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La antropología y el coronavirus (I)

autor: Horacio Shawn-Pérez

publicación original: urbanalogia

Publicado por CHOCANDOELCARRO el 6 MAYO, 2020

¿Una pandemia viral que en poco más de treinta días luego de su aparición se esparció a escala
global y trastocó las prácticas cotidianas de buena parte de las sociedades de todo el planeta
con resultados todavía inciertos? Algo así. La antropología tendrá mucho para decir al respecto.
Toca muchos de sus intereses, acaso casi todos, desde las prácticas religiosas hasta la política
del cuerpo, desde la organización simbólica de la vida social hasta la transformación de las
relaciones de familias y clanes. Así que, ¿qué se está diciendo, hasta ahora, en el campo de la
antropología?

Ieva Snikersproge, antropóloga del Instituto Universitario de Altos Estudios Internacionales de


Ginebra, en Suiza, escribe sobre lo ocurrido en Francia: “Aunque, inicialmente, los franceses no
tomaron en serio la invitación del presidente para minimizar el contacto social, en solo cinco
días la mayoría de los franceses se dieron cuenta de que la pandemia que se extendía era real.
Muchos se pusieron alegres al principio, siguiendo a otros a un frenesí de acumulación de
pasta y papel higiénico antes de encerrarse en sus hogares. Debido a la mayor exposición al
virus, hubo un descontento creciente para aquellos que, como los cuidadores, los agentes de
policía y los vendedores, no podían teletrabajar o seguir el esquema especial de desempleo.
Sin embargo, otros no se adhirieron completamente al orden de distanciamiento social
impuesto por el estado y la policía franceses y simplemente se limitaron a un cumplimiento
superficial. Esto es preocupante porque socava el esfuerzo colectivo para combatir este virus
mortal nuevo y relativamente desconocido. Aún más preocupante es que la desconfianza que
subyace al comportamiento de incumplimiento es compartida por un grupo mucho más grande
de personas que unas pocas facciones sectarias que se inclinan por las teorías de conspiración.

 Y añade: “Durante mi trabajo de campo de doctorado sobre alternativas al capitalismo, me


llamó la atención la capacidad de los trabajadores franceses para ver planes maestros
capitalistas malvados en lugares inesperados, como el cierre de fábricas (un fenómeno
conocido como ‘despidos en el mercado de valores’). Esta vez, las teorías de conspiración
provenían de los ‘néo-ruraux’ (neo-rurales) o urbanitas recientemente asentados en el campo,
una población no necesariamente predispuesta a las teorías de conspiración. Por lo general, se
describen como individuos poco politizados que buscan una nueva opción de estilo de vida. A
diferencia de los trabajadores de fábricas, pertenecen a la clase media y han alcanzado una
educación superior al promedio nacional. En el clima actual de confinamiento social, están
intercambiando activamente fuentes alternativas de información sobre Covid-19, inundando el
correo electrónico y las redes sociales con escenarios de conspiración”.

Especializado en estudios de antropología simbólica y en religiones, investigador de la


Universidad de Buenos Aires, Pablo Wright explica: “La pandemia que transitamos hizo visibles
aspectos esenciales de la vida social que, en tiempos tranquilos, permanecen implícitos y
dados por sentado. Uno es que la naturaleza de la vida humana es social, es decir, que vivimos
en comunidad; como individuos dependemos de lo colectivo para existir, para ser lo que

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somos. Un ejemplo claro es el lenguaje, creación anónima, histórica y colectiva que representa
la herramienta central de nuestra comunicación con el mundo. Otro es el hecho de que
nacemos débiles y frágiles y necesitamos cuidado durante mucho tiempo para, una vez
formados, enfrentar la vida. En breve: como sujetos somos intersubjetivos”.

Wright agrega: “La crisis actual desnuda la paradoja de la ideología moderna del individuo y del
individualismo. En este contexto, el ser humano es una especie instalada en el mundo como
sistema cosmológico que da sentido a la existencia. Este sentido es recibido de nuestros
mayores y de las tradiciones que recorren la sociedad. Muchas de estas tradiciones proponen
un nexo ser humano-cosmos-sociedad que usualmente llamamos religiones, sistemas místicos
o, más recientemente, espiritualidades. Cuando hay amenazas al sentido del mundo y de la
vida, como ocurre hoy, estos sistemas de sentido pueden reforzarse o bien sufrir desgarros y
reestructuraciones. Frente a esta crisis de dimensiones globales se redescubre lo espiritual
como otro nombre del sentido, que ayuda a comprender mejor la catástrofe planetaria, desde
una renovada poética colectiva”.

La antropóloga Melissa Leach, de la Universidad de Sussex, tiene una larga experiencia


etnográfica en África Occidental. Escribe: “El Ébola nos recuerda, bruscamente, que las
epidemias y sus respuestas son fenómenos sociales y políticos que implican mucho más que
‘enfermedades’. Evocan (y pueden aprovecharse para incitar) objetivos y ansiedades más
amplios e históricamente arraigados, ya sea que estén vinculados a relaciones
político-económicas, intervención extranjera, conflicto o control social. Por lo tanto, algunas
poblaciones de África occidental interpretaron el Ébola y los esfuerzos de respuesta como
fabricaciones de agencias extranjeras o gubernamentales que buscaban poder político,
genocidio o despojo de tierras. Reaccionaron en consecuencia, a veces con violencia. Tal miedo
y desconfianza reflejaban historias vividas y recuerdos de desigualdad, conflicto e intervención
extranjera intrusiva en medio de la violencia estructural. Sin embargo, a menudo fueron
enmarcados, problemáticamente, por agencias externas en términos de ignorancia local,
rumores, información errónea para corregir o exhibiciones patológicas de resistencia o
reticencia”.

