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¿Cómo hemos hecho este tema?

Como antropólogo, los


estudios de Cela sobre la aparición del lenguaje y la moral en
los homínidos formaron parte de muchas asignaturas. He
acudido a uno de sus libros de referencia que manejé en los
dos primeros años de carrera, Senderos de la evolución humana, y
he resumido el capítulo V, que dedica al origen del lenguaje.
Al mismo tiempo, he buscado en libros de filosofía del
lenguaje aquellas teorías fundamentales de Piaget, Skinner y
Vygotsky que pueden servir de contraposición al innatismo
de Chomsky.

A diferencia de otros temas de academias y preparadores, el


tema que se presenta aquí explica, desde lo antropológico y
la neurociencia, el origen de esa relación entre pensamiento y
lenguaje. He repasado temas publicados para no perder de
vista algunas referencias y epígrafes, si bien le he dado mi
enfoque personal, buscando un eje temático: la evolución
como origen de la complejidad lingüística.

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Tema 5. Lenguaje y pensamiento

1. Introducción

Una posible clave acerca del pensamiento simbólico en el hombre puede


buscarse ya en los objetos de piedra y hueso que forman parte de la
tradición musteriense del Homo neanderthalis. La búsqueda de la relación
entre lenguaje y pensamiento, así como el origen de este vínculo, es un
sendero de continuas interpretaciones que rara vez encuentra un único
derrotero, según se avanza en campos de la neurología o de la propia
psicología.
Desde un enfoque antropológico, una manera corriente de identificar
los simbolismos en la paleontología humana y la arqueología consiste en
dividir los objetos en aquellos que tienen una utilidad práctica (cuchillos,
hachas, raspadores, por ejemplo) y los que carecen de ella. Los objetos que
no tienen utilidad directa alguna pueden ser considerados en principio
como simbólico (rituales, tumbas, amuletos, pigmentación sobre los
cuerpos, entre otros).

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Las posibles alternativas para el uso de un útil de piedra de los más
primitivos como las herramientas olduvaienses no son en modo alguno
despreciables, porque implican de hecho un propósito, fabricar
herramientas talladas con el fin de utilizarlas. Ya sea de una u otra manera
implica una capacidad de establecer planes y de anticipar conductas que
resulta del todo nueva en el reino animal.
Es cierto que no existe ningún lazo directo entre tamaño cerebral y
habilidades cognitivas y que los paleontólogos han intentado encontrar, sin
un éxito completo, los parámetros que pudieran expresar lo que en
términos de psicología popular se conoce como “inteligencia”. Si no
encontramos correlación alguna entre tamaños craneales y capacidades
cognitivas, ¿por qué no tenemos que admitir que eso mismo también
sucedió con nuestros antepasados?
Parece claro que el desarrollo el lóbulo frontal y una mayor densidad
neuronal, sin obviar la lateralización cerebral, confirman la evolución de un
lenguaje y un pensamiento simbólicos en entornos sociales que implicarían
una visión creativa del mundo para las relaciones entre semejantes y la
propia supervivencia.
De esta manera, por su naturaleza transversal, desde un ámbito
educativo, no es descartable el conocimiento de modelos interpretativos
que permitan a nuestros alumnos saber sencillamente por qué hablamos y
por qué podemos reflejar nuestros pensamientos a través de cadenas
fónicas con un valor semántico común para todos.
Si se quiere abordar, además, el estudio de los textos y su naturaleza
intrínseca, por ejemplo, el hecho de profundizar en la relación entre
lenguaje y pensamiento no es descartable. La capacidad simbólica de
nuestra propia creatividad determina no solo el nacimiento de las lenguas,
sino su capacidad para emocionarnos desde su uso dentro de una
comunidad.

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2. El lenguaje como conducta: las condiciones para su
surgimiento

El lenguaje es uno de los rasgos de la conducta más distintivos de nuestra


especie. Ningún otro animal habla como lo hacemos nosotros, pero, a la
hora de intentar decir algo acerca de su evolución, son dos las certezas
opuestas, con la que nos topamos.
La primera es que esa condición de apomorfia, de carácter derivado,
hace que tengamos una seguridad absoluta de que se trata de un fenómeno
que tuvo que evolucionar dentro del linaje humano. La segunda es que,
con los medios disponibles hoy, resulta muy difícil, sino imposible ofrecer
evidencias acerca de cómo y cuándo tuvo lugar esa evolución.
Darwin describe el pensamiento como una sensación de imágenes ante
nuestros ojos y oídos, o del recuerdo de esa sensación, y la razón en su
forma más simple, una mera consecuencia de la viveza y multiplicidad de
las cosas recordadas y del placer asociado que acompaña a ese recuerdo.
La inteligencia humana adquiere también en la obra temprana de Darwin,
(cuaderno de notas C), un sentido continuista: no supone una
transformación de los instintos que compartimos con otras especies.
Conviene tener en cuenta además que ese cambio que conduce de los
instintos a la inteligencia sigue los pasos habituales de la evolución por
selección natural, esto es, va incorporándose poco a poco a la herencia en
el esquema de Darwin, de tal manera que, entre el instinto innato y la
inteligencia, también innata, hay un camino que une más que separa los
dos diferentes sistemas de respuesta a las exigencias del medio ambiente en
los animales y en el hombre.
Darwin sostiene que, si el lenguaje es un arte como dicen los filólogos,
entonces se trata de un arte muy peculiar, porque, al revés de lo que sucede
con las demás artes, el ser humano tiene una tendencia instintiva a hablar.
Darwin pone el ejemplo de los niños rompen a hablar aun cuando no diga
nada, pero no se ponen a fabricar cerveza ni a amasar pan. No es un
ejemplo del todo afortunado porque los niños pequeños también muestran
una tendencia, en parte instintiva, hacia algunas artes como el dibujo. Pero
lo importante es que, para Darwin, no se puede inventar el lenguaje.

