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SEGUNDO TRIMESTRE 2021 - LECCIÓN 6

Título: “La simiente de Abraham”

Tema: Pablo hablando sobre la promesa a Abraham dijo en Gálatas 3:8, “En efecto, la Escritura,
habiendo previsto que Dios justificaría por la fe a las naciones, anunció de antemano el evangelio
a Abraham, cuando dijo: «Por medio de ti serán bendecidas todas las naciones».” Eso quiere
decir que Abraham y su familia fueron elegidos para bendecir a las naciones de la tierra con el
poder del evangelio, que es Cristo. Y en el mismo libro, Pablo continúa, “Para que la bendición
de Abraham llegara por Cristo Jesús a los gentiles, a fin de que recibamos la promesa del
Espíritu por medio de la fe [y yo agrego, no por medio de la obediencia]” (Gálatas 3:14). Esto
confirma que sin Cristo no hay elección, sin Cristo no hay promesa de bendición, y sin Cristo no
hay cumplimento de la promesa. Por lo tanto, no hay nada que venga de nosotros o que nosotros
pongamos para ser elegidos, para recibir la promesa, y muchos menos, para que la promesa se
cumpla. Dicho esto, podemos decir con toda seguridad, una vez más, que Dios es el que pacta,
Dios es el que promete, y Dios es el cumple porque solo Él es fiel; no nosotros. Cuando
enfatizamos la obediencia humana como “nuestra parte” en el pacto, o como condicionante para
el cumplimiento de la promesa y de las bendiciones de Dios, debiéramos escuchar claramente las
palabras de Pablo a los gálatas cuando les dijo, “Me asombra que tan pronto estén dejando
ustedes a quien los llamó por la gracia de Cristo, para pasarse a otro evangelio. No es que haya
otro evangelio, sino que ciertos individuos están sembrando confusión entre ustedes y quieren
tergiversar el evangelio de Cristo” (Gálatas 1:6-7)… comencemos.

Bloque 1
Principio: La promesa dada a Abraham en Génesis 12:3 que decía “y en ti serán benditas todas
las familias de la tierra”, fue el plan de Dios para rescatar y bendecir a un mundo que estaba en
rebelión por el pecado. Dios a través de Abraham y su familia pretendía traer a todo el mundo de
regreso al Edén, solo que Abraham y su familia no tenían en ellos absolutamente nada que les
permitiera realizar tan importante misión de rescate. Por lo tanto, Dios mismo en la persona de
Jesús sería el instrumento de rescate; por medio de Él, y solo de Él, serían benditas todas las
familias de la tierra. Fue por esa razón que a Abraham se le predicó el evangelio porque según
Romanos 1:16, el evangelio “es poder de Dios para la salvación de todo aquel que cree.” Y el
único poder de Dios para salvación, tiene un nombre, Jesús “porque no hay otro nombre bajo el
cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Fue por eso que la
promesa de Génesis 12:3 o el evangelio de salvación fue dado primeramente a Abraham, luego
fue ratificado a su hijo Isaac, más tarde a su nieto Jacob, y finalmente a los 12 hijos de Jacob. Sin
embargo, por más de 400 años el pueblo elegido, el pueblo de la promesa del evangelio eterno,
se quedó en una tierra que no les correspondía. Primeramente, quedaron por voluntad propia y
luego cuando murieron los 12 hijos de Jacob, quedaron esclavizados sin poder hacer nada por
ellos mismos. Parecía que la promesa había llegado a su fin, que el evangelio murió con ellos en
Egipto, pero “Dios no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es
paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al
arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). Así que Dios, a su debido momento, reactivó todo nuevamente
por medio de Moisés, y una vez que hubo liberado a su pueblo les dijo estas palabras, “Tú eres
un pueblo santo para el Señor tu Dios. El Señor tu Dios te ha escogido para que le seas un pueblo
especial, por encima de todos los pueblos que están sobre la tierra. El Señor los quiere, y los ha
escogido, no porque ustedes sean más numerosos que todos los pueblos, pues ustedes eran el
pueblo más insignificante de todos, sino porque el Señor los ama y porque quiso cumplir el
juramento que les hizo a sus padres” (Deuteronomio 7:6-8). Hay dos cosas importantes que
quiero destacar en estas palabras: (1) Dios escogió a Israel para que fuera pueblo santo para Él.
