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"Educación Formal, No Formal e Informal y sus parecidos de familia".

Graciela Cardarelli ,Lea Waldman, septiembre 2009

UN BREVE MARCO HISTÓRICO

La complejidad de la sociedad actual y el surgimiento de nuevas tecnologías de todo tipo,


ha propiciado la necesidad del conocimiento –la sociedad del conocimiento– más allá de los
muros escolares. Así se han ido desarrollado procesos de enseñanza a distancia, campus
virtuales universitarios y otros espacios de aprendizaje, y en general las denominadas formas
alternativas y flexibles de educación.
Paralelamente, en las últimas décadas se verifica un desajuste entre la rapidez con que las
tecnologías y los cambios que en ellas se producen se incorporan a distintos niveles de la
sociedad, constatándose al mismo tiempo la lentitud con que la educación las incorpora y se
adapta a dichos cambios. La preocupación radica en como dotar de funcionalidad educativa a
los diferentes fenómenos sociales y culturales que se constatan en la sociedad, tratando de
cerrar las brechas socioeconómicas y educativas entre estratos sociales.
Tal corriente de pensamiento se expresó en ideas y prácticas vinculadas a los términos
“sociedad educativa”, “comunidades de aprendizaje”, “pedagogía social”, “pedagogía
cotidiana”, “animación sociocultural”, y otros.
Las perspectivas mencionadas– que incluyen concepciones y referencias vinculadas con la
educación “no formal” e “informal”- , tienden a poner en evidencia la ampliación del espacio
educativo más allá de lo escolar. Colocan su énfasis en un tipo de educación que es
permanente y propia de una sociedad con medios de comunicación, con redes, con la
preeminencia de organizaciones de la sociedad civil, y con re-posicionamientos del rol de la
familia.
La educación permanente, es una de las fuentes que brindó aportes importantes al
desarrollo y la sistematización de lo que se denomina educación no formal e informal. Surge
entre especialistas y animadores de la Educación de Adultos, en espacios fuera de los ámbitos
tradicionalmente escolares, vinculados a realidades económico- sociales concretas. La noción
se fue extendiendo de manera apreciable, dejando de ser exclusiva de una “edad
determinada”, ampliándose más allá de ello, con el convencimiento que los sistemas
educativos en muchos casos y por diversas circunstancias no son suficientes.
La definición de educación permanente, surgida fundamentalmente a partir de la década
de los 60 en América Latina, y que puede sintetizarse como “proceso educativo continuo e
inacabable que se prolonga a lo largo de la vida” siempre enmarcó una síntesis entre la
educación escolar y los nuevos retos educativos que ya se perfilaban de forma global. La
educación permanente no sólo defendía (y defiende) la ampliación de la educación escolar
sino que también aboga por un sentido formativo que se prolonga en el tiempo y en otros
espacios sociales, como los propios del tiempo libre, de las esferas laborales, de la
comunidad, etc.
Es en este contexto en el que se acuñan en la literatura pedagógica ciertos conceptos que
son claves en el marco de las ciencias de la educación, ya que se han querido utilizar para
deslindar estas otras educaciones, que acontecen fuera del ámbito áulico “oficial”
En este sentido nos referimos a lo que entendemos por educación formal, no formal e
informal, distinciones terminológicas que, con el tiempo y a pesar de sus posibles confusiones
de significado, han sido aceptadas ampliamente, aunque creemos que merecen una revisión.
Según J. Trilla (1993) el término «educación no formal» se usa por primera vez en la
International Conference on World Crisis Education que se celebró en Virginia (USA) allá por
1967. El documento que sirvió de base para asentar los objetivos de este Congreso fue
elaborado bajo la supervisión de Philip Coombs por la Oficina de Planeamiento de la Educación
de la UNESCO, que el mismo dirigía. Ahora bien. como las aportaciones al mencionado
congreso no se publicaron hasta algunos años más tarde el uso de la expresión “educación no
formal” siguió postergada.
Los aportes que allí se plantearon no fueron publicados hasta el año 1971 y fue recién en
1975, con la publicación del libro de P. Coombs y M. Ahmed, cuando se comenzaron a
deslindar los sentidos y significaciones de lo que se entendería por educación formal, no
formal e informal.
En este marco se estimó que la educación no formal pretende dar cuenta de los fenómenos
educativos “propios de las formas educativas no convencionales”.
En la década del 60, en América Latina, emerge el pensamiento de Paulo Freire, pedagogo
brasilero (1921-1997), como una propuesta crítica de denuncia hacia los problemas sociales
que afectan sobre todo a los sectores sociales más desposeídos.
Utilizó una metodología novedosa en alfabetización de adultos, poniendo el acento en
aprender a leer el mundo, promoviendo la toma de conciencia de lo que en él acontece. Crea
los Círculos de Cultura Popular que se expanden por todo el país y si bien sus ideas surgen de
las prácticas realizadas con adultos, van más allá, siendo sus principios pensados, discutidos e
implementados en foros y emprendimientos educativos de diversa índole.
El pensamiento de P. Freire se inserta en las corrientes de la pedagogía crítica, lo que
significa, tomar como punto de partida, problematizar y transformar a la educación en una
herramienta al servicio del cambio social en Latino-América.
Los aspectos conceptuales y metodológicos que desarrolla, son la base teórica de la
propuesta de Educación Popular, concepción dinámica que adquiere sentido en el seno de una
sociedad, contexto histórico, político y social determinado.
Actualmente, uno de los legados principales de P. Freire se refiere a que el proceso
educativo debe nutrirse de la realidad, reflexionar en la adecuación de la metodología a
emplear y articular con la práctica.
Así mismo se pone de relieve los procesos de reflexión - acción como una unidad
indisoluble en el proceso de enseñanza- aprendizaje; considera que negar cualquiera de estos
dos aspectos lleva a un modo erróneo de captar la realidad.
Piensa que uno de los propósitos educativos esenciales es aprender a reflexionar e
interpretar el mundo que ha tocado vivir. Más allá de las intencionalidades de cambio político
que sustentaron sus desarrollos teóricos y pedagógico/didácticos, las metodologías que
refieren al proceso de enseñanza aprendizaje son, hasta la fecha, aplicadas en distintos
ámbitos de la educación formal y no formal. Brasil es un exponente de esta praxis.