Y suma: “También se puede esperar que COVID-19 y su respuesta provoquen ansiedades más
amplias, en este caso moldeadas por intensas relaciones históricas entre China y África
intensificadas por el reciente surgimiento económico, globalización, inversión y por la Iniciativa
Belt And Road de China. Las experiencias africanas de intervención china son muy variadas,
tanto positivas como negativas. Se extienden a la Guerra Fría y al apoyo geopolítico para los
regímenes africanos claves. Las recientes intervenciones económicas y de infraestructura han
sido impulsadas por las relacionadas con la salud, incluido el fuerte apoyo de China a la
respuesta al Ébola en África Occidental y el nuevo Centro Africano para el Control de
Enfermedades. Las interpretaciones, las ansiedades y la discriminación relacionada
seguramente no solo estereotiparán COVID-19 (negativamente) como una ‘enfermedad china’
o (positivamente) como una ‘respuesta china’. La diversidad, los matices y la historicidad de los
sentimientos y las ansiedades deben ser apreciados. Pero deben tomarse en serio y no
descartarse como ‘rumor’, para sintonizar los mensajes y las respuestas de manera que se
adapten a los contextos político-económicos e históricos y generen, en lugar de socavar, la
confianza”.

¿QUÉ ESTÁ DICIENDO LA ANTROPOLOGÍA SOBRE EL CORONAVIRUS? (PARTE 2)

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El campo de la antropología está tratando de tomar notas, y empezar a entender, el fenómeno
del coronavirus. Aunque será una empresa larga, ya se van sumando temas, estableciendo
perspectivas, consolidando polémicas, descartando paradigmas. Veamos a continuación, por
ejemplo, cómo en el ámbito antropológico ya se va discutiendo el resurgimiento de los
nacionalismos fuertes, el discurso bélico sanitario, las separaciones despectivas entre nosotros
y ellos marcadas por estereotipos de culturas nacionales, las narraciones contradictorias de los
medios de comunicación, las crónicas sostenidas en igualitarismos sociales irreales, la
perspectiva disciplinaria adultocéntrica, el sistema económico chino cuyo principal movimiento
lo asumen las personas, no los bienes, y mucho más. Aquí, un resumen.

Erik Bähre, antropólogo de la Universidad de Leiden, la universidad más antigua de Holanda,


reflexiona sobre la situación en el país: “Los sentimientos nacionalistas ya son fuertes y me
preocupa que este virus y la forma en que se trata fortalezca el nacionalismo. En este punto,
tengo una opinión diferente que el antropólogo Oskar Verkaaik, quien argumenta que esta
crisis podría socavar los sentimientos populistas. Ya existe una tendencia entre los holandeses a
tener actitudes orientalistas hacia Italia, por ejemplo, un sentido de superioridad donde ‘ellos’
tienen emociones, socialidad y corrupción y ‘nosotros’ somos prácticos y racionales e
intentamos asegurarnos de que la economía funcione correctamente. Mi impresión es que esta
crisis amplifica tales sentimientos”.

Y sigue: “Analizar cómo los países responden de manera diferente es una tarea precaria, que
puede conducir fácilmente a la reproducción de nociones estereotípicas de ‘cultura nacional’.
No somos expertos médicos, pero se nos presenta lo que parece un consejo experto
contradictorio con consecuencias importantes para nuestras vidas. Parece que las diferencias
culturales juegan un papel en cómo los expertos, los gobiernos y los ciudadanos responden al
virus y sus incertidumbres”.

Discutiendo en el mismo contexto, la antropóloga Irene Moretti, de origen italiano, también en


la Universidad de Leiden, suma: “Noté los sentimientos nacionalistas. También estuvieron
presentes en Italia, solo contra la comunidad china. Espero que esta crisis común, esta
pandemia, nos ayude a superarlos, desde el gobierno hasta el nivel ciudadano. Pero aún queda
la incógnita del ‘después de que la crisis haya terminado’ y la reapertura de las fronteras”.

Y agrega: “Desde mi posición de un extranjera dentro de la cultura holandesa, no noté muchas


diferencias en términos de comportamientos responsables individuales. Lo que noté es que
aquí se presta más atención al aspecto económico de la pandemia. También observo esto en la
vida cotidiana. Las diferencias en la forma en que la aplicación de solicitud de pago Tikkie que
ha sido bienvenida aquí y discutida en el extranjero sería un buen ejemplo. Probablemente, el
lenguaje que los políticos eligieron adoptar reproduce y está influenciado por las actitudes
culturales hacia el dinero, su uso e importancia. Los discursos pronunciados por Conte (primer
ministro de Italia) y Rutte (primer ministro de los Países Bajos) difieren en términos de
contenido y tono”.

Concluye: “La incertidumbre juega un papel importante. Tomar decisiones ahora no es un


negocio fácil y para tomar estas decisiones muy complejas, las personas recurren a sus visiones
del mundo. Sin embargo, como antropólogos podemos ver no solo las diferencias culturales,
sino también la moralidad que subyace en la producción y aplicación del conocimiento
experto”.

Ernesto García López, antropólogo en la Universidad Duke en Madrid, escribe: “El coronavirus
no solo se ha instalado en nuestras vidas como un problema de salud con dramáticas

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consecuencias sociales y económicas, sino también de pensamiento y concepción del mundo. Y
digo de pensamiento, porque durante las últimas semanas de encierro hemos asistido desde
los grandes medios de comunicación e instituciones a un aluvión de narraciones, símbolos,
retóricas, opiniones y experticias, que no han parado ni un minuto de ‘delimitar’ lo que es
plausible y lo que no. Todo lo que queda fuera de ese perímetro interpretativo no merece ser
tomado en consideración”.

