo dice en su respuesta a Rondeau, que él es el Jefe de los Orien-
tales, electo soberanamente por éstos, y no sólo un subalterno militar
de Buenos Aires. Por eso, le dice que ha dirigido invitacíones a todos
los pueblos de esta Banda para consultarles si debe prestar el recono-
chniento que se le solicita: que éstos se reunirán e1,3 de Abril (fecha
luego postergada por dos veces, como se vió), y que le pide que, entre
tanto, suspenda él su reconocimiento, para verificarlo juntos.9 Artigas
pensaba, pues, que debía prestarse ese reconocimiento, pero hacién-
dolo, como expresará, en forma de pacto, es decir, siempre de igual
a igual con Buenos Aires, y no por obedecimiento: parte, pues, del
mismo concepto básico que le hemos visto sostener frente a Sarratea,
de que el pueblo oriental era soberano. Este mismo concepto se le
había encomendado defender, por parte del ejército oriental, en Enero
de 1813, para que lo hiciese reconocer por Buenos Aires, a Don Tomás
García de Zúeiga, en términos todavía más precisos y preciosos por
lo amplios, diciendo que "la soberanía particular de los pueblos será
91

precisamente declarada y ostentada como el objeto único de nuestra


revolución"te, como lo puntualiza la cláusula Ra., de las instruccio-
nes de que al afecto se le hizo portador, (y que insertamos en el ca-
pítulo siguiente) en las que figuraban otras pretensiones igualmente
defensivas de nuestra soberanía, especialmente en su aspecto militar,
como fórmula de transacción que cortase el conflicto creado por
Sarratea, conflicto planteado, y aún más agudamente, después de la
expulsión de éste.
García de Zúñiga no había regresado. Las pretensiones orientales
de que él era portador se hallaban, pues, pendientes al inaugurarse
el Congreso. Por eso el primero de los objetivos que propone Artigas
al Congreso es: "Si debemos proceder al reconocimiento de la Asam-
blea General antes del allanamiento de nuestras pretensiones encomen-
dadas a nuestro Diputado Dn, Tomás García de Zúñiga".' t
En tal situación, cabían tres soluciones.
Dos de ellas eran extremas, a saber: a) reconocer incondicionalmen-
te a la Asamblea, es decir, reconocerla sin volver a mantener esas
pretensiones que eran exigencias libremente votadas por nuestros
hombres, y ello equivalía a traicionar a nuestra soberanía; y b) des-
conocerla abiertamente, lo cual rompía la necesaria unidad para luchar
contra el enemigo común y destruiría además la integridad nacional.
A esas dos soluciones alude Artigas para rechazarlas por igual: a la
primera porque importaba un "exceso de confianza', y a 1a segunda
porque importaba "una desconfianza desmedida", y de ambas dijo,
por lo mismo, que "todo extremo envuelve fatalidad".
Frente a ellas levanta una tercera solución, a la cual nos hemos re-
ferido ya algunos párrafos más arriba, o sea la solución que defendía
nuestra soberanía pero a la vez hacía el reconocimiento, para lo cual
éste debía condicionarse a la aceptación de esas pretensiones por par-
te de la Asamblea reunida en Buenos Aires, es decir, que nuestra
Provincia prestaría el reconocimiento no por obedecimiento sino por
pacto, en el cual ambas partes suscribiesen de igual a igual y de acuer-
do, el allanamiento a las exigencias contenidas en esas pretensiones.
Tales los dos primeros problemas que plantea Artigas en su Ora-
ción.
Lo más notable de ésta es. no solamente la devolt.it:,, ;is;~ h a:e,
92

a presencia de la soberanía oriental, de la autoridad que se le había


conferido en los días del armisticio, gesto altísimo de demócrata que
nunca habrá de ser suficientemente alabado y sobre el cual volvere-
mos más abajo, sino principalmente la fundarnentación que da a la
exigencia del pacto que salvaguardase las pretensiones encomendadas
a García de Zúñiga, Artigas se remonta aquí a purísimos principios
que alternan con austeras ideas morales. Sostiene, junto con los fue-
ros de la soberanía oriental, la unidad nacional rioplatense, y la idea
de la constitucionalidad como freno para precaver la veleidad y asegu-
rar la probidad de los hombres de gobierno. En esta defensa de la
constitucionalidad, y en el enjuiciamiento. que le es correlativo, del
problema de la relación entre los hombres y las instituciones, su pen-
samiento se muestra influido por las ideas vertidas por Mariano Mo-
reno desde la "Gazeta ". Pero como la constitución era obra dificulto-
sa, que debía preverse iría demorándose, exige que "mientras ella
no exista", se adopten "las medidas que equivalgan a la garantía
preciosa que ella ofrece"; y debemos interpretar que esas medidas no
son otras que la celebración del pacto que así venía aconsejando, es
decir, el reconocimiento de la Asamblea, lo que aseguraría el mante-
nimiento de la unidad nacional rioplatense, pero con condiciones que
asegurasen, a su vez, la soberanía oriental, es decir, la celebración de
un pacto confederativo interprovincial.
No debemos dejar de señalar aquí que la Oración de Abril nos
permite percibir nuevamente la influencia de Rousseau sobre el pensa-
miento artiguista.
Claramente lo podemos comprobar en cuanto vemos cómo identi-
fica esa misma idea de constitucionalidad (y concibiéndola, además,
precisamente así, es decir, como freno para la veleidad de los hombres
y como seguro para afirmación de su probidad, idea a la que hemos
reconocido una inmediata filiación morenista), con la idea del Contra-
to Social, pues no otra cosa significa que, al tomar posición para en-
carar ese mismo problema a que nos estamos refiriendo, de las relacio-
nes entre los hombres y las instituciones, anuncie las dos mismas solu-
ciones sucesivas, cabalmente, que propone para resolverlo, o sea la de
la constitución como meta y la de la adopción, "mientras ella no exis-
ta". de "las medidas que equivalgan ala garantía preciosa que ella
93

ofrece", en esta otra frase, que las abarca a ambas: "Estamos aún bajo
la fe de los hombres y no aparecen las seguridades del contrato".
Y más claramente todavía podemos percibir otra influencia de la
teoría del Contrato Social en la célebre frase: "Mi autoridad emana de
vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana".
En efecto, el capítulo XIV del Libro tercero del Contrato Social
contienza, precisamente, con los siguientes párrafos: "Luego que el
pueblo está legítimamente en cuerpo soberano, toda jurisdicslon de
gobierno cesa, se suspende el poder executivo, y la persona del ultimo
ciudadano es tan sagrada e inviolable como la del primer magistrado,
porque ante el representado desaparece el representante"' 11
El fragmento transcripto, tomado en su integridad, es la base jurídi-
ca de la recordada frase de la Oración de Abril, y su párrafo inicial es
de una impresionante semejanza con ella. Pero la claúsula artigitista,
merced a la feliz audacia con que suprime la prolijidad casi redundante
de los razonamientos es tnás breve, más rotunda y más enérgica,
y por ello, niás elocuente. Y, todavía, tiene el mérito de que en la
fácil y natural belleza con que acertó a dar en tan pocas palabras y con
la fuerza rítmica que ellas adquieren por estar compuestas de un ende-
casílabo seguido de dos heptasílabos, lo medular del pensamiento rou-
sseauniano, halló lugar para recordar además, allí mismo y en un solo
trazo, que el origen de la autoridad está en el pueblo, concepto que era
menester traer como antecedente lógico indispensable al recuerdo y
a la meditación del propio pueblo que lo iba a escuchar y a quien
venía a devolvérsele la autoridad.
Este concepto está también, sin duda, en el Contrato Social, pero
en otros capítulos y diluido a través de los conocidos meandros, ne-
cesarios para el buen encadenamiento de ros razonamientos en el libro
famoso, que el autor de éste le hace recorrer, y cuya reproducción, ni
aún abreviada, habría sido en cambio, en un discurso de apertura de
una asamblea pública, fastidiosa y capaz de hacer perder a las ideas
la energía que reclamaban en las circunstancias.
Y agreguemos que no sólo devolvió así el poder, expresando ade-
más: como podrá verse, que "yo ofendería altamente vuestro carácter
y el mío, vulnerando enormemente vuestros derechos sagrados, si pa-
sase a resolver por mí una materia reservada sólo a vosotros", sino
94

