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Abrir o cerrar mundos: la elección de un canon

Por Cecilia Bajour

(Conferencia presentada en el Seminario Internacional “Leer con los clásicos”,


celebrado durante la XXV Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil en la ciudad
de México, en noviembre de 2005).

Elegí para comenzar estas reflexiones acerca de los problemas del canon y la literatura
infantil una tira cómica, género que muchos consideran anticanónico, periférico o marginal
porque no es raro que algunos lectores inicien sus trayectorias lectoras desde géneros vistos
como marginales.1
Enriqueta, la niña lectora que está absorta frente a una biblioteca, dialoga con su gato
llamado Fellini que la apura a decidirse por un libro. Por su contestación es posible ver que
ya siente el peso de la influencia que los libros leídos en su infancia tendrán en su memoria
futura. En el gesto humorístico de hacer cargo de una indecisión supuestamente adulta a
una niña que habla de libros con su gato nos encontramos con un tema central en este
Seminario: los puentes que se establecen o no entre el pasado, el presente y el futuro de las
lecturas. En la tira de Liniers los problemas del tiempo aparecen invertidos, como suele
suceder en el humor: ¿acaso a una niña le puede importar la impronta de los libros en su
trayectoria lectora futura? ¿los niños se pueden hacer preguntas sobre “lo que se debe leer”
en la infancia? ¿los conmueve de antemano el prestigio futuro de algunos textos si es que
tal prestigio existe?

1
Liniers. Macanudo 1 y 2. Ediciones de La Flor. Buenos Aires 2005.
2

Si devolvíeramos la preocupación por el porvenir de las lecturas a los posibles


preocupados, algunos adultos implicados en la mediación entre libros y niños, ¿de qué
modo ayudaríamos a Enriqueta a resolver su indecisión? También podemos preguntarnos
qué lugar dejaríamos los adultos a los encuentros íntimos y azarosos que van conformando
lo más personal que tiene cualquier elección.
La escena de Enriqueta y su biblioteca puede llevarnos a pensar en el delicado equilibrio
entre las tácticas de intervención de un mediador en relación con la construcción de la
autonomía del lector.
De todos modos, en el amigable mundo creado por Liniers las cosas no parecen estar tan
difíciles para la niña que en su mar de dudas tiene una biblioteca cerca y un gato con quien
hablar de libros. Si salimos de la ficción el problema surge sobre todo cuando esos libros no
están a mano, como ocurre en contextos sociales atravesados por la desigualdad. En esos
casos la preocupación no tendría como objeto la angustia individual sino la necesidad social
de conformar una biblioteca para muchos y de propiciar prácticas sociales de lectura en
torno a los libros que se elijan.

Antes de entrar en el terreno que va de lo dibujado a lo posible en este mundo real, quiero
retomar la preocupación de Enriqueta por la elección y vincularla con el tema del canon, en
particular el que involucra a los textos que leen o leerán los niños.
Para problematizar el canon me parece interesante partir de la palabra misma, de sus varias
acepciones y usos en diversos campos a lo largo de la historia. Se puede observar fuertes
reminiscencias de viejos sentidos en los usos y las percepciones que muchos hoy tienen del
término. “Canon” tuvo que ver en sus orígenes con las artes plásticas, la religión y el
derecho. También con la música. En todos los casos sus significaciones básicas tienen que
ver con reglas, modelos, preceptos. En la antigüedad grecolatina en el terreno de la plástica
“canon” era la regla o sistema que determinaba las proporciones de la figura humana en
escultura, arquitectura y pintura. Las normas sobre lo que se consideraba armónico fueron
cambiando con los tiempos. El arte fue y sigue siendo un territorio de debate tanto sobre las
supuestas armonías como sobre las tendencias o resistencias a tomarlas como modelos.
3

