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OBJETIVO: “Hacer ver cómo el Misterio Pascual es el corazón, el núcleo de la liturgia, su razón de ser,
su esencia”
UNIDADES TEMÁTICAS:
1. PRECISIONES TERMINOLÓGICAS
1.1 Misterio
1.2 Pascua
1.3 Misterio Pascual
1. En Melitón de Sardes
2. En san León Magno
3. En los textos del Misal Romano
4. Síntesis
APÉNDICE:
1. LA PASCUA HEBRÁICA
2. CRISTO PASCUA DEL NUEVO TESTAMENTO
3. LA LITURGIA, ACTUACIÓN DEL MISTERIO PASCUAL
BIBLIOGRAFÍA
Curso-Superior Pbro. Lic. Juan José Martínez 2
EL MISTERIO PASCUAL EN LA LITURGIA
INTRODUCCIÓN
El Concilio Vaticano II, al escoger la teología bíblica, patrística y litúrgica para describir la naturaleza de la
liturgia cristiana, sancionó con la autoridad del magisterio supremo de la Iglesia la recuperación de una serie
de conceptos fundamentales para la teología y la espiritualidad del culto, por el movimiento litúrgico que le
precedió. Estos conceptos son la historia de la salvación o la comprensión de la liturgia dentro de la historia
salvífica, la sacramentalidad de la Iglesia y del culto cristiano a partir de Cristo sacramento del Padre en el
Espíritu Santo, y el Misterio Pascual. En esta clase, vamos a centrar nuestra atención en una expresión que
pertenece desde muy antiguo al vocabulario cristiano y encierra una extraordinaria riqueza de contenido
teológico y vivencial, de manera que constituye el núcleo central de la comprensión de la liturgia como
acontecimiento salvífico.
El Misterio Pascual o paschale sacramentum, en su acepción litúrgica, bíblica (paulina) y patrística, se
refiere esencialmente a Cristo y a su obra de la redención humana efectuada principalmente por su pasión,
muerte, resurrección, ascensión y donación del Espíritu Santo (cf. SC 5). Ahora bien, no es tanto el hecho
histórico en sí, que tuvo lugar in illo tempore, es decir, en aquel momento concreto de la historia humana y
en aquel lugar donde se manifestó el Hijo de Dios, como ese mismo acontecimiento actualizado y celebrado
en los signos sacramentales de la liturgia, sobre todo en los sacramentos y en la eucaristía. El Misterio
Pascual indica nuestra recepción a la vida divina de la humanidad vivificada y vivificante del Cristo glorioso
que nos hace pasar de la muerte a la vida por medio de los sacramentos. El Concilio Vaticano II enseña
expresamente que «del Misterio Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, todos los
sacramentos y sacramentales reciben su poder» (SC 61), lo que equivale a decir, toda la liturgia, incluido el
año litúrgico (cf. SC 102.106).
La riqueza y complejidad del concepto Misterio Pascual nos obliga a prestarle atención en primer lugar
desde el punto de vista terminológico, con especial atención al significado de la expresión en algunos
Santos Padres y en los textos litúrgicos. En segundo lugar estudiaremos el Misterio Pascual en cuanto
acontecimiento de la historia de la salvación, sucedido de una vez para siempre y presente sin embargo,
cada vez que se celebra el memorial de nuestra redención. Por último hablaremos también de la eucaristía
como sacrificio y sacramento pascual.
1. PRECISIONES TERMINOLÓGICAS
La expresión Misterio Pascual, recuperada por el movimiento litúrgico, se remonta al menos al siglo II, en
que aparece varias veces en la famosa Homilía sobre la Pascua atribuida a Melitón de Sardes 1. No
obstante, antes de examinar el contenido de esta expresión, debemos referirnos primero a las palabras
misterio y pascua, que en definitiva integran la expresión y tienen gran importancia para la liturgia, aun
separadamente. Tan sólo pretendemos aproximarnos a los conceptos.
1.1 Misterio
1
MELITÓN DE SARDES, Homilía sobre la Pascua, Ed. de J. IBAÑEZ – F. MENDOZA, Pamplona 1975 (estudio muy
completo, traducción , notas y bibliografía); cf. también J. PINELL, Il mistero della Pascua in Melitone di Sardi, Roma 1970.
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La palabra castellana misterio traduce la latina mysterium y la griega mystêrion. Sin embargo, en el
lenguaje litúrgico y teológico los tres términos no son equivalentes. Se impone, por tanto, distinguir entre la
etimología de la palabra y su uso en el campo que acabamos de señalar. Etimológicamente mystêrion se
deriva de una raíz común a los verbos myéô (iniciar) y myô (cerrar) y al sustantivo mýstês (iniciador,
mistagogo). Estas palabras y otras derivadas surgieron en el ámbito de las religiones de misterios que se
remontan al siglo VI a.C. En los escritos griegos del Antiguo Testamento aparece mystêrion en Tob 12, 7;
Jdt 2, 2; Dn 2, 18. 27-30, y en Sab 14, 15 designando un plan secreto, un designio divino, que luego serán
desvelados, o bien un rito pagano. En el Nuevo Testamento aparece 28 veces, tres en los Sinópticos (Mc 4,
11; Mt 13, 11; Lc 8, 10) designando la realidad del Reino de Dios, oculta a la masa pero revelada a los
elegidos; cuatro veces en el Apocalipsis y el resto en san Pablo, en quien el concepto tiene verdadera
importancia, sobre todo en el uso que hace de él en las cartas a los Efesios y a los Colosenses.
En efecto, en estas dos cartas, la palabra mystêrion se refiere a todo lo que representa Cristo como
objeto de un designio oculto en Dios desde toda la eternidad, revelado en la Iglesia y confiado a los
Apóstoles para que lo anuncien y lo hagan realidad en los creyentes (cf. Ef 1-3, especialmente 3, 3-9; Col 1,
26-27; 2, 2-3; 4, 3). El misterio de la economía divina de la salvación, es llamado sabiduría de Dios en «1Cor
2,7» y misterio de la piedad (divina) en «1Tm 3,16», y forma parte del kerygma cristológico de las cartas
paulinas. El término tiene también connotaciones escatológicas en Ef 1, 9ss. San Pablo y los demás autores
del Nuevo Testamento tomaron la palabra mystêrion de la versión griega del Antiguo Testamento y de la
literatura apocalíptica. Por tanto, para comprender correctamente el significado de esta palabra en el Nuevo
Testamento, no es necesario referirse al aspecto cultual o litúrgico de la economía divina de salvación y del
misterio de Cristo, que no aparece explícitamente en los textos citados.
Los Padres Apostólicos apenas emplearon la palabra mystêrion. En cambio los Padres Apologistas la
convirtieron en un término de importancia capital en sus controversias contra la gnosis y las religiones
mistéricas. Para ellos son mystêrion todas las acciones salvíficas, acontecimientos y personas del Antiguo
Testamento que aluden tipológicamente a Cristo y a su obra redentora. En el ámbito de la Escuela exegética
de Alejandría, mystêrion designa también las verdades de la religión cristiana que se refieren a la salvación
en Cristo, y los mismos sacramentos. Orígenes considera mystêrion toda la historia de la salvación, la cual,
a su vez, está llena de mystêría. Dios ocultó, pero al mismo tiempo desveló, en los misterios del Antiguo
Testamento el misterio de Cristo y de su obra de salvación. A su vez, la acción salvífica de Cristo encierra
en sí el mystêrion de nuestra participación en el misterio de Cristo por el misterio de la Palabra y por el
misterio de los ritos. El misterio de la Iglesia, o sea, el misterio de Cristo presente en nosotros, alcanzará su
plena revelación cuando se manifieste el misterio del Reino de Dios en la última venida de Cristo.
Ahora sí, el concepto de mystêrion abarca tanto la acción de Dios en Jesucristo como su representación
ritual, destinada a comunicar la salvación a los creyentes. En este sentido, los ritos cristianos son misterios
que continúan y actualizan todos los acontecimientos del Antiguo y del Nuevo Testamento. Lo mismo que
éstos, están dotados también de un aspecto visible, pero contienen una realidad invisible que se comunica a
los que participan en ellos. Este concepto del mystêrion según la Patrística griega, tenía que tener su
correspondencia terminológica en el latín cristiano. Sin embargo, ya desde los orígenes de éste, en el siglo
II, las primeras versiones latinas de la Biblia empezaron a usar la palabra sacramentum para traducir
mystêrion. Este nuevo término tomado del lenguaje militar y que añade nuevos matices al concepto, es
consagrado definitivamente por los escritores cristianos latinos, singularmente Tertuliano y san Cipriano. El
término sacramentum asume una rica variedad de sentidos: la economía salvífica divina, la realización de
ésta en el ámbito concreto del Antiguo y del Nuevo Testamento, las acciones salvíficas de Cristo y en
particular su muerte y resurrección, la Iglesia y sus medios de salvación, la misma doctrina de la fe en su
carácter arcano y oculto para los no cristianos pero abierta para los fieles. En el ámbito estrictamente
litúrgico significa rito sagrado, especialmente en el caso del bautismo y de la eucaristía. Es justamente en el
bautismo con sus compromisos de fidelidad donde mejor se capta el sentido originario de la palabra
sacramentum por sus referencias al juramento militar y la consagración a la divinidad del nuevo soldado.
El término sacramentum alcanza su máximo desarrollo conceptual con san Agustín y con san León
Magno. El primero, en sintonía con la Escuela Alejandrina y con los Padres Griegos por su formación
neoplatónica, orienta el concepto hacia su especialización teológica posterior que ve en el sacramento un
signo sagrado visible de una realidad invisible, pero en base a una semejanza con esas realidades de las
que son sacramento. Sin esta semejanza, que no es meramente conceptual, no serían sacramentos. En
este punto san Agustín enlaza con la antigua noción del mystêrion: los sacramentos son signos que remiten
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siempre a la realidad salvífica de Cristo. Los acontecimientos del Antiguo Testamento son sacramentos de
la obra de salvación de Jesucristo y de su pasión y muerte, si bien en un plano prefigurativo. Los ritos
cristianos lo son también, pero en un plano de cumplimiento y a la vez de promesa de la plenitud
escatológica. El sacramento contiene siempre la realidad que significa, expresada por las palabras de Cristo
transmitidas por la Iglesia, de manera que es el mismo Cristo el que actúa en el signo y le comunica su
poder salvífico.
