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BASES TEÓRICAS PARA UN PROYECTO DE EDUCACIÓN

GRAFOMOTRIZ

[ CITATION Riu10 \l 3082 ] El primer punto que se nos plantea sobre el tema es el de

decidir qué debe entenderse por educación grafomotriz, o por lo menos qué entendemos

en el presente trabajo. Es obvio hacerse estas preguntas, dada la ambiguedad que existe

el respeto, no sólo en los ambientes escolares sino también en círculos de estudiosos. La

cuestión apuntada tiene un enfoque diverso: ¿debemos hablar de grafomotricidad como

de expresión grafomotriz, o por el contrario, debemos referirnos a ese término como

entrenamiento grafomotor?. Es decir, ¿la grafomotricidad es un resultado de la

maduración neuropsicológica y del desarrollo profundo y mental del individuo o es un

aprendizaje en el sentido más skinneriano del término?. Porque evidentemente cada una

de las respuestas a esta pregunta exige un tratamiento diferenciado. Para poder responder

con rigor debemos explayar debidamente una serie de reflexiones sobre aquellas

disciplinas que fundamentan la realidad grafomotora en el niño, desde las aportaciones

de la etología, las leyes neuropsicológicas, las aportaciones de la psicología profunda y

del conocimiento y los posicionamientos de la psicolingüística.

LA PERSPECTIVA ETOLÓGICA El primer hecho que nos llama la atención

es la naturaleza de la capacidad grafomotora del individuo, que puede establecer una

barrera perfectamente delimitada entre la especie humana y las especies anteriores.

Efectivamente, después de los largos y meticulosos estudios sobre la inteligencia animal,

desarrollados a principios de siglo, y con los que se obtuvieron excelentes resultados,

podemos afirmar que hombre y animal manifiestan una característica común en la

posesión de rasgos inteligentes que les permite adiestrarse para una tarea, pero en

ninguno de los casos experimentales fué posible obtener, por parte de los animales
objeto de experimentación, ni un sólo producto grafomotor que llegara a formar parte de

sus nuevas conductas adquiridas. Es de admirar la inteligencia de los caballos jerezanos,

su creciente habilidad para mejorar sus comportamientos, tan típicos y característicos,

que forman ya parte del mundo de la expresión estética, sin embargo ni uno sólo de ellos

ha sido capaz de generar producciones grafomotoras de ningún tipo, entre otras cosas

porque tampoco es capaz de generar lenguaje. En los múltiples programas desarrollados

para dotar de lenguaje a los simios, llevados a cabo por Koehler hacia 1921 (L.S.

VlGOTSKY; «Las raíces genéticas del pensamiento y el lenguaje». En: Pensamiento y

Lenguaje. Ed. Pléyade, Buenos Aires, 1982), aunque fueron admirables los resultados

que se obtuvieron, jamás se logró pasar de los estereotipos de oralización, que pueden

obtenerse hoy en el mundo de la cibernética, y nunca se consiguió una habituación

grafomotriz debidamente interiorizada. Todavía podemos sacar mayores conclusiones si

nos fijamos en los descubrimientos de Von Frisch,( J.M. PETERFALVI; Introducción a

la Psicolingüística. Ediciones Alcalá, Madrid, 1976.), que llegó a tipificar, en términos

behavioristas el lenguaje de las abejas, dando detalles y pormenores del sistema de

señales utilizado por ellas para la consecución de alimento. Así por medio de los

movimientos ejecutados en una «danza», observando el número de vibraciones de la

misma y la velocidad de sus miembros, se puede hallar la distancia en la que se

encuentra el alimento y midiendo el ángulo que forma la parte central del «cuerpo de

baile» de las abejas con la vertical de rotación y comparándola con el ángulo sol-

colmena-alimento, puede averiguarse la dirección de la comida. Sin embargo estos

sistemas de señales nunca se han podido convertir en sistemas de signos, cualificados

por cuanto según las investigaciones de los biólogos evolucionistas, las abejas emiten

estas mismas señales desde los orígenes de su especie hasta el presente y esta «danza
ritualizada» como se ha llamado posteriormente a los movimientos armónicos de los

himenópteros junto a sus colmenas, no puede ser mejorada. Frente a esta experiencia

singular debemos contraponer las realizaciones comunicativas de la especie humana.