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La evolución de la lengua humana tuvo lugar poco a poco, siguiendo
muchos grados sucesivos. Tanto Lyell como Schelicher,
contemporáneos de Darwin, fueron más allá y utilizaron el mecanismo de
la evolución por selección natural para explicar tanto las modificaciones de
las lenguas como la manera en que se van transformando unas en otras;
incluso autores como Max Müller, reacios a aceptar que hubiese una
continuidad evolutiva entre los animales y los seres humanos, quitaron el
mecanismo de la selección natural para explicar la forma, como una vez
aparecida una lengua, transcurre su historia.
Hoy no se discute en los círculos científicos la naturaleza del proceso
evolutivo del ser humano, pero, por lo que hace al origen del lenguaje,
resulta difícil ir mucho más allá punto en el que lo dejó Darwin al
asegurarnos: a) que se trata de una conducta instintiva; b) cuya aparición se
debe a causas naturales.
El porqué de las dificultades para poder progresar adecuadamente es fácil
de entender. El lenguaje no se fosiliza, pero tampoco lo hacen las
estrategias para cazar o las actividades carroñeras y las deducimos de
manera indirecta a partir de ciertos indicios, como son los útiles de piedra.
¿Cabe recurrir a una artimaña semejante en el caso del lenguaje?
Vamos a intentar dar una respuesta a esta cuestión. Por esta razón,
examinaremos dos tipos de indicios que pueden dar cuenta de la
comunicación por medio del lenguaje: los indicios anatómicos y los
indicios culturales. En el primer caso, se trata de estructuras anatómicas
que tienen alguna relación con el lenguaje, como son ciertas áreas del
cerebro o el conducto vocal de la parte superior de la laringe. En el
segundo, se echa mano de las realizaciones culturales que pueden dar fe
de la existencia de una conducta simbólica.
Las primeras evidencias son, por así decirlo, directas. En cuanto a la
segunda y en la medida en que el lenguaje humano tiene un contenido de
clara naturaleza simbólica, cabe tomarlas también en consideración, pero
con el fin de acotar el terreno que pisamos, trataremos antes algunas
cuestiones muy elementales, necesarias para poder tener una idea precisa
de qué estamos hablando cuando nos referimos a origen filogenético del
lenguaje y a la relación entre lenguaje y pensamiento

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3. Un programa para entender la filogénesis del lenguaje

Cualquier cosa que podamos decir acerca de la evolución del sistema


comunicativo por excelencia de nuestra especie se verá afectada muy pronto
por la idea que tengamos de lo que es el lenguaje humano. Si adoptamos una
postura pragmática, las posibilidades de comunicarse dependen de la habilidad
que nosotros o cualquier otro ser pueda adquirir mediante el aprendizaje.
Entonces tendrá sentido rastrear, en cualquier indicio, una huella de su poder
semántico, de su sentido simbólico o, si se quiere, lingüístico, encaminado a
transmitir a otros informaciones acerca de uno mismo o de su entorno.
Esta forma de ver las cosas puede buscar sus raíces filosóficas en el
empirismo británico y sostener con autores como David Hume que la
mente es una pizarra vacía en la que la experiencia va grabando sus signos.
Existen importantes apoyos experimentales sobre la alta capacidad de
algunos primates para transmitir mensajes vocales con contenido semántico,
hecho que apoya el enfoque pragmático. Pero, si partimos de una convicción
distinta, la de que el lenguaje humano es una característica propia solo de
nuestra especie y necesita para desarrollarse de condiciones genéticas que
ningún otro animal posee, nuestro enfoque será innatista y carecerá de
sentido el plantearse si otros primates pueden hablar porque les faltaría para
ello un componente esencial imposible de obtener mediante ningún tipo de
aprendizaje.
Solo la comunicación humana podría ser llamada en pleno derecho lenguaje.
Los otros sistemas que podamos encontrar en tantísimos animales son, sin
duda, medios de transmisión de información, pero no lingüísticos.
Aspectos como la capacidad de cualquier sujeto para hablar la lengua
materna carácter o el creador del lenguaje humano apoyan la perspectiva
innatista. Su referencia filosófica es la del racionalismo cartesiano y su
posterior traducción en la teoría del conocimiento de Kant, si bien esos
autores no plantearían más que, en una interpretación un tanto forzada, el lazo
con los componentes genéticos. Se pueden encontrar, no obstante,
referencias mucho más próximas del pragmatismo al estilo de Skinner o
Postal, frente al innatismo de Chomsky o Pinker.

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La crítica chomskyana desfiguraba los propósitos de la obra de Skinner,
pues el conductismo radical de Skinner no es más que una forma de posición
empirista en general y del conductismo en particular. Se recurre a categorías
propias de su concepción del comportamiento como proceso de
condicionamiento, las que son en principio aplicables a la explicación del
aprendizaje del lenguaje.

Así, por ejemplo, pueden considerarse formas de respuesta lingüística


operante lo que Skinner llama mand, una petición que resulta reforzada por ir
seguida de una consecuencia características, el tac, una respuesta consistente en
nombrar, describir o de algún modo referirse a los objetos; y la respuesta
ecoica, que consiste en una repetición del estímulo verbal de las palabras
oídas, a modo de eco.

Es indudable que todas estas formas de respuesta lingüística tienen su lugar


dentro del proceso de adquisición del lenguaje y en relación con los diferentes
tipos de estímulos tanto internos como externos. Pero es también patente que
su consideración no basta para explicar el proceso de adquisición del lenguaje,
para lo que hay que tener en cuenta además los complejos problemas que se
refieren a la estructura sintáctica, semántica y fonológica de las expresiones.
No es de extrañar que los textos de psicolingüística completen las referencias
al análisis funcionalista de Skinner con consideraciones estructuralistas.
Hay otros enfoques alternativos del problema de la adquisición del lenguaje
que están alejados del planteamiento de Skinner y que son igualmente
incompatibles con innatismo de Chomsky. Por ejemplo, la teoría de Piaget
que subordina el lenguaje al pensamiento y, con un enfoque también
funcionalista, considera la función verbal como parte de la función simbólica
general, explicando la aparición de aquella sobre la base de un nivel de
conocimientos previamente adquiridos.
El nivel de la inteligencia, que es previo al lenguaje y que lo hace posible, es
el que corresponde a uno de los periodos en que Piaget ha dividido el
desarrollo psicológico, a saber el periodo sensomotriz que va desde el
nacimiento a los dos años. Este periodo se caracteriza por la progresiva
diferenciación entre el sujeto y los objetos a base de la manipulación y trato
directo con ellos. Además, tiene como fuentes pimiento la coordinación
acciones y movimientos.

