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Meditar en tiempos difíciles

Por: Paul R. Fleischman

17 de abril de 2020

Me han pedido que les hable sobre la meditación en tiempos difíciles. ¿Acaso
habrá algún consejo real, práctico, que pueda ayudar a los meditadores que tienen
dificultades con su práctica, a meditadores que se encuentran bien, o incluso a aquellos
que han progresado en estas condiciones actuales de confinamiento extendido, que
para algunos trae aparejados temores, enfermedad o muerte?

En la primavera de 2017, impartí en Colonia, Alemania, una plática con este


mismo título, “Meditar en tiempos difíciles”; el podcast y la transcripción de esa charla
están disponibles en https://pariyatti.org. Lo que diré hoy se basa, en parte, en esa
charla, aunque también será muy diferente, debido a que las circunstancias son
distintas.
Quiero dejar claro de qué hablo y con quién hablo. Hablo de la meditación
Vipassana, en la tradición de S.N. Goenka, y dirijo mis comentarios a estudiantes
antiguos de esta tradición.
Durante la charla, cuando menciono la palabra “meditación”, me refiero a la
conciencia de las sensaciones corporales en todas las partes posibles del cuerpo o bien,
en todo el cuerpo, y a mantener esta conciencia el mayor tiempo posible. En vez de “ser
conscientes de las sensaciones corporales”, podría utilizar otros términos como
“observar las sensaciones corporales” o “experimentar las sensaciones corporales”.
Pero como la palabra “observar” puede prestarse a confusiones y tal vez algunos
estudiantes nuevos imaginen que se trata de una observación visual, quisiera recordar
que la parte medular de la práctica es la conciencia directa de experimentar las
sensaciones en nuestro cuerpo, como si alguien arrojara un vaso de agua sobre nuestra
cabeza y el agua resbalara lentamente por todo el cuerpo. Esta imagen nos recuerda
que la conciencia que queremos cultivar es sencilla, natural, ordinaria e inescapable,
como agua que resbala desde la cima de la cabeza. Además de la conciencia de las

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sensaciones, también es inevitable que observemos su característica básica: el cambio.
En ocasiones observaremos cambios grandes y lentos, como cuando nuestro pie se
duerme, o cuando sentimos mucha hambre durante la hora que permanecemos
sentados. En otras ocasiones, es posible observar la naturaleza más profunda de las
sensaciones corporales, que es surgir y desaparecer en rápida sucesión.
Nuestro cuerpo está formado por un enorme número de átomos, que a su vez
forman moléculas, cuya actividad coordinada nos da la vida. La vida es un continuo fluir,
y nuestro cuerpo está en constante transformación. Y es esta colección continua,
dinámica, autotransformadora de la materia lo que conforma nuestro cuerpo y constituye
la base de las sensaciones y los cambios que sentimos.
Pero nuestro objetivo principal no es sólo observar las sensaciones y cómo se
transforman, sino observarlas con la actitud que representa la piedra angular de
Vipassana: la ecuanimidad. Observar las sensaciones y sus cambios con ecuanimidad es
la definición de Vipassana, tal como la practicamos. La ecuanimidad es el método y el
objetivo. Al practicar la ecuanimidad con plena conciencia mientras meditamos, estamos
ejercitando el sistema nervioso para que adquiera mayor autoconciencia y se habitúe a la
ecuanimidad constante.
Para un biomédico moderno, la práctica de Vipassana se basa en nuestra
capacidad de adaptación animal que nos permite sentir paz, relajación y bienestar. Todos
nacemos con un conjunto traslapado de mecanismos fisiológicos que, a través de la
evolución, se han estructurado para optimizar nuestra sensación de bienestar. Por
ejemplo, el sistema nervioso parasimpático se pone en marcha para ayudar a relajarnos.
El hipotálamo en el cerebro nos permite dormir al disminuir al máximo la ansiedad, pero
nos mantiene vivos y respirando. Muchos de los transmisores neuroquímicos, como la
serotonina, la oxitocina o los endocannabioides nos permiten llenarnos de amor y paz
desde nuestro interior. Podríamos decir que la autoconciencia a nivel de las sensaciones
y la ecuanimidad de la mente podrían llamarse paz interior. De esto se trata Vipassana y
es el gran atractivo de la meditación: el deseo de vivir una vida más pacífica, calmada y
armoniosa.
Una vez que la mente puede experimentar las sensaciones con ecuanimidad y
logramos la paz interior a través de la meditación, incluso si es sólo por algunos
segundos, esta paz momentánea descondiciona las reacciones exageradas que

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aprendimos en el pasado. La meditación cambia desde la calma y transforma los
aprendizajes anteriores. De esta manera, al establecer la paz en el momento presente,
de manera repetida y sistemática, la meditación deshace al menos parte del pasado de
ignorancia. Vipassana no genera una paz interior de represión y negación sino una paz
interior a partir de reaprender y reintegrar la ecuanimidad desde el fondo de nuestro ser.
Goenkaji también nos ha hecho conscientes de que la práctica formal de
Vipassana puede convertirse en la base de nuestra vida despierta, momento a momento,
únicamente si creamos un estilo de vida en el que todas nuestras elecciones sean
compatibles con la ecuanimidad. Los cinco preceptos que aceptamos —no matar, no
robar ni mentir, no tener una conducta sexual inadecuada ni emplear intoxicantes— son
los mecanismos esenciales por medio de los cuales traducimos nuestra práctica de
meditación al torbellino de la vida diaria.
Esta descripción esquemática de lo que han aprendido con tan ardua tenacidad
durante al menos un curso de Vipassana de diez días, tal como lo enseñó Goenkaji, no
responde todas las preguntas que un meditador serio se hará en una situación como la
que vivimos hoy, durante la pandemia del coronavirus, con sus repercusiones políticas,
sociales y económicas.
Al igual que nuestro sistema nervioso cuenta con mecanismos integrados para
lograr la paz interior, los cuales aprendemos a activar a través de la meditación, también
es cierto que nuestro sistema nervioso ha evolucionado para analizar el entorno,
absorber nueva información, evaluar el peligro y sentir un temor adaptativo que nos lleva
a huir cuando vemos amenazada nuestra sobrevivencia. En momentos de peligro, de
inmediato nos convertimos en supervivencialistas, en animales que nos protegemos
huyendo, luchando, ocultándonos, alejados del alcance de la paz interior. Actualmente,
muchas personas sienten que enfrentan un momento especialmente desorganizado y
amenazante y, al sentirse abrumados por el temor, tal vez les resulta muy difícil meditar.
Por consiguiente, lo primero que quiero abordar es la idea y la sensación de
excepción histórica. El excepcionalismo histórico se refiere a la noción de que vivimos
tiempos de excepción, únicos, una sucesión de días, semanas o meses que no encajan
con la rutina ni con el flujo habitual de la sociedad y la historia. Sin duda, es un
sentimiento difícil de ahuyentar. Ahora es nuestro momento. Muchos de nosotros nunca
habíamos experimentado momentos comparables con éste. El intenso involucramiento

