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Todo el mundo puede imaginárselo más o menos. Pue de representarse mentalmente la presencia de dos
bebitos a la vez. Puede visualizar dos cunitas, dos biberones, dos piyamitas, dos almohaditas, etcétera.
Puede, incluso, hacerse la idea de ir por la acera e pujando un cochecito con dos caritas infantiles, tiernas,
risueñas.
Pero no. Mentira Nadie puede saber en realidad— en toda su profunda y trascendente realidad— lo que
significa tener jimaguas, Eso solamente lo saben a ciencia cierta los que han tenido jimaguas.
Jimaguas. Que quiere decir dos. Dos a la vez, Dos al mismo tiempo. Al unísono. En la misma ocasión. De
un solo viaje. Definitivo, absoluto e irreversible.
Yo lo sé. Y es algo así como cruzar los Alpes con37 elefantes, o cruzar a nado el Canal de la Mancha, o ir
a la Oficoda. Vaya, algo heroico.
Dos es el número mágico. Todo se convierte en dos. Se multiplica por dos. Buscar dos nombres, Ah, he
ahí un problema. Dos buenos nombres que encuentren la aprobación de toda la familia. Por ejemplo,
Teobaldo y Mercucio no sirven. Por mucho que usted argumente que son dos personajes de Romeo y
Julieta, una onda literaria, original, bolá de Shakeaspeare, etcétera, no sirve. Nunca se lance por ahí, que
lo planchan.
Arango y Parreño tampoco es bueno. Sobre todo, porque estos dos señores eran uno solo. Julio César y
Bruto pudieran tener un chance, si hay sentido de lo trágico en la familia. Pero Stan Laurel y Oliver
Hardy nunca clasificarían.
Lo del nombre es un problema de menor cuantía al lado de la posibilidad de que tengan que tomar dos
leches maternizadas distintas. Solamente aprenderse de memoria que a un jimagua le toca la semi-entera-
semi- descremada-con adición de protehinatos y que la etiqueta es color bermellón claro tirando a
magenta, y que entonces al otro jimagua le toca la semilacteada-maternizada enriquecida-subcarbonatada
en su etiqueta verde chartreuse jaspeado…
Eso es todo un reto. Aunque nada comparable a la complejidad de la preparación de la leche con sus
sencillas y fáciles indicaciones: tantas medidas de agua por tantas de leche, cuidando la medida, hirviendo
el agua pero sin hervir, disolviendo la boronilla a una temperatura que no produzca una llaga en el dorso
de la mano, etcétera. Eso requiere presencia de ánimo, lucidez, concentración, pulso firme y nervios de
acero. Lo malo es hacerlo sin fallar mientras los ji maguas berrean despiadadamente.
Y no quiero mencionar las malas noches que pueden dar unos jimaguas (multiplique por dos), y que
hacen pipi en cantidades navegables y el problema de los pañales (siga multiplicando) y, en fin, usted se
da cuenta, ¿no?
Pero con el tiempo se va uno acostumbrando. Los jimaguas van creciendo y las cosas se van descompli-
cando, Bueno, hasta que llega el cumpleaños. Como me pasó hace poco. Los jimaguas cumplían años y
decidimos hacer una fiestecita. Claro, como caía un martes, pues se pasó para el domingo.
Grave error. Lo más fácil fue lo del fotógrafo. Ahí no había que enseñar la libreta ni nada. ¿Y cómo sabe
el fotógrafo si hay cumpleaños o no?, pregunté por pura curiosidad. Muy sencillo, me dijeron. Llega a la
casa y si hay cake, hay cumpleaños. Si no hay cake, no hay fotos.
Después vino la cuestión de los refrescos, Daban tres cajas por niño, Jimaguas. (multiplique siempre por
dos), seis cajas. Uno va, recoge las cajas y ya. Sencillo. Pero la pregunta dura es: ¿trajo usted el vacío?
Eso puede complicar las cosas un poco. En mi caso solo tenía 18 botellitas y me transaba por 18
refrescos, Pero eso hubiese sido demasiado fácil. Era o caja completa o nada. Conseguí las seis botellas
restantes —descompletándoles tres cajas a tres amigos—y resolví. Victoria total.
Por último, vino lo del cake. Fui el sábado a buscarlos. Reproduzco el diálogo histórico: