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Antropologías y transnacionalismo

La mayoría de las antropologías han sido siempre, en mayor

o en menor medida, transnacionales. No obstante, como lo

argumenta Eduardo Archetti en su capítulo, la consolidación

de una “antropología internacional” usualmente ha sido un

asunto del “centro” más que de las periferias. Mas las diferentes

historias sobre la inmersión de antropólogos del mundo en

los procesos trasnacionales –y las mutaciones de la disciplina

resultantes– no pueden acomodarse fácilmente en una simple

narrativa de imposición, difusión, préstamo, adaptación y

contestación. Las dinámicas transnacionales en el sistemamundo

han actuado simultáneamente como mecanismos

de unificación y de diferenciación, dependiendo de varios

factores, desde la construcción de nación y de las estructuras


nacionales de alteridad, hasta la construcción de instituciones

y las oportunidades para intercambios.

Rusia, Japón, China y en América Latina, Perú y México,

ofrecen casos reveladores de las dinámicas transnacionales en

antropología y su relevancia para las antropologías del mundo,

22 Gustavo Lins Ribeiro y Arturo Escobar

tal como lo ilustran en este libro los capítulos de Nikolai

Vakhtin, Shinji Yamashita, Josephine Smart, Marisol de la

Cadena y Esteban Krotz, respectivamente. La famosa Jesup

North Pacific, expedición a Siberia (1897-1902) dirigida por

Franz Boas, constituye un temprano y diciente ejemplo sobre

el rol de las conexiones internacionales en el desarrollo de una

antropología nacional. Durante este período la etnología occidental

y la rusa se desarrollaron en conjunto, reforzándose una a


la otra. Desde 1917 hasta 1989, esta dimensión transnacional fue

alterada de manera significativa. Lo que se desarrolló durante

el período soviético fue un tipo de antropología enteramente

diferente que tuvo sus avatares con el cambio de regímenes

políticos. Luego del colapso del régimen soviético, la llegada

de un número relativamente grande de académicos extranjeros

para hacer trabajo de campo en Siberia, cambió muchos de los

aspectos de la investigación antropológica –desde los objetos

de estudio hasta los paradigmas teoréticos– afectando en diferentes

formas la existente antropología siberiana. Más que un

conjunto de agendas puramente occidentales asegurándose a

sí mismas, estas diversas prácticas parecieron conducir hacia

una mayor pluralidad antropológica.

Tal vez no exista un caso más claro que el de Japón


para ilustrar la forma en la que el imperio, la nación y el

transnacionalismo se han intersectado para posibilitar una

trayectoria antropológica diferente. En este proceso de

desarrollo no existe un vínculo directo entre, digamos, una

influencia internacional y el giro dado por la antropología. A

pesar de estar bajo la influencia de la hegemonía occidental, la

antropología japonesa evolucionó en una entidad distinta en

modos que a menudo se han escapado de la atención incluso

de los antropólogos occidentales que trabajan en Japón. Las

antropologías chinas han visto un desarrollo mucho más

limitado, pero también están marcadas por la interacción entre

nacionalismo, transnacionalismo y por las reacciones hacia la

hegemonía occidental. Un factor crucial siempre ha constituido

una ambivalencia hacia la antropología, motivado por sus


orígenes occidentales. Como lo plantea Smart en el capítulo 4,

a pesar de que después de la década del ochenta se produjo un

aumento en la internacionalización de la antropología china,

no se manifestó un camino lineal ni guió el proceso hacia su

integración a una disciplina dominada por Occidente. Por el

contrario, las fuerzas que empujaron hacia la indigenización

del campo sobre la bases de prioridades nacionales siguen

Antropologías del mundo 23

siendo importantes –específicamente, la prioridad concedida al

desarrollo rural y a los estudios sobre minorías étnicas–.

Las antropologías en México y en Perú han sido influidas

de manera significativa por sus conexiones con las antropologías

hegemónicas, en particular aquellas de Estados Unidos.

Es menos conocido el hecho de que ellas también fueron por


mucho tiempo modeladas por redes de trabajo que especialmente

se desarrollaban a partir de las experiencias latinoamericanas.

La amplia presencia de poblaciones indígenas, la

existencia de fuertes proyectos de construcción de nación y

la persistencia de los debates sobre raza y cultura en ambos

países, permitieron desarrollar instituciones nacionales e

internacionales que condicionaran grandemente sus antropologías.

Como lo muestra De la Cadena (capítulo 10), uno de

los elementos más formativos desde la década del veinte fue

la articulación de una red interamericana de intelectuales, con

sus centros más importantes en Perú y México, reunidos en

torno a un proyecto antiimperialista, indoamericano o indigenista

construido sobre los pasados precolombino e hispánico

compartidos. Las intersecciones entre esta red de trabajo y


las antropologías norteamericana y francesa fueron complejas

pero no inconsecuentes para todas las partes –por ejemplo, se

produjo un intercambio entre las ideas de mestizaje latinoamericanas

y las teorías de “aculturación” norteamericanas–. Una

interpretación diferente de las historias de las antropologías

de estos dos países latinoamericanos muestra que aun cuando

ciertamente éstas tomaron prestadas y adaptaron nociones

de sus contrapartes hegemónicas, tuvieron momentos de

autonomía, creatividad e independencia –es decir, momentos

de ser “antropologías del mundo”–. Con sus agendas radicales,

las redes interamericanas contemporáneas de trabajo sobre

políticas indígenas están preguntándose por las políticas de

las antropologías del mundo, tal vez de mayor relevancia que

aquellas que están surgiendo de los centros.


La formulación hecha por Kirin Narayan sobre que los

antropólogos actualmente son vistos mejor “en términos de

identificaciones cambiantes entre un campo de comunidades

interpenetrantes y de relaciones de poder” (Narayan 1993:

671), está bien soportada por los casos que se presentan en

este libro. Algunos de ellos muestran que, aunque las antropologías

siempre han estado propensas al transnacionalismo, en

el pasado fueron incapaces de aprovechar el enorme potencial

que la globalización de la disciplina ha creado. Las antropologías

del mundo pueden prosperar bajo las condiciones que

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existen en el presente. Esperamos que sea cada vez más claro

que, independiente de que uno esté hablando de Rusia, Japón,

China, México o Perú, lo que está en juego no es tanto el


mantenimiento de dicotomías tales como la de lo occidental y

no occidental, o la de central y periférica, sino como lo presenta

Yamashita en el capítulo 2, la consideración y creación de espacios

comunes en los que las antropologías se han encontrado

unas con otras, y en los que pueden seguir encontrándose

en el futuro con el objeto de alentar la pluralización de la

disciplina, aun bajo la presión de hegemonías particulares. Las

redes de trabajo transnacional y los eventos en este sentido

pueden convertirse en elemento importante para fomentar las

perspectivas de las antropologías del mundo.

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