Está en la página 1de 1

LA MATEADA

PÁGINA 3 DE 9

La existencia del
alma en el Caio
MATEADA - 09 DE FEBRERO DE 2007 - 22:48 -

AGUA CALIENTE

De: Diario de Una Mujer Gorda, de


Hernán Casciari
Ubicación original del post:
http://mujergorda.bitacoras.com/archives/000

El Zacarías y yo tomamos mate. Siempre.


A cualquier hora. Las veces que estuvimos
a punto de separarnos, las veces que llegó
un hijo nuevo a casa, cuando lo echaron del
trabajo, cuando Argentina salió campeón
del mundo, cuando se cayeron las torres
gemelas. Cuando murió mamá... Entre el
Zacarías y yo hubo días sin besos a la
mañana, semanas sin dirigirnos la palabra,
meses enteros sin juntar los pelos, años
larguísimos sin un peso en el bolsillo. Pero
no hubo nunca en nuestro matrimonio un
solo día sin que él o yo nos sentáramos en
silencio a tomar mate.

El mate no es una bebida, corazones de otro


barrio. Bueno, sí. Es un líquido y entra por
la boca. Pero no es una bebida. En este país
nadie toma mate porque tenga sed. Es más
bien una costumbre, como rascarse. El
mate es exactamente lo contrario que la
televisión. Te hace conversar si estás con
alguien, y te hace pensar cuando estás sola.
Cuando llega alguien a tu casa la primera
frase es “hola” y la segunda “¿unos
mates?”.

Esto pasa en todas las casas. En la de los


ricos y en la de los pobres. Pasa entre
mujeres charlatanas y chismosas, y pasa
entre hombres serios o inmaduros. Pasa
entre los viejos de un geriátrico y entre los
adolescentes mientras estudian o se drogan.
Es lo único que comparten los padres y los
hijos sin discutir ni echarse en cara.
Peronistas y radicales ceban mate sin
preguntar. En verano y en invierno. Es lo
único en lo que nos parecemos las víctimas
y los verdugos. Los buenos y los hijos de
puta.

Cuando tenés un hijo, le empezás a dar


mate cuando te pide. El Caio empezó a
pedir a los cinco. La Sofi a los nueve. El
Nacho a los tres. Se lo das tibiecito, con
mucha azúcar, y se sienten grandes. Sentís
un orgullo enorme cuando un esquenuncito
de tu sangre empieza a chupar mate. Se te
sale el corazón del cuerpo. Después ellos,
con los años, elegirán si tomarlo amargo,
dulce, muy caliente, tereré, con cáscara de
naranja, con yuyos, con un chorrito de
limón.

Cuando conocés a alguien por primera vez,


te tomás unos mates. La gente pregunta,
cuando no hay confianza:

—¿Dulce o amargo?

El otro responde:

—Como tomes vos.

Yo les escribo siempre a ustedes con el


mate al lado del teclado. Leo los comments
con el mate al lado. Los teclados de
Argentina y Uruguay tienen las letras llenas
de yerba. La yerba es lo único que hay
siempre, en todas las casas. Siempre. Con
inflación, con hambre, con militares, con
democracia, con cualquiera de nuestras
pestes y maldiciones eternas. Y si un día no
hay yerba, un vecino tiene y te da. La yerba
no se le niega a nadie. Ni a la vieja
Monforte.

Escribo esto por algo. Hoy llegamos todos


de la calle y el Caio estaba tomando mate
solo. Nunca antes había tomado mate solo.
Siempre con el Chileno Calesita, o con la
hermana, o con nosotros. Solo jamás.

Éste es el único país del mundo en donde la


decisión de dejar de ser un chico y empezar
a ser un hombre ocurre un día en particular.
Nada de pantalones largos, circuncisión,
universidad o vivir lejos de los padres. Acá
empezamos a ser grandes el día que
tenemos la necesidad de tomar por primera
vez unos mates, solos. No es casualidad.
No es porque sí. El día que un chico pone
la pava al fuego y toma su primer mate sin
que haya nadie en casa, en ese minuto, es
porque ha descubierto que tiene alma. O
está muerto de miedo, o está muerto de
amor, o algo: pero no es un día cualquiera.

