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FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS  UNIVERSIDAD NACIONAL DE CUYO

Vicente SIERRA.
Historia de la Argentina, 1810-1813.
Buenos Aires, Edit. Científica Argentina, 1968, pp. 618-630.

Congreso de la provincia Oriental, llamado de Las Tres Cruces


El 5 de abril de 1813, en el alojamiento de Artigas, “delante de Montevideo”, en
un lugar conocido con el nombre de Las Tres Cruces, se reunían los delegados de
los pueblos de la Banda Oriental bajo la presidencia del caudillo que los había
convocado y, al parecer, elegido. El acto se vio favorecido con la concurrencia de
numerosos vecinos emigrados de la ciudad sitiada, y se inició con un breve
discurso de Artigas. Comenzó recordando que se había puesto al frente de sus
comprovincianos por voluntad de ellos, y que, habiendo corrido diecisiete meses
cubiertos de gloria y de miseria, volvía a hablarles en la segunda oportunidad en
que hacían uso de su soberanía.

“Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana.
Vosotros estáis en el pleno goce de vuestros derechos: ved ahí el fruto de mis
ansias y desvelos, y ved ahí también el premio de mi afán. Ahora en vosotros esta
el conservarla. Yo tengo la satisfacción honrosa de presentaros de nuevo mis
sacrificios y desvelos si gustáis hacerlo estable”.

El caudillo no podía ofrecer otra cosa que cenizas y ruinas, sangre y desolación,
que tal era el cuadro de la Banda Oriental, pero también “el precio costoso de su
regeneración” que le permitía decir: “Pero ella es Pueblo libre”.

Después de señalar que la situación era demasiado crítica para no reclamar la


atención de todos, dio cuenta de haber iniciado su labor la Asamblea General
Constituyente, cuyo “reconocimiento nos ha sido ordenado”. Resolver sobre este
particular era el motivo fundamental de la reunión, puesto que, agregó,

“yo ofendería altamente vuestro carácter y el mío, vulneraría enormemente


vuestros derechos sagrados, si pasase a resolver por mi una materia reservada
solo a vosotros”.

Tres eran los puntos sobre las cuales debía, en su concepto, pronunciarse la
reunión, a saber:

“1º- Si debemos proceder al reconocimiento de la Asamblea General antes del


allanamiento de nuestras pretensiones encomendadas a vuestro diputado don
Tomás García de Zúñiga.
2º- Proveer al mayor número de diputados que sufraguen por este territorio en
la Asamblea.
3º- Instalar aquí una autoridad que restablezca la economía del país”.
El discurso que pronunció Artigas en el Congreso de Las Tres Cruces es una de las
más serenas y sensatas expresiones de su ideario primitivo. Después de explicar el
“Pacto de Yi” y la caída de Sarratea continuó diciendo:

“Desde ese tiempo empecé a recibir órdenes sobre el reconocimiento en


cuestión. El tenor de mis contestaciones es el siguiente: Ciudadanos; los Pueblos
deben ser libres. Ese carácter debe ser el único objeto y formar el motivo de su
celo. Por desgracia va a contar tres años nuestra Revolución, y aún falta una
salvaguarda general al derecho popular. Estamos aún bajo la fe de los hombres y
no aparecen las seguridades del contrato. Todo extremo envuelve fatalidad, por
eso, una desconfianza desmedida superaría los mejores planes. ¿Pero, es acaso
menos temible un exceso de confianza...? Toda clase de preocupación debe
prodigarse cuando se trata de fijar nuestro destino. Es muy veleidosa la probidad
de los hombres, sólo el freno de la Constitución puede afirmarla. Mientras ella
no exista, es preciso adoptar las medidas que equivalgan a la garantía preciosa
que ella ofrece. Yo opinaría siempre, que sin allanar tas pretensiones
pendientes, no debe ostentarse el reconocimiento y jura que se exige. Ellas son
consiguientes al sistema que defendemos y cuando el ejército las propuso no hizo
más que decir: quiero ser libre”.

En párrafos elocuentes Artigas rememoró las desgracias pasadas, las amarguras


del Salto, los campos ensangrentados de Belén, Yapeyú y Santo Tomé; las intrigas
del Ayuí, el compromiso del Yi y las transgresiones del Paso de la Arena.

“Si somos libres, si no queréis deshonrar vuestros afanes, casi divinos y si


respetáis la memoria de vuestros sacrificios, examinad si debéis reconocer la
Asamblea por obedecimiento o por pacto”.

Artigas agregó no encontrar ningún motivo de conveniencia para el primer caso


que no fuera contrastable en el segundo, sin olvidar que, haciéndolo por pacto,
se reportaría el conciliarlo todo con la libertad inviolable; y agregó:

“Esto, ni por asomo, se acerca a una separación nacional: Garantir las


consecuencias del reconocimiento, no es negar el reconocimiento, y bajo todo
principio, nunca será compatible un reproche a vuestra conducta, en tal caso,
con las miras liberales y fundamentos que autorizan hasta la misma instalación
de la Asamblea”.

Los ocho puntos del 5 de abril. Reconocimiento de la Asamblea


No se posee un acta detallada del Congreso de Las Tres Cruces. La dada a conocer
por Clemente L. Fregeiro, única cuya autenticidad fue certificada con la firma de
Artigas, destaca que, la reunión del 5 de abril contó con la presencia de los
diputados elegidos por los pueblos, numerosos vecinos emigrados de Montevideo y
pobladores de extramuros, pero no ofrece detalles del desarrollo de la reunión,
sino de sus resoluciones.
Se conocen otras versiones, desprendiéndose de ellas que se resolvió encomendar
a tres de los representantes: León Pérez, Juan José Durán y Pedro Fabián Pérez,
la redacción de un proyecto de condiciones para reconocer a la Asamblea General
Constituyente; comisión que se expidió de inmediato, y propuso que en el caso de
merecer aprobación su despacho fuera rubricado por todos los representantes. Así
lo hicieron, a continuación de los tres redactores, Ramón de Cáceres, Felipe
Pérez, Francisco Antonio Bustamante, Pedro Vidal, Manuel del Balle, José
Ramírez, Manuel Martínez de Haedo, Francisco Sierra y el secretario del congreso
Antonio Díaz. Ocho fueron los puntos aprobados, a saber:

“1º- Se dará una pública satisfacción a los Orientales por la conducta antiliberal
que han manifestado de ellos los señores Sarratea, Viana y demás expulsos. Y en
razón de que el General D. José Artigas y sus tropas han garantido la seguridad
de la Patria; especialmente en la campaña del año mil ochocientos once, contra
las agresiones de la Nación Portuguesa, serán declarados como verdaderos
defensores del sistema de libertad proclamado en América.
2º- No se desmembrará su fuerza de modo que se inutilice el proyecto de su
ocupación.
3º- Continuarán suministrándose de Buenos Aires los auxilios que sean posibles
para el fin del asedio.
4º- No se enviará a Buenos Aires otro Jefe para el Ejército Auxiliar de esta
Banda, ni se removerá el actual.
5º- Se devolverá el armamento perteneciente al regimiento de Blandengues que
han conducido los que marcharon acompañando a los expulsos.
6º- Será reconocida y garantida LA CONFEDERACIÓN ofensiva y defensiva de esta
Banda con el resto de las Provincias Unidas, renunciando cualquiera de ellas, la
subyugación a que se ha dado lugar por la conducta del anterior Gobierno.
7º- En consecuencia de dicha CONFEDERACIÓN se dejará a esta Banda en la plena
libertad que ha
adquirido como Provincia compuesta por Pueblos Libres; PERO QUEDA DESDE
AHORA SUJETA A LA CONSTITUCIÓN QUE EMANE Y RESULTE DEL SOBERANO
CONGRESO GENERAL DE LA NACION, y a sus disposiciones consiguientes, teniendo
por base la Libertad.
8º- En virtud de que en la Banda Oriental existen cinco Cabildos y veintitrés
pueblos, se ha acordado deban reunirse en la Asamblea General cinco Diputados,
cuyo nombramiento, según la espontánea voluntad de los pueblos, recayó en los
ciudadanos Dn. Dámaso Larrañaga y Dn. Mateo Vidal por la ciudad de
Montevideo; Dn. Dámaso Gómez Fonseca, por Maldonado y su jurisdicción; Dn.
Felipe Cardozo, por Canelones y su jurisdicción; Dn. Marco Salcedo, por San Juan
Bautista y San José; Dn. Francisco Bruno de Rivarola, por Santo Domingo Soriano
y pueblos de su jurisdicción”.

Por oficio de 7 de abril, Artigas comunicó a Tomás García de Zúñiga los resultados
de la reunión, y te adjuntó copia de la “oración”, como llamó a su discurso, y de
los puntos que establecían las condiciones bajo las que “se determinó y resolvió
el pueblo al reconocimiento de la Soberana Asamblea”. Por oficio fechado dos
días más tarde Rondeau comunicó al Triunvirato que el día anterior había tenido
efecto el reconocimiento de la Asamblea. En el acto formaron en línea las fuerzas
de Buenos Aires y a continuación el regimiento de Blandengues, con las divisiones
orientales. El primero en jurar fue Rondeau en la persona de Nicolás de Vedia y
de inmediato aquél tomó juramento a Artigas, “según la fórmula recibida de V.
E.”, es decir, del Triunvirato; sucesivamente fueron jurando los jefes del ejército
según su antigüedad; “incluyendo los de aquellas divisiones”, agrega Rondeau,
refiriéndose a las de Artigas.

¿Fue condicionado el reconocimiento de la Asamblea por Artigas?


Al inaugurar el Congreso de Las Tres Cruces, Artigas planteó la cuestión de, si
debía reconocerse a la Asamblea por “pacto” o por “obedecimiento”, y señaló
que debía serlo por pacto, o sea, garantizando “las consecuencias del
reconocimiento”. Las condiciones aprobadas pudieron ser motivo para un pacto,
pero no parece que pasaran de una expresión de “prudencia”, tanto que, como
veremos, a pesar de lo establecido en el punto octavo, Artigas creyó necesario
que la elección de los diputados orientales fuera ratificada por los respectivos
cabildos.

Si alguno de éstos se hubiera negado a la ratificación y elegido por su


representante a otra persona ¿cuál habría sido el diputado bien elegido? La
ratificación que Artigas procuró revela que los ocho puntos de Las Tres Cruces no
pasaron de una afirmación de las restricciones con que los orientales iban a jurar
el reconocimiento de la Asamblea, pero sin establecer que se trataba de
contriciones sine qua non.

Tan es así que, en el acto de jurar, se lo hizo sin salvedades ni reticencias,


reconociéndose a la Asamblea como autoridad soberana de las Provincias Unidas
del Río de la Plata, jurando cumplir “fielmente todas sus determinaciones y
mandarlas cumplir y ejecutar”, con el agregado de “no reconocer otras
autoridades sino las que emanen de su soberanía”.

El mismo día 5 de abril, al terminar el Congreso, Artigas habría comunicado a


Rondeau lo resuelto, diciendo:

“La reunión del pueblo oriental en mi alojamiento... tuvo a bien determinar y


efectuar el reconocimiento de la Soberana Asamblea Constituyente bajo las
condiciones del adjunto testimonio”.

Agregando el texto de los ocho puntos aprobados. El ejemplar de esta carta, que
se guarda en el Archivo General de la Nación (Buenos Aires), es una copia que
provino de la comunicación que Artigas hizo a Tomás García de Zúñiga (7 de
abril), informándole de lo acordado en Las Tres Cruces, en la que se lee: “En
consecuencia pasé al Sr. General la comunicación copia Nº 3”, que es el número
que tiene la de referencia. El día 9 de abril el general Rondeau comunicó al
gobierno el juramento prestado por las tropas sitiadoras en reconocimiento de la
Asamblea, dando detalles respecto al prestado por el coronel Artigas y las tropas
orientales, sin referirse a que, en la oportunidad, condicionara su juramento de
alguna manera.
Tampoco se conoce constancia alguna de que Rondeau recibiera la citada nota de
5 de abril y no puede admitirse que, de haberla recibido, la ocultara al
conocimiento de su gobierno. Es decir que, tal como lo señaló el historiador
uruguayo Ariosto D. González, no existe constancia alguna de que en el acto del
juramento se formularan reservas o condiciones, o sea, que las tales no fueron
formalizadas en la oportunidad que debieron serlo.

Agreguemos que tampoco existen de que el Supremo Poder Ejecutivo, o la


Asamblea General, fueran formadas de que se hubiera jurado con condiciones, y
que las mismas habían surgido del Congreso de 5 de abril. Lejos de ello, el oficio
por el que Rondeau informó al gobierno de la ceremonia del juramento, después
de expresar que en su desarrollo había sido

“general el entusiasmo y contento que mostraron, así las tropas como el Pueblo
espectador”,

Terminaba felicitando

“con los más sublimes sentimientos, así la inauguración de la Soberanía, como EL


SUPRENO PODER EJECUTIVO QUE V. E. prósperamente está ejerciendo”.