San León Magno tiene idéntico concepto del misterio salvífico, pero en sus homilías acentúa la dimensión
actualizadora del signo que lo evoca. La celebración hace revivir el acontecimiento salvífico. El gran
Pontífice juega con las palabras sacramentum y mysterium, en singular y en plural, para expresar tanto los
acontecimientos salvíficos históricos como su celebración litúrgica, la obra de la redención en el designio
divino y en su realización histórica, la realidad escondida en los signos y los signos mismos, la celebración,
el rito y la fiesta. El misterio–sacramento del designio salvífico de Dios se ha verificado en los
acontecimientos del Antiguo Testamento: los cuales a su vez, son sacramentos de la acción salvífica de
Cristo y de todos sus misterios. Estos se hacen presentes en los sacramentos de la Iglesia y santifican a los
fieles. La misma fe de la Iglesia, transmitida como doctrina, y la vida moral que se deriva como una
exigencia de la celebración litúrgica, son también misterio–sacramento.
Este abanico de acepciones pasó a los textos antiguos de la liturgia romana, singularmente a las
oraciones y prefacios de los sacramentarios. Actualmente, el Misal Romano contiene lo más sobresaliente
de este rico patrimonio eucológico en torno al concepto de misterio.
1.2 Pascua
Para definir el concepto de Misterio Pascual debemos fijarnos ahora en el adjetivo que califica y
especifica el contenido del misterio. No se trata de un mero adjetivo, porque la palabra Pascual viene a decir
lo mismo que la expresión de Pascua, y este término encierra también una extraordinaria riqueza más allá
de su etimología y del uso lingüístico que se ha hecho de ella.
En efecto, Pascua es una palabra que se encuentra en todas las lenguas tanto derivadas del latín como
anglogermánicas para designar, con matices específicos en algunas lenguas, la fiesta judía y la fiesta
cristiana conocidas con este nombre. Los términos latino pascha y griego páscha, que han originado las
modernas expresiones proceden, a su vez, del hebreo pesah y del arameo pasa (phase según la Vulgata en
Ex 12, 11: est enim Phase, id est transitus Domini). En el origen de todas las acepciones que tiene la
palabra pascua está ciertamente el acontecimiento de aquella noche en la que el Señor pasó protegiendo a
su pueblo para salvarlo y conducirlo fuera de Egipto. Por eso la filología ayuda muy poco a resolver la
cuestión etimológica de la palabra, quizás, más universal de la tierra. Pesah ha sido puesta en relación con
la raíz, Pascua es la fiesta por excelencia. En relación con el término acádico pashâkhu (aplacar), Pascua
alude a un rito expiatorio. Relacionada con la raíz, egipcia también de páskh (golpear), Pascua evocaría las
plagas con la que Dios golpeó al Faraón. Por último, si se la relaciona con el término pasach (danzar
saltando), que aparece en 1 Re 18, 26, Pascua recuerda precisamente el paso del Señor por Egipto
saltándose las casas de los hebreos.
Precisamente a esta última interpretación se aproxima la propia Sagrada Escritura cuando en Ex 12, 12-
13 se dice:
Es la Pascua (pescha ) de Yahvé. Esta noche pasaré yo por la tierra de Egipto y mataré a todos los
primogénitos de la tierra... La sangre servirá de señal en las casas donde estéis: yo veré la sangre y pasaré
de largo (pâsâchtí), y no habrá para vosotros para vosotros plaga mortal.
Así mismo en Ex 12, 27 puede leerse: Es el sacrificio de la Pascua ( pesah) de Yahvé que pasó de largo
(o por encima) (pâsech) por (de) las casas de los hijos de Israel en Egipto.
La imagen tiene su paralelo en Is 31, 5, en la que se compara al Señor con el ave que protege
extendiendo sus alas sobre sus polluelos: «Como aves que levantan el vuelo protegerá Yahvé de los
ejércitos a Jerusalén» (cf. Dt 32, 11; Sal 36, 8) pasar por encima, pasar de largo o proteger, en el fondo
coinciden en el significado de salvación excepcional y especial, realizada por Dios a favor de Israel.
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En el Antiguo Testamento y en la literatura judía en general, Pascua designa tanto la fiesta celebrada
entre el 14 y 15 de Nisán (cf. Ex 12, 11; Núm 9,2; Ex 45, 21), como el animal sacrificado en ella (cf. Ex 12,
5.21; Dt 16, 2) y la celebración de los Asimos que duraba 7 días (cf. Lev 23, 6-8). La fiesta Pascua se
remonta al antiquísimo rito apotropaico nómada de sacrificar un animal antes de iniciar la trashumancia de
los ganados para protegerlos contra los malos espíritus. Este rito aparece en conexión con el
acontecimiento de la fuga de los hebreos de Egipto, en el que se vio la mano del Señor (cf. Ex 12, 21-23;
40-41), convirtiéndose en su memorial perpetuo (cf. Ex 12, 1-14. 24-27.42; Dt 16, 1). Después del destierro,
con la reforma de Josías (año 621 a.C.), la fiesta quedó centralizada en Jerusalén como fiesta de
peregrinación nacional (cf. Dt 16, 1-8; 2 Re 23, 21-23). En la época del Nuevo Testamento era la fiesta más
importante del año, motivando la presencia de miles de peregrinos en la Ciudad Santa (cf. Lc 2, 41; Jn 11,
55). El ritual de la fiesta, minuciosamente descrito en el tratado Pesahîm de la Mishnah, se desarrollaba
principalmente en las casas, en los terrados y en los patios, en pequeños grupos. Jesús participó en la fiesta
siendo todavía un niño (cf. Lc 2. 41-43) y al menos en dos ocasiones, según el testimonio de los evangelios
(cf. Jn 2, 13-23; 11, 55 ss) siendo ya adulto, la última cuando él mismo se entregó como víctima pascual (cf.
Mt 26. 17 ss y par.; Jn 13,1; 18, 28.39; 19, 14.31).
En el Nuevo Testamento la palabra páscha posee la misma gama de significados que en el mundo vétero
e intertestamentario. Designa, sobre todo, la fiesta de Pascua y Azimos conjuntamente (cf. Mt 26, 2; Lc 2,
41; 22, 1; Jn 2, 13.23; 6, 4; 11,55; etc.; Hch 12, 4), la Pascua solamente (cf. Mt 26, 18; Mc 14, 1; Hb 11, 28)
y, naturalmente, el cordero pascual (cf. Mt 26, 7.19; Mc 14, 12.14.16; Lc 22, 7ss; Jn 18, 28; 1 Cor 5, 7).
Ahora bien, de todas las veces que pascha aparece en el Nuevo Testamento, tan sólo en 1 Cor 5,7 tiene un
significado netamente cristiano. La famosísima frase paulina tò páscha êmôn etýche Christós (nuestra
pascua, Cristo, ha sido inmolada), que se encuentra precisamente en el más antiguo de los escritos del
Nuevo Testamento (año 57), da testimonio de la existencia ya de una concepción cristiana de la Pascua.
Por otra parte todo el Nuevo Testamento estás sembrado de alusiones al paralelismo entre la antigua y la
nueva Pascua, entre el cordero pascual y Cristo, el Cordero de Dios (cf. Jn 1, 29.36; Hch 8, 32; 1 Pe 1, 19;
Ap 5, 6.8.12etc.).
La Pascua como trasfondo histórico – ambiental y teológico juega un papel decisivo en los
acontecimientos de la última cena de Jesús, de la pasión y de la muerte, así como la interpretación
soteriológica de los mismos.
Es muy probable que en la Iglesia primitiva se continuase celebrando la Pascua y precisamente en la
noche del 14 al 15 de Nisán, como en el judaísmo, es decir, en el día de la semana en que cayese esta
fecha, como parece sugerirlo Hch 20, 6. La celebración dominical y, por tanto, semanal está atestiguada en
1 Cor 16, 2; Hch 20, 7-12 y en Ap 1, 10. Sin embargo esta celebración de la Pascua el 14 de Nisán por los
cristianos existía todavía a mediados del siglo II y es conocida gracias a las polémica conocida como la
cuestión pascual cuartodecimana y por las homilías den algunos autores como Melitón de Sardes. Como es
sabido, esta celebración pascual desapareció, prevaleciendo la Pascua anual celebrada en domingo. Esta
fiesta era la fiesta cristiana por excelencia, conmemorativa de toda la obra redentora de Cristo,
especialmente su muerte y resurrección. Hasta la aparición de otras fiestas, entrando el siglo IV, Pascua
formaba junto con la cincuenta de Pentecostés el latessimum spatium y la magna dominica, como se la
conocía en la Iglesia antigua.
Pero todavía hay que reseñar otros significados de Pascua. En el fondo, los primeros cristianos
heredaron del mundo hebreo no una sino dos concepciones de la Pascua: la Pascua que se atribuía al
señor, es decir, el paso del Señor (en griego hipérbasis), y la Pascua como paso de los Hebreos de la
esclavitud a la libertad (diábasis). sin embargo como hemos visto, la interpretación cristiana de la Pascua se
centró en la tipología del cordero pascual, desarrollando ante todo el valor soteriológico de la pasión de
Cristo. Esta concepción, curiosamente, relaciona páscha con páschein (pati, padecer) y páthos (passio,
pasión) y destaca, como sucedía en la celebración pascual cuartodecimana, la victoria y el triunfo de la
muerte de Jesús en la línea de la teología del Evangelio según san Juan. La palabra latina passio, aplicada
a Cristo y a los mártires, aludía sobre todo a la muerte gloriosa, en la cual brilla ya la victoria de la
resurrección, como en el caso de la muerte del Señor.