PRINCIPALES DEFINICIONES

Autores como Antonio Colom Cañelas (Universidad de las Islas Baleares y miembro
Académico de l’Institut d’Estudis Catalans (2005), consideran que la diferencia más
determinante que se da entre educación formal y no formal es, sorprendentemente, de
carácter jurídico y no pedagógico.
Es decir, se entiende la educación formal como aquella que concluye con titulaciones
reconocidas y otorgadas según las leyes educativas promulgadas por los Estados, desde los
diplomas de enseñanza primaria o básica hasta la titulación de doctor. Es la propia de los
sistemas educativos reglados jurídicamente por el Estado y en consecuencia la que
mayoritariamente se imparte en centros o instituciones docentes. Hoy en día, esta última
característica espacial, no puede ser tomada como un elemento definidor o de distinción en
relación con la educación no formal, ya que se dan casos de enseñanzas regladas que se
imparten a distancia desde los niveles primarios hasta los universitarios.
En consecuencia la educación no formal sería, por el contrario, la que no viene
contemplada en las legislaciones estatales de educación; es decir, que su responsabilidad no
recae directamente en los ordenamientos jurídicos del Estado.
El autor citado incluye como un ejemplo de educación no formal, el caso de los postgrados
o maestrías universitarias de educación “no formal”, que si bien se llevan a cabo en
instituciones educativas oficiales como puedan ser las propias universidades, su marco legal no
es definido por la legislación ministerial sino por la Universidad misma.
Expresa que “Tener en cuenta cualquier otra variable nos lleva a la confusión, pues la
educación formal o no formal acepta múltiples aspectos comunes como pueda ser el espacial,
el profesional, el sistemático o por el contrario la flexibilidad, la racionalidad, la planificación,
lo evaluativo, etc. Efectivamente, ambos tipos de educación pueden tener finalidades
profesionales, ser racionales –estar pre-pensadas– ser sistemáticas y ordenadas, con objetivos
por conseguir, ser flexibles y basarse, por ejemplo en climas no autoritarios o en metodologías
agradables, ser objeto de evaluación y de planificación, etc.”
De ahí la confusión de significados de tales terminologías. La formalidad o no formalidad
educativa no se refiere a características de índole pedagógica ya que si intentásemos distinguir
lo que significa una “pedagogía formal” de otra “pedagogía no formal”, no llegaríamos a
conclusión alguna. Puede haber procesos educativos no formales que son mucho más rígidos o
sistematizados que las prácticas escolares más usuales; por ejemplo, lo que sucede con las
academias que ayudan a superar los exámenes, los múltiples programas de formación en la
empresa , los programas de apoyo escolar , que implican reglas, tiempos y objetivos de logro
preestablecidos.
El autor ofrece ejemplos pedagógicamente muy formalizados pero que, paradójicamente,
son propios de la educación no formal, por lo que deduce que la concepción formal o no
formal no depende de variables pedagógicas, siendo en todo caso el argumento jurídico el
que usualmente sirve para discriminar ambos tipos de educación.
Por otra parte, la denominada “educación informal” no atiende a ningún tipo de proceso o
regla pedagógica, ya que se concibe como la educación que el individuo recibe sin depender
de ninguna opción o característica educativo-pedagógica; es por tanto un tipo de educación en
la que no interviene ninguno de los aspectos que abrazan las ciencias de la educación.
“Diríamos que es una educación etérea, con influencias desconocidas pero que el propio
ambiente, el vivir cotidiano, el contacto con la gente, o el desarrollo de actividades que nada
tienen que ver con la educación, aportan sin embargo, procesos de aprendizaje útiles para
desarrollar con mayor eficacia nuestra vida. Podríamos decir pues que la «educación informal»
es lo “desconocido pedagógico”, de tal manera que si llegáramos a saber como se influye
informalmente en la formación de las personas, dejaría de existir la educación informal pues al
conocer su forma de actuación podría aplicarse en los ámbitos formales y no formales de la
educación.”