El Caio no sabe qué carajo le pasa. No va a


recordar este día. Ninguno de nosotros nos
acordamos del día en que tomamos por
primera vez un mate solos. Pero debe haber
sido un día importante para cada uno. Por
adentro hay revoluciones. Yo no me
acuerdo de mi día. Zacarías tampoco.
Nadie se acuerda. Pero hoy el Caio empezó
a tomar mate solo. Hoy, 8 de enero del
2004, a la madrugada. Su padre y yo,
escondidos en el pasillo, empezamos a
mirarlo con respeto.

1 COMENTARIO

Honra, valor,
asistencia...
MATEADA - 04 DE FEBRERO DE 2007 - 22:58

Dicen que lo bueno, cuando es breve, es


dos veces bueno. Escuché esto al pasar,
corto, contundente, preciso, y me quedó
dando vueltas en la cabeza: Es bueno. Y
es breve. Dice así:

Al amigo hay que honrarlo cuando está


presente, valorarlo cuando está ausente y
asistirlo cuando necesita.

1 COMENTARIO

Gracias por venir


MATEADA - 23 DE ENERO DE 2007 - 10:01 -

AGUA CALIENTE

El blog Mateada tiene tres años. Recién


ahora, en enero de 2007, se me ocurrió
ponerle un contador de visitas, a sugerencia
de un amigo. La verdad que me sorprendió
descubrir que cada día hay nuevas entradas
y que son varios los que se acercan a esta
mateada, esta ronda de amigos, una revista
que cuenta cosas de adentro.

Gracias por venir.

0 COMENTARIOS

Cuando quieras, te
cebo unos mates
MATEADA - 18 DE ENERO DE 2007 - 04:26 -

¿QUERÉS UN MATE?

La rutina es casi siempre la misma. Poner a


calentar el agua, en esa pava grande,
fornida, con personalidad (que encima
calienta el mango), sobre la hornalla
izquierda, la de atrás.

Un par de clic clic de este encendedor


extraño que no me canso de mirarlo y a
continuación, limpiar el mate que todavía
tiene la yerba de la ronda anterior. No me
gusta que esté sin yerba, no me gusta
cuando lo encuentro limpio; me da la
sensación que le han sacado la última
historia que supo acompañar, la última
compañía que pudo brindar.

La propia bombilla sirve de palita para


arrojar la yerba vieja al cesto de basura;
una enjuagadita rápida debajo de la canilla,
mientras con la misma bombilla despego
los restos de yerba vieja que se secaron en
el borde y después seco su exterior con
servilletas de papel.

El porongo tamaño mano, generoso sin


exageraciones, tiene la boca ancha y
abierta, el cuello más chico y el fondo
grande, como me gusta. Se sostiene en un
típico trípode de metal, que lo abraza con
fuerza.

La bombilla no es de alpaca, como debiera,


porque esa la perdí hace tiempo. La de
ahora es simple, plana, del tamaño
adecuado para el recipiente. El termo, azul
por casualidad, es el mismo que me
acompaña desde hace varios años, al igual
que el mate y la bombilla: es “el equipo”
ideal, como lo llamamos, elegido a gusto
del usuario, a mi gusto, a mi capricho.

Pero mi mate no es un mate común. Mi


mate estuvo en manos de la gente más
importante que compone mi vida. De todos,
sin excepciones. El conserva la compañía
de esas largas noches solitarias de Internet
o de silencios, cuando las teclas son las
únicas que componen distintas melodías.
Mi mate esperó por mi cuando las lágrimas
me invadieron o cuando la risa estalló en
mil carcajadas.

Mi mate hasta me jugó varias bromas,


como llenarme los ojos de polvillo cuando
suspiré desde el alma mientras algún
recuerdo asaltaba mi mente y tenía el mate
a tiro de la boca, muy cerca.

Mi mate oyó mis peleas, mis


reconciliaciones; es el mudo testigo de un
amor inmenso y grandioso que alcanzó
varios meses de mi vida, es la excusa para
la pausa, para la charla, para el silencio.

Mi mate estuvo en sus manos y en su boca,


respiró conmigo donde respiran mis
sueños, mis cobardías, mis grandezas. Mi
mate fue suyo, inmensamente suyo. Sus
tiernas manos lo abrigaron y sorbió de él el
jugo de la tierra y de la sabia, la esencia
misma de la hoja, el líquido caliente que
compartimos tantas horas, tantas veces, con
tanta entrega.

