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(c) LLAMAZARES, D.

, El sistema matrimonial español, Madrid, 1995

MATRIMONIO CANÓNICO: EL CONSENTIMIENTO

1. Introducción

El consentimiento es la pieza clave del negocio jurídico matrimonial. Sin


consentimiento no hay matrimonio válido. Es siempre absolutamente necesario
aunque no siempre suficiente. Lo normal es que el ordenamiento exija otros requisitos
para la validez del negocio, y esto es así tanto en el ordenamiento canónico como en
el civil.

En efecto, el Código Canónico tipifica el consentimiento como causa eficiente


del matrimonio: “el matrimonio lo produce el consentimiento entre las partes”, según
el canon 1057.1, y la alianza matrimonial es la que constituye el “consorcio para toda
la vida” en que el matrimonio consiste, según el canon 1055.1.

Si bien con matices diferenciales, este mismo principio de necesidad e


insustituibilidad del consentimiento aparece consagrado también en el CC, que afirma
tajantemente que no hay matrimonio sin consentimiento matrimonial (art. 45.1), y
que, consecuentemente, “es nulo el matrimonio celebrado sin consentimiento
matrimonial” (art. 73.1).

No podía ser de otra manera, ya que en ambos casos el matrimonio es un


negocio jurídico que consiste precisamente en eso: una declaración de voluntad a la
que el ordenamiento atribuye determinados efectos jurídicos en cuanto queridos o
declarados como queridos por las partes.

Como veremos, la validez del negocio jurídico matrimonial depende de que


concurran estas dos concordancias:

- entre lo internamente querido y lo externamente manifestado;


- entre lo querido por los contrayentes y lo querido por el ordenamiento en el
negocio jurídico, al atribuirle los correspondientes efectos jurídicos.

Así, la validez del negocio jurídico matrimonial depende de la validez del


consentimiento prestado: de que éste sea consciente y libremente emitido (en
definitiva, de que sea un consentimiento responsable).

Según esto, puede haber diferentes tipos de discordancia entre lo querido y lo


manifestado, que supondrán la invalidez del consentimiento:

- si lo que falta es suficiente consciencia de la decisión, por ignorancia o error,


nos encontraremos ante una discordancia no conocida y no querida por quien
la padece;

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- si lo que falta es suficiente libertad, por tratarse de una decisión arrancada


por la fuerza o bajo presión o amenazas (miedo), estaremos ante una
discordancia conocida pero no querida;

- por último, si lo que se da es una discordancia entre lo internamente querido


y lo externamente manifestado (simulación total, iocandi causa) estaremos
ante una discordancia conocida y querida.

Tendríamos así un esquema razonable de los posibles supuestos que podrían


dar lugar a la nulidad del matrimonio en tanto que anomalías del consentimiento
(LOPEZ ALARCON):

- Discordancia, total o parcial, no conocida ni querida.


- Discordancia, total o parcial, conocida pero no querida.
- Discordancia, total o parcial, conocida y querida.

La forma legal de manifestación del consentimiento la estudiaremos más


adelante, de ahí que aquí nos limitemos a centrar nuestra atención en el
consentimiento interno y en su relación con su manifestación externa.

Ahora bien, aunque no sea un elemento del negocio como declaración de


voluntad (lo son sólo el consentimiento y la forma), la capacidad para emitir
válidamente ese consentimiento sí es un requisito previo a esa emisión, por lo que será
necesario estudiarla.

Nuestro esquema de estudio será, pues, el siguiente:

a) Capacidad para la emisión válida del consentimiento.


b) Posibles anomalías del consentimiento interno y de su relación de
concordancia con su manifestación externa.

Tanto en relación con la capacidad exigible como con los requisitos de validez
del propio consentimiento es preciso tener en cuenta que estamos ante un negocio
jurídico, el matrimonial, de características muy especiales, ya que el objeto del
negocio lo son las personas mismas de los contrayentes, y los elementos más internos
de la relación se resisten o son imposibles de juridificar.

Tal es lo que se desprende del can. 1057.2 del Código Canónico, que define el
consentimiento matrimonial como “el acto de la voluntad por el cual el varón y la
mujer se aceptan y entregan mutuamente en alianza irrevocable”, concepción con la
que coincide, si eliminamos la irrevocabilidad, el CC, si tenemos en cuenta que, según
el artículo 58, el Juez o funcionario declarará que los contrayentes “quedan unidos en
matrimonio” después de haberles leído los artículos 66, 67 y 68 y haber contestado
luego afirmativamente ambos contrayentes a la pregunta de si “consienten en
contraer matrimonio”, lo que supone la aceptación del tipo legal matrimonial con el
contenido obligacional de los artículos citados, en los que se diseña un tipo de relación
que implica la mutua entrega-aceptación personal.

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2. Capacidad para la emisión válida del consentimiento.

El can. 1095 enumera tres supuestos de incapacidad para contraer (para emitir
el consentimiento):

“Son incapaces:
1º) quienes carecen de suficiente uso de razón;
2º) quienes tienen un grave defecto de discreción de juicio acerca de los
derechos y deberes esenciales del matrimonio que mutuamente se han
de dar y aceptar;
3º) quienes no pueden asumir las obligaciones esenciales del
matrimonio por causas de naturaleza psíquica”.

Dicho en positivo, la capacidad para contraer exige la concurrencia de estos


tres requisitos:

1º) uso de razón;


2º) discreción de juicio en relación con el contenido obligacional (objeto y
causa) del negocio jurídico matrimonial;
3º) posibilidad de asumir esas obligaciones (no basta comprenderlas, sino que
hay que ser capaz de cumplirlas).

a) Uso de razón

Según el can. 99 tener uso de razón equivale a ser “dueño de sí mismo”, lo cual
equivale a ser responsable de los propios actos, por tanto es un término que designa
una doble capacidad: intelectiva y volitiva. Por otro lado, según el can. 97.2 el uso de
razón se presume a partir de los siete años en el ordenamiento canónico.

En la doctrina canónica se impuso el criterio de que el uso de razón como


cualidad genérica necesaria en todo negocio jurídico no es suficiente para apreciar la
capacidad de consentir en el matrimonio sino que se requiere una capacidad
específica para poder formarse un juicio sobre la naturaleza del matrimonio. En este
sentido, afirma una sentencia rotal que para contraer matrimonio “se requiere una
mayor libertad y deliberación que en los demás contratos por ser el matrimonio un
pacto oneroso del que suele depender la suerte de toda la vida por completo”
(sentencia de 15 de febrero de 1966). A esa especial cualificación se le denomina
discreción de juicio. Por tanto el uso de razón no basta para contraer matrimonio: es
condición necesaria pero no suficiente. Por esa razón el Código Canónico eleva la edad
mínima para contraer matrimonio a los 14 y 16 años para el hombre y la mujer
respectivamente.

