Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Traducción
3lik@ Marbelysz
Anamiletg Maridrewfer
Arifue NaomiiMora
Ezven Rimed
Grisy Taty Vanemm08
Krispipe Wan_TT18
Manati5b
Recopilación y Revisión
Mais
Diseño
Evani
Sinopsis Capítulo 17 Capítulo 35
Prólogo Capítulo 18 Capítulo 36
Capítulo 1 Capítulo 19 Capítulo 37
Capítulo 2 Capítulo 20 Capítulo 38
Capítulo 3 Capítulo 21 Capítulo 39
Capítulo 4 Capítulo 22 Capítulo 40
Capítulo 5 Capítulo 23 Capítulo 41
Capítulo 6 Capítulo 24 Capítulo 42
Capítulo 7 Capítulo 25 Capítulo 43
Capítulo 8 Capítulo 26 Capítulo 44
Capítulo 9 Capítulo 27 Capítulo 45
Capítulo 10 Capítulo 28 Capítulo 46
Capítulo 11 Capítulo 29 Capítulo 47
Capítulo 12 Capítulo 30 Capítulo 48
Capítulo 13 Capítulo 31 Capítulo 49
Capítulo 14 Capítulo 32 Epílogo
Capítulo 15 Capítulo 33 Próximamente
Capítulo 16 Capítulo 34
Lo perdí todo.
Un matrimonio concertado.
No me enamoraré.
Soy la mafia.
Soy la oscuridad.
Marzo
Frank
E
l nublado día coincidía con mi mal humor. Una lluvia
despiadada cayó sobre mi sombrilla e hizo cascada por el
borde. Ajusté el agarre en el mango de madera pulida. La
artritis se había infiltrado y, a veces, era difícil saber cuándo tenía algo
sujeto de forma segura. La edad nunca había sido mi amiga. El reloj, al
parecer, no dejaba de correr, los segundos pasaban más rápido de lo que
jamás hubiera imaginado, los años desaparecían como arena a través de un
reloj de arena.
Seguí caminando.
Mi paso fuerte.
No fue mi culpa.
Unos metros más y me detuve frente a la gran piedra gris. Sabía que
Luca no habría querido algo elaborado; después de todo, se había abierto
camino por el mundo siendo silencioso, el golpe mortal que nunca veías
venir, hasta que era demasiado tarde.
Padre.
¿Hubiera hecho las cosas de manera diferente? Hace todos esos años,
cuando convertí a Luca en el hombre que era, cuando lo forcé a formar parte
de la familia Nicolasi, cuando le robé a la mujer que amaba y lo puse contra
el mundo.
Mientras estaba maldecido por vagar por la tierra sin mi hermano, sin
mi esposa y a cargo de cuatro jefes de la mafia que eran más jóvenes que yo
cuando asumí el mando.
—Sí.
Le tendí la mano.
—Sí.
—¿Cuándo te vas?
—Viaja seguro.
—Siempre.
—Valentina
Enero
Valentina
—¡Lo siento!
T
ropecé fuera del camino de una rubia atlética con una falda
lápiz y el poder de los Nikes caminando alegremente por la
Quinta Avenida. Los profesionales de negocios y los clientes me
pasaron arrastrando los pies, casi me caí en la acera, apenas logrando
esquivar el intenso tráfico peatonal antes de que mi rostro dejara una huella
en el cemento.
Yo era estúpida. Era un banco. ¿Cuántas veces había pasado por este
exacto edificio y no había pensado nada de él?
Me sentí como una de las chicas sobre las que había leído en mis
novelas románticas, las que tenían vidas aventureras, eran perseguidas por
hombres sexys en armaduras de cuerpo entero. Ja, si, esa no era mi
realidad.
Ahora o nunca.
Oh, y leí.
—¿Sí?
—¿Val? —El fuerte acento del tío Gio me envolvió como un cálido
abrazo—. ¿Estás enferma?
—Pero tú caminas.
—¿Comiste?
—¿Dónde estás?
Siempre.
Banco de America
Caja de Seguridad 36
Era una de mis citas favoritas. Cuando tenía cinco años, había robado
uno de los viejos libros de la biblioteca de Gio y me había atascado los
capítulos cuando podía. Una vez más, era una niña extraña, así que si me
conocían, sabrían que no era particularmente extraño para mí devorar
palabras como si fueran pan y mantequilla.
—¿Señorita?
Se echó a reír.
—¿Hacer?
—Llave.
—Gracias.
Casi me tropiezo con otra señorita cuando salía del pasillo para
encontrarlo.
—Está bien. —Di dos pasos hacia atrás, luego me giré sobre mis
talones e hice mi camino hacia las cajas alineadas en ambas paredes.
—Sergio
Sergio
O
ye. —Frank me dio un codazo y miré el periódico enrollado
en su mano. Manchas de tinta manchaban algunos de sus
— dedos—. Necesito un café, ¿quieres algo?
Robado.
—¡Mamá! —La niña rió, su rizado cabello rubio balanceándose por sus
hombros—. Por favor, ¿solo una vez?
Y giró.
Mi esposa muerta.
Simplemente existes.
Con las manos temblorosas saqué la lista que Andi, mi esposa, había
hecho cuando nos casamos.
Era una lista para la luna de miel, pero básicamente solo había escrito
un montón de cosas estúpidas que quería hacer antes de morir.
Yo era parte de la mafia; sé mejor que nadie cuan corta puede ser la
vida. Mis enemigos siempre tenían una cara, un arma, siempre
persiguiéndome. Esperando para asesinarme, así que yo los eliminaba
primero.
El único reloj que dejé en mi casa fue el de mi celular, por esa única
razón.
Resoplé.
Valentina
—¿Están locos? —grité.
N
unca gritaba. Parpadeé para quitarme las lágrimas cuando
Gio comenzó a murmurar una oración en voz baja mientras
Papi y Sal miraban con caras tensas y arrugadas.
Rompí los tallos de las rosas en mis manos y luego las dejé caer sobre
el mostrador. Había sido un día lento.
¡Italianos!
—Pero no tienes citas. —Sal se frotó la cabeza calva, tenía los hombros
encorvados como si le doliera, ¿tal vez su artritis estaba empeorando de
nuevo? No era como si mis tíos fueran gallinas de primavera; tenían más de
setenta años—. Y nos preocupamos por ti.
—¡Pero podrías aprender a amar a Nico! —Gio abrió los brazos de par
en par—. ¿Sí?
—¡Por supuesto que sí! —dijo Gio mientras mis tíos se unían a la
risa—. Solían jugar juntos cuando eran niños.
—¿A las mías? —No le grites a tus tíos. Amable, amable, amable.
Agarré los lados de la silla de madera con tanta fuerza que temí que se
partiera—. ¿Están locos chicos?
—Mi brazo.
Gio hizo una cruz sobre su pecho como si la sola idea fuera un pecado
contra la iglesia.
—Maldita sea.
Pero no se disculparon.
Ellos lo hicieron.
Los tres tíos.
Dante se inclinó para que estuviéramos casi nariz con nariz y susurró:
Y luego decidí que lo único que quedaba por hacer era caminar de un
lado a otro.
Dante se río entre dientes y golpeó la barra con los nudillos como si
estuviera llamando.
—Ja, me lo dijeron anoche. Me reí mucho, les dije que tal vez deberían
preguntarte primero, ¿y sabes lo que dijeron?
—No, ¿qué?
—No hay Alferos aquí —dijo Dante con una voz completamente
distante y hueca—. Lo siento. —Sus puños se apretaron aún más cuando
sangre fresca se deslizó por su muñeca.
—¿Estás seguro?
—Sí. Extraño.
—¿Estás bien?
—Sí.
—Te odio.
—¿Sabes que eso es lo más malo que me has dicho? —Hice una
mueca—. ¡Oye, eso es un cumplido! Eres agradable. Es algo bueno.
—Soy una presa fácil. —Cogí el vaso y metí una pajita en el interior,
chupando con avidez el refresco—. Hay una diferencia.
—Val.
Dante tomó mi mano y luego rozó un beso en la parte superior de mis
nudillos. Esto era lo suyo. Era un verdadero caballero italiano, y mis amigas
se volvían locas por ello. Que se sepa que con un metro ochenta y cinco,
Dante Grecco era un asesino de mujeres de principio a fin. Con ojos azules
helados y rasgos fuertes y sólidos, podía modelar fácilmente. Los músculos
se hincharon debajo de su camisa mientras se movía por la barra y
comenzaba a prepararse para el servicio de la noche; una vez que llegaba la
hora feliz, tenía que volver a las tareas de camarero ya que todavía no tenía
veintiún años.
—¿Incluso Nico?
Se echó a reír.
Frank
B
albuceé una maldición en voz baja mientras volvía a entrar en
el aire fresco de Nueva York. Ella se parecía… mucho a él.
Y a ella.
Se había producido una división entre las filas. Muchos de mis primos
decidieron que su lealtad estaría mejor servida con los Nicolasi, mientras
que otros estaban horrorizados por lo que le había hecho a mi propio
hermano, básicamente vendiéndolo a otra familia criminal. No importa que
haya tenido éxito, o fuera porque mi padre lo deseaba.
Estúpido.
Completamente empeñado en cumplir con los deseos de mi padre, sin
saber que, al seguir sus instrucciones, rompería una de las familias
criminales más fueres que jamás haya existido, permitiendo que los
Abandonato tomaran el lugar que les corresponde.
Sergio.
Ahora.
Esperaría.
Y tenía esperanza.
Y tener esperanza.
—Está en sus manos —dije una vez que estuve dentro del auto, la
puerta se cerré de golpe—. He establecido mi presencia. Veremos cómo nos
aceptan esta noche.
—¿Esta noche?
—Sí —espetó, sus ojos enfocados por primera vez en horas. Sergio lo
hacía bien bajo presión, bajo órdenes, control. El chico no necesitaba un
abrazo, necesitaba una buena patada en el trasero.
Por eso, si Dante y Val no querían saber nada de nosotros, sería Sergio
quien tomaría mi lugar.
Sergio liderando a mi familia.
Lo necesitaba fuerte.
Apartándolos.
—Eh. —Lo alejé con la mano—. Estoy viejo. Siempre tengo dolor.
Traté de controlarme.
Valentina
S
olo trata de ser agradable —dijo Sal con una voz severa—.
¡Compramos un vestido!
—
—Sí —dije secamente—. Puedo ver eso.
Fue dulce.
Intenciones equivocadas.
Cuarenta.
Personas.
—¡Te lo dije! —Sal negó con la cabeza mientras sus cejas peludas se
arrugaban hacia su nariz—. ¡Solo necesitamos un cerdo! Pero no… —Se
golpeó la mano contra su mano—. ¡Dos cerdos, Sal, no pasarán hambre bajo
este techo!
Suspiré.
—Sí. —Gio los hizo salir como una mamá gallina y vaciló en la puerta.
Con el ceño fruncido, me acerqué a él y puse mi mano en su brazo.
Con una sonrisa, tiré de mi labio inferior entre mis dientes mientras
el calor se extendía por mi pecho.
Me reí.
No respondió.
Valentina.
Caro.
Y olía...
Como un chico.
No, eso no estaba bien. Los niños no olían a una mezcla de cedro y
menta. Un hombre, olía a hombre.
Él era tan hermoso. El tipo de belleza que hacía doler a una mujer, de
la mejor manera. Encontrar un defecto en el príncipe llevaría una eternidad y
la princesa pasaría una eternidad intentando descubrir ese defecto, porque
la emoción estaba en el descubrimiento. Valentina, nunca envidies el viaje,
porque es el viaje lo que hace el final feliz.
Lee una página al día. Eso es todo lo que pido. Una página. Todos los
días. Sabrás qué hacer cuando ya no haya páginas.
Todo mi amor,
R.
Con manos temblorosas puse las páginas sobre mi cama. No las conté,
temía que si tiraba de cada hoja individual, arruinaría la sorpresa y me
atiborraría de leer cada una de ellas.
¿Estaba tan mal desear un príncipe sin defectos sobre Nico? ¿Eso me
hacía egoísta? La lectura me dio grandes expectativas. A veces eso era
deprimente, y otras era lo único que me ayudaba a superar los días
aburridos en la floristería donde veía a hombres guapos comprar flores,
donde escribían tarjetas que hablaban de amor y belleza.
Tal vez eso era lo que me atraía de Sueños de una Noche de Verano.
La poesía, la pura belleza de todo lo que rodea a las hadas.
—No, pero pasaste los últimos treinta segundos mirando al aire con
la boca bien abierta. No se ve muy bien, Val.
Dante se rió.
Demasiado jóvenes.
No de Nueva York.
—Lo estás haciendo de nuevo —dijo Dante con voz aburrida—. Solo
quería advertirte que esta fiesta está a punto de volverse grande. Oh... —
Sonrió y dejó escapar una carcajada—. Además, Nico acaba de llegar, y pidió
ver a su prometida.
Gruñí.
Con una última mirada a la puerta, corrí hacia la almohada y tiré los
papeles, los volví a meter en el sobre y luego los metí debajo del colchón,
teniendo especial cuidado de cubrir el lado de la cama con una manta.
No me arriesgaba.
No escondía cosas.
—¡Valentina! —llamó Sal desde abajo. Su grito fue seguido por una
fuerte risa.
En cambio…
Y el príncipe misterioso.
Sí. Claro.
Traducido por Manati5b & NaomiiMora
Sergio
S
e suponía que yo me parecía al nieto de Frank.
Pregunté si era del tipo en el que usábamos armas. Y él solo hizo una
mueca.
—Un tiempo.
—Solo Sergio.
—Sí, les doy cinco segundos para ver a través de eso.
—Eh, la gente ve lo que tú quieres que vean. Tú sabes eso tan bien
como yo.
Jamás.
Sabía que no era necesario, él sabía que no era necesario, pero por las
apariencias, lo hizo de todos modos.
La puerta se abrió.
Me mantuve firme. Listo para recibir una bala del jefe de los Alfero si
era necesario, lo último que quería era ser considerado parcialmente
responsable de la muerte de la última de las leyendas.
Quizás provenía de una familia numerosa, pero los jefes y las esposas,
principalmente nos manteníamos entre nosotros, porque no podíamos
confiar en nadie.
Aunque recordé años atrás cuando era más joven, cuando las fiestas
ocurrían todas las noches, cuando todo el vecindario bebía vino y se reía.
Volviendo a una época más simple, cuando Andi habría estado viva.
Cuando era un niño inocente en los caminos del mundo. En los caminos de
la mafia.
