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º Bto
Curso 2020/2021
APUNTES
LA LITERATURA RENACENTISTA
Capitalismo y burguesía
Durante el siglo XVI el capitalismo sustituyó al feudalismo en muchos lugares de Europa. El
campesino medieval, que pagaba al señor con parte del fruto de su trabajo, es reemplazado por el
obrero que trabaja por un salario. El dinero se convierte en la fuerza que todo lo puede, como ya se
ve en La Celestina. Este cambio supuso una auténtica revolución en la mentalidad de las gentes. El
sistema feudal se desmorona poco a poco: los reyes incrementan su poder político y se crean los
estados nacionales; aparece una nueva clase social: la burguesía, cuyos valores, basados en la
importancia del dinero, serán adoptados poco a poco por la aristocracia. Todas estas
transformaciones se producen con fuertes conflictos: revoluciones de campesinos, guerras entre las
nuevas naciones, aparición del protestantismo, etc.
Antropocentrismo y racionalismo
El humanismo fue decisivo en la renovación de las ideas, pues centró la perspectiva del
período en la exaltación del hombre como ser que disfruta de albedrío; es lo que se conoce como
antropocentrismo. Ante a la actitud teocéntrica del hombre medieval, el renacentista se sitúa en el
centro del mundo. El renacentista se siente capaz de dominar el mundo; los descubrimientos
geográficos y científicos ‒llegada a América, desarrollo cartografía, imprenta de Guttemberg,
inventos de Da Vinci‒ demostraban que la naturaleza estaba al alcance del conocimiento humano y
que podía controlar su propia existencia. Se exaltan el poder de la razón y el cultivo de la
inteligencia, que convierten al hombre en un ser superior. La idea de la época es que la razón debe
dominar la pasión mediante el equilibrio y la mesura.
Vitalismo
El redescubrimiento del mundo clásico llevó a los intelectuales a adoptar una actitud
vitalista propia del mundo grecolatino. Tópicos como el carpe diem («aprovecha el momento») o el
collige, virgo, rosas («coged, muchachas, las rosas») se convirtieron en verdaderas filosofías de
vida que animaban a los hombres y mujeres de la época a disfrutar, no desperdiciar el presente y
rendirse al amor y a los placeres sexuales en una sociedad muy secularizada y alejada de la
concepción teocéntrica de la Edad Media.
Neoplatonismo
La filosofía de Platón dominó sobre el aristotelismo medieval. Según Platón, existe un
Mundo de las Ideas donde reside la esencia ideal, perfecta, de cada cosa existente, y tiene un reflejo
en el Mundo Terrenal (En la Edad Media, esa idea se cristianizó y convirtió el Mundo de las Ideas
en algo parecido al cielo creado por dios). El Neoplatonismo señala que la belleza de los seres
naturales y materiales, y en especial de la mujer (donna angelicata, mujer angelical caída del cielo),
es un reflejo de la belleza divina. El Neoplatonismo va a ser básico en la consideración nueva del
amor: al defender la belleza de los seres naturales como reflejo de la divina, el amor a lo individual
(a la mujer y su cuerpo) nos lleva al amor a dios y permite el encuentro con él. Esta revisión de la
teoría platónica es introducida en la literatura por imitación de la obra de Petrarca: el Cancionero.
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1.3. España en el siglo XVI
2.1. Temas
a) AMOR
El tema habitual de la poesía renacentista es el amor. Influidos por la poesía petrarquista y la
filosofía neoplatónica, los poetas conciben ahora el amor como una virtud que hace mejores a los
seres humanos. En la convención del amor cortés, el trovador trata de ganarse los favores de una
dama de la corte a la que se entrega declarándole fidelidad absoluta (se reproducen las relaciones de
vasallaje del feudalismo en la literatura); tras diferentes fases, la dama y el trovador culminan su
amor. Los escritores italianos del dolce stil novo, como Dante (Divina Comedia), y después Petrarca
en su Cancionero, eliminarán el componente sexual y revisten toda la relación de espiritualidad.
