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El tema propuesto presenta, por lo demás, un especial interés para un jurista por diversas razones. En
primer lugar, porque el derecho implica la plasmación en términos coercitivos de los principios y
valores vigentes en cada momento en la sociedad en la que se aplican. En realidad, tales principios y
valores constituyen la materia prima intelectual del Derecho. En todo caso, el Derecho positivo
refleja el sistema de valores prevalente en la sociedad. Esta imbricación entre Ética y Derecho es
especialmente intensa en el campo del Derecho de la Comunicación Social, lo cual origina que
muchas veces sea difícil cuando no imposible separar la dimensión ética de la jurídica en las
cuestiones examinadas. Y, en segundo lugar, el interés del tema se debe a su carácter poliédrico dada
la multiplicidad y variedad de situaciones comprendidas
En todo caso, el tratamiento de cuestiones éticas de la comunicación social por un jurista de la
comunicación social no sólo es una muestra de la capilaridad de las ciencias humanas y sociales, sino
también una coherente aplicación del leit motiv de un congreso sobre Ética y Derecho de la
información.
Las consideraciones anteriores no me evitan reclamar de antemano su benevolencia, tanto por la
inevitable parquedad de mi intervención en relación con la extensión y profundidad que el tema
requiere, como por la carencia de una mayor especialización en el terreno específico de la Ética.
Las nuevas tecnologías aplicadas a la comunicación han conseguido suprimir las tradicionales
fronteras geográficas, políticas y comunicativas dando lugar al fenómeno de la globalización
comunicativa.
2. DEMOCRACIA DE AUDIENCIAS
Los estudiosos de la política y de los medios de comunicación han acuñado toda una serie de
términos para llamar la atención y, en la mayoría de casos, denunciar esta situación de crecientes
sinergias entre este concepto empobrecido de democracia y la televisión. Así, el Consejo de
Europa ha hablado de “mediocracia”; Lawrence Grossman, antiguo periodista y directivo de la
televisión estadounidense, de “república electrónica”; Giovanni Sartori de “videopolítica” y
“sondeocracia”; etc. Es difícil poder negar algo a lo que ya tantos le han puesto incluso nombre.
Me voy a detener a comentar muy brevemente dos de ellos, especialmente adecuados para lo
que aquí planteamos.
Uno de ellos es el término “democracia de audiencias” propuesto por el teórico político Bernard
Manin (1998). Manin estudia la evolución de la democracia representativa moderna y cómo
habría pasado por tres fases diferentes: el parlamentarismo propio del siglo XIX, el sistema de
partidos de masas dominante en el siglo XX y la democracia de audiencias, nacida a finales del
siglo pasado y con tendencia a marcar el que ahora comienza. Con este nombre el autor quiere
reflejar la creciente interrelación entre el sistema político democrático y el modelo de las audiencias
televisivas.
3. DEMOCRACIA SEMIÓTICA
El concepto de democracia semiótica fue un producto de las posiciones revisionistas de
izquierdas propias de los cultural studies, generalizados sobre todo en Gran Bretaña a finales de
los años 70 y principios de los 80.
4. “TELEBASURA Y DEMOCRACIA”
Este es el título de una obra de Gustavo Bueno aparecida hace apenas un año en el mercado editorial
español. Sin entrar a valorar lo que una obra así representa en la trayectoria de su autor, lo cierto
es que la misma defiende abiertamente el vínculo entre mercado, telebasura y democracia, y considera
ese mismo vínculo incontestable a partir de la legitimidad de la que goza la última. La telebasura
no es objetable porque es democrática: “En una democracia hay que aceptar sin duda, como un
postulado (…) que el pueblo tiene siempre juicio al elegir.
En la posición de Bueno parecen implícitos los reduccionismos que indicábamos antes: el de la
democracia política reducida a una democracia preferentista, a una democracia de audiencias; y el de
la crítica cualitativa de contenidos sustituida por una democracia del mando a distancia, por una
democracia semiótica. Ambas parecen conjugarse para hacer incontestable el reinado vulgar de la
tele basura. Con ello el vínculo entre democracia y televisión o, peor aún, entre democracia y
telebasura no sólo se hace común entre quienes sacan pingües beneficios de él –como los empresarios
o los personajes y los profesionales que viven de este tipo de programas basura– sino que se
escucha además en boca de dirigentes políticos2 y de intelectuales, al parecer, con muy poco
sentido de la responsabilidad.
Resulta necesario y urgente contestar a estos reduccionismos que hacen un gran daño a la cultura
de la sociedad (especialmente a la de quienes carecen de alternativas a la televisión generalista) y
que podrían hacerlo aún más a la política.
5. MIDIENDO PREFERENCIAS
A la hora de extrapolar la legitimidad del sistema democrático (por supuesto en su versión
reducida) al campo de la medición de audiencias conviene tener presentes algunas exigencias
que darían validez a dicha extrapolación.4
Respecto a la primera de estas exigencias –que requeriría un tratamiento técnico más exhaustivo,
nos limitaremos a dejar planteadas algunas dudas. Se trata de la exigencia de que las
preferencias computadas sean realmente las de cada uno de los individuos. Esta exigencia
procedimental (la de una persona / un voto) es uno de los requisitos inexcusables para la validez
de un proceso democrático.
