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01 - Sierra - Historia de La Argentina, 1810-1813
01 - Sierra - Historia de La Argentina, 1810-1813
Vicente SIERRA.
Historia de la Argentina, 1810-1813.
Buenos Aires, Edit. Científica Argentina, 1968, pp. 618-630.
“Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana.
Vosotros estáis en el pleno goce de vuestros derechos: ved ahí el fruto de mis
ansias y desvelos, y ved ahí también el premio de mi afán. Ahora en vosotros esta
el conservarla. Yo tengo la satisfacción honrosa de presentaros de nuevo mis
sacrificios y desvelos si gustáis hacerlo estable”.
El caudillo no podía ofrecer otra cosa que cenizas y ruinas, sangre y desolación,
que tal era el cuadro de la Banda Oriental, pero también “el precio costoso de su
regeneración” que le permitía decir: “Pero ella es Pueblo libre”.
Tres eran los puntos sobre las cuales debía, en su concepto, pronunciarse la
reunión, a saber:
“1º- Se dará una pública satisfacción a los Orientales por la conducta antiliberal
que han manifestado de ellos los señores Sarratea, Viana y demás expulsos. Y en
razón de que el General D. José Artigas y sus tropas han garantido la seguridad
de la Patria; especialmente en la campaña del año mil ochocientos once, contra
las agresiones de la Nación Portuguesa, serán declarados como verdaderos
defensores del sistema de libertad proclamado en América.
2º- No se desmembrará su fuerza de modo que se inutilice el proyecto de su
ocupación.
3º- Continuarán suministrándose de Buenos Aires los auxilios que sean posibles
para el fin del asedio.
4º- No se enviará a Buenos Aires otro Jefe para el Ejército Auxiliar de esta
Banda, ni se removerá el actual.
5º- Se devolverá el armamento perteneciente al regimiento de Blandengues que
han conducido los que marcharon acompañando a los expulsos.
6º- Será reconocida y garantida LA CONFEDERACIÓN ofensiva y defensiva de esta
Banda con el resto de las Provincias Unidas, renunciando cualquiera de ellas, la
subyugación a que se ha dado lugar por la conducta del anterior Gobierno.
7º- En consecuencia de dicha CONFEDERACIÓN se dejará a esta Banda en la plena
libertad que ha
adquirido como Provincia compuesta por Pueblos Libres; PERO QUEDA DESDE
AHORA SUJETA A LA CONSTITUCIÓN QUE EMANE Y RESULTE DEL SOBERANO
CONGRESO GENERAL DE LA NACION, y a sus disposiciones consiguientes, teniendo
por base la Libertad.
8º- En virtud de que en la Banda Oriental existen cinco Cabildos y veintitrés
pueblos, se ha acordado deban reunirse en la Asamblea General cinco Diputados,
cuyo nombramiento, según la espontánea voluntad de los pueblos, recayó en los
ciudadanos Dn. Dámaso Larrañaga y Dn. Mateo Vidal por la ciudad de
Montevideo; Dn. Dámaso Gómez Fonseca, por Maldonado y su jurisdicción; Dn.
Felipe Cardozo, por Canelones y su jurisdicción; Dn. Marco Salcedo, por San Juan
Bautista y San José; Dn. Francisco Bruno de Rivarola, por Santo Domingo Soriano
y pueblos de su jurisdicción”.
Por oficio de 7 de abril, Artigas comunicó a Tomás García de Zúñiga los resultados
de la reunión, y te adjuntó copia de la “oración”, como llamó a su discurso, y de
los puntos que establecían las condiciones bajo las que “se determinó y resolvió
el pueblo al reconocimiento de la Soberana Asamblea”. Por oficio fechado dos
días más tarde Rondeau comunicó al Triunvirato que el día anterior había tenido
efecto el reconocimiento de la Asamblea. En el acto formaron en línea las fuerzas
de Buenos Aires y a continuación el regimiento de Blandengues, con las divisiones
orientales. El primero en jurar fue Rondeau en la persona de Nicolás de Vedia y
de inmediato aquél tomó juramento a Artigas, “según la fórmula recibida de V.