Mediante al amor el hombre se eleva de lo material a lo inmaterial, superando la sensualidad, que es
pura “materia”, la contemplación de la belleza femenina le permite llegar al conocimiento de la
Belleza Absoluta. La mujer se idealiza como reflejo de la belleza divina y es descrita mediante
metáforas y comparaciones basadas en los elementos de la naturaleza. No obstante, el amor se
presenta también como un intenso anhelo insatisfecho, fuente de melancolía y tristeza, y un
doloroso impulso lleno de espiritualidad. Al igual que Dante cantaba su amor nunca consumado por
Beatriz y Petrarca por Laura, los poetas catarán a sus propias «mujeres angelicales» (donna
angelicata). Por ejemplo, Garcilaso de la Vega tendrá a su Elisa.
b) NATURALEZA
La Naturaleza, olvidada durante la Edad Media, aparecerá en el Renacimiento bellamente
estilizada como reflejo de la Belleza divina y como marco de incidencias amorosas, en armonía y
reposo, que contrasta con su agitado espíritu.
Tópicos relacionados con la naturaleza: Locus amoenus, Beatus ille, Aurea mediocritas.
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c) MITOLOGÍA
Los mitos sustituyen a las alegorías de la Edad Media y son utilizados en función de temas no
mitológicos, como símbolos de las fuerzas de la Naturaleza y de la pasión amorosa. La principal
influencia será de Ovidio con su obra las Metamorfosis. El mito de Apolo y Dafne será uno de los
más recurrentes, como vemos en el soneto de Garcilaso de la Vega.
d) RELIGIÓN
La paganización propia del primer Renacimiento se transforma en religiosidad en época de
Felipe II. Los temas siguen siendo el amor y la naturaleza, pero ahora los escritores ascéticos y
místicos los divinizan y los aplican a la exaltación del sentimiento religioso.
Se usarán distintos tipos de estrofas, pero la más representativa del momento será el soneto:
poema estrófico de catorce versos endecasílabos (once sílabas) organizados en dos cuartetos y dos
tercetos, con rima consonante ABBA ABBA CDC CDC. Igualmente se cultivarán las églogas,
caracterizados por una visión idealizada de la vida rústica en la que suelen aparecer pastores que
dialogan acerca de sus amores; y la lira, poema estrófico de cinco versos, tres heptasílabos (siete
sílabas) y dos endecasílabos con rima 7a, 11B, 7a, 7b, 11B.
Garcilaso de la Vega fue el prototipo del cortesano renacentista: muy culto, elegante, valeroso
y hombre de letras. Garcilaso vivió, como él mismo dice, “tomando ora la pluma, ora la espada”.
A Garcilaso se le puede considerar como el definitivo adaptador de las formas italianas,
introducidas por su amigo Juan Boscán. Utiliza el endecasílabo italiano y las estrofas y recursos
propios de la poesía italiana (el soneto, el tercero, la canción, la lira…). Sus endecasílabos
aportan a la lírica española nuevas posibilidades sonoras gracias al juego de acentos.
Su obra poética es escasa: una epístola (carta en forma de poema), dos elegías (poemas de
dolor por la muerte de alguien), tres églogas (poemas situados en ambiente pastoril y
protagonizados por pastores-poetas), cinco canciones (a imitación de Petrarca), treinta y ocho
sonetos y unas pocas composiciones al estilo tradicional. Esta breve producción modificó el rumbo
de la lírica castellana y le otorgó su definitiva configuración hasta los tiempos modernos. Al entrar
en contacto con el ambiente cultural italiano, la poesía de Garcilaso se adentró en el petrarquismo.
Garcilaso imitó los temas, el vocabulario, el estilo y el repertorio de imágenes de la belleza y los
elementos de la naturaleza empleados por Petrarca para retratar a la amada y describir su vivencia
amorosa. El contacto con el Humanismo fomentó también que Garcilaso leyera a los autores
clásicos: Virgilio, Ovidio, Horacio…
Los treinta y ocho sonetos de Garcilaso desarrollan básicamente el sentimiento amoroso. Se
trata de un amor neoplatónico en el que no falta la indiferencia de la dama, el dolor del amante, la
esperanza y la desesperanza. Garcilaso habla del amor que siente por una mujer, Elisa, que es la
inspiradora de la mayor parte sus versos. Está imitando en esto a Petrarca, cuya amada se llamaba
Laura: ambos, Garcilaso y Petrarca, muestran su melancolía y analizan los sentimientos provocados
primero por el amor no correspondido y luego por la muerte de la amada.
