Explora Libros electrónicos
Categorías
Explora Audiolibros
Categorías
Explora Revistas
Categorías
Explora Documentos
Categorías
Néstor Barron
W diciones Continente
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 6
1ª edición
W diciones Continente
Pavón 2229 (C1248AAE) Buenos Aires, Argentina
Tel.: (54-11) 4308-3535 - Fax: (54-11) 4308-4800
e-mail: info@edicontinente.com.ar
www.edicontinente.com.ar
ISBN: 978-950-754-235-0
www.nestorbarron.com.ar
Barrón, Néstor
Váyanse todos a la mierda, dijo Clint Eastwood. - 1a. ed. -
Buenos Aires: Continente, 2007.
320 p.; 23x14cm.
ISBN 987-950-754-235-0
© W diciones Continente
Intr.
12
...la vieja les dice: “Pero... ¡si las joyas que les presté eran
falsas!”.
En los lamentables ataques de humanismo que a veces
padezco, siento el impulso de ir hasta esa mesa del bar
donde un simple conductor de taxi se ve obligado a tener
una opinión sobre la angustia y los iraquíes, o meterme
por esa ventana donde un arquitecto y una actriz del un-
derground analizan su pareja, y decirles a ellos y a todo en-
te social con quien me cruce: “Basta... Ya no se preocu-
pen... Las joyas son falsas”.
Pero para qué, si todos bailan una misma música que
no es esa. Y el humanismo se me cura con sólo mirarme al
espejo, así que...
Este tiempo es, esencialmente, depresión. La era del
“afecto”, esa forma bastarda y minusválida de la pasión.
Todos somos tan buenos...
La ignorancia y la estupidez son formas de la maldad.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 13
Laisse-moi me perdre.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 14
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 15
16
“La elegí yo...”.
Lógica irreprochable. Podría pelear un poco arguyen-
do que pagué yo, pero es mejor aceptar todo rápido para
no sumergirse en una discusión bizarra. Menos mal que
nunca se me ocurrió que compremos juntos un juego de
palos de golf de 9.000 dólares; igual nunca se me ocurri-
ría, pero ahora tengo una razón más para no hacerlo.
“Le voy a pedir a María que pase a buscar mis cosas del ba-
ño, el cepillo de dientes, esas cositas... Es lo único que queda. ¿Ma-
ñana puede ser?”.
¿El cepillo de dientes quedó, pero se llevó la jugue-
ra? (No, pibe, no, no cedas a la tentación de comentar so-
bre esto).
“Sí, mañana está bien, no hay problema”·.
“Bueno...”. Y un silencio eterno. O casi... “Debés sentir-
te aliviado, ¿no?”.
“¿Qué...?”.
“Es obvio. Ni siquiera me preguntaste cómo estoy. A vos ya
sé que no te pasa nada, que sos de hielo, pero...”.
Me parece que me sangra un poco el labio inferior.
Tengo que morderme más despacio.
“...pero está bien, dejá, mejor no hablemos más, no tiene sen-
tido, basta. Mañana mando a María. ¿Qué más se puede decir
si... si...? Bah, chau...”.
¡Clack!
Dios existe, al menos a veces. Lamento especialmen-
te el Glenlivet, pero en fin, es el precio por salvarse de un
monólogo demoledor. Si no hay resistencia, el ataque
pierde sentido.
A esta altura de las cosas, la teoría de la no-resistencia es
la única ingeniería de supervivencia. Así conseguís cierta
tranquilidad. Claro que... ¿alguien quiere vivir tranquilo?
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 17
17
No fue una mala manera de conocerse, no.
El baño parecía un contenedor recién enviado desde
Alaska por un exportador de géiseres. El agua de la ducha
caía con violencia, rebotando en la cortina plástica de la ba-
ñera con un acogedor ruido de tormenta. María se soltó la
bata en la que se había envuelto, mientras aspiraba profun-
damente por la nariz y exhalaba por la boca como un búfa-
lo. Tenía la insostenible pero sincera convicción de que un
par de inhalaciones diarias de ese vapor húmedo y caliente
resultaban efectivas y purificadoras contra los 35 cigarri-
llos que se metía cada día entre pecho y espalda. Y de
pronto recordó:
“¡Las algas!”.
Mientras salía se iba vistiendo con las ropas que había
ido tirando por ahí en su camino al baño. Cuando abrió la
puerta del departamento se encontró con Andrea, que es-
taba por golpear.
“Pasá, pasá, vuelvo en cinco minutos...”.
Andrea entró incómoda porque venía muy apurada, y el
sonido de la lluvia de la ducha no la ayudó. Esperó unos se-
gundos, y decidió pasar al baño. Al principio la nube impe-
netrable de vapor la impresionó desagradablemente, pero
cuando se sentó en el inodoro y soltó el chorro de orina em-
pezó a sentirse casi cómoda, adormecida entre la bruma cal-
dosa y sofocante. El sonido consistente de la orina fue inte-
rrumpido apenas por un pedito que resonó con un eco suave
dentro de la taza del inodoro. Ahí fue cuando no pude dejar
de correr un poco la cortina de la bañera y espiarla desde mi
sumergimiento. No fue una mala manera de conocernos, no.
“Yo creo que uno tiene que tratar de acostarse con cualquier
cosa que haya en un radio de dos metros a la redonda. Pero no
puedo entender lo de permitirles que se instalen en tu departamen-
to. Eso me deja perplejo”.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 18
18
Lo cual es mentira, porque Esteban perdió toda perple-
jidad el día que despertó sobre una pila de cadáveres con
una bala incrustada detrás de su oreja izquierda, el penúl-
timo día de la guerra de las Malvinas. Su último contacto
con la perplejidad fue la cara del sacerdote que estaba brin-
dando una bendición colectiva a los cuerpos apilados en la
ladera de la colina y de pronto vio que uno de esos cadáve-
res movía los dedos del pie. Alguien podría decir que de al-
guna manera Esteban volvió de la muerte, pero no es así.
Nunca volvió. Es un muerto que camina y juega a sentirse
perplejo para esquivar la demencia y el suicidio que lo vie-
nen persiguiendo desde hace veinte años.
“No me critiques, Esteban. Hago lo que puedo. De todas for-
mas, siempre en algún momento se van. Como Andrea... Todo lo
que queda del gran amor es un cepillo de dientes y un par de fras-
cos que María pasa a buscar mañana a la noche”.
“A mí no me engañes. Sé que tenés un mecanismo eyector en
el departamento. Cuando empiezan a querer ocupar más espacio
que la música o sugieren que perdés mucho el tiempo con todas esas
boludeces que a vos te encantan, entonces, sin violencia ni peleas,
apretás un botón y las eyectás”.
“Ojalá fuera tan simple, Esteban. Ojalá...”.
“¿No es así?”.
Cuando Esteban se me queda mirando así, con esos ojos
vidriosos y extraviados que sin embargo se fijan con una in-
tensidad estrepitosa que te atraviesa, muero de terror. No
puedo olvidar la tarde que lo conocí, diez años atrás. Tenía
que escribir una historia para la televisión, sobre la guerra
de Malvinas. Alguien me habló de un excombatiente que
ahora era representante comercial en la Argentina de una
empresa inglesa. Ese es mi hombre, me dije.
Después de negarse varias veces, por fin me citó en
su oficina. Me estuvo estudiando un buen rato mientras
hablaba de estupideces, hasta que me clavó una de esas
miradas.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 19
19
“No creo que puedas entender lo que te cuente, porque soy muy
distinto a vos y a todas las personas que conocés. Muy distinto. Yo
soy un asesino”.
“Ajá”, comenté. Mi serenidad nacía de un terror abso-
luto. Esteban me seguía clavando la mirada, y yo veía des-
filar por sus pupilas rostros con muecas desencajadas, crá-
neos descerebrados, cuerpos desmembrados, cadáveres con
miradas de niño asustado buscando a su madre...
Entonces Esteban se levantó lentamente, sin dejar de
mirarme, golpeteando sus dedos sobre un cajón del escri-
torio que yo no veía.
“Acá tengo armas. Y soy un tipo peligroso. Siempre parezco
tranquilo, pero nunca se sabe cuándo sucederá que tenga una re-
acción inesperada...”.
Mientras hablaba se fue acercando a la puerta de la
oficina y la cerró despacio.
“Tengo una bala metida en el hueso, aquí, detrás de la ore-
ja. Parece que con el tiempo se va moviendo poco a poco. A veces
pienso en eso y entonces me cuesta controlarme”.
Entonces todo fue vertiginoso. Apagó la luz, corrió al
cajón y sacó un arma.
“¡De repente puedo dejarme llevar y empezar a los tiros!”.
En la oscuridad distinguí su pose de tirador, apun-
tándome.
“¡¿Me entendés?!”.
Fueron segundos, pero se arrastraron lentos como ba-
bosas sobre la piel de gelatina de un apestado. La oficina
entera latía presionando uniforme y rítmicamente mi ca-
beza. Dejé de ver las siluetas de los objetos, sólo veía calor
y latidos, una masa viva y pegajosa todo a mi alrededor. Y
entonces se encendió la luz.
La presión se descomprimió como si abrieran una ca-
bina presurizada. Cuando pude entender algo, Esteban es-
taba guardando el arma y volvía a sentarse frente a mí...
que no había movido un músculo en ningún momento.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 20
20
“Creo que sí, que me entendés... Y sino, lo disimulás muy
bien...”.
Y empezó a reírse a carcajadas. Recién entonces me
acordé de respirar.
Esa fue sólo la primera de las que me hizo pasar Este-
ban. Por eso, cada vez que se me queda mirando así...
“No. Ahora lo entiendo. Es cierto que no las eyectás vos. No.
Se autoeyectan”.
“Mh. Eso puede ser”.
“Es. Ni siquiera tenés que hacer nada. A ver: al principio
todo les parece genial...”.
“Divertido, es la palabra”.
“Sí. Y cuando empiezan a ver que todas esas ‘cosas diverti-
das’ que hacés no son pasatiempos, cuando entienden que realmen-
te estás loco...”.
“...se autoeyectan. Sí, puede haber algo de eso...”.
“Es exactamente así. A mí —vos lo sabés— todo me da lo
mismo. Pero si yo fuera vos... creo que estaría preocupado”.
“¿Por qué?”.
“Porque vos no sos yo. Vos no estás muerto. Más bien todo lo
contrario: no tolerarías estar tranquilo y realmente solo. Necesi-
tás movimiento todo el tiempo, sos insoportable. Tenés hormigas en
el culo de la mente”.
21
Y Lil está. Bañándose, así que nos grita que entremos,
que está abierto. Jorge quiere ir hacia el baño, pero antes de
que llegue Lil sale a recibirlo, mojada, con sólo una toalla
alrededor de la cintura.
El tema es que Lil tiene una sola teta. En el medio del
pecho. Hermosa, perfecta, maravillosa... pero una sola. En
compañía de otra igual —y ambas en su posición natu-
ral— formarían un conjunto mucho más que apetecible,
pero... no hay otra. Hay una sola. En el medio.
Como Lil creció en democracia, no le parece correcto
que se haga ningún comentario sobre su única teta. Ni
aunque fuera “cómo me calienta”, cosa que Jorge ya le co-
mentó un par de veces. Sí le parece natural que uno ni si-
quiera demore una mirada en ella, que pase por alto el de-
talle. Lo cual es difícil si te recibe con esa toallita bonsai
tapando apenas su pubis y nada más.
“La diferencia está en los ojos que miran, no en las cosas que
esa mirada establece como diferentes”.
Esa es la forma en que Lil dice “dejá de mirarme la te-
ta, baboso”. Pero Jorge no se da por enterado.
“Traje chocolate en rama. Y traje para fumar...”.
Es una combinación que hace temblar todas las con-
vicciones de Lil.
“¿Sí...? Bueno, pero... lo que pasa es que después te empezás
a poner demandante, y...”.
“...y dicen que la tercera es la vencida. Si sé contar, esta se-
ría la tercera vez que fumamos juntos”.
“No me gusta cuando me hablás así. Y no entiendo por qué
lo hacés. Vos no sos así, tan... primitivo”.
22
“Primitivo”, repite Jorge. “Esta chica me está elogiando,
¿vos qué opinás?”.
“Creo que esa idea la calienta. Si vuelve a decir ‘primitivo’
tiene un orgasmo”.
“¡No se puede hablar con ustedes dos! ¡Nunca hablan en se-
rio!”.
Analizando con detenimiento las circunstancias acae-
cidas desde que entramos a la casa hasta esa última frase
que Lil pronunció con un mohín delicioso, casi divertida,
y que fue acompañada por un corto balanceo arribabajo,
casi un hipo, de su única teta... bueno, no imagino argu-
mento alguno que justifique una frase seria.
Pero Lil, ya lo dije, nació el mismo año que la demo-
cracia argentina, una de cuyas bases es el principio por el
cual cualquiera puede decir cualquier cosa sin ningún ri-
gor, justificación o solidez conceptual. El mismo principio
según el cual alguien podría plantear la eliminación total
de la raza coreana, por ejemplo. ¿O acaso hay un vademécum
de ideas “correctas” para expresar sin rigor alguno, quedan-
do prohibidas las que no estén allí nomencladas?
No sé qué pasó mientras pensaba en estas cosas ori-
nando en el baño, pero ahora que salgo la veo a Lil apren-
diendo a armar un cigarrillo de marihuana. Antes de este
momento, sólo quedaban en el mundo tres chicas que no
sabían hacerlo. Lil era una de ellas; las otras dos no exis-
ten. A la mierda con el primitivismo...
23
Federico es un escritor de éxito. Pasa tanto tiempo ha-
ciendo gimnasia, yendo a comprarse ropa en su moto de
colección y dibujándose la barbita, que casi no tiene tiem-
po de escribir. Esta es, claro, la razón de su éxito.
Para ser justo con él, una vez tuvo una idea excelente.
Tanto, que sobrevivió a la liviandad con que él la desarro-
lló. Igual ni con una bomba de estupidez nuclear se podía
lograr que esa idea perdiera interés, porque era algo acer-
ca del clítoris.
“¿En qué andás, en qué andás? ¿Estás escribiendo algo
nuevo?”.
Sí, pelotudo, sí. Estoy escribiendo algo nuevo, con un
sentido que vos nunca vas a encontrarle a esa palabra.
“No, nada en especial. De hecho, ya no le encuentro mucha
gracia a escribir”.
“Pero qué moderno sos, che. ¿Vamos al cumpleaños de Silva-
na? Se va a poner bueno...”.
El problema mayor con Federico es su barba. Ese di-
bujo insoportable, una línea de tres milímetros de ancho
(longitud máxima de cada pelo = 0,5 mm) marcando el fi-
lo de la mandíbula a ambos lados del rostro, uniéndose en
un recorrido art-deco con dos rombos y dos curvas que ter-
minan en la comisura de los labios, sobre los que planea
un bigotito Clark Gable... ¿Cómo tiene energías cada ma-
ñana para el mantenimiento? Lo único que provoca es ta-
charlo todo con un marcador bien grueso.
Y es aún más insoportable cuando pienso que eso lo
convierte en un propagandista de la mierda en que vivi-
mos, del mundo del diseño.
Todo es diseño. Todo es un concepto y una forma exter-
na. Detrás, no hay nada. Ni debajo ni adentro ni arriba. To-
do consiste en emitir un concepto —así sea desde la nada—
, y eso adquiere entidad inmediatamente. Ya es “algo”.
Empezó, como todo, con el arte (quizá haya que culpar a
Duchamp), pasó a los media y terminó enchastrando a toda
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 24
24
la sociedad. En mi barrio la basura no la juntan los basure-
ros sino unos operarios de ingeniería ambiental. No hay tu-
llidos sino personas con capacidades motrices diferentes. Si
decís “negro” o “judío” te hacen sentir que estás insultando
a alguien. Y nadie te mete los cuernos, sino que siente la
necesidad de explorar otros espacios vivenciales. Ya no hay
mucamas, rengos, gordas, mogólicos, putas, porteros de
edificio, maricones, concubinas, ni siquiera vendedores
(porque son “asesores autorizados” en lo que carajo sea que
vendan).
Es como si, por insostenible que esto sea, se creyese
que al eliminar las palabras se eliminan las condiciones o
circunstancias que definían. En el otro extremo, por lo
tanto, con sólo inventar una palabra o concepto se genera
una realidad que todos aceptan sin chistar.
Ese es el mundo que Federico simboliza tan bien.
“Esta fiesta es una cagada, che. ¿Vamos?”.
Son recién las once y media. Podría llegar a tiempo
para ver Get Smart en el cable.
“Sí, sí, vamos”.
El asunto es que Federico me lleva en su Harley, lo
cual me pone muy nervioso. Especialmente cuando a to-
da velocidad por la avenida Santa Fe se pone a hablar
por su celular.
“Sí, soy yo. Qué sorpresa, ¿eh? ¿Qué te parece si paso a ver-
te? Sí, estoy con un amigo. En cinco estamos ahí. Chau...”.
“¿Adónde? Me dijiste que volvías para Caballito...”.
“Es sólo un momento. Tengo que pasar a verla, aunque sea.
Después de todo, se separó porque el marido se enteró que ella se
acostó una vez conmigo. Viste cómo son las cosas: los dos éramos
jurados del Premio Planeta, nos juntamos una tarde en su de-
partamento, y al carajo. Por alguna inexplicable razón, en
una discusión con el marido ella se lo gritó en la cara, y el ti-
po se fue a la mierda. Pero con amenazas y todo, ¿eh? Una
grasada...”.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 25
25
Ella no está mal, de hecho tiene tetas como ya no se
ven en la anoréxica Buenos Aires —y son dos, por su-
puesto. Pero tiene ese rictus amargo típico de tantas mu-
jeres que quisieron ser a la vez independientes y tradicio-
nales —c’est à dire: llevar una vida “moderna” pero sin
cambiar en nada conceptos como el matrimonio—, y a las
que por supuesto todo se les fue de las manos, quedándo-
les sólo esa mueca que pretende denunciar (aunque nadie
se entera) que ellas lo hicieron bien y el mundo no. Fede-
rico no es demasiado exigente, pero a mí ese rictus basta
para volverme impotente.
“Qué bueno que viniste, Fede. Es increíble, justo que esta-
ba tan angustiada...”.
Los rombos art-deco se erizan, puedo notarlo a simple
vista.
“Ah... ¿sí?”.
“Sí.. Mi exmarido... Hace una semana que se la pasa
llamándome, me tortura, creo que me vigila, no sé... No sé qué
hacer...”.
Yo sí.
“Permiso, paso al baño...”.
El tiempo de vaciar mi vejiga es el que le doy a Federi-
co para que nos saque de esto. Sino, me iré en taxi y listo.
Pero Federico es confiable en ese sentido.
“Bueno, ¿vamos? Ya le expliqué a Gachu que estás con ese
problemita de incontinencia y a medianoche tenemos que hacer el
tratamiento de moxibustión...”.
“Sí”, dice ella y por un segundo el rictus se atenúa, “la
medicina china es genial”.
“Bueno, mañana te llamo, así me contás lo que te está pa-
sando...”.
“Gracias, Fede. No sabés qué importante es para mí en este
momento alguien que me ponga el oído...”.
“Estoy poco perceptivo esta noche”, dice Federico ya con el
viento de Santa Fe haciéndome un lifting, tal es la veloci-
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 26
26
dad de la puta moto. “Mi idea era que la íbamos a encontrar
de ánimo receptivo, como para armar algo de tres”.
No puedo contestar enseguida porque Federico dobla
por Pueyrredón y mi oreja plumerea un poco el polvo del
asfalto. ¡Santo Van Gogh, Batman!
Cuando el joven maravilla endereza su máquina dia-
bólica, apenas me da para comentar:
“Y bueno... No todas las noches tiene que pasar algo...”.
27
La cara de Jorge se ilumina como un globo aerostáti-
co que brilla en lo alto pero porque acaba de prenderse
fuego por dentro.
“Estoy tocando el cielo con las manos. Mirá...”.
Levanta sus brazos, las palmas de las manos hacia
arriba, el éxtasis brillando en su rostro como un globo
aerostático y todo lo que dije antes. Claro que el azul del
cielo es sólo una ilusión óptica, no existe, no se podría
tocar.
“La segunda teta de Lil tampoco existe, y sin embargo te
puedo asegurar que sentís que la tocás...”.
28
“¿Qué hacés por el mundo antes del mediodía? ¿Sabés cuán-
tas veces el boss me dijo que te llame por teléfono a la mañana y
yo hacía como que marcaba y supuestamente te dejaba un mensa-
je? ¿Y ahora te me aparecés acá a las once y media? No te voy a
proteger más...”, dice Cinthia y se ríe. En Buenos Aires to-
das las recepcionistas se llaman Cinthia. O Cynthia. O si-
no Cinthya.
“¿Está la Bestia?”.
“No, pero viene enseguida. Esperalo en la redacción...”.
La redacción significa un pequeño piso dividido con
paneles acrílicos donde diez personas producen cinco re-
vistas por mes más los libros ridículos que la Bestia me
encarga a mí. ¿Cómo se logra el milagro?: “refritando”, es
decir recortando y pegando en un orden distinto mil y una
veces los mismos artículos y notas, pero cambiando los tí-
tulos de tapa. Aquí mismo escuché decir una vez a al-
guien: “La primera nota la escribió Dios; desde entonces,
todos los periodistas la venimos refritando”.
“¿Qué hacés, loco? Vení, mirá, estoy escuchando lo último de
Harrison, cosas que grabó justo antes de morir. Está bárbaro...”.
¿Harrison? Ah, sí: George... Yo pensaba que los dis-
cos de Harrison tenían fecha de vencimiento en 1982.