En la clasificación internacional estándar, el término “educación” es definido como
“comunicación organizada y sostenida diseñada para producir aprendizaje”. Esto refleja un
punto de vista institucional, el cual es restrictivo e implica una definición que le concede poca
importancia a las formas espontáneas, extra escolares de aprendizaje. Hoy nadie discute la
evidencia de que las personas continúan aprendiendo a partir de sus expectativas y
trayectoria de vida y son capaces de absorber y acumular conocimiento e ideas, a menudo
pasivamente, viendo programas de televisión, visitando museos, observando el
comportamiento de sus padres, grupos de iguales, amig@s, etc. Parecería que este tipo de
aprendizaje es adquirido al azar, y así no siempre cae dentro del campo del educador y aún
menos del planificador. Se piensa en la educación con más frecuencia como una secuencia de
experiencias de aprendizaje, preparadas anticipadamente para el beneficio de los y las
alumno/as.
Sintetizando lo antes mencionado y con el objetivo de aclarar los diferentes ámbitos,
espacios o categorías educativas, se ha venido calificando al hecho educativo con tres
nomenclaturas diferentes, pero a su vez íntimamente ligadas: informal, formal y no formal.
La Educación Informal, (al azar, suplementaria, incidental, espontánea...) incluye
actividades educativas no estructuradas. En la educación informal, se produce un aprendizaje
“al azar”, en un proceso de osmosis entre las personas y el ambiente. La mayoría del
conocimiento y destrezas que adquirimos a lo largo de la vida, lo hacemos en un ambiente no
estructurado, por medio precisamente de este tipo de educación. Algunos ejemplos son: el
aprendizaje del idioma propio, de valores culturales, de actitudes y creencias generales, de
modelos de conducta de una sociedad determinada, que son transmitidos por la familia,
iglesias, asociaciones, miembros relevantes de la sociedad, los medios de comunicación de
masas... Tal educación es obtenida por medio de una combinación de observación, imitación y
emulación de miembros específicos de la sociedad.
Educación Formal (escolar), que se diferencia de la educación no formal en que es
mayoritariamente impartida en instituciones (escuelas) por docentes con contratos
permanentes dentro del marco de una currículo determinado. Este tipo de educación se
caracteriza por su uniformidad y una cierta rigidez, con estructuras verticales y horizontales
(clases agrupadas por edad y ciclos jerárquicos) y criterios normanizados por los estados.
Educación No Formal (muchas veces considerada como extraescolar), incluye todas las
formas de instrucción, promovidas conscientemente por el agente educativo (ya sea profesor,
animador, monitor, bibliotecario...), siendo la “situación de aprendizaje” buscada por ambas
partes (emisor y receptor, en la nomenclatura tradicional).
Coombs y sus colaboradores propusieron una definición de educación no formal que ha
sido ampliamente aceptada: “Cualquier actividad educacional organizada fuera del sistema
formal establecido cuyo propósito es servir a clientelas identificables y objetivas de
aprendizaje”
La mayoría de los especialistas la define como: “El conjunto de medios e instituciones que
generan efectos educativos a partir de procesos institucionales, metódicos y diferenciados,
que cuentan con objetivos pedagógicos previa y explícitamente definidos, desarrollados por
agentes cuyo rol educativo está institucional o socialmente reconocido, y que no forman parte
del sistema educativo graduado o que, formando parte de él, no constituyen formas estricta y
convencionalmente escolares”
Esta educación se diseña para ser universal, secuencial, estandarizada e institucional y
garantizar una cierta medida de continuidad (al menos para aquellos que no son excluidos del
sistema).
Se reconoce, asimismo que durante los años setenta, coincidiendo con un significativo
incremento de la población de los países empobrecidos, la educación no formal tuvo un papel
muy relevante como recurso formativo dirigido a amplios colectivo de la población que
detentaba una deficiente o nula escolarización. De este modo la educación no formal fue