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de los sentimientos de presente es, en última instancia, una de las características
distintivas de la mente de un meditador. Es natural que, en tanto personas que
cultivamos la conciencia del momento, sintamos que cada momento es único.
No obstante, quiero disipar totalmente esta percepción errónea de
excepcionalismo histórico. No importa qué tan apremiante o fuerte sea este sentimiento,
se trata de una percepción equivocada creada por nuestro sobrevaluado yo. De hecho, el
excepcionalismo histórico es una forma de egoísmo que podemos superar con
Vipassana. Antes de pasar a lo que fue la vida del Buda, analicemos la tendencia de
exagerar la importancia de todo lo que nos sucede. Tenemos la propensión a
considerarnos el centro del universo y a pensar que, cualquier cosa que nos ocurre, es lo
más grande y grave que haya ocurrido. Hace apenas unos cuantos siglos la gran
mayoría de la humanidad creía que la tierra era el centro del universo y que el sol giraba
a su alrededor. Siempre sentimos que somos el centro de la acción.
Quisiera aclarar dos cosas. Ciertamente, el coronavirus puede ser muy
peligroso para un gran número de personas y fatal para algunas; no es algo que
debamos tomar a la ligera. Pero también quiero subrayar que su impacto en la
humanidad no es de ninguna manera único. Única es la respuesta relativamente
constructiva, proactiva y uniforme frente al virus que se ha aplicado en muchos países
y sociedades. Pero no es único el que enfrentemos la muerte de cientos de miles de
personas en un lapso muy corto. La horrenda verdad es que la muerte de grandes
grupos es algo común, no único, y que las pandemias ocurren todos los años.
El coronavirus parece extenderse con mayor facilidad y sigilo —esto es, con
muchos transmisores asintomáticos— y posiblemente resulte más letal que la
influenza. No crean que descalifico la importancia de las medidas de seguridad para
evitar el Covid-19; de hecho, yo las sigo al máximo. Pero también es cierto que cada
año enfrentamos una pandemia de influenza, y que cientos de miles de personas
mueren de esta pandemia viral. Este año resulta históricamente único por las
iniciativas de salud social más que por el virus. En un año típico, la influenza mata
entre 300,000 y 600,000 personas en el mundo. Un cálculo aproximado me llevó a la
sorprendente conclusión de que, desde que nací —mucho después de la epidemia de
influenza española de 1918— cerca de 25 millones de personas han muerto de
influenza.

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La pandemia más conocida en tiempos relativamente modernos es la influenza
de 1918, llamada “influenza española”, que infectó a aproximadamente 500 millones de
personas, esto es, a 25 por ciento de la población total del mundo. Las estimaciones de
muertes totales provocadas por esta pandemia varían entre 17 y 100 millones de
personas. Y me resultó aún más sorprendente descubrir que la viruela, antes de que
fuera erradicada en la segunda mitad del siglo XX, era un virus crónico letal que, tan
sólo en la primera mitad del siglo, acabó con la vida de unos 300 millones de personas.
La ambientalista y autora de varios libros, Elizabeth Kolbert, estima que la viruela ha
causado la muerte a un total de mil millones de seres humanos. Sin querer minimizar la
magnitud de la amenaza actual que representa el Covid-19, debemos verla en
perspectiva, y comprender que muchos se han ido antes que nosotros, y que lo que
ahora estamos viviendo, no es nuevo.
Tan pronto como un cuerpo muere, comienza su descomposición. Gran número
de virus, bacterias, hongos y otros microorganismos nos atacan continuamente, y sólo
gracias a nuestro sistema inmune podemos sobrevivir. Cualquier tipo de vida, no sólo
la vida humana, es una constante lucha dialéctica para sobrevivir el ataque de
microorganismos que intentan utilizar nuestro cuerpo como fuente de energía, como
material y sitio de replicación. Jamás habrá un momento en la historia de la humanidad
en que la enfermedad no tenga algún impacto formativo en la evolución de la cultura,
la economía y la sociedad.
Con esta perspectiva múltiple del peligro real, sus proporciones históricas y su
magnitud en contexto, ya podemos liberarnos de los medios, que ganan más mientras
más exageradas sean las noticias. Necesitamos información, pero no exageración.
Mantengamos una imagen clara de lo que ocurre a nuestro alrededor, pero rompamos
su estrecho marco. Desde una perspectiva amplia, nuestra situación no es tan única
como la sentimos si nos ahogamos en ella.
Es difícil romper con las convenciones sociales de mirar hacia el otro lado y
pretender que no vemos. Siempre estamos en peligro, aunque usualmente
encontramos maneras de ahuyentar este conocimiento atemorizante. Hoy que
hablamos de la meditación Vipassana, de las enseñanzas del Buda y de la realidad de
dukkha, la enfermedad y la muerte siempre están con nosotros. Según la leyenda, el
Buda dejó su hogar para buscar la sabiduría cuando comprendió la profunda realidad