Bueno, de todos modos el gordo Rubén lo puede seguir
escuchando, porque él también venció en los ’80.
Es el jefe de arte de la editorial. Dedica su vida a la
Bestia con un servilismo humillante que le reditúa un
cierto dinero mensual y la tranquilidad de poder ocultar
su falta de talento. Tiene sólo 38 años y parece mi padre.
Siempre está acelerado y agitado, su única manera de si-
mular un poco de vida. Por otra parte es un tipo feliz, con
la felicidad muleta que te da hacer lo correcto. Aceptó las
reglas: después de los 30 empezó a engordar y a quedarse
pelado, usa camisas color rosa con jeans y zapatos, dice
“mi esposa” e incluso “mi señora”, empieza a pensar en
cuidar la hipertensión y el colesterol, y a las diez de la no-
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 29
29
che del sábado se queda dormido sentado frente a la tele,
anunciándolo con un ronquido y un poco —sólo un po-
co— de baba en la comisura del labio. Por supuesto, hace
ya mucho que empieza algunas frases diciendo “En mi
época...”. Una persona absolutamente correcta, a la cual
las personas correctas como él no pueden reprocharle na-
da. Hay una palabra para esto: conspiración.
“¿Te gusta? Está buenísimo, ¿eh?”.
Por suerte llega Gonna, el hijo de la Bestia. Es un
adolescente de 28 años que me adora y me va a salvar del
gordo.
“Wowie Zowie...”.
“Wowie Zowie, Gonna... ¿Todo bien?”.
“Todo bien. Me bajé de Internet algo mortal. Vení, vení...”.
Sí, así es, por alguna razón soy el catador musical de
todo el mundo. Bien, veamos la novedad...
Mh. Amon Düül II. Sí, una maravilla, psicodelia
kraut, pero... pero tiene más de 30 años.
“Qué viaje, ¿eh? Impresionante”, y baja un poco la voz.
“No lo bajé de Internet, me lo pasaron anteanoche. Al final fui
a esa casa en Caballito...”.
“¿Lo de la ayahuasca?”.
“Sí. Impresionante. Estaba el flaco que te guía en la expe-
riencia, dos minitas, otro pibe, y yo. En una terraza chiquita,
rodeada de macetas viejísimas con plantas aromáticas, sólo con
la luz de la luna, era un flash... El flaco primero nos habló un
rato como para meternos en clima, y después... le dimos a la
ayahuasca”.
Plantas acuáticas en el aire, el aire de la noche que es
dorado y un poco amargo como un vómito de cerveza al
trasluz, aire donde hay algas negras y verdes, algas con
ojos, con muertos ojos de granito rojo, y rojas perlas de
sangre que abren caminos aceitosos en la cerveza de oro del
aire que ahora se derrite y se pega a la piel formando pús-
tulas babosas que laten un momento y explotan en burbu-
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 30
30
jas concéntricas, que crecen unas dentro de otras y se repro-
ducen y lo llenan todo, pero no, ya no son miles, es una so-
la, una burbuja que te absorbe con un chasquido húmedo,
y de repente estás ahí dentro y te querés quedar, decís sí sí
sí me quiero quedar, ya no hace calor, ya no hace frío, ya no
duele, no, ya nada duele...
Hay una música, pero no, no es una música, es la voz
de la madre que todo lo reclama y de la hermana idiota y
del padre sin voz, gigante y estúpido, inaccesible y anhe-
lado, pero de repente la madre se traga todos los sonidos
y es una inmensa sombra negra que avanza, y quiere tra-
gar más, y quiere tragar más...
¡Ay, algas, conviértanse en sanguijuelas y chupen hasta
el último átomo de mi ser, de este ser que no es, de este
llanto escondido en grutas espaciales con estalactitas de po-
lietileno! ¡Sáquenme de aquí, de todo lo que soy, de todo lo
que no fui! ¡Madre, ay madre, si pudiera escupir una pala-
bra en tu pecho siempre suspirante para arrasar con todas
las religiones de la angustia! ¿No ves que soy el cachorro de
un animal que no existe? ¿No ves nada, madre, nada...?
Manos que acarician mi pecho. Manos que acarician mi
cara. Manos, sí. Entonces tiene que haber un pecho. Sí, un
pecho desnudo para envolver mi cabeza como una toalla de
íntima eternidad. Acarícienme. Sin decir nada, así, sin de-
cir nada. Déjenme llorar...
31
“Bueno, ¿cuándo tendremos el libro sobre meditación con
música?”.
“Decime vos cuándo lo querés...”.
“No, traelo cuando quieras. Una vez te dije para el día si-
guiente y me lo trajiste, así que no caigo más...”.
Aquí correspondería una frase mía, pero no abro la bo-
ca. Así que la Bestia sigue.
“Yo no sé por qué te negás sistemáticamente a venir a labu-
rar a la editorial, conmigo. Podrías hacer una gran carrera. Sa-
bés que no tengo a nadie que venga detrás de mí...”.
“¿Tu hijo no está trabajando acá?”.
“No seas cínico. Sabés que Gonzalo no sirve para esto. Le
falta el fuego, la locura...”.
“No es un problema de Gonna. Es generacional”.
“Ya sé. Ya sé que yo soy un dinosaurio, que pertenezco a una
raza que desaparece. Por eso no entiendo por qué vos no aprove-
chás mejor tus posibilidades. Aunque te llevo más de veinte años,
vos estás más de mi lado que del de las generaciones boludas que
te siguen...”.
La Bestia, a su manera, me tiene lástima. Su teoría es
que yo tengo casi tanto talento como él, y por lo tanto es
inexplicable que a esta altura no posea —como él a mi
edad— una empresa propia, una casona en las afueras y
otra en la costa, y maravillas por el estilo. Algo falla en
mí. Aunque sea a mí a quien su hijo habla sobre las expe-
riencias con ayahuasca.
32
argucia y corrupción (menos Ley) hay. Ludo es todo espíri-
tu. Sus ponencias han impulsado más jurisprudencia que
todos los jueces y abogados de Buenos Aires juntos. De he-
cho, sienta jurisprudencia casi en cada caso que defiende. Es
un creativo, hace un arte de su sucio oficio. “Hay que reco-
rrer siempre los caminos que nadie recorre”, decía Perón.
“Presidente Perón, hacenos unos juguitos de naranja, y traé
cenicero para este vicioso”.
Presidente Perón es un robot. Ludo se casó con una
mujer y tuvo hijos y amantes, luego se casó con un hom-
bre y no tuvo hijos pero sí amantes, luego tuvo sólo aman-
tes, y finalmente no tuvo más nada. Ninguna de las fór-
mulas le resultó satisfactoria. Hasta que Presidente Perón
llegó a su vida. “Tarde, podría pensarse”, me explicó una
vez, “pero no es así: tenía que vivir todo lo que viví para
poder apreciar esto”.
“Esto”: así se refiere siempre a Presidente Perón. Que
ni una gota de personalización contamine lo perfecto.
“Bueno, contame... Aunque tendrías que haberme llamado
para la declaración policial... En fin, dale...”.
“Esperá, Ludo... Un segundo...”.
Ve venir a Presidente Perón, vuelve a mirarme, y
resopla.
“¿Nunca te vas a cansar de repetir esa pelotudez?”.
“Nunca”.
Porque conocer a Presidente Perón me brindó tam-
bién a mí una satisfacción particular. Cada vez que repeti-
mos el gag es para mí como la primera.
“Presidente Perón, necesito que me des una mano...”.
Y Presidente Perón gira su muñeca con un “clac”, des-
conecta los slots y me da, literalmente, una de sus manos.
Y con la mano del robot en mi mano, me descompon-
go de risa y las lágrimas empapan mi cara mientras Ludo
me mira, suspira y niega con la cabeza, hundiéndose can-
sado en ese sillón inflable con la forma de un gran culo gor-
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 33
33
do y color beige que siempre me recordó el enorme culo en
primer plano de “La crucifixión de Pedro” de Caravaggio.
“No puedo creerlo...”, bufa Ludo.
¿Por qué no? Yo no tendría más de 7 u 8 años cuando vi
por primera vez en la tele a Max y Hymie haciendo este gag
en “Get Smart”. Ahora, cada vez que veo ese capítulo en el ca-
ble (¿cuántas veces habrá sucedido ya?, ¿70, 120...?), Maxwell
Smart se vuelve hacia la pantalla y mirándome fijo me dice:
“No me digas que tú también tienes un robot con el cual ha-
cer el gag de la mano...”.
“Sí, Max. Lo tengo. Se llama Presidente Perón”.
“Te pedí que no me lo dijeras...”.
34
“¿Me prometés que me llamás ante cualquier cosa que suce-
da, o que necesites, o...?”.
“Sí, sí...”.
“Bueno... Cuidate... Espero que nada se complique, ya sa-
bés, avisame enseguida...”.
Antes de siete. Uno, dos, tres, cuatro, cinco...
“Te quiero... Y... bueno, me hubiera gustado que necesitaras
algo de mí en este momento. Igual lo entiendo. Bueno... chau”.
Sí. Claro que necesito algo de vos en este momento.
Necesito desesperadamente el Glenlivet. Pero, ¿cómo hago
para decir “Bueno, venite, dale, y... de paso... traé la bote-
llita, ¿viste?, la que te llevaste ayer...”? ¿Cómo hago, sin
que eso me cueste la poca tranquilidad que puedo rescatar
todavía para este día absurdo?
No, Andrea: ni por teléfono, ni por satélite, ni por te-
lepatía ni transubstanciación molecular ni magia druida
ni coerción divina. La vida no tiene remedio.
35
las contadas personas con las que Esteban puede compar-
tir un rato hablando casi normalmente. En algún punto
sus locuras se tocan, y esa coincidencia indescifrable pro-
duce la ilusión de normalidad.
“Ustedes se dan cuenta de que son los únicos dos en el bar que
creen que no se nota que están escuchando, ¿no?”.
“Shh...”.
Pero en realidad oigo a las dos de la mesa de atrás y sé
que en tres minutos voy a pedirle a Esteban que me mate
(porque nunca me rebajaré a morir de aburrimiento).
Las dos están alrededor de los 30 años. Una emite mo-
nosílabos afectivos mientras la otra le cuenta muy entu-
siasmada acerca de su “relación” (bueno, todos sabemos
que en estos tiempos nadie tiene un amor; sólo alcanza pa-
ra una “relación”, como mucho una “pareja”).
“Ay, sí”, dice ella, “conmigo él es re-divertido, me gasta
todo el tiempo... En cambio con la gente no, es re-serio. Pero
eso sí: es muy respetuoso de mis cosas...”.
Más allá de que la frase en sí no significa nada, ¿qué
supone ella que está diciendo? ¿Para qué respetar? En fin,
todas las culturas originarias respetan a los muertos...
Pero en la relación ella encuentra también aventura,
no vayas a creer...
“Ay, él tiene cosas que...”. Se detiene, suspira y sigue.
“No sé... De repente, se me aparece con su hija para que me sa-
lude en Navidad...”.
La emoción está a punto de desatar en mí un síndro-
me vertiginoso. Pero me salva una frase dicha en voz alta
que desvía mi atención hacia otra mesa, donde hay una pa-
reja. Todo el bar se da vuelta a mirar.
“¡No, ella no es mejor, ni siquiera es lo mismo que vos! ¿No
te das cuenta que a vos te amo?”, le dice el tipo, y debo estar
loco porque me parece que los ojos de ella se humedecen
de pronto.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 36
36
Increíble: esa diferenciación imbécil entre “te quiero”
y “te amo”, esa categorización idiota, aún funciona y logra
justificar unos cuernos...
Cuando estoy por volver a acomodarme me cruzo con
la mirada de la chica del novio respetuoso, y sus ojos me
sonríen compartiendo lo universal del amor que nos arro-
pa en su pelota energética, ese amor del que obviamente
todos participamos y nos hace mejores desde lo humano,
¿no?
Qué poca profundidad en lo que sienten. Un par de
palabras vacías (“respetuoso”, “te amo”, “re-divertido”) y
ya reservan el salón del Cielo para la fiesta.
“¿Sabés qué, Matilda?: en general, me cuesta entender por
qué las mujeres se interesan en los hombres. Casi a cada paso me
encuentro preguntándome ‘¿Qué hace esa mina con ese tara-
do?’. Aún cuando se trate de mí”.
“La Naturaleza tampoco nos dio muchas opciones...”.
“Es cierto. Pero... cuando las oigo hablar entre ustedes... to-
do se me complica aún más. Porque entonces tampoco entiendo por
qué los hombres adoran a las mujeres”.
“¿Vos no tenías que escribir?”, dice seca Matilda. “Se-
guí escribiendo”.
Sonrisa demente de Esteban, y corte.
37
“Eso creo”.
“Bueno, pero haceme un cafecito...”.
Con María el mundo es mejor. Nada es serio, todo es
profundo. No hay reclamos ni reproches ni respuestas
amargas. No hay por qué hablar si no hay de qué hablar.
Todo se puede entender, nada queda fuera de las posibili-
dades, aún cuando no haya palabras para nombrarlo. Die
welt ist alles, was der Fall ist2. Empezando por esa frase, co-
mo hizo Wittgenstein, el camino te llevará naturalmente a
la frase final: Wovon man nicht sprechen kann, darüber muß
man schweigen3.
Y eso es todo. María lo comprende sin necesidad de fi-
losofía. Su camino es ya muy largo y fue muy denso. Ella
no lo sabe, pero con los años devino en un ser esencial. No
quedó de su ser más que el ser. Todo lo demás fue descas-
carado y barrido a zarpazos de tormenta por el monstruo
invisible de los días. Y ella, intuitiva y felizmente, no se
resistió a la brutal depuración.
Cuando le sirvo el café me sonríe con esa recatada ter-
nura como de mujer que mira a un hijo que no sabe que
ella es su madre.
“Una vez más nuestra vieja costumbre, ¿eh, nene? Las mu-
jeres van, las mujeres vienen, los hombres pasan... y al final
siempre quedamos vos y yo, cuando todos se fueron, tomando un
café...”.
“Bendita seas por ello, Santa María Madre de Nadie”.
“La única forma de cortar esto sería casarnos, ¿no? Porque
entonces cuando nos separemos no vamos a hacernos el aguante
uno al otro con el café...”.
“¿Vos estás segura?”.
La risa de María no hace pensar en campanillas feng-
shui. Más bien se parece a la tos de un viejo bucanero re-
38
botando con ecos sordos en la madera mineral de un mue-
lle abandonado. Una risa para amar y para llorar.
Parece increíble que hayan pasado tantos años desde
que oí por primera vez esa risa. María tenía 30 años, yo
apenas 18. Pero si pasaron ya tantos años de compartir ca-
fé es porque supimos detenernos a tiempo.
39
Y así miramos la tele, quizá por dos horas, quizá más.
Casi sin movernos, salvo alguna acomodadita ocasional.
Cada tanto sentía que la cosa se me desinflaba, pero no ha-
cíamos nada por ello. Momentos después la sentíamos vol-
ver a hincharse, y María se movía un poquito para lograr
un buen calce. Cada tanto algo latía durante unos segun-
dos allí dentro, en lo profundo de esa comunión extrema.
Y sólo se oía el inconexo murmullo de la tele.
Ni asomo de telaraña alguna. Ni asomo de dolor. Bál-
samo, cura, descanso. Nada podía sentirse más puro, despo-
jado y honesto.
Y mediante nuestro tantra de barrio nos sumergimos
juntos —esa fue la primera y también la última vez— en
un espacio llano y hospitalario en el que no era necesario
trepar con esfuerzo ninguna escarpada montaña con la vis-
ta fija en el cielo inalcanzable para así no ver lo que en la
escalada iba derrumbándose detrás. No, nada de derrum-
be, ascenso o esfuerzo. Estábamos como en un mágico jar-
dín, o mejor dicho —¿para qué buscar metáforas?— está-
bamos en la cocina.
En la cocina todo queda cerca y nada exige esfuerzo
alguno. Se puede estar desnudo o vestido, porque no hay
nada para demostrar a nadie. No hay compromisos de
ninguna clase, y ninguna acción implica nada. En la co-
cina, con todo a mano, uno puede ser libre de verdad. El
ser, el hacer y el estar son, en la cocina, una y la misma
cosa. Una indivisible trinidad armónica que empieza y
termina en sí misma. Todo lo demás es mundo, living y
soledad.
40
“A mí no quieras hacerme caer en el truco de mostrarte como
culpable de todo. Te conozco demasiado, nene”.
“Bueno, María, es que no tengo ganas de practicar la au-
topsia forense de un amor cadáver. Eso es aburrido, porque de en-
trada sabés que fue asesinato y quiénes son los culpables”.
“Y entonces hacés parecer que vos tenés la culpa de todo, así
no te discuten...”.
“Es que el problema de la culpa es lo único por lo que las per-
sonas discuten. Si se lo sacás de encima, se acabó toda discusión,
enseguida se quedan tranquilas. Y a mí me da lo mismo cargar
con todo porque en el fondo no me importa nada, así que...”.
“No es que no te importe: es que sabés que las personas nun-
ca hablan de lo que realmente habría que hablar”.
María sí sabe cuándo y de qué hablar, y también cuán-
do callar e irse. Cuando la despido en la puerta, llega Ludo.
“Saliste de tu castillo rococó para venir hasta mi casa a las
once de la noche. ¿Es mejor que empiece a preocuparme?”.
“No todavía...”.
“¿Y cuándo?”.
“En realidad, se supone que no habrá motivo de preocupa-
ción. Pero como recién empiezan con la instrucción del caso y las
investigaciones, por ahora hay que mantenerse atentos a todo el
procedimiento”.
“Pero entonces, ¿me van a investigar, Ludo?”.
“¿Y a vos qué te parece? De momento, la presencia de uste-
des en la escena del crimen es lo único que tienen. Pero el abogado
de Federico manejó bien las cosas. Estuvo bien en hacerlos presen-
tar inmediatamente. De hecho, impulsar la investigación policial
es la forma de salirse rápido de esto. Cuando antes los descarten a
ustedes dos, mejor. Ahora bien...”.
Que Ludo baje la voz estando los dos solos y encerra-
dos aquí es un tanto inquietante.
“¿‘Ahora bien’, qué?”.
“Mirá, esto le va a traer dolor de cabeza a la policía. Ellos
prefieren resoluciones rápidas, y por lo que vi no es el caso. No hay,
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 41
41
en las pericias iniciales, indicios concretos. La mataron con un cu-
chillo Tramontina que tomaron de la cocina, pero es evidente que
usaron guantes. Es decir que hay indicios de que hubo premedita-
ción y a la vez de que no la hubo. Es un comienzo que pone ner-
vioso a cualquier policía. Ellos necesitan mostrar resultados rápi-
dos, aunque después los vayan cambiando con la aparición de
nuevas pistas”.
“¿Y yo qué tengo que ver con eso? Como dijiste, cuanto an-
tes me investiguen más rápido me van a descartar...”.
“Sí. Es así. Pero para eso no hay que mostrar absolutamen-
te nada que dé lugar a sospecha, por insustancial que sea”.
“¿Y a mí qué pueden encontrarme que...?”.
“Posesión de metáfora. No llegarían finalmente a nada, pe-
ro podrían embarrarte un poco al principio”.
Ludo abre la puerta para irse y me pone una mano en el
hombro.
“Deshacete de ella. Al menos por un tiempo”.
“¿Me pueden acusar de posesión de metáfora?”.
“La cana sólo necesita llenar sumarios, así sea con burradas.
Haceme caso. A la larga no pasaría nada, pero te podrían inco-
modar y joder con planteos e interrogatorios innecesarios. A ellos
cualquier pelotudez les viene bien...”.
Cuando sale, me quedo parado ahí, mirando la puerta,
como si no me animara a darme vuelta. La voz llega a mí
casi enseguida.
“¿Qué vas a hacer?”.
Suspiro cansado, pero no contesto.
“¿Te vas a deshacer de mí, como te aconsejó ese gordo marica?”.
No contesto.
“No puedo creerlo... ¡Lo estás pensando!”.
“La policía no podría entenderte. Jamás. Y lo que no se en-
tiende es sinónimo de sospechoso. Ludo no está tan errado...”.
“No... No puedo... no quiero creerlo. ¡Al final sos más con-
vencional y cagón que cualquier persona común de esas que criti-
cás tanto!”.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 42
42
“Sólo digo que si miramos desde la perspectiva de ellos...”.
“¡Ah, pero qué conciliador y democrático te volvés cuando te
conviene! ¡De repente hay que tomar en cuenta la opinión poli-
cial! ¡De repente te ataca la vocación de diálogo! ¡Qué mama-
rracho! ¡Al final, sos un outsider de entrecasa!”.
“¡Bueno, pará un poco! ¡Imaginate que cae la cana acá!:
‘Disculpe, señor, pero... ¿qué es ese revolotear que se siente por el li-
ving, de la guitarra al DVD y de ahí al piano?’. ‘Oh, nada, se-
ñor policía, nada... Es una metáfora, sólo eso... Pero inofensiva,
¿eh? Una metáfora simple, sin demasiadas pretensiones, en serio...’.
‘Entiendo, señor, muy bien... Marche preso...’. ¡Dejame de joder!”.
“En otra época te hubiera enorgullecido ir preso por algo así...”.
“Está bien, basta. No te tengo acá para que me critiques.
Para eso ya está el resto del mundo”.
Nos callamos. Si no fuera imposible, diría que escu-
cho su respiración, con una agitación de protesta. Pero no.
