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¿Una pandemia viral que en poco más de treinta días luego de su aparición se esparció a escala
global y trastocó las prácticas cotidianas de buena parte de las sociedades de todo el planeta
con resultados todavía inciertos? Algo así. La antropología tendrá mucho para decir al respecto.
Toca muchos de sus intereses, acaso casi todos, desde las prácticas religiosas hasta la política
del cuerpo, desde la organización simbólica de la vida social hasta la transformación de las
relaciones de familias y clanes. Así que, ¿qué se está diciendo, hasta ahora, en el campo de la
antropología?
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somos. Un ejemplo claro es el lenguaje, creación anónima, histórica y colectiva que representa
la herramienta central de nuestra comunicación con el mundo. Otro es el hecho de que
nacemos débiles y frágiles y necesitamos cuidado durante mucho tiempo para, una vez
formados, enfrentar la vida. En breve: como sujetos somos intersubjetivos”.
Wright agrega: “La crisis actual desnuda la paradoja de la ideología moderna del individuo y del
individualismo. En este contexto, el ser humano es una especie instalada en el mundo como
sistema cosmológico que da sentido a la existencia. Este sentido es recibido de nuestros
mayores y de las tradiciones que recorren la sociedad. Muchas de estas tradiciones proponen
un nexo ser humano-cosmos-sociedad que usualmente llamamos religiones, sistemas místicos
o, más recientemente, espiritualidades. Cuando hay amenazas al sentido del mundo y de la
vida, como ocurre hoy, estos sistemas de sentido pueden reforzarse o bien sufrir desgarros y
reestructuraciones. Frente a esta crisis de dimensiones globales se redescubre lo espiritual
como otro nombre del sentido, que ayuda a comprender mejor la catástrofe planetaria, desde
una renovada poética colectiva”.
Y suma: “También se puede esperar que COVID-19 y su respuesta provoquen ansiedades más
amplias, en este caso moldeadas por intensas relaciones históricas entre China y África
intensificadas por el reciente surgimiento económico, globalización, inversión y por la Iniciativa
Belt And Road de China. Las experiencias africanas de intervención china son muy variadas,
tanto positivas como negativas. Se extienden a la Guerra Fría y al apoyo geopolítico para los
regímenes africanos claves. Las recientes intervenciones económicas y de infraestructura han
sido impulsadas por las relacionadas con la salud, incluido el fuerte apoyo de China a la
respuesta al Ébola en África Occidental y el nuevo Centro Africano para el Control de
Enfermedades. Las interpretaciones, las ansiedades y la discriminación relacionada
seguramente no solo estereotiparán COVID-19 (negativamente) como una ‘enfermedad china’
o (positivamente) como una ‘respuesta china’. La diversidad, los matices y la historicidad de los
sentimientos y las ansiedades deben ser apreciados. Pero deben tomarse en serio y no
descartarse como ‘rumor’, para sintonizar los mensajes y las respuestas de manera que se
adapten a los contextos político-económicos e históricos y generen, en lugar de socavar, la
confianza”.
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El campo de la antropología está tratando de tomar notas, y empezar a entender, el fenómeno
del coronavirus. Aunque será una empresa larga, ya se van sumando temas, estableciendo
perspectivas, consolidando polémicas, descartando paradigmas. Veamos a continuación, por
ejemplo, cómo en el ámbito antropológico ya se va discutiendo el resurgimiento de los
nacionalismos fuertes, el discurso bélico sanitario, las separaciones despectivas entre nosotros
y ellos marcadas por estereotipos de culturas nacionales, las narraciones contradictorias de los
medios de comunicación, las crónicas sostenidas en igualitarismos sociales irreales, la
perspectiva disciplinaria adultocéntrica, el sistema económico chino cuyo principal movimiento
lo asumen las personas, no los bienes, y mucho más. Aquí, un resumen.
Y sigue: “Analizar cómo los países responden de manera diferente es una tarea precaria, que
puede conducir fácilmente a la reproducción de nociones estereotípicas de ‘cultura nacional’.