Y prosigue: “En aras de proveer a la tribu de disciplina y esperanza se han sobrexcitado los
valores patrióticos y nacionalistas; se ha recuperado una grandilocuencia militar y belicosa; se
ha impostado una crónica ‘falsamente igualitarista’ de la enfermedad, desocializada, unívoca,
ajena por completo a las desigualdades estructurantes, a las diversidades culturales y étnicas, a
la división sexual del trabajo. Se ha privilegiado un punto de vista marcadamente
adultocéntrico, infantilizando a los propios niños y niñas, como si no tuvieran capacidad de
raciocinio para habitar la coyuntura; y, por encima de todo, se ha optado por una
‘unidireccionalidad de la gestión’. Las energías políticas discurren desde el poder gerencial
(‘arriba’) hacia las bases gerenciadas (‘abajo’). La gobernanza, más que nunca, nos galvaniza
centralizada y dirigida por los cuarteles de mando, que para eso estamos en una metafísica de
guerra”.

Biao Xiang, nacido y criado en China, profesor de antropología en la Universidad de Oxford,


anota: “Las epidemias están estrechamente relacionadas con la movilidad de la población. Pero
el brote de COVID-19 es especial porque la movilidad de la población en China 2020 no solo es
frecuente y prevalente sin precedentes, sino que también se ha convertido en una base de la
economía global y el sustento de muchas personas. La circulación de bienes y el movimiento de
personas son posiblemente más importantes que las líneas de ensamblaje en las fábricas para
mantener el crecimiento. La epidemia de COVID-19 y las respuestas posteriores son
particularmente impactantes porque detienen abruptamente lo que podríamos llamar una
‘economía de movilidad’”.

Continúa: “La epidemia de COVID-19 ha desencadenado ‘reacciones de cuadrícula’. Las


comunidades residenciales, distritos, ciudades e incluso provincias enteras actúan como redes
para imponer una vigilancia general sobre todos los residentes, minimizar la movilidad y
aislarse. En el sistema administrativo chino, una cuadrícula es un grupo de hogares, que van
desde 50 en el campo hasta 1000 en las ciudades. Los gerentes de cuadrícula (normalmente
voluntarios) y los jefes de cuadrícula (cuadros que reciben salarios estatales) se aseguran de
que la basura se recolecte a tiempo, los automóviles estén estacionados correctamente y no
sea posible una manifestación política. Durante un brote, los gerentes de la cuadrícula visitan
de puerta en puerta para verificar la temperatura de todos, distribuyen pases que permiten
que una persona por hogar salga de casa dos veces por semana y, en el caso de la cuarentena
colectiva, entreguen alimentos a las puertas de todas las familias tres veces al día”.

Y añade: “La reacción a la cuadrícula, al igual que el virus COVID-19, es altamente contagiosa.
Una vez que el gobierno central declaró la guerra contra el virus, las localidades de todo el país
adoptaron medidas estrictas, incluso en lugares remotos sin infección reportada. En poco
tiempo, toda la nación se puso a punto de estancarse. La reacción a la cuadrícula no se trata
solo de redes comunitarias; se refiere a la estrategia general, indiferenciada y bélica. Convertir
hospitales enteros en salas COVID-19 y construir barricadas alrededor de las aldeas también
son parte de la reacción de la cuadrícula. La reacción a la cuadrícula puede ser profundamente
perjudicial. En primer lugar, al igual que cualquier reacción en cadena, la reacción en cuadrícula
indujo movimientos involuntarios que pueden propagar aún más el virus”.

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Y se pregunta: “Cuando la sociedad china se vuelve más móvil, las respuestas a los riesgos
parecen más crudas y torpes. ¿Cómo se puede organizar una economía de la movilidad de una
manera más sostenible y equitativa? Este es un desafío fundamental para los investigadores y
los responsables políticos en las próximas décadas”.

La antropología y el coronavirus (III)

La antropología biológica, también llamada antropología física, es una rama de la antropología


y la biología cuyo objeto es el estudio de la evolución y la variabilidad biológica humana,
presente y pretérita. La mirada disciplinaria suele ser evolutiva, comparativa y biocultural. Es
una de las áreas más dinámicas de la antropología, y, en estos días, aparecen numerosas
intervenciones desde la antropología biológica respecto al coronavirus. A continuación,
juntamos algunas de ellas.

Sabrina Sholts, curadora de antropología biológica en el Instituto Smithsoniano, dice: “A


medida que el mundo experimenta los efectos en cascada de una nueva pandemia, la gente en
todas partes tiene miedo. Casi todos los aspectos de la vida moderna han sido dramáticamente
interrumpidos por la enfermedad COVID-19, incluyendo salud, finanzas, educación, transporte
y comunidad. Atravesar todo esto es un miedo a lo desconocido. Este miedo crea un estado
emocional de ansiedad por la falta de conocimiento y, por lo tanto, el control sobre la situación
y la incertidumbre sobre las amenazas presentes y futuras”.

Continúa: “Gran parte de esta incertidumbre se relaciona con la naturaleza de un nuevo


patógeno, especialmente un coronavirus potencialmente fatal con una transmisión de persona
a persona sin precedentes. Nadie tiene experiencia previa con él, inmunológicamente o de otra
manera, y todavía hay mucho que aprender sobre los orígenes de la vida silvestre y la dinámica
de las enfermedades. Emergiendo sin ninguna historia humana o incluso un nombre, la
introducción global de SARS-CoV-2 (el virus que causa COVID-19) puede parecer a muchos
como el estreno de una película de terror épica”.