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Para Piaget, el lenguaje aparece en este periodo preoperacional y supone ya
algo sumamente importante, el nivel de conocimientos obtenidos en la fase
anterior sensomotriz y el desarrollo consiguiente de la inteligencia que se ha
alcanzado el final de la misma. Pero el lenguaje no es lo único que, a
diferencia de la percepción y del movimiento, caracterizan este periodo
desarrollo.
El lenguaje se da dentro de un contexto general, de trato simbólico, con la
realidad antes de haber llegado a dominar el conjunto de signos intersubjetivos
y convencionales que es el lenguaje. El niño posee un conjunto de
significantes individuales de carácter simbólico. Esta función representativa
permite al niño evocar situaciones no actuales, pasar los límites del aquí y del
ahora e ir más allá del alcance de su percepción, y abandonar definitivamente
el periodo sensomotriz.
Deacon plantea, por ejemplo, que la comparación entre el lenguaje humano
y otro sistema de comunicación animal es engañosa y debe ser evitada más allá
de un nivel superficial. La comparación sería posible si hablamos por ejemplo
del lenguaje de gestos, pero no al abordar las realizaciones lingüísticas en
estricto.
Deacon se aparta de ella al criticar el modelo chomskiano de una capacidad
innata para desarrollar la gramática profunda de la lengua, dando la vuelta al
argumento de Chomsky que apunta hacia la facilidad asombrosa con la que
los niños muy pequeños, sin una labor sistemática de sus padres para
enseñarles a hablar en un tiempo breve, son capaces de distinguir los sonidos
de la lengua, entre el barullo sonoro que les rodea, y a partir de ahí utilizar al
poco, reglas gramaticales muy complejas.
Para Deacon, si los niños se muestran tan hábiles para anticipar las
construcciones sintácticas concretas en muy poco tiempo, no es por una
disposición innata de los seres humanos, sino por una característica de sus
lenguas que las hace asequibles. En ese sentido, el modelo que Deacon utiliza
con ejemplos computacionales es ingenioso y obliga a plantear el lenguaje
como un fenómeno externo que surge, organiza y evoluciona un tanto al
margen de los humanos, aunque en interacción con ellos.
Por supuesto, un lenguaje autónomo y externo así es una propuesta con
referencias platónicas; podría tener lugar, de hecho, al margen de los humanos
y en relación con otras estructuras de procesamiento de la información de las
que no gozan los animales, pero sí, quizá, las computadoras. Sin embargo, las
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lenguas son constructos de los individuos que las hablan y difícilmente pueden
compararse con diseños computacionales.

A nuestro entender, el punto de partida mejor para lograr algo así es el de la


hipótesis chomskiana de la existencia de un bagaje genético importante que
convierte la capacidad de hablar en un patrimonio innato de nuestra especie.
Para Place, debieron producirse una serie de mutaciones acumuladas a lo
largo de millones de años, cada una de las cuales proporcionó ventajas
selectivas. Las primeras serían útiles para actividades comunicativas y estarían
relacionadas con la construcción de las herramientas; la comunicación, en esa
época, meramente gestual, pero una vez más, nos encontramos ante la
polisemia del término “lenguaje”.
Si por tal se entiende cualquier tipo de comunicación lo bastante informativa,
no cabe duda alguna acerca de la existencia de un lenguaje muy desarrollado
en los chimpancés y hasta en las abejas. Pero lo que plantea Chomsky es una
cosa por completo diferente; un tipo específico de comunicación que permite
generar mensajes de una manera virtualmente infinita, es decir, lo que en
términos cartesianos se llama lenguaje creador.

Noam Chomsky

Esa facultad específica es innata, de la misma manera que es también innata


la capacidad para producir e interpretar, o identificar rostros, pero eso no
quiere decir que cualquier tipo de comunicación gestual haya tenido que fijarse
por los mismos mecanismos y en el mismo momento que la competencia
lingüística a la que alude Chomsky.

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Es razonable suponer que no fue así, que el camino hacia el lenguaje
humano es la suma de una serie muy diversa de aptitudes comunicativas,
cuya filogénesis se extiende, al menos, dos millones de años hacia atrás, pero
también es importante al respecto entender que, en un momento
determinado, esa capacidad comunicativa toma un rumbo completamente
distinto mediante la aparición de dos cosas: un sistema de producción de
sonidos, capaz de modular consonantes y vocales, y de un medio de
identificación fonético-semántico que relaciona las combinaciones de
consonantes y vocales con significados.
Tal capacidad es humana en exclusiva y pudo generarse mediante
mutaciones muy precisas que convertirían el bagaje comunicativo anterior en
un lenguaje de tipo nuevo y único. Siguiendo a Tobias, hay que admitir que se
habla con el cerebro. Existen bastantes evidencias de que es así, pero el
lenguaje humano no puede reducirse a un asunto de procesos neuronales
genéticamente controlados.
Ese bagaje cultural de la lengua es imprescindible para que el cerebro
madure: los niños de nuestra especie deben estar sumergidos en el ambiente
de una lengua humana para que se complete su cerebro durante la
exterogestación (la etapa de crecimiento que se realiza fuera del útero
materno). Esa insólita unión de elementos innatos y adquiridos, que
obran en retroalimentación, es la responsable de la capacidad humana para
poder desarrollar una lengua capaz de expresar un número infinito de frases,
competencia que se logra en un tiempo muy breve, sin necesidad de una tarea
de aprendizaje sistemática.
La pobreza del estímulo apunta hacia la desproporción entre señales
procedentes del medio y respuestas del sujeto y fue explicado por Chomsky,
invocando una importante carga innata que incluye los elementos profundos
de la gramática.
Una maduración lenta y gradual de las capacidades cognitivas y un salto
último dado en nuestra especie o quizá ya en los neandertales, en el que la
disponibilidad de un aparato fonador muy preciso permite realizar enlaces
fonético/semánticos de doble articulación, es un esquema mínimo de la
filogénesis del lenguaje compatible con las propuestas chomskianas. En todos
los casos, cualquier propuesta referente a la filogénesis del lenguaje humano
tiene que resignarse a ser por el momento especulativa.