Podemos destacar algunos supuestos de falta de uso de razón ya tipificados


como tales por doctrina y jurisprudencia: toda enfermedad mental que prive del uso
de razón o lo perturbe gravemente. El caso más típico es el de las oligofrenias
caracterizadas por el estancamiento y el retraso mental (al que se acompaña una

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desarmonía de la estructura psíquica general), que en sus formas más profundas


mantienen al sujeto en niveles psíquicos y mentales inferiores a los siete años. En sus
grados menos acusados, aún cuando la jurisprudencia pueda estimar que el sujeto
tiene suficiente uso de razón probablemente incurran en defecto de discreción de
juicio, con lo que los individuos afectados por esas dolencias estarán igualmente
incapacitados para contraer.

Por otro lado, el can. 99 dice: “quien carece habitualmente de uso de razón se
considera que no es dueño de sí mismo y se equipara a los infantes”. Dice el can.
“habitualmente”. Eso significa que la falta de uso de razón de la que estamos
hablando ha de ser habitual, pero en cambio puede ser transitoria, sin que se exija
que en todo caso sea permanente). En ambos casos, las decisiones no son imputables
al sujeto que las emite, dada su falta de conciencia, y por tanto de responsabilidad.
Desde el punto de vista de la capacidad, para que el consentimiento sea inválido poco
importa que la incapacidad sea permanente o transitoria con tal de que sea actual.
Basta que el consentimiento no haya sido emitido consciente y libremente como
consecuencia de esa falta de capacidad que hace irresponsable al sujeto.

La diferencia fundamental entre una y otra incapacidad (transitoria o


permanente) es que de la permanente se presume su actualidad y presencia en el
momento de la celebración del matrimonio, mientras que en la transitoria habrá que
probarlo caso por caso. Con respecto a la presunción de actualidad en la amencia
permanente la jurisprudencia ha elaborado algunas reglas que pueden sintetizarse
como sigue:

1.- Si se prueba que la enfermedad mental existía antes de contraer el


matrimonio, se presume que permanece en el acto de su celebración.

2.- Si se demuestra que la enfermedad se manifestó sólo en época posterior a


la celebración, se presume la salud mental en el momento de la celebración,
excepto que se haya manifestado muy poco después.

3.- Comprobada la amencia antecedente y subsiguiente al matrimonio se


presume que también existía en el momento de la celebración.

4.- En general, no se presume la existencia de intervalos lúcidos, y en todo caso


se descarta su existencia en los casos de oligofrenia y de toda enfermedad en
periodo progresivo o ascendente. Esta referencia a los intervalos lúcidos es
obligada si tenemos en cuenta que, teóricamente, el consentimiento emitido
en esas condiciones es, desde el punto de vista del que estamos hablando,
válido.

b) Discreción de juicio

Uno puede tener capacidad para emitir declaraciones de voluntad a las que el
ordenamiento jurídico atribuye determinados efectos en tanto que queridos, y otra
cosa es que ese sujeto tenga capacidad para emitir cualquier declaración de voluntad

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y para la realización de cualquier negocio jurídico. Según las obligaciones y el grado de


compromiso que entrañe, la capacidad exigible será diferente.

Es más, será necesario no sólo conocer, sino discernir la capacidad propia para
cumplir con esas obligaciones así como valorar las ventajas y desventajas que para el
propio sujeto tienen las consecuencias derivadas. La doctrina y jurisprudencia
canónicas han distinguido así entre capacidad cognoscitiva, capacidad crítica y
capacidad valorativa. A esa triple capacidad se hace referencia bajo la denominación
discreción de juicio.

- La primera, capacidad cognoscitiva, es la capacidad para tener conocimiento


adecuado de lo que es el matrimonio canónico, y los derechos y deberes
contenido del vínculo matrimonial.

- La capacidad crítica, es la capacidad para emitir juicios sobre estos temas y


encadenarlos lógicamente.

- La capacidad estimativa es la capacidad para percibir el grado de compromiso


moral que comporta el matrimonio, para dilucidar la propia capacidad para el
cumplimiento del compromiso adquirido y para valorar si esa decisión puede
tomarse razonablemente a pesar de los inconvenientes que para ese sujeto
pueda tener, dadas las ventajas que entraña.

El defecto en la discreción de juicio que invalide el matrimonio puede consistir


en una total carencia de la misma, o bien en una capacidad disminuida como
consecuencia de estar afectada por algún factor interno que dificulta su operatividad
normal. Ahora bien, como dice expresamente el can. 1095 el defecto debe ser grave,
no bastando cualquier defecto, y en todo caso, el defecto debe afectar a esas
facultades o capacidades en relación con los derechos y obligaciones esenciales del
matrimonio, a saber:

1. La alianza matrimonial por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un


consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los
cónyuges y a la generación y educación de la prole (can. 1055.1), y que implica
que “ambos se entregan y aceptan mutuamente en alianza irrevocable”
(1057.2).

2. Los llamados bienes del matrimonio canónico: unidad (bonum fidei),


indisolubilidad (bonum sacramenti), y generación y educación de la prole
(bonum prolis).

c) Capacidad para asumir las obligaciones conyugales

La expresión exacta del can. 1095.3 es la siguiente: son incapaces para la


emisión válida del consentimiento matrimonial “quienes no pueden asumir las
obligaciones esenciales del matrimonio por causas de naturaleza psíquica”. Se trata de

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un supuesto que va más allá que los dos anteriores y que deriva del aforismo “ad
imposibilia nemo tenetur”: nadie está obligado a lo imposible.

Teóricamente es posible la asunción del compromiso de ejecutar algo y luego


no cumplirlo, pero esto sólo si la ejecución es posible o, para ser más preciso, si quien
ha asumido el compromiso tiene capacidad para su cumplimiento. No en el supuesto
contrario, que es donde tendría aplicación el aforismo citado.

En efecto, quien es incapaz para realizar una determinada actividad es incapaz


también de asumir consciente y libremente el compromiso correspondiente. Dicho de
otro modo, la incapacidad para cumplir entraña siempre incapacidad para asumir la
obligación.