En el ámbito religioso el canon tenía que ver, entre otros aspectos, con las lecturas
religiosas legítimas frente a las apócrifas. La institución religiosa que canonizaba personas
y textos al hacerlo sancionaba reglas de vida y de culto.
En música, el “canon” es un tipo de composición que se caracteriza por un fragmento
melódico o rítmico que es tomado como modelo e imitado por distintas voces o
instrumentos. Como es fácil ver, la idea de reglamento, de sagrado, de ley ronda en todas
estas definiciones de canon.
En lo referente a la literatura y su historia, a los sentidos anteriores se agrega la idea de
catálogos o listas. Desde el más antiguo canon literario, el de Alejandría (s II A.C. ), hasta
los cánones actuales, algunos de ellos muy divulgados y discutidos como el “occidental” de
Bloom, distintas instituciones o intelectuales prestigiosos que en la mayoría de los casos
representan grupos sociales hegemónicos se encargaron de seleccionar y definir cuáles eran
los textos, autores y géneros que debían ser leídos o tomados como modelos.
En el acto de consagrar o dejar afuera propio de cualquier canon artístico se esconde una
serie de definiciones sobre qué es el arte en cada momento histórico, en nuestro caso qué es
la literatura, particularmente la infantil. Junto con estas definiciones la operación del canon
evidencia quiénes en cada campo artístico tienen a su cargo decidir cuáles son los textos
canónicos y cuáles no, desde que visiones ideológicas y estéticas lo hacen, cuáles son las
posibilidades de que tales textos sean conocidos como representativos de una época o
tendencia artística o de una cultura nacional, y algo que miraré con especial detalle, cómo
son las representaciones de los receptores acerca de esos textos y sus formas dinámicas y
contradictorias de relacionarse con ellos.

¿Dónde se originan los cánones en la literatura infantil? ¿Quiénes tienen a su cargo la


consagración de autores, textos, géneros? En un campo donde la academia y la crítica
tienen un estatuto débil aunque en lucha por constituirse con plenos y originales derechos,
¿quiénes marcan los caminos de lo que se lee? Ciertas políticas públicas de lectura, el
mercado editorial y la escuela tienen un peso insoslayable en el establecimiento de un
posible canon literario destinado a un público infantil. En contextos socioeconómicos
golpeados por el acceso desigual a los bienes culturales se vuelve necesario pensar el canon
en relación con la accesibilidad de los lectores a conocerlo y, en el mejor de los casos, a
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ponerlo en discusión. Esto puede ser imposible en localidades que no tienen acceso a
bibliotecas públicas o a librerías (en muchas de las cuales predomina el material distribuido
por grandes grupos editoriales y en menor medida lo publicado por editoriales más
pequeñas, que en muchos casos marcan el camino de lo nuevo en la literatura infantil). El
problema del acceso está además condicionado por el costo, sobre todo de libros que
pertenecen a editoriales extranjeras, lo que reduce sensiblemente la posibilidad de ampliar
el canon. Las políticas públicas que llevan adelante una distribución equitativa y gratuita de
libros de calidad como parte de los derechos culturales de todos los lectores saben que la
accesibilidad es vital para el ensanchamiento y apropiación de los cánones.
Los procesos de canonización en la literatura infantil, más que en otras zonas del sistema
literario, están caracterizados por la tendencia a instalarse en lo conocido: autores,
colecciones, géneros, incluso teorías. El predominio de la repetición obstaculiza la apertura
del canon a zonas de experimentación, de búsquedas estéticas innovadoras. Un ejemplo de
esto es la dificultad con la que entran al canon algunos autores que intentan caminos
renovados.
Los cánones suelen ser vistos como vastos e inalcanzables, emprendimientos ajenos hechos
por sujetos e instituciones que parecen haber leído todo. Frente a esa inmensidad, aunque
siempre esté recortada ya que se trata de una selección, la sensación puede ser similar a la
de Enriqueta, la niña de la tira cómica: angustia por estar en falta con la autoridad en
ocasiones innominada que designa cuál es el Olimpo de las lecturas. Es frecuente que se
ubique a los clásicos en estas alturas olímpicas. Sin embargo, sólo basta leerlos o ponerlos a
disposición para ver que las cumbres están cerca del lector si no hace caso a los deberes
canónicos. Como rendir culto a prestigios de los que a veces sólo conocemos la cáscara sin
haber hincado el diente en su pulpa.
Una forma posible de desarmar las representaciones de un canon como totalitario, sagrado,
sordo y pensado “en otra parte” es pensar un canon que escucha, que se ofrece en diálogo,
que se abre a la cultura que corre por fuera de las instituciones que consagran los textos y
las que definen su circulación, que no se reduce a su dictado. Un canon que parte de
instituciones y sujetos que se cuestionan la idea de un “modelo a seguir” y ayudan a
incomodar y a discutir las lecturas cristalizadas. Un canon permeable a la cultura del
pasado y a la vez a las múltiples culturas del mundo presente, sobre todo las que tienen que
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ver con la distintas maneras contemporáneas, algunas inmensamente raras y bellas, otras
terriblemente crueles, de vivir la infancia. Es decir, un canon del que un mediador entre los
libros y los niños pueda sentirse un poco autor.
Antes de considerar cómo se daría en la práctica concreta esta posición de autoría con
respecto a un canon quiero compartir con ustedes un ejemplo en la ficción en la que un
personaje de la literatura infantil se las ingenia para crear puentes entre la tradición y el
presente y de ese modo pone en juego su canon. Lo pienso como un ejemplo de la idea de
un canon permeable a los lectores, en diálogo con ellos.
Se trata del libro Historias a Fernández de la autora argentina Ema Wolf2. Un texto que a
mi juicio abre muchísimas preguntas y respuestas sobre el arte de narrar para niños y
construir al mismo tiempo un lector. También invita a abordar el tema de cómo muchas
veces un narrador de textos infantiles a la hora de inventar una historia para cautivar a su
destinatario acude a géneros que muchos consideran canónicos dentro del universo
narrativo de la literatura infantil. Me refiero a géneros como el maravilloso o el de
aventuras que en este libro serán revisitados y transformados por medio de la parodia.
Fernández es un gato que al comienzo del relato ha sufrido una caída de las alturas.
A lo largo del relato jamás se dice explícitamente que se trata de un gato sino que el lector
lo puede inferir por los indicios del texto y por la ilustración de la tapa donde aparece
fragmentado y en sombras. Su dueña, al saber que los que se golpean en la cabeza no se
deben dormir, idea un plan para contarle tres historias que lo mantengan despierto, una por
hora. Narrar y tener éxito en la narración en este caso es cuestión de vida o muerte. La
habilidad para narrar y el uso eficaz de todos los trucos posibles, hasta los más
desopilantes, para mantener la atención de Fernández es lo que permite llegar a un
desenlace exitoso. La narradora es como una Shehrezade actual, sólo que en vez de narrar
para salvar su propia vida, narra para salvar la vida de su gato. Para inventar sus historias
recurre a la tradición más conocida de la literatura infantil, al canon de los géneros clásicos,
como una posible tabla de salvación para que Fernandez, que representaría al lector infantil,
no se duerma. ¿Por qué tabla de salvación? Al apelar a referentes culturales que una gran
mayoría de los niños manejan, como es el caso de las narraciones clásicas, se busca en este
caso garantizar que el pacto entre texto y lector no peligre. Pero como suele suceder en una