El gran problema ha sido que tanto Israel como el cristianismo moderno han malinterpretado la
santidad como algo que es para los hombres y no para Dios. La religión ha establecido que la
santidad se define por nuestra vestimenta, alimentación, y comportamiento; haciéndonos creer
que comer lechuga nos hace más santos que comer carne, o que vestirse de traje y corbata nos
hace más santos que usar shorts y sandalias. Finalmente, también hemos sido auto-engañados al
creer que obedecer mandamientos nos hace más santos que aquellos que no los obedecen. Sin
embargo, Pablo dice en Romanos 14:17, que “el reino de Dios no es cuestión de comidas o
bebidas, sino de justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo.” Y en 1 Corintios 13:1-3 añade, “Si
yo hablara lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal resonante, o
címbalo retumbante. Y si tuviera el don de profecía, y entendiera todos los misterios, y tuviera
todo el conocimiento, y si tuviera toda la fe, de tal manera que trasladara los montes, y no tengo
amor, nada soy. Y si repartiera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y entregara mi
cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.” En otras palabras, Pablo entendió
muy bien que la santidad no se refleja en lo que comemos, vestimos, o hacemos, sino en cuanto
puede Dios amar a través de nosotros al mundo, y en especial, a nuestros enemigos. Jesús fue
bien claro en el sermón del monte al decir que ser “santos o perfectos como nuestro Padre es
Santo o Perfecto” significa “Amen a sus enemigos, bendigan a los que los maldicen, hagan bien
a los que los odian, y oren por quienes los persiguen, para que sean ustedes hijos de su Padre que
está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e
injustos” (Mateo 5:43-45). Israel supo muy bien cómo distinguirse o separarse de las demás
naciones por lo que comían, vestían, y obedecían, pero fallaron miserablemente en amarlos de la
misma manera en que ellos eran amados. En vez de bendecir a sus enemigos, los maldijeron; en
vez de orar por ellos, los persiguieron y los mataron; y en vez de amarlos, los odiaron hasta la
muerte. Y yo te pregunto, ¿hay alguna diferencia entre Israel y tú? Piénsalo… En segundo lugar,
Dios escogió a Israel y a nosotros como pueblo especial, no por méritos de ellos o nuestros
porque claramente no tenemos ninguno, sino solamente por dos razones: porque nos ama y
porque quiere cumplir la promesa hecha a Abraham de bendecir a las naciones por medio
nuestro. En otras palabras, somos elegidos porque Dios nos ama y por amor a las naciones. Eso
quiere decir que sin Dios y sin naciones para ser bendecidas, no hay elección. Por lo tanto,
dejemos de encerrarnos en una burbuja mal llamada “santidad”, o favoritismo religioso. Dejemos
de levantar muros entre nosotros y el resto del mundo con el estandarte de que somos “pueblo
elegido” porque Dios no te escogió para que fueras una isla, sino para traer vida al mundo por
medio del evangelio eterno que te dio a proclamar y a vivir en medio de toda la tierra.

Preguntas: Lee 1 Reyes 18:21 y usando el mismo principio que empleó Elias, pregúntate:
¿Quién te dijo que eras pueblo elegido? ¿Quién fue el que te eligió? ¿Fue Dios o la iglesia a la
que perteneces? Si fue Dios, entonces sírvelo a Él, sabiendo que fuiste elegido por amor a las
naciones, no para crear una barrera de división entre ti y ellas, sino para amarlos. Pero si fuiste
elegido por una iglesia, entonces sirve a esa iglesia y obedece las normas por las cuales se rige.
Pero sea cual sea, es necesario que tomes una decisión ya, y que vivas coherentemente con los
principios de aquel que te llamó.

