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Murmullos en alguna ciudad

NATALIA BRANDI
LI TE RA TU RA ARG EN TI NA

Gerardo Tipitto

¿Puede una empleada pública treintañera, casada y madre de


mellizos evadirse de su situación inmediata, una suerte de realidad
reseca y abulonada al mundo como con nueve pernos, para
aventurarse en otra zona cursi, húmeda y caliente, urgida por unas
ganas que sacuden su sexualidad adormecida al ritmo del pop
neoboleroso de algunas de las más lindas canciones del rock nacional,
y hacerlo sin que nada de todo eso se manifieste abiertamente ni la
“incrimine”? El sugestivo diseño de la tapa de Murmullos en alguna
ciudad, que imita la pantalla de un chat de WhatsApp, provee algo así
como el trampolín para dar ese salto hacia una experiencia
alternativa casi en modo avatar. Pero en el comienzo, antes de la
virtualidad sexy y clandestina, y antes de la carta, los mails, las fotos y
los videos, hay un statu quo, el del plantel de la oficina del Ministerio,
que por su dinámica se pone al servicio de la réplica y tiende a
confirmar, más o menos, todos los clichés que en la imaginación de
los privados se agitan cuando se habla del “empleo público”, y una
aparición: Herman, “como Germán pero con hache y sin acento en la
a”. Más joven, lector, aspirante a cineasta y dueño de un sex
appeal que licúa todas las asperezas que pueden encallecer el deseo,
consigue mover las estanterías del gabinete Lucre. Su estadía en el
Ministerio es corta, pero incandescente. “No me gusta que me guste
así”, dice ella. “Quiero a mi marido y a mis hijos”. Pero le gusta. Y en
esa tensión entre amores de diverso calibre empieza a jugarse lo más
jugoso de la novela. Imágenes explícitas de uno y otro lado ―“los
chicos durmiendo conmigo”, el primer colectivo de la mañana, el
pasillo de los lácteos en el supermercado; el imperativo “mostrame,
juguemos”, la lencería rojo sangre, los desnudos y las poses para la
cámara― le dan algunos de sus varios clímax y contrapuntos. Las
canciones “Risa”, “El colmo” y “Rubí” acompañan esa transformación. El
elenco de personajes secundarios, ajustado impecablemente a su
papel soporte, y la escenografía, ligeramente anónima ―o sutilmente
marcada―, entretejen sus tonos apagados para que nada nos solape
lo esencial, aquello que piensa, siente y hace Lucrecia consigo y con
Herman. Preámbulo de una consumación latente, esta última novela
breve de Natalia Brandi, narradora y docente de talleres literarios que
reside en la ciudad de La Plata, se lee al calor de cierta ensoñación
adolescente, como el anteúltimo pico de adrenalina juvenil y rebelde
que viene a sacudir la vida plana de su protagonista.

Natalia Brandi, Murmullos en alguna ciudad, introducción de Julián


López, Mil Botellas, 2020, 110 págs.

Publicado en: www.otraparte.com

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