adquiriendo progresivamente un carácter complementario o suplementario de la educación
escolar.
En la actualidad, sin embargo, esta apreciación no es unánime y el análisis de diferencias y
semejanzas entre la educación informal, formal y no formal ha originado amplios debates que
han derivado en posturas diversas. Mientras que para algunos esta distinción está basada en
una visión simplista de la realidad que concibe los tres ámbitos como subsistemas encontrados
y opuestos, para otros, es necesario y conveniente utilizar esa triple distinción sólo como
recurso de utilidad clasificatoria, ya que aprecian suficientes razones contextuales,
metodológicas, o de intención educativa, que justifican su integración.
Lo que si hacen estas definiciones es establecer las principales características de la
educación no formal, que la diferencia de las otras categorías:
- Organizada y estructurada (de otro modo sería clasificada como informal) pero al margen
del organigrama del sistema educativo graduado y jerarquizado.
- Diseñada y planificada para un grupo meta identificable (organizada para lograr un
conjunto específico de objetivos de aprendizaje)
- En general se define como “no institucionalizada”, llevada a cabo fuera del sistema
educacional establecido y orientada a estudiantes que no están oficialmente matriculados en
la escuela. Sin embargo en algunos casos el aprendizaje se lleva a cabo en un establecimiento
escolar al que asisten estudiantes que no están matriculados; en otros sobre todo en los
últimos años, son ofertas extra curriculares que la propia escuela ofrece y al que asisten
alumnos de ese mismo establecimiento escolar, fuera del horario normatizado.
Lo que ya es universalmente aceptable es que educación y aprendizaje ya no son
considerados como sinónimos de “escolaridad”, aun cuando la mayoría de la población
continúa equiparando educación con escuela.
En las definiciones circulantes se parte de considerar que toda acción educativa va más
allá de los límites espaciales y temporales de la escuela y de la escolaridad. Teniendo en cuenta
que la educación se entiende como la formación integral de la persona, muchas veces se
habla de la Educación no formal (y su vinculación con término auto educación, “aprender a
aprender”), como aquella que complementa, amplia y / o satisface las necesidades educativas
no cubiertas por la formal y en la implantación de innovaciones que buscan la mejora en sus
procesos.
En general, al menos en América Latina y en particular en la Argentina, la “idea” de
educación no formal inspiró procesos concretos de trabajos socioeducativos con niños, niñas,
adolescentes y adultos en condiciones de pobreza y vulnerabilidad. Se les brindan desde
diversos ámbitos públicos y privados experiencias compensatorias, complementarias, o
sustitutas de aquellos espacios educativos a los que los más pobres no tienen acceso por
diversas causas. Entre ellas podemos mencionar la falta de oferta en el campo de la
educación inicial, que ha originado la implementación de jardines maternales y de infantes
comunitarios, que están adquiriendo una progresiva institucionalización.
Asimismo hoy nos enfrentamos al hecho de que los contenidos curriculares en el campo
educativo deben responder a grupos heterogéneos entre los que podemos destacar, población
urbana y rural, campesinos, privados de libertad, mujeres, étnias, población migrante, entre
otras. Ello también exige la construcción y aplicación de sistemas para el monitoreo y
evaluación de los resultados que los diversos programas producen tanto en relación a logros
de aprendizaje como en el impacto en el nivel de vida de los participantes.
Coherente con una visión amplia de la Educación Permanente, el objetivo de la misma debe
estar enfocada a ofrecer respuestas a través de la creación de múltiples y variadas
oportunidades de aprendizajes, a la valoración de los saberes y de la cultura de los jóvenes y
adultos, al contexto territorial, así como al conjunto de aprendizajes que van más allá de las
áreas del conocimiento relacionadas con el desarrollo de actitudes a través de procesos
formativos vinculados a la participación ciudadana, la generación de empleo, trabajo y capital
social y productivo, etc. .