que, llevando al acto sus conceptos de demócrata, se retiró del congre-


so a la terminación de su oración para dejarlo obrar en libertad. Una
"Carta Reservada" de Rondeau dando cuenta de lo actuado en el Con-
greso de Abril y juramento de las tropas orientales, que resume con
alguna variante el acta del 5, dice en efecto que Artigas "les hizo
Ares te todo diciéndoles, q° ellos determinasen; ps el estaba pronto
á Executar loq° ellos dispusiesen, y los dexo obrar libremr° saliendo-
se". 13
Cumplía Artigas los postulados de Rousseau al devolver la autori-
dad al pueblo, ante una nueva presencia de la misma soberanía
popular que la creara, porque era una nueva presencia de la soberanía
oriental ejerciendo efectivamente la función máxima de la soberanía
(la de constituirse y crearse sus autoridades) la que representaba el
Congreso de Abril: la primera había sido la de la Asamblea de la Para-
guaya de Octubre de 1811, en la que los orientales se habían constituído
y habían creado y elegido una autoridad para el orden militar en la
persona de Artigas. Por eso éste dice al comienzo de su Oración, y
prescindiendo de referirse a otras asambleas que los orientales habían
sin duda celebrado, como veremos en el Capítulo VIII, pero en las
cuales no habían hecho, como en la Paraguaya y en el Congreso de
Abril, uso de las más eminentes funciones de la soberanía: "Tengo la
honra de volver a hablaros en la segunda vez que hacéis el uso de
vuestra soberanía' '. t 4
En el capitulo siguiente veremos que, tanto la idea del reconoci-
miento con condiciones como la del aumento de diputados que pro-
pone Artigas. quedaron consagradas por su aceptación en el Congreso
de Tres Cruces en la sesión del 5 de Abril, y que el articulado del acta
respectiva no :s sino el paso previo al proyecto de pacto, la propuesta
oriental para -,l pacto, que reproduce lo sustancial de las pretensiones
orientales cuya defensa se había encomendado a García de Zúñiga, pa-
ra incluirlas, como exigencias de la soberanía oriental, y para que se
siguiese dejando "a esta Banda, en la plena libertad que ha adquirido
como Provincia compuesta de pueblos libres"! 5 en el pacto de con-
federación ofensiva y defensiva a celebrarse con las demás provincias.
En cuanto a la idea de instalar "un Gobierno que restablezca la eco-
nomía del país", que Artigas propone asimismo como tercera cues-
95

tión, limitándose, como lo había hecho con respecto a la segunda (y


a diferencia de la primera, sobre la que tan bellamente se explayó),
a proponerla pero sin fundamentarla sino por su solo enunciado, será
aceptada en la sesión del 20 de Abril. 16 Esta idea se comenta por sí
sola, pues es a la vez la idea del gobierno propio o "gobierno inmedia-
to" de que hablaba en su nota del 7 de Diciembre de 1811 al Para-
guay, la consecuencia de la soberanía de nuestra Provincia que está
defendiendo aquí mismo, y la expresión de sus desvelos por dar a
nuestro pueblo el bienestar que necesitaba, después de los desastres y
miserias de una guerra de diez y siete meses, en que debió abandonar-
se el suelo patrio y sufrir el país las depredaciones de la ocupación
portuguesa, y a la soberanía provincial el respaldo económico que le
diese la seguridad de no ser absorbida por el poder central: seguridad
que era uno de los principios cardinales del sistema artiguista, y a
cuya consecución consagró la Instrucción 15a., como podrá apreciar-
se en el próximo capítulo.
2o. No menos hermoso es el respeto que muestra por la soberanía
de Corrientes en su nota al Cabildo de esta ciudad del 29 de Marzo
de 1814, que abunda en expresiones felicísimas de gran demócrata, y
que publicamos en esta serie.!? Dio pretexto a la nota el contestar
la noticia que recibiera de haber Corrientes volteado al Teniente Go-
bernador que le había dado Buenos Aires, Don José León Domín-
guez, sustituyéndolo, en aclamación popular, por Don Juan B. Méndez.
Artigas acababa de abandonar la línea sitiadora de Montevideo a
raíz de la burla de los derechos orientales que hizo Rondeau en el
acto de la instalación del Congreso de la Capilla de Maciel, y que el
Congreso mismo concluyó por consumar. Ha ido a levantar al lito-
ral contra el centralismo porteño, pero su guerra no es de violencia
ni anarquía, sino de principios: la fuerza se ha de apoyar en el dere-
cho. Para ello, quiere que cada provincia haga lo que él venía haciendo
y sosteniendo para la Provincia Oriental: que se reconozca soberana,
se constituya y entre a formar el pacto confederativo con las demás.
La Banda Oriental no era todavía provincia el 5 de Abril de 1813:
era una mera expresión geográfica. Ese día (lo veremos en el Capítu-
lo siguiente) se constituye implícitamente en provincia, por pacto tá-
cito celebrado por sus veintitrés pueblos entre sí, en el acto de reunir-
96