Salvo ella, ninguna especie animal ha llegado a elaborar y por supuesto a expresar

pensamiento. El hombre comenzó a mostrarnos su capacidad inteligente en la

manipulación y en la instrumentalización de los objetos. La especie humana, más tarde,

creó el lenguaje para expresar este pensamiento de forma oralizada y pudo entenderse y

comunicarse con sus semejantes gracias a la elaboración de códigos de signos comunes.

El hombre creó nuevos símbolos en la expresión plástica de la pintura y del dibujo,

mediante los cuales fué capaz de comunicarse con los demás, en ausencia del

interlocutor, de manera que nosotros, a miles de miles de años en el tiempo, podemos

recibir sus mensajes. El hombre creó la escritura y mediante iconogramas, ideogramas y

pictogramas consiguió transmitir pensamiento. Y en este proceso de elaboración mental

fué capaz de sustituir las imágenes por signos representativos de su mundo simbólico

interior e ideó la escritura alfabética. Cada uno de estos logros nos habla de desarrollo de

la expresión del mundo simbólico del pensamiento, aunque debajo de cada sistema de

signos no se tipifiquen formas precarias o 6 provisionales de comunicación y de

elaboración del conocimiento. Este hecho fué maravillosamente confirmado por

Benjamin Whorf desde 1928 (B.L. WHORF, Lenguaje, Pensamiento y Realidad. Ed.

Barral, Barcelona, 1971.), cuando analizando los hallazgos de la escritura azteca o los

jeroglificos mayas, después de su viaje a México, descubrió el alto grado de elaboración

de estas culturas cuyas interpretaciones del mundo sobrepasaban el listón de lo anímico

cumplidamente en muchos temas, para llegar al ámbito de lo racional. Asimismo se

observa un desarrollo literario muy cualificado en la escritura maya, que puede ser
equiparado a cualquier edad de oro de otra cultura. Otro tanto podemos decir de los

trabajos de Cyril Aldred (C, ALDRED; Los Egipcios. Ed. Aymá, Barcelona, 1979, 2.ª,

edición. ) en egiptología sobre el desarrollo extraordinario de las civilizaciones del Valle

del Nilo. «¿Cómo negar una gran capacidad a estos egipcios primitivos que explotan las

minas del Sinaí, establecen unas normas morales que no hemos superado, saben filosofar

sobre sus momentos de decadencia, y muestran tanto respeto a la muerte y al más allá?

Basta leer la escasa literatura que se nos ha conservado de las primeras épocas egipcias

para comprender que su mentalidad no se hallaba a mucha distancia de la muestra, que

se planteaba los grandes problemas de la vida y de la muerte con una clarividencia no

exenta a veces de humorismo» ( L. PERICOT; Prólogo ob, cit. ). Todo ello nos descubre

cómo la especie humana ha desarrollado y cualificado indefinidamente sus sistemas de

representación gráfica del conocimiento, desde los primeros iconos hasta los complejos

ideogramas, desde las manifestaciones pictográficas que ofrecen una estructura más ágil

y universal hasta las escrituras ideogramáticas complejas pero no menguadas de

sabiduría en sus mensajes, desde los silabarios datados en la antigua Mesopotamia en el

31OO a. de C. y que seleccionan entre treinta y cincuenta signos, a la escritura

alfabética, de origen fenicio y fechada aproximadamente hacia 14OO a. de C., donde se

consigue reducir a una veintena las unidades gráficas o grafemas, hasta el lenguaje

máquina de los ordenadores, en el que la selección se ha hecho hasta la simplicidad del

sistema binario .( I.J. GELB; Historia de la escritura. Ed. Alianza Universidad, Madrid,