En el estado actual de las investigaciones, lejos de poderse afirmar que Artigas y


las milicias orientales reconocieron a la Asamblea General Constituyente con las
reservas sancionadas por el Congreso de Las Tres Cruces, se puede decir que lo
hicieron sin formular ninguna condición, y con la amplitud del texto enviado, al
efecto, por el Supremo Poder Ejecutivo.

¿Qué pudo haber ocurrido para que Artigas modificara su posición? Penetrar en el
fuero íntimo de los hombres facilitaría la labor historiográfica, pero se trata de
un predio librado al conocimiento de Dios. Sin embargo, y dentro de las
limitaciones metodológicas que aquejan a la historiografía, es posible inferir que,
efectivamente, en aquellos momentos Artigas cambió de plan, y que
consecuencia de ello, nacieron las conocidas en la historia con el título de
“Instrucciones del año XIII”, indisputablemente uno de los documentos políticos
que determinaron, por la acción de su autor, o sea, el propio Artigas, giros
dramáticos en la historia de las entonces llamadas Provincias Unidas del Río de la
Plata.

Las “Instrucciones del año XII”


El punto octavo de las condiciones aprobadas por el Congreso de Las Tres Cruces
establecía que había sido elegido un núcleo de personas, cuyos nombres se
daban, como diputados de la Banda Oriental, de acuerdo con los cabildos y
poblaciones existentes, con lo que la representación de referencia resultaba más
numerosa que las de cualquier otra provincia, incluso más que la asignada a
Buenos Aires. Para llegar a tal resultado no se tuvo en cuenta el carácter jurídico
de las poblaciones. La elección fue realizada mediante una circunscripción única,
defecto que se trató de subsanar atribuyendo a cada uno de los electos la
representación de una localidad o población determinada, sin consultar a ninguna
de ellas y, en más de un caso, recayendo el cargo en persona desconocida por los
supuesto representados.

De acuerdo con la convocatoria del 24 de octubre de 1812 tal elección era


insanablemente nula. Pero había algo más. El único juez de la validez de los
títulos de los diputados era la Asamblea de que formarían parte, de manera que,
condicionar el reconocimiento de la misma a que los diputados orientales serían
citados en el punto octavo, no podía ser aceptado, sin admitir una limitación en
la soberanía de la Asamblea.

Es muy posible que esta elemental consideración primara que se advirtiera que lo
acordado en el Congreso de Las Tres Cruces era inaplicable, y que se procediera a
reconocer a la Asamblea prescindiendo de ello. Artigas hizo en cambio, otras
cosas, y, al parecer, por su sola cuenta, y fue someter la elección del diputado de
cada localidad al juicio del cabildo correspondiente, los cuales en todos los casos,
la aprobaron.

Tal especie de referéndum, dadas las circunstancias y el método utilizado, no


autoriza a firmar que se respetó la voluntad de “los pueblos”; expresión que
comúnmente se ha entendido como voluntad “del pueblo”, aunque se trata de
otra cosa. En la oportunidad no contó ni una ni otra. Los cabildos respondían a
todo los que podía satisfacer al que con sus fuerzas dominaba en sus
jurisdicciones. Centenares de pruebas documentales existen de ello, y en el caso
particular que nos ocupa, se conocen los documentos de las relaciones de Artigas
con el Cabildo de Santo Domingo Soriano, ciertamente harto significativos.

Para asistir a Congreso de Las Tres Cruces dicho Cabildo eligió a Miguel Bonifacio
Gadea, quien no pudo llegar a tiempo de ocupar su cargo, que pasó a ser ejercido
por Manuel Martínez de Haedo, designado a ese efecto por Artigas. Con fecha el
13 de abril, el caudillo dirigió un oficio al alcalde de primer voto de Santo
Domingo Soriano, que dice así:

“Quedo impuesto de oficio de V. data 8 del corriente en que me incluye copia del
acta en que el ciudadano D. Miguel Bonifacio Gadea fue electo diputado según mi
convocatoria del 21 del pasado. El llegó tarde, pero la falta se remedió y sufragó
por ese pueblo y su jurisdicción el ciudadano Manuel Martínez de Haedo,
nombrado para diputado de la Asamblea soberana al muy benemérito ciudadano
Dr. Francisco Bruno de Rivarola. Yo incluyo a V. la acta para que la haga archivar
ahí. V. hará que el pueblo firme y confirme, el citado nombramiento
manifestado en los adjuntos documentos; lo mismo verificarán en orden a las
inclusas instrucciones y oficios de remisión para el dicho diputado, lo cual me lo
remitirán aquí firmado para yo dirigirlo al mismo diputado. Todo eso bajo la
condición de que sea esa la voluntad de ese pueblo, que de lo contrario, nada
hay en el caso. Yo felicito a todos viéndolos representados. Ese es el honor más
grande de un pueblo libre”.

En este oficio Artigas se refiere a


“las inclusas instrucciones y oficio de remisión para el dicho diputado, lo cual me
los remitirán aquí firmado para yo dirigirlo al mismo diputado”.

No había posibilidad de escapar por convicción o por temor, a su influencia, a


pesar de que todo debía hacerse si ésa era la voluntad del pueblo. La orden es
concreta: se ha elegido un diputado, se han compuesto unas instrucciones para
los mismos, y se da cuenta de ello, agregando el texto de un oficio reconociendo
a ese diputado y las instrucciones recibidas, que podían ser modificadas o
ampliadas. Si la oligarquía porteña había procurado con buen éxito dirigir la
elección de la mayoría de los diputados con que se había instalado la Asamblea,
los procedimientos de Artigas no fueron más ortodoxos.

Resuelta la ratificación de la elección de diputados para subsanar la insanable


ilegalidad de la elección hecha por la reunión del 5 de abril, se comprende que se
informará a los cabildos sobre los puntos acordados en esa oportunidad para
reconocer y jurar a la Asamblea General Constituyente, pero no fue lo que se
hizo, y nada se dijo de que le juramento prestado había sido con las reservas
establecidas por aquellos puntos; en cambio, se les adjuntó un documento nuevo:
las “Instrucciones de año XIII”.

Se ha tratado de establecer cómo y cuándo, los representantes de los pueblos


orientales congregados en Las Tres Cruces discutieron y aprobaron tales
instrucciones, fechadas con la siguiente data: “Delante de Montevideo, 13 de
abril de 1813, pero como advierte el historiador uruguayo Edmundo Favaro,
“conjugando los nuevos elementos de juicio en la apreciación comparativa de los
aportes documentales”, surgen dudas sobre haberse realizado reunión alguna en
tal fecha, y se llega a la conclusión de que tales instrucciones “no debieron salir
de un acuerdo de aquel Congreso, porque no existe una sola prueba documental
conocida que así los afirme”. Por otra parte, fuera de que en la reunión del 5 de
abril no se hizo alusión alguna a establecer instrucciones especiales para los
diputados, median, entre lo aprobado entonces y las nuevas Instrucciones,
diferencias y hasta contradicciones notorias y graves.