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de la enfermedad, la vejez y la muerte, los mismos factores que se conjugan hoy para
hacer de la actual pandemia algo tan poderoso. Estamos practicando una vida basada
en la confrontación esencial con dukkha, pero también una vida que nos permitirá
trascender de manera realista a dukkha, lo cual es posible para personas comunes y
corrientes, diligentes y comprometidas. Así como el primer paso de las Cuatro Nobles
Verdades es la conciencia de dukkha, hoy, como cada día, necesitamos construir una
práctica de meditación que resulte lo bastante útil, lo bastante poderosa para
catapultarnos sobre el temor de dukkha y trasladarnos al campo del Dhamma; que nos
permita trascender a dukkha.
Imaginar que estamos viviendo tiempos terribles y únicos no sólo no es verdad
sino nos lleva espiritualmente en la dirección opuesta al Dhamma. ¿Por qué hoy es
diferente de cualquier otro día? No lo es. Desde el punto de vista del Buda, todos los
días tienen esencialmente las mismas características: el sufrimiento y el camino para
salir del sufrimiento.
En unos momentos, diré algo más para ayudar a normalizar nuestra
experiencia durante este confinamiento, pero antes quisiera abordar el secreto
medular de las enseñanzas del Buda, la palabra “diligencia”. Me gustaría describir
ésta que es la virtud más elevada dándole un nombre que me resulta cierto cuando
pienso en mi práctica personal de Vipassana durante este confinamiento. Nuestra
práctica diaria de dos meditaciones, diligentemente programadas, son nuestro
esqueleto, nuestros huesos. Es lo que nos mantiene erguidos aun cuando el resto de
nuestro cuerpo carezca de fuerza. Lo primero en que debemos pensar como
meditadores en tiempos difíciles es la importancia de tener una columna vertebral
sana. Y es esta meditación diaria, de dos horas, lo que nos permitirá mantenernos
enfocados en el lado más sutil de la realidad. El lado obvio es dukkha y el lado sutil es
el camino para salir de dukkha; sin la meditación, nuestra vida espiritual se convierte
en sólo ideas y emociones. Pero practicar Vipassana es lo que hemos elegido como
nuestra columna vertebral, nuestra fuerza, lo que le da a nuestros días ociosos
estructura e importancia.
Si meditamos con seriedad y constancia, nuestra vida deja de parecernos
melodramáticamente abrumadora y se vuelve útil, en un sentido único. Esto es lo que
hemos practicado; es el reto que nos puede fortalecer. Sería similar a lo que ocurre

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cuando un equipo deportivo, de béisbol, basquetbol o futbol tiene que jugar con el
mejor equipo de la liga contraria durante la temporada; necesita dar su máximo en el
juego, y es la excelencia del otro equipo lo que le hace dar todo. En este momento,
tenemos la oportunidad, la necesidad, de jugar nuestro mejo juego.
Pero, ¿cuál es el vínculo real entre sentarnos en calma, con los ojos cerrados,
percibiendo las sensaciones con ecuanimidad y estar atrapados, principalmente en
casa, escuchando noticia tras noticia sobre cuántas personas sufrieron una muerte
terrible, en soledad? La ecuanimidad que cultivamos es otra forma de referirnos al
desapego. Por “desapego”, no me refiero a un “¡Me vale!” frío y estoico, estilo
personaje de John Wayne, Al Pacino o Robert DeNiro. Por desapego me refiero a la
capacidad de ver nuestra situación actual desde todos sus ángulos y perspectivas, de
manera que no nos apeguemos ni nos quedemos estancados, con la mente clavada en
una visión unidimensional. Desapego no significa que no nos importe el bienestar de
los otros o incluso el propio. Pero necesitamos desapegarnos de percepciones,
creencias y actitudes inflexibles que tienen un enfoque estrecho. Desapego en el
sentido de ir más allá de todas las opiniones y anclarnos en la realidad, tal como es. Y
la realidad siempre está cambiando.
Cuando meditamos en tiempos difíciles tenemos la tendencia natural de buscar
respuestas, de saber cuándo terminará la pandemia, cuándo podremos salir, si habrá
una vacuna o medicinas antivirales. Son especulaciones sanas que nos permiten
mantenernos alertas a nuevos acontecimientos y conscientes de la manera necesaria y
cauta de proceder. Pero esto no es meditar. Al meditar, experimentando cambio tras
cambio, experimentando el hecho de que las ideas muchas veces son distorsiones, y
que incluso las mejores ideas pasan de moda, nos percatamos de que la única cosa
que podemos afirmar que sabemos es que no sabemos. Meditar en tiempos difíciles es
la práctica de evitar conclusiones, de mantener una perspectiva amplia, esperando el
cambio, preparados siempre para algo nuevo. La manera como experimentamos las
sensaciones de nuestro cuerpo nos ofrece un patrón para pensar el mundo de una
forma más realista.
La relativa ecuanimidad que proviene de nuestra práctica de meditación, y el
desapego, que es otra manera de describir la ecuanimidad, puede ayudarnos a sentir
la situación actual como simultáneamente peligrosa, que exige la máxima atención a

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las conductas en favor de la salud; como una oportunidad que nos ayuda a ganarle el
juego al coronavirus; como un campo de dificultades desconocidas que nos ofrece
nuevos retos y oportunidades; y como un campo para avanzar, donde la vida nos
revelará cosas mejores y nos abrirá nuevas puertas.
Dado que es útil y adecuado ser conscientes de los peligros que enfrentamos,
por los cuales estamos viviendo confinamiento y molestias, hagamos una pausa para
desapegarnos de nuestra perspectiva y ver algunas de las ventajas que se nos
presentan. ¡Más tiempo para meditar! Para muchos, menos presión de tiempo; para
otros, una mayor oportunidad para la comunicación y la amistad vía telefónica y a
través de los múltiples portales de internet que son fantásticos para transmitir no sólo
las caras sino nuestros sentimientos reales. El aire está menos contaminado y los
cielos sobre las ciudades de la India son azules por primera vez en muchos años. Hay
muchos menos autos en circulación y, ciertamente, menos muertes por accidentes de
tránsito. Y ante la disminución de muertes por contaminación, accidentes
automovilísticos, crimen y, posiblemente otras causas, resulta por lo menos interesante
considerar la posibilidad que el número general de muertes durante la pandemia
incluso podría reducirse, porque al atribuirle las muertes al virus, se reducen
drásticamente las otras causas. Resulta irónico pensar que tal vez las muertes por
virus en todo el mundo no se incrementarán este año, debido a los grandes avances
en salud y el combate a los virus. Este año se han registrado menos muertes por
influenza de lo común, de manera que cuando nos desapegamos de los temores sobre
el Covid-19, encontramos que en el mundo se reducirán las muertes provocadas por
enfermedades infecciosas. Todo el mundo siente profundo respeto y gratitud por el
heroísmo del personal de salud y otros trabajadores de servicios críticos, como
doctores, enfermeras, cuidadoras de casas-hogar, policía y repartidores.
Constantemente estamos en contacto con personas ejemplares cuyo nombre
desconocemos, que personifican los valores universales más excelsos.
Se ha demostrado una y otra vez que los traumas colectivos ocasionados por
eventos naturales como huracanes o incendios son menos traumatizantes desde el
punto de vista psicológico que aquellos provocados directamente por personas, como
los soldados de un ejército invasor. Esta pandemia nos da la oportunidad de sentirnos
unidos frente a un enemigo común y de saber que el enemigo no somos nosotros.