E.”, es decir, del Triunvirato; sucesivamente fueron jurando los jefes del ejército
según su antigüedad; “incluyendo los de aquellas divisiones”, agrega Rondeau,
refiriéndose a las de Artigas.
Agregando el texto de los ocho puntos aprobados. El ejemplar de esta carta, que
se guarda en el Archivo General de la Nación (Buenos Aires), es una copia que
provino de la comunicación que Artigas hizo a Tomás García de Zúñiga (7 de
abril), informándole de lo acordado en Las Tres Cruces, en la que se lee: “En
consecuencia pasé al Sr. General la comunicación copia Nº 3”, que es el número
que tiene la de referencia. El día 9 de abril el general Rondeau comunicó al
gobierno el juramento prestado por las tropas sitiadoras en reconocimiento de la
Asamblea, dando detalles respecto al prestado por el coronel Artigas y las tropas
orientales, sin referirse a que, en la oportunidad, condicionara su juramento de
alguna manera.
Tampoco se conoce constancia alguna de que Rondeau recibiera la citada nota de
5 de abril y no puede admitirse que, de haberla recibido, la ocultara al
conocimiento de su gobierno. Es decir que, tal como lo señaló el historiador
uruguayo Ariosto D. González, no existe constancia alguna de que en el acto del
juramento se formularan reservas o condiciones, o sea, que las tales no fueron
formalizadas en la oportunidad que debieron serlo.
“general el entusiasmo y contento que mostraron, así las tropas como el Pueblo
espectador”,
Terminaba felicitando
¿Qué pudo haber ocurrido para que Artigas modificara su posición? Penetrar en el
fuero íntimo de los hombres facilitaría la labor historiográfica, pero se trata de
un predio librado al conocimiento de Dios. Sin embargo, y dentro de las
limitaciones metodológicas que aquejan a la historiografía, es posible inferir que,
efectivamente, en aquellos momentos Artigas cambió de plan, y que
consecuencia de ello, nacieron las conocidas en la historia con el título de
“Instrucciones del año XIII”, indisputablemente uno de los documentos políticos
que determinaron, por la acción de su autor, o sea, el propio Artigas, giros
dramáticos en la historia de las entonces llamadas Provincias Unidas del Río de la
Plata.
Es muy posible que esta elemental consideración primara que se advirtiera que lo
acordado en el Congreso de Las Tres Cruces era inaplicable, y que se procediera a
reconocer a la Asamblea prescindiendo de ello. Artigas hizo en cambio, otras
cosas, y, al parecer, por su sola cuenta, y fue someter la elección del diputado de
cada localidad al juicio del cabildo correspondiente, los cuales en todos los casos,
la aprobaron.
Para asistir a Congreso de Las Tres Cruces dicho Cabildo eligió a Miguel Bonifacio
Gadea, quien no pudo llegar a tiempo de ocupar su cargo, que pasó a ser ejercido
por Manuel Martínez de Haedo, designado a ese efecto por Artigas. Con fecha el
13 de abril, el caudillo dirigió un oficio al alcalde de primer voto de Santo
Domingo Soriano, que dice así:
“Quedo impuesto de oficio de V. data 8 del corriente en que me incluye copia del
acta en que el ciudadano D. Miguel Bonifacio Gadea fue electo diputado según mi
convocatoria del 21 del pasado. El llegó tarde, pero la falta se remedió y sufragó
por ese pueblo y su jurisdicción el ciudadano Manuel Martínez de Haedo,
nombrado para diputado de la Asamblea soberana al muy benemérito ciudadano
Dr. Francisco Bruno de Rivarola. Yo incluyo a V. la acta para que la haga archivar
ahí. V. hará que el pueblo firme y confirme, el citado nombramiento
manifestado en los adjuntos documentos; lo mismo verificarán en orden a las
inclusas instrucciones y oficios de remisión para el dicho diputado, lo cual me lo
remitirán aquí firmado para yo dirigirlo al mismo diputado. Todo eso bajo la
condición de que sea esa la voluntad de ese pueblo, que de lo contrario, nada
hay en el caso. Yo felicito a todos viéndolos representados. Ese es el honor más
grande de un pueblo libre”.