El Código Canónico utiliza la expresión incapacidad para “asumir”, y no


incapacidad para cumplir las obligaciones del matrimonio. Y ello porque,
técnicamente, lo que causa la invalidez del consentimiento emitido no es la
incapacidad para cumplir lo prometido, sino la incapacidad para asumir el compromiso
de cumplirlo.

Los supuestos más significativos que condujeron a la jurisprudencia a la


elaboración de este tipo de incapacidad fueron la ninfomanía y el satirismo.
Característica común a ambos es el apetito sexual insaciable e irresistible: nadie puede
disponer libremente de aquello de lo que no es dueño, porque se escapa a su
capacidad de disposición. Sobre la base de estos supuestos iniciales el legislador
canónico ha ampliado la figura a todos aquellos en los que esa incapacidad para el
cumplimiento deriva de cualquier causa, siempre que sea psíquica. Básicamente son
de naturaleza sexual (psicofísica) o relacionadas con la imposibilidad de establecer una
relación interpersonal en la que exista la entrega de uno mismo como persona
(psíquica), como sucede en los casos de inmadurez sicológica, ciertas neurosis, etc.

3. Requisitos de validez del consentimiento matrimonial

Puede afirmarse que son los siguientes:

1º) Que concurran en él todos los elementos esenciales del negocio con las
características exigidas por el ordenamiento (voluntad interna, declaración
externa de la misma, y causa).

2º) Que el consentimiento no esté afectado por ningún elemento accidental


del negocio que, como sucede en el caso de la condición, impida su nacimiento
o el despliegue de sus efectos.

Por lo que se refiere a la voluntad o consentimiento interno hay que decir lo


siguiente:

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a) la voluntad exigida tiene que ser actual, no bastando la habitual o


interpretativa;

b) tiene que ser a un tiempo consciente y libre, y por tanto, la decisión tiene
que haberse tomado con previo conocimiento y valoración de lo que se hace,
de un lado y, sin presiones ni condicionamientos externos, de otro.

Debe estar, además, en total concordancia con lo manifestado, es decir, con la


declaración externa.

Finalmente, el propósito práctico perseguido por los contrayentes tiene que


ser no sólo compatible, sino subsumible en el objetivo perseguido por el
ordenamiento con ese tipo de negocio, al atribuirle determinados efectos jurídicos
(causa).

Tanto la ausencia como el vicio de alguno de los elementos esenciales entraña


la nulidad del consentimiento y, por tanto, del negocio. Además, en ocasiones, el
ordenamiento jurídico atribuye a la condición, aunque se trate de un elemento
accidental del negocio, efectos similares.

En todos los casos de anomalías del consentimiento (inexistencia, vicio o


condición) se da una discordancia total o parcial, conocida o no, querida o no por el o
los contrayentes, como hemos dicho anteriormente. Utilizaremos los distintos tipos de
discordancia como instrumento y guía de sistematización de los vicios del
consentimiento. Así, seguiremos el siguiente esquema:

1.- Discordancia no conocida no querida:

1.1.- ignorancia

1.2.- error
1.2.1.- sobre el negocio jurídico (de derecho)
1.2.1.1.- error en la identidad del negocio
1.2.1.2.- error sobre las cualidades del negocio
1.2.2.- sobre la persona (error de hecho)
1.2.2.1.- error en la identidad de la persona
1.2.2.2.- error sobre las cualidades de la persona

2.- Discordancia conocida y no querida: falta de libertad

2.1.- violencia física

2.2.- miedo
2.2.1.- miedo común
2.2.2.- miedo reverencial

3.- Discordancia conocida y querida

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3.1.- simulación total

3.2.- simulación parcial

4.- La condición

3.1. Discordancia no conocida ni querida

Los vicios del consentimiento que tienen su origen en este tipo de discordancia
son la ignorancia y el error. La primera supone falta de conocimiento, y el segundo,
conocimiento equivocado. Pero ambos provocan la inexistencia de consentimiento, ya
que no se quiere lo que, de acuerdo con la manifestación externa, se dice querer,
porque se quiere algo distinto de lo que quiere el ordenamiento.

3.1.1. La ignorancia

La ignorancia es el desconocimiento absoluto de lo que es el negocio jurídico


matrimonial. Como acabamos de ver supone la inexistencia de consentimiento, pero
en la práctica no se encuentran supuestos de este tipo, pues es difícil que alguien sea
totalmente ignorante acerca de la institución matrimonial. Por ello, lo que
normalmente encontramos en la jurisprudencia son supuestos de error que, eso sí,
pueden tener como base algún tipo de ignorancia.

3.1.2. El error

Aquí no hay ausencia total de conocimiento, sino un conocimiento equivocado


del negocio jurídico matrimonial, lo que provoca una discordancia entre lo que el
contrayente quiere en su fuero interno y lo que externamente manifiesta querer. El
error puede recaer sobre el negocio jurídico matrimonial propiamente dicho o sobre la
persona del otro cónyuge, y en ambos casos puede tratarse de un error en la
identidad o de un error en las cualidades. Podemos adelantar que, como regla
general, el error en la identidad, tanto sobre la persona como sobre el negocio
provoca la nulidad del matrimonio, cosa que no ocurre, salvo excepciones, con el error
en las cualidades. Veámoslo con más detenimiento.

3.1.2.1. Error sobre el negocio jurídico matrimonial (error de derecho)

Como ha quedado dicho, puede recaer sobre la identidad del negocio o sobre
sus cualidades. En ambos casos existe una discordancia entre la representación mental
que el sujeto se hace del negocio (su concepto del matrimonio) y la del ordenamiento,
y en consecuencia, entre lo querido por uno y otro. Se trata, pues, de un error de
derecho que recae sobre el tipo legal matrimonial.

3.1.2.1.1. Error en la identidad del negocio.

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Según el can. 1096 “para que pueda haber consentimiento matrimonial, es


necesario que los contrayentes no ignoren al menos que el matrimonio es un
consorcio permanente entre varón y mujer ordenado a la procreación de la prole
mediante una cierta cooperación sexual”. El desconocimiento o conocimiento
equivocado de ese concepto mínimo de matrimonio determina la invalidez del
consentimiento. Así, elementos integradores del tipo que es necesario conocer para
no caer en un error en la identidad del negocio son:

a) Que el matrimonio es un consorcio o proyecto de vida en común.


b) Entre varón y mujer. Es necesario conocer su carácter heterosexual.
c) Con una cierta vocación de estabilidad y permanencia. No es necesario, por
tanto, conocer que la indisolubilidad forma parte de ese tipo matrimonial, así
como tampoco se exige el conocimiento de su unidad, con exclusión tanto de
la poligamia como de la poliginia.
d) Que está ordenado a la procreación de la prole.
e) Que tal procreación se realiza mediante una cierta cooperación sexual entre
varón y mujer.