De todos modos me vuelvo como haciendo de cuenta que
la miro. Un momento después me tiro en el sillón y pren-
do un cigarrillo. Hago lo que nunca: dos pitadas y lo apa-
go. Y vuelvo a oírla:
“No te pude decir nada hasta ahora, pero... lamento lo de
Andrea”.
Sonrío con conciliadora ironía.
“No vamos a empezar a discutir otra vez, ¿no?”.
Y entonces oigo su risa.
43
“Mirá, llegó Claudio...”.
En realidad supongo que por eso vine. Siempre, en al-
gún momento de la noche, llega Claudio. Aunque es herma-
no mellizo de Jorge, apenas si nos vemos una o dos veces al
año. Una vez me dijo:
“Vos y yo siempre estuvimos parados sobre una piedrita en me-
dio del mar, y de repente yo digo ‘Hasta luego’ y me zambullo ha-
cia un lado, y vos te tirás para el otro. Y nadamos, y pasa el tiem-
po, y una noche estamos de vuelta los dos sobre la misma piedra y
nos saludamos sin ningún reproche. ¿Qué mierda le pasa a la gen-
te, que está siempre reclamando cosas?”.
Ahora se sienta a mi lado, y Benny nos alcanza la bo-
tella de vino rosado.
“Vengo de cenar con mi ex...”.
“¿Y cuál es tu siguiente actividad? ¿Ofrecerte como escudo
humano en el próximo país que los yanquis invadan?”.
“Bueno, así quedé, después de esa puta cena... Ella sonreía to-
do el tiempo, me hacía sentir que todo le caía bien... Ok, me dije, da
para ponerse coqueto... Es más: después del postre se pidió ese horri-
ble whisky de centeno que nunca entendí cómo puede gustarle, y yo
la acompañé con uno doble...”.
“Mh. Hasta ahí todo bien”.
“Ahí me dijo que sabía que yo iba a apoyarla, incluso a
ayudarla”.
“Ah. Ahí empieza el problema”.
“Descubrió que ahora es lesbiana. Ahí supe que se había pe-
dido ese whisky sólo para joderme. El motivo de la cena, enton-
ces, era que yo la acompañara en esta ‘nueva etapa’...”.
“¿Y qué le dijiste?”.
“Nada. Me mandé el doble de centeno de un solo trago, a la
salud de las lesbianas del universo”.
Lesbiana. Una maravilla. A mí sería la mejor noticia
que podría darme una mujer que me deja.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 44
44
“Estás borracho...”.
“Borracho no, pero si un esquimal me dirige la palabra en
su lengua ancestral, me siento capaz de contestarle...”.
“Está bien, igual no llamé para criticarte. Quería descom-
primir un poco las cosas, y...”.
“¿A las tres y media de la mañana, Andrea?”.
“Evidentemente recién llegaste, así que...”.
“¿María ya te devolvió tu cepillo dental?”.
“Sí, pero... ¿a qué viene esa estupidez en este momento?”.
Ah. Claro. Es cierto, nunca supe ubicar la estupidez
en el momento correcto. Como si pensara que nunca es
momento para la estupidez.
“Está bien, olvidate. Otro tema: ¿habrá alguna posibilidad
de que veas si en tu bolso no quedó esa botella de Glenlivet, te acor-
dás, la que habíamos comprado aquella vez en el free shop?”.
“P-pero... ¿por... por qué me hablás de cosas absurdas, con
ese tono casi... de desprecio? ¿De qué... de qué querés vengarte?”.
Venía el monólogo. Pero por suerte su voz se quiebra
un momento y puedo meter mi bocadillo.
“¿No mencionaste algo sobre descomprimir?”.
“Sí... sí...”.
“Otras veces lo hiciste antes, y siempre lo relacionaste con sin-
cerarse, para así bajar la presión, aflojarse...”.
“(casi inaudible) Sí...”.
“Bueno, sinceramente la del whisky es una ausencia que
me pesó mucho estas últimas dos noches...”.
Un segundo, o dos.
“¡Pedazo de hijo de puta, perverso, insensible de mierda...!”.
A la tercera definición sobre mí me asiste el derecho
de cortar, ¿verdad? Eso hago. Bueno, fue algo duro, espe-
ro que para bien de los dos. Al menos de uno.
45
galaxias, todo. Dejarse asesinar dulcemente, como si la gran
madre universal te apoyara un almohadón cuántico sobre el
rostro y lo apretara con una sonrisa amorosa, ahogarse sin an-
gustia en algodones violetas, dejarse ir. Flotando hacia aba-
jo, descendiendo sobre la caparazón de las nubes, penetran-
do lento, muy lento, en ese espacio fresco, en el patio trasero
del tiempo donde nadie está muerto y los helicópteros me-
cánicos de la infancia pueden elevarse sobre las baldosas,
donde, danzando codo a codo un esplendente y restallante
Wonderland’s Cake-Walk, conviven para siempre Karadagián
y el chicle-tatuaje, Batman y la tía Carmela, Drácula y Pepe
Biondi, la Zorra y el Cuervo, Fantômas y el Parque Chaca-
buco, el pasillo y el Príncipe Valiente, Víctor Martínez y Pe-
dro Goyena, la guitarra y la casa del abuelo, Verne y Ben-
Hur, Buffalo Bill, el Caballero Rojo, el tío Norberto, Emma
Peel, Chaplin, los Tres Chiflados, la Enciclopedia Vox, Max-
well Smart, el último de los mohicanos, el General Custer,
Patoruzú, los Picapiedras, Ferrocarril Oeste, Dennis Martin,
la murga, Rattin, la Zamba del Guitarrero, Fu-Man-Chú, el
baldío de Hortiguera, Nippur de Lagash, Ringo Wood, Bo-
navena, Isidoro, el Fantasma de la Ópera, el loco Gatti, el
azúcar suelta, Antón Pirulero, la pizza de García, Jackaroe,
el barrilete y el timbre. Timbre. ¿Timbre? Timbre.
¿Timbre? ¡¿Quién mierda está tocando el timbre?!
Mfs, fush, jaum... A ver... ¿Las nueve de la mañana?
Piedad. Mátenme.
“No me mates, loco. Se me cerró la puerta del departamento, y
como verás quedé del lado equivocado. ¿Puedo saltar por el patie-
cito de atrás?”.
“Majo, la puta que te parió...”.
“Gracias, loco. Permiso”.
Cuando llegué a las tres y media de la mañana había
música y voces en ebullición en su departamento. ¿Cómo
puede estar brillando con tanta energía a las nueve? La
sonrisa estridente, los ojitos bailoteando como dos cucara-
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 46
46
chas borrachas con curaçao, el reflejo cegador de las me-
chas violetas y amarillas de su pelo...
Bueno, al menos está también el culito sin bombacha
como un bajorrelieve etrusco latente contra la delgada te-
la de bambula del pantalón que no aprieta demasiado, a la
altura de mis ojos cuando sube a la silla para saltar la pe-
queña pared divisoria entre su departamento y el mío. Es-
tá bien, todo está perdonado.
“¿Te parece divertido que ande saltando paredes por tu cul-
pa?”, tintinea su voz desde el otro lado de la pared. No ha-
bla conmigo. “Encima que tengo que salir a buscarte al palier
porque te escapás en cuanto abro la puerta, después entrás corrien-
do antes de que se cierre, sin que te importe que yo quede afuera.
Qué, ¿encima te reís?”.
Habla con su gato. A los 23 años, ya habla con su ga-
to. Está veinte años adelantada. Esto demuestra que las
vanguardias no tienen nada de loables en sí mismas.
“Adso de Melk te pide disculpas por la molestia...”. Ahora
sí me habla a mí. Adso de Melk es el gato, por supuesto.
Majo estudia Letras.
Hay quienes se apoyan contra un muro milenario para
hablar con Dios. Yo me apoyo apenas en esta pared bajita
y mohosa, y escucho a Majo hablarme desde el otro lado
mientras la imagino en cuclillas acariciando a Adso de
Melk (una posición interesante para el culito de bambula).
“Che, loco, ehm... esa mujer ya no está con vos, ¿no?”.
47
“Bueno, le limpio los dientes a Adso de Melk y voy a tomar
un café con vos, ¿está bien?”.
El departamento de Majo y el mío son los únicos de la
planta baja. Es sólo un detalle, no un postulado de la pre-
destinación y lo inevitable de ciertos sucesos.
48
Que los dioses echen sus Harley-Davidson sobre tu
miserable humanidad, Federico... Yo después te organizo
una lectura en homenaje.
49
“Hablan todo el tiempo. Espero que sepan lo que hacen, ¿eh?
Parece que arreglaron que vos y yo nos presentemos a declarar de
nuevo el lunes”.
“¿La cana nos va a citar?”.
“No, es en el juzgado. Pero nadie nos cita: nos presentamos
espontáneamente. Para demostrar nuestra buena voluntad, su-
pongo. Nuestro espíritu de colaboración...”.
Esta vez no lo puedo evitar.
“Nunca me gustó la idea de ser colaboracionista... en nin-
gún aspecto de la vida”.
“Qué filoso, che. Cortás el aire con las palabras, ¿eh?”. Se
vuelve hacia Majo dedicándole su sonrisa de entrevista te-
levisiva. “Traducción: me compara con los colaboracionistas, los
que en tiempos de guerra colaboraban con el ejército enemigo que
había invadido su país. Yo sería colaboracionista porque escribo
para una multinacional”. Los rombos vuelven a girar hacia
mí. “Es eso, ¿verdad, che?”.
“Te lo regalo. Podés usarlo en tu próximo libro”.
“No me pelees. Mirá si terminamos condenados y compar-
tiendo la misma celda...”.
Eso no estaría mal, Federico. Quizá volvería a quererte.
Ya no podrías modelar tu barbita cada mañana, se acabarían
Kenzo y Armani, no habrían más Harley ni cocteles, ni pa-
neles televisivos sobre nuevas tendencias o sexualidad alter-
nativa. Quizá volverías a humanizarte. No, no estaría nada
mal esa celda. Me siento tentado a confesar que degollamos
a esa infeliz. Por los buenos viejos tiempos, Federico...
¿Qué...? No, maldito demonio, no me susurres eso...
Ya sé que la otra posibilidad es acusar sólo a Federico, y
luego ir a visitarlo a la cárcel para disfrutar de su renova-
da humanización, pero... En fin, habría que pensarlo.
50
sale el micro para Rosario. Qué miserable canoa con rue-
das. No hace mucho, a mediados de los ’90, cualquier mi-
cro de larga distancia era una especie de living de prostí-
bulo rodante, pero no estaba mal. Pana roja o azul en los
asientos, iluminación cálida, perfumes dulces y penetran-
tes hasta la náusea, la disponibilidad permanente del
whisky y de la sonrisa de la asistente de viaje, el ronronear
adormecedor de la máquina lanzada a toda velocidad sobre
la suave perfección de su cuidada mecánica. Pero después
llegó el nuevo milenio y el viejo país de siempre, y con ale-
gría suicida nos zambullimos en el deterioro a chapotear
como estúpidas focas felices. Esto es lo nuestro: el desper-
dicio constante, la gloria siempre pasada y el imposible pa-
ís que eternamente está por venir.
En Buenos Aires hay un sentido de la creatividad to-
talmente pervertido. La perversión consiste en procurar
que todo esté siempre mal, y a partir de ahí renacer. Si al-
go comienza a salir bien, inmediatamente se empieza a
conspirar hasta que aborte, y a menudo el principal inte-
resado es quien se pone a la cabeza de la conspiración.
Una vez saboteado y desperdiciado todo el emprendi-
miento —sea cual fuere—, y cumplido el tiempo de re-
godearse en la queja y el llanto resentido por todo lo
mierda que es este país y sus gobernantes, nos lanzamos
a inventar lo que muy pronto sabotearemos, y así... Esta
es nuestra perversión eidética, la que transforma los mi-
cros de pana en tristes canoas rodantes con olor a culo (en
especial los días de calor, porque el último aire acondicio-
nado dejó de funcionar en 1999).
Diez y media de la mañana. Majo debe estar termi-
nando de preparar café, Federico debe estar por tocarle el
timbre. No sé por qué me decepciono. Como si hubiera
esperado algo de alguien de la generación de Majo, educa-
da en escuelas y universidades que llevan veinte años de
chapotear en el miasma estúpido-progresista revoluciorreaccio-
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 51
51
nario, donde todo es igual y lo que no, es hecho a un cos-
tado, y si reincide es echado al tanque de ácido vitriólico
socialdemócrata para que no queden rastros. (Lo alentador
es que los nazis hacían lo mismo y aún así no ganaron; to-
do lo más, lograron que se pierdan un par de generacio-
nes, lo que equivale a un pedito al aire libre en los cam-
pos de pastoreo de Dios).
En fin, todo el montaje de diseño que Federico sostie-
ne puede servir para entrevistas televisivas o acostarse con
estudiantes de Letras (lo cual se logra también sin tanto
maquillaje, y yo mismo soy la prueba), pero no le alcanza
para que un grupo de fans de los comics lo invite a comer
un asado en Rosario. Eso es demasiado popular para Fede,
pobrecito.
En la terminal de micros de Rosario, el líder del gru-
po de fans me está esperando desde las diez de la mañana.
“Como no sabía si venías en este micro o en el anterior, apro-
veché para charlar con un chico que tiene un localito de revistas
viejas acá en la terminal. Mirá lo que encontré...”.
Una historia mía en una revista del ’92. En fin, hice
cosas peores en mi vida y no me arrepentí, así que...
Salimos de la estación y aparece una camioneta negra
con rayos amarillos y lenguas de fuego rojas pintados en
ambos costados. Hay quienes hacen cosas aún peores que yo
en la vida. El gigante que conduce viste de azul eléctrico y
lleva el pelo y la barba teñidos de un amarillo fosforescen-
te. Los colores de Rosario Central, claro. Al que todos aquí
llaman sólo “Central”, como remarcando que sería redun-
dante mencionar el nombre de la ciudad, como si ambas pa-
labras fueran sinónimos, como si no existiera “el otro” equi-
po de fútbol rosarino. Al enemigo no hay que respetarlo,
simplemente se lo anula. Me gusta esta ciudad, me gusta
esta gente...
La camioneta en llamas nos traslada adonde otros
miembros del grupo están preparando el asado. El lugar
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 52
52
no podía ser más acogedor: un tugurio de rocanrol reple-
to de testimonios y vestigios de la noche anterior —vasos
con restos de cerveza donde flota algún canuto de porro,
una púa Gibson rajada al medio sobre el mostrador, algún
papelito descartado, el olor rancio y húmedo a humo vie-
jo, sudor y alcohol eructado. Todo un refugio, con su si-
lencio cansado de iglesia en tiempos de guerra. O mejor
aún, porque en tiempos de guerra al menos se pelea (por
la vida, digo, no por ninguna causa), mientras que en es-
tos tiempos...
Pasamos hacia la parte trasera, donde entre pilas de
carcomidos cajones de cerveza se alza un alero bajo el que
incrustaron en la pared una larga parrilla. Unos metros
más allá se abre un inmenso patio de baldosas rotas entre
las que surgen un par de troncos de árboles frutales. Allí
esperan unos cuantos más.
En la última media hora el cielo se anegó con protube-
rancias sombrías encastradas caóticamente en una inmovili-
dad latente y presagiosa. Parece que viéramos desde abajo
un gigantesco tacho de basura donde se acumulan algodo-
nes embebidos en el fluido negro, viscoso y emponzoñado
que un ginecólogo tetradimensional va limpiando de la en-
trepierna de una criatura cósmica primordial que acaba de
abortar.
Son casi las dos de la tarde. Con el tercer vaso de vino y
la primera rodaja de morcilla, el cielo revienta como una
gran bolsa de cocaína en el intestino de un “camello” de
Dios.
El agua estrepitosa nos apiña bajo el alero, el viento
exalta las brasas y la parrilla se parece por momentos a un
baile de graduación de meteoritos. El vino se pone calien-
te, la carne del asado sangra, y si tenés ganas podés creer
en el paraíso. Si esto fuera la ceremonia de entrega del
Premio Cervantes no te mojarías los pies, pero estarías
agarrotado de hastío y encima tendrías que dar un discur-
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 53
53
so. Quizá Federico preferiría eso, pero sólo porque no tie-
ne elección: esta clase de comunión con personas reales
que aman en forma real —no intelectual— las historias
que uno cuenta, y se conectan con ellas en el mismo pun-
to —no el intelecto— en que estaba uno cuando las es-
cribió, a él le está vedada. (Dos y media de la tarde, ¿Ma-
jo se la estará chupando?).
Pero en lo que a mí respecta, ¿qué poder de seducción,
qué chance puede tener la más elogiosa exégesis literario-
filosófica de mi obra comparada con este amor de vino tin-
to y morcilla, cara a cara, mientras la lluvia arrecia y a pe-
sar de ello nos llega un rugido de gol desde el estadio de
Central, donde los muchachos parecen estar haciendo muy
bien su trabajo? No way, Barthes.
54
inminente atentado suicida que volará la estación, musul-
manes aceitunados que miran de reojo al rastafari y el ma-
rroquí como si estos hubieran adivinado que ellos —para
mayor gloria de Alá— llevan en sus bolsillos y en efectivo
las decenas de miles de euros que les reportó su último ne-
gocio romano, cámaras fotográficas con sus japoneses ado-
sados, italianos con sus celulares, africanos con su hambre
irreparable, asiáticos en piel y huesos y asiáticas en pieles
de visón, pordioseros que olvidaron su lugar de origen y a
veces hasta su propio nombre...
Salí de Termini para el lado de la Piazza dei Cinque-
cento, y llegué hasta la sucia Piazza Independenza. Una
docena de mendigos hacía campamento junto a los bancos
del pequeño círculo central, desplegando su caótico equi-
paje de inutilidades imprescindibles —bolsas, atados de
periódicos, cartones, harapos, restos de envases plásti-
cos...—, bebiendo y hablando con frases espaciadas e in-
conexas. Como en cualquier grupo similar de cualquier
parte del mundo, cada tanto se producía algún enfrenta-
miento feroz entre un par de ellos, que se rugían con vo-
ces quebradas e inentendibles durante veinte segundos y
luego seguían bebiendo como si nada. En fin, el lugar ide-
al para mi festín de despedida.
(Siempre uso ese truco, antes de volver de Europa a
Buenos Aires: caminar un rato por la parte más sórdida del
lugar donde esté, para así aclimatarme un poco y tomar
fuerza para emprender el regreso. No podés salir de allá si
la última imagen que retuvieron tus ojos fue Siena, Bally-
ferriter o St. Malo, y caer de pronto en este lugar burdo,
grosero y deprimente. La impresión podría matarte).
Terminé el banquete y todavía me quedaba más de una
hora antes de tomarme el metro a Tiburtina y de ahí el tren
al aeropuerto. Los mendigos también habían acabado su al-
muerzo y disfrutaban del sol y de lo que quedaba de vino.
Un par de ellos se echó a dormir. Otro se acomodó sobre
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 55
55
un bulto indefinible y se puso a leer un librito de historie-
tas, un “Diabolik”. Eso me recordó que le debía a mi edi-
tor italiano un guión de mi propio personaje, así que en-
cendí un Winston, saqué mi cuaderno y me puse a escribir.
Y entonces vi venir desde el lado de Termini a un lin-
yera que mendigaba siempre por la salida de via Marsala,
un borrachín que parecía Charlie Manson a los 93 aunque
no tendría más de 50. Cruzaba la via Magenta hacia la
Piazza, y así, caminando, venía leyendo un librito de mi
personaje.
Seguí escribiendo lo que Charlie Manson iba a leer seis
o siete meses después. Nada, ni siquiera el premio Nobel,
me podría haber hecho sentir más orgulloso. Charlie, el
mendigo de Termini, se había gastado 2 euros en mí.
Habiendo conocido la gloria en vida, desde ese mo-
mento ya podía dedicarme a escribir sólo para mí.
56
Habla un momento con el chico de la puerta, que
asiente y señala hacia adentro. Laura, que aparentemen-
te me cree un muñeco de gomaespuma, me toma una
mano y me arrastra entre la muchedumbre compacta e
impenetrable. Luego de contraerme y expandirme una
docena de veces para amoldarme a los ínfimos huecos
humanos por los que debo filtrarme en camino al centro
del pub, llegamos a una mesa en la que increíblemente
hay una sola persona, lo que la convierte en un claro de
luna aireado y luminoso en medio del bosque incandes-
cente de torsos, piernas, tetas, culos y cabezas encajados
incoherentemente unos contra otros como en un boceto
cubista.
El asunto es que la única persona en la pequeña mesi-
ta redonda es una anciana que bebe agua. Me recuerda a
un pájaro que tenía mi abuela cuando yo era chico, un car-
denal con la mollera calva y el resto de las plumas de la ca-
beza disparadas hacia abajo y hacia afuera como los despo-
jos de una escoba largamente maltratada. También la
expresión de la vieja tiene algo de aquel cardenal, en espe-
cial en el pico.
Cuando nos sentamos ni siquiera nos mira. A unos
cuantos metros distingo a una camarera y le pido una piz-
za por señas. Aunque es claro que la única forma de que
esa pizza llegue a la mesa es que me la arroje desde la ba-
rra como un frisbee.
Laura parece empeñada en demostrar su inmateriali-
dad, porque al minuto de sentarse me dice que va al baño.
La pierdo de vista apenas se levanta, y acá estoy en el cla-
ro de luna solo con la vieja.
“It’s jokes time!”. Con esa frase absurda e imperdona-
ble, sube al escenario un dúo de humoristas.