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El descubrimiento experimental de una capacidad para el aprendizaje en
niños pequeños, superior a la que los chomskianos suelen admitir, ha llevado a
autores como Bates y Elman a minimizar el problema de la pobreza del
estímulo.

Los niños pequeños, según dicha interpretación, aprenderían una lengua


mediante una tarea inductiva. Para Markus, existen al menos dos vías
diferentes para el aprendizaje en los niños pequeños: una que parte de las
relaciones estadísticas entre las palabras de una frase y otra que deduce reglas
abstractas entre las variables de una forma cuasi algebraica. Esta segunda vía
supone un esquema mucho más chomskyano. Markus advierte que, ni siquiera
tomando en cuenta ambas vías a la vez, se puede explicar el aprendizaje de
una lengua materna; pues se trata de qué prerrequisitos necesarios pero no
suficientes en todos los casos

4. La doble articulación del lenguaje humano: la creatividad


como fin

Discutir acerca de si un animal no humano puede o no puede hablar es, en


algunos de los casos, un problema trivial de definición: si llamamos lenguaje a
cualquier tipo de comunicación, es evidente que la inmensa mayoría de los
animales tienen lenguaje. Sin embargo, el lenguaje de doble articulación
implica establecer una correspondencia fonética y semántica entre las palabras
entendidas como sonidos y las mismas palabras entendidas como sonidos y las
mismas palabras entendidas como significados. Una primera articulación
transforma sonidos simples, consonantes y vocales, en palabras. Una segunda
articulación transforma series de palabras en frases.
Las frases resultantes de la segunda articulación permiten generar una
cantidad virtualmente infinita de mensajes, con la particularidad de que
cualquier ser humano puede pronunciar, gracias a la lengua, un mensaje nuevo
que no haya sido enunciado nunca antes. Además, existe una infinidad de
maneras de expresar el mismo mensaje, que será entendido por igual en todos
los casos.
Pues bien, una de las primeras constataciones sorprendentes que pueden
hacerse en el terreno del lenguaje acerca de la segunda articulación es la de la

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existencia de reglas generales subyacentes a todas las lenguas, como es la
necesidad de incluir sujetos y predicados en las frases y de otras reglas
particulares propias de cada una de ellas, al estilo del orden del sujeto y el
verbo en las oraciones interrogativas en inglés.

La primera articulación exige ciertas condiciones anatómicas del tracto vocal


supralaríngeo, la parte de la garganta que va desde el tramo último de la
laringe hasta la cavidad bucal, presentes solo en nuestra especie dentro de
todos los primates.
Si para vocalizar es preciso disponer de una laringe situada en una posición
baja, enlazar los fonemas que forman palabras según reglas sintácticas precisas
es un asunto en el que interviene el cerebro. Quizá pueda decirse algo acerca
de la filogénesis del lenguaje por medio del estudio de la evolución de esas dos
estructuras anatómicas. Aunque resulta evidente que el lenguaje termina
siendo un fenómeno único e integrado de conexiones fonéticas y semánticas
que obedecen a ciertas reglas sintácticas.

4.1. La filogénesis del conducto vocal supra laríngeo


Como hemos relacionado la facultad de hablar con una determinada
configuración anatómica del tramo final de la laringe, ese podría ser un
camino para determinar cuáles entre todos nuestros antepasados contaban
con semejante requisito fonador. Como indica Lieberman, la longitud de esa
especie de tubo formado por la boca debe ser equivalente a la del otro tubo de
la parte posterior de la lengua, ya dentro de la faringe, para que se puedan
producir los sonidos del habla humana. Como resultado, solo una situación
baja de la laringe permite vocalizar. Una posición así lleva a ciertas
complicaciones a la hora de respirar y tragar al mismo tiempo.
Al cruzarse los conductos que llevan a los pulmones y al esófago, es bastante
fácil el atragantarse. Los bebés de nuestra especie son capaces de mamar y
respirar a la vez, gracias a que su laringe está todavía en una posición alta a la
de los chimpancés, pero, hacia los dos años de edad, se ha producido ya el
descenso. No es extraño que también sea la de los dos años la edad en que
los niños de nuestra especie comienzan a articular palabras.
La reconstrucción de la base del cráneo en ejemplares fósiles ha llevado a
Laitman a sostener que los Australopitecinos disponían de una laringe en

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posición alta, similar a la de los chimpancés. El descenso comenzaría en Homo
erectus. Por su parte, y a través del estudio de las marcas dejadas por los
músculos, mediante computadora de las anatomías de chimpancés y seres
humanos. Lieberman ha ido más allá, afirmando que el habla sería un
fenómeno muy tardío de los seres humanos de Asia y, en parte, de los
neandertales. Estos últimos serían capaces de emitir una parte de los sonidos
al alcance de los humanos, pero no todos.
Más allá todavía va Krantz al sostener que el descenso de la laringe no tuvo
lugar hasta hace 40.000 años como una segunda fase en el proceso de
evolución de nuestra especie. La primera fase, hace 200.000 años, habría
modernizado el cráneo y de manera parcial, la laringe, dando lugar a una
cavidad que supondría aproximadamente la mitad de la actual y permitiría, por
tanto, una conducta vocal imperfecta.
Solo la segunda fase, lleva, según Krantz, a un habla como la de los humanos
actuales. El hallazgo de un hueso hioides en los movimientos de la laringe en
el yacimiento musteriense de Kebara, en el Próximo Oriente, ha permitido
averiguar algo más cerca de la anatomía antigua de esa parte del cuello. El
hioides de Kebara, atribuido a un neandertal, tiene una forma similar al de los
humanos actuales, pero está asociado a una mandíbula más robusta y amplia.
Eso permite sostener que el aparato fonador de los neandertales habría
podido ser semejante al nuestro.
Lieberman ha criticado esa identificación entre hueso hioides y capacidad
para modular los sonidos del habla humana. Pero lo cierto es que bastantes de
las atribuciones de una conducta lingüística completa a los neandertales usan
la morfología del tiroides de Kebara para apoyar una idea ya establecida por
otros medios. La mayor parte de las especulaciones acerca del posible lenguaje
de los neandertales o de los homínidos del grado erectus se basan sin embargo
en otro tipo de huellas, las de la conducta simbólica. Están en la línea de la
advertencia de Tobias, pues no se habla con la garganta, sino que se habla con
el cerebro.