Parecían enojadas.
¿Comida?
Italianos.
—¿Eres vegetariano?
Había tanta comida que ni siquiera sabía por dónde empezar. ¿Eh,
eso era lo que solía sentir Phoenix cuando me burlaba de él por no comer?
En el pasado, había pensado que no merecía ningún tipo de placer, que
incluso probar chocolate o vino le haría recaer en el depredador sexual que
él mismo se había convencido de ser. Pedirle al hombre que comiera una
uva era una situación de vida o muerte, o lo había sido. Hasta que fue
salvado.
Maldición.
Porque la verdad del asunto era que no estaba realmente perdido. Solo
estaba... vacío.
La verdad me golpeó tan fuerte que contuve el aliento. Mi pecho se
rompió, solo un poco cuando sin pensarlo comencé a amontonar comida en
un plato que sabía que en cinco minutos sería arrojado a la basura.
Cabreado de que estuviera sacando a colación algo que era real frente
a un completo extraño, me aparté y murmuré:
—¿Baño?
La mujer señaló al final del pasillo. Hice una línea recta alrededor de
la mesa llena de comida, con cuidado de mantener mis ojos apartados para
que nadie reconociera que eran los mismos que los de Nixon, como el jefe
Abandonato, como la única familia que básicamente había aplastado
cualquier sueño que los Alfero tuvieran de ser líderes de la Cosa Nostra.
Los Abandonato y los Alfero en Chicago habían hecho las paces hace
un año.
Pero algo me dijo que los Alfero en Nueva York todavía estaban
obsesionados con un error que había ocurrido hace mucho tiempo, cuando
una familia se volvió contra sí misma y culpó al objetivo más fácil: los Alfero.
—Tú.
Y entonces me di cuenta.
Mayor.
Valentina saltó un poco, con las manos entrelazadas frente a ella como
si tuviera miedo de tocarme. Luego, con un lento asentimiento, se apartó del
camino. No fue hasta que se fue que pude respirar de nuevo.
Olía...
Valentina
Lágrimas de vergüenza me picaron en la parte posterior de los
párpados, haciéndome imposible ver directamente mientras huía de uno
de los hombres más peligrosos y sexys que había conocido en mi vida.
H
abía sido perfecto.
Ambos eran de la misma belleza fascinante. Uno era mayor, más rudo,
mientras que el otro probablemente tenía poco más de veinte años, con
inquietantes ojeras debajo de los ojos y una fuerte mandíbula. Ni siquiera
podía comprender cómo un hombre podía lucir tan hermoso y tan masculino
al mismo tiempo.
Era la primera vez que lo escuchaba esa noche antes de olerlo, así
que, se había duchado o me estaba volviendo inmune a su esencia. Un
escalofrío me recorrió. Esa no podría ser una buena señal. Lo último que
necesitaba era estar acostumbrada a su almizcle.
¿Era de verdad?
—Sabía que serías muy suave. —Me lamió. ¡El bastardo me lamió!
Nico retrocedió.
—No creo que ella quiera que la beses —dijo el hombre con una voz
muy tranquila, pero fría y distante que me hizo preguntarme si incluso tenía
un corazón en ese pecho o simplemente una caja sin alma que acumulaba
polvo.
—Soy su prometido.
Algo brilló en los ojos del chico cuando alcanzó la chaqueta de Nico y,
literalmente, lo levantó a medio metro del suelo y luego lo estrelló contra la
pared más cercana, algunas fotos se estrellaron contra el piso, el vidrio
estaba por todas partes.
Se marchó.
—Lo entiendo. ¿Tienes uno de esos secos sentidos del humor o algo
así?
Ni un defecto.
Nada.
—Gracias por salvarme. Supongo que buscaré una escoba para poder
limpiar todo el vidrio.
Sacudió la cabeza.
Supuse que tenía razón, pero aún así, ¿qué importancia tendría si
estaba oculto?
—Algunos de los tesoros más importantes son los que aún no hemos
descubierto —dijo en un susurro.
—Tu prometido.
Me reí.
—No, en serio.
—¿Y quiénes son todos? —Extendió su brazo, así que pasé mi mano
a través de este y caminé con él de regreso a la habitación principal.
—Mi hermano gemelo, mis tres tíos, todos mis amigos inexistentes...
—Me incliné y susurré—: Mi pez dorado…
Sus labios hicieron ese movimiento sexy de nuevo, y luego volvió sus
ojos azul hielo en mi dirección.
—No pareces una chica del tipo pez dorado.
—Sergio. —Su tono cambió de cálido a frío, y luego, cuando miré a los
ojos a Papi, Sal y Gio, supe exactamente por qué.
—Val —dijo Sal con una clara voz enojada—. Trae a tu hermano.
Me estremecí.
—¡Qué demonios! —rugió Dante—. ¿La dejaste sola? ¿Con ese idiota?
—Pero…
Y me rompió el corazón.
¿Tenía esto que ver con la sangre en sus nudillos? ¿Finalmente había
llevado las cosas demasiado lejos?
Eh, tal vez tenía algo de la ira de Dante después de todo. Tal vez, de
alguna manera, también lo había heredado de nuestros padres muertos.
Fuerza.
Sergio
Él lo sabía.
¿O lo segundo?
¿Y finalmente, el tercero?
U
n horrible nudo en mi garganta, porque se veía exactamente
como Luca. Rayos, el bastardo incluso se paraba como él. Dios
me ayude si tuviera que matarlo, porque era como si estuviera
mirando a la cara a uno de mis mentores.
Y lo último que quería era que Andi se enojara conmigo; me dijo que
me perseguiría si fuera un idiota, y no amenazaba en vano.
Parecían poderosos.
Y enojados.
Muy enojados.
Duele.
Maldición.
Todo duele.
Frank.
Él estaba mirando.
Y riendo.
¿Qué diablos?
Él gruñó.
Me encogí de hombros.
Sonreí.
—No lo hago.
—Uno.
Le di un codazo al hombre en las costillas y me agaché a mi derecha
mientras sacaba la pistola por encima del hombro y lo volteaba sobre mi
cuerpo, cayó contra la baldosa cerámica justo cuando deslizaba mi pie por
el suelo derribando a otro de los hombres. Dante se lanzó hacia mí. Con otra
patada y luego un puñetazo en la mandíbula, él estaba acabado.
—¿En serio?
Siguieron maldiciones.
Y podría haber jurado que cada uno de ellos apretó los puños.
Porque si había algo que los Alfero de Nueva York odiaran más que a
Frank y al resto del grupo de Chicago… eran los Abandonato, la familia
dueña de Chicago, que los obligó a abandonar sus hogares.
Valentina
H
abía pasado una hora desde que mis tíos habían
desaparecido, estaba preocupada. Estaba intentando no ser
paranoica, pero ellos amaban las fiestas. La última vez que
tuvimos una fiesta, lo que fue la semana pasada fíjate, había durado hasta
las dos de la mañana. Había habido varias cajas de vino y de algún modo,
durante la fiesta, había aparecido una cabra y alguien se ofreció a
sacrificarla para tener más comida.
Más comida.
Retrocedió.
—Guerra —susurró.
—¿Dante?
—Eres joven.
—Sí, sigues diciendo eso —dije mientras las lágrimas caían por mi
rostro—. ¿Por qué heriste a mis tíos?
—No.
—Mis tíos nunca golpearían a una persona. —La idea era casi
irrisoria. Probablemente me habría reído si no estuviera tan asustada.
—Está bien. —Sonó como si no me creyera—. Val —usó el nombre que
le había dicho—. Duerme.
—No.
Tragué.
—¿Val?
—¿Quién eres?
—¿Un vampiro?
El comentario dolió.
Sergio
Recibí mensajes de texto y llamas del equipo en Chicago toda la noche.
Tex estaba perdiendo su mierda. Incluso fue tan lejos como para preguntar
si Frank le disparó a mi lamentable trasero. Respondí con un emoji sacando
el dedo del medio y seguí adelante.
N
ixon fue el siguiente.
Seguido de Chase.
En realidad, era más del tipo de líneas de, saca tu cabeza de tu trasero,
no puedes ver la luz cuando estás metiendo tu cabeza donde no pertenece.
Era más del tipo de tirar a la persona al pozo con serpientes, y si vive,
darle algo parecido a una promoción.
Muerte.
Sangre.
Destrucción.
Repite.
—No te vayas por mucho tiempo —dijo Frank una vez que el coche se
detuvo cerca de Times Square.
Sangre gritó en mis oídos cuando llegué a Broadway y miré los carteles
que proclamaban una variedad de espectáculos.
Con manos temblorosas saqué la lista de luna de miel que Andi me
había dado y miré el garabato que decía: ve a un espectáculo de Broadway
en New York y canta aunque suene horrible.
Y aún así, volvería a decir todas esas cosas, si eso la trajera de vuelta.
Lo saqué.
Sergio: No.
Apagué mi celular y lo guardé en mi bolsillo justo cuando las luces
atenuadas se encendieron, solo para atenuarse una vez más. Mientras la
música aumentaba, cerré los ojos y recé a Dios que algún día, algún día
fuera libre.
La luz del sol fluía a través de las cortinas aterrizando en mis ojos.
Solté una maldición y tiré una almohada en la dirección general de la
ventana.
Dante.
No se veía armado.
—¿Entonces eso es todo? ¿Eso era lo que querías saber? ¿Qué tan
joven era cuando le vendí mi alma a la Familia?
—No sabe.
—No me jodas.
—Voy a asumir que cuando dices que Val no sabe, lo que realmente
quieres decir es que ella no sabe que tú sabes.
No respondió.
—Dante.
—No te odiará.
—Lo hará.
Yo tenía mi pistola.
Y cicatrices en el cuerpo.
—Yo tampoco.
Frunció el ceño.
Sonreí.
—Mórbido.
—Vida.
No. Error.
Solo finalidad.
Y silencio.
—Incluso los hombres hechos tienen que iniciar en algún lado —le
grité mientras hacia mi camino hacia el baño—. Oh, y toca mis armas, y te
decapitaré antes de que puedas pronunciar una disculpa.
—Lo tengo.
Traducido por Vanemm08
Valentina
Él estaba en lo cierto.
Asustada de respirar.
Y estaba preocupada.
Solo lo sabía.
—Nadie va a morir.
—¿Estás bien?
—¡No! —Me alejé de él—. ¡No estoy bien! ¡Solo dime qué está pasando!
¡Y qué les debemos, y cómo lo arreglamos!
—¿A qué te refieres? —Busqué las caras de mis tíos, pero cada vez
que trataba de hacer contacto visual quitaban la mirada.
—¿Dónde está? —grité, saltando a mis pies—. ¿Está aquí? ¿Es por eso
que están actuando tan raro? ¿Creí que no quería tener nada que ver con
nosotros, y…?
Era un contrato.
Estallé en carcajadas.
Nadie se unió.
Mi risa se desvaneció.
Nadie se movió.
—Val, es cierto.
Fruncí el ceño.
—Dante, en serio…
—¡Maldita sea, Val! —La voz de Dante se elevó—. ¡Nuestro padre era
Luca Nicolasi! ¡Uno de los más letales jefes de la mafia en toda la historia!
¡Frank es tu maldito tío! —apuntó a Frank, que logró verse al menos un
poco triste.
—Prefiero que lo sepa a que piense que es una broma. Ojalá. —Puso
sus manos en su cabeza y se volteó para mirarme—. Val… —Sus fosas
nasales se ensancharon—. Lo escondí de ti para protegerte, ¿de acuerdo?
Nunca lo haría a propósito…
—Ocho semanas.
—¡Y has esperado todo este tiempo para decirme! ¿Qué clase de
persona eres? ¡Al menos podrías haberme dado una advertencia! ¡Oh mira
hola, soy Sergio, soy tu dueño!
—Mis disculpas —dijo Sergio con una voz tensa—, Debí estar
demasiado ocupado cuidando de mi esposa enferma de cáncer. Fue tan
egoísta de mi parte. —Se movió hacia mí con la gracia de un gato,
depredador, como si fuera a saltar—. Tienes razón, debí enviarte un mensaje
en el minuto en que murió para darte las buenas noticias.
—Yo…
Sus labios se separaron un poco y luego giró sobre sus talones y salió
pisando fuerte de la habitación.
—Bien.
—¿Oh?
Sergio
Cemento.
Grava.
Pavimento.
Luces de la calle.
E
xhalé lentamente, el aliento tembloroso se tambaleaba en
bocanadas blancas en el aire helado mientras me apoyaba
contra la pared de ladrillos en el estrecho callejón. El frío
invernal debería haber sido lo suficientemente poderoso como para quitarme
la vida, pero no sentí nada.
Era la misma forma en que miré a Val. Mis esfuerzos, hasta ahora,
habían funcionado, ignorar su cuerpo y rostro como un todo, pero ¿sus
manos? Sí, podía mirarle las manos, tenía tres cicatrices en el dedo índice,
asumí que era por las espinas de las rosas que solía arreglar.
Era baja.
No tan baja como Andi, pero lo suficientemente baja como para saber
que mi presencia sería extremadamente intimidante para ella.
Partes.
Miré partes.
Maldita sea.
Me contuve.
Puse los ojos en blanco. ¡Mierda, qué iba a estar molesta, viejo! Le
acababan de decir que su familia era de la realeza de la mafia, ¿qué chica
normal e inocente no se enfadaría cuando cambiaras su iPhone por una
pistola y les dijeras que se aseguraran de que siempre se sentaran en las
cabinas cuando salían a comer?
Además de la locura.
—¡Lo siento mucho! —Val se rió más fuerte—. Me río cuando estoy
nerviosa. Yo solo... es algo gracioso, ¿verdad? Leo, Frank. Eso es lo que hago.
Esperé a ver qué diría. Porque había mucho más en esa historia, en
la verdadera razón por la que estábamos aquí, en por qué era imperativo
que se unieran a las filas.
—Tiene más dinero del que puede usar, solía trabajar para el FBI, es
un hacker experto y ahora que su esposa está muerta... —Sacudió la
cabeza—, él honra su memoria mirando las paredes.
—¿El último?
—De los jefes originales. —Se volvió hacia ella—. Y entonces ayúdame
Dios, dejaré esta tierra viendo mis promesas hechas a mi hermano muerto,
¿entiendes? Huye, te encontraré. Lucha contra él, perderás. Escucha con
atención, porque esta es la única situación en la que mi amor por tu padre
triunfa sobre mi amor por ti, porque le debo, más de lo que jamás
imaginarás; te casarás con Sergio, te unirás a la Familia. Lo harás con una
sonrisa en tu rostro porque eres una Nicolasi, eres nuestro futuro y
enorgullecerás a tu padre.
