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Octavo Año Básico
Nombre: Puntaje máximo: NOTA:
puntos
Curso: Puntaje obtenido:
Fecha:
OBJETIVOS: INSTRUCCIONES:
Reconocer características generales de - Completa todos los datos solicitados en el encabezado.
los géneros literarios y contrastarlos. - Lee atentamente cada pregunta antes de contestar.
Analizar textos reconociendo el tipo de - Responde solamente con lápiz pasta negro o azul.
narrador presente en el relato. - Las alternativas correctas y márcarlas con una X.
Analizar lenguaje figurado en distintos
textos aplicando figuras literarias.
Aplicar análisis de la actitud del
hablante lírico.
Analizar palabras en contexto para
sustituirlas conservando su sentido.
Comprender distintos tipos de textos.
Género Narrativo.
Texto 1.
En medio de un bosque vivía un ermitaño, sin temer a las fieras que allí moraban. Es más, por
concesión divina o por tratarlas continuamente, el santo varón entendía el lenguaje de las fieras y
hasta podía conversar con ellas.
En una ocasión en que el ermitaño descansaba debajo de un árbol, se cobijaron allí, para pasar la
noche, un cuervo, un palomo, un ciervo y una serpiente. A falta de otra cosa para hacer y con el fin
de pasar el rato, empezaron a discutir sobre el origen del mal.
-El mal procede del hambre -declaró el cuervo, que fue el primero en abordar el tema-. Cuando uno
come hasta hartarse, se posa en una rama, grazna todo lo que le viene en gana y las cosas se le
antojan de color de rosa. Pero, amigos, si durante días no se prueba bocado, cambia la situación y
ya no parece tan divertida ni tan hermosa la naturaleza. ¡Qué desasosiego! ¡Qué intranquilidad
siente uno! Es imposible tener un momento de descanso. Y si vislumbro un buen pedazo de carne,
me abalanzo sobre él, ciegamente. Ni palos ni piedras, ni lobos enfurecidos serían capaces de
hacerme soltar la presa. ¡Cuántos perecemos como víctimas del hambre! No cabe duda de que el
hambre es el origen del mal.
El palomo se creyó obligado a intervenir, apenas el cuervo hubo cerrado el pico.
-Opino que el mal no proviene del hambre, sino del amor. Si viviéramos solos, sin hembras,
sobrellevaríamos las penas. Más ¡ay!, vivimos en pareja y amamos tanto a nuestra compañera que
no hallamos un minuto de sosiego, siempre pensando en ella “¿Habrá comido?”, nos preguntamos.
“¿Tendrá bastante abrigo?” Y cuando se aleja un poco de nuestro lado, nos sentimos como perdidos
y nos tortura la idea de que un gavilán la haya despedazado o de que el hombre la haya hecho
prisionera. Empezamos a buscarla por doquier, con loco afán; y, a veces, corremos hacia la muerte,
pereciendo entre las garras de las aves de rapiña o en las mallas de una red. Y si la compañera
desaparece, uno no come ni bebe; no hace más que buscarla y llorar. ¡Cuántos mueren así entre
nosotros! Ya ven que todo el mal proviene del amor, y no del hambre.
-No; el mal no viene ni del hambre ni del amor -arguyó la serpiente-. El mal viene de la ira. Si
viviésemos tranquilos, si no buscásemos pendencia, entonces todo iría bien. Pero, cuando algo se
arregla de modo distinto a como quisiéramos, nos arrebatamos y todo nos ofusca. Sólo pensamos
en una cosa: descargar nuestra ira en el primero que encontramos. Entonces, como locos, lanzamos
silbidos y nos retorcemos, tratando de morder a alguien. En tales momentos, no se tiene piedad de
nadie; mordería uno a su propio padre o a su propia madre; podríamos comernos a nosotros
mismos; y el furor acaba por perdernos. Sin duda alguna, todo el mal viene de la ira.
El ciervo no fue de este parecer.
-No; no es de la ira ni del amor ni del hambre de donde procede el mal, sino del miedo. Si fuera
posible no sentir miedo, todo marcharía bien. Nuestras patas son ligeras para la carrera y nuestro
cuerpo vigoroso. Podemos defendernos de un animal pequeño, con nuestros cuernos, y la huida nos
preserva de los grandes. Pero es imposible no sentir miedo. Apenas cruje una rama en el bosque o
se mueve una hoja, temblamos de terror. El corazón palpita, como si fuera a salirse del pecho, y
echamos a correr. Otras veces, una liebre que pasa, un pájaro que agita las alas o una ramita que
cae, nos hace creer que nos persigue una fiera; y salimos disparados, tal vez hacia el lugar del
peligro. A veces, para esquivar a un perro, vamos a dar con el cazador; otras, enloquecidos de
pánico, corremos sin rumbo y caemos por un precipicio, donde nos espera la muerte. Dormimos
preparados para echar a correr; siempre estamos alerta, siempre llenos de terror. No hay modo de
disfrutar de un poco de tranquilidad. De ahí deduzco que el origen del mal está en el miedo.