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Una ganancia inesperada de esta crisis de salud mundial es la inescapable
realidad de que todos, como dijera el poeta Archibald MacLeish tras el lanzamiento del
Apollo 8 en la navidad de 1968, “… somos viajeros en esta Tierra”. Ahora será cada
vez menos posible que fuerzas divisorias ignoren que somos una humanidad con una
gran cercanía. Es un efecto similar al momento en que Carl Sagan y sus colegas
determinaron, a través de un análisis químico, físico y atmosférico, que una guerra
nuclear en gran escala entre las principales potencias provocaría un invierno nuclear al
cual no sobreviviría ningún ser humano, por lo que nadie saldría victorioso. Gracias al
Covid-19, ahora comprendemos que tan sólo nos separan una tos y un apretón de
manos. Como diría el letrista de Grateful Dead, Robert Hunter, en un momento de
iluminación:

“Extraños que detienen a extraños tan sólo para estrechar su mano,


Todos tocan en el corazón de la banda dorada, el corazón de la banda dorada.

Hoy tenemos que sentir esa misma camaradería, pero sin el apretón de manos. También
ha proliferado el humor, como la imagen de la diosa asiática con ocho brazos que se
percata de que tiene que lavarlas todas al mismo tiempo, o el post de facebook de un
hombre que se lava tanto las manos, y con tal energía, que la piel se le comienza a
desprender y en la palma de la mano aparecen las notas de álgebra que había escrito
para hacer trampa en un examen cuando tenía 13 años.
No piensen que tomo a la ligera estos tiempos difíciles. Ciertamente, son
tiempos difíciles. Sin duda lo son para alguien que está solo en un espacio pequeño; si
su viabilidad económica se ve amenazada por la pérdida del empleo o si ha perdido a
una persona querida; para un viejo con problemas de salud, parte del grupo vulnerable;
si injustamente se le niega a tu comunidad el acceso al servicio médico, o incluso si se
desbarataron planes que habías esperado con gran emoción, como la graduación de la
universidad. Pero definitivamente subrayo que el Sendero del Dhamma no puede
alcanzarse con la autocompasión que equivocadamente le atribuye a las
circunstancias actuales la idea de que son tiempos duros. Son tiempos difíciles, pero
no especialmente duros. Lo sorprendente de nuestra circunstancia actual es que
pasamos de tiempos relativamente fáciles a tiempos relativamente más difíciles y

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tenemos temor de caer en tiempos duros, pero estamos muy lejos de los peores
tiempos.
¿Cómo son los tiempos peores? ¿Cómo son los tiempos duros?
La razón para analizar el concepto de “tiempos duros” de manera improvisada
es disipar el sentimiento de que esta pandemia viral nos crea dificultades
excepcionales. En vez de ello, quiero reafirmar la indiscutible realidad de que, la
mayoría de las personas, la mayor parte del tiempo, han enfrentado tiempos duros y
peligros iguales o incluso peores. Esto nos recordará que la capacidad de adaptación,
la resiliencia y el espíritu para sobrellevar las dificultades son compañeros necesarios
en la vida, y se enriquecen con una vida en el Dhamma.
Imagínense que fueran integrantes de algún pueblo originario del hemisferio
occidental allá entre 1500 y 1900. Durante esos 400 años, se llevó a cabo un
genocidio colectivo contra los pueblos originarios de América. En ocasiones, el
genocidio fue violento, por ejemplo, las conquistas españolas de Perú y México, donde
millones de personas murieron asesinadas, colgadas cabeza abajo de los árboles,
quemadas vivas y exterminadas. En Estados Unidos, este tipo de violencia contra el
pueblo continuó hasta finales del siglo XIX, como la masacre de Wounded Knee. Sin
embargo, el principal exterminio genocida de los pueblos originarios ocurrió al
expandirse enfermedades europeas para las cuales no tenían defensas. El
descubrimiento de América ha sido calificado como “el mayor desastre demográfico en
la historia del mundo”. Muchas personas fueron asesinadas, pero la gran mayoría
murió por enfermedades y, en muchos casos, se extinguieron grupos lingüísticos y
culturales enteros.
Cuando pienso en tiempos duros, personalmente, pienso en el mundo tal como
era diez años antes de que yo naciera. Nací en 1945 y, en la segunda guerra mundial
habían muerto entre 50 y 80 millones de personas; en realidad se desconoce el número
exacto porque quienes podían contar los asesinatos también fueron asesinados.
Aproximadamente 7 millones de judíos fueron acorralados como ganado y torturados
hasta la muerte en fábricas construidas para matar. En la Unión Soviética, murieron
aproximadamente 25 millones de personas, en parte debido a la guerra y también a
causa de inanición lenta e intencional. Durante la gran guerra en que Japón invadió
Asia, grandes masas murieron de hambre, y decenas de miles de mujeres fueron