Traducido por Maridrewfer
Frank
E
staba siendo demasiado directo. Demasiado frío. No sabía de
qué otra manera ser.
Mi bolsa de trucos.
Los legados son como el viento, puede que no los veas, pero están ahí,
alterando constantemente el curso del tiempo.
Joyce siempre había dicho que yo era un bastardo frío cuando quería
serlo, y tenía razón. Lo era.
Pero había llegado el momento, mi momento.
Silencio.
Simplemente lo miré.
Gio asintió.
—Olvidé esto de ti, Frank. Los hombres de verdad beben a las diez,
por eso no te mato.
—Una o dos…
Valentina
Con manos temblorosas, leí la siguiente carta.
C
ontinuaré con la historia del príncipe. Sé que disfrutas leer. Y
realmente era la única forma en que lo sabrías o realmente lo
entenderías. De nuevo, sólo una carta por día, y sabrás que
hacer cuando se acaben las cartas.
No tenía sentido.
¿Quién era la misteriosa R, y por qué ella —ya que decidí que era una
chica—, me estaba escribiendo acerca de este príncipe? Tenía que admitirlo,
después de hoy, una distracción era bienvenida, es solo que… era raro.
—Entre.
—¿Sí?
—Bueno, tus modales son menos que perfectos, pero no, me refiero a
que estoy lista para que seas cruel, te enojes, hagas la cosa intimidante que
siempre haces y que luego te marches sin hacer contacto visual para que
pueda pasar horas tratando de descubrir por qué eres tan cruel. Porque soy
una chica, hacemos eso. Y soy una chica que tiene mucho tiempo libre… —
respiré profundamente—. Así que cuando estés listo.
—Dime más.
Era hermoso.
El sonido.
Asintió.
—No pude hacerlo —admitió con voz aturdida—. Tal vez fue el
hoyuelo.
Sonrió.
—No.
Se rio de nuevo.
—Estás bien.
El comentario dolió.
—Y aquí estaba pensando que ibas a decir joven otra vez. —Mi voz
tembló, no pude evitarlo. Todavía me estaba tocando.
Con una sonrisa triste, dejó caer las manos y se puso de pie.
¿Era real?
Solo los perfectamente angustiados que no querían tener nada que ver
conmigo. Fantástico.
Estallé en carcajadas.
Él no lo hizo.
Fue la primera vez que bloqueaba mi puerta desde que tenía seis años.
Él tenía heridas.
Cicatrices.
Un equipaje emocional.
Y mataba personas.
Sergio
No tenía tiempo para planes de boda.
Y
sabía que estaba siendo un idiota, pero la historia se repetía.
Solo quería hacer el trabajo, luego ahogarme en una quinta
parte de whisky, tantas veces como sea posible.
No era ella.
Era la situación.
Genial.
¡Ja!
Había dicho que entendía su papel, que entendía lo que tenía que
hacer y, por alguna razón, casi lo empeoraba, que cuando estaba acostada
a mi lado en la cama, sabía que el reloj estaba corriendo.
Cada momento.
Cada caricia.
Fui el último.
Y quería culparla.
Como poner una soga en una caja elegante y decirle que se ahorque
con ella.
El aire cambió, una sombra se cruzó brevemente frente a mí, los pasos
eran pesados, sólidos.
—Dante.
—Cuéntamelo, hombre.
Tragó saliva.
—Quiero saber pelear mejor. Soy un buen asesino, pero podría ser
mejor. Tengo problemas de ira y no sé por qué, al menos sé que lucho con
mi temperamento. Solo estaba pensando, ya que estás aquí, y desde...
supongo que ahora no tengo elección... —su voz se fue apagando.
—Te das cuenta de lo que me estás pidiendo —le dije en voz baja.
—Sí.
Exhaló.
—Gracias.
—Bien.
—Cierto. —Val levantó las manos con inocencia—. Pero nunca pelean
si ya se terminaron tres botellas de vino.
—La chica tiene razón —murmuró Dante mientras pasaba junto a Val.
Lo había escuchado.
O tendría mi corazón.
Traducido por Rimed
Valentina
É
l ni siquiera se disculpó o explicó a sí mismo. Era duro, toda la
situación era dura. Era como si te dijeran que eres bueno, pero
no lo suficiente. Me di cuenta en ese momento, cuando Sergio
me miró fijamente, negándose a retractarse en lo que había dicho de mí
acerca de que yo era como una hermana, de que había sido más que
consentida y protegida. Había estado encerrada en una caja con solo una
ventana mirando hacia el mundo.
—Si soy tu hermana, eso significa que harás de Dante e irás al cine
conmigo, ¿no es así?
—Supongo.
—Gr-gracias.
—Entonces… —¿Por qué él tenía que ser tan agradable de ver? Una
breve brisa se elevó, causando que su ondulado cabello azotara sus fuertes
mejillas—. ¿Caminamos o tomamos un taxi?
—¿Lo hace?
—Tu esposa.
Los ojos del taxista parecían estar a punto de salirse de su cabeza. Sí,
este fue probablemente el mejor entretenimiento que tuvo en todo el día.
Bingo. Sonreí.
—Es curioso, eso es lo que Dante me dice todo el tiempo. Solo piensa
en todas las cosas que te esperan. ¿No es eso lo que dijiste que querías?
Él se quedó inmóvil.
—No lo harías.
Se echó hacia atrás mientras sus dos cejas se elevaban, y luego miró
hacia abajo, como si algo hubiese llamado su atención.
—Ha estado dirigida hacia ti por los últimos cuatro minutos —dijo
Sergio tras una practicada sonrisa—. Voy en serio con lo que dije. Escucha
bien. Mantengo mi palabra. Bésame y se derramará sangre.
Hacia mí.
Eso era lo que pasaba con hombres como Sergio, o tal vez solo la
lealtad en general. Él había prometido mantenerme a salvo, pero me
preguntaba si esa promesa solo se extendía hasta que fuera un mayor
problema de lo que valía.
Yo no era nada.
Patético.
Y ya sabes, respirar.
—En una escala del uno al diez… —Estaba orgullosa por la forma en
que mantuve el temblor fuera de mi voz. ¿Por qué estaba tan asustada? Oh,
cierto, porque me había apuntado con un arma, no, presionado una maldita
pistola en mi estómago y lo había hecho con una sonrisa en su rostro—.
¿Qué tan TOC eres?
Se le escapó una risa fácil mientras miraba alrededor del vestíbulo del
cine y luego a mí.
—Correcto.
No pude soportarlo.
Exhalé.
Se giró.
Demasiado cansado.
Y una carga eléctrica que me advirtió que huyera —una vez más—,
llenó el aire.
Sacudí mi cabeza.
Intenté alejarme.
Pero no me dejó.
Causa y efecto.
—¿Por?
Frunció el ceño.
—Literalmente nunca he tenido a una mujer intentando alejarse de
mí. Nunca. Tampoco estoy acostumbrado a hacer las cosas…
delicadamente.
Y sin dudarlo.
Sergio
En absoluto.
L
os recuerdos me asaltaron y, finalmente, lamí la comisura de
sus labios. Con un grito ahogado, su boca se abrió. No había
planeado besarla en absoluto, y mucho menos besarla como lo
estaba haciendo.
Se sintió diferente.
Pero no estaba mal.
Y Andi.
—¿Estamos bien?
Con una mirada confusa, Val abrió la boca, se llevó los dedos a los
labios y asintió en silencio. Mechones de cabello oscuro azotaron sus
mejillas, y miré sus labios más de lo necesario. De nuevo. Y luego a su cara,
que fue una muy mala idea, porque estaba mirando la imagen completa, los
labios con los ojos, las mejillas, los inocentes labios cereza en forma de arco.
Maldita sea.
Estaba mal.
Infierno.
Sin más remedio que llamar a los chicos y ver si podían encontrarle
sentido al lío que había creado.
—Esta puede ser mi conversación favorita que hemos tenido. Por favor
continúa. ¿Debería grabar esto? Espera, te estoy poniendo en altavoz.
¿Progreso?
Silencio.
Chase se rió.
Suspiré.
—Hola Mil.
—Ey. —Algo crujió en el otro extremo del teléfono—. Bee también está
aquí.
—Espera —dijo Bee—. ¿Qué tiene esto que ver con el beso?
—Más o menos. —Fruncí el ceño. ¿Fue por eso que me asuste?—. Más
bien, entré en pánico porque no la quiero, así no.
Así no.
—¿Y cuando dices que lo hiciste? —La voz de Tex tenía diversión.
—La besé, y la forcé a que me besara de vuelta, luego le dije que era
para probar un punto, y me cerró de golpe la puerta del auto y la puerta de
la casa en mi cara, y ahora me estoy congelando sentado en el cemento
hablando con ustedes bastardos, sin ofender chicas, y muy probablemente
cumpliendo el sueño de toda la vida de Chase al permitirle interpretar al Dr.
Phil.
—¡Está bien! —contestó Tex. Los gritos siguieron cuando más ruido
hizo imposible sostener el teléfono en mi cabeza—. ¡Qué! —gritó Tex sobre
la caída de los platos y el estrepito—. ¡Dijo por favor! ¡Nunca dice por favor!
¡Está desesperado! ¡Mo, bájate! —Mo empezó a gritar en italiano mientras
Tex preguntaba—. ¿Cómo lo quieres?
—Nadie matará a nadie —dijo Nixon con voz tranquila—. Mira Sergio,
¿has pensado quizás en… más delicadeza en esta situación?
No pude evitar sonreír. Nixon era la última persona que debería estar
hablando de algún tipo de romance. El hombre pensaba primero en su arma.
Siempre primero.
—Podría haber usado ese consejo ayer cuando casi me sacan los tres,
¡gracias por la ayuda!
—Me casé con Mil, así que… —No terminó. Supuse que ella lo golpeó
en las bolas.
Sonreí.
—Nos casamos en menos de dos días. Tienes dos días más de libertad.
Odiar.
Y me molestó que arrojara algo con ligereza sin darse cuenta del poder
detrás de su intensidad, su verdad.
Era joven.
Ingenua.
Nadie.
—Dos días —lo dije de nuevo, tal vez para los dos—. Y luego eres mía,
y ¿todo este asunto del odio? Entonces termina.
—¿Quién lo dice?
—Yo lo digo.
Un paso adelante.
A lo que hizo.
Mi entumecimiento.
Mi coraje. Y por primera vez esa tarde… una vez más sentí el dulce
consuelo de la nada.
Lo odiaba.
Odio.
Ya estábamos… muertos.
Odiaba la situación.
Pero sobre todo, odiaba que ella nunca me mirara de la forma en que
secretamente anhelaba, con lo opuesto al odio, el amor.
Traducido por Vanemm08
Valentina
No lloraría.
No por él.
D
os veces en un día en que había dicho que pensaba en mí
como una niña o como su hermana, y se lo estaba diciendo
a otras personas, conscientemente repitiendo las palabras
en voz alta una y otra vez, sin darse cuenta de que estaba al alcance del
oído.
Me había besado.
Rechazada de nuevo.
Queriendo creer que realmente lo odiaba, pero sabiendo que era inútil
al final. Sabiendo que necesitaba ser madura, aceptar el destino, casarme
con el chico y seguir adelante con mi vida.
Mis tíos me dieron los siguientes dos días libres a petición mía.
Negocios, estos días siempre eran negocios. Fui a buscarlo solo para
escucharlo reírse por que se casaría con una niña.
Miré mi ropa.
Si tan solo pudiera ver cómo era su esposa, tal vez ayudaría. Hice una
mueca. O tal vez me llenaría de una cantidad insana de celos que haría que
me escondiera debajo de mi cama durante las próximas horas y me cortara
las muñecas.
—¿Quién es?
—Dante.
Me reí.
—¿Dante?
—Tú también.
—Vas a pensar que es estúpido. —Un rubor bailó por mis mejillas.
—Pruébame. —Sus ojos se entrecerraron mientras ponía el seguro en
su arma y la metía en la cinturilla en la parte de atrás de sus jeans.
Señalé la caja.
—¿Cables y esas cosas? —Sus cejas se fruncieron—. ¿Es con eso con
lo que hacen las bombas hoy en día?
—Sí.
—¿Estás segura?
—¿Cómo se ve la diferencia?
Me entregó la caja.
—Vive en el lado salvaje, Val. —Se puso de pie en toda su altura—.
Además, ¿realmente crees, que después de todos estos años, dejaríamos que
una caja de Neiman Marcus nos acabara?
—Oklahoma.
—Estoy atada.
—Oklahoma.
Mis palmas juntas, creaban un sudor húmedo que corría entre mis
muñecas. La vista de mis manos atadas casi me hizo desmayarme en mi
propia cama.
Mi corazón se aceleró.
—Deberías estarlo.
—¿Por qué?
—No sería bueno para ti…
—Lo estamos.
No se movió.
Eso había sido evidente cuando se apretó contra mí… todo hombre.
Era todo un hombre.
Traducido por NaomiiMora
Sergio
N
i siquiera estaba seguro de cómo llegué a la cocina
caminando en línea recta.
Y casi... la besé. De nuevo. Solo que esta vez no fue para probar nada
más que se sentía bien, y yo quería el bien con todas mis fuerzas.
Sal tosió y Gio hizo la señal de la cruz con la mano sobre el pecho.
—Frank…
—Dios me libre de más rusos. —Me limpié la cara con las manos—.
¿Nikolai lo sabe?
Levanté mi mano.
No dijo nada.
—Solo otro día en la vida. —Negué con la cabeza—. Bueno, lo primero
es lo primero, mantenemos a los gemelos a salvo y luego lidiamos con la
amenaza como siempre. —Tomé mi teléfono.
—Nueva York. Los necesito a todos aquí. Ahora. Tenemos que asustar
a algunas personas.
Rió oscuramente.
—Ja.
—Y no me dispares.
No dijo nada.
—Tex.
Papi seguía rezando, Sal se había unido y Frank parecía más divertido
que enojado porque había pasado por encima de él.
Traducido por Vanemm08
Valentina
Lo abrí.
P
ero había una tarjeta. Estaba mecanografiada, por lo que era
imposible descifrar si la letra habría sido más femenina o
masculina.
Las únicas cartas que tenía eran las de la caja de seguridad, así que
quienquiera que hubiera arreglado todo esto había tenido un montón de
trabajo.