EDUCACIÓN Y HETEROGENEIDADES

A la vez que se hacen más porosas las fronteras entre las tres modalidades educativas, se
pone en evidencia la heterogeneidad de los destinatarios de las mismas y los diferentes
problemas que atraviesan los adultos, niños y jóvenes de los sectores más pobres en sus
trayectorias educativas.
Para caracterizar los atributos de esta población suele utilizarse el concepto de “Población
en situación educativa de riesgo” (Sirvent ,2004), que refiere a la probabilidad estadística de
un conjunto de población de quedar marginado de la vida social, política o económica, según
el nivel de educación formal alcanzado en las actuales condiciones sociopolíticas y económicas
impuestas. El término “de riesgo” hace referencia a una probabilidad estadística de
marginalidad presente y futura o de exclusión social que perjudica a una gran parte de la
población.
Desde esta perspectiva se asume que el pasaje por la educación formal, además de
constituir un derecho, permite apropiarse de determinados instrumentos intelectuales que
ayudan a enfrentar el mundo y la vida de manera diferente, más allá de los cuestionamientos
que puedan realizarse a la calidad educativa El concepto de Nivel Educativo de Riesgo se asocia
con la noción revisada de alfabetismo que hace referencia a la compleja red de conocimientos
que un ciudadano necesita para analizar crítica y autónomamente los hechos de su entorno
barrial, municipal, nacional e internacional. Ser alfabeto en la actualidad, supera ampliamente
la adquisición de los instrumentos básicos de la lectura y la escritura.
No puede dejarse de mencionar que pese a las lábiles fronteras entre la educación formal,
no formal e incluso informal, los proyectos educativos actuales apelan siempre a la idea de
construcción de esfuerzos sistemáticos de apertura de espacios de participación colectiva de
las familias y las comunidades en la gestión de los centros/proyectos educativos de todo tipo.
Sin embargo, las evidencias demuestran que las capacidades que tienen las comunidades
para participar en acciones colectivas no es la misma en todos los contextos, sino que varía en
función de determinadas condiciones sociales, históricas y culturales específicas. Por lo tanto,
la participación real de las familias en instancias o programas educativos es siempre el
resultado de un encuentro entre las posibilidades y estímulos ofrecidos desde las políticas
públicas o gubernamentales y las características sociales y culturales de las comunidades, las
cuales son extremadamente variables y diferenciadas.
En particular, las políticas que se proponen movilizar a la población beneficiaria e
institucionalizar su participación en los asuntos educativos, especialmente formales (a veces
bajo el rótulo de “educación parental”), surgen de la propia incapacidad del servicio público
para implementar controles eficaces y eficientes de la calidad de los procesos y productos
escolares. Los clásicos mecanismos encargados del control escolar (la función de inspección y
supervisión escolar) no funcionan cuando se trata de establecimientos situados en territorios
muy alejados de los centros administrativos urbanos. Por lo general, en los procesos
educativos de niños y adolescentes, quienes son más interpelados para "participar" (sería
necesario definir en qué) son los grupos sociales más subordinados y por lo tanto excluidos de
recursos estratégicos de conocimientos y poder de decisión, que les permitan constituir una
demanda calificada.
Aunque en el plano teórico y en el propio ámbito legal pueden no existir diferencias
significativas de objetivos entre la educación formal y no formal, la práctica demuestra al
menos 3 tipos de heterogeneidades prevalecientes:

1. Aquella que implica la segmentación económico- social y espacial propia de la educación


formal, que reproduce el conocido criterio de “escuelas pobres para pobres” y produce
experiencias educativas de “segundo orden” para la población más carenciada, tanto en
términos de calidad, como de legitimidad socio institucional (y a veces legal)

2. La que refiere al enorme abanico de proyectos y experiencias, en general escasamente


evaluadas, que responden también a instituciones diversas con intencionalidades propias:
empresas, universidades o centros educativos, organizaciones de la sociedad civil, cultos,
sector público, etc.