se en congreso provincial por medio de sus representantes, y resolver


éstos celebrar una "confederación ofensiva y defensiva" con las de-
más, en calidad de "provincia compuesta de pueblos libres" y rete-
niendo, dentro de esa confederación, y "en consecuencia de dicha
confederación", como expresamente se declara, la plena libertad que
había adquirido como tal provincia compuesta de pueblos libres.t s A
los pocos días nuestra provincia, constituida y con gobierno propio
(el de Canelones, o sea el que Arligas había propuesto corno "gobier-
no que restablezca la economía del país" y que el acta aludida del 20
de Abril había creado, por mandato popular, con el nombre de `Go-
bierno Económico"), exige a un rnagistrado sospechoso, Don Be-
nito Torres, que era español de nacimiento, que jure que esta provin-
cia "deve ser un Estado soberano e independiente... escepto la autori-
dad que es o puede ser conferida por el Congreso General de las Pro-
vincias Unidas"." 9 Era la prueba de esa soberanía que había adquirido
y quería seguir conservando dentro de la confederación.
Tomando este antecedente como punto de comparación, leáse
ahora atentamente esta nota que dirige Artigas al Cabildo de Corrien-
tes, y se verá que lo exhorta a que el territorio de que esta ciudad
formaba parte, haga exactamente cuanto él había querido y obteni-
do hiciera la Banda Oriental. Artigas no admitía, recuérdese, que las
tropas de Buenos Aires fueran otra cosa que auxiliadoras de las
orientales. Consecuente con este principio dice ahora a los correnti-
nos: "Yo lo único que hago es auxiliarlos". Los correntinos, por su
parte, sabían que ello era así. Pocos días antes, en efecto, su Cabildo
se le había dirigido llamándolo "Señor General dé los Ejércitos Auxi-
liadores de Entre Ríos Don José de Artigas"-20 Santa Fe lo sabrá
a su turno. El 29 de Marzo de 1815 escribe Artigas desde Paraná al
Cabildo de Montevideo incluyéndole la relación "que acaba de remitir-
me el Gobernador de las Fuerzas Orientales auxiliadoras de Santa
Fe"?t Y el 12 de Abril de 1816 Don José Francisco Rodríguez, al
designar por autorización de Artigas a Don Marianu Vera "Goberna-
dor que presida este pueblo", "para que arregle lo económico de él",
lo hará invocando el título de "General de las Fuerzas Orientales au-
xiliadoras de Santa Fe"?1
Volvamos ahora a Corrientes y al mes de Marzo de 1814.
97

El territorio de Corrientes, como el de Entre Ríos, del cual, geo-


gráficamente, formaba parte, tampoco era todavía provincia sino no-
minalmente. Pide entonces Artigas al Cabildo de Corrientes que con-
voque un Congreso de diputados de todos los pueblos de esa región:
que el de Corrientes, "puesto en pleno goce de sus derechos... entran-
do a su ejercicio... se constituya"; que los pueblos celebren pacto "en-
tre sí mismos y con nosotros" (es la idea de la soberanía particular
de los pueblos como base, nuevamente, del sistema), declarando la
independencia de la provincia: es decir, constituyéndose, mediante el
pacto que celebrarían "entre si mismos" todos los pueblos de Co-
rrientes, como provincia independiente, y entrando como tal provin-
cia independiente, a la confederación, vale decir, al pacto "con noso-
tros", o sea con las otras provincias? 3 Era matar sin armas el centra-
lismo. Las armas no harían, entonces, más que defender esos princi-
pios.
3o. Pero un subalterno torpe de Artigas, Aguirre, excediéndose
en sus cometidos, decide al Cabildo de Corrientes, pretextando tras-
mitir órdenes de aquél. a suspender el congreso y declarar por sí só-
lo la independencia de toda la Provincia. Con este hecho, Corrientes
venía a sustituirse, por consiguiente, creyendo complacer a Artigas,
al voto de todos los pueblos locales, siendo así que era al conjuto de
éstos solamente, por medio de sus diputados reunidos, y no al Cabil.
do de uno solo de ellos, por más que éste fuese el de su principal ciu.
dad y se arrogara la voz de los demás, a quien debía haber correspon-
dido hacer la declaratoria.
Enterado del hecho por el propio Cabildo de Corrientes, Artigas,
en la nota en que contesta a éste, la del 28 de Abril, que es el tercero
de los documentos que integran esta segunda serie, 24 censura amarga-
mente este desvío de sus principios, llamándolo "ilegitimidad" y
"atentado", y encarece otra vez y con nuevas pruebas de urgencia,
la reunión del congreso, insistiendo en su respeto de los derechos de
los pueblos, a los que, siempre consecuente consigo mismo, llama, con
palabras parecidas a las de la claúsula 8a. de las Instrucciones a García
de Zúñiga, "el dogma de la revolución".
En un gesto que recuerda una de las frases de la Oración de Abril
(aquella en que dice `yo ofendería altamente vuestro carácter el
98

mío, vulnerando errormente vuestros derechos sagrados, si pasase


a resolver por mí una materia reservada sólo a vosotros"),25 da a
entender por dos veces (cuando dice que las instancias de los ciuda-
danos sobre sus intereses rurales "eran contestadas expresándoles yo
que solo debían esperarlo del Congreso", y cuando, al referirse a los
motivos que facilitaban los progresos de la fermentación dice que "ti-
mité mis contestaciones a la campaña, a que reiterasen sus instancias
para la reunión del Congreso")- haberse resistido a entrar a resolver
por sí solo lo que pertenecía al derecho de los pueblos, lo cual venía
indudablemente a robustecer su opinión en cuanto estaba sosteniendo
que tampoco el Cabildo de Corrientes debió haber hecho por sí
solo lo que correspondía verificar a todos los pueblos juntos por me-
dio de sus representantes, y a robustecer también la recomendación
que formula al final de que tampoco el Cabildo se avance a hacer
mociones en el Congreso que deberá presidir, pues éstas son "priva-
tivas únicamente del Congreso".
A propósito de todo esto se explaya nuevamente en hermosos prin-
cipios democráticos cuya lectura constituye de por sí una nueva y
altísima lección de educación cívica.
En el comentario de esta lección podrá detenerse largamente el
ánimo hacia mil perspectivas diversas que no es siquiera necesario su-
gerir, pues se ofrecen por sí solas a través de la feliz expresión de sin-
ceridad de que rebosa la delicada reprimenda que dirige a compañeros
de causa representados por un gobierno amigo y aliado que le ha pe-
dido sus inspiraciones y ha creído lealmente seguirlas, cuando en rea-
lidad se había extraviado en el error.
99