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violadas innumerables veces.
Yo nací el 4 de agosto de 1945 y, antes de que cumpliera un mes, Estados
Unidos arrojó bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, y cientos de miles de
personas murieron calcinadas.
Nuestros padres o abuelos, en Japón, China, Birmania, Rusia, Polonia,
Alemania, Italia, Francia, Inglaterra y casi en cualquier país del mundo vivieron tiempos
muy duros. Murieron 400,000 jóvenes estadounidenses. No debemos denigrar la
resiliencia de los sobrevivientes de aquellos tiempos duros comparando nuestros
modestos retos con el infierno que sobrevivieron y del cual resurgieron para recrear el
nuevo mundo que heredamos.
Una de las características de la vida es nuestra capacidad de adaptarnos y
sobrevivir, una capacidad conocida como resiliencia. Me gusta pensar que la
meditación no sólo nos proporciona ecuanimidad y desapego, sino aumenta nuestra
capacidad de resiliencia adaptativa. Nos prepara para reconocer y aceptar la
impermanencia de cada situación y de nuestra autoimagen, que es en sí una quimera
en constante transformación. También nos prepara para involucrarnos en el momento,
para vivirlo vigilantes y resolver los problemas con atención plena. La meditación nos
prepara para esperar resolver los mismos problemas una y otra vez, conforme
aparezcan en situaciones nuevas y avancen hacia nosotros desde distintos ángulos.
Practicar Vipassana nos prepara para reexaminar el mundo y a nosotros mismos con
una mirada fresca, como una disciplina repetidamente activada, momento a momento.
Hoy existe el campo de la psicología positiva, sobre la que podemos leer en
cientos de libros y artículos, una psicología que no pretende encontrar una patología y
curarla, como sucedía con la teoría freudiana, sino crear sobre todo una vida positiva y
óptima. El curso más concurrido, el más popular que se ha enseñado en la Universidad
de Yale, ha sido el que imparte la psicóloga Laurie Santos, “Psicología y buena vida”.
Más de la mitad de los estudiantes de la universidad se matricularon en este curso, que
debió transmitirse por video debido a la falta de espacio en las aulas. Aunque me
siento un poco avergonzado de ello, no deja de producirme cierta satisfacción y
complacencia percatarme de cuánto de esta psicología positiva ya existía hace 2,500
años en las enseñanzas del Buda. Veamos algo de lo que él decía y que hoy se
anuncia con fanfarrias como un descubrimiento importante de la psicología positiva.

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Supongo que todos conocemos la frase del Canon Pali que afirma que la
importancia de la amistad en el Sendero es tal que constituye la mitad de la práctica.
Según el Buda, la amistad en el Sendero es todo el Sendero. Nada es más importante.
Esto no significa que la amistad sustituya a la meditación, sino que, para alguien que
sigue el Sendero tan plenamente como puede, acompañado de alguien que ya está
recorriendo el Sendero tan plenamente como puede, la amistad representa un
catalizador mutuo que les permite alcanzar el máximo progreso en el Sendero. El
Sendero del Buda hacía énfasis en la comunidad, representada por la sangha de los
bhikkus. Es una obviedad de la psicología moderna que la red social es el más
poderoso predictor de la resiliencia durante periodos traumáticos o de crisis. Y no
tenemos que ser budistas para comprender el importante principio psicológico de la
amistad en el Sendero.
Pero, ¡un momento! El Buda también elogiaba la soledad. Parecería una
contradicción leer el consejo de nuestro gran y legendario maestro y encontrar que
elogiaba tanto la amistad como la soledad. Estudiosos de la lengua y la cultura en el
Canon Pali han encontrado que el lenguaje y las referencias revelan que fue compuesto
en el transcurso de cientos de años. Uno de los primeros textos del Canon Pali se
tradujo al inglés como el sutra del Rinoceronte. Aquí, el Buda advierte que “… al ver las
desventajas de los atractivos sociales, una persona sabia, que valora la libertad, vagará
sola como un rinoceronte”.
En esta enseñanza, como ocurría casi siempre, el Buda creó un Camino medio
con alas a ambos lados. Un meditador valora tanto la amistad como la soledad, cada
una en diferente momento y de distinta manera.
La amistad en el Sendero es un apoyo decisivo, aunque también nos puede
entusiasmar a seguir las ideas de alguien más en vez de nuestra propia experiencia de
meditación. En el discurso que dio Bob Dylan al recibir el Premio Nobel, afirmó que
tocar frente a una audiencia de 50 personas le resultaba más difícil que hacerlo frente a
una audiencia de 50,000, porque 50 personas siguen siendo individuos, pero 50,000
constituyen una masa informe.
La vida de un meditador, por definición, tiene como centro la soledad. Cuando
meditamos, estamos solos. El profundo autoconocimiento, los diversos puntos de
vista desde los que observamos nuestra historia personal y nuestros rasgos

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personales mientras meditamos, es único. Parte del poder de la meditación es ese
viaje hacia la complejidad de lo que llamamos nuestro yo. Y a través de este viaje de
soledad y de consiguiente autoconocimiento, también logramos la capacidad de hacer
amistades que son igualmente multifacéticas y enriquecedoras.
Otra característica de la psicología positiva, que ya aparecía en el Canon Pali,
es la importancia de caminar al aire libre. La enseñanza original asociada con el
nombre del Buda constantemente describe que las personas que practicaban el
Dhamma vivían en el exterior, en entornos rurales y semirrurales. Probablemente, la
razón principal de que la sangha de bhikkhus estuviera formada por personas que
pedían comida tenía el propósito de crear una atmósfera de practicantes serios del
Dhamma que no estaban atados a posesiones terrenales. Ciertamente no es una
coincidencia que, en las leyendas del Canon Pali, la vida de un bhikkhu incluía caminar
todos los días por campos, bosques y los primeros asentamientos de la civilización
india, inmersos en un mundo preindustrial verde y exuberante, donde tenían
encuentros recurrentes con elefantes, rinocerontes, cobras y una amplia gama de vida
silvestre y plantas tropicales. Tenían que caminar porque era la única manera de
conseguir comida. Resulta irónico observar que, en la tradición antigua, estos santos
vagabundos mantenían una sana distancia al caminar, en una fila, y recibían la comida
con los brazos extendidos. Quizá ya había una elección natural por normas de salud
que incluían no tener contacto físico y mantener la sana distancia. Podríamos
preguntarnos si estas conductas de distanciamiento físico que hemos practicado estas
semanas serían el ideal de la conducta habitual del Dhamma. Pero recordemos que
caminar era, de hecho, parte de las recomendaciones del Buda. Como dijera Walt
Whitman, con plena conciencia de que caminar al aire libre es una metáfora para la
psicología de la sabiduría.

