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Moderadora de Traducción
Vanemm08

Traducción
3lik@ Marbelysz
Anamiletg Maridrewfer
Arifue NaomiiMora
Ezven Rimed
Grisy Taty Vanemm08
Krispipe Wan_TT18
Manati5b
Recopilación y Revisión
Mais

Diseño

Evani
Sinopsis Capítulo 17 Capítulo 35
Prólogo Capítulo 18 Capítulo 36
Capítulo 1 Capítulo 19 Capítulo 37
Capítulo 2 Capítulo 20 Capítulo 38
Capítulo 3 Capítulo 21 Capítulo 39
Capítulo 4 Capítulo 22 Capítulo 40
Capítulo 5 Capítulo 23 Capítulo 41
Capítulo 6 Capítulo 24 Capítulo 42
Capítulo 7 Capítulo 25 Capítulo 43
Capítulo 8 Capítulo 26 Capítulo 44
Capítulo 9 Capítulo 27 Capítulo 45
Capítulo 10 Capítulo 28 Capítulo 46
Capítulo 11 Capítulo 29 Capítulo 47
Capítulo 12 Capítulo 30 Capítulo 48
Capítulo 13 Capítulo 31 Capítulo 49
Capítulo 14 Capítulo 32 Epílogo
Capítulo 15 Capítulo 33 Próximamente
Capítulo 16 Capítulo 34
Lo perdí todo.

Mi propósito. Mi amor. Mi alma.

La muerte llama a mi puerta, quiero responder, pero cada vez que


alcanzo la manija, la promesa que le hice, me devuelve.

Entonces respiro. Vivo. Odio.

Y dejo que la rabia hierva bajo la superficie de una fachada


perfectamente indiferente.

Estoy roto, no quiero que me arreglen.

Un último viaje a Nueva York, una última oportunidad para redimir


una parte perdida de la familia mafiosa. El Imperio se está derrumbando y
es mi trabajo arreglarlo, mi trabajo es reparar los pedazos que estaban
esparcidos hace más de treinta años.

El único problema es que la única forma de solucionarlo es hacer algo


que juré que nunca volvería a hacer.

Un matrimonio concertado.

Solo que esta vez.

No me enamoraré.

O entonces Dios me ayude, la mataré yo mismo.

Mi nombre es Sergio Abandonato, crees que conoces mi dolor, mi


sufrimiento, mi rabia, mi odio… no tienes ni idea.

Soy la mafia.

Soy la oscuridad.

Sangre por sangre.

Empire (Eagle Elite #7)


Empire: Organización, reino, negocio. Para gobernar o tener poder o
autoridad. Comando, control, dominio. Ejemplo: Él construyó un imperio y se
negó a verlo derrumbarse bajo sus pies.
Traducido por Manati5b

Marzo

Frank

E
l nublado día coincidía con mi mal humor. Una lluvia
despiadada cayó sobre mi sombrilla e hizo cascada por el
borde. Ajusté el agarre en el mango de madera pulida. La
artritis se había infiltrado y, a veces, era difícil saber cuándo tenía algo
sujeto de forma segura. La edad nunca había sido mi amiga. El reloj, al
parecer, no dejaba de correr, los segundos pasaban más rápido de lo que
jamás hubiera imaginado, los años desaparecían como arena a través de un
reloj de arena.

El esponjoso suelo se hundió bajo mis pies, pedazos de hierba pegados


en mis mocasines negros marca Valentino.

Seguí caminando.

Mi paso fuerte.

Mi propósito aún más fuerte.

La tumba estaba bien marcada, me había asegurado de que lo


estuviera. Después de todo, parecía ser lo menos que podía hacer, darle a
mi hermano un entierro adecuado, cuando fui yo, su enemigo más temido y
al final su aliado más confiable, quien había participado en verlo morir.

No fue mi culpa.

No había jalado el gatillo.


Pero conocía los peligros de lo que hacíamos. Conocía el costo de
nuestra partida de ajedrez.

Solo hubiera deseado que hubiera sido yo, en lugar de él.

Unos metros más y me detuve frente a la gran piedra gris. Sabía que
Luca no habría querido algo elaborado; después de todo, se había abierto
camino por el mundo siendo silencioso, el golpe mortal que nunca veías
venir, hasta que era demasiado tarde.

Me lamí los labios agrietados y sacudí la cabeza mientras leía la


lápida.

—Hermano amoroso, líder intrépido… —mi voz se quebró—.


Bendecido padre.

Cerré los ojos mientras me quemaban las lágrimas.

Padre.

Y solo dos personas aquí lo sabían. Phoenix y yo.

—Lo siento mucho, hermano…

¿Hubiera hecho las cosas de manera diferente? Hace todos esos años,
cuando convertí a Luca en el hombre que era, cuando lo forcé a formar parte
de la familia Nicolasi, cuando le robé a la mujer que amaba y lo puse contra
el mundo.

Sabiendo lo que sabía ahora… ¿lo haría todo de nuevo?

—Para lo que vale, viejo… —Señalé hacia la lápida junto a la suya—.


Me gusta pensar… que al menos en la otra vida… la tendrás.

Había enterrado a mi esposa junto a él, donde pertenecía. Donde


siempre había pertenecido.

Cada noche rezaba para que finalmente estuvieran unidos en el cielo.

Mientras estaba maldecido por vagar por la tierra sin mi hermano, sin
mi esposa y a cargo de cuatro jefes de la mafia que eran más jóvenes que yo
cuando asumí el mando.

El imperio que había construido estaba cambiando, transformándose


en algo que ya no reconocía.
Con un suspiro hice una cruz sobre mi pecho y murmuré una oración.

—Bueno, esto es deprimente —dijo una voz baja detrás de mí.

No necesité darme la vuelta para saber que era Phoenix De Lange, el


nuevo jefe de la familia Nicolasi, elegido por el propio Luca.

—¿Lo trajiste? —Mantuve fija la mirada en la lápida.

Phoenix soltó una maldición:

—Sí.

Le tendí la mano.

—¿Estás seguro de que quieres saberlo?

—Sí.

—Tal vez deberíamos hablar con Tex sobre esto antes…

—Déjalo maldita sea, soy tu mayor.

—No pongas la línea de la edad viejo. Todavía puedes derribarme, y lo


sabes.

Sonreí y mantuve mi mano firme en el aire. En el momento en que la


carpeta tocó mis dedos, la arrebaté y la sostuve con fuerza contra mi pecho.

—No les va a gustar esto… —gruñó Phoenix.

—No tienen nada que decir.

—Diablos si no. —Phoenix dejó escapar una carcajada—. Pero claro,


si te ayuda a dormir por la noche.

La lluvia empezó a caer en forma de sábanas.

—¿Cuándo te vas?

—Tan pronto como sea posible.

—Viaja seguro.

—Siempre.

—¿Alguien más sabe que te habrás ido?


Me giré y le ofrecí un guiño malicioso.

—Secretos, secretos, secretos, ¿sobre qué más puedo construir mi


familia?

Con un ligero movimiento de cabeza, Phoenix dio un paso atrás.

—No puedo protegerte si esto sale mal… especialmente si no sé en


dónde estás… al menos lleva a uno de los hombres.

—No. —Miré mi reloj. Mi vuelo saldría en una hora—. No creo que lo


haga.

—Maldita sea Frank.

—No maldigas… —Le tendí la mano—. Ahora, vete como un hombre


antes de que tenga que recordarte quién es mayor… y más experimentado.

Phoenix ofreció una triste sonrisa y me estrechó la mano.

—Que te vaya bien, Frank.

—Que te vaya bien, Phoenix.


Traducido por Manati5b

Sueño de una noche de verano, me lleva a un lugar donde todo


es hermoso… y vivo.

—Valentina

Seis meses Antes

Enero

Valentina
—¡Lo siento!

T
ropecé fuera del camino de una rubia atlética con una falda
lápiz y el poder de los Nikes caminando alegremente por la
Quinta Avenida. Los profesionales de negocios y los clientes me
pasaron arrastrando los pies, casi me caí en la acera, apenas logrando
esquivar el intenso tráfico peatonal antes de que mi rostro dejara una huella
en el cemento.

Nadie reconoció mi disculpa, nadie realmente me reconoció. Pero otra


vez, estaba en New York. Podría estar respirando mi último aliento, y las
posibilidades de que alguien realmente interviniera eran de una en un
millón. Estaba bastante segura de que vi eso en una de mis clases de
Psicología de primer año. No era que los neoyorquinos fueran malos o
groseros como se suponía. Estaban ocupados.

Y ocupados significaba que no tenían tiempo para detenerse en la


acera y ayudar a la chica de dieciocho años a levantarse porque parecía que
estaba a punto de ser asfixiada contra la ventana más cercana.
Tomé una profunda respiración. Esto era estúpido.

Yo era estúpida. Era un banco. ¿Cuántas veces había pasado por este
exacto edificio y no había pensado nada de él?

Mi estómago se apretó. Hoy era diferente.

Me sentí como una de las chicas sobre las que había leído en mis
novelas románticas, las que tenían vidas aventureras, eran perseguidas por
hombres sexys en armaduras de cuerpo entero. Ja, si, esa no era mi
realidad.

Apreté mi abrigo alrededor de mi uniforme justo cuando mi teléfono


sonó en el bolso.

Probablemente uno de mis tíos verificándome, para asegurarse de que


estaba de camino a la tienda.

Ahora o nunca.

La carta me había estado haciendo un agujero en el bolsillo durante


semanas, y no era el tipo de personas que ignoraba las cosas, especialmente
cosas raras, cosas que en realidad hacían que mi vida pareciera menos
normal, menos aburrida. Por los últimos dieciocho años había ido a la
escuela, hice todo lo posible para sacar buenas notas y trabajé en la
floristería de mi familia.

Oh, y leí.

No tenía talentos específicos, a menos que realmente pudieras contar


la lectura, la cual, aparentemente es mal visto cuando estás solicitando
ingreso a la universidad. Todavía podía escuchar la risa de mi Tío Gio. La
lectura es un pasatiempo Val, no un talento.

Mi teléfono seguía sonando.

Apreté los dientes, luego lo saqué de mi bolsa y respondí:

—¿Sí?

—¿Val? —El fuerte acento del tío Gio me envolvió como un cálido
abrazo—. ¿Estás enferma?

—No. —Eché un vistazo impotente a las ventanas de cristal del


rascacielos—. Voy en camino.
—Llegarás tarde —lo dijo como un hecho, no una pregunta.

—Tal vez —dije distraídamente—. El tráfico… es malo.

—Pero tú caminas.

—Tengo que cruzar calles Gio.

Se quedó callado, y luego agregó:

—¿Comiste?

—¡Gio! —gemí, sintiendo mis mejillas arder por la vergüenza. ¿Cuándo


sería un adulto para ellos?—. Comí, ¿está bien?

Mas silencio y luego dijo:

—No te creo. Traje cannoli extra, por si acaso.

Si comía más cannoli, alguien tendría que empezar a correr al trabajo


en lugar de caminar.

—Bien, solo… necesito irme, es difícil escucharte.

—¿Dónde estás?

—¡Cerca! —mentí—. ¡Nos vemos pronto Gio!

—Te amo pequeña Val.

Contuve mi gemido. Siempre seria la pequeña Val.

Siempre.

Enderecé los hombros y guardé mi teléfono en mi bolso. La pequeña


Val hubiera regresado; la pequeña Val hubiera quemado la carta que llevaba
actualmente.

La pequeña Val probablemente se lo habría dicho a sus


sobreprotectores tíos y hermano.

Pero ya no quería ser pequeña. Era una mujer.

Alcancé la maneja de la puerta justo cuando otro cuerpo chocó y me


impulsó a través de las puertas con un umph.
El olor fresco de los papeles y demasiado limpiador de pisos me quemó
la nariz mientras giraba en círculos. ¿Dónde diablos se suponía que debía
ir?

Me aparté del camino y saqué la carta.

Banco de America

Caja de Seguridad 36

No había remitente y ni siquiera estaba escrito a mano, sino a


máquina. Tal vez debería haberle dicho algo a mis tíos.

Pero, y aquí estaba la parte espeluznante, la parte que me llevó al


banco en el momento en que abrieron. La parte que me hizo mentirle a mi
tío por primera vez, desde… siempre.

Al final de la página había una cita de Shakespeare.

El camino del verdadero amor, nunca fue fácil.

Era una de mis citas favoritas. Cuando tenía cinco años, había robado
uno de los viejos libros de la biblioteca de Gio y me había atascado los
capítulos cuando podía. Una vez más, era una niña extraña, así que si me
conocían, sabrían que no era particularmente extraño para mí devorar
palabras como si fueran pan y mantequilla.

Desde entonces había estado obsesionada con Sueño de una noche


de verano, y ese mismo libro todavía estaba debajo de mi cama por la noche.

Lo tenía memorizado. Caray, era aburrida.

—¿Señorita?

Se me acercó un chico muy sexy. Su traje negro apenas se movía


mientras caminaba, como si estuviera pegado a cada músculo de su cuerpo.
La corbata negra encima de la camisa negra gritaba ¡peligro! Los lentes de
sol de alta gama que colgaban de su bolsillo delantero decían casual pero
no descuidado. Mi boca debió haberse quedado abierta porque una pequeña
sonrisa se curvó alrededor de sus labios cuando agachó la cabeza.

—¿Estás…? —Me di la vuelta—. Oh, lo siento, ¿estabas hablando


conmigo?
—¿Me estás hablando? —dijo con un perfecto acento del actor DeNiro
en Taxi Driver—. ¿Me estás hablando? —Se rio un poco.

Me uní a él, dándome cuenta de lo ridícula que estaba siendo. Estaba


en un banco, viéndome como una niña perdida, y él vestía un traje.
Claramente trabajaba allí, aunque su etiqueta con su nombre no era visible.
Fruncí el ceño.

—¿Puedo ayudarte con algo? —preguntó, extendiendo su mano, su


sonrisa era fácil, pero algo al respecto me hizo dudar.

El sedoso cabello negro descansaba sobre su piel aceitunada, parecía


italiano pero el azul tormentoso de sus ojos… había algo depredador en sus
profundidades. Sentí que debería conocerlo, pero no lo hice, ni realmente
quería conocer a un hombre que tuviera una sonrisa tan calculadora. Su
sonrisa se profundizó, mis piernas picaban por darme la vuelta y huir.

—No —dije rápidamente—. Yo solo… edificio equivocado.

—Lo siento. —Tomó mi brazo con suavidad—. ¿Te asusté? No era mi


intención. Trabajo aquí y estabas mirando un papel y te veías perdida, sumé
dos más dos… —Mientras su voz se apagaba, inclinó la cabeza, arqueando
una ceja.

La tensión alivió su agarre de mi cuerpo.

—Lo siento, solo estoy… —saludé en el aire—. Larga noche leyendo


novelas de vampiros, no dormí mucho.

—Dime, ¿cómo esta Edward? —bromeó, una media sonrisa tirando de


un lado de su hermosa boca.

—Todavía con Bella, maldita sea —respondí rápidamente.

Se echó a reír.

—Lo vas hacer bien.

—¿Hacer?

—Ahora, ¿en qué dijiste que podía ayudarte?

Ya estaba alcanzando el papel. Lo había dejado porque no quería ser


grosera. Ese era mi mayor defecto: la amabilidad. Solo digamos que era
básicamente imposible para mí pasar a un vagabundo sin darle cada una
de las monedas sueltas que tenía, aunque sabía que lo más probable es que
lo gastara en algo malo.

El hombre escaneó la hoja y luego me la devolvió.

—Raro, ¿no? —dije en broma, un poco avergonzada de que lo hubiera


leído todo y ahora probablemente pensara que estaba loca o que había
escapado de una institución mental.

—Eh… —Se encogió de hombros—. Lo he visto más raro. —Su sonrisa


se desvaneció—. No tienes idea.

—Te creo —gruñí.

—Cajas de seguridad… —Giró sobre sus talones y comenzó a caminar,


lo seguí en silencio—. Están justo aquí.

Escaneó una tarjeta de acceso sobre una cosa de metal y me


acompañó hasta la esquina más alejada del edificio.

—Ve al pasillo y busca tu número. Algunas tienen llaves, algunas de


las cajas de depósito de alto perfil usan una huella digital.

Levanté la mano y luego rebusqué en mi bolso, finalmente encontré la


llave y la levanté triunfalmente en el aire.

—Llave.

—Fantástico. —Asintió una vez—. Quédate todo el tiempo que


necesites.

—Gracias.

Me mordí el labio nerviosamente, realmente estaba haciendo esto.


Santa mierda. Mi corazón golpeaba contra mi pecho mientras caminaba por
el silencioso pasillo.

—Espero que encuentres lo que estás buscando Valentina —susurró


detrás de mí—. De verdad lo espero.

Mis pisadas vacilaron.

Nunca le dije mi nombre.

Temblando, rápidamente me di la vuelta.


Pero se había marchado.

Casi me tropiezo con otra señorita cuando salía del pasillo para
encontrarlo.

—¿Señorita? —Estaba haciendo malabares con un millón de


papeles—. ¿Puedo ayudarla?

—Un hombre —espeté—. Se fue por el pasillo y…

—No. —La señorita frunció el ceño—. Lo hubiera visto, lo siento, tal


vez… ¿lo imaginaste?

—Cierto. —Tragué la sequedad en mi garganta, mi corazón realmente


acelerado amenazando con salirse de mi pecho y comenzar a golpear el
suelo.

—¿Estás perdida? —dijo con una inclinación de cabeza, era bonita, y


parecía un poco joven para estar trabajando en un banco, pero, ¿qué sabía
yo?

—Nop. —Apreté la llave entre mis dedos, el sudor se acumulaba


alrededor del metal—. Tengo una caja de seguridad que mirar.

—Bueno —dijo asintiendo. —Déjame saber si tienes alguna pregunta.


Mi nombre es… Emiliana.

—Está bien. —Di dos pasos hacia atrás, luego me giré sobre mis
talones e hice mi camino hacia las cajas alineadas en ambas paredes.

Finalmente localicé el número treinta y seis, y sin darme tiempo para


acobardarme, metí la llave en la cerradura y la giré.

Si hubiera sabido entonces lo que sé ahora, habría corrido hacia el


banco, hecho mi camino a través de los fuegos del infierno y habría hecho
cualquier cosa legal o ilegal para llegar a esa caja.

Temblando, saqué la caja, entré en una de las habitaciones privadas


y cerré la puerta detrás de mí.
Traducido por Arifue

Todo está perdido. Romance. Amor. Historias. Finales. Todo.


Está. Perdido.

—Sergio

Sergio

O
ye. —Frank me dio un codazo y miré el periódico enrollado
en su mano. Manchas de tinta manchaban algunos de sus
— dedos—. Necesito un café, ¿quieres algo?

Sacudí la cabeza y me hundí más en la incómoda silla de metal del


aeropuerto, incapaz de concentrarme en nada más que en los latidos de mi
corazón y el sudor que comenzaba a gotear por la parte posterior de mi
cuello.

Doblé mi mano en un puño y coloqué mis pies sobre mi maleta,


tirando mi gorro tan bajo que casi me cubría los ojos.

Habían pasado dos meses.

Dos meses desde que me la quitaron.

Robado.

El dolor en mi pecho creció. No podía hacer que se fuera con el alcohol.


Lo había intentado. Y luego me sentí tan condenadamente culpable por
tratar de emborracharme, que me pasé el día siguiente sollozando,
pensando en lo decepcionada que estaría de mí. Y cuán decepcionado estaba
de mí mismo.
¿Por qué acabar con mi vida?

Cuando ella hubiera hecho cualquier cosa, cualquier cosa. Para


mantener la suya.

—¡Mamá! —Una niña con un vestido rosa con volantes se acercó a su


joven madre. La mujer tenía el cabello oscuro, el cual hacía juego con los
círculos debajo de sus ojos—. ¡Por favor, por favor!

La mujer suspiró y luego se bajó lentamente hasta el nivel de la niña.


Algo en el momento fue tierno, algo me atrajo hacia ellas, un anhelo en mi
pecho, un deseo de ver algo hermoso.

La muerte de Andi había sido hermosa.

Pero desde su muerte, había estado luchando y tratando por


encontrar belleza en la vida real.

El mundo ya no estaba lleno de color. Era solo negros y grises.

Y eso me estaba matando lentamente, comiéndose mi alma


lentamente.

—¡Mamá! —La niña rió, su rizado cabello rubio balanceándose por sus
hombros—. Por favor, ¿solo una vez?

La madre suspiró de nuevo, luego sonrió y le tendió la mano. La


pequeña niña la tomó.

Y giró.

Todo el peso de mi cuerpo se apoderó de mí cuando el mundo a mi


alrededor dejó de existir. Todo lo que vi fue a esa niña rubia, con la cara
levantada hacia el techo, riendo con abandono. Con un brazo extendido, y
otra mano aferrándose a su madre para mantener el equilibrio, volvió a girar
y luego se echó a reír.

Vi a Andi en ese giro. La sentí en esa risa.

Mi esposa muerta.

Mi princesa de la mafia Rusia.

Mi terrorífica bebedora de vodka.


Tenía miedo de cerrar mis ojos, tenía miedo de que el sentimiento de
paz me dejara tan rápido cómo había llegado.

Tristemente, nada dura para siempre. Nada.

La niña dejó de girar. La madre tomó su mano. Y se marcharon.

El mundo se coloreó de negro de nuevo.

Mi corazón, que había latido salvajemente en mi pecho, volvió


lentamente a su pacifico ritmo normal. Suspiré, porque eso es lo que haces
cuando ya no sabes qué hacer.

Simplemente existes.

Inhalar. Exhalar. Y sonreír cuando se supone que debas hacerlo.


Hacer las preguntas correctas y dar las respuestas correctas.

Con las manos temblorosas saqué la lista que Andi, mi esposa, había
hecho cuando nos casamos.

Era una lista para la luna de miel, pero básicamente solo había escrito
un montón de cosas estúpidas que quería hacer antes de morir.

Para mi fortuna —un fantasma de sonrisa apareció en mis labios—,


yo era parte de esos planes. Y pasé mis noches sosteniéndola, haciéndole el
amor, y posiblemente viviendo por primera vez en mi vida.

Los días estaban llenos de risas y lágrimas.

Yo era parte de la mafia; sé mejor que nadie cuan corta puede ser la
vida. Mis enemigos siempre tenían una cara, un arma, siempre
persiguiéndome. Esperando para asesinarme, así que yo los eliminaba
primero.

Pero ¿tiempo? El tiempo también podía ser tu enemigo. Su cara nunca


intimida, pero ¿el sonido del reloj? Probablemente es el sonido más
desgarrador que existe. Uno que todavía no podía soportar.

El único reloj que dejé en mi casa fue el de mi celular, por esa única
razón.

—Oye. —Frank me golpeó con el viejo periódico que había estado


llevando las últimas horas y se sentó—. Luces enfermo.

—Estoy cansado —refunfuñé.


—Yo también. —Asintió tristemente—. Yo también.

Resoplé.

—Eres viejo, tú tienes una excusa.

—Ambos somos viejos —dijo después de unos minutos de silencio—.


Mi cuerpo es viejo… ¿tu alma? Tal vez ¿incluso tu corazón? Mucho más viejo
que el mío. Mucho, mucho más viejo Sergio.

No supe qué responder a eso. Ni siquiera estaba seguro de querer


escuchar la verdad de su afirmación.

—Es posible que desees estudiar antes de nuestro próximo vuelo. —


Me entregó el rollo de periódico—. Voy a cerrar los ojos un rato.

—Genial, solo protegeré nuestros traseros.

Con una risita, me despidió.

—¿Por qué necesitaríamos protección? Soy solo un anciano débil que


se dirige a su ciudad natal, Nueva York, acompañado de su nieto favorito.
—Parecía positivamente mareado—. Casi no puedo esperar a oler la basura.

Correcto. Si Frank Alfero, jefe de la mafia de una de las familias más


antiguas de Chicago, era viejo y estaba débil, entonces yo era un sacerdote.

Sacudiendo la cabeza, desenrollé el periódico y fruncí el ceño mientras


hojeaba las tres primeras páginas. Después de la cuarta, me detuve donde
mi pulgar había aterrizado en una imagen.

Solté una maldición, porque la chica de la imagen era la misma con


la que se suponía que iba a encontrarme en unas pocas horas. Y de acuerdo
con los deseos de mi difunta esposa, casarme.

Al parecer, no iba a hacer nada de lo anterior, ya que ella acababa de


comprometerse.

Con el primo de Frank Alfero.


Traducido por Arifue

Uno ve más demonios de los que pueden caber en el infierno.


—Sueño De Una Noche De Verano.

Valentina
—¿Están locos? —grité.

N
unca gritaba. Parpadeé para quitarme las lágrimas cuando
Gio comenzó a murmurar una oración en voz baja mientras
Papi y Sal miraban con caras tensas y arrugadas.

Había decidido tomarme un descanso en la trastienda cuando fui


atacada por los tíos. Por supuesto, como todos caminaban cojeando, los vi
venir.

Rompí los tallos de las rosas en mis manos y luego las dejé caer sobre
el mostrador. Había sido un día lento.

—¡Tomate un descanso! —Gio había dicho.

—¡Come cannoli! —Papi lo animó.

—Y mientras estás en eso, siéntate, tenemos noticias. —Sal abrió los


brazos y anunció—. ¡Te hemos encontrado un joven!

El aliento salió de mis pulmones y toda la sangre salió de mi cerebro.

Tal vez realmente necesitaba sentarme.

El cannoli rodó en mi estómago lleno, amenazando con volver a subir


y hacer una segunda aparición en todas las rosas que acababa de pasar
horas arreglando.
¡Rosas que aparentemente iban a decorar nuestra casa esa noche para
mi fiesta de compromiso!

¡Italianos!

—Miren —comencé a decir, tratando de sonar severa. ¿Por qué no


podía haber nacido con más fortaleza, como mi hermano gemelo Dante? La
gente lo miraba fijamente y gemía. Luego me miraban y era como, ¡aw, qué
tierna!—. ¡Apenas cumplí diecinueve años! Tengo años antes de que necesite
casarme, y puedo elegir fácilmente a mi propio esposo, ¡muchas gracias!

—Pero no tienes citas. —Sal se frotó la cabeza calva, tenía los hombros
encorvados como si le doliera, ¿tal vez su artritis estaba empeorando de
nuevo? No era como si mis tíos fueran gallinas de primavera; tenían más de
setenta años—. Y nos preocupamos por ti.

Entrecerré los ojos y luego salté de la silla cuando me di cuenta.

—¿Están enfermos, chicos? ¿Alguien se está muriendo? Solo


díganmelo ahora y acabemos de una vez para que podamos elaborar un
plan.

Mentalmente comencé a tachar todas las cosas que tendríamos que


hacer si estuvieran, de hecho, enfermos. Yo podía cuidarlos, quiero decir,
era mi trabajo, eran como mis padres. Los tres chiflados, pero, aun así, ¡eran
todo lo que tenía!

La confusión nubló la expresión de Gio. Con su sombrero negro


redondo apoyado con orgullo en su cabeza calva, parecía un conductor de
tren.

—Doctores. ¿Quién va a los médicos?

—Gente normal —dije con los dientes apretados.

—¡Bah! —Papi finalmente habló—. Somos italianos. —Empujó su


puño contra su pecho como si eso probara su herencia, lo cual, en cierto
modo, hizo—. ¡Somos hombres sanos, viriles!

—¿Más vino? —Gio sirvió algunos vasos más generosos mientras


todos los pasaban lentamente.

La tienda todavía estaba muerta.


Claramente, no estaban enfermos si bebían y se ofendían por la idea
de incluso ver a un médico.

—¿Saben lo que necesitan? —Me senté de nuevo—. Necesitan un


pasatiempo. Uno que no involucre mi vida amorosa.

—¡Pero podrías aprender a amar a Nico! —Gio abrió los brazos de par
en par—. ¿Sí?

—¡No! —argumenté—. ¡Ni siquiera conozco a Nico!

—¡Por supuesto que sí! —dijo Gio mientras mis tíos se unían a la
risa—. Solían jugar juntos cuando eran niños.

Les di mi mejor expresión en blanco.

—¡Entonces, por supuesto, nos casaremos de inmediato! Quiero decir,


jugamos juntos así que...

Mi sarcasmo se perdió por completo en ellos mientras asintieron con


la cabeza vertiginosamente en acuerdo.

Gimiendo, me cubrí la cara con las manos.

—No me voy a casar con Nico.

—Estará muy decepcionado. —Papi chasqueó la lengua—. Su madre


estaba eufórica por sacarlo de sus manos.

—¿A las mías? —No le grites a tus tíos. Amable, amable, amable.
Agarré los lados de la silla de madera con tanta fuerza que temí que se
partiera—. ¿Están locos chicos?

—No lo sabríamos. —Gio se río—. No vamos a los médicos,


¿recuerdas?

—Imposible —me quejé en voz baja—. No. —Me paré—. Mi respuesta


es no.

Sal se encorvó aún más. Oh, querido señor.

—Mi brazo.

—¡No! — Luché contra el impulso de sonreír—. ¡Para! Tu brazo está


bien. ¡Sal! Lo digo en serio, deja de fingir que estás herido. Ese es un castigo
cruel e inusual. —Hizo un buen espectáculo agitando su copa de vino
mientras se la llevaba a los labios—. Uh huh, ten cuidado de no derramar
nada de ese vino, Sal.

Gio hizo una cruz sobre su pecho como si la sola idea fuera un pecado
contra la iglesia.

—Arregla esto. —Levanté mis manos—. Los amo a todos, pero…


¡deben preguntarme antes de comenzar a encontrarme hombres extraños y
comprometerme con ellos! Y anunciando fiestas y...

—No olvides ponerlo en el periódico —tosió Papi.

Gruñendo, cerré los ojos y logré tomar unas cuantas respiraciones


tranquilizadoras.

—¿Supongo que no compartirás ese vino?

—No —dijeron al unísono mientras Sal rápidamente lo quitaba de la


mesa y lo escondía en su abrigo.

—Agradable. —Asentí—. Muy bien, y Sal, usaste tu brazo malo.

Volvió a poner el vino en la otra mano murmurando:

—Maldita sea.

Papi lo golpeó en la nuca con el periódico enrollado.

Desaté mi delantal con un suspiro.

—Voy a cruzar la calle y visitar a Dante. Consideren este mi descanso.

Cada uno de ellos me lanzó besos.

Pero no se disculparon.

Por otra parte, eran italianos. Controladores. Manipuladores.


Temperamentales. Disparaban. Iba a tener que arreglarlo yo misma. Si no
rompía con él, terminaría casada con un extraño que probablemente tenía
una uniceja y le gustaban sus mujeres en la cocina, donde "pertenecían".
¡Buah! Conocía el tipo. Y me negaba a estar atada a eso. Además, ¿se habían
perdido el punto de que yo tenía diecinueve años? ¿Quién se casaba a los
diecinueve?

Ellos lo hicieron.
Los tres tíos.

Quienes habían sobrevivido a sus esposas.

¡Y ahora no tenían nada mejor que hacer que entrometerse en mi vida


y volverme loca!

Crucé la calle corriendo y abrí la puerta, agradecida de que mi gemelo


trabajara tan cerca.

Por otra parte, mi familia básicamente era dueña de toda la cuadra.


Teníamos una tintorería, donde trabajaban dos primos, un bar y la
floristería.

Aunque siempre me había parecido extraño que, además del bar,


nunca estuviéramos realmente ocupados y sin embargo pudiéramos
mantenernos completamente a flote en una economía en recesión.

Mis tíos dijeron que eran fantásticos invirtiendo.

Y lo dejé así, además, no era mi lugar para hacer preguntas.

—Vaya, ahí. —Dante sonrió mientras me dirigía directamente a la


barra y tomaba asiento, luego, de manera dramática, arrojé la mitad de mi
cuerpo contra la barra y solté un bufido.

Dante se inclinó para que estuviéramos casi nariz con nariz y susurró:

—¿Día difícil, hermana? —Sus nudillos tenían rasponazos, siempre


estaban con rasponazos, porque siempre se peleaba, pero estaba demasiado
cansada para discutir con él sobre la sangre que goteaba en la barra de
madera.

—¡Me están volviendo loca! —Lancé mis manos al aire y me puse de


pie.

Y luego decidí que lo único que quedaba por hacer era caminar de un
lado a otro.

Dante se río entre dientes y golpeó la barra con los nudillos como si
estuviera llamando.

—¿Supongo que te enteraste de Nico?

Dejé de caminar y disparé dagas en su dirección.


—¡Traidor! ¿Lo sabías?

—Ja, me lo dijeron anoche. Me reí mucho, les dije que tal vez deberían
preguntarte primero, ¿y sabes lo que dijeron?

—No, ¿qué?

—Dijeron: “Sabemos lo que es mejor para nuestra sobrina” —Dante


usó su mejor acento italiano mientras apretaba el pulgar y el índice juntos
en el mismo gesto por el que Gio era conocido.

—Por supuesto que lo hicieron. Por supuesto. —Me crucé de brazos—


. ¿Conoces a Nico?

—Oh, creo que también conoces a Nico. Simplemente, ya sabes, no


conoces a Nico.

—¿Eh? —Arrugué la nariz y lo miré. Dante sonrió.

—Tercer banco en la misa. Lleva suficiente colonia para dejar a


alguien sin la capacidad de oler durante al menos tres horas después del
contacto, y el domingo pasado su traje era morado. De la cabeza a los pies.
Creo que su chaqueta era de terciopelo. —Respiré profundamente.

—Nooooo. ¿Es él? ¡Asco! ¡Me estrechó la mano después de la iglesia!


Dante, sus palmas estaban sudorosas.

El timbre de la puerta tintineó. Ambos nos volvimos para ver a un


anciano caminar hacia nosotros. Parecía tener la edad de Gio, ¿tal vez
setenta y dos? Pero le quedaba bien. Su traje de tres piezas era claramente
italiano. El cabello gris espeso y ondulado estaba perfectamente peinado.
Gritaba dinero.

Dinero antiguo de Nueva York, del tipo que obtienes ilegalmente, si


sabes a qué me refiero. Di un paso cauteloso hacia Dante a pesar de que
estaba del otro lado de la barra. Ni siquiera sé por qué me sentí intimidada,
además de que los extraños ojos azul claro parecían ver a través de mí.
¿Conocía a este hombre?

—Hola —dijo con una voz ligeramente acentuada, y luego sonrió,


transformando instantáneamente su rostro en un territorio más amigable—
. ¿Estaba buscando a Sal Alfero?
—¿Alfero? —repetí, compartiendo una mirada con Dante quien de
repente parecía haberse tragado algo amargo. Su rostro estaba
completamente blanco, su mandíbula tensa mientras flexionaba los dedos
en un puño apretado—. No sé...

—No hay Alferos aquí —dijo Dante con una voz completamente
distante y hueca—. Lo siento. —Sus puños se apretaron aún más cuando
sangre fresca se deslizó por su muñeca.

La sonrisa del hombre se convirtió en un ceño fruncido.

—¿Estás seguro?

—Mi tío —lo interrumpí—. Su nombre es Sal pero su apellido es


Grecco—. El hombre volvió toda su atención hacia mí.

—Grecco. —Su risa fue profunda, embriagadora, cálida—.


Interesante, gracias, querida. —Con una inclinación de cabeza, cortésmente
se disculpó y se fue.

—Eh, eso fue raro — murmuré para mí. Dante tragó.

—Sí. Extraño.

—¿Estás bien?

—Sí.

Se recuperó rápidamente como si no hubiera parecido listo para matar


a alguien. Una mezcla de tristeza, confusión y enojo cruzó sus rasgos
nuevamente, antes de tomar una taza, llenarla de hielo y agregar un poco
de Coca-Cola.

—Bebe, hermana. Va a ser un día largo. Tienes un hombre con quien


romper.

—Te odio.

—¿Sabes que eso es lo más malo que me has dicho? —Hice una
mueca—. ¡Oye, eso es un cumplido! Eres agradable. Es algo bueno.

—Soy una presa fácil. —Cogí el vaso y metí una pajita en el interior,
chupando con avidez el refresco—. Hay una diferencia.

—Val.
Dante tomó mi mano y luego rozó un beso en la parte superior de mis
nudillos. Esto era lo suyo. Era un verdadero caballero italiano, y mis amigas
se volvían locas por ello. Que se sepa que con un metro ochenta y cinco,
Dante Grecco era un asesino de mujeres de principio a fin. Con ojos azules
helados y rasgos fuertes y sólidos, podía modelar fácilmente. Los músculos
se hincharon debajo de su camisa mientras se movía por la barra y
comenzaba a prepararse para el servicio de la noche; una vez que llegaba la
hora feliz, tenía que volver a las tareas de camarero ya que todavía no tenía
veintiún años.

—Te amo. —Aún estaba de espaldas a mí—. Nos tenemos el uno al


otro, ¿no?

—Sí —dije automáticamente, mis ojos se concentraron en las heridas


de sus manos. ¿Por cuánto tiempo? Eso es lo que quería preguntar. Porque
no era tan ingenua. Sabía lo que la gente susurraba a sus espaldas: que
luchaba por dinero, que era bueno en eso, que a los diecinueve años era
peligroso, incontrolable, un animal.

—Bueno. —Se dio la vuelta, colocando ambas manos en la barra—.


Superaremos cualquier cosa, siempre que nos tengamos el uno al otro.

—¿Incluso Nico?

Se echó a reír.

—Sí, incluso Nico. El pobre idiota va a tener una noche difícil.

—¡Yo! ¡Tuve un día difícil! ¡Piensa en mí noche! Además, llegué tarde


al trabajo, así que estoy un poco atrasado en los arreglos...

—¿Tú? —interrumpió Dante con expresión preocupada—. ¿Tarde?

No pude decir exactamente que sí, porque recibí una carta


ultrasecreta de una fuente anónima y fui a la caja de seguridad solo para
descubrir otra carta dirigida a mí, una que aún no había leído, desde que
Gio me envió un mensaje de texto diciendo que iba llamar a la policía si no
aparecía en unos minutos.

Uf, nunca tarde. Siempre buena. Totalmente una chica de sí.

Quizás debería casarme con Nico.


—¿Entonces? —Dante chasqueó los dedos frente a mi cara—.
¿Estabas diciendo? ¿Tarde? ¿Todo bien?

—Se supone que debo casarme con un comercial de colonia. No, no


estoy bien. —Apreté los dientes—. Sigue sirviendo.

Deslicé el refresco hacia él, lo llenó y pasé el resto de mi descanso


apoyando mi cabeza contra la encimera, deseando una realidad alternativa,
o al menos una historia de amor mejor que la que tenía.

¿Pero esas historias de amor?

¿Las verdaderamente épicas?

Por lo general, pertenecían a las páginas de un libro, no a una chica


que trabaja en una floristería todos los días, menos los martes. La chica que
pasa sus días libres en el parque leyendo. La chica que llora durante los
espectáculos de Broadway y una vez le preguntó a su tío si podría ser una
princesa cuando creciera.

No, esas historias épicas.

No eran para chicas como ella. Como yo.


Traducido por Manati5b

Mi alma está en el cielo.


—Sueño de una noche de verano.

Frank

B
albuceé una maldición en voz baja mientras volvía a entrar en
el aire fresco de Nueva York. Ella se parecía… mucho a él.

Y a ella.

Recibir un disparo dolía menos que ver mi carne y sangre sabiendo


sin lugar a dudas que ni siquiera sabían quién era yo.

No conocía las circunstancias de su nacimiento.

O cuanto eran amados, a pesar de lo que pudieran pensar.

¿Grecco? No le había dado permiso a Sal de usar ese nombre. Por


supuesto, todos mis tratos con Nueva York habían sido menos que hostiles.

En el momento en que Luca se hizo cargo de la familia Nicolasi. Todo


el infierno se desato en el mío.

Dejándome para recoger los pedazos.

Se había producido una división entre las filas. Muchos de mis primos
decidieron que su lealtad estaría mejor servida con los Nicolasi, mientras
que otros estaban horrorizados por lo que le había hecho a mi propio
hermano, básicamente vendiéndolo a otra familia criminal. No importa que
haya tenido éxito, o fuera porque mi padre lo deseaba.

Hice lo que pensé que era lo mejor. Había sido joven.

Estúpido.
Completamente empeñado en cumplir con los deseos de mi padre, sin
saber que, al seguir sus instrucciones, rompería una de las familias
criminales más fueres que jamás haya existido, permitiendo que los
Abandonato tomaran el lugar que les corresponde.

No es que estuviera amargado.

Los Abandonato estaban mejor siendo los líderes de la Cosa Nostra en


Estados Unidos.

Al igual que los Campisi eran los mejores manejando cosas en el


extranjero, y asegurándose de que todas las familias estuvieran controladas.

Palmeé el interior de mi chaqueta, mis viejos dedos tanteando la carta


de Luca, sus últimos deseos.

Para que encuentre a sus hijos.

Y los establezca dentro de la Familia.

Pero tenía que preguntarme.

Haciendo lo que pedía… ¿alejaría más a mi familia?

Porque el deseo de un hombre muerto… era una cosa voluble. Una


pendiente resbaladiza.

Y si las cosas salieran bien…

Suspiré de nuevo mientras miraba el Mercedes negro esperando.

Sergio.

Las primeras piezas de ajedrez ya se habían movido.

Ahora.

Esperaría.

—Oh Luca —susurré—. Desearía que estuvieras aquí. Necesito tu guía


más que nunca.

La brisa se levantó, barriendo un periódico alrededor de mis piernas.


Le di una patada y me dirigí al auto que esperaba.

Sergio miró hacia arriba.


Su rostro estaba pálido.

Era un buen actor, haciéndoles creer a sus amigos y familia que lo


estaba llevando bien. Que la muerte de su esposa lo estaba convirtiendo en
un mejor hombre, y, en cierto modo, lo era.

Pero también estaba de luto. Estaba más que devastado. Estaba


perdido.

Conocía bien esa vista.

Porque estaba en mi propio reflejo solitario todos los días.

Querido Dios, no dejes que se vuelva como yo.

Apreté la cruz encadenada de plata en mi bolsillo, y dije una oración


a los santos, una oración a María.

Y tenía esperanza.

Esto era todo lo que podía hacer. Orar.

Y tener esperanza.

—Está en sus manos —dije una vez que estuve dentro del auto, la
puerta se cerré de golpe—. He establecido mi presencia. Veremos cómo nos
aceptan esta noche.

Sergio frunció el ceño.

—¿Esta noche?

—Una fiesta. —Le di una palmada en el muslo—. Así que trata de no


parecer como que tu esposa acaba de morir. Aunque sé que lo hizo. Sin
importar lo que haga falta. Hacemos el trabajo, ¿entiendes?

—Sí —espetó, sus ojos enfocados por primera vez en horas. Sergio lo
hacía bien bajo presión, bajo órdenes, control. El chico no necesitaba un
abrazo, necesitaba una buena patada en el trasero.

Era el hombre indicado para hacerlo.

Me gustaría pensar que Luca lo sabía.

Por eso, si Dante y Val no querían saber nada de nosotros, sería Sergio
quien tomaría mi lugar.
Sergio liderando a mi familia.

Lo necesitaba fuerte.

Mi estómago se apretó mientras mi pasado se desarrollaba en mi


cabeza… Gracioso, había dicho exactamente la misma declaración hace más
de treinta años, como justificación, por lo que le había hecho a Luca,
forzándolo a alejarse de la única mujer que había amado, fingiendo su
muerte.

Apartándolos.

—Oye, ¿estás bien? —Sergio me dio un codazo—. Parece que puedes


estar enfermo.

—Eh. —Lo alejé con la mano—. Estoy viejo. Siempre tengo dolor.

Puso los ojos en blanco y dejé escapar una pequeña risa.

Traté de controlarme.

Pero me dolía el pecho.

Porque independientemente de lo que la gente asumiera, todavía


poseía mi corazón. Y cuando pensé en mis pecados, el resultado directo fue
un dolor físico que se negó a dejarme.

Un dolor que me recordó.

No solo que estaba jugando con vidas.

Sino moldeando sus destinos.

Y yo era el menos digno de todos para estar haciendo tal cosa.


Traducido por Vanemm08

Si nosotros, vanas sombras, os hemos ofendido, pensad sólo en


esto y todo está arreglado: que os habéis quedado aquí
durmiendo, mientras han aparecido estas visiones. Y esta débil y
humilde ficción, no tendrá sino la inconsistencia de un sueño.
—Sueño de una noche de verano.

Valentina

S
olo trata de ser agradable —dijo Sal con una voz severa—.
¡Compramos un vestido!

—Sí —dije secamente—. Puedo ver eso.

Era una monstruosidad rosada que tenía mangas abultadas y


volantes en el medio; parecía algo que usaría una niña de primer grado e,
incluso entonces, probablemente se burlarían de ella. Casi esperaba ver
calcetines tobilleros con corazones y zapatitos negros. ¡Mis primeros
tacones! ¡Yey!

—Val. —Gio bostezó y señaló el vestido con su bastón—. Pensamos


que te gustaría sentirte especial en tu día especial.

Fue dulce.

Tenían grandes intenciones.

Intenciones equivocadas.

Pero sus corazones estaban en el lugar correcto.

Apreté los dientes y señalé el vestido.


—Gracias, pero en realidad, um... Dante… —Fabriqué la mentira tan
rápido como funcionaba mi mente—. De hecho, me ayudó a elegir un
vestido, y ya sabes cómo se pone Dante cuando no se sale con la suya.

Los tíos asintieron con gravedad.

El temperamento de Dante era infame.

Aunque, en mi vida, no tenía idea de dónde había sacado toda la ira.


Después de todo, mis tíos eran los hombres más dóciles que conocía.

Como para probar mi punto, Gio bostezó ruidosamente mientras Sal


metía la mano en su bolsillo y sacaba un pañuelo.

Puse los ojos en blanco. Si una araña se arrastrara por el suelo, lo


más probable es que la rescataran y se despidieran con lágrimas en los ojos
mientras se arrastraba por los escalones de la entrada de nuestra casa de
piedra rojiza.

Papi se apoyó pesadamente en su bastón cuando entró en la


habitación.

—No hay suficiente espacio para el cerdo.

—¿Cerdo? —repetí, estupefacta.

Dejé el trabajo con los tres a cuestas y entré en mi casa de piedra


rojiza lista para llamar a cada una de las personas que habían sido invitadas
a la fiesta, solo para descubrir que iba a ser casi imposible cancelar para
más de cuarenta personas.

Cuarenta.

Personas.

Así que la única opción que quedaba era avergonzar públicamente a


Nico. Era eso o seguir adelante con la fiesta y fácilmente decepcionarlo
después.

—¡Te lo dije! —Sal negó con la cabeza mientras sus cejas peludas se
arrugaban hacia su nariz—. ¡Solo necesitamos un cerdo! Pero no… —Se
golpeó la mano contra su mano—. ¡Dos cerdos, Sal, no pasarán hambre bajo
este techo!

—Bueno. —Me encogí de hombros—. Al menos no lo harán...


Todos los ojos se posaron en mí.

Suspiré.

—¿Saben qué? ¿Por qué no van ustedes tres a ocuparse de la situación


alimentaria mientras yo me preparo?

—Sí. —Gio los hizo salir como una mamá gallina y vaciló en la puerta.
Con el ceño fruncido, me acerqué a él y puse mi mano en su brazo.

—¿Gio? ¿Qué pasa?

Sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Tú eres mi vida, mi pequeña Val.

Con una sonrisa, tiré de mi labio inferior entre mis dientes mientras
el calor se extendía por mi pecho.

—Lo sé, Gio.

—Lamento el problema de esta noche. Solo quise protegerte de… —


vaciló y terminó—. El mundo.

Me reí.

—¿Y Nico es el hombre para hacerlo? ¿Qué? ¿Con su colonia?

Gio me golpeó ligeramente con su bastón.

—¡Es un hombre grande y fuerte!

—Según Dante, usa trajes de terciopelo.

—Dante habla demasiado —refunfuñó Gio—. Me preocupo. —Sus ojos


se llenaron de lágrimas—. Acerca de tu futuro.

Fue mi turno de emocionarme mientras lo acercaba para darle un


fuerte abrazo, olía a cigarros y vino.

—Gio, te amo. Y te lo prometo, no tienes nada de qué preocuparte.


Tengo los mejores tíos del mundo cuidándome. ¿Qué podría salir mal?

No respondió.

En cambio, palideció y rompió el contacto visual.


—Oh, Val, muchas cosas. —Suspiró como si el peso del mundo
acabara de recaer sobre sus hombros—. Pero primero, revisaré al cerdo —
murmuró en italiano mientras fruncía el ceño tras él. ¿Por qué de repente
estaba tan preocupado por mi seguridad?

Trabajaba en una floristería.

Mi mejor amigo era mi hermano gemelo.

Apenas era alborotadora, lo peor que había hecho en mi vida era


mentirles una vez e ir a la caja de seguridad, pero ellos ni siquiera sabían.

Mi bolsillo se sintió de repente abrumado por esa mentira. La puerta


crujió cuando la cerré rápidamente. Mi habitación estaba en el segundo
nivel de la casa de piedra rojiza, así que no tenía que preocuparme de que
alguien se asomara por la ventana.

Con manos temblorosas, saqué el pesado sobre de mi bolsillo y me


senté en mi cama.

Valentina.

Mi nombre estaba impreso en la carta con letras mayúsculas negras


como si la persona tuviera mucho cuidado al dibujar cada letra.

El sobre no estaba sellado.

Saqué las hojas de papel.

Había sido grueso porque el papel era grueso.

Caro.

Y olía...

Como un chico.

No, eso no estaba bien. Los niños no olían a una mezcla de cedro y
menta. Un hombre, olía a hombre.

Levanté el papel grueso hasta mi nariz e inhalé mientras el aroma del


papel y una colonia espesa, sensual y picante se arremolinó a mí alrededor.

Los gritos estallaron en la planta baja. Las palabras "cerdo" y


"bastardo" fueron lanzadas como una pelota de voleibol mientras seguía
olisqueando la carta como una loca.
Finalmente, la abrí por completo y miré la hermosa letra cursiva. Era
curioso, olía a masculino, pero la escritura era demasiado pulcra para ser
de un hombre.

Él era tan hermoso. El tipo de belleza que hacía doler a una mujer, de
la mejor manera. Encontrar un defecto en el príncipe llevaría una eternidad y
la princesa pasaría una eternidad intentando descubrir ese defecto, porque
la emoción estaba en el descubrimiento. Valentina, nunca envidies el viaje,
porque es el viaje lo que hace el final feliz.

Lee una página al día. Eso es todo lo que pido. Una página. Todos los
días. Sabrás qué hacer cuando ya no haya páginas.

La verdad está a tu alrededor.

El amor, después de todo, es eterno.

Todo mi amor,

R.

Con manos temblorosas puse las páginas sobre mi cama. No las conté,
temía que si tiraba de cada hoja individual, arruinaría la sorpresa y me
atiborraría de leer cada una de ellas.

Como lectora, nunca había tenido autocontrol. No era una persona


tan horrible como para leer el final antes del principio, pero rara vez
comenzaba un libro y lo terminaba una semana después. Absorbía las
palabras como si fueran mi salvavidas, como si las vidas de las que estaba
leyendo realmente existieran.

Repetí las palabras en mi cabeza... sobre el príncipe sin defectos,


deseando por una vez que fuera verdad. Deseando que mi realidad actual
no fuera ponerme un traje de terciopelo con la esperanza de casarme
mientras cuarenta de nuestros familiares y amigos más cercanos
observaban.

¿Estaba tan mal desear un príncipe sin defectos sobre Nico? ¿Eso me
hacía egoísta? La lectura me dio grandes expectativas. A veces eso era
deprimente, y otras era lo único que me ayudaba a superar los días
aburridos en la floristería donde veía a hombres guapos comprar flores,
donde escribían tarjetas que hablaban de amor y belleza.
Tal vez eso era lo que me atraía de Sueños de una Noche de Verano.
La poesía, la pura belleza de todo lo que rodea a las hadas.

Un golpe abrupto en la puerta interrumpió mis pensamientos. No tuve


tiempo de responder antes de que Dante entrara.

—¡Oye! —Rápidamente escondí las páginas debajo de una de mis


almohadas—. ¡Podría haber estado desnuda!

Me lanzó una mirada de complicidad.

—Después de que los tíos entraran, pediste una pantalla para


cambiarte, habría visto sombras.

Observé la pantalla endeble al otro lado de la habitación. Lo encontré


en una venta de garaje y le rogué a Gio que me lo comprara. Se había
sonrojado de mil millones de tonos de rojo, murmuró un perdón, ya que
había sido el último en entrar antes de la cena, y rápidamente le entregó a
la mujer un billete de cien dólares.

Ella respondió tratando de darle más cosas, lo cual tomó, porque


éramos italianos, y los regalos eran como comida; aceptabas, siempre
aceptabas, aunque estuvieras lleno, aceptabas.

Dante chasqueó los dedos frente a mi cara.

—¿Qué? ¿Eh? ¿Dijiste algo?

—No, pero pasaste los últimos treinta segundos mirando al aire con
la boca bien abierta. No se ve muy bien, Val.

—Cállate. —Me paré y empujé mis manos contra su voluminoso


pecho—. Realmente necesito cambiarme. ¿Necesitabas algo?

—El cerdo. —Los ojos de Dante brillaron divertidos—. ¡No es lo


suficientemente grande! ¡Nos quedaremos sin comida! —Imitó la voz de Gio
perfectamente—. Me han enviado por otro.

—¡Nooo! —Lloré—. Dijo que sólo cuarenta personas.

Dante se rió.

—Miente, siempre dice que la cena familiar será pequeña. ¿Recuerdas


la semana pasada cuando dijo que estaba invitando a algunos colegas?
Me estremecí. Habíamos tenido más de veinte hombres de traje
cenando con nosotros. No me había gustado. Papi me había dicho que eran
viejos amigos.

Pero ninguno me había parecido amable.

Parecían demasiado... refinados.

Algunos de ellos eran jóvenes.

Demasiado jóvenes.

Lo suficientemente joven para tener mi edad, lo cual era una tontería


porque, bueno, ¿quién tenía tanto éxito a los diecinueve?

Sus acentos también eran divertidos.

No del todo italiano, no del todo estadounidense... todavía.

No de Nueva York.

Una mezcla de Chicago y Siciliano, asumí.

—Lo estás haciendo de nuevo —dijo Dante con voz aburrida—. Solo
quería advertirte que esta fiesta está a punto de volverse grande. Oh... —
Sonrió y dejó escapar una carcajada—. Además, Nico acaba de llegar, y pidió
ver a su prometida.

Gruñí.

—Solo piensa en las pequeñas colonias de bebés que puedes tener,


apuesto a que incluso podemos encontrar algunos trajes en miniatura. Se
parecerán a su papá.

—¡Fuera! —Empujé contra su pecho con una risa—. Y gracias por la


advertencia.

—En cualquier momento —dijo, mientras la risa estallaba en la planta


baja.

No se suponía que la fiesta empezara hasta dentro de media hora,


pero así eran los italianos. No solo llegaron a la fiesta a tiempo, llegaron
temprano para ayudar. Es decir, llegaron temprano para beber vino,
llegaron temprano para comprar más vino y llegaron temprano porque casi
siempre traían suficiente comida para alimentar a un país pequeño.
Solo en caso de que alguien muriera de hambre.

Realmente fue un milagro que nadie tuviera que empujarme con un


carrito debido a mi incapacidad para caminar; aún así disfruté mis cannoli.

Con una última mirada a la puerta, corrí hacia la almohada y tiré los
papeles, los volví a meter en el sobre y luego los metí debajo del colchón,
teniendo especial cuidado de cubrir el lado de la cama con una manta.

Nadie miraría allí.

Porque era la pequeña Val.

No me arriesgaba.

No escondía cosas.

Ciertamente no vivía en el lado salvaje.

—¡Valentina! —llamó Sal desde abajo. Su grito fue seguido por una
fuerte risa.

Suspirando, alcancé mi sencillo vestido negro y cerré los ojos. Debería


haber estado pensando en rechazar a Nico.

En cambio…

Mis pensamientos se demoraron en los trozos de papel.

Y el príncipe misterioso.

Que no tenía defectos.

Sí. Claro.
Traducido por Manati5b & NaomiiMora

¡Señor, que tontos pueden ser estos mortales!


—Sueño de una Noche de Verano

Sergio

S
e suponía que yo me parecía al nieto de Frank.

Cualquiera podría ver la mentira en segundos. ¿Qué


tan estúpidos eran sus primos? Eso es lo que quería saber.

Desde la muerte de Andi, había estado ejercitándome


más duro, y de alguna manera había logrado ganar unos kilos más de
músculo. Tal vez era porque todas las noches cuando ponía mi cabeza en la
almohada… todavía la olía.

Y no es que no quisiera recordarla.

Era más esta necesidad de… realmente dormir. Frank todavía


comentaba sobre las ojeras como si no fuera dolorosamente consciente de
que me parecía más a un muerto viviente que a un ser humano.

Mis jeans oscuros abrazaron mis piernas mientras metía el último de


mis botones blancos y me ajustaba la chaqueta alrededor del cuerpo. Mi
bufanda azul y negra se envolvió dos veces alrededor de mi cuello, dándome
una falsa sensación de comodidad. Esperaba parecer lo suficientemente
accesible, porque la única advertencia que Frank me había dado era que
íbamos a una fiesta.

Pregunté si era del tipo en el que usábamos armas. Y él solo hizo una
mueca.

Lo cual no podía ser una buena señal.


—¿Cuánto tiempo ha pasado? —pregunté una vez que estacionamos
al otro lado de la calle, nuestro Mercedes negro se mezclaba bastante bien
con el resto de Lincoln y Audi.

Frank frunció el ceño.

—Un tiempo.

—Bueno, eso es descriptivo, gracias.

Dejó escapar una risa baja.

—Simplemente, no saques tu arma. Se sentirán ofendidos.

Mis ojos se agrandaron.

—¿Sin mierda? Entonces, si saco un arma, los voy a ofender, pero


¿ellos son más que bienvenidos a apuntarme con un arma?

—Te han disparado antes. —Se encogió de hombros—. Solo agáchate.

—Guau. —Dejé escapar un silbido bajo—. Para ser un abuelo


cariñoso, apestas con las cosas sentimentales.

Se rio entre dientes cuando salí del auto y luego abruptamente me


atrajo a sus brazos para un abrazo, golpeándome la espalda al menos tres
veces antes de besar mis dos mejillas.

—¿Qué demonios fue eso? —susurré, sin saber si estaba más


divertido o incómodo.

—Eso… —señaló hacia atrás en dirección a la casa—. Fue para los


hombres que sé sin duda que nos están mirando. Todavía no necesitan
saber de tu identidad… ¿pero la mía? Ellos me reconocerán. No necesitan
saber tu nombre. Escucha cuidadosamente. Aquí no eres Abandonato. Aquí
eres un hombre de negocios.

Bueno, eso fue fácil. Era un hombre de negocios. Tenía varios


negocios, pero todos eran negocios Abandonato.

—¿También tengo un nombre diferente?

—Sergio. —Sonrió. Cuando el viento se levantó y alejó su espeso


cabello gris ondulado de su rostro, lo hizo parecer más joven.

—Solo Sergio.
—Sí, les doy cinco segundos para ver a través de eso.

—Eh, la gente ve lo que tú quieres que vean. Tú sabes eso tan bien
como yo.

Tragué saliva y miré hacia otro lado mientras su observación


apuntaba directamente a mi corazón y se enterraba. Me había sentido
culpable por hacer un buen espectáculo por mi familia en Chicago. Frank
era el único que sabía que todo era una completa tontería.

Que estaba perdido.

Que sentía que me perdería para siempre.

Y el miedo que lo acompañó; el miedo de haber encontrado mi hogar,


solo para perderlo, junto con el consuelo de que nunca volvería a sentirme
así.

Jamás.

—Vámonos. —Me dio una última palmada en la espalda mientras


cruzábamos la calle y subíamos las escaleras hasta una bonita casa de
piedra rojiza. Era vieja, pero estaba bien cuidada. El ladrillo estaba limpio,
la puerta mostraba una bonita aldaba y el tapete frente a la puerta decía
Bienvenido.

Ja, si supieran… Frank levantó la mano para llamar. Pero no fue


necesario.

Sabía que no era necesario, él sabía que no era necesario, pero por las
apariencias, lo hizo de todos modos.

La puerta se abrió.

Un hombre alto de cabello oscuro estaba bloqueando nuestra vista.


Tenía mechones grises entretejidos a través de su cabello, y sostenía una
copa de vino, sus labios apretados en un ceño tenso.

Me mantuve firme. Listo para recibir una bala del jefe de los Alfero si
era necesario, lo último que quería era ser considerado parcialmente
responsable de la muerte de la última de las leyendas.

Porque eso es lo que era Frank. Una leyenda.

—Tú… —El hombre estaba furioso.


La mirada fría de Frank me hizo querer reír. Maldición, el hombre era
un bastardo cuando quería serlo. Inclinó la cabeza hacia un lado y dijo:

—¿No vas a invitarme a entrar Gio?

—Vete al infierno —susurró Gio—. Están seguros. Los he mantenido


a salvo. —Se produjo otra mirada hacia abajo.

Realmente no queríamos estar parados en la calle, nuestras espaldas


expuestas, nuestros cuellos destellando como un tablero de dardos
esperando que los dardos salieran volando.

—Gio —repetí el nombre y le tendí la mano—. Soy Sergio, el… nieto


de Frank.

Miró mi mano y luego entrecerró los ojos.

—Tú no eres más su nieto de lo que yo soy su tío.

Tomé su mano medio extendida y la apreté.

—Y tienes una forma muy extraña de dar la bienvenida a tu familia


en tu casa… —Miré a su alrededor—. ¿Cerdo horneado? Suena delicioso.

Lo hice a un lado y entré a la casa, mientras él maldecía detrás de mí.


Esperaba una fiesta. Algo pequeño. Como una fiesta de cumpleaños.

Quizás provenía de una familia numerosa, pero los jefes y las esposas,
principalmente nos manteníamos entre nosotros, porque no podíamos
confiar en nadie.

Entonces, una fiesta incluiría, ¿qué? ¿Doce de nosotros?

Aunque recordé años atrás cuando era más joven, cuando las fiestas
ocurrían todas las noches, cuando todo el vecindario bebía vino y se reía.

De pronto me transporté a mi infancia.

Volviendo a una época más simple, cuando Andi habría estado viva.
Cuando era un niño inocente en los caminos del mundo. En los caminos de
la mafia.

Las mujeres se reían a carcajadas mientras amontonaban platos de


comida, los hombres fumaban puros en la esquina, con gestos grandes y
ruidosos.
Y luego, como si se hiciera un anuncio.

Toda la charla y la risa se detuvo.

Estaba acostumbrado a que la gente me mirara.

Así que enderecé mis hombros y miré a través de cada rostro, la


armadura firmemente colocada. Solo inténtenlo; mi dedo picaba por apretar
el gatillo seriamente. Necesitaba sacar la agresión de alguna manera.

La mano de Frank agarró mi hombro.

—Permítanme presentarles… a mi nieto, Sergio.

Los hombres literalmente se separaron como agua mientras


caminábamos por la casa, algunos agacharon la cabeza, otros miraron
nerviosamente hacia otro lado mientras maldecían en voz baja.

Pero las mujeres.

Parecían enojadas.

Más que enojadas.

Como si supieran la historia completa de Frank y estuvieran ansiosas


por arrancarle los ojos.

Hmm, no era de extrañar que nunca visitara su casa. Ni un rostro


amigable.

Pero al menos no había armas.

Tuve que admitir que estaba decepcionado.

—Coman. —Una mujer se acercó a nosotros, tragando saliva


lentamente mientras sus ojos se lanzaban entre nosotros—. Tenemos dos
cerdos asados.

—Debe ser una celebración —dije, con cuidado de mantener el ligero


acento en mi voz. Andi siempre había dicho que venía cuando estaba
realmente emocionado o en la cama. Empujé el doloroso recuerdo, pero
volvió a clavarse en mi conciencia, cuando la mujer frente a nosotros sonrió
cálidamente y me entregó un plato.

Presionó una mano en mi muñeca y susurró:


—Come.

Porque eso hacía que mi esposa no estuviera muerta.

¿Comida?

Italianos.

El plato se sentía extraño en mis manos y, por un minuto, estaba


desorientado como si realmente no fuera consciente del propósito que tenía.

—Le pones comida —murmuró Frank en voz baja mientras pasaba a


mi lado y comenzaba a servirse del cerdo.

La sonrisa de la mujer se convirtió en un ceño fruncido.

—¿Eres vegetariano?

Y de nuevo cesó toda conversación.

Dios me salve, pensarías que acababa de preguntarme si había


profanado la bandera italiana y no iba a misa.

—No. —Forcé una sonrisa—. Solo... realmente jet lag.

—Oh. —La gente a mí alrededor exhaló al unísono y luego comenzó a


charlar; me preguntaba si me echarían si decía que prefería la leche de soja.

Había tanta comida que ni siquiera sabía por dónde empezar. ¿Eh,
eso era lo que solía sentir Phoenix cuando me burlaba de él por no comer?
En el pasado, había pensado que no merecía ningún tipo de placer, que
incluso probar chocolate o vino le haría recaer en el depredador sexual que
él mismo se había convencido de ser. Pedirle al hombre que comiera una
uva era una situación de vida o muerte, o lo había sido. Hasta que fue
salvado.

Maldición.

Yo no quería ser salvado.

No se necesitaba ninguna salvación.

Porque la verdad del asunto era que no estaba realmente perdido. Solo
estaba... vacío.
La verdad me golpeó tan fuerte que contuve el aliento. Mi pecho se
rompió, solo un poco cuando sin pensarlo comencé a amontonar comida en
un plato que sabía que en cinco minutos sería arrojado a la basura.

—Así que... —Los ojos de la mujer eran demasiado inteligentes para


mi gusto. Su cabello negro estaba recogido en una cola de caballo baja, y su
rostro era terso y claro. Era casi imposible saber cuántos años tenía, pero
sabía que por lo menos pasaba de los sesenta. Fruncí el ceño. ¿O quizás
más joven? Era hermosa, pero claramente lo bastante mayor para ser mi
madre—. ¿Entonces no te gusta la comida?

Apreté los labios en una sonrisa tensa y estaba a punto de responder,


cuando Frank envolvió un fuerte brazo alrededor de mi hombro.

—Ha habido una pérdida.

—¿Una pérdida? —repitió dando un paso atrás de mí.

No supe qué decir. ¿Qué demonios estaba haciendo?

—Se ha perdido a sí mismo.

La mujer asintió sabiamente como si estuviera pendiente de cada


pedazo de mierda que saliera de su boca.

—Pero se encontrará. —Frank me apretó el hombro—. Porque si no lo


hace, me imagino que ella se decepcionaría, y lo último que un hombre
necesita es decepcionar a la persona por quien vive. ¿No es así, nieto?

Cabreado de que estuviera sacando a colación algo que era real frente
a un completo extraño, me aparté y murmuré:

—¿Baño?

La mujer señaló al final del pasillo. Hice una línea recta alrededor de
la mesa llena de comida, con cuidado de mantener mis ojos apartados para
que nadie reconociera que eran los mismos que los de Nixon, como el jefe
Abandonato, como la única familia que básicamente había aplastado
cualquier sueño que los Alfero tuvieran de ser líderes de la Cosa Nostra.

Demonios, probablemente se cagarían si supieran a quién acababan


de invitar a su casa.

Los Abandonato y los Alfero en Chicago habían hecho las paces hace
un año.
Pero algo me dijo que los Alfero en Nueva York todavía estaban
obsesionados con un error que había ocurrido hace mucho tiempo, cuando
una familia se volvió contra sí misma y culpó al objetivo más fácil: los Alfero.

Eran poderosos, pero nunca se recuperaron.

Después de bajar por un laberinto de pasillo con puertas a ambos


lados, finalmente encontré el baño y estaba a punto de tocar la puerta
cuando se abrió.

Una chica de unos dieciocho años dejó escapar un pequeño grito


ahogado:

—Tú.

—¿Yo? —Fruncí el ceño—. Lo siento, no creo que nos conozcamos.

Como si estuviera horrorizada, dio un paso atrás y luego colocó sus


manos contra sus mejillas, no hizo nada por ocultar el hormigueo rojo en
las esquinas exteriores de sus pómulos afilados. Pensándolo bien, parecía
mayor de dieciocho años.

Y entonces me di cuenta.

Fue mi turno de dar un paso atrás.

—Valentina —susurré su nombre mientras un nuevo dolor me


atravesaba todo el cuerpo haciendo que cada músculo se tensara de
ansiedad—. Eres Valentina.

La que estaba destinada a mí.

La chica con la que, meses atrás, me habría casado, de no haber sido


por Andi. No es que Valentina estuviera al tanto del emparejamiento de su
padre. Pero en eso se construía la mafia, poder, poder y más poder.

Ella se veía diferente a las fotos.

Mayor.

Las palabras de Andi me cazaron: La amarás, Sergio. Me tensé aún


más, mis dedos clavándose en el marco de la puerta. Ella te necesita...
necesita que la empujes. Le encanta leer. La voz de Andi murió en mi cabeza.

Como en la vida real.


Y me golpeó tanto resentimiento que la única reacción de la que fui
capaz... fue ira.

—¿Te vas a mover?

Valentina saltó un poco, con las manos entrelazadas frente a ella como
si tuviera miedo de tocarme. Luego, con un lento asentimiento, se apartó del
camino. No fue hasta que se fue que pude respirar de nuevo.

Pero cuando lo hice.

Realmente deseé no haberlo hecho.

Olía...

Exactamente como Andi.


Traducido por Vanemm08 & NaomiiMora

Jack tendrá a Jill; nada pasará. El hombre volverá a tener su


yegua y todo irá bien.
—Sueño de una Noche de Verano.

Valentina
Lágrimas de vergüenza me picaron en la parte posterior de los
párpados, haciéndome imposible ver directamente mientras huía de uno
de los hombres más peligrosos y sexys que había conocido en mi vida.

H
abía sido perfecto.

Hasta que abrió su boca y básicamente exigió que


me moviera.

En realidad, nunca antes me habían hablado de esa


manera. ¿Eso me hacía suave? O tal vez simplemente estúpida. Tal vez
estaba tan ridículamente protegida que no podía ir al banco por mí misma,
y me quedaba mirando fijamente a completos extraños con tanto éxtasis que
básicamente los bloqueé para que no pudieran ocuparse de una función
humana básica.

Ugh... más vergüenza vino cuando me encogí y lentamente aflojé mis


manos. Mis uñas habían dejado huellas en mis palmas.

Él era solo un chico.

Un chico muy guapo. Tan hermoso que, cuando hizo su entrada en


la fiesta, casi me tropecé hacia atrás en la mesa de los postres.

Entró con el mismo hombre del bar.

Ambos eran de la misma belleza fascinante. Uno era mayor, más rudo,
mientras que el otro probablemente tenía poco más de veinte años, con
inquietantes ojeras debajo de los ojos y una fuerte mandíbula. Ni siquiera
podía comprender cómo un hombre podía lucir tan hermoso y tan masculino
al mismo tiempo.

Los labios carnosos se habían apretado en una delgada línea mientras


silenciosamente desafiaba a cualquiera a decirle algo. Y él no entró en la
habitación, parecía deslizarse, como si fuera dueño de toda la casa, como si
la casa ya no fuera una casa sino un castillo y nosotros sus sirvientes.

Si alguien se hubiera inclinado realmente pensaría que era de la


realeza.

Era una lástima que fuera tan rudo.

Entonces, de nuevo, había estado bloqueando el camino. ¡Oh no!


Pisoteé. ¿Me había estado hablando todo ese tiempo y yo había hecho toda
la mirada al vacío que solía hacer cuando Dante me hablaba? Ya era
bastante malo que me hubiera escapado al baño para agregar más perfume,
el perfume que me había regalado una de mis mejores amigas antes de
desaparecer básicamente de mi vida para siempre. No necesitaba fijarme en
ello.