No somos expertos médicos, pero se nos presenta lo que parece un consejo experto
contradictorio con consecuencias importantes para nuestras vidas. Parece que las diferencias
culturales juegan un papel en cómo los expertos, los gobiernos y los ciudadanos responden al
virus y sus incertidumbres”.
Ernesto García López, antropólogo en la Universidad Duke en Madrid, escribe: “El coronavirus
no solo se ha instalado en nuestras vidas como un problema de salud con dramáticas
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consecuencias sociales y económicas, sino también de pensamiento y concepción del mundo. Y
digo de pensamiento, porque durante las últimas semanas de encierro hemos asistido desde
los grandes medios de comunicación e instituciones a un aluvión de narraciones, símbolos,
retóricas, opiniones y experticias, que no han parado ni un minuto de ‘delimitar’ lo que es
plausible y lo que no. Todo lo que queda fuera de ese perímetro interpretativo no merece ser
tomado en consideración”.
Y prosigue: “En aras de proveer a la tribu de disciplina y esperanza se han sobrexcitado los
valores patrióticos y nacionalistas; se ha recuperado una grandilocuencia militar y belicosa; se
ha impostado una crónica ‘falsamente igualitarista’ de la enfermedad, desocializada, unívoca,
ajena por completo a las desigualdades estructurantes, a las diversidades culturales y étnicas, a
la división sexual del trabajo. Se ha privilegiado un punto de vista marcadamente
adultocéntrico, infantilizando a los propios niños y niñas, como si no tuvieran capacidad de
raciocinio para habitar la coyuntura; y, por encima de todo, se ha optado por una
‘unidireccionalidad de la gestión’. Las energías políticas discurren desde el poder gerencial
(‘arriba’) hacia las bases gerenciadas (‘abajo’). La gobernanza, más que nunca, nos galvaniza
centralizada y dirigida por los cuarteles de mando, que para eso estamos en una metafísica de
guerra”.
Y añade: “La reacción a la cuadrícula, al igual que el virus COVID-19, es altamente contagiosa.
Una vez que el gobierno central declaró la guerra contra el virus, las localidades de todo el país
adoptaron medidas estrictas, incluso en lugares remotos sin infección reportada. En poco
tiempo, toda la nación se puso a punto de estancarse. La reacción a la cuadrícula no se trata
solo de redes comunitarias; se refiere a la estrategia general, indiferenciada y bélica. Convertir
hospitales enteros en salas COVID-19 y construir barricadas alrededor de las aldeas también
son parte de la reacción de la cuadrícula. La reacción a la cuadrícula puede ser profundamente
perjudicial. En primer lugar, al igual que cualquier reacción en cadena, la reacción en cuadrícula
indujo movimientos involuntarios que pueden propagar aún más el virus”.
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Y se pregunta: “Cuando la sociedad china se vuelve más móvil, las respuestas a los riesgos
parecen más crudas y torpes. ¿Cómo se puede organizar una economía de la movilidad de una
manera más sostenible y equitativa? Este es un desafío fundamental para los investigadores y
los responsables políticos en las próximas décadas”.
Y agrega: “Sin embargo, gran parte de la incertidumbre acerca de COVID-19 está relacionada
con la información errónea que circula al respecto, en particular las declaraciones falsas de
riesgo para el público, que reaccionan con más miedo cuando se les oculta los hechos. Las
perspectivas positivas tienen efectos perturbadores cuando van en contra de la razón, la
verdad y la evidencia, y combinadas con la falsedad y la inconsistencia, son completamente
aterradoras. Por el contrario, los hallazgos científicos y las proyecciones sobre la enfermedad,
aunque sean atemorizantes, al menos arrojan algo de luz en las peligrosas sombras. Gracias a
un flujo constante de datos abiertos a través de preimpresiones, publicaciones aceleradas y
repositorios en línea, todo tipo de recursos y productos de investigación están ampliamente
disponibles para su consumo. Estos incluyen cientos de genomas de SARS-C0V-2 para diseñar y
evaluar pruebas de diagnóstico, datos epidemiológicos para guiar la vigilancia de Covid-19 y la
toma de decisiones de salud pública, y herramientas fáciles de usar para visualizar y rastrear
casos de Covid-19 en tiempo real”.