Tu vestido de novia.
Algo viejo.
Algo nuevo.
Algo azul.
¿Quién era esta persona? Tenía que ser alguien a quien conociera.
Nada más tenía sentido. Tenía demasiada curiosidad como para no abrir el
resto de la caja. Rompí el papel de seda y jadeé.
Un bate de béisbol.
¿En serio?
Era mi imaginación.
Una máscara negra cubría su cara y boca, incluso sus ojos estaban
cubiertos.
Crujido.
Otro sonido vino del cuerpo del hombre mientras Sergio seguía
pateándolo.
Y escandaloso.
Tan escandaloso.
¿A nadie?
Comencé a hiperventilar.
—No hubo ningún delito —dijo Frank con voz suave—. Mañana
encontrarán su cuerpo quemado en un auto junto con varias armas
homicidas que lo atan a un traficante de drogas de nuestra elección y, para
agregar al efecto, arrojaré algunas bolsas de cocaína.
De nuevo silencio.
—Levántate.
Jadeando, retrocedí.
Fuerte.
—¿Qué?
—Golpéame.
Así lo hice.
Hizo una mueca, luego dio un paso atrás y se frotó la mandíbula, con
las yemas de los dedos tocando el lugar que acababa de golpear.
—Eso está bien.
—Fuiste malo.
—Voy a ir a por ti. —Sergio extendió las manos—. Quiero que luches
conmigo. No quiero que te preocupes por lastimarme, créeme cuando te digo
que he tenido lo peor de lo peor, así que... —Su sonrisa se burló de mí—.
Haz lo peor que puedas, pequeña.
Me hizo sonrojar.
Ni siquiera se movió.
Así que le di un rodillazo en las bolas. Cayó como una piedra, su rostro
completamente blanco cuando un chillido confuso sonó más allá de sus
labios apretados.
—Sobrevive.
No dije nada. ¿Qué había que decir? Parecía que ya lo sabía todo.
—Responde.
—Sí.
—Sí, ¿qué?
La mayor parte.
Bien, no la mayoría.
—No para mí —dije con urgencia—. Por favor, Sergio, por favor quítate
de encima. Estoy cansada.
—Pero…
Verlo avivar el fuego fue probablemente una mala idea, una muy mala
idea, porque el contorno de su cuerpo a la luz del fuego era hermoso.
—¿Tú? ¿Estresado?
—Hmm.
—¿Qué? ¿Ningún comentario sarcástico? —Otro tronco fue arrojado
al fuego enviando chispas al aire—. ¿Nada?
—¿Contaste?
—Ese no es el punto.
—El punto es que tal vez debería aprender a no pinchar al oso ninja.
—¿Val?
—¿Sí?
—No lo haré. —Mi respuesta fue rápida, veloz, porque al menos sabía
que si se trataba de mí o de algún tipo al azar que irrumpiera en nuestra
casa, me elegiría a mí, todo el tiempo.
A ella.
Todo.
El.
Tiempo.
—¿Oye, Sergio?
—¿Qué?
—Tú fuiste el que dijo que era una niña, y las niñas reciben historias,
esperaré...
—Lo siento.
—Algunos días... creo que soy a la vez bestia y príncipe... solo que sé
cómo ocultarlo... pero el punto de inflexión siempre está ahí, y el hecho de
que la bestia proteja no significa que sea bueno. No confundas mi propósito
con otras emociones. Solo te lastimarás.
—Oh, ¿sí?
No respondió.
Pero tal vez era mejor así, porque al menos entonces podría imaginar
un mundo donde su respuesta fuera sacarme de la torre, llevarme lejos y
profesar su amor.
Como mujer.
Traducido por Vanemm08
Sergio
Estaba en las nubes.
Su rostro decayó.
—Maldición. —Me limpié la cara con las manos—. Ella no eres tú.
Me desperté con un sudor frío, las lágrimas corrían por mis mejillas.
Las limpié furiosamente y luego capté un movimiento con el rabillo del ojo.
Val se sentó con los ojos muy abiertos.
Y luego, sin decir nada, lentamente se movió del sofá al piso y extendió
su mano.
La miré.
Val no respondió. Pensé que estaba dormida, pero cuando miré hacia
abajo, me estaba mirando como para animarme a seguir.
—Cierto.
—Lo sé.
—No. —Val sonrió con tristeza—. No es así. Pero eso está bien. Solo
debes saber que siempre que quieras hablar de ella, escucharé.
Metió la cabeza en mi hombro y cerró los ojos.
Y justo así, una de las piezas rotas de hace dos meses flotó en el suelo
y encontró el lugar que le correspondía en la esquina de mi corazón.
Una pieza.
De un millón.
Mierda.
Me aparté y me levanté.
—Gracias, Val.
No quería agregar por anoche porque eso lo hacía sonar sórdido, como
si hubiéramos hecho más que dormir juntos, y estaba a unos cinco
segundos de hacer el camino de la vergüenza de regreso a mi habitación de
hotel.
—En cualquier momento... —Su bonita sonrisa creció. Era hermosa,
no solo bonita sino hermosa. Quería odiar su belleza. Su belleza significaba
que tenía que alejarme. En cambio, me encontré mirándola, realmente
mirándola.
Solo su cara.
Maldita sea.
Y su lugar en ella.
—Eres bueno.
¿Por qué demonios la persona que Frank había dejado a cargo querría
reunirse con Tex? Solo una razón. Para pedir protección o desafiar al Cappo.
No la estreché.
—Lo siento.
—¿Por?
—Mi insulto.
Asintió.
Y a Andi.
Podría ser que el perfume actual fuera diferente, o que el mismo aroma
fuera único en cada persona.
Chase: ¿Dónde diablos está ese maldito emoticón del dedo medio?
Como sea, te estoy mostrando el emoticón del dedo medio ahora mismo.
Valentina
T
odavía no está aquí —dijo Dante con voz aburrida mientras el
sacerdote levantaba las manos por encima de la cabeza.
—
Fruncí el ceño y me levanté con el resto de mi familia.
O muerto.
Mi estómago cayó.
Mi boca se abrió.
Mi mente chilló.
¡Peligro, peligro!
¡Corre!
Pero no lo hice.
Tres.
Tres hombres.
Él me asustaba.
Sonrió.
Jadeé.
Eran mafiosos.
—Lo siento, llegamos tarde, padre. —La voz del tipo era profunda,
autoritaria. Me estremecí—. Por favor, continúe.
—Oremos.
El tipo con los tatuajes puso los ojos en blanco y luego tiró de Chase
por su chaqueta.
¿Hora de qué?
¿La Comunión?
Volví al inicio.
—Capo di tutti capi, amen. —El sacerdote besó la frente del gigante y
luego su mano derecha.
Todos los que habían llegado tarde recibieron algún tipo de bendición
ritualista.
Dejándonos a mí y a Dante.
Nadie hablaba.
Phoenix, el que había sido amable, avanzó y extendió los brazos frente
a nosotros.
—Tu vivi dal sangue, si muore dal sangue, Benvenuti alla famiglia
Valentina e Dante Nicolasi.
Nicolasi.
Dante tomó mi mano en la suya y nos condujo los pocos pasos hacia
el sacerdote.
—Sí. —Apenas pude escuchar mi propia voz cuando puso una mano
sobre mi cabeza y una mano sobre la de Dante y repitió algo similar a lo que
había dicho sobre el gigante.
¿Territorial?
Sergio
M
e puse al día con su mierda todo el viaje de regreso al
vecindario. En cinco minutos iba a tener que enfrentarla, y
una vez más, no sentir nada. Era injusto pedirle que las
cosas volvieran a ser como antes.
Y Val no lo era.
—Anotado.
—Y un idiota.
—Sip.
Con un suspiro, me soltó y pasó sus tatuadas manos por su rebelde
cabello.
Sonreí.
—Maldito Phoenix.
—¿Y crees que estás haciendo un buen trabajo? Una promesa es una
promesa, tienes que casarte con ella.
—Lo sé.
—Lo sabe.
—¿Pero sabe qué más dijo Luca? ¿Lo que exigió? ¿Para su protección?
—No.
—No es violenta.
Parpadeé, mi mente luchaba por darle sentido a lo que mis ojos veían.
Un vestido de novia.
—¿Esta noche?
Asintió.
—¿Y Xavier?
Me quedé inmóvil.
Eran de Andi.
Sin pensar, los tomé en mis manos y me dirigí hacia la casa, listo para
tirar a Val sobre mi rodilla si eso es lo que hacía falta para obtener una
confesión.
A ella.
Frank
S
ergio casi quitó la puerta. Su agresión era palpable, el aire
teñido de amargura, de rabia. Dejé escapar un suspiro
cuando pasó corriendo a mi lado y subió las escaleras de dos
en dos.
Me quedé atrás.
Era como si cada pieza irregular que intentaba recoger y volver a unir
se incrustaba en mi piel. Sangré, sangré, sangré un poco más, y luego la
pieza finalmente se adhirió. El proceso se repetiría.
—¿Escuchas eso?
—Escucho todo. No soy sordo. —Ni tan viejo tampoco, pero estaba
cansado de discutir mi punto cada maldita vez que uno de los jóvenes abría
la boca para quejarse.
—Le está gritando... —La voz de Phoenix bajó—, a una chica inocente.
—Ella no es Andi. —Mi voz era tranquila, porque incluso yo, el mayor,
el que había visto más muertes, seguía, a mi manera, de luto por una vida
que Luca había considerado digna de la Familia, una vida seguía siendo una
vida, y eso significaba algo, incluso para mí.
No era un hombre que hablara sobre las cosas, sino, oh, cómo
pensaba. Pensaba con el mejor de ellos, su cerebro calculando, sus juicios
rápidos.
—¡Frank!
—¡Mierda!
Golpeó con el pie y agarró los papeles, luego casi se cae sobre la mesa
hasta que Phoenix la rescató y la sentó en la silla. Estaba perdiendo fuerzas
demasiado rápido.
—Sera épico.
Y luego vi las lágrimas en sus ojos. Estar en paz con la muerte de uno,
planificar el feliz para siempre de su cónyuge, sabiendo que nunca tendría
uno.
Se necesitan agallas.
Se necesita valentía.
Porque finalmente, había encontrado algo por lo que valía la pena vivir.
Iba a pelear.
Era Sergio.
—No puedes decir una palabra más allá de lo que te digo...—Andi sacó
un diario y comenzó a escribir—. De Rusia con amor.
Valentina
D
ónde demonios conseguiste estos? —La voz de Sergio era
tan fuerte que me sorprendió que mi espejo no se hiciera
—¿ añicos.
—¡Claro que sí! ¡He terminado! —grité, luchando por salir de sus
brazos duros como piedras—. ¡Te odio!
—¿Y crees que me agrado? —se burló—. ¿Crees que quiero ser así?
¿Qué tan estúpida eres?
O fea.
—Vete.
Los ojos de Chase se entrecerraron mientras miraba más allá del arma
hacia mi posición sentada en el piso.
Sergio estaba de espaldas, pero sabía que era mejor que eso, casi
como si quisiera que Chase le pateara el trasero porque no podía hacerlo
por sí mismo.
—Lo sé.
—¿Acabas de maldecir?
—Eso no es un cumplido.
—Claramente.
—No, quiero decir, eran de ella. —Sergio se sentó y agarró uno de los
zapatos—. Cuando empaqué todas sus cosas, todavía estaban allí, las vi, las
sostuve, no sé cómo diablos llegaron a Nueva York.
—¿Frank?
Como Cenicienta.
Ni siquiera cerca.
—Pero le encantaban los zapatos, así que los usaba de todos modos.
—Lo sé.
—¿Lo haces?
Agarró el otro.
—Está bien.
—¿La conocí?
—Yo también.
No sabía qué más decir, qué otra cosa lo haría sentir mejor. No
existían palabras en el lenguaje humano que pudieran curar
adecuadamente su alma y sanarlo. Cuando se trataba de cáncer, las
palabras fallaban cada vez, porque robaba sin avisar, como un ladrón en la
noche, como el mismísimo diablo y, si tenías suerte, te escapabas. Si no...
—Te digo esto, no para que sientas lástima por mí, sino para que
entiendas, que dos veces me han pedido que me case. La primera vez, solo
fueron seis meses, planeé completamente el divorcio hasta que me enamoré
de ella.
—¿Y esta vez? —Tenía miedo de hacer la pregunta para la que sabía
que necesitaba una respuesta. ¿No había dicho que algún día alguien me
amaría como me merecía? ¿Y me miraría con adoración?
Sentirme necesaria.
Deseada.
Hermosa.
—¿Y si me escapo?
Que al menos necesitaba que dijera: No eres tú, soy yo. Eres hermosa,
solo estoy triste. ¿Era tan difícil?
—Créeme, lo sé.
—Mírame.
Buscaron.
Anhelaron.
—Eres hermosa. Joven, sí, pero hermosa para cualquier hombre que
tenga la suerte de verte. No cambiaría nada de ti. Porque eres perfecta tal
como eres.
—Supuse eso.
—No me sorprende.
—Soy insegura.
—Las personas que parecen seguras suelen ser las que más sufren de
inseguridad.
—No sé besar.
Sonrió.
—¿Ya terminaste?
—¿Y la segunda?
Sergio
L
a intuición me dijo que la abrazara, que la abrazara fuerte y le
dijera que todo iba a estar bien.
Mi verdad.
Un caparazón vacío.
Era ella.
No yo.
Sino la de ella.
Y me negué a ser la razón por la que ella sentía que su vida había
terminado. Ya había lidiado con ese dolor, esa tragedia, donde alguien
inocente moría demasiado joven.
Y hay espirituales.
…es la muerte.
Estaba demasiado aturdido como para hacer algo excepto tocar la piel
palpitante en mi mejilla derecha.
Con las fosas nasales dilatadas, me agarró por los hombros, su boca
casi tocando la mía, dijo con una voz clara:
—No estoy seguro de cuál era el significado detrás de esa última frase,
pero... —Sonreí y tiré de su cuerpo contra el mío—. Voy a hacerlo de nuevo.
—Oh. —Sus ojos se agrandaron—. Oh, entonces, un... sí, eso sería...
—Se mordió el labio inferior e inmediatamente mis ojos se centraron en lo
hermosa que era su boca. Maldita sea, quería saborearla.
Y luego me di cuenta.
Quería.
Besarla.
Quería.
Quería.
Algo.
—Esto es... —Apenas podía exhalar las palabras—. Difícil. Para mí.