Bloque 2
Principio: A medida que la promesa fue alejándose generacionalmente de Abraham, el foco de
atención fue centrándose más y más en la promesa, y menos en el que promete. Abraham y su
familia inmediata nunca fueron esclavos de otra nación, pero aquellos que vivieron después de
los 12 hijos de Jacob, nunca pudieron salir de la esclavitud a pesar de que Dios los liberó
fisicamente. Si te das cuenta, el pueblo elegido de Dios antes de la época de Moisés, nunca
necesitó los Diez Mandamientos, ni tampoco cientos de leyes civiles, leyes que los enseñarán a
relacionarse y convivir en amor y respeto mutuo, leyes de higiene, y muchas otras más. El
problema del pueblo de Dios después de Moisés, y nuestro problema actual, es que no hemos
entendido todavía que todas esas leyes más que expresar el carácter de Dios, expresaban el
carácter torcido del pueblo. Si vamos a Deuteronomio 6, vemos que Moisés refiriéndose a todas
estas leyes que acabamos de mencionar y a los Diez Mandamientos, le dice al pueblo en los
versos 7-9, “Y se las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas cuando estés en tu casa, y cuando
vayas por el camino, y cuando te acuestes y cuando te levantes. Las atarás en tu mano como una
señal, y las pondrás entre tus ojos como frontales, y las escribirás en los postes de tu casa, y en
tus puertas.” Y yo te pregunto, ¿crees tú que esta es la voluntad de Dios para nosotros? Piensa
por unos instantes, si yo como padre de familia decido reunir a mi esposa y a mis hijos todas las
mañanas y las noches para recordarle a mi esposa que no me sea infiel con el vecino o con un
compañero de trabajo, y a mis hijos que no roben, codicien, ni maten a sus compañeros de clase;
y enviarles mensajes de voz repitiendo estas cosas para que la escuchen de camino al trabajo y a
la escuela. Si además les hago brazaletes para que tengan escritas todas estas cosas para que no
las olviden y decoro toda la casa con estas escrituras, recordándoles que yo los amo y que
necesitan amar a sus vecinos y compañeros de trabajo y de escuela... ¿qué pensarías de mi
familia? ¿Qué pensarías de una familia que segundo tras segundo necesita un recordatorio de que
es amada y que por favor no se lastimen, ni lastimen a las personas que los rodean?
Definitivamente estaríamos hablando de una familia enferma y disfuncional, que tiene una
definición distorsionada del amor y los principios básicos de relación. Es por eso que cuando
adoptamos los métodos y las formas que Dios tuvo que usar en el Antiguo Testamento y los
aplicamos a nuestro contexto actual, terminamos con una religión de obras que carga a todos los
que entramos en ella. Porque no acabamos de entender que la Biblia no es un manual de
instrucciones, sino una compilación de historias. Historias de personas que comenzaron siendo a
la imagen y semejanza de Dios, pero que fueron arrastradas por el pecado hasta lo más profundo.
Es a través de estas historias como Dios nos muestra su gracia y amor por la humanidad, y cómo
con toda la paciencia del mundo nos saca de donde estamos hacia donde Él está. Eso es la Biblia
y hasta que no lo entendamos, continuaremos inútilmente haciendo de pasajes como
Deuteronomio 28 nuestra norma de vida y nuestra manera de relacionarnos con Dios. Juan lo
dejó bien claro en la introducción de su evangelio al decir, “La ley fue dada por medio de
Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:17). Cuando leemos
Deuteronomio 28, podemos ver que efectivamente lo único que hay ahí es leyes, pero carece
completamente de gracia y de verdad. Deuteronomio 28 es como recibir la bendición de Dios por
medio de la obediencia a sus leyes, y como recibir la maldición de Dios cuando las
desobedecemos. En otras palabras, Moisés nos enseña a vivir y morir por ley, cosa de la cual más
tarde Pablo dijo, “Porque todos los que dependen de las obras de la ley [de obedecer
perfectamente la ley para ser bendecido por Dios] están bajo maldición, pues está escrito:
‘Maldito sea todo aquel que no se mantenga firme en todas las cosas escritas en el libro de la ley,
y las haga.’ Y es evidente que por la ley ninguno se justifica para con Dios, porque ‘El justo por
la fe vivirá’”. Y yo agrego, el justo no vivirá por la obediencia a la ley. Pablo continúa diciendo:
“y la ley no es de fe, sino que dice: ‘El que haga estas cosas vivirá por ellas.’ Cristo nos redimió
de la maldición de la ley, y por nosotros se hizo maldición porque está escrito: ‘Maldito todo el
que es colgado en un madero’” (Gálatas 3:10-13). Pablo entendió perfectamente que la gracia y
la verdad vinieron sólo por medio de Jesucristo y no por Moisés, y que Jesús vino a liberarnos de
vivir bajo la maldición de tener que vivir o morir por cómo nos relacionamos con la ley.