NOTAS

1 Véase: documcnlo No. 6, pp. 138-141.


2 Oficio de José Artlgas ala Junta del Pamguay; 17 de Abril de 1613, en C. L.
FREGEIRO, Artigas, Estudio histórico. Documentos justificativos, cit— pp,
191 a 194.
3 Memorias de don Ramón de Cáceres, en Revista Mistdriea, t. ti¡, p. 140.
También implícitamente Larreñaga, en su Viaje de Montevideo a P4ya011dd,
atribuyo a Barrebo lo redacción de este pieza, cuando el describirlo dice: "a
menudo y débil de complexión, tiene un talento extraordinario, es anuente
en su conversación y su semblante es cogitabundo, carácter que no desmien-
ten sus escritos en las largas contestaciones, principalmente con Buenos Ab
res. como es bien notorio". INSTITUTO HISTORICO Y GEOGRAFICO
DEL URUGUAY, Rscritosde Don Dámato Antonio Larmñaga, t. 111, p.67,
Montevideo, 1922.
4 C. L. FREGEIRO, Artigas, Estudio histórico. Documentos jusrlj(cn(lvw,
cit., pp. 163-165.
5 Véase: documento No. 6, pp. 136-142.
6 Carta de José Amigas a Tomás García de Zaifilga. Delante de Montevideo, 7
de Abril de 1613,. en FACULTAD DE MLOSOFIA Y LETRAS, INSTITU-
TO DE INVESTIGACIONES HISTORICAS, Asambleas Constituyentes Ar-
gentinas seguidas de tos textos Constitucionales, Legislativos y Pactos Mter-
provinciales y anomdas en cumplímlento de la Ley 11.857 por EMILIO
RAVIGNANI, t. VI, segunda parte, p. 595, Buenos Aires, 1939.
7 Véase, además: JUAN E. PIVEL DEVOTO. Sobre el lugar en que se reunid
el Congreso de Abril de 1811, en Revista Nacional, t. XLIII, año XII, No.
127, Montevideo, julio de 1949,
Por otra parte, es hoy ya sabidíxunn que el alojamiento de Amigas era la casa
quinta de Manuel José Saina de Cavia, (Véew Mr. FERDINAND PONTAC
/LUIS BONAV ITA/. Aquí dietd Artigas lar Instrucciones, en El Di!], Suple-
mento, Montevideo, Junio 4 de 1950, pp. /4-5j, y CARLOS A. MAC COLL,
Rectlflcando afirmaciones relacionadas con la casa donde debieron haberse
firmado las insrrucctones del a*o 1813 y por la reconstrucción en lo posible
de la parte del ed(ficio que aún existe, en W Maffana, Suplemeoto, Montevi-
deo, Junio 24 de 1951, p. 16.
De la correlación de ambos trabajos surge la actual ubicación exacta de la
histórica casa. Según el Agr. Mee Con ne conserva un cuerpo de edificio de
ella, pues el resto fue demolido. Podemos identificar la reliquia, por los pie.
nos y fotografías que publica, con la cana existente en la esquina de la calle
Avelino Miranda y Avenida Italia, cuya frente corre al Sur, hacia la calla Go-
bernación de Formosa, oblicua y casi paralelamente a Avelino Miranda, y
que linda al Oeste, con el Hospital Británico.
Por nuestra parle añadimos: lo. Lu viviendas señaladas con loa números
100

2608, 2610, 2612 y 2620, en Avelino Miranda, corresponden en parte a


obres nuevas que se han agregado a la maciza fábrica primitiva, que sigue
sirviéndoles de fondo principal. 20. Agregado ha sido asimismo, quizás por
simple subdivisión, su piso alto, pues las vigas del techo, muy antiguas, pa-
recen ser de época, y la casona de Cavia, aunque con su altura actual, era en
1813 de una sola planta. 3o. Personalmente hemos medido el ancho de la
pared maestra que da a Avelino Miranda. Arroja 45 cms., ancho que corres-
ponde a los muros de un ladrillo de 38 cms. de la época colonial, con un
grueso revoque. (El largo de 38 cms. lo medimos en ladrillos de Las Bdve-
das y de los sótanos de La Ciudadela recién exhumados bajo el viejo edifi-
cio de La Phsirn). 40. Opinamos, cotejando planos y documentos publica-
dos (opp. cita.), que la parte que sobrevive es el ala izquierda o lado Oeste
del primitivo edificio, cuyo frente de cuarenta varas, hoy desaparecido,
que corría de Oeste a Este formando la parte Norte de la casa, sobre el Ca-
mino al Peso de Carrasco (hoy Avenida Italia), debía contener el gran salón
en que seguramente se realizó el Congreso, y que estaría ubicado, parte en
la actual acera Sur de esta última parte cruzando la calzada de Avelino Mi-
randa, pocos metros al Sur y Sur Oeste de la estela rememorativa colocada
en el veredón central de Avenida Italia. So. Debería señalarse, con todo,
Inequívocamente, lo que queda de la casa que fue sede del Congreso de
Tres Creces y en la que Artigas vivió días gloriosos, con una placa, a le es-
pe•a de que sea declarada monumento nacional,
8 Véase la aludida nota de Artfgas a la Junta del Paraguay en C. L. FREGEI-
RO, Arugas, Estudio histórico. Documentos justificativos, cit., pp. 191-194,
especialmente 193.
9 C. L. FREGEIRO, Artfgas, Estudio histórico. Documentos lustfflrntfvos.
cit., pp. 161-162. Las respuestas de Artigas e Rondcau están además trans-
criptas par él mismo dentro del texto de su oración (véase: documento No.
i). 10 Véase: documento No. 9, p. 222.
I I Véase: documento No. 6. p. 139.
12 JUAN JACOBO ROSSEAU /sic/ El Contrato Social n Principios de Dere-
cho Política, cte.. p. 20, ed. /Buenos Aires/, 1810. Véase láminas VI y Vil.
13 Borrador de Rondeau que me ha facilitado en copia mi distinguido colega
Prof. Agustín Beraza, con las siguientes procedencias y signatura: Archivo
General de la Nación, Buenos Aires, Documentación donada. Archivo de
Doña losefina Sánchez de Bustamante, S. VII, C. 1, A. 6, No. 1 (con lá-
piz No. 10).
14 Véase: documento No. 6, P. 138.
15 Véase: documento 1,10.10, P- 223.
16 C.L. FREGEIRO, Artigus. Estudio hLrtbrlco. Documentos lustiltcotfvaa,
cit., PP. 172-173.
17 Véase: documento No. 7. PP. 142-143.
18 Véase: documento No. 10. o. 223.
101

19 MAXIMINO DE BARRIO, Mareo de Castro, en Revista del Instituto Hir.


1d~ y GeogrdJico del Uruguay, t. 11, 2a. parte, pp. 836-41, Montevideo
1922.
20 Oficio del Cabildo de Contentes a José Art(qas, Corrientes, 20 de Marzo do
1614, en HERNÁN F. GOMEZ, El General Art(gas y los hombres de Cb.
sientes, p. 41, Corrientes, 1929.
21 Oficie de José Artlgas al Cabildo de Montevideo, Paraná, 29 de Marzo de
1815, en ARCHIVO GENERAL DE LA NACION, Correspondencia del Ge•
neral José Arrigas al Cabildo de Montevideo, p. 3 y pp. 203-204, Montavl-
deo,1940.
La relación a que se refiere este oficio de Artigas, y en la que se llama a losé
Euseblo Horemi /Hereñú/ "comand te en gafe delas tropas auziliadorosdels
Vanda0riental", figura en las pp, 204-206 del mismo libro.
22 Designación de Mariano Vera gobernador de Santa Fe, Santa Fe, 12 de
Abra de 1816, en JUSTO MAESO, Estudio de Arttgas y ad época, t. li, p.
376, Montevideo, 1886.
23 Oficio de José Artigas al Cabildo de Corrientes, Cuartel General, 29 de Mar-
zo de 1814, en HERNÁN F. GOMEZ, El general ArNgas y los hombres de
Corrientes, cit.. p. 46. (Es el documento No. 7 de nuestra colección, pp.
142-143).
24 Véase: documento No. D, pp. 143-146.
25 Véase: documento No. 6, p. 139 y note 13 de la misma.
CONCLUSIONES
105