1976.). Por otra parte, al acercarnos al mundo del niño, observamos que todos estos

pasos que hemos reseñado en el proceso filogenético de la especie humana se repiten, en

cierta manera en la evolución ontogenética del individuo con un paralelismo asombroso,

aunque existe una ventaja enorme: el niño no necesita que pasen miles y miles de años
para poder llegar al final del mismo. La comunidad lingüística en la que nace hace

posible una aceleración no computada, que permite comprimir en unos cinco o seis años,

lo que costó miles de décadas en la evolución del lenguaje. Sin embargo, esta ventaja

puede convertirse en un inconveniente si, animados por la rapidez de los logros,

empezamos a suprimir estadios del proceso evolutivo infantil e interferimos su

desarrollo con programas de entrenamiento mecanicista a base de repetir

indefinidamente contenidos terminales. Muchas veces hemos experimentado cómo los

niños de cuatro años en la escuela son «entrenados», durante seis o más meses, a razón

de ensayo diario, para participar en la fiesta de final de curso del Colegio. Para ello se

organiza una microcoreografía, en la que los niños han de conseguir sencillamente

adaptarse a un ritmo binario o marcial, saludar al público, hacer dos o tres

circunlocomociones y saludar al final. Pero el día de la representación vemos con

sorpresa que nuestros esfuerzos han sido vanos y que el conjunto coreográfico se

desvanece cuando los pequeños artistas descubren a sus papás en el aforo, y se detienen

de improviso en medio del escenario para mirar hacia las butacas y decir con alegría:

«¡Hola mamá!», con la consiguiente paralización del baile. Tenemos la rara sensación

que de haber entrenado a un conjunto de ratones hubiera sido más eficaz, y así es,

porque en nuestro planteamiento hay algunos puntos oscuros. En primer lugar, los niños

ponen de manifiesto que en esta edad, en la que los elementos comunicativos

socializados se están construyendo, es más importante todavía la unidad 7 sociofamiliar

parental que el propio grupo clase escolar. En segundo lugar, el niño antes de construir

la adaptación a ritmos externos, aunque sean sencillos, estructura la vivencia de su

propio ritmo interior y lo expande hacia afuera. Así pues, si la actividad escogida

hubiera consistido en moverse cada cual a su aire oyendo una música cualquiera, clásica
o rockera, no se habrían necesitado ensayos y se hubiera obtenido «per se» una

coreografía, porque los estadios de desarrollo del niño habrían sido respetados. He aquí

la gran diferencia filogenética y ontogenética entre las otras especies y el fenómeno

humano. Diríamos que animales y hombres poseen inteligencia, pero sólo el hombre es

capaz de pensar. Animales y hombres liberan sistemas de señales, pero sólo el hombre

genera signos comunicativos que dan cuenta de su capacidad simbólica y los desarrolla

de forma racional en una carrera imparable según sus descubrimientos y necesidades.

Este proceso de creación es específicamente humano y evidentemente se produce en el

niño desde los primeros años de su existencia. Este análisis desde la perspectiva

etológica, que puede esclarecer los orígenes diferenciados de los comportamientos

primitivos, ya sea en el tiempo o en el crecimiento evolutivo del niño, nos aboca

necesariamente a un planteamiento más complejo, en función de qué parámetros se

organiza el individuo para conseguir la representación grafomotora.

Referencias
Rius Estrada, M. D. (2010). Enciclopedia del desarrollo de los procesos Grafomotores.
ardillitadigital.com, 201. Recuperado el 13 de Mayo de 2021, de
http://ardilladigital.com/DOCUMENTOS/EDUCACION
%20ESPECIAL/APRENDIZAJES/Enciclopedia%20del%20desarrollo%20de%20los
%20procesos%20grafomotores%20-%20M%20Dolores%20Rius%20-%20libro.pdf

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