6. PREFERENCIAS INFORMADAS
Concedamos ahora que el margen de manipulación de los datos de medición de audiencias fuera
reducido y que los resultados reflejaran aproximadamente la realidad. Sería el momento de
plantear una segunda exigencia normativa: que las preferencias de la gente fueran realmente sus
preferencias. Sería absurdo considerar válida o verdaderamente democrática una decisión colectiva
que no fuera el resultado de la libre decisión de sus miembros.
Supongamos, pese a todo lo dicho, que un público consciente y bien informado siguiera
eligiendo ver los programas de mal gusto y peor calidad. En una sociedad democrática y
abierta habría muy poco que objetar a dicha elección, sobre todo desde un punto de vista
puramente estético o cultural. Pero esto tampoco significa que pueda emitirse cualquier cosa y
que todo valga igual. Incluso en un escenario como éste habría que recordar que existen
claros límites a lo que puede emitirse y que estos límites no tienen nada de subjetivo ni son
mera cuestión de ‘gustos’.
LA IMAGEN DEL DOLOR. LA REPRESENTACIÓN DEL SUFRIMIENTO Y
LA MUERTE EN LA INFORMACIÓN AUDIOVISUAL
MIGUEL CATALÁN GONZÁLEZ
Universidad Cardenal Herrera - CEU
Los informativos españoles han seguido ofreciendo en los últimos tiempos imágenes atroces: el
primer plano de dos niñas enterradas a toda prisa tras unas inundaciones devastadoras, una
entre las piernas de la otra y ambas con el rostro desfigurado; el cuerpo deshecho y
semidesnudo de una víctima del terrorismo.
Hasta ese momento, es el respeto y el tacto de los informadores el que debe circunscribir las
imágenes de la aflicción personal, por respeto a las personas que lo sufren y por respeto a la
sensibilidad del propio telespectador, a aquellos casos en que la imagen:
1) Sea de interés público
2) Resulte de utilidad para la comprensión de la noticia
3) Resulte de utilidad para la toma de conciencia de una situación susceptible de mejora
4) No dañe la dignidad, la intimidad o el derecho a la propia imagen de las personas
representadas o sus allegados.
Pertenezco a una generación de juristas -recientemente hemos celebrado mi promoción las Bodas
de Oro de la licenciatura en Derecho por la Universidad compostelana- para la que la formulación
del enunciado de este trabajo hubiera podido ser considerada como una petición de principio.
Para nosotros era evidente que el Derecho tiene que estar fundamentado en la Moral, que un
Derecho sin base ética no es Derecho, aunque tenga algunas de las características o notas propias
del Derecho, como la coercitividad de las normas vigentes, pero carente de auténtico contenido
jurídico, porque el Derecho no puede ser identificado, sin más, con la norma positiva vigente.
Y, sin embargo, el tema es de “rabiosa” actualidad por varias razones, la primera de ellas y quizá la
más importante, el desprestigio del Derecho como sistema de garantía de la Justicia, lo cual
repercute muy vivamente en el desprestigio del Derecho de la Información como conjunto o
sistema de normas y costumbres asentadas en principios de Derecho Natural.
TODO ES COMUNICACIÓN
Una vez más, he de manifestar mi convicción de que la Comunicación sigue siendo un fenómeno
omnicomprensivo que, desde el punto de vista de la comunicación más o menos masiva pero entre
varios, que es la que nos interesa a los técnicos, expertos profesionales y profesores de la
materia, puede ser vista desde tres posiciones o, por mejor decir, puede ejercerse de tres modos:
comunicación informativa, comunicación publicitaria, comunicación propagandística, y no
solamente por la intencionalidad manifestada u oculta en cada uno de estos tres modos, sino
por sus características configuradoras, que incluso requieren estilos distintos para elaborar los
mensajes en cada uno de los casos. No es lo mismo una noticia que un anuncio o que un
comunicado político.
Cuando los comunicadores profesionales tienden, en algunos casos, a la mixtificación y a
hacer pasar, por ejemplo, por información lo que todo el mundo que pueda conocer el contenido
podría calificar de mensaje interesado, están incumpliendo una elemental regla ética de su
profesión, es decir, se están comportando deontológicamente mal al no perseguir la verdad
en cada caso, y la Comunicación necesita de esa exigencia de verdad para que sea humana,
racional, conveniente, útil para vivir en sociedad.
COMUNICACIÓN
INFORMACIÓN
PRINCIPIOS MORALES
No es el momento de distinguir ahora con más precisión entre la Ética o moral natural y la Moral
propiamente dicha, con un contenido digamos más sobrenatural. Sí me gustaría, sin embargo, dejar
sentado que entiendo por Ética o Filosofía Moral la ciencia que estudia el comportamiento humano a
la luz de la razón natural, y recordemos que ya Cicerón llamaba “verdadera ley” a la recta razón, en
concordancia con la naturaleza, difundida entre todos los hombres, estable y eterna. Baste decir que la
Ética o la Moral como conjunto de principios básicos inspiradores de conducta es fuente a la que
acude el Derecho para sancionar determinadas conductas, castigando las que considera nocivas,
según un criterio previo ético o moral.