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bierno del Estado, pero en una época que veía desaparecer con escasa
resistencia los fueros regionales y la actuación de las Cortes, no habían
de establecerse en las colonias instituciones reñidas con el principio
triunfante en la metrópoli. Las tradiciones del gobierno propio que
abundan en España, habían perdido su eficacia y apenas si en los
Cabildos sobrevivió un resto de libertad municipal, más aparente que
efectiva, precursora de ficciones análogas.
Bajo signos muy distintos se establecieron las colonias inglesas.
Los puritanos de Nueva Inglaterra, como los pobladores católicos del
Maryland, fueron sujetos rebeldes, que quisieron substraerse a la opre
sión de los poderes patrios y emigraron en procura de un ambiente
más libre . Al juzgar el desarrollo divergente de los dos ensayos de
colonización, conviene incluir, entre los múltiples factores que compli
can este proceso histórico, las sendas orientaciones mentales, tan opues
tas entre sí, como las influencias del Renacimiento y de la Contrarre
forma. En cambio, en el Canadá tenemos el ejemplo de una colonia
regida por principios semejantes a los que prevalecieron en el Río de
la Plata ; su historia merecería mayor atención que la que solemos
concederle .
El espíritu neoescolástico informa, desde luego, la copiosa legis
lación con que la burocracia de la metrópoli intentaba gobernar las
lejanas colonias. La labor legislativa de los dos primeros siglos de la
dominación española fué compendiada y codificada en la recopilación
de las leyes de Indias, que se promulgó bajo el gobierno de Carlos II,
y en sus 6.289 disposiciones trata con la misma gravedad materias de
trascendencia social y política, como las cuestiones más nimias del
ceremonial. Es este código testimonio digno de la cultura española,
pero le caracteriza su estrecha subordinación a principios teóricos ; y
si en algunas de sus leyes tomadas aisladamente se contradice, en el
conjunto jamás se aparta de su concepto fundamental. Es su mente
constituir las colonias en una vasta comunidad civilizada, donde impere
el derecho y se realice la justicia, con exclusión de toda arbitrariedad.
En esto concuerda con la vieja tradición jurídica española, que si, por
último, para afirmar la unidad política, levantó sobre los derechos re
gionales el absolutismo del poder central, siempre le supuso sujeto a
la disciplina de la ley, pues nunca fué abolida la del Fuero Juzgo :
« Rey serás si fecieres derecho, et si non fecieres derecho, non serás rey » .
Si exceptuamos el derecho penal , la arbitrariedad y la barbarie que
imaginamos reinantes en la Edad Media, existía más en los hechos y
las costumbres que en las instituciones políticas, y este fenómeno tam
bién podemos observarlo en épocas no tan remotas .
Además de las leyes especiales de Indias, regía para las colonias,
como supletorio, el derecho de Castilla y el Canónico, en todas las
materias no afectadas por aquél, y esta legislación se mantuvo aún
mucho tiempo después de la emancipación política . « El derecho es
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tes los púlpitos y los confesionarios sin penitentes . Todo parece cons
piraba a una expulsión general de los jesuítas de estas provincias inten
tada directamente o paliada con verosímiles indicios » . « Pasaban en
nuestras casas con suma escasez : era inútil el pordioseo y a lo vendible
sobre estar prohibido no alcanzaba el caudal para comprarlo . Las le
gumbres de la huerta era todo el sustento : a las veces algún poco de
maíz y frísoles que ministraban las indias con tímida precaución » ( 1 ) .
La tormenta fué pasajera . La abnegación de los jesuítas, servida
por una gestión inteligente y hábil y por una constancia porfiada, me
reció triunfar. Los adversarios cedieron -en primer lugar el obispo
Trejo y Hernandarias— que arrepentidos de su primera actitud se tor
naron en protectores celosos de la Compañía.
Una serie de conflictos semejantes ocupan toda la época colonial.
Como ejemplo de brutalidad puede aún citarse el arrasamiento de las
colonias del Guaira por el gobernador Céspedes, aliado de los pau
listas, que tan a prueba pusieron el celo apostólico de Ruiz de Montoya.
Si la población indígena se pudo mantener e incorporarse luego
como un elemento étnico a la evolución nacional, se debe atribuir en
gran parte a la obra de las misiones. Es éste otro rasgo que nos distingue
de las colonias inglesas, donde el indio, huérfano de toda protección ,
permaneció extraño a la colectividad de sus señores.