—Rayos —refunfuñé, y luego básicamente comencé a arrancarme la


uña del pulgar con los dientes.

—Bella —dijo Nico con una voz muy acentuada.

Era la primera vez que lo escuchaba esa noche antes de olerlo, así
que, se había duchado o me estaba volviendo inmune a su esencia. Un
escalofrío me recorrió. Esa no podría ser una buena señal. Lo último que
necesitaba era estar acostumbrada a su almizcle.

—¡Te ves tan estresada! ¡Deberías estar celebrando conmigo! —


Entonces dejó escapar una risita entre dientes, no es broma, se lamió el
índice y el pulgar y se palmeó las cejas.

¿Era de verdad?

Su traje era de terciopelo negro; llevaba una corbata roja.

¡Quería estrangularlo con eso!

Él era la razón por la que me había estado escondiendo en el baño en


primer lugar. Había visto a los dos hombres entrar, y él estaba tan
paralizado como todos los demás, así que corrí tan rápido como pude al
baño más cercano, solo para recordar, cuando estaba a medio camino de la
ventana, que mis tíos estarían profundamente decepcionados por mi
comportamiento, incluso si todo esto era realmente su culpa. Entonces mis
ojos habían caído en el perfume, y la liga para el cabello, el resto era historia.

—Nico —dije su nombre secamente, como si estuviera lista para darle


el discurso, cuando de repente miró hacia atrás, luego me hizo retroceder
hasta la esquina y trató de besarme.

No era alta, de ninguna manera, así que cuando lo empujé, solo lo


hizo reír y tratar de besarme de nuevo.

Con ganas de vomitar, intenté girar la cabeza cuando sus labios


aterrizaron en mi cuello.

—Sabía que serías muy suave. —Me lamió. ¡El bastardo me lamió!

Estaba preparándome para darle un rodillazo en las bolas como


último recurso cuando escuché un carraspeo.

Nico retrocedió.

Y el mismo tipo, frente al que acababa de avergonzarme, dio un paso


adelante.

—No creo que ella quiera que la beses —dijo el hombre con una voz
muy tranquila, pero fría y distante que me hizo preguntarme si incluso tenía
un corazón en ese pecho o simplemente una caja sin alma que acumulaba
polvo.

—Pero sí quiere —argumentó Nico.

—No quiere —le respondí de inmediato—. ¡Me estabas lastimando y ni


siquiera te conozco!

—¡Nos vamos a casar! —anunció en voz alta.

—Oh, Dios mío, sálvame —gemí—. ¿Cuál es mi segundo nombre?

Nico parecía perplejo.

—No necesitamos saber esas cosas para tener bebés.

—Joyce —susurró el hombre a mi lado—. Es Joyce.


—¿Quién eres tú de nuevo? —demandó Nico mientras hinchaba su
pecho, solo lo hacía lucir más estúpido, si eso era posible.

El hombre hermoso sonrió. Ese fue el único destello de diversión que


vi antes de que él pusiera un brazo alrededor de mi cuerpo y dijera con una
voz completamente lúcida:

—Soy su prometido.

Casi me atraganté con mi lengua cuando Nico farfulló y golpeó su


pecho.

—¡Yo soy su prometido!

Algo brilló en los ojos del chico cuando alcanzó la chaqueta de Nico y,
literalmente, lo levantó a medio metro del suelo y luego lo estrelló contra la
pared más cercana, algunas fotos se estrellaron contra el piso, el vidrio
estaba por todas partes.

—Y ahora te irás. Tócala de nuevo, y meteré la mano en tu pequeño


pecho de comadreja y te arrancaré las costillas. Una... por... una.

Cuando Nico fue liberado, se tiró de la chaqueta y fingió que no


parecía asustado.

—Ya veremos sobre eso.

Se marchó.

Dejándome con un extraño claramente enojado y un poco loco. No


importaba si era hermoso, simplemente me había reclamado como su
prometida y sabía mi segundo nombre.

—Ja, ¿también sabes mi número de seguro social? —bromeé en voz


alta para romper la tensión.

Él ni siquiera se inmutó cuando dijo:

—¿Por qué? ¿Lo olvidaste?

Me reí nerviosamente y retrocedí.

—Lo entiendo. ¿Tienes uno de esos secos sentidos del humor o algo
así?

Aún así. Nada. Aunque sus labios se movieron un poco.


—Un hombre de muchas palabras.

Esta vez dejó escapar una risita.

—Soy más un hombre de acción.

No, él era más perfecto.

Podía ver eso.

Ni un defecto.

Ni siquiera una cicatriz.

Nada.

¿Cómo era eso posible? Especialmente si era tan violento como


parecía ser.

La carta que acababa de leer me llegó a la conciencia, ¿cuáles eran las


probabilidades?

De repente helada, tal vez por el impacto de toda la violencia, me froté


los brazos.

—Gracias por salvarme. Supongo que buscaré una escoba para poder
limpiar todo el vidrio.

—Yo lo haré —dijo, caminando rápidamente a mi lado. Luego hizo una


pausa, con los hombros tensos—. Quédate aquí.

No era tan estúpida como para discutir. Acababa de levantar a un tipo


en el aire como si fuera un palillo de dientes.

Cuando regresó, rápidamente barrió el vidrio y lo dejó en el recogedor,


luego regresó al baño, supongo que para dejar el contenido.

—Lamento lo de las fotografías. —Levantó la que quedó peor de las


dos y frunció el ceño cuando otra imagen cayó al suelo, una que había
estado detrás de la imagen principal.

—Hmm, eso es raro.

Me agaché, lo recogí y miré la cara de un hombre vagamente familiar.


Llevaba en brazos a dos bebés pequeños y sonreía.
Los recuerdos parpadearon como si alguien hubiera encendido una
película, pero antes de que pudiera evocar algo, el hombre me arrancó las
fotos de mi mano.

—¡Oye! —Las alcancé.

Sacudió la cabeza.

—Tus tíos querrán volver a enmarcarlas. No tenemos idea de la edad


que tienen. Imagínate la vergüenza que sería si se arruinaran.

Supuse que tenía razón, pero aún así, ¿qué importancia tendría si
estaba oculto?

—Algunos de los tesoros más importantes son los que aún no hemos
descubierto —dijo en un susurro.

—Entonces. —Algo en él definitivamente estaba mal—. ¿Quién eres


tú?

Esta vez sí sonrió.

—Tu prometido.

Me reí.

—No, en serio.

Inclinó la cabeza mientras sus ojos me inspeccionaban lentamente de


la cabeza a los pies.

—Eres extremadamente joven.

—Y eres grosero, y parece que tienes un problema de ira.

—¡Ja! —Se echó a reír—. Valentina, no tienes ni idea.

—Val —le corregí—. Todos me llaman Val.

—¿Y quiénes son todos? —Extendió su brazo, así que pasé mi mano
a través de este y caminé con él de regreso a la habitación principal.

—Mi hermano gemelo, mis tres tíos, todos mis amigos inexistentes...
—Me incliné y susurré—: Mi pez dorado…

Sus labios hicieron ese movimiento sexy de nuevo, y luego volvió sus
ojos azul hielo en mi dirección.
—No pareces una chica del tipo pez dorado.

—Bien, ni siquiera tengo un pez dorado, pero si lo tuviera.

—Sería un pez con suerte.

Sonrió, sus dientes blancos y rectos casi cegaban por el impacto.


Caray, no debería mostrar esas cosas. Quizás por eso no sonreía. Temía que
las mujeres simplemente renunciaran a la vida y cayeran a sus pies en
adoración. Su cabello rebelde rozaba la parte posterior de su cuello.

Debería verse ridículo.

En cambio, se veía caliente.

Realmente necesitaba dejar de leer tanto y encontrar un novio, o


incluso un hombre que no fuera de la familia.

Uf, mi ineptitud nunca había sido tan clara.

—¿Cuál es tu nombre? —pregunté. Necesitaba un rápido cambio de


tema para no caer de repente en sus brazos y rogarle un beso o hacer algo
igualmente vergonzoso.

—Sergio. —Su tono cambió de cálido a frío, y luego, cuando miré a los
ojos a Papi, Sal y Gio, supe exactamente por qué.

Bloqueaban el camino a la sala principal.

Parecían dispuestos a matar.

¿Quién era este chico?

¿Y por qué mis tíos estaban tan enojados?

Por supuesto, siempre habían sido ferozmente protectores, pero esto


parecía algo más.

—Entonces. —La voz de Gio era dura—. ¿Finalmente has venido a


reclamarlos? ¿Después de todo este tiempo?

¿Ellos? ¿Quiénes eran ellos? Confundida, fruncí el ceño y miré a Papi.


Estaba metiendo la mano en el interior de la chaqueta del traje,
probablemente en busca de otro pañuelo, mientras que Sal estaba más
erguido como si no se hubiera estado encorvando.
Como si se acabaran de convertir en transformadores de la variedad
humana, todos y cada uno de mis tíos se pusieron de pie y miraron
fijamente. ¿Qué diablos estaba pasando? Nunca habían parecido tan...
peligrosos.

—Val —dijo Sal con una clara voz enojada—. Trae a tu hermano.

—No es necesario —dijo Dante detrás de mí, y luego me empujaron


detrás de él y fuera del alcance de Sergio, mientras su mano musculosa me
empujaba hacia atrás—. Escuché que algo estaba pasando.

—Chicos —dije con voz suplicante—. Es una fiesta de compromiso,


¿han perdido la cabeza? Además, ¡Sergio me salvó de ser manoseada por
Nico!

Todas las cabezas de los hombres se volvieron hacia mí, incluido


Sergio. Su rostro era una máscara de completa indiferencia. Hubiera
esperado que se viera presumido, pero en cambio, no pude leerlo en
absoluto. Los ojos azul claro parpadearon hacia mí lentamente. Caray,
realmente era atractivo.

Me estremecí.

—¡Qué demonios! —rugió Dante—. ¿La dejaste sola? ¿Con ese idiota?

—Eh. —Me encogí de hombros—. Nico es inofensivo.

—Me refiero a él. —Dante se burló en dirección a Sergio.

Con una sonrisa burlona, Sergio dijo:

—Por qué... casi diría que me... tienes miedo.

Con una violenta maldición que nunca había escuchado a mi hermano


pronunciar —nunca—, cargó contra Sergio, solo para ser retenido por mis
tres tíos.

—Val —ladró Sal—. Déjanos.

—Pero…

—¡Vete! —Todos los hombres gritaron al unísono. Todos menos Sergio.


Me dio una breve mirada y luego asintió.

Y, curiosamente, era como si tuviera que saber que estaba bien.


Que todo estaría bien.

Porque cuando Dante se había movido.

Había visto un destello de un cuchillo en su mano.

Y me rompió el corazón.

¿En qué se había metido mi hermano?

¿Y los extraños eran parte de eso?

¿Tenía esto que ver con la sangre en sus nudillos? ¿Finalmente había
llevado las cosas demasiado lejos?

Me fui con el estómago hundido, las piernas pesadas, avancé por el


pasillo y regresé a la fiesta, preguntándome si ese era el momento decisivo
de mi vida.

Donde todo estaba a punto de cambiar.

Estaban luchando. Apenas raro para mi familia.

Pero algo en la forma en que estaban todos.

Y la forma en que me atrajeron los ojos de Sergio.

Algo era diferente.

Algo estaba cambiando.

Nico me miró desde el otro lado de la habitación, y tuve un breve


momento de locura en el que estuve tentada a darme la vuelta y luego
arrojarle el pastel a la cara.

Lo que no era propio de mí en absoluto.

Eh, tal vez tenía algo de la ira de Dante después de todo. Tal vez, de
alguna manera, también lo había heredado de nuestros padres muertos.

Fuerza.

El pensamiento me hizo sonreír para mí misma.


Traducido por 3lik@

Tan pronto las cosas brillantes se confunden…


—Sueño de una noche de verano

Sergio
Él lo sabía.

Fue lo primero que pensé.

¿O lo segundo?

Santa mierda, era enorme para tener diecinueve años.

¿Y finalmente, el tercero?

U
n horrible nudo en mi garganta, porque se veía exactamente
como Luca. Rayos, el bastardo incluso se paraba como él. Dios
me ayude si tuviera que matarlo, porque era como si estuviera
mirando a la cara a uno de mis mentores.

A pesar de que mis emociones estaban cambiando, mantuve la sonrisa


en su lugar y, por supuesto, no dudé en asegurarme de que Val escapara
ilesa, sin saber de la maldad. Al menos le debía eso después de tratarla como
la mierda. No se merecía mi enojo.

Y lo último que quería era que Andi se enojara conmigo; me dijo que
me perseguiría si fuera un idiota, y no amenazaba en vano.

Nadie se movió cuando Val salió de la habitación y caminó por el


pasillo.

Estaba tranquilo, pero el aire estaba cargado, como si alguien acabara


de liberar años de tensión en ese pequeño espacio.
Tuve que dárselo; los tíos parecían débiles, hasta que se vieron
obligados a dejar el pequeño acto.

Viejos y seniles, mi culo.

Parecían poderosos.

Y enojados.

Muy enojados.

¡Buenas noticias, amigos! Conocía bien la ira, y no estaba más allá de


patear el trasero de un anciano solo porque lo vi usar un bastón hace diez
minutos. Tenía que estar enojado, ser indiferente, pasar los próximos días
—o, Dios me ayude—, semanas, en un estado constante de oscuras
emociones, porque en el momento en que dejo entrar la luz...

Duele.

Maldición.

Todo duele.

Años de entrenamiento con el FBI y mi propia familia criminal


entraron en acción, golpeé el antebrazo de Dante con mi mano, el cuchillo
cayó al suelo mientras lo empujaba contra la pared y ponía ambas manos
detrás de su espalda, dejándolo inmovilizado, sin hacer nada excepto dar
un cabezazo hacia atrás.

—Hablemos claramente, ¿eh? —Lo golpeé contra la pared con más


fuerza—. No dudaré en acabar contigo. De verdad, deberías tomarlo como
un cumplido. Tengo más de 40 asesinatos que llevan mi firma. Soy un
asesino entrenado. No vacilaré. Nunca lo hago. Eres un maldito mocoso, un
peón en una guerra de hombres. Vuelve a sacarme un cuchillo frente a tu
hermana y usaré ese mismo cuchillo para cortarte la lengua. Pedazo. Por.
Pedazo.

Dante no se inmutó, pero sonrió.

Y yo, palabra de honor, quería degollarlo por ello.

—No me pongas a prueba. —Gruñí liberándolo de mi agarre—. He


matado gente por menos.
Sus ojos finalmente se desviaron mientras se alejaba de mí, tocando
brevemente el lugar de su garganta donde había colocado la hoja.

No pasaron dos segundos antes de que sintiera la punta de una pistola


presionada contra mi espalda.

—¡Nadie entra en nuestra casa y amenaza a nuestra sangre! —No


estaba seguro de cuál de los viejos era, pero estaba seguro de una cosa.

Frank.

Él estaba mirando.

Y riendo.

¿Qué diablos?

—Realmente no quiero enviarte a un asilo de ancianos, viejo. —Negué


con la cabeza—. Baja el arma.

Frank se cruzó de brazos y se apoyó casualmente contra la pared.


¿Debería ofrecer palomitas de maíz? ¡El bastardo estaba disfrutando cada
minuto del espectáculo!

El arma presionó más fuerte.

—¿Qué piensas, Frank? —Asentí con la cabeza hacia él—. ¿Seis


segundos?

Él gruñó.

—¿Estás perdiendo tu toque?

Me encogí de hombros.

—Estaba tratando de ser humilde.

—¡Ja! —Sus hombros temblaron de risa—. No llevas bien la humildad,


hijo.

Sonreí.

—No lo hago.

—Uno.
Le di un codazo al hombre en las costillas y me agaché a mi derecha
mientras sacaba la pistola por encima del hombro y lo volteaba sobre mi
cuerpo, cayó contra la baldosa cerámica justo cuando deslizaba mi pie por
el suelo derribando a otro de los hombres. Dante se lanzó hacia mí. Con otra
patada y luego un puñetazo en la mandíbula, él estaba acabado.

—¡Cuatro! —gritó Frank.

—¡Un poco ocupado! —grité, mientras el último hombre me atacaba.


Usé su impulso en su contra, en el momento en que chocó mi cuerpo con el
suyo, golpeé mis manos contra su pecho, lo levanté en el aire y lo arrojé de
espaldas al suelo.

—Cinco. —Frank asintió, acercándose a mi derecha—. Impresionante.


Pero la próxima vez, esfuérzate más.

—Quizás la próxima vez puedas ayudar —espeté.

Frank hizo crujir los nudillos frente a él.

—La artritis me está afectando.

—¿En serio?

—¿Qué fue eso?

—Nada. —Puse los ojos en blanco mientras los gemidos de los


hombres llenaban la habitación; tenía que darles crédito, ya estaban
comenzando a ponerse de pie, listos para morir por su maldito orgullo.

—Detente. —Frank levantó las manos—. Vinimos a discutir asuntos


familiares.

—¡Claro que lo hiciste! —gritó Dante—. No vienes a nuestra casa,


atacas a mi familia y...

Frank volvió a levantar la mano.

—Esto fue simplemente una… demostración de lo que sucederá si te


niegas a escuchar. Escucha, y estaremos bien. Así de simple.

Los ancianos se ayudaron mutuamente a ponerse de pie y


compartieron miradas atronadoras antes de que uno avanzara cojeando y
asintiera.
—Estamos de acuerdo, pero primero. —Me señaló—. ¿Quién diablos
es él? Porque todos sabemos que no es tu nieto.

Frank sonrió y me dio una palmada en la espalda.

—Bueno, pensé que después de los últimos minutos simplemente


habrías sumado dos más dos, mis disculpas. —Bajó la voz—. Este es
Sergio... —Hizo una pausa dramática, el fenómeno—. Abandonato.

Siguieron maldiciones.

Y podría haber jurado que cada uno de ellos apretó los puños.

Porque si había algo que los Alfero de Nueva York odiaran más que a
Frank y al resto del grupo de Chicago… eran los Abandonato, la familia
dueña de Chicago, que los obligó a abandonar sus hogares.

La familia que se hizo cargo cuando no tenían la capacidad para


hacerlo.

Debería agachar la cabeza.

Ofrecer mis más sinceras disculpas.

Posiblemente estrechar una de sus manos y decir algo agradable.

En cambio, respondí con:

—Y si las cosas no van bien... tu futuro jefe. Mostraría el respeto que


merece. Justo ahora.
Traducido por Rimed

Un hombre de rostro dulce, un hombre decente, como uno podría


ver en un día de verano.
—Sueño de una Noche de Verano.

Valentina

H
abía pasado una hora desde que mis tíos habían
desaparecido, estaba preocupada. Estaba intentando no ser
paranoica, pero ellos amaban las fiestas. La última vez que
tuvimos una fiesta, lo que fue la semana pasada fíjate, había durado hasta
las dos de la mañana. Había habido varias cajas de vino y de algún modo,
durante la fiesta, había aparecido una cabra y alguien se ofreció a
sacrificarla para tener más comida.

Más comida.

Como si ellos no hubieran tenido suficiente.

Más tarde descubrí que pertenecía a uno de los asistentes de la fiesta


que vivía en el norte de Nueva York, un regalo, dijo él.

Mis tíos educadamente pidieron que la cabra muriera primero.

El hombre aceptó de mala gana y luego de unas cuantas copas de


vino, agregó además una gallina.

Decir que nuestras fiestas eran legendarias… bueno, eso sería un


eufemismo, pero ésta en particular, se sentía… apagada. Como si todos
estuvieran sentados en alfileres y agujas esperando que algo horrible
ocurriera.

Incluso Nico estaba en la esquina susurrando con sus padres.


Ellos elevaron sus voces por sobre la música. Nico me dio una mirada
y luego fue a pisotones hacia donde yo estaba.

—No podemos casarnos.

Oye, ¿No se suponía que esa era mi línea?

—Um, está bien. —Intenté parecer molesta, cuando realmente estaba


eufórica. ¿Pero por qué el repentino cambio de opinión?—. ¿Puedo preguntar
por qué? —No es que quisiera que se retractara, pero por algún motivo
parecía enojado.

—Eres mala sangre —se burló—. No podemos tener mala sangre en


nuestra familia.

—Mala sangre —repetí—. Soy cien por ciento italiana.

De nuevo, ¿Por qué estaba discutiendo con él sobre esto? La cantidad


de colonia que el hombre tenía encima era impresionante. Di un paso atrás
solo para poder respirar.

Él finalmente me miró a los ojos.

—Tú eres mala sangre.

Claro, tú dices eso fenómeno.

—Bien entonces. —Crucé mis brazos sobre mi pecho—. Perdón por


ser… ¿Mala?

—Está bien. —Sus hombros se hundieron—. No puedes cambiar las


circunstancias de tu nacimiento.

Por algún motivo, su insulto me hizo querer arrancarle las cejas y


darle su cabello como alimento a las gallinas.

—Bueno —dije con voz temblorosa—. Supongo que eso es todo.

Retrocedió.

—Escoria Abandonato. —susurró en voz baja y luego se reunió con


sus padres en el otro extremo de la habitación. Vi a Dante hablando con
ellos. Lucía… asustado.

Dante nunca lucía asustado.


Le hice una seña para que se acercara.

Me miró directamente. El reconocimiento brilló en sus ojos. Entonces


se volvió hacia la multitud. Lo miré boquiabierta. Me acababa de ignorar.

Otra cosa que nunca había hecho.

Bajó la música y silbó.

—Se acabó la fiesta, tenemos… —Sus ojos se fijaron en los míos—.


Negocios.

La gente alrededor asintió y comenzó a maldecir en italiano como si


supieran exactamente de qué tipo de negocios estaba hablando.

Aún confundida, vi cómo salía hasta la última persona de nuestra


casa.

—Dante… —Tragué el miedo en mi garganta—. ¿Qué está pasando?

—Guerra —susurró.

—¡Estados Unidos está en guerra! —grité—. Oh, Dios mío, ¿tenemos


siquiera un refugio antibombas? —Comencé a correr en círculos, necesitaba
coger un libro o algo, o mis notas. ¡Mierda! ¡Necesitaba mis cartas!

—¡Val! —gritó Dante.

—Necesito... —Estaba hiperventilando, pero no podía parar—, ir a mi


cuarto y tomar…

—¡Val! —rugió Dante, agarrándome por los brazos de modo que me vi


forzada a mirar en sus gélidos ojos azules—. No ese tipo de guerra. Son…
negocios.

—Negocios —dije estupefacta—. ¿Es guerra? —Sacudí mi cabeza—.


No tiene sentido. ¡Nada de esto tiene sentido!

—Bien. —Él pareció aliviado—. Eso es… bueno.

—¿Dante?

—Val. —Gio ladró mi nombre mientras entraba cojeando en el cuarto,


su labio sangraba. Sergio no estaba mucho más atrás.

Cargué hacia Sergio.


—¡Heriste a mi tío! ¡Bastardo!

Sal y Papi lo siguieron, todos ensangrentados.

Eran los hombres menos violentos que conocía.

Y Sergio, bueno, ¡Él gritaba violencia! Estaba en el mismísimo aire que


respiraba, en el modo en que se manejaba a sí mismo.

Dante intentó tirarme hacia atrás, pero Sergio levantó su mano.

—Está bien, déjala. La hará sentir mejor.

Así que por primera vez en mi vida.

Golpeé a otro ser humano.

Porque estaba asustada.

Lo golpeé en el pecho, y cuando él no se movió o ni siquiera hizo un


ruido, lo golpeé una y otra vez mientras la confusión de la noche me
atravesaba y, cuando terminé, me di cuenta de que él me estaba abrazando.

—¿Dónde está su habitación? —preguntó, sin parecer dirigirse a nadie


en especial.

Alguien debe haber señalado porque nadie respondió y él me tomó en


sus brazos y me llevó escaleras arriba hasta mi habitación, donde me colocó
suavemente sobre mi cama y suspiró.

—Eres joven.

—Sí, sigues diciendo eso —dije mientras las lágrimas caían por mi
rostro—. ¿Por qué heriste a mis tíos?

—¿Me creerías si dijera que ellos me pegaron primero?

—No.

Él rio entre dientes.

—Pueden parecer viejos, pero saben dar un golpe.

—Mis tíos nunca golpearían a una persona. —La idea era casi
irrisoria. Probablemente me habría reído si no estuviera tan asustada.
—Está bien. —Sonó como si no me creyera—. Val —usó el nombre que
le había dicho—. Duerme.

Sí, claro, porque el sueño iba a llegar tan fácilmente. Un bufido de


incredulidad se escapó mientras lo miraba.

—¿Y las cosas se verán mejor por la mañana?

Dudó, esos hermosos labios presionados en una firme línea.

—No.

—Eso no fue muy alentador.

—¿Preferirías que mienta?

Tragué lo espeso en mi garganta; sentí como si hubiera tragado una


pelota de golf y estuviera intentando toserla.

—No estoy segura.

Suspirando, extendió su mano, tocó mi mejilla y luego retrocedió como


si no pudiera creer que acabara de tocarme. Repentinamente, se puso de
pie y me dio la espalda.

Era una linda espalda.

Musculosa en todos los lugares correctos.

Apuesto que a esa camiseta le costaba trabajo quedarse puesta.

Tuve la repentina imagen de él rompiéndola sobre su cabeza y luego


me regañé mentalmente. Él era el enemigo, él era el motivo por el que algo
había sucedido, estaba sucediendo, esta noche. Todo en mí gritaba peligro.

Y, sin embargo, lo estaba desnudando en mi cabeza.

Sí, estaba perdiendo la cabeza.

—Solía creerlo —su voz era apenas un susurro—. La mentira, la que


dice que todo lo que necesitas es una buena noche de sueño y las cosas se
verán mejor por la mañana, te sentirás mejor, estarás mejor. —Bajó su
cabeza—. Ahora sé la verdad.

Tragué.

—¿Y cuál es?


Se volvió, lo suficiente para que viera su llamativo perfil, la marca en
su mandíbula cuando apretó sus dientes en algo parecido a una mueca.

—Independientemente de lo que te rodea, el manto de la oscuridad en


la noche o el calor del sol durante el día, las circunstancias permanecen. La
tristeza… permanece, la ira… permanece. El sueño promete descanso, no
he descansado en un muy largo tiempo.

Me incliné hacia adelante.

—Si lo siguiente que sale de tu boca es que eres un vampiro de cinco


mil años de edad, probablemente voy a saltar por la ventana.

Sus labios se rompieron en una tensa sonrisa.

—Lamento decepcionarte. Soy humano. Muy humano. —Frunció el


ceño como si la idea realmente lo molestara—. Sangro al igual que todos los
demás.

—Claramente. —Señalé sus nudillos—. ¿Sergio?

Cruzó sus brazos y me encaró de nuevo.

—¿Val?

—¿Quién eres?

—No te preocupes por quien soy, preocúpate por lo que no soy.

—¿Un vampiro?

—Eso… —Tomó la manta de los pies de mi cama y la colocó sobre


mí—, y… no soy tu amigo, Val.

El comentario dolió.

La pelota de golf detrás de mi garganta se hinchó, se estiró y se


extendió por mi pecho mientras peleaba por un respiro que no doliera.

—Está bien —solté finalmente, mi voz débil—. ¿Sin falsas esperanzas


y todo eso?

—No tengo esperanzas —espetó, y entonces susurró en voz baja—. Ya


no.
Caminó a paso rápido hacia la puerta y se fue, cerrándola detrás de
él, me dejó preguntándome… si no era mi amigo…

¿Eso lo hacía mi enemigo?


Traducido por Vanemm08

Un león entre las damas es una cosa espantosa


—Sueño de una Noche de Verano.

Sergio
Recibí mensajes de texto y llamas del equipo en Chicago toda la noche.
Tex estaba perdiendo su mierda. Incluso fue tan lejos como para preguntar
si Frank le disparó a mi lamentable trasero. Respondí con un emoji sacando
el dedo del medio y seguí adelante.

N
ixon fue el siguiente.

Seguido de Chase.

Incluso Phoenix decidió que lo mejor para él sería jugar a


ser terapeuta. Dios nos ayude a todos si el jefe de la mafia
más oscuro de todos, el que tiene más secretos y el peor pasado, comenzaba
a enviarme textos motivadores sobre el trabajo en equipo.

En realidad, era más del tipo de líneas de, saca tu cabeza de tu trasero,
no puedes ver la luz cuando estás metiendo tu cabeza donde no pertenece.

No tenía la energía para responder. No después de lidiar con los Alfero,


maldita sea. Una pequeña advertencia de Frank habría sido agradable. Pero
de nuevo, ese no era realmente el estilo de Frank.

Era más del tipo de tirar a la persona al pozo con serpientes, y si vive,
darle algo parecido a una promoción.

Me dolía el cuello, mis nudillos estaban cubiertos con una mezcla de


sangre y piel raspada.

Y la noche apenas iniciaba.


Dejamos la casa de los Alfero con planes para tener una reunión al
día siguiente, lo que era bueno, considerando todo.

Querían hablar esa misma tarde.

Pero sabía que lo último que necesitaba la inocente chica durmiendo


en el piso de arriba era despertarse y ver que toda su existencia había sido
alterada. Era cierto, no podías huir de la realidad, de la verdad… si se
pudiera, ya lo habría hecho.

Dios sabía, que ya había tratado.

La verdad la encontraría pronto, y la chica feliz que ofrecía sonrisas


fáciles y adoraba a sus tíos como si fueran miembros seniles de una casa de
retiro, se habría ido.

Reemplazada por la dura realidad que solo la mafia traía.

Muerte.

Sangre.

Destrucción.

Repite.

—No te vayas por mucho tiempo —dijo Frank una vez que el coche se
detuvo cerca de Times Square.

—¿Vas a extrañarme, anciano? —traté de bromear, aún cuando mi


voz sonaba áspera, extraña. La noche ya había cobrado su precio.

Frank puso los ojos en blanco.

—Trata de mantenerte vivo.

—Haré lo mejor que pueda.

Bufó cuando tiré la puerta del Mercedes y lentamente caminé hacia


Broadway.

Sangre gritó en mis oídos cuando llegué a Broadway y miré los carteles
que proclamaban una variedad de espectáculos.
Con manos temblorosas saqué la lista de luna de miel que Andi me
había dado y miré el garabato que decía: ve a un espectáculo de Broadway
en New York y canta aunque suene horrible.

No tenía mucho de donde escoger ya que había llegado tarde.


Finalmente me decidí por la Bella y la Bestia, tal vez porque me sentía como
la Bestia, solo que al final, no me convertiría en un príncipe.

Por otra parte, siempre me dejaba atónito. El príncipe había vivido


mucho tiempo como Bestia, ¿entonces cómo era posible que volviera a su
estatus real? ¿Y cuál era el propósito de todo el sufrimiento si se quedaba
sin ningún recordatorio de la forma en que miraba a las personas en el
exterior? Se desvanecería. Y en mi mente, solo era cuestión de tiempo para
que el príncipe se echara a perder y se sintiera descontento, porque así era
la vida.

Esa era la verdadera condición humana.

Sálvame hoy, y viviré por ti mañana.

Arréglalo y haré lo que sea.

¡Sólo esta vez! Y mi vida es tuya.

Decimos muchas cosas que no sentimos.

Y aún así, volvería a decir todas esas cosas, si eso la trajera de vuelta.

Con piernas llenas de plomo, fui a la taquilla, compré el boleto y me


senté en el asiento más alejado que pude.

Estaba lleno, por otra parte, era viernes.

Mi teléfono vibró en mi bolsillo.

Lo saqué.

Nixon: ¿Estás muerto?

Sergio: ¿Te estoy respondiendo, esto contesta tu pregunta?

Nixon: ¿Necesitas refuerzos?

Sergio: No.
Apagué mi celular y lo guardé en mi bolsillo justo cuando las luces
atenuadas se encendieron, solo para atenuarse una vez más. Mientras la
música aumentaba, cerré los ojos y recé a Dios que algún día, algún día
fuera libre.

La luz del sol fluía a través de las cortinas aterrizando en mis ojos.
Solté una maldición y tiré una almohada en la dirección general de la
ventana.

Nos estábamos quedando en un hotel cerca de Times Square,


mientras más personas estuvieran alrededor, mejor. Significaba que no
teníamos que preocuparnos porque nos dispararan.

Mi apuesta estaba en los tíos quedándose despiertos toda la noche


tratando de encontrar una forma de ordenar el asesinato de su propia
familia y el Abandonato solo en un océano lleno de Alfero.

Cuatro fuertes golpes en la puerta me hicieron levantarme


tranquilamente de la cama, agarrar la Glock y sostenerla detrás de mi
espalda mientras miraba por la mirilla quien estaba allí.

Dante.

No se veía armado.

No significaba que no lo estuviera.

Suspirando, abrí la puerta.

—Voy a ser tu primera muerte, o quieres hablar. —Me rasqué la


cabeza con el arma en mi mano derecha—. Mi apuesta es por lo último.

—Eres un verdadero capullo arrogante, lo sabes, ¿cierto? —observó


Dante con voz tranquila.

—Soy muy consciente de mis logros, sí.

Poniendo los ojos en blanco, pasó a mi lado.

—Sí, por favor entra. No es como si estuviera durmiendo ni nada.


—Los hombres como tú nunca duermen, tienen demasiada sangre en
sus manos.

—Hastiado para alguien tan joven.

—Diecinueve no es ser joven, no en este mundo. ¿Qué edad tenías


cuando mataste a alguien por primera vez, cuando tomaste la vida de
alguien más? —Sus ojos azules se fijaron en los míos. Veían mucho, justo
como Luca, maldita sea.

—Catorce —respondí en un tono deliberadamente aburrido—. Aunque


tenía diez años cuando mi padre me obligó a dispararle a la mascota de la
familia a quemarropa. Por otro lado, era dispararle al perro o a mi primo.
Elegí el perro.

Dante no se encogió, pero apartó la mirada.

—No necesito tu lástima —dije bruscamente.

—Bien —se burló—. No la estaba ofreciendo.

—¿Entonces eso es todo? ¿Eso era lo que querías saber? ¿Qué tan
joven era cuando le vendí mi alma a la Familia?

—No. —Su expresión cerrada se agrietó, revelando algo que reconocía


muy bien… miedo—. Quería hablar de Val.

—¿Qué pasa con ella?

—No sabe.

—No me jodas.

—¿Podrías solo escuchar? Y detén el sarcasmo, maldición. ¿Te das


cuenta de lo fastidioso qué eres? ¿O lo emocionalmente agotador que es sólo
estar en el mismo cuarto que tú?

—Me gusta pensar que es parte de mi encanto.

Tomó una profunda respiración y caminó hacia la ventana,


manteniendo su espalda hacia mí. Un movimiento estúpido. Podría matarlo
sin dudar.

Pero tal vez ese era el punto.

Estaba tratando de demostrarme que confiaba en mí.


Al darme la espalda.

Asentí en silencio. Respetaba eso.

Así que bajé el arma hasta la mesa y crucé mis brazos.

—Voy a asumir que cuando dices que Val no sabe, lo que realmente
quieres decir es que ella no sabe que tú sabes.

Sus hombros se tensaron.

—Y se lo has estado ocultando… ¿Por cuánto tiempo?

No respondió.

—Dante.

—Toda mi vida —susurró—. Gio, Sal y Papi hicieron una promesa de


que nunca le revelarían nada a Val. La verdad, la destruiría. La promesa me
incluía… hasta que las cosas salieron mal.

—¿Te refieres a cuando te enviaron lejos y las familias iniciaron su


pequeña guerra?

Asintió, aún mirando por la ventana.

—Ellos me entrenaron. Juré nunca decirle a Val pero ahora… —Sus


hombros se levantaron y cayeron mientras soltaba un profundo suspiro—.
Ahora lo descubrirá.

—No te odiará.

—Lo hará.

—Val parece ser de las que perdonan.

—¡Ja! —Se volteó y encontró mi mirada—. ¿Y tú la conoces muy bien?

—Estoy a punto de hacerlo —murmuré, sentándome en la cama—.


Mira, para lo que vale, no hay ni una sola parte de esta situación que me
haga sentir cómodo. Mi familia es perfectamente feliz en Chicago. El Capo
dirige las cosas desde ahí y en Italia. Al fin tenemos paz por lo que hizo tu
padre, por el Imperio que construyó. No estoy aquí por una ambición egoísta.
Estoy aquí porque debo continuar con su plan, desde el inicio; así que, si
debo comer mierda, literalmente, lo haré. Eso es lo mucho que respetaba a
Luca. Lo consideraría como el mejor cumplido de mi vida si alguien dijera
que viví la vida de la misma forma que él lo hizo.

Dante se tensó de nuevo.

—¿Si era tan grandioso, por qué nos dejó?

Jugar a ser un terapeuta no era mi fuerte.

¿Por qué Andi no estaba conmigo?

Siempre sabía qué decir.

Cuándo hacer una broma.

Cuándo ser seria.

Cuándo ofrecer sabiduría.

Yo tenía mi pistola.

Y cicatrices en el cuerpo.

Es todo lo que tenía.

—Esta vida —inicié lentamente, luchando por encontrar las palabras


correctas—, no es la que él quería para ustedes. Si no hubiera muerto, no
estaríamos teniendo esta conversación. Pero murió. Eso solo nos deja con
una opción.

—Aún no he decidido —susurró.

—Yo tampoco.

Frunció el ceño.

—¿A qué te refieres?

Sonreí.

—Aún no he decidido si tienes las bolas para el trabajo, pastelito. Va


a hacer falta mucho más que intentar darme un puñetazo en la cara para
demostrar tu valía.

—Sí, bueno, soy joven, no estúpido, supuse que con tu entrenamiento


la forma más sencilla de sorprenderte era cargar contra ti como un toro.
—Probablemente habría funcionado si no hubieras gritado antes de
correr hacia mí.

Dante rió suavemente y luego un poco más fuerte.

—Sí, trabajaré en eso.

—Regla número uno de la mafia. —Asentí—. No les dejes saber que


están muertos hasta que vean su propia sangre en sus manos.

—Mórbido.

—Vida.

—Siento que necesito ir a Disneylandia después de hablar contigo. El


lugar más feliz de la tierra, Sergio… necesito felicidad si este es mi futuro.

—No puedo prometer que lo vayas a encontrar en el redil.

—Sí. Pero se puede tener esperanza, ¿cierto?

No. Error.

No había felicidad en la muerte.

Solo finalidad.

Y silencio.

—¿Sabes manejar? —Cambié de tema.

—¿Sí, por qué?

—Nos llevarás a Frank y a mí a la reunión.

—¿Así que ahora soy tu chofer?

—Incluso los hombres hechos tienen que iniciar en algún lado —le
grité mientras hacia mi camino hacia el baño—. Oh, y toca mis armas, y te
decapitaré antes de que puedas pronunciar una disculpa.

Levantó sus manos.

—Lo tengo.
Traducido por Vanemm08

Al mostrar nuestra simple habilidad, ese es el verdadero


comienzo de nuestro fin.
—Sueño de una Noche de Verano.

Valentina
Él estaba en lo cierto.

Odiaba que estuviera en lo cierto.

Porque la mañana llegó.

Y todavía me sentía enojada y confundida.

Mis mañanas solían estar llenas de risas y bromas. En su lugar, todos


nos sentamos alrededor de la pequeña mesa de café y esperamos en silencio
mientras el reloj de la pared marcaba los minutos.

Casi estaba asustada de moverme.

Asustada de respirar.

Dante no estaba ahí.

Y estaba preocupada.

Preocupada de que estuviera en problemas, o que le debiera dinero a


alguien. Después de revolverme y girar toda la noche, esa fue la única
conclusión a la que llegué. Le debíamos dinero a gente muy mala, y
necesitaban que les pagáramos.

Finalmente tenía sentido.

Cómo la floristería y el bar seguían abiertos durante la recesión


económica.
Por qué, a pesar de que nunca estábamos ocupados, nunca nos
esforzamos por pagar los recibos.

¡Las sangrientas manos de Dante! Los susurros acerca de su pelea.

Me sentía tan estúpida.

Tan inocente por no haberlo visto antes.

Y, si era totalmente honesta, me sentía un poco traicionada de que


mis tíos no me confiaran acerca de sus conflictos financieros pero pusieron
a mi hermano en una especie de lucha de pandillas subterránea. La culpa
roía mi pecho. Había tantas cosas que pedí a los largo de los últimos años
que realmente no necesitaba.

Cosas que ahora podía vender.

Ya había hecho una búsqueda en google por algún trabajo adicional,


pero todo lo disponible, básicamente era, peligroso como un mensajero en
bicicleta o pedían más experiencia de la que tenía.

Una cosa era segura.

No iba a ir a la universidad… probablemente nunca.

La puerta mosquitera se abrió y luego se cerró de golpe. Pasos


resonaron a través del gastado piso de madera, y luego Dante, Sergio y el
anciano, ¿Frank, creo? Aparecieron por el pasillo.

Arrastraron los pies hacia la cocina donde yo estaba sentada cerca de


la mesa.

Mi corazón se hundió incluso más.

Nos iban a matar frente a los panqueques.

Solo lo sabía.

Porque la expresión de todos era severa, como si acabara de ocurrir


una muerte en la familia, solo que sabía que probablemente iba a ser la mía.

—¡Por favor! —Me puse de pie—. ¡Por favor no nos maten!

Frank y Sergio compartieron una mirada mientras Dante cerraba los


ojos como si tuviera dolor.
—¡Sea lo que sea que les debamos! —seguí hablando, las palabras
cayendo una sobra la otra mientras se derramaban—. Tengo ahorros, y
estoy segura de que podemos llegar a un plan de pago o algo así. Solo por
favor no nos maten. —Estaba bordeando la histeria mientras grandes y
calientes lágrimas rodaban por mis mejillas.

Sergio lentamente hizo su camino hacia mí y sostuvo mi mano.

—Nadie va a morir.

—Aún —murmuró Frank.

Mis rodillas fallaron y me senté mientras Sergio soltaba una maldición


bajo su aliento.

—¿Eso era realmente necesario?

Frank se encogió de hombros.

Dante se apresuró a mí lado.

—¿Estás bien?

—¡No! —Me alejé de él—. ¡No estoy bien! ¡Solo dime qué está pasando!
¡Y qué les debemos, y cómo lo arreglamos!

—Eso va a ser difícil. —Dante se puso de pie en toda su altura y luego


retrocedió—. No les debemos dinero… lo que les debemos es más… —Una
expresión de dolor se formó en sus rasgos—, personal.

—¿A qué te refieres? —Busqué las caras de mis tíos, pero cada vez
que trataba de hacer contacto visual quitaban la mirada.

Sentí que no tenía a nadie.

Y aun así, ahí estaba Sergio, justo a mi lado.

—Enséñale —dijo Gio.

Frank se acercó y sacó un folder negro.

Tenía mi nombre en él.

Pero nunca había roto ninguna regla.

Ni siquiera cruzaba la calle imprudentemente.


Así que, un folder con mi nombre, tenía que ser una mala señal,
¿cierto? Una muy mala señal.

Lo abrí con manos temblorosas.

La primera página era un certificado de nacimiento, con mi exacta


fecha de cumpleaños y mi nombre completo, pero no reconocí el apellido.
No era Grecco, era Nicolasi.

—Valentina Joyce Nicolasi —susurré—. Pero mi apellido… —No


terminé porque una fotografía mía estaba en la siguiente página. Tuve que
haber sido tomada hacer un año, porque estaba usando el abrigo verde que
recibí para Navidad. ¿Qué. Diablos?

Lo que siguió era fotos de cuando era niña. Reconocí algunas: mi


primer viaje a la ciudad, yo cargando un perro de peluche gigante, nadando
en el parque con Gio… ¿Qué edad tenía ahí? ¿Tal vez cinco? Las fotografías
anteriores no tenían sentido para mí, estaba en una ciudad que no
reconocía, sosteniendo las manos de un hombre.

Y finalmente, la más reciente, Dante y yo riéndonos en el parque,


ambos sonriendo mientras alguien en el fondo miraba, un hombre, un
hombre que reconocí, su amplia sonrisa, sus ojos con esperanza.

Hizo que mi pecho doliera.

Su sonrisa era familiar.

Como si esa sonrisa estuviera dirigida a mí.

Dejé escapar un grito ahogado y me tapé la boca, luego susurré entre


mis dedos:

—¿Es… es… nuestro padre, Dante?

Asintió, su expresión severa.

¿Qué esto no era bueno?

—¿Dónde está? —grité, saltando a mis pies—. ¿Está aquí? ¿Es por eso
que están actuando tan raro? ¿Creí que no quería tener nada que ver con
nosotros, y…?

—Mi hermano —dijo Frank suavemente—, está muerto. Lo siento.


Caí contra la silla mientras la amargura se apoderaba de mí. ¿Así que
eso era todo? ¿Finalmente veía la verdad, y la alfombra era arrancada de
debajo de mí?

—Sigue leyendo —urgió Dante.

Sergio aún era una estatua junto a mí.

Volteé la página y vi mi nombre de nuevo.

Era un contrato.

Entre la familia Abandonato y la familia Nicolasi.

Por la presente, juro sobre la muerte que, si está en mí poder unir la


mano de Valentina en matrimonio con Sergio Abandonato, lo haré, o dejaré
que mi alma arda por una eternidad.

—¿Estoy COMPROMETIDA? —grité, mirando hacia arriba.

—No solamente comprometida. —Oh, ¿ahora Gio hablaba? —Estás


comprometida con Sergio… a… —tragó—, una de las familias mafiosas más
poderosas de la Cosa Nostra. Si Dante no toma su lugar, te estarías casando
con el nuevo jefe del Imperio de Frank Alfero.

Estallé en carcajadas.

Nadie se unió.

Mi risa se desvaneció.

—¡No pueden hablar en serio! —Me puse de pie—. ¿Esto es una


broma? ¿Jefe de la mafia? ¿Cosa Nostra? —Observé la habitación por
cámaras escondidas, porque, ¡vamos! ¿Mafia? ¿Esto aún existía? La idea era
cómica. ¿Por qué todos seguían sentados?—. ¡Chicos! La broma se acabó,
vamos, ¿de quién fue la idea?

Nadie se movió.

Finalmente, Dante habló:

—Val, es cierto.

Fruncí el ceño.

—Dante, en serio…
—¡Maldita sea, Val! —La voz de Dante se elevó—. ¡Nuestro padre era
Luca Nicolasi! ¡Uno de los más letales jefes de la mafia en toda la historia!
¡Frank es tu maldito tío! —apuntó a Frank, que logró verse al menos un
poco triste.

Las líneas en el rostro de Frank se convirtieron en un ceño fruncido.

—Pudiste decir eso de una mejor manera, Dante.

—Prefiero que lo sepa a que piense que es una broma. Ojalá. —Puso
sus manos en su cabeza y se volteó para mirarme—. Val… —Sus fosas
nasales se ensancharon—. Lo escondí de ti para protegerte, ¿de acuerdo?
Nunca lo haría a propósito…

—¿Todos ustedes? —Tropecé hacia atrás, alejándome de él—. ¿Todos


ustedes sabían? ¿Todo este tiempo? ¿Y yo estaba en la oscuridad?

Tragándome un grito, miré a cada uno de mis tíos, ninguno podía


mirarme a la cara, incluso Frank desvió la mirada y se pellizcó el puente de
la nariz.

Dante maldijo y le hizo un hueco de un puñetazo a la pared de la


cocina.

El polvo cayó a sus pies.

Y Sergio simplemente se quedó ahí. En el mismo lugar. Mirando.

—¿Hace cuanto que lo sabes? —Dirigí mi pregunta hacia él.

—Ocho semanas.

—¡Y has esperado todo este tiempo para decirme! ¿Qué clase de
persona eres? ¡Al menos podrías haberme dado una advertencia! ¡Oh mira
hola, soy Sergio, soy tu dueño!

—Mis disculpas —dijo Sergio con una voz tensa—, Debí estar
demasiado ocupado cuidando de mi esposa enferma de cáncer. Fue tan
egoísta de mi parte. —Se movió hacia mí con la gracia de un gato,
depredador, como si fuera a saltar—. Tienes razón, debí enviarte un mensaje
en el minuto en que murió para darte las buenas noticias.

—Yo…

—Di que lo lamentas y no dudaré en dispararle a algo.


Levanté mi barbilla mientras las lágrimas se atoraban en mi garganta.

—Dispárale a algo. Sólo asegúrate de que no es humano. Y lo siento.


Ahí, lo dije. Porque por más de que esto apesta… —Era casi imposible
contener las lágrimas de tristeza y frustración, y finalicé con un susurró—:
eso es peor.

Sus labios se separaron un poco y luego giró sobre sus talones y salió
pisando fuerte de la habitación.

—¿Realmente le va a disparar a algo? —pregunté a la habitación.

—Probablemente —respondió Frank y me ofreció su mano—. Val,


vamos a caminar, ¿quieres?

—¿Estoy a salvo contigo?

—Soy un tirador maravilloso.

Entrecerré los ojos y lo evalué.

—Apuesto a que lo eres.

Ofreció una sonrisa educada.

—Eres mi sobrina, te protegeré con mi vida.

Al menos estaba dispuesto a darme algo. Mis tíos seguían mirando


fijamente la mesa como si fuera a cobrar vida y empezara a recitar a
Shakespeare.

—Bien.

—Buena chica. —Besó mi mano—. Te prometo, que no es tan malo


como parece.

—¿Oh?

—De hecho… —Se encogió de hombros—. Me temo que es peor.


Traducido por Wan_TT18

¡Y aunque sea pequeña, es feroz!


—Sueño de una Noche de Verano

Sergio

Cemento.

Grava.

Pavimento.

Luces de la calle.

E
xhalé lentamente, el aliento tembloroso se tambaleaba en
bocanadas blancas en el aire helado mientras me apoyaba
contra la pared de ladrillos en el estrecho callejón. El frío
invernal debería haber sido lo suficientemente poderoso como para quitarme
la vida, pero no sentí nada.

Excepto un entumecimiento agudo que me hizo, una vez más,


preguntarme qué demonios estaba haciendo en Nueva York. No estaba
mejorando las cosas. Ya había golpeado a algunos ancianos, amenazado con
dispararle a la gente frente a una chica que nunca había visto violencia en
su vida, y eso era yo tratando de controlarme.

Dios nos ayude a todos si realmente perdía mi mierda.

Me limpié la cara con las manos y luego me concentré en una pequeña


grieta en la pared. La vida era más fácil de esa manera: era la única manera
que sabía de cómo manejar las tumultuosas emociones que surgían a través
de mí, concentrarme en lo pequeño, no pensar en el panorama general.

Entonces me concentré en las piezas.

Me concentré en las grietas del pavimento.


El polvo de algunas rocas esparcidas en el cemento en mi talón.

Era la misma forma en que miré a Val. Mis esfuerzos, hasta ahora,
habían funcionado, ignorar su cuerpo y rostro como un todo, pero ¿sus
manos? Sí, podía mirarle las manos, tenía tres cicatrices en el dedo índice,
asumí que era por las espinas de las rosas que solía arreglar.

Tenía un hoyuelo en la mejilla derecha que, a primera vista, parecía


otra cicatriz, pero en realidad era una hendidura muy profunda que la hacía
parecer aún más inocente de lo que era.

Su cabello era castaño oscuro.

Pero, cuando inclinó la cabeza en diferentes ángulos, brillaron


disparos de oro.

Era baja.

No tan baja como Andi, pero lo suficientemente baja como para saber
que mi presencia sería extremadamente intimidante para ella.

Partes.

Miré partes.

Nunca su sonrisa, solo sus dientes.

Los ojos estaban bien, siempre y cuando no me mirara fijamente por


mucho tiempo y, de verdad, estaba seguro de que incluso si me tocaba
durante un período prolongado de tiempo, estaría bien.

No era que no fuera sorprendente, era la sangre de Luca de pies a


cabeza, tenía sus ojos color avellana como fantasmas, tan claros que casi
parecían blancos a veces, y tenía la sonrisa de Joyce.

Apuesto a que eso mató a Frank.

Y ahí fue cuando me golpeó: no era solo su sobrina, era la hija de su


esposa.

Maldita sea.

Estuve afuera sufriendo un ataque de nervios por el hecho de que


tenía que casarme con la chica, apenas ocho semanas después de la muerte
de mi esposa, sabes, y Frank acababa de conocer al hijo y a la hija de su
esposa.
Los hijos de su hermano.

Lo último que necesitaba era mi equipaje emocional para


acompañarlo. Pateé la pared una última vez y estaba a punto de doblar la
esquina cuando vi a Frank y Val en el porche de la casa de piedra rojiza.

Me contuve.

Se sentaron en el frío, Frank en el último escalón, Val también, pero


lo más lejos posible de él, casi debajo de la barandilla, sus brazos rodearon
el poste como si fuera suficiente para protegerla de un hombre como él.

—Estás molesta —dijo Frank en un tono suave.

Puse los ojos en blanco. ¡Mierda, qué iba a estar molesta, viejo! Le
acababan de decir que su familia era de la realeza de la mafia, ¿qué chica
normal e inocente no se enfadaría cuando cambiaras su iPhone por una
pistola y les dijeras que se aseguraran de que siempre se sentaran en las
cabinas cuando salían a comer?

Una vez que conocías tu propia sangre, era imposible regresar.

Solo el escalofriante conocimiento de su herencia se aseguraría de eso.


Siempre la cuidaría de aquí en adelante, nunca haría cola en Starbucks y,
cuando caminara a casa por la noche, siempre pensaría que la estaban
siguiendo.

La mafia genera paranoia.

Además de la locura.

Van de la mano, pero también te mantienen vivo.

—Estoy en shock —dijo finalmente, sus ojos se encontraron con los


de él. Se colocó un mechón de cabello detrás de la oreja y agachó la cabeza,
mirando sus zapatos—. Mi vida entera es una mentira.

Dramático, pero cierto.

Fruncí el ceño mientras se mordía el labio inferior, succionándolo con


la boca solo para soltarlo.

Una extraña mezcla de ira y lujuria me atravesó como un rayo.

Lo incorrecto de la emoción me hizo comenzar a sudar frío mientras


seguía escuchando a escondidas.
—Pensamos que era mejor protegerte. Luca era un hombre muy
peligroso. También estaba convencido de que nunca podrías vivir una vida
normal si vivieras bajo su techo. Sabía que había que hacer algo. Te criaron
hasta los cinco años en Italia. Estoy seguro de que recuerdas fragmentos.
—Suspiró, su respiración se arremolinó alrededor de su cabeza—. Hubo dos
amenazas de muerte contra ti y Dante... Nunca olvidaré la noche en que mi
hermano me llamó para decirme que tenía que esconderlos a los dos. Las
únicas personas en las que podía pensar... —Miró hacia la casa—. En ese
momento, tampoco eran mis mayores admiradores.

—¿En ese momento? —bromeó.

—Sí, bueno... —Frank se rió entre dientes—. La sangre es sangre. No


tuvieron otra opción y te adoptaron como si fueras de ellos. —Inclinó la
cabeza y la estudió—. Has sido feliz, ¿no?

Después de unos segundos, asintió.

—¿Y te han cuidado bien?

Otro asentimiento brusco.

—Créeme cuando te digo que lo último que quiero hacer es arruinar


tu futuro, pero era el último deseo de tu padre que no solo lo conocieras,
sino que te unieras a la Familia. Al unirse a través del matrimonio,
automáticamente está...

Val se tapó la boca con la mano y se rió.

Frank frunció el ceño.

Lo miré con más cuidado. ¿Ella se había reído? ¿Frente a Frank


Alfero?

—¡Lo siento mucho! —Val se rió más fuerte—. Me río cuando estoy
nerviosa. Yo solo... es algo gracioso, ¿verdad? Leo, Frank. Eso es lo que hago.

—No creo que lo entienda.

—Mi emoción en la vida. —Sonrió de nuevo para sí misma—. Era leer,


principalmente romance histórico. Las mujeres no tenían poder en la
Regencia de Inglaterra. Ni siquiera podían poseer propiedades. ¿Sabías que
una vez casados, tanto la iglesia como la corona solo las reconocían como
propiedad de con quien se habían casado?
Frank negó con la cabeza.

—Los matrimonios se formaron sobre la base de la riqueza, el poder,


la protección, el prestigio. —Una sonrisa irónica curvó sus labios—. ¿Me
estás diciendo lo mismo, Frank? ¿Se supone que debo casarme con Sergio
por todas esas razones? ¿O hay más?

Frank se movió en el escalón.

Esperé a ver qué diría. Porque había mucho más en esa historia, en
la verdadera razón por la que estábamos aquí, en por qué era imperativo
que se unieran a las filas.

—Sergio no te necesita, ni emocionalmente, ni económicamente, ni


físicamente.

Ella se echó hacia atrás como si le hubieran dado un puñetazo, pero


mantuvo la boca cerrada.

—Tiene más dinero del que puede usar, solía trabajar para el FBI, es
un hacker experto y ahora que su esposa está muerta... —Sacudió la
cabeza—, él honra su memoria mirando las paredes.

Gracias, Frank. Un resumen brillante.

—La última vez que lo vi reír fue forzado, y me temo que ya lo he


perdido. Por otra parte, nadie tuvo a Sergio, nadie más que su esposa,
porque incluso antes que ella, había un desapego emocional en sus
asesinatos y tratos. No es un hombre seguro ni cuerdo, Val.

Cerré mis manos en puños. ¡Qué demonios!

—Pero… —continuó Frank, con la mirada cada vez más intensa—, te


protegerá con su vida y, lo que es más importante, te protegerá con su
nombre. Que alguien haga un intento de asesinato en un Abandonato es
invitar al Cappo y al resto de las cinco familias a acabar con la existencia de
esa persona, y no solo a la persona lo suficientemente tonta como para
intentarlo... sino al resto de la línea de sangre, ¿y la mejor parte? —Hizo una
pausa—. Nuestro Cappo, tiene sed de sangre. Es como un león, apenas
domesticado por su esposa, solo puede permanecer atrapado dentro de las
cuatro paredes de su casa durante horas si ella lo retiene... —Tosió—.
Ocupado.

Ella lo miró fijamente durante un largo momento.


—¿Qué es un Cappo?

Frank se rió entre dientes.

—Olvidé que no sabes nada. —Se apoyó contra las escaleras—.


Supongo que en tu mundo eso sería como nuestro Padrino, aunque me
duele decirlo, considerando que Tex solamente tiene veinticinco años,
difícilmente mi mayor.

—¿Veinticinco? —repitió Val—. ¿Qué edad tienen los demás?

—Soy el más viejo. —La voz de Frank era grave—. El último.

—¿El último?

Su postura se puso rígida.

—De los jefes originales. —Se volvió hacia ella—. Y entonces ayúdame
Dios, dejaré esta tierra viendo mis promesas hechas a mi hermano muerto,
¿entiendes? Huye, te encontraré. Lucha contra él, perderás. Escucha con
atención, porque esta es la única situación en la que mi amor por tu padre
triunfa sobre mi amor por ti, porque le debo, más de lo que jamás
imaginarás; te casarás con Sergio, te unirás a la Familia. Lo harás con una
sonrisa en tu rostro porque eres una Nicolasi, eres nuestro futuro y
enorgullecerás a tu padre.
Traducido por Maridrewfer

El infierno está vacío y todos los demonios están aquí.


—Sueño de una Noche de Verano.

Frank

E
staba siendo demasiado directo. Demasiado frío. No sabía de
qué otra manera ser.

Trace se decepcionaría de mí, pero no podría encontrar


en mí mismo nada más, o para ofrecerle a Val un escape, lejos de las
promesas hechas.

Promesas que se deben.

Promesas de sangre, eso es lo que contenían esos papeles en mi


carpeta. Después de todo, Sergio no era el único que tenía una lista,
marcando pequeñas casillas, respirando aliviado cada vez que lo hacía.

Yo también tenía mis cajas. Mi lista.

Mi bolsa de trucos.

No volveré a quedarme de brazos cruzados para ver caer a Los Alfero.

Hay una cierta finalidad, una comprensión dura cuando envejeces,


cuando tu reflejo en el espejo comienza a aparecer realmente de la misma
manera que sientes en tu pecho.

Los legados son como el viento, puede que no los veas, pero están ahí,
alterando constantemente el curso del tiempo.

Joyce siempre había dicho que yo era un bastardo frío cuando quería
serlo, y tenía razón. Lo era.
Pero había llegado el momento, mi momento.

Un hombre siente estas cosas en sus huesos. Demonios, incluso lo


sentí en el aire cuando dejé a Val sola en las escaleras y regresé a la casa,
mis pasos anunciaban mi llegada a la cocina.

—Ella se casará dentro de dos días —anuncié—. Pero primero, la misa


de mañana.

Los ojos de Gio se clavaron en los míos.

—¿Por qué haces esto, Frank?

—Es lo que él quería.

—Habría sido más seguro que no lo supiera —intervino Papi—.


Podemos mantenerla a salvo.

Es hora del bastardo frío y sin corazón.

—Caballeros. —Presioné mis manos contra la mesa y me incliné sobre


ella—. Nuestro tiempo, está llegando a su fin.

Silencio.

—Una nueva generación está aquí.

—Hemos escuchado rumores —susurró Gio—. Rumores de las


guerras entre familias...

—Vito Campisi recibió un disparo de su propio hijo en el pecho. —


Suspiré—. Nixon Abandonato ha sido jefe en Chicago durante tres años.
Chase, su hermano, ayuda a Mil De Lange a dirigir la familia De Lange, ¿y
los Nicolasi?

—Phoenix De Lange —dijo Sal con reverencia—. Un hombre de


muchos secretos.

—Un hombre al que no quieres cabrear —le dije—. Mi punto es este...


está en el viento, ya no es nuestro tiempo, y ya no podemos quedarnos de
brazos cruzados. —Los miré a los tres—. Sentarnos en nuestros propios
secretos y negarnos a ayudar a los nuevos miembros a medida que se
levantan y toman el control de las familias. Tenemos que pensar en la
herencia de nuestras familias. No peleen conmigo por esto o tendrán un
desafortunado accidente que el forense sin duda excusará como vejez,
¿capiche?

—¿Capiche? —Sal tosió mientras Gio y Papi murmuraban y se


cruzaban de brazos.

—Ahora... —Me senté y exhalé—. ¿Dónde está el vino? —Papi se rio


entre dientes—. Son las diez de la mañana.

Simplemente lo miré.

Gio asintió.

—Olvidé esto de ti, Frank. Los hombres de verdad beben a las diez,
por eso no te mato.

Sal se puso de pie, se acercó al armario y sacó una botella.

—Una o dos…

—Tres —interrumpió Frank—. Va a ser un fin de semana largo.


Traducido por Vanemm08

El lunático, el amante y el poeta, son todas imaginaciones


compactas.
—Sueño de una Noche de Verano

Valentina
Con manos temblorosas, leí la siguiente carta.

C
ontinuaré con la historia del príncipe. Sé que disfrutas leer. Y
realmente era la única forma en que lo sabrías o realmente lo
entenderías. De nuevo, sólo una carta por día, y sabrás que
hacer cuando se acaben las cartas.

Había una cierta locura en el príncipe. A veces era cruel, convirtiendo


su belleza en una bestia, y sin embargo, tenía momentos de tanta dulzura
que la princesa quería llorar. ¿Era simplemente un salvaje que necesitaba
domesticar? No. No lo hagas. No domestiques a la bestia. Déjalo ser salvaje.
No domesticas a un león, pero es posible que sean amigos, tumbarse a su
lado y saber con total certeza que el león te protegerá mientras duermes.
Déjalo ser feroz. Necesitas esa ferocidad en tu vida, Valentina. Hoy, es un
nuevo día, tienes muchos desafíos por delante, no olvides disfrutar de las
cosas sencillas, como bailar bajo la lluvia.

Con todo mi amor,

Volví a leer la carta.

No tenía sentido.
¿Quién era la misteriosa R, y por qué ella —ya que decidí que era una
chica—, me estaba escribiendo acerca de este príncipe? Tenía que admitirlo,
después de hoy, una distracción era bienvenida, es solo que… era raro.

Un autoritario golpe en mi puerta me hizo saltar. Rápidamente metí


la carta debajo del colchón y me levanté.

—Entre.

Sergio entró en la habitación, su mirada atronadora.

Luché contra el impulso de acobardarme en su presencia. A veces se


veía tan… feroz. Como el león del que acababa de leer.

—¿Sí?

—Quería dejar las cosas claras. —Su voz era fría.

—De acuerdo. —Me lamí los labios y me preparé para el impacto de


sus palabras.

—Espera. —Frunció el ceño—. ¿Qué demonios estás haciendo?

Miré hacia abajo.

—¿A qué te refieres?

—Estás muy… —Agitó su mano frente a mí, la irritación arrugó su


frente—, rígida.

—Oh. —Asentí—. Me preparo para tu rugido. —Me reí de mi propia


broma. Él no lo hizo. Eh, un público difícil.

—¿Rugido? —Se veía confundido, pobrecito—. ¿De pronto soy un


animal?

—Bueno, tus modales son menos que perfectos, pero no, me refiero a
que estoy lista para que seas cruel, te enojes, hagas la cosa intimidante que
siempre haces y que luego te marches sin hacer contacto visual para que
pueda pasar horas tratando de descubrir por qué eres tan cruel. Porque soy
una chica, hacemos eso. Y soy una chica que tiene mucho tiempo libre… —
respiré profundamente—. Así que cuando estés listo.

Abrió la boca, luego la cerró.

—Eres un poco… peculiar, ¿no es cierto?


—Sí —asentí solemnemente—. Casi como una princesa encerrada en
una torre… las únicas veces que voy al cine es si todos mis tíos y mi hermano
van conmigo. Una vez… una vez traté de salir con un chico y los encontré a
todos en el asiento de atrás. Naturalmente Gio estaba gritando por qué no
servían vino en el cine.

Sergio cruzó la habitación y miró por la ventana.

—Dime más.

No me estaba viendo, pero se veía más relajado.

Y podía contarle historias.

Vivía y respiraba historias.

—Bueno… —Me senté en la cama—. No podía entender por qué


ningún chico me invitó a salir en la secundaria. En el último día, alguien
debió sentir que finalmente podía romper su silencio. Dante había
amenazado a muchos… y lo has visto. Tiene serios problemas de ira. ¿Luca
era así? ¿Nuestro padre? —Me sentí rara preguntando, pero asumí que eran
cercanos, y estaba desesperada por sentir alguna clase de conexión con el
hombre que me había abandonado, el hombre que nos abandonó a los dos.

Sergio bajó la cabeza.

—Él era… aterrador.

—No heredé lo aterrador.

Los hombros de Sergio se movieron. Pensé que estaba temblando


hasta que la risa brotó de él.

Era hermoso.

El sonido.

Justo como él.

Por supuesto que sería así.

—¿Te estás burlando de mí?

—Tienes un hoyuelo. —Sergio se volteó y cruzó los brazos—. Lamento


ser quien te dé la noticia, pero eres la persona menos aterradora que he
conocido.
Le saqué la lengua.

—Acabas de hacerlo peor.

Le tiré una almohada.

Se apartó del camino y lentamente se acercó a mí y se sentó en la


cama, con cuidado de mantener al menos un metro de espacio entre
nosotros.

—¿Es hora de hablar? —pregunté.

Asintió.

—Debo admitir que tenía un discurso bastante aterrador para ti,


realmente despiadado, cruel, del tipo que hace llorar a los adultos.

—Qué afortunada soy.

—No pude hacerlo —admitió con voz aturdida—. Tal vez fue el
hoyuelo.

El calor se apoderó de mi cara mientras extendía mi mano y tocaba


una de mis mejillas.

—Un día… —suspiró—. Encontrarás a alguien que te haga sonrojar


justo así, un chico que sea igual a los chicos en los libros que lees,
encontrarás un hombre por el que vale la pena luchar. —Sacudió la cabeza
lentamente—. Ese hombre… no soy yo.

Sus palabras dolieron, y no tenía idea de por qué. Éramos extraños,


pero el rechazo seguía siendo rechazo.

—Por favor no trates… —Tragó y miró sus manos—. No trates de hacer


que caiga por ti. No trates de hacer que me enamore de ti. Sin seducción,
sin lágrimas de enojo porque no te di un beso de buenas noches… no
puedo… simplemente… —su voz tembló—. Prométeme que no pedirás algo
que nunca podré darte.

De repente mi cuerpo estaba tan pesado, cansado. Y en los últimos


días descubrí que era posible SENTIR la ira en tus huesos, sentir que te
invadía, junto con el rechazo. Lo odiaba.

—Dijiste por favor.

—Estoy trabajando en mis modales en la cama.


—Se nota.

Sonrió.

Me aclaré la garganta y miré mis manos mientras las retorcía en mi


regazo. Estaban pegajosas. De nuevo, me ponía nerviosa. Solo estar
alrededor de Sergio era como saltar de cabeza en agua oscura; aterrador,
sin embargo, era refrescante.

—¿Es por mí?

Sergio exhaló una maldición cuando su cuerpo se tensó junto a mí.


Nuestros muslos se tocaron y me estremecí.

—No.

—Eso es muy… reconfortante, por favor sigue hablando de mis


muchos atributos —dije secamente.

Se rio de nuevo.

—¿Siempre eres tan sarcástica?

—Sí —asentí seriamente—. Soy extremadamente sarcástica en mi


cabeza.

—Estás bien.

El comentario dolió.

—Y… —continuó, lamiendo sus labios—. Estoy seguro de que podrías


hacer feliz a cualquier hombre…

—¿Por eso nunca me miras? —pregunté—. No eres muy convincente,


porque justo ahora me siento como la Malvada Bruja del Oeste pero sin la
Magia.

No se movió, pero apretó la mandíbula y el músculo se contrajo como


si estuviera rechinando los dientes. Lentamente se volvió hacia mí, sus ojos
azules finalmente hicieron contacto con los míos.

La mirada que me dio era mucho.

Y sin embargo no era suficiente.

No veía a través de mí como lo hacían otras personas.


Era como si, con una simple mirada, pudiera mostrarme la cruda
realidad de quien era.

Hacer contacto visual con Sergio Abandonato era conocer el dolor y la


belleza al mismo tiempo.

Tenía miedo de hablar.

El momento fue tenso.

Finalmente, extendió la mano y ahuecó mi cara con ambas manos,


luego se inclinó y besó mi frente.

—Eres muy bonita.

—Y aquí estaba pensando que ibas a decir joven otra vez. —Mi voz
tembló, no pude evitarlo. Todavía me estaba tocando.

Con una sonrisa triste, dejó caer las manos y se puso de pie.

—Nunca me perdonaría si te permitiera creer que tú eres el


problema… prefiero matar a alguien a quemarropa que ser quien haga que
una chica se sienta insegura acerca de su propia belleza.

¿Era real?

¿Qué hombre se preocupaba por eso?

Solo los perfectamente angustiados que no querían tener nada que ver
conmigo. Fantástico.

Sergio se detuvo, metiendo las manos en los bolsillos.

—¿Cuál era el otro discurso? —pregunté cuando alcanzó la puerta.

Sin voltearse dijo:

—Trata de besarme, y no dudaré en matarte. Pídeme amor, y nos haré


a los dos un favor y haré que tu muerta parezca un accidente.

Estallé en carcajadas.

Él no lo hizo.

—¿Estás siendo dramático, cierto?

Entonces se fue de la habitación.


—¿Cierto? —grité detrás de él.

Helada, me froté los brazos y luego me acerqué a la puerta y la cerré.


Observé la cerradura unos cuantos minutos y luego la giré.

Fue la primera vez que bloqueaba mi puerta desde que tenía seis años.

No estaba segura si lo hice porque quería mantener al monstruo


afuera.

O para mantenerme adentro.

Porque los hombres como Sergio volvían estúpidas a las chicas.

Él tenía heridas.

Cicatrices.

Un equipaje emocional.

Y mataba personas.

La última cosa que necesitaba era que lo salvaran.

