Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
1. Introducción
1
(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995
Tanto en relación con la capacidad exigible como con los requisitos de validez
del propio consentimiento es preciso tener en cuenta que estamos ante un negocio
jurídico, el matrimonial, de características muy especiales, ya que el objeto del
negocio lo son las personas mismas de los contrayentes, y los elementos más internos
de la relación se resisten o son imposibles de juridificar.
Tal es lo que se desprende del can. 1057.2 del Código Canónico, que define el
consentimiento matrimonial como “el acto de la voluntad por el cual el varón y la
mujer se aceptan y entregan mutuamente en alianza irrevocable”, concepción con la
que coincide, si eliminamos la irrevocabilidad, el CC, si tenemos en cuenta que, según
el artículo 58, el Juez o funcionario declarará que los contrayentes “quedan unidos en
matrimonio” después de haberles leído los artículos 66, 67 y 68 y haber contestado
luego afirmativamente ambos contrayentes a la pregunta de si “consienten en
contraer matrimonio”, lo que supone la aceptación del tipo legal matrimonial con el
contenido obligacional de los artículos citados, en los que se diseña un tipo de relación
que implica la mutua entrega-aceptación personal.
2
(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995
El can. 1095 enumera tres supuestos de incapacidad para contraer (para emitir
el consentimiento):
“Son incapaces:
1º) quienes carecen de suficiente uso de razón;
2º) quienes tienen un grave defecto de discreción de juicio acerca de los
derechos y deberes esenciales del matrimonio que mutuamente se han
de dar y aceptar;
3º) quienes no pueden asumir las obligaciones esenciales del
matrimonio por causas de naturaleza psíquica”.
a) Uso de razón
Según el can. 99 tener uso de razón equivale a ser “dueño de sí mismo”, lo cual
equivale a ser responsable de los propios actos, por tanto es un término que designa
una doble capacidad: intelectiva y volitiva. Por otro lado, según el can. 97.2 el uso de
razón se presume a partir de los siete años en el ordenamiento canónico.
3
(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995
Por otro lado, el can. 99 dice: “quien carece habitualmente de uso de razón se
considera que no es dueño de sí mismo y se equipara a los infantes”. Dice el can.
“habitualmente”. Eso significa que la falta de uso de razón de la que estamos
hablando ha de ser habitual, pero en cambio puede ser transitoria, sin que se exija
que en todo caso sea permanente). En ambos casos, las decisiones no son imputables
al sujeto que las emite, dada su falta de conciencia, y por tanto de responsabilidad.
Desde el punto de vista de la capacidad, para que el consentimiento sea inválido poco
importa que la incapacidad sea permanente o transitoria con tal de que sea actual.
Basta que el consentimiento no haya sido emitido consciente y libremente como
consecuencia de esa falta de capacidad que hace irresponsable al sujeto.
b) Discreción de juicio
Uno puede tener capacidad para emitir declaraciones de voluntad a las que el
ordenamiento jurídico atribuye determinados efectos en tanto que queridos, y otra
cosa es que ese sujeto tenga capacidad para emitir cualquier declaración de voluntad
4
(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995
Es más, será necesario no sólo conocer, sino discernir la capacidad propia para
cumplir con esas obligaciones así como valorar las ventajas y desventajas que para el
propio sujeto tienen las consecuencias derivadas. La doctrina y jurisprudencia
canónicas han distinguido así entre capacidad cognoscitiva, capacidad crítica y
capacidad valorativa. A esa triple capacidad se hace referencia bajo la denominación
discreción de juicio.
5
(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995
un supuesto que va más allá que los dos anteriores y que deriva del aforismo “ad
imposibilia nemo tenetur”: nadie está obligado a lo imposible.
1º) Que concurran en él todos los elementos esenciales del negocio con las
características exigidas por el ordenamiento (voluntad interna, declaración
externa de la misma, y causa).