Mientras en aquéllas se declaraba a la Banda Oriental sujeta a la Constitución que


emanara y resultara de la mayoría del Congreso de la Nación, o sea, que no
esperaba que la Asamblea dictara una Constitución hasta que no fuera integrada
por diputados de todas las llamadas Provincias Unidas en las Instrucciones de
condicionaba ese reconocimiento, con ofensa a las reglas más elementales a que
se sujetan los que integran congresos con espíritu democrático, al tipo de
Constitución que se dictara al artículo 2º los diputados orientales pasarían a
formar parte de la Asamblea con la condición de no admitir otro sistema que el
de la confederación. No se decía que estaban obligados a propiciar o defender el
sistema, sino a imponerlo. Es decir que, si las Instrucciones no emanaron del
Congreso de Las Tres Cruces, tampoco fueron directa consecuencia de lo en él
resuelto.

Fue Bauzá quien lanzó la idea de que habían sido rescatadas por el Pbro.
Larrañaga, pero en aquel entonces éste se encontraba en Buenos Aires, y sus
ideas diferían de las concretadas en el documento. En el estado actual de las
investigaciones no cabe otra suposición que considerarlas acto personal de
Artigas, quien procuró disimilarlo haciendo que parecieran consecuencias de
actos espontáneos de los cabildos electores.

La maniobra aparece clara. Prescinde en el acto de reconocimiento de la


Asamblea de las condiciones estipuladas en Las Tres Cruces, con lo cual evita un
debate antes de tiempo, que no era inteligente provocar; y llevando sus ideas a
sus expresiones más extremistas, busca la forma de que parezcan expresión
espontánea de la voluntad incontrolable del pueblo, para ser expuestas por los
diputados orientales que formaran parte de la Asamblea, en el seno de la misma.

Tiene al respecto singular importancia una carta de 30 de junio de 1813, dirigida


a José León Pérez, dada a conocer por Favaro, en la que Artigas dice:

“No crea Vd. que los pueblos ignoran cuáles son sus respectivos diputados. Ellos
han pasado respectivamente a cada uno sus... instrucciones”.

Lo que no era verdad. Artigas dispuso que tales instrucciones le fueran enviadas a
él, para entregarlas él a los diputados. Pérez había sido uno de los miembros del
Congreso de Las Tres Cruces, y como se advierte, dudaba del conocimiento que
los pueblos podían tener de sus diputados, y Artigas te aseguraba que las
Instrucciones eran fruto de las resoluciones de los pueblos, sin aludir a
vinculaciones de aquéllas con las aprobadas en dicho Congreso. Favaro vio estos
hechos, y destacó que Pérez había sido

“el primero en suscribir el acta del cinco de abril y por consiguiente debía estar
plenamente enterado de lo pertinente a las instrucciones, en el caso de haber
emanado de aquella congregación”.

La demostración de que los cabildos recibieron las llamadas “Instrucciones del


año XIII”, y que la libertad de opinión prometida la debieron valorar muy precaria
viviendo bajo el dominio de las partidas artiguistas, la dejó el Cabildo de Santo
Domingo Soriano en una acto que no deja de tener ribete humorístico. En tas
Instrucciones enviadas por Artigas se incluía un artículo tercero que decía:
“Promoverá la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable”. El
Cabildo, ya que no era el caso de ponerse mal con el caudillo, incluyó ese artículo
en sus instrucciones, pero los alcances imaginables de lo que entendieron al
respecto no debió ser muy grande, pues a continuación agregaron por su cuenta
un artículo cuarto que decía así:

“No admitirá otra Religión que Ia Católica que profesamos” (sic).

El original de las “Instrucciones del año XIII” fue sustraído del Archivo General de
la Nación, de Montevideo, pero se conoce su texto porque alcanzó a ser copiado
por Clemente Fregeiro, de una versión certificada con la firma de Artigas. Se
conocen tres versiones más que difieren de ésta en algunos detalles.
Evolución y contenido de la ideología artiguista
Artigas no fue un pensador político, ni un jurista, ni un intelectual, sino un
hombre de acción, y, esencialmente, un caudillo de cultura simple, pero de
voluntad recia. Tal característica hizo que fuera dominado más por sus pasiones
que por su razón, y que la consecuencia de sus empeños diera en una solución,
impuesta desde el exterior, que nunca había buscado. Resultado lógico de una
capacidad cuya formación, como lo destaca Eugenio Petit Muñoz, no le permitió

“sino buscar lo grueso y esencial de las ideas que le bastaran para conducirse en
la acción”.

Artigas entró en la lucha en favor del bando criollo bajo el propósito inicial de
defender la integridad americana y los derechos, de Fernando VII, motivación que
se dejó de lado cuando los hechos se encargaron de ofrecer motivos nuevos, cuyo
sentido se esclareció como saldo de la reacción contra resistencias severas e
injustificadas.

“Los polos de la lucha, encamados en los bandos enemigos –dice Petit Muñoz– se
enconan y se hieren cada vez más a fondo, alejándose, por consiguiente, cada
vez más de su punto de partida”.

En la proclama de Mercedes (11 de abril de 1811) Artigas dijo sus primeras


palabras de incitación para que los orientales se levantaran en solidaridad, y bajo
el gobierno de la Junta de Buenos Aires, para afianzar la causa de su instalación.
¿Cuál era esa causa? En términos inequívocos, Artigas, en 21 de abril de 1811
informó a la Junta sobre sus primeras diligencias para atraerse a los vecinos más
caracterizados de la campaña oriental,

“instruyéndolos del verdadero y sano objeto de esa Excma. Junta y del interés
que toman sus sabias disposiciones, en mantener estos preciosos Dominios de
nuestro infortunado rey, y restablecer a los Pueblos la tranquilidad usurpada por
los ambiciosos mandones que los oprimen...”.

Artigas expresa fe en su labor y afirma que la Junta puede descansar en la


confianza de que

“estas Legiones Patrióticas... sabrán romper las cadenas de su esclavitud y


asegurar la felicidad de la Patria”.

¿Qué sentido tiene la voz Patria en aquellos momentos? En la proclama de


Mercedes se Io establece al decir: “...los americanos del sur están dispuestos a
defender su patria”, y en esa tarea los “compatriotas de la Banda Oriental del Río
de la Plata” tenían una labor a realizar en “nuestro suelo”. Claro está, y lo hemos
repetido innumeras veces, que el fidelismo revolucionario, como dijera Artigas en
10 de mayo de 1811, respondiendo a un intento de Vigodet de recuperarlo para su
causa, tenía otras proyecciones,
“y si algún día los americanos del sur nos vimos reducidos al abatimiento, hoy
estamos resueltos a hacer valer los derechos que los tiranos mandones nos tenían
usurpados”.