Preguntas: Lee Juan 5:45. ¿Por qué Jesús le dijo a los judíos, en especial a los escribas y
fariseos, que Moisés era quien los acusaba delante del Padre y no Él? ¿Estaba refiriéndose a una
acusación literal de Moisés delante del Padre o estaba refiriéndose a un estilo de vida que habían
adoptado que constantemente los hacía sentir faltos delante de Dios? Lee Deuteronomio 27:26 y
compáralo con Gálatas 3:10. ¿Te das cuenta en qué consistía la acusación constante de Moisés en
la vida de las personas que dependían de la obediencia a la ley para agradar a Dios o ser justos
delante de Dios? Lee Mateo 5:45. ¿Cómo entiendes Deuteronomio 28 a la luz de lo que dice
Jesús del Padre? ¿Cómo es que la bendición y la maldición de Dios dependen de nuestra
obediencia a la ley, si Jesús dice que Dios bendice tanto a buenos como a malos, y tanto a justos
como injustos por igual? Lee Romanos 2:4. ¿Sabías que si Dios retira su bendición de nosotros o
sólo bendice a los que se “lo merecen”, entonces nunca estaríamos movidos al arrepentimiento?
Lee 2 Pedro 3:9. ¿Cuál es el deseo de Dios? ¿Qué todos se arrepientan o que todos perezcan? Y
si el deseo de Dios es que todos se arrepientan, entonces ¿cómo es que va a condicionar sus
bendiciones a nuestra obediencia, si es su constante bendición o su bondad incondicional, lo que
nos lleva a Él?

Bloque 3
Principio: Cuando leemos pasajes como Isaías 19:23-25 que dice, “Cuando llegue ese día, habrá
una calzada de Egipto a Asiria, y los asirios entrarán en Egipto, y los egipcios entrarán en Asiria;
y tanto los egipcios como los asirios servirán al Señor. Cuando llegue ese día, Israel será, junto
con Egipto y Asiria, el tercer motivo de bendición en la tierra, pues el Señor de los ejércitos los
bendecirá con estas palabras: ‘Benditos sean Egipto, que es mi pueblo; y Asiria, que es la obra de
mis manos; e Israel, que es mi heredad.’” Es entonces cuando nos damos cuenta de la magnitud
de la promesa de Dios a Abraham, de que por medio de él serían benditas todas las familias o
naciones de la tierra. Sin embargo, no podemos dejar de preguntarnos ¿cómo llegamos del ideal
de Dios de hacer de Egipto, Asiria, e Israel un solo pueblo, a un Israel que constantemente lucha
y trata de destruir a Egipto y Asiria porque no puede amar sus enemigos? ¿Cómo pasamos de ser
llamados a bendecir a las naciones con el poder del evangelio, a levantar un muro de separación
entre nosotros y el resto del mundo? Es por eso, que cuando vino Jesús, al que Juan describe
como el Verbo de Dios, la Vida, y la Luz que resplandece en todo hombre; nos encontramos que
“En el mundo estaba y el mundo fue hecho por medio de Él, pero el mundo no lo conoció. A lo
suyo vino pero los suyos no lo recibieron” (Juan 1:10-11). Y yo te pregunto, ¿por qué los suyos,
el pueblo elegido de Dios, no lo conoció y no quiso recibirlo? El libro El Deseado de Todas las
Gentes, p. 20, dice algo interesante al respecto: “Por el cautiverio babilónico, los israelitas fueron
curados eficazmente de la adoración de las imágenes esculpidas. Durante los siglos que
siguieron, sufrieron por la opresión de enemigos paganos, hasta que se arraigó en ellos la