6
(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995
b) tiene que ser a un tiempo consciente y libre, y por tanto, la decisión tiene
que haberse tomado con previo conocimiento y valoración de lo que se hace,
de un lado y, sin presiones ni condicionamientos externos, de otro.
1.1.- ignorancia
1.2.- error
1.2.1.- sobre el negocio jurídico (de derecho)
1.2.1.1.- error en la identidad del negocio
1.2.1.2.- error sobre las cualidades del negocio
1.2.2.- sobre la persona (error de hecho)
1.2.2.1.- error en la identidad de la persona
1.2.2.2.- error sobre las cualidades de la persona
2.2.- miedo
2.2.1.- miedo común
2.2.2.- miedo reverencial
7
(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995
4.- La condición
Los vicios del consentimiento que tienen su origen en este tipo de discordancia
son la ignorancia y el error. La primera supone falta de conocimiento, y el segundo,
conocimiento equivocado. Pero ambos provocan la inexistencia de consentimiento, ya
que no se quiere lo que, de acuerdo con la manifestación externa, se dice querer,
porque se quiere algo distinto de lo que quiere el ordenamiento.
3.1.1. La ignorancia
3.1.2. El error
Como ha quedado dicho, puede recaer sobre la identidad del negocio o sobre
sus cualidades. En ambos casos existe una discordancia entre la representación mental
que el sujeto se hace del negocio (su concepto del matrimonio) y la del ordenamiento,
y en consecuencia, entre lo querido por uno y otro. Se trata, pues, de un error de
derecho que recae sobre el tipo legal matrimonial.
8
(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995
No es necesario, por tanto, que conozcan cual es el objeto del negocio jurídico
matrimonial (entrega y aceptación mutua de las propias personas en cuanto tales); ni
cuáles son las propiedades esenciales del matrimonio canónico (unidad e
indisolubilidad); ni el carácter sacramental del matrimonio entre dos bautizados; ni
cuál sea su causa jurídica (consorcio para toda la vida). Así, aún cuando no se tenga un
concepto claro y completo del tipo legal matrimonial se presume la coincidencia entre
el propósito práctico de los contrayentes y la voluntad del ordenamiento. Lo contrario
será necesario demostrarlo.
Por otra parte, ese saber mínimo sobre el matrimonio se presume a partir de la
pubertad (can. 1096.2, a sensu contrario).
Hablamos de error sobre las cualidades cuando el error recae sobre dos
aspectos concretos del negocio: sobre sus propiedades esenciales, por un lado, y
sobre la validez o nulidad del mismo, por otro.
- Error sobre las propiedades esenciales. Según el can. 1099 “el error
acerca de la unidad, de la indisolubilidad o de la dignidad sacramental del
matrimonio, con tal de que no determine la voluntad, no vicia el
consentimiento matrimonial”. Existe la presunción de que el error, en estos
casos, no afecta a la voluntad de contraer matrimonio y, por tanto, no vicia el
consentimiento. Aunque el o los contrayentes ignoren cuáles son las
propiedades esenciales del matrimonio canónico, se presume, mientras no se
demuestre lo contrario, que quieren lo que quiere el ordenamiento canónico y
que, aunque haya discordancia entre el concepto de uno y otro sobre el
matrimonio, hay concordancia de voluntades o, dicho de otra forma, esta
concordancia prevalece sobre la discordancia de concepciones del matrimonio.
9
(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995
Es evidente, dado que el objeto del contrato matrimonial lo son las personas
mismas de los contrayentes, que cada uno de ellos tiene que tener conocimiento de la
identidad del otro. Así lo establece el can. 1097.1 “el error acerca de la persona hace
inválido el matrimonio”.
10
(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995
- Que sea una cualidad cuya ausencia o presencia pueda perturbar gravemente
el consorcio de vida conyugal, poniendo en grave peligro la misma comunidad
de vida y amor como sacramento (así lo exige el can. 1098 respecto al error
dolosamente causado).