Las Églogas condensan toda la riqueza de su mundo poético y es donde su sinceridad se
aproxima a la confidencia, pese al convencionalismo de la tramoya pastoril. Las tres Églogas
fueron compuestas durante su estancia en Nápoles y son composiciones líricas en las que unos
pastores exponen sus quejas amorosas en un entorno idealizado (locus amoenus). La Égloga I
contiene los monólogos de los dos pastores, Salicio y Nemoroso. La voz de un narrador introduce
las tristes quejas de Salicio, rechazado por su amada Galatea. Nemoroso, por su parte, llora la
muerte de su querida Elisa. En los personajes de Salicio y Nemoroso se ha querido ver el
desdoblamiento del “yo” del poeta, que plantea así el debate sobre qué pena de amor es más
intensa: la del que es rechazado o la del que ha perdido a su amada para siempre. El poema
concluye en una atmósfera de melancolía y de afirmación del “dolorido sentir” como condición de
la existencia humana.
La Égloga III describe un paisaje del Tajo, bellamente idealizado, al que acuden cuatro ninfas
que tejen en ricas telas escenas mitológicas de amores trágicos (Orfeo y Eurídice, Dafne y Apolo,
Venus y Adonis) y la historia de la muerte de la ninfa Elisa, con lo que se introduce la amada del
poeta; en la segunda parte los pastores Tirreno y Alcino cantan sus respectivos amores.
Poesía religiosa
Fray Luis de León es uno de los mayores poetas de todos los tiempos. Sus versos no se
publicaron en vida. La primera edición de sus poemas la hizo Quevedo en 1637; la publicó para
oponerse a las nuevas corrientes poéticas que Góngora estaba imponiendo. La obra poética de Fray
Luis es escasa: no llegan a cuarenta los poemas que compuso. Además, tradujo en verso castellano
textos latinos, italianos y bíblicos (fue un gran hebraísta).
Su poesía se caracteriza por la asimilación de los clásicos, de la Biblia y de la corriente
poética italiana—usó el endecasílabo y la lira—, sin olvidar la tradición española y todo esto
hermanado con la sinceridad en la expresión apasionada de sus anhelos más íntimos, la sensibilidad
ante la naturaleza, la emoción poética, el fervor religioso y un estilo cuidado, aunque sobrio y
natural.
Los temas de sus poemas son la naturaleza, la añoranza del campo y de la vida tranquila,
el gusto por la noche y por la música. Estos temas proceden de la tradición clásica y neoplatónica:
el Beatus ille, es decir, la búsqueda de la “descansada vida” y el alejamiento del “mundanal ruido”;
la contemplación de la noche estrellada; la armonía universal sentida al escuchar las notas
musicales; el dominio de las pasiones; la exaltación de la virtud. El deseo de armonía y la
tranquilidad lo llevan a añorar la soledad, la “vida retirada” cantada por los poetas clásicos paganos;
pero, como cristiano, anhela la vida del cielo como suprema liberación.
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3.3. Poetas místicos
La ascética y la mística son dos fases de un único proceso interior que conduce a la unión
íntima con Dios. Se puede decir, de manera general, que la ascética precede a la mística. Mediante
la ascética el alma busca la liberación de las cadenas que representan las tendencias sensoriales;
para ello, la mortificación y la penitencia, junto con la oración interior, serán los instrumentos que
propicien esa liberación.
Este camino ascético hacia la unión íntima con dios comporta tres fases o vías, consideradas
tradicionalmente bajo las denominaciones de: vía purgativa (el alma se libera, se purga, de los
placeres mundanos que nos atan a lo terrenal); vía iluminativa (la tranquilidad espiritual que
alcanza el alma iluminada por la gracia divina); y, finalmente, la vía unitiva o éxtasis (fase de la
iniciación en la experiencia propiamente mística, unión del alma con dios).
Las figuras más representativas de la mística española son Teresa de Jesús y Juan de la
Cruz.