A pie y de buen humor tomo el camino abierto,


saludable, libre, el mundo ante mí;
ante mí la extendida senda parda que conduce
a dondequiera que yo elija.

No pido de aquí en más buena fortuna, soy yo

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mismo la buena fortuna […]
Puse fin a lamentos puerta adentro […]
Fuerte y contento viajo por el camino abierto.

Deberíamos tratar de caminar al aire libre todos los días, guardando la distancia con los
demás, incluso en la ciudad, si no tenemos acceso al campo.
Cuando se trata de vivir bien y sobrellevar las dificultades, el rasgo que nos da la
mayor resiliencia es el altruismo. La psicología moderna nos enseña que las personas
altruistas son más felices y superan mejor las dificultades que aquellas que sólo
piensan en sí mismas. Es fantástico ver reafirmadas por psicólogos de los siglos XX y
XXI las actitudes recomendadas por el Buda — karuna, compasión, y mettā, amor
compasivo, y sus enseñanzas sobre la generosidad de espíritu— aunque ellos
imaginan que las han descubierto. El Dhamma nos prepara para ser servidores,
donadores, amigos y sobrevivientes altruistas. En estos tiempos de confinamiento y
aislamiento relativos, necesitamos que nuestro altruismo brille. El principio de Goenkaji
era el aforismo de que quien medita, pero no sirve, no comprende el Dhamma. Por lo
tanto, mientras meditamos solos en nuestra casa, refugio o rincón favorito, sin poder
siquiera ver a otras personas, necesitamos cumplir nuestras dos horas de meditación
diaria con servicio. Tal vez nuestro servicio sea únicamente psicológico, un plan de
buena voluntad para el futuro; tal vez nuestro servicio se limite al mettā que
compartimos después de meditar. Pero, tal vez, incluso en nuestra prisión del Covid-
19, podemos recurrir a la comunicación moderna o incluso al correo postal para enviar
un rayo de esperanza y afecto a alguien que se sentirá reconfortado al recibirlo. Como
un grupo amigo de meditadores, conspiremos para saturar el internet de intercambios
maravillosos por Skype, FaceTime, Zoom, Doxy y otros vehículos que nos permiten
servir a las personas. Hoy es un buen momento para irradiar la luminosidad que
tenemos en nuestro interior. Nuestra utilidad está en nuestro corazón.
Probablemente, la lección más importante que he aprendido de la psicología
moderna se encuentra en el libro Pensar rápido, pensar despacio, de Daniel
Kahneman, profesor de Princeton que es el único psicólogo que ha obtenido un Premio
Nobel (aunque el premio se le otorgó en Economía, al reconocer que su visión
revolucionó el campo). Kahneman afirmó que el descubrimiento más importante de la

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psicología moderna es el reconocimiento de que los seres humanos padecemos de
confianza excesiva. Fabricamos respuestas para sentirnos seguros. Negamos la
incertidumbre y la ambigüedad con el propósito de sentirnos seguros con nuestras
creencias preexistentes. Manipulamos la evidencia para afirmar que creemos que
sabemos y para rechazar todo aquello que nos resulta nuevo o extraño.
Los seres humanos tenemos la pretensión de estar siempre en lo correcto, de
saberlo todo. La gran contribución de Kahneman fue señalar que el centro de este
círculo de ignorancia, de confianza excesiva, es la clave de la fragilidad, el error y la
violencia de los seres humanos. Y posiblemente Kahneman sabe de lo que habla
porque él, como judío europeo, nació justo antes de la segunda guerra mundial y
pasó varios años de su niñez en un gallinero, ocultándose de una creencia extendida
entre los nazis, derivada de su confianza excesiva.
La psicología cognitiva de Daniel Kahneman pertenece a la gran tradición de la
Ilustración europea, que intenta rectificar la ignorancia y el error con información y datos.
Kahneman es un científico.
Es reconfortante saber que ya el Buda mencionaba en sus enseñanzas la
confianza excesiva, la credulidad excesiva. Él describía el Dhamma como algo que
rebasa cualquier punto de vista, que renuncia a apegarse a creencias y sigue el
Camino de la sabiduría con base en la experiencia personal directa que se alcanza
con la meditación. En el Dhamma, todos caminamos en el exterior, en busca de
experiencias personales y verdades que hemos encontrado nosotros mismos. No
somos precisamente científicos, porque la ciencia consiste en la recolección
sistemática de datos lo más objetivos posibles. Pero somos empiristas, personas
que recopilamos experiencias y nos apegamos a lo que nos indican. Nuestro
telescopio, nuestro microscopio, nuestro laboratorio es la meditación Vipassana y,
al ser observadores cuidadosos, repetimos el estudio una y otra vez para intentar
controlar errores y percepciones equivocadas. Es la actitud de la experiencia
personal y la voluntad de autorrectificación lo que nos convierte en personas que
trascienden los puntos de vista.
Al menos en este sentido, lo que nos enseñan la Ilustración europea y la ciencia
resultan iguales a la Iluminación del Buda y el Dhamma —llegar a hipótesis, no a
conclusiones. No creer en nuestros miedos ni en nuestras fantasías; mantener la mirada