Y define: “El mundo necesita más científicos que quieran traducir su experiencia en una
comunicación efectiva sobre preocupaciones y ansiedades globales. A medida que nos
enfrentamos a cada nuevo desafío, ya sea una pandemia u otra fuerza desestabilizadora a nivel
mundial, estas habilidades son sumamente importantes para ayudarnos a guiar con la ciencia a
los líderes de negocios, tecnología y gobierno. Sus temores a lo desconocido no son diferentes
de los del público en general y las voces de la comunidad científica pueden ayudar a cortar el
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ruido. Cuantas menos personas haya en la oscuridad, mejor estarán todos. Estamos todos
juntos en esto”.
Y continúa:
“La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce el valor del comportamiento humano en
el manejo de las pandemias. Su Guía de planificación de comunicaciones de brotes sugiere que
los cambios de comportamiento pueden reducir la propagación hasta en un 80%. Esto puede
significar la diferencia entre los sectores de la salud que se ven abrumados o que continúan
funcionando. Pero esto ejerce una gran presión sobre los gobiernos y las agencias de salud
pública para que produzcan el mensaje correcto sobre COVID-19. Esto es particularmente
complicado dado que las personas tienen diferentes niveles de riesgo del virus. De hecho,
¿cómo se puede alentar a las personas que no están en alto riesgo a tomarlo en serio y tolerar
interrupciones significativas en sus vidas, si es menos probable que se vean afectadas?”
Y suma: “Los humanos hemos evolucionado como seres profundamente sociales, cuya
necesidad de tocar y ser tocados, de conversar, debatir y reír juntos, de sonreír y coquetear
unos con otros, y de interactuar en grupos es fundamental para una vida saludable. El
funcionamiento mismo de nuestro sistema biológico, de las hormonas y las encimas que
circulan por nuestras arterias, nuestros intestinos y otros órganos, está ligado a nuestras
conexiones y relaciones sociales con los demás. Innumerables experimentos y experiencias
reales demuestran que eliminar estas inmersiones diarias en la actividad social debilita las
infraestructuras corporales de la salud física y mental. Cuando los seres humanos están
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aislados, ocurren cosas malas; aparecen depresiones fisiológicas y psicológicas, disminuye la
función inmune, se producen dolores intestinales y dificultades cognitivas, entre otros efectos”.
Añade luego: “Lo que estamos poniendo en peligro no es solo esta tendencia a estar y trabajar
juntos fruto de la evolución, sino también milenios de cultura. Ahora todo esto tiene que
cambiar, al menos durante un tiempo. Esta perturbación de los aspectos cotidianos más
sociales y constantes de nuestra vida está afectando a todas las culturas del planeta. Este
estremecedor desplazamiento de lo que significa ser español, italiano, coreano, chino o de
cualquier otra nacionalidad también causa estrés a nuestra mente y, por lo tanto, a nuestra
salud”.
El campo de la antropología sigue produciendo saberes en esta pandemia. En general son notas
sobre la marcha, borradores para empezar a entender qué está pasando, qué pasó y qué
sucederá, desde un punto de vista antropológico. Ya se van afianzando temas, estableciendo
perspectivas, consolidando polémicas, descartando paradigmas. Como ocurre siempre con la
antropología, el temario es variado, rico, saltando de lo universal a lo local, de lo teórico a lo
dolorosamente mundano. Aquí, un resumen.
Y añade: “El desastre es global y quizás estamos asistiendo a un hecho de esta condición por
primera vez en la historia, con la excepción de la influenza de 1918-1919. Los efectos de la
pandemia han sido sistémicos, en correspondencia con las formas de propagación del contagio
y en relación directamente proporcional con las condiciones de cada sociedad, cada país, cada
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Estado. No obstante, la misma relación se aplica en sentido contrario: cada sociedad aporta al
desastre en proporción a sus condiciones. De esta manera, podemos entender el efecto
sistémico global del problema. Los antecedentes, como la «gripe española», permitirían
establecer ciertas estimaciones sobre la duración de los efectos; en aquel caso, y en escalas
que deben ser comprendidas a partir de niveles geográficos y sociales, el contagio tuvo tres
oleadas: entre marzo y abril, cuando alcanzó Europa, Asia y el norte de África; luego en julio
cuando llegó a Australia y, finalmente, en octubre al tocar México y el resto de América Latina.
