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CONSTRUCCION CULTURAL DE LA NORMA

Debemos tomar encueta que nuestra sociedad está regulada por infinidad de
normas. Algunas son normas sociales: cómo sentarse en una sala, o compartir
una comida o devolver un favor. Otras son normas morales, relacionadas con
los valores personales, las relaciones entre las personas, los ideales. También
hay normas religiosas, que guían a las personas que comparten una misma fe
y las obliga frente a su dios y a la congregación a la que pertenecen. La
diferencia de todas estas normas, con las normas jurídicas, es que estas
últimas cuentan con un aparato estatal destinado a garantizar su cumplimiento
y además con una sanción, en caso que no se cumplan. Las normas jurídicas
tienen como característica que su violación acarrea una sanción externa e
institucionalizada. Estas normas jurídicas no son un objeto estático, sino más
bien una creación histórica, “una invención humana, en constante y dinámica
construcción y reconstrucción” Muchos derechos fueron conquistados después
de intensas movilizaciones sociales, e incluso, después de que se vertiera
mucha sangre. Antes de escribirse en el papel, los derechos muchas veces se
pelean en las calles y cuando finalmente se dicta la ley, termina siendo el
resultado de las luchas y tensiones entre diferentes grupos dentro de una
sociedad. De lo anteriormente expuesto se desprende el concepto de
construcción cultural de la norma.

Podemos decir que la norma se va construyendo en base a diferentes


parámetros, entre ellos se encuentran dos bien diferenciados el primero es el
parámetro endógeno los cuales son aquellos que tienen origen en la propia
cultura de la sociedad que se está estudiando, tal es el caso de las costumbres,
valores, hábitos, situación religiosa, política fisiográfica, entre otros y los
exógenos que tienen origen en lo que se encuentra fuera de la Sociedad a
estudiarse. Un ejemplo claro es la clásica alienación de nuestros jóvenes por la
cultura Europea o Norteamericana, que si bien es cierto que no influye de
manera directa en nuestra normativa, si lo hace de manera indirecta, pues se
incorporarán dentro de la cultura en cuestión; aspectos tales como el léxico, las
costumbres y tradiciones que en determinado contexto social se incorporarán a
la cultura que los asimile. Por eso la cultura y las normas culturales son
esenciales para la forma en que las sociedades crean y restringen las
identidades sexuales y de género de las personas. Las culturas se componen
de valores y creencias compartidos y las normas culturales son una serie de
creencias sobre lo que es “normal” o adecuado para esa sociedad. Muchas
personas dan por supuesto que las normas culturales y las tradiciones son
“como han sido siempre las cosas”, sin cuestionarse cómo ha desarrollado su
cultura o su sociedad esa norma concreta. Sin embargo, las culturas
evolucionan y cambian, crecen con el tiempo para adaptarse a los cambios de
la comunidad, adoptando nuevas influencias e incorporándolas a las historias
que utilizan las personas para comprenderse a sí mismas y a quienes las
rodean. En la Venezuela actual el derecho ha cambiado al menos en dos
formas: en sus normas y en su construcción cultural. Quizás más que en
ninguna otra etapa de la historia de Venezuela, el derecho se ha deconstruido y
construido social y culturalmente de manera significativa, hasta el punto que el
derecho ha pasado a tener un nuevo significado. La construcción cultural del
derecho o de la norma como lo expresan algunos

Es por eso que la cultura recibe contribuciones muy variadas: el lenguaje, la


familia, el arte, la música, los medios de comunicación, la historia y la religión.
La religión puede tener una influencia especialmente fuerte sobre la cultura y
sobre las creencias y los valores de las personas. Las instituciones religiosas
pueden ejercer una influencia política en la adopción de leyes y políticas que
regulan la sexualidad y la reproducción. La religión tiene sus propios sistemas
de entender e interpretar el mundo, que pueden complementar o contradecir
una cultura nacional o comunitaria concreta, y apoyar u oponerse a los
principios y normas de derechos humanos. La religión ejerce en particular gran
influencia en los valores de las personas: valores como el amor, la compasión,
la comprensión y la caridad son elementos comunes en casi todas las
religiones y culturas.

Las normas culturales que se refieren a cuándo y cómo mantener relaciones


sexuales, qué roles se supone que desempeñan hombres y mujeres en la
sociedad y cómo se forman las familias están muy influidas por la religión y la
historia, entre otras cosas. Las imágenes de los medios de comunicación, el
arte y la música se basan con frecuencia en estereotipos de género y alimentan
las expectativas sobre el comportamiento de una persona, incluido el sexual.
Piensen en las historias con las que crecieron: ¿Cómo se solían comportar los
hombres? ¿Algunas formas de ser hombre o mujer se consideraban “buenas” o
“acertadas” y otras no? Esas historias contribuyen a establecer una norma
sobre cómo se supone que debe ser nuestra conducta.