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en la pelota. Observar lo que es verdadero en este momento y prepararnos para revisar
el guion.
Es en este momento cuando la amistad en el Sendero puede ser tan saludable,
nutritiva y hasta divertida. Por lo pronto, dependemos casi por completo del teléfono, de
la red, de las meditaciones virtuales en grupo, de la memoria y el pensamiento y del
mettā. Las amistades que florecen en el Sendero están basadas en nuestra capacidad
para observar y deshacernos de la confianza excesiva que nos vuelve tercos,
discutidores y excesivamente dueños de nosotros mismos, para desechar los puntos de
vista que nos dan confianza excesiva en un mundo multifacético y en constante cambio,
pleno de ambigüedades, complejidades y diferentes tonos y matices. Una manera de
medir nuestros avances en el Dhamma es analizar con cuánta facilidad podemos hacer
de lado nuestra beligerante tendencia a la autoafirmación, nuestros terminantes
sistemas de creencias y participar en conversaciones amistosas a pesar de las
diferencias, listos para absorber nuevas posiciones, mezclando adecuadamente la
convicción de la experiencia personal con la incertidumbre de los cambios en un mundo
cambiante.
Debemos entender claramente que la tradición de Vipassana que nos legó
Goenkaji no es simplemente estar aquí y ahora, en el momento, o practicando la
atención plena como una disciplina total. Pertenecemos a una tradición que se inició
con el Buda, cuya meta es alcanzar el Nirvana. Tener alguna relación con la meta del
Nirvana es esencial para un estudiante de Goenkaji. Pero el Nirvana es un concepto
abstracto, difícil de comprender, no conceptual, sustentado en una secuencia de
experiencias que muy pocos de nosotros alcanzaremos alguna vez. Por lo tanto, como
un punto de enfoque valioso pero simplificado, podemos decir en el Sendero del
Dhamma, que recorremos al practicar Vipassana, se dirige hacia lo positivo, evitando
cualquier cosa negativa. Aunque esta vaga generalización no es una guía exacta, y es
mucho menos valiosa que nuestra práctica de meditación real, al menos contiene este
importante mensaje que debemos escuchar una y otra vez.
Las actitudes negativas hacia nosotros, los sentimientos de culpa y
desadaptación, la autorrecriminación sobre lo mal que resultó nuestra meditación, son
negativas, no positivas, y no nos llevan por el Camino. En cuanto empezamos a
criticarnos, nos caemos del caballo. Uno de los trucos para ser un meditador toda la

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vida, y caminar lentamente hacia la gran estrella del Nirvana, es evitar denigrarnos,
castigarnos, compararnos desfavorablemente con otros.
Si sienten temor, miedo o impotencia, no tienen que ocultarlo; están siendo
honestos con ustedes. Si la pantalla se congeló un momento, no tienen que dejarse
llevar por descabelladas fantasías de que se cayó el internet. A pesar de nuestras
continuas negatividades, los meses y años de esfuerzo en la meditación no se
invalidan. Todo lo que los hace sufrir durante este momento tan estresante es un
recordatorio de por qué deben seguir adelante, en vez de claudicar.
Queremos recordar la importancia del pensamiento correcto y volver nuestros
pensamientos correctos al ángulo desde el cual podamos ver correctamente lo que
estamos haciendo. Si se sientan a meditar durante un minuto, en ese momento
tuvieron motivación para el Dhamma. Si mantienen su sila durante un día, ese día
tuvieron cierta motivación para el Dhamma. Debemos medirnos a partir de donde
venimos, así como hacia donde vamos. En cuanto comienzan a recorrer el Sendero,
están manifestando y ejercitando los atributos del Dhamma que seguramente pueden
crecer. John Prine, cantautor estadounidense de música country, quien falleció
recientemente de coronavirus, dijo que “A pesar de nosotros mismos, terminaremos
sentados sobre un arcoíris.”
Últimamente, algunos estudiantes antiguos han expresado cierta inconformidad
con la idea de que la enseñanza de Goenkaji esté tan orientada al servicio. Cuando él
llegó por primera vez a Occidente, a finales de los años 60 y principios de los setenta,
su énfasis budista en el servicio desinteresado encontró eco en los jóvenes radicales
que querían cambiar el mundo y se convirtieron en sus estudiantes. Pero hoy, un
pequeño grupo de estudiantes parecen desear que la meditación los convierta en
personas autónomas, carentes de emociones, que nunca se sientan heridas ni tengan
temor. Estos estudiantes jóvenes se preguntan por qué no pueden tomar un camino
directo, en vez de dedicar tanto tiempo al servicio del Dhamma.
Goenkaji personificó la ética del servicio. La definición de riqueza es exceso,
tener más de lo que necesitamos o sentimos que queremos. La riqueza es exceso, lo
que podemos darnos el lujo de entregar y aún tener suficiente. Es este tipo de
generosidad, y no una autoproclamación de logro, la meta y la medida de nuestro
avance en el Sendero. Nuestro sendero distribuye su riqueza a través de la práctica de

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mettā, un estado emocional activamente cultivado después de practicar Vipassana,
omnipresente, que se filtra en nuestra vida cada vez con mayor frecuencia conforme
avanzamos en el Sendero. La infusión espontánea de mettā es lo mejor que podemos
obtener y lo mejor que podemos dar en nuestra vida en el Dhamma.
La psicología moderna ha descubierto que una actitud generosa es la base de la
resiliencia y la amistad. Es curioso que la psicología lo descubra ahora, porque el
altruismo es la piedra angular del Dhamma, salvo por el hecho de que, de acuerdo con
las enseñanzas del Buda, el altruismo es tanto un sentimiento como una acción, no
únicamente buenas acciones.
El Sendero que enseñaron el Buda y Goenkaji considera que la meditación es la
acción número uno, aunque no que la meditación es la totalidad del Sendero.
Necesitamos vivir y actuar de acuerdo con el fruto de nuestra meditación todo el día,
todos los días. Es este estilo de vida activo, de ojos abiertos, informado por la
meditación lo que se convierte en una vida en el Dhamma. En momentos como éste,
cuando tantas personas a nuestro alrededor viven angustiadas, muchas veces
comprensiblemente, es cuando conviene sacar algo de dinero de nuestra cuenta de
Vipassana y donarlo a alguna acción social. Es el momento de emplear activamente
nuestra mettā, ya que cumpliría dos funciones. Sin duda, nuestra mettā es en parte
egoísta y debería hacernos sentir mejor, ser más amables, más generosos,
preocuparnos por las víctimas del Covid-19, las víctimas del virus y las víctimas del
caos social y político que ha provocado. También debería inspirarnos a realizar
cualquier acto de altruismo que nuestra situación nos permita: llamar a otras personas
por teléfono, FaceTime, Skype, Doxy, Zoom o cualquier otra manera en que podamos
compartir nuestra ecuanimidad con alguien más. Martin Buber dijo que el valor se
extiende a las masas desde aquellos que han estado en el límite y han visto cara a
cara la realidad.
Una hermosa metáfora para mettā se encuentra en un poema de Robert Frost, lo
cual me señaló uno de mis maestros del Dhamma hace muchos años. Goenkaji
subrayó que el Sendero no es para personas que buscan la salvación de manera
egoísta sino para aquellos que comprenden que, al servirnos a nosotros, necesitamos
servir a los otros y que, servir a los demás, es la mejor manera de servirnos. Robert
Frost nos recordó que un delgado hilo de apego permanece en las personas más