Tal vez…. Caminé de regreso a mi cama y me senté. Tal vez solamente


necesitaba un amigo.
Traducido por 3lik@

Te seguiré, y haciendo de un infierno un cielo, moriré por la mano


que tanto amo.
—Sueño de una Noche de Verano

Sergio
No tenía tiempo para planes de boda.

Me negué a participar, de todas formas.

Y
sabía que estaba siendo un idiota, pero la historia se repetía.
Solo quería hacer el trabajo, luego ahogarme en una quinta
parte de whisky, tantas veces como sea posible.

No era ella.

Era la situación.

Val estaba bien.

Genial.

¡Ja!

La había ofendido, completamente sin querer, pero las chicas como


Val eran peligrosas. Era completamente inconsciente de su propia belleza.
Lo que era peor, era inocente.

Estoy seguro de que hizo que muchos hombres quisieran corromperla.

Porque durante dos segundos, tal vez medio segundo, lo había


pensado. Así de patético fui al asumir que una noche de sexo duro me haría
sentir mejor.
Aunque sabía que realmente no lo haría.

Ahora era como Phoenix.

Completamente incapaz de pensar en sexo sin flaquear como un


drogadicto. No podía pensar en sexo sin pensar en mi difunta esposa.

Ella había dicho que siguiera adelante.

Había dicho que entendía su papel, que entendía lo que tenía que
hacer y, por alguna razón, casi lo empeoraba, que cuando estaba acostada
a mi lado en la cama, sabía que el reloj estaba corriendo.

Me había hecho el amor... sabiendo que no sería la última.

Me había besado... sabiendo que estaba prometido a otra.

Cada momento.

Cada caricia.

Fui el último.

Pero ella no era mía.

¿Cómo podría haberme amado aún así? ¿Sabiendo eso? ¿Sabiendo lo


que me deparaba el futuro?

Me dio dolor de cabeza pensar en ello.

Desde que salí de la habitación de Val el día anterior, no había podido


concentrarme en nada. Mi concentración era una mierda.

Y quería culparla.

Porque heriría sus sentimientos; la había mirado.

La miré y pensé en besarla.

Luego quise estrangularla por ser la causa de ello.

Era un peligro. A mí mismo. Para Val.

Pero no pude decirle eso. No podía subir las escaleras y decir:


¡Sorpresa! Tu futuro esposo piensa en tu asesinato, cualquier cosa para no
tener que tocarte.
No es el mejor regalo de bodas.

Como poner una soga en una caja elegante y decirle que se ahorque
con ella.

Serví más vino y miré el fuego.

Lo hacía mucho últimamente, simplemente mirando cosas al azar,


buscando respuestas en los lugares equivocados. Serví más vino y miré el
fuego. Podía manejar la llama, no toda la chimenea, toda la chimenea de
alguna manera se traducía en mucho que tolerar, lo que significaba que no
estaba lista para enfrentarme.

El aire cambió, una sombra se cruzó brevemente frente a mí, los pasos
eran pesados, sólidos.

—Dante.

—¿Cómo diablos lo supiste? —preguntó con voz derrotada mientras


se unía a mí en el sofá.

—Práctica. —Bebí más vino.

—Entonces... —Dante tosió en su mano y luego se cruzó de brazos.

—Cuéntamelo, hombre.

Se inclinó hacia delante y colocó las manos frente a él como si fuera a


darme un gran discurso. Realmente no quería hablar de su hermana.

—Voy a salir y preguntar, ¿de acuerdo?

—Probablemente sea una buena decisión, no soy un hombre paciente.

—Claro que no —murmuró y luego se frotó las manos—. Quiero que


me entrenes.

—¿Eh? —Dejé el vino en la mesa de café y me volví hacia él—.


¿Entrenarte? ¿Cómo exactamente?

Tragó saliva.

—Quiero saber pelear mejor. Soy un buen asesino, pero podría ser
mejor. Tengo problemas de ira y no sé por qué, al menos sé que lucho con
mi temperamento. Solo estaba pensando, ya que estás aquí, y desde...
supongo que ahora no tengo elección... —su voz se fue apagando.
—Te das cuenta de lo que me estás pidiendo —le dije en voz baja.

—Creo que sí.

—¿Eso crees? —me burlé—. Pensar es lo mismo que vacilar. No


piensas, lo sabes. Si quieres que te entrene, te entrenaré, pero ¿realmente
crees que estás listo? ¿Burlarse de la muerte en su cara? ¿Acabar con la
vida de alguien? ¿Te das cuenta siquiera de la gente inocente que he
despachado de este mundo? ¿Estás listo para hacer eso? ¿Matar a alguien
que no se lo merece? Porque me parece que puedes tener la impresión de
que solo matamos a los malos. —Dejé escapar una risa malvada—. Ya
quisiera.

—Matas a gente inocente.

—Sí. —Asentí—. Punto. Trabajo es trabajo. ¿Pero cabos sueltos? No


dejamos cabos sueltos. Si tenemos una rata y él tiene familia, esposa, hijos,
y sospechamos de ellos... —Me encogí de hombros. Él lo resolvería.

Se quedó callado por un minuto y luego susurró:

—¿Ha sucedido eso antes?

—Más veces de las que me gustaría admitir.

—¿Luca alguna vez dudó?

—Dudó cuando fue necesario. Sabía cronometrar todo, él era….


estratégico.

—Eso. —Dante asintió, sus labios dibujados en una línea sombría—.


Enséñame eso. Matar debe ser la última opción, pero ¿burlar a la gente?
Eso sé que puedo hacerlo.

Un peso se liberó de mis hombros, porque lo último que quería hacer


era enseñarle al hijo de Luca cómo asesinar. ¿Pero ser precavido? Sí, podría
hacer eso con los ojos cerrados.

—Sí.

—¿Qué? —Frunció el ceño.

—Dije sí. Te entrenaré.

Exhaló.
—Gracias.

—No doy abrazos. —Extendí mi mano; la agarró y la estrechó.

—Amigo, abrazo a mi hermana. Eso es todo.

—Que bueno oírlo.

—¿Como está? —preguntó, cambiando de tema.

Y volví a mirar fijamente a la chimenea, alcanzando mi vino, cualquier


cosa para quitarme el revuelo en el estómago.

—Bien.

—¿Podrás amarla alguna vez?

Lo pensé un rato. ¿Podría? No de la forma en que amé a Andi, pero


imaginé que podría aprender a amarla como a una familia, y eso era mejor
que nada.

—Como a una hermana... puedo amarla de esa manera.

—Oye. —Val tocó la pared, anunciando su llegada—. Los tíos se están


reuniendo en la cocina. Hay vino, gritos, ¿y escuché algo sobre Chicago?
¿Pueden venir a ayudarme?

Dante puso los ojos en blanco y se puso de pie.

—¿Cuándo no están peleando?

—Cierto. —Val levantó las manos con inocencia—. Pero nunca pelean
si ya se terminaron tres botellas de vino.

—La chica tiene razón —murmuró Dante mientras pasaba junto a Val.

Sus ojos se clavaron en los míos, la incertidumbre y el dolor cubrieron


cada centímetro de su rostro. Maldición.

Lo había escuchado.

La temida palabra hermana.

Al menos ahora lo sabía.

La protegería con mi vida.


La amaría como a cualquier miembro de la familia.

Pero ella nunca compartiría mi cama.

O tendría mi corazón.
Traducido por Rimed

Ahora estoy muerto. Ahora he escapado.


—Sueño de una Noche de Verano.

Valentina

É
l ni siquiera se disculpó o explicó a sí mismo. Era duro, toda la
situación era dura. Era como si te dijeran que eres bueno, pero
no lo suficiente. Me di cuenta en ese momento, cuando Sergio
me miró fijamente, negándose a retractarse en lo que había dicho de mí
acerca de que yo era como una hermana, de que había sido más que
consentida y protegida. Había estado encerrada en una caja con solo una
ventana mirando hacia el mundo.

Enderecé mi columna y le di media sonrisa a pesar de que no la sentía.

—Si soy tu hermana, eso significa que harás de Dante e irás al cine
conmigo, ¿no es así?

Pareció confundido y extremadamente incómodo.

—Supongo.

—Bien. —Asentí—. Porque realmente quiero ver esta película de terror


y Gio tiene pesadillas, ¡Así que eso significa que te toca!

—¿Quieres que vaya al cine contigo? —repitió, sus hombros cayendo


en derrota.

—¡Sip! —Asentí—. Iré a buscar mi bolso. Los hermanos también pagan


y piden mantequilla extra en las palomitas de maíz, pero hacen parecer que
lo piden para sí mismos, de modo que parece que sigo comiendo saludable
—Hice una pausa para respirar—. También, me gustan los caramelos Sour
PatchKids.
—¿Debería estar anotando esto? —preguntó, con voz derrotada—. ¿O
me lo recordarás cuando lleguemos allá?

—Soda. —Toqué mi barbilla—. Mezclo coca y Dr. Pepper.

—¡Eso es una blasfemia! —jadeó, bromeó y finalmente relajó su


postura, aunque su versión de relajado aún parecía tener un palo en el culo.

—Vivo la vida al límite. ¿Qué puedo decir?

—Rompiendo las reglas. —Dio un paso hacia mí—. ¿Dante se sienta


junto a ti?

—Nop —suspiré—. Se sienta detrás de mí. Así que básicamente eres


como mi guardaespaldas, suertudo.

—¿Así que soy un escudo humano? —preguntó, sus ojos azules


haciendo ese brillo que hacía que mis rodillas se debilitaran.

—¿Crees que puedas manejarlo?

—Haré lo mejor que pueda.

Me di la vuelta y subí corriendo las escaleras.

Cuando volví Sergio ya tenía puesta su chaqueta.

Metí mi teléfono en mi bolso y rápidamente me puse mi chaqueta de


cuero marrón y envolví una bufanda en mi cuello.

—Solo necesito decirles a mis tíos.

—Hecho- —Sergio abrió la puerta—. De nada.

Dudé y luego la atravesé.

—Gr-gracias.

—Entonces… —¿Por qué él tenía que ser tan agradable de ver? Una
breve brisa se elevó, causando que su ondulado cabello azotara sus fuertes
mejillas—. ¿Caminamos o tomamos un taxi?

—Taxi. —Levanté mi mano—. Hace demasiado frío para caminar.

—¿Lo hace?

—Para aquellos que tenemos corazones —dije en voz baja.


Hizo una pausa y luego se echó a reír.

—Mierda, ¿eso fue para molestarme?

Me encogí de hombros al tiempo en que el taxi se detuvo.

—Maldición, y ni siquiera te estás disculpando.

—Fue más como un comentario pasajero en voz baja… —Me subí al


taxi y me deslicé por el frío y gastado asiento de vinilo—. Pero cierto.

Sergio cerró la puerta detrás de él.

—Y aquí yo pensaba que estaba dando una buena impresión.

—Ofreciste matarme si te besaba.

El conductor del taxi frunció el ceño por el espejo retrovisor.

—Está bromeando —le aseguró Sergio.

Me negué a dejarlo salir de eso tan fácilmente.

—También me miras como si quisieras vomitar.

Las fosas nasales del Sr. Taxista se ensancharon.

—Uh. —Sergio rio incómodo—. Solo tengo muchas cosas en la cabeza.

—Tu esposa.

Los ojos del taxista parecían estar a punto de salirse de su cabeza. Sí,
este fue probablemente el mejor entretenimiento que tuvo en todo el día.

—No hablo de eso —dijo Sergio con una voz de deja-el-asunto.

—Tal vez deberías.

—Tengo suficiente dinero para pagar un terapeuta, gracias —dijo


apretando los dientes.

—El dinero no compra la felicidad —respondí.

Sergio lanzó una serie de maldiciones.

—¿Alguien le puso púas a tu leche esta mañana durante el muestra y


cuenta?
—Intolerante a la lactosa.

—Lo siento. Tu bebida Kool-Aid. —Sus ojos se estrecharon—. Es como


si estuvieras intentando hacerme enojar.

Bingo. Sonreí.

—Es curioso, eso es lo que Dante me dice todo el tiempo. Solo piensa
en todas las cosas que te esperan. ¿No es eso lo que dijiste que querías?

Sergio parecía listo para estrangularme.

—No. No creo haber pedido una molesta hermana menor, pero si es


eso lo que estás ofreciendo, por favor no dejes que te detenga. Solo ten en
cuenta, no dudaré en ponerte sobre mi rodilla si te sales de las manos.

En el minuto en que las palabras dejaron su boca, me quedé inmóvil.

Él se quedó inmóvil.

El taxista miraba por el espejo retrovisor unos pequeños agujeros que


parecían hechos por un láser.

Y Sergio se inclinó hacia mí.

Tragué mientras la tensión se arremolinaba a nuestro alrededor.

Me tomó por el mentón y volteó mi cabeza hacia su lado, sus labios


rozando mi oreja.

—Es como si tuvieras un deseo de muerte.

—No lo harías.

Se echó hacia atrás mientras sus dos cejas se elevaban, y luego miró
hacia abajo, como si algo hubiese llamado su atención.

Seguí la dirección de su mirada y dejé escapar un pequeño grito


ahogado cuando una pistola se clavó en mi estómago.

—Ha estado dirigida hacia ti por los últimos cuatro minutos —dijo
Sergio tras una practicada sonrisa—. Voy en serio con lo que dije. Escucha
bien. Mantengo mi palabra. Bésame y se derramará sangre.

—¡E-eres una persona loca! —siseé, empujando su pecho—. ¡Y no iba


a besarte!
—Seguro que no. —Guardó el arma—. De todos modos, buena charla,
¿no? Oh mira, el cine.

Decir que me arrastré fuera del auto como un niño huyendo de su


secuestrador sería una burda subestimación, pero en el minuto en que mis
pies tocaron el pavimento, me detuve.

Mi cuerpo me decía que corriera.

El sujeto había sacado una pistola.

Hacia mí.

¡Ni siquiera veía películas violentas, simplemente entré en pánico y


dije la primera cosa que se me vino a la cabeza!

Y estaba a punto de ir al cine con un tipo que probablemente se


bañaba en sangre todos los días y por lo que parecía, le encantaba.

Temblando, me obligué a respirar profundamente y envolví


fuertemente mi chaqueta sobre mi cuerpo.

Eso era lo que pasaba con hombres como Sergio, o tal vez solo la
lealtad en general. Él había prometido mantenerme a salvo, pero me
preguntaba si esa promesa solo se extendía hasta que fuera un mayor
problema de lo que valía.

Estaba segura, no por lo que yo era para él.

Si no por quién mi padre había sido para él.

Yo no era nada.

Y, sin embargo, una parte de mí todavía anhelaba ser… algo.

Cualquier cosa en realidad.

Patético.

—¿Cambiaste de opinión? —La suave voz de Sergio interrumpió mis


pensamientos. Él era el tipo de hombre que sentías incluso cuando no
hablaba. Su presencia era imposible de ignorar, algo así como su
ridículamente buena apariencia.

¿No se suponía que los tipos de la mafia fueran viejos?


¿Gordos?

¿Fumadores empedernidos que compraban puros cubanos y se


sentaban detrás de grandes escritorios mientras contaban dinero y
ordenaban ataques a gente que los había molestado?

—No —dije, finalmente encontrando mi voz—. Sólo estaba pensando…

—¿Sobre? —Su mano tocó mi espalda, llevándome hacia adelante,


pero sin empujarme, casi como si aún me estuviera dando la opción de decir
no.

Apuré mi paso para no sentir el calor de la punta de sus dedos.

—Palomitas de maíz. —Me volví y le guiñé un ojo, esperando que eso


ocultara el hecho de que mi cuerpo estaba temblando.

Quizás yo era la loca.

Porque él estaba armado.

El hombre estaba armado.

Y no tenía reparos en apuntarme con su arma cada vez que me


acercaba demasiado.

Uh, tendríamos un matrimonio feliz.

Supongo que nunca discutiríamos, ya que me gustaba vivir.

Y ya sabes, respirar.

Sería una mierda no cumplir los veintiún años porque no doblé


correctamente las toallas.

Y de nuevo, me quedé inmóvil.

¿Era él así de neurótico? ¿O era solo la cercanía?

—En una escala del uno al diez… —Estaba orgullosa por la forma en
que mantuve el temblor fuera de mi voz. ¿Por qué estaba tan asustada? Oh,
cierto, porque me había apuntado con un arma, no, presionado una maldita
pistola en mi estómago y lo había hecho con una sonrisa en su rostro—.
¿Qué tan TOC eres?
Se le escapó una risa fácil mientras miraba alrededor del vestíbulo del
cine y luego a mí.

—¿Qué te hace pensar que soy TOC?

—Cosas. —Tragué saliva y luego forcé una sonrisa que no sentía.


¿Cómo se suponía que iba a pasar una película entera sabiendo que él
estaba a una conversación incómoda de perder la compostura?—.
¿Entonces?

—¿Qué puedo conseguirte? —Un adolescente miró a Sergio y luego


sonrió más ampliamente cuando sus ojos cayeron sobre mí.

Inmediatamente, Sergio envolvió un brazo protector a mí alrededor,


básicamente forzando a mi cuerpo a curvarse en su calor.

—Mi esposa y yo queremos dos cubos de palomitas de maíz, dos


paquetes de Sour PatchKids y agua embotellada.

No lo corregí sobre el agua.

—Espera. —Sergio levantó su mano—. Lo siento, Dr. Pepper mezclado


con Coca.

El adolescente arrugó su cara y luego nos llamó. Sus ojos cayeron en


mí de nuevo y otra vez más en la registradora, como si estuviera intentando
no mirar, pero no pudiera evitarlo, lo que era cómico, dado que realmente
no creía que yo fuese algo para quedarse mirando.

Cuando él le devolvió a Sergio su cambio, podría haber jurado que


escuché un gruñido de mi “esposo”.

En respuesta, le quitó los caramelos al niño de las manos con tanta


fuerza que me sorprendió que no saltara sobre el mostrador.

—Es un niño —susurré en voz baja—. No necesitas dispararle a él


también.

Sergio me miró y murmuró una maldición.

—Él estaba mirando.

—Él lucía como que estaba a un proyecto de ciencias de distancia de


resolver el hambre mundial desde el sótano de su madre… difícilmente es el
tipo de chico con el que tendría una cita.
—¿Cita? —Sergio lo dijo tan fuerte que la gente esperando delante de
nosotros para mostrar sus boletos saltó y luego se dio vuelta—. ¿A qué
demonios te refieres con una cita?

Mierda. La había jodido de nuevo.

Mis palmas se pusieron sudorosas mientras mi rostro se entumeció


por el miedo. Independientemente de lo bonito que era para la vista,
finalmente estaba completamente consciente de cuán peligroso era para mí.

Para todos a mí alrededor.

El sudor corría por mi espalda mientras tragaba más gaseosa y me


encogía de hombros.

—Solo quiero decir que él no es mi tipo.

—No jodas, claro que no, porque tú ya no puedes tener un tipo.

—Claro. —Lamí mi labio inferior, pretendiendo no estar asustada,


pretendiendo ser la persona valiente que no llevaba en mí.

Para cuando llegamos dentro de la sala de cine estaba mareada.

Había sido demasiado de una vez.

—Entonces… —La voz de Sergio estaba en mi oído. Salté un pie. Él


frunció el ceño como si no pudiera entender por qué estaba tan nerviosa—.
Dante se sienta detrás de ti, ¿verdad?

—Correcto.

Exhalé en alivió. Me había olvidado. No era una cita. Era un desafío.


Él me había llamado su hermana, por lo tanto, era mi hermano, ¿no? Ja.
Me relajé un poco mientras señalaba un asiento unas filas más atrás y
rápidamente le robé las golosinas de las manos y me hice camino a mi propio
asiento antes de que él pudiera objetar.

Los créditos comenzaron a correr.

Y me encontré a mí misma hundiéndome en la silla.

El cabello en mi nuca se erizó.

Como si estuviera siendo observada, porque lo estaba.


A los diez minutos de la película estaba tan estresada que casi rompo
en lágrimas. Mi espalda estaba hacia él.

¿Eso no era un gran no-no? Mi espalda estaba hacia el tipo con el


arma.

Aunque se suponía que debía protegerme con la pistola, todas las


apuestas estaban cerradas.

El sudor se acumuló en las palmas de mis manos.

La música subió cuando una de las actrices bajó corriendo las


escaleras gritando.

No pude soportarlo.

Y entonces, un cuerpo se sentó junto a mí.

Sergio me dio una mirada suspicaz y luego dejó un asiento entre


nosotros.

Exhalé.

Pero no con alivio.

Al menos sabía dónde estaba.

Y donde estaba el arma, era diestro, así que ahí estaba.

Finalmente me permití a mí misma relajarme lo suficiente para ver la


película cuando vi la mano derecha de Sergio meterse en su chaqueta.

Agarré los reposabrazos de plástico, mis dedos hundiéndose en el


material plástico barato y pegajoso mientras él sacaba algo lentamente.

Se giró.

Y me estremecí tan fuerte que no había duda respecto a lo que pensé


que estaba haciendo.

A pesar de que él había agarrado un celular negro.

El daño estaba hecho.

Todo mi cuerpo se estremeció mientras una gran lágrima escapaba,


intenté limpiarla, pero no fui lo suficientemente rápida.
—L-lo siento. —Lo empujé y corrí.

Pero mi cuerpo estaba demasiado asustado.

Demasiado cansado.

Para llegar muy lejos.

Choqué contra un bote de basura y casi caigo contra la pared cuando


unos brazos fuertes me rodearon y me llevaron a una de las salas que no
estaba proyectando una película.

La oscuridad nos envolvió.

Y una carga eléctrica que me advirtió que huyera —una vez más—,
llenó el aire.

Pero era Sergio.

Así que me quedé.

Porque era esa chica estúpida.

La que creía que todos tenían algo bueno, ¿no?

—Mírame. —El susurro de Sergio era urgente, áspero, mientras


sostenía mi rostro entre sus manos—. Val, mírame.

Sacudí mi cabeza.

—Creo… que simplemente… no lo haré.

—Simplemente no lo harás —repitió suavemente—. Val, por favor.

Lentamente, levanté mis ojos hacia los de él, incapaz de detener el


hecho de que mientras más lo miraba, más se llenaban con grandes, gordas
y feas lágrimas.

—Maldita sea —murmuró y luego me atrajo hacia un fuerte abrazo,


uno que se sentía seguro, aunque ahora lo sabía mejor. Lo sabía mejor.

Intenté alejarme.

Pero no me dejó.

Así que volví mi rostro hacia su pecho.


Era difícil respirar.

Pero al menos no pensaría que estaba intentando besarlo.

A pesar de que en el viaje en auto no había sido así, si algo, él se había


inclinado hacia mí como si fuera a besarme, yo simplemente había
reaccionado a su reacción.

Causa y efecto.

No es que yo hubiera discutido.

—Val… —Sus palabras fueron del inglés al italiano y nuevamente al


inglés mientras se maldecía a sí mismo y a esta vida—. Lo siento.

—¿Por?

—La estupidez no funciona contigo —suspiró—. Y lo digo como un


cumplido… pero por tu bien, lo diré. —Se echó para atrás de modo que su
rostro estuviera a centímetros del mío—. Lamento haberte amenazado en el
taxi, pero sobre todo lamento haberte hecho sentir que no estás segura
conmigo, cuando es exactamente lo contrario. Moriría por ti. Val, una pistola
es todo lo que conozco… —Sacudió su cabeza—. Conocía. Era todo lo que
conocía hasta que alguien me mostró más… a veces, es simplemente más
fácil volver a los viejos hábitos. Es más fácil no pensar.

—Está bien. —Intenté alejarme. Necesitaba escapar.

—Val, ni siquiera estás escuchándome.

—Te oí fuerte y claro. —Intenté parecer convincente—. Lo lamentas y


no debería estar asustada. ¡Lo entiendo! —Me dirigí hacia la puerta.

Bueno, lo intenté, pero él era increíblemente fuerte y me mantuvo


paralizada contra el marco de su enorme cuerpo.

—Puede que hayas escuchado, pero no lo entiendes. —Maldijo otra


vez—. Las palabras… nunca fueron mi fuerte.

—¿No? —Reí nerviosamente, aun intentando alejarme de él—. Porque


fuiste muy claro respecto a tus intenciones la otra noche.

Frunció el ceño.
—Literalmente nunca he tenido a una mujer intentando alejarse de
mí. Nunca. Tampoco estoy acostumbrado a hacer las cosas…
delicadamente.

—Me di cuenta de eso —dije con la boca seca.

—Mierda. —Se pellizcó el puente de la nariz—. Un poco de ayuda por


aquí.

La pantalla en la sala vacía se encendió con una sinopsis, ¿quién


habría dicho que mostraban la película, aunque no hubiera nadie allí?

Una chica corrió por la pantalla en la lluvia y luego se volvió hacia el


chico y gritó: ¿Un beso para hacerlo mejor?

Los ojos de Sergio se abrieron un poco mientras miraba desde la


pantalla hacia mí.

Y sin dudarlo.

Colocó su boca sobre la mía.


Traducido por Wan_TT18 & Manati5b

Amantes a la cama, es casi la hora de las hadas.


—Sueño de una Noche de Verano.

Sergio

Sus labios eran suaves.

Fue su primer beso.

Tenía que serlo.

Porque no estaba haciendo nada.

En absoluto.

Fue como besar una pared blanda.

Una que olía muy bien, demasiado bien.

L
os recuerdos me asaltaron y, finalmente, lamí la comisura de
sus labios. Con un grito ahogado, su boca se abrió. No había
planeado besarla en absoluto, y mucho menos besarla como lo
estaba haciendo.

Pero, maldita sea, no me estaba devolviendo el beso.

Y estaba demostrando un punto.

Y lo estaba arruinando al no responder.

Su suave gemido fue todo lo que necesitaba escuchar y, cuando


presionó sus dedos en mis bíceps, supe que se estaba divirtiendo. Besar a
otra mujer no fue tan doloroso como pensé que sería.

Se sintió diferente.
Pero no estaba mal.

No fue como engañarla.

Por otra parte, estaba demasiado confundido acerca de todo y


demasiado molesto por haberla asustado como para sentir nada más que
alivio de que no estuviera huyendo gritando. Estaba acostumbrado a tratar
con mujeres fuertes. Mujeres que sabían cómo defenderse, incluso
físicamente si era necesario.

Demonios, si le apuntara a Trace con un arma, probablemente ella me


dispararía primero.

Mil se reiría mientras pateaba sus tacones puntiagudos en mi frente,


y Mo me degollaría antes de que pudiera disculparme.

Y Andi.

Andi habría intentado derribarme al suelo y estrangularme.

Val estaba empezando a responder, su lengua tocando tentativamente


la mía, cuando me aparté.

Andi, Andi, Andi.

Qué diablos estaba haciendo.

Val todavía parecía asustada.

Y el beso me había afectado de formas para las que no estaba


preparado.

Mis labios zumbaron mientras mi cuerpo ansiaba la cercanía que


prometían sus suaves curvas.

Maldita sea, era un hombre cambiado. Un hombre que finalmente


supo lo que era tener a alguien con quien compartir los horrores de la vida,
y una mujer que no tuvo más remedio que decirme que sí en el altar.

—Lo siento. —Me disculpé de nuevo—. Solo estaba...

Me negué a dejar que pensara que era más que yo demostrando un


punto, así que eso es exactamente lo que dije:
—Demostrando un punto. ¿Ves? Sin pistola. —Excepto por la que está
en mis pantalones, ¿qué demonios? ¿Cuándo sucedió eso? Mi pene se tensó
contra mis jeans mientras el horror y el asombro se apoderaban de mí.

Con una brusca maldición, indiqué la puerta y murmuré:

—¿Estamos bien?

Con una mirada confusa, Val abrió la boca, se llevó los dedos a los
labios y asintió en silencio. Mechones de cabello oscuro azotaron sus
mejillas, y miré sus labios más de lo necesario. De nuevo. Y luego a su cara,
que fue una muy mala idea, porque estaba mirando la imagen completa, los
labios con los ojos, las mejillas, los inocentes labios cereza en forma de arco.

Maldita sea.

—Excelente. —Simplemente increíble. ¿Cómo diablos me había


excitado un simple beso?

Estaba mal.

Tan horriblemente mal.

Sin embargo, mi cuerpo estaba listo y gritando sobre lo correcto de


todo.

Infierno.

—¿Deberíamos volver a la casa, a menos que quieras ver la película?


—Por favor, no quieras ver la película.

—Casa —dijo con voz ronca—. Ir a casa suena bien.

Nos sentamos a un pie de distancia durante todo el viaje en taxi de


regreso al vecindario, y cuando el auto se detuvo con un chirrido, saltó y
corrió dentro de la casa, cerrando la puerta detrás de ella.

Lo que me dejó en la puerta después de pagarle al conductor.

Sin más remedio que llamar a los chicos y ver si podían encontrarle
sentido al lío que había creado.

—Soy un pedazo de mierda —espeté en el momento en que Tex


respondió con su voz ronca preguntando a quién maté y si necesitaba una
limpieza.
Tex se echó a reír al otro lado del teléfono.

—Esta puede ser mi conversación favorita que hemos tenido. Por favor
continúa. ¿Debería grabar esto? Espera, te estoy poniendo en altavoz.

—¡Hijo de puta! ¡Dijiste que estabas solo!

—Él es el Cappo, miente para ganarse la vida —dijo la divertida voz


de Chase—. Entonces, eres un pedazo de mierda, ¿y...?

El teléfono crujió como si estuvieran jugando a la patata caliente con


él, turnándose para escuchar mi vergüenza.

Es curioso, la rabia ni siquiera estaba presente en ese momento.

Estaba demasiado confundido e irritado para sentir la más mínima


rabia, lo que, si pensaba en ello demasiado tiempo, me inquietaba aún más.

La ira siempre había estado disponible.

Y ahora estaba fuera de alcance.

Por un estúpido beso.

Y las palabras que le siguieron.

Gemí y golpeé mi mano contra las escaleras de cemento, la palma me


escoció cuando pequeños pedazos de cemento se pegaron a mi piel.

—Le apunté con un arma.

—¿Y? —preguntó Nixon.

—¿Tú también? ¿De verdad?

Puse mis ojos en blanco y miré hacia el cielo esperando como el


infierno que Andi estuviera disfrutando del espectáculo. Coge palomitas de
maíz, cariño, está a punto de empeorar mucho. Casi podía escuchar su risa
resonando en el aire.

Y por primera vez en mucho tiempo.

No me hizo querer suicidarme.

¿Progreso?

O tal vez solo locura.


Me quedaría con cualquiera. ¿Ambos?

Sobre la confusión, sentí en la boca del estómago como si acabara de


entrar en un territorio completamente desconocido y perdiera el mapa que
me decía cómo regresar a la zona segura.

—¿Estaba en problemas? —preguntó Chase.

—Si esos Alfero te están dando una mierda, tomaremos el próximo


vuelo. ¡Hijo de puta, lo sabía! —Tex empezó a ladrar órdenes mientras esperé
a que alguien más cuerdo lo interrumpiera.

Naturalmente, la cuerda sería Mo, su esposa, que fue la siguiente en


hablar.

—Espera, ¿le apuntaste a ella con un arma? ¿No por ella?

Silencio.

Miré el teléfono. Sí, todavía conectado. Suspiré.

—En mi defensa, tuvimos un momento. —Oh mierda, que alguien me


dispare y acabe de una vez. ¿Un momento? ¿Seriamente? ¿Tenía dieciocho
años otra vez?

—¡Agh! —gritó Chase—. No jodas, Serg, un momento, ¿eh? Mejor


notifica a la CIA. Mejor aún, bombardea Nueva York. Dios no quiera que
tengas un momento con alguien.

—Te voy a prender fuego la próxima vez que te vea —gruñí—.


Advertencia justa y todo eso.

Chase se rió.

—Perdiendo tu toque, desde la última vez que trataste de lastimarme


usaste el elemento sorpresa, ¿quién es una perra ahora?

—Aún eres tú —le respondí.

—Espera, espera, espera. —Se escuchó otra voz femenina.

Suspiré.

—Hola Mil.
—Ey. —Algo crujió en el otro extremo del teléfono—. Bee también está
aquí.

—Creo que es seguro asumir... —Nixon se rió entre dientes—, que


todos están aquí.

—No jodas —murmuré—. Y mi humillación es completa.

—Seamos los jueces de eso —dijo Tex—. Ahora, le apuntaste con un


arma porque tenías un...

—Momento —terminó Chase por él.

—Correcto. —El bastardo probablemente estaba usando cada gramo


de control que tenía para evitar reírse—. ¿Y entonces le apuntaste con un
arma para asustarla y alejarla de tu... tesoro escondido?

—Tal vez su... —tosió—, tesoro ya no funciona. —Chase se rió


disimuladamente—. Como si estuviera oculto pero ningún mapa puede
encontrarlo... —Se echó a reír—. Serg, sé honesto, ¿alguna vez hubo algún
tesoro en primer lugar? No lo diremos.

—Olvídate de prenderle fuego, voy a dar un disparo de francotirador,


una salida cobarde y todo eso, espero que no te importe.

—Eh. —Chase se rió de nuevo—. Me agacharé.

—Él es bueno en eso —ofreció Mil amablemente mientras Chase


comenzaba a gritar tan fuerte que tuve que quitarme el teléfono de la oreja.

—Realmente no sé por qué llamé —me dije principalmente a mí


mismo—. Solamente estoy tratando de mantenerla alejada, ¿de acuerdo? Mi
esposa acaba de morir. Oh, mira un maldito elefante, creo que le disparé en
el culo. —Solté un suspiro y seguí hablando para no perder los nervios—.
Mira, está bien, estoy aquí por un trabajo, el único problema es que ella es
mi trabajo y, hasta ayer, ni siquiera sabía que existía la mafia fuera de los
programas de televisión.

Me encontré con un silencio absoluto.

—Mierda, ¿hablas en serio? —preguntó Nixon, su voz mezclada con


incredulidad—. Quiero decir, asumimos que al menos no sería ignorante.
—Trabaja en una floristería —interrumpí todo lo que iba a decir. —¡Y
pensó que era un programa de cámara oculta! Y luego me acusó de ser un
usurero.

—Ja, si el zapato te queda —murmuró Chase.

—Espera —dijo Bee—. ¿Qué tiene esto que ver con el beso?

—¡Presta atención! —espetó Phoenix—. Tuvieron un momento y él


entró en pánico porque ella es inocente.

—Más o menos. —Fruncí el ceño. ¿Fue por eso que me asuste?—. Más
bien, entré en pánico porque no la quiero, así no.

Se sintió mal decir esas palabras en voz alta.

Como si la estuviera lastimando a pesar de que ni siquiera estaba allí.

Pero no podía quererla.

Así no.

Y no podía darle nada de lo que se merecía.

Pero al menos podía cumplir una promesa. ¿Cierto?

—Duro —tosió Tex—. Entonces después del arma, ¿Qué hicieron


ustedes?

—Miramos una película. —Bien podría contarles todo—. Y me di


cuenta de que no podía mirarme sin temblar, así que trate de aligerar las
cosas y pedí una señal, ya saben, porque claramente estoy perdiendo la
cordura, y apareció un preludio de un beso y hacer las cosas mejor, así que
simplemente… fui a por ello.

—¿Y cuando dices que lo hiciste? —La voz de Tex tenía diversión.

—La besé, y la forcé a que me besara de vuelta, luego le dije que era
para probar un punto, y me cerró de golpe la puerta del auto y la puerta de
la casa en mi cara, y ahora me estoy congelando sentado en el cemento
hablando con ustedes bastardos, sin ofender chicas, y muy probablemente
cumpliendo el sueño de toda la vida de Chase al permitirle interpretar al Dr.
Phil.

—Amo a este tipo, es un genio —susurró Chase con reverencia.


—Tex, digo esto con toda seriedad, ven aquí y dame un tiro en la
cabeza, será más fácil de esa forma. Por favor.

—¡Está bien! —contestó Tex. Los gritos siguieron cuando más ruido
hizo imposible sostener el teléfono en mi cabeza—. ¡Qué! —gritó Tex sobre
la caída de los platos y el estrepito—. ¡Dijo por favor! ¡Nunca dice por favor!
¡Está desesperado! ¡Mo, bájate! —Mo empezó a gritar en italiano mientras
Tex preguntaba—. ¿Cómo lo quieres?

—Oh, no soy quisquilloso, cabeza, salida limpia, ya sabes, lo de


siempre.

—¿Así que quieres lucir bien para el funeral? Genial.

Tex sonaba terriblemente emocionado de poder terminar con mi vida.


Luego entonces, había estado esperando durante años, desde que
básicamente le hice creer que me había acostado con su esposa antes de
que estuvieran juntos, pero Tex nunca había sido bueno perdonando
heridas viejas, sin importar lo feliz que estaba actualmente.

—Nadie matará a nadie —dijo Nixon con voz tranquila—. Mira Sergio,
¿has pensado quizás en… más delicadeza en esta situación?

—¡Ah! —Trace se echó a reír—. Oh, lo siento cariño, continua, habla


con Sergio sobre delicadeza, soy toda oídos.

No pude evitar sonreír. Nixon era la última persona que debería estar
hablando de algún tipo de romance. El hombre pensaba primero en su arma.
Siempre primero.

—Miren, fue un error haberles marcado chichos. Yo solo… —No


terminé lo que iba a decir; tal vez el silencio fue todo lo que se necesitó para
transmitir el mensaje.

Porque al final del día, eran familia.

Cuando Andi murió.

Los chicos lloraron conmigo.

Cuando necesité ayuda para el funeral, ellos saltaron para asegurarse


de que tenía todo lo que necesitaba.

Y cuando no quería salir de la cama, fue Phoenix quien pateó mi


trasero y me dijo que saliéramos a correr.
Sin ellos, probablemente estaría muerto.

Porque ya me sentía medio muerto, y habían hecho todo lo que estaba


a su alcance para devolverme una nueva vida.

—Gracias —dije finalmente—. Creo que seguiré avanzando.

—Tal vez. —Nixon suspiró—. Intenta no apuntar con un arma a una


chica que no está acostumbrada a la violencia.

—Sin violencia. —Tex se rio—. ¿Entiendes siquiera como usar las


palabras?

—Muy gracioso. —Puse los ojos en blanco—. Muy bien, me voy a


enfrentar al pelotón de fusilamiento también conocido como los tíos Alfero.
Deséenme suerte.

—Esos bastardos son tipos grandes, no dejes que esos cojos te


engañen —agregó Tex.

—Podría haber usado ese consejo ayer cuando casi me sacan los tres,
¡gracias por la ayuda!

—¡Te peleaste! —se quejó Chase—. Es tan aburrido aquí.

—Sí, bueno… —Miré hacia el edificio de ladrillo—. Al menos no te


obligan a casarte con una niña.

—Me casé con Mil, así que… —No terminó. Supuse que ella lo golpeó
en las bolas.

Riéndome con ellos por primera vez en un tiempo, colgué el teléfono y


alcancé la puerta mosquitera, solo para tenerla abierta antes de tener la
oportunidad.

—Tienes la horrible costumbre de escuchar a escondidas. —Deslicé


mi teléfono en mi bolsillo y crucé mis brazos mientras Val miraba.

—Y tienes la mala costumbre de decirle a los demás constantemente


cuánto me odias.

—No es odio —le respondí—. Créeme, conozco el odio. No tienes ni


idea de lo que significa esa palabra, así que agradecería que no la usaras
como si lo hicieras.

—Te odio —dijo en voz baja—. Realmente lo hago.


—No, no es así. —Traté de alcanzarla, pero se hizo hacia atrás—. Tus
sentimientos solo están heridos, tal vez tu orgullo, pero lo superarás.

—Tienes razón. —Sacudió su cabeza—. Apestas con las palabras.

Sonreí.

—Nos casamos en menos de dos días. Tienes dos días más de libertad.

—¿Y qué tendré contigo? —preguntó Val—. ¿Una sentencia de


prisión?

—¿Una vida conmigo?

Miré hacia abajo mientras la ira resurgía, porque tenía razón en


odiarme, aunque no tenía idea de cuánto podía odiar un humano algo:
odiaba el cáncer, nunca podría odiar a una persona, no importa cuánto lo
intentara, odiaba cosas que destruían a la gente, no a la persona misma.

La humanidad era demasiado frágil.

Odiar.

Y me molestó que arrojara algo con ligereza sin darse cuenta del poder
detrás de su intensidad, su verdad.

Era joven.

Ingenua.

¿Pero quién era yo para juzgar su odio?

Nadie.

Solo su futuro esposo.

—Dos días —lo dije de nuevo, tal vez para los dos—. Y luego eres mía,
y ¿todo este asunto del odio? Entonces termina.

—¿Quién lo dice?

Di un paso amenazante en su dirección y extendí la mano hacia mi


chaqueta, no saqué mi arma, pero la amenaza estaba ahí.

—Yo lo digo.

Su labio inferior tembló.


Mierda. Los viejos hábitos difícilmente morían.

Con un grito, pasó a mi lado y corrió escaleras arriba hasta su


habitación, la puerta se cerró de golpe, tirando una imagen al suelo a mis
pies.

Un paso adelante.

Veinte pasos atrás.

Debido a mi incapacidad para conectar la herida, el dolor, la


confusión, la ansiedad, no pude vincular los sentimientos y darles sentido.

Así que no cumplí.

A lo que hizo.

Mi entumecimiento.

Mi coraje. Y por primera vez esa tarde… una vez más sentí el dulce
consuelo de la nada.

Solo que esta vez…

Lo odiaba.

Odio.

Una palabra fuerte.

Demasiado fuerte para mis labios.

Y así, pensé en Andi y su incapacidad para odiar cualquier cosa,


incluso lo feo. Porque para ella, hasta lo feo era hermoso.

Necesitaba encontrar belleza en mi situación.

En cambio, todo lo que vi fue el reflejo de lo feo, el profundo abismo


de la desesperación, que nada en mi vida, o en la de Val, volvería a ser lo
mismo.

Por decisiones tomadas hace mucho tiempo.

Ya estábamos… muertos.

Girando en un mar de odio sin fin.


Odiaba algo más que el cáncer.

Odiaba las palabras.

Odiaba los contratos.

Odiaba la situación.

Pero sobre todo, odiaba que ella nunca me mirara de la forma en que
secretamente anhelaba, con lo opuesto al odio, el amor.
Traducido por Vanemm08

Cuanto más odio, más me sigue.


—Sueño de una Noche de Verano

Valentina
No lloraría.

No por él.

Fueron dos veces.

D
os veces en un día en que había dicho que pensaba en mí
como una niña o como su hermana, y se lo estaba diciendo
a otras personas, conscientemente repitiendo las palabras
en voz alta una y otra vez, sin darse cuenta de que estaba al alcance del
oído.

Las palabras dolieron mucho.

Más ahora, porque me había besado.

Me había besado.

No hice nada, porque estaba aterrorizada de moverme, asustada de


que sacara un cuchillo, o peor aún, que cambiara de opinión.

Sus labios habían sido muy suaves, dóciles, y si era completamente


honesta conmigo misma, malvados, como si supiera cómo complacer a las
mujeres. Había estado a un beso, a una caricia de explotar bajo su toque.

Era así de fácil.


Y luego, justamente cuando estaba comenzando a presionar su duro
cuerpo contra mí, se echó hacia atrás y murmuró algo sobre probar un
punto.

Estaba tan avergonzada que quería llorar.

Rechazada de nuevo.

Preferiría que me odiara antes que darme pequeños destellos del


hombre que pensaba que podía ser solo para esconderlos de nuevo. Prefería
que me dejara malditamente sola.

En cambio, me sentía como un juguete.

Un juguete con el que era conveniente jugar cuando finalmente estaba


de humor para dejar caer sus propias barreras.

Ni siquiera sé cuánto tiempo estuve sentada en mi habitación.

Queriendo creer que realmente lo odiaba, pero sabiendo que era inútil
al final. Sabiendo que necesitaba ser madura, aceptar el destino, casarme
con el chico y seguir adelante con mi vida.

Vida. Huh, lo que sea que eso signifique.

Mis tíos me dieron los siguientes dos días libres a petición mía.

No me habían preguntado por la película.

Pero sí preguntaron dónde estaba Sergio.

Negocios, estos días siempre eran negocios. Fui a buscarlo solo para
escucharlo reírse por que se casaría con una niña.

Miré mi ropa.

Nada de lo que vestía era femenino.

Tal vez ese era el problema.

Estaba en jeans y una camiseta, difícilmente sexy.

¿Era eso lo que quería?

Si tan solo pudiera ver cómo era su esposa, tal vez ayudaría. Hice una
mueca. O tal vez me llenaría de una cantidad insana de celos que haría que
me escondiera debajo de mi cama durante las próximas horas y me cortara
las muñecas.

Apuesto a que era hermosa.

Justo como él.

Me mataba un poco saber que siempre me compararía con una mujer


con la que nunca estaría a la altura.

¿Cómo era eso justo?

Un golpe sonó en mi puerta.

—¿Quién es?

Si era Sergio, iba a perder la cabeza.

—Dante.

—Adelante. Siempre lo haces de todas formas —me quejé, secándome


las mejillas y luego pellizcándomelas para asegurarme de que no me veía
tan horrible como me sentía.

Dante entró en la habitación con un paquete en sus manos. Estaba


frunciendo el ceño, lo envejecía, y al mismo tiempo, me hizo consciente del
peso que había estado cargando todos estos años.

—¿Qué es eso? —traté de mantener la voz alegre; lo último que


necesitaba era que siguiera llevando la carga por sí mismo.

Dante arrojó la caja en mi dirección.

—No tengo idea, es de Neiman Marcus. ¿Fuiste de compras?

Me reí.

—Si claro, como si pudiera pagar algo de Neiman Marcus.

No dijo nada. Lo que era raro.

—¿Dante?

—¿Hmm? —Levantó la cabeza de golpe. Tenía la mandíbula


inflamada—. ¿Estás bien?
—Sí, solo… estoy cansado. —Fingió un bostezo, el pequeño mentiroso,
y luego comenzó a retroceder lentamente para salir de la habitación—. Oh,
oye, ¿Cómo estuvo la película?

Tragué el grosor en mi garganta mientras aumentaba la distancia


entre mi gemelo y yo, pero, tal vez siempre había estado ahí, simplemente
me lo ocultó para evitar que me preocupara.

Él era todo lo que tenía.

Mis tíos y él.

Y ahora sentía como si no tuviera a nadie.

—Bien —mentí—. Fue… asombrosa.

Ni siquiera recordaba a qué película fuimos.

—Qué bien, hermana —exhaló con alivio—. Mereces ser feliz.

—Tú también.

—¿Qué te hace pensar qué no lo soy? —chasqueó.

—No dije eso. —¿Qué nos estaba pasando? A mi familia—. Tienes


razón, pareces cansado, ve a acostarte.

Murmuró algo en voz baja y cerró la puerta detrás de él mientras me


tragaba las últimas lágrimas y miraba la caja marrón.

La curiosidad se apoderó de mí y mientras abría una parte de la caja


entré en pánico. ¿Había una bomba adentro? ¡Santa mierda! ¡Las cajas
siempre tenían bombas! Con un chillido, lo arrojé al suelo y subí los pies
sobre la cama, como si de alguna manera eso fuera a evitar que me mataran.

La puerta se abrió de golpe cuando Sergio hizo una entrada de héroe.


Con su arma en el aire, gritó:

—¿Qué pasó? ¿Estás herida? ¿Hay alguien aquí?

Repentinamente sintiéndome estúpida y terriblemente avergonzada,


traté de pensar en una mentira, pero ¿qué iba a decir? Lo siento, ¿grité por
qué creí ver una araña?

—Vas a pensar que es estúpido. —Un rubor bailó por mis mejillas.
—Pruébame. —Sus ojos se entrecerraron mientras ponía el seguro en
su arma y la metía en la cinturilla en la parte de atrás de sus jeans.

Señalé la caja.

—No ordené nada de Neiman Marcus, y esa caja estaba dirigida a mí


y… simplemente entré en pánico.

Sergio se acercó lentamente a la caja y la recogió.

—¿Puedo preguntar por qué?

Sí, él iba a pensar que era una idiota.

—Bueno, ¿qué las bombas no vienen en cajas?

Afortunadamente, no se echó a reír; en cambio, le sonrió a la caja en


sus manos y le dio una fuerte sacudida.

—¡No! —Corrí hacía él, luego le arrebaté la caja de las manos—.


¡Podría ser como, munición real!

—¿Munición real? —repitió, ampliando su sonrisa—. ¿En una caja?

—¡Sí! —Puse mis manos en mis caderas—. Ya sabes cómo… cables


y… esas cosas.

—¿Cables y esas cosas? —Sus cejas se fruncieron—. ¿Es con eso con
lo que hacen las bombas hoy en día?

Me rasqué la parte de atrás de mi cabeza.

—Sí.

—¿Estás segura?

—Absolutamente. —Lo que sea, me mantenía firme, incluso si estaba


equivocada; lo mantendría hasta el final.

—O… —Sergio se arrodilló y recogió la caja—. Podría ser simplemente


un regalo.

—¿Cómo se ve la diferencia?

Me entregó la caja.
—Vive en el lado salvaje, Val. —Se puso de pie en toda su altura—.
Además, ¿realmente crees, que después de todos estos años, dejaríamos que
una caja de Neiman Marcus nos acabara?

Suspiré, y algo de mi tensión disminuyó.

—El hombre tiene un punto.

Se rió entre dientes.

—Val, solo ábrelo. Esperaré por si acaso.

—¿Lo prometes? —Me gustaba así, me hacía olvidar que era un


horrible ser humano, me hacía olvidar el odio… Cuando sonreía.

—Sí. —Sacó un cuchillo y lo presionó contra la tapa—. ¿Alguna última


palabra?

—Oklahoma.

Sergio alejó su cuchillo.

—¿Qué clase de última palabra es esa?

—¡Se me escapó! —dije a la defensiva, y miré hacia abajo—. Y era mi


palabra de seguridad cuando era pequeña… ya sabes, como cuando te
asustabas, y estabas a salvo… —Fruncí el ceño—. ¿Por qué te estás riendo?
¡Esto es serio!

—Santa mierda. ¿Realmente sabes lo que significa una palabra de


seguridad?

—Sí —asentí lentamente—. Es como una palabra que usas cuando


estás en problemas. ¡Por qué te sigues burlando de mí!

Se echó a reír apretándose el estómago.

Sentí su risa en todas partes.

Y supe que era un momento que te cambiaba la vida, escuchar a


Sergio reír, escucharlo reír de verdad.

Muchas personas como él vivían sus vidas en la oscuridad por tanto


tiempo que se olvidaban lo que significa perderse completamente en la
locura o el humor del momento. Tal vez en la oscuridad muchos de nosotros
esperábamos algo que nos hiciera sentir, algo que nos hiciera reír.
—Está bien, ¿por qué es tan gracioso?

—Olvídalo. —Parecía que Sergio había recuperado el control—.


Adelante, abre la caja.

—Le preguntaré a Dante. —Caminé hacia la puerta.

—¡Y una mierda que lo harás! —Sergio corrió detrás de mí y bloqueó


la puerta—. Si mencionas palabra de seguridad cerca de Dante, nunca lo
olvidarás. Puedo prometerte eso.

El calor se apoderó de mi rostro de nuevo, y supe que me estaba


poniendo roja, pero no estaba segura de por qué.

—Está bien, de acuerdo, entonces dime cual es el significado real y


solo para tu información, ¡también tengo razón!

—Es cierto… algo así.

Lamió sus labios llenos, y sonrió brillantemente, como si fuera el


mejor día de su vida. Sus ojos vagaron por la habitación, hasta que localizó
lo que necesitaba. Alcanzó un pedazo de cuerda que convertí en una pulsera,
y rápidamente agarró mis manos. Antes de que me diera cuenta de lo que
estaba haciendo, había atado la cuerda alrededor de mis muñecas.

—Um, ¿qué estás haciendo?

—Presta atención —susurró, apretó los labios mientras apretaba la


cuerda y luego me tiraba contra su cuerpo. Me tambaleé un poco mientras
me empujaba suavemente hacia la cama.

Confundida miré a mí alrededor.

—Estoy atada.

—Cierto. —Asintió, cruzando sus brazos—. ¿Recuerdas tu palabra de


seguridad?

Miré hacia abajo.

—Oklahoma.

Una sonrisa salvaje torció sus labios.

—Bien. Ahora, solo puedes decirla, si lo dices en serio.


—¿Está bien? —mi voz tembló.

Creerías que acababa de decir el chiste más divertido de todos los


tiempos. Estalló en carcajadas y luego se volteó con una floritura y se sacó
la camiseta por la cabeza.

Dejé escapar un jadeo.

Me saludaron tantos músculos que mi visión se volvió borrosa.

Mis palmas juntas, creaban un sudor húmedo que corría entre mis
muñecas. La vista de mis manos atadas casi me hizo desmayarme en mi
propia cama.

Caminó hacia mí, su musculoso cuerpo se movía con una precisión


de la que solo había leído.

Cuando estuvo frente a mí, se arrodilló, luego me levantó y con un


gruñido me volteó sobre mi estómago, presionando su cuerpo contra mi
espalda, sus labios me hicieron cosquillas en el borde de la oreja.

—Palabra de seguridad… ¿lo entiendes? Estás atada. Tu palabra de


seguridad es lo que dices cuando estás asustada durante… BDSM.

—¿BDSM? —repetí, mi cerebro no estaba exactamente funcionando


ya que tenía casi doscientas libras de músculo presionado contra mi trasero.

—Bondage… —susurró, su respiración abanicando mi piel—.


Disciplina… —rozó su nariz contra mi cuello e inhaló profundamente—.
Sumisión…

Me quedé sin aliento.

—Oh. ¡OH! —Era tan estúpida—. Palabra de seguridad.

—Ahora puedes decirla. —Rió oscuramente.

Mi corazón se aceleró.

—¿Qué pasa si no estoy asustada?

Suspiró, su peso presionando fuertemente contra mí.

—Deberías estarlo.

—¿Por qué?
—No sería bueno para ti…

—Y aún así, estamos atascados juntos.

—Lo estamos.

No se movió.

Estaba asustada de respirar.

—Abre tu regalo, Val, y si gritas Oklahoma, debes saber que vendré


corriendo, pero prepárate para responder si todavía estás viva; me tomo las
palabras de seguridad muy, muy en serio y no querrás darme la impresión
de que estás dispuesta a estar a mi merced.

Se alejó, sus manos rápidamente desataron mis muñecas. Sin decir


una palabra, se puso la camisa y salió de la habitación cerrando la puerta
suavemente detrás de él.

Mientras tanto, ni siquiera podía recordar mi propio cumpleaños.

Porque podía hablar mucho.

Pero acababa de revelar una grieta en su armadura, en su exterior


duro.

Todavía era un hombre.

Eso había sido evidente cuando se apretó contra mí… todo hombre.
Era todo un hombre.
Traducido por NaomiiMora

Cuando en ese momento, Titania se despertó, y enseguida


se enamoró de un asno.
—Sueño de una Noche de Verano.

Sergio

N
i siquiera estaba seguro de cómo llegué a la cocina
caminando en línea recta.

¿Qué diablos había estado pensando?

¡Había atado a una chica inocente!

Y casi... la besé. De nuevo. Solo que esta vez no fue para probar nada
más que se sentía bien, y yo quería el bien con todas mis fuerzas.

Estaba tan cansado de sentirme triste y enojado.

Pero ella me había hecho reír.

De hecho reírme tanto que se me llenaron los ojos de lágrimas.

Y como un recuerdo perdido hace mucho tiempo, surgió ese pequeño


sentimiento de rectitud, mostrándome que sí, era posible ser feliz y que tal
vez, solo tal vez, estaba bien.

Pero mi felicidad no duró mucho, ya que la discusión estalló en la


cocina en el momento en que estuve al alcance de mi oído.

—¿Qué está pasando? —pregunté con voz tranquila.

Gio parecía preocupado mientras Papi y Frank continuaban


discutiendo. Sal puso una nota en mi mano.

Frunciendo el ceño, la miré.


—La dinastía muere con los gemelos —leí en voz alta—. O los matamos
nosotros mismos. Su elección.

Justo cuando las cosas se estaban calmando.

Golpeé la nota sobre la mesa.

—¿De dónde has sacado esto?

Sal negó con la cabeza.

—Estaba en una caja.

Mmm, no vi venir eso.

—Con el anillo de sello de los Alfero quemado contra una mano


carbonizada —añadió Frank, girando su propio anillo de metal alrededor del
dedo de su mano izquierda. Cada jefe tenía un escudo que demostraba de
qué familia eran; los anillos tenían poder porque tenían la bendición del jefe.

—Dramático. —Suspiré, tomando asiento—. Frank, ¿alguno de tus


hombres ha perdido la cabeza últimamente?

Tomó un largo sorbo de vino.

—Hace años, la familia se dividió, todavía tengo el control, pero hubo


algunos que... pude haber molestado.

Sal tosió y Gio hizo la señal de la cruz con la mano sobre el pecho.

—¿Qué tan molestos estamos hablando? —pregunté a la mesa.

—Hay algunos en Nueva York que se sienten menospreciados, como


si hubieran sido expulsados de la Familia en el momento en que Frank se
escondió… pero si tuviera que adivinar… —Sal miró a cada uno de los
hombres—. Yo diría que es Xavier quien se sentiría… despreciado. Después
de todo, él dirigió la mayoría de las cosas mientras Frank estaba escondido.

—Xavier puede pudrirse en el infierno. —Frank golpeó la mesa con el


puño.

Dante y yo compartimos una mirada antes de gritar.

—Bueno, ¿quién diablos es él?


—No italiano. —Sal escupió al suelo y luego golpeó el suelo con el pie—
. Maldito hombre.

—¿No usaste a tu propia familia? —Fruncí el ceño—. ¿Qué diablos


estabas pensando?

—Estaba pensando que no tenía a nadie en quien confiar en ese


momento, así que confié en Xavier, me negué a confiar en la sangre. La
sangre me había traicionado. Esta… esta decisión fue estrictamente
empresarial.

—Frank…

—Ruso. —Frank desvió la mirada—. Es ruso.

—Dios me libre de más rusos. —Me limpié la cara con las manos—.
¿Nikolai lo sabe?

Papi golpeó la mesa con las manos.

—¿Has estado haciendo negocios con El Doctor?

—También le salvó la vida algunas veces —agregué—. Así que dejaría


de tirar piedras. Es un buen hombre.

—Es un hombre peligroso. —Papi hizo otro otra cruz.

—Nikolai sabe lo que necesita saber. El caso es que si a Xavier se le


dio una copia del escudo de Alfero, el anillo, mi anillo, para tomar decisiones.
Si todavía lo está usando...

Levanté mi mano.

—Sí, lo tengo, si todavía está usando algo de tu poder como tú,


podríamos estar sin suerte. Excelente. Sólo. Excelente. ¿Y me ibas a decir
esto cuándo?

—Tenía mis sospechas, pero... —Extendió las manos y se encogió de


hombros.

—Si tiene la intención de matar a Dante y Val, eso significa que


también vendrá por ti. —Miré a Frank—. Y por mí.

No dijo nada.
—Solo otro día en la vida. —Negué con la cabeza—. Bueno, lo primero
es lo primero, mantenemos a los gemelos a salvo y luego lidiamos con la
amenaza como siempre. —Tomé mi teléfono.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Sal.

—Lo que Frank debería haber hecho en el momento en que se enteró.


—Miré a Frank con un poco de irritación—. Llamando al Cappo.

—Dulce Madre. —Papi comenzó a murmurar oraciones—. ¿Campisi?

—¿Tex? —grité en el teléfono—. Necesito a los cinco juntos. Ahora.

—Unidos. ¿En un lugar?

—Nueva York. Los necesito a todos aquí. Ahora. Tenemos que asustar
a algunas personas.

Rió oscuramente.

—Serg, me alegraste el día dos veces. ¿Cómo podré pagarte?

—No te metas en un accidente de avión.

—Ja.

—Y no me dispares.

No dijo nada.

—Tex.

—Bien. —Dejó escapar un profundo suspiro—. Organizaremos un


vuelo nocturno justo a tiempo para la misa.

—Bendícenos Padre... —susurré en voz baja—. Todos nosotros en


misa tiene que ser un pecado.

Papi seguía rezando, Sal se había unido y Frank parecía más divertido
que enojado porque había pasado por encima de él.
Traducido por Vanemm08

...Y no pienses más en los accidentes de esta noche, sino en la feroz


aflicción de un sueño.
—Sueño de una Noche de Verano.

Valentina
Lo abrí.

No había una bomba.

P
ero había una tarjeta. Estaba mecanografiada, por lo que era
imposible descifrar si la letra habría sido más femenina o
masculina.

Las instrucciones eran sencillas. Extrañas, pero sencillas.

Era casi como si tuviera un hada madrina, ya sabes si ese tipo de


cosas existieran. Por otra parte, hace unos días ni siquiera sabía que la
mafia estaba viva y bien.

Releí las instrucciones nuevamente.

Lee la siguiente carta, antes de abrir el resto de la caja.

Las únicas cartas que tenía eran las de la caja de seguridad, así que
quienquiera que hubiera arreglado todo esto había tenido un montón de
trabajo.

Con un suspiro, saqué las cartas de debajo de mi colchón y agarré la


carta de ese día.

Los príncipes, como las bestias, están destinados a estar en el lado


salvaje. Permíteles dar rienda suelta a su furia, porque su furia es lo que
mantiene a la princesa a salvo junto con el resto de la tierra. Pero siempre hay
tiempo para la ternura. Porque la fiereza del príncipe debe ir acompañada de
su ternura y su amor por la mujer que desea. Pero, ¿cómo se puede tentar a
un príncipe de corazón frío? Uno tan roto. ¿Uno tan confundido que ni siquiera
está seguro de querer que lo arreglen? Fácil. Ella se pone un vestido. Y gira.

Tu vestido de novia.

Algo viejo.

Algo nuevo.

Algo prestado… él es más que un préstamo.

Algo azul.

Bendiciones en tu día especial, Val.

¿Quién era esta persona? Tenía que ser alguien a quien conociera.
Nada más tenía sentido. Tenía demasiada curiosidad como para no abrir el
resto de la caja. Rompí el papel de seda y jadeé.

El sencillo vestido blanco era absolutamente hermoso. Las etiquetas


todavía estaban en él. Estuve a punto de sufrir un infarto cuando vi la marca
y los signos de dólar detrás. ¿Quién pagó más de seis mil dólares por un
vestido que solo se usaría una vez? ¿Y quién me compraría uno a mí?

Algo sobre sostener el satén blanco en mis manos se sentía mal.

Como si fuera el vestido de otra persona.

Y yo era una triste impostora de quien debería haberlo usado.

Quité otra capa de papel seda.

Los zapatos parecían gastados, pero solo un poco; eran de un blanco


plateado, con un tacón puntiagudo. Las manchas de hierba y suciedad se
notaban en el tacón, pero escasamente. Frunciendo el ceño, recogí un trozo
de hierba y la examiné.

¿Los zapatos todavía tenían hierba? Como si hubieran estado en un


campo o algo así. Un trozo de tela de satén azul estaba cosido en la punta.

¿Tal vez ese era mi algo viejo y azul?

El último objeto era aún más extraño.

Un bate de béisbol.
¿En serio?

Había una nota pegada a él. Créeme, necesitarás esto.

Estaba aún más confundida que cuando empecé.

Me dolía la cabeza por el largo día que había tenido.

Y mi reloj parecía gritar cada segundo que pasaba como si recordara


que solo tenía dos días hasta que Sergio y yo dijéramos acepto.

Temblando, guardé todos los regalos en la caja y me metí en la cama.


Quizás algún día las pistas tendrían sentido, pero ¿esta noche?
Simplemente me hicieron desear tener un hada madrina que me llevara lejos
y me dijera que todo iba a estar bien.

Con un suspiro, cerré los ojos y traté de ponerme en una posición


cómoda. Unos veinte minutos después mi cuerpo finalmente se relajó en el
colchón.

Inhalé profundamente y luego me quedé rígida cuando el sonido de


algo raspando el exterior de mi ventana me paralizó de miedo.

Era mi imaginación.

Tenía que serlo.

Pero los arañazos continuaron.

Lentamente, bajé la mano hacia el lado de la cama donde estaba la


caja. Mis dedos buscaron el bate, pero mis manos estaban vacías.

El terror se apoderó de mí cuando los arañazos se detuvieron solo


para ser reemplazados por algo que abrió mi ventana.

Una ráfaga de viento me golpeó con toda su fuerza.

Iba a morir si no encontraba ese bate y corría.

Finalmente, mis dedos lo agarraron, con un grito, lo agité en el aire y


corrí hacia la puerta.

Una figura vestida de negro me persiguió.

Una mano enguantada de cuero me tapó la boca cubriendo mi grito.


Golpeé el bate detrás de mí, entrando en contacto con el cuerpo del
intruso, y seguí golpeando hasta que la puerta se abrió de golpe.

El intruso tropezó y corrió hacia la ventana.

—No lo creo. —Sergio agarró al tipo por la parte de atrás de su camisa


y lo arrojó contra la puerta. Se tambaleó.

Una máscara negra cubría su cara y boca, incluso sus ojos estaban
cubiertos.

Sergio estiró su cuello y traqueó antes de exhalar, luego se tomó su


tiempo para acercarse al tipo antes de patearlo en el costado.

Juro que escuché el sonido de un hueso quebrándose.

Aterrada, volví a la cama a trompicones, tratando de alejarme lo más


posible de ellos, pero mis piernas se enredaron en las sábanas, atrapándome
en el lugar.

Crujido.

Otro sonido vino del cuerpo del hombre mientras Sergio seguía
pateándolo.

Y luego se inclinó y le quitó la máscara.

El hombre le escupió a Sergio.

Sergio pronunció: Mala elección, antes de darle un puñetazo en la


mandíbula, la sangre brotó por todas partes. No se parecía en nada a lo que
había visto en la televisión.

Era más desordenado.

Y escandaloso.

Tan escandaloso.

Podía escucharlo golpeándolo, rompiéndose, el olor metálico de la


sangre llenó la habitación mientras Frank atravesaba la puerta seguido por
mis tíos y finalmente Dante.

—¿Lo reconoces? —preguntó Sergio con voz indiferente.

—No —dijo Frank—. ¿Tú?


Sergio negó con la cabeza.

Sal, Papi y Gio intercambiaron miradas preocupadas antes de que el


hombre tomara un cuchillo y se lanzara hacia Frank.

Sergio estaba sobre él en segundos, usando el propio cuchillo del tipo


contra él y apuñalándolo en la garganta, luego con un rápido movimiento de
sus manos, rompió su cuello por la mitad.

Cayó al suelo en un charco de sangre.

Y ahí fue cuando comencé a gritar.

Con una maldición, Dante estaba a mi lado, tirándome en sus brazos,


pero no quería a Dante. Ya no era mi consuelo. Bien podría haber estado
abrazada a una pared en lugar de a mi gemelo.

No sabía a quién quería.

¿A nadie?

Tal vez solo necesitaba estar sola.

Pude tomar una respiración profunda y dejar de gritar, lo cual fue


bueno, porque lo único más aterrador que el grito de otra persona, era
escuchar el tuyo pero no registrar que es tu voz hasta unos minutos más
tarde.

—Shh, Val, está bien, estás a salvo —susurró Dante alcanzando mi


cuerpo de nuevo.

—¡Claramente! — ¿Quién estaba gritando? Yo no. Nunca gritaba. No


era de ese tipo. ¡Pero aquí estaba, perdiendo la cabeza!—. ¿Estaba segura
hace diez minutos?

Nadie me miraba a los ojos.

—¿Cómo es que lo escucharon entrar?

De nuevo sin contacto visual.

—Estaba preocupado —susurró Sergio—. Ha habido algunas


amenazas veladas, así que venía a revisar tu ventana cuando...

—...me salvaste la vida —terminé por él, sin querer romper el


contacto visual que teníamos.
No asintió ni reconoció el hecho de que acababa de hacer algo muy
heroico.

No es que romperle el cuello a un hombre hacía que ganara una


medalla o algo así.

Lo que trajo un problema completamente diferente.

Comencé a hiperventilar.

—¿Y la policía? Tenemos que llamar a la policía y…

Frank se rió. Mi tío se burló de mí y luego se puso serio.

—Lo siento, ha pasado un tiempo desde que he estado con alguien


fuera de la Familia. No necesitamos policías.

—Pero… —Fruncí el ceño—. Tienes que denunciar un delito.

—No hubo ningún delito —dijo Frank con voz suave—. Mañana
encontrarán su cuerpo quemado en un auto junto con varias armas
homicidas que lo atan a un traficante de drogas de nuestra elección y, para
agregar al efecto, arrojaré algunas bolsas de cocaína.

—C-cocaína —susurré—. ¿Tienes drogas?

De nuevo silencio.

—Bien. —Asentí—. Yo um... —estaba murmurando de nuevo, pasé


por delante de todos los hombres en la habitación con piernas llenas de
plomo y seguí caminando. Recuerdo haber tocado la escalera porque mis
pies desnudos estaban fríos sobre la madera dura.

Fui a la cocina pero todo era... diferente.

Así que caminé de la cocina a la sala de estar y me senté como un


indio frente al fuego, tirando mis rodillas hacia mi pecho, como si eso fuera
a hacer que el hecho de que Sergio acabara de romperle el cuello a alguien
estuviera bien.

Como si la idea de que había drogas y no policías y accidentes felices


en los que el asesinato era culpa de otros... estaba bien.

No tenía idea de cuánto tiempo estuve mirando el fuego. Fue lo


suficientemente largo para que el tronco se volviera carbonizado, lo
suficiente para sentir el primer escalofrío avanzando poco a poco en mis
huesos.

—Levántate.

—¿Qué? —Negué con la cabeza y luego me di la vuelta. Sergio se


alzaba sobre mí, su rostro indiferente—. ¿Hablas en serio?

—Levanta. Tú. Trasero.

Aterrorizada, me puse de pie y estaba tan invadida por la ira por la


situación que le di una bofetada.

Lo que por supuesto significaba que me iba a matar, ¿cierto?

Jadeando, retrocedí.

Solo que, Sergio se echó a reír.

Fuerte.

Irritada, me abalancé sobre él de nuevo, pero esta vez me agarró las


muñecas con las manos y me hizo a un lado.

—Es bueno saber que no retrocederás en una pelea.

—Yo... —Avergonzada, miré hacia abajo—. Lo siento.

—No lo sientas —susurró—. Hazlo de nuevo.

Entrecerré los ojos.

—¿Qué?

—Golpéame.

—No te voy a golpear.

—Eres una niña malcriada, que es un peligro para sí misma y debería


tener su propio toque de queda junto con un vaso de jugo cada maldita
noche. Dame una bofetada.

Así lo hice.

Hizo una mueca, luego dio un paso atrás y se frotó la mandíbula, con
las yemas de los dedos tocando el lugar que acababa de golpear.
—Eso está bien.

—Fuiste malo.

—Siempre soy malo.

El hombre tenía razón.

—Las bofetadas están bien para las chicas. —Sergio se cruzó de


brazos—. Pero tenemos que enseñarte cómo escapar. Si hubiera llegado dos
minutos más tarde, si hubiera dudado y hubiera ido al baño, tomado un
vaso de agua, respondido mi teléfono, no estaríamos teniendo esta
conversación. Así que te voy a enseñarte cómo sobrevivir, y no te vas a quejar
de eso, y seguro como el infierno no vas a llorar. ¿Lo entiendes?

Había algo aterrador en la forma en que me hablaba, en cómo era


capaz de meterse debajo de mi piel, pero hacía que pareciera lo más normal
en mi mundo.

Hacía que la violencia pareciera fácil.

Hacía que pareciera necesario.

Me hizo creer que lo necesitaba.

—Está bien. —Asentí probablemente cinco veces, tratando de


convencerme de que estar de acuerdo con un tipo que, hace unos diez
minutos, le estaba rompiendo el cuello a otro, era una idea estelar.