4.2. La evolución del cerebro


Los cerebros de todos los vertebrados siguen un esquema similar en los
primeros momentos de su evolución: una espina dorsal rudimentaria se divide
en cinco partes, médula, cerebro posterior, cerebro medio y cerebro anterior.

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A su vez de esté se divide en diencéfalo (tálamo e hipotálamo) y telencéfalo
(hemisferio cerebral) a lo largo de la filogénesis posterior. Tan solo cambia los
desarrollos relativos de esas regiones con la expansión de los centros
olfatorios del telencéfalo que darán lugar en los mamíferos a la aparición del
neocórtex.
Una característica general de todos los primates es el gran desarrollo
alcanzado por el neocórtex. Se sabe que los primates arcaicos del Paleoceno
contaban con grandes centros olfativos, por lo que su cerebro no debía diferir
mucho del de los actuales roedores, mientras que los primates del Eoceno,
adaptados ya a la vida arbórea, habían desarrollado comparativamente más el
neocórtex y, dentro de él, las áreas visuales.
Pero el cerebro de los miembros de nuestra especie cuenta con un
desarrollo muy acusado de las áreas temporales y prefrontales relacionadas
precisamente con el procesamiento de la comunicación verbal y las tareas
semánticas. Mediante el examen directo de los endocráneos de Homo habilis,
en comparación con los de Australopithecus africanus, Tobias detectó no solo un
desarrollo de las áreas de Broca y Wernicke del hemisferio izquierdo,
tenidas por responsables de una gran parte de los procesos cerebrales
relacionados con el lenguaje, sino también del lóbulo frontal que anticiparía y,
sobre todo en el ejemplar de Koobi Fora, el incremento de volumen de esa
zona en los homínidos del grado erectus.

Ejemplar de Koobi Fora

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Lo que Tobias señala es un cambio estructural del cerebro que comienza ya
en el Australopithecus africanus, con un inicio del desarrollo del área de Broca, y
que se encuentra muy avanzado en Homo habilis, pero con el paso del
tiempo, ese modelo de un desarrollo temprano de las áreas cerebrales
relacionadas con el lenguaje ha sido admitido incluso por Liberman, verdadero
adversario de la hipótesis de un auténtico lenguaje anterior a los seres
humanos actuales.
Lieberman sostiene que Homo habilis tendría, en el mejor de los casos, un
lenguaje que no era totalmente moderno. Tobias está de acuerdo en esa
precisión, pero matiza que quizás no haya dos fases del habla humana no
totalmente moderna y otra totalmente moderna, sino una serie de etapas de
creciente complejidad en los aspectos conceptuales y sintácticos, junto con
una ampliación con el tiempo del repertorio de fonemas. Para Tobias, todas
esas etapas entrarían dentro de lo que cabe considerar como la categoría de
lengua humana hablada.
Las conclusiones que sacan estos autores indican la presencia de dos
fronteras en la evolución de la complejidad cerebral; la aparición en Homo
habilis de una organización neurológica esencialmente humana y un continuo y
rápido aumento del índice de encefalización dentro del género Homo.
Algunas actividades cognitivas dieron un salto brusco con Homo erectus hasta el
punto de atribuir a esa especie una capacidad para manejar datos diversos,
procedentes del medio, como representaciones complejas del mundo, que
sería incluso mayor que la nuestra.
La existencia de una correlación entre encefalización y tamaño del grupo
dentro de los primates que permitiría entender en qué momento los grupos
de los homínidos fueron lo bastante grandes para que se desarrollarse el
lenguaje como única forma de mantener la cohesión social.
Una opinión contraria es la de Robert Martin, quien defiende que la idea de
un salto hacia cerebros más grandes en Homo habilis está sesgada por los
cálculos acerca del tamaño corporal de los australopithecus gráciles. Fue la tesis
de que los austrolophitecus gráciles tenían un dimorfismo sexual considerable
la que impuso unos cálculos al alza de los tamaños corporales, hecho que hizo
bajar, claro es, el índice de encefalización de esos seres. El incremento de la
encefalización sería para Martin anterior por tanto a Homo habilis y estaría

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probablemente relacionado con la actividad locomotora y la búsqueda de un
tipo diferente de alimentos.

La conclusión que cabe sacar es que la evolución del linaje humano implicó
un aumento del tamaño cerebral, pero no un desarrollo relativo del lóbulo
frontal que se supone que interviene en algunos procesos importantes para el
lenguaje como son el pensamiento creativo, la planificación de acciones
futuras y artísticas, o el análisis semántico. Nuestra área frontal es, en términos
relativos, la que corresponde a un primate con un cerebro de nuestro tamaño,
y sólo el gibón, entre las especies consideradas, tiene un área frontal menor en
términos alométricos. La conclusión de autoras como Semendeferi y
Damasio es que las modificaciones evolutivas del córtex frontal son
anteriores a la separación chimpancés/humanos, así que las diferencias
cognitivas enormes entre los simios y los humanos no pueden estudiarse de
esa manera.
El estudio comparativo del neocórtex en distintos primates, en contra de lo
que sostienen estas profesoras, demuestra que se ha producido una
expansión extraalométrica y un giro superior al esperado de dos zonas
corticales del cerebro humano: la temporal parietal/posterior y la prefrontal,
entendiendo que esas modificaciones pueden constituir parte del sustrato
neurobiológico que fundamenta las más distintivas habilidades cognitivas de
nuestra especie se encuentra el lenguaje.
A partir de aquí establecer teorías fijas que expliquen la socialización y la
creatividad a partir de la relación entre pensamiento y lenguaje no es fácil. La
sociología y la neurología se funden, en muchas ocasiones, para explicar el
origen del lenguaje y del pensamiento verbal. Podemos destacar a Sue Parker
que, en 1995, sostiene que la comunicación lingüística no sería hasta que las
actividades de caza del Homo erectus introdujeron problemas insalvables de otra
forma.
La posición de Vigotsky, sobre este asunto de la socialización, por ejemplo,
es que no tiene sentido distinguir entre un lenguaje egocéntrico y un lenguaje
socializado posterior, como anunciaba Piaget. Una mayor atención a la
estructura de las expresiones lingüísticas empleadas le conduce a encontrar
tales diferencias entre el lenguaje comunicativo y el lenguaje egocéntrico que
no cabe pensar que uno derive del otro.