Desde su primera obra, el Libro de la Vida (1562), escrito, según su propio testimonio, por
mandato de su confesor, la autora estará vinculada al género autobiográfico, mediante el que
pretende reflexionar sobre su experiencia mística. Desde sus celdas, las escritoras conventuales de
los siglos XVI y XVII se ven obligadas a justificar su creación literaria haciendo uso de algunas
estrategias defensivas propias de la época y otras originales, fórmulas y tópicos con los que
protegerse de la persecución religiosa, como la disculpa por la demora, la modestia afectada, el
temor y la escritura por mandato. La estrategia de la escritura por mandato no es otra que atribuir
a la gracia de dios la capacidad para cultivar las letras y explicar el atrevimiento de tomar la pluma
por mandato de su confesor religioso. Santa Teresa será pionera en emplear esta estrategia.
De su obra poética, se conserva un conjunto de poesías, no muy extenso, una treintena
aproximadamente. El recurso fundamental es la vuelta a lo divino de la poesía amorosa profana de
la época, es decir, usará las formas italianas y los tópicos literarios para hablar de temas religiosos,
como el encuentro con dios. Su poesía está ligada experiencia mística y la ascética. Algunos
poemas célebres son «Mi amado para mí», «Vivo sin vivir en mí», «Hermosura de Dios».
En el siglo XVI, los relatos todavía suelen ser cortos y se incluyen dentro de otras obras, sin
tener autonomía. No se puede hablar de novela en el sentido moderno. La palabra novela, de origen
italiano, se utiliza para referirse a narraciones breves, como las Novelas ejemplares de Cervantes.
Los relatos más extensos se denominan de modo muy variado. Siguen editándose y siendo muy
leídos durante todo el siglo XVI los libros de caballerías y las novelas sentimentales del XV; pero
aparecen nuevos géneros narrativos: novelas pastoriles, moriscas, de aventuras, etc.
Argumento
Lázaro, un personaje de baja clase social, nacido en una aldea próxima a Salamanca, hijo de
padres sin honra, cuenta su vida, en primera persona, por medio de una carta, a un noble y
desconocido señor, a quien se dirige en el prólogo con el tratamiento de “vuestra merced”, para
explicarle los detalles de un “caso”, que no es otro que la explicación de los rumores sobre las
posibles relaciones de la mujer de Lázaro con el Arcipreste de San Salvador. Para ello, Lázaro
habla de su vida desde su nacimiento y cuenta cómo, desde niño, sirve sucesivamente a un ciego
astuto y miserable, a un clérigo avaro, a un escudero pobre y preocupado por su honra, a un fraile
de la Merced, a un farsante vendedor de bulas y a un alguacil. La novela termina cuando Lázaro, a
los veintitantos año y en Toledo, se casa, de modo deshonroso, con la criada del Arcipreste de San
Salvador. La gente murmura que la boda ha sido un “apaño” y que la mujer de Lázaro es la
amante del Arcipreste. Aunque Lázaro lo niega todo, ciertas afirmaciones suyas no dejan lugar a
dudas, y él justifica su vida actual porque en ese momento él se encontraba “en mi prosperidad y
en la cumbre de toda buena fortuna”.
Problemas
Rodean al Lazarillo múltiples problemas. Las primeras ediciones conservadas son de 1554,
pero ninguna de ellas es la fuente de las otras y todas proceden de ediciones perdidas, no de
manuscritos. Además, se desconoce por completo quién pudo ser el autor. Se ha atribuido a varios
escritores, como Diego Hurtado de Mendoza y Alfonso de Valdés, pero ninguna atribución ha
podido probarse. No hay constancia explícita de las razones que tuvo el autor para ocultar su
nombre, si bien se pueden intuir los motivos, dado el carácter marcadamente anticlerical de la obra.
Se trata, en todo caso, de un escritor culto, pese al tono llano y natural que emplea.
Estructura
La novela es un relato de corta extensión escrito en forma autobiográfica, que se desenvuelve
de manera lineal: una sucesión de episodios generalmente inconexos y solo unidos por la existencia
de un protagonista común: el pícaro.