Fue Bauzá quien lanzó la idea de que habían sido rescatadas por el Pbro.
Larrañaga, pero en aquel entonces éste se encontraba en Buenos Aires, y sus
ideas diferían de las concretadas en el documento. En el estado actual de las
investigaciones no cabe otra suposición que considerarlas acto personal de
Artigas, quien procuró disimilarlo haciendo que parecieran consecuencias de
actos espontáneos de los cabildos electores.
“No crea Vd. que los pueblos ignoran cuáles son sus respectivos diputados. Ellos
han pasado respectivamente a cada uno sus... instrucciones”.
Lo que no era verdad. Artigas dispuso que tales instrucciones le fueran enviadas a
él, para entregarlas él a los diputados. Pérez había sido uno de los miembros del
Congreso de Las Tres Cruces, y como se advierte, dudaba del conocimiento que
los pueblos podían tener de sus diputados, y Artigas te aseguraba que las
Instrucciones eran fruto de las resoluciones de los pueblos, sin aludir a
vinculaciones de aquéllas con las aprobadas en dicho Congreso. Favaro vio estos
hechos, y destacó que Pérez había sido
“el primero en suscribir el acta del cinco de abril y por consiguiente debía estar
plenamente enterado de lo pertinente a las instrucciones, en el caso de haber
emanado de aquella congregación”.
El original de las “Instrucciones del año XIII” fue sustraído del Archivo General de
la Nación, de Montevideo, pero se conoce su texto porque alcanzó a ser copiado
por Clemente Fregeiro, de una versión certificada con la firma de Artigas. Se
conocen tres versiones más que difieren de ésta en algunos detalles.
Evolución y contenido de la ideología artiguista
Artigas no fue un pensador político, ni un jurista, ni un intelectual, sino un
hombre de acción, y, esencialmente, un caudillo de cultura simple, pero de
voluntad recia. Tal característica hizo que fuera dominado más por sus pasiones
que por su razón, y que la consecuencia de sus empeños diera en una solución,
impuesta desde el exterior, que nunca había buscado. Resultado lógico de una
capacidad cuya formación, como lo destaca Eugenio Petit Muñoz, no le permitió
“sino buscar lo grueso y esencial de las ideas que le bastaran para conducirse en
la acción”.
Artigas entró en la lucha en favor del bando criollo bajo el propósito inicial de
defender la integridad americana y los derechos, de Fernando VII, motivación que
se dejó de lado cuando los hechos se encargaron de ofrecer motivos nuevos, cuyo
sentido se esclareció como saldo de la reacción contra resistencias severas e
injustificadas.
“Los polos de la lucha, encamados en los bandos enemigos –dice Petit Muñoz– se
enconan y se hieren cada vez más a fondo, alejándose, por consiguiente, cada
vez más de su punto de partida”.
“instruyéndolos del verdadero y sano objeto de esa Excma. Junta y del interés
que toman sus sabias disposiciones, en mantener estos preciosos Dominios de
nuestro infortunado rey, y restablecer a los Pueblos la tranquilidad usurpada por
los ambiciosos mandones que los oprimen...”.
¿Cuáles eran esos derechos usurpados por los mandones? Los vinculados a asegurar
la libertad civil, más propiamente, lo que podría denominarse autonomía de los
pueblos dentro de la monarquía. Nada más torpe que asignar a los vocablos Patria
y Patriótico, entonces tan en boga, un sentido nacionalista afín a la actual
división en naciones del continente americano, y suponer que cuando Artigas
hablaba de patria se refería al Uruguay actual o que cuando lo hacia Moreno se
refería a la actual Argentina.