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Tanto en el niño como en el adulto, diría Vygotsky, la función primaria del
lenguaje es la comunicación, el contacto social, y en este sentido, las formas
más primitivas del lenguaje infantil son también sociales. El discurso
egocéntrico aparece cuando el niño transfiere las formas propias del
comportamiento social al ámbito de sus funciones psíquicas internas, así el
niño que antes había conversado con otros comienza a hablar consigo mismo.
La línea del desarrollo no es del lenguaje individual al lenguaje social como
parecía hacerlo en Piaget, sino del lenguaje social al lenguaje individual. El
lenguaje egocéntrico es por tanto un fenómeno de transición desde la
actividad social y colectiva del niño a su actividad más individualizada.

De hecho, en los primeros homínidos, para las actividades sociales


relacionadas con el hecho de compartir comida se bastaría un protolenguaje
gestual capaz de indicar, por ejemplo, donde se encontraban escondidas las
despensas.

Un punto de vista diferente, pero de cariz social, también es el de Jonas y


Jonas al defender que el lenguaje comenzó como una forma de relación entre
la madre y los hijos, con lo que tiene un fuerte componente de género. Su uso

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como sistema de comunicación sería un subproducto posterior. Pero la
fuente objetiva de evidencias acerca del origen del lenguaje que ha sido
examinada con mayor detalle es la de la lateralización cerebral.
Los modelos sociales y los gestuales comparten explicaciones comunes e
interpretaciones muy próximas. Existen, sin embargo, modelos como el de
Marshack que ponen el énfasis en los aspectos sociales de la comunicación,
negando que el hecho en sí de fabricar herramientas tenga un significado
importante para el origen del lenguaje. No obstante, antropólogos como
Goodenough, en los años noventa, mantenía que el lenguaje en sí mismo
surgió como un puente entre la intencionalidad y la acción social gracias a sus
funciones de repertorio y de narración.

5. Las herramientas, la cultura y la sociedad como formas


de pensamiento

Podemos imaginar algún indicio capaz de servir como prueba del momento
en que aparece el lenguaje a lo largo del proceso de la filogénesis humana.
Uno de esos indicios puede fundarse en la presencia de herramientas
fabricadas con cierto grado de complejidad, pues, para fabricar instrumentos
como los musterienses y, quizá, los achelenses es preciso contar con una
capacidad cognitiva de apreciación estética y con unos medios de
comunicación muy desarrollados, a la vez que se quiere demostrar la
existencia de esas capacidades por la huella que dejan en los útiles construidos.
Lo razonable es suponer que el lenguaje, el control manual para el manejo de
instrumentos precisos, la enseñanza de las técnicas y la apreciación estética
pueden ser todos ellos unos fenómenos que dependen de mecanismos
neuronales semejantes, por lo menos próximos con una evolución por tanto
coordinada.
El cambio acelerado en la evolución humana de aspectos de conducta que
están relacionados versa desde la construcción de herramientas a las
estrategias de caza, el lenguaje, la estructura social o la capacidad de establecer
planes de futuro, pueden deberse a esa tendencia hacia el incremento de
competencias diversas como subproducto de una determinada presión
selectiva hacia una sola de ellas.

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Una solución que parece llevarnos a las evidencias más sólidas en este
terreno es la que correlaciona el incremento de las capacidades cognitivas
necesarias para el lenguaje con el crecimiento del cráneo. Siendo el tamaño del
cráneo y, por consiguiente, del cerebro un rasgo muy variable en nuestra
especie, esa variación da lugar a diferencia alguna en las capacidades cognitivas
a favor de los sujetos con cerebros más grandes o de los que los tienen más
pequeños.
El aumento del tamaño del cerebro características del género Homo. El
aumento es mucho más notable en el Homo erectus, pero como en esa especie
lo que crece es el tamaño del cuerpo en su conjunto, y no solo el del cerebro,
resulta necesario establecer índices comparativos. Ninguna de esas medidas
proporciona evidencia directa de lo que se podría llamar en términos
populares “inteligencia”, pero caben pocas dudas acerca de la relación estrecha
que existe entre extensión del córtex, conexiones sinápticas y crecimiento
relativo del cerebro.
El aumento de la capacidad craneal puede ser, por tanto, un buen indicio
acerca de la aparición de capacidades cognitivas nuevas, sobre todo, si
tenemos en cuenta lo caro que es, en términos metabólicos, un órgano como
el cerebro. La hipótesis de la energía materna declara que el crecimiento del
cerebro de un primate se realiza en el feto y en la exterogestación, periodo de
lactancia, así que la variable a considerar es la de los recursos energéticos de
que dispone la madre, tanto mientras está embarazada como en el período en
que alimenta a sus hijos.
Una madre puede producir hijos con cerebros grandes, tanto aumentando el
periodo de gestación, como aumentando la tasa metabólica. La hipótesis de la
energía materna puede explicar un incremento pasivo de la encefalización ya
sea por medio de una dieta como la carnívora que permita tasas metabólicas
más altas, por un incremento del periodo de gestación o por la presencia de
ambos fenómenos a la vez.

