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“Lo único que guardarás para siempre es el saber” es una frase hecha –
casi refrán- que pinta de alguna manera lo que la modernidad prometía a los
sujetos con respecto al conocimiento. En un mundo errático, inestable e
instantáneo pensar en “ese guardado” funciona como una carga, como una
obligación sin necesidad.
Paulo Freire vio el mundo no como algo que es sino que está siendo. La
realidad la pensaba inacabada, inconclusa y dinámica. Creyó siempre en la
capacidad humana de cambiar el mundo pero también estaba convencido de que
ese cambio depende de una comprensión reflexiva de las acciones humanas y de
la comunicación entre los sujetos. En este sentido, la apertura del docente
dialógico hacia su aprendizaje permanente tiñe el uso del diálogo de un carácter
democrático. Como afirma Paulo Freire “el diálogo no existe en un vacío político,
no es un espacio libre donde pueda hacerse lo que se quiera” (Freire, 2014: 164).
Es un espacio compartido en el cual concluyen ciudadanos con ideologías
diferentes y concepciones diversas del mundo. En este sentido, el diálogo que se
puede dar en la escuela de la modernidad líquida ¿encuentra su base en el
reconocimiento del otro como semejante, como igual, como cohabitante de esta
época signada de contradicciones y desesperanzas? Es este quizás uno de los
desafíos más relevantes de la institución escolar: más allá de las diferencias
respecto a experiencias diarias de vida y la singularidad de cada sujeto, en la
escuela debería construirse futuro, con horizonte para todos.
Freire, Paulo (2014) Miedo y osadía: la cotidianeidad del docente que se arriesga
a practicar una pedagogía transformadora. Buenos Aires, Siglo XXI.