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 LA FORMACIÓN LITÚRGICA 

I. Principios generales

La reforma litúrgica promovida por el Vaticano II ha puesto en primer plano la necesidad de una acción
formativa específica para renovar concretamente y en profundidad la vida litúrgica de los fieles y de las
comunidades cristianas. Ha surgido así una corriente de estudios, de Investigaciones y de experiencias en esta
dirección, que ha obtenido resultados en absoluto despreciables, aunque a niveles y con extensiones diversas,
según las diversas áreas eclesiales y las diferentes circunstancias y situaciones socio-culturales. No es éste el
lugar para hacer un análisis de la reforma litúrgica en general y del carácter y resultados de la labor formativa
llevada a cabo. El intento de este tratado será más bien proponer algunos criterios y aspectos fundamentales
de formación litúrgica, suponiéndola dirigida al mundo de los cristianos adultos normales, que no
necesariamente han de considerarse adultos también en la fe. Más aún, sabemos que en la mayor parte de los
casos se trata de personas y de comunidades que deben redescubrir el sentido de la fe, de su vocación
bautismal, de las consecuencias que de ella se derivan para la práctica de la vida. Tal situación exige que se
vuelva a comenzar una seria formación de base, en la que la dimensión litúrgica tiene que ser una de las líneas
de apoyo, pero, obviamente, en conexión con un contexto más amplio.

1. CONCEPTO DE FORMACIÓN. En el uso común, el término formación se refiere sea a la acción formativa
dirigida a una determinada finalidad, sea al estado de formación alcanzado a determinados niveles o bajo
determinados aspectos. Por eso, el término se aplica a los más variados sectores (formación intelectual, moral,
profesional; formación superior; formación humana, cristiana...). En todo caso, según una concepción bastante
difundida, la formación se entiende más que nada como cuestión de doctrina, de conocimientos adquiridos
mediante un proceso de enseñanza-aprendizaje. Es necesario librar al término de tal concepción sectorial e
intelectualista para entrar en una visión que responda más, tanto al ser del hombre como realidad personal
integral, cuanto a la realidad que está llamado a vivir como experiencia unitaria.

a) Objetivo global de la formación. Por tanto, la formación debe entenderse como una acción orientada a
conferir al hombre una forma vital unitaria, ayudando a la persona a desarrollar todas sus cualidades y
capacidades de manera armónica y equilibrada, y haciéndole adquirir las capacidades teóricas y prácticas para
actuar y asumir determinados comportamientos en relación con un proyecto unitario de vida. Refiriéndonos a
la formación litúrgica, debemos, pues, considerarla no como un sector autosuficiente, externamente
yuxtapuesto a otros sectores, sino como un aspecto y un componente de la formación integral del hombre-
cristiano.

b) Formación intencional y funcional. En el tema de la formación es necesario tener presente la distinción,


familiar en la moderna pedagogía, entre formación intencional y formación funcional. La primera consiste en
una acción formativa desarrollada de manera consciente, sistemática y ordenada a determinadas finalidades y
objetivos. La segunda se debe a la influencia preterintencional y ocasional ejercida por el ambiente, por la
atmósfera en que las personas .viven. Una y otra categoría pueden aplicarse a la formación litúrgica; y, de
hecho, ambas interactúan también en este campo, aunque no siempre en sentido convergente, cuando faltan
principios y un proyecto de base orgánico y coherente.

2. FORMACIÓN UNITARIA. Cuando se habla de formación unitaria se debe entender tal unitariedad sea en
referencia al sujeto personal: el hombre-cristiano, sea en referencia a la realidad con la que entra en contacto
en la celebración litúrgica: el misterio de Cristo.
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a) El sujeto personal. Visto en su realidad total humano-cristiana, el destinatario de la formación litúrgica está
en el centro del itinerario formativo y desempeña en él un papel activo. Papel que, sin embargo, no se
desarrolla solamente a nivel intelectual o espiritual. La persona vive a través de muchas dimensiones
(corporeidad, actividad, afectividad, socialidad...); actúa no sólo en base a las ideas que tiene o que le son
transmitidas, sino en base a estímulos, necesidades, impulsos, sentimientos, motivaciones... Cuando una
persona —hombre o mujer, niño, anciano, adolescente— participa en una celebración litúrgica, lleva consigo
todo su rico y complejo mundo. Es necesario, por ello, liberarse de una visión dualista, tendente a disociar —si
no a contraponer— alma y cuerpo, naturaleza y sobrenaturaleza, hombre y cristiano, iglesia y mundo, liturgia y
vida: ser cristianos no es una cosa diferente de ser hombres, sino que es un modo de ser hombres. Es un dato
de hecho que vale para todos los aspectos, situaciones y momentos de la vida, incluido el momento litúrgico o
formativo-litúrgico. Ser conscientes de esto y tenerlo en cuenta es ya de por sí una actitud formativa, capaz de
considerar en concreto a cada persona particular que, en cuanto tal, está llamada a encontrar a Cristo; y, por lo
que a nosotros nos interesa, a realizar tal encuentro en la liturgia. En este encuentro, la experiencia humana
del cristiano, su propio modo de ser y actuar, encuentra un punto de referencia y de confrontación en la
persona y en el misterio de Cristo, de quien se hace memoria en la liturgia; y, por otra parte, la presencia real y
actual del Señor resucitado en las acciones litúrgicas posee una eficacia intrínseca, por la que puede actuar
como forma y modelo operativo que impregna de sí la vida comunitaria y personal de los creyentes. Aparece y
se define así el yo del creyente no como separado o yuxtapuesto a su realidad de hombre, sino de tal modo
que esta realidad implica hasta el núcleo más profundo de su ser, llamado a abrirse libremente al encuentro
siempre nuevo y más consciente cada vez con la persona y con el misterio de Cristo y de la comunidad.

b) El misterio de Cristo. Cristo que revela el misterio de Dios, del hombre y del mundo; que actúa el plan de
Dios como obra de salvación del mal y de comunión de amor; que al fin de los tiempos pondrá en las manos
del Padre una humanidad totalmente renovada en el Espíritu; una nueva creación reconducida a la bondad
esencial de los orígenes: esto es, globalmente, el misterio de Cristo, que culmina en el acontecimiento pascual
en torno al cual gravitan, como su propio centro de cohesión, todos los demás aspectos del misterio mismo.
En orden a la formación litúrgica y a una participación "consciente, activa y fructuosa" (SC 12) por parte de
aquellos que participan en las acciones litúrgicas, se exige que el misterio de Cristo, en su totalidad y en sus
aspectos particulares, no sólo tenga sentido en sí mismo, sino que este sentido sea percibido, hecho propio y
vivido desde dentro, como realidad actualizada por la liturgia, como salvación de Dios y de Cristo presente y
operante en la persona y en la vida de cada uno y de la comunidad. La afirmación de que la liturgia es cumbre
y fuente de toda la vida cristiana y de la acción de la iglesia (cf SC 10) debe bajar de un nivel teórico y
abstracto, encarnarse, por así decirlo, en el tejido concreto de la vida de los cristianos y de su reunirse, aquí y
ahora, para celebrar el misterio que se hace actual para ellos. De aquí nacerá un interés más consciente por la
liturgia celebrada, una participación más personalizada, un deseo de autenticidad y coherencia cristiana más
serio y operativo.

Naturalmente, en la acción formativa deberán estar siempre presentes los dos polos más arriba indicados: el
polo antropológico (la persona humana en su concreta situación de vida) y el polo cristológico (la persona y el
misterio de Cristo presentes en la acción litúrgica como momento actualizante de la historia de salvación).
Entre estos dos polos se articula y se desarrolla el proceso formativo al que corresponde en el cristiano un
dinamismo de crecimiento que —en cada preciso momento de la vida, en cada edad y situación— le invita a
ser cada vez más hombre y cada vez más cristiano, a través de una síntesis y una integración armónica de los
diversos factores y componentes que constituyen y comprometen su existencia.

3. FORMACIÓN LITÚRGICA. Esta expresión puede y debe entenderse según dos significados distintos y
complementarios, que corresponden a dos momentos de la acción formativa: formación para la liturgia y para
la celebración litúrgica; formación a través de la liturgia y de la celebración litúrgica.
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a) Formación para la liturgia y para la celebración litúrgica. El misterio de Cristo (más arriba esbozado, como
llamada de atención, de manera sumaria y global) debe ser el punto de partida o, si se prefiere, el contenido de
este momento formativo, que tiene como objetivo hacer comprender que "la liturgia celebra y expresa el
misterio de Cristo, como misterio de salvación que se realiza hoy en la iglesia " y cómo "todo el pasado y todo el
futuro de la historia de la salvación se concentran en el presente de las celebraciones litúrgicas". Se trata, en
sustancia, de dar el sentido de la presencia y de la acción de Cristo en la liturgia. Esto exige, por una parte, la
propuesta-anuncio del misterio; por otra parte, supone que los fieles sean tales no sólo de nombre, sino
también de hecho, y que la acción formativa pueda contar con un contexto de fe ya actual (si bien no
uniformemente distribuido, sino vivido por cada uno a diverso nivel). En efecto, es la iluminación de la fe la
que permite apreciar la esfera del misterio y su especificidad cristiana e histórico-salvífica en sentido general.
Después hay, en particular, los diversos aspectos, momentos y elementos celebrativos: los textos, los ritos, los
gestos, las acciones visibles..., que forman parte en concreto de una celebración. No basta con que los
participantes los conozcan o los cumplan en su forma externa; deben de alguna manera tomar conciencia de
su contenido y de su valor simbólico-sacramental en relación con la presencia y la acción de Cristo (por
ejemplo, el rito humano de comer juntos no se identifica sic et simpliciter con la eucaristía; pero se hace
eucaristía cuando es comprendido y vivido en referencia a la cena del Señor, al significado que él mismo ha
querido atribuirle y del que la comunidad celebrante hace memoria, en un contexto de fe, bajo la presidencia
del sacerdote y observando los ritos de la iglesia).

Para llevar hasta esta conciencia, la formación litúrgica puede recurrir a varias modalidades de información,
instrucción, iluminación; pero no se agota en la transmisión de un puro conocimiento de las cosas. La acción
formativa es tal cuando el saber intelectual se hace motivación profunda que mueve a la acción-vida. En
nuestro caso, la formación litúrgica implica una dimensión de interiorización o de conversión al misterio
conocido y acogido en la fe.

Para realizar este objetivo es importante hacer cooperar también el momento sucesivo.

b) Formación a través de la liturgia y de la celebración litúrgica. "Aunque la sagrada liturgia sea principalmente
culto de la divina majestad, contiene también una gran instrucción para el pueblo fiel... No sólo cuando se lee
lo que fue escrito para nuestra enseñanza (Rom 15,4), sino también cuando la iglesia ora, canta o actúa, la fe de
los asistentes se alimenta y sus almas se elevan hacia Dios a fin de tributarle un culto racional y recibir su
gracia con mayor abundancia..." (SC 33).

En este texto se reconoce, en principio, la eficacia pedagógica y formativa que las acciones litúrgicas tienen en
sí mismas. Es necesario, sin embargo, precisar que tal eficacia se entiende según las modalidades y las
connotaciones propias de la celebración. Esta no se estructura únicamente sobre la base de textos verbales (la
palabra, en sentido amplio), sino también sobre un conjunto de elementos: gestos, ritos, lugares, tiempos,
acciones..., que pertenecen al lenguaje simbólico. Más aún, es necesario hacer ulteriores precisiones: los
mismos elementos verbales (palabra de Dios, cantos, oraciones, moniciones...) en el más amplio contexto
celebrativo no desempeñan únicamente ni —diríamos-- primariamente una función didáctica (información-
enseñanza), sino que asumen también un valor simbólico, evocativo del misterio, que actúa implicando global
y profundamente a toda la persona, la cual se siente comprometida con una acción que la afecta.

El lenguaje simbólico, de todas formas, no tiene por su naturaleza un sentido unívoco, sino polivalente; por
tanto, la palabra conserva una misión de clarificación y explicitación de los significados en referencia al
misterio de Cristo y a los datos interpretativos de la fe cristiana. De cualquier modo, conviene recordar que esa
palabra resuena y actúa en un contexto simbólico por naturaleza y que, confrontado con la palabra, es el
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lenguaje simbólico el que tiene la chance de ejercer un influjo más incisivo, aunque no siempre se le perciba a
nivel reflejo.

Es importante, pues, que todo lo que se enuncia y declara con palabras no contradiga el lenguaje de los signos
y de los símbolos. Por poner un ejemplo: un discurso de iglesia ministerial, de iglesia comunidad-comunión o
de iglesia sacramento de salvación para todos los hombres no será convincente si resuena en una asamblea
estructurada de manera rígidamente piramidal o dirigida con absolutismo clerical; o si en la asamblea misma
faltan actitudes de apertura, de acogida, de aceptación y de confianza hacia todos, y en cambio tienen lugar
selecciones y marginaciones... Lo que en estos casos prevalece no son las enunciaciones verbales, sino la
realidad expresada por el signo-asamblea.

Para no diluir la eficacia formativa que las acciones litúrgicas pueden tener en sí mismas, se necesita una
atención particular al crear el justo equilibrio, la recíproca conexión y coherencia entre los elementos verbales
y los elementos simbólicos que intervienen y cooperan en la celebración. Es un compromiso que afecta a
cuantos tienen la responsabilidad de programar y preparar, presidir y animar las celebraciones litúrgicas. Si,
por su parte, se respetan las condiciones para un correcto desarrollo de la celebración, ésta podrá
verdaderamente actuar en sentido formativo, favoreciendo una maduración de la fe, una percepción del
misterio cristiano y de sus valores más profundos tal, que —más allá del momento celebrativo— tienda a
convertirse en acontecimiento vital por el que toda la existencia quede marcada y afectada.

4. LA COMUNIDAD, LUGAR DE FORMACIÓN. El Vat. lI ha presentado la liturgia como "obra de Cristo sacerdote
y de su cuerpo, que es la iglesia" (SC 7). Esa visión, pese a su sobriedad, implica un profundo repensamiento
del hecho eclesial para poder encontrar reflejo en una adecuada visión de iglesia.

a) Una imagen "nueva" de iglesia. De hecho ha sido el mismo concilio el que ha sacado a la luz una imagen de
iglesia cuerpo de Cristo y pueblo de Dios que, en la unidad y multiplicidad de sus miembros, celebra la liturgia
como comunidad estructurada según los diversos ministerios y carismas. Es una imagen que se puede decir
nueva en sentido relativo (respecto a una visión de iglesia rígidamente jerárquica y clerical, que ha
predominado durante largo tiempo). En realidad, la perspectiva conciliar remite a los datos neo-
testamentarios, y más en particular a los escritos apostólicos. En ellos se aprecia una visión, una imagen de
iglesia (ekklesía) que es en concreto la comunidad de los creyentes, convocados en el nombre del Señor, en
torno a los apóstoles, para la reunión litúrgica. Las líneas características de una comunidad reunida así se
definen desde la comunión en la fe en Cristo, la esperanza del reino, el amor que procede del Espíritu Santo; y,
sustancialmente, se identifican con las de la iglesia. O, mejor, las asambleas reunidas para celebrar la liturgia
son el lugar donde la iglesia se manifiesta en su realidad visible y comunitaria.

b) Formación de la comunidad mediante el actuar litúrgico. El actuar litúrgico es verdad que no agota toda la
actividad de la iglesia, la cual se despliega en otros servicios para bien común; de todas formas, el actuar
litúrgico es de alguna manera primordial. Los nuevos miembros de la comunidad son introducidos en ella
mediante una reunión y una acción litúrgica, el bautismo: de aquí nace y se incrementa el pueblo de la nueva
alianza; aquí se funda el sacerdocio real de los fieles (cf 1 Pe 2,9), que los capacita para participar de la mesa
eucarística de Cristo resucitado. Así, la eucaristía pasa a ser el punto culminante de toda reunión eclesial de los
creyentes y el momento privilegiado de formación comunitaria, en el sentido de que la comunidad misma
toma forma en el acto de celebrar la eucaristía, y conciencia del propio ser y actuar; mientras tanto, en los
miembros particulares se clarifica y madura el sentido de pertenencia a tal comunidad y la conciencia de los
compromisos que de ello se derivan: "Ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y quicio en la
celebración de la santísima eucaristía, por lo que debe, consiguientemente, comenzarse toda educación en el
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espíritu de comunidad. Esta celebración, para ser sincera y plena, debe conducir tanto a las varias obras de
caridad y a la mutua ayuda como a la acción misional y a las varias formas de testimonio cristiano" (PO 6).%

Dirá san Agustín con su riqueza expresiva: "Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros. En consecuencia,
si vosotros sois el cuerpo y los miembros de Cristo, sobre la mesa del Señor está el misterio que sois vosotros
mismos y recibís el misterio que sois vosotros. A lo que sois respondéis con el 'Amén'... Se te dice: `El cuerpo
de Cristo', y respondes: `Amén'. Sé miembro del cuerpo de Cristo para que sea auténtico el `Amén' " (Sermón
272: PL 38,1246-1248). La correlación entre actuar litúrgico y comunidad eclesial, en la secuencia anuncio-
sacramento-vida, se ve con la máxima intensidad y eficacia formativa. La eucaristía aparece verdaderamente
como la forma que plasma la vida de la iglesia y de los creyentes particulares. Pero esta acción nunca es un
punto de llegada definitivo; es también siempre un nuevo punto de partida. La iglesia continúa celebrando la
eucaristía, nutriéndose con el cuerpo y la sangre de Cristo, porque la plenitud de su realidad y de su
manifestación visible todavía no está completamente formada; porque sus miembros todavía tienen siempre
necesidad de ser iniciados y formados en el misterio de lo que son, para sentirse iglesia, actuar como iglesia y
dar un testimonio de iglesia. En la celebración eucarística y en toda celebración o acción litúrgica, lo que se
dice, se hace o se recibe actúa y comunica la totalidad del misterio. Es éste el modo propio con que la liturgia
lleva al progresivo descubrimiento de Cristo, a una comprensión de su misterio, que es al mismo tiempo
participación de él como experiencia interior y significativa. De aquí se sigue la continuidad de la acción
formativa de la liturgia, dentro de la comunidad y a través de un proceso que parte de la iniciativa de Cristo
(que se da, y, dándose, actúa), alcanza personalmente el yo del creyente, transforma su existencia, la hace ser
lo que en la asamblea litúrgica se cumple y se celebra: acción de gracias al Padre, ofrecimiento de sí para que
el mundo viva.

Bajo el aspecto de la formación litúrgica, la comunidad celebrante se hace lugar de formación a nivel de
compromiso vital en el misterio. Esto no excluye —más aún, exige por parte de la comunidad, siempre
responsable de la formación de sus miembros— otros momentos y polos formativos; según los criterios de
una equilibrada / pastoral litúrgica, que no quiera acabar en un panliturgismo, sino responder a las instancias
más articuladas de una pedagogía de la fe y de sus destinatarios.

II. Indicaciones de método

1. LA LECCIÓN DE LA ANTIGÜEDAD. Los documentos de la iglesia antigua testifican que en aquella época el
método de la formación litúrgica era un hecho experiencial, global y progresivo.

a) Un ejemplo. Se podrían, a este respecto, multiplicar los ejemplos. Aquí nos bastará con recordar un
conocido texto del apologista san Justino (ca. 150 d.C.) cuando describe cómo se celebraba la eucaristía en su
tiempo: "El día que se llama del sol se celebra una reunión de todos los que moran en las ciudades y en los
campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, los recuerdos de los apóstoles o los escritos de los
profetas. Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra, hace una exhortación e invitación a que
imitemos estos bellos ejemplos. Seguidamente, nos levantamos todos a una y elevamos nuestras preces, y
terminadas éstas, como ya dijimos, se ofrece pan y vino y agua, y el presidente, según sus fuerzas, hace
igualmente subir a Dios sus preces y acciones de gracias, y todo el pueblo exclama diciendo `Amén'. Ahora
bien, la distribución y participación, que se hace a cada uno, de los alimentos consagrados por la acción de
gracias y su envío por medio de los diáconos a los ausentes..." (Apología I, 67). Mediante una descripción
simple y esencial se ponen de relieve la estructura de base de la celebración (liturgia de la palabra, liturgia
eucarística); el carácter de acción común, en la que todos toman parte, y la percepción inmediata e intuitiva
del significado de la acción litúrgica por parte de los participantes.
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b) Algunas consideraciones. Originalmente, las acciones, los símbolos y gestos de la liturgia eran para la
asamblea celebrante algo vivo y elocuente, porque, de alguna manera, estaban en relación con la experiencia
de vida. Al participar en una celebración litúrgica, los cristianos comprendían su significado simplemente
mirando, escuchando, actuando, en un determinado clima y ambiente (según lo que ha sido definido [->
supra 1, 1, b,] formación funcional). Cierto; también ellos necesitaban una enseñanza y una formación
intencional; no tanto, empero, acerca de las acciones sensibles cuanto en torno a la acción invisible de Dios,
que actúa en y mediante el acontecimiento celebrativo. Esta era la finalidad de las catequesis mistagógicas,
que tenían lugar generalmente en conexión con la celebración de los sacramentos de la -> iniciación cristiana.
Fuertemente insertas en el desarrollo litúrgico, pretendían dar a los fieles un conocimiento más pleno del
misterio celebrado y, al mismo tiempo, suscitar en ellos un compromiso consciente y sincero que los llevase a
asumir actitudes de vida correspondientes a su carácter de bautizados. Se derivaba de ello, de manera
absolutamente natural, una unión y una integración entre celebración y vida.

2. PROBLEMÁTICAS ACTUALES. El problema de la formación litúrgica, por tanto, ha existido siempre; no se


trata tanto —como podría parecer— de un hecho de reforma consecuencia del Vat. II cuanto de una dimensión
permanente de la formación integral del cristiano y del pueblo de Dios, de una necesidad de retomar
constantemente el itinerario formativo. La problemática actual, inherente al contexto tanto eclesial como
socio-cultural, es, de todas formas, particularmente vasta y compleja. No es posible, en este lugar, dar un
cuadro exhaustivo. Sin pretensiones de originalidad, se señalarán simplemente algunos aspectos y factores
que parecen tener una incidencia más directa en el ámbito de la formación litúrgica.

a) Disociación entre vida y culto. Si hoy el problema ofrece aspectos de mayor dificultad y urgencia, esto se
debe, al menos en parte, a ciertas connotaciones particulares del actual contexto histórico-cultural. A causa de
la fragmentación de la realidad en los diversos ámbitos y sectores de la especialización le resulta en general
difícil al hombre moderno occidental redescubrir su unidad profunda y situar su existencia en el mundo. La
mentalidad del hombre técnico, marcada por el eficientismo y el productivismo, tiene dificultades para
comprender los valores propios del universo simbólico. Y las consecuencias de tal situación se reflejan también
en el ámbito litúrgico. Hoy, además, no se vive ya en un régimen de cristiandad, sino de -> secularización y de
pluralismo; deeste hecho (en conexión con el eficientismo técnico al que acabamos de aludir) se deriva la
consecuencia de que el hombre ha perdido la conciencia de ser un salvadopor-Dios, mientras que la liturgia es,
por su propia naturaleza, un momento actualizador de la historia de la salvación. Así se explica la disociación
producida entre culto y vida.

b) Dualismo entre religiosidad popular y liturgia. Todavía está en marcha un proceso (cuyos orígenes se
encuentran históricamente bastante atrás en los siglos) que ha determinado una escisión —si no una
contraposición— entre -> religiosidad popular y acciones litúrgicas. Estas, presentadas de manera demasiado
objetiva, acabaron por no ser ya comprendidas por el pueblo, el cual, poco a poco, se adecuó a ellas
solamente por precepto; y hoy, podríamos añadir, en muchísimos casos por conveniencia o hábito social,
cuando no por impulsos confusamente emotivos. Esto determinó el nacimiento de otras formas y modalidades
expresivas del sentido religioso, que el pueblo siente sobre todo como suyas, pero que no siempre están
exentas de límites y deformaciones (cf Evangelii nuntiandi 48). No obstante algunas indicaciones del concilio y
la reciente multiplicación de estudios e investigaciones sobre el argumento, el problema permanece abierto y
no parece fácil encontrar soluciones satisfactorias a nivel pastoral, de cara a la formación del pueblo cristiano
en su conjunto, y más particularmente de cara a su formación litúrgica (cf SC 13-14).

3. ALGUNAS LÍNEAS OPERATIVAS. Aquí se vuelven a considerar, bajo el punto de vista metodológico, algunos
aspectos ya tratados en el cuadro de los principios generales [-> supra, I]. Se trata de propuestas hechas con
pura intención indicativa y de carácter todavía general. Para traducirlas en hechos será siempre necesario
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ponerlas en relación y adaptarlas al contexto concreto en que se trabaja. Además, no se podrá considerarlas
como leyes que actúen de manera casi automática e infalible: cualquier acción dirigida al hombre deja siempre
un espacio de libertad a su respuesta; y por otra parte, en el contexto de lo vital humano entran
frecuentemente en juego factores imponderables e imprevisibles que pueden condicionar los efectos y los
resultados que nos habíamos propuesto obtener.

a) Reconstruir un tejido eclesial. Si la liturgia es obra de la iglesia, para dar concreción a esta afirmación de
principio es necesario que le corresponda una experiencia vivida y que existan las condiciones para hacer tal
experiencia no sólo posible, sino convincente y creíble. De todas formas, en la actual estructuración social que
se configura como civilización de masas, la iglesia se encuentra viviendo históricamente situaciones que
parecen contradictorias: por una parte, se constata una situación de diáspora (con el consiguiente sentido de
aislamiento y de marginación para los cristianos); por otra, se asiste en determinadas ocasiones a fenómenos
de iglesia de masas (que fácilmente inducen al anonimato, a la despersonalización y, por tanto, al no
compromiso). Así pues, se impone la necesidad de recrear un tejido cclesial vivo y activo; de manera que el
"pueblo de la nueva alianza", la "comunidad de los creyentes " se haga una realidad bien visible, punto de
referencia concreto y vital respecto al ambiente circunstante, elemento de reclamo para cuantos están todavía
en situación de búsqueda o van redescubriendo su vocación de bautizados y su identidad cristiana. Teniendo
en cuenta lo que ya está sucediendo en la vida de la iglesia y en particulares áreas de ella, parece que hoy se
puede hacer una verdadera experiencia de iglesia a partir no tanto de una propuesta de iglesia universal —
real, pero difícilmente perceptible—, sino desde la inserción en comunidades más restringidas y concretas.
Puede ser diversa la fisonomía de estas pequeñas unidades, sus motivaciones de origen y de agregación
(grupos propiamente litúrgicos, grupos de pastoral familiar, asociaciones caritativas, grupos bíblicos, grupos
de enfermos con sus familiares y amigos...). De todas formas, si son verdaderos grupos de iglesia, nacerá
espontáneamente el deseo y la necesidad de hacer espacio, en su vida, a un momento litúrgico. Podrá
configurarse alternativamente como momento de reflexión y de estudio, o como momento celebrativo. En su
ámbito se darán, de todas formas, ocasiones diversas para hacer experiencia de la naturaleza comunitaria de la
liturgia, de compromiso en la participación activa, de integración entre liturgia y vida. La liturgia comprendida
y vivida dentro del grupo como experiencia de iglesia (estar juntos, acogerse y reconocerse recíprocamente
como personas y como hermanos en la fe, actuar juntos a nivel humano, a nivel celebrativo y sacramental...)
contribuirá a hacer crecer y madurar la conciencia y la consistencia eclesial del grupo mismo; y al par le
ayudará a sentirse parte y signo del cuerpo total de Cristo, en el momento en que se celebra y se actualiza el
misterio. El grupo tendrá así una función de relais, de elemento de apertura a una iglesia local más amplia
(parroquia, diócesis...) y a la iglesia universal. Además, si son fieles a su función y vocación, esos grupos
pueden favorecer el crecimiento de la iglesia en comunidades cada vez más amplias, sea con una acción
directa de animación de la liturgia, sea con una participación viva y significativa en las celebraciones de
asambleas más vastas y heterogéneas [-> Grupos particulares].

b) Dar espacio a una catequesis litúrgica. Para que las acciones litúrgicas puedan desarrollar efectivamente su
eficacia y valores formativos inherentes, es necesario dar espacio a momentos distintos y específicos de ->
catequesis litúrgica que lleven a una profundización sistemática del hecho litúrgico en sus diversos aspectos y
elementos; en algunos casos podría suceder también que la situación concreta de determinados grupos o
comunidades exija dar espacio e importancia mayor a la catequesis sistemática respecto a la celebración.
Dependerá de la sensibilidad pastoral de los responsables el hallar la justa línea de equilibrio. En todo caso,
una formación catequético-sistemática debería contemplar —al parecer—por lo menos dos tipos de temas:
uno de contenido antropológico, orientado a introducir en el conocimiento y comprensión del lenguaje y del
mundo simbólico, a la toma de conciencia de una dimensión fundamentalmente simbólica de la existencia
humana; de cara a una educación en el actuar simbólico-ritual, mediante la valoración de actitudes y
experiencias humanas fundamentales que remiten a algo diverso, a un más allá que trasciende el puro dato
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contingente; otro de contenido teológico, orientado a hacer comprender globalmente el sentido de la historia
de la salvación y del misterio de Cristo, del que se hace anamnesis en la liturgia. Surge entonces, como hilo
importante deltema, una dimensión bíblica con doble finalidad: dar las nociones indispensables para una
correcta comprensión de la Sagrada Escritura; pero sobre todo hacer que se perciba la palabra de Dios como
una iniciación a la historia de la salvación, como elemento simbólico que nos remite a una realidad que no
pertenece sólo al pasado, sino 'que, representada en la liturgia, está en camino de continuo devenir y realizarse
en el hoy del hombre. Otro objetivo importante del tema catequético será el de hacer comprender y tomar
conciencia a los cristianos de su propia vocación a la liturgia, en conexión con la llamada a la fe y al ejercicio
del sacerdocio bautismal: todo bautizado está consagrado para rendir culto y participar en la acción de Cristo
en la liturgia; cada uno participa en ella según su modo propio (hay funciones y tareas diversas: ministerialidad
de la iglesia), pero la participación es una sola. Aparte de la especificación de los criterios . de opción de
contenidos (aquí apenas insinuados en algunos temas de base), una catequesis orientada a la formación
litúrgica deberá recurrir constantemente a elementos litúrgicos (textos, ritos, signos, acciones) y estar como
entretejida de ellos; hasta el punto de hacer captar sus significados y valores no de manera desligada y
fragmentaria, sino en el cuadro de un todo orgánico y coherente, cual se presenta precisamente la liturgia
como celebración del único misterio de Cristo.

c) Crear interacción en el momento experiencial-celebrativo. La transmisión a nivel cognoscitivo de contenidos


doctrinales oportunamente escogidos, coordinados y propuestos es ciertamente importante para la formación
litúrgica, especialmente de cara a la concienciación. Sin embargo, si se pretende llevar las comunidades, los
grupos y cada uno de sus miembros particulares a una participación verdadera y activa de la celebración
litúrgica, el momento experiencial se hace inseparable del teórico-sistemático. Más que la teoría es, en efecto,
la acción litúrgica la que hace entrar en la lógica de la celebración, y ayuda a asimilar de manera cada vez más
personal y profunda todo lo que se ha recibido a nivel de catequesis litúrgica. Quien tiene la tarea de
programar y realizar un iter formativo deberá, por tanto, prever una secuencia articulada y coordinada de
celebraciones para integrarlas e intercalarlas oportunamente en el tema catequético. Estas celebraciones —
que se podrían llamar de iniciación o no-sacramentales tienen la finalidad de ayudar a los participantes a
interiorizar aspectos y elementos particulares del hecho litúrgico, así como de suscitar las actitudes litúrgicas
fundamentales.

Sin querer agotar o limitar el ámbito de opciones posibles, pueden ser útiles algunas indicaciones a título de
ejemplos:

Experiencia comunitaria (celebraciones que expresen el significado del estar-juntos, acogerse y reconocerse
recíprocamente, estar implicados comunitariamente en el actuar ante Dios...); experiencia simbólica (acciones
comunitarias donde se subraya un particular elemento simbólico o un actuar mediante símbolos con una
carga de determinados significados...); expresión gestual y corpórea (secuencias mímicas, dramatizaciones que
ayuden a comprender e interiorizar el significado profundo de los gestos, actitudes y movimientos corpóreos
habituales en las acciones litúrgicas...); actitudes de silencio-escucha-respuesta (celebraciones de la palabra con
oportunos ejercicios y pausas de silencio que ayuden a percibir la relación dinámica entre palabra, silencio y
oración...); actitudes de oración: alabanza, acción de gracias, ofrenda, petición, perdón... (celebraciones de
oración centradas cada vez en una de las actitudes fundamentales; celebraciones penitenciales...).

Estos y otros tipos de celebración pueden servirle a una función formativa como puntos de partida o fases de
paso para enriquecer a los particulares y a la comunidad con una mayor conciencia y capacidad participativa
con ocasión de las verdaderas y propias celebraciones sacramentales (bautismos, confirmaciones,
matrimonios, ordenaciones...), en las que el aspecto participativo exigirá siempre estar adecuadamente
preparado, y que hallarán su culminación en la celebración eucarística. En cuanto celebraciones no
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sacramentales, pueden ser también formas de experiencia litúrgica más adecuada a grupos o comunidades
que se encuentran a niveles de fe preferentemente catecumenales, y exigen por tanto una maduración y un
crecimiento antes de ser habilitados para participar en los sacramentos de la fe.

Para una mayor implicación de aquellos a quienes se dirige la acción formativa puede ser oportuno que su
participación en la liturgia no se limite al momento de su puesta en obra, sino que empiece ya en la fase de la
programación y preparación. Tal experiencia será una ayuda para comprender mejor los elementos según los
cuales se estructura una celebración y el tipo de lógica interna que los une armónica y significativamente; de
aquí se derivará una comprensión más plena, más profundamente cristiana, de la realidad que la celebración
está llamada a expresar.

d) Formación progresiva y cíclica. La existencia humana es un continuo devenir bajo el impulso de un


dinamismo que la recorre por entero, con sus ritmos vitales, con pasos sucesivos a través de estadios diversos
de madurez; por lo cual también el continuo reproponerse de determinadas experiencias de fondo es vivido
cada vez a niveles diversos de comprensión y en contextos referenciales diversos. Otro tanto se puede decir de
la vida de fe y de la experiencia litúrgica, no separadas, sino integradas en el conjunto de la vida humana. Esto
justifica el criterio pedagógico de la progresividad, que tampoco la formación litúrgica puede omitir.

Por lo que se refiere a los DESTINATARIOS, llamamos la atención sobre algunos aspectos de una formación
progresiva: el punto de partida, o sea, lo que ya conocen y están en condiciones de comprender y vivir aquellos
que comienzan un iter de iniciación o formación litúrgica; las leyes que regulan el crecimiento humano del
individuo y del grupo, los ritmos de crecimiento que hay que respetar, con la ductilidad y capacidad de
adaptación que exige cada caso concreto; los diversos niveles de fe y de madurez espiritual de los individuos y
de las comunidades, sin olvidar que cada uno vive la propia vida en Cristo según una progresiva adhesión y
conformación a su persona y mensaje, guiado por la acción del Espíritu Santo (esfera personal; cf Rom 8,12-15;
Gál 5,22-25); y que, por otra parte, el mismo Espíritu anima y hace crecer las comunidades gracias a una
distribución de dones, funciones y servicios diversos en beneficio común (esfera comunitaria; cf Rom 12,4-13; 1
Cor 12,4-11.27-28; Ef 4,11-12).

A este dinamismo de crecimiento en la fe y en la vida cristiana corresponde, EN LA LITURGIA, la repetición del


misterio en el -> tiempo. El retorno cíclico de los mismos temas y de las mismas llamadas a actitudes
espirituales y a compromisos concretos de vida, en conexión con los grandes tiempos del año litúrgico o con
momentos celebrativos de significado más intenso, posee verdaderamente el carácter de una repetida y
progresiva pedagogía de la fe, repropuesta cada año por la iglesia a los cristianos: celebrando el misterio que
retorna, y que sin embargo se presenta bajo una luz siempre nueva y diversa, y poniéndose a la escucha
atenta de la palabra de Dios que revela paulatinamente riquezas y profundidades insospechadas, la
comunidad cristiana se acrecienta, se une más firmemente al Señor presente y operante en la celebración, se
refuerzan los vínculos de la comunión y de la concordia; al mismo tiempo, cada creyente particular enriquece
su propia experiencia de vida y de fe al hacer propio el misterio que se repropone. No es extraño a esta
apropiación el proceder del tiempo y el natural proceso de maduración humana, que introduce también en
una capacidad cada vez mayor de comprensión cristiana de la realidad. Así la repetición litúrgica se adapta a
los ritmos de la vida humana y no es nunca una vuelta al punto de partida; sino que, como una espiral, alcanza
la experiencia del hombre que progresa en el tiempo y se presenta como una realidad que nunca se acaba de
alcanzar hasta el fondo ni de actuar completamente; . mientras, en correspondencia, la respuesta del hombre
en su vida cristiana se construye y se perfecciona a través de la vida de cada día.

e) Formación permanente. Vista desde la perspectiva de la progresividad, la formación litúrgica puede


extenderse a toda la vida del cristiano: ninguna edad humana es capaz de agotar las riquezas insondables del
10
misterio de Cristo. Por otra parte, es verdad que es un compromiso permanente de la comunidad y de cada
bautizado continuar en el propio camino de crecimiento hasta alcanzar la plenitud de la estatura de Cristo (cf
Ef 4,12a-13.15-16). En este sentido, la liturgia puede ser lugar y ocasión privilegiada de formación permanente;
sobre todo para los grupos y comunidades que participan con una cierta regularidad y continuidad en las
asambleas litúrgicas cuando se reúnen en ocasiones diversas, y particularmente para la celebración eucarística.
Puestos algunos elementos de base como preliminares tendentes a iluminar el sentido de la liturgia en general
y a iniciar en la realización litúrgica [I supra, a, b, c], se podrá dar a la formación litúrgica un carácter de
formación permanente procediendo por itinerarios diversos y complementarios, que son individuables dentro
de la liturgia misma. Señalamos algunos.

En primer lugar, el año litúrgico, con su sucesión de tiempos fuertes y tiempos ordinarios, de misterios del
Señor y memorias de los santos, con la celebración de acontecimientos significativos para la vida de la
comunidad. Aquí encontramos un cuadro completo que permite acercarse, profundizar y vivir el misterio de
Cristo en sus diversos significados: ver cómo la obra de la salvación se ha efectuado en Cristo a través de los
diversos momentos y aspectos de su misterio, todos orientados y culminando en el acontecimiento pascual;
ver cómo, bebiendo en las fuentes del Salvador, los santos han participado de esta misma obra reproduciendo
cada uno en sí mismo y en su propia vida algún aspecto del misterio totalde Cristo; tomar conciencia de que la
salvación se celebra continuamente y se actúa en las asambleas litúrgicas: iglesia en acto como comunión de
los santos y comunidad de los creyentes, reunida en torno de Cristo, autor de la salvación, para anunciarla y
llevarla a todos los hombres (cf SC 102).

Un segundo cuadro de referencia puede ser el de los sacramentos de la vida cristiana vistos no como
momentos aislados e independientes unos de otros, sino como acontecimientos de salvación periódicamente
repetidos que se encarnan —por así decir— en la vida del hombre y, desde su nacimiento hasta la muerte, lo
introducen progresivamente y de manera cada vez más plena en el misterio de la vida en Dios y en Cristo (cf
SC 59).

Es también importante el ciclo de las misas dominicales y feriales: articulado actualmente en tres años para las
misas dominicales y en dos para las feriales, se presenta un cuadro de formación permanente particularmente
rico, de cuyo conjunto se pueden destacar algunos elementos: el significado del domingo en general, visto
como celebración del misterio pascual, que se desarrolla sin interrupción de domingo en domingo (cf SC 106);
el progresivo crecimiento y asimilación de un determinado libro bíblico, favorecido por la lectura continua o
semicontinua, adoptada por el leccionario festivo y ferial; la función misma de la palabra, mediante la cual el
Señor convoca y reúne a sus fieles y suscita en ellos las disposiciones necesarias para ofrecer con él el sacrificio
espiritual de sus vidas (cf SC 24; DV 15; 21; 25); los formularios de las oraciones, que van desde la serie de los
prefacios a la de las plegarias eucarísticas y de las preces presidenciales (teniendo presentes no sólo las de las
misas dominicales, sino también las de las misas votivas, las misas por diversas necesidades de la iglesia, de la
sociedad civil, etc.). Una atenta sensibilidad pedagógica y pastoral sugerirá los criterios para alternar
convenientemente los textos, de manera que los temas de las oraciones sean variados y se adapten a
situaciones y necesidades concretas. La oración litúrgica conservará así una nota de frescura y de novedad, y se
percibirá como más cercana a la realidad eclesial y humana que viven los fieles a lo largo del año.

Donde haya surgido la iniciativa de que una comunidad celebre unida por lo menos una parte de la liturgia de
las Horas —por ejemplo, la oración de laudes o de vísperas—, ésta puede llegar a ser también buena escuela
de formación permanente; en tal caso, uno de los elementos a los que hay que dar la preferencia y que puede
ocupar un cursus formativo completo será el estudio y la oración de los salmos.
11
La liturgia considerada como escuela de formación permanente para las comunidades cristianas necesita
además otros elementos complementarios y concomitantes que contribuyan a crear modalidades y
condiciones favorables, adecuadas a la finalidad propuesta. Desde la elección de horarios (que tenga en cuenta
las actuales y más comunes costumbres de vida de la gente) hasta la preparación de un espacio-ambiente
(que favorezca el intercambio, el contacto, el reconocerse como hermanos y hermanas que recorren juntos el
mismo camino). Durante las celebraciones, un uso oportuno del canto (que caracterice las diferentes etapas
del iter de formación permanente); fuera de las celebraciones, ocasiones de estudio y reflexión común (como
fases precedentes o subsiguientes de la celebración, para profundizar y clarificar los elementos que ha ido
proponiendo poco a poco el camino formativo).

III. Formación como síntesis para la vida

Ya se ha dicho [-> supra, I, 2] que la acción formativa en general, y la litúrgica en particular, debe tener un
carácter unitario de cara a promover un crecimiento en la fe y en la vida cristiana armónico y unitario.

1. UN MODELO. A este respecto nos puede ofrecer un modelo eficaz el Ritual de la Iniciación Cristiana de los
Adultos (= RICA). Por su riqueza de contenidos teológicos, de indicaciones pastorales y de acciones litúrgicas y
por su estructura de conjunto, este libro litúrgico tiene una importancia que va más allá de la pura utilización
celebrativa, y puede verse como la propuesta de un itinerario de formación cristiana fuertemente unitario y
estimulante para la vida de las comunidades y de las personas particulares. Sin entrar en el análisis
pormenorizado del documento [l Iniciación cristiana], interesa aquí señalar algunos aspectos de su estructura
intrínsecamente unitaria y formativa.

2. Los PRINCIPIOS DE SÍNTESIS. El carácter unitario y sintético no corresponde, en este caso, al de un tratado
lógico, que procede por concatenaciones rigurosas y progresivas de conceptos, y que parte de determinadas
premisas y llega a determinadas conclusiones mediante argumentación. En el RICA no se propone nada que
haya que aprender, sino una realidad que se debe vivir según un itinerario que procede por grados, por
iluminaciones progresivas de aspectos complemetarios de la realidad misma, vistos en su integración recíproca
y unitaria. Dentro de un itinerario así concebido, un mismo tema o aspecto de él, retomado a una cierta
distancia de tiempo mediante las etapas sucesivas, puede profundizarse cada vez bajo aspectos nuevos y
enriquecidos con nuevos elementos. Según esta lógica, se pueden especificar algunos criterios de síntesis.

La primera síntesis la ofrece el itinerario tomado en su conjunto: está guiado por un dinamismo que va desde la
iniciación a la mistagogia, proponiendo los principales aspectos de los datos de la fe, de la vida moral y
sacramental del cristiano (o de quien se prepara a serlo) en su unidad al mismo tiempo cristocéntrica,
antropocéntrica y eclesial.

En segundo lugar, se debe considerar la estrecha y orgánica conexión entre las principales componentes de
fondo del itinerario formativo (siempre presentes simultáneamente, aunque en medida y con modalidades
diversas según el diverso carácter de las etapas y de los momentos formativos): una exigencia de relaciones
verdaderas y concretas con la comunidad, donde la comunidad misma está llamada a responder para que —
siendo el lugar natural de formación de sus miembros— asuma conscientemente esa responsabilidad en un
clima de acogida y comunicación fraterna, abriéndose también a itinerarios de fe diferenciados, atentos a la
situación espiritual y humana de aquellos que quieren descubrir o redescubrir el misterio de Cristo (RICA,
Observaciones generales, n. 2; Observaciones previas, nn. 1; 4; 5; 41); la presencia constante de un tema
catequético de inspiración preferentemente bíblica, que se desarrolla según la lógica del itinerario de
iniciación-formación, para conducira la toma de conciencia progresiva y personal de la propia fe, y a un íntimo
conocimiento de la historia de la salvación (ib, Observaciones previas, n. 19,3). Puede ser aquí oportuno
12
mencionar la correspondencia entre estos componentes y los que más arriba se han indicado como los
momentos indispensables para una formación litúrgica lo más válida e integral posible [-> supra, II, 3].

La función unificante de algunos centros en torno a los que se polariza y se construye, por maduraciones
progresivas, la experiencia de los que se preparan para ser cristianos o para serlo más conscientemente: la
continua referencia a Cristo y a su pascua, como elemento que define y da sentido a la experiencia de una vida
de fe; el sentido de pertenencia a la iglesia de manera cada vez más responsable, que es como el punto de
llegada hacia el que se siente llamado el catecúmeno en cada momento, en cada etapa de su camino (RICA,
Observaciones previas, nn. 19,4; 39); la atención constante a la palabra de Dios como criterio de iluminación, de
lectura, de profundización de la experiencia del misterio de Cristo y de la iglesia, que están viviendo los que se
hallan en camino (ib, c. VI, Textos diversos para la celebración de la iniciación cristiana de los adultos); la
experiencia litúrgica como gozne de la catequesis permanente y momento fundamental de la experiencia de
fe, sea de la comunidad cristiana, sea de aquellos a los que ella acompaña en el camino de crecimiento y
maduración en la misma fe; la atención al hombre concreto (el adulto) considerado en su unidad y originalidad
personal, con sus límites, sus problemas, sus experiencias humanas, aun cuando camina con otros en la
comunidad (cf Observaciones previas nn. 20; 50,1; 67).

Con esta presentación rápida y esquemática no se pretende identificar la propuesta del RICA con la formación
litúrgica simplemente o como el único modelo válido y posible. De todas formas, por la riqueza de elementos
que contiene, ofrece amplias posibilidades de cambiar, adaptar o sustituir determinados textos y gestos donde
sea oportuno; esto se encuentra un poco por todas partes en el documento (cf, por ejemplo, los nn. 20; 64-67).
En realidad, este ritual, orientado a guiar las opciones precisas de la iniciación, puede inspirar otros caminos de
fe en la experiencia cristiana, que la iglesia de hoy debe hacer brotar de su propio interior. Se podría precisar
que en el RICA tenemos la formulación litúrgica de un itinerario de formación en la fe y en la vida cristiana. El
hecho no carece de interés para un tema de formación litúrgica. Tanto más si se tiene en cuenta que el
itinerario mismo no se concluye con un punto final, sino que desemboca en una toma de conciencia según la
cual, acogidos los neófitos en la asamblea eucarística, "la comunidad juntamente con ellos progresa, ya con la
meditación del evangelio, ya con la participación de la eucaristía, ya con el ejercicio de la caridad, en
percepción más profunda del misterio pascual y en la manifestación cada vez más perfecta del mismo en su
vida" (RICA 37). Nos encontramos frente a una comunidad que progresa junta; que, ayudando a crecer a los
neófitos, crece ella misma con ellos. El itinerario catecumenal se hace así una síntesis para la vida. Una síntesis
que debe ser continuamente reconquistada mediante un dinamismo que pone a la misma comunidad y —
dentro de ella— a cada persona particular en estado de formación permanente, en el constante y siempre
renovado descubrimiento del misterio. He aquí que ahora la formación litúrgica se sitúa como una
componente constitutiva de ese camino: junto con él debe ser constantemente retomada, adaptada, renovada
según la realidad de la vida comunitaria, para que en ella se celebre, se exprese y se viva progresivamente,
cada vez con mayor plenitud, el misterio de Cristo y de la iglesia.

IV. Corolario: indicios de formación litúrgica por etapas diferenciadas de edad

En la declaración conciliar sobre la educación cristiana se presenta la liturgia como el elemento central y
polarizador de toda la obra educativa (cf GE 2), mientras que en la constitución sobre la liturgia se recomienda
a los pastores de las comunidades cristianas que "fomenten con diligencia y paciencia la educación litúrgica y
la participación activa de los fieles, interna y externa, conforme a su edad, condición, género de vida y grado de
cultura religiosa" (SC 19). Se hallan aquí las premisas para una reflexión sobre la formación litúrgica en las
diversas fases de la edad evolutiva; y de hecho las comunidades reales y concretas comprenden personas de
toda edad. Mientras que los comentarios precedentes se referían a las comunidades cristianas en general y a
13
sus miembros adultos, en la perspectiva recientemente aludida todo el tema —pese a ser válido en sus datos
esenciales— deberá ser repensado por los educadores en función de las diferentes edades, teniendo presentes
los datos que pueden ofrecer las diversas ciencias humanas, particularmente la psicología de la edad evolutiva
y la metodología catequética (con un interés particular por la dimensión litúrgica).

Aquí nos limitaremos a señalar las diferentes etapas a las que se debe dirigir la atención de los educadores
(recordando que las subdivisiones cronológicas no tienen nunca un valor absoluto, sino que pueden variar y
difuminarse según los sujetos, sus ambientes sociales, culturales, geográficos...). Para cada etapa se darán
breves indicaciones orientativas, mientras que para un desarrollo más amplio de los diferentes aspectos
inherentes al argumento nos remitimos a la bibliografía.

1. FORMACIÓN LITÚRGICA EN LA PRIMERA INFANCIA (CERO-SEIS AÑOS). En esta primera fase de la vida, la
formación del niño tiene lugar sobre todo por influjo del ambiente, en particular de la familia y de los padres.
Esto vale también para la primera iniciación litúrgica, que tendrá obviamente un carácter ocasional y
espontáneo, unido a situaciones de vida (familiar) en las que el niño puede participar y estar interesado a nivel
emotivo. Más que la enseñanza verbal, es importante el clima religioso del ambiente familiar; las actitudes y
los sentimientos religiosos que los padres viven y expresan en presencia de los hijos, implicándoles en la
medida en que son capaces. En la fase más avanzada de esta edad (cinco-seis años) se puede favorecer
ocasionalmente una primera experiencia litúrgica del niño valorando algunos momentos del año litúrgico,
algunos signos y gestos, la participación en las asambleas litúrgicas (especialmente las dominicales y festivas)
junto a los padres u otros miembros de la familia (hermanos-hermanas mayores, tíos, etc.) que guíen la
atención de los más pequeños, intentando fijarla en momentos y aspectos determinados de la celebración.

2. FORMACIÓN LITÚRGICA EN LA NIÑEZ (SEIS-ONCE/DOCE AÑOS). Globalmente, el crecimiento de los niños


se caracteriza por el papel de la afectividad, de la apertura a una comunidad más vasta que la familiar
(mediante la experiencia de la escuela, del grupo catequético, de otros grupos de finalidad formativo-
recreativa). En ese contexto se perfila el papel de la autoridad, vista como fuente de experiencia, de
conocimiento, de modificación del propio comportamiento, de ayuda para la formación de una conciencia
personal y responsable. El carácter ocasional de la formación litúrgica (en conexión con momentos e intereses
particulares de la vida del niño, con las fiestas del año litúrgico, con la participación en las celebraciones
dominicales...) conserva todavía su valor. De todas formas, adquiere mayor importancia una formación
sistemática, con vistas a la experiencia sacramental, a la que está llamado el muchacho en esta fase de su
evolución religiosa. En el ámbito de la formación catequética prevista para esta edad, asume por tanto un
relieve particular la dimensión litúrgica. Inicialmente será oportuno llevar al niño a una toma de conciencia del
propio bautismo como realidad que le concierne personalmente, con las exigencias que se derivan del mismo
para su vida y vocación cristiana. Pero el elemento característico y central será la iniciación sacramental
orientada a una plena participación de la eucaristía, con la misa de primera comunión; a una participación en
el sacramento de la reconciliación, en relación con la progresiva maduración moral de cada niño; a una
asunción más responsable del papel propio y de compromisos precisos en la comunidad cristiana, con el
sacramento de la confirmación (sin embargo, hay actualmente razones pedagógico-pastorales que aconsejan
retrasar cronológicamente este sacramento).

Es importante que esta iniciación sacramental se desarrolle en la perspectiva unitaria de la historia de la


salvación, valorando la pedagogía de los signos litúrgicos. Además, el grupo catequético mismo —si funciona
correctamente— puede ser el lugar adecuado para promover tiempos y ocasiones de una experiencia más
específica y una participación litúrgica.
14
Pensemos en una serie programada de breves celebraciones de iniciación o de encuentros formativos
diversamente configurados: sea para introducir a la experiencia-conocimiento de signos, gestos, oraciones,
acciones litúrgicas; sea para suscitar en el niño sentimientos y actitudes religiosas que tienen su expresión más
plena en las celebraciones sacramentales, y particularmente en la eucaristía (sentido de la fiesta, alegría de
encontrarse juntos, sentido de la escucha, del silencio, de la alabanza, de la ofrenda, de la acción de gracias;
sentido del banquete fraterno, de la presencia del Señor entre los suyos...). Pensemos además en las
indicaciones y posibilidades formativas que ofrecen los libros litúrgicos, preparados para favorecer una mejor
iniciación litúrgica de los niños a la misa y una participación activa en la celebración eucarística, adecuada a su
edad [-> Niños]. Tampoco se puede olvidar el c. V del RICA sobre el Ritual de la iniciación de los niños en la
edad catequética, importante tanto por las observaciones previas (nn. 306-313) cuanto por las propuestas
rituales-celebrativas ofrecidas como pista del itinerario de iniciación (nn. 314-369). Naturalmente, todos los
instrumentos de que disponemos para una válida y eficaz utilización necesitan personas preparadas
convenientemente y dotadas de viva sensibilidad pedagógica y litúrgica.

3. FORMACIÓN LITÚRGICA EN LA PREADOLESCENCIA (ONCE/DOCE-CATORCE/QUINCE AÑOS). Esta fase de la


edad evolutiva, en relación a las otras, ha sido quizá menos explorada y estudiada; hay, por tanto, una cierta
escasez y parcialidad de datos y elementos también bajo el aspecto pedagógico-formativo. La preadolescencia
se configura ciertamente como una edad difícil, en cuanto que marca el paso que va del mundo de la infancia
al de la adolescencia y al comienzo de la edad adulta. El preadolescente está buscando su propia identidad y
autonomía; por eso muestra una actitud de ruptura con todo lo que constituía su mundo anterior (situación
vivida a un nivel más o menos profundo y de manera más o menos refleja). En el muchacho/a, que ya no es
niño/a y todavía no es hombre-mujer, existe la aspiración de tomar en sus manos las riendas de la propia vida
para construirse según un propio proyecto; hay la tendencia a replegarse sobre sí mismo para conocerse y
comprenderse; y se da el deseo de apertura al otro para un intercambio y una relación de amistad, para la
búsqueda de modelos según los cuales concretar el propio proyecto de vida.

En esta situación vivida por el preadolescente se pueden encontrar algunos puntos importantes de aplicación
para la formación litúrgica: a través de los misterios del año litúrgico (con atención particular al leccionario)
hacer descubrir el rostro de Cristo como el rostro del amigo, como el modelo del hombre verdadero, del
hombre nuevo, en quien encuentra una respuesta positiva la tensión del muchacho hacia la renovación de sí
mismo en el esfuerzo de crecer hacia la edad sucesiva; proponer algunos de los santos más significativos de
los que hace memoria la liturgia como modelos en los que inspirarse en la búsqueda y en la construcción del
propio ser hombre y cristiano; valorar la participación en celebraciones litúrgicas o paralitúrgicas como ocasión
y momento de amistad, que debe madurar en actitudes y disposiciones de fraternidad cristiana, de comunión
en la fe y en el compromiso concreto; éste puede ser un momento adecuado para el sacramento de la
confirmación; y será necesario prepararlo, acompañarlo y continuarlo con una catequesis atenta a la necesidad
que tiene el muchacho de clarificarse a sí mismo el sentido de la propia identidad cristiana, de ser confirmado
en ella y de ser orientado hacia precisos compromisos operativos al servicio de la comunidad; en ellos verá
definirse la propia fisonomía y responsabilidad personal, entre otras cosas como sentido de pertenencia a una
comunidad concreta.

Globalmente, la concreción del hacer, del comprometerse, debe marcar particularmente la acción formativa del
preadolescente.

4. FORMACIÓN LITÚRGICA EN LA ADOLESCENCIA-JUVENTUD (CATORCE. QUINCE-DIECIOCHO/VEINTE AÑOS).


En la actual situación socio-cultural, las dos fases de la edad evolutiva, adolescencia y juventud, poseen límites
mutuos muy difuminados. Se podría hablar de ado lescencia menor y de adolescencia mayor; pero ha
15
prevalecido la costumbre de usar el término jóvenes como inclusivo también de adolescentes, aun teniendo en
cuenta la progresión dentro de la edad que va de los catorce/quince a los dieciocho/veinte años.

La formación litúrgica de esta edad no puede olvidar que hoy el mundo juvenil constituye una cultura en sí
mismo; y también frente a él se debe realizar esa -> adaptación a las diversas culturas que ya la constitución
conciliar sobre la liturgia consideraba normal para otras situaciones (cf SC 37-40) [-> Jóvenes].

Los fermentos juveniles que han caracterizado estos últimos decenios han sido el signo de un deseo, por parte
de los jóvenes, de mayor justicia, fraternidad, paz, en una perspectiva que podríamos definir universalista;
deseo más o menos consciente, no falto de contradicciones, pero ciertamente intenso. El mundo juvenil,
además, ha reivindicado una fisonomía y función propias, una corresponsabilidad y participación en los
proyectos y en las realizaciones de la sociedad adulta. Son fenómenos que han tenido eco y repercusiones
también dentro de la iglesia. Es misión de educadores y catequistas saber descubrir —dentro de estas
instancias juveniles— los elementos a los que se debe apuntar para conducir a las generaciones jóvenes á un
encuentro serio, estable, profundo con el misterio de Cristo y de la iglesia, como viene actuado y celebrado en
la liturgia.

El grupo juvenil puede ser el lugar de estudio, investigación, reflexión, revisión de vida (programados en
tiempos y situaciones adecuados), partiendo de estímulos y propuestas que provienen de la liturgia (tiempos
fuertes, lecturas bíblicas, oraciones...) para llegar a una confrontación con los problemas humanos y eclesiales
por los que se interesan los jóvenes más profundamente; o bien se puede invertir el itinerario metodológico:
partir de esos problemas para llegar a una confrontación con la liturgia en busca de las respuesta que ésta
ofrece para la vida. El elemento central para este tipo de actividades formativas será la palabra de Dios como
guía para descubrir o purificar los valores de la fe, de la oración, de la caridad, del servicio; a través de una
pedagogía de la fe que amplíe progresivamente los horizontes y lleve a explorar las múltiples dimensiones del
misterio cristiano (evitando criterios selectivos para soluciones cómodas o fáciles).

Las misas de grupo serán el momento fuerte no sólo para llevar a cabo, incluso a nivel celebrativo, la
formación litúrgica del mismo grupo, sino también para dar a los jóvenes la posibilidad de vivir una
experiencia cristiana actual y significativa, expresar con sinceridad y compartir comunitariamente, sea lo que en
ellos ha madurado a nivel de reflexión antecedente, sea los ecos que levanta en ellos la participación actual en
el momento celebrativo. En la predicación, en las moniciones, en las oraciones, en los gestos, en los cánticos,
en el mismo ambiente donde tiene lugar la celebración habrá que prestar particular atención a las
adaptaciones adecuadas (lo cual no significa arbitrarias), que respeten la mentalidad, la sensibilidad y las
esperanzas de los jóvenes, les permitan reencontrarse en las celebraciones y expresarse en ellas mediante una
participación activa, articulada y coordinada según los diversos momentos de la celebración misma y según
una oportuna distribución de papeles, servicios y funciones dentro de la asamblea celebrante.

Las indicaciones precedentes deben entenderse como dirigidas al grupo juvenil no en cuanto realidadcerrada
en sí misma, sino en función de una verdadera maduración de cada joven hacia una propia autonomía
espiritual y, al mismo tiempo, de cara a la expansión del grupo en la iglesia. Entonces, dentro de comunidades
más amplias (por ejemplo, parroquiales), el grupo de jóvenes puede llegar a ser un elemento de estímulo para
un replanteamiento de las celebraciones litúrgicas destinadas a todos los fieles —particularmente las de la
eucaristía dominical—; puede ser ese fragmento de levadura que poco a poco hace fermentar en la
comunidad cristiana la capacidad de expresar de manera siempre nueva el hoy de la celebración concreta.

Puede ser útil una última llamada de atención sobre el hecho de que el mundo juvenil se presenta como una
realidad extremadamente variada y cambiante; en su ámbito se pueden registrar situaciones muy diversas, que
pedirán, por consiguiente, soluciones prácticas diversas a nivel formativo. Esto implica, por parte de los
16
responsables de la obra formativa, sensibilidad pedagógica, experiencia y competencia por lo que se refiere al
conocimiento del mundo juvenil; pero existe una exigencia igual de fuerte de competencia, sensibilidad,
apertura y equilibrio en el campo del saber y del actuar litúrgicos. Es la condición para actuar seriamente, con
intervenciones formativas, en una línea de fidelidad a las exigencias de la actualidad histórica, por una parte, y,
por otra, a la mejor y más genuina tradición de la iglesia.

INSTRUCCION SOBRE LA FORMACION LITURGICA EN LOS SEMINARIOS

La Sagrada Congregación para la Educación Católica promueve, desde hace varios años, una constante
renovación en el campo de la formación de los futuros sacerdotes, según las prescripciones del Concilio
Vaticano II, ofreciendo oportunas aportaciones a las Conferencias Episcopales. La presente Instrucción se une a
los documentos y subsidios pedagógicos hasta hoy publicados e intenta presentar indicaciones y normas para
que la vida litúrgica y el estudio de la liturgia sagrada en los centros de formación sacerdotal respondan mejor
a las necesidades actuales. En efecto, la importancia preeminente que tiene la liturgia en la vida de la Iglesia
exige que los candidatos al sacerdocio, mediante una constante y cuidadosa práctica y un asiduo estudio de la
misma, adquieran una preparación adecuada para el ejercicio del ministerio pastoral en este sector.

INTRODUCCION

a) IMPORTANCIA DE LA LITURGIA EN LA FORMACION SACERDOTAL

1. Es evidente la importancia de la liturgia en la formación sacerdotal. Los sacerdotes son consagrados


por Dios por manos del obispo no sólo para anunciar el evangelio y guiar a los fieles, sino también para
presidir las celebraciones litúrgicas, en cuanto partícipes de manera especial en el sacerdocio de Cristo, que
actúan como ministros de Cristo Cabeza, el cual en la liturgia ejerce sin interrupción en favor nuestro su
función sacerdotal por medio del Espíritu Santo 1. La liturgia, mediante la cual “se actualiza la obra de nuestra
redención”, contribuye en sumo grado “a que los fieles expresen en la vida y manifiesten a los demás el
misterio de Cristo y la genuina naturaleza de la verdadera Iglesia” 2; por eso, el cuidadoso ejercicio y el estudio
de la liturgia ofrecerán a los futuros sacerdotes un conocimiento más sólido y un reforzamiento en la fe, y les
abrirán una experiencia viva de la Iglesia.

2. Una auténtica formación litúrgica requiere no sólo la teoría, sino también la práctica. En cuanto
iniciación “mistagógica”, se alcanza principalmente por medio de la vida litúrgica de los alumnos, a la cual son
conducidos con profundidad creciente a través de las celebraciones litúrgicas comunitarias. Esa cuidadosa
iniciación práctica constituye la base del ulterior estudio; y, por tanto, se supone ya lograda al desarrollar el
programa de liturgia.

b) OPORTUNIDAD DE ESTE DOCUMENTO EN LAS ACTUALES CIRCUNSTANCIAS

3. La formación litúrgica reviste urgencia particular en nuestros días. Publicados los nuevos textos
litúrgicos para actuar la reforma establecida por el Concilio Vaticano II, se impone promover una adecuada

1
Cfr. Decr. Presbyterorum ordinis, nn. 2, 5, 9, 12.
2
Const. Sacrosanctum Concilium, n. 2.
17
formación de los futuros sacerdotes, que les permita comprender la índole y virtualidades de la liturgia
renovada, insertarla en su vida espiritual y en su acción y, en fin, comunicarla convenientemente a los fieles 3.

4. Por lo demás, la formación litúrgica exige en los seminarios un esfuerzo mayor, para hacer frente a los
nuevos problemas pedagógicos derivados de la creciente secularización de la sociedad, que ofusca en las
mentes la genuina naturaleza de la liturgia, reduciendo en el hombre la capacidad de vivirla y participar en ella.
Esta dificultad la advierten los mismos alumnos, que con frecuencia manifiestan el deseo de una vida litúrgico
más profunda y más auténtica.

5. La urgente necesidad de una adecuada iniciación fue ya claramente expresada por el Concilio Vaticano
II en la constitución Sacrosanctum Concilium4, y en el decreto Optatam totius5, y concretada después por esta
Sagrada Congregación en la Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis6, cuyas normas, tomadas de los
documentos de la Iglesia, ofrecen a las Conferencias Episcopales indicaciones útiles para formular, en sus
Rationes respectivas, prescripciones más particulares en relación con las exigencias locales 7.

Sin embargo, desde diversas partes se ha manifestado el deseo de que esta Sagrada Congregación
preparase normas pedagógicas más detalladas, fundadas en las experiencias recientes, tanto para la recta
ordenación de la vida litúrgico en los seminarios, como para la enseñanza de la liturgia.

c) NATURALEZA DE ESTA INSTRUCCION

6. Por tales motivos, este Sagrado Dicasterio, tras haber consultado la Sagrada Congregación para los
Sacramentos y el Culto Divino, ha decidido publicar la presente Instrucción, como complemento de la Ratio
fundamentalis, con la misma autoridad y fuerza obligatoria 8 y con la intención de atenerse a las indicaciones de
carácter universal9, encomendando a las Conferencias Episcopales la tarea de elaborar ulteriormente la materia
y de elegir entre los diversos modos de proceder el que se estime más apropiado 10.

El documento aspira además a conseguir que, en la redacción o revisión de las Rationes particulares, se
clarifique mejor la materia relativa al estudio de la sagrada liturgia y a la organización de la vida litúrgica del
seminario.

7. En la parte normativa, la Instrucción tiene en cuenta la doble finalidad de la formación litúrgico: la


práctica (mistagógica), que mira a la celebración debidamente ordenada de la sagrada liturgia, y la teórica
(doctrinal), que pone de relieve la ciencia litúrgico, como una de las principales disciplinas teológicas.

3
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, n. 14.
4
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, nn. 15-17.
5
Cfr. nn. 4, 8, 16, 19.
6
Cfr. nn. 14, 52, 53, 79, 94, 98.
7
Cfr. Decr. Optatam totius, n. 1.
8
Cfr. Ratio fundamentalis, Notas preliminares, n. 2.
9
Cfr. Ratio fundamentalis, Notas preliminares, n. 7.
10
Cfr. Ratio fundamentalis, Notas preliminares, n. 3.
18
PRIMERA PARTE

LA VIDA LITURGICA EN EL SEMINARIO

1. PRINCIPIOS GENERALES PARA LA PROMOCION DE LA VIDA LITURGICA

a) Particular iniciación a la vida litúrgica en el período previo de formación espiritual


8. “Para que la formación espiritual tenga bases más sólidas y los alumnos abracen la vocación con una
opción fundada en madura deliberación”11, los obispos suelen reservar un cierto período, al comienzo del
primer año de seminario, para dedicarlo a una más intensa formación espiritual. Se recomienda que en este
tiempo se proporcione a los nuevos alumnos una breve y conveniente iniciación litúrgico, necesaria desde el
comienzo para una fructuosa participación en la vida espiritual del seminario. Esta iniciación consistirá en una
catequesis preliminar sobre la misa, el año litúrgico, el sacramento de la penitencia y la liturgia de las horas.

b) Principios pedagógicos de la iniciación a la vida litúrgico


9. Una auténtica iniciación o “mistagogía” debe ilustrar especialmente las bases de la vida litúrgico: la
historia de la salvación, el misterio pascual de Cristo, la genuina naturaleza de la Iglesia, la presencia de Cristo
en los actos litúrgicos, la escucha de la palabra de Dios, el espíritu de oración, de adoración y de acción de
gracias, la espera de la venida del Señor 12.

10. § 1. La celebración litúrgico, como oración que es de la Iglesia, participa de modo tan íntimo de su
naturaleza, que une necesariamente las voces de todos con el corazón y el alma de cada uno, y es al mismo
tiempo auténtica oración de la comunidad y de cada cristiano. Más aún, “la vida espiritual no se agota con la
sola participación en la liturgia”13. La liturgia y la piedad personal en efecto, se sostienen y completan
recíprocamente; la íntima familiaridad de la oración con Cristo conduce a una más plena, consciente y piadosa
participación en la liturgia; y, a su vez, encuentra en la vida litúrgico su modelo y su alimento.

De ahí se infiere la necesidad de fomentar en el seminario la liturgia y la vida espiritual individual y de


conjuntarlas armónicamente14. Por lo demás, según las necesidades locales, habrá que insistir en la índole de la
comunidad y de su espiritualidad propia, allí donde todavía no fuese suficientemente comprendida, o en los
actos de piedad personal15, si no fuesen debidamente apreciados.

§ 2. Los ejercicios de piedad recomendados por la Iglesia ordénense teniendo en cuenta los tiempos
litúrgicos, de suerte que se ajusten á la liturgia y así de ella en cierto modo se originen y a ella conduzcan a los
alumnos16.

§ 3. Una participación más plena en la vida litúrgico conducirá a les alumnos a alimentar su vida interior y
a adquirir poco a poco el espíritu de meditación y la conversión del corazón. Por otra parte, la educación
litúrgico está llamada a descubrirles el estrecho vínculo existente entre liturgia y vida diaria, tanto del sacerdote
como de los demás hombres, vínculo que impulsa al apostolado y exige el testimonio de la fe viva que actúa
por la caridad17.

11
Decr. Optatam totius, n. 12.
12
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, nn. 5-8.
13
Const. Sacrosanctum Concilium, n. 12.
14
Cfr. Decr. Optatam totius, n. 8.
15
Cfr. Ratio fundamentalis, n. 54.
16
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, n. 13.
17
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, nn. 10, 11; Ratio fundamentalis, n. 53.
19
11. El conocimiento de la liturgia, que se considera necesario para el sacerdote y que debe ser
conseguido en el seminario, requiere una lectura asidua de la Sagrada Escritura, como recomienda la
constitución Sacrosanctum Concilium18, y una cierta familiaridad con los escritos de los Padres 19. Adquieran los
seminaristas esta disposición de ánimo gradualmente, a medida que avanzan en los estudios, en la vida
espiritual y en la participación en la celebración litúrgico, especialmente en la liturgia de las horas y en las
celebraciones de la palabra de Dios 20. Debe procurarse además que, con estos esfuerzos y con un particular
estudio, los alumnos sean llevados a la comprensión del lenguaje simbólico de la liturgia, que con los signos
sensibles, las palabras, los gestos, las cosas y las acciones expresa las realidades divinas y las produce en los
sacramentos.

c) La comunidad del seminario reunida en la celebración litúrgica


12. La celebración litúrgica, que consolida toda comunidad cristiana de forma que todos y cada uno de
los miembros posean “un solo corazón y una sola alma” (Act 4, 32), debe fundir más aún en la unidad la
comunidad del seminario y dar a los alumnos un espíritu común. Los alumnos, en efecto, se forman para que,
mediante la ordenación sacramental, participen del único sacerdocio, reciban el común espíritu del presbiterio,
sean hechos colaboradores del propio obispo, se unan estrechamente a él y ejerzan el ministerio de la
edificación de la Iglesia. Por eso, la celebración litúrgica en el seminario ha de hacerse de manera que resulte
evidente su naturaleza comunitaria y sobrenatural, y de este modo sea en verdad fuente y vínculo de la vida
común propia del seminario, apta para preparar los ánimos de los alumnos a la unidad del presbiterio 21.

El rector y los profesores pondrán sumo interés en celebrar la liturgia con los alumnos, para manifestar
así su índole comunitaria y las riquezas contenidas en ella. También a los profesores que no residen en el
seminario ha de ofrecérseles de vez en cuando la oportunidad de reunirse con los sacerdotes del seminario y
con los alumnos para celebrar la liturgia.

Por cuanto se refiere a los alumnos, no sólo han de tomar parte activa en la liturgia, sino que han de
sentirse invitados a colaborar con los profesores en la preparación de la misma.

13. A fin de que los alumnos experimenten el misterio de la Iglesia en cuanto jerárquica, o sea, distinta en
la variedad de miembros y de ministerios, es conveniente que haya en el seminario diáconos, acólitos y
lectores, que, imbuidos de la espiritualidad del propio oficio, ejerzan su ministerio en las acciones litúrgicas 22;
de este modo se hará patente a todos los alumnos la función propia del sacerdocio ministerial y las de los
diáconos, de los lectores y de los acóIitos.

Haya en el seminario una “schola cantorum”, conforme a le, dispuesto en la instrucción Musicam sacram,
n. 19.

14. Aunque conviene que toda la comunidad se reúna habitualmente para la participación en la liturgia,
será oportuno celebrar de vez en cuando alguna acción litúrgico en pequeños grupos, ya para los alumnos
que, recién ingresados en el seminario, necesitan la catequesis litúrgica, de que se habló en el n. 8, ya en los
seminarios regionales para los alumnos de una misma diócesis, ya por alguna otra razón; quedando claro que

18
Cfr. nn. 24, 90.
19
Cfr. Ratio fundamentalis, n. 54. f.
20
Cfr. Ratio fundamentalis, n. 53.
21
Cfr. Ratio fundamentalis, nn. 46 y 47.
22
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, n. 28.
20
dichos grupos no deben menoscabar la unidad de la comunidad, y han de respetar siempre las prescripciones
de la Santa Sede23.

15. Hay que procurar, pues, con diligencia que la auténtica naturaleza eclesial de la asamblea litúrgico
quede bien de relieve. La comunidad del seminario es una parte de la Iglesia, que se distingue y difiere de las
otras comunidades y grupos humanos; por eso debe expresar la misma Iglesia y estar abierta a la entera
comunidad eclesial. Por esta razón, ciertos días, especialmente en algunas ocasiones particulares, únase a las
celebraciones litúrgicas parroquiales y, en especial, a la celebración más plena en tomo al obispo.

Ciertamente la vida litúrgica de la diócesis en torno al obispo, que se recomienda a todos los fieles 24,
resulta todavía más necesaria para quienes están destinados a ser cooperadores de su obispo. Conviene, pues,
que en las grandes solemnidades, principalmente en el triduo pascual, o en otras circunstancias según la
tradición diocesana, los alumnos, sobre todo los diáconos, circunden a su obispo y en tomo a él ejerzan los
ministerios que les han sido confiados mediante la ordenación o la institución, ya sea cuando el obispo celebra
en la catedral, ya cuando lo hace en otras iglesias. Esta práctica, sin embargo, presenta al parecer alguna
dificultad en los seminarios que acogen alumnos de diversas diócesis; ofrézcase, por tanto, a éstos la
posibilidad de participar alguna vez en la vida de la propia diócesis y de unirse al propio obispo en la liturgia,
pero aprendan también a prestar según la tradición su obediencia y su servicio a la Iglesia y al obispo del lugar.

d) La celebración litúrgica
16. Hágase comprender a los alumnos que las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino
celebraciones de la Iglesia, que pertenecen a todo el cuerpo eclesial, lo manifiestan y lo implican; por
consiguiente, son reguladas por las leyes de la Iglesia 25. La celebración litúrgica en el seminario debe ser, por
tanto, un modelo, por los ritos, por el tono espiritual y pastoral 26, y por la fidelidad debida tanto a las
prescripciones y a los textos de los libros litúrgicos, cuanto a las normas emanadas de la Santa Sede y de las
Conferencias Episcopales.

17. Para introducir con mayor provecho espiritual a los alumnos en las riquezas de la liturgia y
prepararlos prácticamente al futuro ministerio, favorézcase una sana variedad en el modo de celebrar las
acciones litúrgicas y de participar en ellas 27. Esta variedad se referirá a los modos de celebrar la misa y las
celebraciones de la palabra, penitenciales o bautismales, y finalmente a la manera de organizar las bendiciones,
todo ello con mayor o menor solemnidad y con acomodación a las circunstancias y peticiones, de acuerdo con
lo admitido o recomendado por los libros litúrgicos y las prescripciones de la Santa Sede.

En esta materia se trata de saber escoger debidamente entre las varias posibilidades propuestas por los
textos litúrgicos, o también de elegir, componer o pronunciar nuevos textos adaptados a las diversas
circunstancias (peticiones en la oración universal, moniciones). Corresponde a los profesores del seminario
ayudar y guiar a los alumnos, y también corregirles pacientemente, para que vayan adquiriendo la genuina
noción de la liturgia, bien fundada en la doctrina y el sentir de la Iglesia. De este modo, los futuros sacerdotes

23
Cfr. S. Congr. para el Culto Divino, Instrucción De missis pro coetibus particularibus, 15 de mayo 1969: AAS, 61 (1969), pp. 806
ss.
24
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, n. 41.
25
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, nn. 23 y 26.
26
Cfr. infra, n. 46.
27
Cfr. Ratio fundamentalis, n. 52.
21
aprenderán a utilizar ampliamente, en la práctica pastoral, las varias posibilidades ofrecidas por la liturgia
renovada, pero también a mantenerse dentro de los justos límites.

18. La indicada búsqueda de la diversidad en las celebraciones no debe, en absoluto, distraer la atención
de la necesidad de una asimilación íntima y profunda de aquellos elementos de la sagrada liturgia que
pertenecen a su parte inmutable, por ser de institución divina 28. En efecto, la estructura de la liturgia
permanece siempre la misma, y muchos gestos y textos, los de mayor importancia, se repiten frecuentemente;
ayúdese a los alumnos a penetrar más íntimamente en estas partes de la liturgia; háganlas objeto de
meditación y de repetidas reflexiones, y aprendan a recabar de allí y a gustar un alimento siempre nuevo para
el espíritu.

19. Es particularmente útil para los alumnos el familiarizarse con la lengua latina y con el canto
gregoriano. Ciertamente, no sólo debe mantenerse para los fieles esta posibilidad, prevista por el Concilio
Vaticano II29, de rezar y cantar comunitariamente en latín en las grandes asambleas, sino que conviene que los
futuros sacerdotes se inserten más hondamente en la tradición de la Iglesia orante, y conozcan el sentido
genuino de los textos y sepan por lo mismo explicar las traducciones a las lenguas modernas, confrontándolas
con el texto original.

e) Preparación de los alumnos al futuro oficio litúrgico de pastores


20. Ha de proveerse diligentemente para que los alumnos se preparen al futuro oficio de pastores y de
presidentes de la asamblea litúrgica con el aprendizaje de todo aquello que se relaciona con la digna
celebración de la liturgia, especialmente de la santa misa 30. En esto hay que evitar una doble deformación, a
saber:

1. no consideren y realicen los alumnos la celebración litúrgica como un mero ejercicio de aprendizaje
de su futuro ministerio pastoral, siendo así que ya desde ahora deben tomar parte en el misterio
litúrgico, según su actual condición, de manera plena, consciente y devota;
2. no escojan únicamente los textos litúrgicos que consideren aptos para los fieles que un día van a ser
confiados a sus cuidados pastorales, sino que, por el contrario, aprendan a descubrir todas las
riquezas de la oración de la Iglesia de tal modo que, imbuidos de ellas, puedan luego comunicarlas a
sus fieles.
21. Procuren los alumnos poner en práctica cuanto han experimentado y aprendido en el seminario, con
oportunos ejercicios pastorales. El tiempo más apto para esta iniciación próxima al oficio litúrgico, y
principalmente para el aprendizaje de las diversas funciones a realizar en las celebraciones parroquiales, lo
ofrecen algunas ocasiones oportunas durante el año escolar; pero sobre todo lo brindan las vacaciones y, más
tarde, tratándose ya de una preparación más intensa en el período final del curso teológico, cuando los futuros
sacerdotes, ordinariamente ya diáconos, cuentan con más amplias facultades para el ministerio litúrgico. Ahora
bien, para que esta iniciación responda de veras a su finalidad y sirva a la preparación de los alumnos, es
necesario que sea dirigida y moderada por los profesores del seminario o por los encargados diocesanos para
la liturgia31.

28
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, n. 21.
29
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, n. 54.
30
Cfr. S. Congr. de Ritos, Instrucción Eucharisticum mysterium, 25 mayo 1967: AAS, 59 (1967), n. 20, pp. 552-553.
31
Cfr. Ratio fundamentalis, nn. 94, 97-99.
22
2. NORMAS PARA CADA UNO DE LOS ACTOS LITURGICOS

a) La misa y el culto eucarístico


22. El sacrificio eucarístico debe ser considerado por los alumnos como la verdadera fuente y el culmen
de toda la vida cristiana; en él participan de la caridad de Cristo, tomando de esta abundantísima fuente la
fuerza sobrenatural para la vida espiritual y el trabajo apostólico 32. Convendrá explicar frecuentemente estas
verdades, según las circunstancias, en la homilía del celebrante; por lo demás, es necesario infundir con
empeño en los alumnos este aprecio de la misa y del Santísimo Sacramento, aprecio que probablemente antes
de entrar en el seminario aún no habían alcanzado. Hay que inculcar en ellos la convicción, ya que son futuros
presbíteros, de que los sacerdotes ejercen si, principal oficio en el sacrifico eucarístico, en el cual se realiza
continuamente la obra de nuestra redención; así, mientras se unen a la acción de Cristo sacerdote, se ofrecen
cada día enteramente a Dios33.

23. Es, por tanto, sumamente necesario que la celebración eucarística diaria, que se completa con la
comunión sacramental, recibida con plena libertad dignamente, sea el centro de toda la vida del seminario, y
en la cual los alumnos participen con devoción34.

Aparte de la excepción de que se habla en el n. 14, la misa debe ser celebrada por toda la comunidad del
seminario, en la que cada uno participa según su condición. Por eso, los sacerdotes que viven en el seminario y
que no están obligados por oficio pastoral á celebrar en otra parte, será bueno que concelebren la misa de la
comunidad, mientras los diáconos, los acólitos y los lectores ejercitarán los respectivos oficios 35.

Es deseable que se canten siempre algunas partes de la misa 36.

24. La comunión bajo las dos especies, que, desde la perspectiva del signo, presenta una forma más
37
plena , es recomendable en el seminario, según las normas de la Instrucción general del Misal Romano y de
los decretos de los obispos.

25. Durante el período de las vacaciones, los alumnos manifestarán madurez espiritual y amor a la
vocación, asistiendo asidua y constantemente a la santa misa en los días feriales.

26. Frente a algunas costumbres que se han introducido por diversas partes en nuestros días, adviértase a
los futuros sacerdotes que la Iglesia recomienda vivamente a los sacerdotes la celebración diaria de la santa
misa, como acto ofrecido por Cristo y por la Iglesia para la salvación de todo el mundo, aun cuando no estén a
ello obligados por deberes pastorales o no participe ningún fiel 38.

27. Desde la participación en la santa misa con piedad y espíritu de fe, los alumnos sean guiados a una
más sentida devoción hacia la Santísima Eucaristía, conforme a las indicaciones de la encíclica Mysterium fidei y

32
Cfr. Const. Lumen gentium, n. 11; Decr. Perfectae caritatis, n. 6; Ratio fundamentalis, n. 52; Juan Pablo II, ene. Redemptor
hominis, 4 de marzo de 1979: AAS, 71 (1979), pp. 310 ss.
33
Cfr. Decr. Presbyterorum ordinis, n. 13.
34
Cfr. Ratio fundamentalis, n. 52.
35
Cfr. supra, n. 10 y infra, n. 41.
36
Cfr. Instrucción Musicam sacram, publicada por la S. Congr. De Ritos, 5 marzo 1967: AAS, 59 (1967)v pp. 300 ss.; Cfr. también
Institutiones generales Missalis Romani.
37
Cfr. S. Congr. de Ritos, Instrucción Eucharisticum mysterium, 25 mayo 1967, n. 32: AAS, 59 (1967), p. 558: “En efecto, en
aquella forma el signo del convite eucarístico resalta de manera más perfecta, y expresa más claramente la voluntad con la que se
ratifica por la sangre de Cristo la nueva y eterna alianza, no tan sólo la relación entre el convite eucarístico y el convite
escatológico en el reino del Padre”.
38
Cfr. Decr. Presbyterorum ordinis, n. 13; Pablo VI, ene. Mysterium fidei, 3 septiembre 1965: AAS, 57 (1965), p. 761.
23
de la instrucción Eucharisticum Mysterium39. Exhórteseles, por tanto, a permanecer en oración durante un cierto
espacio de tiempo después de la comunión, y a visitar durante el día la capilla del seminario para orar ante el
Santísimo Sacramento. En determinados días del año se puede hacer la exposición del Santísimo Sacramento,
según las normas establecidas por la misma instrucción 40 y las determinadas por el ordinario del lugar.

En la capilla del seminario, el sagrario donde se conserva la Santísima Eucaristía debe ser colocado de tal forma
que se facilite la oración privada y resulte accesible a los alumnos para que puedan honrar asiduamente al
Señor también con culto privado41.

b) La liturgia de las horas


28. La renovada liturgia de las horas 42 ha abierto las riquísimas fuentes espirituales de la Iglesia orante,
especialmente a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos obligados al coro y también a todo el pueblo
cristiano, al que se invita vivamente para que participe en ella 43. Por eso en el seminario ha de concederse un
gran honor a la liturgia de las horas no sólo por parte de aquellos que tienen obligación de celebrarla, es decir,
los presbíteros y los diáconos, sino por toda la comunidad de los alumnos.

29. Favorézcase, pues, la celebración comunitaria de las horas, y hágase con canto, sobre todo los
domingos y días festivos. Introdúzcase oportunamente en ella a los alumnos con brevísimas palabras de quien
la preside; de este modo se acostumbrarán a gustar, a comprender y a amar cada vez más las riquezas del
oficio, y aprenderán a sacar de él alimento para la oración personal y la contemplación, y así la liturgia de las
horas se armonizará con los otros ejercicios de piedad, en lugar de excluirlos.

30. Celébrense habitualmente en común y en su justo momento las laudes, como plegaria de la mañana,
y las vísperas, como plegaria de la tarde, “las cuales, según la venerable tradición de toda la Iglesia, constituyen
el doble quicio del Oficio diario”44.

En cuanto sea posible, conclúyase con las completas la jornada. Invítese a los alumnos a recitarlas
privadamente, cuando no puedan ser rezadas en común.

Donde hay costumbre de dedicar, durante el día, un cierto tiempo a la oración comunitaria, será bueno
aprovechar la ocasión para rezar la hora media.

Especialmente los domingos y en las vigilias de las solemnidades sería deseable se celebrara el oficio de
las lecturas, y esto, al menos alguna vez, según el rito de la “vigilia prolongada”, como está indicado en el libro
de la liturgia de las horas.

Por fin, durante los ejercicios espirituales, será conveniente que la recitación del curso completo de la
liturgia de las horas señale los tiempos de la oración.

31. Prepárese con esmerada atención a los alumnos para que, en la ordenación diaconal, reciban de la
Iglesia con agrado y con conocimiento de causa el encargo de celebrar todo el oficio de la liturgia de las horas.

39
Pablo VI, ene. Mysterium fidei, 3 septiembre 1965: AAS, 57 (1965), pp. 770-773. S. C. de Ritos, Instrucción Eucharisticum
mysterium, 25 mayo 1967: AAS, 59 (1967), pp. 539 ss., especialmente nn. 38 y 50, pp. 562, 567; Cfr. también el Ritual Romano,
De sacra communione et de cultu mysterii eucharistici extra Missam, Tipografía Políglota Vaticana 1973; Decr. Presbyterorum
ordinis, n. 18.
40
Cfr. S. C. de Ritos, Insirucción Eucharisticum mysterium, nn. 62-66.
41
Cfr. S. C. de Ritos, Instrucción Eucharisticum mysterium, n. 53.
42
Cfr. Pablo VI, Const. Apost. Laudis canticum, 1 noviembre 1970: AAS, 63 (1971), pp. 527 ss.
43
Institutio generalis de liturgia horarum, nn. 20, 22, 26-27.
44
Const. Sacrosanctum Concilium, n. 89.
24
La Iglesia, en efecto, encarga el Oficio divino a los que participan del orden sagrado, precisamente “para que el
oficio de toda la comunidad sea cumplido con seguridad y constancia, al menos por medio de ellos, y la
plegaria de Cristo continúe incesantemente en la Iglesia” 45.

Tengan presente, por tanto, los superiores que para iniciar debidamente a los alumnos en el oficio divino
es necesaria, además de una viva experiencia de la liturgia, una particular preparación; por eso, no sólo se les
deben explicar los principios doctrinales expuestos en la Instrucción general de la liturgia de las horas, sino que
hay que guiarlos también en la comprensión de los salmos, de suerte que aprendan a discernir, a la luz del
Nuevo Testamento y de la Tradición, el misterio de Cristo en ellos encerrado y a encontrar alimento para la
oración personal.46

e) El domingo y el año litúrgico


32. El domingo constituya para los seminaristas -tanto si participan en la misa en el seminario como si
son enviados a las parroquias-, lo mismo durante la celebración litúrgico que a lo largo de todo el día, “la fiesta
principal”, que ha de ser propuesta e inculcada en la piedad de los alumnos como la alegre celebración del
misterio pascual47.

El cielo anual de los misterios de Cristo celébrese en el seminario con particular fervor, según la
constitución Sacrosanctum Concilium48.

Por consiguiente, además de la celebración de la misa y de la liturgia de las horas según las normas de
los libros litúrgicos, es necesario procurar que en el seminario se dé un carácter festivo al domingo y a las
principales celebraciones del Señor, de la Bienaventurada Virgen y de los santos, de suerte que sean de verdad
días de alegría.

Concédase gran importancia a la celebración de las fiestas de los santos de la diócesis -y de la región, si
el seminario es regional-, exponiendo a los alumnos su vida y su espíritu. Celébrese también con interés el día
aniversario de la dedicación de la catedral y el aniversario de la ordenación del obispo del lugar.

Pero, sobre todo, prepárese cada celebración con una catequesis adaptada al mismo tiempo a las
necesidades de los actuales alumnos y de los futuros sacerdotes, no descuidando el valor pastoral de algunas
costumbres populares. Todo el año litúrgico sea, por otra parte, no solamente por la celebración litúrgica, sino
por la vivencia misma, un camino espiritual hacia la comunión con el misterio de Cristo.

33. La formación completa y perfecta de los alumnos exige que, durante los años de preparación en el
seminario, experimenten las formas más amplias y más ricas de celebración de los tiempos y de las
solemnidades del año litúrgico; cuando, ya sacerdotes, ejerciten el ministerio pastoral, las solemnidades
festivas les ocasionarán un acrecentamiento de actividad apostólica; deberán repetir las celebraciones en varios
lugares, con frecuencia según las formas simplificadas previstas en los libros litúrgicos. Por consiguiente, el
modo excelente con que los seminaristas vivan en el seminario el año litúrgico habrá de constituir para ellos el
modelo que ilumine su futuro trabajo pastoral y el fundamento que asegure su progreso en la meditación y su
conocimiento del año litúrgico.

45
Institutio generalis de liturgia horarum, n. 28; Cfr. Decr. Presbyterorum ordinis, n. 13.
46
Cfr. Ratio fundamentalis, n. 53.
47
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, n. 106.
48
Cfr. nn. 102-105, 108-111.
25
34. Una buena y ajustada pedagogía en este campo no puede ignorar la índole especial de nuestro
tiempo que, particularmente en algunas regiones menos ricas en fe viva, parece menos favorable a la profunda
comprensión de los tiempos y de las fiestas sagradas. Téngase, pues, en cuenta la condición de aquellos
alumnos que, antes de ingresar en el seminario, no tuvieron una viva y profunda experiencia del año litúrgico,
para conseguir hacerlos capaces de captar fácilmente el sentido sobrenatural del mismo, de llegar a un
profundo conocimiento de los acontecimientos salvíficos y de recibir la gracia contenida en ellos.

d) El sacramento de la penitencia
35. En la vida espiritual de los futuros sacerdotes debe concederse gran importancia al sacramento de la
penitencia, que, precisamente por ser sacramento, puede contribuir más que los restantes actos penitenciales a
cultivar aquellas disposiciones de alma que requiere la imitación de Cristo y el espíritu evangélico: una
conversión cada vez más completa, la purificación del corazón, la virtud de la penitencia y el amor al sacrificio.

36. Acérquense, pues, los alumnos con frecuencia a este sacramento para recibir la gracia que les ayude
en sus diarios esfuerzos espirituales 49. Porque la confesión frecuente “no es una mera repetición ritual ni un
simple ejercicio psicológico, sino un constante empeño por perfeccionar la gracia del bautismo, a fin de que,
mientras llevamos en nuestro cuerpo la mortificación de Cristo, se manifieste más y más en nosotros la vida de
Jesús”50.

El acercamiento al sacramento de la penitencia es un acto esencialmente personal, que se realiza


individualmente; debe conservar su índole litúrgico propia y sea de ordinario distinto de la dirección espiritual.
La frecuencia ha de determinarse de acuerdo con el propio confesor, según la tradición de los maestros del
espíritu y las leyes de la Iglesia.

Además, para que aparezca más claramente la naturaleza eclesial de la penitencia 51, convendrá alguna
vez, especialmente con ocasión de la cuaresma y de los ejercicios espirituales, organizar celebraciones litúrgicas
penitenciales, según las indicaciones del Ritual Romano, ora sin la confesión sacramental, ora con la confesión
y absolución individuales; en este último caso, se debe respetar la libertad de cada uno.

e) La celebración de las sagradas ordenaciones y de los ritos preparatorios


37. La Iglesia acompaña a los candidatos en el camino hacia el sacerdocio como candidatos a una
iniciación, a saber, no sólo con la formación doctrinal y espiritual, sino también a través de los ritos.

Durante los estudios y según las normas dadas por la Conferencia Episcopal, cuando la opción de los
aspirantes, acompañada de las necesarias cualidades, se ve suficientemente madura, los candidatos son
invitados a manifestar públicamente dicha opción; el obispo entonces, después de aceptarla por escrito, con lo
cual se realiza la elección por parte de la Iglesia, celebra el rito de admisión de los mismos entre los candidatos
al diaconado y al presbiterado52.

Asimismo, cumplidos los intervalos establecidos o que deben establecer la Santa Sede o la Conferencia
Episcopal, los candidatos, durante el curso teológico 53, “deben recibir los ministerios de lector y de acólito, si no

49
Ratio fundamentalis, n 55.
50
Ritual Romano... Ordo paenitentiae, Praenotanda, n. 7; Cfr. Juan Pablo II, Encícl. Redemptor hominis, 4 marzo 1979: AAS., 71
(1979) pp. 314ss.
51
Cfr. Ritual Romano... Ordo paenitendíae, Praenotanda, n. 22.
52
Cfr. Pablo VI, Motu proprio Ad pacendum, 15 agosto 1972, I y III: AAS, 64 (1972), pp. 538-539.
53
Cfr. Ibid., IV: AAS., 64 (1972), p. 539.
26
los han recibido ya y ejercitarlos durante un tiempo conveniente, para disponerse mejor a los futuros oficios de
la palabra y del altar54.

38. Esta celebración de los ritos, juntamente con las instrucciones preparatorias, ofrecerá a los alumnos
una ocasión propicia para orar con mayor interés los unos por los otros, y para comprender mejor el
significado, la importancia y las obligaciones de los oficios que recibirán y la espiritualidad requerida para el
ejercicio de cada uno de los ministerios y de las órdenes. Los elementos principales de esta preparación
espiritual y doctrinal se deducen fácilmente de cuanto se establece acerca de los deberes del lector y del
acólito en el Motu proprio Ad pascendum55 y Ministeria quaedam56.

Estas celebraciones se tendrán, en cuanto sea posible, con la participación de toda la comunidad del
seminario, o en la parroquia de los candidatos, o en el seminario mismo.

39. Las sagradas ordenaciones de los diáconos y de los presbíteros, aun siendo de gran provecho
pastoral celebrarlas alguna vez en la parroquia de los candidatos, o en aquella en que hubieran ejercido algún
ministerio, constituyen, sin embargo, acontecimientos gozosos para toda la comunidad diocesana; la cual por
este motivo, ha de ser informada e invitada a participar. Su celebración, por tanto, preparada con diligencia y
dignidad, exige que los sacerdotes, los diáconos, los alumnos del seminario y los fieles se reúnan en torno al
obispo.

40. Las ordenaciones sagradas afectan profundamente a la vida del seminario; no sólo, pues, los
candidatos, sino todos los alumnos han de ser instruidos y preparados con la debida catequesis sobre los ritos
y textos, lo cual les ayudará eficazmente a asimilar la doctrina del sacerdocio y el ideal espiritual de su vida
apostólica.

41. Los lectores y los acólitos ejerciten sus oficios. Los diáconos, por su parte, antes de ser llamados al
sacerdocio, ejerciten su orden durante un cierto tiempo, ya en el seminario, ya en las parroquias, ya
especialmente junto al propio obispo.

42. Ante los notables cambios introducidos por la Iglesia en la disciplina y en los ritos de los grados por
los que se llega al sacerdocio, es evidente que los profesores del seminario han de ser exhortados a renovar su
mentalidad y sus métodos educativos, para que la nueva disciplina produzca más fácilmente sus preciosos
frutos.

SEGUNDA PARTE

LA ENSEÑANZA DÉ LA SAGRADA LITURGIA EN LOS SEMINARIOS

a) Principios generales

43. Además de la primera y esencial iniciación litúrgica que tiene lugar, según las necesidades, apenas
ingresan los alumnos en el seminario, de la cual se habló en el n. 8 57 las Conferencias Episcopales han de
proveer en su Ratio institutionis que la liturgia tenga, dentro del cuatrienio teológico, el lugar que le
corresponde, según la constitución Sacrosanctum Concilium, n. 16: “La sagrada liturgia en los seminarios y en
54
Ibid., 11: AAS., 64 (1972), p. 539.
55
Cfr. Ibid., 1 c: AAS. 64 (1972), p. 539.
56
Cfr. Ministeria quaedam, V y VI: AAS., 64 (1972), pp. 532-533.
57
Esta primera iniciación litúrgica puede ser una parte de la “Introducción al misterio de Cristo y a la historia de la salvación”, de la
cual se habla en el Decr. Optatam totius, n. 14, y en la Ratio fundamentalis, n. 62.
27
las casas de estudio de los religiosos debe ser considerada entre las materias más necesarias y más
importantes, y en las facultades teológicas, entre las materias principales, y debe ser enseñada ya bajo el
aspecto teológico e histórico, ya bajo el aspecto espiritual, pastoral y jurídico”. Estas prescripciones,
desarrolladas más ampliamente en el n. 79 de la Ratio fundamentalis, han de ser entendidas en su sentido
genuino y aplicadas según se indica en los párrafos siguientes.

b) Objeto propio y finalidad de la enseñanza de la liturgia

44. La liturgia debe ser enseñada en plena correspondencia con las necesidades actuales; en esta materia
hay que tener en cuenta, sobre todo, los aspectos teológico, pastoral y ecuménico:

a) Para la recta formación litúrgica de los futuros sacerdotes, tiene una especial importancia la estrecha
relación existente entre la liturgia y la doctrina de la fe; esta relación debe ser puesta de relieve en la
enseñanza. La Iglesia, en efecto, expresa la propia fe principalmente orando, hasta el punto de que “la
ley de la oración estableció la ley de la fe” 58. Por tanto, no sólo debe ser observada fielmente la lex
orandi para no poner en peligro la lex credendi, sino que los estudiosos de la teología deben, a su vez,
investigar cuidadosamente la tradición del culto divino, especialmente cuando tratan de la naturaleza
de la Iglesia y de la doctrina y disciplina de los sacramentos.
b) Acerca del aspecto pastoral, interesa sobremanera que la renovación litúrgica promovida por el
Concilio Vaticano II sea rectamente y plenamente comprendida por los futuros sacerdotes, a la luz de
la sana doctrina y de la tradición, tanto occidental como oriental. Así, pues, debe exponérselas a los
alumnos las normas de la renovación litúrgico, para que comprendan mejor los motivos sobre los
cuales se basan las adaptaciones y cambios determinados por la Iglesia, para que sepan además
discernir otros que pueden legítimamente desearse y distinguir, e-, medio de las cuestiones más
graves y difíciles hoy debatidas, aquellas partes inmutables de la liturgia que son de institución divina,
de aquellas otras que permiten el cambio59.
c) También el diálogo ecuménico, promovido por el mismo Concilio Vaticano II, exige una cuidadosa
preparación en la ciencia litúrgico. En efecto, dicho diálogo suscita muchas y difíciles cuestiones
acerca de la liturgia, para cuya adecuada valoración es necesario que sean preparados los alumnos.

e) Contenido y método de enseñanza de la liturgia

45. Corresponde a las Conferencias Episcopales determinar con más detalles, en su Ratio institutionis, el
modo de enseñar la liturgia en el seminario. En el apéndice de esta Instrucción se ofrece, como ejemplo, un
índice de temas que parece oportuno haya que tratar; aquí, en cambio, se enuncian sólo las normas más
generales:

46. Ante todo, es necesario instruir a los alumnos sobre las acciones litúrgicas, ya en lo que toca a los
textos, ya en lo relativo a los ritos y signos.

Las plegarias y las oraciones recitadas en la liturgia deben ser explicadas de modo que destaquen los
tesoros de doctrina y de vida espiritual contenidos en ellas. Por eso, no basta con leerlos en la traducción
moderna, sino que es necesario utilizar los textos originales e ilustrarlos con la ayuda de la Sagrada Escritura y
de la Tradición de los Padres. Por otra parte, el género literario de la eucología cristiana, especialmente de los
salmos, no se comprende fácilmente, sino poseyendo una cierta formación literaria.

58
Cfr. S. Próspero de Aquitania, Indiculus, e. 8: Denzinger-Schönmetzer, n. 246.
59
Cfr. Ratio fundamentalis, n. 79; Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, n. 21.
28
El profesor ha de explicar con interés las Institutiones que preceden al Misal y al Libro de la liturgia de las
Horas, y los Prenotanda que sé leen en el Ritual Romano al comienzo de cada título. En tales documentos, en
efecto, se ofrece la doctrina teológico, la aplicación pastoral y el aspecto espiritual no sólo de los ritos, sino
también de cada uno de sus elementos. Además, como en los mismos documentos se proponen con bastante
frecuencia diversos modos de realizar el mismo rito, el profesor deberá desarrollar la capacidad de juicio de los
alumnos, para que sepan luego discernir entre los varios modos que pueden escogerse legítimamente según
las circunstancias, y comprendan por qué las rúbricas usan muchas veces las expresiones “de more”, “pro
opportunitate” o “laudabiliter”.

47. Como, por otra parte, tiene hoy tanta importancia el aspecto histórico de la liturgia 60, se recomienda
que en las lecciones de liturgia se describa con esmero la historia de los ritos, para que se comprenda mejor su
significado, y se pueda discernir entre las partes que son inmutables, por ser de institución divina, y las “que a
lo largo de los tiempos pueden o aun deben cambiar, si en la liturgia se hubieran introducido elementos poco
concordes con la naturaleza íntima de la misma, o se hubieran hecho menos oportunos” 61. Indíquese también
cómo, en las diversas circunstancias, la Iglesia ha adaptado su pastoral, teniendo presentes las diversas
costumbres de los pueblos y su peculiar cultura. Pero, sobre todo, de los documentos históricos rituales podrá
la liturgia sacramental sacar grande utilidad y conseguir mayor claridad y certeza.

48. En la descripción histórica de los ritos, dése la debida importancia también a la tradición de las
iglesias orientales; pues “en ellas, ilustres por su venerada antigüedad, resplandece la tradición apostólica
transmitida por los Padres, que constituye parte del patrimonio divinamente revelado e indivisible de la Iglesia
universal”62. Más aún, incluso razones pastorales atraen hoy a todos hacia el conocimiento de las liturgias
orientales.

49. Es importante, sobre todo, que además de tratar de cada una de las acciones litúrgicas, se explique
teológicamente la naturaleza misma de toda la liturgia, según lo indicado en los números 5-11 de la
constitución Sacrosanctum Concilium, para tal efecto, ofrézcase un conocimiento más profundo del misterio
pascual de Cristo, “del que reciben su eficacia todos los sacramentos y sacramentales” 63, de la historia de la
salvación64, de la presencia de Cristo en la sagrada liturgia 65. Estúdiese además la noción de signo, ya que la
liturgia se sirve de signos visibles para significar las realidades invisibles 66, para, por medio de ellos, de la
manera propia de cada uno, realizar la santificación del hombre 67. A la luz de todo ello aparezca la asamblea
litúrgica como manifestación de la Iglesia, en cuanto pueblo de Dios que goza de la unidad en la distinción de
los diversos ministerios68.

50. Para profundizar en la teología de la liturgia y para solucionar muchas dificultades, que se presentan
a los pastores de almas en la organización y en la promoción de la vida litúrgica, deben ser justamente
valorados los resultados seguros de las modernas ciencias humanas, como la antropología, la sociología, la
lingüística, la historia comparada de las religiones, etc., que en varios casos ofrecen no poca luz, aunque

60
Cfr. superius, n. 44 a.
61
Const. Sacrosanctum Concilium, n. 21.
62
Decr. Orientalium Ecclesiarum, n. 1.
63
Const. Sacrosanctum Concilium, n. 61.
64
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, n. 5.
65
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, nn. 6-7.
66
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, n. 33.
67
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, n. 7.
68
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, nn. 26-32; 41-42.
29
siempre dentro de los límites impuestos por la índole sobrenatural de la liturgia. En esto debe ser cultivado en
los alumnos el sentido del discernimiento, para que se hagan capaces de valorar rectamente la importancia de
estas materias y, al mismo tiempo, de evitar cuanto podría inducir a menospreciar el genuino valor
sobrenatural del culto católico.

En el uso de estas ciencias, obsérvese además la regla según la cual, “más que multiplicar el número de
las asignaturas, convendrá tratar de insertar adecuadamente en las ya prescritas, las nuevas cuestiones y los
nuevos aspectos”69.

d) Cualidades del profesor de liturgia y relación de la liturgia con las otras materias de enseñanza

51. A fin de que todo esto se enseñe debidamente, es preciso que en el seminario haya un profesor
especial, preparado para la enseñanza de la liturgia y, en cuanto sea posible, especializado en uno de los
Institutos destinados a este fin 70; que haya estudiado teología e historia, conozca las realidades pastorales y
esté plenamente compenetrado del sentido de la oración de la Iglesia. Sea muy consciente de que la suya no
es una tarea solamente científica o técnica, sino más bien mistagógica, es decir, llamada a introducir a los
alumnos en la vida litúrgica y en su índole espiritual.

52. De modo particular, recuerden los profesores de Sagrada Escritura la riqueza abundante de lecturas
bíblicas que la liturgia renovada propone a los fieles; más aún, que todas las acciones litúrgicas y los signos
reciben su significado de la Sagrada Escritura 71. Por este motivo, será necesario a los futuros sacerdotes un más
profundo conocimiento de los libros sagrados y de la historia de la salvación, no sólo como ciencia exegética,
sino “como suave y vivo conocimiento de la Sagrada Escritura, según atestigua la venerable tradición de los
ritos tanto orientales como occidentales72.

53. A un mayor provecho del estudio litúrgico contribuirá no poco la coordinación con las demás
asignaturas, encarecida por el mismo Concilio Vaticano II 73. Así, por ejemplo al tratar sobre todo de la doctrina
y del uso de los sacramentos, establézcase una estrecha colaboración entre el profesor de liturgia y los
profesores de teología dogmática, moral, pastoral, y derecho canónico. Ténganse frecuentes contactos, para
favorecer un fructuoso acuerdo entre todos con miras a obtener el mismo fin, y evítese el peligro de repetir las
mismas cosas, e incluso de contradecirse.

54. Al establecer los programas de las materias del curso teológico, es de desear que, en lo posible, las
cuestiones litúrgicas sean tratadas coincidiendo con las cuestiones teológicas que tienen con ellas una relación
particular, de modo que, por ejemplo, al mismo tiempo que el tratado sobre la Iglesia, se expliquen en liturgia
las nociones teológicas de la oración de la Iglesia, y así en lo demás.

69
Ratio fundamentalis, n. 80,
70
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, n. 15; S. C. de Ritos Instructio ad exsecutionem Constitutionis de sacra Liturgia recte
ordinandam, 26 septiembre 1964, n. 11: AAS, 56 (1964), p. 879.
71
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, n. 24.
72
Ibid.
73
Const. Sacrosanctum Concilium, n. 16: “Además, los profesores de las otras asignaturas, sobre todo de teología dogmática,
Sagrada Escritura, teología espiritual y pastoral, procurarán exponer el misterio de Cristo y la historia de la salvación partiendo de
las exigencias intrínsecas del objeto propio de cada asignatura, de modo que queden bien claras su conexión con la liturgia y la
unidad de la formación sacerdotal”. Cfr. Decr. Optatam totius, n. 16; Ratio fundamentalis, n. 90.
30
Será conveniente tal vez en algunos seminarios que el mismo profesor de liturgia explique toda la
doctrina sobre los sacramentos, con tal que esté verdaderamente preparado tanto en teología sacramental
como en liturgia.

55. Se debe poner cuidado también en destacar los elementos y aspectos de la líturgia que pueden servir
a realizar aquella síntesis teológica que, según la Ratio fundamentalis, n. 63, ha de ser el resultado de todo el
curso de los estudios, y que de modo particular debe elaborarse en el último período del cielo teológico.

e) La música y el arte sagrado

56. Dada la importancia de la música sagrada en las celebraciones litúrgicas, los alumnos deben recibir de
personas competentes la iniciación musical, incluso práctica, que les será necesaria en su futuro oficio dé
presidentes y moderadores de las celebraciones de la liturgia. En dicha preparación han de tenerse en cuenta
las dotes naturales de cada alumno, y servirse de los nuevos medios, hoy generalmente usados en las escuelas
de música, para lograr con mayor facilidad el provecho de los alumnos. Se debe procurar, sobre todo, dar a los
alumnos no sólo una preparación en el arte vocal e instrumental, sino también una verdadera y auténtica
cultura y sensibilización, para que conozcan y aprecien las grandes obras musicales del pasado y sepan
escoger, de la producción moderna, lo que es sano y recto74.

57. Asimismo los alumnos, “durante el curso filosófico y teológico, deben ser instruidos también sobre la
historia y el desarrollo del arte sagrado, así como acerca de los sanos principios que deben respetar las obras
de arte sagrado, de modo que sean capaces de estimar y conservar los venerables documentos de la Iglesia y
de dar oportunos consejos a los artistas para la realización de sus obras” 75. También la arqueología de las
antigüedades cristianas contribuye eficazmente a ilustrar la vida litúrgico y la fe de la Iglesia primitiva.

58. Es además, particularmente necesario que los alumnos reciban lecciones sobre el arte de hablar y de
expresarse con gestos, así como acerca del uso de los instrumentos de comunicación social. En la celebración
litúrgica, en efecto, es de la máxima importancia que los fieles comprendan no sólo lo que el sacerdote dice o
recita, sea que se trate de la homilía o del rezo de oraciones y plegarias, sino también aquellas realidades que
el sacerdote debe expresar con gestos y acciones. Esta formación reviste tan grande importancia en la liturgia
renovada, que merece un cuidado especial.

f) La iniciación pastoral práctica al ministerio litúrgico

59. La iniciación pastoral práctica de los alumnos para el ministerio litúrgico, que se debe impartir de
manera conveniente durante todo el curso de los estudios y en determinadas circunstancias 76, alcanza su punto
culminante durante el último año de la preparación, en el cual los futuros sacerdotes, después de haber hecho
de la vida litúrgica del seminario la fuente del verdadero espíritu cristiano, deberán recibir una más cuidadosa
preparación, acomodada a las circunstancias particulares en que ejercitarán su ministerio sacerdotal. Durante
este tiempo de formación práctica, se deberá insistir sobre todo en las prescripciones pastorales y en las
indicaciones dadas por los obispos sobre la preparación y la administración de los sacramentos. Para impartir

74
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, nn. 112-121; S. C. de Ritos, Instrucción Musicam sacram, 5 marzo 1967: AAS 59 (1967),
pp. 300 ss.
75
Const. Sacrosanctum Concilium, n. 129.
76
Cfr. superius, los números 20-21.
31
esta formación, los profesores del seminario se pondrán de acuerdo con la condición litúrgica de la diócesis o
de la región.

Esta adaptación a las condiciones y a las prescripciones de cada lugar exigen también que los alumnos
conozcan y aprecien las varias formas populares de piedad aprobadas por la autoridad de la Iglesia 77.

g) Preparación más profunda de algunos alumnos en la ciencia litúrgica

60. A fin de que las diócesis puedan disponer de sacerdotes peritos para enseñar y para dirigir sus
comisiones litúrgicas, es necesario preparar algunos candidatos idóneos para estos oficios. A dichos
candidatos, elegidos por el obispo con esta finalidad, envíeselas a uno de los Institutos específicos erigidos por
la Santa Sede o por las Conferencias Episcopales, una vez que hayan terminado su preparación general en el
seminario y se hayan dedicado por algún tiempo al servicio pastoral 78. Esto reviste carácter de particular
urgencia en aquellos lugares donde, a juicio de la autoridad eclesiástica competente, se exige una adaptación
litúrgico más radical.

h) Perfeccionamiento en la formación litúrgica de los sacerdotes que ya terminaron sus estudios

61. En la formación sacerdotal que debe ser perfeccionada y continuada después de finalizados los
estudios seminarísticos, según norma del Concilio Vaticano II 79, habrá de tener u puesto también la sagrada
liturgia. Es esto muy importan, ya porque durante la preparación en el seminario no se ha podido completar el
estudio de todas las riquezas de la liturgia, ya porque lo aconsejan las circunstancias de nuestro tiempo. En
efecto, las costumbres y la sociedad cambian con tal rapidez, que no es posible prever, durante el período de la
formación sacerdotal, las nuevas dificultades que encontrará el servicio pastoral y las controversias teológicas
que surgirán. Ni se deben pasar por alto las dificultades amplia y rápidamente difundidas por revistas,
reuniones, instrumentos de comunicación social, opinión pública, las cuales, incluso por lo que respecta a la
liturgia, suscitan cuestiones no poco difíciles que, sin embargo, deben ser resueltas por los sacerdotes, porque
afectan a su actividad cotidiana.

CONCLUSION
62. Cada día se obtienen mayores frutos de la renovada vida litúrgica; esto no es de maravillar, puesto
que la liturgia ayuda en gran manera a los fieles a expresar y manifestar en sus vidas el misterio de Cristo y la
genuina naturaleza de la Iglesia. Los presbíteros y los alumnos del seminario deben reconocer más que los
fieles este beneficio recibido, pues en la liturgia obtienen una experiencia más profunda y plena del sacerdocio
y de sus exigencias; ellos, en efecto, son invitados a imitar lo que tratan. De este modo, por consiguiente, el
estudio asiduo y el ejercicio de la sagrada liturgia recuerdan continuamente a los futuros sacerdotes la
finalidad a que tienden todas las actividades pastorales y, al mismo tiempo, hacen que todos sus esfuerzos en
los estudios, en las ejercitaciones pastorales y en la vida interior sean cada vez más conscientes y consigan una
profunda unidad.

Roma, desde el Palacio de la Sagrada Congregación, 3 de junio 1979, solemnidad de Pentecostés.

77
Cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 13.
78
Cfr. Ratio fundamentalis, n. 85.
79
Cfr. Decr. Optatam totius, n. 22; Cfr. Ratio fundamentalis, nn. 100-101.
32

Gabriel M. Card. Garrone, + Antonio M. Javierre Ortas

Prefecto Arz. tit. de Meta,

Secretario
33

APENDICE

INDICE DE TEMAS QUE CONVENDRA TRATAR EN LA ENSEÑANZA DE LA LITURGIA EN LOS SEMINARIOS

Necesidad actual de una formación litúrgica más profunda


1. En conformidad con la norma de la Constitución Sacrosanctum Concilium, “la sagrada liturgia ha de ser
considerada, en los seminarios y en las casas de estudios de los religiosos, entre las materias necesarias y más
importantes; en las facultades teológicas, entre las materias principales; y se debe enseñar bajo el aspecto
tanto teológico e histórico, como espiritual, pastoral y jurídico” 80.

Por consiguiente, para que la enseñanza de la liturgia satisfaga las necesidades actuales:

a) la reforma litúrgica iniciada por el Concilio Vaticano II y felizmente llevada a cabo en la actualidad ha
de entenderse a la luz de la tradición litúrgica, no sólo occidental, sino también de las iglesias
orientales81;
b) dado que el mismo Concilio Vaticano II promovió la actualización litúrgico teniendo en cuenta la
índole y tradiciones de los pueblos 82, se requiere un estudio mayor y más cuidadoso, ya histórico ya
teológico, para no causar perjuicio al auténtico espíritu litúrgico;
c) téngase en cuenta que en el diálogo ecuménico son muchas y difíciles las cuestiones que surgen de
la liturgia, sea sobre la doctrina del sacrificio de la misa, del orden y de los otros sacramentos, sea
sobre la práctica pastoral descrita en el Directorio ecuménico y en los otros documentos de la Sede
Apostólica;
d) finalmente, y sobre todo, puesto que “la ley de la oración determina la ley de la fe”, la tradición
litúrgica debe profundizarse de forma que ilumine las cuestiones hoy discutidas, ya doctrinales ya
disciplinaras, sobre el misterio de Cristo, sobre la Iglesia y los sacramentos. Más aún, la sagrada
liturgia, abriendo en la oración la fuente del misterio cristiano, se convierte para los alumnos en
alimento de la vida espiritual y favorece grandemente la unidad entre las varias disciplinas teológicas.

Indole de este índice


2. El índice de los temas aquí propuestos no pretende describir las líneas inmutables de la enseñanza del
curso litúrgico, cosa que ha de hacerse según un orden sugerido por las circunstancias.

Ciertamente, según la norma de la Ratio fundamentalis, para la formación sacerdotal, la preparación de


los alumnos ha de comenzar con una introducción al misterio de Cristo y a la historia de la salvación, “para que
los alumnos puedan percibir el sentido de los estudios eclesiásticos, su estructura y su finalidad apostólica, y al
propio tiempo sean ayudados a fundamentar sólidamente su fe y a comprender más profundamente su
vocación sacerdotal”83; esto no se podrá obtener si no se ofrece simultáneamente una introducción a la liturgia,
que constituya una parte del curso introductorio, o un curso especial al comienzo de los estudios, donde se
explique la función de la sagrada liturgia en la economía de la salvación, en la vida de la Iglesia y en la vida
espiritual de cada cristiano. Será de gran utilidad para los alumnos, ya al comienzo de este curso, una breve
exposición de la misa y de las horas mayores del oficio divino.

80
N. 16; Cfr. Decr. Optatam totius, n. 16.
81
Cfr. Ratio fundamentalis, n. 79.
82
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, nn. 37-40.
83
N. 62.
34
3. El orden de los temas que describiremos más adelante puede cambiarse, si conviene, para armonizarlo
mejor con las demás disciplinas y con la vida misma del seminario. Así, por ejemplo, un estudio más esmerado
del capítulo I de la constitución sobre la sagrada liturgia será de mayor utilidad para los alumnos que han
comenzado ya el estudio de la teología. Asimismo, puede ser útil tratar del año litúrgico y explicar sus diversos
tiempos a medida que son celebrados. Así también el estudio de la liturgia de los sacramentos se podrá unir
convenientemente con el estudio de su teología.

4. El conjunto de la materia aquí propuesta no se ofrece para que el profesor lo enseñe obligatoriamente
todo en sus lecciones. Haga una selección de los temas, que permita a los alumnos una visión esencial, al
menos en sus líneas claves, de toda la liturgia, evitando lagunas que pudieran mermar la preparación de los
futuros sacerdotes. Los temas particulares no tratados en las lecciones propónganse a los alumnos para que,
individualmente o en pequeños grupos, puedan estudiarlos cuidadosamente, según los métodos que en otras
disciplinas han dado óptimos frutos.

5. El profesor de liturgia no olvide que su función principal es la de ayudar a los alumnos a profundizar en
aquellos mismos textos litúrgicos que deberán asimilar plenamente, a fin de llegar a ser sacerdotes capaces de
conducir al pueblo a una consciente y activa participación en el misterio de Cristo.

6. Cuando se aconseja recurrir a las antiguas fuentes y profundizarlas -como se hace frecuentemente en
este índice-, se quiere indicar la meta ideal a conseguir en los estudios, meta que se podrá de hecho conseguir
más o menos según las posibilidades de cada seminario.

Coordinación de la liturgia con los otros estudios del seminario


7. Téngase especial interés en coordinar debidamente la liturgia con las otras disciplinas enseñadas en el
seminario, como se ha dicho en la Instrucción, números 53-57. Hay además muchas cuestiones conexas,
relacionadas especialmente con la doctrina de los sacramentos y la administración de los mismos desde el
punto de vista pastoral, cuestiones que pueden ser tratadas por el profesor de liturgia o por otros, y por eso se
deben evitar con cuidado las lagunas y las repeticiones inútiles; en cambio, se procurará una cooperación
interdisciplinar, para que los temas litúrgicos, dogmáticos, canónicos, históricos y pastorales de una misma
cuestión sean explicados más profundamente y con mayor fruto.

PRIMERA PARTE

NOCIONES Y PRINCIPIOS

Art. l: Naturaleza de la sagrada liturgia y su importancia en la vida de la Iglesia


8. Será conveniente hacer preceder alguna introducción acerca del culto, considerado bajo el aspecto
antropológico y psicológico, ya que esto tiene una profunda incidencia en el espíritu humano, incluso en las
sociedades secularizadas, aunque de manera deformada.

9. La liturgia cristiana, sin embargo, completa y supera ampliamente semejante noción del culto; esto se
verá exponiendo e ilustrando la doctrina de la constitución Sacrosanctum Concilium, números 5-13. Se
explicará, por tanto:

a) la naturaleza de la liturgia, que “justamente es tenida como ejercicio del sacerdocio de Jesucristo; en
ella, por medio de signos sensibles, se significa y, de un modo peculiar a cada uno de ellos, se realiza
35
la santificación del hombre, y por el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, por la Cabeza y sus
miembros, se ejerce el culto público integral”84;
b) el misterio pascual de la pasión, resurrección y ascensión de Cristo, celebrado por la Iglesia en la
liturgia85, “del cual toman su virtud todos los sacramentos y sacramentales” 86;
c) el puesto que la liturgia ocupa en la economía de la salvación. A saber, “los prodigios divinos obrados
en el pueblo de la Antigua Alianza prefiguraban” 87 la obra de salvación de Cristo, porque “todo
acontecía allí como en figura” 88; la obra de Cristo, en cambio, se realizó plenamente de una vez
cuando, nacido de mujer, sometido a la ley, padeció bajo Poncio Pilato y al tercer día resucitó; la
Iglesia predicará luego, el Evangelio hasta el final de los tiempos, celebrará la Eucaristía y administrará
los otros sacramentos, reconociendo la presencia de Cristo particularmente en la sagrada liturgia 89;
además, en la liturgia terrena se pregusta la liturgia celestial 90, en la que Dios será todo en todos.
Se explicará también:

d) que la liturgia se sirve de signos sagrados sensibles, para indicar realidades divinas invisibles, y por
medio de aquellos realiza, de un modo peculiar a cada uno de ellos, la santificación del hombre 91;
e) que la liturgia, por ser el ejercicio del sacerdocio de Cristo, comprende un doble movimiento; desde
Dios hasta los hombres para obrar su santificación, y desde los hombres a Dios para prestarle
adoración en espíritu y en verdad92;
f) que, aunque la liturgia no agota toda la acción de la Iglesia, “es el culmen hacia el cual tiende dicha
acción y, a la vez, la fuente de donde brota toda su virtud”. Será útil exponer esto con mayor
amplitud, según la mente de la Constitución93.

Art. II. La liturgia como acción propia de la jerarquía y de la comunidad; la ley litúrgica
10. Según la norma de los números 26-32 y 41-42 de la Constitución, se propondrán los principios
relativos a la asamblea litúrgica, es decir, al pueblo santo convocado y organizado bajo la guía del obispo (o
del sacerdote que hace sus veces), y serán explicados con la doctrina de la Sagrada Escritura, con ejemplos de
la Iglesia primitiva, con textos de los Padres.

Conviene indicar además las condiciones que legitiman la celebración aparentemente privada de la
liturgia.

11. Se deberá insistir sobre la diversidad de los miembros y de las funciones, requerida por la asamblea
litúrgica; por eso se describirán las funciones del celebrante, de los ministros, de la schola cantorum y del
pueblo. Las funciones de los fieles y su participación activa se explicarán según la mente del Concilio Vaticano
II, y, al mismo tiempo, se aclarará la distinción entre sacerdocio común de los bautizados y sacerdocio
ministerial, por virtud del cual el sacerdote preside la asamblea litúrgico “in persona Christi”, en nombre de
Cristo94.

84
Const. Sacrosanctum Concilium, n. 7.
85
Cfr. Ibid., n. 6.
86
Ibid., n. 61.
87
Ibid., n. 5.
88
1 Cor. 10, 11.
89
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, nn. 6-7.
90
Cfr. Ibid., n. 8.
91
Cfr. Ibid., nn. 71 33.
92
Cfr. Ibid., nn. 5-7.
93
Cfr. Ibid., nn. 9-13.
36
12. Se expondrá el oficio preeminente del obispo, a la luz de la constitución Lumen gentium.

13. El profesor, con una breve exposición histórica, demostrará que las leyes litúrgicas fueron siempre de
competencia de la sagrada jerarquía, y esto por derecho divino; aunque el modo de ejercer este derecho ha
sido obviamente diverso a lo largo de los tiempos.

Explíquese así la norma actual establecida en el número 22 de la constitución litúrgico del Concilio
Vaticano II, exponiendo las competencias de la Sede Apostólica, de las Conferencias Episcopales y del obispo
local.

14. Asimismo con una exposición histórica se explicará por qué la Iglesia, poco a poco desde la
antigüedad, ha prohibido que en la liturgia se improvisaran y recitaran arbitrariamente oraciones, y cómo en la
actualidad ha señalado límites bien precisos a la improvisación, a las modificaciones y a las experiencias.

Art. III. Aspecto didáctico y pastoral de la liturgia


15. “En la liturgia, Dios habla a su pueblo; Cristo anuncia todavía su evangelio; el pueblo, a su vez
responde a Dios con el canto y con la oración” 95. En la liturgia, pues, ocupa un lugar principal la Sagrada
Escritura, o sea, la palabra de Dios, ya sea leída y escuchada por todos, ya sea cantada por la misma asamblea.
El profesor tratará ampliamente del uso de la Sagrada Escritura tanto en las lecturas como en los cantos
tomados de la misma. No deje de hablar asimismo de las lecturas no bíblicas y de los cánticos compuestos por
la Iglesia. Exponga los principios generales de las celebraciones bíblicas, de la homilía y de la catequesis, y
ponga de relieve la grandísima importancia de la Sagrada Escritura para la comprensión de los signos, de las
acciones y de las oraciones litúrgicas96.

16. Se deberá explicar con mucho interés la eficacia propia del canto sagrado y de su función en la
liturgia. Se expondrán, por consiguiente, los diversos géneros de canto; la salmodia, con la que se cantan los
salmos y los cánticos bíblicos: la himnodia, la doxología, las aclamaciones, etc. Ilústrese con ejemplos el diálogo
entre el celebrante y la asamblea de los fieles.

17. Explíquense también los diversos géneros de oración del sacerdote (las oraciones, las acciones de
gracias, las bendiciones, los exorcismos, las fórmulas indicativas, las oraciones privadas) y de la asamblea de los
fieles (la oración dominical, la oración hecha en silencio, las letanías).

18. Hágase, si es posible, una breve historia del canto sagrado, de su origen y de su primer desarrollo;
también del de la índole del canto gregoriano; háblese asimismo de los otros géneros aprobados por la
tradición; ilústrense por fin, los principios dados en la Instrucción de la Sagrada Congregación de Ritos, del 5
de marzo de 1967, sobre la música sagrada en la liturgia.

19. Se hablará también de la lengua litúrgica; se hará una breve historia de la disciplina tanto oriental
como occidental; según la capacidad y las posibilidades del profesor, se pondrá de relieve cómo la traducción
de los libros sagrados, especialmente del griego al latín, formó el latín cristiano, y según qué principios ha de
procederse en las traducciones actuales a las lenguas modernas.

94
Cfr. Juan Pablo II, Encícl. Redemptor hominis, 4 marzo 1979: AAS., 71 (1979), p. 311; Juan Pablo II, Carta Novo incipiente, a
todos los sacerdotes de la Iglesia, 8 abril 1979, n. 3, L'Osservatore Romano, 9-10 abril 1979.
95
Const. Sacrosanctum Concilium, n. 33.
96
Cfr. Ibid., n. 24.
37
20. Dado que la sagrada liturgia se sirve no sólo de palabras, sino también de signos que “fueron
escogidos por Cristo o por la Iglesia para significar realidades divinas invisibles” 97, se hablará en las lecciones
tanto de los gestos y actitudes del cuerpo en la oración litúrgico, cuanto de las cosas materiales de las que se
sirve el culto litúrgico. Acerca de los gestos y actitudes del cuerpo y de su significado y eficacia para mover las
almas, enséñese inspirándose en la Sagrada Escritura y en las obras de los Padres; deberá ponerse cuidadosa
atención para que la exposición no resulte abstracta, sino que se aplique al mismo uso litúrgico de forma
concreta. Convendrá explicar uno a uno, aunque sea brevemente, el significado especialmente bíblico de los
elementos naturales de que la liturgia se sirve, como son la luz, el agua, el pan, el vino, el aceite, el incienso,
etc., de manera particular aquellos elementos que son signos sacramentales.

21. Puesto que hoy hay algunos que pretenden despojar el culto litúrgico de su índole sagrada, y, por lo
mismo, piensan equivocadamente que no se deben usar objetos y ornamentos sagrados, sino que deben ser
sustituidos por cosas del uso común y profano, dichas opiniones deben ser confutadas, porque depravan la
genuina naturaleza de la sagrada liturgia98.

22. Se hará una exposición teológica de los lugares dedicados al culto y de su significado; se explicará el
rito de la dedicación de las iglesias. Se indicarán las finalidades del altar, del lugar destinado a conservar la
Eucaristía, de la sede del celebrante, del ambón y de la pila bautismal.

23. Se cuidará de que los alumnos, a partir de las otras enseñanzas, sepan discernir bien la historia y las
leyes del arte sagrado. Se hablará también oportunamente de la iconografía cristiana y de las exigencias que el
arte sagrado de nuestro tiempo debe respetar para ser útil al pueblo cristiano.

24. De estas consideraciones resultará evidente la índole didáctica de la liturgia y cómo, aun siendo ella
principalmente culto de la majestad divina, es también una excelente catequesis para el pueblo 99. Preséntese el
axioma legem credendi lex statuat supplicandi y dénse las normas para discernir las verdades que la Iglesia
propone en la liturgia a los fieles como objeto de fe, de aquellas otras en las cuales, por el contrario, el
magisterio no compromete su autoridad.

25. Para que, en la exposición de esta materia, se tengan debidamente en cuenta las dificultades de los
hombres de nuestro tiempo y se indique a los pastores los caminos de solución, tómense en consideración las
ciencias antropológicas, como la psicología y la sociología, según las indicaciones dadas en la presente
Instrucción, número 50.

Art. IV: Nociones sobre la historia de la sagrada liturgia


26. Al exponer ordenadamente cada una de las acciones litúrgicas y cada uno de los sacramentos, se
deberá insistir en la historia de cada rito, ya para que se comprenda el uso litúrgico actual, ya para que resulte
más clara y más segura la teología sacramental. Pero, a fin de que a lo largo de las lecciones todo quede más
claro, convendrá anticipar a la exposición de la materia algunos breves datos sobre las fases y sobre las épocas
de toda la historia de la liturgia, y llamar la atención sobre la mutua relación entre liturgia y espiritualidad
cristiana.

Así, en cuanto sea posible, comiéncese presentando la oración judía como se hacía sobre todo en la
sinagoga, en las casas privadas y en la celebración pascual en tiempo de Cristo, de forma que resalte mejor
97
Const. Sacrosanctum Concilium, n. 33.
98
Cfr. Pablo VI, Alocución de 14 de octubre 1968 a la Comisión Litúrgica.
99
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, n. 33.
38
tanto la semejanza como la novedad de la oración cristiana. Descríbase luego la asamblea litúrgica de la edad
apostólica. Es de desear que se ofrezca a los alumnos la posibilidad de acudir a las fuentes litúrgicas de los
primeros siglos (p. e., la Didajé, S. Clemente Romano, S. Justino, S. Ireneo, Tertuliano, Hipólito Romano, S.
Cipriano, las Didascalias y las Constituciones Apostólicas, la Peregrinación de Egeria), textos escogidos de las
anáforas primitivas y de las catequesis patrísticas.

27. Teniendo en cuenta que las liturgias de las diversas iglesias se han ido desarrollando con leyes y
textos escritos, será oportuno delinear las familias litúrgicas de oriente y de occidente y exponer brevemente su
origen, su historia y sus características; esto es de grandísima importancia en aquellas regiones donde viven
muchos fieles pertenecientes a las iglesias orientales.

Se aconseja también destacar la afinidad existente entre los diversos ritos; en la exposición de cada una
de las acciones, en particular de los sacramentos, dése espacio siempre a los textos y a los ritos de las diversas
liturgias, para ofrecer una doctrina más rica y para alimentar la devoción.

28. Se explicará la actuación del Concilio de Trento para corregir los abusos introducidos en la liturgia y
promover la unidad litúrgica. Coméntense los decretos de dicho Concilio sobre la liturgia, y muéstrese cómo,
según las disposiciones y el espíritu del mismo Concilio, los Romanos Pontífices enmendaron los libros
litúrgicos y los divulgaron hasta haber llegado a utilizarse en nuestros tiempos. Será además oportuno exponer
brevemente cómo en los siglos XVII-XIX, no obstante las dificultades, la liturgia progresó sobre todo gracias a
la erudición histórica; la devoción a la Eucaristía, la fiel observancia de los ritos, las iniciativas pastorales
tomadas en diversas regiones para que los fieles comprendieran la liturgia y participaran en ella, abrieron el
camino a la renovación que iniciada en nuestro siglo por S. Pío X, ha sido luego ampliamente promovida por el
Concilio Vaticano II.

29. Para lograr una comprensión más profunda de la reforma litúrgico actual, será muy útil indicar a los
alumnos los documentos mediante los cuales ha sido poco a poco llevada a cabo.

SEGUNDA PARTE

LA MISA Y EL CULTO EUCARISTICO

Art. I: Nociones generales sobre la misa, que hay que explicar


30. Ante todo, se expondrán los textos del Nuevo Testamento sobre la institución de la Eucaristía y se
confrontarán con los textos judíos de la oración diaria y de la cena pascual y con otros testimonios que
parecen prefigurar la celebración eucarística.

31. Se describirá brevemente la historia de la misa, de modo que se vean los principales elementos
comunes a todas las liturgias, para que se adviertan mejor en la celebración actual y sean presentados más
fácilmente al pueblo cristiano.

Es de desear además que, donde sea posible, los alumnos lean los textos primitivos escogidos de las
obras de los Padres o tomados de las liturgias más antiguas, hoy recogidos en muchas antologías.

Especialmente en aquellas regiones donde viven fieles de ritos orientales, es útil ofrecer a los seminaristas
nociones sobre la misa en estos ritos, sobre todo bajo el aspecto espiritual
39
32. Descríbanse los distintos modos de celebración; misa estacional del obispo, misa común con el
pueblo, misa sin el pueblo. Indíquense las funciones del celebrante, de los concelebrantes, de los ministros, de
la schola y de los fieles, según la ordenación general al misal romano, publicada el año 1970.

33. Más extensamente y por especial motivo se explicará la concelebración con su disciplina actual, según
la tradición oriental y latina.

34. En conformidad con la misma ordenación general, capítulos 5-6, se expondrán las condiciones
requeridas para la celebración de la misa, no sólo en virtud de la tradición y de la ley, sino también por
exigencias de la razón y de la naturaleza humana: el templo y el altar con su ornamentación, los vasos
sagrados, los indumentos de los sacerdotes y de los ministros y las demás cosas de este género.

Art. II: Normas para explicar rectamente a los alumnos cada una de las partes y de los ritos de la misa
35. El profesor ponga de relieve que las dos partes de que, en un cierto sentido, consta la misa: la liturgia
de la palabra y la liturgia eucarística, están tan estrechamente unidas que forman un único acto de culto 100.

36. El profesor explicará ampliamente cada uno cae ¡os ritos de la misa, subrayando la importancia de
cada uno de ellos, de modo que aparezcan claramente los diversos ritos de entrada, la sucesión de las lecturas
en la liturgia de la palabra hasta el evangelio, la homilía y la oración de los fieles; el significado del ofertorio; la
naturaleza y la estructura de toda la plegaria eucarística; los ritos de preparación a la comunión y los ritos
finales.

En cuanto sea posible, explíquese cada rito bajo el aspecto histórico y bajo el aspecto comparativo con
los ritos de otras liturgias.

37. Con el mismo método se expondrán e ilustrarán las demás partes que constituyen la plegaria
eucarística101.

38. El uso de la comunión bajo las dos especies explíquese desde el punto de vista histórico, teológico y
pastoral.

39. En conformidad con la Instrucción Eucharisticum mysterium de fecha 25 de mayor de 1967, indíquese
de qué modo debe instruirse a los fieles para que su participación en la misa resulte más fructuosa, y cómo la
Eucaristía es el centro de todo el conjunto de los sacramentos.

40. Cuando el profesor exponga la liturgia de la palabra, trate también de aquellas celebraciones de la
palabra que aconseja la constitución sobre la liturgia en el número 35,4 102.

Art. III: El culto eucarístico fuera de la misa


41. El culto a la Eucaristía fuera de la misa ha tenido un gran desarrollo a lo largo del tiempo; por eso,
habrá que procurar que dicho desarrollo sea explicado teniendo en cuenta el Santo Sacrificio de la misa y la
mente de la citada Instrucción del 25 de mayo de 1967, y que se exponga la parte del Ritual Romano
promulgada el 21 de junio de 1973, sobre la sagrada comunión y el culto del misterio eucarístico fuera de la
misa.

100
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, n. 56.
101
Cfr. Institutio generalis, n. 55; S. C. para el Culto Divino, Circulares sobre las plegarias eucarísticas, 27 abril 1973.
102
Cfr. S. C. de Ritos, Instrucción, 26 septiembre 1964, nn. 37-39.
40
Se hablará, por tanto, lo mismo de la comunión eucarística fuera de la misa como de la custodia de la
Eucaristía, de su fundamento teológico y pastoral y de las condiciones jurídicas que la regulan.

Se tratará además de las devociones eucarísticas y de sus principales manifestaciones, como son las
procesiones, la exposición del Santísimo Sacramento, los congresos eucarísticos, manifestaciones que son
recomendadas por los mismos documentos y reglamentadas de modo que aparezcan en relación con la misa y
sirvan para orientar a los fieles hacia la participación en el sacrificio eucarístico y en la comunión.

TERCERA PARTE

LOS OTROS SACRAMENTOS Y LOS SACRAMENTALES

42. El comentario al Pontifical y al Ritual renovados hágase, sobre todo, partiendo de los textos mismos y
de sus Praenotanda, de forma que resulte clara su doctrina; la historia de los ritos servirá de ayuda para que
éstos sean mejor explicados y comprendidos. Todas las partes se concluirán con un estudio pastoral, para que
los candidatos al sacerdocio se preparen a ejercer su futuro ministerio sagrado.

Art. I: La iniciación cristiana


43. La iniciación cristiana, es decir, el rito del catecumenado, los sacramentos del bautismo y de la
confirmación y la primera comunión- debe exponerse con mucho interés, porque constituye el fundamento de
la catequesis a los niños, y además porque en muchas partes de la tierra un gran número de adultos se
encuentra en la necesidad de recorrer el mismo camino de la iniciación cristiana.

44. Es, pues, de desear que se explique la historia de la liturgia del bautismo y del catecumenado
litúrgico, de modo que se comprenda y explique bien el rito del bautismo de adultos, que hoy se confiere por
etapas. Los mismos ritos bautismales ilumínense con la liturgia cuaresmal, con los textos de la misa crismas,
con los ritos y textos de la vigilia pascual y de la octava de Pascua.

45. Invítese insistentemente a los alumnos y ayúdeseles a leer las catequesis bautismales de los Padres,
hoy muy accesibles en su lengua original por sus versiones modernas.

46. Conviene que se expliquen brevemente las conmemoraciones del bautismo celebradas antigua o
recientemente, y, cuando se presente semejante ocasión, dése una cuidadosa instrucción pastoral sobre la
importancia de las mismas y sobre los frutos que de estas celebraciones se esperan para la vida espiritual de
las parroquias y de los fieles.

47. Con los mismos medios y con el mismo método explíquese el rito de la confirmación, según la
Constitución apostólica Divinae consortium, dada por Pablo VI el 15 de agosto de 1971, poniendo de relieve al
mismo tiempo la fuerza propia de este sacramento y su íntima conexión con el bautismo.

De modo particular, el profesor de liturgia o de teología pastoral exponga las iniciativas pastorales
necesarias para la preparación y la celebración fructuosa de la confirmación, instruyendo a la vez sobre las
disposiciones que hubieren sido determinadas acerca de esta materia por la Conferencia Episcopal o el
Ordinario del lugar.

48. Conviene detenerse brevemente sobre la Eucaristía, considerada como el coronamiento de los
sacramentos de la iniciación, y sobre la admisión de los niños a la recepción de la Eucaristía.
41
Art. II: El orden y los diversos ministerios
49. El rito y la disciplina del sacramento del orden y de los ministerios de la Iglesia deben ser presentados
e ilustrados tanto más ampliamente cuanto más profunda ha sido su renovación, realizada según las
disposiciones del Concilio Vaticano II. Se verá si este tema debe ser tratado en el curso de las lecciones
litúrgicas o más bien gradualmente cuando los alumnos son admitidos a cada uno de los ministerios o a las
órdenes.

Será, con todo, competencia del profesor de sagrada liturgia explicar al menos los textos del nuevo
Pontifical Romano e ilustrar con la tradición histórica la Constitución Apostólica Pontificalis Romani (18 junio
1968), el Motu proprio Sacrum diaconatus ordinem (18 junio 1967) Ad pascendam y Ministeria quaedam (15
agosto 1972).

En cuanto sea posible, explíquense brevemente las ordenaciones en las iglesias orientales, sobre todo en
aquellas regiones donde hay muchos fieles de tales ritos.

50. Deberá explicarse bien la ordenación episcopal para que aparezca claramente que todas las órdenes y
los ministerios se refieren al Obispo y especialmente que los presbíteros son cooperadores del mismo y han
recibido “el encargo de secundar el orden episcopal”.

Art. III: El matrimonio y la virginidad


51. El rito del matrimonio será presentado bajo el aspecto histórico; se explicarán sus variedades y sus
propiedades, según la diferencia de lugares; se demostrará cómo el rito se adaptó siempre a las costumbres
religiosas y civiles de los distintos pueblos. Coméntense los textos y las lecturas que el nuevo Ritual ofrece en
abundancia.

Y pues, en la doctrina del Nuevo Testamento y de los Padres, el matrimonio cristiano y la sagrada
virginidad aparecen relacionados entre sí y se comprenden conjuntamente, será bueno que con la liturgia del
matrimonio se confronte la liturgia de la consagración de las vírgenes, descrita en el nuevo Pontifical Romano.

Art. IV: La liturgia de la consagración religiosa


52. El mismo rito de la consagración de las vírgenes y el rito de la profesión religiosa, brevemente comentados,
dejarán claro que la vida religiosa en la Iglesia constituye un estado especial, como enseña el Concilio Vaticano
II en la Constitución Lumen gentium103.

Art. V: La liturgia penitencial


53. Es de desear que se exponga a los alumnos una breve y compendioso historia de la liturgia y de la
disciplina penitencial, para que comprendan mejor tanto el sacramento de la penitencia cuanto los otros actos
penitenciales.

Con la ayuda del nuevo Ritual Romano y de las normas pastorales emanadas de la S. C. para la Doctrina
de la Fe el 16 de junio de 1972, explíquense los ritos del sacramento de la penitencia y las condiciones
requeridas para impartir la absolución general.

Explíquese también el carácter penitencial de la liturgia cuaresmal, la importancia del acto penitencial
que se hace al comienzo de la misa, y coméntense las normas para las celebraciones penitenciales que se
encuentran en los citados documentos.
103
Cfr. cap. VI.
42
Art. VI: La liturgia de los enfermos
54. Coméntese la Constitución Apostólica Sacram unctionem emanada el 30 de noviembre de 1972 y el
Ordo unctionis infirmorum eorumque pastoralis curae del nuevo Ritual Romano. Esta reforma, dispuesta por el
Concilio Vaticano II,104 podrá oportunamente comprobarse con la historia litúrgica.

Art. VII: La liturgia de la muerte cristiana


55. El curso de liturgia tratará también de la liturgia de los moribundos y de los muertos; primeramente
del santo viático, luego de los ritos de recomendación del alma, finalmente de las exequias. Se pondrán de
relieve todos los aspectos de estos ritos, que expresan el misterio pascual. Se enseñe a los alumnos a escoger
los textos de entre los que abundantemente ofrece el nuevo Ritual e instrúyaseles sobre el cuidado pastoral a
los moribundos y la importancia pastoral de la celebración de las exequias.

Art. VIII: Los sacramentales


56. Se hablará de las procesiones en general y de su importancia religiosa; muéstrese que las
peregrinaciones son una cierta forma particular de procesión y póngase en evidencia su importancia pastoral.

57. Se explicará, aunque sólo sea brevemente, desde el punto de vista teológico e histórico, las
bendiciones; se insistirá sobre su significado y sobre su utilidad para la santificación de la vida diaria; se
inculcará en los alumnos el respeto hacia todas las formas legítimas con las que el cristiano manifiesta la fe en
su vida; al mismo tiempo, se les advertirá acerca de las cautelas que han de tomarse a fin de evitar abusos y
supersticiones.

CUARTA PARTE

LA SANTIFICACION DEL TIEMPO

58. En la exposición de la materia, se comenzará con el domingo, “ya que éste es el fundamento y el
núcleo de todo el año litúrgico”105.

Art. I: El domingo
59. Concédase la máxima importancia al domingo, cuya definición y cuyos elementos habrán de
proponerse según la Constitución sobre la sagrada liturgia 106. Con argumentos históricos se demostrará que el
domingo es la pascua semanal, tan estrechamente unida a la Iglesia primitiva que, según la tradición
apostólica, toma origen del día mismo de la resurrección de Cristo 107.

6 0. Examínense las razones pastorales que inducen ala verdadera santificación de este día, como es
obligación de todos los fieles.

61. Los domingos “per annum” “durante el año” ofrecen al pueblo cristiano las riquezas de la palabra de
Dios; por tanto, es necesario instruir acerca de ellas a los alumnos de forma que promuevan con fidelidad y
diligencia su celebración según las leyes litúrgicas.

104
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, nn. 73-75.
105
Const. Sacrosanctum Concilium, n. 106.
106
Cfr. Ibid.
107
Cfr. Ibid.
43
Art. II: El año litúrgico
62. Aun cuando, a lo largo de todo el año, los alumnos son instruidos por su superiores y profesores
sobre el modo de celebrar, con gusto y fervorosamente los tiempos y las fiestas que se suceden, conviene, no
obstante, que en las lecciones se presente de modo sistemático y ordenado una especie de síntesis del año
litúrgico, a la luz de la historia y según las indicaciones del Motu proprio Mysterii paschalis, dado por Pablo VI
el 14 de febrero de 1969.

63. Ante todo, muéstrese la historia y la índole espiritual de la Pascua y del ciclo pascual, a saber: el
tiempo pascual de cincuenta días que culmina en la solemnidad de Pentecostés, el triduo pascual, el tiempo de
preparación o cuaresma; pero más que nada debe formarse a los alumnos de tal modo que vivan intensamente
el misterio pascual y se preparen a su futuro ministerio pascual.

64. Expóngase a continuación el ciclo de las fiestas de Navidad y de Epifanía, con su historia y su
significado espiritual.

65. Se explicarán brevemente las solemnidades del Señor introducidas más tarde en el año litúrgico: la
Trinidad, el Cuerpo de Cristo, el Sagrado Corazón, Cristo Rey, etc.

66. Explíquese históricamente el culto de la Santísima Virgen en la Iglesia 108, y estúdiense las principales
fiestas en honor de la misma que se celebran durante el año.

67. Por lo que se refiere a los santos, cuya memoria ha sido introducida en el año litúrgico, téngase
presente la doctrina de la Constitución sobre la liturgia 109. Descríbanse brevemente el origen y el desarrollo
histórico del culto de los mártires y de los otros santos, la devoción a sus sepulcros y sus reliquias y la
importancia que tiene en la vida cristiana el culto de los santos.

Art. III: La santificación de las horas del día y el oficio divino


68. Para ayudar a los alumnos a celebrar con devoción y con fruto el oficio divino, es útil que el profesor
de liturgia les presente la Ordenación general que precede al Libro de la Liturgia de las Horas promulgado por
Pablo VI el 1 de noviembre de 1970.

69. Se insistirá en la parte doctrinal de esta Ordenación (c. I) y ante todo se hará ver que el oficio de
alabanza fue encomendado por Cristo a la Iglesia, y que este oficio se cumple no sólo con la celebración
eucarística, sino también bajo otras formas, sobre todo con el rezo del oficio divino 110.

70. Partiendo del testimonio de los Hechos de los Apóstoles y de la tradición de la Iglesia, se pondrá de
relieve la grandísima importancia de las horas del oficio para la santificación del día y de sus partes, y para
satisfacer de modo conveniente el precepto divino de orar sin interrupción; el valor simbólico de cada una de
las horas se descubrirá claramente en los escritos de los primeros autores espirituales y en las oraciones del
actual Libro de la Liturgia de las Horas.

71. Póngase de relieve la particular importancia espiritual y pastoral atribuida por el Concilio Vaticano II a
las laudes de la mañana y a las vísperas, horas que el mismo Concilio llama el doble quicio del oficio divino 111.

108
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, n. 103.
109
Cfr. Ibid., n. 104.
110
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, n. 83.
111
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, n. 89; Institutio generalis, nn. 37-54.
44
72. Explíquese cómo la Iglesia hizo propia esta oración diaria, de forma que sea verdaderamente “la voz
de la misma Esposa que habla a su Esposo, más aún, la oración de Cristo junto con su Cuerpo místico al
Padre”112.

73. Foméntese de manera especial la devoción de los alumnos por los salmos, tanto con comentarios
exegéticos propuestos por el profesor de Sagrada Escritura, como sirviéndose de los títulos y de las oraciones
sálmicas contenidas en el Libro de la Liturgia de las Horas 113.

74. A la luz de los decretos del Concilio Vaticano II 114, explíquese la índole comunitaria del oficio divino, a
cuyo rezo son invitados también los fieles, y el mandato especial con que son delegados particularmente los
sacerdotes y otras personas para recitar este maravilloso cántico.

75. Será útil dar algunas informaciones sobre las tradiciones de las diversas Iglesias acerca de la
estructura y la celebración del oficio, y describir brevemente la historia del oficio romano, con las reformas
llevadas a cabo desde el siglo XVI hasta hoy.

FORMACIÓN LITÚRGICA DE LOS FUTUROS PRESBÍTEROS

SUMARIO: I. Introducción - II. La nueva "Instrucción" - III. Problemas abiertos: I. El seminario, comunidad
litúrgica; 2. La liturgia, "culmen et fons"; 3. Un problema de fondo - IV. Formación para la presidencia
litúrgica.

I. Introducción

Toda educación cristiana debe considerar la -> formación litúrgica como uno de sus componentes
fundamentales (cf GE 2; SC 19): no por una moda pasajera o por una opción facultativa, sino porque la liturgia,
especialmente la eucaristía, es "culmen... et fons" de la vida de la iglesia y en la iglesia (SC 10). Este principio,
que poco a poco está readquiriendo entre los educadores cristianos el sentido obvio y profundo que tenía en la
más antigua pedagogía de la iglesia, sirve a fortiori para las comunidades de formación sacerdotal. No nos
parece fuera de lugar reconsiderar y profundizar el discurso sobre la formación litúrgica separadamente para los
futuros sacerdotes, si bien las acciones litúrgicas "pertenecen a todo el cuerpo de la iglesia, lo manifiestan y lo
implican" (SC 26).

Hoy estamos muy lejos de aquel tiempo en que las cuestiones litúrgicas se consideraban "reservadas al clero y a
los religiosos", con la preocupación "de evitar toda injerencia indiscreta de los laicos en las cosas del culto, de
mantener una separación muy clara entre santuario y nave"'.

Por mucho que puedan diferenciarse los planteamientos de los seminarios y como quiera que se organice en el
campo de la iglesia local la preparación de los futuros presbíteros, pensamos que se debe hablar de una
especial formación litúrgica de aquéllos al menos por tres razones: por la particular necesidad de una formación
cristiana integral en ellos (OT 8); por la peculiar función que está destinada a tener la liturgia en la vida y

112
Const. Sacrosanctum Concilium, n. 84, Institutio generalis, nn. 15-16.
113
Cfr. Institutio generalis, nn. 100-135.
114
Cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, nn. 84-100; Presbyterorum ordinis, nn, 6 y 13; Const. Lumen gentium, n. 41; Institutio
generalis, nn. 20-37.
45
ministerio de los futuros sacerdotes (LG 28; PO 13); porque ellos no podrán llegar a ser guías y maestros de los
fieles en la vida litúrgica si no están "impregnados totalmente del espíritu y de la fuerza de la liturgia" (SC 14).

Por eso el concilio recomienda que se imparta a los alumnos de los seminarios y de los estudios religiosos "una
formación litúrgica de la vida espiritual por medio de una adecuada iniciación que les permita comprender los
sagrados ritos y participar en ellos con toda el alma, sea celebrando los sagrados misterios, sea con otros
ejercicios de piedad penetrados del espíritu de la sagrada liturgia..." (SC 17).

Sería exagerado afirmar que estas normas han sido desatendidas en estas dos décadas después del Vat. II; por
todas partes se han estudiado, discutido y en gran medida llevado a la práctica', gracias también al hecho
consolador de que ha ido creciendo el número de profesores de liturgia formados según las prescripciones de
SC 15. Pero en muchos ambientes eclesiásticos , incluida España, no han faltado retrasos, faltas de cumplimiento,
incertidumbres, quizá incluso involuciones, mientras que en varias naciones se proyectaba toda una serie de
desarrollos y de nuevos problemas de la situación litúrgica sobre la formación de los futuros sacerdotes.

II. La nueva "Instrucción"

En este contexto adquiere gran significado la Instrucción sobre la formación litúrgica en los seminarios', que
tiene la finalidad de "presentar indicaciones y normas para hacer la vida litúrgica y el estudio de la sagrada
liturgia en los institutos de formación sacerdotal más acorde con las actuales necesidades".

No han faltado en el pasado orientaciones oficiales sobre la formación litúrgica en los seminarios 4; pero la de
1979 es ciertamente el documento más completo y de más amplias miras que nunca haya emanado la iglesia al
respecto. Son dos los motivos indicados por la nueva instrucción, que exigen en la iglesia de hoy "un mayor
compromiso por la formación litúrgica en los seminarios": la actuación de la reforma litúrgica exige que los
futuros sacerdotes sepan "comprender la índole y la fuerza de la liturgia renovada para insertarla en la propia
vida y para transmitirla adecuadamente a los fieles" (n. 3); "los nuevos problemas pedagógico s derivados de la
creciente secularización de la sociedad", que "ofuscan en las mentes la genuina naturaleza de la liturgia,
haciendo al hombre menos capaz de vivirla con intensa participación" (n. 4).

Tras una introducción sobre la "preeminencia de la liturgia en laformación sacerdotal " y sobre la finalidad del
documento, la instrucción se divide en dos partes, dedicadas, respectivamente, a la vida litúrgica y a la
enseñanza de la ciencia litúrgica en los seminarios, completadas por un apéndice, en el que se propone "un
índice de argumentos que se pueden tratar oportunamente en la enseñanza de la liturgia en los seminarios".

La primera orientación que nace del documento, desde la introducción, es "la importancia de la liturgia en la
formación sacerdotal" (n. 1), con la exigencia de una formación tanto teórica como práctica: una formación
mistagógica que "se alcanza principalmente por medio de la vida litúrgica de los alumnos, hacia la que son
conducidos con profundidad creciente por medio de las celebraciones litúrgicas comunitarias " (n. 2).

La formación litúrgica, se dice en la primera parte, deberá comenzar con una "breve y adecuada iniciación" de
carácter preliminar y global desde el primer año (n. 8), y desarrollarse en todo el arco de la formación
sacerdotal, profundizando las bases bíblico-teológicas de la vida litúrgica, valorando plenamente la misma
celebración litúrgica que se realiza en los seminarios y armonizando oportunamente la vida espiritual de los
particulares y de la comunidad con la participación litúrgica (nn. 9-10).

La asamblea litúrgica, que reúne lo más frecuentemente posible en torno al mismo altar a superiores y alumnos,
animada por el ejercicio de los ministerios y abierta constantemente a la iglesia local, contribuirá
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considerablemente a "fundir en la unidad la comunidad del seminario y formar en los alumnos el espíritu
comunitario" (n. 12). La celebración litúrgica en el seminario "debe ser un modelo, sea por los ritos, sea por el
tono espiritual y pastoral, sea por la observancia debida tanto a las prescripciones y textos de los libros
litúrgicos cuanto a las normas dadas por la Santa Sede y por las conferencias episcopales " (n. 16). En ella se
favorecerá "una sana variedad (sana varietas) en el modo de celebrar las acciones litúrgicas y de participar en
ellas" (n. 17), sin renunciar al constante esfuerzo por que haya "una profunda e íntima asimilación de aquellos
elementos de la sagrada liturgia que pertenecen a su parte inmutable, en cuanto que son de institución divina"
(n. 18).

Esta formación litúrgica, prolongada durante años, deberá tender a preparar a los futuros sacerdotes "para su
oficio de pastores y presidentes de la asamblea litúrgica ", no con experiencias puramente exteriores, sino con
una experiencia litúrgica bien dirigida y con un gradual ejercicio de los ministerios (nn. 20-21). Para los actos
litúrgicos concretos se da después una serie de normas concretas, que ciertamente están hechas a medida de
las situaciones particulares y de las exigencias pedagógicas de los alumnos, pero que constituyen una buena
base orientativa para la vida litúrgica de un seminario (nn. 22-42).

La parte segunda de la , instrucción está dedicada a la enseñanza de la liturgia, de la que subraya sobre todo los
aspectos teológicos, pastorales y ecuménicos (nn. 43-44). Se delinea a continuación el ámbito de la ciencia
litúrgica, su método, su particular función en el diálogo interdisciplinar, su apertura a las aplicaciones y a los
problemas de la pastoral (nn. 45-61).

Sobre todo es en la liturgia —subraya la conclusión del documento— donde los alumnos de los seminarios
"adquieren una más profunda y plena experiencia del sacerdocio y de sus exigencias ", pues ellos "son invitados
a imitar lo que conmemoran": "el estudio asiduo y el ejercicio de la sagrada liturgia recuerdan continuamente a
los futuros sacerdotes la finalidad a que tienden todas las actividades pastorales y, al mismo tiempo, hace que
todos sus esfuerzos en los estudios, en las prácticas pastorales y en la vida interior sean cada vez más
conscientes y consigan una profunda unidad" (n. 62).

También se refiere a la liturgia el reciente documento de la CEE sobre La pastoral litúrgica en España. Dedica el
n. 8 a la formación litúrgica de los pastores y de las comunidades, diciendo: "No es necesario insistir mucho en
la importancia de la preparación litúrgica de los futuros pastores y de los ya entregados al ministerio... Se hace
necesario un trabajo más profunda para asimilar la riqueza de contenido bíblico, teológico, pastoral y espiritual
de la liturgia renovada. Ha de procurarse una formación integral y vital, teológica y pastoral, no meramente
nocional. El mayor esfuerzo deberá hacerse en las facultades de teología, en los seminarios, noviciados y
comunidades de religiosos/as, sin descuidar a los seglares, llamados a desempeñar los diversos ministerios que
les competen en la asamblea litúrgica" `.

III. Problemas abiertos

Más que analizar los distintos aspectos de la instrucción, que está al alcance de todos, preferimos volver sobre
algunos temas, situándolos en la realidad concreta de muchas comunidades de formación sacerdotal.

1. EL SEMINARIO, COMUNIDAD LITÚRGICA. La instrucción asume como fundamental un principio que refleja la
más antigua tradición eclesial y responde a la naturaleza particular de la comunidad seminarística: la formación
litúrgica "se alcanza principalmente por medio de la vida litúrgica de los alumnos, a la que son conducidos con
creciente profundidad por medio de las celebraciones litúrgicas comunitarias" (Instr., cit., n. 2). Hoy, con el
desarrollo de la reforma, mientras por una parte se constata la eficacia formativa de una enseñanza litúrgica más
seria y de una visión más unitaria y más económica de toda la teología centrada en el misterio de Cristo (SC 15-
47
16), sigue siendo primaria e inalienable la exigencia de que "en los seminarios e institutos religiosos la vida esté
totalmente informada de espíritu litúrgico" (SC 17). Y esto no sólo por la eficacia, reconocida en cualquier
pedagogía, del ejemplo, del actuar juntos según determinados principios, de la temperies espiritual que
caracteriza y anima, casi sin darse cuenta, un ambiente educativo, sino porque la misma liturgia es una realidad
viva y mistérica, y no se la comprende verdaderamente sino participando en ella: ninguna lección de teología o
de pastoral litúrgica puede sustituir a la experiencia habitual de la celebración eucarística sentida y vivida como
centro de la vida cotidiana, en un clima de fe y de gozoso compromiso comunitario, bajo la guía de celebrantes
que sepan ser modelos en la no fácil tarea de presidir la eucaristía [-> infra, IV].

Desde un punto de vista litúrgico, el seminario es indudablemente una comunidad especializada, dotada de
particulares finalidades formativas, y esto puede también significar que allí se adopten formas de celebración y
de participación diversas de las apropiadas para la pastoral común. De todas formas, a nosotros nos parece que
hoy es cada vez menos oportuno diferenciar demasiado la liturgia del seminario de la que los alumnos celebran
en las parroquias, y de la que deberán, el día de mañana, hacerse animadores y responsables. Nos parece más
fructífero que se realice comúnmente una buena liturgia que sea decididamente pastoral, estrictamente unida a
la vida y a la oración cotidiana, preparada con una habitual seriedad y con la aportación de todos, escogiendo y
experimentando formas diversas de celebración y de participación.

A quien tiene el cuidado de la vida del seminario le incumbe por tanto una notable responsabilidad formativa y
pastoral, puesto que a partir de la experiencia cotidiana del seminario es como madurará en los futuros
sacerdotes un profundo sentido pastoral y teológico de la liturgia, gracias al cual sabrán después armonizar una
sincera y consciente fidelidad a la tradición de la iglesia y a sus disposiciones concretas con un valiente espíritu
de adaptación y renovación (que exige sólidos criterios pastorales, capacidad de intuición y de elección y no
poca fantasía).

Es normal que también en los seminarios se reflejen los aspectos más prometedores, y a la vez las dificultades y
las tensiones de la actual situación litúrgica de la iglesia. Pero una parte considerable de estas dificultades —
permítasenos subrayarlo—, antes que de los jóvenes y del influjo de la secularización y de la actual crisis de los
valores tradicionales, proviene de los mismos responsables de la vida del seminario: no siempre se ha logrado
adquirir una verdadera formación litúrgica a través de un replanteamiento profundo de toda una venerable
tradición teológica yespiritual, que ya no está totalmente en sintonía con la vida y las orientaciones de la iglesia
actual. Esto se descubre fácilmente en ciertos ambientes en el planteamiento general de la vida de piedad y en
el modo de promover y de celebrar las acciones litúrgicas, donde se preocupan más de reconstruir un nuevo
rubricismo que de realizar una liturgia viva. También la falta de armonía y de entendimiento en el seminario se
hace sentir indefectiblemente en la liturgia, que es un momento particularmente sintomático de la vida de la
comunidad. No sólo aparecen con frecuencia divergencias de ideas y de concepciones teológicas y espirituales
entre los diferentes profesores, sino que en el plano concreto se verifican, por ejemplo, diferencias no
despreciables entre el planteamiento litúrgico y el musical, y surgen delicados conflictos de visión y de
competencias entre el rector, responsable de la formación de los seminaristas, el padre espiritual y el mismo
profesor de liturgia. Con frecuencia es este último el que, en la compleja situación actual, tendría la preparación,
la sensibilidad y la disponibilidad necesarias para asumir la comprometida tarea de animar o inspirar la vida
litúrgica de la comunidad seminarística, de pleno acuerdo con todo el équipe educativo y con la colaboración
responsable de un grupo litúrgico.

También la participación en las celebraciones litúrgicas de la catedral, en las parroquias o en los grupos
eclesiales puede resultar a veces poco formativa: sea que se trate de liturgias formalmente ejemplares, pero
carentes de todo esfuerzo de interpretación o de adaptación; sea que se trate de liturgias descuidadas, poco
preparadas o bien encaminadas a una creatividad salvaje, carente de un auténtico sentido eclesial.
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Los jóvenes de nuestros seminarios, abiertos y sensibles a las instancias más profundas que brotan en la iglesia
de hoy, pero que con frecuencia también simpatizan fácilmente con aspectos más discutibles y superficiales de
la situación actual, necesitan, en el estudio y en la práctica de la liturgia, guías iluminados, pero también firmes,
capaces de comprender y de favorecer soluciones y experimentos necesarios y fructíferos, y a la vez de dar
orientaciones concretas y decididas, fundadas en sólidos principios teológicos y pastorales, más allá de las
recetas fáciles y las modas pasajeras.

Una verdadera formación litúrgica no puede referirse solamente a las acciones litúrgicas, sino que debe inspirar
y orientar toda la vida espiritual de los futuros presbíteros. En la línea de la enseñanza de SC 13 se está
efectuando en la piedad cristiana un lento y profundo proceso de renovación, del cual ya se sienten en nuestros
seminarios los primeros frutos, y a la vez las incertidumbres y las dificultades. Algunas formas de piedad,
felizmente replanteadas desde el espíritu de la liturgia, han vuelto a cobrar vigor y eficacia espiritual, mientras
que otras, pese a los esfuerzos de los educadores, no tienen ya ninguna incidencia sobre las nuevas
generaciones, formadas en la familiaridad con la biblia y la liturgia, en una temperies eclesial muy diferente de
aquella en que han nacido ciertas devociones. Es en los años del seminario cuando los futuros sacerdotes deben
saber madurar una profunda unidad entre liturgia y oración personal y entre liturgia y vida cotidiana, creciendo
cada vez más en la verdadera devotio, o sea, en aquella actitud profunda y total de adhesión a Dios Padre por
medio de Cristo en el Espíritu Santo, que debe expresarse en todos los aspectos de la vida cotidiana, pero que
tiene sus momentos fuertes en la participación en la liturgia.

2. LA LITURGIA, "CULMEN ET FONS". La instrucción, al repetir que "es sumamente necesario que la celebración
eucarística cotidiana... sea el centro de toda la vida del seminario y que los alumnos participen en ella
conscientemente" (n. 23), cita la Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis, n. 52, que continúa así: "El
sacrificio eucarístico, más aún, toda la sagrada liturgia, debe ocupar un puesto tal en el seminario, que aparezca
verdaderamente como `la cumbre a la cual tiende la actividad de la iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de
donde mana toda su fuerza' (SC 10)",.

Es necesario profundizar a esta luz la concepción, que evidentemente subyace al texto citado, del seminario
como comunidad eclesial: no sólo como "grupo de personas en comunión permanente de vida" en la iglesia,
sino también como componente importante de la vida de la diócesis, en estrecha relación con el obispo y con
su presbiterio.

En los seminarios mayores pensamos que no se puede renunciar a una realidad tan constitutiva de la vida
sacerdotal como la eucaristía, incluso cotidiana, y que se debe llevar a cabo un serio compromiso personal y
comunitario por una consciente y total participación, superando valientemente las innegables dificultades de la
rutina. Esa celebración cotidiana nunca deberá ser apresurada y minimalista. Si de hecho pueden realizarse
celebraciones más excepcionales y raras con un mayor contenido festivo, otras celebraciones más frecuentes y
ordinarias pueden asumir un carácter más íntimo y contemplativo, como expresión de un compromiso
constante y fiel, de acuerdo conmodalidades celebrativas más sobrias y ritualizadas.

La reciente instrucción (n. 17) recomienda una sana varietas, que debe significar, ante todo, una mayor
valoración de las celebraciones dominicales y de las solemnidades. Sólo que la inserción de los estudiantes en
las parroquias, los domingos y en los momentos fuertes del año litúrgico, en muchos ambientes crea el
problema de la coincidencia entre las celebraciones en el seminario y las de la comunidad local. Nos parece una
solución demasiado simple y pedagógicamente inoportuna la de una doble participación. Es más oportuno que,
en tales casos, la celebración en el seminario del domingo y de otros días litúrgicos festivos o solemnes pueda
tener sus momentos fuertes en laudes y vísperas, mientras que para la eucaristía con frecuencia se preferirá la
inserción en una comunidad eclesial más amplia.
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Se han experimentado varias formas de preparación comunitaria de la liturgia dominical, generalmente el
sábado por la tarde: celebraciones de la palabra con breves presentaciones de los temas principales;
meditaciones comunitarias o revisiones de vida para cursos particulares o grupos; encuentros de profundización
o de reflexión, frecuentemente con los laicos; preparación de la homilía con alguno de los superiores, etc.

En algunos seminarios se elige un día de la semana, menos cargado de compromisos pastorales, para realizar
una verdadera missa communitatis celebrada por todos los superiores con la participación de toda la
comunidad del seminario, que encuentra así la posibilidad de expresarse de la manera más completa como
comunidad eclesial, sobre todo cuando es el mismo obispo quien preside la asamblea litúrgica.

Esta particular celebración semanal, colocada en las horas más oportunas, preparada con cuidado, por ejemplo
por un curso cada vez, podrá constituir en el arco de la semana no sólo una notable variatio en absoluto inútil
para favorecer la participación, sino un medio eficaz de formación litúrgica y pastoral (y, por otra parte, no
desbanca a la misa dominical).

Especialmente allí donde la comunidad seminarística —según las indicaciones del OT 7— se articula en grupos
pequeños, es legítimo y deseable que estas unidades menores puedan hallar, por lo menos una vez a la semana,
su expresión sacramental en la celebración eucarística presidida por el animador del grupo o por el mismo
rector, según las perspectivas teológicas y las directrices de la Instrucción sobre las misas para grupos
particulares". Esta praxis suscitará ciertamente menos problemas si se apoya en los grupos en los que de hecho
se articula la comunidad, más que en el origen geográfico o en la pertenencia a diversos movimientos eclesiales.

La celebración comunitaria de laudes y vísperas es otro elemento de la vida litúrgica de la comunidad


seminarística, sobre todo en los días festivos. La formación para la liturgia laudis de cada día, misión
fundamental del sacerdote como cabeza de una comunidad cristiana y representante suyo, exige ciertamente
una notable "instrucción litúrgica y bíblica " (SC 90): también aquí la experiencia espiritual y pastoral hecha en el
seminario tiene una función determinante para la comprensión de esta oración pública de la iglesia, con la que
se prolongan a las principales horas del día la alabanza y la acción de gracias que tributamos a Dios en la
eucaristía (cf PO 5), y que es fuente y alimento de la piedad personal del sacerdote (cf SC 90).

3. UN PROBLEMA DE FONDO. La reciente reforma promovida por el Vat. II ciertamente ha favorecido, sobre
todo en ambientes preparados como los seminarios, una participación consciente, piadosa y activa en el
misterio de Cristo celebrado en las acciones litúrgicas (SC 14; 48), realizado ahora a través de los signos mismos
de la liturgia. Sin embargo, en la situación actual aparece, creo, también en los seminarios una dificultad nueva,
que deben tener muy en cuenta los responsables de la formación litúrgica. La forma de participación de otros
tiempos —nos referimos sobre todo a la misa—, aun siendo imperfecta desde el punto de vista de la
comunidad y del signo, llevaba al individuo a una implicación muy personal con la ayuda de pequeños misales y
de otras ayudas muy útiles. En la actual forma de participación, que hace prácticamente superfluo el recurso a
una ayuda individual, la escucha ha ocupado el lugar de la lectura silenciosa, el canto y la oración comunitaria
llenan los largos silencios y dejan poco espacio para la oración... personal, la participación activa y diferenciada
sustituye a las prácticas individuales que se sobreponían a la acción litúrgica.

Todo esto lleva a una piedad más objetiva y eclesial, alimentada con los grandes pensamientos de la biblia y de
la liturgia, pero puede comportar también el peligro de una participación puramente exterior, en la que el
individuo se deja afectar sólo superficialmente, sin aportar verdaderamente a la acción litúrgica su contribución
de fe y de profundo compromiso personal. El problema ha sido estudiado por Joseph Pascher con fina
sensibilidad la formación litúrgica debe llevar al fiel particular a un constante esfuerzo de inserción en la
comunidad eclesial, que se realiza plenamente en la participación en el misterio pascual de Cristo, y a un
consciente compromiso de apropiación de los diversos elementos —lecturas, oraciones, cantos, ritos— que
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componen la celebración litúrgica. Todo esto exige un nivel espiritual no común y un uso continuo de los
"medios comunes o específicos, tradicionales o nuevos, que el Espíritu Santo no deja nunca de suscitar en el
pueblo de Dios, y la iglesia recomienda, y hasta manda también algunas veces para la santificación de sus
miembros" (PO 18). Entre ellos sigue siendo fundamental para nosotros la meditación cotidiana sobre todo de
la palabra de Dios, que un documento posconciliar recomienda a los religiosos precisamente para que puedan
participar "más íntimamente y con mayor fruto en el sacrosanto misterio de la eucaristía y en la oración pública
de la iglesia" (Ecclesiae Sanctae [1966] II, 21).

IV. Formación para la presidencia litúrgica

La nueva concepción de la liturgia, el desarrollo de la reforma, la nueva maduración eclesial y la aportación de


las mismas ciencias humanas han dado mayor importancia y dimensiones más significativas al ministerio, propio
del presbítero, de ser animador y presidente de la celebración litúrgica, acentuando por tanto la necesidad de
una formación específica para esta importante tarea eclesial. El futuro sacerdote debe habituarse a preparar la
celebración litúrgica: conocimiento de las normas litúrgicas, de los textos y de los ritos; valoración de las ->
adaptaciones previstas; elección de un hilo conductor, de un tema en que converjan los diversos elementos
litúrgicos. Debe saber programar y poner en acto la celebración: respeto de la estructura y de las leyes propias
de la celebración; proporción entre los diversos elementos y partes; atención a la celebración en cuanto a la
duración, sucesión y equilibrio de los diferentes momentos; promoción de la asamblea como sujeto de la
celebración con una adecuada formación y ejecución de todos los servicios que exige la naturaleza de la
celebración y de la misma realidad eclesial. Sobre todo el sacerdote debe presidir la celebración (sacerdotem
oportet praeesse): estas palabras del viejo Pontifical indican claramente el ministerio propio del sacerdote, que
participa del poder de Cristo, cabeza y pastor de la iglesia, su cuerpo y su pueblo.

En otro tiempo el papel del celebrante absorbía prácticamente todos los aspectos de la celebración, pero
comprometía menos; era una tarea más ejecutora e individual, casi desligada de la comunidad. Hoy, quedando
intacto el compromiso de fe y de participación, el presidente debe ser continuamente consciente del misterio
celebrado y del sentido de la asamblea que preside: está llamado a ser guía, intérprete, animador, director y
speaker. Por eso:

 no es el patrón de la celebración: está al servicio de la iglesia y de la comunidad;

 expresa y refuerza con su modo de celebrar un lazo de unión con la asamblea que se extiende a toda su
vida y a todo su ministerio;

 como principal animador de la celebración, tiene la misión de velar por el buen funcionamiento de los
ritos, por su dinamismo en el conjunto de la celebración y en relación a la asamblea concreta;
 

 también debe realizar una mediación entre los textos y ritos propuestos por el libro litúrgico y la
asamblea celebrante.

Se puede hablar de una verdadera y propia técnica de la presidencia, porque el ejercicio de este ministerio está
unido a una multitud de factores humanos y técnicos que no se deben minimizar y tampoco se pueden
improvisar:

• ante todo, el conocimiento de la asamblea y el impacto con su realidad humana, social y sobre todo de fe, con
un profundo sentido de compartimiento y participación;
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• en segundo lugar, el estilo: sobriedad, cercanía, conciencia del propio papel y de la propia misión;

• la disposición y funcionalidad del ambiente, sobre todo en la zona presbiterial, facilita mucho las cosas;

• un problema importante es el del peso calibrado que el que preside debe dar a sus actitudes y sobre todo a
las intervenciones habladas, empezando por la oración que el presidente eleva en nombre de todos, cuya
marcha y tono deben estar bien construidos y sostenidos (evidentemente son otra cosa las didascalías, que se
distinguen por un tono más simple, discursivo y familiar);

• finalmente, en el ejercicio de su función deberá estar atento al diverso funcionamiento de una asamblea
pequeña y homogénea y de una asamblea grande y heterogénea: ésta exige una mayor formalización en los
papeles, un estilo celebrativo menos creativo, una presidencia más activa, etc.

Presidir una asamblea litúrgica -- concluimos con L. Brandolini "—se ha hecho una tarea difícil, exige atención a
las ciencias humanas y de la comunicación, además de sentido pastoral. Para crear la mentalidad nueva que
exige la misión de presidir, no bastan las indicaciones de las rúbricas: hace falta reflexión, espíritu de oración,
aplicación constante. Es una tarea —un ministerio—difícil, pero necesaria para hacer de la liturgia una acción
viva para un pueblo vivo.

[-> Animación]

D. Sartore

BIBLIOGRAFÍA: Carmona García M., La formación litúrgica en el Seminario de Jaén, en "Phase" 112 (1979) 321-
326; González Cougil R., La liturgia en el Seminario de Orense, ib, 327-336; Martín Patino J.M., Liturgia y
formación sacerdotal, ib, 21 (1964) 211-233; Martín Pindado V., Los futuras presidentes de la celebración y su
sentido actual de la liturgia, ib, 112 (1979) 313-320. Véase también la bibliografía de Estilos celebrativos,
Formación litúrgica, Ministerios y Sacerdocio.

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