Mi mate tiene su recuerdo y su tibieza, sus


manos seguras y cálidas, su aliento, su
mirada, su sonrisa, su confesión, sus
palabras, sus enojos, sus apuestas, su
indescriptible ternura; mi mate tiene hasta
su atrevimiento y su osadía, tiene sus pasos
firmes, sus promesas, sus dolores, sus
lágrimas, sus desilusiones, su trago amargo.

Siempre igual. El mate lo hago siempre


igual. Mientras el agua calienta, limpio el
recipiente y pongo yerba nueva, verde,
intensa, perfumada, energética. A un
costado le hago el mismo pocito que
aprendí hace más de 30 años (más años que
su vida); pongo un chorrito de agua tibia a
veces preparada en un vaso aparte y otras,
del agua que se está calentando, antes que
la pava comience a chillar (signo
inequívoco de que está llegando a su punto
exacto). Es cuando siempre, sin pensarlo, la
mente viaja y busca recuerdos, a veces
cercanos y otros lejanos; es cuando la pausa
de la espera nos transporta y bucea en las
profundidades comprensibles e
incomprensibles.

Un termo sediento, con la boca abierta,


espera el agua caliente que está
acostumbrado a tener, para después sacar,
gota a gota, esa sabia verde que recorrerá
nuestras entrañas dejando una sensación de
saciedad tan especial.

Esta mañana, mientras hacía el mate que


acompaña este escrito, tomé conciencia de
ello. El ruido del agua al entrar al recipiente
parece que fue distinto, fue intenso,
quejoso, quizás solitario.

Hacía ruido de agua cayendo a borbotones,


golpeando contra las paredes, entrando de
prisa. Me quedé helado. Detuve la acción,
miré con detalles todo lo que estaba
haciendo y caí en cuenta de esta rutina.
Rutina que va en busca del sabor del mate y
de los secretos de la tierra que nos regala;
que lleva la historia centenaria y la
reciente, que sabe tan especial, que siendo
amargo proporciona tanto placer y al
comenzar a tomarlo, solo, pensativo, en la
tibieza de la madera recordé la tibieza de tu
piel, tu sonrisa, tu compañía, sentí tan cerca
tu tibieza y volví a comprender que a pesar
de la distancia, nunca estamos solos, si
alguna vez, tan sólo una vez, compartimos
este ritual extraño que sólo nosotros
podemos entender, esta comunión, este
intercambio de sabia, esta tibieza que siento
entre mis dedos, que contengo en mis
manos, que acerco a mi y tiene olor, sabor,
calor.

Cuando ya casi se termina el agua, me


detengo a mirarlo. Como siempre, sólo la
mitad de la yerba está mojada y todavía
hace espumita, cuando lo cebo. Me atrevo a
tocarlo y siento que la otra parte, la otra
mitad, la que todavía está seca, tibia, en su
lugar, acomodada; está con sus propiedades
intactas. Está lista para volver a ser
disfrutada, está intensa, está fresca, verde
como la esperanza, está lista para que le
eche agua y pueda volver a sorber de ella.

Mi mate, el que me acompaña desde hace


tantos años, está listo para la segunda
vuelta, generoso, dispuesto, compañero.

Estos tiempos lo voy a disfrutar solo. Lo


tendré entre mis manos, le contaré mis
secretos y escuchará mis ilusiones, quizás
se salpicará de risas y de lágrimas… pero
todo el tiempo, a cada momento, me
recordará la tibieza de tus manos, la calidez
de tu alma, el sabor de tu vida, la energía
de tu esencia, la indescriptible compañía
que fuiste cada día, minuto a minuto… y
cuando se enfrié lo volveré a calentar y
volverás a estar, como siempre, para
siempre.

Sabés cuánto me gusta el mate. Cuando lo


dispongas, compartimos uno más… como
aquel primero, con yerba nueva, con el roce
de los dedos que se da cuando uno quiere y
pasa o recibe el recipiente, con la mirada
clavada en los ojos, con la sonrisa en el
alma.

Acá está mi equipo listo, mi preferido. Y el


agua, el agua está siempre a punto. Cuando
quieras, te cebo unos mates.

7 COMENTARIOS

← Anteriores Siguientes →

ACERCA DE ARCHIVOS ADMINISTRAR

También podría gustarte