El Lazarillo consta de un prólogo donde se indica que toda la novela es una carta dirigida a
“vuestra merced” y siete capítulos a los que el autor denomina “tratados”. Estos siete tratados
pueden dividirse en dos partes:
a) Los tres primeros tratados muestran el aprendizaje de Lázaro en la adversidad y están
dominados por la crueldad de los amos y por el hambre.
b) Los tratados IV, V, VI y VII exponen cómo Lázaro empieza a mejorar su nivel de vida;
ha aprendido lo suficiente para sobrevivir, lo que explica que consienta las relaciones adúlteras de
su mujer con el arcipreste, pues este le ha proporcionado un modesto empleo. El último tratado
revela que el propósito de la carta dirigida a “vuestra merced” es explicar el “caso”, es decir, las
habladurías en torno a las relaciones de la mujer de Lázaro con el arcipreste de San Salvador.
Temas
Los temas fundamentales del Lazarillo son la honra y la religión:
a) Honra: La honra dependía de la consideración que los demás tuvieran acerca de una
persona, y era un fenómeno típico de la época. El Lazarillo comienza y concluye con un caso de
honra (el “caso”) y en el tratado III constituye el asunto principal, encarnado en la figura del
escudero. El protagonista habla de su situación final como un éxito —“la cumbre de toda buena
fortuna”—, pero en realidad, sólo ha conseguido una aceptable tranquilidad económica y una vida
aparentemente honrada.
b) Religión: Cinco de los amos de Lázaro pertenecen al estamento eclesiástico, en general a
sus estratos interiores. Todos ellos se mueven por avaricia o por lujuria y todos explotan a Lázaro.
Las citas de los Evangelios o las alusiones a cosas sagradas en contextos burlescos añaden al
anticlericalismo de la obra ciertos detalles irreverentes.
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ANEXO TEXTOS
Garcilaso de la Vega
Soneto V
Égloga III Escrito está en mi alma vuestro gesto
Cerca del Tajo, en soledad amena y cuanto yo escribir de vos deseo:
de verdes sauces hay una espesura vos sola lo escribisteis, yo lo leo
toda de hiedra revestida y llena, tan solo, que aun de vos me guardo en esto.
que por el tronco va hasta el altura,
y así la teje arriba y encadena En esto estoy y estaré siempre puesto,
que el sol no halla paso a la verdura; que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
el agua baña el prado con sonido, de tanto bien lo que no entiendo creo,
alegrando la vista y el oído. tomando ya la fe por presupuesto.
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Teresa de Jesús
más pesada que el acero,
«Vivo sin vivir en mí» que muero porque no muero.
Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero, Sólo con la confianza
que muero porque no muero. vivo de que he de morir,
porque muriendo, el vivir
Vivo ya fuera de mí me asegura mi esperanza.
después que muero de amor; Muerte do el vivir se alcanza,
porque vivo en el Señor, no te tardes, que te espero,
que me quiso para sí; que muero porque no muero.
cuando el corazón le di
puse en él este letrero: Mira que el amor es fuerte,
que muero porque no muero. vida, no me seas molesta;
mira que sólo te resta,
Esta divina prisión para ganarte, perderte.
del amor con que yo vivo Venga ya la dulce muerte,
ha hecho a Dios mi cautivo, el morir venga ligero,
y libre mi corazón; que muero porque no muero.
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero, Aquella vida de arriba
que muero porque no muero. es la vida verdadera;
hasta que esta vida muera,
¡Ay, qué larga es esta vida! no se goza estando viva.
¡Qué duros estos destierros, Muerte, no me seas esquiva;
esta cárcel, estos hierros viva muriendo primero,
en que el alma está metida! que muero porque no muero.
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero, Vida, ¿qué puedo yo darle
que muero porque no muero. a mi Dios, que vive en mí,
si no es el perderte a ti
¡Ay, qué vida tan amarga para mejor a Él gozarle?
do no se goza el Señor! Quiero muriendo alcanzarle,
Porque si es dulce el amor, pues tanto a mi Amado quiero,
no lo es la esperanza larga. que muero porque no muero.