¿Cuáles eran esos derechos usurpados por los mandones? Los vinculados a asegurar
la libertad civil, más propiamente, lo que podría denominarse autonomía de los
pueblos dentro de la monarquía. Nada más torpe que asignar a los vocablos Patria
y Patriótico, entonces tan en boga, un sentido nacionalista afín a la actual
división en naciones del continente americano, y suponer que cuando Artigas
hablaba de patria se refería al Uruguay actual o que cuando lo hacia Moreno se
refería a la actual Argentina.

La denominación “patriotas” expresó la adhesión a una causa común que no era


otra que preservar a América de la subyugación bonapartista y asegurar su
integridad al rey Fernando VII. Artigas llamó a la acción “patriótica” a todos los
que querían sumarse a ella, y especialmente a los hijos de su “país”, o sea, la
Banda Oriental, pues eran los que conocía y con los que quería luchar a las
órdenes de Belgrano y formando parte de su ejército de patriotas.

No eran patriotas a los orientales que no pensasen como él y lo eran los españoles
que con él estaban de acuerdo. Después de su triunfo en Las Piedras escribe a
Elio insistiendo en la necesidad de la unión de los españoles europeos y
americanos, reconviniéndolo para que considere

“los padecimientos que causa la discordia entre hermanos, que por naturaleza y
derecho deben estar unidos”.

En la oportunidad, también se dirigió al cabildo de Montevideo, insistiendo en que


la causa de Buenos Aires no era otra que

“la de nuestro augusto monarca el Sr. D. Femando VII y la conservación de estos


preciosos dominios, de que es una parte ese pueblo y que solo vanas
preocupaciones han podido separarle de su verdadero interés...”.

Cuando en 10 de febrero de 1811 la Junta Grande creó las Juntas provinciales, no


hay indicios de que Artigas considerara que la Banda Oriental debía verse
favorecida con la precaria autonomía que el nuevo sistema permitía, y es que la
diferenciación del pensamiento de Artigas dentro de la Revolución de Mayo
comenzó, como lo sindica Petit Muñoz, con el éxodo del pueblo oriental
provocado por el armisticio de octubre de dicho año, al traducirse en una cesión
de la Banda Oriental al Virrey Elío. Artigas y las huestes que le siguieron tenían
derecho a sentirse humillados, y en las jornadas de aquellos días luctuosos, es
posible que encontraran un ejemplo a seguir en la conducta del Paraguay.

En un alto de la marcha hacia el Ayuí, desde el cuartel general del Dayman, el 7


de diciembre, Artigas se dirigió a la Junta Grande de Asunción y planteó el
problema, de un gobierno inmediato para la Banda Oriental, dando paso a un
ideario federalista que, por otra parte, estaba implícito en la doctrina política
que la Junta de Mayo utilizó para justificarse, apoyándose en el ejemplo dado por
la propia España con sus Juntas de gobierno a nombre del monarca cautivo.
Artigas dijo en dicha nota:

“Cuando las revoluciones políticas han reanimado una vez los espíritus abatidos
por el poder arbitrario, corrido ya el velo del error, se ha mirado con tanto horror
y odio el esclavaje y humillación que antes les oprimía, que nada parece
demasiado para evitar una retrogradación de la hermosa senda de la libertad.
Como temerosos los ciudadanos de que la maligna intriga les sume de nuevo bajo
la tiranía, aspiran generalmente a concentrar la fuerza y la razón en un
GOBIERNO INMEDIATO que pueda con menos dificultad conservar sus derechos
ilesos, y conciliar su seguridad con sus progresos. Así comúnmente se ha visto
dividirse en menores estados un cuerpo disforme a quien un cetro de fierro ha
tiranizado. Pero la sabia naturaleza parece que ha señalado para entonces los
límites de las sociedades y de sus relaciones; y siendo tan declaradas las que en
todos respectos ligan a la Banda Oriental del Río de la Plata con esa provincia, yo
creo que por una consecuencia del pulso y madurez de ella con su sabio sistema,
habrá de conocer la recíproca conveniencia e interés de estrechar nuestra
comunicación y relaciones del modo que exijan las circunstancias al estado”.

Frente al armisticio, el dolor y el desengaño de tos orientales se expresó en una


sucesión de actos de singular significación; tal designar a Artigas su general en
jefe y seguir tras él con la energía heroica que tradujo una voluntad de afirmar
derechos inherentes a su condición de nativos de aquella tierra que se veían
obligados a abandonar. El pensamiento de Artigas en su nota al Paraguay señaló la
idea de crear un sistema general de los americanos cuya primera etapa fuera la
erección de un gobierno inmediato para cada una de las porciones del continente
señaladas por la sabia naturaleza; y que ya entonces estimó a la Banda Oriental
una de ellas, se advierte al llamar auxiliar al gobierno de Buenos Aires. Actitud
que fue consecuencia lógica de la antinomia doctrinaria creada por la Revolución
de Mayo, en cuanto mantuvo la armazón centralista a la par que proclamaba el
derecho de los pueblos a reasumir en si la soberanía acéfala por la falta del rey.

Si esta realidad tardó en manifestarse, se debió a que no pudo serlo antes de que
surgieran motivos especiales, aspiraciones particulares cuya defensa permitió que
afloraran los factores naturales disgregantes que constituían el mal interno del
antiguo virreinato del Río de la Plata, por lo mismo que su organización era
demasiado reciente para que hubiera logrado fundir los localismos dentro de un
sentido regional que abarcara toda su extensión geográfica. Es exacto el juicio de
Zorraquín Becú al señalar como demasiado breve la supremacía de Buenos Aires
para que el centralismo virreinal echara raíces en las costumbres, de manera que

“su elevación al rango de capital no consiguió sofocar un antagonismo latente


exacerbado con esta misma hegemonía; y la enemistad incubada durante la
colonia estalló violentamente cuando Buenos Aires pretendió ejercitar fuera de
las normas establecidas la superioridad que había conquistado a través de los
siglos”.
La Banda Oriental era una zona de sociabilidad coherente, fuente de un sentido
regional favorable a un aislamiento fomentado por un peculiar tipo de economía
rural. Constituía la porción del virreinato menos vinculada a los elementos
tradicionales forjados en el curso de la historia del período hispano. La índole de
los primeros pobladores europeos de la campaña, como de la inmigración
posterior que, la pobló con hijos de provincias españolas de destacadas
tradiciones morales, fortalecieron, sobre todo en Montevideo, celos contra
Buenos Aires, los que desde 1806 luchaban abiertamente para constituir una
gobernación-intendencia con la región oriental del Plata.

Tales factores se expresaron en la oposición de Montevideo a la Junta de Mayo,


pero por eso mismo, y porque en tal conducta predominaban los europeos
apoyando a funcionarios que no gozaban de simpatías en la campaña, los hombres
de ésta, auténticamente orientales, entraron en la lucha apoyando a Buenos
Aires, cuyos gobiernos no comprendieron la dualidad circunstancial que los
hechos determinaban.

Fueron las dolorosas jornadas del éxodo las que provocaron que los orientales se
vieran rebajados a la condición de entenados con lo que surgió la necesidad de
pensar en el propio destino. Artigas sabía que desaparecido el rey la soberanía
revertía sobre los pueblos; advirtió en consecuencia, que el gobierno de Buenos
Aires no lo tenía en cuenta sino como un factor al servicio de su política, cuyos
verdaderos propósitos eran muy difíciles de esclarecer.

Los acontecimientos que había vivido, los hombres que había tratado, los
gobiernos que se habían sucedido, cuyas indecisiones, cambios de hombres e
ideas, mostraba al país juguete de facciones dentro de una falta de decisión para
dar a la Revolución un sentido concreto hacia los fines que los hechos ya
imponían, herido en su dignidad, como debía sentirse, constituyeron factores
suficientes para nutrir en él su intima vocación de caudillo. Tenía ante sí el
ejemplo paraguayo, de manera que la idea de una unidad de pueblos que, en el
curso de los sucesos de 1810 en adelante habían pasado a la categoría de
provincias integrantes de una nación potencial, pudo determinar la vigencia de
los elementos humanos y naturales que aislaban a la Banda Oriental de la
jurisdicción bonaerense, y acordaban a Montevideo iguales derechos a ser cabeza
de una provincia como cualquiera otra de las ciudades a las que se reconoció tal
jerarquía.

Surge entonces en Artigas un sentimiento localista que se podría denominar


municipal, tendiente a una organización de su país en una entidad administrativa
desligada de Buenos Aires, como verdadera provincia. La torpeza del Primer
Triunvirato al destacar a Sarratea con la misión de sofocar lo que se valoró con
acierto como atisbos federalistas, y la impolítica actuación que cupo a tal
enviado, tenían que determinar en Artigas formulaciones cada vez más
extremistas, que fue lo que ocurrió.

La tendencia unificadora de Buenos Aires era una postura legítima, fecunda, de


perspectivas creadoras de una gran nación, pero puesta en manos de mediocres
gestores, poco tardó en confundirse unificar con someter, sin que para hacerlo se
obedeciera a intenciones trascendentales, capaces de dinamizar el sentimiento
popular. Si en Mayo de 1810 cada ciudad americana, a titulo de que dado el
cautiverio del rey los pueblos tenían derecho a organizar su gobierno, hubiera
procedido a hacerlo, nada habría ocurrido en el continente sino se hubiera
chocado con la oposición que, desde el primer momento, encontraron los
hombres de Buenos Aires y de Caracas.

Fue esa oposición la que provocó la guerra, y la guerra la que señaló la necesidad
de mancomunar la acción en un gran esfuerzo común que requería, a su vez, un
gobierno central presidiendo dicha unidad de acción en cada una de divisiones
administrativas en que se dividía el Imperio de España en América. Si contra
Napoleón la fuerza de España fueron los pronunciamientos populares, su debilidad
fue la falta de unidad de acción, determinada por la proliferación juntista.

Mas, a pesar de ello, España se encontró con la presencia del extranjero invasor
sobre la tierra común, lo que fue suficiente para fortalecer la necesidad de la
unión. Ese elemento faltó en América, y faltó además un núcleo de hombres
capaces de forjar una gran consigna unificadora, al punto que se siguió luchando
con las mismas banderas que enarbolaba el enemigo. Faltó lo esencial para
aglutinar a las multitudes bajo la dirección centralista de Buenos Aires, o sea,
motivaciones claras y valientemente declaradas.

El armisticio con Elío bastaba para enfriar entusiasmos, pues de haber sido
extendido a todos los frentes habría resultado que cuanto había venido
ocurriendo no había tenido otra finalidad que esperar el regreso del rey para
someterse a su voluntad, pues se lo seguía suponiendo afecto a cambios
fundamentales en la administración de sus reinos. En La Gazeta de Buenos Aires
correspondiente a noviembre de 1810, Mariano Moreno había expuesto que el
mantenimiento de las unidades administrativas existentes era una necesidad a fin
de que pasaran a constituir

grandes provincias de un Imperio Español-Americano que abarcaría todo el


continente, dentro de una organización de tipo federal, regido por el monarca
entonces cautivo, o sus sucesores legítimos.

Cada uno de los virreinatos y gobernaciones integraría, como estado federal,


dicho Imperio. Pudo muy bien haber ocurrido así, y es posible que algún día
Hispanoamérica advierta que esa unidad responde a su verdadero destino. No
ocurrió entonces por la torpeza con que la burocracia dominante recibió los
pronunciamientos americanos y porque faltó el monarca, entonces único vinculo
efectivo para asentar tal unidad. Esa falta tenía que traducirse en una
atomización localista en cuanto los nuevos gobiernos no comprendieran la
realidad del problema político que creaban con su instalación.

Si los cabildos respondieron en 1810 reconociendo a la Junta Provisional


Gubernativa organizada en Buenos Aires se debió a que la autonomía municipal,
mantenida en el gobierno de los pueblos a pesar de los avances del absolutismo,
no aspiraba a cambios muy profundos. Pudo entonces fortalecerse un régimen de
unidad sin caer en un unitarismo ofensivo ni en un federalismo anarquizante.
Habría bastado respetar, ya que se respetaron las instituciones y las leyes, algo
que fue esencial en el régimen implantado por España en América, o sea, el
equilibrio afirmado en el respeto a los particularismos regionales para evitar el
fortalecimiento de los elementos disolventes de los regionalismos.

Pero ocurrió otra cosa. Los hombres de la Revolución habían sido educados dentro
de los conceptos políticos del absolutismo ilustrado. Su sentido de lo popular
respondía a un criterio netamente clasista, y ocurrió que después de 1810, los
pueblos se vieron sometidos a gobernantes que, dominados en muchos casos por
el torpe orgullo de un porteñismo estimado como un aval de suficiencia e
ilustración, contribuyeron con eficacia a desprestigiar hasta el nombre de Buenos
Aires. Se limitaron los fueros de las ciudades, se ofendieron usos y costumbres
como ocurre en toda revolución, cabe repetir sobre la de 1810 lo que se lee en la
Autobiografía de Domingo Matheu:

“Con el cambio todos tos bribones se afiliaron para buscar satisfacción a sus
apetitos”.