No eran patriotas a los orientales que no pensasen como él y lo eran los españoles
que con él estaban de acuerdo. Después de su triunfo en Las Piedras escribe a
Elio insistiendo en la necesidad de la unión de los españoles europeos y
americanos, reconviniéndolo para que considere
“los padecimientos que causa la discordia entre hermanos, que por naturaleza y
derecho deben estar unidos”.
“Cuando las revoluciones políticas han reanimado una vez los espíritus abatidos
por el poder arbitrario, corrido ya el velo del error, se ha mirado con tanto horror
y odio el esclavaje y humillación que antes les oprimía, que nada parece
demasiado para evitar una retrogradación de la hermosa senda de la libertad.
Como temerosos los ciudadanos de que la maligna intriga les sume de nuevo bajo
la tiranía, aspiran generalmente a concentrar la fuerza y la razón en un
GOBIERNO INMEDIATO que pueda con menos dificultad conservar sus derechos
ilesos, y conciliar su seguridad con sus progresos. Así comúnmente se ha visto
dividirse en menores estados un cuerpo disforme a quien un cetro de fierro ha
tiranizado. Pero la sabia naturaleza parece que ha señalado para entonces los
límites de las sociedades y de sus relaciones; y siendo tan declaradas las que en
todos respectos ligan a la Banda Oriental del Río de la Plata con esa provincia, yo
creo que por una consecuencia del pulso y madurez de ella con su sabio sistema,
habrá de conocer la recíproca conveniencia e interés de estrechar nuestra
comunicación y relaciones del modo que exijan las circunstancias al estado”.
Si esta realidad tardó en manifestarse, se debió a que no pudo serlo antes de que
surgieran motivos especiales, aspiraciones particulares cuya defensa permitió que
afloraran los factores naturales disgregantes que constituían el mal interno del
antiguo virreinato del Río de la Plata, por lo mismo que su organización era
demasiado reciente para que hubiera logrado fundir los localismos dentro de un
sentido regional que abarcara toda su extensión geográfica. Es exacto el juicio de
Zorraquín Becú al señalar como demasiado breve la supremacía de Buenos Aires
para que el centralismo virreinal echara raíces en las costumbres, de manera que
Fueron las dolorosas jornadas del éxodo las que provocaron que los orientales se
vieran rebajados a la condición de entenados con lo que surgió la necesidad de
pensar en el propio destino. Artigas sabía que desaparecido el rey la soberanía
revertía sobre los pueblos; advirtió en consecuencia, que el gobierno de Buenos
Aires no lo tenía en cuenta sino como un factor al servicio de su política, cuyos
verdaderos propósitos eran muy difíciles de esclarecer.
Los acontecimientos que había vivido, los hombres que había tratado, los
gobiernos que se habían sucedido, cuyas indecisiones, cambios de hombres e
ideas, mostraba al país juguete de facciones dentro de una falta de decisión para
dar a la Revolución un sentido concreto hacia los fines que los hechos ya
imponían, herido en su dignidad, como debía sentirse, constituyeron factores
suficientes para nutrir en él su intima vocación de caudillo. Tenía ante sí el
ejemplo paraguayo, de manera que la idea de una unidad de pueblos que, en el
curso de los sucesos de 1810 en adelante habían pasado a la categoría de
provincias integrantes de una nación potencial, pudo determinar la vigencia de
los elementos humanos y naturales que aislaban a la Banda Oriental de la
jurisdicción bonaerense, y acordaban a Montevideo iguales derechos a ser cabeza
de una provincia como cualquiera otra de las ciudades a las que se reconoció tal
jerarquía.
Fue esa oposición la que provocó la guerra, y la guerra la que señaló la necesidad
de mancomunar la acción en un gran esfuerzo común que requería, a su vez, un
gobierno central presidiendo dicha unidad de acción en cada una de divisiones
administrativas en que se dividía el Imperio de España en América. Si contra
Napoleón la fuerza de España fueron los pronunciamientos populares, su debilidad
fue la falta de unidad de acción, determinada por la proliferación juntista.