El Covid-19 tiene una primera escala en China y el oriente entre finales del año pasado y
febrero de 2020; en ese mes llega a Europa y en marzo, en general, a América. Las próximas
oleadas o rebrotes están por verse, en esa misma relación proporcional con las condiciones de
cada lugar y sociedad afectada”.
Y concluye: “Parece ambicioso pensar en el mundo después del coronavirus cuando en realidad
no podemos dar cuenta del mundo durante el coronavirus. El desastre está en pleno desarrollo
y del mismo modo que no existió una preparación para esta amenaza, tampoco pueden
desarrollarse estimaciones sobre el post desastre. Y allí se encuentra el peor efecto de todo
esto: la incertidumbre, ahora asida al miedo que flota en el aire y se anida en la orden de
aislamiento general. La condición global del problema nos conduce a revisar las premisas con
las que se analizan regularmente los desastres, ahora comprobadas en su despliegue
planetario: la producción histórica de amenazas y de múltiples contextos vulnerables, la
ausencia de preparación, las respuestas reactivas, la carencia de prevención y un
conglomerado mundial de poderes que han vivido de espaldas a la prevención. La globalidad
del desastre se despliega y redespliega sobre tales condiciones, todas ellas preexistentes.
Aquellos que ven en la globalización como la occidentalización del mundo olvidan que la seda
ya estaba en Europa muchos siglos antes de la expansión ibérica. La pandemia del Covid-19 es
la manifestación de un proceso histórico, como todos los desastres, que en este caso es global,
y su alcance nos demuestra que la globalización no posee sentidos cardinales, sino problemas
comunes a todos”.
Y agrega: “Morir de Covid-19, por el contrario, admite solo las formas más simples de
socialidad. A pesar de que los proveedores de cuidados paliativos se esfuerzan por apuntalar
las capacidades institucionales para ofrecer la ‘menos peor’ muerte posible, los que mueren
por coronavirus en el hospital deben hacerlo en un aislamiento relativo, atendidos por personal
de salud enmascarado, cubierto de pies a cabeza en PPE, asumiendo que los trabajadores
tengan suerte. Aquí, el equipo necesario para proteger a los cuidadores de la transmisión viral
también disminuye las posibilidades de interacción social. Cuanto menos poroso es el límite
contra el virus, menos potencial tiene para la socialidad humana. ¿Cómo es morir sin recordar
la última vez que viste la carne de un verdadero rostro humano?”
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Harris Solomon, de la Universidad Duke, retoma el tema: “A los antropólogos que investigamos
y escribimos sobre la muerte y el trauma, nos preocupan los relatos de muertes relacionadas
con la pandemia que no tienen en cuenta las intimidades de morir en el hogar o en el hospital.
Según todos los informes, Covid-19 obliga a una muerte solitaria. La persona que está
muriendo es el padre, el hijo o el amigo de alguien, pero si son positivos para Covid-19 también
se consideran peligrosos. La muerte no es simplemente un evento singular aquí, ni el cese de la
vida de un cuerpo. En cambio, la muerte presenta la posibilidad de exposición viral y, por lo
tanto, la posibilidad de más muerte. Nuestras recientes experiencias de trabajo de campo nos
familiarizan profundamente con toda la labor y la logística necesarias para garantizar que la
muerte no ocurra en soledad. Morir es relacional, y es el estrechamiento de esa capacidad
relacional lo que hace que morir en una pandemia sea un sitio crítico de reflexión”.