“Son buenísimos”, decreta la vieja sin mirarme. Nunca
podrían serlo si se presentan con esa frase, pero no pienso
debatir con ella.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 57
57
Craso error. Quizá un monosílabo de respuesta de mi
parte la hubiera conformado. Pero no. De repente las es-
cobas giran y me encuentro con el rostro del pájaro apun-
tando directamente al mío.
“Me vine un rato para acá porque una de mis gatas encon-
tró un feto en el jardín de adelante, así que para qué iba a que-
darme en casa... Vino la policía... Y acá se está bien. Me gusta
la juventud...”.
Y sobre “juventud” entra a cuadro Laura con una bo-
tella de vino blanco en un balde de hielo. OK, así son las
cosas. Relajate y disfrutá.
Ahora hay una banda lanzada a improvisaciones psico-
délicas, que suena deliciosamente arcaica. Ahora estamos
en 1968, y las piernas, torsos, culos, tetas y cabezas termi-
nan de fundirse en un solo ser compacto y sudoroso que se
balancea suavemente al conjuro del flanger del bajo. Laura
perdió una mano pero consiguió en su lugar una aguaviva
gigante, una Chrysaora lactea pero del orden de los helíci-
dos, que avanza hacia mi entrepierna dejando un rastro de
baba espumosa en el pantalón. En la segunda botella el vi-
no se volvió verde traslúcido, y uno de los ojos de la vieja
aprovechó un estornudo para salirse delicadamente (el casi
inaudible “plop!” fue también con flanger) y alcanzar en tres
o cuatro rebotes esponjosos el colchón de ceniza del latoso
cenicero de Cinzano, donde, de haber tenido párpado, se
hubiera dormido feliz.
Todo se vuelve amarillo (excepto el vino verde). La
banda está congelada, inmóvil, pero la música sigue en-
volviéndolo todo. Baja del techo y se extiende desde las
paredes como cientos de delgadas toallas de baño en plan
alfombra mágica en slow motion. No hay aire en el aire, si-
no oxígeno carbonatado que se bebe el humo y te vacía to-
do por dentro. Detrás del escenario la pared se disuelve co-
mo un chocolate de leche de bisonte, dejando aparecer de
a poco la fuente de calor que la derrite: es una hoguera. Es-
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 58
58
tán quemando a Juana de Arco. Ahora se entiende tanto
amarillo.
La vieja, eufórica, se para sobre la mesa y empieza a
dirigir el coro de las Voces de Juana moviendo sus brazos
en alto y haciendo espasmódicas señales de aviación. De su
ojo vacío sale una gaviota que no entiende dónde está el
mar.
Todos quieren correr a quemarse junto a Juana de Ar-
co, pero nadie puede porque todos son ese ser fundido
piernas-tetas-culos-torsos-cabezas. Y Juana ríe a carcaja-
das, liberada, porque ahora sabe que es la loca que nunca
fue. Y el fuego ya le lame los sobacos, y Juana ríe más, y
el feto entra en vuelo directo desde el jardín de la vieja
planeando como un cuervo hambriento.
Y es dulce abandonarse al fuego de la aguaviva helíci-
da y al fuego verde del vino. ¿Sabés una cosa?: la vida es
una invitación a la hoguera.
“¿Vamos?”, dice Laura. “Tengo un par de ideas para
darte...”.
59
“No especifiques. Quiero sorprenderme”.
Dos segundos de silencio mientras dejo el bolso en el
piso.
“Che... gracias”.
“¿Gracias? ¿Por qué?”.
“Y... Sigo acá. No seguiste el consejo de tu abogado: ‘Des-
hacete de ella, te van a meter preso por posesión de me-
táfora, deshacete de ella’... Pedazo de marica de mierda...
Bueno, pero no le diste pelota. Gracias...”.
“Bah. La imprudencia me fue dada al mismo tiempo que el
ombligo”.
“Bueno... Que disfrutes...”.
“¿Disfrutar qué?”.
“¿Hablás solo, loco?”. La voz de Majo llega imposible-
mente desde la cocina. Y desde allí aparece.
“Pero... Majo, ¿cómo entraste?”.
“Por el patiecito, por supuesto. Como tenías esa audiencia a
las nueve, supuse que caerías más o menos a esta hora. Y te hice
café”.
Tres cosas son evidentes: que Majo es insomne, que
eso acabará en ataques de pánico a los 25 años, y que son
demasiadas las ternuras que la hacen una presencia peli-
grosa para mi tranquilidad. Pero entonces recuerdo su
sonrisa Napoleón III con Federico y el peligro se diluye.
“Esta hora de la madrugada es genial, ¿no? El silencio to-
tal, el olorcito del café recién hecho...”.
“Mientras no me abras ninguna ventana... Odio ver amanecer”.
“¿Y qué puedo abrirte, entonces? ¿Algún apetito, quizá?”.
“El intelectual, por ejemplo. Contame tus conversaciones con
Federico acerca de su magna obra, así duermo un rato antes de
la audiencia”.
“No me hables de ese pelotudo”.
Oops. De pronto tengo hambre.
“Si en algún momento me pareció interesante a partir de lo
que escribía, él mismo me tiró su imagen a la mierda. Un tipo
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 60
60
que cree que porque una mina leyó su librito está desesperada por
acostarse con él es un imbécil”.
“Digamos que basa su imbecilidad en la de muchas minas
que sí se desesperan por tan poco”.
“Problema de ellas. Yo lo saqué cagando”.
No hay satisfacción tan grande y rica como la que na-
ce de lo más pequeño y miserable del espíritu. Amén.
“Te encantó el papelón de tu amigo, ¿eh?”.
“No, no...”.
“No, claro. Por eso tenés una sonrisa tan amplia que las co-
misuras de los labios se te juntan en la nuca”.
Es decididamente peligrosa. Sí.
“En fin, el tema es que me decepcionó mucho. No digo tam-
poco que de repente lo considero un mal escritor. Esa novela sobre
el clítoris fue una idea genial. Yo lo llevo conmigo hace 23 años
y nunca se me ocurrió escribir sobre él...”.
Piedad. No hay derecho a exhibir ese humor y esas te-
tas en una misma persona. Yo recién comenzaba a recupe-
rar mi tranquilidad...
“Bueno, pero ya te hablé un rato de Federico y todavía no te
dormiste... ¿Hay algo que te quita el sueño?”.
Esta vez Majo abrevia los trámites y pasa directamen-
te a la cuestión oral. A lo práctico y efectivo, digamos.
Qué bueno que el diseño no lo haya infectado todo, que
haya todavía quienes resistan. En esta mañana estamos ce-
lebrando una victoria secreta, un triunfo ínfimo pero fun-
damental sobre el vacío plástico de estos tiempos. Y has-
ta creo que estaré a la altura del premio que Majo se
merece. Sí, hay veces en que el mundo apesta menos.
61
“Mi cliente entiende perfectamente el significado de este ac-
to”, interviene Ludo. “Que, por otra parte, considero ya cum-
plido. Así que...”.
“Esperá, Ludo, esperá un poco. Quiero saber si me acusa de
mear en el domicilio de la occisa. Y en tal caso, ¿en qué consis-
tiría el ilícito?”.
“Como tu abogado, insisto en que tu declaración terminó”.
“Doctor, permítame aclararle a su cliente —cuyo tono iróni-
co desapruebo totalmente— que lo que dije antes fue sólo una in-
quietud personal, sin ninguna entidad procesal. Sólo me llamó la
atención que, en esta ampliación declaratoria, mencionara que fue
al baño en casa de la víctima. Ya que en su primera declaración
sólo había dicho, cito textualmente, ‘entramos y salimos del de-
partamento, no estuvimos más de cinco minutos’...”.
“Mear me lleva de treinta a treinta y cinco segundos. ¿Que-
rés una pericia al respecto? La hacemos ahora mismo y acá...”.
“Señor, le informo que si considero que con sus palabras está
faltando el respeto a mi investidura puedo...”.
“Mi cliente no tiene nada más que decir. Buenos días”.
Ludo se levanta y sale sin siquiera hacerme una seña.
Es, en su estilo, la mejor forma de decirme que no debo
volver a cruzar una palabra con este cuervo jurídico. Su ac-
titud es tan clara que, aunque me dejó solo y libre para de-
cirle al cuervo lo que se me antoje, sabe que me levantaré,
mudo, y saldré tras él.
Apenas salgo del despacho me cruzo a Federico y su
abogado que esperaban que yo terminase mi declaración.
“¿Qué pasó?”, dice nervioso Federico. “Tu abogado sa-
lió todo colorado, bufando y a toda velocidad. ¿Te mandaste
una cagada?”.
“No, una meada. Pero está todo bien”.
Tengo que correr un poco para alcanzar a Ludo. Reso-
pla y hace milagros para contener su ira. Es inútil decir
nada, ni siquiera disculparme. Así, sin cruzar palabra, me
monto en su auto y aterrizamos en su casa.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 62
62
Inmune a todo signo de tormenta en el clima emocio-
nal de Ludo, Presidente Perón simplemente recoge del
suelo el saco que acaba de caer hecho un bollo y va a col-
garlo. Luego irá a la cocina por el servicio de té, y lo ser-
virá frente al sillón Culo-de-Caravaggio sin importar si
Ludo está o no allí, o si está tieso por un reciente infarto
cerebral. En esa actitud se basa, como está dicho, la felici-
dad que reina en esta casa.
Aunque ahora ni esta cámara anticonflictos logra calmar
a Ludo. Me habla entre resoplidos y con la presión en 39.
“No vuelvas a intervenir nunca. En este asunto el escritor soy
yo, y vos repetís mis líneas sin cambiar ni agregar una letra”.
“Está bien, Ludo, tenés razón. Prometo que la próxima vez...”.
“No sé si habrá próxima vez. Ahora se me ocurre que no sé
si quiero seguir representándote”.
Presidente Perón comienza su ceremonia del té
frente al sillón.
“Bueno, pará. ¿Qué tengo que hacer para que te calmes un
poco?”.
“No creo que, de momento, vos puedas hacer nada”.
“Presidente Perón, ¿me das una mano?”.
63
“No, tiene un par de hermanos mayores, varones...”.
“Uy...”. La expresión de Jorge es la de un inmigrante
al que le dicen que volverá a su lejana tierra natal después
de veinte años de exilio. “Se crió con varones... Hasta puede
llegar a entender algo... Cagaste, negro. Es perfecta”.
“No, no. Sólo aspiro a que sigamos siendo buenos vecinos...”.
“Es perfecta. Además, vuelve a poner equilibrio en tus para-
lelas invertidas erótico-familiares, que con Andrea y Tati, que
andaban por los 32, se te habían desfasado un poco...”.
64
terminar drásticamente el tiempo, la trampa biológica que hace
que después de los 40 muy pocas mujeres puedan seguir en compe-
tencia mientras nosotros necesitamos hacer muy poco para seguir
estando bien, etc., todo esto basado en la idiotez social que se cen-
tra en conceptos nebulosos de la belleza y la juventud. Y también
te reconozco que ante esas situaciones respondemos con una total
falta de solidaridad para con las mujeres de nuestra generación.
Es cierto, no somos solidarios con ellas. Pero a estas objeciones,
respondo con una frase que aprendí de vos. ¿Cuál es?”.
“Yo no hice el mundo: tan sólo lo explico”.
“Exacto”, y ataca la tarta de zucchini.
65
que a ninguna madre le cae bien que su hija viva en pare-
ja con su hijo.
“Es el asunto del vaso medio lleno o medio vacío”, me dijo
Jorge una vez. “Si Vera queda embarazada, el pibe va a ser a
la vez hijo y hermano de los dos. Eso es lo malo. La forma opti-
mista de verlo es que para la madre de ellos va a ser un nieto di-
recto por partida doble. El supernieto, digamos”.
En todo caso, imagino que la madre de Vera y Andy
estaría demasiado aplastada por la versión “vaso medio va-
cío” como para siquiera pensar en que podría verlo como
“medio lleno”. De todos modos, nada hace suponer que
los hermanitos amantes estén pensando en ser padres-her-
manos.
“Queremos adoptar”, dice Vera sin anestesia.
“De eso queríamos hablarte, Lil”, dice Andy algo menos
suelto. “Y nos encanta que también estén ellos, ¿no, amor?”.
“Sí”, dice Vera. “El tema no es simple, por lo que estuvimos
averiguando. Está la cuestión de la edad, por empezar. Andy tie-
ne 23 y yo 20; parece que prefieren parejas de 30 para arriba,
y hay miles en lista de espera. Y además no estamos casados, nin-
guno de los dos tiene trabajo fijo ni título universitario, qué sé
yo. Y tampoco sirve que nuestros viejos estén podridos en plata”.
“Sí, hay muchos escollos”, apoya Andy y mira a Vera con
una ternura cómplice que ella le devuelve en su sonrisa.
Ni mención del pequeño detalle de que son hermanos.
Si miro a Jorge vamos a estallar en carcajadas, así que
busco una mirada de entendimiento en Lil... que no me
mira porque tiene los ojos enrojecidos y llenos de lágrimas
clavados en la tierna parejita.
“Te emocionaste...”, dice Vera mientras hace una caricia
en el rostro de Lil. “Qué dulce...”.
Ahora sí tengo que mirar a Jorge, porque es el único
que queda de mi lado. Supongo.
Sí, es así. Sólo que el tipo realmente lo está disfru-
tando.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 66
66
“Bueno”, dice Lil aspirando con mucho encanto una go-
tita de agua mucosa que asomaba de su emocionada nariz.
“¿Y... cómo podría colaborar, qué podría hacer yo que les sirviera?”.
Ayudar a amamantar al bebé con su única teta, se me
ocurre. La lactancia natural es un derecho del niño, lo que
abunda no daña, y si al pibe no le importa que su madre
adoptiva adopte como marido a su propio hermano, menos se
va a fijar en que la nodriza tenga una sola teta y en el medio
del pecho. Rómulo y Remo fueron amamantados por una lo-
ba y fundaron un imperio. Tarzán fue criado por monos y sin
embargo tuvo una existencia exitosa, mientras que Johnny
Weissmuller, que chupó teta de madre sanguínea y luego to-
das las tetas que se le pusieron delante, terminó en un neu-
ropsiquiátrico. En la vida no hay que ser esquemático.
“Los tres pueden ayudarnos”, dice sonriente Vera, y tra-
to de convencerme de que se refiere a Lil, Rómulo y Re-
mo. Pero no.
“Sí, los tres”, apoya Andy. “Con el asunto del trabajador
social. Ya vieron cómo es eso: vienen a hurgar en tu casa, en tu
entorno...”.
Me pregunto qué podría aportar yo. ¿Servirá como ca-
so testigo lo de Tarzán y Johnny Weissmuller? ¿Qué opi-
na, señor trabajador social?
“Podríamos proponerlos como testimonios que avalen que es-
tamos capacitados para criar un bebé, que... bueno, que no somos
ladrones, ni adictos, ni nada raro...”.
“Nada raro”, sostiene Vera. Bueno, ¿quién podría decir
qué es raro y qué no, en un mundo en el que existen las ce-
bras, los albatros, los ornitorrincos o el Giant’s Causeway?
Por no mencionar a las jirafas o los Kikuyo-Wakikuyo ma-
triarcales del grupo de los Masai.
“¿Por qué no?”, dice Lil. “Si todas esas leyes de adopción,
como la mayoría de las leyes en este país, fueron redactadas para
una sociedad que ya no es la de hoy. ¿Por qué preservar paráme-
tros perimidos?”.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 67
67
Ah, esa aliteración espontánea... Me recuerda otra que
citaba Borges: “En la punta de la plaza del pueblo de Pe-
huajó, hay un letrero que dice ‘La puta que te parió’...”.
“Yo creo que cada uno, en tanto joven, debe ser un militan-
te contra lo establecido. La diferencia está sólo en los ojos que mi-
ran, no en las cosas que esa mirada establece como diferentes”.
“Qué querés decir, Lil”, corta secamente Vera. También
la expresión de Andy se tensa. “Qué carajo tenemos Andy y
yo de ‘diferente’. Tres orejas, antenas en la cabeza, dos ojos en el
culo, qué, a ver...”.
“No, no me entiendan mal, yo...”.
“¿Vos, qué? ¿Vos nos ves como ‘diferentes’? ¿Te miraste en
un espejo?”.
“Andy, no me agredas...”.
“No, Andy, ¿sabés qué?”, le dice Vera con todo el primi-
tivismo a flor de piel mientras la idea de democracia se de-
rrumba como un rancho de adobe inundado por las dos lá-
grimas de angustia que corren por el rostro de Lil. “Ella
tiene razón: dos homosexuales pueden pedir un chico en adopción,
pero nosotros no. De eso se trata, ¿eh, Lil?”.
“Chicos, por favor, entiendan...”.
Aún para Jorge, que hasta acá había disfrutado, es mu-
cho; todo será un delirio, pero la angustia de Lil es real.
“Pará, Lil, vámonos a la mierda...”, dice mientras la to-
ma con delicadeza de ambos brazos y la va sacando. “Dejá
que los pervertiditos se las arreglen solos, o que adopten gatos de
la calle. Vamos...”.
Mientras salimos siento las miradas de Vera y Andy
anudándome las cervicales. Ya en la calle, Lil se acurruca
en el pecho de Jorge y llora.
“Yo los quería ayudar... Ustedes saben que es así... Jamás
quise hacerlos sentir mal... ¿Cómo es posible que todo se entienda
al revés? ¿Por qué todo se tiene que complicar tanto?”.
Nadie tiene la culpa, Lil. Salvo el mundo, que somos
todos. Un mundo donde alguien se hace sacerdote católi-
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 68
68
co, pero como además es homosexual pretende que toda la
estructura milenaria de la iglesia cambie y se adapte a él,
sin ver que todos los principios institucionales del catoli-
cismo pueden ser estúpidos y absurdos pero son esos que son,
y más absurdo y estúpido es encapricharse en que todo eso
gire a su compás, en vez de salirse de una institución que
no lo contiene y, simplemente, inventar algo distinto. Un
mundo en el que si te enamorás de tu hermana no aceptás
la experiencia desnuda sino que querés tener o adoptar hi-
jos y hasta casarte por iglesia.
Un mundo, en fin, en el que todos hablan de nuevas
alternativas sin querer renunciar a ni una de las viejas fór-
mulas. Un mundo que es sólo una gran academia de la
frustración.
Lo siento, Lil. Este es un mundo donde tu democracia
es polvillo de soja entre los ácidos gástricos de Nuestro Se-
ñor. Lo siento.
69
“Esa vecinita, la chiquilina que ni se te acercaba, que ape-
nas te saludaba si nos cruzábamos en el pasillo...”.
“Majo”.
“Sí. Digámoslo así: ya fue al baño por lo menos una vez en
este departamento, ¿no?”.
“A eso me refería: ustedes lo saben todo. No sé cómo lo hacen,
pero tienen una antena insoportable. Todas las mujeres. Están
abonadas a la cámara oculta de Dios”.
“Es cierto, y eso no se lleva bien con la propensión a la men-
tira que tienen los hombres”.
“Pero vos sabés que la mayoría de esas ‘mentiras’ son recur-
sos estúpidos para no tener que explicar tonterías que de todos
modos la mayoría de las mujeres no entendería. Si yo vivo con
una mina y me quedé tres horas hablando boludeces y aprove-
chando la happy hour de un pub, probablemente le diga que ca-
yó una sorpresiva inspección tributaria en la oficina...”.
“Vos no hacés esa clase de cosas. Aparte de que jamás te ima-
ginaría en una oficina ni en una happy hour...”.
“Está bien, pero entendés a qué me refiero. A un hombre le
puede romper las pelotas que su mina se encierre seis horas en el
baño con una amiga a maquillarse mientras el recital que él que-
ría ver ya está empezando, pero no piensa que ella le está contan-
do a la otra todos los cuernos que le mete y planea meterle en el
futuro, o que de repente se les dio por hacerse lesbianas. En cam-
bio, si el pobre tipo de la happy hour dice la verdad, es el co-
mienzo de un cuestionamiento progresivo acerca de su interés por
la relación, la valoración negativa que hace de ella como posibi-
lidad real de interactuar desde lo afectivo y, finalmente, la im-
posibilidad de construir un proyecto. ¡Y el tipo sólo se tomó un
par de cervezas porque la segunda era gratis!”.
“No puedo creer que te pongas tan esquemático, nene”.
“No estoy siendo reduccionista, María. Pero yo vivo en la
calle y no miro a las personas con los anteojos que te dan la tele-
visión, los libros de autoayuda y la ‘Cosmopolitan’. Vos sabés que
nunca como ahora hubo una distancia tan grande entre el mun-
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 70
70
do que reflejan los medios y lo que la gente realmente vive –aun-
que como discurso repitan el de los medios”.
“Bueno, eso es verdad, todas las personas se dicen unas a
otras lo que queda bien y es correcto y moderno decir, y después no
hacen y no creen ni el diez por ciento de todo eso...”.
“Sí, María, es así... Y en especial con las mujeres. No hay
manera, ¿entendés? Si tuviera que hacer la teoría...”.
“Ah, ya la estaba extrañando, nene. Tenía que venir una
teoría. ¿Cómo es?”.
“La tesis es: si querés alcanzar cierta estabilidad, cierta
tranquilidad para poder realizar lo que tengas que hacer, la úni-
ca forma de manejarse con las mujeres es mentirles. Esto no va-
le, obviamente, para mujeres con las que tengas una relación oca-
sional: si se trata de un par de noches, incluso un par de semanas,
no hay problema. Pero en lo que se refiere a la tesis, resulta que en
la realidad es imposible mentirle a una mujer que te conozca un
poco, inevitablemente se dará cuenta de todo (puede hacerse la bo-
luda, ok, pero sabe). Con lo cual es claro que con las mujeres no
hay manera. Ahora bien, ¿podemos renunciar a ellas? No. Aun-
que decidiéramos hacerlo. Por lo tanto, no hay posibilidad algu-
na de vivir tranquilo. Ninguna”.