Y agrega: “Sin embargo, gran parte de la incertidumbre acerca de COVID-19 está relacionada
con la información errónea que circula al respecto, en particular las declaraciones falsas de
riesgo para el público, que reaccionan con más miedo cuando se les oculta los hechos. Las
perspectivas positivas tienen efectos perturbadores cuando van en contra de la razón, la
verdad y la evidencia, y combinadas con la falsedad y la inconsistencia, son completamente
aterradoras. Por el contrario, los hallazgos científicos y las proyecciones sobre la enfermedad,
aunque sean atemorizantes, al menos arrojan algo de luz en las peligrosas sombras. Gracias a
un flujo constante de datos abiertos a través de preimpresiones, publicaciones aceleradas y
repositorios en línea, todo tipo de recursos y productos de investigación están ampliamente
disponibles para su consumo. Estos incluyen cientos de genomas de SARS-C0V-2 para diseñar y
evaluar pruebas de diagnóstico, datos epidemiológicos para guiar la vigilancia de Covid-19 y la
toma de decisiones de salud pública, y herramientas fáciles de usar para visualizar y rastrear
casos de Covid-19 en tiempo real”.

Y define: “El mundo necesita más científicos que quieran traducir su experiencia en una
comunicación efectiva sobre preocupaciones y ansiedades globales. A medida que nos
enfrentamos a cada nuevo desafío, ya sea una pandemia u otra fuerza desestabilizadora a nivel
mundial, estas habilidades son sumamente importantes para ayudarnos a guiar con la ciencia a
los líderes de negocios, tecnología y gobierno. Sus temores a lo desconocido no son diferentes
de los del público en general y las voces de la comunidad científica pueden ayudar a cortar el

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ruido. Cuantas menos personas haya en la oscuridad, mejor estarán todos. Estamos todos
juntos en esto”.

Jennifer Cole, antropóloga biológica del departamento de geografía de la Universidad de


Londres, escribe: “El COVID-19 ha demostrado que tiene la capacidad de abrumar a los
sistemas de salud en todo el mundo. Entonces, cómo se comportan las personas en respuesta a
los riesgos reales y percibidos que enfrentan es un factor clave para abordar la pandemia. De
hecho, la historia muestra que los factores de comportamiento pueden desempeñar un papel
importante en la disminución y detención de la propagación de la enfermedad”.

Y continúa:

“La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce el valor del comportamiento humano en
el manejo de las pandemias. Su Guía de planificación de comunicaciones de brotes sugiere que
los cambios de comportamiento pueden reducir la propagación hasta en un 80%. Esto puede
significar la diferencia entre los sectores de la salud que se ven abrumados o que continúan
funcionando. Pero esto ejerce una gran presión sobre los gobiernos y las agencias de salud
pública para que produzcan el mensaje correcto sobre COVID-19. Esto es particularmente
complicado dado que las personas tienen diferentes niveles de riesgo del virus. De hecho,
¿cómo se puede alentar a las personas que no están en alto riesgo a tomarlo en serio y tolerar
interrupciones significativas en sus vidas, si es menos probable que se vean afectadas?”

Y se responde: “Si los gobiernos lo hacen bien, y empujan el comportamiento en la dirección


correcta a nivel de la sociedad, la comunidad y el individuo, los recursos disponibles para
combatir la enfermedad irán mucho más allá. Pero una equivocación y los mensajes de riesgo
despiertan los ‘dragones de la inacción’, las barreras psicológicas que establecemos cuando el
problema parece demasiado grande para abordarlo. El rígido labio superior británico y la
mantra de ‘mantener la calma y continuar’ también pueden ser problemáticos, ya que
minimizar la preocupación demasiado podría obstaculizar la respuesta de manera similar”.

Agustín Fuentes, antropólogo biológico y primatólogo en la Universidad de Notre


Dame, destaca:

“Atravesamos una pandemia. El COVID-19 nos amenaza a todos, pero la enfermedad


provocada directamente por este microbio no es el único peligro para nuestra salud y nuestro
bienestar. Los efectos secundarios del distanciamiento social también pueden tener
consecuencias devastadoras. Algunas comunidades del planeta se enfrentan a meses de
bloqueo casi total. La mayoría de ciudades y pueblos están restringiendo el movimiento de
manera drástica. Aunque no estemos confinados en nuestras casas o nuestros pisos, vamos a
tener que mantener dos metros de distancia, saludarnos de lejos y evitar los grupos. Con ello
corremos el riesgo de privarnos de una de las principales características de lo que nos hace
humanos”.

Y suma: “Los humanos hemos evolucionado como seres profundamente sociales, cuya
necesidad de tocar y ser tocados, de conversar, debatir y reír juntos, de sonreír y coquetear
unos con otros, y de interactuar en grupos es fundamental para una vida saludable. El
funcionamiento mismo de nuestro sistema biológico, de las hormonas y las encimas que
circulan por nuestras arterias, nuestros intestinos y otros órganos, está ligado a nuestras
conexiones y relaciones sociales con los demás. Innumerables experimentos y experiencias
reales demuestran que eliminar estas inmersiones diarias en la actividad social debilita las
infraestructuras corporales de la salud física y mental. Cuando los seres humanos están

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aislados, ocurren cosas malas; aparecen depresiones fisiológicas y psicológicas, disminuye la
función inmune, se producen dolores intestinales y dificultades cognitivas, entre otros efectos”.

Añade luego: “Lo que estamos poniendo en peligro no es solo esta tendencia a estar y trabajar
juntos fruto de la evolución, sino también milenios de cultura. Ahora todo esto tiene que
cambiar, al menos durante un tiempo. Esta perturbación de los aspectos cotidianos más
sociales y constantes de nuestra vida está afectando a todas las culturas del planeta. Este
estremecedor desplazamiento de lo que significa ser español, italiano, coreano, chino o de
cualquier otra nacionalidad también causa estrés a nuestra mente y, por lo tanto, a nuestra
salud”.