2
Wolf, Ema. Historias a Fernández. Ed. Sudamericana. Buenos Aires, 1994
6

buena parte de la literatura humorística para niños que hoy se produce, esa tradición no es
honrada como un monumento intocable, sino que se mezcla impúdicamente con imágenes,
discursos y géneros contemporáneos. Por ejemplo, en una historia ocurrida en un palacio
siberiano y protagonizada por una archiduquesa, el objeto deseado o buscado no es un
zapatito de cristal o un beso salvador, sino sencillamente una papa. El encargado de
satisfacer el deseo es un fabricante de enanos de jardín que ante la escasez de papas en la
región decide hacer una papa de yeso para salvarse de una muerte segura.
La narradora de “Historias a Fernandez” echa mano a su repertorio de géneros
clásicos para crear un puente con su receptor y muestra en la ficción cómo un canon opera
en la biblioteca que un mediador va atesorando en su cabeza. Ese canon personal, ese
conjunto de textos listos para reinventar y encantar, se pone a disposición del lector y está
atento a sus reacciones aunque también las desafía, no se reduce a complacerlo sirviéndole
en bandeja sólo lo conocido.
Este libro de Ema Wolf sigue proporcionándome encuentros siempre nuevos cada
vez que lo releo o pienso en él. Me invita a pensar sobre las formas de ficcionalización la
comunicación entre un autor de libros para niños y su lector, pero también me provoca
releer los textos clásicos a partir de su parodia. No puedo evitar preguntarme si no estaré
ante un clásico futuro aun cuando el momento de su aparición sea reciente. Suelo hacerme
esa misma pregunta ante algunos aunque no muchos libros contemporáneos destinados al
público infantil. En ese sentido comparto dos afirmaciones que hace Italo Calvino en Por
qué leer a los clásicos3, que ponen a prueba la identificación de los clásicos sólo con textos
del pasado. Dice Calvino que “un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que
tiene que decir” y que lo que para él distingue al clásico es “tal vez sólo un efecto de
resonancia que vale tanto para una obra antigua como para una moderna pero ya ubicada en
una continuidad cultural”. Quizás todos tengamos en nuestros sentidos una colección de
resonancias que de algún modo profetizan cuáles son los clásicos a los que siempre de un
modo u otro volveremos.
Además de los problemas del tiempo, el texto de Wolf me suscita la pregunta por la
localización de los clásicos en los cánones de la literatura infantil. ¿Qué tendría que suceder
para que un texto latinoamericano de literatura infantil devenga clásico más allá de nuestras

