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PROYECTO PERSONAL DE VIDA

Revista de Pastoral Juvenil, Nº 405, diciembre de 2003


MARIO GONZÁLEZ JURADO
Licenciado en Teología
 
¿Por qué un proyecto personal de vida como herramienta para el proceso de crecimiento en la vida de fe? ¿Para qué un proyecto
personal?; ¿qué papel puede jugar dentro de dicho proceso de crecimiento? ¿Qué actores han de intervenir en la utilización de
dicha herramienta? ¿Siempre ha de ser igual la forma de afrontar un proyecto personal de vida?

De fondo siempre está la inquietud de favorecer que cada persona descubra una nueva forma de contemplar y de vivir la existencia,
guiada por los valores del Reino. En nuestro propio caminar hemos ido utilizando una serie de mediaciones que nos han ayudado a
ello: vivir un proceso de crecimiento en grupo, contar con el testimonio de otras personas y, entre otros, haber realizado un proyecto
personal de vida a través del cual hemos vehiculado nuestro propio crecimiento guiados por el Espíritu.

Si yo he descubierto en mi proceso que la actitud de servicio es fundamental para crecer, la cuestión será la forma y manera de
plasmar y de vivir dicha actitud en la realidad de cada persona. De igual modo ocurre si he descubierto el valor de recurrir a un
proyecto personal de vida (en adelante PPV).

1. ¿POR QUÉ UN PPV?


Los seres humanos nos percibimos como seres abiertos, en construcción, por hacer. En suma, somos un proyecto de vida, nos lo
planteemos o no de un modo abierto y consciente. Albergamos en nuestro interior una serie de preguntas existenciales a las que
vamos buscando respuesta a lo largo de nuestra vida. El camino de búsqueda de las respuestas a estas grandes preguntas e
inquietudes se teje en una serie de etapas, no necesariamente lineales, que requieren de una lectura conjunta para que podamos
comprender la trayectoria seguida hasta el momento y la dirección hacia la que apunta para seguir avanzando.

Por otra parte, en nuestra sociedad actual, marcada por el pluralismo de opciones vitales y por la dificultad de encontrar grandes
referentes colectivos con los que sentirse plenamente identificados, resulta más precisa que nunca la tarea personal de construir
unas convicciones y actitudes propias que ofrezcan un marco de sentido, y de hacerlo acompañados por otras personas que se
muevan en una búsqueda común a la nuestra. Los/las jóvenes que han recibido una invitación de Jesús, “ven y sígueme”, perciben
de modo intuitivo que habrá que recorrer un camino para llegar a parecerse a ese modelo de vida que encuentran en Él. Dicha
intuición se ve reforzada por la presencia de testigos (catequistas, cristianos de otras comunidades…), que también están en
camino y a los que el/la joven puede tomar como referencia más cercana de este proceso vital que conlleva “revestirse de la nueva
condición humana”.

Elaborar un PPV y tenerlo como referente de nuestra vida no es la solución para todas estas cuestiones. No es “el” modo de
resolver los grandes interrogantes existenciales del ser humano, ni “el” ingrediente esencial en la construcción de la propia identidad
ni, por supuesto, “el” modo de transformarse en el hombre o mujer nuevo/a. En mi opinión es algo más modesto, hasta prescindible
en determinadas épocas de nuestra vida, pero desde mi propia experiencia y la de muchos/as otros/as hermanos/as, creo también
poder afirmar que se puede convertir en una herramienta de gran valor para avanzar en todos estos órdenes.

2. ¿Para qué un PPV?


Concretamente, el PPV es una mediación para el crecimiento espiritual de las personas. Este crecimiento se da a través de un
proceso que puede ser vivido de un modo más o menos consciente por la persona que lo experimenta. La apuesta inicial es que
cuando se utiliza el PPV, hay más posibilidades de avanzar en dicho proceso y que, por lo tanto, merece la pena que lo intentemos.