Y concluye: “Optimismo aparte, la pérdida de algunos rituales importantes, al menos en el


futuro próximo, será dolorosa. Mantener un bajo riesgo de transmisión del virus va a ser una
prioridad como mínimo para el próximo año. En consecuencia, los apretones de manos, los
besos en la mejilla, la palmadita en la espalda, incluso sentarse muy cerca de otros e inclinarse
para susurrarles un secreto son gestos que se han terminado, al menos durante 2020. Quizá
aparezcan nuevos rituales para sustituirlos. Tal vez veamos más inclinaciones de cabeza,
sonrisas y hasta reverencias al saludar. Es probable que se creen nuevas frases y movimientos
del cuerpo, y que se difundan por las poblaciones y las sociedades. Los seres humanos somos
creativos e imaginativos, y desarrollar nuevas formas de sociabilidad ha sido y seguirá siendo
algo que se nos da muy bien”.

¿QUÉ ESTÁ DICIENDO LA ANTROPOLOGÍA SOBRE EL CORONAVIRUS? (PARTE 4)

El campo de la antropología sigue produciendo saberes en esta pandemia. En general son notas
sobre la marcha, borradores para empezar a entender qué está pasando, qué pasó y qué
sucederá, desde un punto de vista antropológico. Ya se van afianzando temas, estableciendo
perspectivas, consolidando polémicas, descartando paradigmas. Como ocurre siempre con la
antropología, el temario es variado, rico, saltando de lo universal a lo local, de lo teórico a lo
dolorosamente mundano. Aquí, un resumen.

Rogelio Altez, del departamento de antropología de la Universidad Central de Venezuela,


afirma: “La pandemia del Covid-19 es un desastre global y los estudiosos del tema están ante
un caso que va más allá de una sociedad o una región. A menudo se observan casos asociados
a fenómenos climáticos de largo alcance, como El Niño, o bien grandes erupciones capaces de
producir períodos prolongados de sombra y bajas temperaturas en amplias regiones. No
obstante, la globalidad de este contagio es un problema solo comparable con la mal llamada
«gripe española» de 1918-1919. Hoy, como entonces, aunque la amenaza es biológica el
desastre no es natural. Si aquella influenza se originó en los cuarteles norteamericanos o en las
trincheras francesas de la Primera Guerra Mundial, su esparcimiento por el planeta tuvo lugar
por formas históricas de movilidad humana. Cifras no definidas que oscilan entre cincuenta y
cien millones de fallecidos en todo el mundo no se explican por la letalidad del virus, sino por
las condiciones históricas de transmisibilidad. Lo mismo debemos pensar sobre el problema
presente”.

Y añade: “El desastre es global y quizás estamos asistiendo a un hecho de esta condición por
primera vez en la historia, con la excepción de la influenza de 1918-1919. Los efectos de la
pandemia han sido sistémicos, en correspondencia con las formas de propagación del contagio
y en relación directamente proporcional con las condiciones de cada sociedad, cada país, cada

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Estado. No obstante, la misma relación se aplica en sentido contrario: cada sociedad aporta al
desastre en proporción a sus condiciones. De esta manera, podemos entender el efecto
sistémico global del problema. Los antecedentes, como la «gripe española», permitirían
establecer ciertas estimaciones sobre la duración de los efectos; en aquel caso, y en escalas
que deben ser comprendidas a partir de niveles geográficos y sociales, el contagio tuvo tres
oleadas: entre marzo y abril, cuando alcanzó Europa, Asia y el norte de África; luego en julio
cuando llegó a Australia y, finalmente, en octubre al tocar México y el resto de América Latina.
El Covid-19 tiene una primera escala en China y el oriente entre finales del año pasado y
febrero de 2020; en ese mes llega a Europa y en marzo, en general, a América. Las próximas
oleadas o rebrotes están por verse, en esa misma relación proporcional con las condiciones de
cada lugar y sociedad afectada”.

Y concluye: “Parece ambicioso pensar en el mundo después del coronavirus cuando en realidad
no podemos dar cuenta del mundo durante el coronavirus. El desastre está en pleno desarrollo
y del mismo modo que no existió una preparación para esta amenaza, tampoco pueden
desarrollarse estimaciones sobre el post desastre. Y allí se encuentra el peor efecto de todo
esto: la incertidumbre, ahora asida al miedo que flota en el aire y se anida en la orden de
aislamiento general. La condición global del problema nos conduce a revisar las premisas con
las que se analizan regularmente los desastres, ahora comprobadas en su despliegue
planetario: la producción histórica de amenazas y de múltiples contextos vulnerables, la
ausencia de preparación, las respuestas reactivas, la carencia de prevención y un
conglomerado mundial de poderes que han vivido de espaldas a la prevención. La globalidad
del desastre se despliega y redespliega sobre tales condiciones, todas ellas preexistentes.
Aquellos que ven en la globalización como la occidentalización del mundo olvidan que la seda
ya estaba en Europa muchos siglos antes de la expansión ibérica. La pandemia del Covid-19 es
la manifestación de un proceso histórico, como todos los desastres, que en este caso es global,
y su alcance nos demuestra que la globalización no posee sentidos cardinales, sino problemas
comunes a todos”.

La antropóloga médica Mara Buchbinder, de la Universidad de Carolina del Norte, cuenta:


“Estudio ayuda médica para morir (también conocida como suicidio asistido) en los Estados
Unidos. Si bien las circunstancias son muy diferentes (enfermedad terminal versus trauma), las
muertes que estudio están en muchos aspectos enmarcadas críticamente contra las muertes
en hospitales solitarios. Aquellos que buscan una muerte médicamente asistida a menudo
intentan evitar las indignidades percibidas de una muerte mediada tecnológicamente y el
anonimato de morir en el hospital. Cuando se les da la oportunidad de elegir el momento y el
lugar de la muerte, la mayoría de las personas que optan por esta opción eligen morir en casa,
rodeados de familiares y amigos, cultivando un tipo de muerte que intensifica la socialidad
incluso cuando los lazos sociales se están disolviendo”.