—A veces... —Me paré, tirando de ella en mis brazos para estar pecho
contra pecho; sus suaves pechos se oprimían contra mí con cada
exhalación—. No sentir, se siente mejor.
Y esperé.
Por el dolor.
No podía detenerme.
Y lo hizo.
Eso es lo que pasa con el dolor. Vives con eso, aceptas que es correcto,
hasta que alguien finalmente alcanza a través del vidrio roto y agarra al
verdadero tú, el verdadero tú que se había perdido y estaba herido. Rotos y
sangrando, se aferran a tu vida, negándose a dejarte ir.
Se unen a ti en tu dolor.
Y cuando ves cómo la sangre corre por su brazo, te das cuenta de que
el dolor eres tú, eres el dolor, eres el maestro de tu propio destino,
construiste los fragmentos de vidrio.
—Porque quiero.
—¿Quieres hacerlo?
Asentí.
—Sí.
—Cierto, pero...
No le di la oportunidad de rechazarme.
Esto.
Era.
Un beso.
Piernas suaves.
Y su respiración errática.
Era cursi.
Era hermoso.
Mentí.
Tres.
Siete.
Caminé hacia su cama y caí de espaldas con ella encima de mí, hizo
una pausa, con el pecho agitado, sus grandes y confiados ojos color avellana
parpadeando perezosamente hacia mí.
—Sí.
Buena.
Inocente.
Sin corromper.
Sin merecer mí mal.
—¿Eh?
Me quedé rígido.
Se echó a reír.
No respondí.
Me golpeó en el pecho.
—Oh. —Mis cejas se alzaron—, ¿Entonces leíste sobre sexo? ¿Es eso
lo que estás diciendo?
—Ah, ¿sí? —Mis ojos buscaron en ambas mesas de noche hasta que
encontré un libro. Agarré el primero que vi y lo abrí—. Él chupó un pezón
hasta que ella gritó de placer, su pene presionando contra la parte interna
del muslo mientras se movía hacia el siguiente y…
—Lo juro. —Val levantó las manos—. ¡No tenía ni idea! —Me arrebató
el libro de las manos y lo leyó, frunciendo el ceño cada vez más intensamente
a medida que leía.
—¿Algún problema?
Jadeó.
—Sí.
—De acuerdo bien. —Me moví hasta el borde de la cama y tiré mis
pies, entraron en contacto con su alfombra blanca y peluda—. No
enamorarse. —Me puse de pie.
—Está bien.
—Y, no curiosees.
—Pero...
—Sí, lo hiciste. —Asintió, otro paso hacia atrás. Maldita sea—. Está
bien, entonces ¿mañana?
—Y eso también.
—¿Quieres?
—¿Nueva página?
—Estoy dentro.
—Chupitos. —Tex se frotó las manos justo cuando Chase casi choca
con Nixon.
—La última vez que tuvimos chupitos encontré una cabeza de caballo
en mi cama.
—Oh, qué diablos. Han pasado años desde que me emborraché por
una mujer.
—Sí, gracias. —Chase le sacó el dedo medio por segunda vez—. Vamos
a rodar en elefantes y drama familiar. Oh, espera, ¿Qué Sergio no besó a tu
esposa?
Valentina
M
e quedé en mi habitación como una completa cobarde toda
la noche. Gracias a Dios tenía un alijo de barras de regaliz y
proteínas en una de mis bolsas del trabajo.
Hasta que vi a Frank y parecía más... distante y frío, no del tipo que
envía cartas desde la tumba.
En absoluto.
Presa del pánico, regresé para asegurarme de que había contado bien.
¿Tres?
Todo mi amor,
¿O sus esposas?
¿Flaco?
Sergio no era tan musculoso como Tex, pero seguía siendo enorme.
Los músculos se hincharon en todos los lugares correctos, apretándose
como un maldito cordón alrededor de su abdomen, solo sus hombros
parecían estar hinchándose ante mis ojos.
Añade su piel suave y los pocos tatuajes, y de repente sentí que estaba
recibiendo un espectáculo gratis.
—Eh, han estado en ello durante las últimas tres horas. Esos chicos
seguro que pueden aguantar el licor.
Chase tropezó al suelo y comenzó a reír con tanta fuerza que las
lágrimas corrieron por su rostro.
—Claramente. —Asentí.
Sergio eligió ese momento para abofetear a Tex en la cara con la mano
izquierda mientras aún mantenían la misma posición en la mesa, sin mover
el brazo.
—Necesito agua.
—¡NO! —rugió Tex—. El agua es para los maricas. ¡No tendrás agua!
Diablos no H20, diablos no H20.
Sergio se unió a los gritos, y lo que una vez fue una batalla se convirtió
en ellos dándose la mano y haciendo un extraño apretón de manos en medio
de la mesa mientras la cabeza de Chase se balanceaba y trataba de
presionar a Nixon para que chasqueara los dedos.
—No hay chasquidos —gruñó Nixon—. Creo que nos bebimos todo el
whisky.
Sonrió.
—No, no. —Le ofrecí una sonrisa educada—. Estoy bien, me iré a la
cama.
—Val.
Bajé la cabeza.
—Sí.
Y sabiduría.
Una hora más tarde, miré hacia el techo; los pensamientos del día
siguiente hicieron imposible conciliar el sueño. Me iba a casar.
Respiré profundamente y exhalé lentamente.
—¿Casa?
—Estás ebrio.
—Deletréalo y te creeré.
—¿Y esa? —Señalé la única marca de conteo que era nueva, más
grande y de color rojo.
Sergio cobró vida mientras cubría mi cuerpo con el suyo. Dejé escapar
un gruñido mientras su mirada se intensificaba minuto a minuto.
—No.
—¿Q-qué? —tartamudeé.
—¿Y si lo hace?
—Entonces muero contigo.
Él se rió suavemente.
Suspiré.
—Lo siento.
—¿Eso es bueno?
Inhaló profundamente.
Me quedé inmóvil.
Por supuesto.
Traducido por Vanemm08 & AnamiletG
Sergio
CLANG, CLANG, CLANG.
¿Qué diablos?
¡Clang, Clang!
—¡No! —Corrí hacia ella, luego en una ola de mareo, colapsé contra la
cama—. Creo que podría vomitar.
—¿Oh?
—¡Ay! —Me puse de pie de un salto y agarré el bate, pero ella se apartó
y lo escondió detrás de su espalda—. ¿Por qué estás tan enojada?
—¿Intenté…?
Pero la última vez que recuerdo haberme reído tanto con cualquiera
de los chicos fue cuando teníamos 10 y tuvimos una pijamada para el
cumpleaños de Nixon.
—Soy un idiota.
Sonrió.
—Fue un regalo.
—¿De?
Sonrió.
Me puse rígido.
—De acuerdo… —La lista en mi bolsillo bien podría haber hecho un
agujero y haberse quemado en mi corazón. Había ido a La Bella y la Bestia,
pero no había hecho nada más para honrar su memoria.
—Muy graciosa.
—Pero…
No.
Chase se rió.
Phoenix gimió.
—¡Dios mío, no solo eres de la mafia, sino que estarás en una iglesia
todavía borracho! —Frank hizo el movimiento de la cruz sobre su pecho—.
Tu ocupación es bastante mala; será mejor que envíe algunas oraciones a
los santos para que no te alcance un rayo una vez que entres en tierra santa.
—El día más feliz de tu vida, ¿no? —Chase se encontró con mi mirada
y se rió entre dientes—. Solo recuerda, todos hacemos cosas que no
queremos hacer por la Familia. Pero algo me dice que se trata más de querer
hacerlo con ella y sentirte culpable por ello.
—Yo apoyo el control con armas. —Tex puso una mano sobre su
corazón—. ¡Cómo te atreves!
Nada.
Tristeza real ante la idea de que tomaría el camino más fácil. Que
quería una vida lejos de lo que yo podía darle.
Pero aun así... Salí por la puerta lateral y seguí a Dante a la habitación
en la que había estado esperando.
Tropecé hacia atrás y juré en voz alta mientras ella envolvía sus brazos
alrededor de su cintura.
—Llevas un mantel.
—Está bien... —Di un paso cauteloso hacia ella—. ¿Ese era el plan?
¿Ponerte un mantel blanco y pretender ser el fantasma de la navidad futura?
¿Cómo nunca me había dado cuenta de lo grandes que eran sus ojos?
¿O sus labios?
Esa boca.
—Es malo.
—Llevo un mantel.
—¿Así de mal?
—No.
—Deja de hablar. —Mi voz ronca sonaba extraña cuando di dos pasos
hacia ella y luego tiré de su cuerpo contra el mío, capturando sus labios en
un beso abrasador. Sus brazos rodearon mi cuello, no podía ocultar mi
excitación mientras presionaba contra su núcleo.
Val se apartó.
La besé una y otra vez. No pude evitarlo, algo se había roto, tenía
hambre de ella, hambre de otro sabor.
Temblando, se apartó.
—Poniéndote territorial.
La falda no era mejor, era un satén largo que tenía una abertura
gigante en un lado que mostraba una amplia toma de muslo.
—Fui instruida para darte esto justo antes de caminar por el pasillo.
Italia,
La amo.
Un nuevo voto.
Un nuevo comienzo.
Sergio.
Mi amor.
Te libero.
Sé feliz,
O correr.
Traducido por Maridrewfer.
Frank
L
a Marcha nupcial comenzó justo cuando Xavier entraba en la
iglesia. Val frunció el ceño y se colocó casi detrás de mí. Facilité
las cosas empujándola hacia Gio.
Siempre había tenido buen trato con los rusos. Demonios, Nikolai
Blazik, o El Doctor como lo apodaban, era como sangre para mí, y no tomaba
las declaraciones como esa a la ligera.
Hace años, entre Luca y nosotros, incluso hablar con un Alfero sin
una invitación, sin permiso, haría que murieras.
No se movió.
—Hank, síguelo.
—Gracias.
Sal me dio una palmada en la espalda junto con Gio. Papi asintió con
la cabeza y declaró:
—Somos familia.
Un tío.
Cualquier cosa.
Valentina
E
ra real. La mafia era real. Y ese hombre tenía el odio saliendo
de él en oleadas, era casi imposible no sentir el escalofrío en el
aire mientras se lo llevaban.
—¿Se detiene alguna vez? —pregunté antes de dar el primer paso por
el pasillo.
Que las viejas manos que sostenían las mías, siempre habían estado
dispuestas a luchar por mí, a morir por mí. ¡Por mí!
Como si lo mereciera.
Porque para ellos, yo era preciosa. Yo era una promesa. Yo era todo.
Uno de paz.
De amor.
Una vez que Frank se apartó, noté que estaba casi al final del pasillo.
Por su honor.
Le respetaba por ello.
A veces es trabajo.
A veces es doloroso.
Nuestro amor será feo, deforme, incómodo. Será tantas cosas, pero
esperaba que al final, por encima de todo, fuera lo suficientemente bueno.
No sólo bueno.
Ni siquiera increíble.
Era cercana con todos ellos, pero Gio... Gio siempre había sido mi
roca. Me había cogido de la mano cuando mi primera amiga verdadera en el
instituto se mudó.
—Eso no hace que esta elección sea más fácil —dijo con voz dolida
mientras me abrazaba con fuerza y luego besaba ambas mejillas. Una sola
lágrima salpicó a sus labios mientras temblaban—. Eres mi chica.
—Lo soy.
—Sé fuerte.
—Lo seré.
—Sergio... —El acento del sacerdote era tan marcado que incluso su
inglés era difícil de descifrar—. ¿Aceptas...? —Iba a hiperventilar, hablaba
tan rápido, estaba sucediendo tan rápido—. ¿Hasta que la muerte los
separe?
Era mi turno.
No me gustaba.
Se aclaró la garganta.
—Que esta nueva unión os proporcione a los dos el amor y las risas
que os merecéis, que Dios os mantenga a salvo, que Dios una a nuestras
familias durante todo el tiempo que él lo permita. Que os honréis el uno al
otro, que os respetéis el uno al otro, que muráis el uno por el otro, que viváis
el uno por el otro. Este es el deseo de mi familia, mis amigos. —Sus manos
temblaron, sólo una vez, luego se aclaró la garganta y continuó—. Este es el
último deseo y testamento de Andi Abandonato leído por Nikolai Blazik.
No era digna.
Y tan digno.
Y lo daría todo.
Porque ella había muerto deseando poder hacerlo.
—Amén.
Estaba casada.
Casada.
—Para que conste, sigue siendo mi hermana. —Creo que eso iba
dirigido a Sergio.
—No te preocupes.
Finalmente, sin querer ser grosera, le eché una mirada, una mirada
realmente larga.
Los ojos de Nikolai se encontraron con los míos, y luego los desvió
rápidamente y le tendió la mano a Sergio.
—La esposa. —Nikolai se rió con fuerza—. Nunca pensé que vería el
día.
—Lo siento —se disculpó Sergio—. No tiene ningún trato con los
pacientes.
—Bueno, ganó el Pulitzer cuando era adolescente, podría ser eso. Salió
en la portada de Time.
—Muy gracioso.
—Sí, pero...
—Bien. —Cerró la puerta antes de que pudiera seguir hablando.
Irritada, bajé la ventanilla mientras Sal, Papi y Gio se acercaban—. ¿A dónde
voy?
—Los tuyos.
—¿Los míos?
Sergio se metió por el otro lado y se deslizó al otro lado, luego buscó
mi mano y no la soltó.
—¡Pero Val esto es muy importante, esta charla! ¡Debemos tener esta
charla! ¡Recuerda los dibujos que hice!
—Fotos, ¿eh?
—Cállate.
—Oh, creo que nunca acabaré con esta conversación. Dentro de diez
años seguiré preguntando. Dentro de quince años, voy a exigirte que me
muestres lo que te hace parecer que el sexo es la cosa más aterradora del
planeta.
No respondí.
—Despacio.
—¿Qué?
Se apartó.
—No lo eres...
Sergio
S
í, el romanticismo estaba perdido conmigo. ¿No dijo Andi esas
mismas palabras hace unos meses, cuando me ofrecí a
dispararle veinticuatro horas antes de nuestra boda? Maldita
sea, era un idiota.
No me merecía a Andi.
¿Estaba Dios loco? ¿Era esto una broma cruel para hacerme cambiar
de opinión? ¿Darme dos de las mujeres más increíbles que existen? Pero
hacer que sea imposible amarlas. Quitarme a la primera y crear un dolor
tan rápido, tan fuerte, que no me quedara nada para la siguiente.