—Voy a ir a por ti. —Sergio extendió las manos—. Quiero que luches
conmigo. No quiero que te preocupes por lastimarme, créeme cuando te digo
que he tenido lo peor de lo peor, así que... —Su sonrisa se burló de mí—.
Haz lo peor que puedas, pequeña.

Acababa de llamarme "pequeña".

Quería apuñalarlo en la garganta.

¡AH! Estúpida jodida mafia.

Ni siquiera pude decir más que jodida.

Me hizo sonrojar.

Si tenía problemas maldiciendo en mi cabeza, ¿cómo se suponía que


iba a atacar... eso?
Casi me ahogo con mi saliva, tratando de tragar y tomar un respiro al
mismo tiempo, luego esperé mientras él cargaba contra mí.

Sus brazos musculosos agarraron mi cuerpo, inmovilizándome.

Todo lo que tenía eran mis piernas.

Así que pisoteé sus pies.

Ni siquiera se movió.

Así que le di un rodillazo en las bolas. Cayó como una piedra, su rostro
completamente blanco cuando un chillido confuso sonó más allá de sus
labios apretados.

El aliento salió silbando cuando hizo un sonido de gárgaras y luego


gritó:

—¡Maldito infierno! —Tocó su rostro—. ¿Por qué fue eso?

—¡Dijiste que has tenido lo peor de lo peor! —le respondí—. ¡Y que


necesitaba escapar!

Se le escapó una risa dolorida.

—Me lo merecía, creo.

—Lo hacías. —Sonreí con orgullo.

—¿Me ayudas a levantarme?

Tomé su mano extendida, solo para que me tirara contra el suelo


mientras se estiraba encima de mí y susurraba:

—Sobrevive.

—Ese fue un truco malo.

—Necesario —murmuró—. Porque en el momento en que estaba en el


suelo, debiste haber corrido como el infierno.

—Oh, buena idea. ¡Simplemente volveré corriendo al piso de arriba a


la habitación con el cuerpo dentro! Parece una mala elección de vida.

—Está muerto. —Sus ojos hicieron esa extraña búsqueda mientras


me miraba—. ¿Qué podría hacer contigo?
—Bueno... —Me lamí los labios—. ¿Convertirse en un muerto viviente
adicto a la cocaína?

—Buena imaginación, Val. ¿También te obligaría a consumir drogas?

—Sí —tartamudeé—. Y presté atención en la escuela durante la charla


sobre drogas, muchas gracias.

—Apuesto a que sí. —Pareció encontrar humor en eso mientras sus


labios se torcían—. ¿Notas perfectas? Y déjame adivinar, tienes uno de esos
certificados brillantes que dan por tener una asistencia perfecta.

Mis mejillas ardieron.

—Te estás sonrojando —señaló—. Entonces debe ser verdad.

No dije nada. ¿Qué había que decir? Parecía que ya lo sabía todo.

—¿Fuiste al baile de graduación? —Él escogió y aguijoneó cada


inseguridad que tenía, lo juro.

—¿Puedes quitarte de encima mío?

No estaba segura de lo que había dicho, pero de repente pareció


horrorizado y luego presumido.

—¿Qué? ¿Por qué me miras tan raro?

—¿Fui tu primer beso?

—Sergio. —Mantuve mi voz firme—. Estás literalmente aplastando mi


cuerpo en este momento.

Él levantó su peso, pero me mantuvo inmovilizada, sentándose a


horcajadas sobre mí y luego movió lentamente sus manos a mi cara
mientras inclinaba mi barbilla hacia él.

—Responde.

—Nunca había conocido a alguien tan exigente en toda mi vida. Y vivo


con tres tíos sobre protectores y un gemelo.

—Sólo responde la pregunta, Val.

Quería apartar la mirada, pero su mirada me sostuvo.

—Sí.
—Sí, ¿qué?

—Sí —grité—. ¿Está bien? Fuiste mi primer beso. Y ahora que mi


humillación se ha completado, REALMENTE me gustaría dormir en el sofá
y tratar de olvidar el hecho de que probablemente todavía tienes sangre en
las manos.

—Lo lavé —respondió con brusquedad, y cuando le di una mirada


dudosa, levantó una mano y me mostró—. Sé cómo quitarme la sangre de
las manos.

—Bueno, si esa no es la declaración más incómoda...

—¿Cómo estuvo? —Se lamió los labios de nuevo, esta vez


inclinándose.

—Sangriento. —Me negué a sufrir más humillaciones.

—Val —dijo mi nombre lentamente, alargándolo, como si quisiera


decirlo, como si yo quisiera escuchar a un hombre decirlo. Lo cual era muy
estúpido, pero cuando estás en el momento, cuando tienes más de
doscientas libras de músculo a horcajadas y mirándote, no a través de ti,
¿cómo se supone que debes responder? No es como si pudiera desmayarme,
ya estaba acostada y no era de ese tipo, estaba más aterrorizada de él de lo
que me atraía.

La mayor parte.

Sus ojos azules centellearon.

Bien, no la mayoría.

Pero él era violento.

Rompió el cuello de un hombre, ¡rompió... el... cuello… de un hombre!

Su mano se movió de mi barbilla a mi cabello y luego a la parte de


atrás de mi cabeza mientras me jalaba suavemente hasta que estábamos a
media pulgada de distanciarse entre sí.

—Puedo hacerlo mejor.

—No lo hagas —susurré.

Él se echó hacia atrás un poco.


—¿Qué no te bese?

—Por favor. —Estaba lista para suplicarle, como si tuviera mi vida en


la palma de su mano, cuando en realidad, era solo mi corazón, pero igual
de importante para una chica que necesitaba construir una fortaleza de
concreto y cerraduras alrededor—. No juegues conmigo.

—Besar es solo besar. —No creía ni una palabra de lo que salía de su


boca. Yo lo sabía, él lo sabía.

—No para mí —dije con urgencia—. Por favor, Sergio, por favor quítate
de encima. Estoy cansada.

Sorprendentemente, se apartó de mí y me ayudó a ponerme de pie,


pero en el momento en que traté de volver a subir las escaleras, tiró de mí
hacia atrás. —Estás atrapada conmigo esta noche. No te preocupes, dormiré
en el suelo, Frank traerá un equipo de limpieza en unos minutos, así que
parece que debería agregar algunos leños más al fuego. Dormirás en el sofá.

—Pero…

—Por una vez en tu vida, trata de no discutir cuando alguien está


haciendo todo lo que está en su poder para mantenerte a salvo, ¿sí?

—Sí. —Bien reprendida, agarré la manta de la silla y envolví mi cuerpo


como una pequeña mamá y luego me acosté en el sofá.

Verlo avivar el fuego fue probablemente una mala idea, una muy mala
idea, porque el contorno de su cuerpo a la luz del fuego era hermoso.

Hacía que una chica quisiera tirar la precaución por la ventana.

Iba a ser mi marido.

Y la parte más fea.

Nunca sería realmente mío.

—Deja de suspirar —dijo sin darse la vuelta—. Me está estresando.

—¿Tú? ¿Estresado?

—Yo —dijo con voz entrecortada—. Estresado. Soy humano, lo sabes.

—Hmm.
—¿Qué? ¿Ningún comentario sarcástico? —Otro tronco fue arrojado
al fuego enviando chispas al aire—. ¿Nada?

—Puedes matar a alguien en menos de uno punto dos segundos. —


Me estremecí.

—¿Contaste?

—Ese no es el punto.

Me volví de espaldas para dejar de mirarlo como un monstruo.

—El punto es que tal vez debería aprender a no pinchar al oso ninja.

—¿Oso ninja? —repitió—. Creo que se te puede ocurrir un nombre


más malo que el de oso ninja.

—No, es oso ninja. —Me sentí algo satisfecha de que su apodo lo


molestara—. Buenas noches.

—¿Val?

—¿Sí?

El crepitar del fuego estaba empezando a irritar mis nervios sólo


porque me ponía más tensa. Mi cuerpo iba a estar adolorido por el
endurecimiento de mis músculos en ese estúpido sofá.

Bueno, eso y el hecho de que probablemente tenía un moretón del


tamaño de Sergio en mi parte delantera por el tiempo que estuvo sobre mí.

—No tengas miedo.

—No lo haré. —Mi respuesta fue rápida, veloz, porque al menos sabía
que si se trataba de mí o de algún tipo al azar que irrumpiera en nuestra
casa, me elegiría a mí, todo el tiempo.

Y entonces se me ocurrió algo.

¿Y si su esposa aún estuviera viva?

¿La elegiría a ella sobre mí? ¿A quién mantendría viva?

A ella.

Todo.
El.

Tiempo.

No te enamores de mí, había dicho.

Bueno, no te preocupes, no puedo competir, probablemente nunca


podría.

—¿Oye, Sergio?

Apagó las luces y susurró al lado del sofá.

—¿Qué?

—Cuéntame una historia.

Gimiendo, escuché una maldición y luego:

—Estoy agotado, Val.

—Tú fuiste el que dijo que era una niña, y las niñas reciben historias,
esperaré...

—Eres un dolor en mi trasero.

—¿Qué fue eso?

—Así que este príncipe gruñón... —Bostezó—. Vivía en un castillo y


era malo con todos, incluidos sus súbditos reales, lo que no sabían era que
la bestia pensaba que por ser feroz se ganaría el respeto. Un día lo visitó un
hada...

—¿Estás reescribiendo la bella y la bestia? —La familiaridad se


apoderó de mí, era una coincidencia, nada más, que estuviera hablando de
La Bella y la Bestia.

—¿Estás interrumpiendo la hora de la historia?

—Lo siento.

—Nadie entiende a la bestia —murmuró Sergio—. Las bestias atacan


porque se les enseña solo la violencia y, sin embargo, es un gran impacto
para todos cuando las cosas salen mal. Las bestias son feroces porque
protegen lo que aman. La fiereza no tiene nada que ver con ser malo, sino
todo con honrar a los buenos...
Estaba convencido de ello.

Como si fuera la bestia.

—No creo que seas una bestia, Sergio.

—Algunos días... creo que soy a la vez bestia y príncipe... solo que sé
cómo ocultarlo... pero el punto de inflexión siempre está ahí, y el hecho de
que la bestia proteja no significa que sea bueno. No confundas mi propósito
con otras emociones. Solo te lastimarás.

—Soy muy consciente de tu propósito.

—Oh, ¿sí?

—Seguro. —Fue mi turno de bostezar—. Protege a la princesa en la


torre, dale un beso y enciérrala.

No respondió.

Pero tal vez era mejor así, porque al menos entonces podría imaginar
un mundo donde su respuesta fuera sacarme de la torre, llevarme lejos y
profesar su amor.

Así es como se suponía que terminaban las historias.

Tenía una sensación de hundimiento en la boca del estómago de que


la mía no iba a estar ni cerca de un final con un felices para siempre. Era
hora de crecer.

Hora de aceptar mi destino.

Como mujer.
Traducido por Vanemm08

...Pero me casaré contigo de otra forma; con pompa, con triunfo y


con júbilo.
—Sueño de una Noche de Verano

Sergio
Estaba en las nubes.

Tenía las manos manchadas de sangre.

Una pistola en mi mano derecha.

Un cuchillo en mi mano izquierda.

—¿Dónde estoy? —pregunté en voz alta.

—El cielo de la mafia. —Andi apareció frente a mí, vestida de blanco,


como el día de nuestra boda.

Caí de rodillas y abracé su cuerpo, enterrando mi rostro contra su falda,


pero las lágrimas no llegaban.

—¿Sin lágrimas? ¡Cómo te ATREVES! —Se rió y luego se apartó y giró


un par de veces, solo para detenerse y mirarme—. Estoy feliz.

—Bien. —Me atraganté con la palabra—. Yo no.

Su rostro decayó.

—¿Y de quién crees que es la culpa?

—Odio este sueño.


—Los sueños son simplemente la forma en que nuestro cerebro procesa
las emociones, la vida y el estrés. —Se encogió de hombros—. Estoy en tu
sueño porque todavía estás procesando, está bien, pero ella también...

—¿Ella? —Confundido, miré hacia donde estaba señalando. El sofá


apareció frente a mí donde Val abrazaba su cuerpo, y una lágrima corría por
su mejilla. Trate de alcanzarla, pero desapareció.

—Sabes que estás haciendo un trabajo de mierda cuando sus lágrimas


superan en gran número sus sonrisas.

—Maldición. —Me limpié la cara con las manos—. Ella no eres tú.

—Cierto. —Andi asintió—. Porque si lo fuera, eso significaría que te


estás tirando a un fantasma. Es asqueroso, Italia.

Me acerqué a Andi de nuevo, pero se alejó y bailó frente a mí. Podía


mirarla durante días, años.

—Te extraño —susurré.

Pero fue como si no me escuchara. Siguió bailando frente a mí, y luego


se detuvo y miró por encima del hombro.

—Me fui, Sergio.

—Lo sé, pero…

—Cenizas a las cenizas, polvo a polvo... —comenzó a desaparecer


frente a mis ojos—. Me fui.

Y luego, cuando ya no pude verla, el viento susurró.

—Pero estoy completa.

Me desperté con un sudor frío, las lágrimas corrían por mis mejillas.
Las limpié furiosamente y luego capté un movimiento con el rabillo del ojo.
Val se sentó con los ojos muy abiertos.

Y luego, sin decir nada, lentamente se movió del sofá al piso y extendió
su mano.

La miré.

Con un gran suspiro, alcanzó mi mano y la tomó, apretó y no me soltó.


Todavía estaba mirando nuestras manos juntas cuando me tiró hacia
abajo a una posición para dormir, todavía a mi lado.

Demasiado molesto para dormir, miré el lugar justo encima de su


frente donde su bonito cabello se dividía hacia un lado.

—Háblame de ella —susurró Val.

Mis ojos ardían con lágrimas no derramadas.

—Ella era... valiente. —Había mucho más, pero las palabras no


pasaban de mis labios.

Val no respondió. Pensé que estaba dormida, pero cuando miré hacia
abajo, me estaba mirando como para animarme a seguir.

Así que lo hice.

—Y hermosa, e irritante como el infierno, y terriblemente ruidosa y


extremadamente violenta. —Fue como si una vez que comencé a hablar no
pudiera parar—. Me apuntó con un arma más veces de las que me gustaría
admitir, me pateó el trasero dos veces y le gustaba despertarme a las seis
de la mañana solo para cabrearme. Me hizo prometer que no lloraría por
ella, y aquí me despierto con lágrimas. Dios, odio la debilidad.

—¿Entonces te pateó el trasero? —Val sonrió—. ¿Y te irritó?

—Por supuesto que te fijarías en esas dos cosas.

—Bueno, las lágrimas son deprimentes.

—Cierto.

De alguna manera la había atraído más cerca y se sentía bien,


reconfortante. Maldita sea, había estado demasiado tiempo sin consuelo,
como un hombre que hace su penitencia en el Sahara sin comida ni agua.
Me aferré a ella como un salvavidas.

—No soy ella. —Val se encogió de hombros—. Y solo porque estoy


diciendo que sí, no significa que voy a tomar su lugar.

—Lo sé.

—No. —Val sonrió con tristeza—. No es así. Pero eso está bien. Solo
debes saber que siempre que quieras hablar de ella, escucharé.
Metió la cabeza en mi hombro y cerró los ojos.

Y justo así, una de las piezas rotas de hace dos meses flotó en el suelo
y encontró el lugar que le correspondía en la esquina de mi corazón.

Una pieza.

De un millón.

Pero era un comienzo.

Me desperté presionado contra Val. A diferencia de Andi, ella no tenía


un sueño violento, pero aparentemente, Andi me había dejado ese regalo.
Mis brazos estaban extendidos sobre Val, y de alguna manera estaba a
medio camino encima de ella, presionando mi cabeza entre el valle de sus
pechos.

Como un adolescente sacudiendo su cara entre las tetas de una


stripper.

Mierda.

Retrocedí lentamente para no despertarla, solo para ver sus ojos


fijarse en los míos.

Incómodo ni siquiera comenzaba a describirlo.

—¿Terminaste? —preguntó, su respiración un poco pesada.

Abrí la boca y luego la cerré.

Una sartén, o algo que sonaba como uno, cayó en la cocina.


Comenzaron las risas y el momento desapareció.

Me aparté y me levanté.

—Gracias, Val.

No quería agregar por anoche porque eso lo hacía sonar sórdido, como
si hubiéramos hecho más que dormir juntos, y estaba a unos cinco
segundos de hacer el camino de la vergüenza de regreso a mi habitación de
hotel.
—En cualquier momento... —Su bonita sonrisa creció. Era hermosa,
no solo bonita sino hermosa. Quería odiar su belleza. Su belleza significaba
que tenía que alejarme. En cambio, me encontré mirándola, realmente
mirándola.

—¡Hermana! —Dante entró en la habitación—. Tu cabello parece como


que un pájaro se cagó encima.

Reprimí una sonrisa cuando las manos de Val se movieron a su cabeza


y con un grito ahogado trató de tirar de los mechones de color marrón
dorado en una cola de caballo.

Solo lo hizo lucir peor.

Honestamente ni siquiera noté su cabello.

Solo su cara.

Sus hermosos labios carnosos y sus grandes ojos inocentes.

Maldita sea.

Con una maldición, me di la vuelta y les dije:

—Los veré en la iglesia.

—¡Iglesia! —gritó Val—. ¿Qué hora es?

—¡Tarde! —respondió Dante, y comenzó a correr justo antes de que


me fuera y cerré la puerta mosquitera detrás de mí.

El aire de la ciudad de Nueva York era enérgico, frío, el enfriamiento


perfecto para deshacerme del hecho de que me había excitado cuando me
desperté con el suave cuerpo de Val apretado contra mí.

Exactamente lo contrario a lo que ambos necesitábamos.

Para confundir más nuestra relación.

Y su lugar en ella.

Un acuerdo de negocios, nunca un matrimonio real.

Ja, ya lo había dicho antes, y mira a dónde me había llevado. A


sollozar en mis sueños.
Decidí no tomar un taxi y caminé.

A tres cuadras de su casa, noté que un hombre me seguía, solo que él


estaba siendo completamente obvio al respecto, tan obvio que tenía que ser
a propósito.

Suspirando, me metí en un Starbucks cercano, pedí dos cafés negros


y agarré el periódico.

Llegó tres minutos después y se sentó frente a mí.

Deslicé el café hacia él sin levantar la vista del periódico y hablé.

—No agregué crema, pero siéntete libre de hacerlo.

—Eres bueno.

—Soy un ex informante del FBI y pertenezco a una de las familias


mafiosas más poderosas de Estados Unidos. Por supuesto que soy bueno. Y
eres demasiado obvio, entonces, ¿qué quieres? ¿Quién te envió?

—Directo al grano. —Se rió entre dientes.

Dejé el periódico y lo miré a los ojos. Ojos castaños, cabello ondulado


con hilos plateados y una chapa dorada en su canino derecho. Parecía
alrededor del metro ochenta, pero no era musculoso.

—Sí, bueno, es lo que mejor hago.

—Xavier. —Tomó un largo sorbo de café—. Le gustaría una reunión


con el Cappo.

¿Por qué demonios la persona que Frank había dejado a cargo querría
reunirse con Tex? Solo una razón. Para pedir protección o desafiar al Cappo.

—Eso se puede arreglar, pero explícame, ¿qué quiere un ruso con el


Cappo?

—Esa pregunta debería dirigirse a él. —El hombre se puso de pie y me


ofreció la mano.

No la estreché.

Con una sonrisa, la alejó.

—Estaremos en contacto, ¿no?


—Te encontraré. —Fue una amenaza velada—. De cualquier forma.

Palideciendo, dio un paso atrás y luego entrecerró los ojos.

—No eres tan duro como crees.

Dios, sálvame de esos idiotas. Si él siquiera supiera cuántos


asesinatos tenía, lo que había hecho con la misma mano que él quería
estrechar.

Me puse de pie, revelando que una mano había estado en mi bolsillo


todo el tiempo, y ese bolsillo tenía una pistola.

Sus ojos se entrecerraron mientras miraba hacia abajo.

—No me obligues a hacer mi trabajo hoy. Estoy fuera de horario. —


Sonreí—. Por otra parte, las horas extras pagan bien…

Levantó las manos. Afortunadamente, los clientes de Starbucks no


estaban prestando atención.

—Lo siento.

—¿Por?

—Mi insulto.

—Hazlo de nuevo... —Di tres pasos hacia él hasta que estuvimos


pecho contra pecho—, y te arrancaré la garganta y pondré un espejo frente
a tu cara para que puedas mirar.

Asintió.

—Como dije, te encontraré de cualquier forma, ahora corre. Tengo que


prepararme para la iglesia.

Le di dos bofetadas en la cara, despidiéndolo. Con una mirada que


probablemente se suponía que intimidaba, giró sobre sus talones y salió
apresuradamente del Starbucks, mientras yo me dirigía directamente a mi
hotel. La misa era en una hora y todavía olía a Val.

Y a Andi.

Pero su aroma, el aroma de Val, era algo... más suave.

Al principio parecía lo mismo.


Ahora se estaba separando.

Podría ser que el perfume actual fuera diferente, o que el mismo aroma
fuera único en cada persona.

De cualquier manera, era otro recordatorio.

No soy ella, había dicho.

No. No lo era. Pero tal vez... eso era bueno.

Me habían dado exactamente lo contrario de Andi, es decir, no podía


compararlas, porque no eran nada iguales.

Me di la vuelta para asegurarme de que el pedazo de mierda no me


seguía y tomé el largo camino hasta el hotel, dejándome solo media hora
para ducharme y cambiarme.

Apenas había salido de la ducha cuando sonó mi teléfono.

Chase: El Águila ha aterrizado.

Sergio: Eres un idiota.

Chase: ¿Dónde diablos está ese maldito emoticón del dedo medio?
Como sea, te estoy mostrando el emoticón del dedo medio ahora mismo.

Sergio: Repite lo que acabas de escribir. En voz alta.

Chase: Todavía lo hago.

Sergio: ¿Nos vemos en la casa?

Chase: ¡Diablos, no, nos vemos en la iglesia!

Bueno, íbamos a arder todos en el infierno, o Dios nos perdonaría.


Uno solo podía esperar que fuera lo último.
Traducido por Vanemm08

Luna toma tu vuelo, ahora muere, muere, muere.


—Sueño de una Noche de Verano.

Valentina

T
odavía no está aquí —dijo Dante con voz aburrida mientras el
sacerdote levantaba las manos por encima de la cabeza.

Fruncí el ceño y me levanté con el resto de mi familia.

—Gloria a Dios en lo alto… —moví los labios, pero no estaba cantando,


estaba demasiado ocupada preguntándome dónde estaban Sergio y Frank.
Independientemente de lo que pensara Dante, no era porque me gustara
Sergio.

Al menos no del todo.

Era más la idea de que podía estar en peligro.

O muerto.

Mi estómago cayó.

¿Ese era mi futuro? ¿Siempre que llegaba tarde, me preguntaría si


estaba sangrando en un callejón?

Temblando, envolví mis brazos a mí alrededor y me senté con el resto


de la congregación.

El sacerdote presionó sus manos frente a su pecho y abrió la boca,


pero no salieron palabras.

Un repentino y tenso frío llenó el aire cuando la puerta de la catedral


se abrió y luego se cerró con un fuerte sonido metálico.
Los ojos del sacerdote estaban clavados en las puertas.

El leve murmullo llenó el aire y luego se oyeron pasos, muchos de


ellos, fuertes, resueltos. Lentamente, las cabezas comenzaron a girar,
incluida la mía.

—Santa Mierda —exhaló Dante.

Sal le dio un codazo en las costillas.

Mi boca se abrió.

Mi mente chilló.

¡Peligro, peligro!

¡Corre!

Palabras que debería escuchar.

Pero no lo hice.

El primer hombre me pareció vagamente familiar, pero no pude


ubicarlo. Llevaba un traje negro, caro. Aviadores le cubrían los ojos, y su
cabello castaño tenía tonalidades rojas, también era tan grande como un
gigante.

A su derecha e izquierda había dos tipos que lo igualaban en


músculos, no en altura. Uno tenía una argolla en los labios y llevaba una
camiseta, como si no pudiera importarle menos estar en la iglesia. Las
mangas tatuadas se alineaban en ambos brazos, al menos vestía jeans
oscuros y botas, pero claramente tenía un arma en su mano derecha.

Ambos tipos que flanqueaban al gigante eran tan atractivos que no


podía dejar de mirar. Incluso el de los tatuajes era cautivador.

El de la derecha tenía el cabello oscuro más largo y estaba peinado


hacia un lado, casi tocando su otra oreja. Su arma estaba al menos metida
en sus jeans, sin embargo, tuve la clara impresión de que no le llevaría
mucho tiempo sacarla y ser letal.

Tres.

Tres hombres.

Y otro justo detrás de ellos.


Un hombre que parecía angustiado, con los ojos inyectados en sangre
pero claros, como si pudiera ver a través de ti, ver todos tus miedos y
hacerlos realidad con un simple chasquido de sus dedos. No tenía tantos
tatuajes y no tenía armas, al menos que pudiera ver. Pero su rostro, había
algo en su rostro que me decía que no tenía nada en contra de partir a
alguien por la mitad por mirarlo mal.

Él me asustaba.

Más que los demás.

Sin embargo, él fue el único que hizo contacto visual con la


congregación, como si buscara a alguien, y luego, cuando me miró a los
ojos...

Sonrió.

Transformó todo su rostro.

Jadeé.

—¿Amigo tuyo? —dijo Dante en voz baja.

—Dudo mucho que el hombre tenga muchos amigos.

—Probablemente los mató a todos —dijo Dante en voz baja.

Frank y Sergio estaban al final del grupo.

Y, justo así, todo encajó en su lugar.

No eran tipos normales.

Eran mafiosos.

Pero con la forma en que todos miraban, no eran cualquier tipo de


mafia, como si estuvieran familiarizados.

—Así comienza —dijo Sal a mi izquierda—. Y así comienza.

—Sal... —Traté de mantener la voz baja—. ¿Quiénes son?

Palideció en el acto mientras miraba su regazo y luego me miraba a


mí.

—Juez, jurado, y ejecutor.


Eso no fue de mucha ayuda.

El único banco que estaba vacío estaba detrás de nosotros.

Es decir, que los hombres se arrastraron ruidosamente hacia los


asientos detrás de nosotros y se sentaron con un ruido sordo.

Uno de los muchachos habló. No estaba segura de cuál porque me


prometí a mí misma que no me voltearía y abriría la boca abiertamente.

—Lo siento, llegamos tarde, padre. —La voz del tipo era profunda,
autoritaria. Me estremecí—. Por favor, continúe.

Todos los ojos se posaron en el sacerdote mientras levantaba sus


manos temblorosas en el aire y susurraba:

—Oremos.

Ja, oremos de verdad.

Me removí incómoda en mi asiento mientras el sacerdote hablada una


y otra vez.

—Entonces… —susurró una voz en mi oído—. Tú eres ella.

Sal me miró y luego al chico detrás de mí.

Me volví, solo un poco y me encontré cara a cara con brillantes ojos


azules y labios suaves. Olía realmente bien. Por supuesto que lo hacía
porque no podía simplemente caminar con una cara así y oler horrible,
¿cierto?

—Chase... —El gigante negó con la cabeza lentamente—. Contrólate.

El tipo con los tatuajes puso los ojos en blanco y luego tiró de Chase
por su chaqueta.

—No lo dejamos salir muy seguido.

—¡Shh! —Frank siseó del otro lado del banco.

El gigante levantó las manos con inocencia mientras Chase me


guiñaba un ojo.
Sal me dio un fuerte codazo en el costado. Rápidamente me di la vuelta
y traté de prestar atención, lo cual era básicamente imposible. ¿Qué quiso
decir con que soy ella?

—...Sagrada Comunión. —Las palabras del sacerdote se


desvanecieron en la oscuridad mientras mi mente buscaba posibles razones
por las que los hombres detrás de mí estaban repentinamente en Nueva
York.

Y por qué Sergio no me lo dijo.

No tenía derecho a que me lastimaran.

Pero era lo mismo.

¡Y no tenía idea de por qué!

Todavía no estábamos casados.

Y yo no sabía nada sobre su mundo. Esto demostró, una vez más,


cuán diferentes eran nuestras vidas.

Los elementos fueron bendecidos, se dijeron más oraciones, bostecé y


finalmente llegó el momento de levantarme de mi asiento. Mi trasero se
estaba quedando dormido, así que agradecí el cambio, al menos la misa casi
había terminado.

Por lo general, las filas se despedían de adelante hacia atrás.

Salir del orden no tenía absolutamente ningún sentido.

En cambio, nadie se levantó. Frunciendo el ceño, miré a mi alrededor,


y finalmente detrás de mí.

Todos los hombres se pusieron de pie y se dirigieron hacia el pasillo


principal.

—Ven. —Sal se puso de pie conmigo—. Es hora.

¿Hora de qué?

¿La Comunión?

Porque sentía que algo más estaba sucediendo, algo importante.

El gigante se movió hacia el frente y se arrodilló frente al sacerdote.


—Está bien. —El hombre que tenía la mirada aterradora en sus ojos
apretó mi mano—. Algún día tendrá sentido. Todo esto.

Él fue la última persona que asumí que me consolaría.

¿Dónde estaba Sergio cuando lo necesitaba?

Él estaba un par de hombres atrás, miré alrededor del tipo aterrador


para mirarlo, pero cuando lo hice, me ignoró y miró hacia otro lado.

Como si no hubiéramos compartido ningún momento esta mañana.

Volví al inicio.

La niña ignorante que no podía importarle menos.

—Soy Phoenix. —El chico puso una mano en mi hombro—. Ahora es


el momento de mirar.

—¿Mirar? —le susurré de vuelta.

—Mira. —Señaló al sacerdote y al gigante.

El sacerdote se llevó las manos por encima de la cabeza y comenzó a


cantar en italiano. No sabía mi propio idioma, pero era hermoso. Entendí
ciertas palabras, como "bendiciones" y "nuestro líder".

—Capo di tutti capi, amen. —El sacerdote besó la frente del gigante y
luego su mano derecha.

Repitió el gesto con el tatuado, solo que no dijo tantas palabras,


simplemente le besó la frente y la mano derecha.

Todos los que habían llegado tarde recibieron algún tipo de bendición
ritualista.

Y luego, se les presentó la comunión, dejándonos a mí, a Dante, Sal,


Papi y Gio de pie, solos en el pasillo mientras todos miraban.

Cuando el sacerdote terminó con Sergio y Frank, miró a Gio y sostuvo


extendió las manos.

—Es hora. —La voz de Sal sonaba pesada, triste.

¿Hora para qué?

Gio fue primero.


Luego Sal.

Papi fue el último.

Dejándonos a mí y a Dante.

Nadie hablaba.

La iglesia estaba en un silencio sepulcral.

Phoenix, el que había sido amable, avanzó y extendió los brazos frente
a nosotros.

—Sangue del mio sangue. Sangue dentro fuori. Questo sangue


simboleggia la famiglia. —Giró su mano derecha, con la palma abierta, luego
susurró—: Tu mano derecha, por favor.

Temblando le di mi mano derecha.

Sacó un cuchillo de su bolsillo y con la punta más afilada, pinchó mi


dedo y apretó. Un dolor repentino y agudo en mi dedo me recordó la
puñalada de una espina de rosa. Una gota de sangre brotó.

El gigante se dirigió hacia nosotros, sosteniendo algo que parecía una


sola carta de juego que había sido removida del resto de la baraja. Phoenix
apretó hasta que seis gotas de sangre cayeron sobre la tarjeta.

Soltó mi mano, se acercó a mi hermano y repitió las mismas palabras


y acciones, usando exactamente la misma tarjeta. Las lágrimas pincharon
mis ojos mientras mi cuerpo temblaba. Pasé mi pulgar sobre el lugar que
había sido pinchado.

—Tu vivi dal sangue, si muore dal sangue, Benvenuti alla famiglia
Valentina e Dante Nicolasi.

La iglesia se puso de pie y repitió la frase completa palabra por


palabra, en italiano.

Nicolasi.

Era el apellido de mi padre.

El gigante besó mi frente y luego la de Dante.


Dante temblaba a mi lado, como si entendiera completamente lo que
estaba pasando. Pero yo todavía estaba en la oscuridad. Las lágrimas
empañaron mi línea de visión mientras la pesadez se asentaba en mi pecho.

No estaba segura de si tenía miedo.

O si, por primera vez en mi vida, finalmente sentí lo correcto de


pertenecer a algo más grande que yo.

El sacerdote nos hizo un gesto.

—Vengan, hija e hijo de Luca Nicolasi, y reciban su bendición de Dios.

Dante tomó mi mano en la suya y nos condujo los pocos pasos hacia
el sacerdote.

El altar estaba colocado con la Eucaristía, y sin embargo, no


estábamos tomando la comunión.

Nos estábamos iniciando.

—¿La recibirán? —nos preguntó el sacerdote.

—Sí. —Apenas pude escuchar mi propia voz cuando puso una mano
sobre mi cabeza y una mano sobre la de Dante y repitió algo similar a lo que
había dicho sobre el gigante.

Cuando soltó sus manos, se dirigió a la congregación.

—Que Dios bendiga a las familias.

—Que Dios bendiga a las familias —respondieron al unísono y se


pusieron de pie. Luego, lentamente, uno a uno, se acercaron al frente para
besarnos nuestras manos.

Más de cien personas.

Cuando la última persona se fue y la puerta se cerró de golpe, me


derrumbé contra Dante, exhausta, hambrienta, extremadamente
confundida y más de un poco molesta porque Sergio no me había advertido.

Él al menos podría haber dicho, Oye por cierto, probablemente


deberías usar zapatos cómodos para la misa.

Sin pensarlo, me quité los tacones, casi empalando a Phoenix en el


muslo con uno de ellos.
—Ups. —El calor invadió mis mejillas—. Lo siento.

—Eh, tiempos desesperados. —Me dio una sonrisa amable mientras


Sergio lo fulminaba con la mirada—. ¿Ahora te pones territorial?

¿Territorial?

—Retrocede —espetó Sergio, todavía sin mirarme.

El dolor debe haber sido evidente en mi cara porque Phoenix empujó


a Sergio y sacó un cuchillo.

—Al menos podrías haberla advertido.

—Me negué a correr el riesgo de que huyera —dijo Sergio en un tono


uniforme mientras todos los ojos se posaban en mí.

De alguna manera, encontré mi voz, o tal vez solo la última pizca de


valentía que poseía. Porque me levanté y miré en su dirección.

—Ves, eso es lo que pasa con la amistad. Aprendes a confiar en


alguien. Les das información, plenamente consciente de lo que harán con
esa información en función de la relación que tengas con ellos. Así que hizo
bien en dudar de mí, ya que no ha hecho nada para demostrar que es
cualquier otra cosa más que una niñera para asegurarse de que llegue a la
cama a tiempo. —Me tragué las lágrimas y asentí a Gio—. Por favor, llévame
a casa, ahora, Gio.

Con ojos tristes, Gio tomó mi brazo y me llevó fuera de la iglesia,


pasando a un furioso Sergio.

Cuando las puertas estaban casi cerradas detrás de nosotros, todo lo


que podía escuchar eran formas coloridas de decir la palabra culo.
Traducido por Rimed

El amor puede transponerse a la forma y a la dignidad. El amor


no mira con los ojos, sino con la mente; y por eso, al alado Cupido
lo pintan ciego. Ni tiene en su mente el amor señal alguna de
discernimiento; como que las alas y la ceguera son signos de
imprudente premura.
—Sueño de una Noche de Verano.

Sergio

M
e puse al día con su mierda todo el viaje de regreso al
vecindario. En cinco minutos iba a tener que enfrentarla, y
una vez más, no sentir nada. Era injusto pedirle que las
cosas volvieran a ser como antes.

Donde yo era mezquino, frío, disponible, pero distante.

Habíamos dado pasos agigantados esa mañana. Demonios, habíamos


dado pasos agigantados desde el cine, pero al ver nuevamente a los chicos
me había recordado demasiado dolor.

Todo ese progreso simplemente se disipó cuando Chase y Tex


comenzaron a discutir, porque me recordaba a ella, maldición. Todo lo que
ellos hacían me recordaban a ella. Ella habría encajado perfectamente con
ellos.

Ella habría sido como uno de los chicos.

Y Val no lo era.

Era suave. Asustadiza. Vulnerable.

Era exactamente lo contrario de lo que necesitaba.


Si Tex le sacaba un cuchillo, se desmayaría.

Andi lo habría apuñalado en la garganta y luego habría preguntado


donde estaban las palomitas de maíz.

Estaba siendo injusto, comparándolas, pero eso es lo que hacías


cuando ya habías tenido amor y lo perdías; había una vara gigante contra
la que nadie podía siquiera compararse porque sabías, incluso antes que
ellos, que se quedaban cortos siempre.

Nos detuvimos junto a la casa, desabroché mi cinturón, pero Nixon


me golpeó en el pecho con una mano.

—Quédate. —Sus dientes chasquearon en un fuerte apretón que


insinuaba lo enojado que estaba.

Todos salieron del auto salvo Chase.

Nixon dejó escapar un gemido.

—¿En serio, hombre? No me hagas dispararte. Solo vete, te daré los


detalles más tarde.

—Aguafiestas —murmuró Chase y luego cerró la puerta detrás de él,


dejándonos a mí y a Nixon en un súper divertido tenso silencio.

Simplemente amaba estar solo con él y su nervioso dedo. Demonios,


él probablemente llevaba tres pistolas, y al menos dos de ellas, me
apuntaban mágicamente solo para mierdas y risas.

—¿Primo? —Me lamí los labios—. ¿Tenemos un problema?

—¿Nosotros? —Sus cejas se alzaron—. Eres un pedazo de mierda, lo


sabes, ¿no?

—Estoy completamente consciente, pero siempre es agradable


escuchar cumplidos de la familia.

—Y un imbécil. —Golpeó mi pecho con su mano, empujándome contra


el asiento.

—Anotado.

—Y un idiota.

—Sip.
Con un suspiro, me soltó y pasó sus tatuadas manos por su rebelde
cabello.

—Mi esposa está embarazada. No quiero estar aquí. Phoenix está a


una llamada de necesitar un vuelo nocturno de regreso a Chicago porque
Bee está en su último trimestre, y tuve que sujetar físicamente a Mil para
evitar que se subiera a un avión para patearte en los huevos.

—Necesitábamos que un jefe se quedara atrás.

—Correcto, dile eso y ve a dónde te lleva.

Sonreí.

—Nada de esto es divertido. Ellos son iniciados, bueno, están dentro,


la sangre ha sido derramada… pero necesitamos una decisión, y tenemos
que sacarlos de aquí, y tenemos que hacerlo de un modo que no parezca que
los estamos escondiendo de nuevo. Añade toda la información de “Xavier
quiere reunirse con Tex” que nos dejaste caer esta mañana, sin mencionar
el irritante hecho de que la misma chica a la se supone que debes ayudar
parece querer poner una bala entre tus ojos, y bueno… —Apoyó su cabeza
contra el asiento—. Demonios, Frank necesita dejar de ocultarnos
información.

—Más Phoenix que Frank.

—Maldito Phoenix.

—Nixon, este trabajo es mío, no tuyo.

Su risa burlona no ayudó.

—¿Y crees que estás haciendo un buen trabajo? Una promesa es una
promesa, tienes que casarte con ella.

—Lo sé.

—¿Y la otra parte?

Bajé la mirada a mis manos.

—Sergio, le has dicho la otra parte, ¿no?

Mordí mi labio inferior y miré por la ventana a toda la gente ignorante


que pasaba junto a nuestro auto. Si tan solo supieran.
—Ella merece saber en lo que se está metiendo, Sergio.

—Lo sabe.

—¿Pero sabe qué más dijo Luca? ¿Lo que exigió? ¿Para su protección?

Mi pecho estaba tan apretado que era difícil respirar.

—No.

—Ella piensa que su matrimonio solo será de nombre —dijo Nixon


como declaración—. ¿No es así?

—Un simple acuerdo de negocios. —Me sentí entumecido de la cabeza


a los pies, entumecido.

—Oh, demonios, Serg, tus días están contados, hombre.

—Se lo iba a decir después de casarnos.

—¿Para que pueda matarte mientras duermes?

—No es violenta.

Algo blanco salió volando de la ventana y aterrizó en nuestro auto.

Parpadeé, mi mente luchaba por darle sentido a lo que mis ojos veían.

Un vestido de novia.

Que había sido destrozado con tijeras.

—No es violenta, ¿eh?

—Hijo de puta. —Golpeé el asiento de cuero con mi puño y alcancé la


puerta.

—Sergio, dile antes de que nos vayamos.

—¿Esta noche?

Asintió.

—¿Y Xavier?

—Tex quiere pinchar al oso. Nos inclinamos ahora o después, él


escogió más tarde. Enviaremos un mensaje y evaluaremos su respuesta.
—¿Qué tipo de mensaje?

—Lo siento, Frank ya lo pidió.

—¡Nixon! —gruñí—. Sabes que sería útil si le disparara a algo.

—Dispárale a Chase, él todavía es un dolor en mi trasero, pero esta


demostración es completamente de Frank. Además, es su desorden. Deja
que él lo limpie.

—Está bien. —Abrí la puerta al tiempo en que una caja de zapatos


cayó directamente frente a mi rostro, chocando con mis botas.

Los tacones se salieron de la caja.

Me quedé inmóvil.

Eran de Andi.

Habría reconocido esos zapatos en cualquier lugar.

Unas apenas perceptibles manchas de pasto estropeaban el


puntiagudo talón y un trozo de tela azul había sido cosido en la apertura de
los dedos.

Sin pensar, los tomé en mis manos y me dirigí hacia la casa, listo para
tirar a Val sobre mi rodilla si eso es lo que hacía falta para obtener una
confesión.

Quizás le dispararía a algo después de todo.

A ella.

Por destrozar otro recuerdo de mi difunta esposa.


Traducido por AnamiletG

¿Cómo ha podido suceder esto? ¡Oh! ¡Y, cómo mis ojos


detestan ahora su figura!
—Sueño de una noche de verano.

Frank

S
ergio casi quitó la puerta. Su agresión era palpable, el aire
teñido de amargura, de rabia. Dejé escapar un suspiro
cuando pasó corriendo a mi lado y subió las escaleras de dos
en dos.

El resto de los hombres se quedaron en la cocina.

Me quedé atrás.

El sonido del vino vertiéndose y Sergio gritándole a Val llenó el aire.

Me apoyé en la escalera, haciendo una mueca. Me dolían los huesos.


Había días en los que pasaba sin dormir, donde la luz del sol y la oscuridad
se fundían en horas consecutivas, el tiempo pasaba.

Y ahora, al parecer, el tiempo estaba haciendo exactamente lo mismo.

—Bendícelo, Padre —murmuré en voz baja. ¿Era ese mi pecado


entonces? ¿Soportar el peso de las malas decisiones sobre mis hombros,
mientras Luca brindaba con Andi en el cielo?

Era como si cada pieza irregular que intentaba recoger y volver a unir
se incrustaba en mi piel. Sangré, sangré, sangré un poco más, y luego la
pieza finalmente se adhirió. El proceso se repetiría.

Porque donde había dolor.


También había curación.

Cerré los ojos justo cuando Phoenix doblaba la esquina.

—¿Escuchas eso?

—Escucho todo. No soy sordo. —Ni tan viejo tampoco, pero estaba
cansado de discutir mi punto cada maldita vez que uno de los jóvenes abría
la boca para quejarse.

—Le está gritando... —La voz de Phoenix bajó—, a una chica inocente.

—Así es la vida. —Abrí los ojos y lo miré—. Ese es su destino en la


vida, Phoenix. A veces gritamos, no para que otros escuchen, sino porque
nos duele mucho por dentro, gritar es la única opción.

—Es una opción de mierda. —Los ojos de Phoenix eran salvajes—.


Ella no puede defenderse, no como yo.

—Ella no es Andi. —Mi voz era tranquila, porque incluso yo, el mayor,
el que había visto más muertes, seguía, a mi manera, de luto por una vida
que Luca había considerado digna de la Familia, una vida seguía siendo una
vida, y eso significaba algo, incluso para mí.

—Ella nunca será Andi. —Phoenix señaló las escaleras—. ¿Pero él lo


sabe?

—Por supuesto. —Le di una palmada a Phoenix en el hombro—. Por


eso grita.

Tragó, mirando hacia otro lado cuando el peso de mi mano presionó


contra él.

Nos quedamos callados.

A menudo guardaba silencio con Phoenix.

No era un hombre que hablara sobre las cosas, sino, oh, cómo
pensaba. Pensaba con el mejor de ellos, su cerebro calculando, sus juicios
rápidos.

—¿Te acuerdas? —Una sonrisa triste comenzó en la esquina de su


mejilla derecha y se extendió hacia la izquierda, el movimiento lo hacía
parecer más humano—. ¿Todas sus pequeñas... tareas?

Me reí entre dientes y retiré mi mano.


—Recuerdo que ella era un dolor en tu trasero tanto como lo fue en el
mío.

—¡Frank!

Me paré, tratando de escapar, Phoenix me dio una mirada de


impotencia cuando Andi entró en la habitación con una caja gigante, los
papeles revolotearon fuera de ella.

—¡Mierda!

Golpeó con el pie y agarró los papeles, luego casi se cae sobre la mesa
hasta que Phoenix la rescató y la sentó en la silla. Estaba perdiendo fuerzas
demasiado rápido.

Cuando amabas a alguien, deseabas que la muerte fuera rápida, no


lenta, con altibajos no calculados que el cerebro humano posiblemente no
podría seguir o manejar.

—Está bien, este es el trato. —Andi se puso de pie, aunque debería


estar descansando, ya que acababa de salir del hospital—. Sergio es una
especie de idiota.

Phoenix puso los ojos en blanco.

—Sí, sigamos haciendo declaraciones verdaderas todo el día. Eso


suena divertido.

—Y... —dijo Andi, levantando su mano—, él va a volver a su estilo de


idiota una vez que me haya ido.

Phoenix abrió la boca y luego me miró mientras susurraba:

—Preferiría no hablar de ti... de que te hayas ido.

—A la mierda. —Andi le dio un puñetazo en el hombro—. Ahora, abre


la caja y déjame explicarte.

Miré el vino, Andi me atrapó mirando y, con un suspiro exagerado, nos


sirvió dos vasos saludables y luego susurró:

—Sera épico.

—¿Qué? —preguntó Phoenix. Hombre valiente.

—Su historia —susurró Andi—. Su historia de amor va a ser épica.


Rechacé lo que pensaba.

Y luego vi las lágrimas en sus ojos. Estar en paz con la muerte de uno,
planificar el feliz para siempre de su cónyuge, sabiendo que nunca tendría
uno.

Se necesitan agallas.

Se necesita valentía.

Y juré en ese mismo momento que haría todo lo que estuviera en mi


poder para ayudarla.

Hasta que me mataran.

O Dios me sacara de esta tierra.

Porque finalmente, había encontrado algo por lo que valía la pena vivir.

Es curioso cómo me había estado mirando todo este tiempo sin mi


conocimiento. Joyce se habría reído de mí. Luca habría dicho algo descarado
sobre saber todo el tiempo.

Iba a pelear.

No por mi propio amor.

Pero por el suyo.

Porque, Dios, si alguien en esta tierra lo merecía...

Era Sergio.

—No puedes decir una palabra más allá de lo que te digo...—Andi sacó
un diario y comenzó a escribir—. De Rusia con amor.

—¿Estás bien, Frank? —Phoenix frunció el ceño—. Te ves un poco


pálido.

—Recuerdos —dije en un tono brusco—. Parece que me envejecen.

Dejó escapar un bufido.

—Nos envejecen a todos.

La voz de Sergio se elevó de nuevo. Asentí en dirección a la escalera.


—Dale una advertencia, lo suficiente para sacarlo de su locura, no lo
mates.

Sergio gritó más fuerte.

—¿Estás seguro de la parte de no matar? —Phoenix tomó su arma.

—¿Lo estás tú?

Phoenix puso los ojos en blanco.

—Bien —dijo y subió las escaleras lentamente.


Traducido por Vanemm08

Junto a nosotros, estas parejas serán unidas eternamente


en el templo.
—Sueño de una Noche de Verano.

Valentina

D
ónde demonios conseguiste estos? —La voz de Sergio era
tan fuerte que me sorprendió que mi espejo no se hiciera
—¿ añicos.

Con un bufido, me di la vuelta y casi me tragué la lengua. Acunaba


los zapatos en una mano. En su otra mano, apretaba una pistola apuntando
a mi cabeza.

—¿En serio vas a dispararme? —Mi voz tembló—. ¿Por zapatos?

—Eso depende. —Sus fosas nasales se encendieron—. ¿En serio


estás dispuesta a arriesgarte... por zapatos?

—Neiman Marcus. —Apreté mis puños—. La caja que me dijiste que


abriera, así que solo puedo asumir que fuiste tú o Frank.

—Yo no. —Sus dientes se juntaron—. Nunca te daría algo tan


precioso.

—¡Ni siquiera valgo un par de zapatos usados! —grité—. ¡Eres un


bastardo! —Todavía me apuntaba con el arma, pero estaba harta. Harta con
su actitud, con su habilidad para encadenarme y luego cortar el mismo hilo,
solo para repararlo y volver a intentarlo.

Era cruel e injusto. Me dirigí hacia la puerta.


—¡No! —Dejó caer la pistola al suelo y me agarró del brazo, tirándome
hacia atrás—. No puedes irte. Esta conversación no ha terminado.

—¡Claro que sí! ¡He terminado! —grité, luchando por salir de sus
brazos duros como piedras—. ¡Te odio!

—¿Y crees que me agrado? —se burló—. ¿Crees que quiero ser así?
¿Qué tan estúpida eres?

—Realmente estúpida. —Seguí luchando—. ¡Porque cada vez que te


dejo entrar, destruyes todo!

—Oh, ¿entonces es mi culpa?

—¡Lamento lo de los zapatos! ¿De acuerdo? —Dejé de luchar y me dejé


caer al suelo, básicamente sentada a sus pies—. Lamento haberlos tirado,
que dejé que mi enojo contigo eclipsara el hecho de que me dieron un regalo
y no lo acepté.

El rostro de Sergio decayó.

—Yo no te los di.

—Lo sé. Porque no merezco zapatos. —Miré mis pies descalzos. Ni


siquiera me hice pedicura.

Nunca me había sentido tan joven.

O fea.

O simplemente... sin valor alguno.

—Oí un poco de conmoción, así que... —Chase llamó a la puerta y


entró, pude ver a Phoenix sobre sus talones, con el arma en la mano.

Con un movimiento fluido, Sergio agarró el arma del suelo y le apuntó


a Chase.

—Vete.

Los ojos de Chase se entrecerraron mientras miraba más allá del arma
hacia mi posición sentada en el piso.

—¿Estás bien? —Extendió la mano, impidiendo que Phoenix entrara


en la habitación. Tal como estaban las cosas, Phoenix parecía listo para
arrancarle la cabeza a alguien.
—Sí. —Encontré mi voz—. Tal vez tenga suerte y accidentalmente me
dispare para no tener que casarse conmigo.

La cara de Chase se transformó de preocupación a una completa


rabia. Sus movimientos fueron rápidos, precisos, ya que saltó por los aires,
le dio un puñetazo en la cara a Sergio y lo tiró al suelo. Phoenix miró con
los puños.

—Dispárale, yo te disparo, y ambos sabemos que tu cara es todo lo


que tienes, ya que nunca has sido culpable de una personalidad brillante.

Sergio estaba de espaldas, pero sabía que era mejor que eso, casi
como si quisiera que Chase le pateara el trasero porque no podía hacerlo
por sí mismo.

—Lo tengo —susurró Sergio.

Chase lo soltó y me miró.

—No te hará daño.

—Lo sé.

—¿Lo sabes? ¿En serio? —Chase se llevó la mano a la espalda y sacó


una pistola de sus jeans.

Me sacudí, no pude evitarlo. Las armas eran peligrosas, violentas. Me


habían enseñado a temerles.

Me entregó el objeto pesado e hizo un gesto a Sergio.

—Si se pone enérgico, apunta a su pierna y dispara, realmente no


puede doler mucho, y si le pegas en el pene, obtienes un premio.

Reí a pesar de mi ira y mi nerviosismo

—¿De qué tipo?

—Uno grande, por dar en el blanco más pequeño. —Chase levantó la


mano para chocar los cinco. Lo golpeé, me saludó y se fue.

Rápidamente dejé el arma en el suelo, con cuidado de apartar la parte


puntiaguda de mi cuerpo por si acaso. ¿No sería irónico? Que me disparara
en lugar del matón.
—Me lo merezco. —Sergio no se movió, solo siguió acostado de
espaldas, mirando al techo—. Sabes, si me disparas en las costillas, mis
pulmones colapsarían, sería divertido de ver. O puedes golpear mi corazón.
Dejó de funcionar de todos modos. No funciona desde...

—Eres un dramático... hijo... de puta.

Sergio se apoyó en los codos.

—¿Acabas de maldecir?

—Tú lo sacas a relucir en mí.

—Eso no es un cumplido.

—Nop. —Pateé el arma más lejos de mí y abracé mis rodillas contra


mi pecho—. Los zapatos venían en una caja, sin remitente.

—¿Sin nota? —preguntó.

Tenía que mentir. No quería que él supiera sobre las cartas.

—Sin nota. —Porque las letras eran diferentes, ¿cierto?—. Vinieron


con el vestido.

—No son tuyos.

—Claramente.

—No, quiero decir, eran de ella. —Sergio se sentó y agarró uno de los
zapatos—. Cuando empaqué todas sus cosas, todavía estaban allí, las vi, las
sostuve, no sé cómo diablos llegaron a Nueva York.

—¿Frank?

—Nunca ha estado en mi casa, —Sergio se lo decía más a sí mismo


que a mí—. Ella los usó el día de nuestra boda.

—Algo viejo, algo nuevo, algo prestado…

—…algo azul —terminó.

Tantas emociones en guerra cruzaron su rostro, como si estuviera


librando su propia guerra personal. Con manos temblorosas, alcanzó mi pie
derecho y lentamente me acercó el zapato. Y ahí es cuando hizo clic. Él era
el algo prestado. Sergio. Había sido el día de su boda, él era el novio,
prestado. ¿Hasta cuándo? ¿Qué ambos muriéramos?

Me estremecí cuando mi pie se estiró contra el zapato.

El ajuste era perfecto.

Como Cenicienta.

Solo que esta no era una de esas historias.

Ni siquiera cerca.

Casi deseé que no encajaran porque eso habría tenido sentido, el


hecho de que Sergio y yo no encajábamos.

—Nunca le encajaron —susurró.

Bueno, ahí iba ese pensamiento feliz.

—Pero le encantaban los zapatos, así que los usaba de todos modos.

—Sergio... —Ni siquiera sabía por qué lo estaba intentando. Quizás


me gustaba el dolor y el sufrimiento; tal vez era más de la mafia de lo que
creía—. Son zapatos.

—Lo sé.

—¿Lo haces?

Agarró el otro.

—Tengo que decirte algo.

—Está bien.

Giró el zapato en su mano un par de veces.

—Me casé con ella para protegerla. No estábamos enamorados, no de


inmediato. De hecho, odiaba tener que casarme con ella... porque sabía que
se estaba muriendo antes de decir acepto.

Respiré hondo y me tapé la boca con las manos.

—El cáncer es una perra sin corazón. —Arrojó el zapato a la puerta—


. Y cuanto más me enamoraba, más se extendía. Mi amor no la salvó, se
había ido hace mucho. —Su voz tembló—. Ella me habló de ti después de
su muerte.

Eso no fue extraño. O espeluznante.

—¿La conocí?

—No, no lo creo. Si la hubieras conocido, la recordarías —suspiró.

—Lamento que hayas tenido que pasar por eso.

—Yo también.

No sabía qué más decir, qué otra cosa lo haría sentir mejor. No
existían palabras en el lenguaje humano que pudieran curar
adecuadamente su alma y sanarlo. Cuando se trataba de cáncer, las
palabras fallaban cada vez, porque robaba sin avisar, como un ladrón en la
noche, como el mismísimo diablo y, si tenías suerte, te escapabas. Si no...

Esperabas en la oscuridad por tu rescate.

Un rescate que nunca llegaba.

—Te digo esto, no para que sientas lástima por mí, sino para que
entiendas, que dos veces me han pedido que me case. La primera vez, solo
fueron seis meses, planeé completamente el divorcio hasta que me enamoré
de ella.

—¿Y esta vez? —Tenía miedo de hacer la pregunta para la que sabía
que necesitaba una respuesta. ¿No había dicho que algún día alguien me
amaría como me merecía? ¿Y me miraría con adoración?

Quería ese día más que nada.

Sentirme necesaria.

Deseada.

Hermosa.

—Nunca. —Sus ojos se clavaron en los míos—. Los deseos de Luca


eran claros. No habrá divorcio y, como una forma de mantenerte en la
Familia, sus instrucciones fueron... dolorosamente detalladas.

Mi corazón latía contra mi pecho.


—No entiendo.

—Su mayor deseo era tener nietos.

Una sensación de asfixia se apoderó de mí, paralizando mi respiración


a un silbido superficial.

—¿Estás diciendo que tenemos que... dormir juntos, no podemos


divorciarnos nunca, y que voy a quedar atrapada en un matrimonio en el
que cada vez que mi esposo me toca, piensa en otra persona? Porque parece
que eso es lo que estás diciendo.

Por favor, que esté equivocada. Por favor, Dios.

Tragó saliva, sus ojos llenos de lástima.

—Sí. Eso es lo que estoy diciendo.

—¿Y si me escapo?

—Te encontraré. O alguien más lo hará.

Tantas preguntas pasaron a primer plano en mi mente, pero aún


quedaba una. Rara vez Sergio me miraba, principalmente miraba a través
de mí, y en los breves momentos que me miraba, no podía leer su expresión.

¿Eso era todo?

¿No se sentía atraído por mí?

¿Era tan vanidosa?

Que al menos necesitaba que dijera: No eres tú, soy yo. Eres hermosa,
solo estoy triste. ¿Era tan difícil?

Miré mis polainas y mi sudadera. No era como si estuviera vestida


para matar.

—¿Puedo preguntarte algo?

—No estás llorando.

—No. —Fruncí el ceño—. Renuncié a las lágrimas. No cambian nada.

—Créeme, lo sé.

Éramos una pareja deprimente.


—¿Soy yo? —Sabía que perdería los nervios si lo miraba, así que me
quedé mirando un lugar en el suelo. Era de color rosa, teñido por el esmalte
de uñas derramado que me habían regalado en mi duodécimo cumpleaños.
Cuando las cosas eran fáciles y lo único que quería era tener uñas rosadas
como las chicas del canal Disney—. ¿Crees que tal vez si me viera diferente,
no tuviera miedo todo el tiempo o no fuera tan joven? —Casi me atraganto
con la palabra—. ¿Crees que sería mejor?

Maldiciendo, Sergio se acercó a mí. Su pesado cuerpo se apoyó contra


el mío, y luego sus manos estuvieron en mi cara.

—Mírame.

Respiré hondo y miré hacia arriba.

Sus ojos eran penetrantes.

Buscaron.

Anhelaron.

—Eres hermosa. Joven, sí, pero hermosa para cualquier hombre que
tenga la suerte de verte. No cambiaría nada de ti. Porque eres perfecta tal
como eres.

—Me dan miedo las armas.

—Supuse eso.

—Ni siquiera veo películas violentas —confesé, avergonzada de


haberle pedido incluso a él que viéramos una película de terror sólo por
necesidad de distracción.

—No me sorprende.

Seguí hablando mientras él sostenía mi rostro.

—Soy insegura.

—Las personas que parecen seguras suelen ser las que más sufren de
inseguridad.

—No sé cómo luchar.

—Todos los humanos nacen con el instinto básico de luchar o huir.


Traté de bajar la cabeza y él no me dejó.

—No sé besar.

Sonrió.

—¿Ya terminaste?

—Y soy virgen —espeté—. Ahora he terminado.

—Te equivocas acerca de dos cosas.

Sus ojos se posaron en mis labios.

—Primero, no eres una mala besadora; sólo necesitas practicar con


alguien cuando no está siendo un idiota.

—¿Y la segunda?

Su sonrisa no llegó a sus ojos, pero algo en su rostro, en la forma en


que sus dedos se clavaron en mi piel, dijo mucho sobre la intensidad detrás
de su mirada.

—No serás virgen por mucho tiempo.

Abrí la boca para responder.

Justo cuando sus labios chocaban con los míos.


Traducido por Vanemm08

Despierta el espíritu vivaz y oportuno de la alegría, y quede la


tristeza relegada a los funerales. Esa pálida compañera no
conviene a nuestras fiestas.
—Sueño de una Noche de Verano.

Sergio

L
a intuición me dijo que la abrazara, que la abrazara fuerte y le
dijera que todo iba a estar bien.

Pero entonces estaría mintiendo.

Y me enorgullecía de mi honestidad, de mi capacidad para tomar la


realidad de la vida y tratar con ello, a pesar de que los días estaban llenos
de horror y derramamiento de sangre, porque al menos tenía eso, ¿cierto?

Mi verdad.

No podía abrazarla, no de la manera que quería.

No podía amarla, no de la forma en que se lo merecía.

Podría ofrecer consuelo, consuelo físico.

Pero si quería calidez emocional, se iba a decepcionar. Todo lo que


tenía para ofrecer era a mí.

Un caparazón vacío.

Con un corazón confundido.

Una cabeza rota.


La besé, estaba haciendo eso mucho últimamente, tal vez mi cuerpo
ya estaba a bordo con algo para lo que mi corazón no estaba listo, o tal vez...

Solo tal vez.

Era ella.

No yo.

Tal vez estaba viendo toda la situación como un bastardo egoísta,


porque no era solo mi vida.

Sino la de ella.

Y me negué a ser la razón por la que ella sentía que su vida había
terminado. Ya había lidiado con ese dolor, esa tragedia, donde alguien
inocente moría demasiado joven.

Hay muertes físicas.

Y hay espirituales.

Sólo un maldito tonto diría que son diferentes. Eran lo mismo.


Después de todo, la muerte…

…es la muerte.

Me devolvió el beso, sus labios se separaron cuando una lágrima


salada se encontró con la fusión de nuestras bocas.

En una ráfaga de movimiento repentino, Val empujó mi pecho y luego


me dio una bofetada en la cara.

Estaba demasiado aturdido como para hacer algo excepto tocar la piel
palpitante en mi mejilla derecha.

Con las fosas nasales dilatadas, me agarró por los hombros, su boca
casi tocando la mía, dijo con una voz clara:

—Primer beso, ¿recuerdas? Y todas las veces es por lástima. Me


pediste que no te mirara con lástima, ¿puedes al menos hacerme el mismo
favor? ¿Y dejar de besarme cada vez que te cabreo o empiezo a llorar?
Tenemos que tener... —tragó saliva.

—Sexo —terminé por ella.


—Eso. —Tragó de nuevo nerviosamente—. Así que no puedes ir por
ahí solo... no lo sé. —Sus mejillas se pusieron rojas—. ¿Por favor?

—No estoy seguro de cuál era el significado detrás de esa última frase,
pero... —Sonreí y tiré de su cuerpo contra el mío—. Voy a hacerlo de nuevo.

—¿El beso por lástima?

—Recién salido de esos.

—Oh. —Sus ojos se agrandaron—. Oh, entonces, un... sí, eso sería...
—Se mordió el labio inferior e inmediatamente mis ojos se centraron en lo
hermosa que era su boca. Maldita sea, quería saborearla.

Y luego me di cuenta.

Casi aspirando el aliento directamente de mi pecho de un solo golpe.

Quería.

Besarla.

Quería.

Quería.

Algo.

El entumecimiento estaba desvaneciéndose, la familiaridad siendo


reemplazada por una ardiente necesidad y maldita curiosidad.

—Esto es... —Apenas podía exhalar las palabras—. Difícil. Para mí.

—Para mí también. —Suspiró, colocando su mano en mi pecho,


contra mi corazón, estaba allí, pero cada golpe era doloroso, como si alguien
estuviera tomando un picahielos y causando un daño grave.

—A veces... —Me paré, tirando de ella en mis brazos para estar pecho
contra pecho; sus suaves pechos se oprimían contra mí con cada
exhalación—. No sentir, se siente mejor.

—Sigue siendo sentir.

—Tienes tendencias de sabelotodo.

Suspirando, Val mantuvo su mano derecha presionada contra mi


pecho y la izquierda agarrando mi hombro.
—Sí, bueno, normalmente no vocalizo todos mis pensamientos.

—Creo que deberías.

Mis manos se movieron hacia su cabello, cavando en las


profundidades de su cabello castaño, permitiendo que esta extraña y
diferente sensación de tocar a otra mujer me bañara.

Y esperé.

Por el dolor.

Y estaba allí, oh, estaba allí.

Coexistía con él.

—Eso se siente bien. —Val se balanceó hacia adelante, su frente


reemplazando donde había estado su mano.

Su cuerpo era pequeño contra el mío, y diferente, pero no una


diferencia mala, solo diferente.

—Prometo que lo intentaré mucho —susurró con una voz triste—.


Hacerte feliz. Yo… —Comenzó a temblar—. Lo convertiré en la misión de mi
vida, ¿de acuerdo?

Y mi corazón se hizo añicos de nuevo.

—Val, no merezco el honor.

Se echó hacia atrás, un lindo ceño fruncido estropeaba su hermoso


rostro.

—No se trata de lo que te mereces. —Su rostro se iluminó con una


hermosa sonrisa, una que me hizo tomar aire y casi tropezar hacia atrás—.
Se trata de lo que necesitas.

Nunca me había sentido tan avergonzado de mí mismo.

Y había hecho muchas cosas de mierda.

No podía detenerme.

Alguien debería irrumpir en la habitación, alguien debería impedirme


hacer lo que estaba a punto de hacer.

Pero de nuevo, si lo hicieran, probablemente les dispararía.


Había invitado a la ira a entrar en mi alma y le había dicho que se
quedara.

Y lo hizo.

Hasta que una chica inocente se propuso hacerme sonreír.

Eso es lo que pasa con el dolor. Vives con eso, aceptas que es correcto,
hasta que alguien finalmente alcanza a través del vidrio roto y agarra al
verdadero tú, el verdadero tú que se había perdido y estaba herido. Rotos y
sangrando, se aferran a tu vida, negándose a dejarte ir.

Se unen a ti en tu dolor.

Y cuando ves cómo la sangre corre por su brazo, te das cuenta de que
el dolor eres tú, eres el dolor, eres el maestro de tu propio destino,
construiste los fragmentos de vidrio.

Y ahora, no solo te está afectando.

Sino a alguien más que no lo merece.

Lo que te hace detenerte y tomar nota, ¿alguna vez me merecí lo


mismo?

—Te voy a besar.

—Pero dijiste que no...

—Porque quiero.

—¿Quieres hacerlo?

Asentí.

—Y vas a decir que sí.

—¿Lo haré? —Sus cejas se alzaron con sorpresa cuando un sonido de


pánico salió de su boca.

—Sí.

—¿Por qué voy a decir que sí?

—Porque la práctica hace al maestro y... porque... podemos.

—Cierto, pero...
No le di la oportunidad de rechazarme.

Esto.

Era.

Un beso.

Iba a hacer que se olvidara por completo de su arrepentimiento, e iba


a hacerlo lo mejor que pudiera.

Con un chillido, envolvió sus piernas alrededor de mí.

—Eso es. —Suspiré—. Sostente.

Con los labios temblorosos, casi golpea su cabeza contra la mía


mientras apretaba mis hombros con sus delicadas manos, sus dedos tirando
de mi camiseta como si se estuviera preparando para un paseo.

Piernas suaves.

El leve olor a vainilla.

Y su respiración errática.

Dejé de intentar perseguirla con mi beso y solo... escuché.

Mis ojos se cerraron con una inhalación mientras la inhalaba y cerré


mi mente al mundo que me rodeaba, concentrándome solo en ella.

Mi boca descendió a la suya.

La respiración de Val era irregular.

Mis labios se encontraron con los suyos tentativamente y luego otra


vez, obligándolos a separarse, saboreando la sensación muy diferente de
ella, de otra mujer.

En sus brazos, no era un viudo. No era de la mafia. No era nada más


que un chico; me hacía sentir así, como si nada más importara.

Era cursi.

Era hermoso.

Era como respirar por primera vez.


La forma en que sus dedos bailaban por mis hombros, la forma en
que se aferraba a mi cuello para salvar su vida e, incluso la forma en que
me inspiró mientras me devolvía el beso, su lengua deslizándose contra mi
labio inferior.

Con un gemido, profundicé el beso, intenté diferentes ángulos y


presioné mis labios contra los suyos una y otra vez, una vez más y luego me
detuve.

Mentí.

Dos veces más.

Tres.

Siete.

Jadeando, deslicé mi mano por su costado, mi piel chisporroteando


con el contacto de su suave piel.

Caminé hacia su cama y caí de espaldas con ella encima de mí, hizo
una pausa, con el pecho agitado, sus grandes y confiados ojos color avellana
parpadeando perezosamente hacia mí.

—Hiciste una pausa.

—La gente necesita aire. —Sonreí—. Para sobrevivir.

—¿Así que estaba usando todo tu aire?

—Sí.

Tragué la emoción que se negaba a dejar de acumularse en mi


garganta, mi pecho, cada parte de mí. Cada mirada que me dirigía me hacía
sentir mejor y peor al mismo tiempo, su vida estaba en mis manos y
cualquier vida, por mala que fuera, era un tesoro.

Pero esa era la diferencia con ella.

Ella estaba en su núcleo...

Buena.

Inocente.

Sin corromper.
Sin merecer mí mal.

Y sin embargo, al mismo tiempo, no me impidió darle un tirón


mientras colapsaba contra mi pecho, mis manos se clavaban en su cabello,
masajeando, explorando.

—Supongo que ahora tenemos que casarnos.

—¿Eh?

—Ya sabes, ya que acabamos de tener sexo.

Me quedé rígido.

—¿Hablas en serio ahora mismo?

Se echó a reír.

—Estaba bromeando. Santa mierda, ¿cuán inocente crees que soy?

No respondí.

Me golpeó en el pecho.

—Eso es un insulto. Leo.

—Oh. —Mis cejas se alzaron—, ¿Entonces leíste sobre sexo? ¿Es eso
lo que estás diciendo?

Se apartó de mí y aterrizó a mi lado en la cama, su rostro con


culpabilidad.

—No. Leo romance. Gran diferencia.

—Ah, ¿sí? —Mis ojos buscaron en ambas mesas de noche hasta que
encontré un libro. Agarré el primero que vi y lo abrí—. Él chupó un pezón
hasta que ella gritó de placer, su pene presionando contra la parte interna
del muslo mientras se movía hacia el siguiente y…

—Lo juro. —Val levantó las manos—. ¡No tenía ni idea! —Me arrebató
el libro de las manos y lo leyó, frunciendo el ceño cada vez más intensamente
a medida que leía.

—¿Algún problema?

—¡No dice eso!


—¿No lo dice? —Sonreí—. Lo siento, debí haber estado viviendo mis
propias fantasías allí por un momento.

Jadeó.

Aproveché su indignación y capturé otro beso.

Con un suspiro, se apartó.

—¿Puedo besarte también? ¿Ya sabes... primero? Solo necesito reglas


básicas si vamos a hacer esto.

—Reglas básicas —repetí, mi buen humor disminuyó lentamente.

—Sí.

—De acuerdo bien. —Me moví hasta el borde de la cama y tiré mis
pies, entraron en contacto con su alfombra blanca y peluda—. No
enamorarse. —Me puse de pie.

—No hay problema —dijo, poniéndose de pie rápidamente.

Demasiado rápido, pero no tenía una pierna sobre la que apoyarme,


así que continué:

—Podemos besarnos, eso está bien.

—Está bien.

—Y, no curiosees.

—Pero...