Finalmente intervino el ermitaño y dijo lo siguiente:
-No es el hambre, el amor, la ira ni el miedo, la fuente de nuestros males, sino nuestra propia
naturaleza. Ella es la que engendra el hambre, el amor, la ira y el miedo.
5. ¿Quién opina que cuando estamos enfadados no tenemos compasión por nadie?
A) El cuervo.
B) La serpiente.
C) El palomo.
D) El ciervo.
E) El ermitaño.
Texto 2.
“Estaba el Cid en Valencia con todos los suyos; sus yernos, los infantes de Carrión le acompañan.
El Campeador, sentado en su escaño, se había dormido, cuando sobrevino algo inesperado: un león
se escapó de la jaula y se desató. Toda la corte estaba espantada. Los del campeador embrazan los
mantos y rodean el escaño donde dormía su señor (para proteger su sueño). Uno de los infantes,
Fernán González, no hallaba dónde meterse, ni encontraba la puerta abierta en torre ni en cámara;
al fin, a impulsos del miedo, se agazapó bajo el escaño. El otro, Diego González, salió de estampía
gritando a voz en cuello.
Y fue a esconderse tras una viga de lagar, donde puso el manto y la túnica perdidos. Despertó
en esto el que en buen hora nació y vio que le rodeaban sus buenos varones.
- ¿Qué ocurre mesnadas, qué queréis aquí?
- ¡Ay, honrado señor, el susto que el león nos ha dado!
El Cid se acoda en el escaño; se levanta después y con el manto prendido al cuello, como estaba,
se va derecho para el león. Cuando el león le vio venir se atemorizó, de manera que bajó la
cabeza e hincó el hocico. El Cid, don Rodrigo lo cogió por el cuello y cual si lo llevara por la
rienda, lo metió en la jaula. Y todos los que tal vieron volvían a palacio maravillados.
El Cid preguntó entonces por sus yernos, que nadie le daba razón y aunque los estaban
llamando, no respondían. Cuando al fin dieron con ellos, estaban tan demudados que toda la
corte se deshacía en risa, hasta que el Cid impuso respeto. Los infantes quedaron muy
avergonzados y lamentando profundamente el suceso. Mientras ellos están lamentándose
amargamente, he aquí que vinieron fuerzas de Marruecos a cercar a Valencia. Posaron en el
campo de Cuarto, donde levantan no menos de cincuenta mil tiendas. Mandábalos el rey Búcar,
de quien acaso habéis oído contar.
El Cid y sus varones se alegran y dan gracias a Dios pensando ya que van a sacar grandes
ganancias. Pero sabed que mucho les pesa a los infantes de Carrión y ven con tristísimos ojos
las innumerables tiendas de los moros. Y se apartan los dos hermanos hablando así:
- Al casarnos con las hijas del Cid, sólo calculamos lo que ganábamos, pero no lo que
perdíamos. Ahora no podremos menos que entrar en la batalla. De seguro que no volveremos
a Carrión; de esta, las hijas del Cid quedan viudas.
14. ¿Por qué los infantes ven “con tristísimos ojos las innumerables tiendas de los moros”?
A) Tendrán que ir a recibir a los recién llegados y no tienen ganas.
B) Tendrán que trabajar arduamente junto al Cid.
C) Tendrán que poner a prueba su fuerza para demostrar que no son cobardes.
D) Tendrán que luchar frente a todo ese enorme ejército.
E) Desearían que fueran muchos más.
15. ¿Cuál es la reflexión a la que llegan los Infantes sobre sus matrimonios?
A) Que su matrimonio era una farsa y que debían terminar con ella.
B) Que su matrimonio les había traído ganancias, pero que saldrían perdiendo por la guerra.
C) Que su matrimonio era la ganancia más preciada que tenían.
D) Que su matrimonio fue la mejor venganza contra el Cid.
E) Que su matrimonio es de gran provecho por el amor que sienten.
Vocabulario Contextual.
Reemplaza la palabra destacada de las siguientes oraciones, manteniendo su sentido.
17. “…ven con tristísimos ojos las innumerables tiendas de los moros.”
A) Inmensas.
B) Infinitas.
C) Incontables.
D) Escasas.
E) Mermadas.
Género Lírico.
Texto 3.