—Sí, pero...
—Si pasa algo, apuntas el arma y disparas, disparas hasta que estés
segura, ¿entendido? — Le puse la pistola en la mano y golpeé dos veces el
vidrio divisor. Se deslizó hacia abajo.
Maldita sea.
Una guerra.
Más guerra.
Val no lloró.
No gritó.
Estaba en un silencio sepulcral, con los ojos clavados en los míos, con
miedo, pero con tanta confianza que me dolía el corazón.
Confío en ti.
Estábamos atrapados.
Atrapados.
Silencio.
—Está bien, puedes matarla o llevártela, haz lo que quieras con ella.
—Nos la llevamos y luego la matamos.
—¿Llevarla?
—Entendido.
Su voz era más clara, y entonces, sin dudarlo, se bajó el vestido una
cantidad obscena. Casi me atraganté con la lengua cuando se adelantó a
mí. Fiel a mi promesa, la empujé fuera del coche, cayó de rodillas
arrastrando la parte superior de su vestido con ella.
Dos disparos.
Uno hecho para el sexo, con unas caderas que pedían el agarre de un
hombre.
Le levanté el vestido.
—¿Estás bien?
—¿Val? —La rodeé con mis brazos—. Usa tus palabras, por favor.
—Es más fuerte, los disparos son más fuertes de lo que pensaba,
vibran, haciéndote creer que te han disparado cuando simplemente eres un
observador. —Otro suspiro—. No estoy segura de que las lágrimas sean la
emoción adecuada, o la tristeza, yo... —Se estremeció—. Gracias. Por
mantenerme a salvo.
—¿Accidente?
—Dígale que se pase por aquí alguna vez... Estoy seguro de que a la
Familia le encantaría verlo.
—Te vi hace media hora y desde entonces he acabado con dos vidas y
me han disparado con más balas de las que podía contar. Dame tu maldito
avión.
—Adicto al trabajo.
—¿Qué aeropuerto?
—JFK.
—¿Estás seguro?
—Estoy seguro.
—Gracias Nikolai.
—¿Sí?
Suspiré.
Valentina
Apenas estaba aguantando.
D
esesperadamente intentando ser el tipo de mujer que Sergio
necesitaba, el tipo de mujer que no gritaba cuando le
disparaban, el tipo que podía matar arañas sin maldecir y
apuntar con un arma a alguien sin temblar.
Necesitaba fuerza.
Pero lo que necesitaba y lo que podía ofrecer eran dos cosas muy
diferentes.
—Estaré en un avión.
—¿Talla? —preguntó, aparentemente dejándome ganar.
—Ocho y medio.
Y no tenía dinero.
Ella la pasó.
Y nos fuimos.
Y escandaloso.
—Es un placer.
Lo estaba mirando.
—Estoy bien —mentí, la sonrisa que tiró de mis labios no valía nada,
mientras el escozor de las lágrimas amenazaba con apoderarse de mí—. ¡De
verdad!
Era curioso cómo el simple hecho de que no iba a ver a la única familia
que había conocido sería lo que causara las lágrimas.
Podría ocultar mi terror por lo que había visto hace una hora.
Y me rompían.
No respondió.
—¡Soy joven! Son débiles y viejos, ¡y sabes que Sal tiene un bastón! —
Salté sobre mis pies y golpeé su pecho—. ¡No hagas esto! ¡Por favor, por
favor!
Sus ojos azules se clavaron en los míos. Él era tan hermoso. Como la
historia. Y eso era otra cosa. Mis tíos no sabían de las cartas.
—Eso es presuntuoso.
—Engreído.
Me eché a reír.
Me hizo reír.
Besándolo primero.
Apreté mis muslos alrededor de él, con cada apretón se construía más
y más la sensación, sus movimientos eran lentos. Y cada vez que mi cuerpo
colapsaba contra el suyo, lo sentí empujando dentro de mí.
Pero lo quería.
—No te muevas.
Traducido por Vanemm08
Sergio
Estaba siendo cruel.
Bueno, no cruel.
S
u pecho jadeaba con cada respiración que tomaba, Val se quedó
inmóvil, todo su cuerpo se puso rígido mientras me paraba
frente a ella, inclinándome y desabrochando lentamente su
cinturón de seguridad.
Lo había olvidado.
Pero cada beso con Val me acercaba más y más al borde hasta que,
finalmente, tomé el salto, solo para darme cuenta de que no me encontré
con la culpa.
Una virgen.
Más musculosa.
Más curvilínea.
Y me gustó.
—¿Qué fue eso? —pregunté con voz ronca, mis manos temblando a
mis costados.
Me dio la espalda.
En absoluto.
Pero sí tenía puesta una tanga de encaje blanca, acurrucada entre las
nalgas más sexys que había visto en toda mi vida.
Simplemente, la verdad.
Deslicé mis manos por sus suaves brazos y luego tomé un paso atrás.
—Hecho.
—¿Lo hiciste?
—Demonios.
—¿Sergio?
—Es curioso, siempre pensé que eras más santo. —Era como una
diosa ante mí, toda curvilínea y su piel suave. Mis ojos tenían problemas
para concentrarse en una cosa en general. Era curioso, cómo antes había
sido mi objetivo concentrarme solo en las piernas, o solo en sus caderas, o
solo en sus ojos, incluso en las orejas.
Me habría jodido.
Y lo más probable es que saltara de un edificio para evitar sentir,
tomar, de seguir adelante.
—¿Estás segura?
—No.
Su respuesta me sorprendió.
—Creo que una virgen nunca está segura. Eso sería mentir. ¿Quieres
la verdad en este matrimonio? Me prometiste tu cuerpo. —Dio un paso
adelante—. Ahora dámelo.
Moví mis manos para ahuecar ambos. Maldita sea, podía ser joven,
pero era toda una mujer.
En la cama.
Loco.
Imposible.
—Quiero eso... —Agarré sus manos—. Más tarde. Pero ahora mismo,
hagamos esto más sobre nosotros que sobre mí.
Mi admisión me asustó.
De nuevo.
—Siento...
Valentina
Roba su cuerpo… su corazón seguirá.
L
a nota del día de mi boda, la que venía con el vestido, tenía
instrucciones muy específicas. Roba su cuerpo, su corazón
seguirá. Junto con el vestido y la nota que era para Sergio.
Me tranquilizó.
Funcionaría en mi marido.
Y lo hizo.
Demasiado bien.
—Levántate.
—¡No! —Negué con la cabeza—. ¿Lo haré mejor? ¿Ves? ¡No estoy
tensa! —Traté de relajarme tanto como pude, mientras sus labios se torcían
con una sonrisa—. ¿Te estás riendo de mí?
Hice un puchero.
—No.
—Siéntate aquí.
Tiró de mi cuerpo hacia abajo para que estuviera frente a él, mis
piernas a horcajadas sobre él como antes. El avión se sacudió, mi cuerpo se
estrelló contra el suyo, la fricción, la sensación de nuestros cuerpos era
caliente. Y bueno. Tan bueno, que si me moviera un poco más, un poco más
rápido.
—Pero…
Completamente.
—Diablos, no.
Asentí.
Una vez.
Dos veces.
Se movió para poder alcanzar entre nuestros cuerpos. Todo en su
cuerpo era pesado, macizo, sudoroso, mientras su palma callosa presionaba
firmemente contra mi centro, la sensación de dolor se intensificó cuando se
empujó dentro de mí de nuevo, una y otra vez.
—No quiero.
—Lo haces.
—No lo hago.
—Mírame follarte.
Algo épico.
Pero no tuve tiempo de averiguarlo, porque tan pronto como se
derrumbó contra mí, se apartó, recogió su ropa del suelo y salió de la
habitación, cerrando la puerta detrás de él.
Traducido por Vanemm08
Sergio
Ira.
O es repentino.
Lo mereces.
Locura.
Enojo.
Ira incontrolable.
Todavía me dolía.
—Sergio. —La voz de Val estaba tranquila. ¿Por qué diablos estaba
tranquila?
Susurró un silencioso:
—No.
—Val, te lo advierto.
¿Era estúpida?
Me negué a mirarla.
Lo hacían.
Quería ser más que mi pasado, más que la oscuridad que lo consumía
todo, y por unos breves momentos, me sentí feliz, lo más feliz que había sido
en mucho tiempo.
Pero tan pronto como la felicidad ocurrió, la culpa siguió. Estar dentro
de ella, conocerla de ese modo, era como si me estuvieran obligando a dejarla
ir.
Para aceptarla.
—Maldita sea. —Me froté la cara con las manos—. Val, necesito estar
solo. Lamento ser un idiota. Pero, ¿puedes irte, por favor?
—No.
Tan malditamente mal sentir, una plenitud con ella que yo...
Me dolía el pecho.
Y no desaparecía.
Val.
Ella necesitaba ser la que corría; había una razón por la que mantuve
la distancia, y ahora lo sabía.
—Creo que necesitas a alguien... tal vez, incluso si ese alguien no hace
nada más que sentarse a tu lado en vidrio roto.
Miré hacia abajo, mis pies estaban cortados, mis manos estaban
sangrando y magulladas, y ella estaba sentada sobre vidrio a mi lado, como
si no estuviera perforando su piel, como si estuviera bien con el dolor,
porque lo compartía con el mío.
El avión aterrizó.
Era hermosa.
—Nunca he estado en Chicago —dijo Val en voz baja—. Hace más frío
de lo que pensaba.
—Siempre hace frío —murmuré. Dios me libre de las pequeñas
charlas.
Diablos, lo último que quería era sentirme como una mierda por eso,
pero lo hice.
No había manual.
Ni señales.
—Sí. —De repente estaba exhausto—. Mira, puedes traer a las chicas
a la...
—Amigo, hemos estado en tu casa durante las últimas dos horas. Soy
una lectora de mentes. Puedes agradecerme más tarde.
—O en absoluto —bromeé.
Silencio y luego:
Suspirando, dije:
Se quedó callada.
Valentina
E
staría mintiendo si dijera que estaba bien, que no me sentía
humillada, enojada, frustrada, confundida. Y, sin embargo,
también estaba triste.
Él tenía un arma.
Me sentí sola.
Sabía que Sergio estaba sufriendo, Dios, podía sentir su dolor. Era
algo tangible, su tristeza, su enojo, pero una parte de mí solo quería que
alguien me preguntara si estaba bien.
Necesitaba un abrazo.
Dos pisos.
Enorme.
Ja, irónico, que tuviera parte del cuento de hadas, al menos que tenga
una biblioteca o algo.
Retrocedí.
Mo se echó a reír.
Estaba avergonzada.
Apenada.
¿Huelo a él?
¿Por el sexo?
¿Podría saberlo?
Fruncí el ceño.
—¿Su habitación?
Mo se limitó a sonreír.
¿Todas?
—Hola. —Me las arreglé para decir y luego, como una total perdedora;
me eché a llorar.
—Lo siento mucho. Juro que normalmente no soy una llorona. Bueno,
quiero decir, últimamente lo soy, pero...
Jadeé.
—¡Tú!
Su sonrisa se ensanchó.
—¿Yo?
—El alto y feo —dijo con una voz completamente seria—. Realmente
escandaloso, grita mucho, a menudo sueña con usar a Sergio como diana
en la práctica de tiro.
Mo se rió.
—Soy Bee.
Asintió.
—¿Eh?
—Tenemos nuestras formas. —No dijo nada más, solo bebió más vino
mientras sus ojos se clavaban en los míos por encima de su copa. Cuando
lo dejó, arqueó las cejas—. ¿Y bien? ¿Lo hiciste?
—Sí y no.
—¡Lo necesitaba!
—Ahora soy una Abandonato —dije con voz derrotada—. Fui Nicolasi
toda mi vida y no lo sabía, y ahora tengo un nombre nuevo, uno que ni
siquiera...
Trace intercambió una mirada con Mil, quien negó con la cabeza
lentamente y dijo:
—Todavía no.
—¿Mi habitación?
—La de ella.
Más tarde esa noche, cuando me acomodé en la cama con la misma
copa de vino en mi mesita de noche, me di cuenta.
Todas lo sabían.
—Entra —llamé.
Y todo de mi talla.
O al menos mírame.
Valentina
—Que duermas bien —asintió Sergio.
—Igualmente.
Era lo nuestro.
D
urante el día, me evitaba, cerrando puertas, haciendo
recados. Y yo me ponía al día con todos los programas
conocidos por la humanidad. Después de un tiempo, el
aburrimiento ganó y le pedí a una de las chicas que me enseñara a hacer
algo útil.
Bee venía los lunes para ayudarme a cocinar, aunque tenía que estar
sentada todo el tiempo, ya que debía de hacerlo en cualquier momento
ahora.
Estaba sola.
Gio había contestado al teléfono cuando llamé y dijo que Frank estaba
ocupado con Dante y que pronto podría hablar con él.
Quería defenderlo.
Cuando me rompiera.
Era un fantasma.
Sergio
Me estaba torturando a mí mismo.
P
ensé que si recordaba a propósito todo sobre Andi, llegando
incluso a mantener su habitación en perfectas condiciones con
todos los recuerdos de nosotros juntos, que tal vez recordaría
lo que era estar con ella y solo con ella.
Herida.
Únete al club.
Ya estaba exhausto, y solo eran las seis, noche de cena familiar. Todos
se invitaron a mi casa ya que se esperaba que llegara Dante.
Lo que significaba una noche más en la que tenía que forzar una
sonrisa y hacer que todos pensaran que todo estaba bien entre Val y yo
cuando en realidad nunca me había sentido más distante de otro ser
humano.
Sonó el timbre.
Pobre bastardo.
—Lo hice.
—Pero…
¿Qué demonios?
—Es el cumpleaños de Val —dijo Mo, sus ojos brillando con veneno.
La perseguí.
Por supuesto.
—¡Ni siquiera eres una persona! —gritó—. ¡No eres humano! ¡Un
humano, un humano decente me preguntaría si estoy bien! ¡Un humano
decente se aseguraría de que hubiera comida en la casa! ¡Un humano
decente vendría a mi rescate después de que me siguieran a casa con una
llanta pinchada! ¿Ni siquiera recordaste mi cumpleaños? ¡Te dije ayer! ¡Te
lo dije en la cena! ¡Y tú dijiste que estaba bien!
—Lo siento.
—Sí.
Es lo que es.
Horrible.
Valentina
Quería a Dante.
Y Gio.
Y Sal.
Y Papi.