No es necesario, por tanto, que conozcan cual es el objeto del negocio jurídico
matrimonial (entrega y aceptación mutua de las propias personas en cuanto tales); ni
cuáles son las propiedades esenciales del matrimonio canónico (unidad e
indisolubilidad); ni el carácter sacramental del matrimonio entre dos bautizados; ni
cuál sea su causa jurídica (consorcio para toda la vida). Así, aún cuando no se tenga un
concepto claro y completo del tipo legal matrimonial se presume la coincidencia entre
el propósito práctico de los contrayentes y la voluntad del ordenamiento. Lo contrario
será necesario demostrarlo.

Por otra parte, ese saber mínimo sobre el matrimonio se presume a partir de la
pubertad (can. 1096.2, a sensu contrario).

3.1.2.1.2. Error sobre las cualidades del negocio jurídico matrimonial.

Hablamos de error sobre las cualidades cuando el error recae sobre dos
aspectos concretos del negocio: sobre sus propiedades esenciales, por un lado, y
sobre la validez o nulidad del mismo, por otro.

- Error sobre las propiedades esenciales. Según el can. 1099 “el error
acerca de la unidad, de la indisolubilidad o de la dignidad sacramental del
matrimonio, con tal de que no determine la voluntad, no vicia el
consentimiento matrimonial”. Existe la presunción de que el error, en estos
casos, no afecta a la voluntad de contraer matrimonio y, por tanto, no vicia el
consentimiento. Aunque el o los contrayentes ignoren cuáles son las
propiedades esenciales del matrimonio canónico, se presume, mientras no se
demuestre lo contrario, que quieren lo que quiere el ordenamiento canónico y
que, aunque haya discordancia entre el concepto de uno y otro sobre el
matrimonio, hay concordancia de voluntades o, dicho de otra forma, esta
concordancia prevalece sobre la discordancia de concepciones del matrimonio.

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- Validez o nulidad del negocio. Según el can. 1100 “la creencia o la


opinión acerca de la nulidad del matrimonio no excluye necesariamente el
consentimiento matrimonial”. La regla general es, pues, que la errónea opinión
o creencia de que el matrimonio que uno celebra es nulo, no invalida el
consentimiento. Creencia u opinión de la nulidad del matrimonio y validez del
consentimiento son, por tanto, perfectamente compatibles. El can. 1100 se
refiere sólo a la creencia u opinión erróneas; si son acertadas porque se tiene
conocimiento de la existencia de algún impedimento, vicio del consentimiento,
o defecto de forma que cause la nulidad, el matrimonio así celebrado es nulo,
pero no porque así lo crea o no alguno de los contrayentes, sino por la
existencia misma de ese impedimento o vicio.

3.1.2.2. Error en la persona (error de hecho).

También aquí rige la regla general enunciada: si el error recae sobre la


identidad de la persona es causa de nulidad; no lo es, salvo en los casos excepcionales
que señala el propio Código, si recae sobre las cualidades de esa persona.

3.1.2.2.1. Error en la identidad de la persona.

Es evidente, dado que el objeto del contrato matrimonial lo son las personas
mismas de los contrayentes, que cada uno de ellos tiene que tener conocimiento de la
identidad del otro. Así lo establece el can. 1097.1 “el error acerca de la persona hace
inválido el matrimonio”.

No se trata de supuestos frecuentes. En principio sólo son pensables dos


situaciones en que pudiera darse este tipo de error:

- Que los contrayentes no se conozcan antes de la celebración del matrimonio


y que uno de ellos haya sido sustituido por otro.

- Que el matrimonio se celebre por procurador y que éste no conozca


previamente al contrayente con quien se casa su representado.

3.1.2.2.2. Error sobre las cualidades de la persona.

Según el principio general ya enunciado, el error acerca de la cualidad de la


persona no dirime el matrimonio, aunque sea causa del contrato (can. 1097.2).

Evidentemente, si el objeto del contrato y, por tanto, lo que motiva la decisión


de cada uno de los contrayentes (en ese sentido está utilizado aquí el término causa),
es la persona misma del otro contrayente, lo es en atención no sólo a su identidad sin
más, sino también al conjunto de sus cualidades personales (las no personales son
externas a la propia persona y no forman parte de la personalidad) que, en definitiva,
son las que están en la base de la intención de unirse, en la medida que se conozcan.

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Ahora bien, la causa del contrato no es una cualidad en concreto, sino el


conjunto de las mismas. De ahí que, aisladamente, el error sobre alguna o algunas de
esas cualidades no cause la invalidez del consentimiento. En cambio, el error,
supuesto casi impensable, sobre todas esas cualidades personales sería un auténtico
error redundans (error que equivale a un error en la identidad) y sí provocaría, por
tanto, la invalidez del consentimiento.

Así, el error sobre cualidades aisladas no es causa de nulidad del negocio


jurídico matrimonial. Existen, sin embargo, dos excepciones a esta regla general: las
tipificadas en los cánones 1097.2 y 1098.

a) Error sobre cualidad directa y principalmente pretendida o querida (can.


1097.2).

Se refiere el can. 1097.2 a cualidades no identificadoras de la persona, aunque


sean personales, cuando en relación con ellas concurran estas dos circunstancias:

- Ser pretendidas directamente.


- Ser pretendidas principalmente.

Se da aquí un auténtico error redundans. Lo que se produce es una sustitución


del objeto del consentimiento o, al menos, una limitación esencial del mismo:
normalmente el objeto del consentimiento matrimonial es directamente, y en primer
lugar (principalmente) la persona misma, e indirectamente y en segundo lugar sus
cualidades. Lo que aquí acontece es la inversión de la relación: lo querido
directamente y en primer lugar es la cualidad y, porque tiene esa cualidad, en
segundo lugar la persona.

Aún cuando el canon no es más explícito, por razones de coherencia


sistemática hay que decir que esa cualidad tiene que reunir dos características:

- Ser personal, no meramente externa a la persona sino que forme parte


íntegra de la personalidad del otro contrayente.

- Que sea una cualidad cuya ausencia o presencia pueda perturbar gravemente
el consorcio de vida conyugal, poniendo en grave peligro la misma comunidad
de vida y amor como sacramento (así lo exige el can. 1098 respecto al error
dolosamente causado).