Mas, a pesar de ello, España se encontró con la presencia del extranjero invasor
sobre la tierra común, lo que fue suficiente para fortalecer la necesidad de la
unión. Ese elemento faltó en América, y faltó además un núcleo de hombres
capaces de forjar una gran consigna unificadora, al punto que se siguió luchando
con las mismas banderas que enarbolaba el enemigo. Faltó lo esencial para
aglutinar a las multitudes bajo la dirección centralista de Buenos Aires, o sea,
motivaciones claras y valientemente declaradas.
El armisticio con Elío bastaba para enfriar entusiasmos, pues de haber sido
extendido a todos los frentes habría resultado que cuanto había venido
ocurriendo no había tenido otra finalidad que esperar el regreso del rey para
someterse a su voluntad, pues se lo seguía suponiendo afecto a cambios
fundamentales en la administración de sus reinos. En La Gazeta de Buenos Aires
correspondiente a noviembre de 1810, Mariano Moreno había expuesto que el
mantenimiento de las unidades administrativas existentes era una necesidad a fin
de que pasaran a constituir
Pero ocurrió otra cosa. Los hombres de la Revolución habían sido educados dentro
de los conceptos políticos del absolutismo ilustrado. Su sentido de lo popular
respondía a un criterio netamente clasista, y ocurrió que después de 1810, los
pueblos se vieron sometidos a gobernantes que, dominados en muchos casos por
el torpe orgullo de un porteñismo estimado como un aval de suficiencia e
ilustración, contribuyeron con eficacia a desprestigiar hasta el nombre de Buenos
Aires. Se limitaron los fueros de las ciudades, se ofendieron usos y costumbres
como ocurre en toda revolución, cabe repetir sobre la de 1810 lo que se lee en la
Autobiografía de Domingo Matheu:
“Con el cambio todos tos bribones se afiliaron para buscar satisfacción a sus
apetitos”.
Lo único positivo hasta entonces era que se había cambiado de amo, y que el
nuevo se constituía con personajes que se sucedían como saldo de luchas de
facciones personalistas y, algunas veces, con ofensa a las ideas, las tradiciones,
los sentimientos y hasta el sentido de vida de tos pueblos del interior, unidos
entre si por un régimen administrativo y no por sentimientos espirituales de
nacionalidad.
La primera expresión doctrinaria de este proceso fue dada por el Cabildo de San
Salvador de Jujuy en las instrucciones a su diputado a la Asamblea del año XIII. En
ella se lee que la Constitución debía hacerse “sobre las bases firmes de una
perfecta igualdad política”, y con el objetivo preciso “de afianzar, no sólo la
libertad del Estado, sino la particular de los pueblos, unidos y los derechos
individuales de cada ciudadano”.
Lecturas hechas sin base, lo esencial no podía ser confundido, y así, Artigas no
pudo advertir que, en el derecho norteamericano, Confederación y Estado
Federal son conceptos incompatibles entre si: EI articulo 11º de las Instrucciones
del año XIII declaraba que la provincia Oriental retenía su soberanía, libertad e
independencia, elementos que ni jurídica ni históricamente había poseído; pues
ni siquiera había alcanzado a ser considerada provincia. Por otra parte, ya el
llamar provincia a la región oriental equivalía a aceptar su subordinación a una
capital, lo que no se avenía al concepto de confederación.