Y
por extraño que parezca, en momentos como este, quería a mi
mejor amiga de la secundaria, la que se había mudado sin decir
una palabra. Siempre me entendía y había sido tan amable
cuando me sentí frustrada, casi como si me conociera mejor que yo misma.
Y perdimos el contacto.
Me encogí de hombros.
Sonreí.
—No lo maté.
—¿Qué le dijiste?
—¿Le pegaste?
Sacudió la cabeza.
—No —murmuré con voz ronca—. No creo que lo haga. Porque no soy
una cosa segura.
—Te extrañé.
Me eché a reír.
—Um, es mi hermano.
Una de las chicas, no sabía cuál, suspiró, mientras que otra maldijo.
Me estremecí.
—¿Lecciones?
Dante maldijo.
—Tienes veinte.
Sergio
Conduje en círculos y luego hasta su tumba.
P
or primera vez desde su muerte, se sintió como una tumba. No
había nada vivo en la lápida de mármol que me devolvía la
mirada, solo un marcador de la vida que se vivió y el cuerpo que
contenía la tierra.
¿Esto?
Esta tumba.
La ansiaba.
Y, para empeorar las cosas, hace dos noches había dejado la puerta
abierta, y me colé y la vi dormir como un total maníaco saliendo de un efecto
de drogas.
Quería hablar con ella, preguntarle cómo estuvo su día, ver su rostro
iluminarse cuando contaba historias.
Tal vez así es como las personas que son dejadas atrás por sus seres
queridos se vuelven locas; continúan como si la persona todavía estuviera
allí, hasta que se convierte en su realidad, aunque no hay nadie a su lado
en la cama, todavía colocan las almohadas como si lo hubiera.
Siempre amaría a Andi, pero era como si Val estuviera luchando por
un puesto en mi corazón, una posición que ni siquiera sabía que estaba
vacante, que no se sentía vacante, no cuando cerraba los ojos y me obligaba
a pensar en los labios de Andi, su toque, su risa.
Me disparó de nuevo.
—Buen hombre —dijo por encima del hombro, antes de correr—. Por
cierto, tu chica eliminó a Chase.
—¿En serio?
—Hijo de pu…
Sonó un disparo.
Disparó dagas con los ojos, dio un paso atrás moviendo la cabeza
hacia mí, justo cuando disparaba a su lado.
—Val.
—¿Te tropezaste? —me burlé, porque en realidad, ser bueno con ella
sería sospechoso en este punto. Me fui porque era su cumpleaños y ella
prefería dispararme en la polla que verme por otros 20 minutos.
Sus ojos brillaron, y por un breve momento miró hacia su brazo, justo
cuando sostenía mi arma y apuntaba a su pecho.
—El truco más viejo del libro. —Me encogí de hombros—. Lo siento.
—Apuesto a que les dices eso a todas las chicas antes de tirar del
gatillo.
O la había cabreado.
—Pero...
—Las reglas nunca dijeron que no podía tomar el arma de otra
persona. Sólo dijeron que teníamos que tener la misma cantidad de armas.
Y cuando terminó.
Pero debió pensarlo mejor, porque dio un paso atrás de nuevo, recogió
su arma y salió corriendo del fuerte.
Correcto.
Traducido por Vanemm08
Frank
N
o quería encontrarme con Xavier más de lo que quería cortar
mi propio corazón y golpearlo contra la mesa, pero necesitaba
ser contenido.
No Dante.
No Sergio.
No Tex.
No más amenazas.
No más armas.
No más guerra.
—No significan nada para mí. Un medio para un fin. Mátalos aquí
mismo, ahora mismo. Todavía quiero lo que quiero. Nada cambiará eso.
Sonreí.
—Ya veremos.
—No lo he leído.
—Es un niño.
Era joven, tal vez veinticinco. Su maquillaje no hizo nada para cubrir
su rostro magullado. Los niños eran demasiado mayores para ser suyos, es
decir, estaba criando bastardos, pero la forma en que se cernía sobre ellos
lo decía todo. Moriría por ellos, sangre o no. Lástima, porque necesitábamos
más mujeres así en este mundo, mujeres dispuestas a perder pulmones y
extremidades, por otro ser humano simplemente porque era lo correcto.
—Hay un código —dije con voz fría—. Uno que no has seguido ni una
vez. Uno que morirás sabiendo incluso si tengo que empujarlo por tu
garganta mientras te ahogas con tu último aliento. Nunca... —Me acerqué a
él, casi tocando su pecho con el mío, solo tenía siete centímetros de altura
sobre él—. Tocas la esposa de otro hombre o la tuya de una manera que sea
irrespetuosa. —Cogí su mano derecha antes de que pudiera apartarla y la
retorcí tan fuerte como pude. Su muñeca se rompió—. O pierdes la mano
utilizada para crear el trauma. —Trató de abalanzarse hacia mí, pero Joe lo
agarró por detrás.
—Supuse…
Eso era todo lo que importaba. Que las víctimas estaban a salvo
mientras el monstruo estaba encadenado.
Escupió al suelo.
Xavier no se movió.
Joe tiró la mesa de madera hacia donde estaba sentado Xavier, luego
liberó su mano izquierda y la colocó sobre la mesa. Xavier luchó pero estaba
demasiado débil para poner resistencia.
Miré su mano.
Me reí.
—Ése no.
—Oh, no puede ser tan malo. —Arqueé las cejas—. Dime, ¿cómo
mata?
Dudé.
Valentina
M
e desperté confundida. Sergio no me había dado las buenas
noches luego de la guerra de paintball.
Ojalá lo hiciera.
Había tenido que ordenar todos los tenedores, todos los platos, y toda
la comida yo misma. Si no hubiera ido a comprar comestibles nos habríamos
muerto de hambre.
Así que era posible que haya cerrado la puerta de la alacena con más
fuerza de la que debería haberlo hecho, y me haya dirigido hacia la barra
dando pisotones antes de sentarme, pero realmente me hizo sentir
ligeramente mejor saber que al menos Sergio podía oír mi irritación.
—Hola.
—Eh… ¿hola?
Le di la espalda.
—Cansada.
—¿Puedo acompañarte?
La ofrenda de paz podría haber sido una bomba explotando en medio
de la cocina. El rencor me exigía que le dijera que no, me exigía que le dijera
algo doliente, algo que lo hiciera sentirse tan herido como me había sentido
yo. Quería aferrarme a ese enojo, quería lastimarlo. No debería ser fácil para
él regresar a mi vida así como así, porque en mi experiencia con Sergio, casi
siempre entraba en pánico en cuanto nos acercábamos demasiado.
—No.
Y algo más.
No quería sentirlo.
Pero lo sentía.
Demasiados coches.
—Necesitas rapidez.
¿Todos los coches eléctricos eran así? ¿O solamente los que costaban
más que una casa?
Más rápido, estábamos yendo más rápido, pero por el ruido jamás lo
habría adivinado. Pero lo sentía, como si nos estuviéramos elevando por el
aire sin siquiera esforzarnos por llegar a donde debíamos llegar.
Con una risa grave, bajó la velocidad hasta llegar a los ochenta,
conduciendo la parte del camino que quedaba hasta llegar a la ciudad.
—El coche. —Se quitó los lentes de sol y las arrojó sobre la consola—
. Técnicamente, todos los autos son tuyos, ya que estamos casados, pero
este auto… quiero que este auto sea tuyo y solo tuyo. Lo compré justo antes
de venir a Nueva York. La única otra vez en que lo conduje así de rápido fue
después de que muriera. —Se le quebró la voz—. Giré demasiado rápido en
una esquina. Tendría que haberme volcado, pero no fue así. Estaba furioso.
Frustrado de que el mundo no me dejara ir. Así que conduje tan rápido como
me era posible; llegué a los doscientos cincuenta y conduje, pensando que
quizá, si conseguía ir lo suficientemente rápido, mi corazón se detendría.
Quizá chocaría contra un árbol… —Se encogió de hombros—. Este coche,
en su momento, se sintió como un medio para un fin. A nadie le importa si
un hombre como yo tiene un accidente de coche siempre y cuando no
lastime a nadie más. Habría sido una manera fácil de terminar con todo.
Para todos.
—¿Qué es?
—Pero…
1. Ir a Tokyo.
2. Ver el London Eye.
3. ¡Aprender a cocinar!
4. Acariciar una jirafa; alimentar una también.
5. Aprender Origami.
6. Girar bajo la lluvia; tantas veces como pueda.
7. Dejarme besar bajo la lluvia por un hombre guapo (¡no tiene por qué
ser Sergio!)
8. Saltar de un avión.
9. Hornear un pastel y salir de dentro de él.
10. Obtener un bronceado realmente espectacular.
11. Ver los Alpes.
12. Acariciar un delfín.
13. Cantar en un karaoke.
14. Tener mucho, mucho sexo.
15. Ir a un espectáculo de Broadway y cantar aunque suene horrible.
16. Cantar a todo pulmón… y muy mal.
17. Hacer un bebé.
Lágrimas salpicaron la página mientras seguía leyendo. Algunas de
las tareas estaban tachadas, pero la mayoría de ellas aún estaban esperando
ser cumplidas. Algunas habían sido subrayadas como si tal vez pensara que
eran más importantes o quisiera hacerlas a continuación. O… ¿significaba
eso que Sergio las había hecho o se estaba preparando para hacerlas? Solo
había noventa y nueve cosas diferentes que ella había querido hacer, el sexo
se enumeraba con más frecuencia de la necesaria.
Pero era una lista de deseos. Cualquiera con dos ojos podía ver eso.
Me dolía el corazón, por esta chica —por la que amaba Sergio—, por
el tiempo que no tuvieron, no habían tenido. Pero sobre todo, estaba
agradecida, porque este pequeño trozo de papel le había salvado la vida.
Ella había salvado su vida; incluso sin estar aquí para hacerlo.
—Pero hay mil millones de sabores diferentes, y esta dice sin soja, esta
dice sin lácteos, y esta simplemente… —Su ceño se profundizó—,
estúpidamente se me ocurrió que no sé nada de ti, ¿verdad?
—¿Chocolate negro?
—Me gusta la forma en que el sabor amargo te hace la boca agua. No
importa cuántas veces comas chocolate negro, siempre se te hace la boca
agua.
—No huyas.
—No lo haré.
—Júramelo.
—Esto significa… —Sus ojos buscaron los míos—, que si me voy por
segunda vez, tienes permiso para matarme o enviar a alguien que lo haga
por ti.
—Bromista.
—Nop.
Sergio tropezó con una señora que pasaba junto a nosotros con su
carrito de compra y maldijo mientras ella se escabullía fuera de peligro.
Sergio
La dejé conducir.
Fue horrible.
C
omo en, una de las peores conductoras que he tenido la mala
suerte de conocer, incluso peor que Bee, y eso era decir algo.
Ya había derribado tres buzones desde que se casó con
Phoenix, que descansen en paz.
Pobre auto.
—Claro —me las arreglé para decir mientras abría la puerta del auto
y tocaba el suelo con ambos pies. Tierra sólida. Gracias a Dios—. En
cualquier momento.
—Así es como sabes que eres de la mafia. Cuando alguien dice que
eres malo mintiendo o matando, en realidad te enojas y sientes la necesidad
de demostrar tu valía.
Sonreí.
—Bien, conduces como el infierno. Las abuelas ciegas con cabello azul
conducen mejor que tú. Un gato cachondo que no pueda alcanzar los
pedales sería una mejor opción.
Guerra.
Sangre.
Tortura.
Desmembramiento.
Miré fijamente.
Hacia la casa.
El que la traicionara.
Por Andi.
Co-existir. Eso fue lo que había dicho Val. Al dar un paso hacia mi
casa, al ir a la cocina, no estaba empujando a Andi.
De tazas medidoras.
Resopló.
—Vivo peligrosamente.
—Batidora.
Tragué.
Dos veces.
Trabajo importante.
Trabajo de piratería.
—Hiciste algo.
—Nop.
Mierda. Tragué.
—Define robar.
—Huellas dactilares.
—Esas no son mías —seguí mintiendo. No tenía ni idea de por qué
demonios seguía mintiendo acerca de algo tan estúpido, tal vez me gustaba
su reacción. Santa mierda, ¿a quien quería engañar? Discutir con ella era
mejor que ser ignorado cualquier día de la semana.
Me quedé boquiabierto.
—¿Qué?
—Han estado sobre ti. —Moví una mano a su cadera—. ¿Eso también
es asqueroso?
Me fulminó con la mirada.
—Sí.
—No hago trampa. Nunca pruebo la comida que estoy cocinado hasta
que está terminado. Aumenta el sabor… te da algo por qué salivar… algo
por lo que estar ansioso.
Su sonrisa me derribó.
—¿Por qué?
—Lo sé.
—Rosado.
—¿Sergio?
—¿Cuál es el tuyo?
—Rosado.
La miré de arriba abajo, sin darme cuenta hasta ese momento que mi
color favorito tenía mucho que ver con ella. Nunca había pensado mucho en
ello. Andi y yo habíamos bromeado al respecto pero nunca había
considerado seriamente la pregunta.
Hasta ahora.
—Café.
Valentina
L
e dejé el lío a Sergio y fui a mi habitación a buscar unos libros.
No estaba segura de si realmente querría pasar el resto del día
juntos o si su pequeño momento de reconciliación había
terminado.
Jadeé.
No era mi intención.
—No vigilo el producto una vez que está listo, así que estás a salvo. —
Sonreí mientras él encorvaba los hombros como si se estuviera preparando
para una discusión acalorada en la que le quitaría todo el azúcar—. Gracias
por limpiar.
—Sí, bueno, era parte del trato. —Puso la última taza medidora sobre
la toalla y la secó y luego dio la vuelta en un semicírculo.
—Yo no horneo.
No tenía otros planes para el resto del día excepto leer. Había dejado
mis libros en la barra de la cocina.
—Escuchémosla.
—Nadar.
—Nadar, —repetí.
Levanté la mano.
—No es así —dije en voz baja—. Ojalá confiara en ti, pero no es así.
—Lo harás.
—No creo que pueda... no hasta que me muestres todo, no solo las
partes bonitas.
—Sí. Eres hermoso. Como una chica. Vaya, ¿qué productos para la
piel usas?
Maldijo.
—Me lo merecía.
Otro asentimiento.
—Entonces, ¿nadar?
—Está bien.
Sergio suspiró.
—Sígueme.
Lo hice.