Y completa: “Entonces, ¿qué podemos hacer los antropólogos para relacionarnos mejor con el
público en general durante estos tiempos? Primero, debemos considerar cómo se ve el
‘compromiso’ crítico: ¿qué, con quién y por qué nos comprometemos? El activismo intelectual
antropológico nos exige ir más allá de la romantización de las prácticas etnográficas y
considerar cuidadosamente las políticas de traducción y las cuestiones de valor dentro de
nuestro propio trabajo. Hacerlo nos permite alinearnos mejor con los más afectados
negativamente por políticas injustas y participar activamente en coaliciones comunitarias y de
base, iniciativas locales y nacionales, y colaboraciones interdisciplinarias dentro y más allá de la
academia para asegurar que nuestros estudios sean reconocibles y útiles para las personas y
comunidades ya comprometidas en la lucha por los derechos y recursos para atender sus
necesidades”.
Andrea Álvarez Carimoney, María Sol Anigstein Vidal y Marisol E. Ruiz Contreras, integrantes
del Núcleo de Antropología y Salud de la Universidad de Chile, escriben: “Desde la antropología
de la salud, la biomedicina ha sido entendida como uno más de los tipos o modelos de
medicina posibles. Al igual que los otros modelos, responde a un constructo cultural e
histórico, cuya mirada particular suele dar cuenta de un enfoque eurocéntrico, colonial,
lineal/causal y fragmentado de la realidad, que le ha permitido transformarse en el modelo
hegemónico”.
Y proponen: “Frente a esta perspectiva creemos que es necesario y urgente abordar la salud
como un proceso dinámico y contextualizado, en relación dialéctica con la enfermedad y la
atención. La mirada sobre el proceso de salud-enfermedad-atención posibilita visibilizar
aspectos que hoy se mantienen en un segundo plano, como el hecho de que el ciclo vital es un
todo interconectado, que incluye la muerte, lo que implica también asegurar la organización de
todos los elementos que giran en torno a dicho ciclo y a las personas y comunidades como
protagonistas de tales procesos. Es así que proponemos una antropología de la salud
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latinoamericana con una fuerte base en la salud colectiva y en la antropología médica crítica,
desde las cual nos posicionamos y proponemos un campo de acción aplicado e implicado, que
pueda rescatar iniciativas comunitarias y territoriales”.
Jeann Segata, antropólogo social de la Universidad Federal de Río Grande del Sur, dice:
“necesitamos diferenciar entre focos cuantitativos y cualitativos. Los antropólogos sociales
suelen estar capacitados en métodos cualitativos. Por lo tanto, para los antropólogos, los
números, los casos, las estadísticas o la frecuencia tienen rostros, trayectorias incorporadas y
biografías. La investigación antropológica implica compartir experiencias y representar
entornos únicos. Entonces, las pandemias no son solo métricas. Deben considerarse desde una
perspectiva de vidas y sensibilidades determinadas. Las pandemias también son experiencias
encarnadas. Y cada experiencia cuenta. Cada experiencia hace historia. Y, como antropólogos,
seguimos estas historias y aprendemos de ellas”.
Lo que comenzó como goteo se convirtió en catarata. Al igual que otras disciplinas, la primera
respuesta de la antropología ante la pandemia de Covid-19 fue abrir los ojos, escuchar y
aportar. Luego fue tomando algunos rumbos, reclamando ciertas discusiones, acotando ciertos
espacios del saber y de la acción. Aunque no pretendemos acotar los debates antropológicos
en el marco de la cuarentena, a continuación señalamos algunos aportes que representan una
de las corrientes de investigación antropológica más interesante: cómo se realiza, ahora
mismo, durante la pandemia, y luego, en lo sucesivo, en el mundo que seguirá a la pandemia,
esa misma práctica antropológica.
Y luego: “A medida que los estudiantes se desplazaban sin descanso entre sus propias
experiencias desiguales de cuarentena y las proyecciones de pandemia en constante cambio, la
antropología médica se convirtió en una especie de brújula para muchos. A lo largo de nuestro
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viaje online, los estudiantes adquirieron una apreciación renovada del conocimiento situado y
un análisis históricamente sintonizado, desarrollando una crítica aguda del capitalismo médico
actual y los nuevos capilares del biopoder”.