Quíteme Dios esta carga,
Lazarillo de Tormes
Pues sepa vuestra merced, ante todas cosas, que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de
Tomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nacimiento fue
dentro del río Tormes, por la cual causa tomé el sobrenombre; y fue de esta manera: mi padre, que
Dios perdone, tenía cargo de proveer una molienda de una aceña que está ribera de aquel río, en la
cual fue molinero más de quince años; y, estando mi madre una noche en la aceña, preñada de mí,
tomóle el parto y parióme allí. De manera que con verdad me puedo decir nacido en el río.
Pues siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los
costales de los que allí a moler venían, por lo cual fue preso, y confesó y no negó, y padeció
persecución por justicia. Espero en Dios que está en la gloria, pues el Evangelio los llama
bienaventurados. En este tiempo se hizo cierta armada contra moros, entre los cuales fue mi padre
(que a la sazón estaba desterrado por el desastre ya dicho), con cargo de acemilero de un caballero
que allá fue. Y con su señor, como leal criado, feneció su vida.
Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos
por ser uno de ellos, y vínose a vivir a la ciudad y alquiló una casilla y metióse a guisar de comer a
ciertos estudiantes, y lavaba la ropa a ciertos mozos de caballos del comendador de la Magdalena,
de manera que fue frecuentando las caballerizas.
Ella y un hombre moreno de aquellos que las bestias curaban vinieron en conocimiento. Éste
algunas veces se venía a nuestra casa y se iba a la mañana. Otras veces, de día llegaba a la puerta en
achaque de comprar huevos, y entrábase en casa. Yo, al principio de su entrada, pesábame con él y
habíale miedo, viendo el color y mal gesto que tenía; mas, de que vi que con su venida mejoraba el
comer, fuile queriendo bien, porque siempre traía pan, pedazos de carne y en el invierno leños a que
nos calentábamos. De manera que, continuando la posada y conversación, mi madre vino a darme
un negrito muy bonito, el cual yo brincaba y ayudaba a calentar.
En este tiempo vino a posar al mesón un ciego, el cual, pareciéndole que yo sería para
adestralle, me pidió a mi madre, y ella me encomendó a él, diciéndole cómo era hijo de un buen
hombre, el cual, por ensalzar la fe, había muerto en la de los Gelves, y que ella confiaba en Dios no
saldría peor hombre que mi padre, y que le rogaba me tratase bien y mirase por mí, pues era
huérfano. Él respondió que así lo haría y que me recibía, no por mozo, sino por hijo. Y así le
comencé a servir y adestrar a mi nuevo y viejo amo.
Como estuvimos en Salamanca algunos días, pareciéndole a mi amo que no era la ganancia
a su contento, determinó irse de allí; y cuando nos hubimos de partir, yo fui a ver a mi madre, y,
ambos llorando, me dio su bendición y dijo:
-Hijo, ya sé que no te veré más. Procura de ser bueno, y Dios te guíe. Criado te he y con
buen amo te he puesto; válete por ti.
Y así me fui para mi amo, que esperándome estaba.
Salimos de Salamanca, y, llegando a la puente, está a la entrada de ella un animal de piedra,
que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal, y, allí puesto, me
dijo:
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-Lázaro, llega el oído a este toro y oirás gran ruido dentro de él. Yo simplemente llegué,
creyendo ser así. Y como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y diome
una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y
díjome:
-Necio, aprende, que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo. Y rió mucho
la burla.
Parecióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que, como niño, dormido estaba.
Dije entre mí: «Verdad dice éste, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues solo soy, y pensar
cómo me sepa valer».
A cabo de tres semanas que estuve con él vine a tanta flaqueza, que no me podía tener en las
piernas de pura hambre. Vime claramente ir a la sepultura, si Dios y mi saber no me remediaran.
Para usar de mis mañas no tenía aparejo, por no tener en qué dalle salto. Y, aunque algo hubiera, no
podía cegalle, como hacía al que Dios perdone (si de aquella calabazada feneció), que todavía,
aunque astuto, con faltalle aquel preciado sentido, no me sentía; mas estotro, ninguno hay que tan
aguda vista tuviese como él tenía.