11
(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995
También este error causa la nulidad del matrimonio. Lo primero que hay que
destacar a propósito de esta figura es que lo que produce la nulidad no es el dolo, sino
el error en la cualidad causado por ese dolo, siempre que concurran estas dos
circunstancias:
- Que quien lo provoque lo haga con la finalidad expresa de obtener que el otro
contrayente preste su consentimiento al matrimonio.
- Que sea eficaz y que, por lo tanto, consiga provocar el error que, a su vez,
provocará la prestación del consentimiento.
Por último, de conformidad con las reglas generales, hay que decir que el
engaño intencionado puede producirse tanto con una actitud activa como con una
actitud pasiva, tanto por acción como por omisión.
12
(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995
El consentimiento, para ser válido, tiene que haberse formado sin coacción
alguna, e igualmente libre tiene que ser su declaración externa. En principio,
cualquiera que sea el origen de la coacción (interna o externa al sujeto que la padece)
y el objeto sobre el que se proyecta (voluntad interna o declaración externa), es causa
de nulidad del matrimonio.
El can. 1103 distingue entre violencia y miedo causados ambos por un objeto
externo al sujeto que los padece. Se trata de supuestos que tienen en común una
cosa: el temor como vivencia sicológica de uno de los contrayentes; temor provocado
por otra persona, sea el otro contrayente o un tercero. Ahora bien, en uno y otro caso
se emplean medios diferentes, se persiguen objetivos distintos, y distintos son también
la operación realizada y los órganos sobre los que se ejerce la coacción.
De acuerdo con la regla general consagrada en el can. 125.1 “se tiene como no
realizado en acto que una persona ejecuta por una violencia exterior a la que de
ningún modo se haya podido resistir”. Por su parte, el can. 1103 alude a ella, junto al
miedo, como causa de nulidad.
13
(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995
4. Deberá ser irresistible. Dada la fórmula utilizada por el Código Canónico esa
irresistibilidad deberá valorarse subjetivamente, es decir, por referencia a la
persona que la padece, y no objetivamente. No se trata de que sea irresistible
para cualquiera, sino de que lo sea para esa persona en concreto, porque no
tiene forma alguna de sortearla ni de superarla.
3.2.2. El miedo
Son dos los tipos de miedo que causan la nulidad del matrimonio en el
ordenamiento canónico: el miedo común y el miedo reverencial, ambos subsumibles
en el tipo legal del can. 1103: “es inválido el matrimonio contraído por miedo grave
proveniente de una causa externa, incluso el no inferido de propio intento, para
librarse del cual alguien se ve obligado a elegir el matrimonio”. El miedo reverencial es
una subespecie del miedo común o, si se prefiere, un miedo común cualificado como
consecuencia de una relación previamente existente entre quien provoca el miedo y
quien lo padece.
14
(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995
Se puede definir como el temor de uno de los contrayentes a los males con
que le amenaza el otro cuando el amenazado entiende que la única manera de sortear
esos males es contraer matrimonio.
Hay que decir que entre los supuestos de falta de libertad interna
debida al miedo que no son causados de forma expresa aunque sí tienen causa
externa hay algunos para los que la jurisprudencia ha aceptado la solución del
miedo común y otros que, sin diferir esencialmente de los anteriores salvo en
que no existe un agente propiamente externo causante del miedo, son
considerados como una causa autónoma de nulidad por falta de libertad
interna. Entre estos últimos estarían casos como el miedo a la propia
responsabilidad, el miedo a seguir viviendo en determinados ambientes, etc.
Entre los primeros, que la jurisprudencia sí califica de casos de miedo común
encontramos dos: la sospecha de males, por un lado, y las amenazas de
suicidio, por otro.
15
(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995
En todo caso, el mal con que se amenaza debe ser objetivamente grave,
en el sentido de que sea un mal de tal entidad objetiva que lo habitual es que
asuste a una persona normal. Será necesario, no obstante, realizar una
valoración matizada de la gravedad del mal, en el sentido de que tal valoración
deberá hacerse tomando como punto de referencia tanto a la persona del
amenazante como a la del amenazado (la mayor o menor fortaleza, sobre todo
moral, del segundo, la relación habitual de cumplimiento de sus amenazas por
el primero, etc.).