—Esposa, no terapeuta. Simplemente, no curiosees, no hurgues


donde no te quieren.

Su rostro se entristeció. Mierda. Cogí su mano, pero se apartó


bruscamente.

—¿Dos pasos adelante diez pasos atrás?

—No quise que sonara así.

—Sí, lo hiciste. —Asintió, otro paso hacia atrás. Maldita sea—. Está
bien, entonces ¿mañana?

Forcé una sonrisa y traté de alcanzarla, se apartó del camino.


—Debería... —Bostezó—. Dormir.

—Son las cinco.

—Una siesta —corrigió rápidamente—. Gracias, Sergio. Por... la


charla.

—¿No, gracias por el beso? —pregunté en tono burlón.

Su sonrisa de respuesta fue débil.

—Y eso también.

Salí de la habitación sintiéndome más perdido que cuando me


abalancé gritando. Al menos cuando peleábamos, resolvíamos las cosas.

¿Siempre caminaría sobre cáscaras de huevo alrededor de ella?


¿Siempre diría las cosas equivocadas y saldría preguntándome si yo era el
imbécil o si era inmadura y no lo entendía?

Todavía estaba frunciendo el ceño cuando me dirigí a la cocina.


Phoenix estaba bebiendo agua mientras Tex bebía vino directamente de la
botella.

—Elegante. —Saqué una silla.

Se encogió de hombros y me ofreció la botella.

—¿Quieres?

Miré la botella, luego el agua de Phoenix y solté una risa impotente.

—Demonios, sí, creo que sí.

Los ojos de Phoenix se entrecerraron.

—¿Nueva página?

—Sí, algo así. ¿Qué? ¿Tú también quieres entrar?

Phoenix levantó las manos.

—El agua está buena.


—Marica —refunfuñó Tex tomando otro trago antes de entregarme la
botella—. Difícilmente —gruñó Phoenix—. Estás bebiéndote el vino.
¿Realmente quién crees que tiene el coño? Piensa detenidamente. —
Sonrió—. Ahora, si estuvieras bebiendo whisky como un hombre...

Antes de que Tex rompiera la botella sobre la cabeza de Phoenix,


intervine:

—Entonces, si es whisky, ¿estás dentro Phoenix?

—Estoy dentro.

—¿Dentro? —Nixon entró en la habitación—. ¿En qué estamos


dentro?

—Chupitos. —Tex se frotó las manos justo cuando Chase casi choca
con Nixon.

Chase negó con la cabeza.

—La última vez que tuvimos chupitos encontré una cabeza de caballo
en mi cama.

Tex se agarró el costado y se dobló de risa.

—Fue un accesorio, pero valió la pena.

Chase le sacó el dedo medio.

—¿Estás dentro, Nixon? —Lo miré.

Se metió el teléfono en el bolsillo.

—Oh, qué diablos. Han pasado años desde que me emborraché por
una mujer.

—Chase. —Tex tosió.

—Sí, gracias. —Chase le sacó el dedo medio por segunda vez—. Vamos
a rodar en elefantes y drama familiar. Oh, espera, ¿Qué Sergio no besó a tu
esposa?

—Oh, demonios. —Phoenix se frotó las sienes con los dedos.

—¡Por favor! —grité—. ¡Phoenix atacó a Trace!

Phoenix empujó su silla hacia atrás.


—¿Estás jodiéndome ahora mismo?

—¡Bebidas! —Nixon se interpuso entre nosotros extendiendo las


manos. Cuando Phoenix no atacó, se aclaró la garganta y sacó una botella
de whisky de uno de los armarios—. O, jugamos a la ruleta rusa con el arma
de Tex, y todos sabemos que él no juega limpio.

Todos nos sentamos.

Por primera vez desde la muerte de Andi, bebimos juntos.

Y por una vez, no se sintió como un tributo.

Más bien como, ¿qué demonios hacemos ahora?


Traducido por Vanemm08

Los amantes y los locos tienen un cerebro tan hirviente.


—Sueño de una Noche de Verano.

Valentina

M
e quedé en mi habitación como una completa cobarde toda
la noche. Gracias a Dios tenía un alijo de barras de regaliz y
proteínas en una de mis bolsas del trabajo.

El trozo de regaliz rojo colgaba de mi boca cuando abrí la siguiente


carta. Hasta ahora, no me habían dado ninguna pista sobre quién estaba
enviando las cosas.

Mi dinero estaba en Frank.

Hasta que vi a Frank y parecía más... distante y frío, no del tipo que
envía cartas desde la tumba.

En absoluto.

Solo quedaban tres cartas.

Presa del pánico, regresé para asegurarme de que había contado bien.

¿Tres?

¿Podría ser cierto?

¿Y qué? ¿Me habían dado siete?

Frunciendo el ceño, saqué la hoja de papel. Parecía que se había


derramado café sobre él, pero olía a la loción de coco y vainilla de Victoria
Secret que usaba.
Una y otra vez el ciclo continuaba, el príncipe, o la bestia, luchó contra
sus demonios. Su pasado lo llamaba mientras su futuro estaba perfectamente
diseñado. Pero las bestias, están entrenadas para luchar contra lo que se
siente mal. Las emociones pueden ser muy volubles, ¿no es así? Paciencia.
Sé paciente. Imagino que has recibido tu vestido, los zapatos, algo viejo, algo
nuevo, algo azul. También imagino que él vio los zapatos. Así que, en caso de
que aún no lo tengas, recibirás otro paquete mañana. No lo abras hasta diez
minutos antes de caminar hacia el altar. Ponte todo y dale a él la otra mitad
del paquete con su nombre. Y recuerda, no es cómo empiezas, sino cómo
terminas.

Todo mi amor,

Más y más las cartas no tenían sentido y rayaban en lo espeluznante,


como si el individuo me conociera personalmente o al menos me estuviera
mirando y escribiendo las cartas en tiempo real.

¿Era uno de los chicos?

¿O sus esposas?

Uf, me dolía la cabeza.

Supongo que realmente no importaba quién era, porque no cambiaba


nada, ¿cierto? No cambiaba absolutamente nada.

Algo fuerte resonó en el piso de abajo seguido unos segundos más


tarde por otro fuerte ruido metálico. Presa del pánico, ya que no paraba, salí
de mi habitación y corrí escaleras abajo.

Los gritos y los ruidos se hicieron más fuertes, y cuando entré a la


cocina casi me caigo de espaldas.

Sergio y Tex estaban teniendo una lucha de pulsos.

—De una forma u otra, bastardo, ¡te venceré! —rugió Tex.

—¡Más tragos! —gritó Chase golpeando un vaso de chupito en la mesa


y luego se dio la vuelta para ofrecer whisky directamente de la botella.
Phoenix sostuvo su estómago mientras se apoyaba contra el mostrador
maldiciendo a Chase, mientras que Nixon parecía completamente sobrio.

Y sin embargo, estaba bebiendo como si fuera agua.


—¡Ahhhhh! —gritó Tex usando todas sus fuerzas para golpear la
mano de Sergio hacia la izquierda, mientras Sergio se ponía de pie de un
salto—. ¡Tramposo!

—¡Nunca dijiste que no podía ponerme de pie!

Tex se puso de pie.

Sergio se quedó de pie.

—Es increíble cómo no se rinden. —Nixon negó con la cabeza—.


Chicos, llámenlo un empate.

—¡Cierra la maldita boca! —dijeron al unísono todavía intentándolo.

—Bueno, uno va a tener un derrame cerebral. —Chase parecía muy


contento con la idea. Finalmente, Tex se estremeció y Sergio cambió de
posición, pero claramente estaba faroleando, golpeó la mano de Sergio
contra la mesa y tropezó gritando—. ¿No estás entretenido?

Chase aplaudió lentamente.

Nixon tomó otro sorbo de whisky.

Y mi boca se abrió cuando Sergio se quitó la camisa, se la arrojó a la


cara de Tex y dijo:

—Lo mejor de tres.

—Genial, tal vez la próxima vez tengamos suerte y separaré tu brazo


de tu cuerpecito flaco.

¿Flaco?

Sergio no era tan musculoso como Tex, pero seguía siendo enorme.
Los músculos se hincharon en todos los lugares correctos, apretándose
como un maldito cordón alrededor de su abdomen, solo sus hombros
parecían estar hinchándose ante mis ojos.

Añade su piel suave y los pocos tatuajes, y de repente sentí que estaba
recibiendo un espectáculo gratis.

Las marcas de muertes desfiguraron su costado en forma de un duro


tatuaje negro.

Había muchos de ellos.


—¿Qué estás haciendo? —preguntó una voz detrás de mí.

Con un grito, casi me golpeo contra la pared cuando Frank se paró a


mi derecha, soltando una maldición mientras Sergio y Tex atacaban de
nuevo.

—Yo, um, estaba... escuché un ruido. —Ahí, eso sonaba normal, no


como si hubiera estado mirando a mi futuro esposo con la boca abierta. Oye,
al menos no estaba jadeando. ¿Ven? Progreso.

—Eh, han estado en ello durante las últimas tres horas. Esos chicos
seguro que pueden aguantar el licor.

Chase tropezó al suelo y comenzó a reír con tanta fuerza que las
lágrimas corrieron por su rostro.

—Claramente. —Asentí.

Nixon trató de ayudarlo a levantarse, pero Chase tiró de él hacia abajo.


Pensé que Nixon iba a dispararle o algo, y luego se echó a reír mientras
Chase fingía hacer ángeles de nieve en el suelo de madera.

Frank se aclaró la garganta.

—Han tenido unos años estresantes. Es bueno verlos relajarse.

Sergio eligió ese momento para abofetear a Tex en la cara con la mano
izquierda mientras aún mantenían la misma posición en la mesa, sin mover
el brazo.

—Aw, Tex, ¿eso duele?

—Literalmente, LITERALMENTE... —gritó, su cara se puso roja—, te


castraré mientras duermes.

—A Tex le gusta su trabajo sucio —cantó Chase desde el suelo.

Phoenix tropezó con Nixon y Chase y se desplomó sobre el linóleo.

—Necesito agua.

—¡NO! —rugió Tex—. El agua es para los maricas. ¡No tendrás agua!
Diablos no H20, diablos no H20.

Sergio se unió a los gritos, y lo que una vez fue una batalla se convirtió
en ellos dándose la mano y haciendo un extraño apretón de manos en medio
de la mesa mientras la cabeza de Chase se balanceaba y trataba de
presionar a Nixon para que chasqueara los dedos.

—No hay chasquidos —gruñó Nixon—. Creo que nos bebimos todo el
whisky.

—¿Cuánto han bebido? —le susurré a Frank.

—No mucho —dijo con confianza—. Creo que se detuvieron en la


cuarta botella.

—¿Cuatro botellas? —siseé—. ¡Podrían morir!

—Nunca será el alcohol lo que derribará a un italiano, solo una bala,


o quizás una bomba. —Parecía pensar en esto—. Sí, una bomba parece más
probable.

—Gran cuento antes de dormir, gracias.

Sonrió.

—Es mi especialidad. ¿Quieres otro?

—No, no. —Le ofrecí una sonrisa educada—. Estoy bien, me iré a la
cama.

Quizás estaba a cinco pasos de Frank cuando me llamó.

—Val.

—¿Sí? —No me di la vuelta.

—A veces, lo que decimos que no queremos es exactamente lo que


necesitamos, lo que anhelamos. ¿Lo entiendes?

Bajé la cabeza.

—No estoy segura.

—Sí, lo estás. —Se acercaron pasos y luego su mano estuvo en mi


espalda—. Los hombres son estúpidos. Tenemos nuestro orgullo, aceptamos
lo que creemos que es mejor para todos. Preferiríamos sacrificar nuestro
propio corazón y nuestra felicidad que sentir, o tener la oportunidad de
sentir y perder. Cuando lloras por amor, nunca quieres repetir ese mismo
sentimiento porque siempre es peor la segunda vez. Créame, siempre es
peor.
—¿Cómo? —croé—. ¿Cómo es peor?

Un largo y pesado suspiro se emitió detrás de mí cuando una gran


mano agarró mi hombro derecho.

—Yo he amado. He perdido. Más veces de las que puedo contar. Y


cada vez, te prometes a ti mismo que no caerás tan profundo, no te
importará tanto. Son las veces que me mentí a mí mismo, a las personas
que amaba, las que más sentía. Oh, cómo desearía poder volver atrás y
cambiar las palabras que se dijeron, pero una vez que las palabras se liberan
en el universo, tienen una forma de permanecer allí hasta que las
recuperamos e, incluso entonces, el maldito recuerdo permanece, ¿no es
así?

—Sí.

—Incluso aquellos que han aceptado el estado de estar perdidos...


sueñan con ser encontrados.

Me dio dos palmaditas en el hombro antes de alejarse.

Pero el aroma de Frank, mi tío, permaneció.

Como humo de cigarro y especias.

Olía a calidez, a comodidad.

Y sabiduría.

Me recordaba mucho a mis otros tíos, pero había una fuerza


aterradora en él que me hizo preguntarme si incluso dudaría cuando se
enfrentara a apretar un gatillo.

No. Primero disparaba, luego hacía preguntas, y si estaba equivocado,


simplemente se encogía de hombros y limpiaba su arma.

¿Era horrible que me gustara su actitud?

Tal vez estaba cambiando, creciendo o simplemente aceptando el


hecho de que era más como mi padre de lo que había pensado al principio.

Una hora más tarde, miré hacia el techo; los pensamientos del día
siguiente hicieron imposible conciliar el sueño. Me iba a casar.
Respiré profundamente y exhalé lentamente.

Repetí el mismo proceso cinco veces antes de admitirme a mí misma


lo inútil que era el estúpido ejercicio calmante.

Un golpe sonó en mi puerta antes de que se abriera y un Sergio muy


borracho y ruidoso entrara precipitadamente. Se dirigió directamente hacia
mí y mi cama, luego con un gran gruñido casi colapsa sobre mí.

—¿Noche dura? —susurré.

—Creo que, si corrieras, disfrutaría persiguiéndote. —Levantó la


cabeza, era difícil distinguir los rasgos de su rostro por lo oscura que estaba
mi habitación—. Creo que disfrutaría viendo tus piernas correr casi tanto
como disfrutaría sentirlas envueltas a mi alrededor, cuando vinieras... —
Parpadeó y susurró—: a casa.

—¿Casa?

—Mi hogar. Su hogar. Supongo que ahora es nuestro hogar.

—Estás ebrio.

—Estoy borracho, gran diferencia.

—Deletréalo y te creeré.

—B-o-r-r-a-cho. —Asintió—. Fácil.

—Fallaste la última parte.

—¿Qué eres? ¿La maldita policía de gramática?

—¿O la policía del deletreo?

—Muévete. —Empujó mi pequeño cuerpo y luego envolvió su brazo


derecho alrededor de mi estómago—. Te prometo que no te seduciré.

—¿Estaba en peligro de eso o algo así? —¿Por qué estaba discutiendo


con una persona borracha?

—Ja —respondió Sergio—. No tienes idea. Cada vez que te veo, me


digo a mí mismo que eres joven. Eres inocente. Que eres buena. Yo malo.
Muy malo. Hago un seguimiento de mi mal, aquí mismo. —Antes de que
pudiera detenerlo, se levantó la camisa por la cabeza y señaló las últimas
marcas—. Les mantengo la pista allí.
—¿Ellos?

—Muertes. —Su voz fue amortiguada por la almohada.

—¿Y esa? —Señalé la única marca de conteo que era nueva, más
grande y de color rojo.

—Así es como se ve la pérdida —divulgó—. Es rojo, está enojado, te


hace sangrar, te hace llorar, la pérdida parece una enojada marca de conteo
roja, que no puedes borrar sin importar cuántos asesinatos tengas.

—Pérdida. —Mi mente dio vueltas. ¿De qué estaba hablando?

—El rojo marca el lugar. —Bostezó—. Le dije que la recordaría, que le


daría ese honor. Me hice un tatuaje en el brazo para honrarla. Agregué la
marca de conteo para darle el respeto debido.

—¿Qué pasa si muero? —Solo tenía que preguntarle al borracho que


se negó a enamorarse de mí. Brillante. Pero tenía los labios tan sueltos que
quería al menos intentar sacarle algún tipo de información.

Sergio cobró vida mientras cubría mi cuerpo con el suyo. Dejé escapar
un gruñido mientras su mirada se intensificaba minuto a minuto.

—No.

—¿No? —Mi corazón se hundió.

—No, no puedes morir. —Sus ojos estaban salvajes—. Prométemelo.

—¿Q-qué? —tartamudeé.

—¡Prométemelo! —Sus manos se movieron a mis mejillas, y apretó


ligeramente mi rostro entre las yemas de sus dedos, y luego rodó hacia un
lado y su cabeza se agachó mientras presionaba una oreja contra mi pecho—
. No dejaré que vuelva a suceder. No lo haré.

—Sergio, todos mueren.

—No —murmuró su voz volviéndose tranquila—. No lo lograré de


nuevo, ¿no entiendes? No quiero otra marca de conteo roja. No lo haré, no
honraré ni respetaré tu muerte, porque no sucederá. No lo hará. No puede
pasar.

—¿Y si lo hace?
—Entonces muero contigo.

—¿Ahora eres Romeo?

Él se rió suavemente.

—Siempre pensé que Julieta era sexy.

—Vete a dormir, Sergio. —Le di unas palmaditas en la cabeza con la


mano.

—Todavía no lo has prometido.

Suspiré.

—Te prometo que intentaré seguir con vida.

—Bueno. —Me miró parpadeando—. Ahora bésame.

—Estás borracho. Y hueles a whisky.

—Estás de mal humor.

—Vaya, ¿me pregunto por qué?

Se negó a apartarse de mí hasta que lo empujé a un lado e incluso


entonces fue imposible escapar de él mientras agarraba mi cuerpo y me
acunaba. Envolvió una pierna sobre mí y acarició mi cuello.

—Olías como ella, ese primer día. Te odié.

—Lo siento.

—No lo sientas. Ahora hueles como tú.

—¿Eso es bueno?

Inhaló profundamente.

—Y la bestia fue domesticada. Por una noche, fue domesticada.

Me quedé inmóvil.

—¿Que acabas de decir? —Era exactamente como la historia de las


cartas y, por segunda vez, Sergio hizo referencia a una bestia y se comparó
a sí mismo.

Pero la habitación estaba en silencio.


Excepto por sus ronquidos.

Por supuesto.
Traducido por Vanemm08 & AnamiletG

Apaga, lengua, tu luz.


—Sueño de una Noche de Verano.

Sergio
CLANG, CLANG, CLANG.

¿Qué diablos?

Cerré los ojos con fuerza.

¡Clang, Clang!

—¡Por el amor de Dios! —dije en un susurro áspero—. ¡Deja de golpear


cosas!

Los golpes se hicieron más fuertes.

Abrí un ojo y luego los dos.

Val se alzaba sobre mí, un bate en la mano y un maldito cencerro en


la otra.

—¿De dónde diablos sacaste una campana?

—Yo era una vaca en mi concurso de Navidad de primer grado. Dante


interpretó a Joseph.

—Eras una vaca —dije rotundamente mientras trataba de sentarme—


. ¿Y te quedaste con la campana?

—Soy una coleccionista. —Levantó el bate de nuevo para tocar la


campana.

—¡No! —Corrí hacia ella, luego en una ola de mareo, colapsé contra la
cama—. Creo que podría vomitar.
—¿Oh?

—Shhh. —Levanté mis manos en el aire en un intento desesperado


por ganarme un poco de silencio, pero el zumbido en mi cabeza continuó, y
luego me eché a reír sin ninguna razón—. Santa mierda, creo que todavía
estoy borracho.

Esta vez el bate se estrelló contra mi hombro sacándome de mi propia


diversión.

—¡Ay! —Me puse de pie de un salto y agarré el bate, pero ella se apartó
y lo escondió detrás de su espalda—. ¿Por qué estás tan enojada?

—Casi me asfixias mientras dormías anoche y luego... —Sus mejillas


se enrojecieron.

Sentí mis ojos abrirse.

—¿Intenté…?

Santa mierda. Toda mi noche estaba en blanco después de todo el


episodio del ángel de la nieve en el que Chase nos convenció a todos de que
nos tumbáramos en el suelo y fingiéramos que estábamos mirando las
estrellas en Navidad. Frank apagó las luces por nosotros. Fue más que
ridículo.

Pero la última vez que recuerdo haberme reído tanto con cualquiera
de los chicos fue cuando teníamos 10 y tuvimos una pijamada para el
cumpleaños de Nixon.

—No —dijo Val rápidamente—. Bueno, quiero decir, trataste de


quitarme los pantalones cortos y en un momento me rogaste que te mostrara
mis pechos, pero…

Gemí y me cubrí la cara con las manos.

—Soy un idiota.

—Un borracho cachondo.

—Bueno, eso fue útil.

Sonrió.

—¡Sí, bueno, este bate realmente tuvo un buen uso en lo que a ti


respecta!
Fruncí el ceño y miré al bate, realmente lo miré.

—¿De dónde sacaste eso?

—Fue un regalo.

—¿De?

—Un admirador secreto.

—Los chicos no le dan bates a las chicas. Lo siento, no es así como


funciona el amor. Un bate es un arma. ¿Alguien te dio un arma?

—Él o ella dijo que la necesitaría en lo que a ti respecta.

Mi estado de ánimo feliz se desvaneció lo suficiente como para sentir


una punzada de dolor en el pecho mientras luchaba por respirar.

—Como los zapatos, ¿eh?

¿Quién diablos le estaba enviando las cosas de Andi a Val?

—Deberías ir a prepararte. Es de mala suerte verme antes de la boda.


—Val ofreció una sonrisa educada—. Y tal vez intenta recuperar la sobriedad
antes de decir 'Sí, quiero'. Llevo mucho tiempo soñando con este día.

Sintiéndome como una mierda, bajé la cabeza y me rasqué el cuello.

—Lamento que no sea como lo imaginaste.

Sonrió.

—Más o menos lo es.

—¿Cómo es eso? —Fruncí el ceño, quitando el bate de sus manos y


tirando de ella hacia mis brazos—. ¿Siempre soñaste con sacar a un italiano
cachondo de tu cama con un bate? ¿Es eso?

—No. —Se puso un poco rígida y luego susurró—. Pero, ¿alguien te


ha dicho alguna vez... que pareces un príncipe medieval? ¿O un caballero
de un libro de historia?

—No soy un caballero.

—No, tú eres la bestia.

Me puse rígido.
—De acuerdo… —La lista en mi bolsillo bien podría haber hecho un
agujero y haberse quemado en mi corazón. Había ido a La Bella y la Bestia,
pero no había hecho nada más para honrar su memoria.

Ella me había dicho algo similar antes de morir.

—Sé el hombre. No la bestia —susurró Andi una noche—. Las chicas


quieren que el chico asalte el castillo con una espada y una sonrisa, no ser
todo gruñón y enojado. Nunca sugeriría que te volvieras dócil, pero tal vez...
no tan aterrador.

—No soy aterrador.

Las cejas de Andi se alzaron mientras se ahogaba con una risa. No me


uní.

—Oh, lo siento. Pensé que estabas bromeando. La próxima vez,


avísame cuando estés tratando de ser serio.

Puse los ojos en blanco.

—Muy graciosa.

—Sergio, las chicas te miran y ven perfección física. Es intimidante, no


se lo pongas más difícil de lo que ya va a ser.

La ira me atravesó de golpe.

—No estamos discutiendo esto.

—Pero…

—No. —Con un beso enojado le robé el aliento y traté de hacernos


olvidar, hacerme olvidar, que se estaba muriendo y sin embargo estaba
hablando alegremente de la próxima chica que calentaría mi cama.

—¿Sergio? —Val exhaló contra mi pecho y dio un paso atrás—. ¿Estás


bien?

No.

—Sí —mentí—. Yo sólo... tienes razón, no queremos mala suerte. Te


veré en la iglesia.

Fruncí el ceño durante todo el camino por las escaleras, mi cabeza


latía entre mis sienes.
—¡Buenos días, sol! —gritó Chase desde la cocina.

Phoenix gimió y se cubrió la cabeza con los brazos.

Chase se rió.

—No está acostumbrado a beber tanto como nosotros.

—Porque me gusta mi hígado —respondió Phoenix con voz ronca y


cansada—. Nunca más.

—¡Anímate! —gritó Tex en el oído derecho de Phoenix—. ¡Te haremos


sentir genial en poco tiempo!

—Déjame dispararle, Nixon —suplicó Phoenix—. Sólo una vez.

Nixon miró a Tex desde detrás del periódico.

—Sin violencia, es el día especial de Sergio.

—Y tuvimos la mejor despedida de soltero de la historia... —Chase


asintió—. Lo que es bueno, ya que no obtuvimos una la última vez.

Ni siquiera se me ocurrió que no había tenido una antes.

¿Lo habían planeado?

Chase me dio una palmada en la espalda.

—Deja de tratar de resolver una mierda y simplemente da las gracias


por la mejor noche de tu vida.

—La mejor noche de mi vida no incluye hacer ángeles de nieve contigo


en el piso de madera mientras Tex canta Home on the Range.

—Increíble Barítono. —Chase asintió—. Lástima que la armonía de


Nixon no estaba en el punto o podríamos haber hecho una matanza en la
esquina.

Phoenix gimió.

—No cantas en las esquinas, te desnudas.

—Y él lo sabría —agregó Tex.

—¿Están todos listos para...? —Frank se detuvo en seco—. Tienes


exactamente una hora hasta que necesites estar en la iglesia.
Eché un vistazo a mi ropa arrugada y apenas logré esconder mi
bostezo mientras Tex se soltaba con un fuerte golpe y golpeaba su pecho.

Las cosas empeoraron progresivamente cuando Phoenix realmente se


desplomó de su silla en el piso.

Chase estalló en carcajadas mientras Nixon compartió una mirada de


humor con el resto de nosotros

—¡Dios mío, no solo eres de la mafia, sino que estarás en una iglesia
todavía borracho! —Frank hizo el movimiento de la cruz sobre su pecho—.
Tu ocupación es bastante mala; será mejor que envíe algunas oraciones a
los santos para que no te alcance un rayo una vez que entres en tierra santa.

—Enviaremos a Phoenix primero por si acaso —dijo Tex con seriedad.

—¿Por qué tengo que ser el mártir?

—Así todos los secretos mueren contigo. —Tex se encogió de hombros.

—El hombre tiene razón —refunfuñó Phoenix—. Pero yo no voy


primero, Sergio es el que se va a casar, él puede entrar primero. Si no muere,
entonces vamos todos.

—El día más feliz de tu vida, ¿no? —Chase se encontró con mi mirada
y se rió entre dientes—. Solo recuerda, todos hacemos cosas que no
queremos hacer por la Familia. Pero algo me dice que se trata más de querer
hacerlo con ella y sentirte culpable por ello.

Parpadeé y abrí la boca para defenderme cuando Frank gritó:

—¿Podrían ustedes mujeres dejar de pelear y vestirse? ¡Es como


arrear a un grupo de niños pequeños con armas!

—Yo apoyo el control con armas. —Tex puso una mano sobre su
corazón—. ¡Cómo te atreves!

—Oh diablos —murmuró Frank maldición tras maldición—. Sólo...


vete.

Dos horas más tarde y estaba exactamente en el mismo lugar en el


que había estado hace más de seis meses. Solo que esta vez, no fue con
tanta inquietud como entonces... solo una misteriosa sensación de déjà vu.
Pero ella no se parecía en nada a Andi.

Nada.

Había más de cien miembros de la familia presentes. Dante se acercó


a mi lado y me tocó el hombro justo cuando los últimos se arrastraban hacia
sus asientos.

—Necesita hablar contigo.

—¿Qué? —Traté de forzar una sonrisa—. ¿Está bien?

Dante no respondió de inmediato y luego puso los ojos en blanco.

—Solo ven conmigo, ¿de acuerdo?

Mi corazón hizo esa cosa, donde se sacude en tu pecho, pero no estás


seguro si es por ansiedad o tristeza. ¿Realmente iba a echarse atrás? Mierda,
¿por qué eso me molestaba tanto? No es que fuera una opción de todos
modos, pero sentí tristeza.

Tristeza real ante la idea de que tomaría el camino más fácil. Que
quería una vida lejos de lo que yo podía darle.

No es que le hubiera ofrecido mucho.

Pero aun así... Salí por la puerta lateral y seguí a Dante a la habitación
en la que había estado esperando.

—Val. —Dante llamó con fuerza a la puerta—. Lo tengo.

La puerta se abrió rápidamente, Val me empujó hacia adentro y la


cerró de golpe.

Tropecé hacia atrás y juré en voz alta mientras ella envolvía sus brazos
alrededor de su cintura.

—No puedo hacer esto.

—Llevas un mantel.

—¡Sé lo que llevo puesto! —chasqueó.

—Está bien... —Di un paso cauteloso hacia ella—. ¿Ese era el plan?
¿Ponerte un mantel blanco y pretender ser el fantasma de la navidad futura?

—Hilarante —dijo con los dientes apretados.


Maldita sea, era hermosa. Debería maquillarse.

No es que la hiciera más bonita, solo mayor.

Mucho más vieja.

Me tragué los nervios.

¿Cómo nunca me había dado cuenta de lo grandes que eran sus ojos?
¿O sus labios?

Esa boca.

Instantáneamente me endurecí cuando frunció los labios y me miró


con enojo.

—Es malo.

Mierda, era feroz cuando estaba enojada.

Sus ojos brillaron.

—Sergio, ¿me estás escuchando siquiera?

—¿Honestamente? —Me estremecí—. No, pero te ves hermosa.

—Llevo un mantel.

—Me gusta tu cabello.

—Gracias. —Extendió la mano para tocar el simple velo blanco


haciendo que el mantel cayera al suelo y se juntara a sus pies.

—¡Santa Madre de Dios! —susurré con un grito ronco.

Fue su turno de hacer una mueca.

—¿Así de mal?

Palabras. Maldita sea, necesitaba muchas de ellas. Un montón de


mierda de ellas.

—No.

—¡Estaba en el estúpido paquete! Y arruiné mi propio vestido, así que


estaba como oye que tengo que perder. Traje un vestido blanco simple de
respaldo por si acaso, pero me hizo parecer como una estudiante de primer
grado, y luego abrí la caja y es de mi talla y...

—Deja de hablar. —Mi voz ronca sonaba extraña cuando di dos pasos
hacia ella y luego tiré de su cuerpo contra el mío, capturando sus labios en
un beso abrasador. Sus brazos rodearon mi cuello, no podía ocultar mi
excitación mientras presionaba contra su núcleo.

Y por una vez, no me avergonzó.

Pero esta ardiente y tentadora necesidad de arrojarla sobre cualquier


objeto que pudiera encontrar y levantar esa maldita falda de encaje. Mierda.
¿Quién diablos le compraría algo como esto?

Val se apartó.

—Parezco una prostituta.

—Una muy bien pagada.

La besé una y otra vez. No pude evitarlo, algo se había roto, tenía
hambre de ella, hambre de otro sabor.

Temblando, se apartó.

—¿Qué dirán los tíos?

—Probablemente intentarán dispararle a cualquiera que mire.

—Bien, entonces el mantel pasó poco después de que Dante me viera.

—¿Qué dijo Dante?

—Fue más lo que no dijo —admitió Val.

—Vas a salir, con este vestido, te queda precioso.

—Me siento desnuda.

—Nadie te ve desnuda… —dije con voz áspera—, excepto yo.

Sus ojos se agrandaron.

—Poniéndote territorial.

Agarré su trasero con mis manos y tiré de su cuerpo contra el mío.


—Eras mía antes de que supieras que eras mía. Entonces sí. Seré
condenadamente posesivo contigo. Y no me importa un carajo lo que digan
los demás, me has pertenecido desde siempre, y seguro como el infierno que
seguirá siendo así.

Asintió lentamente y luego miró hacia abajo, atrayendo mi atención


hacia el corpiño completamente transparente, literalmente, la única pieza
de tela en la que no se veía a través era la que cubría sus pezones. El encaje
daba la ilusión de que había más que piel, no la había.

La falda no era mejor, era un satén largo que tenía una abertura
gigante en un lado que mostraba una amplia toma de muslo.

Instantáneamente agarré su muslo con mi mano.

Dejó escapar un pequeño gemido mientras su cabeza caía hacia atrás,


exponiendo su largo cuello. Besé mi camino hacia abajo cuando alguien
golpeó la puerta.

—¿Están listos chicos? —Dante asomó la cabeza.

—Estoy listo. —Metí el dedo en su ropa interior de encaje y le di un


pequeño tirón—. ¿Tú?

Se lamió los labios y asintió mientras yo movía mi mano sobre su


apretado trasero.

Necesitaba detenerme antes de tomarla al lado del altar.

Eso probablemente no iría bien.

Finalmente, la solté y respiré hondo.

Con manos temblorosas, Val sacó una nota y me la entregó.

—Fui instruida para darte esto justo antes de caminar por el pasillo.

El pedazo de papel blanco no parecía amenazador. Además,


necesitaba una distracción.

—¡Val! —Dante golpeó de nuevo, luego irrumpió—. Oh diablos, ¿dónde


está el mantel?

—Sin mantel —ladré—. Nos vemos en unos pocos minutos, Val.


Me dio una mirada nerviosa y se alejó tranquilamente con Dante
maldiciéndola.

Lo seguí y me dirigí hacia el frente de la iglesia.

Gracias a Dios, la gente seguía entrando.

La curiosidad ganó cuando el último miembro de la familia finalmente


encontró su lugar en los bancos traseros.

Saqué el papel y desdoblé la hoja. La gente probablemente creía que


era mis votos, nada más.

Italia,

Recuerda, nunca quise que nuestra historia de amor terminara en


tragedia. Me gustaría creer que hay un plan más grande para los dos, de lo
contrario, ¿cuál es el punto?

La amo.

Más que amarla.

En las ocasiones en que le he hablado, la adoro tanto como tú.

Ella no sabe que me conoció.

Quizás nunca lo sepa.

No habrá vuelta atrás después de leer la siguiente línea. Una última


promesa. ¿Puedes hacer eso?

Prométeme que te enamorarás.

Prométeme que tendrás hijos.

Prométeme que intentarás hacerla feliz tanto como ella intentará


hacerte feliz a ti.

Prométeme que le darás todo.

Prométeme que le darás la oportunidad que nunca tuvimos.

Hasta que la muerte nos separe.

Bueno, Sergio, morí.


Nos separamos.

Ahora es el momento de una nueva promesa.

Un nuevo voto.

Un nuevo comienzo.

Una nueva historia para mi príncipe.

Hay belleza en la vida, belleza en la muerte, solo hay que buscarla.

Sergio.

Mi amor.

Te libero.

Sé feliz,

De Rusia con amor.

Con un escalofrío, dejé caer la nota al suelo justo cuando el órgano


empezaba a tocar la marcha nupcial.

Y me enfrenté una vez más con una elección.

Hacer una promesa.

O correr.
Traducido por Maridrewfer.

La mejor comedia de este género es pura ilusión, y las


peores no son lo peor, si la imaginación las enmienda.
—Sueño de una Noche de Verano.

Frank

L
a Marcha nupcial comenzó justo cuando Xavier entraba en la
iglesia. Val frunció el ceño y se colocó casi detrás de mí. Facilité
las cosas empujándola hacia Gio.

—¿Qué es esto? —Xavier sonrió—. ¿Sin invitación?

Había sido un bastardo entonces. Seguía siendo un bastardo ahora.

Siempre había tenido buen trato con los rusos. Demonios, Nikolai
Blazik, o El Doctor como lo apodaban, era como sangre para mí, y no tomaba
las declaraciones como esa a la ligera.

Con anillos en cada dedo de su mano derecha y un teléfono celular en


la izquierda, parecía que había buscado en Google cómo vestirse como un
sicario y se lo había tomado en serio.

Desde su conjunto negro de pies a cabeza hasta la gabardina negra.


Sacudí la cabeza.

—Debe haberse perdido en el correo. Ya sabes cómo son estas cosas.

—Sí. —Sus dientes bien pudieron rechinar en mi dirección—. Estas


cosas… —Miró a Val detrás de mí—, son bastante delicadas.

Gio soltó un gruñido bajo, mientras que Papi se movió a mi izquierda,


metiendo la mano dentro de su chaqueta. Llevaban tanto tiempo fuera del
redil que esperaba que olvidaran sus modales cuando se trataba de escoria.
Instantáneamente tomaron sus posiciones, tal como lo habían hecho
cuando gobernamos las calles hace tanto tiempo.

Gio detrás, Papi flanqueando a la derecha y Sal a mi izquierda.

Hace años, entre Luca y nosotros, incluso hablar con un Alfero sin
una invitación, sin permiso, haría que murieras.

Y ahora, teníamos al único hombre que había dejado a cargo, el


hombre en el que había confiado mientras me escondía, decidiendo que era
su turno para una retribución.

¿Qué había hecho él? ¿Además de arruinar a mi familia?

Si Luca no hubiera estado al tanto de los negocios de mi familia, si no


hubiera mantenido a Xavier calmado con dinero para callarlo, yo estaría
muerto.

Por la mano de Xavier.

Y ahora que había tomado el control de mi familia, tanto en Chicago


como en Nueva York, había tomado la última pizca de fuerza que tenía y la
hice mía.

—Pensé que era sangre. —Los ojos de Xavier se entrecerraron.

—Las cosas cambiaron. —Me crucé de brazos—. Y prometí una


reunión con el Cappo, ¿no es así?

—Sobre eso. —Xavier extendió su teléfono celular.

Dudé y luego agarré el teléfono, la pantalla se llenó con la imagen de


una mano cortada y sacándole el dedo medio, en una bonita caja de donas.

Apenas capaz de contener la risa, fruncí el ceño y le devolví el teléfono.

—Así que parece que te han dado tu respuesta.

—Ese, era mi mano derecha. —La ironía no se me escapó.

—Claramente, ya no —dijo Sal con una sonrisa. Los ojos de Xavier


brillaron con odio—. Esto no ha terminado.

—¿Acaba de empezar entonces? —respondió Papi antes de que yo


pudiera hacerlo—. ¿Es eso lo que ibas a decir?
—¿Y dónde está tu ejército? —pregunté con voz fría—. Tus hombres
leales, los que están dispuestos a morir por ti… ¿Y para qué?, ¿Para qué
ganes más poder, más control, más dinero? La familia Nicolasi te pagó y te
dio una oportunidad. Sé feliz, vete a casa, haz el amor con tu esposa, besa
a tus dos hijos en la cabeza y ten en cuenta que si decides amenazarme a
mí o a lo que es mío una vez más, me llevaré a esa mujer. Me llevaré a esos
niños. Te quitaré esta vida, y lo haré lentamente. —Di otro paso—.
Dolorosamente

Los ojos marrones de Xavier se convirtieron en pequeñas rendijas


mientras su mandíbula se estrechaba.

—Supongo que, por tu silencio, lo entiendes. —Me enderecé la


corbata—. Ahora vete.

No se movió.

Con un suspiro, chasqueé los dedos, dos de mis hombres se


adelantaron y lo agarraron por los brazos sacándolo de la iglesia.

—Vigila las puertas —ordené en cuanto se cerraron.

Hice un gesto a uno de mis socios de confianza; se adelantó.

—Hank, síguelo.

Con una exhalación, susurré:

—Gracias.

Sal me dio una palmada en la espalda junto con Gio. Papi asintió con
la cabeza y declaró:

—Somos familia.

—Lo somos. —La emoción se atascó en mi vieja garganta mientras mi


corazón se hundió al comprender que Xavier seguiría volviendo, queriendo
lo que consideraba que le correspondía, y me utilizaría a mí o a alguien que
amaba para conseguirlo. Tendría que matarlo.

Y tendría que matar a toda su descendencia. Algo de esa verdad me


rompió el corazón. Después de todo, yo era abuelo.

Un tío.

Pero también un hombre de negocios.


Sí. Enderecé mis hombros. Y un hombre de negocios, que amaba
ferozmente, haría casi cualquier cosa para mantener a sus seres queridos a
salvo.

Cualquier cosa.

—¿Vamos? —Le ofrecí mi brazo a una silenciosa Val.

Con un movimiento de cabeza, enlazo su mano y luego susurró:

—Gracias por protegerme.

Cualquier cosa. Haría lo que fuese. Por ella.


Traducido por marbelysz

¡Oh, infierno! ¡Elegir amor por los ojos de otro!


—Sueño de una Noche de Verano.

Valentina

E
ra real. La mafia era real. Y ese hombre tenía el odio saliendo
de él en oleadas, era casi imposible no sentir el escalofrío en el
aire mientras se lo llevaban.

Debí haber sorprendido a Frank dándole las gracias, porque durante


unos segundos su fachada se resquebrajó, y todo lo que vi fue un hombre
que ya había visto su mejor momento y no quería otra cosa que dejar el
pasado atrás.

Era como si intentara desterrar el fantasma sólo para ser perseguido


una y otra vez.

—¿Se detiene alguna vez? —pregunté antes de dar el primer paso por
el pasillo.

—Sí. —Frank me besó en la parte superior de la cabeza—. Termina


cuando, por unos breves momentos de respiro, estás en los brazos de
alguien que, a pesar de todo lo malo, elige ver sólo lo bueno. Ahí es cuando
termina.

—¿Sólo para empezar de nuevo?

—La vida. —Frank me impedía ver a Sergio mientras me agarraba la


cara con ambas manos y me besaba la frente—. Es un ciclo interminable de
lo bueno y lo malo, es lo que haces con esos momentos lo que define cómo
termina el ciclo.
Se giró y caminó delante de mí, como lo haría una niña que lleva las
flores, pero en realidad era más significativo. Estaba mostrando su
protección al caminar delante de mí, bloqueándome la vista, permitiéndome
estos últimos momentos para juntar mis pensamientos mientras Gio
tomaba mi brazo derecho y Sal el izquierdo.

Papi seguía por detrás.

Si alguien me hubiera dicho que iba a tener cuatro tíos como mi


cortejo nupcial, me habría muerto de risa.

En cambio, me tenía cerca del llanto.

Que las viejas manos que sostenían las mías, siempre habían estado
dispuestas a luchar por mí, a morir por mí. ¡Por mí!

Como si lo mereciera.

Porque para ellos, yo era preciosa. Yo era una promesa. Yo era todo.

Creo que, en ese momento, me despojé de la última parte de mi


inocencia, sabiendo plenamente que estaba entrando en un vínculo sagrado,
no sólo con Sergio, sino con La Familia, con la idea que mi padre había
dejado atrás.

Uno de paz.

De amor.

Uno en el que la sangre sólo se derramaba por necesidad.

Dante estaba al frente de la iglesia con el resto de los hombres;


esperaban cerca de Sergio.

Una vez que Frank se apartó, noté que estaba casi al final del pasillo.

Sergio tenía los ojos cerrados como si le doliera.

Mi corazón se partió en dos.

Porque, aunque quería entenderlo, ¿cómo podía hacerlo? Había


perdido a la única mujer que había amado después de una ceremonia como
ésta, y ahí estaba yo. Todo lo contrario, joven, inocente, todo lo que él no
quería, pero tenía que aceptar.

Por su honor.
Le respetaba por ello.

Y sabía que acabaría amándolo.

Ya estaba a mitad de camino.

Sí, era el momento de despojarme de mi antiguo yo y entrar en una


nueva realidad, en una nueva vida, porque algunas historias no están llenas
de amor instantáneo o de felices para siempre en los que basta un beso para
sellar el afecto entre dos personas.

A veces es trabajo.

A veces es doloroso.

Nuestro amor será feo, deforme, incómodo. Será tantas cosas, pero
esperaba que al final, por encima de todo, fuera lo suficientemente bueno.

No sólo bueno.

Ni siquiera increíble.

Pero lo suficientemente bueno, para que al menos estuviera en un


matrimonio en el que tuviéramos respeto, amistad, era todo lo que me
parecía correcto pedir.

Las manos de Sergio temblaban a sus lados.

Frank se giró y me levantó el velo de la cara besando cada mejilla y


luego susurrando una bendición en mi oído.

Sal hizo lo mismo, seguido de Papi. Cuando le llegó el turno a Gio,


dudó.

Le agarré las manos mientras las lágrimas llenaban sus ojos.

Era cercana con todos ellos, pero Gio... Gio siempre había sido mi
roca. Me había cogido de la mano cuando mi primera amiga verdadera en el
instituto se mudó.

Cuando dejó de escribirme correos electrónicos, me dijo que


encontraría mejores amigos en la universidad.

Cuando Dante se comportó de forma estúpida, como suelen hacer los


hermanos, me habló de la conversación más traumática que había tenido,
hasta la fecha, sobre chicos y hormonas.
Pensó que, si el simplemente traía películas y hacia dibujos, yo estaría
bien con el hecho de que mi hermano se comportara como un idiota.

A mitad de nuestra "charla" ambos estábamos tan traumatizados que


juramos no volver a hablar de ello.

Gio se aseguró de que comiera.

Gio era como una abuela italiana metida en el cuerpo de un hombre


delgado de setenta años con una adicción secreta a los puros cubanos.

Su cabello era casi completamente gris, su rostro había envejecido


mejor que el resto de él, pero las líneas de preocupación alrededor de su
boca se profundizaron cuando se inclinó hacia adelante y susurró cerca de
mi oído:

—Sólo di la palabra y te sacaré.

Sorprendida, lo atraje para darle un fuerte abrazo.

—No. Esto es lo que mi padre habría querido.

—Eso no hace que esta elección sea más fácil —dijo con voz dolida
mientras me abrazaba con fuerza y luego besaba ambas mejillas. Una sola
lágrima salpicó a sus labios mientras temblaban—. Eres mi chica.

—Lo soy.

—Sé fuerte.

—Lo seré.

—Eres mi chica —repitió—. Moriría por ti, ¿sí?

—Sí. —Mi voz tembló.

—Si te trata mal, vengo con la pistola, ¿capiche?

—Capiche. — Yo medio sollozaba medio reía.

Con un gruñido, me besó la nariz y se unió al resto de los hombres.

Phoenix, Tex, Nixon y Chase estaban a la izquierda con el resto de los


Alfero mientras que Dante estaba a la derecha con Sergio.
Cuando mi mirada se posó finalmente en el hombre con el que me iba
a casar, esperaba que siguiera con los ojos cerrados; al fin y al cabo, él no
quería esto, tal vez fuera la única forma de superarlo.

En cambio, sus ojos estaban fijos en mí.

La intensidad de su mirada irradiaba en oleadas.

Cuando nuestras manos se tocaron, las suyas estaban calientes, no


húmedas. Unos dedos fuertes rodearon los míos.

Esto está sucediendo.

Esto está sucediendo.

Mientras el sacerdote hacía una cruz con el incienso, empezó a recitar


las escrituras en italiano. Identifiqué algunas palabras.

Los saludos y la oración pasaron volando y, de repente, el sacerdote


nos preguntó en inglés si estábamos en nuestro sano juicio.

Ja, Probablemente no.

Los labios de Sergio se crisparon cuando ambos declaramos que, de


hecho, estábamos cuerdos y que no entrábamos en la sagrada sanción del
matrimonio a la ligera.

—Sergio... —El acento del sacerdote era tan marcado que incluso su
inglés era difícil de descifrar—. ¿Aceptas...? —Iba a hiperventilar, hablaba
tan rápido, estaba sucediendo tan rápido—. ¿Hasta que la muerte los
separe?

Los ojos azules parpadearon hacia mí, lenta, metódicamente,


intensamente mientras Sergio respondía:

—Acepto... hasta que la muerte —su voz se quebró—, nos separe.

Era mi turno.

Mi voz era pequeña cuando contesté lo mismo, me sentí extraña


diciendo que sí, cuando Sergio realmente repitió la última parte.

Hasta que la muerte nos separe.


Aterrador, pensar que sería una posibilidad muy real que uno de
nosotros muriera antes que el otro, lo más probable es que fuera él, teniendo
en cuenta su línea de trabajo.

No me gustaba.

Pensar en la muerte cuando debería estar pensando en la vida.

Apreté sus manos con más fuerza.

—Y ahora una bendición. —El Sacerdote levantó las manos—. De un


amigo.

La compostura de Sergio se desvaneció, apenas, cuando el sacerdote


se alejó y otra persona lo reemplazó.

Un hombre alto, moreno y extremadamente guapo, con tatuajes en los


nudillos y un rostro muy familiar, se presentó ante nosotros.

Se aclaró la garganta.

—Que esta nueva unión os proporcione a los dos el amor y las risas
que os merecéis, que Dios os mantenga a salvo, que Dios una a nuestras
familias durante todo el tiempo que él lo permita. Que os honréis el uno al
otro, que os respetéis el uno al otro, que muráis el uno por el otro, que viváis
el uno por el otro. Este es el deseo de mi familia, mis amigos. —Sus manos
temblaron, sólo una vez, luego se aclaró la garganta y continuó—. Este es el
último deseo y testamento de Andi Abandonato leído por Nikolai Blazik.

Los ojos de Sergio se llenaron de lágrimas.

No era digna.

Nunca sería digna de un hombre al que se quería tanto.

Pero, de repente, me parecía bien, porque su amor y su devoción por


él después de sólo unos meses me demostraban que era digno.

Sergio era digno.

Y tan digno.

De todo lo que tenía para ofrecerle.

Y lo daría todo.
Porque ella había muerto deseando poder hacerlo.

Y era un privilegio para mí poder continuar donde ella lo había dejado.

Nikolai asintió a los dos y se unió al lado derecho de Nixon. Los


hombres se estrecharon las manos mientras el sacerdote sostenía sus
brazos sobre nuestra cabeza y continuaba la ceremonia en italiano.

Intercambiamos anillos, anillos que nunca había visto antes. Al


repetir las palabras, adquirieron un nuevo significado para mí; mi vida tenía
un nuevo sentido.

—Amigos, bendigamos la unión de estas familias, que nos fortalezcan


y protejan, para siempre. —El sacerdote volvió a hablar en italiano.

—Amén —retumbó el murmullo colectivo en el santuario.

—Ahora les presento al Sr. Sergio y a la Sra. Valentina Abandonato,


que nuestro Señor y Salvador Jesucristo los bendiga y los guarde, por los
siglos de los siglos. Amén.

—Amén.

Todos hicieron una rápida señal de la cruz y luego se pusieron de pie


y se besaron la mano derecha y la colocaron sobre el corazón.

No supe qué sentía cuando la gente empezó a aplaudir.

Sergio me cogió la mano y me giró hacia él, sus labios se encontraron


con los míos en un breve beso antes de llevarme al altar.

Estaba casada.

Casada.

A los diecinueve años.

Con un asesino de ojos preciosos y corazón agobiado.

No era necesariamente como había imaginado mi historia.

—¡Que estés bien! —Gio se reunió con nosotros en la parte trasera de


la iglesia con lágrimas en los ojos—. Te echaré de menos.

—¿Me echarás de menos? —repetí—. Yo no...

—¡Diviértete! —Frank me guiñó un ojo.


—¿Diversión?

Dante me dio un codazo y luego lanzó arroz al aire, un puñado de él


aterrizó en mi cabello.

—Para que conste, sigue siendo mi hermana. —Creo que eso iba
dirigido a Sergio.

—¡Adiós! —Tex guiñó un ojo—. Asegúrate de relajarte, Serg.

Sergio no dijo nada.

Nos apresuramos hacia una limusina que nos esperaba, y nadie


hablaba, aparte de decirme que me divirtiera. ¿Estaban hablando de esta
noche?

El calor se apoderó de mi cara hasta que sentí que estaba ardiendo.

Mi vergüenza debió de notarse porque en voz baja Sergio susurró:

—No te preocupes.

Mi visión de la limusina se bloqueó de repente cuando un hombre se


puso delante de nosotros. El mismo que había leído la carta de Andi. Era el
tipo de hombre que rezumaba poder y sexualidad, pero de una manera
totalmente obvia y exagerada. Sentía que si le miraba directamente a los
ojos perdería mi alma o algo así, como si viera demasiado, viera mis
inseguridades y se lo contaría a todo el mundo que estuviera a su alcance.

Finalmente, sin querer ser grosera, le eché una mirada, una mirada
realmente larga.

Me resultaba vagamente familiar.

Pero no podía ubicarlo.

Frunciendo el ceño, lo miré con más atención.

Los ojos de Nikolai se encontraron con los míos, y luego los desvió
rápidamente y le tendió la mano a Sergio.

—Se habría alegrado.

—Lo sé —dijo Sergio en voz baja.


—Mi oferta sigue en pie. —Me dirigió una mirada lastimera antes de
volver a mirar a Sergio—. Siempre seguirá en pie.

—Y yo siempre diré que no. —Sergio le dio una palmada en la espalda


y lo abrazó—. Vuelve con tu esposa.

—La esposa. —Nikolai se rió con fuerza—. Nunca pensé que vería el
día.

—¿Y lo hicimos? —contraatacó Sergio—. Por cierto, Xavier nos ha


dado un poco de problemas.

—¿Le hago daño por ti? —preguntó Nikolai.

Sergio hizo una pausa, su mano agarró la mía con fuerza.

—Está bien. Por ahora. Quizá más tarde cenemos.

—Ya sabes dónde encontrarme. —Nikolai le estrechó la mano por


última vez y se marchó.

Fruncí el ceño tras él.

—Lo siento —se disculpó Sergio—. No tiene ningún trato con los
pacientes.

—No... no es eso. —Tragué saliva, mi mirada seguía clavada en su


forma de desaparición—. Me resulta familiar.

—Bueno, ganó el Pulitzer cuando era adolescente, podría ser eso. Salió
en la portada de Time.

—No, no ese tipo de familiar, pero... —Sacudí la cabeza—, no importa.


Entonces, ¿por qué la gente sigue diciéndome que me divierta?

Sergio abrió la puerta de la limusina y señaló el interior.

—Si te lo dijera, tendría que matarte.

—Muy gracioso.

—Es bastante gracioso. —Su sonrisa era pequeña—. ¿Te has


despedido?

—Sí, pero...
—Bien. —Cerró la puerta antes de que pudiera seguir hablando.
Irritada, bajé la ventanilla mientras Sal, Papi y Gio se acercaban—. ¿A dónde
voy?

—Sería una horrible sorpresa si te lo dijéramos. —Gio guiñó un ojo.

Los ojos de Papi brillaron con lágrimas.

—Sé una buena chica, Val.

—¡Come! —añadió Sal—. ¡Debes comer!

—Batatas —dijo Gio con voz seria—. Ayudan a los huevos.

—¿Huevos? —repetí—. ¿Qué huevos?

Papi se sonrojó y susurró:

—Los tuyos.

—¿Los míos?

—Para los niños —explicó Sal—. Rezamos por un vientre fértil.

Oh, por favor, no.

—¡Sólo tengo diecinueve años! Deja que Dante tenga hijos.

—Ese no es el trabajo del hombre. —Gio frunció el ceño y luego


chasqueó los dedos—. Después de hacer el acto, asegúrate de esperar por lo
menos cinco minutos y luego bebe jugo de zanahoria. Estarás embarazada
en poco tiempo.

Nota para mí, saltar de la cama y mantenerse alejado de todo jugo de


vegetales.

—Cierto. Bueno, gracias.

Sergio se metió por el otro lado y se deslizó al otro lado, luego buscó
mi mano y no la soltó.

Gio asomó la cabeza por la ventanilla de la limusina.

—Casi lo olvido. Los hombres, a veces tienen mentes propias. Te


asusta con su... —No dijo la palabra. Di las gracias a Dios—, hombría,
simplemente lo pateas. Puede... puede no sentirse bien...
—¡Está bien! —Prácticamente lo empujé por la ventana—. ¡Adiós, te
quiero!

—¡Pero Val esto es muy importante, esta charla! ¡Debemos tener esta
charla! ¡Recuerda los dibujos que hice!

Golpeé la ventana para que subiera y les soplé besos a todos.

—¡Los quiero, chicos!

Una vez que el coche empezó a alejarse, Sergio se volvió hacia mí y


sonrió.

—Fotos, ¿eh?

—Cállate.

—¿Todavía tienes las fotos?

—Sergio —le advertí, con la cara llena de vergüenza.

—¿Ayudaste a hacer los dibujos o fuiste un simple observador?

—¿Ya has terminado?

Sus ojos azules centellearon.

—Oh, creo que nunca acabaré con esta conversación. Dentro de diez
años seguiré preguntando. Dentro de quince años, voy a exigirte que me
muestres lo que te hace parecer que el sexo es la cosa más aterradora del
planeta.

No respondí.

Nos sentamos en silencio mientras la limusina atravesaba Manhattan.

—Hace un año, el sexo conmigo habría sido aterrador —dijo en voz


baja—. Te habría tomado con fuerza.

Una parte de mí estaba intrigada, mientras que la otra seguía tan


avergonzada que estaba tentada de saltar del vehículo en marcha.

—¿Y ahora? —tuve que preguntar.

No habló durante unos minutos. Quizá no lo había dicho lo


suficientemente alto. Me giré para preguntar de nuevo, sólo para encontrarlo
mirándome fijamente.
Se lamió los labios, se inclinó hacia delante, su mano izquierda buscó
mi cara y se detuvo cuando las yemas de sus dedos bailaron sobre mi labio
inferior.

—Despacio.

—¿Qué?

Se apartó.

—Hoy me he sentido como el villano.

—No lo eres...

—Lo soy. —Apartó la mirada—. En cierto modo siempre lo seré. Pero


eso no significa que tengas que jugar al héroe con mi villano, Val. —Sus ojos
se encontraron brevemente con los míos—. Voy a intentarlo... y aunque
nunca tengas mi corazón... te prometo una cosa.

—¿Qué? —Mi voz estaba ronca.

—Siempre tendrás mi cuerpo.


Traducido por Marbelysz

Soy lento en el estudio.


—Sueño de una Noche de Verano.

Sergio

S
í, el romanticismo estaba perdido conmigo. ¿No dijo Andi esas
mismas palabras hace unos meses, cuando me ofrecí a
dispararle veinticuatro horas antes de nuestra boda? Maldita
sea, era un idiota.

Quería hacerlo mejor.

No era una segunda oportunidad, al menos no en la forma en que una


persona pensaría. Diablos, yo habría dicho que no si me lo hubieran
ofrecido, y de hecho tenía la opción de decir que no, pero como era un sí
forzado, quería hacer lo correcto por ella.

Y después de leer la carta de Andi, me había sentido avergonzado por


la forma en que había estado actuando, pero mis emociones se negaban a
mantenerse bajo control cuando se trataba de Val.

Me confundía, me hacía nudos y, extrañamente, me hacía sentir más


vulnerable de lo que había sido en toda mi vida.

No me merecía a Andi.

Estaba seguro como el infierno de que no me merecía a Val.

¿Estaba Dios loco? ¿Era esto una broma cruel para hacerme cambiar
de opinión? ¿Darme dos de las mujeres más increíbles que existen? Pero
hacer que sea imposible amarlas. Quitarme a la primera y crear un dolor
tan rápido, tan fuerte, que no me quedara nada para la siguiente.

Miré a Val con el rabillo del ojo.


En otra vida, podría amarla. Amarla de verdad. No era justo.

La amargura amenazaba con apoderarse de mí mientras tomábamos


la salida hacia el aeropuerto.

El vidrio divisorio de privacidad se deslizó hacia abajo.

—Señor, tenemos el mismo coche siguiéndonos desde hace diez


millas, pensé que debía saberlo.

Apreté los dientes.

—¿Qué tan cerca estamos del aeropuerto?

—A unos pocos kilómetros, pero con este tráfico...

El vidrio volvió a subir. Nos detuvimos con un chirrido cuando el


semáforo se puso en rojo; los coches estaban atascados a nuestro alrededor.
Me di la vuelta. Dos hombres grandes salieron de un coche y empezaron a
correr hacia nosotros.

—Vaya, mierda —murmuré, quitándome rápidamente la chaqueta y


desabrochándome los gemelos.

—¿Sergio? —Los ojos de Val se abrieron de par en par—. ¿Qué está


pasando?

—¿Te acuerdas? —Levanté el cojín del asiento de la izquierda y saqué


dos pistolas más pequeñas—. ¿Cuándo Chase te enseñó a apuntar con un
arma?

—Sí, pero...

—Si pasa algo, apuntas el arma y disparas, disparas hasta que estés
segura, ¿entendido? — Le puse la pistola en la mano y golpeé dos veces el
vidrio divisor. Se deslizó hacia abajo.

Y ya era demasiado tarde.

El sonido de los disparos llenó el coche.

Nuestro conductor, un socio más reciente de unos veinte años,


acababa de recibir un disparo en la cabeza. Apenas tuve tiempo de volver a
subir el vidrio antes de que se produjeran más disparos.
No íbamos en un coche blindado, no era un jefe, no lo había
considerado necesario. Si yo moría, ¿y qué?

Pero si Val moría.

Maldita sea.

Una guerra.

Más guerra.

¿Cuándo aprenderían las familias?

¿Qué demonios tenía de malo querer la paz?

Una bala impactó en la ventanilla lateral junto a la cabeza de Val, la


tiré al suelo de la limusina mientras más balas volaban sobre nosotros. Los
cristales se estrellaron sobre mi cuerpo.

Le hice un gesto a Val para que se callara. Los disparos cesaron.

Los tipos eran aficionados en el mejor de los casos. Nunca te detenías,


sólo cuando el coche fuera un agujero. Te detenías para incendiar el coche.
Te detenías para colocar una bomba, no te detenías porque pensabas que
habías dado en el blanco. Nunca te detenías.

La puerta del pasajero se abrió y disparé un tiro.

Se emitió una áspera maldición y luego se efectuaron más disparos


contra el coche.

Val no lloró.

No gritó.

Estaba en un silencio sepulcral, con los ojos clavados en los míos, con
miedo, pero con tanta confianza que me dolía el corazón.

Sus ojos decían, Nos sacarás de esto.

Todo va a salir bien.

Confío en ti.

Mientras yo no sabía qué podíamos hacer, qué podía hacer sin


herirme o ponerla en más peligro.
Mierda.

Una bala me rozó el brazo, desgarrando la carne y parte de la camisa.


A Val se le aguaron los ojos.

—Quédate quieta —articulé, con mi cuerpo apretado contra el suyo.


Moriría antes de dejar que se la llevaran, fueran quienes fueran.

Estábamos atrapados.

Atrapados.

Si sólo fuera yo, saldría del coche disparando, moriría en el proceso y


mi familia tendría que lidiar con ello.

Pero tenía una responsabilidad, y mi responsabilidad confiaba en que


me mantuviera vivo, necesitaba que me mantuviera vivo si ella iba a seguir
viva.

Los disparos se detuvieron de nuevo.

—¿Confías en mí? —susurré.

—Sí —susurró, con la voz temblorosa.

—¿Quieren a la chica? —grité para que pudieran escuchar.

—Muerta. La queremos muerta —gritó el hombre—. Tráela y te


dejaremos ir.

—No, no lo harán. —Me reí—. ¿Pero qué pasa si traigo a la chica


porque ya la he tenido y estoy harto de ella? ¿Puedo al menos elegir la forma
en que me disparan? Me parece justo.

Silencio.

—¿Quieres elegir cómo te disparo?

—Estoy muerto de cualquier manera, tengo una cosa sobre los


disparos en el cuerpo, demasiado riesgo de sufrimiento, desangramiento
demasiado lento, pulmones colapsados, asfixia. ¿Quién quiere eso? Una
muerte rápida, eso es lo que digo.

—Bien —ladró otro hombre—. Tráela, pero va delante de ti.

—Está bien, puedes matarla o llevártela, haz lo que quieras con ella.
—Nos la llevamos y luego la matamos.

—¿Llevarla?

—El jefe nunca lo sabrá.

—Ella no es tan buena. —Me reí fríamente—. Puede que necesites


estar borracho para apreciar lo que tiene que ofrecer.

Los ojos de Val se entrecerraron.

Pero no dijo nada.

Los hombres se rieron.

—Voy a salir ahora. —Tiré de Val para que se sentara y le susurré—:


Lo siento. —Luego rasgué la parte inferior de su vestido y lo envolví alrededor
de sus manos como una cuerda—. Cuando salgamos te voy a empujar al
suelo, te va a doler, te vas a raspar. Enseña una teta.

Sus ojos se abrieron de par en par.

—Demonios, muestra las dos. —Cogí mi cuchillo y tiré de su corsé—.


Tu vida depende de tu habilidad para hacer dudar a esos tipos, ¿entendido?

—Entendido.

Su voz era más clara, y entonces, sin dudarlo, se bajó el vestido una
cantidad obscena. Casi me atraganté con la lengua cuando se adelantó a
mí. Fiel a mi promesa, la empujé fuera del coche, cayó de rodillas
arrastrando la parte superior de su vestido con ella.

En el momento en que aterrizó en la acera, ambos hombres la


miraron, ambos dudaron.

Era todo lo que necesitaba.

Dos disparos.

Uno en la cabeza, otro en el pecho.

Ambos cayeron al suelo con fuerza.

La gente gritaba a nuestro alrededor mientras sonaban las sirenas y


la policía finalmente consiguió abrirse paso en el círculo de coches
atascados.
Me guardé la pistola en la parte trasera del pantalón y ayudé a Val a
ponerse en pie. Mentiría si dijera que mi mirada no se detuvo, porque,
maldición, tenía un buen cuerpo.

Uno hecho para el sexo, con unas caderas que pedían el agarre de un
hombre.

Le levanté el vestido.

—¿Estás bien?

Asintió, pero no lloró. Me asustó. Las chicas que no estaban en


nuestra vida, demonios incluso las que sí lo estaban, lloraban.

—¿Val? —La rodeé con mis brazos—. Usa tus palabras, por favor.

—Yo... —Frunció el ceño—: ¿Nos van a arrestar?

—¿Eso es lo que te preocupa? ¿No los cadáveres? ¿Que nos disparen?

Se mordió el labio inferior.

—Es más fuerte, los disparos son más fuertes de lo que pensaba,
vibran, haciéndote creer que te han disparado cuando simplemente eres un
observador. —Otro suspiro—. No estoy segura de que las lágrimas sean la
emoción adecuada, o la tristeza, yo... —Se estremeció—. Gracias. Por
mantenerme a salvo.

Maldita sea, podía sentir mi corazón creciendo mientras la abrazaba


y besaba su cabeza. Un oficial de policía silbó mientras se acercaba a los
cuerpos y luego a mí.

—¿Accidente?

Éramos los dueños de esta ciudad. Simple y llanamente.

Y todavía estábamos cerca de nuestro barrio.

Diablos, no sólo éramos dueños de la ciudad, sino también del alcalde.


Estaban muy metidos, desde el quiebre económico; habían estado tomando
dinero tanto de los Abandonato como de los Alfero durante los últimos diez
años.

Y la policía sabía que estábamos en el pueblo.

Desde el mismo día que llegamos.


Frank era así de amable.

Diablos, era como escribir un maldito comunicado de prensa.

—Los jefes están aquí, mantenlos a salvo a toda costa.

—Llegas un poco tarde —escupí.

—Claramente. —Se dio un golpecito en la barbilla y miró los cuerpos—


. Le haré saber al jefe que hubo una... situación.

—Necesitamos que nos lleven.

—Ahora mismo, señor. ¿Se dirigían al aeropuerto?

—Al mismo aeropuerto. —Suspiré—. Diferente destino.

Me metí en la parte trasera de la limusina y cogí mi chaqueta, luego


cogí rápidamente nuestras maletas del maletero de la limusina y me dirigí
al coche de policía que nos esperaba mientras llegaban el resto de policías y
el forense.

Envolví a Val con mi chaqueta. Se acurrucó en ella y luego me


sorprendió girando la cara hacia el cuello e inhalando profundamente, una
media sonrisa jugando en sus labios. Aquel pequeño movimiento, casi como
si estuviera saboreando mi esencia, me dejó perplejo, pero no tuve tiempo
de analizar lo que podía significar.

La gente sacaba fotos.

Aparecieron los periodistas.

Y estoy seguro de que la ciudad daría un buen giro a la historia... pero


ese no era mi trabajo, mi trabajo era mantener a mi esposa a salvo, y ahora
mismo, éramos blanco fácil.

—¿Al aeropuerto, oficial...?

—Sherman. —Se quitó el sombrero.

—Gracias por la ayuda.

—Es un honor. —Nos miró por el espejo retrovisor—. Mi padre conocía


a las Familias, tomaba copas de Navidad con algunos de los hombres cada
año durante su turno en el barrio.
Le devolví la sonrisa.

—Apuesto a que disfrutaba de esos momentos.

Una sonrisa se dibujó en la cara del oficial Sherman.

—Todavía habla de ello.

—Dígale que se pase por aquí alguna vez... Estoy seguro de que a la
Familia le encantaría verlo.

—Lo haré. —Sherman se detuvo en la acera—. ¿Disfrutaron de su


luna de miel? Supongo que se acaban de casar.

—Nuestra luna de miel, por desgracia, se vio truncada —dije


sintiéndome más triste de lo que me importaba admitir.

Val me cogió de la mano mientras nos dirigíamos al mostrador de


tiquetes.

—Dos billetes de primera clase a Chicago en el primer vuelo que salga,


por favor.

La señora asintió y luego frunció el ceño.

—No tenemos ningún vuelo que…

—Gracias por su tiempo —la interrumpí y tomé mi teléfono mientras


me alejaba del mostrador—. Nikolai, necesito tu avión.

—¿Qué es esto? ¿No hay Hola? ¿Cuánto tiempo sin verte?

—Te vi hace media hora y desde entonces he acabado con dos vidas y
me han disparado con más balas de las que podía contar. Dame tu maldito
avión.

—Hecho —dijo sin dudar, con todo el humor agotado en su voz—.


¿Necesitas ya ese favor?

—¡Ja! —Puse los ojos en blanco—. Esto es todo.

—Esto es un avión. Tengo seis. Apenas un favor. Llámame si necesitas


más... fuerza de trabajo.

—Adicto al trabajo.

—Sí, suena mucho mejor que asesino masoquista.


—¿No es así?

—¿Qué aeropuerto?

—JFK.

—Estás de suerte, a mi avión le están poniendo combustible para mi


vuelo de vuelta. Me quedaré una noche más y visitaré a la Familia.

—¿Estás seguro?

—Estoy seguro.

—Gracias Nikolai.

—Por supuesto, ¿y Sergio?

—¿Sí?

—Amala bien esta noche.

Suspiré.

—Haré lo mejor que pueda.

—Hazlo mejor que tu mejor esfuerzo.

Apreté colgar y le tendí la mano a Val de nuevo.

—Tenemos un avión, vamos a buscarte ropa.


Traducido por Vanemm08

Un león entre las damas es la cosa más terrible.


—Sueño de una Noche de Verano.

Valentina
Apenas estaba aguantando.

D
esesperadamente intentando ser el tipo de mujer que Sergio
necesitaba, el tipo de mujer que no gritaba cuando le
disparaban, el tipo que podía matar arañas sin maldecir y
apuntar con un arma a alguien sin temblar.

Necesitaba fuerza.

Pero lo que necesitaba y lo que podía ofrecer eran dos cosas muy
diferentes.

No hablé cuando me agarró de la mano y me llevó a una tienda


cercana.

—¿Val? —susurró suavemente. —Jeans o polainas, no tienes mucha


elección.

—P-polainas —susurré, mi voz débil, mi cuerpo aún más débil, mi


visión borrosa mientras trataba de concentrarme en la tarea que tenía entre
manos—. Y um, solo una camiseta o algo está bien, sandalias. —Alargué la
mano hacia la camiseta mientras Sergio agarraba un par de sandalias.

Sergio frunció el ceño.

—Es Chicago, no estoy tan seguro de que quieras sandalias.

Tragué y encontré mi voz.

—Estaré en un avión.
—¿Talla? —preguntó, aparentemente dejándome ganar.

—Ocho y medio.

Cogí las sandalias y me acerqué a la caja registradora, luego casi me


eché a llorar porque me di cuenta de que no tenía dinero.

Presa de pánico, dejé que el pensamiento se hundiera.

Literalmente no tenía dinero.