Cabe destacar que el ser humano, en su evolución histórica y en la búsqueda


permanente de organización social, se ha inventado instrumentos reguladores
del orden colectivo: normas de diversa índole pretenden contener el natural
egoísmo y la propensión a la violencia de los hombres. La religión, la moral, la
ética, los convencionalismos, junto con el derecho, disciplinan las relaciones de
convivencia comunal. En fin, el derecho es un conjunto de normas que rigen la
conducta externa de los hombres en sociedad y estas normas, junto con otros
cuerpos normativos y otros factores e instituciones sociales constituyen la
cultura. He aquí, entonces porqué el derecho es cultura:

1.1. El derecho es parte de la tradición. Los días de asueto por motivos


religiosos son ejemplo de tradiciones hechas ley. Recordemos la toga y la
peluca del siglo XVII en algunos tribunales como símbolos de la tradición en lo
jurídico.
1.2. La costumbre social como fuente de derecho. Los actos repetidos y
aceptados por una comunidad, con el paso del tiempo se transforman en
obligatorios y su cumplimiento puede forzarlo un tribunal, aunque el
cumplimiento de una costumbre concreta no se encuentre en la legislación. El
derecho consuetudinario anglosajón ejemplifica a la costumbre como un rasgo
de su cultura.

1.3. El derecho también es un cúmulo de pensamientos bastos y organizados;


la doctrina, la jurisprudencia, las leyes, las sentencias, los contratos, los
tratados internacionales, son una parte esencial de la vida cultural de un país,
porque reglamentan la convivencia social y al mismo tiempo son un sello
característico de su idiosincrasia. El respeto a la ley se vuelve (o debería
volverse) uno de los hábitos individuales comunes del hombre de la calle, del
que va a los servicios religiosos los domingos, que es buen padre de familia,
buen vecino, vota en las elecciones y paga sus impuestos. El pensar
jurídicamente puede ser algo poderoso en el modo de ser de un pueblo, como
ocurrió con los romanos. El respeto a la ley ha sido parte del discurso cotidiano
de los personajes más importantes de una colectividad: el alcalde, el profesor,
el juez, el cura. Una vida sin ley es impensable.

1.4. El derecho como obra cultural también es literatura: códigos, leyes,


tratados, distinguen muchas veces a una época: el Código de Hammurabi, los
diez mandamientos de Moisés, la Ley de las Doce Tablas, son más conocidos
en sí mismos que el contexto histórico en el que se desarrollaron; en
condiciones similares encontramos a la Constitución norteamericana o el
Código Napoleónico. Una buena ley bellamente redactada y puntualmente
obedecida es un orgullo para cualquier nación.

1.5. Complemento de lo anterior son la cultura cívica y la educación jurídica de


un pueblo. Toda comunidad que se respete tiene, desde épocas remotas, como
parte de su sistema educativo, el respeto y fomento de los valores jurídicos
(entre otros). El amor a la patria y sus símbolos, el respeto a la ley y a las
instituciones, son parte medular de la educación básica y media en su aspecto
formativo, en cualquier lugar y en todo tiempo. Por otro lado, la universidad,
desde que este concepto existe, ha tenido en su oferta académica primordial al
estudio del derecho. La formación de abogados y especialistas jurídicos
caracteriza a cualquier organización estatal y educativa. Profesionales que
elaboren y apliquen el derecho son indispensables en cualquier sociedad.

1.6. Un individuo medianamente culto, por otro lado, debe tener en su bagaje
intelectual una regular o amplia información jurídica para la vida diaria:
cuestiones de ética y ejercicio profesional, reglamentación vial o sanitaria;
conocimientos mínimos de leyes fiscales, administrativas, laborales, penales,
civiles, constitucionales y de derechos humanos. Parte de la rutina permanente
del hombre común es la sujeción u obediencia cotidiana a diversas
reglamentaciones jurídicas: el contrato de compraventa –rápido e
imperceptible- que se realiza en la tienda de la esquina, el contrato de
prestación de servicios con un plomero, el respeto a las normas viales al
detenerse con su vehículo ante un semáforo en rojo, pagar el impuesto al valor
agregado en una transacción comercial simple. El vivir tiene su monotonía
jurídica.

1.7. El derecho también, como producto cultural tiene su lenguaje, sus modas,
sus mitos, sus leyendas, su picaresca, sus rituales; los abogados tienen su
vestimenta, su círculo social e inclusive su ubicación geográfica.

Entonces podemos establecer que el derecho es, entonces, un elemento


esencial de la cultura que distingue, junto con otros elementos, a una sociedad
en un momento y lugar determinados; derecho que evoluciona y se transforma
a la par con esa comunidad y que responde a sus necesidades e intereses. Es
imposible una cultura sin derecho y un derecho fuera o en contra de una
cultura.

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