Subió las escaleras demasiado rápido, por lo que era casi imposible
seguirle. Se detuvo en una de las primeras habitaciones de huéspedes y
alcanzó la manija, luego tiró de su mano hacia atrás como si fuera a
quemarlo.
Incorrecto.
Unos quince minutos después y supe que había una gran diferencia
entre Andi y yo.
Porque mis pechos apenas estaban cubiertos por los delgados trozos
de blanco. Lo que era peor, la parte inferior del traje de baño era
extremadamente bajo y revelador. Encajaban. Pero me veía como una
completa puta. Nunca me había puesto algo tan revelador y eso era decir
mucho, considerando cómo se veía mi vestido de novia.
La última carta.
Coloqué el bikini sobre mis pechos lo mejor que pude y recé para no
enseñarle mis tetas mientras bajaba lentamente las escaleras, con cuidado
de no agregar ni un poco de rebote para que no se saliera una de las chicas.
—Sergio —llamé.
Era peligroso.
Sino a mi corazón.
Una vez más, era difícil mantener el ritmo, así que comencé a trotar
lentamente detrás de él, sin mirar hacia dónde iba hasta que doblé una
esquina y lo golpeé en la espalda.
Con cuidado, dejó las copas de vino en una mesa cercana junto con
el vino y se volvió, su mano todavía sostenía la mía contra su estómago.
Una vez que estuvimos cara a cara, me soltó solo para ahuecar mi
rostro con sus manos y susurrar:
—Te deseo.
No supe qué decir. Sé lo que quería decir, lo que mi cuerpo me gritaba
que dijera, pero en cambio me quedé en silencio.
Nadamos durante una hora. Me preguntó sobre la vida con los tíos.
—¿Cómo se llamaba?
—¿Qué pasó?
—Podrías engañarme.
Sus ojos se clavaron en los míos.
—Yo no.
—Sergio —susurré.
—Bésame.
Suspiró aliviado.
Sentía demasiado.
La lluvia fría, que golpeaba la parte superior de mi cuerpo, me dio
suficientes escalofríos como para temblar cada vez que me tomaba más y
más profundo con su boca.
—¡Cuatro minutos!
Sergio
T
ex me dio un saludo con el dedo medio unos quince minutos
después. Estaba seco. Decente. Pero extremadamente excitado,
como en, si mis jeans fueran más ajustados, la fricción de mi
cremallera sería un problema serio.
Me preguntaba en una escala del uno al diez qué tan horrible ser
humano me haría si sonriera mientras lo mataba.
—Tex.
—¿Por qué?
—No su hijo.
—Sí, estoy seguro de que eso es exactamente lo que pensó Xavier justo
antes de que Frank le rompiera la muñeca, lo dejara famélico, luego lo
degollara y lo maldijera al infierno. ¡Oye! —Tex hizo una pausa—. ¡Ese viejo
se ha vuelto blando!
—Tiene dieciocho.
—Mierda.
—Correcto.
—¿Tex?
—Dispara.
—Val mencionó que solía tener una mejor amiga, realmente no... —
Mierda—. No le compré nada como regalo de bodas, y pensé que localizarla
podría ser un buen comienzo.
—¿En serio?
Suspiré.
—No dije eso —dije lentamente—. Ni una sola vez dije que no tenía su
apellido.
—¿Galletas?
—Genial, gracias.
Se rió a carcajadas.
—No estoy seguro. —Porque normalmente la mafia era mejor que eso.
Demonios, Luca era mejor que eso.
Fruncí el ceño.
—¿Sergio?
—¿Sí?
—Lo odio.
Valentina
Con las manos temblorosas, sostuve la última nota y comencé a leer.
Lo siento.
Leí la nota una y otra vez, y luego tomé la foto, justo en el momento
en que Sergio entraba a la habitación, dirigiéndose en línea recta hacia mi
cama.
—Val. —Su voz era fría—. ¿Por qué estás en una foto con mi esposa
muerta?
Estaba equivocado.
Lástima.
Pero era bonita en su propia manera, a pesar de que era más pequeña
que la mía, menos nueva. Aunque era posible que solo fuera el hecho de que
las cortinas estaban cerradas. Una sensación de ahogamiento me rodeó la
garganta cuando intenté inhalar la rancidez del aire, y con manos
temblorosas me toqué el cuello en intentos de liberarlo.
—¿Qué?
—En serio no tienes ni idea, ¿o sí?
—¿Por qué? —Logré graznar, al final, una vez fui capaz de formar las
palabras—. ¿Por qué me haría eso? ¿Hacerse amiga mía e irse? —Y morir.
No dije la última parte, quizá no hacía falta. Era un pensamiento egoísta,
pero me estaba sintiendo egoísta, y más que abandonada, hasta engañada.
¿O me había usado?
Era imposible no sentirme enojada y dolida, pero lo que era aún peor,
era que podía verlo, lo fácil que ella se habría enamorado incluso si no había
esperado hacerlo, y lo mucho que debía haberlo amado.
—¿Y me estás diciendo esto recién ahora? —Su voz se alzó un octavo
mientras se acercaba a mí—. ¡En serio! ¡Podría haber sido una trampa!
Podrías haber salido herida. ¿Tengo que recordarte que hay un ruso enojado
ahí afuera que quiere matarte?
Me estremecí al pensarlo.
—¿Y qué?
—Y Mil estaba allí… y este otro tipo alto, que era muy atractivo y… —
Recordaba vagamente al muchacho de la sonrisa fácil. Pestañeé, mirando a
Sergio, y solté una pequeña exclamación—. Se parecía… se parecía a ti.
—¿Un tipo atractivo que estaba con Mil y no era Chase y se parecía a
mí?
—Sí. No. Quizá. —Presioné los dedos contra mis sienes—. Pero era
más alto y flaco.
—¿Tu… tu hermano?
—Ya has visto una, el día de nuestra boca, venía con el vestido.
—¿Lo están?
—Todos.
La de mi mejor amiga.
Nunca lo sentiría.
Sergio
Estaba lloviendo de nuevo.
Estaba frustrado.
Estaba irritado.
Y
tanto como quería confrontar a Val, estaba furioso de que me
ocultara tal secreto, por tanto tiempo. ¿Cómo podría confiar en
ella en el futuro?
Sabían algo.
Lo odiaba.
—Entonces, las cartas. Hay una más para que leas, Val. Phoenix te la
dará, y para entonces, creo que sabrás lo que tienes que hacer. Por favor no
te enojes. Esta fue la única manera… la única manera en la que pude pensar
para darles una oportunidad.
Sacudió su cabeza.
—Lárgate —ladré.
—Sí. —Lamí mis labios, abrí la carta y leí en voz alta—. La vida está
llena de momentos de dos giros, no le permitas conformarse con solo uno.
—Lo era.
No respondí.
Val me siguió.
—Pero…
—La vida... —No podía creerlo, pero estaba canalizando a Andi. Algo
se quebró dentro de mi amargado pecho, como una grieta que finalmente le
permitió entrar al sol. Val necesitaba llorar, pero también necesitaba ver que
la vida de Andi fue una celebración. Se me había dado esa oportunidad. A
ella no—, debe ser vivida, sentida, experimentada. ¿Por qué pasar tu vida
caminando, cuando puedes bailar?
Agarré sus dos manos y empecé a bailar con ella en el campo a medida
que recuerdos de la vida de Andi destellaban a través de mi mente.
Su sonrisa.
—Sí, lo fue.
—No lo lamento.
—¿No?
—Lo sé.
—Lo sé.
—Val… —Rocé un beso por sus labios—. ¿Qué quieres? Solo dime.
Valentina
S
ergio siempre ha sido hermoso, masculino en la forma en que
las líneas de su rostro se encontraban. Todo, desde el contorno
de sus mejillas hasta la plenitud de sus labios, me hizo
preguntarme si era una especie de caballero perdido de un libro de cuentos.
Pero mojado.
Sergio. Mojado.
—Aquí.
Qué injusto.
Suspiré.
—Bien. —Me agarró de la mano y me tiró de la cama. Una vez que mis
pies tocaron los azulejos del baño, inmediatamente se calentaron, ¿los
azulejos se calentaban? Una vieja bañera gigante con patas de garra
aguardaba en la esquina—. Iré primero.
Ya éramos dos.
Las lágrimas brotaron de mis ojos, pero las contuve porque no eran
del tipo triste, eran del tipo enojado, y sabía que si las dejaba caer, haría
algo estúpido, como gritar, o decir todas las cosas que no debería decir.
—Entonces, ¿es una de tus cosas, Val? ¿Te gusta que la gente juegue
limpio?
—La gente bien parecida, gente como tú... siempre debería jugar
limpio.
—¿Por qué?
—No —gemí, casi saliendo del agua mientras jugaba conmigo una y
otra vez. El agua del baño se sentía demasiado caliente, el sudor comenzó a
correr por mi cara, y justo cuando sentí que estaba a punto de perder la
cabeza, dejó de tocarme y se inclinó hacia atrás—. ¿Qué estás haciendo?
—Cierto.
—En la bañera.
—¿Ahora?
En la cama.
Casados.
—¡La odio! —grité golpeando mis manos contra el agua—. ¡Odio que
haya arruinado esto! ¡Odio que me haya dejado! ¡Me abandonó! ¡Mi mejor
amiga! ¡Me mintió! ¡Me traicionó! —Mi voz se estaba volviendo ronca—. ¡Y te
tuvo a ti! —Sollocé—. ¡Te tuvo a ti, todo de ti! ¡Y yo consigo las piezas! No
quiero las piezas, sé que dije que intentaría hacerte feliz y que trabajaría
para que todo estuviera bien, pero no puedo funcionar de esa manera, lo
intenté y no puedo hacer eso. ¡No puedo vivir en constante comparación con
una chica que hasta hoy solía ser mi idea de perfección! Estabas casado con
la chica perfecta, y ahora me tienes a mí, y estoy enojada, tan enojada, que
egoístamente odio ser la segunda. Quiero ser la primera, Sergio. Fuiste mí
primero y...
Las buscaría.
Los músculos se hincharon cuando se echó hacia atrás, con los ojos
desorbitados, como si cada gramo de control que había tenido se resbalara.
Lo necesitaba, a todo él, solo por esta vez. Mentí de nuevo, porque
siempre lo querría todo de él.
—Sí —siseó, castigándome con un beso áspero solo para empujar más
profundo, más fuerte, hasta que pensé que me iba a desmayar por la
intensidad de las sensaciones.
Apreté a su alrededor, sosteniéndome por mi vida mientras mi cuerpo
colapsaba contra el suyo, completamente agotado, la tensión en sus
hombros se liberó, aún conectados, me besó tiernamente y susurró:
Me hundí de alivio.
—Val. —Me besó una y otra vez—. No eres ella. No quiero que seas
ella. Quiero que seas tú. Al igual que quiero que tengamos la oportunidad
de comenzar con algo bueno, algo nuevo. Ella esperaría tu enojo, de hecho,
estoy seguro de que probablemente lo planeó. Permítete llorar, permítete
enojarte, pero no te reprimas de mí por miedo.
—Yo también quiero eso —dije con voz temblorosa—. Nos quiero.
—Ya era hora de que empezaras a tener sentido, Val. —Su sonrisa
había vuelto—. Ahora, métete en mi cama.
Sergio
C
ontemplé la cocina vacía por unos cuantos minutos antes de
agarrar dos vasos de agua y unos cuantos bocadillos.
Finalmente.
Me sentía en paz.
Tenía ambos.
Mi alma gemela.
Mi compañera.
Y Val.
Val era…
Me detuve.
La vi venir.
La estudié.
Val, sonrojándose desde sus rosadas mejillas hasta los dedos de sus
pies.
—¿Sobre qué?
—¿Qué promesa?
—De no besarte.
—Lo sé.
Val sonrió.
Besé su frente.
—Cierto.
—Lo haré.
—¿Qué?
Y estallé en carcajadas.
—¿Está comparándome con la bestia en La Bella y la Bestia?
—¿No la abriste?
—¿Estás segura?
—Ábrela.
Ámalo bien.
De una forma, ustedes son más perfectos para el otro de lo que fuimos
nosotros, y si conozco a Sergio como creo que lo algo, voy a asumir que ya ha
llegado a la misma conclusión. De mejores amigos a amantes y ahora, Sergio,
tienes tu alma gemela, a la que estás inexplicablemente atraído.
Andi.
Val no lloró.
Yo no lloré.
—Sabes. —Val cruzó sus brazos—. Nunca he estado fuera del país.
—Creo que si quieres que tu casa esté todavía de pie, tendrás que
pedirle a alguien que lo cuide mientras cuida la casa, pero sí.
—Llevaré mi arma.
—Ambas.
—¿Estás segura?
—Sí. —Asintió—. Pero esta vez, ¿puedo…? —Sus manos se pusieron
todas inquietas mientras se sonrojaba y luego cubría su rostro con sus
manos.
—¿Sergio?
Y olvidé todo sobre sus burlas y recordé una vez más lo perfecta que
era, lo correcto que se sentía, estar en sus brazos.
Traducido por Vanemm08
Sergio
S
ANTA MIERDA! —rugió Nixon mientras corría por el pasillo
casi tropezando con sus propios pies en un esfuerzo por
—¡ agarrarme—. ¡Sergio! ¡Arriba, AHORA!
—¡Se rompió su fuente y luego dijo que sentía que necesitaba pujar!
¡No sé qué diablos hacer! —Los ojos de Nixon estaban enloquecidos cuando
los gritos comenzaron en la planta baja.
—¡Duele mucho! —dijo Trace con los dientes apretados y luego volvió
la cara en dirección a Nixon—. ¡TÚ!
Phoenix bostezó. Por otra parte, ya había pasado por todo el proceso
con Bee y era uno de los mejores papás que había visto en mi vida; de hecho,
tarareaba canciones cuando le cambiaba los pañales al pequeño.
Una vez que Val terminó, caminó hacia Nixon y tomó su mano.
—Oh, mierda.
—Dímelo de nuevo.
Y por tener solo veinte años, tenía más músculo que sentido común,
lo que hizo que mi trabajo fuera mucho más difícil ya que éramos iguales.
Aunque su inmadurez me hizo querer apuntarle con un arma y usar su
cuerpo como objetivo de práctica.
Suspiró.
No dije nada.
Simplemente no sabía cómo abrirme paso hacia él, y temía que para
cuando me diera cuenta, estaría hablando con un cadáver mientras bajaban
su cuerpo sin vida al suelo.
Una familia.
Parte de un mundo que odio.
Heredero de un trono de
asesinatos y mentiras.
Y habrá sangre.