Cuando al ofertorio estábamos, ninguna blanca en la concha caía, que no era de él
registrada: el un ojo tenía en la gente y el otro en mis manos. Bailábanle los ojos en el casco como
si fueran de azogue. Cuantas blancas ofrecían tenía por cuenta, y, acabado el ofrecer, luego me
quitaba la concha y la ponía sobre el altar.
No era yo señor de asirle una blanca todo el tiempo que con él viví, o, por mejor decir, morí.
De la taberna nunca le traje una blanca de vino; mas aquel poco que de la ofrenda había metido en
su arcaz compasaba de tal forma que le duraba toda la semana.
Y por ocultar su gran mezquindad, decíame:
-Mira, mozo, los sacerdotes han de ser muy templados en su comer y beber, y por esto yo no
me desmando como otros.
Mas el lacerado mentía falsamente, porque en cofradías y mortuorios que rezamos, a costa
ajena comía como lobo y bebía más que un saludador.
Y porque dije de mortuorios, Dios me perdone, que jamás fui enemigo de la naturaleza
humana sino entonces. Y esto era porque comíamos bien y me hartaban. Deseaba y aun rogaba a
Dios que cada día matase el suyo.
Y cuando dábamos sacramento a los enfermos, especialmente la extremaunción, como
manda el clérigo rezar a los que están allí, yo cierto no era el postrero de la oración, y con todo mi
corazón y buena voluntad rogaba al Señor, no que le echase a la parte que más servido fuese, como
se suele decir, mas que le llevase de aqueste mundo. Y cuando alguno de éstos escapaba, ¡Dios me
lo perdone!, que mil veces le daba al diablo; y el que se moría, otras tantas bendiciones llevaba de
mí dichas. Porque en todo el tiempo que allí estuve, que serían casi seis meses, solas veinte
personas fallecieron, y éstas bien creo que las maté yo, o, por mejor decir, murieron a mi recuesta;
porque, viendo el Señor mi rabiosa y continua muerte, pienso que holgaba de matarlos por darme a
mí vida. Mas de lo que al presente padecía, remedio no hallaba; que, si el día que enterrábamos yo
vivía, los días que no había muerto, por quedar bien vezado de la hartura, tornando a mi cotidiana
hambre, más lo sentía. De manera que en nada hallaba descanso, salvo en la muerte, que yo también
para mí, como para los otros deseaba algunas veces; mas no la veía, aunque estaba siempre en mí.
Pensé muchas veces irme de aquel mezquino amo; mas por dos cosas lo dejaba: la primera,
por no me atrever a mis piernas, por temer de la flaqueza que de pura hambre me venía; y la otra,
consideraba y decía: «Yo he tenido dos amos: el primero traíame muerto de hambre y, dejándole,
topé con este otro, que me tiene ya con ella en la sepultura; pues si de éste desisto y doy en otro más
bajo, ¿qué será, sino fenecer?». Con esto no me osaba menear, porque tenía por fe que todos los
grados había de hallar más ruines. Y a abajar otro punto, no sonara Lázaro ni se oyera en el mundo.
Desque fuimos entrados, quita de sobre sí su capa y, preguntando si tenía las manos limpias,
la sacudimos y doblamos y, muy limpiamente soplando un poyo que allí estaba, la puso en él. Y
hecho esto, sentóse cabo de ella, preguntándome muy por extenso de dónde era y cómo había
venido a aquella ciudad. Y yo le di más larga cuenta que quisiera, porque me parecía más
conveniente hora de mandar poner la mesa y escudillar la olla que de lo que me pedía. Con todo
eso, yo le satisfice de mi persona lo mejor que mentir supe, diciendo mis bienes y callando lo
demás, porque me parecía no ser para en cámara. Esto hecho, estuvo así un poco, y yo luego vi
mala señal por ser ya casi las dos y no verle más aliento de comer que a un muerto. Después de
esto, consideraba aquel tener cerrada la puerta con llave ni sentir arriba ni abajo pasos de viva
persona por la casa. Todo lo que yo había visto eran paredes, sin ver en ella silleta, ni tajo, ni banco,
ni mesa, ni aun tal arcaz como el de marras. Finalmente, ella parecía casa encantada. Estando así,
díjome:
-Tú, mozo, ¿has comido?