Respecto de la segunda concepción judía de la Pascua, la que señalaba el aspecto de paso de la
esclavitud a la libertad, parece existir también una cierta continuidad entre ella y la idea cristianadle paso de
la muerte a la vida en el bautismo (cf. 1 Cor 10, 1-2). En efecto, el bautismo es presentado por san Pablo
como una representación en nosotros de la muerte y de la resurrección de Cristo (cf. Rom 6, 3-11; Col 3, 1-
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4). Notemos que esta interpretación paulina del bautismo es de naturaleza simbólica y sacramental y afecta
particularmente a la aplicación a los hombres del misterio de la muerte y resurrección de Cristo, o sea, de la
Pascua del Señor (cf. Jn 13, 1; Mc l0, 38). La Pascua entendida como diábasis, que tiene su origen en Filón
de Alejandría, encuentra los principales seguidores en los Santos Padres y en los escritores orientales y
latinos que están vinculados con la Escuela de Alejandría. En ellos, sobre todo en san agustín, se consuma
la síntesis de los primitivos significados cristianos de la Pascua que, justo es decirlo, se había iniciado ya
con san Pablo. Para san Agustín la Pascua es, a la vez, la pasión y la resurrección del Señor:
Pascua significa paso. El Señor mismo lo insinúa, al decir: «El que cree en mí, pasas de la muerte a la
vida» (Jn 5, 24). Pero es preciso advertir que el evangelista ha querido expresar esto cuando, estando el
señor para celebrar la Pascua con los discípulos en la última cena, dice: «Viendo Jesús que había llegado la
hora de pasar de este mundo al Padre...» (Jn 13, 1). Por tanto, el paso de esta vida mortal a la otra
inmortal, es decir, de la muerte a la vida, se ha efectuado en la pasión y resurrección del Señor.
En el latín litúrgico pascha designa preferentemente la fiesta de la resurrección del señor, pero
permanentemente abierta a todos los demás significados que hemos visto.
2
MELITÓN DE SARDES, Homilía sobre la Pascua, ed. IBÁÑEZ – F.MENDOZA, Pamplona 1975, 163 y 57-58.
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existir. Al manifestarse la realidad, el misterio desaparece. Sin embargo la realidad salvífica continúa. Dios
entró en el dolor de la humanidad para salvar al hombre del pecado y de la muerte. Cristo, que murió en
Abel, fue igualmente inmolado en el cordero pascual para que se manifestase el poder de su sangre
redentora en la virtud liberadora de este cordero. Por eso los cristianos celebran la Pascua, porque si
desgajasen la pasión de cristo del contexto bíblico y memorial de la Pascua antigua, no sería posible
comprender la misma muerte y resurrección del Señor como realización definitiva y perfecta del designio
divino de salvación. Por tanto, «aunque es cierto que el misterio, en cuanto tal, ha finalizado, también es
cierto que la Pascua no ha perdido su actualidad, porque la Pascua es Cristo».
Esta concepción melitoniana del misterio pascual, ligada a la celebración cuartodecimana de la Pascua
corre prácticamente la misma suerte que esta celebración, es decir, queda regalada en la historia como
consecuencia del predominio exclusivo de la celebración romano-alejandrina de la Pascua al domingo
siguiente al 14 de Nisán y de la desaparición progresiva de las comunidades judiocristianas.
2) En san León Magno
No obstante la reflexión teológica sobre la Pascua continuó en todas la Iglesia, hasta alcanzar la
espléndida síntesis que se encuentra en san Agustín, como ya hemos indicado, y que abraza la concepción
oriental o del Asia Menor y la concepción occidental o romano-alejandrina. Ahora bien, estamos indagando
el significado de una expresión más compleja, la del misterio pascual. Después de Mentón, el Santo Padre
de ala Iglesia que ha predicado y escrito más profusa y autorizadamente sobre el misterio pascual en san
León Magno. Con él los textos de la liturgia romana antigua en los que aparecen esta y otras expresiones
semejantes cobran toda su fuerza y riqueza conceptual. Por eso debemos detenernos también en san León.
En efecto, el misterio pascual (paschale sacramentum) constituye una de las más originales
elaboraciones del pensamiento de san León, alcanzando en él la máxima precisión conceptual y al mismo
tiempo la más grande riqueza de contenido doctrinal. El santo pontífice y liturgista nos ha dejado en sus
homilías y sermones el testimonio de una continua profundización en le significado de la Pascua del Señor
desde el punto de vista de la celebración. San León contribuye decisivamente a enriquecer la noción
cristiana de la Pascua, por una parte, y por otra a fundamentar la teología de la liturgia. Poseedor de una
buena formación jurídica retórica e inspirado en el pensamiento de san Pablo, san León sorprendente por la
precisión de su lenguaje, la perfecta armonía de su discurso y al convincente lógica de sus razonamientos.
Su doctrina está elaborada en función de la predicación Homilética, en la que tiene como modelos
inmediatos a san Máximo de Turín y a san Pedro Crisólogo. En las homilías de san León se advierten
siempre las mismas coordenadas conceptuales, combinadas cada vez de manera coherente. El concepto de
misterio pascual es el resultado de un método original del autor.
Las coordenadas teológicas del pensamiento leonino son éstas: el paralelismo entre la creación y al
redención, entendiendo por ésta no sólo la pasión, muerte y resurrección del Señor, sino también la
encarnación como premisa necesaria y parte también de la obra de la salvación humana; las relaciones
entre la antigua y la nueva Alianza, en als que juega un papel decisivo la antítesis entre el pueblo de Israel y
la Iglesia, y entre los ritos antiguos y los sacramentos cristianos; la íntima conexión entre la doctrina de la fe
y la celebración de las fiestas del año litúrgico, de manera que utiliza la homilía para ilustrar los misterio de
la fe y al mismo tiempo para introducir a los fieles en la vivencia del misterio; y, por último, la conexión entre
al celebración y la vida, es decir, entre el misterio celebrado, el rito y la fiesta, y al conducta moral de los
fieles. Estas coordenadas guardan entre sí una profunda relación que brota del papel que san León confiere
a la Sagrada Escritura de la celebración litúrgica. Las lecturas de la Palabra de Dios de cada fiesta actúan
en la mente de los fieles, después de la homilía continua la acción de Dios ilustrando la fe. La fe, así
iluminada, conduce a la vivencia del misterio, a celebrarlo en el culto y a traducirlo en la vida.
Para san León Magno, paschale sacramentum significa la celebración de la Pascua, que tiene como
objeto la pasión de Cristo indisolublemente unida a la resurrección:
En nuestro último sermón os hemos enseñado la participación en la cruz de Cristo, para que la misma
vida de los fieles sea penetrada del misterio pascual (paschale sacramentum) y celebre en sus costumbres
lo que honra en la fiesta... Puesto que nosotros hemos querido trabajar por la observancia de los cuarenta
días para sentir algo de la cruz durante el tiempo de la pasión de cristo y pasar de la muerte a la vida ( Serm.
71, 1: BAC 291, p. 293).
El objeto de la celebración es evocado por la liturgia de la Palabra, singularmente por la narración
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evangélica. La homilía contribuye a hacer vital el misterio: El relato evangélico nos ha presentado todo el
misterio pascual (paschale sacramentum), y nuestra inteligencia ha entendió de tal modo las palabras
llegadas a ella mediante los oídos corporales que no hay nadie que no tenga ante sí una imagen de los
acontecimientos pasados. El texto de la historia divinamente inspirada nos ha hecho ver claramente con qué
impiedad ha sido entregado el Señor Jesucristo, con qué juicio ha sido condenado, con que crueldad ha
sido crucificado y con que gloria ha sido resucitado. Mas tenemos también el deber de alegrarnos por el
misterio de nuestra palabra pues... la instrucción del pontífice ha de estar ligada a la lectura solemne de la
Sagrada Escritura (Serm. 72, 1: BAC 291, p. 293).
Ahora bien, el misterio de la pasión y d la resurrección del señor es contemplado por san León en el
contexto de toda la historia sagrada evocada en el conjunto de todas las demás fiestas del año litúrgico. Las
fiestas celebran diversos aspectos de la obra de la redención y de alguna manera predisponen a los fieles
para el paschale sacramentum. Sin embargo, la pascua supera a todas las demás fiestas, porque no se
limita a un momento o aspecto de la acción salvífica de Dios sino que celebra íntegro el misterio de la
redención desde el designio divino de salvar al hombre hasta la realidad presente en la vida sacramental de
la Iglesia, pasando por la creación del mundo, la elección de Abraham, la constitución del pueblo de Israel,
los profetas y los ritos del Antiguo Testamento. Formando parte de la plenitud de la obra de la salvación
están la Encarnación, la Epifanía, la Pasión y la glorificación de Cristo:
No ignoramos que, entre todas las solemnidades cristianas, el misterio pascual (paschale sacramentum)
es el que ocupa el primer lugar. Para celebrarlo digna y convenientemente nos prepara y dispone, mediante
la reforma de nuestras costumbres y nuestra conducta durante el resto del año. Mas los días presentes nos
obligan todavía a una mayor devoción, puesto que sabemos que están próximos a aquel en que celebramos
el sublime misterio de la misericordia divina (Serm. 47, 1: BAC 291, p. 196).