Por todo lo expuesto es fácil apreciar que la interpretación dinámi-


ca del ideario artiguista no aparece como hija de las elucubraciones
intelectualistas en que pudiera incurrir la cátedra, sino que es la inter-
pretación más verosímil históricamente, pues surge tanto de los tex-
tos escritos de la documentación artiguista llanamente leídos y racio-
nalmente apreciados, como del conocimiento que tenemos de las
exigencias que la realidad del Río de la Plata promovía perentoria-
mente, de lo que pensaba y deseaba realmente Artigas sobre el presen-
té y el futuro de estos pueblos en la búsqueda de su felicidad, y de
lo que en cada etapa y condicionamiento de los hechos que se iban
sucediendo sabía que le era posible hacer a él mismo y a los demás.
No surge tampoco, por consiguiente, esa interpretación dinámica,
del error de atribuir a Artigas el haber entrado él a semejantes elucu-
braciones intelectualistas, sino que, antes por el contrario, fundándo-
nos en el conocimiento que tenemos de su talento directo y certero
y de su visión realista de las cosas, pensamos que, enfrentado a los pro-
blemas que el momento histórico le planteaba ole mostraba avecin-
dándose: a lo s urgentes, pues, cómo a los próximos y aún a los lejanos,
no ha podido, en- su anhelo de dar satisfacción a las exigencias locales
a la vez que a las nacionales, sino desembocar en esa estrategia políti-
ca para ser cumplida por etapas: Asegurar primeramente, entoncesja
vida propia de la entidad patriótica y política de su provincia, hacién-
dola respetable como soberana; luego unir las fuerzas de ésta a las de
las demás para luchar todas juntas,, de igual a igual para que la unión
se hiciera sin menoscabo del mantenimiento de esa entidad patrióti-
ca y política, contra el enemigo común, y por consiguiente sin arries-
garse al intento de organizar nexos definitivos de autoridad entre ellas
porque el entrar siquiera a deliberar cómo se organizarían tales nexos
provocaría, precisamente, las discusiones (que ya se podía fácilmente
medir, con todo lo ocurrído desde el conflicto con Sarratea, habrían
de ser aspérrimas), y traería con ellas las divisiones y, en el mejor de
los casos, la distracción de las atenciones perentorias de la guerra; y
finalmente, cuando fuese llegada la hora del reposo, abocarse a la ta-
rea de la organización del estado común, con el semillero de conflic-
tos y la lentitud de los debates que en semejante estado de cosas entre
partes mal avenidas y recíprocos resquemores no apagados. había de
106

traer la empresa de poner manos a la obra de construir una constitu-


ción, y con ella un gobierno supremo, con jurisdicción sobre todos y
aceptable por todos.
Así había ocurrido, precisamente (y lo sabía Artigas por la Histo-
ria Concisa), en los Estados Unidos. Los Estados Unidos en efecto.
vivieron, como se sabe, doce años en confederación, de los cuales seis
de guerra con la Gran Bretaña, y sólo cuatro años después de alcan-
zada la paz por el reconocimiento de su independencia pudieron hacer
en el papel una constitución común y, pasados dos años más, que fue-
ron insumidos por las dificultades del proceso de su ratificación parti-
cular por cada uno de los estados, organizarse merced a ello, y con vi-,
gencia efectiva, en estado federal.
En resumen, pues: puede afirmar ahora la conciencia histórica de
la posteridad que la primera gran etapa que acabamos de señalar
(tercera de nuestro esquema: mucho menos importante, no sin duda
en sí misma, pero sí a los fines de las explicaciones que estarnos ha-
ciendo, es la primera, que hemos precisado como de la soberanía par-
ticular de los pueblos) se basaba en las soberanías provinciales (segun-
da de nuestro esquema). Y sabe esa misma conciencia que la unión
provisional de esas soberanías provinciales para la lucha, sin autoridad
suprema que las rigiera en conjunto y en plenitud pero con algún mí-
nimo de organismo común para dirigir la guerra y las relaciones exte-
riores y al que nada costaba añadir, para que pudieran accionar mejor,
la supresión de las barreras aduaneras interprovinciales y el fomento
común del comercio, se llama confederación. Sabe asimismo la poste-
ridad que estaban en las manos de Artigas papeles (los Artículos de
la Confederación y perpetua unión, traducidos en el libro de García
de Sena, y la Historia concisa de !os Estados Unidos) que llamaban
a todo eso confederación. Y sabe igualmente que la segunda gran eta.
pa (cuarta de nuestro esquema) se llama estado federal constitucional-
mente organizado, y que también en las manos de Artigas había pa-
peles de los cuales unos (la Constitución de los Estados Unidos, en el
libro de García de Sena) llamaban efectivamente constitución y no
confederación a esa ordenación de las cosas y hacían de ellas un gran
estado nuevo que estaba integrado por el conjunto de todos los esta-
dos que antes habían formado la confederación, y otros (la Historia
107

conciso) decían que esa constitución era federal, por lo que resultaba
imposible que ni Artigas ni nadie que hubiera leído esos papeles pu-
diera llamar al estado nuevo, si se propusiera caracterizarlo por algún
nombre, de otro modo que con el nombre de estado federal.
No dudamos de que fue en virtud de todo ello que llamó federal a
su causa, y con toda razón.
Pero debemos recordar una vez más, en cambio, que la expresión
"estado federal" no aparece así textualmente usada por Artigas qui-
zás porque no se la sugería la constitución de los Estados Unidos, que
hemos dicho no la emplea tampoco, sino que el concepto que tal ex-
presión traduce es designado en su lenguaje simplemente como "cons-
titución", que para él era sin duda algo que lo definía inequívocamen-
te o por antonomasia, dado que no podía concebir, para la constitu-
ción que llegara a regir un día a todo el Río de la Plata, otras formas
que las de un gran centro común de autoridad, suprema pero no inva-
sora, sino, por el contrario, celosamente limitada, precisamente, por
las garantías que ofrecía la constitución, como regulador del sistema
de gobiernos particulares regidos por otras tantas constituciones lo-
cales que en un grado menor de jurisdicciones y de poder, pero due-
ños de amplias facultades, convivirían con esa autoridad suprema, li-
bremente, pero bajo la órbita de la misma: y tal género de conviven-
cia de gobiernos, jerarquizada pero con sus recíprocas libertades ase-
guradas, era, precisamente, el que organizaba la constitución de los
Estados Unidos.
La interpretación dinámica que venimos sosteniendo se basa, así,
en argumentos simples, históricos y lógicos y no jurídicos, en las ver-
dades gruesas y primeras que percibimos surgiendo de nuestro pasado
tal cual era, en la moviente necesidad de las cosas de una época inter-
pretada por la clara, fuerte y libre razón natural de un gran patriota y
un gran libertador que se sabía llamado por ella a luchas sucesivas, y
no dudaba de su deber de acometerlas porque tenía fe en los dere-
chos del hombre y de los pueblos (nos referimos ahora a los pue-
blos coreo vastos conjuntos sociales, no a las ciudades, villasy lu-
gares), de su pueblo en particular pero también de los pueblos todos
del Río de la Plata, y de la unidad superior que debía vincularlos sin
desmedro de su diversidad.
108