Quiero decir, tenía dinero en la floristería, pero normalmente lo


depositaba y usaba el efectivo que me daban mis tíos porque me compraban
todo.

Y mi tarjeta de débito estaba en mi habitación.

Porque esta mañana me desperté pensando que me iba a casar y luego


regresaría a mi habitación para cambiarme.

En cambio, me desperté. Me casé. Fui arrastrada a una limusina. Y


me dispararon, casi me matan.

Y no tenía dinero.

La vergüenza se apoderó de mí cuando me di la vuelta, lista para


preguntarle a Sergio, pero él ya le estaba entregando su brillante tarjeta
negra a la vendedora.

Ella la pasó.

Firmó y le dio las gracias.

Y nos fuimos.

Aún sin hablar.

Creo que una parte de mí tenía miedo de que si hablaba me echara a


llorar o tal vez todos los gritos que había estado conteniendo saldrían de
repente de mi boca y no me detendría, seguiría gritando.

Un fuerte golpe casi me hizo trepar por el cuerpo de Sergio.

—Shh, está bien. —Besó mi cabeza—. La maleta de alguien se cayó.

—Oh —croé—. Lo siento, y te pagaré cuando tenga mis cosas. Tendré


mis cosas más tarde, ¿cierto? Quiero decir, ¿si vamos a Chicago?
La expresión de Sergio se volvió preocupada cuando me acercó y me
llevó a una puerta cercana. Una vez que estuvimos en el otro lado, un
hombre con un traje negro nos hizo señas. Escribió un código y nos
acompañó por un pasillo largo. Cuando llegamos al final, tecleó otro código
y estábamos afuera.

Frente a un jet privado.

Un enorme jet privado.

Era negro, elegante.

Y escandaloso.

—Vamos. —Sergio le entregó nuestro equipaje al mismo hombre y


luego me agarró de la mano y me tiró por las escaleras hacia el calor del
avión.

—Sr. y Sra. Abandonato —nos saludó el capitán con una cálida


sonrisa—. Soy el Capitán Parker, los llevaré a Chicago. Me han dicho que
quieren privacidad así que no habrá un asistente de cabina que les ayude a
instalarse. Mi copiloto y yo estamos a solo una llamada de distancia. —
Señaló un teléfono conectado a la pared—. Si sólo se sientan, tomaremos el
vuelo y despegaremos.

—Gracias. —Sergio le estrechó la mano.

—Es un placer.

El capitán Parker se quitó el sombrero y cerró la puerta del avión,


luego entró en la cabina mientras me las arreglaba para quitarme la
chaqueta que Sergio me había dado. Un escalofrío recorrió mis brazos
cuando la anticipación me golpeó de lleno en la cara.

—¿Val? —Sergio sostuvo mis hombros con sus manos fuertes—.


Mírame.

Lo estaba mirando.

—No, cariño, no así.

—Te estoy mirando —susurré—. ¿No es así?


—Estás mirando a través de mí, no estás realmente aquí, tus
pensamientos desafiantes no están aquí. Podemos hablar de eso, a veces
ayuda.

—Estoy bien —mentí, la sonrisa que tiró de mis labios no valía nada,
mientras el escozor de las lágrimas amenazaba con apoderarse de mí—. ¡De
verdad!

Suspirando, Sergio se negó a soltarme.

—Tus cosas ya están empacadas. No volverás a Nueva York. No hasta


que las cosas se calmen.

Era curioso cómo el simple hecho de que no iba a ver a la única familia
que había conocido sería lo que causara las lágrimas.

Podría ocultar mi terror por lo que había visto hace una hora.

Podría forzar una sonrisa a través de la violencia.

Pero que me quiten lo que amo, ¿quitarme la seguridad?

Y me rompían.

Con un sollozo, caí contra su pecho.

—¡Fue tan fuerte!

—Lo sé. —Sergio me frotó la espalda—. Lo sé.

Temblando, traté de subirme a él, ansiando seguridad.

—Y no se detenían y luego tú simplemente... les disparaste. ¡Ese


hombre... en la cabeza!

—No sintió dolor.

—¡No me importa su dolor! —grité—. ¡Me importa el hecho de que casi


nos matan! ¿Y para qué? ¿Esto es normal?

No respondió.

—El silencio no ayuda. Me hace suponer que te disparan todo el


tiempo. —Hipé y dejé que cayeran más lágrimas mientras me alejaba de él
y me abrazaba el estómago—. ¡Oh Dios! ¡Tenemos que regresar! ¡Sergio! —
Estaba más que histérica—. ¿Y si van tras mis tíos? ¡Frank! ¡Dante! Tenemos
que advertirles, tenemos que…

—Ya lo saben. Estarán bien. Estoy más preocupado por tu seguridad


que por la de ellos.

—¡Soy joven! Son débiles y viejos, ¡y sabes que Sal tiene un bastón! —
Salté sobre mis pies y golpeé su pecho—. ¡No hagas esto! ¡Por favor, por
favor!

Él cerró los ojos y me abrazó con fuerza mientras continuaba


luchando contra él, ni una vez gritándome ni devolviéndome la violencia,
simplemente tomándola mientras lloraba.

—Val —susurró Sergio cuando me calmé—. Créeme cuando digo que


esto no es lo que había planeado para ti. Iba a llevarte a una verdadera luna
de miel justo después de la boda. Era una sorpresa. Hice que tus tíos
empacaran todo lo que pudieran, todos pensamos que debías acostumbrarte
a estar casada y merecías un tiempo fuera, pero...

—Pero —dije con un resoplido—. Nos atacaron.

—No es seguro. —Sergio inclinó mi barbilla hacia él, la yema de su


pulgar rodando por mi labio inferior—. Esperan que estemos en México. Así
que vamos a Chicago a comprar algo de tiempo y ver cuál será el próximo
movimiento.

Me aparté de él de nuevo y tropecé con uno de los asientos cuando el


avión comenzó a rodar.

Cálidas lágrimas corrieron por mis mejillas.

—Lamento ser débil. —Admitirlo apestaba peor que pensar en ello. Y


solo me hizo llorar más fuerte. Llevaba más de una hora casada y ya había
fracasado.

—¿Qué? —Sergio cargó hacia mí, sus hermosos rasgos apenas


contenían su rabia—. ¿Qué diablos quieres decir con que eres débil?

—Estoy absolutamente aterrorizada de no ser capaz de sacar esa


imagen de mi cabeza. Todas las imágenes en realidad. O que cada vez que
escuche un chasquido creeré que me están disparando. Soy un fracaso. No
soy una verdadera esposa de la mafia. Sé... sé que soy joven. —Tomé una
respiración profunda—. E inocente, y por lo que has dicho, Andi era...
exactamente lo opuesto a mí. —Dolía decir las palabras en voz alta; me dolió
más de lo que me di cuenta, admitiendo mi propia incapacidad para cumplir
con sus expectativas—. Solo... tengo que ser más valiente. Me esforzaré más.

—¿Estás bromeando ahora mismo? —rugió Sergio, cayó de rodillas


frente a mí y agarró mis manos—. Val, mírame.

Sus ojos azules se clavaron en los míos. Él era tan hermoso. Como la
historia. Y eso era otra cosa. Mis tíos no sabían de las cartas.

Es decir, que fueron olvidadas.

Tenía dos más.

Y ahora las había perdido.

Mi estómago se hundió aún más.

—No eres un fracaso. —Sergio ahuecó mi cara—. Es un poco


presuntuoso de tu parte asumir lo que necesito y no necesito en una esposa.
¿Qué pasa si me gusta la idea de finalmente tener a alguien a quien
proteger? ¿Alguien a quien salvar? Alguien que es vulnerable —su voz se
quebró—. A veces, Val, es bueno que te necesiten. A veces, es bueno ser el
héroe de alguien. Solo por una vez.

Le rodeé el cuello con los brazos.

—No te llamé héroe.

—No tenías que hacerlo.

—Eso es presuntuoso.

—Bueno, tengo bastante confianza en mis habilidades para salvar a


la damisela en peligro.

—Engreído.

—Eh, ¿queremos llamarlo arrogancia o simplemente la capacidad de


ser rudo? Quiero decir, llama a las cosas por su nombre, Val.

Me eché a reír.

Me había hecho reír.


El mismo tipo que mira mal a las personas y las hace llorar y confesar
todos sus pecados.

Me hizo reír.

—Gracias. —Me aparté, nuestras narices casi se tocaron—. Por ser mi


héroe.

—Todo en un día de trabajo. —Sus ojos se dirigieron a mis labios y


luego retrocedieron hacia mis ojos como si pidiera permiso.

Así que lo di.

Besándolo primero.

Con un gemido, golpeó sus labios contra los míos, encontrándome a


mitad de camino. Manos fuertes se clavaron en mis caderas sacándome casi
por completo del asiento mientras mis piernas colgaban sobre su regazo.
Sergio retrocedió en el suelo, tirándome el resto del camino con él. Se quedó
en una posición sentada mientras envolvía mis tobillos alrededor de su
cintura y continuó su asalto a mis labios.

Su boca era caliente.

Y se sentía, peligrosamente tentadora.

Como si estuviera en peligro de caer y nunca volver al lugar donde


tenía la ventaja, entonces de nuevo, nunca la tenía, no en lo que a él
concernía.

Sus manos se deslizaron por mis costados haciendo que mi cuerpo se


elevara por encima del suyo, me guió hacia atrás.

Apreté mis muslos alrededor de él, con cada apretón se construía más
y más la sensación, sus movimientos eran lentos. Y cada vez que mi cuerpo
colapsaba contra el suyo, lo sentí empujando dentro de mí.

Demasiada ropa impedía que nuestros cuerpos se unieran.

Bueno, eso y el hecho de que todavía tenía mi ropa puesta.

Pero lo quería.

El miedo no estaba unido en la forma en que nos besamos, solo


exploración ardiente de mi parte y necesidad de la suya.
—Por favor, prepárense para el despegue —dijo el capitán por el
altavoz.

—Maldita sea. —Sergio se apartó de mí con los ojos enloquecidos—.


Deberíamos... —Señaló las sillas.

Ni siquiera había notado lo agradable que era el interior del avión,


estaba demasiado ocupada notando lo sexy que él era, bueno eso, y teniendo
una crisis nerviosa.

Sillas y sofás de cuero tipo capitán estaban decorados escasamente


alrededor de la cabina principal. En el lado opuesto había una pequeña
cocina y un minibar con un televisor de pantalla plana, y una puerta que
imaginé que conducía al baño o al dormitorio estaba en la entrada.

—No te presionaré. —Sergio volvió a besarme—. Esta noche.

—¿Que tal mañana? ¿Me presionarás entonces? —Solo tenía que


preguntar.

—No. —Sonrió con aire de suficiencia—. No creo que tenga que


hacerlo.

—Ahí va esa arrogancia de nuevo.

—Soy engreído. —Empujó contra mí, luego se rió oscuramente contra


mi cuello—. ¿Qué puedo decir?

El avión comenzó a ganar velocidad, así que me apresuré a alejarme


de él, ajusté mi vestido lo mejor que pude y me acomodé en uno de los
asientos más cercanos a él.

Una vez que estábamos en el aire, Sergio se quitó el cinturón de


seguridad y se acercó a mí, se inclinó, su boca se cernió cerca de mí oído
mientras susurraba:

—No te muevas.
Traducido por Vanemm08

Y el sueño, que a veces cierra los ojos de la pena, me robo un rato


de mi propia compañía.
—Sueño de una Noche de Verano.

Sergio
Estaba siendo cruel.

Bueno, no cruel.

Pero usando su miedo contra ella.

S
u pecho jadeaba con cada respiración que tomaba, Val se quedó
inmóvil, todo su cuerpo se puso rígido mientras me paraba
frente a ella, inclinándome y desabrochando lentamente su
cinturón de seguridad.

Le besé la mejilla derecha, luego la izquierda, mis labios se cernieron


sobre su boca. Sus besos inocentes se habían vuelto adictivos de la peor
manera.

Lo había olvidado.

Era así de simple.

Estaba tan perdido en mi propia tristeza y luto que había ignorado


cada pensamiento carnal, pensando que era casi una traición a su memoria.

Pero cada beso con Val me acercaba más y más al borde hasta que,
finalmente, tomé el salto, solo para darme cuenta de que no me encontré
con la culpa.

Sino con la lujuria. Necesidad. Deseo.

Recordé que me gustaba el sexo, diablos, me encantaba.


Lo deseaba, podía saborearlo, saborear su excitación en el aire cada
vez que mi lengua tocaba mis labios y sus pequeñas manos inocentes
llegaban a mi cuerpo.

Estaba duro incluso antes de tocarla.

Una virgen.

Una chica a la que ni siquiera habían besado.

Lo que significaba que no podía simplemente apoyarla contra la pared


y correrle la falda, o decirle que se inclinara y me tomara.

Maldita sea, solo imaginar todas las diferentes posiciones me excitaba


de nuevo.

Necesitaba encerrarla en el dormitorio para no desnudarla y hundirme


en ella centímetro a centímetro.

—Vamos. —La levanté en mis brazos y la llevé de regreso al dormitorio.


No era tan ligera como lo había sido Andi.

Más musculosa.

Más curvilínea.

Y por primera vez en mucho tiempo, no se sentía como si estuviera


haciendo una comparación, donde Val se quedaba corta y Andi ganaba.

Fue más una observación. Era más pesada.

Y me gustó.

Sus labios estaban más llenos.

Y tenían un sabor diferente.

Pero eran malvados, tentadores.

Y cuando me besó, mi cuerpo zumbó con la conciencia, mi lengua casi


se entumeció por la adrenalina cuando sentí mi sangre fluir.

La senté suavemente en la cama y crucé mis brazos.

—¿Por qué no te pones la ropa que compramos, ya que la tuya está


empacada? Puedes tomar una siesta.
Val me estaba mirando. Y por primera vez desde que la conocí, no
pude leer su expresión. Así que seguí hablando, mi voz se hizo más fuerte
como para acallar mis pensamientos, los pensamientos peligrosos que
señalaban lo sexy que estaba sentada en la cama y cómo su muslo derecho
estaba expuesto hasta el pliegue de la cadera.

—Y… —Tosí y me di la vuelta en un semicírculo, haciendo todo lo


posible por encontrar la luz—. Aquí está el interruptor de la luz.

Las cejas de Val se levantaron.

—Para... —Otra tos incómoda. ¿Qué demonios?—, apagar... las luces.

—Eso es lo que tienden a hacer los interruptores —dijo Val


dulcemente—. Apagar las cosas.

Tragué, mi cuerpo completamente a bordo con todo el escenario de


encender y apagar.

—Entonces... —encontré mi voz, gracias a Dios—. Tal vez dormir todo


el trauma.

—Está bien —convino Val rápidamente y se puso de pie—. Pero


primero, ¿puedes ayudarme con mi vestido?

—¿Qué fue eso? —pregunté con voz ronca, mis manos temblando a
mis costados.

Me dio la espalda.

—Mi vestido, los pocos botones de atrás son imposibles de alcanzar.


Después de todo, es un corpiño y no quiero arrancar el resto del frente.

¿Estaba segura de eso? Porque estaba bastante seguro de que podría


subir a bordo con dicho rasgón. En cambio, me moví hacia ella y
rápidamente desabroché los doce tortuosos botones, mis dedos temblaron
cuando encontré la cremallera y la deslicé hacia abajo el resto del camino.

El sonido era más erótico de lo que debería ser.

El susurro de su vestido cuando cayó a sus pies.

Mi respiración agitada cuando puse mis manos sobre sus hombros.

Solo para mirar hacia arriba.


Y darme cuenta de que literalmente no tenía sujetador.

En absoluto.

Pero sí tenía puesta una tanga de encaje blanca, acurrucada entre las
nalgas más sexys que había visto en toda mi vida.

No era necesario comparar.

Simplemente, la verdad.

Su trasero era más que agradable.

Mirarlo me hizo sentirme mareado y celoso al mismo tiempo, que el


simple trozo de tela iba a tener más acción que yo.

Deslicé mis manos por sus suaves brazos y luego tomé un paso atrás.

—Hecho.

Se volvió con las manos en las caderas.

—¿Lo hiciste?

—Demonios.

—¿Sergio?

—No tientes a un pecador, cariño.

—Es curioso, siempre pensé que eras más santo. —Era como una
diosa ante mí, toda curvilínea y su piel suave. Mis ojos tenían problemas
para concentrarse en una cosa en general. Era curioso, cómo antes había
sido mi objetivo concentrarme solo en las piernas, o solo en sus caderas, o
solo en sus ojos, incluso en las orejas.

Y ahora, era ridículo. Era completamente ridículo lo ciego que había


estado, cómo no lo había visto antes.

Lo hermosa que era.

Porque lo que hacía a Val... Val... lo que la hacía hermosa, tenía


mucho que ver con todas esas características. Por sí mismas, eran la
perfección, pintaban un cuadro de una belleza tan arraigada que, si la
hubiera mirado, realmente mirado el primer día que me nos conocimos.

Me habría jodido.
Y lo más probable es que saltara de un edificio para evitar sentir,
tomar, de seguir adelante.

—No sé cómo hacer esto —confesó en voz baja—. Tu turno, Sergio.

No era digno de ese tipo de confianza.

—¿Estás segura?

—No.

Su respuesta me sorprendió.

—¿No estás segura y, sin embargo, estás de pie frente a mí sin


sujetador?

—Creo que una virgen nunca está segura. Eso sería mentir. ¿Quieres
la verdad en este matrimonio? Me prometiste tu cuerpo. —Dio un paso
adelante—. Ahora dámelo.

Le temblaban las manos, apenas se notaba. Mi chica estaba siendo


valiente. Demonios, podía llorar por tiroteos todo el día, pero ¿valentía en el
dormitorio? Era todo lo que necesitaba.

Y algo que ni siquiera sabía que estaba desesperado por tener.

Permiso para estar con ella.

Menos la culpa de retener lo mejor de mí.

Dos pasos y mis manos se conectaron con su exuberante cuerpo,


tirando de ella contra mí, sus pechos presionados contra mi pecho,
provocando, burlándose.

Moví mis manos para ahuecar ambos. Maldita sea, podía ser joven,
pero era toda una mujer.

El poder que tenía sobre mí era humillante y aterrador a la vez.


Nuestras bocas se encontraron en un beso frenético. Mis manos se clavaron
en su cabello mientras ella agarraba mi trasero.

¿Dónde diablos aprendían las vírgenes cómo complacer a un hombre


antes de que él estuviera dentro de ella?

Sus uñas se clavaron en mis pantalones.


Con una maldición, me eché hacia atrás y tiré de mi camisa por
encima de mi cabeza lanzándola a un lado. El avión golpeó una zona de
turbulencia que la envió a mis brazos. Caí de espaldas tirándola conmigo,
justo cuando chocamos con otro bache.

La luz del cinturón de seguridad se encendió en el dormitorio.

—¿Qué dices? —Sonreí—. ¿Vivimos peligrosamente?

—Oh, lo tengo cubierto. —Val sonrió—. Me casé con la mafia.

—Sí, lo hiciste. —Me eché a reír.

En la cama.

Con mi nueva esposa.

Loco.

Imposible.

Pero ahí estaba.

Se lamió los labios y luego pasó un dedo por la mitad de mi pecho.

—Quiero... —Miró más abajo—. Complacerte.

—Quiero eso... —Agarré sus manos—. Más tarde. Pero ahora mismo,
hagamos esto más sobre nosotros que sobre mí.

Sus ojos se abrieron como platos.

Probablemente igual que los míos.

Mi admisión me asustó.

Porque ya no pensaba en singular, sino en equipo.

Con una nueva pareja.

Una que nunca había pedido.

Una a la que me habían obligado.

De nuevo.

Sus ojos buscaron los míos como diciendo: ¿Y ahora qué?


Tiré de su cabeza hacia abajo, nuestras bocas se encontraron en algún
lugar en el medio mientras la probaba una y otra vez, luego enganché mi pie
alrededor de sus piernas, volteándola sobre su espalda. El avión rebotó, lo
que hizo que se volviera hacia mí.

Iba a usar la turbulencia a mi favor.

Con una sonrisa maliciosa, me quité los pantalones y me arrastré


lentamente por su cuerpo, sin dejar ningún parche de piel sin la atención
de mis labios o mi lengua.

Sus ojos se cerraron y se abrieron, luego se cerraron de nuevo.

—Siento...

—Todo —dije por ella—. Quiero que sientas todo.


Traducido por Vanemm08

Mi corazón es verdadero como el acero.


—Sueño de una Noche de Verano.

Valentina
Roba su cuerpo… su corazón seguirá.

L
a nota del día de mi boda, la que venía con el vestido, tenía
instrucciones muy específicas. Roba su cuerpo, su corazón
seguirá. Junto con el vestido y la nota que era para Sergio.

No sabía lo que significaba. Qué significaba todo esto.

Y había estado demasiado traumatizada para pensar en ello hasta el


beso.

¿Hubiera sido tan valiente sin el estímulo? Probablemente no. Pero


algo en la forma en que estaba murmurando acerca de encender y apagar
las luces era lindo, como si parte de su actitud alfa de alguna manera se
hubiera desviado y revelara un nerviosismo y vulnerabilidad que no había
visto en él.

Me tranquilizó.

Y me hizo preguntarme: ¿me deseaba tanto como yo a él?

En el peor de los casos, me rechazaría y cerraría la puerta. He estado


allí, he hecho eso, solo que esta vez sería peor porque estaría medio
desnuda.

Las palabras de la nota todavía me perseguían.

Roba su cuerpo, su corazón seguirá.


Así que hice lo único que sabía cómo, después de todo, funcionó con
los asesinos, ¿cierto? ¿Enseñándoles mis tetas? Así es como habíamos
sobrevivido antes.

Pensé que sí funcionaba con esos asesinos.

Funcionaría en mi marido.

Y lo hizo.

Demasiado bien.

La boca de Sergio estaba tan húmeda y caliente que tenía problemas


para no retorcerme debajo de él cada vez que sus labios chisporroteantes se
encontraban con mi piel.

Agarré un puñado de su cabello mientras bajaba su boca a mi muslo,


tan peligrosamente cerca de besarme en un lugar para el que no estaba
segura de estar lista.

Mi cuerpo se tensó con nerviosismo y tal vez un poco de pavor, era lo


desconocido y todo se sentía bien, pero era nuevo. Y daba miedo.

Se apartó bruscamente, su expresión de concentración.

—Levántate.

—¡No! —Negué con la cabeza—. ¿Lo haré mejor? ¿Ves? ¡No estoy
tensa! —Traté de relajarme tanto como pude, mientras sus labios se torcían
con una sonrisa—. ¿Te estás riendo de mí?

—Por dentro —dijo con voz seria—. ¿Eso lo hace mejor?

Hice un puchero.

—No.

Sergio tiró de mí para sentarme y luego me puso de pie, ocupando mi


lugar a los pies de la cama. Todavía tenía puestos los bóxers, pero no
ocultaban nada. Si me sentía intimidada antes. Ahora estaba asustada
como el infierno.

—Siéntate aquí.

Tiró de mi cuerpo hacia abajo para que estuviera frente a él, mis
piernas a horcajadas sobre él como antes. El avión se sacudió, mi cuerpo se
estrelló contra el suyo, la fricción, la sensación de nuestros cuerpos era
caliente. Y bueno. Tan bueno, que si me moviera un poco más, un poco más
rápido.

—Móntame —susurró en mi oído—. Duro.

¿Era eso lo que estaba haciendo?

—Y sal de tu maldita cabeza.

Su boca se encontró con la mía en un beso largo y lánguido. Estaba


mareada con la sensación de él presionado contra mí, junto con su lengua
en mi boca.

Profundizó el beso, gimiendo mientras me movía más contra él.

La turbulencia volvió a golpear. Caí contra él con más fuerza.

—Mierda. —Respiró contra mi cuello—. Justo así, deja que tu cuerpo


se haga cargo...

—Pero…

Agarró mis caderas, sus dientes mordisqueando mi cuello entre besos


mientras me empujaba contra él. La turbulencia, o tal vez el universo,
estuvo de acuerdo porque cada vez que chocamos contra un bache era como
si nuestros cuerpos lucharan por unirse.

Las sensaciones se acumularon dentro de mí, era imposible detener


la necesidad de moverme más rápido, más fuerte contra él.

—Eso es —instó con voz ronca—. Suéltate, cariño.

El avión se sacudió y yo también cuando algo se rompió a mí


alrededor, tal vez fue mi cuerpo, mi corazón, una mezcla de ambos. Se
sentía… demasiado bueno para ser verdad.

Sin darme tiempo para pensar en lo que acababa de pasar, Sergio me


levantó por el trasero y me tiró sobre la cama, quitándose sus bóxers negros
y luego muy lentamente bajando mi tanga por mis piernas.

Esto estaba sucediendo.

Las sensaciones se habían ido.


Reemplazadas por un poco de temor cuando un hombre que había
visto romper a otro hombre por la mitad, se cernía sobre mí con su poderoso
y divino cuerpo.

Era a la vez la bestia y el príncipe.

Las líneas de su cuerpo eran impresionantes. Llevaba cicatrices de


sus batallas en su perfecta piel, su fuerte mandíbula se apretó mientras
bajaba su cuerpo, más y más cerca, hasta que finalmente estábamos piel
con piel.

Dejé escapar un grito ahogado mientras se burlaba lentamente de mi


entrada.

—Estás lista para mí...

—¿Cómo lo sabes? —La presión volvió a crecer dentro de mí, una


intensa necesidad de algo que no sabía cómo vocalizar.

—Confía en mí. —Sus labios rozaron mi oreja y luego me besó de


nuevo. Este beso fue diferente, casi violento por naturaleza, tan fácil de
quedar atrapada, consumiéndolo todo. Nuestra respiración era una. Y luego
se hundió en mi interior.

Completamente.

Jadeé y luego solté un patético gemido.

Él cubrió mi boca con la suya y luego se apartó.

—Lo siento, nunca es fácil la primera vez.

—¿Eso es todo? —Fruncí el ceño, ligeramente decepcionada.

Sonrió mientras su cuerpo se movía hacia adentro y hacia afuera,


construyendo una cadencia lenta, lo que me permitió acostumbrarme a la
plenitud.

—Diablos, no.

Asentí.

Una vez.

Dos veces.
Se movió para poder alcanzar entre nuestros cuerpos. Todo en su
cuerpo era pesado, macizo, sudoroso, mientras su palma callosa presionaba
firmemente contra mi centro, la sensación de dolor se intensificó cuando se
empujó dentro de mí de nuevo, una y otra vez.

Mi boca se abrió con un gemido mientras besaba un lado de mi cuello


y susurraba:

—Abre los ojos.

—No quiero.

—Lo haces.

—No lo hago.

—Mírame follarte.

Tal vez estaba escandalizada, o sorprendida, o una mezcla de ambos,


pero abrí los ojos y lo que vi no fue lo que él describió.

Él pensó que lo era.

Él quería que fuera simple.

Pero no había nada más que ternura mientras desaceleraba sus


movimientos y alargaba cada estocada tan profundamente que pensé que
me iba a quemar.

—Sí —lloriqueé arañando su espalda—. Por favor.

—¿Por favor qué?

—Por favor... —Acerqué su boca a la mía y lo besé tiernamente


cambiando la forma en que me aferraba a él, abrazándolo, mostrándole con
mi cuerpo que esto era más, éramos más de lo que él lo estaba haciendo—.
Hazme el amor, Sergio. Hazme olvidar todo, salvo nosotros.

Una expresión de dolor cruzó sus rasgos mientras empujaba una


última vez, su cuerpo presionando el mío contra la cama mientras su boca
encontraba la mía en un beso castigador.

Algo cambió en ese momento entre nosotros cuando grité y se


derrumbó sobre mí.

Algo épico.
Pero no tuve tiempo de averiguarlo, porque tan pronto como se
derrumbó contra mí, se apartó, recogió su ropa del suelo y salió de la
habitación, cerrando la puerta detrás de él.
Traducido por Vanemm08

Porque nada me parece mal cuando se inspira en la ingenuidad y en el


deber.
—Sueño de una Noche de Verano.

Sergio
Ira.

Siempre ataca de dos formas diferentes.

Es una quemadura lenta, una locura amarga arremolinándose que


bombea por tus venas hasta que sientes que vas a explotar.

O es repentino.

Como si te dispararan en el pecho con ácido, pero estando paralizado,


sin poder moverte, y en ese momento, te gusta el sentimiento, lo aceptas.

Lo mereces.

Locura.

Enojo.

Ira incontrolable.

Por primera vez en mi vida.

Ambas sucedieron simultáneamente cuando arrojé mi ropa contra la


pared. No lo suficiente. No fue suficiente.

Todavía me dolía.

La ira todavía bombeaba.


Golpeé mis manos contra la barra y empujé toda la cristalería. Voló
por el aire y golpeó mis pies descalzos y luego se extendió por el piso del
avión.

Con el pecho agitado, golpeé la barra de caoba con el puño derecho


una y otra vez.

—Sergio. —La voz de Val estaba tranquila. ¿Por qué diablos estaba
tranquila?

—¡Vete! —grité sin darme la vuelta, sin confiar en mi propia violencia,


en mi incapacidad para volverme contra ella—. ¡AHORA!

Susurró un silencioso:

—No.

Y luego sus brazos se envolvieron alrededor de mi cintura.

Traté de alejarla pero fue como si todas mis fuerzas me hubieran


abandonado.

—Mierda. —Me deslicé al suelo, a través de los brazos de Val y acerqué


mis rodillas a mi pecho—. Tienes que irte.

No discutió, pero aun así no se iría.

—Val, te lo advierto.

¿Era estúpida?

Me negué a mirarla.

Ya me sentía como una mierda. Lo último que necesitaba ver era la


ira en sus ojos, el rechazo, la vulnerabilidad. Acababa de tomar su virginidad
y salí corriendo de la habitación como si los demonios me estuvieran
persiguiendo.

Lo hacían.

Agarraron mi cuerpo sangrante, riendo, burlándose, sacudiéndome


hasta que quise arder en el infierno, junto con mis pecados.

Quería ser más que mi pasado, más que la oscuridad que lo consumía
todo, y por unos breves momentos, me sentí feliz, lo más feliz que había sido
en mucho tiempo.
Pero tan pronto como la felicidad ocurrió, la culpa siguió. Estar dentro
de ella, conocerla de ese modo, era como si me estuvieran obligando a dejarla
ir.

Para aceptarla.

Tenía que dejar ir a Andi.

Me negué a hacer eso.

No podía hacer eso.

—Maldita sea. —Me froté la cara con las manos—. Val, necesito estar
solo. Lamento ser un idiota. Pero, ¿puedes irte, por favor?

—No.

—¿Qué diablos te pasa? —ladré, irritado porque no me daría un


minuto para mí. Era todo lo que necesitaba. Solo un maldito minuto para
pensar las cosas. Para procesar lo que acababa de suceder.

Para revivir su sabor.

La forma en que se sentía.

Aunque estaba mal.

Tan malditamente mal sentir, una plenitud con ella que yo...

Mis puños temblaron. Era diferente a Andi, eso lo sabía. Lo que no


esperaba.

Fueron mis sentimientos por ella, después de un encuentro.

Eran más fuertes.

Y me odié por eso.

¿Tan siquiera había amado a Andi?

Me dolía el pecho.

Y no desaparecía.

Ella era el problema.

Val.
Ella necesitaba ser la que corría; había una razón por la que mantuve
la distancia, y ahora lo sabía.

Oh, lo sabía bien.

Era peligrosa; el poder que ya tenía sobre mí era palpable, como si


algo hubiera cambiado incluso en el aire entre nosotros, la tensión
arremolinada del sexo, la lujuria, los sentimientos heridos... el amor.

—Duerme un poco, Val —susurré—. No soy una buena compañía en


este momento.

Traté de sonar más gentil, más en control de mis palabras.

—Creo que necesitas a alguien... tal vez, incluso si ese alguien no hace
nada más que sentarse a tu lado en vidrio roto.

Miré hacia abajo, mis pies estaban cortados, mis manos estaban
sangrando y magulladas, y ella estaba sentada sobre vidrio a mi lado, como
si no estuviera perforando su piel, como si estuviera bien con el dolor,
porque lo compartía con el mío.

Con un suspiro, Val me tendió la mano.

La miré como si fuera un objeto extraño.

—Es solo una mano, Sergio.

—No. —Me mordí el labio saboreando sangre—. No lo es.

Val tomó mi mano sangrante en la suya y la apretó con fuerza.

—Por ahora. Lo es. Hazlo sencillo, Sergio. Estoy sosteniendo tu mano


porque estás molesto. Eso es todo lo que hay que hacer, ¿de acuerdo?

No confiaba en mí mismo para hablar, así que asentí y me encontré


apretando su mano como si fuera una línea de vida.

El avión aterrizó.

Y todavía no le había hablado más que unas pocas frases a Val. Se


había puesto la ropa y había comenzado a limpiar el desorden de cristales.
Yo estaba vestido con mis pantalones y la camisa blanca de la boda,
pero mi ropa se sentía sucia, manchada. Y no tenía idea de por qué.

Después de agradecerle al piloto, le envié una nota rápida a Nikolai


para advertirle sobre el desastre y ofrecerme a pagar los daños. No es que
probablemente le importara, pero aun así.

Un Mercedes-Maybach esperaba en la pista, con el motor en marcha,


y uno de los asociados de la familia, Darin, en el asiento del conductor. En
el momento en que bajamos del avión, él salió del auto y abrió nuestras
puertas.

—¿Tuvo un buen vuelo, Sr. Abandonato?

No me atreví a mirar a Val.

—Fue turbulento —respondió por mí—. Pero un viaje rápido.

Darin asintió, mechones de cabello como sal y pimienta cayeron sobre


su frente.

—Bien, tomaré sus bolsas.

Sus cejas se alzaron mientras se movía a mi lado y agarraba las bolsas


del avión. Lo conocía desde que era un niño punk, su expresión lo decía
todo.

Era hermosa.

Sí, mensaje recibido.

Y se parecía a la Familia, como Luca.

—Sube —le grité—. Estamos a la intemperie. —Era una mentira,


nadie se atrevería a tocarnos en Chicago, en nuestro territorio, pero no
quería que Darin hiciera más comentarios o la mirara para el caso.

Val asintió y se deslizó por el lujoso asiento de cuero.

La seguí, esperando que Darin se apurara para que pudiera llegar a


casa y encerrarme lejos de mi nueva esposa.

—Nunca he estado en Chicago —dijo Val en voz baja—. Hace más frío
de lo que pensaba.
—Siempre hace frío —murmuré. Dios me libre de las pequeñas
charlas.

Tembló un poco a mi lado.

—¿Crees que puedo subir la temperatura?

Frunciendo el ceño, miré sus manos solo para verlas unidas en su


regazo, temblando como hojas. Cuando me encontré con su mirada, su
rostro estaba pálido, como un fantasma.

Diablos, lo último que quería era sentirme como una mierda por eso,
pero lo hice.

Porque todo esto era nuevo para ella.

Además de todo lo que sucedió en el avión, estaba entrando de lleno


en mi estilo de vida.

Y no tenía idea de cómo hacerlo.

No había manual.

Ni señales.

Nada, más que mantenerte vivo y cuidar tu espalda.

Necesitaba a las chicas.

Con un suspiro, me acerqué al panel en la parte de atrás y encendí la


calefacción e hice su asiento más cálido, luego agarré el teléfono de mi
bolsillo y marqué.

—Yo —respondió Mil en el primer timbre—. ¿Ya aterrizaron?

—Sí. —De repente estaba exhausto—. Mira, puedes traer a las chicas
a la...

—Amigo, hemos estado en tu casa durante las últimas dos horas. Soy
una lectora de mentes. Puedes agradecerme más tarde.

—O en absoluto —bromeé.

—Eres un idiota. ¿Por qué te mantenemos cerca?

—¿Soy demasiado caro como para matarme? —ofrecí.


—Eh, nadie encontraría tu cuerpo. Mo tiene esa mierda bajo llave.

—¡Palabra! —gritó Mo en voz alta.

—¿Están viendo películas de gánsteres otra vez?

Silencio y luego:

—Son las favoritas de Trace, y aparentemente recibes un trato


especial cuando estás embarazada.

—¡Escucha, escucha! —gritó una voz de fondo. No sabría decir si era


Bee o Trace, pero ¿realmente importaba? Las mujeres estaban unidas por
la cadera; sería molesto si no fuera necesario en nuestras vidas.

La Familia lo era todo.

Suspirando, dije:

—Las veremos en quince.

—De acuerdo, y ¿Sergio?

—¿Sí? —croé, mi visión se volvió borrosa por el cansancio y el estrés—


. ¿Qué?

—Puede que ahora no esté bien. Pero algún día lo estará.

—Ese es el problema, Mil, ese es el maldito problema, ¿no es así?

Se quedó callada.

Mil y yo siempre nos habíamos llevado bien. Ser la hermanastra de


Phoenix no había sido fácil para ella y, además de eso, estaba casada con
Chase de todas las personas, era rápida, hablaba rápido, era aterradora y
la única jefa de la mafia en la historia de la Cosa Nostra. Veía cosas que
otras personas no veían.

Así que mi respuesta probablemente no fue una sorpresa para ella.

Porque sabía, que el día en que todo estuviera bien.

También sería el día en que dejara ir a Andi.


Traducido por Vanemm08

Eso nos ahorcaría, a todos los hijos de sus madres.


—Sueño de una Noche de Verano.

Valentina

E
staría mintiendo si dijera que estaba bien, que no me sentía
humillada, enojada, frustrada, confundida. Y, sin embargo,
también estaba triste.

Triste por él.

Porque la batalla era tan evidente en su rostro, en la forma en que sus


hombros cayeron durante todo el viaje por la ciudad. Estaba molesto.

Y por una buena razón.

Yo era una intrusa.

Una sustituta de lo que él realmente quería, lo que siempre había


necesitado.

Nunca ocuparía el lugar de lo que él había tenido, pero una parte de


mí se preguntaba cómo funcionaban estas cosas. Quiero decir, yo era una
persona completamente diferente, nunca sería ella, pero decirle eso en voz
alta parecía una mala decisión en la vida.

Él tenía un arma.

Y había golpeado la mierda de una barra de madera.

Casi se cortó las arterias con fragmentos de vidrio.

Sí, necesitaba espacio.


Pero cuando estás sufriendo, al menos en mi pequeña e inocente
mente, lo que decías era generalmente lo contrario de lo que querías.

Así que tomé su mano, aterrorizada porque iba a volverse en mi


contra. Sus salvajes ojos estaban más cansados que enojados, ahora que
habíamos estado conduciendo por algunas millas.

Me sentí sola.

Extrañaba a Gio, Sal y Papi, y me dolía el corazón cuando pensaba en


que Dante estaba solo. Incluso Frank había crecido en mí, y ahora era como
si me arrancaran de mi vida anterior y me dieran una nueva sin que nadie
me preguntara si estaba de acuerdo con eso.

Sabía que Sergio estaba sufriendo, Dios, podía sentir su dolor. Era
algo tangible, su tristeza, su enojo, pero una parte de mí solo quería que
alguien me preguntara si estaba bien.

También necesitaba que me tomaran de la mano.

Necesitaba un abrazo.

O incluso algo familiar.

Tomamos una salida y luego condujimos por un camino largo que


conducía a una enorme puerta de hierro. Algo zumbó y la puerta se abrió.

La casa era enorme.

Dos pisos.

Con una fuente en el medio.

Enorme.

Una casa de cuento de hadas enorme.

Ja, irónico, que tuviera parte del cuento de hadas, al menos que tenga
una biblioteca o algo.

Ya que me casé con la bestia, quiero libros.

Tragué saliva mientras unos hombres de traje salían arrastrando los


pies de la casa y asentían hacia el coche.

Nuestra puerta se abrió.


Aún boquiabierta, di un paso fuera del coche y hacia las escaleras que
conducían a la casa, justo cuando una chica salió disparada por las puertas
dobles y corrió a toda velocidad hacia nosotros.

Retrocedí.

Se detuvo frente a Sergio y le guiñó un ojo.

—Veo que Tex no te mató.

—Lamentablemente, no. —Sergio sonrió—. Se nota tu preocupación,


Mo.

—Eh, ¿qué puedes hacer? —Tiró de él para darle un fuerte abrazo y


luego se volvió hacia mí—. ¿Carne fresca?

Abrí mi boca y luego la cerré.

—Estaba bromeando —dijo en un tono más suave—. Eres joven.

¿Eso era realmente lo que todos pensaban de mí cuando me veían?

—Diablos, Sergio, podría haber jurado que encontré una arruga en mi


ojo derecho, mira. —Señaló un lado de su cara mientras Sergio ponía los
ojos en blanco.

—Mo, tienes veintitrés.

Con un suspiro, entrelazó su brazo con el mío y se inclinó.

—Te pareces a él. A Luca.

—¿Parezco un hombre? —solté.

Mo se echó a reír.

—Y eres adorable, ¿alguien te ha dicho alguna vez lo sensual que es


tu voz? Es realmente baja, profunda, pero sexy como el infierno. ¿No crees
que sea muy sexy, Serg?

Fue su turno de palidecer.

Me retraje en mí misma, casi apoyándome en Mo mientras el rechazo


amenazaba con estrangularme.

Estaba avergonzada.
Apenada.

¿Huelo a él?

¿Por el sexo?

¿Podría saberlo?

Cada movimiento que hice fue un recordatorio de que habíamos


tenido intimidad, mis muslos aún zumbaban de placer, estaba adolorida y
mi boca estaba hinchada.

—No es nada incómodo, idiota. —Mo lo fulminó con la mirada—. Los


leopardos realmente no cambian de lugar, ¿cierto?

—¿Y las chicas? —Sergio la ignoró—. ¿Adentro?

—Sí, estábamos arreglando su habitación.

Fruncí el ceño.

—¿Su habitación?

—La tuya —dijo Mo suavemente—. Pensamos que después de pasar


unos días con Sergio querrías tener tu propio espacio lejos de la bestia, así
que hicimos una habitación increíble, con suficiente ropa para volver loca
de envidia a cualquier chica. Tenemos tus tallas por Phoenix.

—¡Phoenix! —gritó Sergio—: ¿De dónde diablos consiguió sus tallas?

Mo se limitó a sonreír.

Estaba demasiado cansada para molestarme por no compartir


habitación con Sergio. Necesitaba espacio, ¿cierto? Tal vez yo también.

Tal vez era demasiado.

Mo seguía parloteando sobre la ropa en mi habitación, era


aproximadamente dos pulgadas más alta que yo, lo cual no era nada nuevo
ya que siempre había sido algo más baja. Su largo, sedoso cabello negro
llegaba a su cintura; era hermoso.

Ella era hermosa.

El sonido de la risa llenó la casa cuando Mo me condujo hacia una


habitación y anunció:
—¡Miren a quién encontré!

Todas las risas cesaron.

Las chicas volvieron la cabeza. Todas tenían rasgos oscuros y eran


absolutamente asombrosas. Hasta el punto en que no estaba segura de
quién era más bonita.

¿Todas?

Una tenía al menos ocho meses de embarazo. Brillaba más que el


resto; sus ojos brillaron en mi dirección cuando dio un codazo a la chica a
su derecha, cuya sonrisa parecía como si hubiera ganado una apuesta o
algo.

—Hola. —Me las arreglé para decir y luego, como una total perdedora;
me eché a llorar.

—¡Oh, cariño! —Una de las chicas se apresuró hacia mí y, de repente,


vi a mujeres abrazándome y llevándome a un gran sofá blanco.

—¡Sírvele vino! —gritó una—. ¡Trae el chocolate!

En cuestión de minutos, tenía una enorme copa de vino en una mano


y una barra de chocolate en la otra. Aturdida, las miré mientras más
lágrimas corrían por mi rostro.

—Lo siento mucho. Juro que normalmente no soy una llorona. Bueno,
quiero decir, últimamente lo soy, pero...

—¿Todo bien aquí? —Sergio llamó a la puerta abierta.

Una de las chicas se puso en pie de un salto y cruzó la puerta. Sin


responder, la golpeó en su cara y la cerró.

Jadeé.

—¿Acabas de cerrar la puerta en su cara?

—Eh, él está bien.

Sonrió y entrecerré los ojos. Parecía familiar, realmente familiar. Y de


repente todo encajó en su lugar.

—¡Tú!
Su sonrisa se ensanchó.

—¿Yo?

—¡TÚ! —Casi salté de mi asiento—. ¡Estabas en el banco!

—Encantada de conocerte oficialmente, Val. —Puso sus manos en sus


caderas—. El nombre es Emiliana, pero puedes llamarme Mil. Soy la esposa
de Chase.

Una de las chicas hizo la señal de la cruz sobre su pecho junto a mí


como para decirme buena suerte con eso.

—Yo no... —Respiré hondo—. No entiendo, ¿qué estabas haciendo en


el banco? ¿Y quién era ese otro tipo?

—¿Robándolo? —ofreció Mil con una sonrisa maliciosa—. Soy buena


con mis manos.

—Detente, le darás extrañas pesadillas sexuales de Chase. —Una de


las chicas a mi derecha empezó a frotarme la espalda, su sonrisa era
cautivadora, confiada—. Soy Trace, por cierto, la mejor mitad de Nixon.

—¡Escucha, escucha! —Mo se echó a reír, mientras el resto de las


chicas levantaban sus vasos en el aire, la embarazada se llevó una botella
de agua a los labios y me guiñó un ojo.

—Mo, ¿con cuál estás casada?

—El alto y feo —dijo con una voz completamente seria—. Realmente
escandaloso, grita mucho, a menudo sueña con usar a Sergio como diana
en la práctica de tiro.

—¿Tex? —adiviné—. ¿E-el Cappo?

Mo se rió.

—Por favor, no tartamudees su nombre a su alrededor, será imposible


vivir con él, ya lo es.

La chica de la botella de agua se sentó cerca de mis pies.

—Soy Bee.

—¿Darás a luz pronto? —Me alegré de que la conversación ya no fuera


sobre mí, porque sabía que si hablaba de mí, de mi situación, sentiría
lástima por mí misma y probablemente lloraría de nuevo, y lo último que
quería hacer era llorar frente a nuevas amigas, nueva familia.

Asintió.

—Sí, cualquier día de estos. No puedo esperar para sacarme este


pequeño monstruo. Phoenix me está estresando la vida tal como es. Si
estuviera aquí probablemente me enviaría a la cama.

Phoenix me parecía el más oscuro, pero algo encajaba con su


situación, sería protector con su esposa embarazada, porque sin siquiera
conocerme, había actuado de esa manera conmigo, como si fuera
importante, a pesar de que era una completa extraña.

—Entonces. —Mil se sentó con las piernas cruzadas frente a mí,


llevándose el vino a los labios—. ¿Encontraste lo que buscabas?

—¿Eh?

—Con la llave que tenías, ¿encontraste lo que buscabas?

—¿Cómo lo…? —Traté de reconstruir todo en orden—. ¿Cómo sabías


que estaría allí ese día?

—Tenemos nuestras formas. —No dijo nada más, solo bebió más vino
mientras sus ojos se clavaban en los míos por encima de su copa. Cuando
lo dejó, arqueó las cejas—. ¿Y bien? ¿Lo hiciste?

No estaba segura de cómo responder.

—Sí y no.

Las chicas se callaron.

Y llamaron a la puerta con fuerza.

—¡Hijo de puta, Mo! ¿Cuánta ropa compraste?

—¡Puedes pagarla, imbécil! —gritó ella.

—¡Hiciste una remodelación de toda la habitación!

—¡Lo necesitaba!

Todas las chicas se echaron a reír cuando él se marchó maldiciendo.

Hice una mueca.


—¿Qué hicieron?

—Eh. —Trace agitó la mano—. Necesitabas una habitación que


estuviera cerca de la de Sergio pero que no tuviera fantasmas del pasado,
así que básicamente remodelamos uno de los baños y las áreas de estar de
arriba en una suite principal gigante. Es hermoso y hay una puerta que
conecta a su habitación por si acaso.

Ja, por si acaso.

Me miré las manos y murmuré:

—Gracias. No sé cómo pagarles, chicas.

—Convierte su vida en un infierno —dijo Mo mientras mi cabeza se


levantaba—. Así es como nos pagas, Nicolasi, dale un infierno.

—Ahora soy una Abandonato —dije con voz derrotada—. Fui Nicolasi
toda mi vida y no lo sabía, y ahora tengo un nombre nuevo, uno que ni
siquiera...

—…encaja. —Trace agarró mi mano—. Yo diría que le dieras tiempo,


pero lo ha tenido. Y Andi no querría que fuera así. De hecho, probablemente
le patearía el trasero si pudiera. No me sorprendería en absoluto que
encontrara una manera de perseguirlo.

Las chicas se rieron.

—¿Cómo era ella? —pregunté—. Él no habla mucho de ella.

Trace intercambió una mirada con Mil, quien negó con la cabeza
lentamente y dijo:

—Todavía no.

—¿Eh? —Fruncí el ceño—. ¿Me estoy perdiendo algo?

—Espera hasta que leas la última nota. Y luego te mostraremos la


habitación.

—¿Mi habitación?

Estaba en silencio y luego Bee susurró:

—La de ella.
Más tarde esa noche, cuando me acomodé en la cama con la misma
copa de vino en mi mesita de noche, me di cuenta.

Ellas sabían sobre las notas.

Todas lo sabían.

¿A qué estaban jugando?

¿Fueron ellas las que las escribieron?

No es que importara, ya que las notas ya habían desaparecido. Me


estremecí debajo de las mantas, finalmente las tiré y fui hacia la maleta que
había sido empacada para mí.

Abrí la cremallera y comencé a buscar algo más cálido cuando mi


mano tocó el papel.

Frunciendo el ceño, di un pequeño tirón.

Cada nota estaba envuelta en un pequeño paquete, incluidas las dos


últimas.

Dejé caer el paquete como si fuera fuego.

Phoenix había hecho mis maletas.

¿Fue él todo el tiempo?

Mil era su hermana. ¿Fue así como lo supo?

Me dolía la cabeza. Estaba caminando en círculos.

Agarré una sudadera y me la puse por encima de la camiseta sin


mangas, luego comencé a caminar de regreso hacia mi solitaria cama, solo
para escuchar un golpe en la puerta.

—Entra —llamé.

—Gracias. —Sergio entró en dos pasos y miró a su alrededor, sus ojos


contemplaron la enorme sala de concepto abierto con un vestidor que era
más grande que toda mi habitación en Nueva York.

La ropa era toda de diseñador.


Todo nuevo.

Y todo de mi talla.

Tuve un momento de rabia cuando quise arrancar todo de los


colgantes y prenderles fuego, no porque no estuviera agradecida, sino
porque los regalos no eran el camino a mi corazón… si lo supiera, sabría
que no importaba si vivía en una caja de zapatos con un buen par de zapatos
y una camiseta, o si tenía una mansión. Él sabría que nada importaba.
Aunque en su mayor parte el regalo fue más de las chicas que de él.

Por favor, abrázame. Rogué en silencio.

O al menos mírame.

Dime que todo va a estar bien.

Me estremecí, abrazando mi cuerpo con fuerza cuando los ojos


helados de Sergio finalmente se posaron en los míos.

Bien podría estar en otro país por la forma en que me miraba,


poniendo distancia física entre nuestros cuerpos, negándonos a acercarnos
más.

—Entonces —dijo, e hizo un pequeño semicírculo—. A estas alturas


ya sabes que las chicas están locas.

Le ofrecí una pequeña sonrisa.

—Sí, creo que las amo.

—Es aterrador el hecho de que estén reproduciendo copias al carbón.

¿Una pequeña charla? ¿En serio?

—¿Necesitabas algo? —pregunté.

Abrió la boca y luego la cerró, sus ojos transmitían una tristeza y un


dolor profundamente arraigados que sabía que se negaba a compartir
conmigo, lo que dolía aún más que estar solo, porque quería ayudarlo.

Verlo sufrir me dolía.

Simplemente todavía no lo sabía.

—Bueno. —Se balanceó sobre sus talones—. Duerme bien.


—Gracias. Tú también.
Traducido por krispipe

Conozco un barranco donde crece el tomillo silvestre, y se


balancea la violeta junto a las primuláceas, sombreado por
madreselvas, fragantes rosas y lindos escaramujos.
—Sueño de una Noche de Verano.

Dos semanas después

Valentina
—Que duermas bien —asintió Sergio.

—Igualmente.

Era lo nuestro.

D
urante el día, me evitaba, cerrando puertas, haciendo
recados. Y yo me ponía al día con todos los programas
conocidos por la humanidad. Después de un tiempo, el
aburrimiento ganó y le pedí a una de las chicas que me enseñara a hacer
algo útil.

Bee venía los lunes para ayudarme a cocinar, aunque tenía que estar
sentada todo el tiempo, ya que debía de hacerlo en cualquier momento
ahora.

Trace me enseñaba a disparar en los campos, siembre tenía historias


divertidas sobre Wyoming y me hacía sentir que estaba bien tener miedo.
Lloré con ella un par de veces, me derrumbé hasta donde me sentí tan
avergonzada que lloré más.

Pero Trace no dijo nada. Simplemente me abrazó y me dijo que


mejoraría.
Mil ayudó con mi ira. Los viernes hacía sesiones de kick boxing y ella
había pegado una foto de la cara de Sergio en el saco de boxeo. Al principio
me sentí horrible.

Y entonces Sergio pasó por el gimnasio de la casa y siguió caminando.

La culpa desapareció y la ira la reemplazó, una ira al rojo vivo. ¡Cómo


se atreve a ignorarme!

También dejé de leer las notas. Me quedaba una.

No quería detenerme, pero me daban esperanzas. Me dolía.

Estaba sola.

Y Dante no estaba respondiendo mis mensajes de texto.

Gio había contestado al teléfono cuando llamé y dijo que Frank estaba
ocupado con Dante y que pronto podría hablar con él.

El resto de los chicos habían regresado de Nueva York poco después


de mi llegada a Chicago, pero no vinieron de inmediato.

Creo que era su forma de dejar que Sergio y yo tuviéramos tiempo


juntos. Poco sabían, no había tiempo.

Tacha eso, había tiempo, solo que lo gastaba por mi cuenta.

Mo me visitaba con más frecuencia, a veces todos los días. Siempre


intentaba hacerme ir de compras, y cuando llegó mi propia tarjeta de crédito
negra y brillante con mi nuevo apellido y una línea de crédito sin límite, dijo
que deberíamos comprar un coche y poner a Sergio en él, prenderle fuego,
y hacerlo rodar por un acantilado. Me reí, pero ella no lo hizo.

Quería defenderlo.

Pero estaba cansada de mentir por él.

Cansada de forzar la sonrisa cuando él estaba cerca, cuando


estábamos frente a la gente, sabía que mi momento estaba llegando. Cuando
me quedara poca energía.

Cuando me rompiera.

Era solo cuestión de tiempo, antes de que él me chupara la vida,


porque él no podía superar la muerte de ella.
Apagué la luz y miré la puerta, mi mente divagando, mi corazón
doliendo.

Sergio Abandonato, mi esposo, no estaba vivo. Ni siquiera estaba


muerto.

Era un fantasma.

Y solo él podía liberarse.


Traducido por Vanemm08

Daré una vuelta alrededor de la tierra en cuarenta minutos.


—Sueño de una Noche de Verano.

Sergio
Me estaba torturando a mí mismo.

P
ensé que si recordaba a propósito todo sobre Andi, llegando
incluso a mantener su habitación en perfectas condiciones con
todos los recuerdos de nosotros juntos, que tal vez recordaría
lo que era estar con ella y solo con ella.

Durante el día, forcé mis pensamientos a Andi.

Pero las noches eran completamente diferentes, porque por la noche


perdía el control total. No podía controlar mis pensamientos.

Por la noche, anhelaba a Val.

Moría de sed por ella.

Tantas noches estuve junto a su puerta, mi mano levantada para


llamar, solo para retroceder y regresar a mi cama, a dormir, soñando con la
forma en que me respondía, la forma en que me besaba, me aceptaba, estaba
dispuesta a decirme que sí.

Sabía que también estaba enojada.

Herida.

Era un círculo vicioso, cada uno de nosotros solo nos enfocábamos en


nosotros mismos, negándonos a dar el primer paso. Y era mi culpa. ¿Cómo
diablos se suponía que iba a esperar que una chica tan joven se pusiera
continuamente en la línea de fuego cuando cada vez que lo hacía, recibía un
tiro mortal?

Frank todavía estaba en Nueva York, pero estaba enviando a Dante,


aparentemente las cosas se habían puesto más peligrosas, así que tenía que
esconder al otro gemelo, ponerlo bajo la protección de todas nuestras
familias mientras Frank mataba a Xavier.

Aunque todavía no estaba seguro de si simplemente iba a enviarlo a


matar ofreciendo una cantidad abominable de dinero, o lo haría él mismo.

Frank había sonado cansado, descompuesto.

Únete al club.

Ya estaba exhausto, y solo eran las seis, noche de cena familiar. Todos
se invitaron a mi casa ya que se esperaba que llegara Dante.

Lo que significaba una noche más en la que tenía que forzar una
sonrisa y hacer que todos pensaran que todo estaba bien entre Val y yo
cuando en realidad nunca me había sentido más distante de otro ser
humano.

Sonó el timbre.

Me acerqué arrastrando los pies para contestar, pero la puerta se


abrió de golpe antes de que tuviera la oportunidad. Tex llevaba globos,
mientras que el resto del equipo lo seguía, cada uno con regalos.

—¡VAL! —gritó Mil, perforando mis oídos con su sonoridad—. ¡Trae tu


trasero aquí abajo! ¡Tenemos regalos!

Frunciendo el ceño, observé cómo cada pareja entraba en la cocina,


sacaban el vino, los platos se barajaban alrededor de la comida colocada en
el mostrador.

Era el turno de Chase de cocinar, lo que significaba que


probablemente comeríamos algún tipo complicado de pasta.

Mi respiración se aceleró en el momento en que Val entró en la cocina.


Su cabello estaba recogido en una coleta alta, vestía jeans ajustados y un
suéter, y no podría haberse visto más hermosa. Su fresco rostro brillaba
mientras abrazaba a cada una de las chicas y besaba a los chicos en la
mejilla.
¿Desde cuándo había superado su miedo a ellos?

¿Dónde diablos había estado?

—¡Oye! —Tex le tendió un puño y lo golpeó—. ¿Cómo suena el motor


del coche ahora?

—Bien. —Se hundió aliviada—. Muchas gracias por venir a


rescatarme ayer.

—¿Qué demonios? —ladré—. ¿Rescatar?

Tex parpadeó hacia mí.

—¿Todavía vives aquí?

Nixon le dio una palmada en la parte posterior de la cabeza y se dirigió


a mí:

—Se le pinchó una llanta en su camino a casa después de comprar


algunos comestibles, y sabes que Tex no puede rechazar la oportunidad de
llegar como un caballero blanco.

—¡Maldita sea! —gritó Chase—. ¡Phoenix, solo dime dónde está el


caballo blanco!

—Nop. —Phoenix se sirvió una saludable copa de vino y la levantó en


dirección a Tex. Desde que Phoenix había dejado una nota sobre un caballo
blanco para su hermana, Chase había estado a la caza.

Pobre bastardo.

—¿Por qué no me llamaste? —Solo tenía que preguntar.

La mirada de Val se encontró con la mía.

—Lo hice.

—Pero…

—No respondiste. —Tragó saliva mientras sus mejillas se enrojecían—


. De todos modos, gracias, Tex. —Le dio un pequeño abrazo, luego se acercó
y comenzó a hablar con Phoenix sobre el Muay Thai.

¿Qué demonios?

¿Tan siquiera sabía lo que era eso?


Todavía estaba congelado en el lugar cuando vi otro regalo envuelto
llegar a la mesa a través de Nixon, quien lo deslizó junto a los demás. Cinco
regalos. ¿Por qué?

—¿Por qué todos los regalos? —pregunté, completamente confundido.

Todas las charlas cesaron.

Mierda. ¿Y ahora qué?

Val no podría enrojecerse más si la arrojabas en un tanque de jugo de


tomate.

—Es el cumpleaños de Val —dijo Mo, sus ojos brillando con veneno.

—Mierda. —Me froté la cara con las manos.

Los ojos de Val se llenaron de lágrimas mientras caminaba lentamente


hacia atrás, luego se giró y salió corriendo de la habitación.

La perseguí.

La escena era demasiado familiar para las palabras, perseguir a mi


esposa mientras salía corriendo de la casa hacia el campo.

El mismo campo en el que Andi había muerto.

Fue el que Val eligió para correr.

Por supuesto.

Porque así era la vida.

Se detuvo de repente, su cuerpo se puso rígido, antes de girar sobre


sus talones y marchar hacia mí.

Sentí que necesitaba retroceder, pero no estaba seguro de por qué.

Hasta que me dio un puñetazo en la cara, enviándome al suelo.

—¡Mierda! —siseé—. ¡Desde cuándo golpeas a las personas!

—¡Ni siquiera eres una persona! —gritó—. ¡No eres humano! ¡Un
humano, un humano decente me preguntaría si estoy bien! ¡Un humano
decente se aseguraría de que hubiera comida en la casa! ¡Un humano
decente vendría a mi rescate después de que me siguieran a casa con una
llanta pinchada! ¿Ni siquiera recordaste mi cumpleaños? ¡Te dije ayer! ¡Te
lo dije en la cena! ¡Y tú dijiste que estaba bien!

Esa breve conversación pasó por mi mente. Llevaba pantalones cortos


y había tenido fantasías sobre cogerla por el culo y follarla en el mostrador.

Y entonces apareció la culpa.

Porque vi una visión de Andi en el mostrador.

Y el recuerdo se desvaneció, no tan fuerte. Así que le dije que sí para


que dejara de hablar y luego me disculpé.

Todavía estaba en mi posición en el suelo, con la mejilla palpitante.

—Lo siento.

—No, no lo haces. —Los ojos de Val se empañaron con lágrimas—. ¡Lo


intenté! —gritó más fuerte—. Te escribo. Intento hablar contigo por la noche.
¡Me ignoras! ¡Todo el tiempo! Es solo que... ¡la única razón por la que no
tomo antidepresivos es por las chicas! —Señaló hacia la casa—. ¡Incluso los
chicos me hablan más que tú!

Abrí la boca, pero ella levantó la mano.

—No —dijo, enfurecida—. No puedes hablar conmigo. De hecho, no te


quiero aquí. En absoluto. Es mi cumpleaños, ¿verdad? ¿Me compraste un
regalo?

—Lo habría hecho, pero...

—Esta es la oportunidad perfecta. —Las lágrimas corrían por su


rostro—. Dame el regalo de tu ausencia. Porque mirarte duele demasiado y
quiero ser feliz en mi cumpleaños.

—¿Quieres que me vaya? —Mi pecho se abrió. Demonios, estaba


ensangrentado, magullado, muriendo por dentro—. ¿Como regalo de
cumpleaños?

—Sí.

No tenía otra opción. Me paré y asentí lentamente.

—Está bien, si eso es lo que quieres.


—Perdiste el derecho a preguntar lo que quería hace mucho tiempo, y
lo triste es que soy fácil, Sergio. Soy una persona muy fácil de complacer.
Realmente es patético, estar tan hambrienta de cualquier tipo de afecto que
desde que me sonreíste una vez cuando llegamos aquí lo único que quiero
por encima de cualquier cosa es tenerte a mi lado.

Bien podría haber cogido un arma y dispararme golpes directos a mi


corazón, estaba muerto, agitándose, cayendo.

¿Cómo lo había estropeado tan horriblemente?

¿No verla herida?

Porque había estado tan concentrado en mí.

En mantener vivo un recuerdo que había muerto hace mucho tiempo.

Vergüenza. La vergüenza era peor que la ira.

Nadé en ella, la abracé, era una vergüenza.

La ira se había ido.

Y lo que la reemplazó fue peor, porque al menos puedes justificar la


ira, pero ¿la vergüenza?

No hay forma de justificar la vergüenza.

Es lo que es.

Horrible.

Val se marchó pisando fuerte y se reunió con mi familia, su familia, y,


aturdido, fui al garaje para concederle su deseo a Val.
Traducido por AnamiletG

Sobre la colina, sobre el llano, entre la maleza, entre los


matorrales, sobre el parque, sobre el cercado, a través del agua,
a través del fuego, por todas partes voy vagando más rápida que
la esfera de la luna.
—Sueño de una Noche de Verano.

Valentina
Quería a Dante.

Y Gio.

Y Sal.

Y Papi.

Y
por extraño que parezca, en momentos como este, quería a mi
mejor amiga de la secundaria, la que se había mudado sin decir
una palabra. Siempre me entendía y había sido tan amable
cuando me sentí frustrada, casi como si me conociera mejor que yo misma.

Pero la gente se ocupa.

Y perdimos el contacto.

Me quedé mirando la puerta de la casa y respiré hondo solo para verla


abierta incluso antes de que tuviera la oportunidad de tocar la perilla.

—Así que… —Nixon sonrió—. ¿Cómo van las cosas en la isla


Gilipollas? ¿Necesito enterrar un cuerpo del tamaño de Sergio?

Nixon nunca me habló mucho, quiero decir, lo hacía, pero no como el


resto de los chicos; estaba constantemente mirando, calculando. Es curioso
cómo solía tener miedo de Phoenix y ahora era Nixon el que me inquietaba,
probablemente porque las chicas hablaban demasiado y yo aprendí lo brutal
que podía ser, lo brutal que quería ser cuando estaba enojado.

Me recordaba mucho a mi gemelo.

Ja, tal vez porque él mismo era gemelo. ¿Quién sabe?

Me encogí de hombros.

—No el encogimiento de hombros. —Nixon suspiró y abrió los brazos—


. Cualquier cosa menos encogimiento de hombros. Cuando Trace se encoge
de hombros, escondo las armas.

Sonreí.

—Ah, ¿una sonrisa?

—No lo maté.

El coche de Sergio despegó del camino de entrada y me dolieron los


oídos, pero mí corazón más.

Nixon maldijo en voz baja.

—¿Qué le dijiste?

—¿Después de que le di un puñetazo? —dije.

Sus ojos se agrandaron.

—¿Le pegaste?

—Se sintió bien.

—¡Buena chica! —Se frotó la barbilla desaliñada y se rió con más


fuerza, su argolla en el labio llamando la atención sobre su rostro joven. A
pesar de que eran gemelos, él y Mo no se parecían en nada. Era hermosa,
pero había una belleza dura en Nixon, una que le decía a la gente como yo
que podíamos mirar todo lo que quisiéramos, pero tocar era tomar nuestras
vidas en nuestras propias manos—. Entonces, ¿qué pasó después del
puñetazo, Rocky?

—Grité... mucho. —Dejando caer mis hombros, avancé hacia su


abrazo y presioné mi cabeza contra su fuerte pecho mientras frotaba mi
espalda.
No era Dante, pero de nuevo, se sentía como Dante.

—Y le dije que como no me regaló nada para mi cumpleaños, mi regalo


podría ser su ausencia.

—Duro —susurró Nixon.

—Necesario —le respondí.

—El dolor tiene una forma de destrozarnos de adentro hacia afuera,


Val. El dolor físico no es nada. Maldita sea, dispara a mi pierna, córtame la
garganta, pero ¿cuándo se trata de pérdidas?

Sacudió la cabeza.

—Recuerdo cuando pensé que había perdido a Tracey por Chase.

—¿Perdido? —Di un paso atrás—. ¿Qué quieres decir con perdido?

—La cuestión es... —Evitó mi pregunta—. El dolor emocional deja


cicatrices, pero nunca sanan realmente. Es como una costra que se niega a
dejar de sangrar. Crees que estás bien, hasta que chocas con algo y el
sangrado continúa. Es confuso como el infierno y duele. No estoy diciendo
que le des tiempo, pero conozco a mi primo. —Miró hacia la carretera—. Él
no está peleando contigo. Está luchando contra sí mismo. Si no le
agradaras, si no te quisiera, te mantendría cerca.

—Bueno, eso es... confuso.

—Si yo fuera él —dijo Nixon mientras abría la puerta y me llevaba


adentro—, creo que estaría atrapado en un lugar donde me viera obligado a
dejar descansar mi pasado para aceptar mi futuro, y como los chicos son
idiotas, probablemente piense que tiene que liberar a la única mujer que ha
amado para aceptar una a la que ni siquiera está seguro de que le guste.
Dime, ¿tomarías ese riesgo?

—No —murmuré con voz ronca—. No creo que lo haga. Porque no soy
una cosa segura.

—El amor nunca es algo seguro. —Nixon me abrazó de nuevo—. Está


bien, suficiente tristeza, ve a abrir tus regalos. Chase hizo lasaña.

Y eso fue todo.

Nadie habló de Sergio.


Y hubo risas.

Principalmente porque Tex me compró una pistola rosa y un osito de


peluche que decía asesino. Le confesé que me sentía sola por la noche.

—Necesitas niños. —Chase arrojó un chip a la cara de Tex—. Y pronto,


quiero decir, ¿pistolas rosas? ¿Osos de peluche? ¿No es eso una señal?

—Tal vez para ti. —Tex lo fulminó con la mirada.

Un fuerte golpe en la puerta interrumpió la conversación.

Me levanté de la silla antes de que nadie pudiera decir nada, corriendo


hacia la puerta como si mi vida dependiera de ello.

Cuando se abrió, rompí a llorar.

Dante tenía dos maletas en sus manos y una sonrisa en su rostro.

—Feliz cumpleaños, hermana.

Me lancé a sus brazos y le besé la cara.

—Te extrañé.

—Claramente. —Se rió entre dientes envolviendo sus voluminosos


brazos alrededor de mí, apretándome fuerte—. Dios debe amarme porque
huelo a lasaña y me muero de hambre. —Me bajó y fue directo a la cocina.
¿Quizás eso era solo parte de ser un chico? Si había comida, sabías dónde
estaba, punto.

Sonreí y caminé tras él.

En el momento en que entró en la cocina, los ojos de las chicas se


abrieron como platos. Fui a agarrar un plato de la mesa mientras Bee
comenzaba a ahogarse.

—¿Estás bien? —pregunté preocupada.

—Mierda —dijo Mo en voz baja—. ¿Es real?

—¿Quién? —Fruncí el ceño y luego miré a Dante—. ¿Mi hermano?

Trace y Mil tenían grandes sonrisas en sus rostros.

Mil negó con la cabeza.


—No es de extrañar que Joyce tuviera una aventura. No te ofendas,
Trace, pero yo secundo a Mo, santa siempre amorosa mierda, es sexy.

—Estoy aquí. —Chase levantó la mano—. Sentado a tu lado.

Mil le apartó la mano y siguió mirando mientras Bee tomaba un gran


sorbo de agua y se aclaraba la garganta.

—Casi me ahogo hasta morir. ¡Deberías advertir a la gente, Val!

Me eché a reír.

—Um, es mi hermano.

—Pero no mi hermano —bromeó Mo mientras Tex le fulminaba con la


mirada.

Dante estaba en una profunda discusión con Phoenix, traté de verlo


a través de sus ojos. Era alto, al igual que los otros chicos, y tenía un tipo
de cuerpo similar al de Nixon y Chase. Voluminoso, pero delgado al mismo
tiempo. Sin embargo, sus bíceps estaban limpios de tatuajes.

Tenía piel de bebé.

¡Caramba, y todas seguían mirándolo como si fuera un stripper!

Se echó a reír a carcajadas, sus ojos azules como el cristal


centellearon mientras pasaba los dedos por su cabello negro azabache, la
camisa levantada, solo un poco, mostrando un increíble conjunto de
abdominales. Asqueroso.

Una de las chicas, no sabía cuál, suspiró, mientras que otra maldijo.

Entonces, parecía un modelo. No era como si estuvieran casadas con


jorobados, podría hacer un calendario matador de temática mafiosa.

—¿Dónde está Sergio? —preguntó Dante a la habitación, mientras


Phoenix le dio un codazo y negó lentamente con la cabeza.

Pero Dante, siendo Dante, no lo dejaría pasar.