3
Calvino, Italo. Por qué leer a los clásicos. Ed. Tusquets. Barcelona, 1999.
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fronteras? ¿Acaso es posible? Algunos factores no siempre ligados al mercado aunque este
tenga un rol fuerte en los procesos de canonización pueden dar o no lugar a esta
posibilidad. Algunos son ya conocidos y probados como los premios que están seguidos de
estrategias de promoción y divulgación. Como sabemos, las políticas de traducción también
juegan un rol central en la difusión de un texto. Hay clásicos que lo son para algunos países
y no para otros por no haber sido traducidos o porque algunas editoriales descatalogan
vertiginosamente.
Hay otros factores que vienen de otros circuitos culturales con gran sostén
económico que últimamente tienen un peso muy grande en la canonización o
recanonización de autores y textos en su mayoría ligados a la cultura anglosajona, como es
el caso de libros llevados al cine por grandes producciones: Tolkien, Dahl, Rowling, Lewis.
Esto me provoca pensar en qué pasa con estas formas de instaurar un canon de lecturas y la
producción literaria en el territorio de América Latina. Si bien en la geopolítica de nuestros
cánones siempre hubo un lugar menos relevante para las producciones culturales que no se
producen en los países centrales en los últimos tiempos hay un interesante avance en la
puesta en valor y difusión de las propuestas editoriales locales. Esto se ve reforzado en
aquellos países que potencian este desarrollo a partir de políticas públicas específicas y que
de ese modo ayudan a consolidar una zona cultural con voz propia.

Así como la narradora del texto de Wolf pone en juego su canon personal para
inventar historias cautivantes, todo mediador (quien elige un texto para editar, quien decide
qué leerá con sus alumnos, quien hace una lista del material nuevo para renovar una
biblioteca, y otras tantas mediaciones) está siempre atravesado por problemas del canon
Quiero proponer un domicilio al tema del canon. El domicilio de la práctica. Porque
los verdaderos problemas del canon, de un canon, se dirimen en una práctica concreta.
Si pensamos la elección de textos literarios que atraviesa de diversos modos la
práctica de los mediadores entre los libros y los niños como un lugar de producción y de
debate de teorías sobre literatura infantil, sobre literatura y lectura, sobre la relación entre
los libros que se proponen y la cultura de la infancia entre otros múltiples problemas,
quizás estemos generando la posibilidad de darle a nuestras elecciones una identidad
propia. Al reflexionar sobre el canon en su cruce con la lectura como una práctica cultural,
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cuestionamos el carácter normalizador y ajeno del canon y esto permite que nos
apropiemos, que confiemos en la posibilidad de generar acciones y teorías situadas en el
territorio de nuestras prácticas. Un territorio de fronteras abiertas, hospitalario y permeable
en vez de ser autorreferencial y acorazado.
Una forma posible de pensarlo es a través de la recreación de una escena de lectura
que me gusta provocar y armar: una mesa de libros. Es decir, una mesa cubierta por libros
que uno eligió para compartir con niños. Una selección que invita a su vez a elegir y a
reflexionar sobre ese acto de elección.
Una mesa de libros puede ser pensada como un microcosmos del canon, un canon
con nuestra firma, una oportunidad para mirar con lupa los avatares de la elección y
escenificar, mostrar la cocina provisoria y arbitraria de toda selección de textos. Una mesa
de libros, si se la mira de este modo, puede ser una ocasión para hacerse algunas preguntas
sobre los textos, sobre los lectores, sobre nosotros.
En la escena que evoco, una mesa de libros para niños propuesta por la mediadora
que soy para discutir con otros mediadores, por ejemplo maestros y bibliotecarios, la idea
es compartir los microrrelatos que se arman en nuestras cabezas cuando tomamos un libro.
Se trata de narraciones parecidas a diarios del instante que en su estilo de detalle remedan la
mirada microscópica que Cortázar imprime a sus instrucciones para las acciones
aparentemente banales como subir una escalera o llorar4. En los relatos que propongo que
escriban, aparecen una enorme cantidad de decisiones que están escondidas en toda
elección. Cuando pensamos en el acto personal y a la vez social de decidir, detrás de un
gesto audaz, tímido, vergonzoso, deseante, indiferente, precipitado, cuidadoso, empezamos
a encontrar y a compartir con otros una serie de posiciones tomadas, rituales, censuras,
desafíos, políticas en las que estamos inevitablemente implicados, historias de vida y de
lectores.
Una mesa de libros situada en algún lugar del mundo, el nuestro, el de todos, puede
ser un escándalo de voces, de líneas de pensamiento sobre qué es la literatura infantil; una
invitación a poner en palabras las representaciones sobre lo literario, sobre los niños, sobre
los lectores, una forma concreta de que los sujetos al elegir sean productores y
cuestionadores de teorías y hechos surgidos de la práctica cotidiana.
4
Me refiero a los textos de “Historias de cronopios y de famas” donde un gesto diminuto es reconstruido
hasta hacerlo gigante y a la vez poético.
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¿Qué escándalo es ese? ¿Qué intranquilidades se generan? ¿De qué múltiples


