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¿ Quién no ha corrido cuando se encuentra frente a frente con algún animal que amenaza
con atacarnos y hacernos daño? En una situación así experimentamos muchos cambios en
nuestro organismo; por ejemplo, se dilatan las pupilas, comenzamos a sudar frío, se seca la
boca y se aceleran el corazón y la respiración. Estas sensaciones, de las cuales quizá ni
siquiera nos percatamos, están bajo el control de la adrenalina, una de las principales
hormonas que se liberan en situaciones de alerta, la que aumenta su producción en sucesos
de esta naturaleza e incrementa la liberación de glucosa desde el hígado al torrente
sanguíneo, proporcionando así la suficiente energía para mover las extremidades en
cuestión de segundos. Paralelamente, el organismo pone en marcha otros mecanismos, tales
como la disminución de la actividad digestiva, a fin de que se concentre toda la energía en
la huida o para hacer frente al problema. Todos estos mecanismos los ha diseñado el
organismo a lo largo de la evolución de una manera tan perfecta, que es posible salir de una
situación estresante o peligrosa y conseguir con ello la sobrevivencia.
Lo que es sorprendente es la velocidad con la que estos cambios ocurren; podría decirse
que si no fuera tan rápida la activación de todas estas funciones, lo más probable es que el
animal se nos fuera encima antes de haber reaccionado, haciéndonos daño. Después,
cuando estamos a salvo, experimentamos la desaceleración de la velocidad con la que
estaba latiendo nuestro corazón y de prácticamente casi todas las demás funciones, las que
vuelven a su estado normal. Si nos mantuviéramos en un estado acelerado y no disminuyera
la frecuencia de los latidos del corazón, por ejemplo, muy probablemente sufriríamos un
paro cardiaco. Estos dos procesos: el estado de alerta y posteriormente el estado relajado, se
llevan a cabo sin que podamos regularlos de manera consciente o voluntaria; lo anterior
significa que no podemos ordenarle al corazón aumentar su actividad y hacer que lata un
mayor número de veces o con mayor fuerza solo porque así lo queramos; en otras palabras,
funciona autónomamente. Así, el sistema nervioso autónomo se encarga de la regulación de
estas funciones y es parte de nuestro sistema nervioso.
El sistema nervioso es el centro que comanda todas las funciones que se llevan a cabo en
nuestro cuerpo y que está compuesto de diversas estructuras íntimamente interconectadas
que se dividen de acuerdo a las funciones que controlan. Se divide en el sistema nervioso
central y el sistema nervioso periférico.
El sistema nervioso central está conformado por el encéfalo (en su mayor parte constituido
por el cerebro) y la médula espinal; el sistema nervioso periférico (Figura 1) consta de los
nervios que se extienden desde el cerebro o la médula espinal hacia diversas zonas
corporales, como órganos, músculos, glándulas y órganos sensoriales; esto es, dicho
sistema llega a todos los rincones de nuestro cuerpo (Figura 2). Estos nervios son los
encargados de recibir todos los estímulos que provienen del medio ambiente, a lo cual
vamos a llamar aferencia (entrada, “de ida”), así como de enviar esa información al sistema
nervioso central para que sean procesados, y por lo tanto, se genere una respuesta: la
eferencia (salida, “de regreso”).
A su vez, el sistema nervioso periférico consta del sistema nervioso somático y del sis-
tema nervioso autónomo (Figura 1). La diferencia entre estos dos sistemas está dada
principal- mente por el tipo de células, tejidos, órganos o glándulas sobre los que actúan, así
como por el número de neuronas que participan y la res- puesta que se genera. El sistema
nervioso somático consta de una sola neurona que sirve como un puente que conduce el
estímulo del sistema nervioso central, lo que, en respuesta, excita las células del músculo
esquelético y hace que se contraiga. En el sistema nervioso autó- nomo participan dos
neuronas que conectan el sistema nervioso central y el órgano efector u órgano “blanco”,
(por ejemplo, las glándulas o neuronas del sistema gastrointestinal, además del músculo
cardiaco y liso), originando dos efectos: excitatorio (que desencadena una res- puesta) o
inhibitorio (que bloquea o disminuye una respuesta).
Con base en los efectos que generan, se puede clasificar al sistema nervioso autónomo en
simpático y parasimpático. Para conocer cómo se produce la respuesta, consideremos el
ejemplo inicial. El sistema nervioso simpático es el que se activa primero cuando nos
encontra- mos en una situación amenazante o estresante de cualquier tipo, y el sistema
nervioso parasim- pático entra en acción restableciendo las condi- ciones normales del
organismo.
Para responder a dichas sensaciones, los estímulos recibidos fluyen desde las neuronas
sensitivas autónomas que se hallan en los órganos viscerales y los vasos sanguíneos hacia el
sistema nervioso central. Después, a través de motoneuronas autónomas, se propaga el
estímulo al músculo liso, como el localizado en los vasos sanguíneos, al músculo cardiaco
que se encuentra en el corazón y a ciertas glándulas para así poder dar una respuesta a
aquel. Para poder transmitir el estímulo desde una neurona sensorial a una motoneurona, las
neuronas sensitivas se asocian con receptores internos o interorreceptores, que monitorean
el medio interno y que se encuentran en los órganos blancos. Al enviar la estimulación
sensitiva a través de los interorreceptores, las neuronas motoras pueden regular la actividad
visceral, estimulando o inhibiendo la actividad de sus tejidos efectores.
Los efectos de la estimulación recibida por la rama simpática son de mayor duración y más
generalizados que los de la rama parasimpática, ya que aquella organiza las respuestas
involuntarias que anticipan el esfuerzo máximo, denominado “lucha” o “huida”. Por el
contrario, el sistema nervioso parasimpático organiza las respuestas involuntarias que
generalmente reflejan la función visceral en un estado de relajación (Figura 2).
Son diversas las estructuras que participan en la integración de los estímulos que llegan al
sistema nervioso autónomo. Uno de los órganos del cerebro esenciales en esta tarea es el
hipotá- lamo, que controla todas las funciones vitales e integra los sis- temas autónomo y
neuroendócrino. El sistema nervioso simpático está controlado por el núcleo posterolateral
en el tálamo, y el parasimpático por los núcleos del hipotálamo medial y anterior.
Otras áreas encargadas de organizar las respuestas específicas del sistema nervioso
autónomo son el tronco encefá- lico y las amígdalas cerebelosas, que en conjunto permiten
ajus- tar los parámetros hemodinámicos momentáneos y mantener la automaticidad de la
ventilación.
En consecuencia, el sistema nervioso autónomo
constituye el sistema de control más importante del
organismo, ya que desempeña la mayoría de las
funciones de regulación y control de las actividades
rápidas del cuerpo, como la contracción muscular y las
secreciones hormonales, entre otras, a través de la
interrelación de neuronas que reciben, procesan y
envían señales de estímulo.