2.1. Una visión del proceso de crecimiento espiritual.


En todo proceso de crecimiento espiritual se suelen dar las siguientes etapas:
a. Fase desestructurante (“muerte del hombre/mujer-viejo/a”)
Cuando la persona descubre en la persona de Jesús y su causa, el Reino, un valor muy importante para su vida e incluso el
más importante, de manera inevitable va viviendo un proceso de contraste entre sus actuales opciones vitales, valores,
actitudes y actuaciones y aquellos con los que se quiere asemejar o asumir. Alguien podría plantear con toda lógica: -Pero este
proceso, ¿termina en algún momento como para considerarlo una fase? Porque, al menos en mi caso, después de muchos
años intentando ser cristiano, me siento permanentemente en contraste. Y tendríamos que darle toda la razón. Sin embargo,
también es cierto que hay una etapa en la que dicho proceso se da de manera particularmente significativa, en donde el deseo
de cambiar y de crecer en la dirección del evangelio resulta muy intenso.
b. Fase de reelaboración y objetivación (“éxodo”)
Tras ese primer gran impulso de la fase anterior, la persona se encuentra en la necesidad de conocer y reflexionar qué ha de
hacer para pasar desde lo que “realmente es” a lo que “realmente está llamado a ser”. Resulta por tanto fundamental conocer
con detenimiento la persona de Jesús y su mensaje del Reino para ir adquiriendo un nuevo modo de mirar la realidad en
general y la realidad personal. Para adquirir este conocimiento profundo no habrá que menospreciar ninguna mediación posible:
la oración, como encuentro personal con ese Dios que habita en nosotros; el estudio de la Biblia y de la teología como ayuda
para adquirir una idea más objetiva y razonable de nuestra fe; la experiencia de la fraternidad, como espacio donde construir
una parábola del Reino; el compromiso por la justicia y la solidaridad con los pobres y marginados, como expresión del
dinamismo espiritual que condujo a Jesús. Así mismo ayudará enormemente si la persona se embarca en la tarea de un mayor
conocimiento de su personalidad: de sus auténticos valores, deseos y necesidades, de sus mecanismos y respuestas
defensivos, etc., queriendo apreciar mejor de qué barro estamos hechos, para hacernos planteamientos de fe más realistas y
positivos con nuestra propia persona.

c. Fase reestructurante (“nacimiento del hombre/mujer-nuevo/a”)


La persona ha ido descubriendo y construyendo una nueva identidad en la fase anterior, al constatar la realidad de su ser y la
realidad de lo que está llamado a ser según los ideales evangélicos, desde los cuales va a seguir organizando y estructurando
su vida presente y futura. En esta fase, la pregunta no será tanto ¿qué he de hacer para vivir conforme al Dios de Jesús y
construir el Reino? sino más bien ¿cómo puedo vivir estas nuevas situaciones que se me van dando, desde mis opciones de fe?
Esta visión del proceso de crecimiento espiritual refleja un dinamismo que podríamos representarlo en una doble dirección:
- De manera lineal, histórica, de modo que la vivencia de una fase me va abriendo las puertas de la siguiente.
- De manera circular y hacia abajo (como una elipse), puesto que nos vamos encontrando permanentemente ante la
necesidad de tomar opciones nuevas y de afianzarnos en las anteriores con un mayor grado de compromiso. Y hacia abajo,
para que recordemos la paradoja de que el/la cristiano/a crece cuando se hace más pequeño, cuando está con “lo pequeño”
de nuestro mundo.

2.2. Realizar un Proyecto de Vida como metodología de trabajo


Si observamos nuestras trayectorias personales y sociales, creo que podemos constatar que se producen muchos cambios sin que
los estemos buscando. Al mismo tiempo, tenemos la experiencia de que cuando dejamos que las cosas simplemente pasen, en
muchas ocasiones no ocurre nada o no llegamos al punto deseado.
Hoy en día, ningún grupo humano que desee alcanzar sus objetivos los acometerá sin elaborar un proyecto o un plan para
conseguirlos. Podemos decir que si alguien quiere vivir activamente su existencia y, en este caso, su proceso de crecimiento
espiritual, tendrá más posibilidades de ir avanzando si proyecta y revisa su vida desde su fe y si lo hace “como si todo dependiera
de sí mismo”.