Encarando las cosas de otro modo pero fundándonos siempre,


también, en el terreno de la realidad histórica de la época, sin violen-
tarla ni tratar de amoldarla a construcción jurídica teórica alguna con-
cebida a posteriori para sostener una tesis, llegamos, en otra síntesis
final, a las mismas conclusiones.
No hay duda, en primer lugar (y de esa base hay que partir necesa-
riamente) de que en 1813 Artigas luchaba para que el Río de la Plata,
independizándose de Espada, tuviese una organización general que ga-
rantiese los derechos de cada provincia a su gobierno propio o "inme-
diato", con las vallas infranqueables de una constitución, para salvar-
las de la dominación de "cualquiera de ellas",1 y especialmente del
centralismo de Buenos Aíres.
Sabía, sin embargo, que esa constitución no podía implantarse de
golpe, porque ello insumiría el largo proceso a que hemos aludido y
cuyas lentitudes eran en efecto inevitables. (Tan inevitables fueron,
que duraran en la realidad, en el Río de la Plata, mucho más, como se
sabe, que en los Estados Unidos, es decir, desde 1810 hasta 1853, y
eso sólo para alcanzar la organización de la actual República Argenti.
na, porque en ese comedio, y por la falta, precisamente -castigo su-
premo para la ceguera del centralismo porteño- de no haber aceptado
a tiempo la política de pactos interprovinciales que el artiguismo pro-
ponía, se segregaron sucesivamente de la gran unidad rioplatense el
Paraguay, el Alto Perú y la Banda Oriental.
Mientras esa constitución no existiese, pues, "mientras ella no exis-
ta", diremos repitiendo las palabras de Artigas en la Oración de Abrilz
¿en qué estado quedaría el Río de la Plata?
¿Sometido al centralismo de Buenos Aires sin que ninguna traba
se estableciese para la salvaguardia de los derechos provinciales?
¿O, por el contrario, para evitarlo, debería haberse preferido en-
tonces, con tal de sustraerse a la dominación porteña, romper total-
mente la unidad platense con la declaración de la soberanía recípro-
ca de cada provincia para que cada una permaneciese encerrada en ella
y aislada, a la espera de que pudiera ser implantada aquella constitu-
ción, ofreciendo al enemigo un frente desarticulado y débil que le
permitiría batir por separado a cada provincia, y exponer así a la
Banda Oriental a que, como pudo haber ocurrido, sucumbiese a los
109

golpes de Montevideo, que se transformaron más tarde, de verdad, en


golpes portugueses; exponer al Paraguay, como pudo también ocurrir,
igualmente a los de los portugueses, que lo amenazaban desde 1811; y
exponer a Buenos Aires, el litoral y las provincias arribeñas, como sólo
la visión grandiosa de San Martín pudo evitarlo después, aunque por
vías mucho más penosas, a sucumbir a los golpes del Alto Perú?
Ninguna de esas dos soluciones ofrecía otra cosa que males: o bien
el mal de la tiranía doméstica, o bien el mal de la derrota.
A esos dos males se refería Artigas, lo hemos desmostrado ya
así, en la Oración de Abril, cuando dice: "todo extremo envuelve
fatalidad: por eso una desconfianza desmedida /es decir, la ruptura
con Buenos Aires por temor a su despotismo/ sofocaría los mejores
planes; pero es acaso menos temible un exceso de confianza /es de-
cir la entrega ciega a Buenos Aires/?" 3
Y entonces no cabía, como 1o hemos explicado en el Capítulo 111,4
sino una tercera solución, a saber, que mientras la constitución no
existiese, "mientras ella no exista", volvemos a recordar que decía
Artigas refiriéndose, precisamente, a la constitución, "mientras ella
no exista es preciso adoptar las medidas que equivalgan a la garantía
preciosa que ella ofrece",s y esas medidas no eran otras, lo explica
en la misma oración y lo hemos hecho constar así a nuestra vez,b
que el pacto con Buenos Aires y las demás provincias que estaban re-
presentadas en la Asamblea, el reconocimiento de la Asamblea no
"por obedecimiento", que sería la sumisión a Buenos Aires (a la cual
habían acatado sin reservas las demás provincias insurreccionadas,
excepto el Paraguay y, desde el período del éxodo, excepto también
la nuestra), sino "por pacto". 7 .
Y el pacto no era otra cosa que la confederación: es el pacto lo que
con el nombre, precisamente, de confederación, se propone en la
6a. condición del acta del 5 de Abril; es para el momento del pacto,
para la etapa del pacto y no para la organización permanente, lo he-
mos explicado ya, 9 que ha sido redactada, con redacción expresa y
nueva, de fuente artiguista y no copiada ni adaptada de ningún texto
norteamericano, la cláusula 2a. de las Instrucciones del año XllVo y
es por ello que, repitámoslo, ella no reza simplemente, como, sin te-
nerse presente su tenor completo se suele decir, que "no admitirá
110

otro sistema que el de Confederación", sino que dice esta otra cosa,
de alcance más circunscripto y especial: "no admitirá otro sistema que
el de Confederación para el pacto recíproco con las demás provincias
que forman nuestro Estado".
Y la confederación permitía entendimientos recíprocos, formación
de un frente común para la lucha, establecimiento de un nexo, no de
autoridad, sino de resoluciones nacidas de un acuerdo de voluntades
entre los delegados de las diversas provincias independientes, con todo
lo cual podría irse sobrellevando y conduciendo a la victoria, como
victoriosamente la sobrellevaron los Estados Unidos, la etapa de la
guerra, ir luchando en común, "conservando en su más perfecto grado
una liga ofensiva y defensiva, hasta q-e concluida la guerra la organi-
zación general fixe y concentre los recursos, uniendo y ligando entre si
constitucionalm te' á todas las provincias", como, según también lo
hemos recordado," lo convino el propio Artigas en un proyecto de
tratado, presentado, por él, con (os delegados de Buenos Aires, Fray
Mariano Amaro y Francisco Antonio Candioti el 23 de Abril de 1814:
o sea, todo ello hasta el advenimiento de la constitución federal.
Y una última prueba de que Artigas no podía sino pensar, por nece-
sidad resultante de la naturaleza de las cosas, en que su ideal federal
concebido para el futuro no podía ser alcanzado si antes el Río de
la Plata no pasaba por las etapas previas de la declaración de las sobe-
ranías provinciales -constituidas a su vez sobre la base de la fusión
de las soberanías particulares de los pueblos en las unidades natura-
les que sus tradicionales límites regionales les señalaban- y de la
unión provisional de esas mismas provincias por medio de un vínculo
cualquiera que les permitiese auxiliarse y defenderse en común pero
permaneciendo independientes entre sí mientras lucharan contra el
enemigo común para no deshacerse frente á él en guerras intestinas de
predominio, nos la da el hecho de que también Mariano Moreno, po-
lítico realista y de acción y no solo ideólogo, había entendido (pen-
sando, desde luego, no en la federación del Río de la Plata, sino en
una remota y casi imposible federación de América), que las cosas
debían ir ocurriendo así, y lo había escrito en su artículo de la Gaze-
ta del 6 de Diciembre de 1810, el último que dedicara a la reunión
del congreso general: si bien Moreno no habla de confederación sino
111