3. Por último, una heterogeneidad transversal es la que involucra los ciclos de vida de los
sujetos “beneficiarios”. En efecto, ningún análisis serio de la educación no formal puede
ignorar los condicionantes ideológicos, religiosos, culturales, pedagógicos y de gestión que
están detrás de la concepción de cada categoría etárea- poblacional: niños y niñas,
adolescentes, jóvenes, adultos, adultos mayores. Para estos grupos, la oferta educativa suele
ser singular, segmentada y separada de las trayectorias globales de vida de las personas

También debe considerarse que la educación formal y no formal, a pesar de su disyuntiva


jurídica, pedagógicamente tienden cada día más a entremezclarse, a utilizar planificaciones,
evaluaciones, técnicas y materiales similares y mostrar modelos de actuación de docentes y
orientadores muy parecidos. Por ello nos encontramos con procesos educativos casi
igualmente “formalizados” en ambos casos.
También la educación formal se contamina de materias y contenidos que hasta hace sólo
unas décadas eran propios de la educación no formal, tales como la educación para la salud, la
educación ambiental, la educación para el trabajo, para la equidad de género, etc.
Asimismo, no es menor el hecho ya mencionado de que asistimos a propuestas de
educación no formal que se realizan en ámbitos formales de educación, tal como sucede con
las actividades denominadas extraescolares que se realizan en escuelas de enseñanza primaria
y en los centros de secundaria.
Con respecto a la denominada educación “informal”, casi siempre atribuida a la familia, al
ambiente más próximo de crianza y presencia social y a los medios de comunicación, es
necesario también preguntarse el porqué de su denominación como “informal”, cuando
muchas veces representan espacios de socialización que a esta altura del proceso civilizatorio
tienen una racionalidad educativa (¿intencionalidad?) tácita o manifiesta, que suele implicar
objetivos e inducciones a determinadas creencias y prácticas, inducidas por los medios y por la
oferta de servicios existentes.

LA NECESIDAD DE UNA REVISION CONCEPTUAL Y OPERATIVA

Una revisión somera de los significados de la educación formal, no formal e informal, nos
demuestra que si bien un ejercicio diferenciador entre estos tres universos de la educación
contribuye a organizar más claramente ciertos campos conceptuales y de aplicación de
experiencias educativas, éstos no sólo son contrapuestos, sino que se ínter penetran y se
complementan.
Por un lado surge la necesidad que la labor de la escuela se desarrolle fuera de ella, en
otros ámbitos sociales o cívicos, pues el derecho a la educación conlleva una necesidad plural y
permanente. La complejidad social, el desarrollo incesante de la innovación tecnológica, la
necesidad de nuevos conocimientos que a su vez pronto quedan obsoletos, ha hecho que la
sociedad actual requiera de formas más flexibles y constantes de educación.
Por ello una comprensión adecuada del fenómeno de la “no formalidad” educativa tendría
que basarse en la continuidad y complementariedad entre la escuela oficial y los procesos
educativos que se dan en los ámbitos más diversos de la sociedad y enrolarse en el campo de
la educación permanente como derecho ciudadano. Asistimos a una complejización social tal
que se puede afirmar que ninguna institución puede por si sola dar la formación que se
necesita.
Asimismo, es necesario revisar la clásica asociación entre procesos educativos no formales
y baja calidad de las ofertas. Esta asociación tiene sus raíces en el surgimiento, especialmente
desde los 90, de los comedores infantiles y comunitarios, las asociaciones de desocupados, las
cooperativas de trabajo, etc. Estas iniciativas populares no solo se ocuparon de “dar de
comer” o contribuir generar empleo, sino de la educación, en tanto alfabetizaron a niños y
adultos, brindaron apoyo escolar, enseñaron oficios, ofrecieron cuidado y estimulación a los
más pequeños.
Muchas de estas organizaciones contaron con algún apoyo estatal, otras desarrollaron sus
actividades “a espaldas” del sector gubernamental. Algunas desarrollaron actividades
calificadas, otras realizaron acciones de gran precariedad pedagógica. Ignorar esta realidad,
no reconociendo la presencia de una suerte de “sistema de educación no formal para pobres”,
es cerrar los ojos ante una realidad que exige ser evaluada y legitimada, para que adopte
criterios de calidad y equidad universalmente reconocidos.
El desafío teórico y práctico vinculado a estos temas es descubrir diferencias y similitudes,
convergencias y contradicciones, rupturas y “continum” de los procesos educativos integrales ,
considerando que el universo de experiencias desarrolladas en Argentina y América Latina
puede ofrecernos un laboratorio muy interesante para reflexionar sobre los diferentes
procesos de formación de capital humano y su relación con el desarrollo social y personal de la
población, priorizando- pero no segregando- a quienes, por su situación de exclusión social,
permanecen cautivos de ofertas educativas “de segunda”, sean estas formales o no formales.

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