—Val. —Sus fosas nasales se ensancharon—. ¿Dónde demonios está?

Trace comenzó a abanicarse mientras Mo servía vino y se inclinaba


hacia adelante.
—Le di un puñetazo y luego le pedí que se fuera —le dije en voz baja—
. ¿Cómo cuántas raciones querías? ¿De Lasaña?

—Lo voy a matar —siseó.

—¡Ayudaré! —dijo Tex con voz alegre.

—Baja la mano. —Nixon suspiró sonando aburrido—. Nadie matará a


Sergio.

—Claramente necesita que lo maten si hizo que mi hermanita lo


golpeara. ¡Es la persona menos violenta que conozco!

Eso era cierto.

Me estremecí.

—Bueno, para ser justos, he estado tomando lecciones de las chicas


así que...

Sus cejas se alzaron.

—¿Lecciones?

—De cocina. —Asentí—. Disparo. Lucha.

Dante maldijo.

—Tienes veinte.

—Soy una Abandonato —dije con orgullo.

—¡Escucha, Escucha! —Nixon levantó su whisky en el aire y le guiñó


un ojo mientras Chase tintineó su copa.

—Maldita sea, odio que me superen en número.

—Tex hizo un puchero.

—Basta de chismes. —Phoenix me miró—. Digo que iniciemos


nuestros dos nuevos miembros... estilo familiar.

Mis ojos se agrandaron.

—No puedo matar a nadie.

Todos guardaron silencio y luego se echaron a reír.


—Capturar la bandera —dijo Nixon entre risas—. Estilo paintball.

—¿En la oscuridad? —Estaba emocionada de solo pensarlo. Por otra


parte, eran asesinos entrenados, así que tal vez me escondería en un agujero
oscuro y me balancearía de un lado a otro.

—¡Vístete! —Chase se puso de pie—. ¡Esta noche, vamos a la guerra!


Traducido por Vanemm08

Rugiré lo mismo que si fuese un ruiseñor.


—Sueño de una Noche de Verano.

Sergio
Conduje en círculos y luego hasta su tumba.

P
or primera vez desde su muerte, se sintió como una tumba. No
había nada vivo en la lápida de mármol que me devolvía la
mirada, solo un marcador de la vida que se vivió y el cuerpo que
contenía la tierra.

Comenzó a llover cuando caí de rodillas frente al marcador y grité a


todo pulmón. Relámpagos destellaban en el cielo, a juego con mi estado de
ánimo.

Lo había jodido todo. ¿Y para qué?

¿Esto?

Esta tumba.

Esta tumba en la que puse un alma.

En la que puse un corazón.

Un recuerdo que guardé como un robot y se reprodujo en mi cabeza


una y otra vez hasta que estuve al borde de la locura.

Tener sexo con Val había cambiado todo.

La ansiaba.
Y, para empeorar las cosas, hace dos noches había dejado la puerta
abierta, y me colé y la vi dormir como un total maníaco saliendo de un efecto
de drogas.

Estaba preocupado por ella.

Quería hablar con ella, preguntarle cómo estuvo su día, ver su rostro
iluminarse cuando contaba historias.

Maldita sea, realmente solo quería tomar su mano.

El orgullo me mantuvo indeciso.

Y el miedo me mantuvo distante.

Porque cuanto más me enamoraba de ella, era más difícil recordar a


Andi.

Seguir amando a Andi como si estuviera viva.

Porque eso es lo que estaba haciendo, amar un objeto que no me


sujetaba por la noche, no me consolaba, no hacía nada más que recostarse
pacíficamente en el suelo como se supone que deben hacer los cuerpos. La
hierba tocaba más su esencia de lo que yo lo hacía.

Y, sin embargo, los recuerdos la mantuvieron viva, respirando, un


fantasma que caminaba a mi lado.

Tal vez así es como las personas que son dejadas atrás por sus seres
queridos se vuelven locas; continúan como si la persona todavía estuviera
allí, hasta que se convierte en su realidad, aunque no hay nadie a su lado
en la cama, todavía colocan las almohadas como si lo hubiera.

Siempre amaría a Andi, pero era como si Val estuviera luchando por
un puesto en mi corazón, una posición que ni siquiera sabía que estaba
vacante, que no se sentía vacante, no cuando cerraba los ojos y me obligaba
a pensar en los labios de Andi, su toque, su risa.

¿Pero la risa? No era tan fuerte.

El toque de sus labios ya no hacía que mi boca zumbara con


conciencia, porque era aire, estaba besando el aire.

—Te has ido. —Ahí lo dije en voz alta—. No vas a volver.


Cerré los ojos mientras la lluvia caía sobre mi rostro mezclándose con
las lágrimas calientes. No sabía qué hacer o cómo arreglar las cosas.

Así que me encontré preguntando. ¿Qué haría Andi?

La vida era hermosa.

La muerte era hermosa.

Estaría enojada porque me estaba consumiendo.

Su nota decía que me había liberado.

Lo que no me había dado cuenta era que nunca había necesitado su


permiso.

Porque primero tienes que liberarte a ti mismo.

Una hora después, regresé a la casa. Vislumbré a una de las chicas


vestidas de negro, con un pañuelo rosa alrededor de la cabeza. Aparqué el
coche y salí cuando vi a Phoenix salir de detrás de un arbusto, con la cara
manchada con pintura de guerra. Apenas tuve tiempo de correr a
esconderme cuando una bola de pintura me golpeó en el estómago y me
dobló con una maldición.

—¡Te tengo! —gritó Tex lanzando su arma al aire.

—¡Bastardo! —siseé—. ¿Me veo como si pudiera defenderme? —


Extendí las manos y esperé.

Me disparó de nuevo.

—¡Eso es todo! —Cargué contra él, pero estaba oscuro, y no pude


localizarlo lo suficientemente rápido antes de que se escondiera detrás de
un árbol.

—¿Necesitas a alguien que te salve el trasero? —Nixon corrió hacia mí


y me arrojó una pistola de paintball, la atrapé en el aire con una mano—.
Además, si pudieras eliminar a una de las chicas, sería muy útil, estamos
perdiendo.

—¡Qué demonios! —grité—. ¡No hemos perdido en cinco años!

—Entonces, ¿ves la gravedad de esta situación?


—Yo me ocuparé de eso. —Me encontré sonriendo a pesar del hecho
de que había tenido una de las peores noches de mi vida desde la muerte de
Andi.

—Buen hombre —dijo por encima del hombro, antes de correr—. Por
cierto, tu chica eliminó a Chase.

Mis pasos vacilaron.

—¿En serio?

Chase era uno de los mejores, el bastardo sabía cómo acercarse


sigilosamente a una persona, lo cual debería ser sorprendente conociendo
su fuerte personalidad, por lo que el hecho de que ella lo atrapara era más
que un poco impresionante.

—Su puntería era un poco baja, no lloró, pero se le humedecieron los


ojos.

El orgullo se hinchó en mi pecho mientras corría detrás de Nixon y me


escondía detrás del primer árbol. Tenía suficiente terreno para que fuera
fácil montar un campo de paintball. Era profesional por decir lo menos.

Teníamos varios árboles estratégicamente plantados alrededor de la


casa para protegernos. El campo a la izquierda cerca del garaje estaba
generalmente vacío a menos que elimináramos todos nuestros obstáculos
para el paintball, creando un enorme campo de competencia para capturar
la bandera que terminaba haciendo que la mayoría de los campos
profesionales por los que pagabas parecieran un circo barato.

No tenía tiempo para cambiarme.

Estábamos perdiendo, y los Abandonato eran competitivos por


naturaleza.

Así que rápidamente tiré mi chaqueta a un lado y comencé a moverme


sigilosamente entre los árboles que conducían a la bandera de nuestro
grupo. Siempre teníamos dos campamentos base, uno para el otro equipo,
uno para nosotros; la bandera estaba siempre visible. Llegar allí era el
problema.

—¡Cortaré a una perra! —rugió Phoenix rugió cuando una bola de


pintura pasó junto a su oreja—. ¡Están disparando a la cabeza!
—Entonces agáchate —ofrecí en un tono seco—. Sé el hombre más
grande, Phoenix.

Me dio la vuelta y luego corrió hacia la izquierda mientras me dirigía


directamente hacia el campamento de las chicas.

Estaba a unos doscientos metros de distancia, visible, con un foco en


la ventana que atravesaba el paisaje de ida y vuelta en el transcurso de
veinte segundos.

Me agaché detrás de un árbol cuando aterrizó cerca de mí y pasó de


largo.

Exhalando, me moví de nuevo, con cuidado de mantener mis ojos


abiertos para ver el rosa.

Un destello de color se movió a mi derecha y luego, detrás de mí


mientras las hojas crujían.

Con un suspiro, apunté el arma detrás de mí sin mirar y disparé dos


rondas.

—Hijo de pu…

—¡Le diste a Mo! —gritó Tex justo cuando me volví y le di a Mo un


pequeño saludo. Ella negó con la cabeza y se dirigió hacia nuestro
campamento base mientras Tex asintió y señaló hacia adelante con sus
dedos.

Ya estaba delante de él.

Me moví hacia la derecha mientras él se desviaba hacia la izquierda.

Sonó un disparo.

Otra chica gritó.

Esperé en el aire fresco de la noche mientras el viento se levantaba a


mí alrededor, pero nada. No volvió a gritar, lo que provocó la pregunta:
¿había caído? ¿O era falso?

Dos pasos más.

Tex soltó una fuerte maldición cuando sonó el fuego rápido.

—¡Te disparé primero! —gritó.


—¡Y una mierda! —Mil se echó hacia atrás—. Te disparé primero.

Disparó dagas con los ojos, dio un paso atrás moviendo la cabeza
hacia mí, justo cuando disparaba a su lado.

—Aw, que fastidio Mil, eso apesta. Supongo que también te


dispararon.

Sus ojos se entrecerraron en Tex mientras me señalaba con el dedo y


se escabullía.

—Consigue la bandera, hombre. —Los ojos de Tex eran como rayos


láser—. La única chica que queda es Val.

No quería insultarla preguntándole cómo en voz alta. Pero aún así.


¿Cómo diablos era la última chica que se enfrentaba a los jefes de la mafia
y sus esposas?

Tal vez se había escondido después de dispararle a Chase.

No es que pareciera ese tipo de persona.

Di un paso cauteloso hacia su campamento base y luego me escondí


detrás de un árbol cuando escuché el sonido de alguien respirando.

Comencé a correr mientras la respiración se hacía cada vez más


fuerte.

En el momento en que me di cuenta de donde venía la respiración, era


demasiado tarde, mientras un arma apuntaba a mi espalda, dejé caer mis
manos a mis costados y giré, con el dedo derecho en el gatillo.

—Val.

—Sergio. —Tenía las mejillas enrojecidas y la cara sucia como si


hubiera estado arrastrándose por el barro.

—¿Te tropezaste? —me burlé, porque en realidad, ser bueno con ella
sería sospechoso en este punto. Me fui porque era su cumpleaños y ella
prefería dispararme en la polla que verme por otros 20 minutos.

Los ojos de Val se entrecerraron en pequeñas rendijas.

—Estaba arrastrándome como en el ejército.


—¿A través de la hiedra venenosa? —Asentí hacia las hojas. No había
ninguna posibilidad en el infierno de que cayera en la trampa, pero tenía
que intentarlo.

Sus ojos brillaron, y por un breve momento miró hacia su brazo, justo
cuando sostenía mi arma y apuntaba a su pecho.

—El truco más viejo del libro. —Me encogí de hombros—. Lo siento.

—Vaya, no escucho esa palabra viniendo de ti a menudo.

—Es difícil de pronunciar.

—Quizás para ti...

Contuve mi sonrisa. Al menos me estaba hablando, incluso si cada


palabra estaba llena de insultos y sarcasmo.

—Manos arriba, Val, voy a tomar tu bandera.

—Apuesto a que les dices eso a todas las chicas antes de tirar del
gatillo.

—Tienes que admitir que las relaja un poco antes de conocer a su


creador.

La agarré con mi mano libre y la empujé hacia el campamento base


donde tenían la bandera. Una vez que estuvimos dentro del pequeño fuerte,
la empujé hacia un lado, no lo suficientemente fuerte como para lastimarla,
pero para que supiera que no iba a jugar bien solo porque era mi esposa.

O simplemente porque había olvidado su cumpleaños.

O la había cabreado.

Santa mierda, era un idiota.

Agarré la bandera y me volví justo a tiempo para verla sosteniendo


otra pistola de paintball y apuntándome a la cara.

—Sorpresa. —Sonrió alegremente—. Robé el arma de Trace antes de


que la sacaran.

—Pero...
—Las reglas nunca dijeron que no podía tomar el arma de otra
persona. Sólo dijeron que teníamos que tener la misma cantidad de armas.

—Ahora, Val. —Extendí mi mano, la que contenía la bandera, justo


cuando me disparaba rápidamente en el pecho. Siete veces.

No es que estuviera contando.

Y cuando terminó.

Y el dolor me quemó de adentro hacia afuera.

Disparó un último tiro.

—¡Hijo de puta! —grité, cayendo de rodillas—. ¡No tengo equipo


puesto!

—Lo siento. —Se encogió de hombros—. Aquí está muy oscuro.

—Sí, es increíble cómo funciona, me golpeaste de lleno en el pecho, en


casi... —Exhalé temblorosamente—, el mismo maldito lugar, y lo hiciste a
ciegas. Impresionante. Pensé que no podías disparar.

—He tenido algo de tiempo libre.

—Recuérdame que te envíe a un internado. —Con un gran esfuerzo,


me puse de rodillas justo cuando me disparaba de nuevo en la pierna—.
¡Qué demonios, Val! ¡Mierda!

—¿Internado? ¡No soy tu maldita hija!

—¡Entonces deja de actuar como una y de dispararme solo porque


estás enojada!

—¡Por supuesto que estoy enojada! —gritó Val—. ¡Eres un idiota! No


merezco que dejen de hablarme o me ignoren o simplemente... —Su rostro
se contrajo por el dolor—. Podrías decir hola. Al menos podrías saludar una
vez. Solo una vez al día Sergio, ¿qué es tan horrible acerca de decir hola?

Me levanté por segunda vez y bajé la cabeza.

—¿Qué es tan difícil de decir hola? —Froté la parte de atrás de mi


cuello—. Es el comienzo de algo. Dices hola cuando abres una conversación,
es un simple saludo con miles de significados detrás. Hola... siempre lleva a
cómo estás, cómo estás lleva a qué harás hoy, y eso conduce a un ¿quieres
salir? ¿Tienes planes? Y, sinceramente, Val, si digo hola, voy a seguir
adelante con el resto, voy a preguntar cómo estás, voy a querer morir por
dentro cuando digas que estás triste. Y cuando te pregunte si quieres pasar
el rato, dirás que sí, y cuando te pregunte sobre los planes, los haremos. Y
si hacemos planes… —Mi voz se entrecortó—. Si hacemos planes. No tendré
la energía para evitar tenerte. Desnudarte. Exigir cada parte de tu cuerpo,
tu alma. No me detendré. Seguiré adelante, me perderé, y si pierdo la única
parte de mí que la contiene, la perderé a ella también. Todo por culpa de un
hola.

Val bajó lentamente su arma a su lado.

—Así que esto es todo. —Su labio inferior tembló—. Es un poco


irónico, ¿no es cierto?

—¿Qué? —Me paré y di un paso cauteloso hacia ella. Maldita sea, me


atraía hacia ella a pesar de que no quería estarlo.

Retrocedió, lejos de mi toque. —Dijiste adiós a una esposa, la palabra


más difícil de pronunciar en el lenguaje humano. Debido a ese final, has
rechazado un comienzo. Lo has hecho. Un Adiós fue duro, pero ¿por qué
crees que Hola es más duro?

Abrí la boca para contestarle, pero no salió nada.

—Sergio. —Esta vez Val caminó lentamente hacia mí, su pistola de


paintball cayó al suelo entre dedos temblorosos—. Cuando sigas adelante
con tu vida, cuando encuentres a esa persona, sea quien sea, no va a
eliminar hasta el último remanente de Andi de tu corazón. No va a hacerse
cargo ni exprimirá tus recuerdos. Ella encajará con ellos. Vivirá con ellos.
Reirá con ellos. No es cuestión de remplazarlos, es cuestión de unirse.

Parecía que iba a abrazarme.

Pero debió pensarlo mejor, porque dio un paso atrás de nuevo, recogió
su arma y salió corriendo del fuerte.

Cinco minutos después escuché vítores.

Las chicas ganaron.

Y yo todavía estaba inmóvil en el mismo lugar.

Porque mi joven e inocente esposa. Era absolutamente sorprendente.

Correcto.
Traducido por Vanemm08

....y las doncellas lo llaman amor en la ociosidad.


— Sueño de una Noche de Verano.

Frank

N
o quería encontrarme con Xavier más de lo que quería cortar
mi propio corazón y golpearlo contra la mesa, pero necesitaba
ser contenido.

Y yo necesitaba ser el que lo hiciera.

No Dante.

No Sergio.

No Tex.

La sabiduría me dijo que si yo muriera, ellos estarían bien, pero ¿si


morían? Sería trágico. Todavía les quedaba mucha vida por vivir, y sabía
que mi tiempo estaba llegando lentamente a su fin, no es que quisiera.
Quería ver bisnietos; quería ver a mi familia de nuevo en el camino correcto.

Había muchas cosas que quería ver.

Pero eso no significaba que mereciera verlos.

Lo sabía más que nadie.

Los errores tienen una forma de sacudir tu sentido de la realidad, del


bien y del mal, porque al cometer errores o tomar decisiones, tu constante
compañía es la necesidad de justificar el camino difícil en el que estás, con
la esperanza de que al final del día, podrás cerrar los ojos contra una suave
almohada y dormir.

Realmente no he dormido en más de treinta años.


No estaba a punto de hacerlo pronto.

Sal se movió nerviosamente a mi lado.

—Esto... esto no funcionará.

—Funcionará. —Quizás no, pero podríamos intentarlo.

Papi y Gio estaban a mi izquierda, cada uno con armas apuntadas a


la puerta por si Xavier dificultaba las cosas.

Sonó un golpe en la puerta.

Mi socio, Joe, respondió y se detuvo.

Joe rara vez se detenía.

Después de mirarme, abrió más la puerta.

Y pasaron cuatro personas.

Javier, su esposa y sus dos hijos.

—Mierda —dijo Gio en voz baja.

Xavier estaba fanfarroneando o estaba a punto de hacer nuestro


trabajo mucho más difícil.

Quería ser jefe.

Bueno, si quieres algo, tienes que tomarlo.

No más amenazas.

No más armas.

No más guerra.

Dejé caer mi arma al suelo y me levanté.

—¿Entonces debe ser así?

—No significan nada para mí. Un medio para un fin. Mátalos aquí
mismo, ahora mismo. Todavía quiero lo que quiero. Nada cambiará eso.

—Podrías estar fanfarroneando. —Incliné mi cabeza. No, sus ojos


brillaban, esta era la mirada de un hombre loco de codicia. Esta,
lamentablemente, era la mirada de la justificación en su forma más
auténtica.

Del tipo del que no regresas.

Como una enfermedad, envenena la sangre hasta que todo lo que


quieres es más, hasta que eres menos que humano.

Finalmente estaba en el punto de no retorno.

Y debido a su elección, lo iba a enviar al infierno.

—Sin armas. —Esperé mientras Joe lo palmeaba—. Me matas. Te daré


lo que quieras. —Le tendí la mano mientras Sal se levantaba lentamente y
se acercaba, contrato en mano—. Firmado con mí sangre. Estampado con
mí anillo. Te entregaré todo el Imperio Alfero. Pero debes tomarlo.

—Viejo, estás a punto de lamentar haber dicho eso.

Sonreí.

—Ya veremos.

—Sí. —Se arremangó lentamente la manga derecha y luego la


izquierda—. Lo haremos.

—Primero. —Le entregué una pluma—. Firma la línea punteada.

—No lo he leído.

—Tampoco leíste el último contrato. ¿No confías en mí?

—¿Importa? —Garabateó su nombre—. Estarás muerto en unos


minutos, y si mientes, no tiene ninguna importancia. Todavía me quedaré
con tu dinero, tu casa, tu nombre, incluso puede que me quede con tu nieta.

—¡Ja! —Luché para no reírme a carcajadas—. Me gustaría verte pasar


sobre Nixon. Demonios, pagaría por ver eso.

—Es un niño.

—No. —Suspiré—. Si necesitas un ejemplo de un niño, simplemente


mírate en un espejo. Crees que te mereces el poder, pero no sabes qué hacer
con él. Crees que quieres dinero, pero solo dura un tiempo. ¿Crees que
quieres mi nombre? ¿Cuando la identidad no encaja mejor que mis zapatos?
Eres un niño errante, enojado con el mundo, enojado conmigo, enojado con
Luca. —Mis ojos se posaron en su esposa.

Era joven, tal vez veinticinco. Su maquillaje no hizo nada para cubrir
su rostro magullado. Los niños eran demasiado mayores para ser suyos, es
decir, estaba criando bastardos, pero la forma en que se cernía sobre ellos
lo decía todo. Moriría por ellos, sangre o no. Lástima, porque necesitábamos
más mujeres así en este mundo, mujeres dispuestas a perder pulmones y
extremidades, por otro ser humano simplemente porque era lo correcto.

—Incluso estás enojado con tu esposa. Dime, ¿también golpeas a tus


hijos? ¿Pateas a tus perros?

Xavier puso los ojos en blanco y se burló.

—No es de tu maldita incumbencia lo que hago.

—Hay un código —dije con voz fría—. Uno que no has seguido ni una
vez. Uno que morirás sabiendo incluso si tengo que empujarlo por tu
garganta mientras te ahogas con tu último aliento. Nunca... —Me acerqué a
él, casi tocando su pecho con el mío, solo tenía siete centímetros de altura
sobre él—. Tocas la esposa de otro hombre o la tuya de una manera que sea
irrespetuosa. —Cogí su mano derecha antes de que pudiera apartarla y la
retorcí tan fuerte como pude. Su muñeca se rompió—. O pierdes la mano
utilizada para crear el trauma. —Trató de abalanzarse hacia mí, pero Joe lo
agarró por detrás.

—¡Mentiste! ¡Dijiste que no había armas!

—¿Tengo un arma? —Miré alrededor del cuarto—. ¿La tienes tú?

—Supuse…

—Ahh. —Asentí pensativamente—. La mayoría de los niños lo hacen.


Asumen que saben lo que harán los padres. Pero no soy tu maldito padre,
gracias a Dios. Tampoco soy tu amigo. —Sonreí lentamente—. Soy tu
ejecutor.

Siete horas más tarde


—Si vas a matarme, deberías terminar de una vez —dijo Xavier unas
horas más tarde. Había mantenido toda el agua, la luz del sol y la comida
lejos de su cuerpo mientras su muñeca seguía hinchándose.

A su esposa e hijos les habían dado un lugar seguro para quedarse.

Eso era todo lo que importaba. Que las víctimas estaban a salvo
mientras el monstruo estaba encadenado.

—Dime. —Bebí un sorbo de café—. ¿Cuál crees que debería ser el


castigo por tus... pecados?

Escupió al suelo.

—Bueno. —Tomé mi servilleta y me sequé la boca, luego asentí hacia


Joe.

Joe salió de la habitación y luego reapareció con el martillo.

Xavier no se movió.

Pero pude saborear su miedo.

Era imposible no ver la forma en que sus ojos se enfocaban en el


martillo como rayos láser, esperando que la visión fuera simplemente un
espejismo y no su futuro.

Joe tiró la mesa de madera hacia donde estaba sentado Xavier, luego
liberó su mano izquierda y la colocó sobre la mesa. Xavier luchó pero estaba
demasiado débil para poner resistencia.

Miré su mano.

—¿Sabías que, si te dejo vivir, perderás toda función en tus dedos?


Los huesos se astillarán en pequeños fragmentos, piezas de rompecabezas
que no se pueden pegar sin importar cuánto dinero le arrojes al médico. Una
muñeca rota y una mano rota.

Xavier lo fulminó con la mirada.

Jugué con el martillo, pesando el extremo mientras quitaba un poco


de óxido con los dedos.

—Renuncia a todos los asociados que son vitales para tu plan.


Nombres, direcciones, números de seguro social. Te permitiré vivir, con tus
dos manos rotas, si me las das.
—Si no lo hago, ¿me matas? —dijo Xavier con voz fría—. ¿Es eso?

—Sí, y puedo prometerte esto. No será rápido. —Di un paso adelante—


. Necesito una respuesta.

—¡Estoy pensando! —gritó.

—¡Piensa más rápido!

—Estoy muerto de cualquier manera. —Se enderezó—. Él me matará


de cualquier forma.

—¿Quién? —Demonios, no tenía ni idea de que estaba metido


profundamente con otra persona. Pero eso explicaría por qué quería dinero
y poder. Tal vez no se trataba de él, sino de escapar por completo del pulgar
de otra persona—. ¿Quién te matará?

—Petrov —escupió el nombre.

Me reí.

—Ya se encargaron de él. ¿No lo has oído? Está muerto. El FBI


encontró información interesante sobre sus redes de prostitución. Él no...
Sobrevivió a la prisión.

Xavier sacudió la cabeza con fuerza de un lado a otro.

—Ése no.

Entrecerré los ojos.

—¿Qué quieres decir con ese no?

—Su otro hijo.

—Su. Otro. Hijo. —Tomé una respiración profunda—. Su otro hijo


tendría apenas veintidós años. Si acaso.

—¡Su otro HIJO! —gritó Xavier—. Está aliado con Satanás.

—Oh, no puede ser tan malo. —Arqueé las cejas—. Dime, ¿cómo
mata?

Xavier tragó y se miró los pies.

—Te ahoga. Y luego te revive, solo para repetir el proceso. Y luego, te


permite comer y beber. Solo para chamuscar lentamente la piel de cada
centímetro cuadrado de tu cuerpo con una antorcha y, cuando tienes tanto
dolor que él teme por tu muerte inminente, te inyecta morfina para
mantenerte con vida. Pero no hace nada, así que cuando enciende las luces,
tu piel empieza a humear o lo que queda de ella. Hay multitudes
establecidas, se hacen apuestas, si sobrevives, es solo para sacarte al día
siguiente, permite que se realicen más apuestas y, finalmente, cuando crees
que no puedes soportarlo más, ruegas por la muerte. Lanza una pistola al
ring. —La voz de Xavier tembló—. Y te quitas la vida.

—Dame nombres —repetí—. Y te mataré antes que él.

Xavier me miró, sus ojos, por primera vez, traicionando su miedo


mientras asentía lentamente. Joe le soltó las manos.

Se desabrochó dos botones de la camisa, se sacó un collar de la cabeza


y lo arrojó sobre la mesa. Una memoria USB con forma de tiburón estaba
sujeta a una cuerda.

—Lo uso en todo momento. Para mantener mis secretos cerca de mi


corazón.

—Y ahora son mis secretos.

—Puedes matarme ahora.

Dudé.

—¿No confías en que puedo protegerte?

—Protegerme sería darme el título de jefe —se burló—. Ya se le acaba


la paciencia porque no le he traído a los gemelos. Los necesita.

—Nunca lo hiciste —dije.

—Él lo hace y, al entregarlos, podría negociar contigo. Todos hubieran


ganado. Bueno, excepto tú. Por otra parte, eres mayor, ¿por qué te importa?
Sería un hombre libre, los mellizos se irían con los rusos y yo me convierto
en lo que debería haber sido hace mucho tiempo, el jefe de la familia Alfero.

—¿Cuántos? —Ignoré su insulto—. ¿Cuántos asociados le has robado


a mi familia?

—Diez. —Ni siquiera parpadeó—. Y me seguirán hasta la muerte.


—Bien. —Metí la mano en el bolsillo trasero y saqué mi cuchillo—.
Porque tendrán que hacerlo. —Un corte en su cuello, rápido, sencillo, se
agarró el cuello pero su muñeca estaba rota, no funcionaba correctamente.
La sangre manaba de sus dedos cuando me incliné y le susurré al oído—.
Que encuentres la paz mientras los santos te arrastran al infierno.

Sus ojos se agrandaron; los rusos siempre fueron supersticiosos.


Sonreí cuando se derrumbó contra la mesa, con los ojos abiertos y
completamente ofendido.

—¿Y ahora qué? —Gio entró con la mitad de un sándwich saliendo de


sus labios—. ¿Vamos tras Petrov?

—Ja. —Negué con la cabeza lentamente—. No, eliminamos a los diez


socios que nos desafiaron.

—Bueno, diablos —dijo Sal desde la puerta—. Suena como unas


vacaciones.

—El que tiene un mayor número de muertes compra la cena. —Papi


asintió con seriedad—. Quiero cannoli.
Traducido por Ezven & krispipe

…Tal es el poder alucinante de la imaginación.


—Sueño de una Noche de Verano.

Valentina

M
e desperté confundida. Sergio no me había dado las buenas
noches luego de la guerra de paintball.

Era la primera noche desde que vivía en su casa en la


que no me había dado las buenas noches. Aunque quizá hacerlo fuera tan
difícil como decirme hola, ahora que todo había salido a la luz.

No quería que me doliera el corazón, así como no quería seguir


sintiéndome atraída hacia él, el hombre imposible y angustiado con los ojos
azules más hermosos que había visto en mi vida.

Su dolor provocaba que me fuera imposible odiarlo, porque lo cubría


como una capa sobre su fornido cuerpo. Eso causa el dolor. Hace que la
gente te tenga lástima y crea enojo, pero no crea odio.

Ojalá lo hiciera.

Luego de ponerme un par de jeans y una camiseta rosa de manga


larga, bajé las escaleras a paso lento y entré a la cocina.

El café estaba haciéndose.

El desayuno estaba sobre la mesa.

Y lo que era aún más importante, Sergio estaba sentado a la mesa,


leyendo un maldito periódico.

Vacilé. ¿Quizá tuviera una reunión a la que yo no estaba invitada?


Mi estómago rugió, y desvié la mirada hacia el café. Me ganó la
desesperación, así que me dirigí hacia la alacena sin decir una sola palabra
y tomé una taza.

Había tenido que ordenar todos los tenedores, todos los platos, y toda
la comida yo misma. Si no hubiera ido a comprar comestibles nos habríamos
muerto de hambre.

Así que era posible que haya cerrado la puerta de la alacena con más
fuerza de la que debería haberlo hecho, y me haya dirigido hacia la barra
dando pisotones antes de sentarme, pero realmente me hizo sentir
ligeramente mejor saber que al menos Sergio podía oír mi irritación.

En el mismo momento en que me llevé la taza a los labios, Sergio soltó:

—Hola.

Casi escupí el café sobre la mesa de la sorpresa antes de dirigirle una


mirada penetrante.

—Eh… ¿hola?

Apoyó el periódico boca abajo y se inclinó hacia adelante con sus


antebrazos bronceados sobre la mesa.

—¿Cómo estás, Val?

Le di la espalda.

—Cansada.

—Sí, bueno, disparar la mierda fuera de tu marido puede ser una


tarea terriblemente agotadora.

No iba a sonreír. Ni a reírme. Ni a darme la vuelta.

—Entonces… —El sonido de la silla chirriando contra el suelo provocó


que mi corazón comenzara a latir rápidamente, como un colibrí. Luego se
oyeron pasos—. ¿Qué vas a hacer hoy?

—Es lunes —dije, en un tono que denotaba aburrimiento—. Día de


hacer las compras y cocinar.

—¿Puedo acompañarte?
La ofrenda de paz podría haber sido una bomba explotando en medio
de la cocina. El rencor me exigía que le dijera que no, me exigía que le dijera
algo doliente, algo que lo hiciera sentirse tan herido como me había sentido
yo. Quería aferrarme a ese enojo, quería lastimarlo. No debería ser fácil para
él regresar a mi vida así como así, porque en mi experiencia con Sergio, casi
siempre entraba en pánico en cuanto nos acercábamos demasiado.

Una vez más.

Si lo hacía una vez más.

Creo, no, sabía, que me rompería por completo.

Temblando, apoyé la taza de café sobre la mesa y la observé.

—No.

Ahí estaba, lo había dicho.

Pero no me hizo sentir mejor.

—Al menos deja que te lleve —insistió, con la voz dulce.

Asentí, desconfiando de mí misma, temiendo retractarme, retractarme


de todo y lanzarme hacia sus brazos; añoraba con tanta fuerza su afecto que
me fue difícil no comenzar a llorar sobre mi taza de café.

Se había vuelto mi amigo.

Y algo más.

No quería sentirlo.

Habría sido muchísimo más fácil si solamente fuera otro cuerpo


humano en aquella enorme cocina gourmet.

Pero lo sentía.

Y no podía explicar por qué, solamente que, cuando estábamos cerca,


nunca lo estábamos lo suficiente.

—Sí. —Dejé caer los hombros, derrotada—. Puedes llevarme.


Sergio tenía demasiados coches.

Demasiados coches.

Era como ir a un concesionario y pensar “Mmm, ¿qué vehículo brillante


con un máximo de dos mil kilómetros en su cuenta kilómetros me apetece
conducir?”.

Elegí un Tesla de un rojo brillante; un coche del que había escuchado


cosas pero al que nunca me había subido, e intenté no parecer demasiado
impresionada cuando Sergio encendió el motor.

Me sostuve del asiento de cuero mientras Sergio apretaba el


acelerador con tanta fuerza como le era posible, impulsándonos a través de
la entrada de un kilómetro y medio de la casa a una velocidad vertiginosa.

—Eh, Sergio. —Me aferré al mango de la puerta, sintiendo las manos


más y más sudorosas con cada segundo que pasaba.

—¿Mmm? —No me miró.

—Un poco rápido.

—Necesitas rapidez.

¿Qué diablos significada eso?

Dobló hacia la carretera principal. Era increíblemente extraño, saber


lo rápido que estábamos yendo, y acelerar, pero no oír absolutamente
ningún ruido.

¿Todos los coches eléctricos eran así? ¿O solamente los que costaban
más que una casa?

Más rápido, estábamos yendo más rápido, pero por el ruido jamás lo
habría adivinado. Pero lo sentía, como si nos estuviéramos elevando por el
aire sin siquiera esforzarnos por llegar a donde debíamos llegar.

Como si pudiera hacer lo que fuera.

Con lentitud, solté el mango y el asiento mientras Sergio seguía


rompiendo todas las leyes de velocidad.

—¿Qué tan rápido quieres ir?


Sonaba a una pregunta cargada. Como algo que tenía mucho
significado tras la superficie, aunque no estaba muy segura de qué
significado era ese. Desvié la mirada y noté que habíamos superado los
ciento noventa.

—¿Qué tan rápido podemos ir?

Sonrió, se movió, y observé atónita cómo alcanzábamos el límite a los


doscientos cincuenta.

Ya no pude soportarlo, y me eché a reír.

—¡Esto es una locura! ¡Desacelera!

Sergio me correspondió la carcajada.

—¿Ahora quieres que desacelere? ¿Dónde está tu sentido de la


aventura?

—Creo que lo dejé con esa ardilla que mataste.

Con una risa grave, bajó la velocidad hasta llegar a los ochenta,
conduciendo la parte del camino que quedaba hasta llegar a la ciudad.

Aún tenía una sonrisa en el rostro cuando nos detuvimos frente a la


tienda de comestibles.

—Quiero que te lo quedes.

—¿Que me quede qué cosa? —Fruncí el ceño, mirando a mi alrededor,


confundida. ¿A qué se refería?

—El coche. —Se quitó los lentes de sol y las arrojó sobre la consola—
. Técnicamente, todos los autos son tuyos, ya que estamos casados, pero
este auto… quiero que este auto sea tuyo y solo tuyo. Lo compré justo antes
de venir a Nueva York. La única otra vez en que lo conduje así de rápido fue
después de que muriera. —Se le quebró la voz—. Giré demasiado rápido en
una esquina. Tendría que haberme volcado, pero no fue así. Estaba furioso.
Frustrado de que el mundo no me dejara ir. Así que conduje tan rápido como
me era posible; llegué a los doscientos cincuenta y conduje, pensando que
quizá, si conseguía ir lo suficientemente rápido, mi corazón se detendría.
Quizá chocaría contra un árbol… —Se encogió de hombros—. Este coche,
en su momento, se sintió como un medio para un fin. A nadie le importa si
un hombre como yo tiene un accidente de coche siempre y cuando no
lastime a nadie más. Habría sido una manera fácil de terminar con todo.
Para todos.

Sentí cómo mi corazón se rompía por él.

—¿Qué te hizo cambiar de opinión?

Metió la mano en el bolsillo y sacó un trozo de papel hecho jirones.

—Siempre lo guardo cerca de mi corazón, en mi bolsillo interior, pero


cuando estaba conduciendo, por alguna razón estaba en el salpicadero, no
sería tan descuidado para dejarlo allí. Hasta el día de hoy no sé cómo llegó
allí.

—¿Qué es?

—Léelo tú misma—. Me lo entregó y señaló la tienda de comestibles—


. Creo que voy a entrar.

—Pero…

Su puerta se cerró, cubriéndome en silencio mientras miraba el


pedazo de papel.

¡99 cosas que hacer en mi luna de miel!

1. Ir a Tokyo.
2. Ver el London Eye.
3. ¡Aprender a cocinar!
4. Acariciar una jirafa; alimentar una también.
5. Aprender Origami.
6. Girar bajo la lluvia; tantas veces como pueda.
7. Dejarme besar bajo la lluvia por un hombre guapo (¡no tiene por qué
ser Sergio!)
8. Saltar de un avión.
9. Hornear un pastel y salir de dentro de él.
10. Obtener un bronceado realmente espectacular.
11. Ver los Alpes.
12. Acariciar un delfín.
13. Cantar en un karaoke.
14. Tener mucho, mucho sexo.
15. Ir a un espectáculo de Broadway y cantar aunque suene horrible.
16. Cantar a todo pulmón… y muy mal.
17. Hacer un bebé.
Lágrimas salpicaron la página mientras seguía leyendo. Algunas de
las tareas estaban tachadas, pero la mayoría de ellas aún estaban esperando
ser cumplidas. Algunas habían sido subrayadas como si tal vez pensara que
eran más importantes o quisiera hacerlas a continuación. O… ¿significaba
eso que Sergio las había hecho o se estaba preparando para hacerlas? Solo
había noventa y nueve cosas diferentes que ella había querido hacer, el sexo
se enumeraba con más frecuencia de la necesaria.

Puede que se titulara lista de luna de miel.

Pero era una lista de deseos. Cualquiera con dos ojos podía ver eso.

Me dolía el corazón, por esta chica —por la que amaba Sergio—, por
el tiempo que no tuvieron, no habían tenido. Pero sobre todo, estaba
agradecida, porque este pequeño trozo de papel le había salvado la vida.

Probablemente más de una vez.

Ella había salvado su vida; incluso sin estar aquí para hacerlo.

Tal vez era mi turno de tirar del carro.

No es que le fuera a poner las cosas fáciles, pero esto me ayudaba a


entender un poco más: por qué hacía lo que hacía.

Y por qué era necesario que lo ayudara a detener el ciclo de locura y


vivir.

Dejé la nota en el coche y me dirigí a la tienda. Finalmente encontré a


Sergio en el pasillo de horneado luciendo tan confundido como nunca lo
había visto.

—Son chips de chocolate —dije detrás de él—. No munición.

—Pero hay mil millones de sabores diferentes, y esta dice sin soja, esta
dice sin lácteos, y esta simplemente… —Su ceño se profundizó—,
estúpidamente se me ocurrió que no sé nada de ti, ¿verdad?

Mi estúpido corazón se derritió un poco.

—Pues… —Cogí los chips de chocolate negro y los golpeé contra su


pecho con una pequeña sonrisa—. Ahora lo sabes.

Agarró la bolsa y la miró.

—¿Chocolate negro?
—Me gusta la forma en que el sabor amargo te hace la boca agua. No
importa cuántas veces comas chocolate negro, siempre se te hace la boca
agua.

Sus ojos se abrieron.

—¿Lo hace ahora?

Oh, mierda. Me estaba mirando. Me retracto. Él no debería


saludarme, ni siquiera debería estar cerca de mí, porque era peligroso
cuando era amable y yo estaba indefensa.

—Prométeme algo —espeté.

—Lo que quieras —dijo sin dudarlo.

—No huyas.

Una expresión de dolor cruzó por su rostro.

—No lo haré.

—Júramelo.

Con movimientos rápidos sacó algo metálico de su bolsillo e hizo un


corte rápido en uno de sus dedos, luego agarró mi mano, la que no tenía
chocolate y pinchó mi meñique. Me quedé sin aliento cuando presionó su
dedo ensangrentado contra el mío. Su agarre se apretó cuando me atrajo
hacia él.

—Lo prometo. No me iré.

—Juramento de sangre, ¿eh? —susurré—. ¿No son serios? ¿Cómo


mortalmente serios en la mafia?

—Esto significa… —Sus ojos buscaron los míos—, que si me voy por
segunda vez, tienes permiso para matarme o enviar a alguien que lo haga
por ti.

—Tal vez eso es lo que quieres —respondí—. Ya sabes, es parte de tu


plan.

—Lo siento cariño. —Su respiración abanicó mi cara mientras se


inclinaba hacia adelante, sus labios rozando mi oreja—. Estás atrapada
conmigo. Hasta que la muerte nos separe. Y no será porque sea lo
suficientemente estúpido como para darte la espalda por tercera vez.
Exhalé de alivio, pero él no soltó mi mano. En cambio, dio un paso
atrás, llevó mi dedo a sus labios y chupó la sangre de la punta, sus ojos
clavados en los míos.

Paralizada, lo miré en silencio —y definitivamente sentí cuando su


lengua se arremolinó sobre mi herida, sus labios cerrándose sobre una parte
de mi cuerpo en la que yo nunca había pensado dos veces—, hasta ahora.

Cuando terminó, yo estaba respirando tan fuerte que era vergonzoso.

—Tú eres completamente mi perdición —admitió—. No es un


sentimiento reconfortante, saber que he pasado tanto tiempo contigo sin ni
siquiera descubrir tu color favorito, y una mirada tuya me envía a un ataque
de rabia, lujuria, ira, pasión; es inquietante y aún más horrible admitirlo en
voz alta, admitir la verdad, que cuando te toco, siempre querré más.

Suspiró y entrelazó nuestras manos con fuerza.

—Entonces. —Agarró dos bolsas más de chips de chocolate—. ¿Qué


estamos horneando?

Finalmente encontré mi voz mientras negaba con la cabeza en un


estado de estupor.

—Bueno, yo estoy horneando galletas. Tú solo eres el conductor.

—Ouch, ni siquiera compartirás con la ayuda.

—Puedo darte una migaja.

—Bromista.

Sonreí, incapaz de evitarlo.

—No creo que alguna vez me hayan acusado de eso.

—Probablemente porque los chicos nunca se acercaron lo suficiente a


ti para decirlo. —Sus hombros se enderezaron—. ¿Qué más necesitamos?

—No vas a soltar mi mano, ¿verdad?

—Nop.

—¿Y vas a seguir molestándome hasta que te dé de comer?


—Soy un chico. Después del sexo, la comida siempre estará en
segundo lugar.

—Entonces si te doy sexo, ¿puedo comerme todas las galletas?

Sergio tropezó con una señora que pasaba junto a nosotros con su
carrito de compra y maldijo mientras ella se escabullía fuera de peligro.

—No me tientes. Sé exactamente lo que prefiero comer y no es un


maldito chip de chocolate.

Su agarre se apretó y no se aflojó hasta que estuvimos de regreso en


el estacionamiento.
Traducido por Vanemm08

Un amante, que se mata, más galante, por amor.


—Sueño de una Noche de Verano.

Sergio
La dejé conducir.

Fue horrible.

C
omo en, una de las peores conductoras que he tenido la mala
suerte de conocer, incluso peor que Bee, y eso era decir algo.
Ya había derribado tres buzones desde que se casó con
Phoenix, que descansen en paz.

Se necesita una mierda aterradora para asustar a ese hombre.

Cada vez que preguntaba si podía conducir, él se ponía terriblemente


pálido, como si fuera la última pregunta que contestaría.

—Entonces… —El auto se detuvo cuando Val lo aparcó—. ¡Gracias


por dejarme conducir!

Pobre auto.

—Claro —me las arreglé para decir mientras abría la puerta del auto
y tocaba el suelo con ambos pies. Tierra sólida. Gracias a Dios—. En
cualquier momento.

Val estalló en carcajadas.

—¡Eres un gran mentiroso!

—¿Hmmm? —Me volví para mirarla, mi rostro cuidadosamente


desprovisto de emociones—. ¿A qué te refieres? —Incliné casualmente mis
brazos sobre la parte superior del auto y crucé mis manos.
—Soy la peor conductora del mundo

Luché por contener mi risa.

—¿Qué te hace decir eso?

—Hiciste la señal de la cruz sobre tu pecho, y si hubieras tenido un


rosario, lo habrías estado agarrando y murmurando oraciones.

—No —seguí mintiendo—. No, no fue tan malo.

Sus ojos se entrecerraron.

—Así que no te importa volver a entrar al auto.

—Galletas —espeté—, tenemos mantequilla en el asiento trasero y no


queremos que se derrita.

—¿Uh, la mantequilla hace eso? En un ambiente con la temperatura


controlada.

—Sí. —Asentí y moví mis manos para mostrárselo—. Por todo el


asiento, es imposible de quitar, como grasa de tocino, así que…

—Creo que finalmente encontré a alguien más malo que yo para


mentir.

—No creo que alguna vez me acusaran de ser un mal mentiroso.


Curiosamente se siente ofensivo.

—Así es como sabes que eres de la mafia. Cuando alguien dice que
eres malo mintiendo o matando, en realidad te enojas y sientes la necesidad
de demostrar tu valía.

Sonreí.

—Bien, conduces como el infierno. Las abuelas ciegas con cabello azul
conducen mejor que tú. Un gato cachondo que no pueda alcanzar los
pedales sería una mejor opción.

Val agarró las bolsas del asiento trasero.

—¿Por qué cachondo?

—Todos los gatos son cachondos. —Me encogí de hombros. ¿Cómo se


me escapó eso? Por qué estaba reprimiendo mi agresión por ella, todo tipo
incorrecto de agresión, el tipo que me hizo pensar en mierda estúpida como
chispas de chocolate.

Y luego derretirlas en diferentes partes de su cuerpo.

Una ola de calor hervía debajo de la superficie de mi piel,


chisporroteando, advirtiéndome que estaba en peligro de seducirla de
nuevo. Tragué saliva, la necesidad de correr era demasiado fuerte, tan
intensa que casi me rindo.

La reacción física de mi cuerpo era así de aterradora.

Olvida las armas.

Guerra.

Sangre.

Tortura.

Desmembramiento.

Val. Era. Aterradora.

Con dedos temblorosos, agarré la última bolsa de compras y me paré


mientras ella caminaba enérgicamente hacia la casa.

Miré fijamente.

Hacia la casa.

Mis dedos apretaron la bolsa de plástico. Me di unos segundos para


respirar sin que la asfixiante sensación de su cercanía se apoderara de mí.
Porque a veces, así es como se sentía, como si estuviera en todas partes y
no pudiera escapar, cuanto más la sentía, más me impulsaba a querer estar
cerca de ella.

Huir. Sonaba más fácil que caminar hacia la casa.

Huir. Siempre sería más fácil.

¿Si huía, ella lo superaría? En este punto, mi apego se sentía más


fuerte que el de ella, pero no tenía ni idea de por qué. Todo lo que sabía es
que le había hecho un juramento de sangre, una promesa, y fue una de las
cosas más difíciles que había hecho, porque quería hacer lo contrario.
Quería ser el mentiroso.

El que la traicionara.

Por qué lo fácil se había convertido rápidamente en comodidad. Y


estaba tan harto de sentirme descontento.

Por Andi.

Por mis sentimientos cambiantes hacia Val.

Co-existir. Eso fue lo que había dicho Val. Al dar un paso hacia mi
casa, al ir a la cocina, no estaba empujando a Andi.

Simplemente… estaba dejando entrar a Val.

Con una profunda respiración, entré por la puerta todavía abierta y la


cerré de golpe detrás de mí, luego me dirigí a la cocina donde Val ya estaba
sacando un montón de cosas que nunca en mi vida había usado.

De tazas medidoras.

A una gran batidora rosada que no recordaba haber comprado.

A moldes de galletas que tenían forma de pistolas. ¿Eh, quien lo diría?

—¿De dónde salió todo esto?

Val se quedó rígido, su cuerpo inclinado sobre el fregadero mientras


se lavaba las manos.

—De la tienda. —Cerró la llave del agua y agarró una toalla.

—De la tienda. —Asentí lentamente—. Pude haberlo adivinado. ¿Lo


compraste?

—¿Tal vez? —Su rostro se arrugó y luego se volvió amenazador, di un


paso atrás—. Mira. —Me señaló con su dedo—. Ni siquiera me hablabas.
¡Casi me muero de hambre! Una vez que llegó mi tarjeta de crédito, fui… de
compras.

—Déjame ver si entendí esto. —Ignoré la parte de morirse de hambre


por qué eso me hacía sentir como una mierda—. Acabas de cumplir veinte
años, y tu primera compra con tu nueva y brillante tarjeta, una sin límites,
¿fue una batidora?
—Y moldes de galletas —murmuró.

—Y —señalé—, ¿tazas medidoras?

Resopló.

—Vivo peligrosamente.

—Sí. Esa fue mi exacta respuesta en mi cabeza, santa mierda, vive al


límite. ¿Cuánto te costó esa batidora? ¿Cien, doscientos?

—Seiscientos. —Sonrió, mientras casi me atraganto.

—¿Por eso? —Señalé el aparato rosado pálido—. Eso es…

—¿Qué? —Ahuecó su oreja—. ¿No quieres galletas?

La fulminé con la mirada.

—Es una hermosa… galletera.

—Batidora.

—Lo que sea.

—De acuerdo esclavo, yo cocinaré y tú tendrás la súper divertida tarea


de limpiar. —Su sonrisa se amplió mientras me esquivaba de camino al
refrigerador—. Y soy muy, muy desordenada.

Tragué.

Dos veces.

Y luego conté hasta diez para no sostenerla y besar cada centímetro


de su piel expuesta.

—Anotado —tosí finalmente—. ¿Necesitas un delantal o…?

—Nop. —Empujó la caja de cartón de huevos en el aire—. Mientras


más sucio, más diversión. Cocinar nunca debería de ser limpio, Sergio.

No pude mirar lejos de su vibrante cara mientras empezó a agregar


los ingredientes en el tazón, tarareando para sí misma mientras inclinaba
su cabeza hacia los lados, cada pocos minutos se detenía y giraba en
círculos en la cocina como si estuviera confundida.

Tenía trabajo por hacer.


Corrección, tenía trabajo que debería estar haciendo.

Trabajo importante.

Trabajo de vida y muerte.

Trabajo de piratería.

En su lugar, me quedé pegado al mostrador y miré mientras más y


más harina hacia su camino hacia sus mejillas en lugar de en el tazón.
Mientras vertía las chispas de chocolate, empezó a agarrar puñados de
chispas hasta que fue claro que al menos la mitad de la bolsa nunca llegaría
a la masa de galletas.

Cuando se giró, metí mi dedo en el tazón, tomé un poco de masa y la


lamí. Maldita sea, era asombroso.

Se giró de regreso y entrecerró los ojos.

—Hiciste algo.

—Nop.

Cruzó sus brazos sobre su pecho mientras un mechón de cabello caía


sobre su cara y besaba la harina en su mejilla derecha.

—Creo que establecimos que eres un gran mentiroso. ¿Robaste masa


de galletas?

Mierda. Tragué.

—Define robar.

—Es realmente dudoso que tenga que explicarle lo que es robar a


alguien que es parte del crimen organizado.

—Eso es duro. —Sonreí—. Soy el chico bueno, ¿recuerdas?

—Si el chico bueno mata personas y luego pone una marca en su


cuerpo, entonces sí, seguro, eres el chico bueno.

—Ellos merecían morir.

Se encogió de hombros y examinó el tazón.

—Huellas dactilares.
—Esas no son mías —seguí mintiendo. No tenía ni idea de por qué
demonios seguía mintiendo acerca de algo tan estúpido, tal vez me gustaba
su reacción. Santa mierda, ¿a quien quería engañar? Discutir con ella era
mejor que ser ignorado cualquier día de la semana.

Amigos, Sergio Abandonato oficialmente regresó al primer grado.

A continuación, miren cómo roba todas las galletas y se las mete en la


boca y luego la empuja en el carrusel.

—Justo aquí. —Señaló con un cuchillo—. Un dedo muy largo,


acompañado de dos rasguños de los nudillos perezosos en el costado.

Puse mis ojos en blanco.

—Mis manos no son perezosas. Créeme.

—Si mi memoria no me falla…

Me quedé boquiabierto.

—¿Me estás jodiendo?

Su expresión fue completamente inocente.

—¿Qué?

¿Estaba hablando de sexo? O sólo estaba leyendo entre líneas.


¿Importaba? Entrecerré mis ojos mientras lentamente caminé hacia el
mostrador y metí dos dedos en la masa, y los introduje en mi boca.

Su rostro cambió rápidamente de inocente a horrorizada.

—¡No pones los dedos en la comida!

Me eché a reír. Ella no lo hizo.

—Val… —Traté de no reírme más fuerte—. ¿Tienes una cosa por la


comida?

—N-no. —Cruzó los brazos—. Yo solo. Es asqueroso cuando la gente


mete los dedos en alimentos frescos. Quiero decir, ¿quién sabe dónde han
estado tus manos?

—Han estado sobre ti. —Moví una mano a su cadera—. ¿Eso también
es asqueroso?
Me fulminó con la mirada.

—Sí.

—¿Ahora quién está mintiendo?

—Sigues siendo tú.

Moví mi otra mano para que ambas se apoyaran en su cadera.

—Entonces no te gusta que toquen tu comida mientras cocinas. ¿Algo


más que deba saber?

—Me gusta esperar.

—¿Hmmm? —Estaba más que distraído por la forma en que se sentía


entre mis manos—. ¿A qué te refieres?

—No hago trampa. Nunca pruebo la comida que estoy cocinado hasta
que está terminado. Aumenta el sabor… te da algo por qué salivar… algo
por lo que estar ansioso.

Mierda. Estaba tan jodido en lo que a ella concernía.

—Te prometo que no lo volveré a hacer sin permiso.

Su sonrisa me derribó.

—Gracias. —Se acercó y besó mi mejilla, luego se apartó como si de


repente se diera cuenta de lo que acababa de hacer.

Agarré sus muñecas sosteniéndola frente a mí para tener fácil acceso


a sus labios.

—Por favor no lo hagas —susurró.

—¿Por qué?

—Porque vas a besarme. Y olvidaré ser fuerte, porque tus besos me


hacen olvidar. Y ya estoy teniendo problemas para recordar por qué te odio.
Fue hace solo un día que olvidaste mi cumpleaños. No puedes besarme y
hacer que todo sea mejor.

—Lo sé.

—No, crees que lo sabes. No puedo… no podemos. —Liberó sus


manos—. De ahora en adelante, tienes que ganarte los besos.
—¿Vamos a tener algún tipo de tabla de calcomanías, o estoy solo en
esto?

Sus labios se torcieron con una sonrisa.

—Todavía no he descubierto esa parte.

—Avísame cuando las galletas estén listas. —Le limpié un poco de


harina de la nariz—. ¿Y Val?

—¿Hmmm? —Tocó su rostro donde mis manos habían rozado.

—¿Cuál es tu color favorito?

Sus mejillas se sonrojaron de un rojo brillante.

—Rosado.

—Rosado —repetí—. De acuerdo.

—¿Sergio?

—¿Qué? —Me volteé.

—¿Cuál es el tuyo?

—Rosado.

Arrojó una taza medidora en mi dirección, la esquivé mientras reía.

—¡Ponte serio! —u color había vuelto a la normalidad.

La miré de arriba abajo, sin darme cuenta hasta ese momento que mi
color favorito tenía mucho que ver con ella. Nunca había pensado mucho en
ello. Andi y yo habíamos bromeado al respecto pero nunca había
considerado seriamente la pregunta.

Hasta ahora.

La miré a los ojos y susurré:

—Café.

Luego me di la vuelta y salí de la habitación.


Traducido por Vanemm08

...Un amante es más compasivo.


—Sueño de una Noche de Verano.

Valentina

L
e dejé el lío a Sergio y fui a mi habitación a buscar unos libros.
No estaba segura de si realmente querría pasar el resto del día
juntos o si su pequeño momento de reconciliación había
terminado.

Cuando finalmente regresé a la cocina fue para ver al hombre lavando


los platos.

Si pensé que Sergio besándome, cerniéndose sobre mí mientras sus


labios encontraban mi cuello una y otra vez era sexy, estaba equivocada.

Sergio se inclinó sobre el fregadero.

Jadeé.

No era mi intención.

Se volvió rápidamente, las salpicaduras de agua tenían parte de su


camiseta blanca pegada a sus abdominales en los lugares equivocados.
Lugares que hicieron que mi control se desmoronara lentamente en
pequeños pedazos de polvo.

Necesitaba una venda en los ojos o algo así.

—Robé dos galletas —confesó después de darse la vuelta y fregar el


siguiente plato—. Pero estaban terminadas, así que...

—No vigilo el producto una vez que está listo, así que estás a salvo. —
Sonreí mientras él encorvaba los hombros como si se estuviera preparando
para una discusión acalorada en la que le quitaría todo el azúcar—. Gracias
por limpiar.

—Sí, bueno, era parte del trato. —Puso la última taza medidora sobre
la toalla y la secó y luego dio la vuelta en un semicírculo.

—Tercer cajón a tu derecha. —Señalé.

—Ya sabía eso —dijo con brusquedad, agarrando las tazas y


tirándolas en el cajón solo para mirar con más dureza las bandejas de
galletas.

—¿Sabes dónde están las cosas en tu cocina?

—Yo no horneo.

—Nooooo. —Sonreí y luego agarré las bandejas para galletas y las


puse en el gran cajón debajo del horno. Luego abrí la despensa y me acerqué
a tomar la pesada batidora.

—Lo tengo. —Lo tenía en una mano como si no pesara nada.

Señalé el estante inferior.

El olor a galletas se aferraba en el aire.

No tenía otros planes para el resto del día excepto leer. Había dejado
mis libros en la barra de la cocina.

—¿Vas a leer? —Agarró los tres y me los entregó.

—Sí. —Quiero decir, si tuviera una opción, probablemente preferiría


tener una acalorada sesión de enrollarme con él, pero leer, podría leer.

—Tengo una mejor idea, si estás dispuesta.

Abracé mis libros como un escudo.

—Escuchémosla.

—Nadar.

—Nadar, —repetí.

—Nadar. —Asintiendo hacia la ventana, confirmó lo que ya había


dicho—. Es decir, a menos que no sepas nadar.
—¿Por qué nadar?

—Es una de mis cosas favoritas, y me imagino que si te cabreo, puedes


ahogarme y salir de tu miseria muy rápido, sin tener que utilizar ningún
tipo de arma homicida. Realmente, es un ganar-ganar.

—¿Por qué iba a ahogarte?

—Me olvidé de tu cumpleaños. Te abandoné. Tomé su virginidad y


luego rompí la mierda de algunos vasos. Te avergoncé frente a nuevos
amigos. Te traicioné, mentí...

Levanté la mano.

—Repetir todos tus pecados no me da ganas de perdonarte.

—Ese es el punto, Val. Seguiré recordándotelo hasta que confíes en


mí lo suficiente como para saber... que no volverá a suceder.

—No es así —dije en voz baja—. Ojalá confiara en ti, pero no es así.

Su voz se convirtió en un susurro áspero:

—Lo harás.

—No creo que pueda... no hasta que me muestres todo, no solo las
partes bonitas.

—¿Me acabas de llamar bonito?

—Sí. Eres hermoso. Como una chica. Vaya, ¿qué productos para la
piel usas?

Maldijo.

—Me lo merecía.

Otro asentimiento.

—Entonces, ¿nadar?

Estaba atrapada entre la espada y la pared, porque realmente estaba


tratando de pasar tiempo conmigo, pero cuanto más lo dejara entrar, más
me dolería cuando finalmente luchara para salir, rompiendo cada parte de
mí hasta que quedara libre, y me dejara recogiendo los pedazos.

—Sí —me encontré diciendo—. Pero no habrá toques de ningún tipo.


Apretó los labios mientras inclinaba la cabeza.

—Está bien.

—Está bien. —Tomé una respiración profunda—. Ahora necesito


encontrar un traje de baño.

Sergio suspiró.

—Sígueme.

Lo hice.

Subió las escaleras demasiado rápido, por lo que era casi imposible
seguirle. Se detuvo en una de las primeras habitaciones de huéspedes y
alcanzó la manija, luego tiró de su mano hacia atrás como si fuera a
quemarlo.

—Solo... espera aquí.

Algo se sintió apagado.

Incorrecto.

Se movió a la habitación oscura y rápidamente regresó con tres trajes


de baño, cada uno de ellos con etiquetas aún intactas.

—¿Alguno de estos funcionará?

La única razón por la que mis manos temblorosas le quitaron los


trajes de las manos fue por el hecho de que cada uno tenía una etiqueta de
precio cara colgando del material, lo que significaba que nunca se habían
usado.

No me estaría mirando, y comparándome con un fantasma.

—Sí. —Intenté sonar emocionada—. Estoy segura de que estarán bien.

Unos quince minutos después y supe que había una gran diferencia
entre Andi y yo.

Ella claramente se había estado consumiendo hasta la nada.

Porque mis pechos apenas estaban cubiertos por los delgados trozos
de blanco. Lo que era peor, la parte inferior del traje de baño era
extremadamente bajo y revelador. Encajaban. Pero me veía como una
completa puta. Nunca me había puesto algo tan revelador y eso era decir
mucho, considerando cómo se veía mi vestido de novia.

Y justo así lo recordé.

Tenía otra carta.

La última carta.

Sergio probablemente ya se estaba preguntando si me había caído al


inodoro o algo así, solo tendría que verificar más tarde esa noche.

Coloqué el bikini sobre mis pechos lo mejor que pude y recé para no
enseñarle mis tetas mientras bajaba lentamente las escaleras, con cuidado
de no agregar ni un poco de rebote para que no se saliera una de las chicas.

—Sergio —llamé.

—Cocina —respondió de inmediato.

Entré lentamente y casi me desmayo. Estaba sin camisa. Por supuesto


que estaría sin camisa, ¿por qué, en este escenario, no pensé en eso? Que
estaría sin camisa.

Y que vería enormes cantidades de piel oliva mientras se movía con


gracia por el agua. Las marcas en su costado eran un recordatorio evidente.

Era peligroso.

Pero lo peligroso ya no era lo que pudiera hacerle a mi cuerpo.

Sino a mi corazón.

—¿No te importa mojarte? —No se dio la vuelta mientras tomaba una


botella de vino y dos copas.

—Um, estaremos nadando, ¿cierto? —Incómodamente crucé mis


brazos sobre mi pecho y luego solté una leve maldición cuando me di cuenta
de que solo empeoraba la situación.

—Está lloviendo. —Señaló las ventanas.

—Eh, está bien.


—Genial. —Se dio la vuelta y soltó una serie de maldiciones que me
enrojecieron las orejas y me picaron los brazos por agarrar una toalla, una
manta, muumuu... lo que sea.

—Este es el que mejor encaja —dije, con la voz temblorosa.

—Claramente —se atragantó, rápidamente dándose la vuelta y


apoyando una mano contra el mostrador antes de empujarse y caminar
rápidamente a mi lado—. Sígueme.

No podía decir si estaba enojado conmigo o simplemente lidiando con


los recuerdos de nadar con Andi.

¿Esa reacción era buena o mala?

No tenía ni idea, porque no conocía a los hombres como debería y


realmente no conocía a Sergio como debería.

Una vez más, era difícil mantener el ritmo, así que comencé a trotar
lentamente detrás de él, sin mirar hacia dónde iba hasta que doblé una
esquina y lo golpeé en la espalda.

—¡Lo siento! —Mis brazos volaron alrededor de su abdomen mientras


me estabilizaba, estaba caliente, cortado, lo era todo.

Con un suspiro, inclinó la cabeza, los hombros tensos, agarró una de


mis manos y la mantuvo firme contra su estómago duro como una roca.

—Todavía no estamos en la piscina.

—No. —Mi voz sonaba débil, entrecortada.

—Así que está permitido tocar, ¿cierto?

—C-Cierto. —Debería haber dicho que era incorrecto, pero se sentía


tan bien, y su cercanía era exactamente lo que había estado anhelando. Lo
necesitaba más de lo que nunca quise admitir en voz alta, especialmente a
él.

Con cuidado, dejó las copas de vino en una mesa cercana junto con
el vino y se volvió, su mano todavía sostenía la mía contra su estómago.

Una vez que estuvimos cara a cara, me soltó solo para ahuecar mi
rostro con sus manos y susurrar:

—Te deseo.
No supe qué decir. Sé lo que quería decir, lo que mi cuerpo me gritaba
que dijera, pero en cambio me quedé en silencio.

—Pero no te merezco. No estoy seguro de si alguna vez lo haré —


terminó con los ojos entrecerrados—. ¿Me haces un favor?

—¿Qué? —Era imposible no dejarse atrapar por sus gélidos ojos


azules y su ardiente calor corporal.

—Cuando pueda besarte de nuevo… dímelo. No puedo leer la mente.


Soy un chico. Necesito que salgas y lo digas. Necesito que lo declares en voz
alta, así lo sabré.

—Está bien. —Bésame, bésame, bésame—. Puedo hacer eso.

—Bien. —Maldijo—. Excelente. —Otra maldición—. Vamos afuera.

Rápidamente se dio la vuelta y abrió la puerta que daba al patio


exterior y luego volvió a entrar en busca de las copas y el vino.

La lluvia no era tan fuerte. Al menos no todavía.

—La piscina está climatizada. —Ya tenía dos toallas debajo de la


pérgola, en una de las sillas—. El último en...

Pasé junto a él y salté a la piscina, e inmediatamente deslumbre la


pared. Afortunadamente, pude ajustar mi traje mientras él saltaba.

Nadamos durante una hora. Me preguntó sobre la vida con los tíos.

Le pregunté sobre la vida en la mafia.

Desde comidas favoritas, hasta animales, películas, bebidas, libros,


cubrimos todo, hasta que me di cuenta de que ni siquiera estábamos
nadando. Estábamos sentados en las escaleras en la parte menos profunda,
hablando.

Eso fue todo, solo hablando mientras la lluvia continuaba cayendo


sobre nuestras cabezas.

Finalmente le dije que me estaba congelando, así que nos mudamos


a la bañera de hidromasaje.

—¿Tuviste mejores amigos mientras crecías? —Se apoyó en los codos


mientras agitaba perezosamente el vino en su copa.
—Una. —Temblando, me acerqué a él. Naturalmente, levantó el brazo
mientras corría en su dirección—. Ella era increíble.

—¿Cómo se llamaba?

—Ara. —Me encogí de hombros—. Era hermosa. —No sé por qué lo


dije, pero había sido deslumbrante, tan hermosa que querías odiarla, pero
al final no pude evitar amarla.

—¿Qué pasó?

—¿Hmm? —Miré hacia arriba.

—Pareces triste, ¿qué pasó? ¿Tuvieron una pelea?

—Oh, no. —Sacudí mi cabeza vigorosamente—. Solo peleábamos por


cosas como libros y películas. Su padre era un verdadero idiota. Ella nunca
lo dijo, pero a veces me preguntaba cómo la trataba. Nunca le gritó, pero se
cernía, de una manera realmente extraña. —Fruncí el ceño—. Un día, vino
a mi casa y dijo que tenía que irse, que su padre tenía un trabajo importante
y ella no tenía más remedio que seguirlo.

—¿Y no se mantuvo en contacto? ¿Tu mejor amiga?

—Lo hizo. —Tragué el nudo en mi garganta—. Hasta que de repente,


simplemente se detuvo. Le he escrito desde entonces, pero todo revotó
diciendo que la dirección ya no era válida. Siempre pensamos que era más
divertido enviar cartas reales en lugar de correos electrónicos. Era algo
nuestro. Intenté enviar mensajes de texto hace unos meses, pero fue
imposible de entregar.

Sergio me acercó y me besó en la cabeza.

—Lo siento. ¿Quieres que lo investigue por ti?

Hice una pausa y luego me aparté.

—¿Qué quieres decir con investigarlo? ¿Ese código es para matar a


alguien?

Los labios de Sergio se crisparon.

—No les disparo a todos, Val.

—Podrías engañarme.
Sus ojos se clavaron en los míos.

—Lo digo en serio. ¿Quieres que la encuentre?

—Tal vez. —Mi estómago dio un vuelco—. Sí. Sí, lo hago.

—Considéralo hecho. Para el final de mañana tendré todas sus


ubicaciones conocidas y sus Alias.

—¿Alias? —Me reí—. No es una espía.

—Cierto. —Sonrió—. A veces olvido que no todo el mundo usa


máscaras.

—Yo no.

—No. —Tragó—. Tú no.

La lluvia comenzó a caer con más fuerza a medida que aumentaba el


silencio entre nosotros. Quería besarlo.

Quería que él me besara.

Había tantas cosas que quería.

En un mundo perfecto, lo haría sufrir durante semanas, meses. Le


haría darse cuenta de que me había lastimado. En un mundo perfecto,
volvería arrastrándose y confesaría su amor eterno.

En un mundo perfecto, se lo ganaría, pero dolorosamente, lentamente.

Pero el mundo en el que vivía, en el que existía Sergio, era un mundo


diferente, lleno de sueños rotos, expectativas rotas y traición. Era un mundo
consumido por la duda, la lujuria, la furia, la ira, el deseo.

Era un mundo al que no le importaba si no quería ceder, porque de


todos modos lo exigía.

—Sergio —susurré.

—Sí. —Su mandíbula se crispó mientras se inclinaba, la lluvia se


deslizó por sus perfectos pómulos.

—Bésame.

No preguntó si estaba segura.


No dudó.

No desperdició un segundo... antes de que su boca chocara con la


mía... su lengua se deslizara más allá de cualquier barrera física... antes de
que tuviera la oportunidad de levantarla.

Manos calientes se movieron sobre mis pechos mientras desataba mi


traje de baño y lo arrojaba fuera de la bañera de hidromasaje, su boca se
movía por mi cuello mientras me empujaba contra su cuerpo ya excitado.

Dejé escapar un gemido cuando el agua salpicó nuestros cuerpos,


uniéndonos, separándonos, moviéndose con nosotros mientras sus dientes
rozaban la piel junto a mi oreja. Su aliento era caliente cuando susurró:

—Dime que puedo besarte en cualquier lugar.

—Tú... —jadeé—, puedes besarme en cualquier lugar.

Suspiró aliviado.

—Gracias a Dios. —Sin previo aviso, deslizó su mano por mi pierna y


me quitó la parte de abajo del traje de baño y luego los arrojó en la misma
dirección en la que se había ido la parte de arriba.

No tuve tiempo de cubrirme mientras me levantaba por las caderas y


me dejaba en el borde de la bañera de hidromasaje. Todo lo que vi fue una
cabeza oscura, sexy como el pecado, inclinarse y empezar a chupar. Apoyé
mis manos contra sus hombros mientras mi cuerpo se arqueaba bajo la
presión de su boca.

Flexioné la espalda, clavé mis dedos en sus músculos, tratando de


equilibrar mi cuerpo para no caerme hacia atrás, cada vez que sentía que
iba a dar una voltereta hacia el costado, agarraba mis caderas con tanta
fuerza que casi dolía.

Pero el dolor de mantenerme allí.

Fue completamente olvidado mientras movía la lengua, besaba y


chupaba, solo para repetir cada movimiento lento con uno rápido, seguido
de trucos que ni siquiera sabía que existían.