Otra interpretación conduciría a la conclusión absurda de que el ordenamiento,


incurriendo en una clara incongruencia, admite la posibilidad de que se conviertan en
objeto del matrimonio cualidades externas a la persona (ser rico, de determinada
nacionalidad, etc.), abriendo la puerta para que el matrimonio sea instrumentalizado.
Objeto del matrimonio solo lo pueden ser las personas mismas o las cualidades
inseparables de la personalidad.

b) Error en la cualidad dolosamente causado (can. 1098).

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También este error causa la nulidad del matrimonio. Lo primero que hay que
destacar a propósito de esta figura es que lo que produce la nulidad no es el dolo, sino
el error en la cualidad causado por ese dolo, siempre que concurran estas dos
circunstancias:

1. Que sea un error dolosamente causado.


2. Que se trate de una cualidad cuya presencia o ausencia pueda perturbar
gravemente el consorcio de vida conyugal.

1. Error dolosamente causado. Aunque existen autores que entienden que es


esta una figura autónoma de dolo que causa la invalidez del consentimiento, no
parece que esa sea una opinión acertada, desde el momento que lo que causa la
invalidez del consentimiento no es el dolo, sino el error a que éste induce. Se trata por
tanto de un supuesto de error. La figura del dolo como causa de nulidad o anulabilidad
de los contratos tiene una doble finalidad: protección de la parte que lo padece y
sanción a quien lo causa. No es tanto un vicio de la voluntad del engañado cuanto una
conducta externa antijurídica que, a su vez, es causa del error-vicio de la voluntad de
quien lo padece. Desde la perspectiva del principio del consentimiento no tiene
sentido hablar del dolo como vicio del consentimiento sino, en todo caso, como causa
del vicio del consentimiento: el error en las cualidades. La consideración de nulidad
del matrimonio celebrado en esas condiciones tiene su causa directa en el error como
vicio del consentimiento, y sólo indirectamente en el dolo: la protección de quien lo
padece y la sanción a quien lo causa es sólo un fin indirecto y mediato para el
ordenamiento canónico. En cualquier caso, el dolo que cause el error tiene que
cumplir estos tres requisitos:

- Que quien lo provoque lo haga con la finalidad expresa de obtener que el otro
contrayente preste su consentimiento al matrimonio.

- Que sea eficaz y que, por lo tanto, consiga provocar el error que, a su vez,
provocará la prestación del consentimiento.

- De conformidad con la expresión literal utilizada por el can. 1098 (“acerca de


la cualidad del otro contrayente) parece que se está haciendo referencia sólo al
error dolosamente causado por uno de los contrayentes. Sin embargo, si
tenemos en cuenta tanto las discusiones previas a la redacción del texto como
las exigencias de una interpretación sistemática, es preciso inclinarse por una
interpretación más amplia; el autor del dolo puede ser el otro contrayente o un
tercero. Volvemos a lo ya dicho: lo decisivo es el error, independientemente de
quien sea el autor del dolo que lo ha causado.

Por último, de conformidad con las reglas generales, hay que decir que el
engaño intencionado puede producirse tanto con una actitud activa como con una
actitud pasiva, tanto por acción como por omisión.

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2. Cualidad que por su naturaleza pueda perturbar gravemente el consorcio de


vida conyugal. La cualidad sobre la que recae el error debe ser una cualidad
objetivamente importante. No vale el error sobre cualquier cualidad. Tiene que
tratarse de una cualidad, que en este caso puede ser personal o externa y separable
de la personalidad, pero cuya presencia o ausencia pueda perturbar gravemente la
comunidad de vida conyugal, poniendo así en peligro la consecución de los objetivos y
finalidades (causa) del ordenamiento canónico al atribuir efectos jurídicos a ese
negocio jurídico. La jurisprudencia contempla, entre otros, los siguientes supuestos: la
esterilidad, la virginidad, el embarazo de otro, padecimiento de ciertas enfermedades,
un pasado delictivo, etc.

3.2. Discordancia conocida y no querida. Falta de libertad.

El consentimiento, para ser válido, tiene que haberse formado sin coacción
alguna, e igualmente libre tiene que ser su declaración externa. En principio,
cualquiera que sea el origen de la coacción (interna o externa al sujeto que la padece)
y el objeto sobre el que se proyecta (voluntad interna o declaración externa), es causa
de nulidad del matrimonio.

El can. 1103 distingue entre violencia y miedo causados ambos por un objeto
externo al sujeto que los padece. Se trata de supuestos que tienen en común una
cosa: el temor como vivencia sicológica de uno de los contrayentes; temor provocado
por otra persona, sea el otro contrayente o un tercero. Ahora bien, en uno y otro caso
se emplean medios diferentes, se persiguen objetivos distintos, y distintos son también
la operación realizada y los órganos sobre los que se ejerce la coacción.

En la violencia el instrumento de coacción es la fuerza física y se proyecta sobre


la declaración externa, y lo que persigue no es que la otra persona quiera el
matrimonio, sino que aparente que lo quiere o, más bien, que los demás crean que lo
quiere.

En el miedo, en cambio, el medio utilizado es la amenaza; se proyecta sobre la


voluntad interna, y lo que se persigue por quien lo ejerce es que el otro contrayente
quiera realmente ese matrimonio, y no sólo la apariencia de que lo quiere.

En ambos casos se da una discordancia entre lo querido y lo manifestado. En


ambos casos esa discordancia es conocida. Pero mientras en la violencia la
discordancia no es querida, en el miedo es querida, aunque sea instrumentalmente
para librarse del mal con que se le amenaza. En la violencia no se quiere el
matrimonio, en el miedo sí.

3.2.1. La violencia física

De acuerdo con la regla general consagrada en el can. 125.1 “se tiene como no
realizado en acto que una persona ejecuta por una violencia exterior a la que de
ningún modo se haya podido resistir”. Por su parte, el can. 1103 alude a ella, junto al
miedo, como causa de nulidad.

13
(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995

Deberán concurrir en la violencia los requisitos siguientes:

1. Debe tratarse de violencia física.

2. Ejercida sobre uno de los contrayentes por otra persona.

3. El único supuesto posible es que se ejerza sobre los órganos de


manifestación del consentimiento.

4. Deberá ser irresistible. Dada la fórmula utilizada por el Código Canónico esa
irresistibilidad deberá valorarse subjetivamente, es decir, por referencia a la
persona que la padece, y no objetivamente. No se trata de que sea irresistible
para cualquiera, sino de que lo sea para esa persona en concreto, porque no
tiene forma alguna de sortearla ni de superarla.