Tal es este sacramento (la Pascua), al que sirvieron desde el principio todos los misterios. Es claro que la
sangre del justo Abel adquiere su sentido en la muerte del supremos Pastos (cf. Mt 23, 35) y que en el
parricidio cometido por los judíos se reconoce a Caín, asesino de su hermano. Es claro que el diluvio y el
arce de Noé hacen comprender cuál es la renovación en el bautismo y qué salvación en el madero (cf. 1 Pe
3, 20-21). Es claro que Abrahán, padre de los pueblos, adquiere los herederos prometidos y que en su
descendencia son bendecidos no los hijos de la carne, sino la raza de la fe. Es claro que, al anunciar esta
fiesta por todas las demás, el mes sagrado de los renuevos (la primavera) ha resplandecido, para que del
mismo modo que el mundo tuvo en él su comienzo, la creación cristiana encuentre también su principio
(Serm. 60, 3: BAC 291, pp. 248-249).
Para san León existe una estrechísima correspondencia entre el objeto de la celebración pascual y su
eficacia como sacramentum. En este sentido el misterio pascual, al celebrar la totalidad de la acción
salvífica de Dios, produce en la Iglesia una profundísima renovación y santificación, como ninguna otra
fiesta. Para san León, como antes lo había sido para Melitón de Sardes, la clave de la eficacia redentora de
la Pascua está en la pasión de Cristo, expresión consumada del amor de Dios para el hombre. Los
sacramentos pascuales del bautismo y de le eucaristía constituyen el último acto de una cadena de signos e
intervenciones de Dios en la historia salvífica. Las principales figuras del Antiguo Testamento son
contempladas también por san León como anuncio de los sacramentos de la Iglesia:
Dios, en su inefable misericordia, se ha hecho de todas las naciones un solo pueblo de Israel y, habiendo
ablandado la rigidez y dureza de la roca de los corazones paganos, ha hecho nacer de las piedras
verdaderos hijos de Abrahán (Mt 3, 9). Y aunque todos estén encerrados en el pecado (cf. Rom 11, 32; Gál
3, 22), sin embargo, aquellos que, nacidos de la carne, renacen del Espíritu (cf. Jn 3, 5), no importa conocer
ya qué padre lo ha engendrado, puesto que al confesar, sin acepción de personas, una sola y misma fe,
todos son hechos inocentes por la fuente bautismal y confirmados en su herencia por la adopción a la que
han sido llamados (cf. Rom 8, 17; Gál 4, 7) (Serm. 66, 2: BAC 291, p. 271).
Si cuando Israel salió de Egipto (cf. Ps 113) la sangre del cordero sirvió para darle la libertad, y si esta
fiesta vino a ser la más santa de todas, porque por el sacrificio de un animal había desviado la cólera del
devastador, ¿cuánto mayor ha de ser la alegría sentida por las muchedumbres cristianas, por las cuales el
Padre todopoderoso no ha perdonado a su propio Hijo, sino que lo ha entregado por todos nosotros? (Rom
8, 32). Por eso, con la inmolación de Cristo, la Pascua ha venido a ser el verdadero y único sacrificio que
arranca no ya a un solo pueblo de la tiranía del faraón, sino a todo el mundo de la esclavitud del diablo
(Serm. 60, 2; BAC 291, p. 248).
Curso-Superior Pbro. Lic. Juan José Martínez 10
La celebración del bautismo en la noche de Pascua, que constituye uno de los elementos más
característicos del paschale sacramentum, le sirve a san León para hablar de la dimensión espiritual y moral
de la vida cristiana, entendida ésta como participación en la filiación divina por medio de la adopción (cf.
Rom 8, 16-17; Gál 4, 6-7). San León, basándose en san Pablo, contempla el bautismo como el cumplimiento
de las promesas por Dios y Abrahán, que ha venido a ser el padre de todos los creyentes (cf. Rom 4, 16 ss,
Gál 3, 7 ss). La nueva descendencia de la fe es la muchedumbre de pueblos engendrada por la Iglesia en
la fuente del bautismo. Los cristianos, a su vez, prolongan esta realidad en su vida ordinaria, n la alegría y
en la práctica de todas las virtudes.
La eucaristía, por su parte, hace presente la eficacia salvífica de la pasión de Cristo mediante el signo
memorial instituido por el Señor. San León establece la relación entre los antiguos sacrificios y el sacrificio
de la cruz, para mostrar que ya ha cesado el valor prefigurativo de los ritos antiguos (el misterio de la
Pascua, según Melitón de Sardes). La pasión de Cristo, ritualizada en el memorial eucarístico, es la fuente
de la vida del mundo y de la unidad de toda la familia humana:
¡Oh admirable virtud de la santa cruz! ¡Oh inefable gloria del Padre!
En ella podemos considerar el tribunal del Señor, el juicio del mundo y el poder del Crucificado. ¡Oh, sí,
Señor, atrajiste a ti todas las cosas...porque habiéndose rasgado el velo del templo, el santo de los santos
rechazó a sus indignos pontífices, como indicando que la figura se convertía en realidad; la profecía en
revelaciones manifiestas, y al Ley en Evangelio. Atrajiste a ti, Señor, todas las cosas para que la piedad de
todas las naciones celebrase, como un misterio lleno de realidad y libre de todo velo, lo que tenías oculto en
un templo de Judea a la sombra de las figuras... Y esto porque la fuente de toda bendición y el principio de
todas las gracias se encuentran en tu cruz, la cual hace pasar a los creyentes de la debilidad a la fuerza, del
oprobio a la gloria, de la muerte a la vida. Ahora es también, cuando, abolidos ya los sacrificios de animales
carnales, la sola oblación de tu cuerpo y de tu sangre ocupa el lugar de todas las víctimas que la
representaban. Por eso tú eres el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo (Jn 1, 29), y todos los
misterios se cumplen en ti de tal suerte, que así como todas las hostias que te ofrecen no forman más que
un solo sacrificio, así todas las naciones no forman más que un solo reino (Serm. 59, 7: BAC 291, pp. 245-
246).
Sintetizando, para san León el paschale sacramentum comprende la totalidad de la celebración pascual
de la Iglesia que conmemora y actualiza sacramentalmente, en la fiesta, en el bautismo y en la eucaristía, la
entera obra de la redención humana verificada en la pasión, muerte y resurrección de Cristo. a la grandeza y
excelencia de esta solemnidad, por encima de todas las demás fiestas, corresponde la intensidad de su
eficacia. Ella sola se concentra todo el valor redentor de la Pascua de Cristo.
3) En los textos del Misal Romano
La doctrina de san león sobre el misterio pascual tiene adecuada expresión en algunos bellísimos textos
del Misal Romano actual, tomados de la antigua tradición eucológica romana. No en vano han sido
atribuidos a la pluma del santo litúrgico y homileta. Por su gran importancia consideramos necesario
transcribir algunos:
Oh Dios, Padre supremo de los creyentes,
que multiplicas sobre la tierra los hijos de tu promesa
con la gracia de la adopción y, por el misterio pascual
(paschale sacramentum),
hiciste de tu siervo Abrahán
el padre de todas las naciones,
como lo habías prometido:
concede a tu pueblo responder dignamente
a la gracia de tu llamada.
Danos, Señor, una plena vivencia del misterio pascual (mysteriis paschalibus)...
Pues , para llevar a plenitud el misterio pascual (sacramentum paschale), enviaste hoy al Espíritu Santo
sobre los que habías adoptado como hijos...
...de este modo, celebrando con sinceridad el misterio de esta Pascua (paschale mysterium), podemos
pasar un día a la Pascua que no acaba.
A medida que se acercan las fiestas de Pascua (paschale sacramentum), te pedimos humildemente,
Señor...
EL BAUTISMO
Oh Dios, Padre supremo de los creyentes... por el misterio pascual (paschale sacramentum), hiciste de tu
siervo Abrahán el padre de todas las naciones.
Tú, Señor, que nos has salvado por el misterio pascual (paschalia remedia), continúa favoreciéndonos,
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LA EUCARISTÍA
Derrama, Señor, sobre nosotros tu espíritu de caridad, para que vivamos siempre unidos en tu amor los
que hemos participado en un mismo sacramento pascual ( sacramentis paschalibus).
Te pedimos, Señor, que la gracia del misterio pascual (paschalia gratia sacramenti) llene totalmente
nuestro espíritu...
Concédenos, Dios todopoderoso, que la virtud recibida en el misterio pascual (paschalia perceptio
sacramenti)persevere siempre en nosotros.
4) Síntesis
Estos ejemplos del Misal Romano ilustran la riqueza conceptual de la expresión misterio pascual en los
textos litúrgicos, riqueza que viene a añadirse a la que hemos encontrado en Melitón de Sardes y en san
León Magno. Ahora bien, es necesario hacer una síntesis que evite la dispersión de ideas y nos dé una
visión precisa y clara del misterio pascual como centro de la liturgia.
Para ello debemos empalmar, una vez más, con cuanto hemos dicho sobre la liturgia en el marco de la
historia de la salvación, según la doctrina del Concilio Vaticano II. En efecto, SC 5, después de aludir a los
diferentes tiempos o etapas de la manifestación del designio, tanto en la encarnación que hizo de Jesús el
instrumento de nuestra salvación, como en el «misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección
de entre los muertos y gloriosa ascensión». Con esta afirmación, el Vaticano II sitúa el misterio pascual, en
su doble acepción, cristológica y soteriológica, o sea, en Cristo y para nosotros, en el centro de la historia de
la salvación y en el centro de la liturgia. Expliquemos brevemente esto.