de "alianza estrecha" de provincias independientes al esbozar la so-


lución que propone como impuesta por las circunstancias antes de que
pudiera pensarse en su soñada federación futura de toda la América
española.
Oigamos a Moreno, en la parte de este artículo que nos interesa:
"Es una quimera, pretender, que todas las Américas españolas for-
men un solo estado. ¿Cómo podríamos entendernos con las Filipi-
nas, de quienes apenas tenemos otras noticias, que las que nos comuni-
ca una carta geográfica? ¿Cómo conciliaríamos nuestros interéses
con los del reyno de México? Con nada menos se contentaría éste,
que con tener estas provincias en clase de colonias; ¿pero qué ameri-
cano podrá hoy día reducirse á tan dura clase? ¿Ni quién querrá la
dominación de unos hombres, que compran con sus tesoros la condi-
cion de dominados de un soberano en esqueleto, desconocido de Id$
pueblos hasta que el mismo se les ha anunciado, y que no presenta
otros títulos ni apoyos de su legitimidad, que la fé ciega de los que le
reconocen? Pueden pues las provincias obrar por sí solas su conatitu-
cion y arreglo, deben hacerlo, porque la naturaleza misma les ha pre-
fixado esta conducta, en las producciones y límites de sus respectivos
territorios; y todo empeño, que les desvie de este camino es un lazo,
con que se pretende paralizar el entusiasmo de los pueblos, hasta
lograr ocasion de darles un nuevo señor.
"Oigo hablar generalmente de un gobierno federáticio, como el mas
conveniente á las circunstancias, y estado de nuestras provincias:
pero temo, que se ignore el verdadero carácter de este gobierno, y
que se pida sin discernimiento una cosa, que se reputará inverificable
despues de conocida. No recurramos á los antiguos amphictiones de
la Grecia, para buscar un verdadero modelo del gobierno federáticio;
aunque entre los mismos literatos ha reynado mucho tiempo la preo-
cupación de encontrar en los amphictiones la dieta ó estado general de
los doce pueblos, que concurrían á celebrarlos con su sufragio, las in-
vestigaciones literarias de un sábio francés, publicadas en París el año
de mil ochocientos quatro, han demostrado, que el objeto de los am-
phictiones era puramente religioso, y que sus resoluciones no dirigían
tanto el estado político de los pueblos que los formaban, quanto el
arreglo, y culto sagrado del templo de Delfos.
112

"Los pueblos modernos son los únicos, que nos har, dado una exác-
ta idea del gobierno federáticio, y aun entre los salvages de América,
se ha encontrado prácticado en términos, que nunca conocieron los
griegos. Oigamos á Mr. Jefferson, que en las observaciones sobre la
Virginia, nos describe todas las partes de semejante asociacion. "Todos
" los pueblos del Norte de la América, dice este juicioso escritor,
" son cazadores, y su subsistencia no se saca sino de la caza, la pes-
" ca, las producciones que la tierra da por si misma, el maiz que
" siembran y recogen las mugeres, y la cultura de algunas especies
" de patatas; pero ellos no tienen ni agricultura regular, ni ganados,
" ni animales domesticos de ninguna clase. Ellos pues no pueden te-
" ner sino aquel grado de sociabilidad y de organizacion de gobierno
" compatibles con su sociedad: pero realmente lo tienen. Su gobier-
" no es una suerte de confederacion patriarcal. Cada villa ó familia,
" tiene un xefe distinguido con un titulo particular, y que comun-
" mente se llama Sanchem. Las diversas villas ó familias, que compo-
nen una tribu, tienen cada una su xefe, y las diversas tribus forman
" una nacion, que tiene tambien su xefe. Estos xefes son generalmen-
te hombres avanzados en edad, y distinguidos por su prudencia y
" talento en los consejos. Los negocios, que no conciernen sino á la
" villa 6 la familia se deciden por el xefe y los principales de la villa
" y la familia: los que interesan á una tribu entera, como la distribu-
ción de en;pleos militares y las querellas entre las diferentes villas y
" familias, se deciden por asambleas 6 consejos formados de diferen-
tes villas 6 aldeas: en fin las que conciernan á toda la nación, como
" la guerra, 1-, paz, las alianzas con las naciones vecinas, se determinan
por un consejo nacional compuesto de los xefes de las tribus, acom-
pañados de los principales guerreros, y de un cierto número de xe-
" fes de villas, que van en clase de sus consejeros. Hay en cada villa
" una casa da consejo, donde se juntan el xefe y los principales, quan-
" do lo pide la ocasion. Cada tribu tiene tambien un lugar en que los
xefes de villas se reunen, para tratar sobre los negocios de la tribu.
" Y en fin ea cada nacion hay un punto de reunión ó consejo general
" donde se juntan los xefes de diferentes naciones con los principales
" guerreros, para tratar los negocios generales de toda la nacion.
" Quando se propone una materia en el consejo nacional, el xefe de
113

" cada tribu consulta aparte con los consejeros, que el ha traído,
" despues de lo qua] anuncia en el consejo la opiníon de su tribu: y
" como toda la influencia que las tribus tienen entre sí, se reduce á
" la persuasion, procuran todas por mutuas concesiones obtener la
" unanimidad.
"Eh aquí un estado admirable, que reune al gobierno patriarcal la
forma de una rigurosa federacion. Este consiste esencialmente en la
reunion de muchos pueblos ó provincias independientes unas de otras;
pero sujetas al mismo tiempo á una dieta ó consejo general de todas
ellas, que decide soberanamente sobre las materias de estado, que
tocan al cuerpo de nacion. Los Cantones suisos fueron regidos feliz-
mente baxo esta forma de gobierno, y era tanta la independencia
de que gozaban entre sí, que unos se gobernaban aristocraticamente,
otros democraticamente, pero todos sujetos á las alianzas, guerras, y
demas convenciones, que la dieta general celebraba en representacion
del cuerpo elvético.
"Este sistema es el mejor quizá, que se ha discurrido entre los hom-
bres, pero dificilmente podrá aplicarse á toda la América. ¿Dónde se
formará esa gran dieta, ni como se recibirán instrucciones de pueblos
tan distantes, para las urgencias imprevistas del estado? Yo deseára,
que las provincias reduciendose á los limites, que hasta ahora han teni-
do formasen separadamente la constitucion conveniente á la felicidad
de cada una; que llevasen presente la justa máxima de auxiliarse y so-
correrse mutuamente: y que reservando para otro tiempo todo sistéma
federaticio, que en las presentes circunstancias es inveríficable, y po-
dría ser perjudicial, tratasen solamente de una alianza estrecha, que
sostubiese la fraternidad, que debe reynar siempre, y que unicamente
puede salvarnos de las pasiones interiores, que son enemigo mas terri-
ble para un estado que intenta constituirse, que los exercitos de las po-
tencia extrangeras, que se le opongan."1?.
Hubiera o no leído Artigas ese artículo -y no hay duda de que ha-
bía leído bien a Mariano Moreno, en ese artículo y en todos los que le
preceden, pues de Moreno tomó, lo hemos dicho ya, la idea de consti-
tucionalidad, y como base de ésta, su concepción del problema de tu
relaciones entre las instituciones y los hombres, y quizás también, aña-
dimos ahora. su fundamentación de la independencia de América- Ar-
114

tigas, pensando en el ideal de la federación futura de todas las regio-


nes del Río de la Plata como Moreno pensaba allí en la de todas las de
América, tenía que ver del mismo modo, por una parte, las consecuen-
cias que surgían del hecho de que la soberanía recayera en los pueblos
por la prisión del rey, o sea que los pueblos quedaban independientes
entre sí y se sabrían dueños del derecho de determinarse libremente;
y por otra parte, las dificultades y, consiguientemente, las sucesivas
etapas de superación que ello imponía por necesidad natural, al adve-
nimiento de la meta final de la constitución de todo el Río de la Pla-
ta en un solo estado federal. ' 3
115

NOTAS

1 Acta del 5 de Abril, cláusula 6a., documento No. 10, p. 223.


2 Véase: documento No. 6, p. 141.

3 Véase do manto No.6, p. 141.


4 Véase p. 130-131.

5 Véase: documento No. 6, p. 141. .


6 Véase p, 131.

7 Véase documento No. 6, p. 142.


e Véase documento No. 10, p, 223.
9 Véase PP. 198-199.