La verdad es que se trata de un supuesto de laboratorio, con más valor


sistemático que práctico. De hecho, en la jurisprudencia no encontramos supuestos de
nulidad por este capítulo.

3.2.2. El miedo

De acuerdo con la regla general consagrada en el can. 125.2 el ordenamiento


canónico tipifica el miedo como causa de anulabilidad de los negocios jurídicos: el acto
realizado por miedo “puede ser rescindido por el juez, tanto a instancia de la parte
lesionada o de quienes le suceden en su derecho, como de oficio”, pero en principio
es válido. Pero esta regla general quiebra en el caso del matrimonio, ya que el
canon 1103 tipifica el miedo no como causa de anulabilidad, sino como causa de
nulidad radical.

Este vicio del consentimiento opera sobre el proceso formativo de la voluntad,


que es perturbado de tal modo que el sujeto acaba queriendo lo que, si no
interviniera la amenaza, no habría querido.

Son dos los tipos de miedo que causan la nulidad del matrimonio en el
ordenamiento canónico: el miedo común y el miedo reverencial, ambos subsumibles
en el tipo legal del can. 1103: “es inválido el matrimonio contraído por miedo grave
proveniente de una causa externa, incluso el no inferido de propio intento, para
librarse del cual alguien se ve obligado a elegir el matrimonio”. El miedo reverencial es
una subespecie del miedo común o, si se prefiere, un miedo común cualificado como
consecuencia de una relación previamente existente entre quien provoca el miedo y
quien lo padece.

3.2.2.1. El miedo común.

14
(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995

Se puede definir como el temor de uno de los contrayentes a los males con
que le amenaza el otro cuando el amenazado entiende que la única manera de sortear
esos males es contraer matrimonio.

El can. 1103 considera causa de nulidad tanto el miedo directo como el


indirecto: se entiende por miedo directo el temor provocado expresamente con la
finalidad de que el sujeto pasivo del mismo acepte casarse; miedo indirecto es el
causado con cualquier otra finalidad siempre que la persona que lo padezca entienda
que la única forma de librarse de los males con que se le amenaza sea casarse. Como
dice el canon 1103 es causa de nulidad incluso el miedo “no inferido de propio
intento”.

Para que el miedo común constituya causa de nulidad ha de reunir


determinadas características, como son la exterioridad, gravedad, indeclinabilidad y
anterioridad.

a) Exterioridad. El miedo ha de estar provocado por una causa externa. Esa es


justamente la expresión utilizada por el Código. De conformidad con la
expresión del Código podría pensarse que la causa del miedo puede ser una
persona o un agente natural. Pero la interpretación jurisprudencial es uniforme
al considerar que la perturbación del ánimo en que consiste el miedo debe
haber sido causada por la amenaza hecha por otra persona, siendo indiferente
que esa persona sea el otro contrayente o un tercero. La exterioridad se refiere
a la causa del miedo, no a los males objeto de la amenaza, ni a la falta de
libertad interna, que se da en todo caso, tanto si es exterior como interior el
agente causante del miedo.

Hay que decir que entre los supuestos de falta de libertad interna
debida al miedo que no son causados de forma expresa aunque sí tienen causa
externa hay algunos para los que la jurisprudencia ha aceptado la solución del
miedo común y otros que, sin diferir esencialmente de los anteriores salvo en
que no existe un agente propiamente externo causante del miedo, son
considerados como una causa autónoma de nulidad por falta de libertad
interna. Entre estos últimos estarían casos como el miedo a la propia
responsabilidad, el miedo a seguir viviendo en determinados ambientes, etc.
Entre los primeros, que la jurisprudencia sí califica de casos de miedo común
encontramos dos: la sospecha de males, por un lado, y las amenazas de
suicidio, por otro.

La sospecha de males consiste en que uno de los contrayentes entiende,


sobre la base de determinadas circunstancias ambientales y de
comportamiento de las personas que le rodean, aunque nadie le haya
amenazado expresamente, que el no acceder al matrimonio tendrá para él
consecuencias perjudiciales justamente como consecuencia de la reacción de
los otros. Es preciso tener en cuenta para entender este supuesto que no es
necesario que la amenaza sea explícita; basta con que el agente sea externo y
que, intencionadamente o no la conducta de ese agente conduzca

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(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995

razonablemente al contrayente a la conclusión de que se le van a irrogar graves


perjuicios si se niega a contraer matrimonio, dada la reacción que esa negativa
va a provocar en esas personas.

Las amenazas de suicidio, sean del otro contrayente o sean de otra


persona (normalmente un familiar), constituyen también un supuesto de
miedo común. La amenaza puede ser explícita o no, y hay que destacar que el
mal con que se amenaza, la muerte por suicidio, es un mal que afecta
directamente al que hace la amenaza, no al amenazado.

b) Gravedad. El mal objeto de la amenaza ha de ser grave y tener por objeto a


la persona del amenazado, de manera que no se podrían subsumir en esta
figura aquellos supuestos en los que el mal con que se amenaza sea un mal que
se infiere directamente a personas diferentes del amenazado salvo que,
siquiera sea indirectamente, sean percibidos por el amenazado como males a
él inferidos o como males propios, como puede ocurrir con las amenazas de
suicidio del otro contrayente o de otra persona, especialmente si ésta es un
familiar cercano, o con las amenazas de inferir males graves a los familiares
más allegados.

En todo caso, el mal con que se amenaza debe ser objetivamente grave,
en el sentido de que sea un mal de tal entidad objetiva que lo habitual es que
asuste a una persona normal. Será necesario, no obstante, realizar una
valoración matizada de la gravedad del mal, en el sentido de que tal valoración
deberá hacerse tomando como punto de referencia tanto a la persona del
amenazante como a la del amenazado (la mayor o menor fortaleza, sobre todo
moral, del segundo, la relación habitual de cumplimiento de sus amenazas por
el primero, etc.).

c) Indeclinabilidad. El miedo debe ser indeclinable, es decir, que quien lo


padezca tenga la convicción de que sólo tiene una manera de esquivar ese mal
con que se le amenaza: la celebración del matrimonio.

d) Anterioridad. Aunque el canon no lo diga expresamente, es obvio que si


estamos hablando de un vicio del consentimiento matrimonial las amenazas
deben ser anteriores a la emisión de dicho consentimiento en el acto de
celebración del matrimonio. Por eso se califica al miedo de antecedente.