3. ¿Qué es un PPV?
El Proyecto Personal de Vida es un medio o instrumento que utilizo para favorecer el crecimiento espiritual, esto es, para avanzar en
el seguimiento de Jesús y en la construcción del Reino, desde un proceso paulatinamente integrador de nuestra FE, nuestra VIDA y
nuestro MUNDO, sabiendo de dónde parto (mi realidad actual), a dónde quiero llegar (la realidad a que me siento llamado) y qué
camino voy a utilizar para conseguirlo.

4.       Mediaciones en el trabajo del PPV


Sabemos que el protagonista principal es el/la joven que decide hacer un PPV. Si uno no tiene la firme y decidida voluntad de llevar
algo a cabo, no sale adelante, nadie puede hacerlo por nosotros, sin nosotros. Desde una lectura de fe, también podemos afirmar
que el protagonista primero es Dios mismo quien, a través de su Espíritu, provoca en nosotros deseos favorecedores del
crecimiento. Sin duda que este mismo Espíritu se sirve de otras mediaciones indirectas para que el/la joven descubra el valor del
PPV y se decida a llevarlo a cabo. Veamos dos que son importantes.
4.1. El catequista, agente de pastoral juvenil o acompañante de comunidad
Quien orienta en el modo de hacer este PPV, da seguimiento en los primeros momentos, hasta que vaya adquiriendo una cierta
autonomía en el manejo del mismo. Para ello anima, confronta, cuestiona… acompaña.
4.2. La comunidad o grupo comunitario
La experiencia cristiana no es nunca, por tanto, una experiencia solitaria, aunque sí sea personal. Un momento importante es
aquel en que uno descubre que su propio crecimiento condiciona el del resto del grupo o comunidad. Cuando descubro ese
“nosotros”, entonces, no utilizaré el PPV sólo como un instrumento para mi propio crecimiento espiritual, sino también como
una pieza que favorece el crecimiento comunitario.
5. ¿Qué PPV hay que hacer en cada fase del proceso de crecimiento espiritual?
Los objetivos y pretensiones de un PPV realizado por un/a joven cuando se acerca al mundo de la fe son muy diferentes de los que
ha de tener cuando ya ha hecho una opción fundamental por seguir a Jesús y su Reino. Vamos a proponer dos modelos de PPV
que correspondan a ambas situaciones, de modo que se pueda hacer una propuesta más personalizada.

5.1. El primer PPV


Sería el que ha de proponerse a un/a joven que está en la fase de desestructuración o iniciando la de reelaboración y objetivación.
Ante todo, ha de ser “sencillo”, “alcanzable” y “flexible”. Aludiendo a cosas que ya se han expresado, el/la joven que se plantea por
primera vez hacer un PPV no tiene ningún referente sobre el que apoyarse, es una experiencia nueva.
Los objetivos y acciones de todo proyecto deben ser “alcanzables” y medibles. Ciertamente en planteamientos espirituales como los
de un PPV la medición se complica bastante y el alcance de los propósitos tiene un fuerte componente subjetivo. Al tratarse de una
primera experiencia es importante ayudar a que el/la joven se plantee retos realistas y alcanzables a corto plazo, de modo que la
consecución de los mismos le estimule a seguir adelante.
La “flexibilidad” alude a una actitud que conviene fomentar desde el principio, desde la convicción de que nuestras vidas son muy
cambiantes y que, sobre todo, no es nada sencillo interpretar qué es lo quiere Dios de nosotros o, dicho de otro modo, cómo vivir
evangélicamente una determinada situación. Dicha actitud ha de favorecer que no se tome el PPV como algo cerrado y definitivo,
sino más bien como algo vivo, cambiante, que ha de ser revisado permanentemente, para adaptarse mejor a nuestra realidad y para
responder más fielmente a lo que nos sentimos llamados a vivir.
Sugerimos esta división relacional de la vida de una persona e incluimos algunos posibles ideales que pueden plantearse:

RELACIÓN CON UNO MISMO


Lograr un conocimiento adecuado de mi persona, historia, situación actual, posibilidades (recursos, aptitudes) y límites.
Alcanzar un grado suficiente de autoestima y auto-aceptación. Conocer los propios valores, motivaciones, deseos,
necesidades y defensas. Vivir adecuadamente los sentimientos, especialmente la afectividad y la agresividad.

RELACIÓN CON DIOS


Conocer qué imagen de Dios tengo y confrontarla con el Dios del Reino que nos muestra Jesús. Buscar una integración
entre la fe y la vida, de modo que el evangelio oriente nuestra conducta ordinaria. Mantener una relación viva, afectiva y
efectiva con Dios, ayudándonos de la oración y los sacramentos. Descubrir nuestra pertenencia al colectivo de seguidores
de Jesús y asumir la misión al servicio del mundo.

RELACIÓN CON LOS DEMÁS (CERCANOS)


Adquirir la capacidad suficiente para vincularse y comprometerse en las relaciones. Madurar en la capacidad de amistad por
la entrega de sí y la acogida del don del otro. Vivir las relaciones de pareja desde un amor que tenga en cuenta la gratuidad
y la libertad. Aprender a ser hijo/a y hermano/a en mi familia. Adquirir la convicción de la fraternidad, de la bondad de vivir
en comunidad y de tener actitudes fraternas con los demás.

RELACIÓN CON EL ENTORNO - CON LA SOCIEDAD


Adquirir una conciencia crítica de lo que ocurre en nuestra sociedad, de los valores que se proponen y saberlos contrastar
con el evangelio. Incorporar nuestra realidad al concretar lo que Dios quiere de nosotros. Caminar hacia una opción por la
justicia y solidaridad con los más pobres y débiles. Sentirse implicado, afectado, por los problemas de nuestro mundo y
actuar en consecuencia a nuestra fe.

5.2. El segundo PPV


Sería el que ha de proponerse a un/a joven que va avanzando por la fase de reelaboración y objetivación o bien que ya está en la
fase re-estructurante. Por tanto, estamos ante un/una joven que ya ha descubierto la presencia de Dios en su persona y en su
mundo, que va conociendo con cierta profundidad su propuesta alternativa de vida, que la va intentando poner en práctica, desde un
conocimiento más profundo y realista de su persona y de su realidad y que, como fruto de ese caminar, va descubriendo su propia
consigna espiritual o vocación y asume una opción fundamental por hacerla realidad. En este caso, el protagonismo del catequista
decrece, tal vez aumenta el de la comunidad, pero sobre todo se hace crucial el proceso de discernimiento que realiza la propia
persona interesada. Este discernimiento hay que entenderlo como un diálogo interno del sujeto entre “su propia historia”, situada en
una comunidad concreta, la “historia de Dios” que nos sale al encuentro y la historia del mundo en que le ha tocado vivir.
Estas tres historias están en permanente relación y el sujeto debe captar las intersecciones que se producen entre ellas. Como
decíamos antes, el proceso de crecimiento espiritual conlleva: que conozca en profundidad mi persona y mi historia, que conozca y
experimente con hondura el mensaje del evangelio, que conozca crítica y comprometidamente la realidad de nuestro mundo. Pues
bien, ese triple proceso en el que vamos creciendo simultáneamente, nos va lanzando retos, pistas, mensajes, que son como
antorchas en la noche que vamos mirando para continuar nuestra andadura espiritual. En este sentido se tendría que agregar al
esquema basado en las dimensiones relacionales de nuestra vida, los siguientes elementos:

OPCION FUNDAMENTAL
El/la joven ha hecho opción fundamental por seguir a Jesús y construir el Reino. ¿Cómo define su opción fundamental?

