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REACCION DE LUCHA HUIDA

La reacción de lucha o huida (también llamada reacción de lucha, huida o


parálisis, hiperexcitación, o respuesta de estrés agudo) es una respuesta fisiológica ante la
percepción de daño, ataque o amenaza a la supervivencia.1 Fue descrita inicialmente
por Walter Bradford Cannon,2 indicando que los animales reaccionan con una descarga
general del sistema nervioso simpático, preparándolos para luchar o escapar.3 Más
específicamente, la médula adrenal produce una descarga de hormonas resultando en la
secreción de catecolaminas.4
La reacción es reconocida como la primera etapa de un síndrome de adaptación general que
regula las respuestas de estrés de vertebrados y otros organismos.

¿ Quién no ha corrido cuando se encuentra frente a frente con algún animal que amenaza
con atacarnos y hacernos daño? En una situación así experimentamos muchos cambios en
nuestro organismo; por ejemplo, se dilatan las pupilas, comenzamos a sudar frío, se seca la
boca y se aceleran el corazón y la respiración. Estas sensaciones, de las cuales quizá ni
siquiera nos percatamos, están bajo el control de la adrenalina, una de las principales
hormonas que se liberan en situaciones de alerta, la que aumenta su producción en sucesos
de esta naturaleza e incrementa la liberación de glucosa desde el hígado al torrente
sanguíneo, proporcionando así la suficiente energía para mover las extremidades en
cuestión de segundos. Paralelamente, el organismo pone en marcha otros mecanismos, tales
como la disminución de la actividad digestiva, a fin de que se concentre toda la energía en
la huida o para hacer frente al problema. Todos estos mecanismos los ha diseñado el
organismo a lo largo de la evolución de una manera tan perfecta, que es posible salir de una
situación estresante o peligrosa y conseguir con ello la sobrevivencia.

Lo que es sorprendente es la velocidad con la que estos cambios ocurren; podría decirse
que si no fuera tan rápida la activación de todas estas funciones, lo más probable es que el
animal se nos fuera encima antes de haber reaccionado, haciéndonos daño. Después,
cuando estamos a salvo, experimentamos la desaceleración de la velocidad con la que
estaba latiendo nuestro corazón y de prácticamente casi todas las demás funciones, las que
vuelven a su estado normal. Si nos mantuviéramos en un estado acelerado y no disminuyera
la frecuencia de los latidos del corazón, por ejemplo, muy probablemente sufriríamos un
paro cardiaco. Estos dos procesos: el estado de alerta y posteriormente el estado relajado, se
llevan a cabo sin que podamos regularlos de manera consciente o voluntaria; lo anterior
significa que no podemos ordenarle al corazón aumentar su actividad y hacer que lata un
mayor número de veces o con mayor fuerza solo porque así lo queramos; en otras palabras,
funciona autónomamente. Así, el sistema nervioso autónomo se encarga de la regulación de
estas funciones y es parte de nuestro sistema nervioso.

¿Cómo regulamos las respuestas autónomas?

El sistema nervioso es el centro que comanda todas las funciones que se llevan a cabo en
nuestro cuerpo y que está compuesto de diversas estructuras íntimamente interconectadas
que se dividen de acuerdo a las funciones que controlan. Se divide en el sistema nervioso
central y el sistema nervioso periférico.
El sistema nervioso central está conformado por el encéfalo (en su mayor parte constituido
por el cerebro) y la médula espinal; el sistema nervioso periférico (Figura 1) consta de los
nervios que se extienden desde el cerebro o la médula espinal hacia diversas zonas
corporales, como órganos, músculos, glándulas y órganos sensoriales; esto es, dicho
sistema llega a todos los rincones de nuestro cuerpo (Figura 2). Estos nervios son los
encargados de recibir todos los estímulos que provienen del medio ambiente, a lo cual
vamos a llamar aferencia (entrada, “de ida”), así como de enviar esa información al sistema
nervioso central para que sean procesados, y por lo tanto, se genere una respuesta: la
eferencia (salida, “de regreso”).