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6. Lenguaje y laterización cerebral

La encefalización creciente no es el único fenómeno notorio que puede


detectarse en la filogénesis de los homínidos. Además del aumento de tamaño
relativo, se producen también cambios en la organización a los que podríamos
llamar cualitativos y de los que el más notorio es el de la lateralización.
La laterización supone una quiebra de la simetría básica de los dos
hemisferios cerebrales. El ejemplo más conocido se refiere a los centros del
control lenguaje que, en el ser humano moderno, estaría lateralizado. Una vez
más, resulta difícil explicar el porqué de la tendencia diestra del 90% de los
miembros de nuestra especie, pero, si damos por bueno el modelo la
evolución conjunta de muchos de los rasgos distintivos de la conducta
humana bajo control del cerebro, entonces podemos suponer que esa
lateralización, relacionada hoy con el lenguaje, pudo muy bien haber aparecido
por otros motivos mediante el estudio de las marcas dejadas en las esquinas
que se obtienen al fabricar las herramientas líticas.
Toth concluyó que la tendencia a utilizar la mano derecha para las tareas,
que exigen cierta destreza, está presente ya en una época tan temprana como

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la de hace dos millones de años, es decir, en aquellos homínidos que
fabricaron las herramientas olduvaienses.

La lateralización podría tener que ver con los mecanismos cognitivos


relacionados con la comunicación oral, es decir, con la asimetría cerebral que
aparece al desarrollarse las áreas lingüísticas y cuyas consecuencias respecto
del control motor llevan al uso preferente de la mano derecha. El sentido de
los modelos que ligan lenguaje, destreza y lateralización en un modelo
adaptativo pueden someterse mediante el examen de otros primates.
Por ejemplo, se ha documentado, en los chimpancés, la existencia de
tradiciones culturales muy diversas incluye muchas pautas diferentes de
conducta. Pero esos estudios no mencionan, en ningún caso, una preferencia
por el uso de una mano en particular manipula bastones con el fin de escarbar
en los termiteros o cuando emplean piedras para partir los frutos de cáscara
dura.

Sin embargo, el predominio del hemisferio izquierdo está también presente


en los chimpancés. La conclusión lógica que sacaron autores como Gannon y
sus colaboradores apunta hacia la asimetría primitivo de los chimpancés y los
humanos, pero, partiendo de esta hipótesis, se pueden seguir cuatro diferentes

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líneas de interpretación respecto de la manera como ha intervenido la
lateralización en el desarrollo del lenguaje.

La primera consiste en que la simetría fijada por los antecesores comunes de


chimpancés y humanos no tuvo ninguna función comunicativa, pues
aparecería más tarde y solo en el linaje humano, mientras que tendría otra
función desconocida por el momento en los chimpancés. Una segunda
forma de ver las cosas sostiene que la asimetría tuvo funciones de
comunicación pero por medio de dos tipos diferentes de lenguaje. En los
chimpancés, permitiría una comunicación visual basada en los gestos, cuyas
características no han sido lo bastante estudiadas.
La tercera hipótesis aparta el lóbulo temporal izquierdo de cualquier
función comunicativa, ya fuese antigua o moderna. La última posibilidad
supone una evolución convergente del lóbulo temporal en chimpancés y
humanos; su superior tamaño en el hemisferio cerebral izquierdo de unos y
otros sería en este caso una homoplasia, un rasgo análogo.
Sea como fuere el descubrimiento de ciertas asimetrías cerebrales en
chimpancés o en otros que, por otra parte, no son ni diestros ni zurdos sería
un indicio en contra de los modelos que ven en las huellas dejadas en las
herramientas una posible prueba en favor del momento de la aparición del
lenguaje. Aun cuando hayas sesgos tipo cultural, la tendencia humana a utilizar
de manera preferente una mano y la existencia de una mayoría de diestros en
nuestra especie parecen afirmaciones indudables.
Otra cosa es la descripción de la conducta de los chimpancés. Los
chimpancés cautivos parecen comportarse como si existiera la preferencia por
la diestra, mientras que los que permanecen en su hábitat original muestran
una amplia lateralidad en la mayor parte de sus pautas de conducta.
Pero, con la excepción significativa del manejo de a la hora de realizar esas
tareas que obligan a un agarre con cierta precisión, los chimpancés libres
emplean de manera preferente en la mano derecha.

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7. Una mente o dos en los humanos modernos: los símbolos

Si hay algún indicio puede proporcionar pistas acerca del lenguaje es el de los
símbolos. La relación existente entre pensamiento y lenguaje resulta
indudable, pues un elevado grado de simbología supone un apoyo firme a la
presencia de un lenguaje como el nuestro. Falta saber cómo se adquirió esa
alta capacidad de simbolizar.
Dos diferentes interpretaciones se disputan la descripción del proceso: a)
una de ellas entiende que el simbolismo expresado mediante la realización de
obras artísticas se desarrolla de manera gradual a partir de los bifaces
achelenses; b) la otra ve la aparición del arte un fenómeno explosivo no más
de 30 o 40 mil años de antigüedad.
Si pudiésemos saber de qué forma evolucionaron nuestras capacidades
mentales, el problema del origen del lenguaje sería mucho más fácil de
resolver. Si, en un momento determinado de la historia de nuestro linaje,
aparecen objetos con un contenido simbólico muy alto, las capacidades
cognitivas necesarias para llevarlos a cabo no parece que puedan alejarse
mucho de las que se necesitan para hablar. Uno de los mayores enigmas con
los que nos enfrentamos, por lo que hace a la evolución de la mente, capaz de
expresarse de manera alta mente simbólica, es el del techo considerable de
tiempo que transcurre entre la aparición de los seres humanos modernos en
África del Este hace más de cien mil años y la explosión del arte del Paleolítico
Superior en Europa que no se puede documentar mucho más allá de unos
treinta mil años atrás.
Según Mithen, los primeros seres humanos modernos alcanzaron un cierto
grado de integración entre sus inteligencias especializadas, pero sin lograr la
plena fluidez cognitiva. El esquema de Mithen no es ninguna explicación: se
limita a plantear de otra forma el sentido del arte auriñaciense. Si lo damos
por aceptable, aún queda por responder a la pregunta clave: ¿por qué
sucedieron las cosas de esa forma, si se pretende dar una interpretación , ya
sea azarosa o adaptativa del porqué de ese hecho, hay que ofrecer un modelo
de la evolución la mente que sea compatible con tales hechos observados. Si
no se acepta las tesis continuistas de McBrearty y Brooks, en 2002, y se
sigue viendo una revolución en la cultura auriñaciense Europea se pueden dar
dos interpretaciones del fenómeno.

