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Y añadió: Un hombre tenía dos hijos. El menor dijo al padre: Padre, dame la
parte de la fortuna que me corresponde. Él les repartió los bienes. A los pocos
días el hijo menor reunió todo y emigró a un país lejano, donde derrochó su
fortuna viviendo una vida desordenada. Cuando gastó todo, sobrevino una
carestía grave en aquel país, y empezó a pasar necesidad.
Fue y se puso al servicio de un hacendado del país, el cual lo envió a sus campos
a cuidar cerdos. Deseaba llenarse el estómago de las bellotas que comían los
cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitando pensó:
a cuántos jornaleros de mi padre les sobra el pan mientras yo me muero de
hambre. Me pondré en camino a casa de mi padre y le diré: He pecado contra
Dios y te he ofendido; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Trátame como a uno
de tus jornaleros. Y se puso en camino a casa de su padre.
Estaba aún distante cuando su padre lo divisó y se enterneció. Corriendo, se le
echó al cuello y le besó. El hijo le dijo: Padre, he pecado contra Dios y te he
ofendido, ya no merezco llamarme hijo tuyo.
Pero el padre dijo a sus sirvientes: enseguida, traigan el mejor vestido y
vístanlo; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el
ternero engordado y mátenlo. Celebremos un banquete. Porque este hijo mío
estaba muerto y ha revivido, se había perdido y ha sido encontrado. Y
empezaron la fiesta.
c. En la escuela de la iglesia.
“Este actuar de Dios adquiere ahora su forma dramática, puesto que, en
Jesucristo, el propio Dios va tras la «oveja perdida», la humanidad doliente y
extraviada. Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja
descarriada, de la mujer que busca el dracma, del padre que sale al encuentro
del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la
explicación de su propio ser y actuar. En su muerte en la cruz se realiza ese
ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y
salvarlo: esto es amor en su forma más radical. Poner la mirada en el costado
traspasado de Cristo, del que habla Juan (cf. 19, 37), ayuda a comprender lo que
ha sido el punto de partida de esta Carta encíclica: «Dios es amor» (1 Jn 4, 8).
Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se
debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la
orientación de su vivir y de su amar. (Deus caritas est No. 12)
“Jesús ha perpetuado este acto de entrega mediante la institución de la
Eucaristía durante la Última Cena… La Eucaristía nos adentra en el acto
oblativo de Jesús. No recibimos solamente de modo pasivo el Logos encarnado,
sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega”. (Ibidem 13).
«El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo
cuerpo, porque comemos todos del mismo pan», dice san Pablo (1 Co 10, 17).
La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él
se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle
en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de
mí mismo para ir hacia Él, y por tanto, también hacia la unidad con todos los
cristianos. Nos hacemos «un cuerpo», aunados en una única existencia”
(Ibidem 14).
d. En la escuela de Montfort
“La Sabiduría se encarnó con la única finalidad de atraer a su amor e imitación
los corazones humanos. Por ello se ha complacido en adornarse con todas las
amabilidades y dulzuras humanas más atrayentes y delicadas, sin defecto ni
fealdad alguna.” (Ase 117)
“Queriendo la Sabiduría, por una parte, manifestar su amor a los seres humanos
hasta morir en lugar suyo para salvarlos, y no pudiendo, por otra, decidirse a
abandonarlos, encuentra un secreto admirable para morir y al mismo tiempo
seguir viviendo y permanecer con ellos hasta el fin de los tiempos: es la amorosa
institución de la Eucaristía. Y para satisfacer cumplidamente su amor en este
misterio, no tiene inconveniente en cambiar y trastornar las leyes naturales.”
(ASE 71).
Sí, en efecto, la santa Iglesia hace repetir todos los días con sobrada razón: El
mundo no lo conoció. El mundo no conoce a Jesucristo, la Sabiduría
encarnada. Y, hablando razonablemente, conocer lo que Nuestro Señor ha
padecido por nosotros y no amarlo con ardor –cosa que hace el mundo– es
algo moralmente imposible”. (ASE 166)
e. Para profundizar
• Como el padre de la parábola, Dios-Amor se ha entregado totalmente a
nosotros. ¿Qué tal ha sido tu relación con Él?
• ¿Qué has hecho con los dones que Dios te ha dado ¿los has convertido
para ti en ídolos? ¿Qué tendrías que hacer…?