En cuanto a la conversión al cristianismo de los nativos no puede
desconocerse que fué la condición previa e indispensable para incor
porarlos a la comunidad colonial e iniciarlos en los primeros pasos de
la vida civilizada . Debe recordarse, sin embargo, que esta conversión
revistió siempre un carácter superficial; la catequización fué extensa
pero no intensa y prestaba atención desmedida al culto externo.
El protestantismo había negado la eficacia de las obras ; y bajo
la incitación de la polémica la reacción católica acentuó precisamente
su necesidad . El sentimiento religioso quedó entonces estrechamente
vinculado a su exteriorización y la Compañía de Jesús, fiel a la ley
de su origen , cuidó con amor excepcional las ceremonias y los ritos
del culto. Desde su punto de vista, procedía con el acierto y la saga
cidad psicológica que siempre la distinguieron, pues, para la gran ma
yoría, la religión, en efecto, son las prácticas devotas. Tratar de
desarrollar en materia religiosa el valor de la personalidad, hubiera
tenido, por otra parte, en el siglo XVII , cierto sabor heterodoxo y
nunca pudo ser el objetivo de la sociedad militante, creada para res
tablecer la disciplina y la autoridad.
Los inconvenientes, sin embargo, están a la vista . Reléase entre
las Cartas provinciales la clásica novena de Pascal para comprender
cuánto debían ofender ciertas prácticas a un espíritu sinceramente re
ligioso. También José Manuel Estrada, al hablar de la Compañía ,
LA FILOSOFIA MODERNA
nómenos del ambiente físico y social . Desde sus comienzos, desde que
nace en la mente de Bacon, se propone descubrir hechos nuevos, útiles
al hombre, que hagan más grata su existencia, amplien el radio de su
acción y sometan la tierra a su dominio. Con el mismo criterio analiza
las relaciones éticas y sociales en el deseo de que la vida colectiva
ofrezca mayor bienestar al individuo.
Al efecto, Locke sistematiza con conceptos abstractos los princi
pios de la revolución inglesa, pues, en realidad, su filosofía marcha
claudicante detrás de los hechos, como que una doctrina empírica sólo
puede ofrecernos los frutos de la experiencia sin adelantarse a ella,
so pena de incurrir en divagaciones hipotéticas, error que no siempre
consigue evitar.
Estas doctrinas constituyen el fondo del liberalismo como se ha
perpetuado hasta nuestros días, es decir, como una tendencia a eman
cipar al hombre de las trabas íntimas y externas que pesan sobre su
conciencia o cohiben su actividad, hasta obtener para la autonomía
individual la esfera de expansión más dilatada, donde pueda ejercitarse
sin lesionar un derecho ajeno. Con el andar del tiempo se sintetizan
en la fórmula : Laissez faire, laissez passer, y proclaman como objetivo
final el máximo de libertad y el mínimo de gobierno. Según el sentido
en que se manifieste con preferencia, el liberalismo será religioso, inte
lectual, político o económico y , según los obstáculos que encuentre, im
plicará una oposición o una rebelión contra la autoridad tradicional del
dogma, de la enseñanza o del privilegio, esto es , contra la Iglesia, el
Estado o los gremios. En esta lucha concreta sus exigencias —libertad
de conciencia, de imprenta, de trabajar, de transitar y de traficar
las cataloga como derechos del hombre y las realiza en la medida rela
tiva que el medio tolera, en instituciones que restringen el absolutismo
y el dogmatismo, o, con más eficacia , en ideas que se arraigan en la
conciencia colectiva.
Como el corolario último y forzoso de doctrinas destinadas a man
tener los fueros de la personalidad y de una filosofía limitada a ver
dades relativas, debía surgir muy luego el concepto de la tolerancia .
Momento solemne, sin duda, en la historia de la humanidad, aquél
en que la tolerancia fué elevada a principio filosófico, aunque fuera
a posteriori, ya que antes que Locke publicara su célebre tratado, Gui
llermo Penn había llevado a la práctica, en su colonia trasatlántica,
la más difícil de todas : la tolerancia religiosa. En el espíritu de Locke,
estas conclusiones no se presentan como resultado de una evolución
histórica, sino como la expresión de un derecho natural, que reside
ab initio en el hombre . Nacen, en efecto , los hombres libres, iguales y
sin más ley que la natural, obligados a vivir en colectividades. De ahí
deriva el derecho de conservación del individuo y de la sociedad y el
carácter convencional de las instituciones políticas, creadas para tutelar
los intereses comunes y resguardar los individuales, que la voluntad de
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