“Ajá. Bien. No voy a hacer declaraciones al respecto”.
“Porque es una generalización, ya sé. Está bien: particula-
ricemos. ¿Qué hubiera pasado si yo le hubiese ocultado cosas a
Andrea, si no le hubiese dicho abiertamente barbaridades como
‘No cuentes conmigo esta noche porque descubrí un bar rarísimo y
me voy a instalar toda la noche a escribir la novela’?”.
“Según tu teoría, si en vez de decirle eso le contabas alguna
estupidez, Andrea se hubiera dado cuenta”.
“Ok, pero dijimos que puede saber pero hacerse la boluda.
¿Qué hubiera sucedido entonces, de actuar yo como la mayoría de
los tipos?”.
“Entiendo. Está bien, nene, te lo acepto: casi seguro Andrea
todavía estaría acá viviendo con vos”.
“Pero yo no viviría tranquilo. La teoría cierra, ¿eh?”.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 71
71
“Qué sé yo, nene. Por lo menos, encaja bien en este momento
de tu vida. Sin que clarifique la duda profunda, esa para la
cual ni siquiera yo tengo respuesta y ya creo que nunca tendré...”.
“Te referís a...”.
“A lo que hace rato que te vengo diciendo, nene. La duda
acerca de si tu vida sigue siendo real o es una novela más en la
cual todos somos tus personajes...”.
“La verdadera novela es pensar algo así”.
“¿Por qué? Claro que es posible. Vamos, nene, conmigo no te
hagas el inocente. En todo caso soy tu mejor personaje, así que...”.
“Sí, entiendo: no te puedo engañar porque en algún punto
sos yo”.
“Entonces... Vos sabés que tenés mucho poder sobre las personas.
No es ese poder que se impone por la violencia, por el choque, no sos
uno de esos típicos hombres de acción que entran a los empujones y a
los gritos en las vidas de los demás. No. Tu poder es mucho más in-
tenso, porque no parece que hicieras nada excepto sonreír con tus oji-
tos verdes, hasta que de pronto una se encuentra haciendo cosas o me-
tida en algo que jamás hubiera imaginado, que incluso hubiera
negado por ser totalmente ajeno a sus ideas sobre la vida. No sé có-
mo lo hacés, no sé qué es. No puedo saberlo porque el proceso no se ve”.
INTROMISIÓN:
Esto aparece más adelante —o quizá finalmente no lo
use—, pero viene a cuento aquí:
CONTINÚA MARÍA:
“Sólo sé que llega un momento en que la “víctima” parece
despertar de un trance y se encuentra ya metida hasta las uñas y
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 72
72
vos seguís ahí, sonriendo, y no hay dudas pero tampoco hay prue-
bas de que fue tu obra. Y ya es tarde”.
“¿Vos sentiste eso alguna vez?”.
“¿Alguna? Mil. Y te vi hacerlo con decenas de personas.
Andrea misma es un ejemplo. Ella estaba muy tranquila con su
vida, se concentraba en su carrera en el canal de televisión, tenía
a ese gordo vikingo como novio... Una vida moderna y cómoda.
Sin mucha pasión, es cierto, con un toque de aburrimiento, pero
equilibrada. Hasta que un mal día se cruzó con el loco, que le
clavó su mirada y la condenó...”.
“En el baño de tu casa...”.
“No me involucres, no tengo ninguna culpa. Ella no lo su-
po, pero desde ese momento su destino estaba sellado. Tenía el vi-
rus metido en el cerebro, y el virus lentamente iba a hacer su tra-
bajo de corrosión. Así fue. ¿O tenés algo que objetar?”.
“No. Al contrario: creo que estás escribiendo muy bien”.
“No, nene, lo mío no es novela. Vos sabés que no. Sos un peli-
gro. Si fueras un seductor no habría problema. Los seductores sólo
triunfan en la medida en que la víctima lo permita. Es un juego
de dos, una situación equilibrada y justa. Lo tuyo es esencialmen-
te injusto, porque la otra persona no tiene armas para pelear. Ya te
lo dije antes: cuando se entera, ya es tarde...”.
“Empezás a asustarme...”.
“No te sonrías, porque es para asustarse. No sos un seduc-
tor, pero tampoco uno de esos manipuladores medio psicópatas, con
los que también existe una posibilidad de pescarles el juego, des-
enmascararlos y zafar. Yo te vi crecer, nene, te conozco desde que
tenías 18 años, y sin embargo no logro descifrar en qué consiste
exactamente la forma en que actúa tu virus fatal: ¿qué le queda
entonces a una pobre mina que se cruza por primera vez con vos?
Pero lo que en verdad debería asustarte es que esa efectividad y
esa impunidad de tu poder sobre las personas vaya degenerando,
que termine dejando de ser algo impulsado por un deseo o un sen-
timiento tuyos y degenere en... no sé, en...”.
“Y degenere. No necesitás definirlo más”.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 73
73
Por un momento María se había dejado llevar hacia
una especie de anonadamiento analítico, si es que eso sig-
nifica algo. Pero ahora vuelve a mirarme con esa mirada
que tanto bien me hace, donde están Eva, Yocasta, Elec-
tra, Juana de Arco y Evita.
“Vos lo sabés, nene. No te lo tengo que explicar yo...”.
“No sé si sé, no sé lo que sé. Pero vos me viste durante todos
estos años caminando siempre por el borde. ¿Crees que a esta al-
tura hay peligro de que pase para el otro lado?”.
“Supongo que no. Pero no estaría de más que empezaras a mi-
rar un poco para atrás. Sé que es una idea ajena a vos, pero, quién
te dice, por ahí ves algún hilo que quedó suelto. Nunca está de más
asegurarse, ¿no?”.
74
días de nuestro amor? Simple. Todo se resumía en un diá-
logo que habíamos tenido un par de meses antes.
“Tengo 32 años”, dijo ella. “Tengo que empezar a pensar en
ir resolviendo algunos aspectos de mi vida. Vos me entendés”.
“Sí. Y tenemos un problema. Vos tenés que empezar a resolver
tu vida... en los aspectos en que la mía ya terminó, porque tuve la
ocurrencia de empezar muy temprano. En una época en que todos es-
peran a los 30 o 35 años para empezar a pensar qué hacer con las
parejas o los hijos, yo ya cumplí todos los pasos posibles y más, y de
aquí en adelante sólo me queda dejar que mi cabeza haga lo que
se le antoje para que mi vida se parezca cada vez más a mí. Otra
de las tantas cosas que hice al revés, ya sé, pero...”.
Me miró con un amor inmenso y dijo:
“Sí. Tenemos un problema”.
No volvimos a mencionar el tema. Era innecesario, y
demasiado triste. Ella seguiría estando en todo y enten-
diendo todo hasta el último día. Que quizá fuera ese jue-
ves. No lo sabíamos.
Pedimos unas cervezas —otra opción no había— y Pi-
chu se acercó a saludarme.
“Largamos en quince minutos. Falta que vengan un par de
invitados. Del canal, ¿viste?”.
Y entonces vi entrar a Andrea, seguida de un viking al
que le faltaban dos kilos para graduarse de lobo marino.
Ella echó una miradita descuidada alrededor, que se conec-
tó irremediablemente con la que yo le estaba clavando. Dos
segundos eternos. Luego se dedicó a saludar con gestitos y
sonrisas a los conocidos. Yo —exceptuando, claro, el breve
episodio del baño de María— no había hablado con ella
más de cuatro veces en el canal, y justamente por eso me
hubiera correspondido uno de esos gestitos amables e indi-
ferentes. Pero no hubo eso, ni nada. Tampoco actuó como
si no me conociera. Fue más bien como si no me viera, a
pesar de las tres o cuatro veces que se encontró con mi mi-
rada en esos minutos antes de que Pichu empezara su show.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 75
75
Fue como una medida de aislamiento preventivo ante la
certeza de la peste.
Todos nos acomodamos en el piso, apoyados contra las
paredes, formando una especie de guardia rectangular.
Quedé codo a codo con el viking. Andrea a su izquierda,
Tati a mi derecha.
Se apagaron las luces y la banda de Pichu empezó a to-
car. Nada mal. Unas cuantas canciones folk interrumpidas
por largas improvisaciones germánicas. Una mezcla de
Dylan, Grobschnitt, The Fugs y Troilo. Como buen músi-
co experimental del siglo XXI, Pichu no producía una sola
nota que no sonara anterior a 1975. La vanguardia es así.
No todas las luces se apagaron. Dejaron una luz negra
de esas que hacen resaltar irrealmente todo lo blanco, in-
cluyendo desagradablemente los dientes. Tati a mi dere-
cha, Andrea a mi izquierda a sólo un gordo de distancia.
Supe que estaba entre la de ahora y la futura. Y que ellas,
sin saber nada, comenzarían a olfatearse. Ya lo confirma-
ría en un comentario de una, en la forma de pasar delante
de la otra.
Tatiana estaba hermosísima (su otra condición posible
era sólo hermosa), con su camisa de seda ceñida a su torso
imposiblemente perfecto, dibujado por el deseo atávico
del arquetipo del hombre, con algunos botones despren-
didos hasta el nacimiento de los pechos, y la pequeña po-
llera negra descubriendo sus piernas exactas y poderosas.
Habían pasado unos veinte minutos de show. Tatiana
me dijo que iba al baño. Cuando se levantó y se alejó dos
pasos, vi desde atrás su bombacha diminuta y blanca en-
cendida como un cartel de neón, brillando enloquecedora-
mente bajo la delgada pollera por efecto de esa bendita,
maldita luz negra. Instintivamente volteé mi cabeza hacia
la izquierda. Andrea la estaba mirando con tal intensidad
que casi parecía que la deseaba. Volví a mirar a Tati, que
en ese momento giró su cara hacia mí y me sonrió refle-
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 76
76
jando la luz como el más bello de los planetas de un uni-
verso ideal, espejo de perfección.
Esa noche tuve tantas ganas de llorar como creo no ha-
ber sentido nunca en mi vida. No pude dormir, en reali-
dad ni siquiera pude cerrar los ojos. Permanecí mirando la
oscuridad de nuestro cuarto hasta que algunos hilos del
amanecer empezaron a asomar entre los intersticios de las
persianas y se empezó a distinguir vagamente la silueta de
Tati, dormida y maravillosa. Recién entonces cerré los
ojos, y sentí la tristeza como un malestar de viejo amigo,
esa tristeza del mundo, no la penita miserable y personal.
Así me quedé por unas horas, y no pude llorar. No pude.
Nunca lo había deseado tanto. Nunca.
77
“En los tiempos arcaicos en que los hombres
conversaban cara a cara con los dioses porque
sabían que eran la misma cosa, el Sol penetra-
ba con su pene de azufre en las grutas de la
Tierra para engendrar los minerales de la vida.
Y la Tierra menstruaba, y sobre la tierra roja
de esa sangre primordial florecían las Sibilas
—en Cumae, en Marpesos, en Epira. Y antes aún,
en los tiempos en que Ea y Damkina engendraron
en el corazón del santo abismo al gran Marduk y
le dieron todo el poder, la sabiduría y la be-
lleza, Marduk enseñó a los babilonios que la vi-
da nacía del coño de la Madre Tierra, porque es-
ta era la fuente de la cual surgían los ríos que
los alimentarían, y les enseñó a pronunciar la
palabra pû, y les enseñó que esa palabra, esa
misma palabra, significaba a la vez “fuente” y
“vagina”, y más tarde los sumerios dijeron bu-
ru cuando quisieron nombrar la vagina y buru
cuando quisieron nombrar el río, porque río era
fuente de vida y coño fuente primordial de to-
do río, y vida, coño y río eran una y la misma
cosa. Y así fue siempre después, y así es tam-
bién hoy. El coño nos informa de qué va la co-
sa. Nos ilustra acerca del mundo que rodea a ese
coño, acerca de cómo es en esencia el entripa-
do de ese mundo.
Y el Gran Tajo-Espejo que signa nuestro tiem-
po nos informa que nuestro mundo luce más boni-
to cuanto más podrido está por dentro.
No importan el cáncer, las úlceras, los tu-
mores, la metástasis. No son más que rumores de
mal gusto. Lo importante es que el horario de vi-
sita es de 3 a 8 pm., y no te olvides de tener
al día la cuota de tu sistema de cobertura mé-
dica. Y no vengas a otra hora que no sea entre
las 3 y las 8, porque podés cruzarte con una en-
fermera que transporta un canasto lleno de sába-
nas cagadas e incluso algún intestino fermenta-
do recién expulsado por el ano contranatura de
algún vejete cuya cuenta hospitalaria la paga
Salud Pública, y no me vengas con que la enfer-
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 78
78
mera tiene un culazo de órdago y que con seme-
jantes tetas serías capaz de montártela sobre
las sábanas cagadas, porque si la querés violar
—ella aceptará con gusto— deberás esperar a que
acabe la limpieza y desodorización de todos los
ambientes, no sea que caiga el veedor de Sanidad
S.A. y descubra que en su ausencia las pústulas
hieden. El lema es: ¡Que luzca bien!
Ni hablar, claro, de tumores como el hastío,
la soledad o la miseria. Todo se soluciona con
buena voluntad, dentífrico y Christian Dior.
C’est à dire: todo va mejor con Coca Cola, ¿es-
tá claro?
Y sobre todo, por favor, sobre todo, ¡mucha
limpieza sexual! La enfermera de las sábanas
cagadas estará encantada de que la violes, pe-
ro tené la delicadeza de esperar a que termine
de perfumar su carnoso durazno vaginal. Es pri-
moroso, ese coño-durazno. Relleno, carnoso, mo-
rrudo, con dos mofletes que parecen los de Zero
Mostel, Oliver Hardy o Lou Costello. Más bien
los de Zero, más bien esos. Unos rubicundos y re-
dondos pliegues de carne con una piel de fruta
recién lavada, escurrida y lustrada con la man-
ga del pulóver, emergiendo entre sedosos arbus-
tos de delicados bucles desinfectados, frescos y
perfumados. Un coño como lo podría haber pinta-
do Gustav Klimt o algún otro de esos maricas.
Casi da pena pensar que, sea porque logres
controlar tu eyaculación por más de un minuto o
porque la enfermera venga de un período de abs-
tinencia, el bello coñito preimpresionista puede
llegar a mojarse con los jugos del deseo. Sería
una gran pena. Como si a Zero Mostel se le esca-
para un pedito por la boca. Lamentable, ¿verdad?
Pero después de todo quizás el coñito-durazno no
se embadurne de flujo, porque es probable que
nuestra enfermera sea frígida. O al menos anor-
gásmica. Posiblemente también su primoroso coño-
durazno sea la bella antesala de una matriz po-
drida, o desflecada por algún dispositivo
anticonceptivo intrauterino que se haya oxidado
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 79
79
en su interior, pero eso no viene al caso. Recor-
demos que el lema es: ¡Que luzca bien! Sarava.
Estoy seguro de que en los días precámbricos
de mi infancia los coños todavía olían a coño.
Lo sé porque, siendo que el coño es el signo del
mundo, los elementos de ese mundo deberían com-
portarse como el arquetipo que los signa, y en
aquellos días la yerba olía a yerba, el café a
café, la calle a sudor y gritos sagrados de gue-
rra y mi aliento a roquefort, salame y chicles
Adam’s. Hoy —a excepción, quizás, del roquefort—
todo huele a coño de cajera de supermercado, a
coño de nylon envasado al vacío, a inodoro coño
en serie, industrializado e insípido, imperso-
nal y dietético, supercongelado, y por favor de-
je su bolso en Recepción al ingresar al super-
mercado para evitar malentendidos posteriores,
¿me entendió, miserable anarquista desestabili-
zador hamburguesófobo?!
Pues me niego. Me niego a dejar mi bolso en
Recepción. Me niego tozudamente, porque hacerlo
me recuerda que también te obligan a dejar el al-
ma en la puerta antes de entrar a tu empleo.
“Sírvase dejar sus problemas personales en la
puerta antes de cruzar el umbral de este recin-
to, que no puede ser mancillado con la presencia
verificable de ningún aspecto que pudiera cata-
logarse como perteneciente en algún sentido a lo
humano. Aquí sólo necesitamos lo peor de usted,
lo más bajo, lo más sórdido, lo más brutal de su
persona. Aquí sólo necesitamos de su absoluta
despersonalización. Aquí, en este sacro recinto
laboral al que usted ingresa tras dejar afuera
todo lo que podría definirse como ‘usted’, aquí
sólo necesitamos que conserve usted la mínima
capacidad como para no confundir un expediente
con una silla Luis XVI, o para distinguir entre
un torno y la Sonata a Kreutzer. Con eso basta.
Ah, y... ¡que luzca bien! Favor no olvidar este
lema. Stop. Caso contrario despido automático
s/indemnización. Stop. ¡Stop!”.
No, es lo que digo. Digo no. No.”.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 80
80
Cuando terminé, Tatiana se quedó mirándome en si-
lencio por unos segundos, y entonces sonrió y me dijo en-
tusiasmada:
“Escribamos un libro sobre caníbales”.
81
fases preorgásmicas, mesetas y toda esa huevada. El cur-
so de las cosas era impredecible, zambullidos en la nebu-
losa dinámica del universo atómico. Allí no existía un
asunto tal como la causalidad. Nadábamos, nos deslizá-
bamos, flotábamos en un biogravitón primorosamente
decorado con cortinas teleológicas. Energía, pero no fuer-
za ciega. Vertiginosidad, pero no histeria. Flotar en el
mullido vacío. Sexo acuático en el aire. Mi verga omnije-
tiva sumergiéndose en el superespacio uterino en busca
de esa masa crítica del sexo primordial para producir la
fusión nuclear, sin que esto implicase perseguir ese o
cualquier otro objetivo.
Los portales del superespacio eran pura carne caliente
latiendo y oliendo a almendras, y tras esos portales sólo
podía haber más de la misma maravilla multiplicada. La
verga —ya a esta altura emancipada y francamente taoís-
ta— comenzó a sentirse como en el palacio de soltero de
un sultán imaginario.
Había medusas de tul que la hamacaban, solícitas,
con la dedicación que pondría una puta francesa en la re-
solución de un enigma matemático. Había espesas salsas
calientes y pegajosas que la acunaban como si no fuera
una verga sino un bebé sospechoso de mesianismo. Y ha-
bía, ay sí, una inmensa población de erizos de gelatina
contra los cuales el glande podía arrojarse y rebotar con
la alegría infantil de un anciano en su primer fin de se-
mana a solas con una adolescente pervertida en una ca-
baña perdida en el bosque. Todo bien bañado e impreg-
nado de olorosas espumas que manaban de esponjas con
corazón de crustáceo, un denso flujo marino que parecía
el resultado de todo lo transportado por las corrientes
desde lejanas playas en las que a la orilla del mar se ce-
lebraban orgías interminables cuyos desperdicios —es-
perma, secreciones vaginales, coágulos menstruales, sa-
liva, sudor— eran confiados a la sabiduría de las olas,
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 82
82
además de condimentos circunstanciales como la sal, las
algas y la imposible orina de los tiburones.
Y todo realzado con música, por supuesto. Música de
sopapas que fracasan y de splack-splush-gluock, adornada
con percusión de peditos vulvares. La música que hubiera
podido componer Debussy un día después de su muerte,
en caso de que hubiera muerto de sífilis.
Fue un paseo mítico y fundacional por la Scheidestras-
se. En tal estado de tensión y expansión que el prepucio
iba a cortarse en cualquier momento como la cuerda de
un piano, la verga taoísta recorrió la Scheidestrasse arriba y
abajo, respirando en los portales y hundiéndose hasta que
la única forma de ir más hondo hubiera sido que yo mis-
mo fuera tras ella, una y otra vez, una y otra vez, una y
otra vez, arriba y abajo, y otra vez, y arriba y abajo, y el
clítoris girando sobre sí mismo hasta fabricarme un om-
bligo en la pelvis, y el escroto como una bola de demoli-
ción contra las nalgas cada vez más tensas, como un par
de campanas enloquecidas en busca de su badajo perdido,
una y otra vez, plack-plack-plack, y más y más y más, y
otra vez, y el coño holográfico lleno y a la vez inabarca-
ble, demasiado abierto y a la vez completo en sí mismo,
empapado y generoso, rotundo y contundente pero sin
bordes, cálido y tormentoso, y qué bello mundo sería es-
te mundo si ese coño fuera su símbolo...
Toda la Scheidestrasse era de punta a punta una gran
fiesta hospitalaria que rezumaba vida hasta en lo que de
muerte pudiera haber en semejante entrega.
Hasta que un giro de creep en ayunas nos derribó. Ca-
ímos boca arriba los dos en la cama, con los rostros casi
pegados y los cuerpos disparados hacia cualquier lado,
formando una “L”. Respiramos como pudimos durante
unos segundos, luego nuestras miradas se cruzaron, nos
sonreímos extraviados y estrábicos, y ambos cerramos los
ojos.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 83
83
Respiré profundamente dos veces, volví a abrir los
ojos, la besé tontamente en la mejilla. Ahora ella abrió sus
ojos, volviendo a sonreír.
“Uf... Cómo nos dormimos, ¿eh?”.
“¿Qué?”.
“Ah, vos no te quedaste dormido en este ratito...”.
“¿‘Ratito’? Tati, no cerramos los ojos por más de quince
segundos...”.
“¿Estás seguro?”.
“Sí, claro”.