-No, señor -dije yo-, que aún no eran dadas las ocho cuando con vuestra merced encontré.
-Pues, aunque de mañana, yo había almorzado, y, cuando así como algo, hágote saber que
hasta la noche me estoy así. Por eso, pásate como pudieres, que después cenaremos. Vuestra merced
crea, cuando esto le oí, que estuve en poco de caer de mi estado, no tanto de hambre como por
conocer de todo en todo la fortuna serme adversa. Allí se me representaron de nuevo mis fatigas y
torné a llorar mis trabajos; allí se me vino a la memoria la consideración que hacía cuando me
pensaba ir del clérigo, diciendo que, aunque aquel era desventurado y mísero, por ventura toparía
con otro peor. Finalmente, allí lloré mi trabajosa vida pasada y mi cercana muerte venidera. Y con
todo disimulando lo mejor que pude, le dije:
-Señor, mozo soy que no me fatigo mucho por comer, bendito Dios. De eso me podré yo
alabar entre todos mis iguales por de mejor garganta, y así fui yo loado de ella hasta hoy día de los
amos que yo he tenido.
-Virtud es ésa -dijo él-, y por eso te querré yo más, porque el hartar es de los puercos y el
comer regladamente es de los hombres de bien.
«¡Bien te he entendido! -dije yo entre mí-. ¡Maldita tanta medicina y bondad como aquestos
mis amos que yo hallo hallan en la hambre!».
Púseme a un cabo del portal y saqué unos pedazos de pan del seno, que me habían quedado
de los de por Dios. Él, que vio esto, díjome:
-Ven acá, mozo. ¿Qué comes?
Yo lleguéme a él y mostréle el pan. Tomóme él un pedazo, de tres que eran, el mejor y más
grande, y díjome:
-Por mi vida, que parece éste buen pan.
-¡Y cómo agora -dije yo-, señor, es bueno!
-Sí, a fe -dijo él-. ¿Adónde lo hubiste? ¿Si es amasado de manos limpias?
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-No sé yo eso -le dije-; mas a mí no me pone asco el sabor de ello.
-Así plega a Dios -dijo el pobre de mi amo.
Y, llevándolo a la boca, comenzó a dar en él tan fieros bocados como yo en lo otro.
En este tiempo, viendo mi habilidad y buen vivir, teniendo noticia de mi persona el señor
arcipreste de San Salvador, mi señor y servidor y amigo de Vuestra Merced, porque le pregonaba
sus vinos, procuró casarme con una criada suya. Y visto por mí que de tal persona no podía venir
sino bien y favor, acordé de hacerlo. Y así, me casé con ella, y hasta agora no estoy arrepentido.
Porque, además de ser buena hija y diligente servicial, tengo en mi señor arcipreste todo favor y
ayuda. Y siempre en el año le da, en veces, casi una carga de trigo, por las Pascuas, su carne; y
cuando la ofrenda del par de bollos, las calzas viejas que deja. Y hízonos alquilar una casilla par de
la suya: los domingos y fiestas casi todas las comíamos en su casa.
Mas malas lenguas, que nunca faltaron ni faltarán, no nos dejan vivir, diciendo no sé qué y
sí sé qué de que veen a mi mujer irle a hacer la cama y guisalle de comer. Y mejor les ayude Dios
que no se si ellos mienten o dicen la verdad.
Aunque en este tiempo siempre he tenido alguna sospechuela, y habido algunas malas cenas
por esperarla algunas noches hasta la madrugada y aún más; y se me ha venido a la memoria lo que
mi amo el ciego me dijo en Escalona, estando asido del cuerno. Porque, además de no ser ella mujer
que guste destas burlas, mi señor me ha prometido lo que pienso cumplirá. Que él me habló un día
muy largo delante della y me dijo:
—Lázaro de Tormes, quien ha de mirar a dichos de malas lenguas nunca medrará. Digo esto
porque no me extrañaría algún dicho malintencionado viendo entrar en mi casa a tu mujer y salir
della. Ella entra muy a tu honra y suya, y esto te lo prometo. Por tanto, no mires a lo que pueden
decir, sino a lo que te toca, digo, a tu provecho.