VALORES Y ACTITUDES
Dicha opción fundamental se traduce en una serie de valores y actitudes que ha asumido como propios y desde los que se quiere
mover

ACCIONES
En esa dinámica permanente de discernimiento en la que contempla la interrelación entre su historia, la de Dios y la del mundo,
desde el prisma de su opción fundamental, de sus valores y actitudes, va decidiendo qué debe hacer en cada una de las
dimensiones relacionales que componen su vida (con uno mismo, con Dios, con los demás y con la sociedad) [1]

La elaboración del PPV desde este nuevo esquema será más fácil, a medida que yo haya personalizado más mi opción de vida. Yo
puedo llegar a una opción fundamental genérica, válida para cualquier joven en mis circunstancias, del tipo “quiero seguir a Jesús y
comprometerme a construir su Reino”. Pero también puedo realizar una formulación más personalizada, que responda a lo que ha
sido mi personal camino de vida en el seguimiento de Jesús; así me podría encontrar con expresiones como: “quiero construir
fraternidad como Jesús hermano”, “quiero ser pobre entre los pobres como Jesús”. A estas expresiones personalizadas de nuestra
opción fundamental es a lo que podemos denominar “consigna espiritual”. No es que cada persona tenga que tener una expresión
propia, pero seguramente sí que se sentirá personalmente identificado con alguna forma de percibir a Dios y de vivir su mensaje.

Pues bien, cuando en nuestro proceso vamos personalizando esa opción fundamental, sin duda, también el modo de comprender
nuestros valores y de vivir nuestras actitudes principales va adquiriendo un colorido particular, que nos ayuda a no tener que pensar
cada vez qué tenemos que hacer o cómo tenemos que actuar para ser fieles a nosotros mismos, sin que ello nos excuse de estar
en un permanente estado de discernimiento. Por ejemplo, dos personas pueden tener el mismo valor de la “comunidad” como
consecuencia de su opción fundamental, pero uno comprenderla como un espacio donde aprender juntos los contenidos de nuestra
fe y cómo llevarlos a cabo, y el otro como un espacio donde vivir esa fe que vamos descubriendo. En ambos casos, la comunidad es
un valor de las personas en cuestión, pero se concretará en unas actitudes y acciones distintas, en congruencia con los distintos
énfasis valorativos. Por otra parte, dichos jóvenes no tendrán que estarse planteando permanentemente si han de vivir o no en
comunidad, puesto que ya han descubierto que es un valor vital.
Este segundo PPV es mucho más personal y dinámico, por lo que utilizar un esquema u otro resulta todavía más secundario.

6.       Conclusiones
El PPV es una herramienta, un instrumento y como tal debe ser estudiado y utilizado. El Espíritu de Dios sabe servirse de los
recursos disponibles en cada momento y situación, para optimizar amorosamente nuestro rendimiento humano. Por otra parte, hay
que reconocer que el PPV es una ayuda estupenda para cualquier persona, independientemente de la edad que tenga.
Lógicamente para el/la joven que se está acercando al evangelio o que está queriendo vivir conforme a él, la posibilidad de utilizar
una mediación que le ayude en la construcción de su identidad como persona seguidora de Jesús y de su Reino, puede resultar
vital.

Por último, no hay que olvidar que puede ser muy interesante, que los PPV de cada miembro de una comunidad comparta e
iluminen y se realimenten del proyecto comunitario que se haya ido forjando en esa historia colectiva de liberación.

 
[1] Obsérvese que en el primer PPV el esquema era: dimensión relacional (p.e. relación con Dios) – objetivos – medios, tiempos, modo de evaluarlos. Ahora
es: opción fundamental., valores y actitudes, plasmación de los mismos en acciones en cada una de las dimensiones relacionales de la persona. En términos
generales, el primer PPV era más obra de la voluntad y decisión del joven, mientras que en el segundo PPV, el/la joven incorpora lo que ha percibido como
querer de Dios sobre su persona y realidad, junto con su propio querer y decisión.

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