A su vez, el sistema nervioso periférico consta del sistema nervioso somático y del sis-
tema nervioso autónomo (Figura 1). La diferencia entre estos dos sistemas está dada
principal- mente por el tipo de células, tejidos, órganos o glándulas sobre los que actúan, así
como por el número de neuronas que participan y la res- puesta que se genera. El sistema
nervioso somático consta de una sola neurona que sirve como un puente que conduce el
estímulo del sistema nervioso central, lo que, en respuesta, excita las células del músculo
esquelético y hace que se contraiga. En el sistema nervioso autó- nomo participan dos
neuronas que conectan el sistema nervioso central y el órgano efector u órgano “blanco”,
(por ejemplo, las glándulas o neuronas del sistema gastrointestinal, además del músculo
cardiaco y liso), originando dos efectos: excitatorio (que desencadena una res- puesta) o
inhibitorio (que bloquea o disminuye una respuesta).

Con base en los efectos que generan, se puede clasificar al sistema nervioso autónomo en
simpático y parasimpático. Para conocer cómo se produce la respuesta, consideremos el
ejemplo inicial. El sistema nervioso simpático es el que se activa primero cuando nos
encontra- mos en una situación amenazante o estresante de cualquier tipo, y el sistema
nervioso parasim- pático entra en acción restableciendo las condi- ciones normales del
organismo.

Figura 1. Clasificación del sistema nervioso central y


su correspondiente clasificación del sistema nervioso autónomo.

A continuación definiremos un poco más cómo el sistema nervioso autónomo puede


controlar y responder ante los diversos estímulos que recibimos.

El sistema nervioso autónomo


El sistema nervioso autónomo es una parte del sistema nervioso periférico que controla las
funciones viscerales del cuerpo (funciones que no podemos controlar o autónomas), lo que
hace respondiendo a las sensaciones viscerales percibidas de forma inconsciente, las que
excitan o inhiben glándulas, así como al músculo liso o cardiaco que forman parte de este
sistema.

Para responder a dichas sensaciones, los estímulos recibidos fluyen desde las neuronas
sensitivas autónomas que se hallan en los órganos viscerales y los vasos sanguíneos hacia el
sistema nervioso central. Después, a través de motoneuronas autónomas, se propaga el
estímulo al músculo liso, como el localizado en los vasos sanguíneos, al músculo cardiaco
que se encuentra en el corazón y a ciertas glándulas para así poder dar una respuesta a
aquel. Para poder transmitir el estímulo desde una neurona sensorial a una motoneurona, las
neuronas sensitivas se asocian con receptores internos o interorreceptores, que monitorean
el medio interno y que se encuentran en los órganos blancos. Al enviar la estimulación
sensitiva a través de los interorreceptores, las neuronas motoras pueden regular la actividad
visceral, estimulando o inhibiendo la actividad de sus tejidos efectores.

En el sistema nervioso autónomo encontramos dos tipos de neuronas motoras: el primer


grupo posee un cuerpo neuronal en el sistema nervioso central que llega a un ganglio
autónomo (cabe mencionar que estos son un conjunto de cuerpos neuronales fuera del
sistema nervioso central). El segundo grupo va desde el ganglio autónomo hasta el efector,
el cual puede ser el músculo liso o el cardiaco. Algunos ejemplos de respuestas motoras
efectuadas a través del sistema nervioso autónomo son la dilatación y la constricción de los
vasos sanguíneos, el ajuste del ritmo de los latidos del corazón y de la fuerza de contracción
del mismo. Las señales sensitivas se perciben en su mayoría de forma inconsciente; sin
embargo, cuando son estímulos muy intensos, pueden producir sensaciones conscientes.

Figura 2. Sitios de acción de los sistemas simpático


(en negritas) y parasimpático (en blancas)
sobre los órganos efectores y las glándulas.

Clasificación del sistema nervioso autónomo

Los efectos de la estimulación recibida por la rama simpática son de mayor duración y más
generalizados que los de la rama parasimpática, ya que aquella organiza las respuestas
involuntarias que anticipan el esfuerzo máximo, denominado “lucha” o “huida”. Por el
contrario, el sistema nervioso parasimpático organiza las respuestas involuntarias que
generalmente reflejan la función visceral en un estado de relajación (Figura 2).