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Muestras de la cultura auriñaciense

La primera obliga a sostener que hubo algún tipo de cambio en el cerebro


de los seres humanos de aspecto moderno, una evolución anagenética que
hizo cambiar la potencialidad de los humanos con un incremento en sus
capacidades cognitivas. Ante la falta de pruebas directas de tipo anatómico,
cabe acudir a las interpretaciones conductuales.
Una hipótesis así sostendría que los humanos de aspecto moderno
cambiaron de conducta al manifestarse de manera casi repentina a lo largo de
la vida de la especie como productores de un arte, cuyas cualidades nos
asombran incluso hoy. Pero el correlacionar el arte auriñaciense europeo con
nuevos hábitos de conducta de los seres humanos modernos sí que supondría
una cierta interpretación conductual de la aparición del arte rupestre y los
objetos decorativos.
El uso sistemático y no solo accidental de las cavernas podría ser una
explicación acerca de por qué pinturas de los techos aparecen a partir de una
determinada época. Por su parte, los motivos para la ocupación permanente
de las cuevas podrían estar relacionados con la desaparición de los grandes
predadores que hubiesen convertido cualquier cueva permanente en una
trampa segura para los humanos. También, de estilo conductual, sería la
interpretación de lo que podríamos llamar el gusto artístico relacionado con la
producción de objetos sin una utilidad funcional inmediata, con la decoración

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del propio cuerpo, que es algo muy anterior a las capilla sixtina del arte
paleolítico.

En realidad, las explicaciones conductuales son complementarias y es muy


posible que los seres humanos modernos, al mismo tiempo que decoraraban
sus cuerpos hacían lo propio con sus viviendas, especialmente cuando las
cuevas se convirtieron en lugares permanentes de habitación. A falta de
evidencias sólidas, la interpretación de que la nueva mente y el lenguaje no
son patrimonio de nuestra especie en sus últimos tiempos, sino a lo largo de
todo el lapso de su existencia.

El modelo evolutivo de Davidson relaciona el lenguaje con los


prerrequisitos biológicos de nuestra especie en una línea de caracterización
específica que se remonta a las ideas de Chomsky. Con la aparición del ser
humano de aspecto moderno, se había producido un salto cuántico en
rapidez de comprensión y previsión, acto relacionado con las ventajas que
significa el lenguaje de doble articulación.
Podemos imaginar sin duda otras historias, pero la palabra clave aquí es
imaginar. Solo la identificación de los centros de procesamiento cerebral de
las tareas mentales relacionadas con la producción y apreciación del arte, si es
que existe algo parecido, nos daría un punto sólido de partida más allá de las
historias imaginadas y las hipótesis especulativas. No hace falta decir que,
además de eso, sería necesario hallar pruebas similares en el registro fósil para
saber los cerebros de nuestros antepasados.

8. Conclusiones
La dificultad para establecer una teoría única en el origen de las lenguas que
manejamos es de tal calibre que, por ejemplo, el descubrimiento de una nueva
clase de neuronas en el córtex premotor en los primates, las llamadas
“neuronas espejo”, ha abierto una nueva línea de investigación de las
relaciones entre procesos cognitivos, comunicación y lenguaje. Las neuronas
espejo podrían servir de puente entre la observación de las acciones de los
otros y el control de las acciones del propio sujeto.
El descubrimiento de su existencia ha dado pie a proponer que se trata del
verdadero prerrequisito neurológico para la aparición del lenguaje. Sin
embargo, esto significa ser demasiado categórico. Probablemente, se trataría

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una vez más de capacidades generadas para otras tareas adaptativas que
cambian su función de manera brusca por la aparición de un nuevo marco
ambiental y ese marco es la interacción social.
Por esa razón, nuestro tema ha tenido un enfoque eminentemente
antropológico; un enfoque necesario para completar los razonamientos
propios de la psicología y la lingüística.

El hecho de explicar desde lo biológico y lo cultural esa relación entre


pensamiento y lenguaje desemboca en una perspectiva holística, pues la
complejidad de unas lenguas, capaces de orquestar obras como Cien años de
soledad o El Qujote, así lo merece.

9. Justificación didáctica:

10. Bibliografía:

- Ayala, F. y Cela Conde, Camilo J. (2005) Senderos de la evolución humana,


Madrid, Alianza ensayo.
- Arsuaga, J. L. (2019) Vida, la gran historia: Un viaje por el laberinto de la
evolución, Barcelona, Destino.
- Chomsky, N. (1998) Una aproximación naturalista a la mente y al lenguaje.
Barcelona, Prensa Inbérica.
- Deacon, H. J. (1997) The Symbolic Species, Nueva York, NY, W.W.
Norton and Company.
- Gannon, P. J.et al (1998) “Asymmetry of Chimpanzee Planum
Temporale: Human like Pattern of Wernicke´s Brain Language Area
Homolog”, Science, 279: 220-222.
- Krantz, G. S. (1988), The genesis of Language, Belín, Mouton de Gruyter.
- Lieberman, P. (1984) The Biology and Evolution of Language, Cambridge,
MA. Harvard University Press.
- Mithen, S. (1996) The Prehistory of the Mind. Londres, Thames and
Hudson.
- Piaget, J. (1969) La psicología del niño, Morata, Madrid.

26
- Semendeferi K. (2000) “The brain and its main anatomical subdivisions
in living hominoids using magnetic resonance imaging”, en J. Hum.
Evol. 38: 317-332.
- Skinner, B. F. (1957) Verbal Behavior, Nueva York, Appleton-Century-
Crofts.
- Toth, N. (1993) Tools, Language and Cognition in Human Evolution,
Cambridge, Cambridge University Press.
- Vygotsky, L. S. (1964) Pensamiento y lenguaje, Buenos Aires, Pléyade.

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