El conglomerado inicial de los Estados Unidos ni fue de provincias, sino dado por
la efectiva existencia de varios Estados, nacidos y mantenidos independientes, los
cuales, como medida previa para entenderse entre si, dada la necesidad de una
acción común, convinieron un pacto confederativo que fijó las facultades
delegadas por cada uno en un órgano común, etapa requerida para dirigir los
negocios comunes. Tal órgano careció de poderes legislativos tanto como de
derecho para sentirse con poderes ejecutivos, puesto que no constituyó un
gobierno supremo, ni fue expresión alguna de soberanía, la cual quedó en manos
de cada uno de los Estados confederados, sin perder el derecho de secesión. Fue
la Confederación, por consiguiente, el régimen propio de la primera etapa de un
propósito de organizar un gran Estado mediante la unión consciente de varios
otros Estados altamente diferenciados entre sí en el orden cultural, histórico y,
sobre todo religioso; o sea, para resolver un problema extraño a la realidad
rioplatense; el sistema que sólo se habría podido concebir como etapa previa para
la integración de unos Estados Unidos de la América del Sur, constituidos dentro
de un régimen federal.
Planteado para organizar las Provincias Unidas del Río de la Plata carecía de
sentido, puesto que se trataba de confederar regiones no profundamente
diferenciadas, que siempre habían actuado unidas, y cuyo drama no pasaba de ser
consecuencia de un localismo justamente ofendido por no encontrar en Buenos
Aires el mínimo de comprensión que los hechos posteriores a 1810 imponían, a los
fines de poder derivar los propósitos fidelistas de la Revolución hacia finalidades
nacionales, que nadie había previsto. Lo que explica que, en esencia, el
alzamiento adquiriera un sentido personalista en virtud del carácter prepotente
de la personalidad de su caudillo.
A través de las Instrucciones del año XIII se advierte que del fidelismo de 1811
Artigas había pasado al autonomismo municipal del Congreso de Las Tres Cruces
y, a pocos días de distancia, a la erección de la Banda Oriental como provincia
autónoma dentro de un régimen confederal. Fue una evolución que complicó la
lectura de Paine hasta el absurdo de no admitir otro medio de unión de las
llamadas Provincias Unidas del Río de la Plata que el de una Confederación,
después de declarar que ni por asomos se aspiraba a una separación nacional. Por
otra parte, el uso de las palabras revela incomprensión de lo que se trataba de
imitar.
Es posible que Artigas, entusiasmado con lo sucedido en los Estados Unidos, donde
el período de organización confederal estuvo vigente durante doce años, y recién
cuatro años después de hecha la paz, pasados los seis que duró la guerra por la
independencia, se diera la Constitución federal que la Argentina habría de plagiar
en 1852, pensara que el mismo proceso debía efectuarse en la extensión de las
Provincias Unidas del Río de la Plata; y así se lo ha supuesto, considerando su
actitud en 1814, con motivo de la actuación de la comisión Amaro- Candioti.
Expresó entonces ideas que lo apartaban de las Instrucciones del año anterior,
pues dijo que la etapa constitucional sobrevendría terminada la guerra de la
independencia, para refundir las soberanías provinciales en un Estado federal.
Planteo inaceptable, por la simplísima razón de que, las supuestas soberanías
provinciales que debían integrarse en Confederación para hacer la guerra, no
existían como tales, y que la realidad concordaba en que, sin una unidad regida
por un gobierno fuerte, el éxito era dudoso o, por lo menos, extendería los
términos de la lucha más de lo necesario. En las circunstancias de la hora, así
como la conducta paraguaya libró a su sector de todo sacrificio en favor de la
emancipación de América, la de Artigas se trocó en un factor anarquizante. Que
lo fuera como consecuencia de que la oligarquía que se había posesionado del
gobierno central hiciera actuar la unidad y la fortaleza gubernamental para
apoyar una política afín a sus intereses de clase, hasta llegar a comprometer la
independencia, cuando lograrla era la única solución viable, no se puede negar.
Ello basta para explicar a Artigas, pero no para justificarlo. Y es que en él, llegó
un momento en que a la injustificación doctrinaria de su posición, unió el odio a
Buenos Aires, y el odio nunca es creador.
A continuación Artigas dispuso que fueran devueltos seis curas a Buenos Aires,
que habían sido enviados por el provisor, y terminó el oficio diciendo: Reencargo
a V. S. la ejecución de esta medida, que creo necesaria PARA ASEGURCIR
NUESTRA LIBERTAD.
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