Y todo esto cuando para justificarlo se recurría a conceptos políticos que


restaban autoridad a los gobiernos neutrales que Buenos Aires creaba y deshacía
por su sola cuenta, mediante una autoextensión de la soberanía que ofendía los
derechos a regir sus propios destinos que se proclamaban inherentes a los
pueblos. Cuando en 1812 se consideró preciso fijar los fines de fa Revolución, el
ideal de una emancipación que diera paso a un nuevo Estado había ganado
adeptos, pero lo ideal chocaba con lo real, y lo real era que la independencia
imponía integrar una unidad que, a su vez, exigía un elemento espiritual
catalizador.

Lo único positivo hasta entonces era que se había cambiado de amo, y que el
nuevo se constituía con personajes que se sucedían como saldo de luchas de
facciones personalistas y, algunas veces, con ofensa a las ideas, las tradiciones,
los sentimientos y hasta el sentido de vida de tos pueblos del interior, unidos
entre si por un régimen administrativo y no por sentimientos espirituales de
nacionalidad.

Se quería la independencia en cuanto a los mandones de afuera, pero no para


caer bajo la férula de los mandones de Buenos Aires. Nadie había pensado
además, que las más avanzadas concepciones sobre la Revolución se tradujeran
en cambiar el ser del hombre del país. Realidad que se expresó en la lucha
posterior de federales y unitarios, la cual, más que choque de dos concepciones
políticas fue enfrentamiento de dos estilos de vida, en la que lo unitario apareció
ávido de plagio de formas extrañas al ser nacional y el federalismo como
encarnación de aquellos factores espirituales sin cuya vigencia no hay posibilidad
de afirmar ningún valor ético que refleje una autenticidad nacional.
Por eso, más que oposición al unitarismo, la federación fue oposición a los
unitarios; más que al sistema a los hombres; lo que explica que sólo el
federalismo pudiera expresarse por la acción de grandes caudillos populares, ya
que la historia de los pueblos demuestra que tales personajes surgen cuando el
desmoronamiento de las instituciones y de los instrumentos de vida política
empuja a los pueblos a depositar su confianza en personajes que encarnan sus
grandes ideas históricas y vitales.

La primera expresión doctrinaria de este proceso fue dada por el Cabildo de San
Salvador de Jujuy en las instrucciones a su diputado a la Asamblea del año XIII. En
ella se lee que la Constitución debía hacerse “sobre las bases firmes de una
perfecta igualdad política”, y con el objetivo preciso “de afianzar, no sólo la
libertad del Estado, sino la particular de los pueblos, unidos y los derechos
individuales de cada ciudadano”.

Tal declaración, hecha casi simultáneamente con la nota de Artigas a la Junta


Gubernativa del Paraguay, ofrece una diferencia con ésta, y es su sentido de
colaboración. Jujuy estaba en la frontera de guerra y sabía por consiguiente, que
la guerra sólo podía hacerse apoyada en la unidad. Para Artigas la guerra era una
circunstancia secundaria ante el problema político, en parte porque en él, el
resentimiento había entrado a dominarlo. Por otra parte, ya fuera directa o
indirectamente, había caído víctima de uno de los grandes peligros que muchas
veces han amenazado al país: los políticos que han leído un libro. Buena parte de
la tragedia política de 1810-1811 fue saldo de la lectura de El contrato social de
Rousseau, que mal digerida fructificó un delirante charlatanismo; también Artigas
tuvo su libro, y por no ser muchos los que conocía, lo transformó en su evangelio.

Su intento de condicionar el reconocimiento de la Asamblea, como más tarde la


articulación de las Instrucciones del año XIII, que ya dejaron de responder a un
cuño hispánico reveía una incomprensión de la realidad que se explica por las
interpolaciones doctrinarias de origen norteamericano que el documento
denuncia. Lo advirtió Bauzá, quien dijo que Artigas aspiraba a que en el Río de la
Plata se reprodujera el proceso histórico que habían recorrido los Estados ingleses
del norte de América para pasar de colonias independientes a Estados
confederados, y de éstos a un Estado federal. Héctor Miranda destaca que el
Sistema planteado por las Instrucciones tenía puntos de contacto con la antigua
confederación norteamericana; y Ariosto D. González señala que las Instrucciones

“revelan, más que una labor de síntesis y de adaptación de la doctrina


americana, el trabajo apresurado y oscuro de un copista que recorre aquí y allá,
los preceptos de estatutos diversos y contradictorios”.

El profesor Felipe Ferreiro sindicó la fuente de tales ideas, problema


definitivamente esclarecido por Eugenio Petit Muñoz, de cuyas investigaciones
surge de manera incuestionable que las consecuencias jurídicas del ideario de las
Instrucciones del año XIII provinieron de un par de páginas del célebre Common
sense de Thomas Paine, parcialmente incluidas bajo el título de Sentido común en
el libro La independencia de la Costa Firme justificada por Thomas Paine treinta
años ha. Extracto de sus obras traducidas del inglés al español por D. Manuel
García de Sena, obra publicada en Filadelfia en 1811, que incluía en su volumen
los Artículos de Confederación y Perpetua unión de los Estados que integraron la
Confederación Norteamericana. Ya en 1923 Carlos A. Aldao señaló ese origen a las
instrucciones de Artigas, quien además debió conocer: “La historia concisa de los
Estados Unidos”, también de Manuel García de Sena, editada en Filadelfia en
1812.

Lecturas hechas sin base, lo esencial no podía ser confundido, y así, Artigas no
pudo advertir que, en el derecho norteamericano, Confederación y Estado
Federal son conceptos incompatibles entre si: EI articulo 11º de las Instrucciones
del año XIII declaraba que la provincia Oriental retenía su soberanía, libertad e
independencia, elementos que ni jurídica ni históricamente había poseído; pues
ni siquiera había alcanzado a ser considerada provincia. Por otra parte, ya el
llamar provincia a la región oriental equivalía a aceptar su subordinación a una
capital, lo que no se avenía al concepto de confederación.

El conglomerado inicial de los Estados Unidos ni fue de provincias, sino dado por
la efectiva existencia de varios Estados, nacidos y mantenidos independientes, los
cuales, como medida previa para entenderse entre si, dada la necesidad de una
acción común, convinieron un pacto confederativo que fijó las facultades
delegadas por cada uno en un órgano común, etapa requerida para dirigir los
negocios comunes. Tal órgano careció de poderes legislativos tanto como de
derecho para sentirse con poderes ejecutivos, puesto que no constituyó un
gobierno supremo, ni fue expresión alguna de soberanía, la cual quedó en manos
de cada uno de los Estados confederados, sin perder el derecho de secesión. Fue
la Confederación, por consiguiente, el régimen propio de la primera etapa de un
propósito de organizar un gran Estado mediante la unión consciente de varios
otros Estados altamente diferenciados entre sí en el orden cultural, histórico y,
sobre todo religioso; o sea, para resolver un problema extraño a la realidad
rioplatense; el sistema que sólo se habría podido concebir como etapa previa para
la integración de unos Estados Unidos de la América del Sur, constituidos dentro
de un régimen federal.

Planteado para organizar las Provincias Unidas del Río de la Plata carecía de
sentido, puesto que se trataba de confederar regiones no profundamente
diferenciadas, que siempre habían actuado unidas, y cuyo drama no pasaba de ser
consecuencia de un localismo justamente ofendido por no encontrar en Buenos
Aires el mínimo de comprensión que los hechos posteriores a 1810 imponían, a los
fines de poder derivar los propósitos fidelistas de la Revolución hacia finalidades
nacionales, que nadie había previsto. Lo que explica que, en esencia, el
alzamiento adquiriera un sentido personalista en virtud del carácter prepotente
de la personalidad de su caudillo.

A través de las Instrucciones del año XIII se advierte que del fidelismo de 1811
Artigas había pasado al autonomismo municipal del Congreso de Las Tres Cruces
y, a pocos días de distancia, a la erección de la Banda Oriental como provincia
autónoma dentro de un régimen confederal. Fue una evolución que complicó la
lectura de Paine hasta el absurdo de no admitir otro medio de unión de las
llamadas Provincias Unidas del Río de la Plata que el de una Confederación,
después de declarar que ni por asomos se aspiraba a una separación nacional. Por
otra parte, el uso de las palabras revela incomprensión de lo que se trataba de
imitar.

Así, al referirse a algunos aspectos esenciales de la Constitución a dictarse, las


instrucciones no se ajustaban a una organización confederal, sino federal, sin
contar que al negar a los diputados de la provincia Oriental autorización para
aprobar una Constitución que no fuera para regir a una Confederación, de hecho
se renunciaba también a que tal Constitución fuera federal, a pesar de que las
Instrucciones, al referirse a la erección del Gobierno Superior de la Nación,
sostenían la división en tres poderes dentro de la forma republicana, o sea que la
Constitución no podía ser confederar sino federal; pues, para que ese Gobierno
Supremo o Superior fuera posible, las provincias tenían que dejar de ser
soberanas, y Artigas pretendía que la suya mantuviera su soberanía, libertad e
independencia.

Es posible que Artigas, entusiasmado con lo sucedido en los Estados Unidos, donde
el período de organización confederal estuvo vigente durante doce años, y recién
cuatro años después de hecha la paz, pasados los seis que duró la guerra por la
independencia, se diera la Constitución federal que la Argentina habría de plagiar
en 1852, pensara que el mismo proceso debía efectuarse en la extensión de las
Provincias Unidas del Río de la Plata; y así se lo ha supuesto, considerando su
actitud en 1814, con motivo de la actuación de la comisión Amaro- Candioti.

Expresó entonces ideas que lo apartaban de las Instrucciones del año anterior,
pues dijo que la etapa constitucional sobrevendría terminada la guerra de la
independencia, para refundir las soberanías provinciales en un Estado federal.
Planteo inaceptable, por la simplísima razón de que, las supuestas soberanías
provinciales que debían integrarse en Confederación para hacer la guerra, no
existían como tales, y que la realidad concordaba en que, sin una unidad regida
por un gobierno fuerte, el éxito era dudoso o, por lo menos, extendería los
términos de la lucha más de lo necesario. En las circunstancias de la hora, así
como la conducta paraguaya libró a su sector de todo sacrificio en favor de la
emancipación de América, la de Artigas se trocó en un factor anarquizante. Que
lo fuera como consecuencia de que la oligarquía que se había posesionado del
gobierno central hiciera actuar la unidad y la fortaleza gubernamental para
apoyar una política afín a sus intereses de clase, hasta llegar a comprometer la
independencia, cuando lograrla era la única solución viable, no se puede negar.
Ello basta para explicar a Artigas, pero no para justificarlo. Y es que en él, llegó
un momento en que a la injustificación doctrinaria de su posición, unió el odio a
Buenos Aires, y el odio nunca es creador.

Nota: Que los Estados de la Confederación Norteamericana proclamaran la


libertad civil y religiosa respondió a una diversidad confesional activa. Hecha por
Artigas resulta un plagio por incomprensión. Se lo ha querido justificar como
expresión de tolerancia y hasta como una franca declaración de liberalismo, pero
el P. Cayetano Bruno muestra que se coloca en el mismo plano a la libertad civil
que a la religiosa. Por la primera se pedía la autonomía Provincial; es decir, un
gobierno propio, dependiente del Gobierno Supremo solamente en los negocios
generales del Estado (Art. 7º).

Por la segunda se pedía igualmente la autonomía en el régimen eclesiástico es


decir, no depender en las cuestiones religiosas del provisor eclesiástico de Buenos
Aires y de su Cabildo, por suponerlos manejados por la autoridad civil. Es decir
que Artigas reclamaba la misma autonomía religiosa que poco más tarde la
Asamblea sancionaría para la Iglesia del país respecto de la jerarquía de España.

En apoyo de su ajustada interpretación, el P. Bruno se refiere a un trabajo del


salesiano uruguayo, P. Ramón Montero y Brown, relacionado con las gestiones de
Artigas para lograr una jerarquía propia, libre en lo posible de Buenos Aires. Así,
en 1815 pidió al provisor porteño las facultades de Vicario general para decidir en
todas los casos para el P. Larrañaga. Y cuando en noviembre de ese año supo que
se habían retirado dichas facultades, escribió el veinticinco de dicho mes al
Cabildo de Montevideo:

“Acaso aquel Provisor (el de Buenos Aires) pretendía triunfar de la ignorancia


con sus excomuniones y fijar sobre esta base espiritual sus miras a lo temporal.
V. S. no ignora el influjo de los Curas y por este medio adelantó Buenos Aires
para entronizar su despotismo; ya demás para fomentar sus fondos con las rentas
eclesiásticas que debía recibir de estos pueblos con notables detrimentos de ellos
mismos”.

A continuación Artigas dispuso que fueran devueltos seis curas a Buenos Aires,
que habían sido enviados por el provisor, y terminó el oficio diciendo: Reencargo
a V. S. la ejecución de esta medida, que creo necesaria PARA ASEGURCIR
NUESTRA LIBERTAD.

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