Como ya se había mencionado, el sistema nervioso autónomo se divide en el sistema


nervioso simpático y en parasimpático; además de estos dos sistemas, encontramos el
sistema nervioso entérico (Figura 1). El primero de ellas apoya funciones corporales que se
realizan durante una actividad física vigorosa y la rápida producción de ATP, a pesar de
que se mantiene en forma continua con cierto nivel de actividad; la división simpática tiene
la capacidad de ajustar su actividad en respuesta a situaciones que producen tensión, como
traumatismos, miedo, hipoglucemia, frío o ejercicio (Figura 3A).

La segunda regula las actividades relacionadas con la conservación y restauración de la


energía corporal, es decir, es indispensable para las funciones orgánicas, como los procesos
digestivos y la eliminación de los desechos, y es necesaria para la vida (Figura 3B).
Generalmente, se opone o equilibra las acciones de la división simpática y casi siempre se
sobrepone a ella en situaciones de “descansa y digiere” (Figura 3C).

Finalmente, la tercera rama, el sistema nervioso entérico, es un sistema independiente que


se ubica en las paredes del tracto gastrointestinal y controla varias de las funciones
digestivas. A pesar de que recibe inervación simpática y parasimpática, actúa en forma
independiente del resto del sistema nervioso autónomo. Un circuito rico en neuronas
sensitivas, interneuronas y neuronas motoras interconecta los diferentes niveles del
intestino y coordina la actividad a lo largo de su recorrido. Por este grupo de circuitos
neuronales se dice que el sistema nervioso entérico contiene más neuronas que toda la
médula espinal. Esta parte del sistema nervioso autónomo es estimulado por influencias
simpáticas y parasimpáticas, por lo cual gobierna la motilidad, la secreción y la
transferencia de sustancias a través del epitelio intestinal.
Figura 3. Diversos estímulos inducen acciones simpáticas (A)
y parasimpáticas (B), es muy común que estas acciones
(simpáticas y parasimpáticas) se encuentren en oposición (C).

Áreas cerebrales encargadas del sistema nervioso autónomo

Son diversas las estructuras que participan en la integración de los estímulos que llegan al
sistema nervioso autónomo. Uno de los órganos del cerebro esenciales en esta tarea es el
hipotá- lamo, que controla todas las funciones vitales e integra los sis- temas autónomo y
neuroendócrino. El sistema nervioso simpático está controlado por el núcleo posterolateral
en el tálamo, y el parasimpático por los núcleos del hipotálamo medial y anterior.

Otras áreas encargadas de organizar las respuestas específicas del sistema nervioso
autónomo son el tronco encefá- lico y las amígdalas cerebelosas, que en conjunto permiten
ajus- tar los parámetros hemodinámicos momentáneos y mantener la automaticidad de la
ventilación.
En consecuencia, el sistema nervioso autónomo
constituye el sistema de control más importante del
organismo, ya que desempeña la mayoría de las
funciones de regulación y control de las actividades
rápidas del cuerpo, como la contracción muscular y las
secreciones hormonales, entre otras, a través de la
interrelación de neuronas que reciben, procesan y
envían señales de estímulo.

Cabe señalar que este sistema no actúa solo, sino que


es más bien una compleja red neuronal que fungen
como excitadoras o inhibidoras de su sitio blanco.

Así que cuando experimentemos una sensación de


peligro o una emoción extrema, es interesante e
importante recalcar que se trata de sensaciones
involuntarias –entiéndase autónomas–, pues sin duda
el sistema nervioso autónomo es el encargado por
excelencia de la respuesta rápida del organismo ante
circunstancias extremas y emocionales; por ello es
importante puntualizar la variedad de funciones que
ejerce en conjunto con diversas vías aferentes y
eferentes encargadas de conducir la información hacia
el núcleo cerebral y obtener así una respuesta integral
como resultado. Finalmente, este sistema es lo que en buena parte hace al humano ser lo
que es: un ente consciente, sentimental, perceptivo, que interactúa con el medio ambiente y
que se adecua a los cambios que en él ocurren. Además, es el encargado de hacer la
digestión, del adecuado funcionamiento del corazón y de las reacciones inmediatas para
enfrentar o huir ante una agresión o un ataque, la mayoría de las veces sin siquiera pensarlo.

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