10 Véase documento No. 11, p. 224.

11 Véase pp. 197-198 y nota 1 de esta última, y 200-201.

12 Cazara de Buenos-Ayres del jueves 6 de Diciembre de 1810, en Gaceta de


Buenos Aires, ed, facsim., cit., pp. (691)-(697).

I3 Nos complace señalar que las Profs. MARTA JULIA ARDAO y AURORA
CAPILLAS DE CASTELLANOS, sin haber fijado su atención, al parecer,
pues no la mencionan, en la intuición de Bauzá de la que hemos partido para
la visión inicial de nuestra concepción dinámica del ideario artiguista, y sin
conocer, probablemente, las conclusiones en que la venimos traduciendo,
y que desde hace años estamos difundiendo, ya oralmente, por lo menos
desde 1935 en la cátedra, ya por escrito desde 1947 en nuestros artículos
aparecidos en Centro de Dirvlgacidn de Prdcdcar Escolares, pues ni ssiatie-
116

ron e los curvos en que hemos venido exponiendo esos conceptos (y, cabal-
mente, en los de ¡944 del Instituto Alfredo Vdsquez Acevedo y de 1946
de la Facultad de Mmsanfdades y Ciencias, le(mos íntegramente y comenta-
mos todos los artículos de Mariano Moreno sobre los fines del Congreso),
ni citen tampoco nuestras referidas publicaciones, coinciden en su obra
Art(gas. Su 3ígnijicac¡dn en ¡os orígenes de la nacionalidad oriental y en Id
revolución del Río de la Plata, compuesta en 1950 y publicada en Montevi-
deo, 1951, en recordar (p. 21) este mismo pensamiento de Mariano Moreno,
pare sostener, homologando elegantemente el razonamiento, que, también,
"como espiración Inmediata pugnaría Artigas por une confederación de pro-
vincias que más adelante habrían de constituir un estado federal".
No creemos, aja embargo, que -como lo af-uman las autoras al expresar
que Artigas "supo penetrar en lo hondo y sustancial de esta teoría", y que
"al adherir a ella adaptó al territorio de las Provincias Unidas del Río de la
Plata lo que Moreno vislumbraba para toda América",- el pensamiento de
Moreno, que estimamos demasiado vago en esta parte, y que además, repeti-
mos, no habla da confederación sino de "allanze estreche" para la etapa de
transición, y, por añadidura, viene a quedar totalmente desenfocado de la
inmediata realidad platense, por mirar hacia la inmensidad de América en
una vastísima visión de conjunto, haya podido ser, ni con mucho, une fuen-
te clara, y, mucho menos, una fuente única, de las ideas artiguistas sobre con-
federación y estado federal para el Río de la Plata. Hemos señalado simple-
mente ja semejanza de solución a la que la naturaleza de las coses condujo,
por necesidad lógica, tanto al uno como al otro, dentro de la diversidad de
distancias y de campos visuales a que, respectivamente, dirigieron, pensando
concretamente en este orden de cuestiones, su mirada y su meditación. Pue-
de hablarse a lo sumo de una influencia vaga de Moreno sobre Artigas, vaga
en este punto al peso que fue tan concreta en otros, precisamente porque
sus ideas eran sobre esto, en sí mismas, vagas también, como lo hemos dicho,
pera unas imprecisas Ideas "federaticias", que no serían otras que les que le
reconocía años más tarde Don Ramón de Cáceres (muy joven en los tiempos
del nacimiento del ideario artiguiste, por otra parte, como para que podemos
atribuirle la autoridad de un testigo de peso en tan ardua y sutil materia),
cuando, refiriéndose a Artigaa, escribió: "Proclamaba la Federación, porque
fue 1a clase de Gobierno que le hicieron entender al principio de la revolu-
ci6n nos convenía. Estas eran las doctrinas del finado Dr. don Mariano Mo-
reno". (Memorfar de Don Ramón de Cdzeres en Revista Histórica, tomo 111
p. 402, Montevideo, 1910).
EDMUNDO M. NARANCIO, que en El Origen del Estado Orienta¡,
señala también algunas Influencias de Moreno sobre Amigas, aunque desta-
cando otros aspectos cuya lectura recomendamos (cit., pp. 2g-30 y 3637),
recuerda que fue Alberdi el primero que, "aunque sin llegar a rigurosas pre-
cisiones", comprobó la relación existente entre les ideas de Moreno y lea
de Artigu.
117

Para terminar, digamos que nadie sintetizó ten certeramente como lo hi-
zo HFc'fQR MIRANDA, en sólo tres líneas felicísimas de tus ínsrrucrlones
del año XIII (cit., p• 164), la diferencia existente, en cuanto a sus concep-
ciones respectivas del federalismo, entre Moreno y Artigas, expresando:
"I?I pensamiento de Mariano Moreno, tantas veces genial, no vislumbró el
conflicto interno, y no discurrió sobre la federación argentina, sino sobre le
federación americana".
INDICE

Prólogo por J. Bentancourt Díaz ....................... 5


El federalismo de José Amigas y el federalismo norteamericano ... 9
Artigas y su ideario a través de seis series documentales
(Selección)................................................................................................
Conclusiones ...........................................................................................103
Se terminó de imprimir en el
mas de marzo de 1988 en el
Departamento de Publicaciones de
la Facultad de Humanidades y Ciencias.
D. L. 233385
Las ideas fundamentales del pensamiento político de Artigas
son analizados aqui por uno de los historiadores mas
especializados en el mismo el profesor Eugenio Petit Muñoz
Se recogen así un estudio comparativo entre el federalismo:
artiguista y el federalismo norteamericano, " ideas similares
para fines distintos " y se recorre la relacion fluctuante y
fecunda del pensamiento artiguista y los ideales de Mayo
en torno al capital concepto de la soberanía popular en
el naciente estado oriental . Mostrar la doble vigencia
del pensamiento del héroe y de los estudios que al mismo
consagra Petit Muñoz , son nuestro homenaje
al destacado universitario.

Eugenio Petit Muñoz (1894-1977), abogado e historiador.


Fue Profesor de la Facultad de Humanidades y Ciencias desde
su fundáción hasta 1974, año en el que la intervención
universitaria le deja cesante en sus cargos docentes.
De su obra cabe destacar: Artigas y su ideario a través de seis
series documentales, La condición jurídica, social, económica
y política de los negros, Hijos libres de nuestra universidad,
La juventud de Rodó.

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