“Defensa del árbol”
A) Metáfora.
B) Sinestesia.
C) Comparación.
D) Aliteración.
E) Personificación.
A) Metáfora.
B) Sinestesia.
C) Comparación.
D) Aliteración.
E) Personificación.
A) Metáfora.
B) Sinestesia.
C) Comparación.
D) Anáfora.
E) Personificación.
Texto 4.
A) Metáfora.
B) Sinestesia.
C) Comparación.
D) Anáfora.
E) Personificación.
A) Metáfora.
B) Sinestesia.
C) Comparación.
D) Anáfora.
E) Personificación.
A) Metáfora y comparación.
B) Sinestesia y personificación.
C) Comparación y antítesis.
D) Anáfora y personificación.
E) Personificación y comparación.
A) Sinestesia.
B) Anáfora.
C) Antítesis.
D) Metáfora.
E) Comparación.
A) Sinestesia.
B) Anáfora.
C) Antítesis.
D) Metáfora.
E) Comparación.
Género Dramático.
Texto 5.
“El avaro”
Escena IV
Molière, dramaturgo francés (1622-1673)
HARPAGÓN: Cierto que no es fácil guardar en casa una cantidad grande de dinero.Dichoso quien
tiene la haciendabien colocada y no se queda más que con lo justopara los gastos. Cuesta no poco
hallar un escondrijoseguro en toda la casa. A mílas cajas decaudales me parecen sospechosas, no
me confío de ellas. Las consideroun cebo que atrae a los ladrones, pues es la primera cosa a la que
acuden. Detodas maneras, no sé si habré hecho bien enterrando en el jardín diez mil escudos
que me devolvieron ayer. Diez mil escudos en oro son una cantidad bastante...
(Aparecen los hermanos hablando en voz baja.) ¡Dios mío! He revelado... Creo quehe dicho en voz
alta lo que hablaba para mí... ¿Qué hay?
CLEANTE: Nada, padre.
HARPAGÓN: ¿Hace mucho que están ahí?
ELISA: Solamente desde hace un momento.
HARPAGÓN: ¿Han oído?
CLEANTE: ¿Oído qué?
HARPAGÓN: Lo...
ELISA: ¿Lo qué?
HARPAGÓN: Lo que he dicho hace un momento.
CLEANTE: No.
HARPAGÓN: Lo han oído, lo han oído.
ELISA: Perdóneme...
HARPAGÓN: Bien veo que han oído algunas palabras. Hablaba soloy me decía lo mucho que cuesta
hoy encontrar dinero, y que es muydichosoel que puede tener diez mil escudos de oro en su casa.
CLEANTE: Queríamos hablarle y teníamos miedo de interrumpirle...
HARPAGÓN: Me alegro de poder decirles esto para que no entiendan las cosas alrevés y se imaginen
que digo que soy yo el que tengo diez mil escudos.
CLEANTE: No nos metemos en sus cosas.
HARPAGÓN: ¡Rogaría a Dios por tener diez mil escudos!
CLEANTE: No creo...
HARPAGÓN: Sería un buen negocio para mí.
ELISA: Estas son cosas...
HARPAGÓN: Los necesitaría.
CLEANTE: Me figuro...
HARPAGÓN: Me vendrían muy bien.
ELISA: Usted...
HARPAGÓN: Y no me quejaría, como lo hago cuando los tiempos son malos.
CLEANTE: ¡Dios mío, padre! No tiene motivo de quejarse. Se sabe que usted tienebastante
hacienda.
HARPAGÓN: ¡Cómo! ¿¡Que tengo bastante hacienda!? Los que dicen eso hanmentido. Nada más
falso. Son unos pillos los que hacen correr esas falsedades.
ELISA: No se enfade. 1
HARPAGÓN: Es extraño. Hasta mis hijos se venden y se hacen enemigos míos.
CLEANTE: Decir que tiene hacienda, ¿es ser enemigo suyo?
HARPAGÓN: Sí. Tales discursos y los gastos que ustedes hacen serán la causa deque uno de estos
días vengan a cortarme la yugular, pensando que estoy forradoen pistolas.
CLEANTE: ¿Qué gastos hago yo?
HARPAGÓN: ¿Qué gastos? ¿Hay algo tan escandaloso como ese suntuosocarruajeen que te paseas
por la ciudad? Ayer reprendí a tu hermana, pero esto es aún peor.¡Clama venganza al Cielo! Incluso
si te tomaran de pies a cabeza, no valdría ni parareparar los perjuicios. Se los he dicho mil veces.
Aparentan de marqueses, y para irvestidos así es necesario que me roben.
CLEANTE: ¿Robarle?