Por otro lado, mientras que el Código de 1917 se exigía que el mal con que se
amenazara fuera injustamente inferido, el Código de 1983 no mantiene esa exigencia,
aunque este requisito sí se mantiene en el principio general establecido en el can.
125.2 (relativo al miedo como causa de anulabilidad de los negocios jurídicos en
general). Ello ha llevado a una división en la doctrina.

Para unos, el que el can. 1103 no aluda a ese requisito sólo significa que puesto
que ya se establecía en el 125.2, no es necesaria su repetición; pero no significa que
no siga exigiéndose para provocar la nulidad del matrimonio que el mal con que se

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(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995

amenace sea injusto y, por tanto, legalmente inmerecido. Así, no sería tipificable como
miedo el supuesto de que la otra parte o sus padres amenacen al contrayente con
denunciarle, por ejemplo, de un delito de corrupción de menores o de cualquier otro
delito por él cometido.

Sin embargo, para la mayor parte de la doctrina, el que el can. 1103 no aluda a
ese requisito se debe a la voluntad del legislador de establecer una excepción a la
regla general. En este sentido se han pronunciado también las primeras sentencias
canónicas posteriores al nuevo Código de 1983. Evidentemente, si la amenaza de
inferir un mal grave e indeclinable afecta a la libertad del individuo a la hora de emitir
su consentimiento, poco importa que el mal objeto de la amenaza sea justo o injusto.
Lo relevante es que el consentimiento no es libre.

3.2.2.2. El miedo reverencial

La diferencia con el miedo común está en el tipo de relación previamente


existente entre el amenazante y el amenazado: la persona amenazada está vinculada
a la que amenaza por una relación de subordinación o de parentesco que entraña una
actitud de respeto de la primera hacia la segunda. Así el miedo reverencial presenta
las siguientes características específicas con respecto al miedo común:

1. El que infiere el miedo no puede ser cualquier persona sino alguien que
guarda una relación de superioridad y de cierto dominio sobre el que lo
padece, y éste debe estar afectado por una actitud de reverencia hacia el
superior que le haga temer su indignación duradera si contraviene sus
mandatos o deseos.

2. El mal con que se siente amenazado quien padece el miedo es la indignación


grave (tienen un especial peso para valorar esa gravedad tanto el modo de ser
de cada una de esas personas como la relación que medie entre ellas) y
duradera (no meramente coyuntural o pasajera) del “superior” y no de un
extraño. El contrayente acepta el matrimonio para evitar la ruptura de la
relación reverencial o su grave deterioro. No basta el simple temor de
desagradar o el mero deseo de complacer al “superior”.

3. En el miedo reverencial tampoco se exige que la amenaza sea expresa. Basta


el comportamiento habitual que explique la percepción por parte del sujeto
pasivo del miedo a incurrir en tal tipo de indignación. Por supuesto, da base
para esa percepción no solo el mandato perentorio y reiterado, sino también
los ruegos y súplicas igualmente reiterados. Pero no sólo en esos casos,
también en aquellos en que la actitud de hecho constante del “superior” está
poniendo de relieve su disgusto y su indignación.

4. El miedo reverencial es siempre directo. Quien lo provoca con su actitud, sus


súplicas o mandatos lo hace siempre con la finalidad de que quien lo sufre
consienta el matrimonio. No es posible apreciar miedo reverencial indirecto.

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(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995

5. También como excepción a lo que acontece en el miedo común, en el miedo


reverencial el mal con que se amenaza es siempre injusto. Es impensable una
hipótesis diferente dado el objeto de la amenaza.

6. Al igual que en el miedo común, también el miedo reverencial y la causa que


lo provoque deben ser anteriores al matrimonio.

7. Lo mismo hay que decir de la indeclinabilidad. En este caso está claro que no
hay otro modo de evitar el mal temido que contraer matrimonio.

3.3. Discordancia conocida y querida. La simulación (can. 1101).

Hay simulación cuando la declaración de voluntad de contraer matrimonio en


los términos configurados esencialmente por el Derecho canónico está en desacuerdo
con la voluntad interna y real de los contrayentes o de uno de ellos, que excluyen por
un acto positivo de voluntad el matrimonio mismo o algún elemento o propiedad
esencial del mismo. En cuanto acto positivo de voluntad, la simulación consiste en la
determinación resuelta y expresa de conseguir el objeto o fin apetecido buscando la
apariencia de un matrimonio que realmente no se quiere o del que se excluyen
algunos de sus elementos o propiedades. Existe por tanto una discordancia entre lo
realmente querido y lo manifestado, o, si se prefiere, entre la voluntad del o los
contrayentes simuladores y la voluntad del ordenamiento.

Esa discordancia puede ser total o parcial. En el primer caso se quiere la mera
apariencia de matrimonio, pero no el matrimonio mismo:

- Si lo que se busca es únicamente esa apariencia con un mero afán teatral, sin
pretender beneficiarse de ningún efecto jurídico derivado de tal apariencia
estamos ante la discordancia total iocandi causa.

- Si, en cambio, se quiere esa apariencia y no se quiere el matrimonio, pero sí


alguno de los efectos jurídicos derivados de esa apariencia estamos ante la
auténtica simulación total.

En otros casos, la discordancia es sólo parcial, y aquí caben de nuevo dos


situaciones:

- Que se quiera el matrimonio, pero no de acuerdo con el tipo legalmente


definido; en última instancia se da una discordancia entre la voluntad del
sujeto y la voluntad del ordenamiento, entre el propósito práctico de los
contrayentes y la causa típica del negocio. En este caso estamos ante una
simulación parcial.

- Que, aún coincidiendo lo querido por las partes y por el ordenamiento


(concordancia en el “objeto” querido), sin embargo haya discordancia entre el
tipo de consentimiento prestado y el exigido por el ordenamiento. Aquí nos
encontramos ante el fenómeno del consentimiento condicionado.

18
(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995

En cuanto a los sujetos, la simulación puede ser bilateral o unilateral, según se


lleve a cabo por ambos contrayentes o solamente por uno de ellos. En el primer caso
hay que distinguir la simulación por pacto, es decir, mediante acuerdo de ambos
contrayentes, y la simulación concurrente, en la que sin mediar acuerdo coinciden las
voluntades de los contrayentes en la simulación del matrimonio.