La antropología ha tenido, durante más de un siglo, al trabajo de campo etnográfico como uno
de sus sostenes. Esto podría llegar a cambiar luego de la pandemia. O quizás ya estaba
cambiando desde antes. Gökçe Günel, Saiba Varma y Chika Watanabe escriben: “Incluso antes
de la llegada de la pandemia de Covid-19, el trabajo de campo antropológico ‘tradicional’
estaba en problemas. Desde hace algún tiempo, los etnógrafos han estado cuestionando los
truismos del trabajo de campo: separaciones entre ‘campo’ y ‘hogar’, las suposiciones de
género (masculinista) de los trabajadores de campo siempre disponibles y listos para todo, y las
inclinaciones de la antropología hacia los sujetos que sufren. Al mismo tiempo, las condiciones
laborales neoliberales de la universidad, la ‘feminización’ de la antropología, las expectativas de
equilibrio trabajo-vida, las preocupaciones ambientales y las críticas feministas y descoloniales
de la antropología han exigido un replanteamiento del trabajo de campo como un proceso que
implica pasar un año o más en un lugar lejano. Las obligaciones familiares, la precariedad, otros
factores ocultos, estigmatizados o no expresados, y ahora el Covid-19, han hecho que el trabajo
de campo a largo plazo en persona sea difícil, si no imposible, para muchos académicos. La
pandemia ha evaporado muchos planes de trabajo de campo futuros y la perspectiva de
continuar la investigación etnográfica en la misma línea parece incierta. Un número creciente
de expertos médicos y observadores creen que nunca podríamos volver a la ‘normalidad’, lo
que sugiere que el trabajo de campo ‘tradicional’ a largo plazo podría convertirse en una
imposibilidad”.
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Y suman: “El cambio generacional, relacional y tecnológico que enfrentamos necesita que
jóvenes curiosos y críticos tomen la posta en el replanteamiento de las metodologías de
investigación, en las técnicas de recolección de datos y en las fronteras entre la academia, el
arte, el activismo y todas las trincheras desde las que se plantean las luchas actuales,
conjugando la acción y la reflexión”.
Su respuesta comenzó con una distinción clave entre "enseñanza remota de emergencia" y
"educación online". No son lo mismo. “La distinción fue aceptada y bienvenida de inmediato,
no solo por la tecnología de la educación, sino también por el profesorado asediado que se
sintió aliviado de las expectativas poco prácticas para diseñar de repente una experiencia de
aprendizaje online exquisita. Pero aunque esta distinción se mantiene por ahora, ¿qué pasa
con esta caída? Los estudiantes, los padres y el público en general esperarán que estemos
preparados. Y con casi todo lo relacionado con el semestre de otoño aún incierto, nos queda
un difícil desafío de diseño de instrucción: ¿cómo podemos crear cursos que estén listos para
las muchas interrupciones posibles de una pandemia global?”
Harini Kumar, antropóloga de la Universidad de Chicago, lo resume muy bien: “Si hay algo
estable en la etnografía es su inestabilidad. La mayoría de los antropólogos no solo se resignan
al hecho de la inestabilidad, sino que se deleitan con sus posibilidades. Los consejeros le
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advertirán suavemente al comenzar el trabajo de campo que el cambio y la interrupción son
parte integral de la experiencia del trabajo de campo. Si una puerta se cierra, otra se abre, y así
sucesivamente. Debido a que los etnógrafos están ocupados en la dinámica social de lo
contemporáneo, que por defecto cambia constantemente, deben lidiar constantemente con
interrupciones en sus planes de trabajo de campo. Esto puede variar desde la inconveniencia
de que un interlocutor no se presente a una entrevista hasta un panorama sociopolítico que
cambia rápidamente y que impacta intensa y profundamente en sus sitios y colaboradores, y
por lo tanto en su investigación. Se alienta a los etnógrafos a ver la interrupción como un
momento de aprendizaje, incluso un rito de aprobación de la disciplina. ‘¿Qué te dice este
momento (o mejor aún, oscuro momento) sobre tu objeto etnográfico?’ es una pregunta que
he escuchado con demasiada frecuencia y que he encontrado útil”.
La pandemia es uno de esos momentos. Y ya estamos empezando a saber qué nos dice este
oscuro momento.
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