maneras se pueden discutir los cánones?
Veamos más de cerca la escena…
No se trata sólo de una gran variedad de libros que muestran una explosión de
colores, grosores, tamaños, olores a viejo o a recién salido de la imprenta. Cada libro ha
sido elegido para disparar certezas como flechas y al mismo tiempo desarmarlas para luego
irse quizás con otras, tan provisorias como las primeras. Por eso no hay intención de
instaurar un modelo de canon, sino de socializar las teorías suscitadas por las propias
prácticas. Es una escena pensada para hablar de libros y de lecturas.
Lo nuevo aparece junto con lo clásico o invita a releerlo. El libro más brillante y
multicolor aparece cerca del sepia o del blanco y negro. El olor a tinta fresca se mezcla con
el de las hojas que amarillean de viejas. Los autores y ediciones nacionales conversan con
los extranjeros: muchos de ellos a veces descatalogados para tristeza y vacío cultural de los
lectores que se los pierden (esta aparición sobre la mesa es un pequeño acto de resistencia).
De los nacionales, se obstinan en mostrar sus tapas los que no son divulgados por el
mercado ni por la escuela por desconocidos o por “raros y difíciles”. Los autores conocidos
están allí pero esta vez en sus textos menos promovidos. Las estéticas de las propuestas
gráficas escapan furiosamente al estereotipo e intentan ayudar a conformar una pinacoteca
múltiple en la retina de los lectores. Los géneros que provocan más incertidumbre como la
poesía más vanguardista, el fantástico o el absurdo conviven saludablemente con los
géneros más transitados. También aparecen textos donde los géneros se mezclan y las
clasificaciones quedan en un signo de pregunta. Y textos que no fueron pensados para
destinatarios infantiles, pero cuyas características podrían invitar a cuestionarse por qué no
compartirlos con ellos. Las tapas que sugieren edades lectoras discuten con las que obvian
estos datos, tan tranquilizadores para algunas mediaciones. Una gran cantidad de problemas
de quienes piensan sobre literatura infantil se agolpan a la espera de ser interpelados por
una elección. Elegir es ya estar leyendo.