Y agrega: “Morir de Covid-19, por el contrario, admite solo las formas más simples de
socialidad. A pesar de que los proveedores de cuidados paliativos se esfuerzan por apuntalar
las capacidades institucionales para ofrecer la ‘menos peor’ muerte posible, los que mueren
por coronavirus en el hospital deben hacerlo en un aislamiento relativo, atendidos por personal
de salud enmascarado, cubierto de pies a cabeza en PPE, asumiendo que los trabajadores
tengan suerte. Aquí, el equipo necesario para proteger a los cuidadores de la transmisión viral
también disminuye las posibilidades de interacción social. Cuanto menos poroso es el límite
contra el virus, menos potencial tiene para la socialidad humana. ¿Cómo es morir sin recordar
la última vez que viste la carne de un verdadero rostro humano?”

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Harris Solomon, de la Universidad Duke, retoma el tema: “A los antropólogos que investigamos
y escribimos sobre la muerte y el trauma, nos preocupan los relatos de muertes relacionadas
con la pandemia que no tienen en cuenta las intimidades de morir en el hogar o en el hospital.
Según todos los informes, Covid-19 obliga a una muerte solitaria. La persona que está
muriendo es el padre, el hijo o el amigo de alguien, pero si son positivos para Covid-19 también
se consideran peligrosos. La muerte no es simplemente un evento singular aquí, ni el cese de la
vida de un cuerpo. En cambio, la muerte presenta la posibilidad de exposición viral y, por lo
tanto, la posibilidad de más muerte. Nuestras recientes experiencias de trabajo de campo nos
familiarizan profundamente con toda la labor y la logística necesarias para garantizar que la
muerte no ocurra en soledad. Morir es relacional, y es el estrechamiento de esa capacidad
relacional lo que hace que morir en una pandemia sea un sitio crítico de reflexión”.

Thurka Sangaramoorthy, profesora de antropología en la Universidad de Maryland, explica:


“Definitivamente siento que este es un buen momento para que la antropología contribuya a
construir un mundo mejor durante y después de la pandemia de COVID-19. Los antropólogos
de hoy están haciendo interesantes contribuciones a la comprensión humana y abordando los
problemas más apremiantes de la civilización. Al igual que otros académicos, tenemos una gran
cantidad de información que el mundo necesita saber, y hay cada vez más oportunidades para
que podamos sumarnos a las conversaciones nacionales y globales que nos afectan a todos. Sin
embargo, también es importante que, como antropólogos, no reconozcamos continuamente
las fallas sistémicas duraderas como crisis discretas enmarcadas en el tiempo en aras de
justificar la relevancia disciplinaria”.

Y completa: “Entonces, ¿qué podemos hacer los antropólogos para relacionarnos mejor con el
público en general durante estos tiempos? Primero, debemos considerar cómo se ve el
‘compromiso’ crítico: ¿qué, con quién y por qué nos comprometemos? El activismo intelectual
antropológico nos exige ir más allá de la romantización de las prácticas etnográficas y
considerar cuidadosamente las políticas de traducción y las cuestiones de valor dentro de
nuestro propio trabajo. Hacerlo nos permite alinearnos mejor con los más afectados
negativamente por políticas injustas y participar activamente en coaliciones comunitarias y de
base, iniciativas locales y nacionales, y colaboraciones interdisciplinarias dentro y más allá de la
academia para asegurar que nuestros estudios sean reconocibles y útiles para las personas y
comunidades ya comprometidas en la lucha por los derechos y recursos para atender sus
necesidades”.

Andrea Álvarez Carimoney, María Sol Anigstein Vidal y Marisol E. Ruiz Contreras, integrantes
del Núcleo de Antropología y Salud de la Universidad de Chile, escriben: “Desde la antropología
de la salud, la biomedicina ha sido entendida como uno más de los tipos o modelos de
medicina posibles. Al igual que los otros modelos, responde a un constructo cultural e
histórico, cuya mirada particular suele dar cuenta de un enfoque eurocéntrico, colonial,
lineal/causal y fragmentado de la realidad, que le ha permitido transformarse en el modelo
hegemónico”.

Y proponen: “Frente a esta perspectiva creemos que es necesario y urgente abordar la salud
como un proceso dinámico y contextualizado, en relación dialéctica con la enfermedad y la
atención. La mirada sobre el proceso de salud-enfermedad-atención posibilita visibilizar
aspectos que hoy se mantienen en un segundo plano, como el hecho de que el ciclo vital es un
todo interconectado, que incluye la muerte, lo que implica también asegurar la organización de
todos los elementos que giran en torno a dicho ciclo y a las personas y comunidades como
protagonistas de tales procesos. Es así que proponemos una antropología de la salud

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latinoamericana con una fuerte base en la salud colectiva y en la antropología médica crítica,
desde las cual nos posicionamos y proponemos un campo de acción aplicado e implicado, que
pueda rescatar iniciativas comunitarias y territoriales”.

Jeann Segata, antropólogo social de la Universidad Federal de Río Grande del Sur, dice:
“necesitamos diferenciar entre focos cuantitativos y cualitativos. Los antropólogos sociales
suelen estar capacitados en métodos cualitativos. Por lo tanto, para los antropólogos, los
números, los casos, las estadísticas o la frecuencia tienen rostros, trayectorias incorporadas y
biografías. La investigación antropológica implica compartir experiencias y representar
entornos únicos. Entonces, las pandemias no son solo métricas. Deben considerarse desde una
perspectiva de vidas y sensibilidades determinadas. Las pandemias también son experiencias
encarnadas. Y cada experiencia cuenta. Cada experiencia hace historia. Y, como antropólogos,
seguimos estas historias y aprendemos de ellas”.

