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Lluvia sobre el río

JIM DODGE
O TR AS LI TE RA TU RA S

Mario Arteca

En uno de los textos de este libro de Jim Dodge surge, sin que ningún lector lo
espere, una especie de máxima literaria que, desplazada de toda preceptiva,
siempre podrá ser sometida al escarnio de las represalias: “La magia no es la
manipulación de las apariencias. / Es la apropiación de lo real”. De esa manera
se comporta el sujeto que describe sus movimientos hacia adentro en Lluvia
sobre el río, tanto en poemas como en narraciones, lo mismo si se tratara de
un mecanismo de expropiación del instante. Y ese momento, esa fugacidad sin
pasado de estos textos, propone el rescate de un primitivismo espasmódico
ligado al arquetipo del cazador, a la manera de un viaje intrauterino con
relojería controlada. Un cazador que trabaja con el tiempo para poner al
tiempo visible, aunque se trate del instante de la captura de un pez o la
enumeración de los habitantes de su espacio personal, que es el lugar donde
ocurren los fragmentos de un recuerdo recortado (pero ¿qué recuerdo no se
comporta como materia amputada?), a la manera de un fotograma de un
documental o una ficción. En la frase del principio está el procedimiento
expuesto de estos textos de Dodge: sacarle al sustantivo todo lo que pueda
degradarlo con una innecesaria adjetivación. Es decir, la magia de estos
poemas y prosas aleja la apariencia, incluso en el sentido aristotélico, porque
se trata, justamente, de la captura de lo real como sujeto que transita la
historia concentrada de un momento, sin ponerla a prueba, sólo tomarla como
antídoto para la melancolía. Y por ese motivo se puede decir que este trabajo
forma parte de un fotograma, porque da la impresión de que Lluvia sobre el
río  está edificada de una materia para ser filmada. La manipulación acerca el
artificio; la apropiación lo desarma.
Al referirse a su película París, Texas, el cineasta alemán Wim Wenders revelaba
que, cierta vez, durante la concepción de ese film, cayó en la cuenta de que “la
historia es como un río y que, si te atrevías a navegar por él y confiabas en el
río, el barco sería arrastrado hacia algo mágico”, lo cual significa que dejarse
arrastrar hacia la magia es una forma de captura de pantalla de los hechos,
que se comporta como sucesos inesperados que le ocurren a cualquier
persona. Para Jim Dodge la magia también es aquello inesperado, mientras
que la imaginación es la construcción de lo no previsto, pero transformada en
verosímil. Y los poemas y prosas de Lluvia sobre el río traman ese puente
invisible entre la historia imaginada como efecto de la realidad y esa realidad
propuesta como relieve íntimo y reflexivo, mientras transcurre el tiempo como
el curso de un río que se detiene sólo cuando se congela. En el poema titulado
“El túnel”, uno de los más bellos y elaborados de este libro, Dodge afirma que
“El poema acaba cuando el sentimiento desaparece”. El poeta no habla
necesariamente del momento del comienzo y fin de un texto como el destello
repentino, fugaz, de una iluminación emotiva que lleva a escribir una parcela
de la obra, aunque todo poema, a veces, se asemeja a la ilusión de una
totalidad. En “El túnel” refiere al fin del trabajo estético como la vida útil del
asombro cuando es interceptado por una naturaleza que lo rodea y que le es
suficiente. Tal vez sea un poema cuyo programa se cumple en los demás
textos, como si derramara y los tiñera, incluso a los de corte narrativo, donde
Dodge impone su mirada brutal, absurda e imaginativa como ninguno, y en el
que los seres del pasado deambulan como fantasmas precisos del telón
familiar. En ese aspecto, el recuerdo permanente, doloroso, y a la vez divertido
y desopilante (como en el relato-crónica “Bañando a Joe”) tiene como
protagonista a su hermano Bob, al que invoca cada vez que las piezas de este
libro se sumergen en aguas filosóficas y contemplativas. Allí hay un punto
donde se muestra palmariamente el mecanismo de escritura de Dodge:
mientras que su prosa, en Lluvia sobre el río, es un concentrado fulminante de
sus novelas, en los poemas trabaja un doble movimiento entre la percepción
directa del otro y la especulación filosófica. En este último punto, Dodge se
emparenta con el último Kenneth Rexroth (al que sin duda le debe bastante,
no tanto en la escritura sino en la propulsión ideológica de sus palabras),
aunque a diferencia del autor de Sacramental Acts, nuestro escritor pone en
juego una crudeza que en el transcurso de la escritura va diseminando hacia
diferentes puntos de ataque.

La noción del tiempo es determinante en los tópicos que frecuentan estos


poemas y narraciones de Dodge: son esos ríos que “no corren hacia arriba”,
como asegura en el desarmante texto “Justo a tiempo”, donde trabaja una
ternura ralentizada como si fuera la dosis adecuada para el dolor que lo
atraviesa. No se trata de un libro melancólico en sí mismo, sino de la
proporción necesaria de una reconstrucción de los sucesos personales, que
son irrepetibles. Y como recuerda el mismo Jim Dodge, en palabras de su
hermano Bob: “A la mierda el pasado. / Eso ya pasó”.

Jim Dodge,  Lluvia sobre el río, traducción y prólogo de Antonio Rómar y Pablo


Mazo Agüero, Salto de Página, 2020, 160 págs.

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