“Qué raro... Porque me pareció que el sueño que tuve ha-
bía sido largo...”.
“¿Sueño? ¿Ahora? ¿Recién... soñaste?”.
“Sí... Era un barco, muy antiguo, una especie de galera pero
muy despojada, rústica... Había muchas mujeres esclavas, que eran
las remeras. De alguna raza que no podría especificar. Rostros anti-
guos, en piel y huesos... Algo muy lejanamente parecido a refugiadas
iraquíes... Transmitían un sufrimiento inmenso, inmenso... Hasta
que entendí que estaban todas muertas. Habían muerto de hambre”.
Y todo quince segundos después del sexo. La vida me
pareció entonces un lugar posible. Por eso tenía que haber
huido esa primera noche. Porque a menudo lo posible ter-
mina siendo un hilo suelto en tu vida, y ahora sé que eso
no es bueno.
84
“Yo oía un violín y una guitarra. ¿Dónde tenés tantas
manos?”.
Aparición desde la cocina:
“Ya está el café... Ah. Hola”.
“Majo, ella es Alma. Ella tocaba el violín”.
“Hola...”.
“Hola. Bueno, traigo una taza más...”.
Alma vuelve a la cocina con bandeja y todo. Majo me
habla mirando el violín sobre el sofá.
“Bueno, no sabía que estabas con alguien... Todo bien, loco,
pero...”.
“Alma es mi hija, Majo”.
“¿Hija? ¡Si tiene mi edad!”.
“No, sólo parece. Pero tiene algunos menos que vos. Tiene
17”.
“Ah... ¿Tu hija? Mh... Mirá vos...”.
“No es la única. Majo, llevo un par de décadas acumulan-
do pasado. No se me nota tanto como a otros, pero...”.
“No, está bien, es que... es cierto, me cuesta verte como alguien
que ya pasó por historias que en mi vida todavía son tan ajenas,
tan lejanas...”.
“¿Lo tomás con azúcar?”, dice Alma regresando con la
bandeja.
“Sí, sí. Azúcar”. Majo la mira mientras sirve el café.
Mira a Alma, pero está queriendo ver otra cosa.
“Tu mamá debió ser muy hermosa, ¿eh?”.
Ah. Era eso.
“Es muy hermosa”, apuñalo. Perdón: acoto.
“Gracias en nombre de las dos”, dice Alma sonriendo.
“Así que tocás el violín...”.
“Más o menos. Recién empiezo...”.
“¿Por qué no tocan otro poco? Estaba buenísimo lo que to-
caban. La melodía era tan dulce, tan melancólica...”.
“Sí, dale, pa, toquemos un poco más...”.
“Está bien, dale... Pasame la guitarra...”.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 85
85
A ver. Chip “Dulce & Melancólico”. Enter. Cuadro de
diálogo: “This chip is already installed in your system”. Ah,
ok. Bueno: un, dos, tres, va...
86
Luego yo mismo me convertí en fantasma.
Y entonces volví por ella. Ahora la dulce
Molly Malone vive aquí, conmigo, junto a mí.
Nadie lo sabe (bueno, sí, excepto mi abogado,
porque nunca se sabe...). Ni siquiera se lo
conté a Alma.
“¿Atiendo, pa?”.
“Sí, por favor. Hoy no quiero hablar con nadie”.
Cuando Alma va hacia el teléfono, Majo se acerca y
me habla en voz baja.
“Perdoname, de haber sabido que estabas con tu hija no me
hubiera aparecido así, de golpe, a lo Juana de Arco tomando por
asalto los muros”.
“¿Querés decir que, si no estoy con mi hija, está bien que me
tomes por asalto?”.
“No, no, lo que quiero decir es... ¿no te jode que tu hija me
vea acá? No sé, por ahí no te gusta que ella sepa de ciertos as-
pectos de tu vida...”.
“¿Cómo es eso? A ver, me parece que ahí hay una idea que
me interesa mucho...”.
“Pa”, dice Alma desde el teléfono. “Insiste”.
“¿Quién mierda es?”.
“Ludo. Dice que es importante”.
“Bueno, voy. Majo: quiero volver a hablar de ese tema, ¿eh?”.
Majo me mira sin entender una palabra.
“Sí, Ludo, qué pasa...”.
“Esto se complica. Logré ver el sumario. Hay cosas que no sa-
bíamos. Tuvieron sexo con el cadáver”.
“¿Qué...? O sea, ¿la mina se acostó con alguien antes de
que la maten?”.
“Dije ‘con el cadáver’. Se la cogieron después de muerta.
Venite para acá que tenemos que hablar, el caso se está ponien-
do sórdido”.
“Pero no entiendo, ¿qué cambia eso en relación a mí?”.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 87
87
“Encontraron esperma y un par de vellos púbicos masculinos
en la vagina. Los análisis dicen que son de dos personas distin-
tas. ¿Entendés lo que te estoy diciendo? Hubo dos hombres en el
asunto. Dos hombres...”.
88
su estallido. Pero primero arreglo mi remera tapando el
hombro desnudo.
“¡¿No sabés qué mierda me pasa?!”, grito lo más con-
vincentemente que puedo al tiempo que descargo los dos
puños sobre el escritorio y la computadora vuelve a apa-
garse y encenderse. “¡Me pasa que estos hijos de puta me
quieren volver loco! ¡¿Por qué me hacen cien veces la misma pre-
gunta?! ¡¿Esperan que alguna vez cambie mi respuesta, me
quieren confundir para lograr eso, eh?! ¡¿Qué carajo les pasa
a ellos?!”.
“Bueno, bueno, vamos a calmarnos todos, ¿eh?”, interviene
el multinacional y de pronto imperturbable abogado de
Federico, que por su parte permanece sudando inmóvil, a
excepción del temblequeo patético de su labio inferior.
“Está bien, de todos modos... se me borró todo, así que...”.
Entre pausa y pausa, el Gran Inquisidor parece dudar en-
tre encarcelarnos o simplemente echarse a llorar. “Así
que... mejor les envío una nueva citación... sí, estamos todos muy
nerviosos, así que...”.
Así que de repente da una furibunda patada al pobre
escritorio, que ya no resiste y se hinca hacia delante con
una pata quebrada, como un triste Cristo artrósico clau-
dicando en su Calvario. La computadora, que contra to-
da lógica esta vez se mantiene encendida, resbala en cá-
mara lenta ante nuestras miradas atónitas hasta caer en
el regazo de Federico, que mira por un segundo el apa-
rato absurdo sobre sus piernas y luego comienza a pro-
ducir un sonido bochornoso, una risita histérica e incon-
tenible que sin duda derivará en lloriqueo —Federico es
de los hombres que reivindican su “costado femeni-
no”—, sin que él pueda hacer nada para detenerlo por-
que la conciencia de estar mostrando esa vergonzante re-
acción nerviosa lo anula y paraliza cualquier iniciativa
de dominio sobre sí mismo. Ludo está rojo e hirviente
como el culo de una vaca recién atropellada por un tren,
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 89
89
con la presión en 59, y el otro abogado se apura a hacer
una llamada por su celular.
Salgo casi corriendo. Igual todos saben dónde vivo, así
que...
Sorpresiva derivación en el
crimen de Barrio Nor te
No se difundieron los nombres, pero se trataría de
dos figuras conocidas en el mundillo de la cultura
90
todo el resto del mundo se le acaba la capacidad de com-
prensión y el valor. Para curar, para reparar. Sin preocupar-
se por entender o no, sin pedir. Esta obrera alquímica que
llena con barro cálido y leal, primigenio, los recovecos
descascarados y carcomidos de mi soledad.
“A ver, dame esos pies... Te hago esos masajes que te gustan...
A ver... Así... Relajate...”.
Sí... Sí, sí, sí...
“María...”.
“Shh... Silencio... Relajate, nene, dale... Dale...”.
María, madre, amada, pedazo de mí, María, allá fuera es-
tá lleno de cerdos y cochinas que lo joden todo, que anegan
de pus la vida de otros por miserias como llegar tarde al al-
muerzo en casa de mamá o ser quien le haga las llamadas pri-
vadas al jefe, que asesinan a sus hijos discutiendo frente a
ellos acerca de esas miserias porque miserablemente intuyen
que al asesinar a un chico nace un cerdo, allá fuera todo es
amargura inventada y problemas inexistentes que sin embar-
go corroen toda posibilidad de crear o apasionarse, y nosotros,
María, estamos acá en el ojo más profundo de la gloria y el es-
panto, cerca, muy cerca de lo humano más olvidado, que-
mándonos el pecho como en un sacrificio, y después resulta
que son ellos los que se autodenominan personas, María...
“Shh... Callate también por dentro. Pará un momento esa
cabezota. Relajate, nene. Relajate...”.
Sí, María... Cae la lluvia... Cae sobre un puerto cual-
quiera en una noche vieja y amiga... (“¿Un puerto? Yo he
conocido un puerto... Decir ‘yo he conocido’ es decir ‘algo ha muer-
to’...”. ¡No! Pará la cabezota. Parala...).
Cae la lluvia. El agua se mueve ahora. Me mece un par
de segundos, me deslizo un poco más, hacia delante y ha-
cia abajo, un poco más... Dejo de pensar hasta en la respi-
ración... Todos mis ritmos se aquietan, me voy volviendo
imperceptible... Lluvia, agua mecedora, el tiempo que de-
ja de pasar...
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 91
91
“Ey...”, suavemente. “¿Te dormiste?”.
“¿Eh? N-no... Sí, pero... ¿Majo?”.
“Yo. Hola. No me preguntes qué hago acá. Esa mujer ami-
ga tuya me vino a buscar, me dijo que viniera...”.
Majo se arrodilla junto a la bañera, sonríe con toda la
vida por delante, acerca su carita maravillosa a mi másca-
ra de náufrago, susurra.
“Bueno, ¿puedo... meterme ahí con vos?”.
“Sí... Claro... Por favor...”.
Ay, María, santa madre de nadie, deliciosa mère maque-
relle pervertida y pura: Dios debería existir sólo para que
yo pudiera creer en bendecirte. Pero qué se puede esperar
de un tipo que creó un mundo que es casi por completo
agua, pero de la cual no más de un 5% se puede potabili-
zar. Menudo cabrón el tío.
92
contacto constante. Majo tiembla, atenazada por mis pier-
nas y mis brazos, clavando sus uñas en mis muslos, tiem-
bla y se muerde los labios, suelta algún sonido gutural,
sus nalgas se tensan —lo siento en mi pelvis—, cada tan-
to un espasmo la recorre. Pero el chorro de agua es impla-
cable. Sigue y sigue y sigue...
(Hagamos una encuesta clitoridiana: Señor clítoris,
¿prefiere usted que Federico lo use como tema de una novela, o que
un chorro de agua lo embriague hasta perder el sentido?).
Pero entonces Majo explota en un grito. No hay nece-
sidad de ninguna encuesta.
Pasan un par de minutos, y cierro la ducha. Salgo de
la bañera para abrir la puerta del baño, o el vapor nos re-
ducirá a esqueletos. Entonces suena el teléfono. La voz de
Ludo resuena metálica e histérica en el contestador:
“Dos cosas. La primera es, obviamente, que renuncio a repre-
sentarte legalmente. La segunda: cumplo en informarte que el
juez va a pedir pruebas de ADN a Federico y a vos, y que está
considerando procesarlos. Pruebas de ADN. Adiós...”.
Entre la realidad del clítoris y la realidad del contes-
tador, parece claro que llegó el momento de tomar una de-
cisión. Bueno, Jacques Brel ya lo había dicho:
94
El universo es un concierto perfecto donde no falta ni
sobra una sola nota. Sólo el ser humano fue capaz de pro-
ducir la palmerita, algo que contraría todas las leyes uni-
versales conocidas porque si existe no cambia nada, y si
deja de existir tampoco. Eso es demencia. Eso es gloria,
también, ya sé.
“Sigo sin entender la idea”, dice Matilda.
“¿Otra vez? Es simple: la humanidad se divide en hombres
y mujeres. Ambos géneros se dividen a su vez, números más nú-
meros menos, en heterosexuales y homosexuales. Y entre estos, a su
vez, hay heterosexuales que son gays y otros que no, y homosexua-
les que son gays y otros que no. De hecho, me atrevería a decir que
hay más gays entre los hetero que entre los homosexuales. Ser gay
no tiene nada que ver con que te acuestes o no con tu propio sexo.
No tiene nada que ver con la sexualidad”.
“No entiendo”.
“A ver... Tom Cruise, por ejemplo: ahí tenés un típico hetero-
sexual gay. Blando, correcto, afectivo, insulso, previsible, con una
carga erótica aplicada con filtros del Photoshop. Una vez le pre-
guntaron a Richard Harris qué pensaba de esas nuevas generacio-
nes de actores y el tipo contestó: “Y bueno... Son esos actores que
se acuestan a las 8 de la noche con una redecilla en el pelo
porque al otro día tienen que filmar...”. ¿Entendés? Harris
era del ‘club’ de Peter O’Toole, Richard Burton, Eastwood, esos ti-
pos durísimos que primero vivían, y recién a partir de eso ponían
la carita en la pantalla. Y del otro lado... a ver... Boy George:
ahí tenés un ejemplo de homosexual que no tiene un átomo de gay”.
95
Rechazaste el título de Miembro del Imperio
Británico...
¡Por supuesto! Creo que eso es el fin. Es darse
por vencido.
96
¿Y Michael Jackson?
Pienso que también habría que pasar por las bra-
sas a los padres de esos niños. Cuando yo era
chico mi madre jamás me habría dejado ir a que-
darme una noche en la casa de un tipo rico.
97
Pero el perfil esconde todo eso y deja sólo la media mue-
ca cansada, la línea que continúa el ojo, el cuello que sue-
le tener cinco o diez años más que su dueña. Sí, el perfil
es el estridente cartel de neón de una cuarentona. Anun-
cia que pronto, ay, muy pronto, se integrará al ejército de
las cabezas injertadas en cuerpos veinte años menores.
Ese es uno de los productos más incoherentes del mun-
do gay de la estética y el diseño: se alquilan cuerpos, esa es la
única explicación de que haya tantas cabezas de mujeres fe-
as, viejas y amargadas colocadas sobre cuerpos juveniles y
hermosos.
Las grandes ciudades están infectadas de mujeres de 45
o 50 años cuyos rostros y cuellos de papiro, incubadoras de
cáncer por exceso de exposición a la radiación ultravioleta,
son transportados por cuerpos modelados y rotundos, ab-
surdamente jóvenes estética y físicamente. Se ha vuelto ca-
si imposible determinar qué clase de mujer es la que va ca-
minando delante de uno. El culo, las piernas o la cintura
dan una información que luego, cuando te adelantás a ella
para mirarla de frente, es desmentida por la cabeza cincuen-
tona injertada en esas formas firmes y apetitosas. Personal-
mente, y para ya no acumular desilusiones, resolví la cues-
tión con bastante sentido práctico: lo primero que miro a
una mujer que va delante de mí es el culo, y lo segundo, los
codos y las manos. Es la única forma de saber si realmente
es joven o tiene una cabeza injertada.
El regreso de Matilda me saca de estos pensamientos.
Parada junto a mí, sonríe luminosa y hace un par de mo-
vimientos graciosos con la cadera, y enseguida da un pe-
queño giro.
“¿Te gusta?”.
Miro sus pantalones que por delante apenas alcanzan
a tapar el pubis y por detrás dejan adivinar que un milí-
metro más abajo de la tela comienza la rayita deliciosa que
divide sus nalgas, y apruebo.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 98
98
“Están bárbaros, ¿viste? Y con esta camisita quedan super
bien, ¿no?”.
Vuelvo a aprobar con otro movimiento de cabeza.
Contenta, Matilda vuelve a sentarse para terminar su jugo
de pomelo.
Sí, dije que Matilda vestía pollera, ya sé. Y así era,
pero ahora lleva pantalón. Es que Matilda actualiza la
moda segundo a segundo.
La mayoría de las mujeres tratan de estar atentas a los
cambios de la moda, para dejar de utilizar esto que hasta
ayer era lo último y ponerse lo nuevo. Pero Matilda llevó
esto a un grado en que su percepción de la moda se agudi-
zó tanto, que es capaz de levantarse en medio de una con-
versación porque sintió que el último segundo de validez
social de una prenda acaba de llegar y debe ponerse ya lo
que para las demás será moda recién dentro de unos meses.
Es raro el día que la ves en el bar o pasando por la puerta
sin llevar una bolsa con el logotipo de alguna marca euro-
pea. Su actividad diaria, sostenida por el dinero inagotable
de su padre, consiste en conectarse por el Messenger con
Paris o Londres, recibir día por medio al empleado de DHL
que le trae a su puerta paquetes de ropa —a veces es sólo
el modelo de prueba de algo que quizá finalmente no lle-
gue a comercializarse—, buscar dónde cambiarse en forma
urgente cuando su reloj interno le avisa que lo que lleva
puesto acaba de perder actualidad —generalmente en ba-
ños de bar, pero también puede encarar a un viejo que to-
ma sol en la puerta de su casa y pedirle que le permita en-
trar un segundo—, y otra interminable serie de disparates
relacionados con el cumplimiento estricto de su neurosis.
Lo cual no le deja tiempo para ninguna otra cosa, por su-
puesto, por lo que Matilda jamás trabajó en sus 26 años de
vida.
Es de alguna manera como las “series convergentes”
de la matemática: su vida es un número infinito de mo-
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 99
99
vimientos cuya suma da, sin embargo, un resultado fini-
to; el ocio, en este caso. Es congénitamente incapaz de ac-
tividad formal.
Pero tiene un cuerpo perfecto y joven que coincide
adorablemente con la cabeza hermosa que transporta, así
que, ¿se le puede objetar algo?
No volveré a mencionarle lo de la muerte del mundo
gay. A este cadáver todavía le quedan muchos años de con-
vulsiones como una rana decapitada mientras su pelo y
uñas siguen creciendo, así que es probable que Matilda se
muera sin enterarse. Después de todo, ¿de qué sirve ente-
rarse de nada? La única realidad es lo ilusorio.
100
lizó de un modo tan sutil su espectacularidad que resulta
difícil estar frente a ella sin quedarse atónito murmurando
“blerwm, blerwm” con los dedos tamborileando en los labios.
“Estoy bien. Estoy saliendo con un abogado que me lleva
veintidós años, lo cual significó un despelote absurdo en su fami-
lia ‘legalmente constituida’, con escándalos policiales y psiquiá-
tricos, en fin, una porquería... Y mi vieja, por supuesto, klage y
klage de la mañana a la noche, y sólo se interrumpe para decir-
me que está segura de que yo ni siquiera voy a tener la decencia
de acompañar su cuerpo hasta el cementerio judío de La Tabla-
da, cuando finalmente el sufrimiento se la lleve. Pero ya se va a
acostumbrar. En cambio, la esposa de mi novio va de mal en pe-
or. Hace diez días, se vació en la garganta un frasco de insecti-
cida en aerosol. Típica burrada de una fracasada que en reali-
dad está muerta hace quince años. Lo único que supo hacer toda
su vida es deprimirse en un yate, criar grasa en el cerebro, parir
un par de hijos como parte del negocio y amargarse y aburrirse y
achatarlo todo. Y después se vuelve loca porque su marido se en-
amora de alguien como yo...”.
“Alguien como yo”, dice. A los 20 años, además de
un exterior invencible, tenía ya una deliciosa hipercere-
bración que le hacía escupir dos o tres ideas por minuto,
todas ellas estructuradas desde una visión del mundo por
completo original, que lo ponía todo patas para arriba
dentro de un sombrero de bruja y allí lo agitaba produ-
ciendo nuevas criaturas calidoscópicas que, sin embargo
y por estar hechas de materiales cotidianos, cualquier
idiota e incluso un empleado podían reconocer. Y ante
las que todos —empleados, genios, chamanes o funcio-
narios públicos— quedaban haciendo “blerwm blerwm”.
Dos años después, se recibía de abogada. Y las escenas
que escribía para televisión, de haber llegado a manos
del productor de alguna serie de Sony, le hubieran repor-
tado millones. Leía a Nietzsche mientras miraba “South
Park”. A los 23 años cantaba en un coro celta, bailaba
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 101
101
salsa en un grupo cubano y empezaba a trabajar en el es-
tudio de derecho tributario más importante de Sudamé-
rica. Ahora, a los 26, cuando la llamé por teléfono para
que nos encontremos me contó que pronto se recibirá de
traductora de chino. “Alguien como yo”...
“Yo no sé por qué no se deja de joder esa vieja pelotuda”.
Vieja que tiene cuatro años menos que su novio, por cier-
to. “Pero en fin... como te decía, estoy bien”.
“Pero el tipo... tu novio... ¿sigue viviendo con su mujer?”.
“Más bien. ¿Por qué te creés que hay tanto despelote? Ya te
dije: eso no es un matrimonio, a esta altura es sólo un negocio. Se-
pararse le saldría carísimo, es casi imposible desarmar la mara-
ña financiera y social que armó en torno a esa estructura de fa-
milia. Y él no tiene huevos como para patear el tablero. No llegás
a su posición profesional y económica pateando tableros...”.
“No, claro, pero... ¿y entonces?”.
“Y entonces... nada”.
“Nada” es la palabra más rara que puede sonar en sus
labios. Siempre en Merlina hay algo. Me mira un par de se-
gundos y sigue.
“¿Viste?, al final hubiera sido preferible tener esta clase de
quilombos a los 20 años, y con vos. ¿Por qué no dejaste que pa-
sara? Hubiera sido mucho mejor...”.