¿QUÉ ESTÁ DICIENDO LA ANTROPOLOGÍA SOBRE EL CORONAVIRUS? (PARTE 5)

Por Horacio Shawn-Pérez

Lo que comenzó como goteo se convirtió en catarata. Al igual que otras disciplinas, la primera
respuesta de la antropología ante la pandemia de Covid-19 fue abrir los ojos, escuchar y
aportar. Luego fue tomando algunos rumbos, reclamando ciertas discusiones, acotando ciertos
espacios del saber y de la acción. Aunque no pretendemos acotar los debates antropológicos
en el marco de la cuarentena, a continuación señalamos algunos aportes que representan una
de las corrientes de investigación antropológica más interesante: cómo se realiza, ahora
mismo, durante la pandemia, y luego, en lo sucesivo, en el mundo que seguirá a la pandemia,
esa misma práctica antropológica.

João Biehl y Onur Günay, antropólogos de la Universidad de Princeton, se preguntaron cómo


enseñamos antropología cuando una pandemia deshace nuestras formas de conocer, actuar y
relacionarnos. Dijeron: “Las fuerzas turbulentas que se desarrollaron a nuestro alrededor
hicieron que los conceptos clave de antropología médica, como la violencia estructural, la
racialización, las tecnologías de invisibilidad, las biologías locales, las técnicas corporales, la
plasticidad humana, la experimentalidad, la farmacología y las tecnologías de cuidado, fueran
notablemente significativas y relevantes. Estos conceptos y las realidades etnográficas de las
que surgieron se volvieron cada vez más generosos a medida que los estudiantes se
involucraron online con las preocupaciones concretas de los socios de la comunidad y
elaboraron proyectos artísticos que interrogaban nuestro presente alterado”.

Y agregaron: “A medida que nuestros estudiantes aprendieron a criticar las representaciones


en tiempos de crisis, insistieron en que no representar es también un fracaso. Entonces, la
cuestión de la representación se complica aún más. ¿Quién representa? ¿Y con quién
representamos? ¿A través de qué medios? ¿Qué escapa a la representación? La antropología
médica brindó a los estudiantes herramientas para pensar críticamente sobre sus propias
percepciones y prácticas de representación y los desafió a experimentar con formas de
representación colaborativas y multimodales”.

Y luego: “A medida que los estudiantes se desplazaban sin descanso entre sus propias
experiencias desiguales de cuarentena y las proyecciones de pandemia en constante cambio, la
antropología médica se convirtió en una especie de brújula para muchos. A lo largo de nuestro

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viaje online, los estudiantes adquirieron una apreciación renovada del conocimiento situado y
un análisis históricamente sintonizado, desarrollando una crítica aguda del capitalismo médico
actual y los nuevos capilares del biopoder”.

La antropología ha tenido, durante más de un siglo, al trabajo de campo etnográfico como uno
de sus sostenes. Esto podría llegar a cambiar luego de la pandemia. O quizás ya estaba
cambiando desde antes. Gökçe Günel, Saiba Varma y Chika Watanabe escriben: “Incluso antes
de la llegada de la pandemia de Covid-19, el trabajo de campo antropológico ‘tradicional’
estaba en problemas. Desde hace algún tiempo, los etnógrafos han estado cuestionando los
truismos del trabajo de campo: separaciones entre ‘campo’ y ‘hogar’, las suposiciones de
género (masculinista) de los trabajadores de campo siempre disponibles y listos para todo, y las
inclinaciones de la antropología hacia los sujetos que sufren. Al mismo tiempo, las condiciones
laborales neoliberales de la universidad, la ‘feminización’ de la antropología, las expectativas de
equilibrio trabajo-vida, las preocupaciones ambientales y las críticas feministas y descoloniales
de la antropología han exigido un replanteamiento del trabajo de campo como un proceso que
implica pasar un año o más en un lugar lejano. Las obligaciones familiares, la precariedad, otros
factores ocultos, estigmatizados o no expresados, y ahora el Covid-19, han hecho que el trabajo
de campo a largo plazo en persona sea difícil, si no imposible, para muchos académicos. La
pandemia ha evaporado muchos planes de trabajo de campo futuros y la perspectiva de
continuar la investigación etnográfica en la misma línea parece incierta. Un número creciente
de expertos médicos y observadores creen que nunca podríamos volver a la ‘normalidad’, lo
que sugiere que el trabajo de campo ‘tradicional’ a largo plazo podría convertirse en una
imposibilidad”.

Por lo dicho, proponen una etnografía de retazos como fundamento de la práctica


antropológica: “La etnografía de retazos comienza con el reconocimiento de que las
recombinaciones de ‘hogar’ y ‘campo’ se han convertido en una necesidad, más aún ante la
pandemia actual. Por etnografía de retazos nos referimos a procesos y protocolos etnográficos
diseñados en torno a visitas de campo a corto plazo, utilizando datos fragmentarios pero
rigurosos, y otras innovaciones que resisten la fijeza, el holismo y la certeza exigidos en el
proceso de publicación. La etnografía de retazos no se refiere a viajes instrumentales cortos y
de una sola vez y relaciones con informantes, sino a esfuerzos de investigación que mantienen
los compromisos a largo plazo, el dominio del idioma, el conocimiento contextual y el
pensamiento lento que caracteriza el llamado trabajo de campo tradicional, al tiempo que
presta atención a cómo las condiciones variables de vida y trabajo están cambiando de manera
profunda e irrevocable la producción de conocimiento. La etnografía de retazos  no es una
excusa para ser más productivos. En cambio, es una manera efectiva, pero más amable y gentil
de investigar porque expande lo que consideramos materiales, herramientas y objetos
aceptables de nuestros análisis”.