El misterio pascual de la pasión, resurrección y ascensión de Jesucristo, o dimensión cristológica del
misterio pascual, indica ante todo el hecho de la obediencia de Jesús a la voluntad del Padre aceptando la
muerte en la cruz para llevar a cabo «la obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios»
(SC 5), obediencia que tiene respuesta en la glorificación de Jesús “a quién Dios constituyó Señor y cristo»
(Hch 2, 36; cf. 2, 22 ss. 32; Fil 2. 6-11 etc. ). El que había aceptado someterse, ha sido exaltado junto a Dios
y le han sido sometidas todas las cosas como al único dispensador de la vida humana (cf. Mc 16, 19; Ef 1,
20-23; Col 1. 18 ss). Este anonadamiento-glorificación de Jesús, Siervo y Cordero de Dios (cf. la teología
bíblica de estos temas), constituye la cumbre no sólo de su existencia terrena sino también de toda la
historia de la bondad y de la misericordia de Dios en su amor al hombre. El Antiguo Testamento contiene
multitud de figuras que anuncian este misterio, destacando entre ellas el propio cordero pascual. Jesús, al
pasar de este mundo al Padre (Cf. Jn 13, 1), es el primer rescatado, el Primogénito salvado de la muerte (cf.
Hch 2, 24 ss; Rom 8, 29; Col 1, 15.18).
El misterio pascual para nosotros, o sea, en su acepción soteriológica, es el opus nostrae redemptionis
(SC 2; 5; etc.): «por este misterio, “con su muerte (Cristo) destruyó nuestra muerte y con su resurrección
restauro nuestra vida”. Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nación el “sacramento admirable de la
Iglesia entera” (SC 5). Por tanto, el misterio pascual es también nuestra Pascua, es decir, nuestro paso de la
muerte a la vida, de la tinieblas a la luz de la esclavitud a la libertad, mediante los sacramentos (pascuales)
que producen en nosotros este tránsito. Por eso el Vaticano II, evocando inmediatamente la imagen del
nacimiento de la Iglesia como nueva Eva del costado de Cristo (Iglesia sacramento, Cuerpo y esposa),
menciona el anuncio del evangelio y la «realización de la obra de la salvación mediante el sacrificio y los
sacramentos» (SC 6). Es decir, destaca la dimensión evangelizadora, como esencial y formando una sola
realidad con el citado misterio de Jesucristo.
No puede ser de otra manera, porque, para nosotros, el misterio pascual indica la recepción actual de la
vida divina que brota de la humanidad glorificada de Cristo, instrumento de nuestra salvación a través de la
Palabra y de los sacramentos. Por el bautismo y la eucaristía
somos asimilados al misterio del anonadamiento-glorificación de Jesucristo y pasamos con él de la
muerte a la vida (cf. Rom 6, 3 ss; 8, 2 ss; 12, 1; 1 Cor 10, 16, 11, 26). El autor invisible del misterio pascual
en los hombres es el mismo Espíritu Santo que realizó el misterio pascual de Jesucristo (cf. Rom 8, 11; 1
Cor 6, 14; Ef 1, 20). La donación- efusión del espíritu Santo por Jesús resucitado, tal como lo había
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prometido (cf. Jn 2, 22; 7, 37-39), es un aspecto más del misterio pascual (cf. Jn 20, 22; Hch 2, 32-33). San
Pablo pudo decir, refiriéndose a los efectos del misterio pascual en nosotros por el poder del espíritu: «Dios,
rico en misericordia, por el extremado amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos por el
pecado, nos vivificó con la vida de Cristo –por pura gracia habéis sido salvados –, y con él nos resucitó y
nos sentó en los cielos con Cristo Jesús» (Ef 2, 4-7; cf Rom 6, 13; 8, 10.30; Fil 3, 20; Col 3, 1-3).
Esta realidad, que se ha cumplido misteriosamente en nosotros por medio de los sacramentos pascuales,
tendrá que manifestarse un día plenamente, cuando se produzca la revelación final de Jesucristo
glorioso:«Cuando Cristo se manifieste, que es nuestra vida, entonces también vosotros seréis manifestados
con él en gloria» (Col 3, 4; Cf. Fil 3, 21; 1 Jn 3, 2). La última manifestación de Jesucristo será, por tanto, la
consumación y la plenitud del misterio pascual, el punto final de una dinámica escatológica puesta en
movimiento por la resurrección de Jesucristo. He aquí, por tanto, otro aspecto esencial del misterio pascual
tanto en lo que afecta a Cristo como en lo que afecta a la Iglesia y a cada uno de los que hemos sido
incorporados a este misterio.
Toda esta realidad, considerada en su unidad indivisible, es el paschale myesterium de SC 5, el misterio
pascual del que decidimos también, siguiendo al Concilio Vaticano II, que constituye el centro de la historia
de la salvación y el centro de la liturgia. El misterio pascual es centro de la historia de salvación porque
constituye el acontecimiento decisivo que abarca toda la historia, cumpliendo cuanto anunciaba y significaba
la Pascua del Antiguo Testamento, según el designio divino, e inaugurando los tiempos últimos de la
salvación perfecta y total, en cumplimiento y actualización también del mismo designio de Dios. El Vaticano
II, «al calificar como Pascua toda la obra redentora de Cristo, no solo ha querido colocar esta obra redentora
como cumplimiento real de lo que la Pascua significaba y preparaba de modo profético, sino que le ha
asignado el lugar único y eminente que en la revelación del designio de salvación esta reservado ala Pascua
misma, es decir, el lugar central».
El misterio pascual es también el centro de la liturgia porque está consiste esencialmente en la
actualización sacramental de la salvación efectuada por Cristo. del mismo modo que el rito pascual hebreo,
memorial perpetuo de la pascua, hacía presente el acontecimiento central de la historia de Israel, el
sacrificio y los sacramentos cristianos – sacramentos pascuales-hacen presente y actualizan el
acontecimiento de la muerte y resurrección del Señor, que constituyen el centro no ya de una etapa de la
historia salvífica, como es la historia de Israel, sino de la entera historia de la salvación. Naturalmente, la
diferencia que existe entre la figura (la pascua antigua) y la realidad (la pascua de Cristo), se da también
entre la eficacia salvífica del viejo rito memorial (la inmolación del cordero y la cena) y el rito bautismal y
eucarístico que significan y contienen la salvación efectuada por la nueva Pascua. Por eso la liturgia viene
hacer el medio eficaz de incorporación de los hombres al misterio pascual de Jesucristo. Por este misterio el
hombre es regenerado en el bautismo, es consagrado por el Espíritu de la confirmación y puede ofrecerse
como víctima espiritual en la eucaristía. «Por esta razón todos los sacramentos, aún dando cada uno una
comunicación particular con el misterio total de Cristo, están ligados de un modo u otro a la Eucaristía,
centro y culmen del misterio pascual. Por eso en el año litúrgico cada misterio del Señor, desde el
nacimiento hasta la ascensión- Pentecostés- parusía, es comunicado y celebrado en el misterio pascual
dela muerte del Señor. La liturgia tiende, pues, particulares momentos, y esto actualizando en nosotros el
mismo misterio pascual tomado en su momento culminante: muerte y resurrección de Jesucristo».
Nos proponemos en este apartado y en el siguiente completar la reflexión sobre el misterio pascual
estudiando su relación con la historia de la salvación, no en cuanto centra de ésta, aspecto que ya hemos
tocado brevemente, sino en cuento realización de la salvación en el tiempo y en la historia de los hombres.
Dicho de otra manera, sigue siendo una realidad de salvación aquí-ahora-para nosotros. Este apartado
completa en algunos aspectos lo que hemos tratado en el capítulo de la historia de la salvación y liturgia.
En efecto, Dios, para salvar al hombre, ha querido actuar dentro del tiempo y a través de la historia. A
pesar de que él está y por encima del tiempo, ha querido encontrarse con el hombre en el mismo marco
donde se desenvuelve su visa. Desde entonces el tiempo mismo ha quedado como asumido por lo divino,
convirtiéndose en ámbito de nuestro progresivo caminar hacia la plena comunión con Dios. Cada vida
Curso-Superior Pbro. Lic. Juan José Martínez 14
humana y cada parte de la vida humana es un momento, una etapa, de este camino.
Pero si extendemos la mirada al curso del universo, a la humanidad, y, en definitiva, al hombre en la
historia, descubrirnos también que toda ella está sembrada de acontecimientos que pasaron una vez, y que
ya no se volvieron a repetir, aun cuando dichos acontecimientos supusieran una intervención divina decisiva
para el futuro. Estos momentos en los cuales Dios ha actuado deliberadamente se llaman kairoí (tiempos
oportunos y favorables) y responden a la divina oikonomía (plan salvífico). El conjunto de los kairoí, que
pertenecen al pasado, al presente y al futuro, están ordenados entre sí con vistas a la realización del
designio salvífico de Dios. El tiempo verdadero es el chrónos (período) escenario de los acontecimientos
salvíficos que lo convierten en kariós o historias de salvación.
Pero entre todos los kairoí de salvación, hay uno que está en el centro y representa la culminación de
todas las intervenciones salvíficas divinas. Es el misterio pascual de Jesucristo, el kairós por excelencia.
Ahora bien, todos los kairoí tienen una valor único e irrepetible, correspondiente al hecho que tuvo lugar u
que ya no se repetirá, aun cuando el valor salvífico subsista. Por otra parte, los kairoí establecen una línea
de continuidad entre sí, que implica el que su carácter salvífico esté presente en todos los momentos de la
historia de la salvación. En este sentido el misterio pascual, como acontecimiento salvífico central, tiene una
importancia que ningún otro kairós puede tener.
Surge entonces como una característica de todos los kairoí en general y del kairós del misterio pascual
en particular. Es el se ephápax (ápax = de una vez por todas), término que se refiere a cada momento de la
historia de la salvación y que caracteriza, sobre todo, al acontecimiento central de esta historia.
Es efecto, en el Nuevo Testamento ephápax se aplica al acto de salvación llevado a cabo por Jesucristo
en su vida histórica, a su muerte (Rom 6, 10) u ofrecimiento como víctima por los pecadores (Hb 7,27; 9, 12;
9, 28), y a su vivificación por el Espíritu (1 Pe 3, 18). El acontecimiento redentor es ephapáx no sólo en sí
mismo, en cuanto ocurrió una vez, sino también en cuanto a las consecuencias para nosotros, que en
momento fuimos santificados (cf. Hb 10, 2) e iluminados y hechos partícipes del don celeste (Hb 6, 4).