convicción de que su prosperidad dependía de su obediencia a la ley de Dios. Pero en el caso de
muchos del pueblo la obediencia no era impulsada por el amor. El motivo era egoísta. Rendían
un servicio externo a Dios como medio de alcanzar la grandeza nacional. No llegaron a ser la luz
del mundo, sino que se aislaron del mundo a fin de rehuir la tentación de la idolatría. En las
instrucciones dadas por medio de Moisés, Dios había impuesto restricciones a su asociación con
los idólatras; pero esta enseñanza había sido falsamente interpretada. Estaba destinada a impedir
que ellos se conformasen a las prácticas de los paganos. Pero la usaron para edificar un muro de
separación entre Israel y todas las demás naciones. Los judíos consideraban a Jerusalén como su
cielo, y sentían verdaderamente celos de que el Señor manifestase misericordia a los gentiles.”
Quiero llevar tu atención a dos cosas en particular de este comentario. Número uno: “…se
arraigó en ellos la convicción de que su prosperidad dependía de su obediencia a la ley de Dios.”
¿Acaso esto no es lo que enseña Deuteronomio 28? ¿Acaso no es esto lo que todavía hoy
enseñamos, de que nuestra prosperidad o las bendiciones de Dios son condicionadas a nuestra
obediencia del pacto? ¿De que si no obedecemos nuestra parte del pacto de Dios, entonces Él
anula sus bendiciones y nos da “la segunda cara del pacto”, que sería su maldición y
destrucción? El pueblo elegido de Dios no conoció y no recibió a Jesús porque tenía más relación
con una ley, dependía más de la obediencia a una ley, que lo se relacionaba con Dios o dependía
de Él. Por eso cuando Jesús vino por primera vez, ¡ellos no lo reconocieron y hasta lo mataron!
De igual manera, si hoy continuamos depositando nuestra confianza en la obediencia a una ley
para agradar a Dios y recibir su bendición o las promesas del pacto, o para llamarnos
“remanente” o “pueblo elegido de Dios”, tampoco vamos a reconocer a Jesús en su segunda
venida y no lo recibiremos. Por el contrario, también intentaremos matarlo a Él y todos los que
quieran seguirlo. Número 2: “Los judíos sentían verdaderamente celos de que el Señor
manifestase misericordia a los gentiles.” Esta fue la razón principal por la que “el pueblo elegido
de Dios” mató a Jesús; y es precisamente la misma razón por la que nosotros hoy continuamos
matando la revelación del Hijo de Dios. Hemos preferido quedarnos con la promesa de ser el
“pueblo elegido, especial tesoro y nación santa”, que hemos olvidado por completo el propósito
por el cual Dios nos eligió. Y la razón es porque Dios nos ama y ama de igual manera al resto del
mundo. Hemos preferido quedarnos con un Dios vengativo y justiciero que plantea destruir a los
que nos han ofendido, criticado, y perseguido, antes de quedarnos con la imagen del Dios que
reflejó Jesús que mientras era ofendido, criticado, perseguido, y cruelmente asesinado, no pensó
en la muerte de sus asesinos como una posibilidad de hacer justicia y venganza, sino en salvarlos
porque clamó, “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).