Después de merodear, explorar, tomar y dejar, volver a tomar, leer y olvidarse,


releer, todos tienen un libro o más en sus manos.
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0
Una maestra dice que eligió un libro porque ya conocía otros que le habían gustado
de esa misma colección. No hace referencia a sus autores ni a su título. Sólo habla de la
colección como si se tratara de un refugio. Se trata de una de esas colecciones que en los
estantes de una biblioteca o una librería se reconocen fácilmente por la uniformidad de
colores y tamaños. Una bibliotecaria cuenta que los chicos suelen convertirse en fanáticos
de una colección y no paran de pedir de la misma hasta que agotaron toda la existencia.
Pero en ese momento alguien llama la atención de los demás levantando un libro diminuto
y otro enorme en cada una de sus manos. Dice que pertenecen a una misma colección, se
trata de libros álbum. Miran sobre la mesa y ven que hay más de ellos que no sólo se
diferencian por el tamaño sino que también son divergentes en cuanto a sus estéticas: cada
libro es concebido como único. Surge entonces un debate sobre la relación discordante
entre homogeneidad y diversidad presente en la producción de libros para niños. En la
discusión surge que la tendencia a la homogeneidad podría explicarse como una forma de
algunas editoriales de dar una respuesta acorde al gusto por la repetición de los lectores
infantiles. En la predilección por el coleccionismo propia de la edad se encontraría un
indicio de esto si lo miramos desde la perspectiva del lector (que por otro lado es mudable y
diversa). Pero desde el punto de vista de las políticas editoriales, también se lo podría ver
en algunos casos como una resistencia a la innovación, como una forma de mantenerse en
lo conocido, sin desafiar a los lectores infantiles ni a sus mediadores. Se trata de los casos
en que pareciera que una colección no tiene fin y no importa el seguimiento de la calidad de
lo que contiene sino sólo su éxito comercial. Por el contrario, las colecciones que tratan a
cada libro según su “personalidad” parecen alentar otro pacto con los lectores, como si les
llamaran la atención sobre el carácter de objeto estético que cada libro encarna.
Alguien dice que son muy bellos los libros de esa colección pero le preocupa que su
estética innovadora y su forma de narrar sean demasiado complejas para los alumnos que
recién se inician en la lectura. La demanda de lo considerado simple o de lo cercano como
puerta de entrada a la lectura marca fuertemente esta mirada. Un maestro le cuenta que sus
alumnos lectores lo dejaron asombrados con sus lecturas inaugurales de esos libros en los
que descubrieron más sentidos de los que él mismo sospechaba. Esos múltiples sentidos
que habilitó su intervención interesante e interesada pusieron en escena las formas en que
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los niños construyen lecturas y teorías complejas aunque carezcan de lenguaje


especializado cuando hay libros que los invitan a hacerlo.
Una bibliotecaria cuenta que le gustó una palabra de un título que la conectó con un
recuerdo de infancia, cuando ni soñaba que estaría eligiendo libros para que otros leyeran.
No siempre las elecciones tienen que ver con una causa letrada, profesional o escolar. A
veces uno elige quizás porque una palabra, una imagen, un aroma resuenan como un
bálsamo o como una tormenta en la evocación de la vida propia.
En la escena que venimos mirando hay dos maestros que hace un rato que están con
la boca abierta frente a un texto compartido: de a ratos suena a dúo una expresión de
asombro. Sus dedos índices se chocan en un combate por señalar primero lo que los deja
sin aire en la propuesta gráfica de un libro álbum que se caracteriza por el cortocircuito
entre texto e imagen.
1
2

Compiten en descubrir en la imagen una inmensa cantidad de elementos que subvierten


gozosamente la lógica racional y referencias paródicas a clásicos de la pintura y la escultura
como Da Vinci o Rodin.5 Celebran la justeza del texto escrito condensado y caracterizado
por el distanciamiento irónico con lo que muestra la imagen. Cuando lo muestran a los
demás, el asombro se extiende a todos. Un rato después de la primera admiración algunos
piensan en sus alumnos lectores y aparecen dudas, temores, preguntas... Hay quienes
dicen que los niños de las poblaciones marginadas con las que trabajan no podrían disfrutar
a pleno de este tipo de propuestas y de muchas de las que están sobre la mesa al no poder
reponer una gran parte de los referentes culturales6. Que son libros para niños que tienen
otras posibilidades culturales que los habilitarían para moverse más cómodamente con
textos desafiantes (en este concepto de desafío entran muchos factores: la extensión, la
complejidad léxica, la pertenencia a otra cultura o a otro tiempo lejanos, los géneros menos

5
Legge, David. Qué pasa aquí abuelo .Ed. Juventud. Barcelona, 1994.
6
Muchos niños conocen hoy tanto textos como pinturas clásicas por medio de sus parodias. Cuando esos
textos se sostienen en sólidas historias o propuestas gráficas, pueden transformarse en un trampolín para el
encuentro con los textos que homenajean en vez de ser pensados como obstáculos para su acceso. Una buena
intervención de los mediadores habilitando esos puentes es fundamental en estos casos.
1
3
transitados, el espesor poético, el temor a los temas urticantes, etc). Muchos que dicen esto
le ponen el mote de “carencia de saberes previos” a la falta de un supuesto colchón cultural
y educativo que sufren tantos niños en nuestros países. Saberes previos que sólo serían
patrimonio de una cantidad exigua de favorecidos y que sólo se piensan como posibles en
relación con la escolaridad y con el acceso a determinados bienes culturales, casi nunca con
la vida real, la vida que se puede o que se lucha. Según esta teoría deficitaria, se trataría de
generaciones perdidas que tienen cercenados sus conocimientos previos en una visión
escalonada, tanto social como intelectualmente, del acceso a la cultura y al conocimiento.
Esta postura desalentadora y por momentos miserabilista diría que esa mesa que describo,
ese canon es para una élite infantil o para mediadores arriesgados. Varios maestros y
bibliotecarios se enojan con este planteo, dicen ofuscados que ellos hace rato proponen
estos textos en las escuelas de sectores marginados donde trabajan y que como maestros
han crecido como lectores gracias a la riqueza múltiple de las lecturas de sus alumnos.
Lecturas que no se cansan de potenciar creando puentes entre los libros, otros objetos
culturales y la vida real y concreta de los niños. Lo previo deja entonces de ser una
condición limitante: es una zona que se construye en un juego social de saberes que no
establece jerarquías excluyentes. Estos mediadores dicen que hacen uso pleno de sus
derechos de lectores cuando luchan e inventan caminos para que esos libros y esas formas
de leer formen parte de las bibliotecas de sus escuelas.
Pienso con ellos que si al peligro de la falta de acceso (ya sea por el costo, por las
barreras puestas a la apropiación de hábitos culturales que sólo disfruta una parte de la
población o por dificultades políticas en la llegada de libros y promoción de la lectura), se
agrega por parte de ciertos mediadores una visión deficitaria de las posibilidades de lectura
de una gran mayoría de los lectores, los cánones abiertos agonizarían.

La mesa de libros se ha poblado de relatos de experiencias de lectura y discusiones.


Algunas historias tienen que ver con los encuentros personales con los textos donde mucho
de lo que ocurre no tiene explicación o quiere quedarse en el silencio. Ese lugar inapresable
del lector también es una forma de tener autoría en un canon.
Probablemente a algunos la posibilidad de escuchar a otros y de dar voz a algunas
de las teorías que subyacen a las decisiones de inclusión o exclusión de ciertos textos o
1
4
formas de leer les haya abierto un camino para cuestionar, o para ratificar su canon, o para
ayudar a conformarlo.
Para finalizar quiero volver, como hice al inicio con Enriqueta, el personaje infantil
de la tira cómica, a lo que pasa con los niños, destinatarios de las selecciones que
conformamos los adultos. Ellos van armando su canon como pueden o como los dejamos.
En sus elecciones, más que la angustia por si están leyendo la literatura “correcta”, se
esconden decisiones y pasiones a veces insondables que tienen que ver con las formas
históricas y concretas en que las culturas de la infancia dialogan con los libros que se les
ponen a mano o que buscan. Culturas que tendríamos que escuchar con mucho más cuidado
y menos prejuicio quienes somos mediadores. Si volvemos a la idea de un canon que
escucha a los lectores, hay mucho para aprender de las formas en que los niños eligen y qué
ideas sobre la cultura están presentes en ese gesto.
Un canon, el nuestro, el de los niños, se va conformando a medida que nos vamos
haciendo lectores. Esto puede ocurrir desde la infancia hasta siempre si nos embarcamos en
este camino.
Un canon puede ser la manera en que encontremos la manera de recortar la
inmensidad de libros y lecturas para hacerla más nuestra. Quizás las invitaciones a repensar
y a abrir la idea de canon sean una pequeña forma de sacudir el infinito y sentirlo más
familiar, menos ajeno. Para que a su vez ese infinito, por un rato, sea compartido con
quienes leemos. Hasta que alguien o algún libro nos lo vuelvan a sacudir.

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