Por otro lado, mientras que el Código de 1917 se exigía que el mal con que se
amenazara fuera injustamente inferido, el Código de 1983 no mantiene esa exigencia,
aunque este requisito sí se mantiene en el principio general establecido en el can.
125.2 (relativo al miedo como causa de anulabilidad de los negocios jurídicos en
general). Ello ha llevado a una división en la doctrina.
Para unos, el que el can. 1103 no aluda a ese requisito sólo significa que puesto
que ya se establecía en el 125.2, no es necesaria su repetición; pero no significa que
no siga exigiéndose para provocar la nulidad del matrimonio que el mal con que se
16
(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995
amenace sea injusto y, por tanto, legalmente inmerecido. Así, no sería tipificable como
miedo el supuesto de que la otra parte o sus padres amenacen al contrayente con
denunciarle, por ejemplo, de un delito de corrupción de menores o de cualquier otro
delito por él cometido.
Sin embargo, para la mayor parte de la doctrina, el que el can. 1103 no aluda a
ese requisito se debe a la voluntad del legislador de establecer una excepción a la
regla general. En este sentido se han pronunciado también las primeras sentencias
canónicas posteriores al nuevo Código de 1983. Evidentemente, si la amenaza de
inferir un mal grave e indeclinable afecta a la libertad del individuo a la hora de emitir
su consentimiento, poco importa que el mal objeto de la amenaza sea justo o injusto.
Lo relevante es que el consentimiento no es libre.
1. El que infiere el miedo no puede ser cualquier persona sino alguien que
guarda una relación de superioridad y de cierto dominio sobre el que lo
padece, y éste debe estar afectado por una actitud de reverencia hacia el
superior que le haga temer su indignación duradera si contraviene sus
mandatos o deseos.
17
(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995
7. Lo mismo hay que decir de la indeclinabilidad. En este caso está claro que no
hay otro modo de evitar el mal temido que contraer matrimonio.
Esa discordancia puede ser total o parcial. En el primer caso se quiere la mera
apariencia de matrimonio, pero no el matrimonio mismo:
- Si lo que se busca es únicamente esa apariencia con un mero afán teatral, sin
pretender beneficiarse de ningún efecto jurídico derivado de tal apariencia
estamos ante la discordancia total iocandi causa.
18
(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995
Tiene lugar cuando una o ambas partes, mediante un acto positivo de voluntad,
excluyen al contraer el matrimonio mismo. Se requiere una celebración aparente o
formal del matrimonio, en la que la voluntad manifestada no concuerda con la
voluntad interna, que excluye precisamente el matrimonio mismo, es decir, el
nacimiento del vínculo conyugal propiamente dicho. No se excluye alguna propiedad
esencial del matrimonio (como su unidad o indisolubilidad, lo que constituiría una
hipótesis de simulación parcial), sino el matrimonio mismo. Es decir, se celebra la
ceremonia nupcial sin ánimo de contraer propiamente matrimonio, intentando
obtener mediante las apariencias nupciales unas finalidades distintas de las
establecidas para el matrimonio.
19
(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995
Por tanto, del canon 1101 se deduce que son cinco exclusiones las que dan
lugar a la simulación parcial:
Por último, al contrario de lo que sucedía con la simulación total, aquí no hay
una total ausencia de consentimiento, sino una figura de consentimiento viciado que
no tiene parangón en el CC. Por ello no son homologables las sentencias canónicas de
nulidad otorgada por este capítulo. Es más, aún cuando civilmente se recogiera una
figura similar a la de la simulación parcial canónica, esas sentencias serían difícilmente
homologables dado que los derechos y deberes matrimoniales civiles son mucho más
recortados que los canónicos (por ejemplo, la exclusión de la indisolubilidad o de la
sacramentalidad nunca podrían dar lugar a una homologación, pues el matrimonio
civil es disoluble y no sacramental).
20
(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995
21