Recibo el mazazo. La cabeza no llega a separarse en
dos pedazos, pero la masa encefálica se derrama por mi
pecho y mis hombros como una especie de vómito de
guiso fermentado antes de haber sido ingerido. Trato tor-
pemente de impedirlo con ambas manos, trato de juntar-
la y meterla otra vez en la abertura del cráneo, mientras
voy cayendo de rodillas lentamente. Tardo siglos en caer,
y antes aún de que mis rodillas toquen el piso mi cuerpo
entero comienza a agitarse con convulsiones que parecen
inducidas por impulsos eléctricos que un invisible Barón
Frankenstein me estuviera aplicando mientras ríe con
mudas carcajadas de espástico.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 102
102
Mis rodillas por fin se clavan en las baldosas de la ca-
lle y mi culo se aplasta contra mis pantorrillas, mis ma-
nos tiemblan con las palmas muy abiertas apuntando a
mi pecho, y alcanzo a notar una alfombra de viscosidad
cambiante que al instante no puedo dejar de analizar: las
convulsiones en esa posición tan indigna me hacen cha-
potear en mi masa encefálica que se mezcla con mi vómi-
to propiamente dicho, aunque enseguida compruebo que
eso no es todo porque, sin control de mis reflejos más ele-
mentales, también me he cagado un poco encima. “¡Vik-
tor, Viktor!”, le grito a Frankenstein para que me ayude,
pero de mi boca los fonemas salen ahogados en pedos y
meteoros, y de todos modos Viktor Frankenstein no po-
dría hacer nada por mí porque —sí, recuerdo haberlo le-
ído en alguna parte— se ha hecho evangélico y como yo
no lo soy su único deber es sufrir por mi equivocada al-
mita con incontinencia. Mi visión va fundiendo a negro
desde los costados hacia el centro y pienso que quizá sea
la muerte que viene a liberarme, y mientras me desplomo
de hocico al piso —siempre en slow motion, claro— escu-
cho un multitudinario coro de arcángeles en una cancha
de fútbol que vocifera: “¡Y klage! ¡Y klage! ¡Y klage,
Viktor, klage...!”. Lo último que veo es la cara de Merlina
K. en las baldosas que sonríe y me dice:
“¿Te acordás de aquella noche que esperábamos el colectivo
en Córdoba y Rodríguez Peña, y de repente pasó un peruano que
nos miró desencajado y nos dijo que los dos íbamos a acabar en el
infierno? Al final no terminamos de arder nunca. Hubiera sido
mejor. Mucho mejor...”.
Y ni siquiera me liberó la muerte, vieja hija de puta.
Está bien, hubiera sido mejor entonces, claro. Hubie-
ra sido mejor cuando yo te escribía poemas y vos los leí-
as en el colectivo y querías reírte pero llorabas y por eso
nunca podías leer la última línea. Cuando vos tenías 20
años y por eso yo también tenía 20 años, y nos quedába-
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 103
103
mos horas enteras hablando parados casi en la esquina de
Rodríguez Peña, con mi mochila colgada en la ventana de
esa casa abandonada a la que una noche, inexplicable y
mágicamente como en un cuento inglés, vimos entrar de
pronto a un cura.
En aquellos días yo era un Golem tirado sobre una
mesa de madera olvidada en la trastienda de la vida, con
un cartel en la frente que decía “Met”, el muerto para
siempre y nunca jamás, y llegaste vos y me dibujaste la le-
tra que faltaba, y el cartel dijo “Emet”, verdad, vida que
vuelve, libertad del renacimiento. Y el Golem se descas-
caró todo, y bajo el barro estaba yo sonriente y luminoso
porque un Cristo femenino y más judío que nunca me ha-
bía tocado con su cabellera milagrosa y rubia.
Hubiera sido mejor seguir los secretos de la Cabala
que tan fácil nos resultó descifrar a mí, el niño viejo con
un mapa a tu medida, y a vos, la pequeña princesa judía
que quería aprender a construir una catedral y sabía que
yo sabía de memoria el manual de origami psicodélico.
Pero me equivoqué, princesita. Te convencí de que
eras Juana de Arco, sólo para después pretender salvarte de
la hoguera. Eché un balde de hielo a los maderos que ya
ardían y salí corriendo hacia otras noches y otros días, sa-
lí corriendo como un ladrón llevándome toda la vida que
me habías devuelto y regalado.
Desde entonces, cada vez que veo una hoguera me
zambullo en ella para buscarte. Para decirte que sí, que
hubiera sido mejor cumplir juntos la profecía del perua-
no desconocido, arder juntos en nuestro infierno tan ama-
do, porque sólo allí hay vida, porque la paz es la muerte
en otras palabras.
Hubiera sido mejor, y por eso ahora te lo digo acá, en
estas líneas de la página 103. Pero ahora es tarde, ya no vas
a quererme con esta cabeza sin masa encefálica y las rodi-
llas tan sucias y la tribuna gritando en contra de Fran-
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 104
104
kenstein. Aún así soy mejor que el abogado, ya sé, pero
vos ya no tenés 20 años y yo aquella vez me equivoqué.
Sos abogada y tenés que saberlo muy bien: no puede ha-
ber segunda condena para una misma Juana de Arco. No
podemos fomentar el vacío legal en las hogueras.
Mensaje en el contestador:
“Hola, divino. Soy yo: Anamá. Vení esta noche a mi casa.
Prohibido faltar: Mateo cumple 18 años. ¿Lo podés creer? ¡Ya es
casi un viejo! Bueno, dale, vení, ¿eh? Te esperamos. Va a ser una
fiesta ‘totally Anamá’. Bah, es para Mateo, pero... Bueno, vos me
entendés. A las nueve. Chau...”.
“¿Anamá?”, dice Majo. Esta vez no saltó por el patieci-
to. Me la crucé en el pasillo cuando llegué. “Pero... la voz me
suena conocida...”.
“Sí. Es esa Anamá. La de la tele y los teatros de revista”.
“Nunca te hubiera relacionado con un personaje así. Es in-
creíble, ¿cómo hacés para conocer tanta gente?”.
“Cuidando que nadie me conozca a mí. Es la única manera”.
Majo desaparece en la cocina. No concibe la vida sin
cafeína. A ver, sillón, abrazame un poco. Mh... Bueno, en-
tonces, si Majo un día se pone muy insistente dejo de
comprar café, y con eso la voy a mantener alejada (¿Por qué
retorcida cosa pensé en la palabra “alejada” y escribí “agota-
da”? Qué sé yo, tachemos y sigamos). A ver. No sé para qué
me hago dejar el diario en la puerta cada día, no llego a
mirarlo más de dos veces por semana. Veamos, de atrás pa-
ra adelante, como corresponde. Mh, hoy es el cumpleaños
de Juliette Greco. 78 años. Menos mal que no pusieron
una foto actual (no pusieron una vieja tampoco, ya es
asombroso que hayan publicado esta línea sobre ella,
¿quién se acuerda de Juliette Greco?). Sería horrible verla
a los 78 años. Hay personas que no deberían ser sometidas
a esa generalización de fealdades impersonales que es la
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 105
105
vejez. No Juliette Greco, por ejemplo. Yo te amaba, sabés,
pero, ¿qué amaba yo de vos? Todo lo que yo amaba, ¿dón-
de está ahora, a tus 78 años? Amaba todo lo que eras, la
voz, Paris, el cigarrillo, Brel sin una sola moneda llegan-
do a tu casa y cantando “Ça va”, la libertad y la locura, tu
mirada riéndose a carcajadas de mi pureza, todas cosas que
eran inseparables de la forma selenita de tus ojos, del
triángulo curvo de tu rostro perfecto, de tu cabello como
una cortina de seda negra y el flequillo delirante, de tu bo-
ca gitana y mora. “Juliette Greco” significaba todo eso
junto, lo tangible y lo intangible. Y de eso hoy no hay na-
da (que los cumplas feliz...).
“¿Qué es esa música que pusiste? ¿Quién es la mina que
canta?”.
“Una francesa. Pero murió hace como cuarenta años...”.
“¿Sí? Se nota que la grabación es antigua, pero... la voz de
ella suena super moderna, ¿no te parece?”.
“Ella es eterna. Tomemos el café”.
¿Y de vos, Majo? ¿Qué amo de vos, si es que amo algo?
“Majo, el otro día, cuando estaba mi hija, me preguntaste
si no me jodía que Alma te viera acá conmigo, ¿te acordás?”.
“Ah, sí. Creo que en ese momento te llamaron por teléfono...”.
“¿Exactamente por qué me preguntaste eso?”.
“Bueno, por ahí es una tontería, pero... no me siento incli-
nada a ese vicio que tiene la gente de compartir tanto la vida pri-
vada. A mí no me interesa, por ejemplo, que mi viejo me invite a
cenar a su casa cada vez que tiene una nueva novia. De hecho
nunca le acepté una de esas invitaciones. Si él se hubiera vuelto a
casar y hubiera tenido otros hijos... bueno, yo hubiera conocido a
mi hermano y a su madre el día del nacimiento. Pero esas rela-
ciones que se muestran tan entusiastas y a los seis meses ya están
cada uno por su lado... ¿para qué hacer el esfuerzo de socializar,
caer bien, y todo eso? No sé, ¿te parezco muy rara?”.
“Majo, te voy a decir dos cosas. La primera es que yo odio
a las parejas adultas y sus costumbres: quedarse algún día a dor-
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 106
106
mir en la casa del otro, presentarle las novias a los hijos, esa an-
siedad que tienen por ‘divertirse’ y el concepto mismo que tienen
de ‘diversión’, y todo eso. Creo que las personas tienen que inten-
tar vivir un gran amor, construir una vida juntos, con casas y
con hijos, y luchar por eso y con eso hasta las últimas consecuen-
cias. Pero cuando eso se termina se tienen que dejar de joder y con-
vertirse en personas discretas que sepan construir una vida priva-
da. Esa tara de optimistas incurables que insisten en armar
‘grandes amores’ sucesivos y públicos debería estar penada por la
ley”.
“Bueno, no sé si tanto como eso... pero sí coincido con el espí-
ritu de la idea. ¿Y la segunda cosa cuál es?”.
“La segunda es que te voy a pedir que te retires inmediata-
mente de aquí, que salgas de mi vista ahora mismo. En un par
de minutos más me podría enamorar de vos, así que procedamos
a la evacuación hasta que pase el peligro”.
107
fue a buscar a tu guarida, es sólo porque lo convencí de que con
la violencia también él se perjudicaría y es mejor dejar que un
abogado se ocupe de todo”.
Las partículas, en los sistemas microscópicos, y siem-
pre según la idea de complementariedad de Bohr, se com-
portan simultáneamente como ondas y como partículas.
Sí, ¿no? Y Lilly decía que había regiones de la mente hu-
mana, espacios cognitivos de proyección multidimensio-
nal, que pueden sintetizar realidades internas en su tota-
lidad. Aunque para Wheeler...
“No te hagas el que no entendés y te quedás perplejo. Andrea
nos contó todo. Todo tu maltrato. Y no sólo el psicológico. Hay
que ser muy basura para levantarle la mano a una mujer...”.
“A ver: ¿este ataque tiene alguna relación con que nunca los
haya invitado a mi ‘guarida’ a cenar en familia?”.
“Andate de acá, cínico. Ya nos volveremos a ver, pero de-
lante de un juez”.
Portazo en la nariz. OK, alguien aquí está loco, y
nuevamente no soy yo. Mi locura es sólo mi antídoto con-
tra la locura del mundo. Y lo peor es que lo que podría
hacer para enterarme algo acerca de esta locura sería ha-
blar con Andrea... No, creo que prefiero confesar, no im-
porta de qué se me acuse. Lo único que se me cruza por
la cabeza es: ¿será bueno o malo si la Justicia decide uni-
ficar las causas?
108
Anamá va a buscarme una copa, cuando entra Mateo.
Me da un beso y sonríe con una resignación vieja, como de
quien cumpliera 118.
“Mi vieja me dijo que ibas a venir. Estaba en el bar de en-
frente esperando verte llegar”.
“¿Cómo?”.
“Y, sí. Ya viste lo que es esta casa: la jaula de las locas fun-
cionando a tope...”.
“Bueno, no parece muy diferente a otras noches aquí...”.
“A eso iba. Hoy es mi cumpleaños. ¿No podíamos, para
variar, cenar sentados a una mesa con un par de amigos que yo
invitase?”.
Mateo es un ser increíblemente perceptivo y profun-
do, sereno, reflexivo, exquisitamente inteligente. Cómo
armó esa personalidad cuando, desde siempre, su paisaje
cotidiano fue esta reserva natural de creeps marginales y
fellinescos, es un misterio. Anamá pasó su adolescencia
en los submundos, y cuando empezó a ganar dinero con
la televisión se mantuvo fiel a su fauna de origen. Todos
los días su casa es una romería, pero nunca encontrás ac-
trices famosas, productores importantes o empresarios de
primera línea. Lo que hay son putas, travestis, todas las
posibilidades de parejas o tríos que se puedan formar en-
tre seres humanos, un cierto porcentaje de psicóticos y un
toque de adicciones y alcoholismo para matizar las reu-
niones. Esta es la puesta en escena que veía Mateo cuan-
do llegaba con su uniforme de colegio privado a los seis
años, y la que ve hoy que es su cumpleaños número 18.
“Pero bueno, por lo menos estás vos para hacerme el aguante”.
“Seguro. Aprovechame mientras conserve mi libertad”.
“¿Qué?”.
“Nada. Buscame algo para tomar, que tu vieja ya se olvidó
que me iba a traer”.
Me quedo pensando en que, si uno juzgara por el re-
sultado —Mateo es el hijo soñado de cualquiera—, no se
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 109
109
puede criticar mucho a Anamá. Qué sé yo. En lo que sí se
equivocó es al decir que con mi llegada “ya estábamos to-
dos”. Aquí siempre puede llegar alguien más, aún cuando
echando una mirada alrededor uno podría pensar que el
Arca de Sodoma ya tiene todos los especímenes posibles.
“¡Miren quiénes vinieron! ¡Y juntas! ¡Miren!”, chilla
orgásmicamente la dueña de casa. Obedezco, y entonces
veo la entrada triunfal de Jazmín y Berta.
“¡Tenemos grandes noticias para darles!”.
“¡Dos grandes noticias!”.
La fauna se amontona alrededor de las recién llegadas,
entre grititos de excitación y saltitos histéricos. Mateo no
quiere acercarse, pero mi curiosidad es suficiente para em-
pujarnos a ambos.
“La primera noticia...”, dice Jazmín y hace unos segun-
dos de suspenso paseando una mirada ovoide y desenfoca-
da entre la distinguida concurrencia.
“¡Ay, dale, hablá!”, ruega Anamá.
“La primera noticia...”, repite Jazmín, “es que... ¡acaba-
mos de regresar de Chile!”.
“¡No!”, cacarea Anamá tomándose el pecho como
una Madonna asmática. “¡No me digas que... que te decidis-
te y...!”.
“¡Sí!”, grita Berta. “¡Se operó! ¡Y la segunda noticia es
que vamos a vivir juntas! ¡¿No es lo máaaaximo?!”.
Entre los graznidos y berridos que se disparan, vuelve
a superponerse la voz de Anamá:
“¡Hay que festejar! ¡Vamos a improvisar una fiesta de com-
promiso! ¡No: de casamiento! ¡A ver, ¿quién oficia de cura?!”.
Mateo me echa una mirada de profundo hastío, pero
el suspiro que le sigue es casi de alivio. Ya no es necesaria
su presencia en su fiesta de cumpleaños.
La otra historia es simple. Berta es lesbiana, o al me-
nos lo era hasta que se enamoró perdidamente de Jazmín,
lo cual conmovió todas sus estructuras y la llenó de cues-
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 110
110
tionamientos: Jazmín es travesti. Al principio, Berta su-
frió el lógico rechazo de Jazmín, pero más allá de los cues-
tionamientos su amor era tan intenso y de alguna forma
tan invasivo que terminó por lograr que el travesti cedie-
ra. Ahí se invirtieron las cosas, porque Berta fue presa de
una devastadora crisis de identidad —estaba enamorada
de un hombre, por más tetas que tuviera—, y, valga el
chiste idiota, plantó a Jazmín.
Entonces fue Jazmín quien entró en crisis. Le gusta-
ban los hombres, por supuesto, pero lo cierto es que jamás
alguien la había amado con un amor tan sincero y profun-
do. Pues bien, resolvió la crisis tomándose un avión a Chi-
le y haciéndose extirpar el pene. En términos técnicos aho-
ra es un transexual. Pero a los efectos del amor, el travesti
se hizo lesbiana.
Y aquí están las dos, iniciando su nueva vida de pare-
ja. Toda una conmovedora historia de amor, al menos
mientras dure. Que será, supongo, hasta que Jazmín se dé
cuenta de que no tiene más lo que le colgaba entre las
piernas, que Berta nunca lo tuvo así que no es problema
de ella, y que lo único que queda para una extravesti es
plástico con pilas en el culo porque no siente nada en las
tetas ni en ninguna parte de las que Berta sí disfruta, y
que la cuestión no tiene retorno y sólo le queda por delan-
te toda la puta vida igual. Conmovedora historia, sí.
111
Porque también está la cocina fashion de Anamá, un am-
biente enorme con barras y woks colgantes. Pero esa es pa-
ra recibir a la gente y comer fondue. La cocinera, para lo
concreto y cotidiano, usa esta cocinita. Que está maravillo-
samente apartada del circuito de la jaula de las locas. Sólo
tiene una ventanita que da al hueco del edificio, casi pega-
da a la pequeña ventana de uno de los baños de servicio.
“Bueno, pero sé que en cuatro años, como mucho, liquido la
carrera. Y ahí trataría de irme. En New Jersey, por ejemplo, hay
un argentino que está revolucionando todas las ideas sobre el fun-
cionamiento del universo. Conectó la Teoría de Cuerdas con la
mecánica cuántica, lo que tantos venían intentado hace años. Su
teoría se conoce como ‘la conjetura Maldacena’, y...”.
“¿Te gustaría conocerlo y charlar con él? Viene cada tanto al
país...”.
“¡¿Lo conocés?!”.
“No es un mérito científico. Es sólo que sus padres viven en
Caballito. Y tienen ese hijo genio porque son personas muy raras:
creen que yo escribo bien”.
“¡¿Qué hacés?! ¡¿Te volviste loco?!”.
Esa frase no fue de Mateo, por supuesto. Pareció venir
de la ventanita del baño. A la voz siguen ruidos de cosas
que caen, forcejeos y sonidos humanos ahogados, como si
le taparan la boca a alguien que quiere gritar.
“Che, ¿pasará algo malo?”, dice preocupado mi proyec-
to de científico loco.
“Y... en esta casa es difícil calificar de ‘bueno’ o ‘malo’ a
cualquier cosa que pase”.
Nos acercamos a la ventana de la cocina para tratar de
oír mejor. De pronto, entre los ruidos mezclados, surge un
claro y prolongado “¡No...!”.
“¡Vamos!”, dice Mateo y sale corriendo de la cocina.
Tengo que seguirlo, maldito sea el pendejo heroico.
El baño está trabado por dentro. Si no fuera por el es-
truendo de los golpes que da Mateo contra la puerta para
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 112
112
forzarla y sus propios gritos, quizá hubiéramos reparado
en que los ruidos del baño cesaron.
La traba interior de la puerta salta, reventada, y entra-
mos para encontrarnos con una escena inesperada: Elina,
una prostituta paraguaya que últimamente Anamá adop-
tó como protegida, con su minifalda desgarrada colgando
de las dos tiras que permanecen unidas al cinturón y kilos
de lápiz labial corridos alrededor de su boca dándole un
aspecto de mulata con herpes facial, acaricia la cabeza de
un hombre que, con sus ropas abiertas y desacomodadas,
llora desoladamente sentado en el inodoro.
“Bueno, está bien, tampoco es para tanto, controlate... Ya es-
tá, olvidate... Basta...”.
A cada palabra de consuelo de Elina, el hombre res-
ponde con un nuevo sollozo.
“Elina”, digo, “¿podríamos saber qué pasó acá?”.
“Y, la verdad es que... yo me vine a este baño alejado para
clavarme una línea, y de repente él entró y trató de violarme. Y
casi lo hace, pero... bueno, en fin, no pudo... No se le paró”.
Mi primer impulso es buscar alguna tijerita de esas pa-
ra las uñas de los pies, que seguramente habrá en algún ca-
jón del vanitory, y dársela a este infeliz para que se corte la
verga. ¿Puede haber algo más humillante para un violador
que ser impotente? Hasta en esto hizo mella el mundo gay.
Fuck yourself, violador impotente...
113
nima inconciencia al llegar a la cama. A sumergirse, en-
tonces, en la caldosa marea de la jaula de las locas.
Alguien me abraza desde atrás.
“¿Cómo estás? ¡Cuánto hace que no te veo...!”.
Cuando Anamá llegó a Buenos Aires hace veinticinco
años, Romina la sacó de la calle, le dio catre y comida, y le
enseñó todo sobre el oficio de la prostitución. Ahora Romi-
na tiene cerca de 50 años y está orgullosa de lo alto que lle-
gó su protegida, pero sigue ejerciendo la prostitución por-
que su mismo orgullo le impide dejarse mantener por
Anamá. Esto no es tan raro. Lo verdaderamente raro es que
Romina —su increíble nombre real es Regalada— está em-
barazada.
“¿Qué... qué es esto?”, balbuceo.
“Esto puede ser una prueba de que si te mantenés en activi-
dad la menopausia se te retrasa...”.
“Bueno, sí, como prueba es contundente, pero...”.