Preguntas: Lee 1 Timoteo 2:4. ¿Cuál es el deseo o la voluntad de Dios? Y si tú te dices llamar
“pueblo elegido de Dios”, ¿cuál debería ser también tu deseo y voluntad? Acá el problema no
consiste en si todos van a ser salvos o no. El problema es que tú y yo, si somos pueblo elegido de
Dios, tenemos que desear, anhelar, y proactivamente vivir en función de que todos sean salvos y
que ningún ser humano quede sin ser amado por Dios a través de nosotros. Eso significa ser
elegidos por Dios y es el único propósito de nuestra elección. Pero en el instante en que
anhelemos que Dios destruya o haga venganza contra otro ser humano porque se lo merece,
dejaremos de ser parte de ese pueblo. Nuestra elección se habrá hecho nula si no cumplimos con
el propósito por el cual hemos sido llamados.

Bloque 4
“El Bonus de esta Semana”: sale de Génesis 22:2, cuando Dios le dice a Abraham, “—Toma a
tu hijo, a tu único, a Isaac a quien amas. Ve a la tierra de Moriah y ofrécelo allí en holocausto
sobre uno de los montes que yo te diré.” A estas alturas de la vida de Abraham, él ya había
aprendido la lección de escuchar y vivir de cada palabra que sale de la boca de Dios. Dios había
tenido que pacientemente ratificar con Abraham su pacto varias veces, hasta que por fin entendió
que es Dios el que pacta, es Dios el que promete, y es Dios el que cumple sus promesas porque
solo Él es fiel. Finalmente, Abraham había aprendido a edificar sobre la roca firme de la palabra
de Dios por fe, y de esta manera descansar de sus obras. Pero como Dios pretendía bendecir al
mundo por medio de Abraham y su familia, le era necesario continuar creciendo en la revelación
del evangelio y del carácter de Dios. En Génesis 22:2, Dios le hace a Abraham un pedido
inusual, sabiendo que Abraham lo cumplirá porque a estas alturas Abraham ya había aprendido a
seguir la voz de Dios por fe. Si leemos el siguiente verso, nos damos cuenta que Abraham no
pierde tiempo en salir a cumplir la petición de Dios. Se levanta muy temprano al día siguiente,
prepara todo y sale hacia el lugar indicado con su hijo Isaac. Ahora, quiero que hagamos una
pausa y pensemos por un segundo en lo que Dios le estaba pidiendo a Abraham. Dios le estaba
pidiendo que ofreciera a su hijo como sacrificio para Él, que pasara a su hijo por el fuego. La
gran diferencia entre el Dios de Abraham y los dioses paganos es que Jehová no pide sacrificios
humanos para apaciguarlo, adorarlo, o complacerlo porque eso, como bien lo dice la Biblia en
repetidas ocasiones, es abominación o detestable para Dios. Sin embargo, ahora está Dios
pidiéndole a Abraham aquello que Él más detesta, pasar a su hijo por el fuego. Y la pregunta es
¿qué debería hacer Abraham? ¿Sacrificar a Isaac porque Dios se lo pidió a pesar de que el pedido
va en contra de los mismos principios del carácter de Dios, o simplemente no hacerlo basado en
un claro así dice Jehová de que esto es abominación para Dios y Dios nunca pediría algo que Él
mismo no hace? En Gálatas 1:8-9 Pablo aconseja, “Pero si aun nosotros, o un ángel del cielo, les
anuncia otro evangelio diferente del que les hemos anunciado, quede bajo maldición. Como
antes lo hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno les predica un evangelio diferente del
que han recibido, quede bajo maldición.” Y yo te pregunto, ¿estaba Dios mismo predicandole a
Abraham un evangelio diferente al que le había dado? ¿Si o no? Por supuesto que sí. En cambio,
el mismo Pablo dice lo siguiente en Hebreos 11:17-19, “Por la fe, cuando Abraham fue puesto a
prueba [de paso esta palabra tiene la connotación de aprender algo por experiencia], ofreció a
Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía a su único hijo, a pesar de que Dios le había
dicho: ‘Por medio de Isaac te vendrá descendencia’. Y es que Abraham sabía que Dios tiene
poder incluso para levantar a los muertos; y en sentido figurado, de entre los muertos lo volvió a