La vida histórica de Jesús, y sobre todo el misterio pascual de su pasión, muerte y resurrección – su
paso de este mundo al Padre (Jn 13, 1) –han sido algo temporalmente único, ocurrido una sola vez y de una
vez para siempre, según los dos sentidos que tiene el término ephapáx, y que designa tanto el hecho
histórico en sí como su trascendencia decisiva para la salvación de todos los hombres de todos los tiempos,
respectivamente. Historia y profecía se entrecruzan para mostrar el sentido de los hechos, pues en la
apariencia de una realización y de unas circunstancias radicalmente humanas y limitadas al acontecimiento
Cristo, y más aún, a su misterio pascual, tenían relación con otros hechos y acontecimientos que le
precedieron de acuerdo con la misteriosa línea que les unía con el designio salvador de Dios del que eran
actualización en el tiempo. Es este sentido el kairós histórico de la pasión y muerte, y el kairós histórico y
metahistórico de la resurrección y donación del Espíritu Santo – se trata del mismo misterio pascual – es,
como hemos repetido varias veces, el punto o momento culminante de toda la historia salvífica, lo que
verdaderamente cambia su significado último, introduciendo la única luz que permite descubrir su verdadera
dimensión trascendente según el plan divino de la salvación del hombre.
Sin embargo, para muchos hombres ese kairós siempre incomprensible, pues para ellos será piedra de
escándalo y de tropiezo (cf. Lc 2, 34-35). Los acontecimientos de la vida de Jesús tuvieron lugar en unos
pocos años y en un marco geográfico e histórico muy concreto. La pregunta que un día hizo Natanael: ¿ De
Nazaret puede salir algo bueno? (Jn 1, 46), expresaría la duda que tantos hombres y mujeres han sentido
ante la necesidad de aceptar unos hechos como los que han cumplido la salvación del mundo. El
desencanto de los discípulos que regresan a Emaús (cf. Lc 24, 17-24), podría ser también el de todos
aquellos que no son capaces de percibir el sentido último de la vida y de la muerte de Jesús,
incomprensibles desde cualquier punto de vista humano. Por algo san Pablo habla de escándalo de la cruz
(Gál 5, 11) y de la locura de la predicación de la misma (1 Cor 1. 18). Por algo, en definitiva, los escritos de
Nuevo Testamento insisten machaconamente en el ephapáx del misterio pascual. Era imprescindible creer y
aceptar que la salvación se había producido en unos hechos reales e históricos, con un personaje que vivió
en el tiempo, corporal y humano, aun cuando fuese la Palabra eterna del Padre y en él residiese la plenitud
de la divinidad (cf. Jn 1, 14; Col 2, 9).
Sólo una salvación histórica, esto es, ocurrida en el tiempo, puede merecer llamarse salvación del
hombre cuya vida se desenvuelve en las coordenadas espacio-temporales. Si ya en los primeros esfuerzos
de evangelización, los discípulos de Jesús se encontraron con el rechazo de toda idea de salvación
Curso-Superior Pbro. Lic. Juan José Martínez 15
realizada por el hombre Jesús hasta el punto de llegar, como hicieron los docetas, a negar su realidad
corporal y humana, después ha habido muchos también que han puesto en duda la historicidad de su
existencia o al menos de aquello que constituye el testimonio de la misma: los evangelios y el Nuevo
Testamento.
APÉNDICE
- LA PASCUA HEBRÁICA
A la pregunta: «¿Qué significa este rito?», se dan en el Antiguo Testamento dos respuestas distintas,
aunque complementarias. Según la explicación más antigua, la fiesta de Pascua recuerda, en primer lugar,
«el paso de Dios». El nombre mismo de Pascua se hace derivar de un verbo que indica la acción de Dios
que «pasa por encima», en el sentido de que «salta», «preserva», o «protege» las casas de los judíos,
mientras hiere las de sus enemigos: Y cuando os pregunten vuestros hijos: «¿Qué significa para vosotros
este rito?», responderéis: «Este es el sacrificio de la Pascua [pesach] de Yahvé, que pasó de largo
[pâsâchti] por las casas de los israelitas en Egipto cuando hirió a los egipcios y salvó nuestras casas» (Ex
12,26-27).
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El contenido, o el acontecimiento, que la Pascua conmemora es, pues, el paso salvífico de Dios: Pascua,
porque Dios pasó. Esta explicación de la Pascua se puede definir como teológica o teocéntrica, porque el
protagonista de ella es Dios. El acento se pone por completo en la iniciativa divina, o sea en la causa de la
salvación más que en el efecto.
En el Deuteronomio, y en otras partes más recientes del Éxodo, la atención se desplaza del momento de
la inmolación del cordero al momento de la salida de Egipto, que se concibe como el paso de la esclavitud a
la libertad (cfr. Dt 16 y Ex 13-15). Con el cambio del acontecimiento central, cambia también el protagonista
o el sujeto de la Pascua: ya no es Dios el que pasa y salva, sino que es el hombre, o el pueblo, quien pasa y
es salvado. De ahí que esta interpretación de la Pascua pueda definirse como antropológica o
antropocéntrica. Ya he dicho anteriormente que se trata de dos respuestas que no son excluyentes sino
complementarias. En efecto, también en esta segunda perspectiva, el hombre es visto como dependiente de
Dios; el éxodo es para la alianza del Sinaí. Se trata por ello de una liberación religiosa, no política; o al
menos, no principalmente política. El pueblo es liberado para servir a Dios, como tantas veces repiten las
fuentes bíblicas: «Deja libre a mi pueblo para que me sirva» (cfr. Ex 4,23; 5, 1).
- LA NOCHE DE PASCUA
Esta doble interpretación -la teológica y la antropológica- se mantiene a lo largo de todo el Antiguo
Testamento. En tiempos de Jesús encontramos esta diversa situación. En el judaísmo oficial palestinense, a
la sombra del templo y del sacerdocio judío, predomina la interpretación teológica: la Pascua conmemora,
ante todo, el paso de Dios. Hay un texto muy bello en donde la historia de la salvación está resumida en
cuatro acontecimientos fundamentales que son: creación, sacrificio de Isaac, Pascua y escatología (las
«cuatro noches»). En este texto, la Pascua se describe como la «noche en la que Dios se manifestó contra
los egipcios y protegió a los primogénitos de Israel».
En este ambiente -que fue el de Jesús- la Pascua presenta un aspecto fuertemente ritual y sacrificial. Es
decir, consiste en una liturgia concreta, cuyos momentos esenciales son la inmolación del cordero en el
templo, la tarde del 14 de Nisán, y el banquete sacrificial en cada una de las familias, la noche siguiente,
durante la cena pascual. En el judaísmo helenístico, o de la diáspora, predomina, en cambio, la otra
explicación, la antropológica.
Aquí el acontecimiento histórico central conmemorado por la Pascua es el paso del pueblo a través del
mar Rojo. Pero también éste queda relegado a un segundo plano, respecto al significado alegórico del
acontecimiento, que es «el paso del hombre de la esclavitud a la libertad, del vicio a la virtud». El más
conocido representante de esta tendencia escribe: «La fiesta de Pascua es un recuerdo y una acción de
gracias por la máxima emigración de Egipto. Mas para aquellos que están acostumbrados a transformar las
cosas narradas en alegoría, la fiesta del Paso significa la purificación del alma». «Propiamente hablando, la
Pascua significa el paso de toda pasión hacia lo que es inteligible y divino». Emigración, éxodo, paso, salida:
son imágenes de gran resonancia espiritual, especialmente si se conciben en el trasfondo de aquella
mentalidad bíblica que ve en la emigración de Abraham, y en la emigración en general, el modelo plástico
de la fe y del destino de Israel («Mi padre era un arameo errante...») que se prolongará, en el Nuevo
Testamento, en el ideal de vida de «peregrinos y forasteros» ( 1 P 2, 11; Hb 11, 13).
- EL CORDERO DE PASCUA
Si la Pascua es esencialmente el paso de los vicios a la virtud, es evidente que no tendrá como sujeto a
Dios, sino al hombre; y su celebración no consistirá tanto en una liturgia y unos ritos externos (aunque éstos
no se desechen), cuanto más bien en un esfuerzo continuo e interior hacia el bien. El cordero pascual que
se debe ofrecer a Dios es el propio progreso espiritual, dirá todavía Filón, aludiendo al significado
etimológico del término griego usado para designar a la victima pascual (probaton, cordero, cabrito, viene de
‘probaino’ que significa ir adelante, progresar).
De este modo, hemos visto delinearse dos concepciones pascuales en tensión entre si, que sobrevivirán
también en el cristianismo, plasmando, con su dialéctica, toda la espiritualidad pascual hasta nuestros días.
Pasemos ahora de la Pascua judía a la Pascua cristiana. Y hagámonos ante todo una pregunta: ¿cuándo
comienza a existir una fiesta cristiana de Pascua? Después de la muerte y resurrección de Jesús, la
comunidad cristiana primitiva siguió «subiendo al templo», durante un cierto tiempo, para celebrar la Pascua
con los demás judíos; pero muy pronto empezó a pensar y a vivir esta fiesta anual, no ya como un recuerdo
Curso-Superior Pbro. Lic. Juan José Martínez 21
de los hechos del éxodo o como espera de la venida del Mesías, sino más bien como recuerdo de aquello
que algunos años antes habla ocurrido en Jerusalén durante la fiesta de Pascua y también como espera de
la vuelta definitiva de Cristo.