Sentía demasiado.
La lluvia fría, que golpeaba la parte superior de mi cuerpo, me dio
suficientes escalofríos como para temblar cada vez que me tomaba más y
más profundo con su boca.

—Sergio. —Golpeé su espalda con mi puño—. Eso es... —No podía


formar palabras, no sabía cómo.

—Tu sabor es perfecto —susurró con reverencia, pero no se detuvo,


no, nunca se detuvo.

Me torturó hasta que empecé a jadear y luego gritar su nombre a todo


pulmón. Era demasiado, él era demasiado.

Agobiado por el esfuerzo, tiró de mi cuerpo hacia la bañera de


hidromasaje solo para besarme una y otra vez, sus manos pasaron de
ahuecar mis pechos, bajar por mi espalda, a tirarme contra él.

Maldijo cuando me moví contra su dureza.

Y maldijo de nuevo cuando cerré mis brazos detrás de su cabeza y lo


hice de nuevo. Volverlo loco podría ser mi nuevo pasatiempo favorito.

Cuando deslicé mi mano en su bañador, mordió una maldición tan


violenta que no estaba segura de si estaba enojado o simplemente en su
punto de inflexión.

—¿Qué DEMONIOS están haciendo bajo la lluvia? —gritó una voz.

Dejé de moverme y agaché mi cabeza en el hombro de Sergio mientras


jadeaba.

—¡Vuelve adentro antes de que te dispare, Tex!

—¡La puerta estaba abierta! —gritó.

—¡Uno! ¡Dos! —Sergio empezó a contar.

—Bien, bien. —Tex se rió a carcajadas—. ¿Ustedes dos calientan el


agua por su cuenta? Nixon se cagaría si viera que todo el vapor sale de sus
cuerpos.

Sergio se volteó y me bloqueó con su cuerpo.

—Tenemos noticias —gritó Tex—. Cinco minutos para ponerte


decente, Serg, o me uniré.
—¡Cómo el infierno que lo harás!

—¡Cuatro minutos!

—Hijo de puta. —Sergio golpeó el agua con una de sus manos


mientras la otra me sostenía contra él—. Dime la verdad. —Sus labios
hinchados se encontraron con los míos en un beso castigador—. ¿Estarías
terriblemente decepcionada si lo matara para poder tener sexo contigo?

—Bueno, es una vida humana —susurré—. Pero de nuevo… —Miré


hacia el agua, incluso eso no ocultó la evidencia de su excitación—.
Realmente es una moneda al aire, ¿no es así?

—No tienes... —Me besó ferozmente, tirándome del cabello mientras


gruñía—, ni idea.
Traducido por Vanemm08

...su jugo, vertido sobre los dormidos párpados, hace que el


hombre o la mujer se enamoren perdidamente.
—Sueño de una Noche de Verano.

Sergio

T
ex me dio un saludo con el dedo medio unos quince minutos
después. Estaba seco. Decente. Pero extremadamente excitado,
como en, si mis jeans fueran más ajustados, la fricción de mi
cremallera sería un problema serio.

—Entonces... —Tex puso sus manos detrás de su cabeza. Cerré la


puerta de la oficina y luego la abrió solo para cerrarla de nuevo tres veces
más—. ¿Cómo es la vida matrimonial?

Abrí la boca, luego la cerré y saqué mi silla.

—¿Qué? ¿Qué es tan malditamente importante que necesitabas


interrumpir?

—¿Interrumpir? —Ahuecó su oreja—. ¿Besos? Maldita sea, te mueves


lento. Ya habría estado trabajando en la parte de hacer bebés. Oh espera.
—Chasqueó sus dedos mientras imaginaba mis manos alrededor de su
cuello.

Me preguntaba en una escala del uno al diez qué tan horrible ser
humano me haría si sonriera mientras lo mataba.

—Tex.

—Frank mató a Xavier.

Me incliné hacia adelante, con los codos en las rodillas.


—¿Así que ya no es una amenaza?

—Ya no es una amenaza, ni tampoco los diez asociados que


trabajaban para él.

Me eché hacia atrás.

—¿Por qué?

—Porque... —Tex suspiró—. Se ordenó un golpe en cada uno y, en


lugar de compartir, Frank lo llevó a cabo él mismo, con los tíos, por
supuesto. Sucios bastardos probablemente pasaron el mejor momento de
sus vidas.

—Hmmm. —Me lamí los labios y me recliné en mi silla—. Entonces,


supongo que hay más.

—Siempre hay más. —Tex se golpeó la sien—. Dejó a su esposa y sus


dos hijos, y cuando digo esposa, digo chica que Petrov le dio para que
mantuviera su boca cerrada, y dos niños que perdieron a sus padres.

—Petrov está muerto.

—No su hijo.

—Maldita sea, ¿por qué está vivo?

—Porque hasta el año pasado no era una amenaza.

—¿A dónde vas con esto?

—Frank le ofreció protección.

Exhalé una maldición.

—Por supuesto que lo hizo, se está convirtiendo en un maldito santo


en su vejez.

—Sí, estoy seguro de que eso es exactamente lo que pensó Xavier justo
antes de que Frank le rompiera la muñeca, lo dejara famélico, luego lo
degollara y lo maldijera al infierno. ¡Oye! —Tex hizo una pausa—. ¡Ese viejo
se ha vuelto blando!

—Has dejado claro tu punto.

Tex se puso de pie.


—Regresará con ella a finales de esta semana, solo pensé que debías
saberlo, ya que a Frank se le ha metido en la cabeza traer a otro extraño al
redil.

—Espléndido —murmuré—. Déjame adivinar, ¿soy el nuevo hotel?

—No. —Se rió—. En realidad, Nixon se queda con esto, bastardo


afortunado, escuché que gritó durante una hora seguida antes de que Frank
finalmente pudiera calmarla y cuando lo hizo, lo mordió.

—Demonios. Suerte con eso.

—Tiene dieciocho.

—Mierda.

—Correcto.

Estaba callado. No me importó. Tex hacía eso mucho y, en su mayor


parte, necesitaba ese momento de tranquilidad para procesar cualquier
bomba que tuviera la tendencia a dejar caer de la nada.

—¿Tex?

—Dispara.

—¿Cómo sabes que iba a preguntar algo?

—Eso es lo que haces. Eres un tipo de números y preguntas, así que


pregunta.

—Val mencionó que solía tener una mejor amiga, realmente no... —
Mierda—. No le compré nada como regalo de bodas, y pensé que localizarla
podría ser un buen comienzo.

Tex se quedó inmóvil.

—¿En serio?

Suspiré.

—¿O acechar a un extraño al azar y luego comprarle un boleto de


avión a tu casa está mal visto estos días?

Tex se echó a reír.


—Mira, creo que es un plan sólido, solo... —Vaciló, como si estuviera
pensando antes de hablar, lo cual era una rareza. Este era Tex, no Nixon—
. Prepárate para las malas noticias, la gente desaparece todo el tiempo,
¿sabes? Sin ton ni son, y aunque tienes unas habilidades informáticas
horripilantes, ni siquiera sabes su apellido.

—No dije eso —dije lentamente—. Ni una sola vez dije que no tenía su
apellido.

—Bueno, ¿lo haces? —respondió, evitando la pregunta por completo—


. ¿Tienes su apellido?

—No. —Suspiré—. Pero, estoy seguro de que si hago un seguimiento


del historial de la cuenta bancaria de Val junto con sus tíos y reviso los
registros escolares, será fácil.

Tex se levantó de su silla y me dio una palmada en la espalda.

—Probablemente tengas razón. Buena cacería.

—Gracias —murmuré mientras salía, dejando la puerta abierta de par


en par. Minutos más tarde Val llamó.

—¿Puedo entrar? —preguntó.

—Claro. —Gracias a Dios se había puesto una sudadera. Todas las


apuestas se habrían cancelado si todavía tuviera ese bikini puesto. Se había
adaptado a cada curva deliciosa, a cada extensión de piel. Mierda, ahí iba
otra vez, perdiendo el control.

—Iba a hacer la cena, ¿qué quieres?

—¿Galletas?

Riendo, comenzó a caminar.

—Esas son para el postre.

—O —agregué—, ¿las comemos ahora y se nos ocurre nuestro propio


postre para más tarde?

—Creo que un asado —dijo, ignorándome por completo mientras se


dirigía hacia la puerta—. Suena... mmm... jugoso.

—¡Me estás matando! —grité detrás de ella.


—¡Acostúmbrate! —gritó de regreso.

Maldita sea. La segunda ronda fue para Val.

Tres horas después, Val trajo comida a mi oficina, estaba encorvado


sobre mi computadora escribiendo vigorosamente y todavía no había
encontrado ninguna información sobre su mejor amiga. Era literalmente
como si no existiera. Pero tendría que ser brillante para borrar sus propios
registros escolares, a menos que alguien lo hiciera por ella.

—Oye. —Val se dejó caer en una de las sillas—. Ya comí. No quería


molestarte, pero aquí tienes algo de comida. —Señaló el plato—. Tengo
galletas para ti cuando termines.

Forcé una sonrisa exhausta.

—Genial, gracias.

Frunció el ceño, luego se paró y se acercó a mí, inclinándose sobre mi


hombro. Normalmente me cabreaba la gente mirando por encima de mi
hombro a mi propia mierda. Ese era mi dominio, mi mundo, pero, por alguna
extraña razón, quería que lo viera, los códigos, la piratería, los números
extraños y los algoritmos.

—Guau. —Suspiró y señaló la pantalla—. ¿Qué significa eso?

—Es un tipo de lenguaje. Si lo sabes, puedes usarlo a tu favor. —


Escribí algunas teclas y presioné Enviar. Apareció una foto de Val en la
escuela secundaria.

Se rió a carcajadas.

—Dime que te encantan los frenillos.

—Fue mi primer pensamiento. Junto a la camiseta de One Direction,


por supuesto.

Recibí un pellizco en el costado.

—Muéstrame otra —susurró, sus palabras besando mi cuello con su


cercanía. No podía decirle que no, así que escribí algo más y encontré otra
imagen, esta de Facebook.
Ella se estaba riendo mucho, Dante estaba tratando de robar su
Kindle y, de repente, mi mundo dio un vuelco.

Era la imagen exacta de mi carpeta.

Sin pensarlo, agarré la carpeta negra del otro lado de mi escritorio y


la abrí.

Era exactamente la misma imagen.

—¡Qué! —Val siseó un pequeño grito—. Tienes fotos mías.

Asentí, incapaz de hablar.

—Es la primera que vi de ti.

—Pero eso... —Frunció el ceño—. Eso no fue reciente en absoluto. Me


refiero a que fácilmente se tomó hace más de un año.

Por eso, cuando la conocí, me sorprendí, y casi caigo de rodillas.

—No estoy seguro. —Porque normalmente la mafia era mejor que eso.
Demonios, Luca era mejor que eso.

Habría actualizado la información, o le habría pedido a alguien que


actualizara mi carpeta, ¿cierto?

¿O fue solo pereza?

Fruncí el ceño.

Estuve entre querer llamar a Phoenix y cavar un poco más por mi


cuenta.

—¿Sergio?

—¿Sí?

Ni siquiera me había dado cuenta de que Val tenía mi carpeta hasta


que fue demasiado tarde, con las manos temblorosas sacó una foto de Luca
y frunció el ceño.

—Lo odio.

Las lágrimas corrían por su rostro mientras salía corriendo de la


habitación y subía las escaleras.
¿A su padre?

Lo entendí. Realmente lo hice, lo odiaba, pero una parte de mí lo


entendió, entendió su enojo. Así que suspiré y lentamente la seguí escaleras
arriba justo cuando su puerta se cerraba de golpe.
Traducido por Ezven

…crece, vive y muere solitaria.


—Sueño de una Noche de Verano

Valentina
Con las manos temblorosas, sostuve la última nota y comencé a leer.

Lo siento.

Es lo único que puedo decir, realmente.

Creo que si me explicara, no tendría mucho sentido, al menos no ahora.


Así que te dejaré con esto.

Pídele que te muestre.

Pídele que te muestre, a nosotros.

Pero solamente después de mostrarle una fotografía de nosotras dos.

La fotografía cayó sobre mi regazo.

Leí la nota una y otra vez, y luego tomé la foto, justo en el momento
en que Sergio entraba a la habitación, dirigiéndose en línea recta hacia mi
cama.

—Val. —Su voz era fría—. ¿Por qué estás en una foto con mi esposa
muerta?

Estaba equivocado.

Delirando completamente por su enojo y su tristeza, que finalmente


estaban comenzando a romperlo, a provocar que alucinara. Irritada, lo alejé
de un empujón.

—Es mi amiga, Ara.


—No. —Sergio me quitó la fotografía de las manos y la observó—. Es
Andi.

—No. —Sacudí la cabeza, incapaz de creer lo que estaba diciendo—.


Esa es mi mejor amiga. Está… está bien, y está feliz, y solamente estás
confundido porque estás triste. —Las lágrimas comenzaron a deslizarse por
mis mejillas—. Todo el mundo tiene un doble, ¿sabes? ¡Todo el mundo! ¡No
es ella!

Los ojos de Sergio se cerraron por apenas un momento antes de que


extendiera su mano hacia mí.

—Hay algo que tienes que ver.

Quería acurrucarme bajo las sábanas. Quería ignorarlo, ignorar el


dolor que sentía en mi pecho al ver su expresión, ignorar al mundo, pero
sus ojos habían cambiado, habían pasado de aquella tristeza terriblemente
arraigada a algo peor.

Lástima.

Tomé su mano y lo seguí hasta el cuarto de invitados, de donde había


sacado los trajes de baño.

Abrió la puerta de par en par.

Y prendió las luces.

No era una habitación enorme.

Pero era bonita en su propia manera, a pesar de que era más pequeña
que la mía, menos nueva. Aunque era posible que solo fuera el hecho de que
las cortinas estaban cerradas. Una sensación de ahogamiento me rodeó la
garganta cuando intenté inhalar la rancidez del aire, y con manos
temblorosas me toqué el cuello en intentos de liberarlo.

—Esta… —Sergio tomó una fotografía enmarcada, la sostuvo cerca de


su pecho, y cerró los ojos brevemente—. Esta es Andi.

Extendí una mano para tomar la fotografía, pero no me la entregó,


sino que me miró de arriba abajo con desconfianza, como si supiera un
secreto muy grande.

—¿Qué?
—En serio no tienes ni idea, ¿o sí?

—¿De qué hablas?

Creo que, en el fondo, lo sospechaba, quizá lo sabía, pero no quería


saberlo, quería darme la vuelta y salir de la casa corriendo, hacia los
campos, quería correr, y no tenía ni idea por qué; solo que la expresión en
su rostro me decía que mi mundo, o el mundo que había conocido hasta
entonces, estaba a punto de romperse en pedazos por una última vez, quizá
para bien.

Suspiró e inclinó la cabeza, y luego me entregó la fotografía.

En cuanto mis manos se cerraron a su alrededor y lo giré para mirarlo,


fue como si algo en mi cuerpo se transformara.

Mi amiga Ara… era Andi.

La misma sonrisa, labios, postura, ojos.

Estaba temblando, y estuve a punto de dejar caer la fotografía hasta


que Sergio me tomó de las manos, sosteniéndolas entre las suyas.

Debería haber estado confundida, asustada, enojada, tantas cosas,


pero en cambio, lo único que sentía era una tristeza tan horrible que no
pude hacer más que derrumbarme sobre mis rodillas y llorar.

Porque era ella quien me había ayudado.

Quien me había hecho sentir viva, en su momento.

Quien me había rescatado cuando nadie había sabido que necesitaba


que me salvaran.

Era su esposa muerta.

Quien me había regresado a la tierra de los vivos.

Y ni siquiera podía agradecérselo.

No podía darle las gracias.

Y lo peor de todo… ni siquiera había sabido que había muerto hasta


que era demasiado tarde.
—No. —Presioné las manos contra el suelo alfombrado e intenté
respirar entre mis lágrimas—. No, no es cierto. ¡Estás mintiendo! ¡Es un
truco! —Ni siquiera reconocí mi voz al gritarle.

—Respira. —Sergio deslizó una mano por mi columna y me susurró


con urgencia—. Inhala y exhala.

—¡Lo estoy haciendo! —Solté una respiración entrecortada—.


¡Respirando! ¡Déjame en paz! —Intenté alejar su mano, pero toda la fuerza
que tenía se había desvanecido en cuanto había clavado mis ojos en ella.

Tenía que ser ella.

Tenía que ser ella.

—¿Por qué? —Logré graznar, al final, una vez fui capaz de formar las
palabras—. ¿Por qué me haría eso? ¿Hacerse amiga mía e irse? —Y morir.
No dije la última parte, quizá no hacía falta. Era un pensamiento egoísta,
pero me estaba sintiendo egoísta, y más que abandonada, hasta engañada.

¿Había sido nuestra amistad siquiera real?

¿O me había usado?

Con un suspiro, Sergio se sentó a mi lado en el suelo. Un rayo de sol


se asomó por la cortina, dibujando una línea sobre la alfombra entre
nuestros cuerpos.

—Ojalá tuviera respuestas, pero no las tengo. —Suspiró—. No tenía


idea, Val, créeme. Si lo hubiera…

—¿Qué? —Tomé una bocanada de aire—. ¿Qué habrías hecho?


¿Habrías cambiado algo? —Por favor di que no. Ya era lo suficientemente
duro ser rechazada por él, pero estar casada con el hombre que mi mejor
amiga había amado con todo su corazón, sabiendo que él se había sentido
de la misma manera por ella…

Era imposible no sentirme enojada y dolida, pero lo que era aún peor,
era que podía verlo, lo fácil que ella se habría enamorado incluso si no había
esperado hacerlo, y lo mucho que debía haberlo amado.

—¿Qué tenías en las manos hace un rato? —preguntó Sergio—. ¿En


tu habitación?

Bajé la vista hacia mis manos.


—Cartas.

—Cartas —repitió—. ¿De Andi? ¿O Ara? —se corrigió.

—No. —Fruncí el ceño—. No tengo idea de quién las envió, me dieron


la llave de una caja de seguridad del banco y…

—¿Y me estás diciendo esto recién ahora? —Su voz se alzó un octavo
mientras se acercaba a mí—. ¡En serio! ¡Podría haber sido una trampa!
Podrías haber salido herida. ¿Tengo que recordarte que hay un ruso enojado
ahí afuera que quiere matarte?

Me estremecí al pensarlo.

—Fue antes de conocerte.

—¿Y eso lo hace mejor?

—¡Basta! —Empujé su pecho—. Me sentía sola, ¿está bien? —Las


lágrimas comenzaron a caer por mi rostro—. ¡Mi mejor amiga prácticamente
me había abandonado, Dante estaba distante, y yo estaba aburrida! No tenía
a nadie con quien hablar, y de repente me enviaron una carta, y supuse que
era de Ara, por fin, ¿sabes? Porque había dejado de escribirme de la nada y
la abrí sin pensarlo, y entonces, no sé. —Me encogí de hombros—. No sé qué
pasó, de repente me encontré frente al banco y… —Fruncí el ceño.

—¿Y qué?

—Y Mil estaba allí… y este otro tipo alto, que era muy atractivo y… —
Recordaba vagamente al muchacho de la sonrisa fácil. Pestañeé, mirando a
Sergio, y solté una pequeña exclamación—. Se parecía… se parecía a ti.

Sergio se tensó a mi lado.

—¿Un tipo atractivo que estaba con Mil y no era Chase y se parecía a
mí?

—Sí. No. Quizá. —Presioné los dedos contra mis sienes—. Pero era
más alto y flaco.

—Ah, eso es muy útil. —Murmuró una maldición y sacudió la cabeza.

—¡Lo siento! —exploté—. ¡No sabía que después me iban a hacer


trazar un perfil!
—Diablos —susurró Sergio—. Lo siento, es solo que… nada de esto
tiene sentido, y si tengo razón, y usualmente la tengo, eso significa que mi
hermano Ax ha estado involucrado en esto desde el principio.

—¿Tu… tu hermano?

Tensó la mandíbula y preguntó:

—¿Puedo ver las cartas?

—Ya has visto una, el día de nuestra boca, venía con el vestido.

El silencio fue tenso.

—Si me muestras esa, yo te muestro la mía.

—No. —Ni siquiera hizo una pausa o dudó.

Al diablo con lo de confiar el uno en el otro.

Otra maldición escapó de sus labios gruesos mientras tomaba su


teléfono, presionaba un botón, y luego gritaba:

—Mil, dime qué diablos está pasando, o voy a apuntarle a tu marido


en la frente y apretar el gatillo.

Ni siquiera oí lo que dijo ella al otro lado de la línea.

—¿Phoenix? ¿Qué quieres decir con Phoenix? —Los ojos de Sergio se


abrieron de par en par—. ¿Frank también? Está bien, tráelo aquí ahora.

Dejó caer el teléfono sobre la alfombra y soltó un quejido.

—¿Buenas noticias? —suspiré, tirando de las fibras de la alfombra.

—Me dijo que le preguntara a Phoenix, ya que fue a él y a Frank a


quienes les dieron las instrucciones.

—¿Instrucciones? —Sacudí la cabeza—. ¿Para qué?

Sergio dejó caer la cabeza.

—Nuestra historia de amor.

—Lo siento, ¿qué?


—Exacto. —Se puso de pie y extendió una mano—. De cualquier
manera, Phoenix estaba con Chase, así que Mil le pasó el mensaje, y están
viniendo.

—¿Lo están?

—Todos.

Repentinamente sentí la necesidad de meterme en la cama y


ocultarme, pero no en mi cama, ni siquiera en la de Sergio, sino en la de
ella.

La de mi mejor amiga.

Porque sabía que si estuviera aquí, podría explicarme la razón tras lo


que había hecho, y también se reiría conmigo y me diría que todo estaría
bien.

Y quizá, luego de hacer eso, podría disculparme.

Por enamorarme del mismo hombre.

Pero lo cierto era que no lo sentía.

Nunca lo sentiría.

Y eso me convertía en el peor tipo de mejor amiga, el peor tipo de


persona, porque cada vez que pensaba en ella tocándolo, una oleada de celos
se extendía por mi pecho. Con cáncer o no, si estuviera aquí, pelearía por
él.

Y me odiaba por eso.


Traducido por GrisyTaty

Si los imaginamos como ellos se imaginan a sí mismos,


podrían pasar por excelentes hombres.
—Sueño de una Noche de Verano.

Sergio
Estaba lloviendo de nuevo.

Estaba enojado de nuevo.

Estaba frustrado.

Estaba irritado.

Y
tanto como quería confrontar a Val, estaba furioso de que me
ocultara tal secreto, por tanto tiempo. ¿Cómo podría confiar en
ella en el futuro?

La división entre nosotros creció junto al silencio a medida que el


equipo lentamente empezó a llegar.

Sabían algo.

Y me enojaba que me lo ocultaran justo como a Val, nuevamente, era


una víctima tanto como yo. ¿Qué DEMONIOS había estado pensando Andi?

Tal vez había estado demente, y Frank no había tenido el corazón de


decirle que no, tal vez Phoenix estaba desesperado, tal vez todos estaban
preocupados de que saltaría de un acantilado el minuto que muriera.

Habían tenido una buena razón para estar preocupados.

Tanto como me disgustaba admitirlo.


Phoenix fue el último en llegar, y cuando lo hizo, azotó la puerta tras
él con tal fuerza que la réplica penetró la tensión en la casa con un cuchillo,
causando que una explosión de emoción estallara en mi pecho. Me puse de
pie y empecé a cargar hacia él, solo para ser interceptado por Tex y Nixon.

—Detente. —Nixon siseó en un tono enojado—. Que lo ataques no


logra nada, déjalo hablar.

Tomé una respiración profunda y asentí cuando Nixon me empujó de


regreso al sofá donde Val estaba acurrucada. Las chicas se habían quedado
en casa. En serio deseaba que no lo hubieran hecho, porque Val necesitaba
a alguien, algo, y no podía dárselo, no ahora, tal vez nunca.

¿Cómo consuelas a alguien en este tipo de situación? ¿Lamento que


estuve cada con tu mejor amiga y no lo sabía? ¿Lamento que te abandonara,
pudo haberte traicionado, y herido? ¿Lamento amarla?

¿Lo siento por estar enamorándome de ti también?

Mierda, era un desastre. Y por primera vez desde la muerte de Andi,


sentí ira hacia ella, ira real.

Lo odiaba.

Phoenix caminó hacia el sistema de sonido y metió un DVD, luego


agarró el control remoto y presionó reproducir.

La pantalla estaba negra.

Y entonces estuvo llena de Andi.

Me tragué una maldición cuando sonrió, su cuerpo tan frágil y


desgastado por el cáncer que era casi irreconocible. Se había puesto
maquillaje, pero los círculos oscuros bajo sus ojos todavía eran notables, la
vidriosa expresión que tuvo durante sus últimas dos semanas, una que casi
podrías jurar estaban atrapadas entre el cielo y el infierno: Era una
expresión de tristeza y espera, pero era también una expresión de paz.

—¡Sorpresa! —dijo en un tono ruidoso mientras extendía sus brazos—


. Y no estés enojado. —Tosió—. Sergio.

Y Dios, quería estar enojado, pero lo hacía casi malditamente


imposible.
—Primero… —Se encogió de hombros—. Necesito explicarme. —Se
mordió su labio y frunció el ceño—. Fui enviada a Nueva York primero.
Trabajaba para tu papá, Val. —Lágrimas llenaron sus ojos—. Me salvó. Sé
que no sabías eso, pero me salvó de mi padre. Solía trabajar para el FBI,
pero mi verdadero papá era de la mafia rusa. Sergio puede explicarte. Esos
detalles no son realmente importantes. Lo que es importante es que sepas
que, en el momento que te conocí, estuve celosa. Loca y extremadamente
celosa. Sabía quién eras, y sabía con quién ibas a terminar. Era el arreglo
perfecto para las familias, y mientras trabajaba para tu padre, debía
conseguir información sobre Xavier, quien, noticias de última hora, está
como una puta cabra, así que mejor detienen lo que sea que está preparando
allí. De todas formas, estaba encubierta, pero a medida que las cosas
empezaron a agitarse entre mi familia y los italianos, fui enviada a Eagle
Elite para empezar la escuela, con el objetivo de infiltrarme, así que
básicamente soy como una doble agente patea traseros. Eso fue alrededor
de la época que descubrí que mi leucemia había regresado, y supe que era
como una de esas misiones a las que vas donde sabes que nunca regresarás.

Una lágrima escapó, deslizándose por su mejilla.

La enjugó y se encogió de hombros.

—No quería que me recordaras así. —Se señaló a sí misma—. Frágil y


enferma. Eras y todavía eres mi mejor amiga. El plan nunca fue que
terminara con Sergio, estoy segura que ahora ya sabes eso. Pero mi padre
estaba tras de mí, y era la única manera. Y lo siento tanto. —Más lágrimas
cayeron—. Lo siento por robar sus besos.

Mi corazón se apretó en mi pecho.

—Lamento robarte esos momentos, momentos que debiste haber


tenido primero. —Sonrió—. Pero no puedo lamentar que lo tuve. Y te conozco
lo suficientemente bien para saber que probablemente te sientes igual. Si
estuviera en esa habitación justo ahora, me abofetearías y luego me
abrazarías, luego me abofetearías de nuevo. Te conozco. Eres buena. Así que
tal vez solo me empujarías o algo, ya que las chicas buenas no abofetean. —
Guiñó. Me acerqué a Val y envolví mi brazo a su alrededor cuando empezó
a sollozar en sus manos—. Por favor no estés enojada, Val. Fuiste una de
las mejores amigas que tuve alguna vez. Desearía poder haber permanecido
en contacto, pero Luca me hizo jurar mantener tu identidad en secreto, y
cuando murió, todo como que… subió a la superficie. Sí te escribí, solo para
que lo sepas. Las cartas debían ser entregadas justo antes de tu primer
encuentro con la bestia. —Se rio—. Oh, por cierto, Sergio, ese eres tú, tanto
la bestia como el príncipe, porque si te conozco bien, y me gustaría pensar
que lo hago, fuiste todo ladridos con muy pocos mordiscos. Tuviste
momentos de ternura y luego arrepentimiento. Un proceso con el que estoy
segura sigues batallando para no repetir una y otra vez.

Apreté el hombro de Val cuando la vergüenza me bañó.

—Entonces, las cartas. Hay una más para que leas, Val. Phoenix te la
dará, y para entonces, creo que sabrás lo que tienes que hacer. Por favor no
te enojes. Esta fue la única manera… la única manera en la que pude pensar
para darles una oportunidad.

Sus ojos se nublaron con lágrimas.

—Sergio. Te escribí una carta el día de tu boda, liberándote, espero


que finalmente entiendas que nunca necesitaste mi permiso, ya lo tenías, lo
tienes. Quiero felicidad para ustedes dos, pero mayormente, hice este video
para pedir perdón, mi intención nunca fue herir a nadie, sino para ayudar
a sanar. —Se encogió de hombros—. Sergio, eres un hombre inteligente,
besa a la chica, es mucho más fácil que apartarla y hacerla llorar. Y Val,
déjalo amarte, su amor es genial. —Suspiró—. Tiene tanto que ofrecer, y me
gustaría pensar que esta vida justo ahora, entre ustedes dos, es solo el
comienzo de algo hermoso. ¿No sería eso genial? —Lágrimas rodaron por
sus mejillas mientras sonreía brillantemente—. Porque, mi final, mi final
favorito sería una donde mi mejor amiga se casa con mi mejor amigo. No
puedo imaginar nada mejor que el amor de mi vida enamorándose de la
única mejor amiga que alguna vez tuve. Eso… —Asintió—, es bastante
espectacular.

Con un pesado suspiro, dejó caer su cabeza y miró directamente a la


cámara.

—Los amo a ambos. Sean felices.

La pantalla se puso negra.

No sabía qué decir, cómo sentirme.

Porque mi preocupación era por la chica sentada en el sofá conmigo,


la chica sollozando suavemente en sus manos, susurrando una y otra vez:

—Está muerta, mi mejor amiga está muerta.


Con una maldición, envolví mis brazos a su alrededor mientras
sollozaba por mi esposa muerta.

No era como me imaginaba las primeras semanas de matrimonio entre


nosotros, en lo absoluto.

Fulminé con la mirada a los chicos por encima de su cabeza y asentí


hacia la puerta. Imaginé que todos vinieron solo en caso de que necesitaran
mantenerme a raya. No los culpaba. Había estado perdiendo mi mierda
mucho últimamente.

—Val. —Besé su cabeza—. ¿Quieres que llame a Dante?

Sacudió su cabeza.

La puerta delantera se cerró, cubriendo la casa en silencio.

—¿Necesitas comer algo?

¿Qué demonios? ¿Cómo si eso la fuera a hacer sentir mejor? ¿Una


hamburguesa? Su mejor amiga acababa de morir, ¿y ofrecía hacer un viaje
a McDonald’s? Me abofeteé mentalmente y la abracé más fuerte, intentando
recordar lo que me había hecho sentir mejor luego de la muerte de Andi.

La puerta se abrió y cerró de nuevo.

—Lárgate —ladré.

Phoenix sostenía un envoltorio blanco en su mano.

—La última carta.

Val se alejó, pero no levantó la mirada.

El estruendo de un trueno sacudió la casa mientras el sonido de lluvia


empezaba a golpetear contra el techo.

—Gracias, Phoenix —dije ásperamente, arrancando el envoltorio de


sus manos y extendiéndoselo a Val.

Phoenix asintió y se fue.

Y de nuevo, solo estábamos nosotros.


Solo que esta vez la furiosa tormenta era nuestra música de fondo,
como un recordatorio que de que todo había sido asolado, destruido,
zarandeado.

—¿Puedes leerla? —preguntó Val en voz baja.

—Sí. —Lamí mis labios, abrí la carta y leí en voz alta—. La vida está
llena de momentos de dos giros, no le permitas conformarse con solo uno.

Val frunció el ceño.

—¿Pensé que era para mí? ¿La última carta?

Suspiré, con el pecho pesado, me puse de pie y extendí mi mano.

—Lo era.

—¿Qué? —Agarró mi mano cuando la puse de pie y empecé a llevarnos


hacia la puerta delantera—. ¿Qué vamos a hacer?

No respondí.

En cambio, la saqué a la tormenta a medida que truenos rugían. Seguí


caminando.

Val me siguió.

Me detuve cuando estuvimos en medio del campo y levanté mi cabeza


al cielo a medida que lluvia se rociaba por todo mi rostro, el frío
adormeciéndome y reviviéndome simultáneamente.

—¿Sergio? —Val agachó su cabeza en mi pecho.

—Murió aquí. —Apunté al suelo—. Observando el amanecer.


Sonriendo. Feliz. En paz.

Val ahogó un sollozo.

—Así que aquí es donde bailamos —anuncié, girándome hacia ella—.


Aquí es donde giramos.

—Pero…

—La vida... —No podía creerlo, pero estaba canalizando a Andi. Algo
se quebró dentro de mi amargado pecho, como una grieta que finalmente le
permitió entrar al sol. Val necesitaba llorar, pero también necesitaba ver que
la vida de Andi fue una celebración. Se me había dado esa oportunidad. A
ella no—, debe ser vivida, sentida, experimentada. ¿Por qué pasar tu vida
caminando, cuando puedes bailar?

Agarré sus dos manos y empecé a bailar con ella en el campo a medida
que recuerdos de la vida de Andi destellaban a través de mi mente.

Su sonrisa.

La forma en la que se reía.

Lentamente, levanté mi mano mientras Val giró una vez debajo de mi


brazo, su rostro finalmente rompiendo en una sonrisa a medida que la lluvia
se derramaba por su rostro, mezclándose con sus lágrimas.

—De nuevo —susurré mientras la sostenía cerca—. Dos giros,


mereces dos giros.

Giró tres veces y entonces envolvió sus brazos alrededor de mi cuello,


sus cálidos labios tocando mi piel con un chisporroteo.

—La última carta era para nosotros.

—Sí, lo fue.

—No lo lamento.

—¿Qué? —Me aparté, buscando en sus ojos—. ¿A qué te refieres?

—No lamento estarme enamorando de ti. Debería sentirlo, pero no lo


hago. Estoy dividida entre desear que mi mejor amiga estuviera aquí, y
sentir culpa por estar feliz de que sea yo…—Sacudió su cabeza—. Feliz de
que sea yo, bailando contigo, girando, porque no tenerte en mi vida me
aterra más que la muerte.

—Val… —Maldije—. No quiero que lamentes eso.

—¿No?

—Tampoco lo lamento —susurré—. La extraño más que a la vida


misma… y siempre estará aquí. —Coloqué la mano de Val sobre mi pecho
—. Pero la parte realmente genial sobre el ser humano es que nuestros
corazones crecen, hacen espacio, no tienen límites para lo mucho o cuanto
pueden amar, e incluso aunque no soy digno, estoy honrado de que estés
dispuesta a compartir espacio con alguien a quien amaba; me estoy
enamorando de ti también, y no lamento eso. Solo lamento que el camino
estuviera marcado con tanto dolor para ti, y para ella.

—Bésame. —Sus manos tirando codiciosamente de mi camisa—. Por


favor. Porque eso fue realmente romántico, y sigo triste, y no quiero estar
triste, no quiero estar triste…

—Está bien estar triste.

—Lo sé.

—Está bien llorar.

—Lo sé.

—Val… —Rocé un beso por sus labios—. ¿Qué quieres? Solo dime.

—A ti. —Suspiró—. Te quiero a ti.


Traducido por Vanemm08

¿Qué es Pyramus? ¿Un amante o un tirano?


—Sueño de una Noche de Verano.

Valentina

S
ergio siempre ha sido hermoso, masculino en la forma en que
las líneas de su rostro se encontraban. Todo, desde el contorno
de sus mejillas hasta la plenitud de sus labios, me hizo
preguntarme si era una especie de caballero perdido de un libro de cuentos.

Lo que lo empeoraba era su cabello.

Un poco más allá de sus orejas, se enroscaba cerca de su nuca,


rogándole a una chica que le diera un pequeño tirón.

Pero mojado.

Sergio. Mojado.

Sergio. Mojado y fuerte.

Sergio siendo mi roca.

Eso era sexy.

Nunca en mi vida había necesitado que él tomara la iniciativa tanto


como ahora... y nunca en mi vida había dudado tanto, que no lo haría,
después de todo, era su difunta esposa.

Esperaba que llorara conmigo, que se escapara, que me culpara, que


tirara de cada gramo de amargura que todavía tenía y la arrojara en mi
dirección.

—Vamos. —Tiró de mí contra su pecho mientras caminábamos uno al


lado del otro de regreso a la casa.
Una vez que entramos y la puerta estaba cerrada, se quitó la camisa
y la tiró al suelo, luego se quitó los jeans y repitió el proceso hasta que estuvo
completamente desnudo.

Pasé de los sollozos a estar boquiabierta. Del frío a lo ardiente.

—Aquí.

Con una brusca maldición, tiró de mi camisa por encima de mi cabeza


y movió sus cálidas manos a mis caderas mientras bajaba lentamente mis
polainas, luego me quitó las botas, tirando de las mallas sobre mis pies con
medias.

Qué injusto.

Estaba desnudo y era hermoso.

Y yo tenía mi sujetado, bragas y feos calcetines de lana.

—Creo que mi abuela tenía un par de esos. —Los señaló y sonrió—.


Lo que significa que tienen que irse.

—Chicago es frío —le dije con un temblor en mi voz.

—Tal vez si tu marido no fuera tan idiota, no tendrías que usar


calcetines de lana. —Se inclinó, sus musculosos muslos se tensaron
mientras agarraba un pie y me quitaba el calcetín, luego agarró el otro—.
Porque dormirías con él en su lugar.

—Sólo algunas veces es un idiota.

Sentí la necesidad de defenderlo. Sergio me miró desde debajo de las


pestañas oscuras.

—No necesitas endulzarme con cumplidos, Val. Ya voy a dormir


contigo.

—Como ahora. —Sonreí ignorando la forma en que mi pie se sentía en


su mano y cómo mi piel zumbaba con su tierno toque—. Justo ahora eres
una especie de idiota.

—Sonreíste. —Se puso de pie en toda su estatura y luego tomó mi


rostro—. Lo que significa que estoy haciendo algo bien.

Suspirando, envolví mis brazos alrededor de su cuerpo desnudo.


—Haces muchas cosas bien, es después de hacer lo correcto lo que
realmente me molesta... ya sabes. Besarme, luego huir, dormir conmigo y
luego cerrar puertas de golpe, compartir detalles íntimos, luego amenazarme
con matarme…

—Entiendo el punto. —Levantó la mano.

—¿Estás seguro? Porque creo que tengo más ejemplos.

—Estoy bien. —Asintió—. Gracias, sin embargo, hace que un hombre


se sienta bien por qué tengas todos esos incidentes almacenados aquí. —
Tocó un lado de mi cabeza—. Ahora... dijiste algo sobre no estar triste.

—No estoy triste —mentí mientras una ola asfixiante de ansiedad se


apoderaba de mí. Ella fue su primera vez. Él fue mi primera vez—. Quiero
decir, lo estoy. Estoy triste. La extraño. Y me hace sentir como si no pudiera
respirar y luego, cuando termino de extrañarla, me enojo.

—De acuerdo. —Me levantó como si no pesara nada y me llevó


escaleras arriba—. Conozco la ira, prácticamente somos mejores amigos.

—Y pensaba que no tenías amigos.

—Te tengo a ti —susurró—. Ahora, deja de atacarme, no soy yo con


quien estás enojada, al menos esta vez.

—Es cierto, sería más fácil si fuera tu culpa.

—¿Quieres que tome la culpa? ¿Ser el saco de boxeo? Si ayuda, puedo


hacer eso. Estaría más que feliz de estar en el lado receptor de un ojo
morado; imagino que sería tu primer destinatario.

Nos llevó a su habitación, me colocó en la cama y entró en el gran


baño de mármol. Había cristales por todas partes, no había privacidad
alguna. ¿Cómo vivía de esa manera? Me estremecí ante la cruda sexualidad
que emitía con el simple hecho de caminar, los músculos de sus piernas se
movieron y tiraron hasta su trasero apretado como el pecado.

Mi cuerpo estalló en un sudor frío con el sonido del agua, y luego


estaba caminando hacia mí. Era casi imposible mantener mis ojos en su
rostro cuando había otras partes de su cuerpo peleando por mi atención.

Al menos era una distracción.

Él era una distracción.


Sin embargo, cada vez que lo miraba, la veía tocarlo, amarlo,
complacerlo, y me dolía el estómago.

Quería gritar de celos y al mismo tiempo sollozar de injusticia por su


muerte.

—Oye. —De repente, Sergio estaba frente a mí—. Todavía estás


enojada.

—Sí. —Agarré el edredón con mi puño y lo retorcí, temiendo que si


usaba mis palabras, diría todas las cosas horribles que estaba pensando, y
él me odiaría. Me sentía lo suficientemente mal por pensar en ellas, ni hablar
de decirlas en voz alta.

—Es una cama nueva. —Señaló mi mano—. Así que no es necesario


que saques tu agresión sobre las almohadas y el edredón. —Suavemente
agarró mi mano soltando mis dedos del edredón—. ¿De verdad crees que
soy tan idiota? ¿Qué te llevaría a mi habitación, te desnudaría... en la misma
cama? ¿Con las mismas esencias?

No confiaba en mí misma para hablar y no gritar.

—No estaba segura.

—Val. —Sergio frunció el ceño—. Estoy intentando, pero tienes que


encontrarme a mitad de camino. Normalmente, dices lo que piensas,
normalmente solo estás callada porque estás enojada conmigo, y puedo
arreglar eso. Pero no puedo arreglar esto a menos que me digas lo que está
pasando dentro de tu cabeza.

Suspiré.

—Bien. —Me agarró de la mano y me tiró de la cama. Una vez que mis
pies tocaron los azulejos del baño, inmediatamente se calentaron, ¿los
azulejos se calentaban? Una vieja bañera gigante con patas de garra
aguardaba en la esquina—. Iré primero.

—¿Ir? —Fruncí el ceño.

—Estoy enojado —susurró—, porque ella no te dijo quién era.

—Yo también. —Mi voz tembló.

—Estoy enojado... —Su boca se encontró con mi oído en un susurro


húmedo mientras desabrochaba mi sujetador y lo sacaba lentamente de mi
cuerpo—. Por qué estoy dividido entre extrañarla y estar enojado con ella
por hacerte sentir triste.

Ya éramos dos.

Sus manos se movieron por mis caderas, sus dedos se engancharon


en mi ropa interior mientras los deslizaba hacia mis tobillos, sus labios se
encontraron con la parte posterior de mi muslo.

—Estoy enojado porque, por primera vez en semanas, te tengo


desnuda, y no te estás sonrojando.

Básicamente, me sonrojé justo en el momento en que me di cuenta


que estaba completamente desnuda frente a él, con cada luz del baño
brillando en mi cuerpo.

—Eso está mejor. —Se puso de pie y me acercó a él—. La ira no es


mala, Val. Es normal sentir ira. La ira se vuelve mortal cuando le permites
controlar otras emociones, porque luego pasas de tener una respuesta
natural a una reacción sobrenatural que se manifiesta y carcome en cada
área positiva de tu vida.

Las lágrimas brotaron de mis ojos, pero las contuve porque no eran
del tipo triste, eran del tipo enojado, y sabía que si las dejaba caer, haría
algo estúpido, como gritar, o decir todas las cosas que no debería decir.

—A la bañera. —Sergio suspiró profundamente y cerró el grifo—. A


menos que prefieras que me aproveche de tu desnudez.

Me apresuré a entrar en la bañera y me senté, solo para que él se


uniera inmediatamente.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté.

—¿No es obvio? —Su sonrisa mortal se hizo más profunda cuando el


agua se agitó alrededor de nuestros cuerpos. Lentamente, con una precisión
felina, se movió hasta que estaba arrodillado frente a mí, casi pecho contra
pecho—. Te estoy seduciendo para que me cuentes todos tus secretos.

—Oh —chillé, incapaz de escapar—. ¿Eso no es trampa?

—Entonces, ¿es una de tus cosas, Val? ¿Te gusta que la gente juegue
limpio?
—La gente bien parecida, gente como tú... siempre debería jugar
limpio.

—¿Por qué?

—¡Porque ya tienes toda la ventaja! —Me empujé contra la bañera, el


agua me caía por el cabello mientras él miraba mis pechos y soltaba una
maldición.

—¿Tengo toda la ventaja? —Levantó la mano hacia un pecho y cuando


se desbordó volvió a maldecir—. Sí, voy a tener que estar en desacuerdo.

Su otra mano bailó a lo largo de mi clavícula y luego se deslizó por mi


estómago hasta alcanzar la cúspide de mis muslos.

Me retorcí bajo la presión de su toque.

—Habla conmigo —exigió, una mano mortal estaba masajeando mi


pecho mientras que la otra me hizo estragos hábilmente en la mitad inferior
de mi cuerpo—. Ahora.

—No —gemí, casi saliendo del agua mientras jugaba conmigo una y
otra vez. El agua del baño se sentía demasiado caliente, el sudor comenzó a
correr por mi cara, y justo cuando sentí que estaba a punto de perder la
cabeza, dejó de tocarme y se inclinó hacia atrás—. ¿Qué estás haciendo?

—Oh, lo siento, ¿esperabas más? —Inclinó la cabeza—. Las relaciones


no funcionan así, Val. No puedes simplemente tomar. También tienes que
dar.

—¿Es esta tu forma de pedir un favor sexual?

—No quiero sexo.

—Cierto.

—Quiero que me hables.

—Y yo quiero olvidarme de hoy.

—Y cuando hayas terminado de usarme, de usarnos, ¿entonces qué?


—preguntó Sergio, su tono era aterradoramente calmado—. Volverás a estar
enojada y triste y eventualmente vas a estar resentida conmigo, resentirás
de nosotros, resentirás toda la situación. No, nos ocupamos de esto ahora.
—¿En la bañera? —Levanté las manos y salpiqué el agua, enojada
porque me estaba haciendo hablar cuando todo lo que quería hacer era
acurrucarme en la esquina y mecerme de un lado a otro.

—En la bañera.

—¿Ahora?

—Ahora estaría bien.

—Realmente me mantendrás aquí, ¿no?

—Creo que sabes cuál es mi posición en lo que respecta a mis


amenazas.

Se inclinó hacia adelante nuevamente sumergiendo sus dedos bajo el


agua, me tensé con el primer toque y luego me relajé mientras un ritmo lento
se construía dentro de mi cuerpo, imágenes de ella, imágenes de él,
imágenes de todo destellaba en mi mente. Un último toque.

Una última visión de ellos tomados de la mano.

En la cama.

Casados.

—¡La odio! —grité golpeando mis manos contra el agua—. ¡Odio que
haya arruinado esto! ¡Odio que me haya dejado! ¡Me abandonó! ¡Mi mejor
amiga! ¡Me mintió! ¡Me traicionó! —Mi voz se estaba volviendo ronca—. ¡Y te
tuvo a ti! —Sollocé—. ¡Te tuvo a ti, todo de ti! ¡Y yo consigo las piezas! No
quiero las piezas, sé que dije que intentaría hacerte feliz y que trabajaría
para que todo estuviera bien, pero no puedo funcionar de esa manera, lo
intenté y no puedo hacer eso. ¡No puedo vivir en constante comparación con
una chica que hasta hoy solía ser mi idea de perfección! Estabas casado con
la chica perfecta, y ahora me tienes a mí, y estoy enojada, tan enojada, que
egoístamente odio ser la segunda. Quiero ser la primera, Sergio. Fuiste mí
primero y...

Su boca se fusionó con la mía mientras agarraba mi cuerpo y me


atraía contra él, el agua se derramaba por el suelo mientras su frenético
beso tenía mis brazos volando alrededor de su cuello, mis piernas luchaban
por envolver su cuerpo tan rápido como podían.
Con una mano sosteniéndome, y la otra empujando contra la bañera,
se paró y dio un paso fuera de la tina, tirándome con él, no me soltó mientras
empujaba mi cuerpo contra la pared de azulejos y se deslizaba dentro de mí.

Fue doloroso al principio y luego, mi mundo se dividió en dos, como


si me estuviera viendo a mí misma ser completamente tomada por este
hombre, este hombre del que me estaba enamorando, este hombre al que
podía amar, este hombre al que quería amar, este hombre roto.

Empujó sus caderas lentamente, dolorosamente lento, y luego hundió


sus manos en mi piel mientras inclinaba mi cuerpo hacia él, sus ojos se
clavaron en mí, y estaba perdida, completamente sin armadura mientras le
dejaba ver cómo me sentía por él, permitiéndole entrar, su boca encontró la
mía de nuevo.

Y supe que era una mentirosa.

Aceptaría las piezas.

Las buscaría.

Las mantendría cerca.

Las volvería a unir.

Me cortaría con ellas cuando me lastimara.

Y el proceso de esparcirlos se repetiría.

Sólo para que recogiera los pedazos de nuevo y continuara el tortuoso


ciclo de ser la esposa de Sergio Abandonato, de ser la segunda.

Los músculos se hincharon cuando se echó hacia atrás, con los ojos
desorbitados, como si cada gramo de control que había tenido se resbalara.

—Por favor —susurré.

Lo necesitaba, a todo él, solo por esta vez. Mentí de nuevo, porque
siempre lo querría todo de él.

—Sí —siseó, castigándome con un beso áspero solo para empujar más
profundo, más fuerte, hasta que pensé que me iba a desmayar por la
intensidad de las sensaciones.
Apreté a su alrededor, sosteniéndome por mi vida mientras mi cuerpo
colapsaba contra el suyo, completamente agotado, la tensión en sus
hombros se liberó, aún conectados, me besó tiernamente y susurró:

—Prometo nunca hacerte el amor....

Se me cortó la respiración mientras la ansiedad se acumulaba.

—Donde le hice el amor a ella.

Me hundí de alivio.

—Val. —Me besó una y otra vez—. No eres ella. No quiero que seas
ella. Quiero que seas tú. Al igual que quiero que tengamos la oportunidad
de comenzar con algo bueno, algo nuevo. Ella esperaría tu enojo, de hecho,
estoy seguro de que probablemente lo planeó. Permítete llorar, permítete
enojarte, pero no te reprimas de mí por miedo.

—Me temo que no seré suficiente para ti.

—¿Quieres saber de qué tengo miedo? —Cerró los ojos y volvió a


abrirlos, estaban vidriosos—. De perder a alguien más. No puedo volver a
hacerlo, Val. No puedo... —Sacudió la cabeza—. Tienes una oportunidad. Si
te vas ahora, te dejaré. No te perseguiré. Lo juro. Pero si te quedas en mi
cama esta noche, eres mía. Dondequiera que vayas, te encontraré, no
importa lo que digas para alejarme; empujaré de regreso. No me importa si
vivir conmigo es una versión de tu propio infierno personal. Te deseo. Aquí.
Porque me importa. Porque me veo cayendo más rápido de lo que debería.
Porque cuando tomo tu mano, el mundo pasa de gris a colorido. Porque
cuando te beso, me olvido del dolor de la pérdida y recuerdo la alegría de ser
encontrado. —Besó mis labios suavemente—. Porque cuando estoy
contigo... no quiero estar en ningún otro lugar. Y esa es mi confesión, mi
verdad. Esto, aquí, tú, nosotros, eso es lo que quiero. Sin repeticiones. Sin
debí hacerlo, tuve que hacerlo o sin tan solo lo hubiera hecho. Solo. Aquí.
Ahora.

—Yo también quiero eso —dije con voz temblorosa—. Nos quiero.

—Ya era hora de que empezaras a tener sentido, Val. —Su sonrisa
había vuelto—. Ahora, métete en mi cama.

No debí haberme movido lo suficientemente rápido, porque en el


momento en que se apartó de mí, estaba agarrando mi brazo y
arrastrándome de regreso al dormitorio.
—Ponte ropa y serás castigada —dijo con su voz amenazadora—.
Regresaré en cinco minutos.
Traducido por GrisyTaty

Aquí vienen los desposados, llenos de regocijo y buen


humor, ¡Alegría, gentiles amigos! ¡Alegría y risueños días de
amor! ¡Acompañen vuestros corazones!
—Sueño De Una Noche De Verano.

Sergio

C
ontemplé la cocina vacía por unos cuantos minutos antes de
agarrar dos vasos de agua y unos cuantos bocadillos.

Recuerdos de Andi inundaron mi consciencia, pero no


era tristeza lo que sentía, era paz.

Finalmente.

Me sentía en paz.

Como si su fantasma ya no estuviera siguiéndome por ahí gritando a


todo pulmón que sacara mi cabeza de mi trasero. Sonreí cuando recordé la
mesa del comedor donde solía fastidiarme como el demonio. También era la
mesa contra la que había colapsado cuando casi se desmayó.

Caminé hacia el recibidor y la sala de estar, la mesa donde le había


arrancado la ropa con mi cuchillo.

Donde casi fue asesinada.

Hice un pequeño círculo y sonreí para mí mismo.

—Gracias —susurré hacia nada y todo.

La muerte de Andi no solo me enseñó cómo amar. Me había enseñado


cómo vivir, cómo sobrevivir a través de la oscuridad, cómo llegar al otro lado
y sentir horror de mi estado roto, sino celebrar la victoria de salir con vida
en primer lugar.

Sin Andi, no creo que habría apreciado totalmente a Val. Andi me


ayudó a convertirme en una mejor persona para Val. Si Val hubiera venido
primero, la habría hecho pedazos, aterrado hasta la mierda, y muy
probablemente terminado siendo disparado por uno de los miembros de mi
familia. Andi había sido capaz de manejarme cuando era mi yo más irritable.

Y Val había venido cuando necesitaba sanación, cuando necesité


hablar, cuando necesité un amigo.

Tenía ambos.

Y como una autoproclamada profecía, las palabras de Andi regresaron


a mí.

Había dicho que me amaba, pero que encontraría a alguien que


incendiaría mi mundo, alguien que sería más que mi amiga, más que mi
amante, sería mi otra mitad.

Mi alma gemela.

Pensé que había sido Andi.

Pero, a medida que empecé a subir las escaleras, me pregunté si lo


había malinterpretado desde el principio.

Andi había sido mi mejor amiga.

Mi compañera.

Mi primer amor real.

La primera persona en mi vida que me amó de regreso, quien me vio


como amable, quien se estiró más allá de la oscuridad y encendió la luz.

Y Val.

Val era…

Me detuve.

No tenía palabras para Val.


Ninguna forma de explicarle a otro ser humano lo profundo que había
arrancado cada una de las vulnerabilidades que alguna vez había tenido y
se plantó en su lugar.

La vi venir.

La estudié.

Todavía no estaba preparada.

Val no era Andi.

Y no quería que lo fuera.

Estaba agradecido, que cuando tomé ese último paso hacia mi


habitación, fuera Val esperando por mí, Val temblando con nervios incluso
aunque ya había visto cada pulgada de su cuerpo desnudo dos veces.

Val, sonrojándose desde sus rosadas mejillas hasta los dedos de sus
pies.

Val, sonriendo como si me viera, marcas y todo, y las aceptara.

Val, quien, en un completo acto de abnegación, no me pidió que


apartara a Andi, sino que simplemente preguntó si podría hacer espacio
para una más.

—Mentí —admitió Val cuando regresé a la habitación con nuestros


vasos de agua.

Los puse sobre la mesa y me uní a ella en la cama, empujándola a mis


brazos.

—¿Sobre qué?

—Bueno, quiero decir, en el momento que hice una promesa, pero


renunciaré a ella.

—¿Qué promesa?

—De no besarte.

—Rompiste esa hace un tiempo.

—Correcto. —Suspiró, presionando su palma a mi pecho—. Pero


también dijiste que no querías mi amor, que no lo harías de nuevo, me dijiste
que no me enamorara de ti, me advertiste. —Otro gran suspiro—. Y me
enamoré de todas formas.

—Lo sé.

Val sonrió.

—Bueno, eso fue arrogante.

Besé su frente.

—Lo sé, porque me siento de la misma forma.

—Por favor, no. —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. No lo digas a


menos que lo sientas.

—De acuerdo. —Asentí —. No te amo.

Sus ojos se ensancharon.

—Te he conocido por menos de un mes.

—Cierto.

—Lo haré.

—¿Qué?

—Te amaré —susurré contra sus labios—. Porque estoy a medio


camino y descubrí tu color favorito hace un día.

—Y sé el tuyo —susurró—. Marrón.

—El color exacto de tus ojos. Un marrón Valentina.

Su respiración se atascó cuando besó mi boca suavemente.

—Y quiero mostrarte algo.

Saltó rápidamente de la cama. Sería un idiota por no observar


mientras salía de la habitación, todavía desnuda, y luego regresaba de
inmediato con una pila de papel.

—Aquí. —Las empujó en mi rostro—. Estas eran de Andi.

Empecé con la primera carta.

Y estallé en carcajadas.
—¿Está comparándome con la bestia en La Bella y la Bestia?

—Sí. —Val sonrió—. Aunque no sabía que estaba hablando de ti al


principio…

Hablamos de cada carta hasta tarde en la noche, hasta que finalmente


encontré la última y fruncí el ceño.

—¿No la abriste?

Val capturó la carta y le dio vuelta.

—Juro que esta no estaba en mi pila el otro día.

—¿Estás segura?

—Absolutamente. —Val la contempló como si se la fuera a comer.

—Ábrela.

—Pero… —Suspiró—. ¿Y si arruina lo que tenemos y…?

—Val. —La besé sonoramente en la boca—. Abre la maldita carta.

—Está bien. —La abrió mientras espiaba por encima de su hombro.

Asegúrate de que realice uno de esos números, tú sabes cuál, al menos


siete veces a la semana.

Dale con todo.

Encuentra la única imperfección, oreja izquierda, ¡de nada!

Ámalo bien.

Ámala bien, Italia.

De una forma, ustedes son más perfectos para el otro de lo que fuimos
nosotros, y si conozco a Sergio como creo que lo algo, voy a asumir que ya ha
llegado a la misma conclusión. De mejores amigos a amantes y ahora, Sergio,
tienes tu alma gemela, a la que estás inexplicablemente atraído.

Por la que morirías.

Chico tonto, nunca estuviste destinado a estar conmigo en primer lugar.

Soy yo la que debería sentirse culpable, no ustedes.


Disfruten esta vida que se les ha sido dada.

Y, Sergio, por el amor de Dios, ¡lleva a la mujer de luna de miel!

Todo mi amor, a mis mejores amigos, mis dos personas favoritas…

Andi.

Val no lloró.

Yo no lloré.

Ambos sonreímos hacia la carta y entonces estallamos en risas.

—Sabes. —Val cruzó sus brazos—. Nunca he estado fuera del país.

—Creo que tendré que arreglarlo.

—Creo que deberías.

—¿Crees que Dante cuidaría la casa?

—Creo que si quieres que tu casa esté todavía de pie, tendrás que
pedirle a alguien que lo cuide mientras cuida la casa, pero sí.

—La próxima semana. —Empujé las cartas al suelo y la presioné


contra la cama—. Nos vamos la próxima semana.

—¿Qué pasa con todo el drama y ocultarse y…?

—Llevaré mi arma.

Sonrió cuando bajó la mirada.

—Ambas.

—Oh, bien, estaba preocupada.

—Pude decirlo por tu risa.

Envolvió sus piernas alrededor de mí y besó mi cuello.

—Estoy lista para más seducción.

—¿Estás segura?
—Sí. —Asintió—. Pero esta vez, ¿puedo…? —Sus manos se pusieron
todas inquietas mientras se sonrojaba y luego cubría su rostro con sus
manos.

—Eres demasiado inocente para tu propio bien. Terminarás


matándome, ¿no es así? —Gruñí cuando se estiró hacia mí y empezó a
explorar, lentamente, tan lentamente que estaba listo para gritar.

—Sí, pero, aprendo rápido.

—Sí. —Salí de la cama con una sacudida—. Sí, lo eres.

—¿Sergio?

—Este es mi castigo, ¿no es así? —Gemí en voz alta—. Te pedí que me


hablaras y ahora no pararás. Mientras tanto, estoy listo para explotar y…

—Para ser un anciano, eres algo ardiente.

—¡No estoy viejo! —grité, completamente ofendido—. Soy apenas diez


años mayor que tú.

—Viejo. —Lamió sus labios y luego a mí.

Y olvidé todo sobre sus burlas y recordé una vez más lo perfecta que
era, lo correcto que se sentía, estar en sus brazos.
Traducido por Vanemm08

El amor es el amor. No hay explicación, no hay razón, no hay


camino. Es lo que es, y como debe ser.
—Valentina

Cinco meses después

Sergio

S
ANTA MIERDA! —rugió Nixon mientras corría por el pasillo
casi tropezando con sus propios pies en un esfuerzo por
—¡ agarrarme—. ¡Sergio! ¡Arriba, AHORA!

Val se apartó de mí y me guiñó un ojo mientras sus dedos rozaban mi


trasero. Dejé escapar un gemido lastimero y tiré de ella hacia la esquina,
capturando sus labios, no podía tener suficiente, nunca tendría suficiente.
La amaba más ahora de lo que jamás creí posible.

—¡Sergio! —rugió Nixon.

—¡En un minuto! —grité de vuelta.

—¡Está en LABOR IDIOTA!

—¿QUÉ? —Me aparté de Val y subí las escaleras de dos en dos—.


¿Dónde está?

—¡Se rompió su fuente y luego dijo que sentía que necesitaba pujar!
¡No sé qué diablos hacer! —Los ojos de Nixon estaban enloquecidos cuando
los gritos comenzaron en la planta baja.

Pronto Tex, Chase y Phoenix estaban en la habitación conmigo


mientras Trace se apoyaba contra el poste de la cama y gritaba.
—Creo que me voy a desmayar —le susurró Tex a Chase. Podría haber
jurado que se estaba inclinando mucho sobre él antes de que Mil entrara en
la habitación con Frank y anunciara que alguien iba a tener que recibir al
bebé.

—¡Duele mucho! —dijo Trace con los dientes apretados y luego volvió
la cara en dirección a Nixon—. ¡TÚ!

—Oh demonios. —Chase se tambaleó hacia atrás mientras Tex


levantaba las manos en señal de rendición.

Phoenix bostezó. Por otra parte, ya había pasado por todo el proceso
con Bee y era uno de los mejores papás que había visto en mi vida; de hecho,
tarareaba canciones cuando le cambiaba los pañales al pequeño.

—Estás por tu cuenta —murmuró Tex mientras salían corriendo de la


habitación.

Frank le murmuró algo a Phoenix y luego sacó su teléfono; esperaba


que llamara a los médicos, porque seguro como el infierno que yo no era un
doctor.

—Nena —dijo Nixon con calma—. Esta es una reacción


completamente normal a…

Ella le arrojó un zapato a la cabeza y luego comenzó a caminar.

Nixon, el pobre, se puso un poco más pálido. Oh diablos, parecía que


tendría que avanzar después de todo, o al menos evitar que el chico se
desmayara como una niña.

—Nixon. —Negué con la cabeza y me dirigí hacia Trace. Nunca había


terminado la escuela de medicina, pero estaba bastante seguro de que
podría recibir a su bebé si la ambulancia no llegaba a tiempo.

—Siento que necesito pujar. Siento... —exhaló Trace—. Presión, tanta


presión, y si me refreno me duele. —Las lágrimas corrían por su rostro.

Miré a Nixon en busca de una decisión.

Después de todo, estaba a punto de ser padre.

Y por primera vez en mi vida, vi miedo en los ojos de mi primo.


Porque mataría por esta mujer, una y otra vez; la protegería con su
vida, y ahora era mi turno de protegerla por él.

—Trace, te voy a examinar, ¿de acuerdo?

Nixon apretó los puños, pero no se movió.

Val entró rápidamente en la habitación y comenzó a tirar el edredón


hacia atrás y a prepararlo para Trace, mientras Nixon se quedó inmóvil en
su lugar.

Una vez que Val terminó, caminó hacia Nixon y tomó su mano.

—Ella lo va a hacer muy bien.

Nixon apretó su mano de regreso y se quedó quieto, paralizado


mientras Trace se acostaba en la cama.

—Trace. —Aclaré mi garganta—. Voy a…

—¡Ahhh! —Golpeó la cama—. ¡Hazlo ya!

Se sintió extraño, mirar a la esposa de mi primo para ver qué tan


dilatada estaba. Lo que era aún más extraño, fue ver la cabeza de un bebé.

—Oh, mierda.

—Oh, ¿mierda? —gritó Nixon—. ¿Eso es lo que dices?

—Cabeza. —Tomé una respiración profunda—. Hay una cabeza.

—¿Una cabeza de bebé? —Nixon jadeó en busca de aire y luego se


golpeó el pecho.

—No. Un saltamontes. —Lo fulminé con la mirada—. Sí, imbécil, la


cabeza de tu hija. De acuerdo, Trace, en esta próxima contracción necesito
que empujes. —Miré a Val—. Consigue unas toallas.

El sonido de la ambulancia se convirtió en una sinfonía cuando Trace


pujó dos veces y luego descansó.

—Buen trabajo. —Estaba tocando una cabeza. Santa mierda. Yo era


el tranquilo. Por lo tanto, recordé todo lo de la escuela de medicina, cada
familia de la mafia necesitaba uno, renuncié antes de que pudiera
convertirme en uno; eso es lo que me recordé a mí mismo cuando le pedí
que pujara de nuevo.
Pronto los técnicos de emergencias médicas estaban entrando en la
casa. Podía escuchar sus voces ahogadas y luego las pisadas en las
escaleras.

—Un último empujón, Trace —la animé.

—Tan cansada. —Suspiró—. Duele.

—Nena. —Nixon finalmente se movió de su lugar en la alfombra y


corrió hacia ella, besándola en la frente—. Puedes hacerlo.

—Sí puedo. —Lo agarró de las manos y pujó.

—¡Ya casi! —dije, inyectando tranquila confianza en mi voz—. Vamos,


Trace.

Con un grito, pujó una última vez, y el llanto de un bebé atravesó la


tensión en la habitación. Sostuve a la niña en mis brazos, conmocionado
hasta la médula cuando los paramédicos finalmente llegaron a la habitación
y se acercaron a Trace.

—Es hermosa. —Los ojos de Val brillaron con lágrimas mientras


envolvía un brazo alrededor de mí.

—Es tan pequeña —susurré, tomando una toalla y envolviendo a la


pequeña niña—. Tan indefensa. Inocente.

—Es perfecta. —Val besó mi frente—. Y tú también.

Uno de los paramédicos aplicó una abrazadera de plástico al cordón


umbilical y lo cortó.

Me paré y caminé hacia Nixon y Trace, cargando a la niña como si se


pudiera romper. Con manos temblorosas, Nixon tomó a su niña y se quedó
boquiabierto, las lágrimas corrían por su rostro.

Fue una de las únicas veces que lo había visto llorar.

—Dios mío, es hermosa como su mamá —susurró con reverencia—.


Gracias. —La llevó a Trace y besó cada centímetro de su rostro una y otra
vez—. Muchas gracias.

Val y yo salimos en silencio. Me siguió al baño y cerró la puerta detrás


de ella mientras me lavaba las manos.
—Qué. —Sonreí mientras tomaba la toalla—. Estás terriblemente
callada.

Los brazos me rodearon, y luego una boca me chupaba el cuello por


detrás.

—Hubieras sido un doctor sexy.

—Realmente me estás haciendo reconsiderar la facultad de medicina


en este momento. —Gemí cuando se paró frente a mí y sus manos se
movieron hacia mis pantalones y comenzaron a deshacerlos.

Riendo, me sacó la camiseta por la cabeza y me besó con más fuerza.

—¿Te he dicho lo mucho que te amo? —susurré entre besos—, Porque


lo hago. Un poco más, todos los días.

—Dímelo de nuevo.

—Te amo, Val.

—Yo también te amo, Doctor...

Puse los ojos en blanco justo cuando un fuerte golpe sonaba en la


puerta.

—¡Será mejor que no te aproveches de mi hermana!

—¡Vete, Dante! —gritó Val—. ¿No tienes escuela hoy?

—¡No lo llames así! —contraatacó—. ¡Es la universidad, no la escuela!

—¡La escuela es la escuela!

—No voy a ir... no con ella en el auto.

Val se puso rígida, su rostro cayó mientras daba un paso atrás y me


ocupaba de la conversación.

—Meterás tu lamentable culo en el coche con ella.

—Es una puta.

—Eso es todo. —Empujé a Val a un lado y abrí la puerta para


enfrentar a Dante—. Eres un gran dolor en mi culo.
Me puse la camisa y me abotoné los pantalones y luego me enfrenté
al tipo al que tenía muchas ganas de golpear en la cara.

—Te casaste con mi hermana, no te convierte en mi padre, te hace mi


cuñado, así que si ya terminamos aquí...

Trató de alejarse, así que lo agarré por la camisa y lo golpeé contra la


pared.

Pero era Dante.

Llevaba su ira como una insignia de honor. No ayudó que hubiera


estado peleando de nuevo. Lo pude ver en sus ojos; brillaban con la
necesidad de golpear algo.

Y por tener solo veinte años, tenía más músculo que sentido común,
lo que hizo que mi trabajo fuera mucho más difícil ya que éramos iguales.
Aunque su inmadurez me hizo querer apuntarle con un arma y usar su
cuerpo como objetivo de práctica.

—Está bien —dijo Ella en voz baja—. De verdad, puedo ir sola.

Su cara estaba sonrojada.

Frank la había llevado a casa después de sus tratos con Xavier. A


pesar de que se había casado con Xavier por la fuerza después de que él
asesinara a sus padres, Dante todavía se sentía como si fuera nuestro
enemigo. Eso se agravó por el hecho de que se negó a estar bajo nuestra
protección a menos que se le permitiera traer a los dos hijos bastardos de
Xavier.

Eran más fáciles de tratar que Dante.

Me pellizqué el puente de la nariz.

—Mira, ¿por qué no se quedan los dos en casa?

—Casa —resopló Dante—. Lo siento, no tengo una de esas. —Con eso,


me empujó a un lado, bajó corriendo las escaleras y cerró de golpe la puerta
principal.

—Dale tiempo. —Ella siempre iba en defensa de Dante a pesar de que


la trataba como una mierda—. Está enfadado.

Val miró todo en silencio.


—Perdón. —La acerqué para darle un abrazo.

—Es su culpa, no tuya.

—Se siente como si fuera mía.

Suspiró.

—¿Qué vamos a hacer con él?

—Bueno, estoy seguro de que no voy a seguir entrenándolo con armas.


La última vez estuvo a punto de arrancarme la cabeza... y estaba molesto
por qué falló.

—No sé por qué está actuando así.

No dije nada.

Porque no era mi lugar.

Tampoco era mi historia para contar.

No. Esa era otra historia completamente.

Acerca de llevar el peso de un legado que nunca pediste, nunca


quisiste y no sientes que te mereces, solo para descubrir que estás solo en
el mundo.

Conocía su ira. Su odio. Su resistencia.

Simplemente no sabía cómo abrirme paso hacia él, y temía que para
cuando me diera cuenta, estaría hablando con un cadáver mientras bajaban
su cuerpo sin vida al suelo.

—¡Oye! —Val me dio un codazo—. ¿Crees que podemos volver a la


habitación? Quiero sostener a la bebé.

—Sí. —La aparté de Ella y del drama de Dante y la seguí a la


habitación.

Se dirigió directamente hacia la bebé y todo se sintió bien en mi


mundo de nuevo.

Porque pronto, esos seríamos nosotros.

Una familia.
Parte de un mundo que odio.

Parte de una familia que me odia


más que lo que yo me odio a mí
mismo.

Viviendo con una chica que me


recuerda de mi oscuridad.

Estoy. En. El. Infierno.

También conocido como la Cosa


Nostra.

Mi vida terminó en el minuto en


que salí de ese avión.

Hijo de un asesinado jefe de la


mafia.

Heredero de un trono de
asesinatos y mentiras.

Mi nombre es Dante Nicolasi.

Y habrá sangre.

Enrage (Eagle Elite #8)

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