3.3.1. La simulación total

Tiene lugar cuando una o ambas partes, mediante un acto positivo de voluntad,
excluyen al contraer el matrimonio mismo. Se requiere una celebración aparente o
formal del matrimonio, en la que la voluntad manifestada no concuerda con la
voluntad interna, que excluye precisamente el matrimonio mismo, es decir, el
nacimiento del vínculo conyugal propiamente dicho. No se excluye alguna propiedad
esencial del matrimonio (como su unidad o indisolubilidad, lo que constituiría una
hipótesis de simulación parcial), sino el matrimonio mismo. Es decir, se celebra la
ceremonia nupcial sin ánimo de contraer propiamente matrimonio, intentando
obtener mediante las apariencias nupciales unas finalidades distintas de las
establecidas para el matrimonio.

Así, son requisitos de la simulación total:

1. Que junto a la intención de realizar las formalidades externas para contraer


matrimonio no esté presente la voluntad matrimonial interna, sino otra
distinta.

2. Que esa ausencia de voluntad matrimonial interna sea excluida mediante un


acto positivo de la voluntad.

La simulación total puede ser unilateral o bilateral, pero en ambos casos


provoca la nulidad del matrimonio así contraído. Por otro lado, dado que la simulación
total supone una ausencia de consentimiento, las sentencias canónicas de nulidad por
este capítulo serían civilmente homologables, dado que según el CC es nulo el
matrimonio celebrado sin consentimiento matrimonial (arts. 45 y 73.1).

3.3.2. La simulación parcial

A diferencia de lo que ocurre en la simulación total en la que solo se quiere la


apariencia de matrimonio, no el matrimonio mismo, en la simulación parcial el o los
contrayentes quieren realmente el matrimonio mismo, pero un tipo de matrimonio
esencialmente distinto del canónico. Y ello porque lo que el sujeto excluye en este
caso no es el matrimonio mismo, sino alguno de sus elementos o propiedades
esenciales. Como en la simulación total la simulación parcial también se lleva a efecto
por un acto positivo de voluntad.

Así, la simulación parcial constituye una restricción en la estructura esencial e


inmodificable del matrimonio que el sujeto introduce en contra de lo dispuesto por el

19
(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995

ordenamiento canónico, que lo ha organizado de acuerdo a unos principios y normas


de Derecho necesario que, por tanto, son inderogables por la voluntad del
contrayente. En última instancia la discordancia, incluso contradicción, se da entre la
voluntad de las partes y la voluntad del ordenamiento.

El can. 1101 no establece taxativamente cuales son los casos de simulación


parcial, sino que se limita a señalar dos supuestos generales de posible exclusión:

1. de algún elemento esencial;


2. de alguna propiedad igualmente esencial.

Las propiedades esenciales están enumeradas en el can. 1056: la unidad y la


indisolubilidad. En cambio, no se dice expresamente en ninguna parte cuales son los
elementos esenciales del matrimonio; hay que extraerlos del tipo legal matrimonial
configurado en el can. 1055, de cuyo análisis detenido se deduce que elementos
esenciales constitutivos del matrimonio canónico son dos:

1. La alianza matrimonial, constituida a su vez por la comunidad de vida y amor


y por la entrega-aceptación sexual entre los cónyuges.

2. Esa misma realidad elevada a la dignidad de sacramento.

Por tanto, del canon 1101 se deduce que son cinco exclusiones las que dan
lugar a la simulación parcial:

- de la comunidad de vida y amor;


- de la mutua entrega-aceptación sexual;
- de la sacramentalidad;
- de la unidad;
- de la indisolubilidad.

Por último, al contrario de lo que sucedía con la simulación total, aquí no hay
una total ausencia de consentimiento, sino una figura de consentimiento viciado que
no tiene parangón en el CC. Por ello no son homologables las sentencias canónicas de
nulidad otorgada por este capítulo. Es más, aún cuando civilmente se recogiera una
figura similar a la de la simulación parcial canónica, esas sentencias serían difícilmente
homologables dado que los derechos y deberes matrimoniales civiles son mucho más
recortados que los canónicos (por ejemplo, la exclusión de la indisolubilidad o de la
sacramentalidad nunca podrían dar lugar a una homologación, pues el matrimonio
civil es disoluble y no sacramental).

3.4. El matrimonio condicionado (sometido a condición).

La condición es un elemento accidental del negocio jurídico que puede


definirse como un acaecimiento o suceso incierto del que, por voluntad de las partes,
se hacen depender el nacimiento o extinción de los efectos de un negocio jurídico.

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(c) LLAMAZARES, D., El sistema matrimonial español, Madrid, 1995

Si el acaecimiento es futuro la incertidumbre sobre si se va a dar o no nace


justamente de esa futuridad; estamos entonces ante una condición propia o de futuro.
Si se trata de un hecho presente o pasado la incertidumbre nace de su
desconocimiento, y estaremos ante una condición impropia o de presente.

Si lo que se hace depender de ese acaecimiento es el nacimiento de los efectos


del negocio jurídico, la condición se llama suspensiva, puesto que los efectos no nacen
hasta que ese acaecimiento ha tenido lugar. Si lo que se hace depender del
cumplimiento de la condición es la extinción de esos efectos la condición se llama
resolutoria: el negocio jurídico tiene una vida normal, produciendo los efectos que le
son propios hasta ese momento, pero dejando de producirlos a partir de él. Dado que
la indisolubilidad es una de las propiedades esenciales del matrimonio canónico, la
condición resolutoria equivaldría a una exclusión de la indisolubilidad, y por tanto una
a una simulación parcial. Queda descartada por tanto la posibilidad de someter el
matrimonio canónico a condición resolutoria.

Por lo que respecta al ordenamiento canónico, el can 1102 dispone:

1. La nulidad del matrimonio sometido a condición de futuro.

2. Eficacia de la condición impropia o de presente (siendo necesario en este


caso la licencia escrita del Ordinario del lugar para la licitud del matrimonio); de
manera que la validez del matrimonio depende de que el acontecimiento
objeto de la condición haya tenido lugar o no. Hay que señalar aquí que no
cabe hablar propiamente de condición impropia suspensiva, porque en la
condición impropia lo que se hace depender de hecho objeto de la condición
no es el nacimiento de unos efectos, sino el conocimiento de que esos efectos
existen o no. Por eso se le llama condición impropia, porque no es
propiamente una condición.

Según el Código Civil, las condiciones que afectan al consentimiento


matrimonial se tendrán por no puestas (art. 45), estando aquí incluidas tanto las
condiciones de futuro como las de presente o de pasado, y tanto las suspensivas como
las resolutorias. Por tanto, no son civilmente homologables las sentencias canónicas
en que se declara nulo un matrimonio sometido a condición impropia porque la
condición no se haya cumplido. Tampoco lo sería la sentencia que declara nulo un
matrimonio sometido a condición de futuro.

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