La transformación interior precedió a la ritual, y la fiesta cristiana de Pascua fue celebrada «en espíritu y
verdad», en la intimidad del corazón de los discípulos, antes que con un rito y una fiesta propia. Aunque la
fiesta no debió de tardar en imponerse, una vez realizada en ellos la transformación interior del contenido de
la Pascua. Cuando san Pablo, en I Cor 5,7, exhorta a «celebrar la fiesta», quizás ya está haciendo
referencia a la fiesta de la Pascua cristiana. Así fue cómo el retorno anual de la Pascua acabó siendo
celebrado por los discípulos también como una fiesta propia, cada vez más consciente de su novedad.
¿Cómo se llegó a una transformación tan rápida y nítida de la institución pascual del Antiguo al Nuevo
Testamento, de Israel a la Iglesia? El punto de encuentro fue, aparentemente, un dato puramente
cronológico: Cristo había muerto (y resucitado) en Jerusalén, con ocasión de una Pascua judía. Para el
evangelista Juan, además, se da una coincidencia horaria con el momento de la inmolación de los corderos
pascuales en el templo. Indudablemente, este dato cronológico, por sí solo, no hubiera sido suficiente para
obrar esa gran transformación de la Pascua, si no hubiese intervenido también otro dato más importante, el
tipológico.
Aquel acontecimiento -la inmolación de Cristo- era considerado como la realización de todas las figuras y
de todas las esperas contenidas en la antigua Pascua. Melitón de Sardes expresa esta convicción con un
lenguaje que reproduce voluntariamente el lenguaje joanneo de la encarnación, como si quisiera decir que el
misterio pascual no es sino la línea extrema y la conclusión coherente de un proceso iniciado con la
encarnación:
«La ley se convirtió en la Palabra, y de antigua se ha hecho nueva. El mandamiento se transformó en
gracia y la figura en realidad; el cordero vino a ser el Hijo; la oveja, hombre y el hombre, Dios».
A la luz de este acontecimiento, los autores del Nuevo Testamento reinterpretaron toda la vida de Jesús,
viendo en ella la realización definitiva de la antigua Pascua. La Iglesia ha heredado, pues, de Israel su fiesta
de Pascua. Pero en este paso de Israel a la Iglesia, la fiesta ha cambiado de contenido; se ha convertido en
memorial de algo más. Por esta razón se vuelve a plantear la antigua pregunta: ¿Qué significa este rito?
5
S. MARSILI, La Liturgia, momento storico della salvezza… op.cit., p. 98.
6
DURRWELL, F.X., La resurrección de Jesús, misterio de salvación, Herder, Barcelona 1967.
7
I. OÑATIBIA, Reflexiones en torno a la liturgia como actualización del Misterio Pascual, en AA.VV., El Misterio Pascual
en la Liturgia, Bilbao 2002, pp. 21-48.
8
Ex 12, 26-27: “Y cuando les pregunten sus hijos qué significa para ustedes este rito, ustedes les responderán. Este es
el sacrificio de la Pascua en honor de Yahvé, que pasó de largo por las casas de los israelitas en Egipto cuando hirió a los
egipcios”.
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que del rito pascual hacia depender todo su culto, y que en él, encontrando cada vez la propia renuncia a la
idolatría y la propia adhesión a la alianza, se descubría a sí mismo como Pueblo de Dios.
Dada la relación entre "anuncio-profecía" y "acontecimiento-realidad" que indisolublemente une a la
Pascua del AT con la del NT, es claro que también en el NT el momento ritual de la Pascua no solo no
perderá su importancia, sino sobre todo la acrecentará infinitamente, porque también "el momento ritual" se
situará ahora en aquel nivel de "realidad" que es propio del momento histórico de la Pascua de Cristo.
Por esta razón la SC 5, poniendo la pasión-resurrección-ascensión de Cristo en clave pascual, no se
detiene solo a revelar la naturaleza del "acontecimiento", que realiza el simbolismo profético de la Pascua
antigua, sino la ve inmediatamente en su posición de rito pascual. Sintetizando el valor salvífico de los
momentos culminantes de la obra de Cristo como misterio pascual ya está subrayando la nota "ritual",
porque "misterio" es antes que nada "un rito caracterizado por la presencia de un acontecimiento salvífico ya
realizado al principio de la Historia de Salvación. De esta manera la redención pascual ya está introducida
en el plano cultual, o sea vista como acción que realizándose a través de los signos rituales, puede ser
hecha presente en el tiempo y lugar, y puede poner a todos en contacto con la realidad del hecho pascual
de la redención que se cumple en Cristo.
De ahí que SC 6, hablando de la actuación del misterio pascual de Cristo a través de los signos rituales,
entra finalmente a hablar de la Liturgia: "Cristo envió a sus apóstoles no solo a predicar la realización de la
salvación de los hombres en su muerte y resurrección, sino también a realizar esta salvación por medio del
sacrificio y de los sacramentos, que forman el elemento central de la Liturgia. Como vemos, la Liturgia
consiste fundamentalmente en la actuación de la salvación realizada por Cristo. Pero así como esta misma
salvación realizada en Cristo no es otra que la Pascua como hecho real, es claro que la Liturgia será la
actuación de la Pascua por medio del misterio, o sea por medio de "signos reales", esto es "eficaces".
En la Liturgia será precisamente este momento último de la Pascua de Cristo que vendrá puesto en
contacto con los hombres y por medio de Él los hombres participarán de los diversos momentos salvíficos
de la Pascua total, que serán los sacramentos, dando cada uno de ellos una particular comunicación al
misterio total de Cristo, unidos a la Eucaristía, centro y culmen del Misterio Pascua; lo mismo en el Año
Litúrgico, cada misterio del Señor, desde su encarnación hasta su Parusía viene celebrado y comunicado en
el Misterio Pascual de la Eucaristía 9. Por eso la Liturgia busca esencialmente hacernos vivir la salvación-
misterio pascual en cada uno de sus momentos y realiza esto actuando en nosotros el mismo Misterio
Pascual asumido en su momento culminante: muerte y resurrección de Cristo.
9
Id., Il “tempo liturgico” attuazione della storia della salveza, en RL 57 (1970) 207-235; B. NEUNHEUSER, Il mistero
pasquale “culmen et fons” dell’anno liturgico, en RL (1975) 151-174.
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Sólo después de haber completado una vida plenamente humana, pudo Jesús derramar el Espíritu que
nos hace hijos de Dios y herederos de la gloria. Sólo cuando nos hubo amado hasta el final es cuando pudo
comunicarnos su Espíritu de amor. Nuestra salvación es el efecto de su encarnación, de su vida, de su
muerte, de su resurrección y de la donación de su Espíritu.
En la cruz es donde el amor de Jesús llega a su final en su total identificación con nuestro destino. El
cuarto evangelio es el que mejor ha subrayado la unidad del misterio pascual. Jesús es ya glorificado en su
muerte: “cuando yo sea ensalzado a lo alto...” Jesús ya otorga el Espíritu en el momento de morir:
“Inclinando la cabeza, entregó el Espíritu”.
El Viernes Santo es ya Pentecostés. El último acto del Jesús mortal es entregar el Espíritu. El primer acto
del Jesús resucitado el domingo de Pascua es soplar sobre los suyos y comunicarles su Espíritu. Antes de
morir, Jesús no podía todavía comunicar su Espíritu, porque todavía no había amado hasta el final, porque
el amor no había llegado todavía hasta el final. El acto de amor de Jesús en la cruz, es no sólo el último
cronológicamente, sino que es el acto sumo de amor, porque no hay mayor amor que el de dar la vida. Sólo
al dar su vida puede Jesús dar vida y comunicar su Espíritu.
La Sacrosanctum Concilium nos dice que “Cristo realizó la obra de la redención humana principalmente
por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos y gloriosa
Ascensión. Por este misterio, ‘con su Muerte destruyó nuestra muerte y con su Resurrección restauró
nuestra vida’. Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació ‘el sacramento admirable de la Iglesia
entera’” (SC 5).
No sólo en la Eucaristía, sino en todos los sacramentos que “reciben su poder del misterio pascual de la
pasión, muerte y resurrección de Cristo” (SC 61). A través de estos actos es como Cristo sigue ejerciendo
su sacerdocio en la liturgia (SC 7). El Vaticano II hace arrancar su teología de la liturgia del misterio pascual,
y no de la noción de un culto por el que los hombres intentan glorificar a Dios. Por primera vez un
documento eclesial refiere la liturgia expresamente al misterio pascual. Esta referencia faltaba todavía en la
encíclica Mediator Dei; por eso podemos considerar la Sacrosanctum Concilium como uno de los grandes
logros teológicos del Vaticano II.
La liturgia es la celebración eclesial de aquellos acontecimientos que nos dieron vida. Habiendo
experimentado las gracias abundantes del perdón de los pecados, de la filiación y de la vida nueva, la
Iglesia las celebra, haciendo memorial de aquellos actos de Cristo por los cuales nos obtuvo y nos
comunicó esas gracias.
La Iglesia no deja de reunirse para celebrar el misterio pascual de Cristo (SC 6). Y al celebrarlo, “se hace
de nuevo presente su victoria y el triunfo de su Muerte” (SC 6). El concilio hace suya la teología de la
liturgia como celebración del “mysterion”. Al recordar y celebrar los acontecimientos históricos por los que
Dios efectuó nuestra salvación, estos acontecimientos vuelven nuevamente a activarse para nosotros en el
hic et nunc de la celebración litúrgica.
Cuando recordamos y celebramos el acontecimiento salvífico del misterio pascual, la liturgia se convierte
ella misma en un acontecimiento salvífico. El cristianismo no es una doctrina ni un mito. Actualiza un
acontecimiento que tuvo lugar en la historia y que se puede narrar y celebrar ahora. Pero la liturgia no
reproduce el hecho histórico con sus circunstancias materiales. No lo representa al modo de las
representaciones teatrales. Actualiza en nuestro tiempo el acontecimiento del Amor divino que tuvo lugar en
la vida y muerte de Cristo, creando así un tiempo y un espacio de comunión para los hombres y Dios.