HARPAGÓN: ¡Qué sé yo! ¿De dónde sacas el dinero para el lujo que gastas?
CLEANTE: ¿De dónde? Del juego, y como soy muy afortunado, gasto en mí todo loque gano.
HARPAGÓN: Muy mal hecho. Si eres afortunado en el juego, debieras aprovecharloy colocar el
dinero que ganas a honrado interés, paraencontrarlo algún día. Quisiera saber, sin hablar de
lo demás, de qué sirven todas esas cintas conque te adornas, y si no basta media docena
deagujetas para ajustar unas mediascalzas. ¿Es necesario emplear dineroen pelucas, cuando se
tiene cabelloque le crece a uno y que nadacuesta? Apuesto a que hay másde veinte pistolas en
cintas y pelucas, y veinte pistolas colocadas al doce por ciento, tan solamente, rinden al año
dieciocholibras, seis sueldos y ocho dineros.
CLEANTE: Tiene razón.
HARPAGÓN: Dejemos esto y hablemos de otra cosa. Veo que se hacen señas eluno al otro. ¿Qué
quieren decir con esos gestos?
ELISA: Discutíamos, mi hermano y yo, acerca de quién será el primero en hablarle.
CLEANTE: Deseamos, padre, hablarle de casamiento.
HARPAGÓN: Y yo también quiero hablarles de lo mismo.
ELISA: ¡Padre!
HARPAGÓN: ¿Por qué ese grito? ¿Qué te da miedo, hija, la palabra o la cosa?
CLEANTE: El casamiento puede darnos miedo a los dos, según la manera como loentienda usted.
Tememos que las personas que amamos no sean de su agrado.
HARPAGÓN: Un poco de paciencia. Sé lo que les conviene a los dos y no tendránrazón de quejarse
por lo que me propongo hacer. Y para comenzar por el final:¿conocen a una joven que se llama
Mariana y que vive no lejos de aquí?
CLEANTE: Sí, padre.
HARPAGÓN: ¿Y tú?
ELISA: He oído hablar de ella.
HARPAGÓN: ¿Qué te parece esa joven hijo?
CLEANTE: Encantadora.
HARPAGÓN: ¿Su rostro?
CLEANTE: De persona honesta y de mucha inteligencia.
HARPAGÓN: ¿Sus modales?
CLEANTE: Admirables, sin ninguna duda.
HARPAGÓN: ¿Creen que una mujer así merece que se piense en ella?
CLEANTE: Sí.
HARPAGÓN: ¿Que sería un buen partido?
CLEANTE: Excelente.
HARPAGÓN: ¿Que tiene aire de que será una perfecta casada?
CLEANTE: No cabe la menor duda.
HARPAGÓN: ¿Que hará dichoso a su marido?
CLEANTE: Sí.
HARPAGÓN: Hay un pequeñoinconveniente. Me temo que no tenga tantahacienda como se le
supone.
CLEANTE: Poca importancia tiene la hacienda cuando se trata de casarse con unamujer honrada.
HARPAGÓN: Perdónenme. Hay que decir que si no posee la haciendaque se desea, puede intentarse
ganar en otra cosa.
CLEANTE: Por supuesto.
HARPAGÓN: Me alegra ver que tenemos la misma opinión,porque me han cautivadoel alma su
dulzura y su portehonesto, y estoy decidido a casarme con ella con tal deque tenga algo de
hacienda. 2
CLEANTE: ¿Qué?
HARPAGÓN: ¿Cómo?
CLEANTE: ¿Está resuelto, dice...?
HARPAGÓN: A casarme con Mariana.
CLEANTE: ¿Usted?
HARPAGÓN: Sí. Yo..., yo... ¿Qué quiere decir todo esto?
CLEANTE: Que me ha dado de golpe un vahídoy me retiro...
HARPAGÓN: No debe ser nada. Anda enseguida a la cocina y bébete un vaso deagua fresca. Hay
aquí jóvenes que no tienen más fuerzas que las gallinas. Esto, hija,es lo que he resuelto para mí. En
cuanto a tu hermano, le destino una viuda de queme han hablado esta mañana. Y a ti te diré al
señor Anselmo.
ELISA: ¿El señor Anselmo?
HARPAGÓN: Sí, hombre maduro, prudente y de buen juicio, que tiene más quecincuenta años y de
quien sealaba su mucha hacienda.
ELISA: (Hace una reverencia) No quiero casarme, padre, si me permite.
Texto 6.
“La Casa de Bernarda Alba” (Federico García Lorca)
Acto Primero
Habitación blanquísima del interior de la casa de Bernarda. Un gran silencio umbroso se extiende por
la escena.