“¡Rulo, vení! ¡Vení!”, y Rulo responde al llamado de
Romina y se acerca, devorando un sandwich de miga
mientras sostiene media docena en su otra mano.
“Este es Rulo”, me dice Romina, y tocándose la panza
de seis meses agrega: “Mi socio en este asunto”.
Rulo me dedica una sonrisa rebosante de ananá y
mayonesa, y sigue su camino. Miro a Romina sin poder
hablar.
“Sí, ya sé, es casi un nene. Tiene 16 años. Bah, los cumple
a fin de mes. Y bueno, así se dieron las cosas. Rulo se había ido
de su casa, ya sabés cómo es eso, el padre borracho que le pegaba
a la madre... Empezó a dormir en los galpones de Juan B. Jus-
to, y a los pocos días me lo crucé... El padre lo había traído a de-
butar conmigo unos meses antes, así que... Nada, que me lo llevé
a casa y...”. Sonríe arrojando pilas de años por los ojos y
vuelve a acariciarse la panza. “...y nada, acá estamos”.
Ahora me mira más seria y los ojos se le llenan de lá-
grimas.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 114
114
“En treinta años de puta no tuve ni siquiera un aborto. Es-
taba orgullosa de eso. Pero cuando me enteré que estaba embara-
zada... y ya sé, vos pensarás que no fue ningún accidente, es ob-
vio... cuando me enteré que estaba embarazada se me vinieron
todos los años encima, y me puse a llorar como una tarada agra-
deciéndole a Dios. Decime, ¿cuánto me podía quedar para tra-
bajar? ¿Cinco años más? ¿Siete? ¿Vos tenés idea, te podés ima-
ginar qué sola puede llegar a estar una puta vieja?”.
No, Romina, no puedo imaginar eso. Yo soy un tipo
sencillo, más bien limitado. Esa quizá sea una pregunta
para Maldacena y su equipo de genios de New Jersey. Yo
no sé sobre agujeros negros y antimateria. Yo sólo soy un
pibe de Caballito. (Ah. Como Maldacena. Es cierto...).
115
sobre la cabeza de Elina, está Feli, la hermana de Anamá,
una sobreviviente del hippismo que vive hace veinticinco
años en El Bolsón, contemplando las montañas en espera
del OVNI que venga a revelarle la verdad última y ali-
mentándose a marihuana y té de rosa mosqueta. Al verme
asomar me hace una tenue seña de que me acerque. Estu-
ve esquivándola toda la noche, así que a esta altura ya ni
hace falta que le conteste. Viste una camiseta decorada en
batik tres o cuatro talles más grande que su medida, y una
amplia, larga y ancha pollera de gasa estampada que por
la posición de loto queda toda recogida sobre su regazo
dejando ver que no lleva ropa interior. Si tuviera veinte
años menos y fuera muda, quizá...
Me acomodo en el piso, apoyado contra un lado del
ventanal. Estiro las piernas y enciendo otro cigarrillo. Hay
un silencio alucinatorio en la escena del balcón, mientras
la Piaf repite por tercera o cuarta vez que la fille de joie est
triste au coin de la rue, là-bas...
Feli viene para mi lado, pero ya no tengo fuerzas para
resistir. Igual, lo único que hace es recostarse sobre mis
piernas fumando su eterno porro. Alguien detiene por fin
a la Piaf. Entonces Feli, encendiendo un porro tras otro y
como si imitara al reproductor que acaban de detener, se
pone a canturrear en función repeat las dieciséis palabras
del Hare Krshna y a meterse mano en la entrepierna.
La monótona melodía termina de sumirme en el ano-
nadamiento. Mi conciencia se hunde en un letargo de rep-
til. Un aura de calor alrededor de todo mi cuello, como
una bufanda invisible y bochornosa, me induce a cerrar los
ojos. Y bueno, ¿por qué no? ¿Por qué no quedar aquí,
amodorrado, casi idiota, retozando en las sábanas ilusorias
de un mundo donde el olvido es posible?
Sí. Nadie me mueve de aquí esta noche. Afuera no exis-
te, es como un cilindro que contiene jeroglíficos en el idio-
ma preantropológico de una civilización perdida. No me in-
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 116
116
teresa descifrarlos. No ahora. Voy a soltar la última amarra,
y que el sueño sea mi deriva.
Sí... A la deriva entre el sueño acunado por el aro ca-
lórico del cuello. A disfrutar, que nadie puede entrar aquí
a impedir nada... De pronto puedo hacer cualquier cosa,
volverme negro, apuntar a Mitilene, creer en Jesús H. von
Christo, pararme de cabeza entre los tarahumara, almorzar
un soufflée de peyotl con Elizabeth Taylor y recitar a Höl-
derlin entre eructos. Puedo echarme una buena cagada en
el Closerie des Lilas y limpiarme con la Phänomenologie des
Geistes, tirarme una siestita en la plaza de Orpdorp, pue-
do jugar con el sello de R’lyeh, puedo implosionar. Puedo
emborracharme de hidromiel con Urias Heep en la cena
anual de los Hulaburos, perder los dientes en una función
del Kabuki, meterme una supernova por el culo, echarle
un polvo a la Osa Mayor, dormir sobre la tumba de Love-
craft, acortar la distancia entre mis orejas, masturbarme
con un rollo de papel higiénico y eyacular sobre la foto de
Borges, o memorizar el Diccionario Etimológico de Coro-
minas y aún así permanecer en mis cabales. Puedo escri-
bir La Cumparsita. Puedo perderme y regresar. Puedo ha-
cer cualquier jodida cosa que se presente en la deriva,
porque todo es juego y en la deriva no hay peligro de per-
der el rumbo. Navego cómoda pero firmemente sentado
sobre el mullido y acogedor glande del pene del mundo,
y la Atlántida no se ha hundido para siempre. La pureza y
la calma son la canción del Universo.
Hasta mañana.
117
Como sea, desconecto el teléfono. O mejor directa-
mente desconecto la llave general de la luz. Que no haya
timbre, ni aviso de mensaje electrónico entrante, ni contes-
tador ni una mierda. Incluso la más dulce voz humana po-
dría matarme en este momento.
Lástima que no puedo parar el pensamiento. Hace
muchos años, Castaneda me juró que era posible, que se
podía suspender el diálogo interior. Es evidente que no
tenía ni idea sobre el funcionamiento del cerebro (quizá
ni siquiera fuera antropólogo). Pero el error fue mío: ¿có-
mo confié en un tipo que se confesaba hincha de Chaca-
rita Juniors?
En mi descargo, puedo decir que entonces era casi un
chico. Creía que la verdad pasaba por la literatura, la po-
esía o la filosofía. Hoy le diría a Castaneda: “aprendé cien-
cia y ponete a pensar, Carlitos”. Pero él ya está unos cuantos
metros bajo tierra, y parece que eso te provoca sordera,
entre otras cosas.
Sigamos pensando, entonces. Me encanta que Mateo
sueñe con descifrar el universo. Por lo menos alguno que
otro se salva del gran pisotón generacional que el mundo
gay le propinó a los que tuvieron la desgracia de crecer en
él. Y Maldacena debe tener unos 35 años ahora, lo cual
significa que en esta tierra baldía hay al menos un inadap-
tado en cada generación. Eso es bueno. Mientras haya uno,
el resto puede seguir chapoteando en su enmerdado vacío,
no importa. Las ideas imbéciles de la masa no interrum-
pen el flujo de la gloriosa demencia humana.
La masa no se entera de nada. Cree, por ejemplo, que
el futuro está en la red, cuando en realidad Internet ya mu-
rió. Ya no sirve para nada, excepto para bajar música e in-
tercambiar e-mail, lo que podría parecer interesante pero
también desaparecer sin consecuencia alguna. Fuera de eso,
ya no sirve para investigar o estudiar porque hay millones
de contenidos falsos o estúpidos por cada uno mediana-
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 118
118
mente riguroso, ya no sirve para buscar o generar trabajo
excepto que se trate de espejismos temporarios, ya no sir-
ve, en fin, para nada que tenga algún sentido. En diez años,
será un gigante idiota habitado sólo por creeps, nerds y fre-
aks autistas irrescatables. Maldacena está en New Jersey
descifrando el universo, y lo hace durante diez horas por
día trabajando sólo con lápiz y papel. Usa la computadora
apenas para chequear e-mail y navegar un poco. Y la masa
cree que ahí está el futuro...
Qué rápido se entusiasman las personas con el futuro...
Les das dos cositas y ya están todos tratando de montarse
en esos futuros que mueren cada vez con mayor velocidad.
Cientos de miles de personas creyendo que aseguran su
porvenir estudiando diseño de webs o cosas parecidas, y
dentro de diez años se encontrarán con que están tan afue-
ra del sistema como hoy lo está un especialista en repara-
ción de lapiceras de pluma.
Eso es lo peor del chiste: las personas se entusiasman
tan rápido con el futuro porque se trata de futuros cortos,
enanos. Maldacena y Mateo se van al otro extremo, es cier-
to, y piensan en futuros y pasados de trillones de años. Pe-
ro embanderarse en un futuro eterno que después no llega
a durar ni diez años... Por favor, qué idea miserable.
Bueno, ya pensé un rato. Con bastante torpeza, por
cierto. Las ideas tropezando unas con otras, en fin: una
porquería. Pero qué otra cosa podía producir con semejan-
te resaca encima, ¿eh?
“Parar el diálogo interno”. ¿Estarás rindiendo cuentas
por esos esperpentos, Carlitos?
119
Ella es Kafka —que no era el atormentado que nos vendie-
ron los profesores de literatura, simplemente tenía el hu-
mor dramático y corrosivo de un buen judío).
“El juez todavía no decidió lo de pedir pruebas de ADN, y
por lo tanto tampoco el procesamiento, aunque el fiscal ya presen-
tó el pedido”.
“¿Pero qué les pasa a esos tipos, por qué se la agarran con
nosotros?”.
“Porque no tienen más sospechosos que Federico y vos. Es
simple”.
“Escuchame: la mina nos dijo que el exmarido la estaba lla-
mando mucho por teléfono, que ella creía que la vigilaba... Yo lo
conté en mi declaración. ¿Qué pasa con eso?”.
“El exmarido fue el primero al que investigaron. Decime,
¿sabés qué es mejor que una coartada probada?”.
“No...”.
“Tener una coartada que no se puede probar. Ni que es ver-
dadera... ni que es falsa”.
“Hacémelo más fácil, Merlina. Por favor”.
“El tipo declaró que estuvo toda la noche en su casa. Lo vie-
ron llegar a las nueve, esa noche. Nadie lo vio volver a salir.
Nadie llamó a su número telefónico en toda la noche. Nadie lo
vio entrar o irse del departamento de la mina. No hay huellas
de él. Entonces: él no puede probar fehacientemente que estuvo en
su casa, pero no hay manera de probarle lo contrario. ¿Entendés
ahora?”.
“Ok, pero, ¿y a mí? ¿Qué pueden probarme?”.
“Nada, por ahora. Por eso el juez está pensando lo del
ADN”.
“¿Qué hay, concretamente, en ese asunto del sexo post-
mortem?”.
“Hasta ahora, lo mismo que ya te habían informado a vos:
hay indicios de actividad sexual, y los rastros pertenecen a dos
hombres distintos. Pero hicieron una serie de pericias nuevas. To-
davía no tuvimos acceso a ellas, porque no están en letra”.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 120
120
“Qué mierda significa eso”.
“Bueno, que están en poder del juez, no se pueden consultar
en la causa”.
“¿Por qué dijiste ‘no tuvimos acceso’? ¿Por qué en plural?”.
“No, nada, que... Es una forma de hablar, nada más. El
plural se refiere a mí y a mi representado, aunque vos ni asomes
por el juzgado. Es algo así como los futbolistas que hablan de sí
mismos en tercera persona”.
“¿Qué vamos a hacer cuando el juez pida el ADN?”.
“Negarnos, por supuesto. El abogado de Federico opina
igual”.
“Pero... ¿eso no equivale a hacer ‘la gran Maradona’? Te
negás al ADN y entonces te encajan la paternidad del pibe y te-
nés que empezar a mantenerlo”.
“No, no en este caso. Ningún juez puede interpretar que se
niegan porque se saben culpables”.
“Es una posibilidad de interpretación...”.
“Pero hay otras docenas de posibilidades para justificar la
negativa. No te preocupes”.
“Está bien. ¿Cómo sigue esto? ¿Qué tenemos que hacer?”.
“Nada. Esperar. Nadie pidió ADN, nadie te está procesan-
do... ¿Por qué nos moveríamos nosotros? Quedate tranquilo, ne-
jed. Y terminó la consulta profesional. ¿Te enseño algunas frase-
citas dirty en chino?”.
“No. Ayudame a construir una máquina del tiempo”.
121
“La máquina del tiempo la tenés en la cabeza. Y yo creo
que te funciona muy bien, tanto hacia el pasado como hacia el
futuro”. No puedo creer lo que oigo. ¿Federico me está
elogiando? “En cuanto a lo de ser invisible... es al pedo. Si sos
invisible quiere decir que la luz pasa a través de vos sin rebotar
y por eso los demás no te ven. Pero entonces también pasa a tra-
vés de tus ojos, que al no reflejar la luz no pueden ver. Por lo
tanto, ser invisible implica ser ciego. Y nuestra fantasía con la
invisibilidad era poder meternos en la vida de las personas y
verlo todo sin que nos percibieran...”.
“El hombre invisible sería ciego... Es cierto...”.
“Y un ciego patético, además. Porque ni siquiera puede pa-
rarse en una esquina y pedir que lo ayuden a cruzar la calle.
Una voz saliendo de la nada espantaría a cualquiera”.
Río. Río para disimular mi emoción. Ya había descre-
ído para siempre que Federico pudiera, aunque sólo fuese
por unos segundos, recuperar a esa persona inteligente y
profunda que era antes de que el mercadeo lo ablandase y
lo corrompiera, y traerla al presente no sólo en unas cuan-
tas frases sino en ese esbozo de expresión diabólica que al-
canzó a percibirse por debajo de la crema facial y el correc-
tor de ojeras. No creía que Federico podía llevar consigo
las cenizas de mi amigo Fede. Quizá yo debiera conservar
alguna migaja de fe en las personas. Quizá...
“Bueno, entrá, vamos a tomar algo, ¿hace mucho que me es-
perabas en la puerta?”.
“No, vámonos ya, en quince tenemos que pasar a buscar a
Julie. Nos va a llevar a ver a alguien que conoce. Por ahí nos
puede ayudar en este despelote en que estamos metidos...”.
“¿Julie? ¿A quién puede conocer Julie que nos ayude?
¿Desde cuando alguien como ella conoce abogados importantes
o...”.
“No, ¿qué abogados? Nos va a llevar a lo de una psíquica
astral. Parece que es una especie de fenómeno, que maneja la per-
cepción angélica, y... (fade out into my mind...).
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 122
122
Hay que ser implacable, riguroso, irreductible, in-
transigente, incorruptible. Una migaja de fe es un derro-
che sin sentido. Aprendételo de una vez, nene. Ni una mi-
gaja. Al pedo. Como hacerse invisible.
123
y está a punto de atropellarla. Julie se asusta sin dejar de
sonreír. Yo, que tiendo fácilmente a la alucinación, muchas
veces miro a Julie y veo una perrita cocker.
“Perdoname”, dice Federico. “A veces me confío, y me olvi-
do que una moto así prácticamente tiene vida propia”.
“No, no”, contesta inentendiblemente Julie, y se que-
da mirándonos. Sonriendo, claro. Julie te hace sentir una
contradictoria certeza: te resulta imposible saber lo que
está pensando, pero estás seguro de que es un pensamien-
to equivocado.
“Llegaron justo. Azucena nos está esperando. Es ahí, la
puerta verde...”.
“Entrá vos que en diez minutos te alcanzo”, le digo a Fe-
derico. “Le toco el timbre a mi amigo Richard que vive acá a la
vuelta, para avisarle que en un rato paso a tomar un café, y es-
toy con vos...”.
Richard abre la puerta todavía con su corbata banca-
ria puesta aunque son casi las nueve de la noche. Y está
serio.
“Ah, qué hacés... Escuchaste mi mensaje...”.
“¿Mensaje? No. No volví a entrar en casa desde que me fui
después del mediodía. ¿Qué pasó?”.
“Murió mi suegra. Acaban de avisarme que ya la trajeron
a la casa de velatorios de la otra cuadra”.
“Qué cagada... ¿Y Claudia? ¿Cómo está?”. Esas pre-
guntas... ¿Cómo va a estar?
“Y, ya sabés que esperábamos esto hace ya unos meses, pero...”.
“Sí: cuando por fin sucede, es como si hubiera sido repentino”.
“Tal cual. Como te conté la otra vez, para Claudia fue es-
pecialmente duro, porque estuvo prácticamente sola durante los
momentos críticos de la enfermedad de la vieja. El hermano ni
pintó. Y la hermana... era más lo que complicaba que lo que
ayudaba...”.
“Sí. Claudia siempre tuvo ese karma de hermana del medio,
que termina haciéndose cargo de todo”.
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 124
124
“A la otra, como era la hija mayor, en las últimas semanas
se le dio por la depresión mimética...”.
Esas son las definiciones que lo definen. “Depresión
mimética”. Es genial.
“Sí, se le dio por amargarse, diciendo que de repente se veía
cada vez más parecida a la vieja”.
“Pero si es flaca y alta, y la vieja era petisa y gorda...”.
“Bueno, pero ella se ve igual. Y con esa historia, se la pa-
só llorando mientras Claudia se ocupaba de todo. Y ‘todo’ sig-
nifica meses de mierda, tomando decisiones como ‘¿Le amputa-
mos hasta el tobillo o un poco más arriba, señora?’. ‘¿Y ahora?
Además de amputar hasta la rodilla, ¿le hacemos un ano con-
tra natura?’. Fueron meses de remierda...”.
No hay nada más denigrante que la vida en hospita-
les. Allí la muerte se hace mucho más evidentemente in-
digna de lo que de por sí es. En este sentido, yo fui siem-
pre una especie de privilegiado. Desde la infancia.
Por entonces no sabía nada de la muerte. En mi fami-
lia nadie se enfermaba, nadie cumplía regímenes alimen-
ticios con bajo índice de colesterol, nadie iba a parar a un
hospital o a un asilo, nadie era empleado bancario, ni mi-
llonario, ni retrasado mental, no había políticos, comer-
ciantes o religiosos devotos. Todos comían hasta reventar
y bebían como cosacos. Se bañaban en tremendas salsas es-
pesas como sangre coagulada y picantes como el infierno,
y se enjuagaban las tripas con grueso vino tinto de dama-
juana. Eructaban cuando era menester y nadie se moría
por ello. En el fondo, y sin necesidad de andar declaman-
do rigurosas teorías anarquistas, no se respetaba a nada ni
a nadie. El Presidente era siempre un mierda que olía a fo-
rro de culo pedorreado y sólo quería jodernos (natural-
mente exceptuando a Perón), el Papa era un bufarrón hijo
de puta, y todos se reían de todo.
“¿Hay gobierno en este pueblo?”. “Sí, forastero”. “Pues estoy
en contra” : este era el catecismo que me enseñaba mi abue-
VAYANSE A LA MIERDA.qxd 14/8/07 22:40 Página 125
125
lo, ese que un día estaba en la cocina de casa tomando ma-
te conmigo y al otro día tres metros bajo tierra. Yo no sa-
bía nada de la muerte, porque en mi familia nadie agoni-
zaba. Se morían de un día para otro, y listo. Qué joder.
Nada de andar postrados en una cama con cáncer, cuadri-
plejia, leucemia o algún otro privilegio de la moderna fa-
milia cristiana. Recuerdo a Laura, la mujer que le vendía
cigarrillos de contrabando a mi abuelo, llorando en la co-
cina de mi casa la tarde siguiente al entierro. “¡No lo puedo
creer!”, clamaba. “¡Ayer le traje cigarrillos, y estaba tan bien!
¡¿Cómo se puede haber ido así, pobre Agustín, tan de repente?!”.
¿Y qué querías? ¿Que te hubiera dado tiempo para ir acos-
tumbrándote a la idea? ¿Que hubiera tenido la delicadeza
de permanecer postrado unos cuantos meses, con las arte-
rias taponadas, con una pierna menos, respirando a través
de un aparato? No, mi querida... Agradezcamos que Agus-
tín desapareciera de un plumazo. Era la muerte que se me-
recía, el buen viejo: prender el último cigarrillo, y una ho-
ra después estar frío. Los que se jodieron, en todo caso,
fueron los que quedaron de este lado de la sepultura. “Po-
bre Agustín”, una mierda. Lo que querías decir era “Pobre-
cita yo, que me quedé sin Agustín”. Lo que no entiendo es
por qué no podías decirlo así, con todas las palabras. Si es
sincero, también el egoísmo es positivo.
126
“Hola”. Ese es todo mi saludo. Ni hablar de estrechar
esos muñones.
“Sentate, Acuario aprensivo y descreído. Acá, a mi dere-
cha...”, dice la vieja con una sonrisa ácida, señalando una
silla con los muñones de la otra mano. Si me dijera que
trabajaba como operaria en una fábrica y una máquina le
cortó los dedos, y entonces, para no tener que mendigar,
se armó el show psíquico-astral para ganarse la vida, la
respetaría. Pero debe haber una historia más sórdida de-
trás de esos muñones. Esos ojos macabros y como de tibu-
rón nunca vieron una fábrica ni de lejos.
Cuando me siento descubro un pequeño sector cónca-
vo de la pared casi detrás de la puerta del “consultorio”.
Unos estantes curvos de latón oxidado sostienen una si-
niestra colección de muñeco