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La novela intrahistórica

Por Judith García (Apuntes)

La historia no es solo patrimonio de los grandes señores que gobiernan o de los generales que
cambian el mundo en mapas estratégicos sobre una mesa para enviar a la muerte o a la victoria a
millares de personas (…) La historia quiere ser también de los sin – nombre, pertenecer a los
Otros…
Luz Marina Rivas

Rivas hace un recorrido por lo que se ha concebido como novela histórica. Resalta que el interés del
discurso literario por capturar la historia ha estado desde sus inicios. En este proceso, Rivas indaga
sobre lo que es histórico, concluyendo que históricos son “aquellos elementos del pasado cuya
trascendencia ha sido o es visualizada por los discursos historiográficos conocidos…” (pág. 33). A
partir de esto, establece semejanzas y diferencias entre el discurso historiográfico y el discurso
novelesco que de alguna forma se apropian de lo histórico, citando a White para concluir que lo
común entre estos discursos es la narratividad. Rivas resalta que la literatura histórica toma como
referente la historia para reelaborarla desde la sensibilidad poética o desde la ficción, aclarando que
la Novela clásica recrea fidedignamente la historia, mientras que la nueva novela histórica se
preocupa más por “restituir a la historia hechos borrados por la historia oficial” (pág. 39), esta
NNH reinterpreta, recrea, y reinventa el pasado. También Rivas afirma que la novela histórica
puede presentarse como textos testimoniales, biográficos, autobiográficos (pág. 53); en este sentido,
surge en mí una pregunta: ¿puede considerarse entonces, dentro de esta definición, la obra “el
olvido que seremos” de Héctor Abad Faciolince como Novela histórica? Siendo esta una
autobiografía pero con un contexto histórico bastante marcado en la obra: una Colombia violenta,
persecuciones políticas y asesinatos de líderes sociales como lo fue el padre del autor.

Para continuar con las ideas planteadas por Rivas en el texto, es necesario señalar que la autora hace
un recorrido por la novela intrahistórica que según ella es un tipo de novela histórica, que se
caracteriza por presentar la historia desde personajes anónimos, sin nombre, en sus términos: “la
novela intrahistórica como la narración ficcional de la historia desde la perspectiva de los
subalternos sociales (…)” (pág. 87), es decir, una visión de la historia desde los márgenes del
poder, con un componente emotivo, en búsqueda de la identidad individual y colectiva. Por último,
Rivas enuncia cuatro características fundamentales de lo que es la novela intrahistórica señalando
que no deben aparecer necesariamente en su totalidad en las novelas. Estas son: Construcción de
personajes ficcionales subalternos, apropiación de los géneros de la intimidad y de los márgenes,
apropiación de lenguajes y formas de cultura popular, y la metahistoria.

Según Rivas, la contrahistoria o antihistoria, propuesta por Augusto Roa Bastos, se transformó en lo
que ella denomina Intrahistoria que en últimas transgrede la historia oficial. Por ende, me pregunto
si ¿esta nueva forma de hacer novela histórica puede considerarse como una manifestación de
contracultura?

Por último, debo señalar que la autora retoma la idea de escape que se dio por Seymour Menton,
quien afirma en La Nueva Novela Histórica de la América Latina 1979-1992 que “los autores de la
NNH pueden estar escapando de la realidad o buscando en la historia un rayito de esperanza para
sobrevivir” (Pág. 52); así Rivas afirma que en América Latina frente a la perdida de utopías (…)
queda mirar hacia atrás en busca de necesarias redefiniciones de la identidad en esas épocas en la
que había sueños de una gran patria latinoamericana (pág. 98).

Brevísima relación de la destrucción de las Indias


Fray Bartolomé de las Casas

Este es un texto histórico puesto que tiene la intención de narrar los sucesos de la época en
que se conquistó y colonizó a América, algunas de las características de los indios que poblaban
estas tierras y cómo fue disminuyendo esta población. Lo interesante del texto es que aunque es
escrito desde arriba, por un español, se evidencia la denuncia que hace Fray Bartolomé de las Casas
de las atrocidades que se cometían con la población indígena con el fin último de conseguir oro:

“Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, y hoy en este día lo hacen, sino
despedazarlas, matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas y destruirlas por las extrañas y
nuevas y varias y nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad.” (pág. 2)
“Tomaban las criaturas de las tetas de las madres, por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las
peñas.” (pág. 4)

Fray Bartolomé de las Casas describe leyes absurdas estipuladas por los españoles: “por un
cristiano que los indios matasen, habían los cristianos de matar cien indios” (Pág.5), y se refiere a
los indígenas como las gentes “más bienaventuradas del mundo si solamente conocieran a Dios”
(Pág. 2). Se evidencia en todo el texto un sentimiento de compasión por los indígenas y un reflejo
de la noción de injusticia de lo que los españoles hacían:

“…que nunca los indios de todas las Indias hicieron mal alguno a cristianos, antes los tuvieron por
venidos del cielo, hasta que, primero, muchas veces hubieron recibido ellos o sus vecinos muchos
males, robos, muertes, violencias y vejaciones de ellos mismos.” (Pág.3).

“El Carnero” Juan Rodríguez Freyle


A diferencia de Fray Bartolomé de las Casas, Juan Rodríguez Freyle no se centra en narrar y
describir las injusticias cometidas por los españoles con los indígenas sino en mostrar el ambiente
que se vivía en el Nuevo Reino de Granada, narrando algunas “injusticias”, pero cometidas por los
españoles hacia sus mismos compatriotas, dejando en evidencia el conflicto interno que sufrían los
conquistadores. En los capítulos que se leyeron (VII, VIII y XIX), se siente un ambiente pesado
entre los habitantes del nuevo mundo, una persecución interna, que se describe por ejemplo, al
señalar que “Era frecuente resabio de aquellos tiempos por cualquier nonada, privar a un hombre de
sus bienes” (pág. 222), refiriéndose aquí a un resabio entre españoles.
El autor hace alusión, también, a las guerras entre los indios, resaltando que a la hora de
defenderse de los españoles, unían fuerzas y armas; aunque en un apartado se cuenta que un grupo
indígena se unió a los españoles para derrocar a sus enemigos.
De igual forma, dentro del texto se hace evidente un discurso moral sobre lo que se debería
o no hacer, lo que estaba “bien o mal”: por ejemplo, el autor cita al iniciar el capítulo VII, 12
condiciones propuestas por Marco Aurelio para ser un “buen juez”. Además juzga a cada momento
el actuar de muchos de los españoles que describe, es el caso de Francisco Martínez.
Por otra parte, al finalizar el capítulo XIX, podemos encontrar algunas nociones sobre la
llegada de Pedro de Ursúa al nuevo mundo y su “gran trabajo al conquistar indios y fundar
pamplona.” Nociones que nos dan más herramientas para enfrentarnos a la obra que se está
analizando de William Ospina.
Finalmente, quisiera resaltar algo que llamó mi atención y ganó mi indignación: la forma de
referirse a las mujeres -“¡Oh mujeres! Armas del diablo” (227)-. Sé que la época no se caracterizaba
precisamente por promover el respeto a las mujeres, pero leer este tipo de “apuntes” hoy día, me
genera un enfado, que en últimas no sé si justificado.

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