recibir.” Ahora, nota que a pesar de que el pedido de Dios iba en contra de los principios de su
carácter y era claramente abominación para Dios, Abraham pone en práctica lo que había estado
aprendiendo por todos estos años, esto es, aferrar su fe no a una promesa, no a una palabra, o a
un pedido inusual, sino aferrarse en Aquel que le hablaba. Abraham no entendía muchas cosas,
pero una cosa sí tenía clara y eso era que Dios es bueno y bueno siempre. Abraham salió al
monte Moriah con la plena convicción de que regresaría a su casa con su hijo Isaac porque él
sabía que el que le hablaba era la Vida, Yahweh (YHWH), y si era la Vida, entonces tenía el
poder de levantar a los muertos. En otras palabras, Dios le había dicho a Abraham desde mucho
antes de venir Jesús al mundo, “— Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque
esté muerto, vivirá” (Juan 11:25). Fue por eso que Abraham le dijo con toda seguridad a sus
siervos, “Esperen aquí con el asno. Yo y el muchacho iremos hasta allá, adoraremos y
volveremos a ustedes” (Génesis 22:5) Ahora, hay muchas cosas más que podemos extraer de esta
historia, pero solamente quiero que pienses en como Abraham pudo entender a Dios a raíz de
esta experiencia. El dolor que sintió el Padre mientras caminaba con su Hijo hacia el Calvario,
fue el mismo dolor que sintió Abraham al caminar con Isaac hacia el monte Moriah. La única
diferencia fue que Abraham nunca experimentó ver a Isaac siendo sacrificado. En cambio el
Padre, tuvo que ver a su único Hijo siendo sacrificado por aquellos que más amaba, por sus
propia familia. Por otra parte, Abraham nunca tuvo que regresar a casa sin Isaac y ser acusado de
matar a su propio hijo para satisfacer a su Dios. En cambio, el Padre tuvo que abstenerse de su
Hijo por tres días y vivir hasta el día de hoy siendo acusado por el mundo cristiano de haber
matado en la cruz a su propio Hijo para satisfacer su propia ley y complacerse a sí mismo. Y yo
te pregunto, ¿cómo podría el Dios que siente desprecio y le es abominación el sacrificio de hijos
para apaciguar la ira de los dioses, sentir placer en matar a su propio Hijo para apaciguar una
supuesta ira que el pecador en su desobediencia le habría dejado? ¿Te das cuenta de cuan
distorsionado y lejos del evangelio es creer que Dios mató a Jesús en la cruz para satisfacer su
deseo de sangre? El evangelio no es un Dios que mata a su Hijo para satisfacer su ley y salvar así
a la humanidad; el evangelio es que Dios caminó junto a su Hijo hasta la cruz, contempló cómo
lo matamos y aún así perdonó nuestra crueldad entendiendo nuestra ignorancia. El evangelio es
que el Hijo de Dios se entregó para ser molido y quebrantado por nosotros en una cruz porque
nos ama y a través de su resurrección nos da la vida juntamente con Él.

Conclusión
Hemos llegado al final del estudio de hoy, y espero que hayas podido entender el evangelio de
una manera más clara, pero por sobre todas las cosas, que hayas podido entender el propósito del
pueblo elegido de Dios. El libro El Deseado de Todas las Gentes, p.22 dice, “Aunque los judíos
deseaban el advenimiento del Mesías, no tenían un verdadero concepto de su misión. No
buscaban la redención del pecado, sino la liberación de los romanos. Esperaban que el Mesías
vendría como conquistador, para quebrantar el poder del opresor, y exaltar a Israel al dominio
universal. Así se iban preparando para rechazar al Salvador.” Y yo te pregunto, ¿no será que nos
está pasando lo mismo hoy? Tú y yo podemos estar anhelando la segunda venida de Jesús, pero
si nuestro anhelo está motivado por el deseo de que Dios vengue a nuestro opresor, o de que
venga a retribuir con castigo y muerte a aquellos que se lo merecen, en vez de que venga a salvar
a nuestros enemigos; lo más probable es que nos estemos preparando también para rechazar al
Salvador en su segunda venida. Piensa en eso… Que Dios te bendiga y nos vemos la próxima
semana.

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