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maravillosas. Escribió un poema llamado “El hilo de seda” sobre una persona a la que
admiraba. La describe como una tienda de campaña a la que un día soleado de verano
secó todas las cuerdas que la sostienen, húmedas por el rocío, y éstas se ablandan
Ella se sostiene, no por una cuerda tensada, sino porque está

atada ligeramente por innumerables y sedosos


lazos de amor y pensamiento
de cada cosa de la tierra que la rodea […]

Tras la muerte de Goenkaji, en 2013, todos nos preguntamos cuánto obtuvimos de él o


de sus enseñanzas, incluso si no lo conocimos personalmente. Nos colocó en una
perspectiva mucho más amplia que nuestra propia vida. Fue el embudo a través del
cual vertió en nosotros Vipassana. Nos dio innumerables regalos de su vasta riqueza
del Dhamma aunque, personalmente, lo más importante fueron estas tres palabras:
“Comencemos de nuevo”. Cuando meditamos en tiempos difíciles, a menudo nos
sentimos derrotados o que hemos retrocedido muchos años, hasta antes de comenzar
a meditar. “Comencemos de nuevo” no se aplica únicamente al curso de diez días. Se
refiere a cada situación, a cada día. Hoy es el momento de comenzar de nuevo.
Cuando las personas pierden esta beneficiosa y perdurable práctica de Vipassana, es
porque se han olvidado de estas tres palabras: “Comencemos de nuevo”.
La meditación está enraizada en la realidad y la experiencia, aunque también
contiene un elemento de fe. Y por fe me refiero a algo totalmente diferente que ser
crédulo o ingenuo, alguien que acepta la veracidad de la fantasía o la inexactitud. La fe
de Vipassana es la fe de comenzar de nuevo. La meditación es un acto de fe en el
valor de la vida, día con día. No es fácil. El mundo no nos apoya. El mundo es un reto
permanente que nos presenta dificultades. Para tener la fe de comenzar de nuevo
necesitamos comprender “Esta es mi vida; ésta es mi época, en la que nací. Éstos son
los retos que moldearán la manera como yo aprenda a responder. Mi práctica de
Vipassana tiene que ser tan buena como para hacer frente exactamente a estos retos.”
Todo se desvanece, pero no queremos morir después de una vida sin sentido.
Vipassana nos forja una vida en la que cada momento estamos escalando la cara de una
roca, como Alex Honnold, un gran escalador en estilo solitario libre. Una vez que nos

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establecemos en la meditación, reconocemos que el valor más fuerte de la práctica es
que nunca podemos dejarla. Hemos aprendido a escalar contra las fuerzas de la duda, el
temor, la autocrítica, la soledad y el grupalismo. Y hemos llegado demasiado alto para
desperdiciar todo el esfuerzo anterior y abandonarlo todo ahora. Busquemos cómo dar el
siguiente paso para seguir ascendiendo y comencemos de nuevo.

Síntesis
Además de cumplir con los lineamientos de protección que se indican, hemos
comentado las siguientes acciones específicas de Vipassana para meditar en tiempos
difíciles.
• La rutina de meditar dos veces al día es la base de “anicca con ecuanimidad”.
• No exagerar el sentido único de peligro de la pandemia.
• Reconocer que el sufrimiento es generalizado, omnipresente y un catalizador para el
Sendero.
• La enseñanza principal del Buda es: “Esto es el sufrimiento, y éste es el
Sendero para salir del sufrimiento”.
• Ver la pandemia como el “equipo contrario” que nos permitirá mejorar nuestra práctica
de Vipassana.
• Considerar la pandemia desde varios puntos de vista, incluyendo sus peligros y
mortalidad, su proporción histórica, costos sociales y beneficios inesperados.
• Reconocer el papel del “ego” o la “autorreferencia exagerada”.
• El papel de la amistad en el Sendero, la importancia psicológica de nuestra red
social, manteniéndola viva y aprovechando las meditaciones en grupo virtuales.
• Caminar al aire libre era una de las prácticas del budismo primigenio y sigue
siendo importante.
• Evitar la negatividad con respecto a nosotros mismos: sin culpas, sin autocríticas
sobre la calidad de nuestra meditación.
• La importancia del “servicio” o la acción altruista.
• La importancia del mettā, o sentimientos de amor compasivo hacia los amigos, los
conocidos y los millones de seres desconocidos.
• Tener fe en el valor de cada hora de meditación, cada día, la intención de una vida
siempre ascendente enfocada en el Dhamma.

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• Convertir el Nirvana en realidad al fijarnos metas altas.
• La gratitud es nuestra relativa seguridad y garantía de buena vida en un mundo
lleno de problemas; siempre recordar que esto es lo que hemos practicado.
• Comencemos de nuevo.

Es cierto que a veces nos rodea la oscuridad y por ello siempre debemos buscar
activamente la luz. También es cierto que a veces estamos confundidos, por lo que
debemos tomar un camino que nos lleve en la dirección correcta. Es cierto que cada ser
humano se siente solo y por ello el Dhamma es también un Sendero de amistad. Es
cierto que nuestro temperamento se altera, que nos sentimos enojados o debilitados por
las dudas. Por eso buscamos el Sendero de la purificación, la positividad, la bondad de
corazón.

La meditación es la herramienta que puede colocar nuestra mano bajo la luz, en el


Sendero, la amistad y el corazón.

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