Pero lo vuelve a hacer presente de un modo simbólico, no escenificando el calvario, sino escenificando
las palabras y gestos de Jesús en su última Cena, que simbolizan la actitud con la que Jesús vivió su pasión
y muerte. La celebración supone una dramaticidad alta y específica, y por eso distinta de la de las
representaciones teatrales. Aunque la recitación de la Pasión en la tarde del Viernes Santo haya sido ha
sido la cuna del teatro medieval, no es éste el paradigma de la acción litúrgica que se diferencia
específicamente del drama.
Como dice Rovira Belloso, el teatro pretende emocionar al espectador, pero al teatro no le importa la
verdad. El espectador no se implica en los problemas personales de los actores. En la liturgia, en cambio, la
verdad de lo rememorado hace que los asistentes se conviertan en participantes, pues toman parte en la
verdad misma del drama re-presentado, que vuelve a hacerse presente en la comunidad que celebra.
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Al situar la liturgia en el corazón de la historia de salvación, como una presencia sacramental de la obra
redentora, el Vaticano II ha dejado al lado las concepciones ritualistas, moralizantes, estéticas, racionalistas
o arqueologizantes e incluso necias casuísticas, que reducían la liturgia a un mero gesto ornamental de la
Iglesia, para hacer de ella el corazón mismo de la Iglesia.
- ANÁMNESIS / MEMORIAL
Dios es el inmutable, el que está por encima de todo cambio, más allá del tiempo. Ahora bien, el
dogma de la inmutabilidad de Dios ni afirma ni implica una ahistoricidad. Lo que es inmutable es su bondad,
su fidelidad y su voluntad salvífica. Son inmutables, pero acaecen en la historia. El hombre, sometido a la
variabilidad, vive en el tiempo. El tiempo se le da para poder salir de sí mismo y asumir la relación con Dios,
con su prójimo y con el mundo. En este tiempo el hombre entra en relación con su mundo. Nos referimos al
tiempo existencial, que es distinto del tiempo físico. El tiempo es fragmentario en su dimensión de finitud;
consiste en una sucesión de oportunidades únicas que no vuelven.
Como dice san Agustín, de las tres partes en que se divide el tiempo –pasado, presente y futuro-, en
realidad no existe ninguna de las tres. Es claro que el presente y el futuro no existen, pero incluso el
presente es inaprensible en su fugaz rapidez. Si no se interpreta el tiempo como historia de salvación, la
concepción lineal del tiempo induce a la desesperación y al nihilismo. El tiempo bíblico es también lineal,
pero no viene de la nada ni desemboca en ella.
Es tiempo de salvación. Evdokimov define el tiempo litúrgico como la síntesis de la imagen lineal y cíclica
del tiempo. El año litúrgico es eterno retorno, pero en él se rememora la historia lineal de la salvación. El
tiempo litúrgico está determinado por el ahora de la salvación divina. No es que la eternidad de Dios sea un
tiempo muy largo, inacabable. Tampoco se puede decir que la eternidad exista antes y después del tiempo.
La eternidad de Dios es un ahora que, por ser siempre presente, puede irrumpir en el curso del tiempo
creado. Decir “in illo tempore”, no es evocar un pasado en cuanto pasado. La rememoración litúrgica hace
presente en cada celebración el verdadero contenido de todos aquellos momentos del pasado. No es que el
tiempo de la salvación se repita de nuevo aquí y ahora, sino que el hombre aquí y ahora entra una y otra vez
en comunicación con una presencia permanente que está más allá del tiempo transcurrido.
La eucaristía no es una sucesión de sacrificios, ni la repetición del sacrificio de Cristo, sino la presencia
misma de ese sacrificio único de Cristo; no es el recuerdo de un hecho que pasó en la perspectiva lineal del
tiempo, sino la conmemoración de un misterio continuamente presente. La anámnesis cultual es objetiva, no
depende del hombre como sujeto. La existencia activa de Dios se extiende paralelamente al tiempo, como
una veta debajo de la tierra. Ocasionalmente el poder salvador de esa acción divina aflora a la luz del día.
En la liturgia se alcanza el punto de intersección del tiempo y la eternidad. Allí el participante se convierte
en contemporáneo de los sucesos bíblicos. El hombre se hace testigo contemporáneo de lo que sucedió
entonces. Cristo nace en la Navidad, resucita en Pascua. ¿Es la anámnesis obra del hombre o de Dios? El
hombre es quien conmemora, pero como acto humano, su acción de recordar no puede trascender el
tiempo, no puede entrar en el túnel del tiempo para volver al pasado. Es sólo la acción divina la que,
trascendiendo el tiempo, nos trae los misterios a nuestro aquí y ahora. Por eso la liturgia, antes que acción
del hombre, es acción de Dios.
La misma fe que hace posible la anámnesis no es una obra del hombre, sino que es la obra de Dios en el
hombre. La existencia de Cristo fue siempre una existencia entregada, cuando pasó haciendo el bien en la
tierra (Cristo histórico), y cuando, a la derecha del Padre, se entrega a Él juntamente con todos los hombres.
La entrega de Cristo tuvo lugar de una vez para siempre, efápax (Rm 6,10; 1 Co 15,6; Hb 7,27; 9,12; 10,10).
Pero este “una vez por siempre” permanece eternamente ante el trono de Dios.
Permanece en la existencia gloriosa de Cristo, que ha sido llamada por W. Beinert pro-existencia, palabra
que podemos traducir por “existencia entregada”. Por eso la Eucaristía, como dice Rovira, tiene siempre una
connotación sacrificial Se trata del memorial (zikkaron), de una acción realizada por el Señor al final de su
vida terrestre. Es algo más que un recuerdo subjetivo. Las palabras y los símbolos son realidades objetivas
que nos hacen recordar, como los souvenirs que guardamos de nuestros viajes.
Esas realidades objetivas nos permiten vislumbrar el misterio y entrar en él. Ya el pueblo judío entendía
de este modo el recuerdo de las maravillas de Dios en el Antiguo Testamento. Durante el Seder o cena
pascual se cita el texto de Ex 13,4 añadiendo que “En cada generación el hombre está obligado a
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considerarse a sí mismo como si hubiese salido de Egipto”. Esto supone que de un modo misterioso, el
pueblo judío de todos los tiempos se hace presente en la liberación de Egipto cuando celebra la noche
pascual.
Esta acción pasada no se inventa, se cree. Afirmamos la realidad de aquel acontecimiento divino
confesamos que está implantado en nuestra vida personal y comunitaria. Creemos en la autodonación de
Dios que estamos celebrando. No sólo no inventamos aquellos acontecimientos que recordamos, sino que
ni siquiera inventamos los gestos y palabras que constituyen nuestro memorial.
Como señala Rovira, Jesús nos dijo: “Haced esto”. No dijo: “Haced cualquier gesto que se os ocurra en
recuerdo mío”. Nos dijo: “Haced estos gestos precisamente y no otros; repetid estas palabras y no otras”. El
rito es la codificación eclesial del memorial. Reconocemos la autoridad de la Iglesia para mantener la
tradición del memorial de un modo en que no se vacíe de significado.
La anámnesis supone que la eternidad puede irrumpir en el tiempo. Tiene mucho de mímesis, de
imitación de los grandes hechos que simboliza: el baño remite a al mar Rojo, al Jordán a la entrada en la
tierra prometida, al bautismo de Cristo..., y a los hechos primordiales de la vida del creyente. Pero, como
dijimos, el rito no es teatro histórico. No es una escenificación de la historia salutis. No celebra al Jesús
histórico, sino al Cristo de la fe; no al Señor del pasado, sino al Cristo Señor actual y presente en su Iglesia.
Por eso no es teatro, sino misterio.
Es inaccesible en imágenes realistas unívocas. El lavatorio de pies del Jueves Santo es la excepción que
confirma la regla, no es el paradigma de la acción litúrgica. La Eucaristía se ha ido desprendiendo de todo
mimetismo de los ritos de la última cena judía. Se aleja de cualquier realismo tanto social como
costumbrista, buscando superar las barreras de lo espacio-temporal.
Celebra no los hechos del pasado en cuanto pasados, sino el núcleo de perennidad que poseen,
despojados de la circunstancias espacio-temporales que ya pasaron con el devenir histórico. Celebra estos
hechos en su contemporaneidad con todos los tiempos, y consiguientemente también con el momento
presente en que tiene lugar la celebración concreta de hoy.
- CONCLUSIÓN.
El Misterio Pascual es centro de la Historia de la Salvación porque constituye el acontecimiento decisivo
que abarca toda esa Historia, cumpliendo cuanto anunciaba y significaba la Pascua del AT, según el
designio divino e inaugurando los tiempos últimos de la salvación perfecta y total, en cumplimiento y
actualización del mismo designio de Dios. El Vaticano II al calificar como Pascua toda la obra redentora de
Cristo, no sólo ha querido colocar esta obra redentora como cumplimento real de lo que la Pascua
significaba y preparaba de modo profético, sino que le ha asignado el lugar único y eminente que en la
revelación del designio de salvación está reservado precisamente a la Pascua misma, es decir el lugar
central.
El Misterio Pascual es también centro de la Liturgia porque ésta consiste esencialmente en la
actualización sacramental de la salvación realizada por Cristo. Del mismo modo que el rito pascual hebreo,
memorial perpetuo de la Pascua, hacía presente el acontecimiento de la historia de Israel, el sacrificio y los
sacramentos cristianos (sacramentos pascuales) hacen presente y actualizan el acontecimiento de la
muerte y resurrección del Señor, que constituyen el centro de la entera historia de la salvación.
Naturalmente la diferencia que existe entre la figura (la Pascua antigua) y la realidad (la Pascua de Cristo),
se da también entre la eficacia salvífica del antiguo rito memorial (inmolación del cordero y cena) y los ritos
sacramentales, sobre todo los de la iniciación cristiana que significan y contienen la salvación efectuada por
la nueva Pascua.