Carolina Páez y Teodoro Bustamante, de la Universidad Católica de Ecuador, señalan: “Estamos


en un momento en el que las fronteras se cierran, la movilidad y los tránsitos se restringen, en
el que el aislamiento, el confinamiento y los límites de proximidad se cuelan en nuestras
existencias como hechos tangibles o como fantasías irrealizables. Profesionales de la
antropología a lo largo y ancho del mundo se han volcado a reflexionar sobre el trabajo de
campo en tiempos de COVID. En este escenario, las etnografías virtuales, la autoetnografía, el
uso de la virtualidad y de redes sociales para establecer conexiones, redes, encuentros globales
han evidenciado una de las cualidades de la antropología: su enorme versatilidad y
creatividad”.

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Y suman: “El cambio generacional, relacional y tecnológico que enfrentamos necesita que
jóvenes curiosos y críticos tomen la posta en el replanteamiento de las metodologías de
investigación, en las técnicas de recolección de datos y en las fronteras entre la academia, el
arte, el activismo y todas las trincheras desde las que se plantean las luchas actuales,
conjugando la acción y la reflexión”.

Michael Wesch, de la Universidad Estatal de Kansas, se lo preguntó sin vueltas: “La educación


superior se encuentra en una encrucijada. ¿Podemos adaptarnos a los desafíos actuales y crear
cursos educativos transformadores para un futuro incierto?”

Su respuesta comenzó con una distinción clave entre "enseñanza remota de emergencia" y
"educación online". No son lo mismo. “La distinción fue aceptada y bienvenida de inmediato,
no solo por la tecnología de la educación, sino también por el profesorado asediado que se
sintió aliviado de las expectativas poco prácticas para diseñar de repente una experiencia de
aprendizaje online exquisita. Pero aunque esta distinción se mantiene por ahora, ¿qué pasa
con esta caída? Los estudiantes, los padres y el público en general esperarán que estemos
preparados. Y con casi todo lo relacionado con el semestre de otoño aún incierto, nos queda
un difícil desafío de diseño de instrucción: ¿cómo podemos crear cursos que estén listos para
las muchas interrupciones posibles de una pandemia global?”

Y sigue: “Hacer frente a este desafío es de extraordinaria importancia para el futuro de


nuestras instituciones y para la disciplina de la antropología. La reducción de las dotaciones, los
costos imprevistos, la reducción de la base impositiva, las inscripciones más bajas proyectadas
y la incertidumbre sobre la trayectoria de la pandemia pintan un panorama sombrío. Los
recortes presupuestarios son inevitables. Los cierres del programa son probables. Incluso las
fusiones y cierres universitarios no son imposibles. George Siemens tuiteó que el escenario
más probable es la ‘carnicería’ con un déficit presupuestario de más del 30 por ciento para el
año académico por delante. Pero el sentimiento público, especialmente en la derecha, no está
a nuestro favor. La universidad se percibe como demasiado costosa e ideológicamente
inclinada, sus instituciones se reemplazan mejor con sistemas automatizados o materiales
online gratuitos. ‘Las universidades pagarán un alto precio por el desprecio que han mostrado
en los últimos años hacia los valores estadounidenses’, escribió el economista y comentarista
Richard Vedder. Y Tucker Carlson de Fox News anunció alegremente que ‘no hay suficiente
dinero de rescate federal en el Tesoro para salvar a todas las universidades sin sentido en una
mala recesión... uno de los pocos puntos brillantes en un momento oscuro’".

Y agrega: “Enseñar online puede ser especialmente desafiante en campos como la


antropología, que apuntan no solo a enseñar nueva información o ayudar a los estudiantes a
aprender habilidades específicas, sino que también pueden inspirar un replanteamiento
completo de las suposiciones previamente dadas por sentado, que revelan posibilidades hasta
ahora desconocidas para la humanidad, que inspiran nuevas ideas que sacuden la cosmovisión
sobre por qué el mundo es como es, que encienden la imaginación a lo que podría ser y
fomentan un sentido de responsabilidad social personal para crear las realidades culturales que
colectivamente realizamos en existencia. Estos viajes de aprendizaje a menudo turbulentos
requieren un delicado equilibrio de espacio personal, comunidad y tutoría”.

Harini Kumar, antropóloga de la Universidad de Chicago, lo resume muy bien: “Si hay algo
estable en la etnografía es su inestabilidad. La mayoría de los antropólogos no solo se resignan
al hecho de la inestabilidad, sino que se deleitan con sus posibilidades. Los consejeros le

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advertirán suavemente al comenzar el trabajo de campo que el cambio y la interrupción son
parte integral de la experiencia del trabajo de campo. Si una puerta se cierra, otra se abre, y así
sucesivamente. Debido a que los etnógrafos están ocupados en la dinámica social de lo
contemporáneo, que por defecto cambia constantemente, deben lidiar constantemente con
interrupciones en sus planes de trabajo de campo. Esto puede variar desde la inconveniencia
de que un interlocutor no se presente a una entrevista hasta un panorama sociopolítico que
cambia rápidamente y que impacta intensa y profundamente en sus sitios y colaboradores, y
por lo tanto en su investigación. Se alienta a los etnógrafos a ver la interrupción como un
momento de aprendizaje, incluso un rito de aprobación de la disciplina. ‘¿Qué te dice este
momento (o mejor aún, oscuro momento) sobre tu objeto etnográfico?’ es una pregunta que
he escuchado con demasiada frecuencia y que he encontrado útil”.

La pandemia es uno de esos momentos. Y ya estamos empezando a saber qué nos dice este
oscuro momento.

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