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Alumno:

Jesús Jaime De La Cruz De La Cruz.

Asignatura:
Derecho de Amparo.

Nombre del Docente:


Mtro. Fernando Vázquez Zarate.

Actividad de Aprendizaje 1.
La Evolución Histórica del Derecho de Amparo.
Introducción:

En esta actividad conoceremos ampliamente la evolución histórica del derecho de amparo


en México, pero para poderlo hacer primero debemos de saber que es un amparo, para que
sirve y cuál es su finalidad:

El amparo es una acción o un recurso, dependiendo de la legislación del país de que se


trate, que tutela los derechos constitucionales del ciudadano, y del que conoce y falla o bien
un tribunal específico como un Tribunal Constitucional, Corte Suprema o bien un juez
tribunal ordinario, según lo dispuesto en la legislación procesal de cada país. El amparo
cumple una doble función: de protección al ciudadano en sus garantías fundamentales y a la
propia constitución al garantizar la inviolabilidad de sus preceptos ya sea por normas
generales contrarias a dichos preceptos o por actos de autoridad que vulneren el contenido
o los derechos fundamentales reconocidos en la Constitución y consiste en proteger, de
modo originario iniciando el proceso, todos los derechos diferentes a los que se encuentren
regulados especialmente por la misma constitución o por una ley especial con rango
constitucional, como por ejemplo el derecho a la libertad física o ambulatoria (este derecho
se encuentra protegido específicamente por el hábeas corpus). Así como el hábeas
corpus garantiza el ejercicio de la libertad física o ambulatoria, o como el hábeas
data garantiza la libertad de disponer de la información propia, el amparo tiende a garantizar
cualquiera de los demás derechos fundamentales que no se encuentren regulados
especialmente de modo que puede recurrir a esta acción quien se vea privado de ejercer
cualquiera de los derechos reconocidos expresa o implícitamente por la Constitución, una
ley o, en su caso, en tratados internacionales.

Los antecedentes históricos del juicio de amparo y su evolución en México se


fueron dando de la siguiente manera.

Desde de la época Pre - Hispánica no había ninguna institución consuetudinaria o de


derecho escrito, que acuse una antecedencia de las garantías individuales, los regímenes
sociales en que estaban estructurados los principales pueblos prehispánicos se vaciaron en
forma primitivas y rudimentarias y conforme a las cuales la autoridad suprema con
facultades omnímodas, era el rey o emperador.
A la llegada de los españoles al territorio mexicano el pueblo vivía en mayor esplendor era el
de los aztecas, la evolución del ejercicio del poder entre los monarcas aztecas: El poder y la
autoridad de los reyes de México fueron varios según los tiempos en los principios de la
monarquía fue limitado y su autoridad verdaderamente paternal; su trato más humano y los
derechos que exigía de sus vasallos muy cortos, con la extensión de sus conquistas se fue
aumentando su magnificencia y su fausto y la proporción de sus riquezas.
La soberbia también hizo traspasar los límites que el consentimiento de la nación había
previsto a su autoridad, hasta declinar en el odioso despotismo que vivimos en el reinado de
Moctezuma II, no cometieron jamás atentado alguno contra la majestad de su príncipe, sino
que fue en el penúltimo año de la monarquía en que cansados de sufrir en su rey tanto
abatimiento de ánimo y tan excesiva condescendía con sus enemigos, le ultrajaron con
palabras y lo hicieron con flechas y piedras en el calor de un asalto Sujeción a las leyes. El
despotismo no se introdujo en México hasta los últimos años de la monarquía. En el tiempo
anterior los monarcas habían respetado siempre las leyes promulgadas por sus antecesores
y celado su observancia. Aun en tiempo de Moctezuma II, único rey verdaderamente
despótico, los mexicanos juzgaban según las leyes del reino, y el mismo Moctezuma
castigaba severamente a los transgresores, tomando en cuenta esta situación, resulta
aventurado tratar de descubrir en el régimen social mexicano prehispánico un precedente de
nuestra institución tutelados por razones obvias, en el que la autoridad del rey era absoluta,
como lo era la de los señores en sus respectivas providencias, además podemos decir que
entre los aztecas la administración de justicia era arbitraria, tomando este vocablo en su
debida acepción, es como la implicación a jurídica, la justicia no se administraba conforme a
las normas legales o consuetudinarias preestablecidas, sino según el criterio del funcionaria
respectivo.
En México antes de la colonización española nunca podremos hallar un precedente de
nuestro juicio de amparo, la historia del derecho patrio empieza con la primera cedula real
dictada para el gobierno de las Indias, es decir, con el advenimiento del derecho colonial, sin
embargo no falta quien asegure que el poder del monarca entre los antiguos mexicanos no
era absoluto, sino que está limitado sentido de que el poder del rey o señor entre los aztecas
estaba controlado por una especie de aristocracia que componía un consejo real llamado
TLATOCAN quien tenía como misión aconsejar al monarca; los habitantes del calpulli o
barrios de la ciudad, tenían un representante en los negocios judiciales, es decir, una
especie de tribuno que defendía sus derechos ante los jueces y que recibía el nombre de
CHINANCALLI, aseverándose que sus principales atribuciones consistían en amparar a los
habitantes del calpulli, hablando por ellos ante los jueces y otras dignidades; otro importante
funcionario era el CIHUACOATL, cuyo principal papel consistía en sustituir al TECUHTLI
cuando éste salía de campaña en lo tocante a las funciones administrativas en general y
específicamente hacendarías. El poder judicial. La forma judicial de los mexicas y
texcocanos nos suministra algunas lecciones útiles de la política. De la parte transcrita se
observa que la voluntad del monarca no era tan autocrática pues, existía un régimen
organizado de la justicia en la que se trataba de evitar la lentitud de los juicios, la desviación
de los órganos encargados de la administración de justicia y la desatención económica del
sector judicial.
En la organización del poder judicial de los aztecas gran cuidado se tenía de la honestidad
de los servidores públicos y jueces pues, conforme a los datos recogidos de Antonio de
Solís: Castigabas con pene de la vida la falta de integridad de los ministros Derechos
fundamentales. Sobre el respeto de los derechos fundamentales en la época de los aztecas
estaban suficientemente civilizados para extender su cuidado a los derechos tanto de
propiedad como de las personas. La ley autorizaba la apelación a los tribunales superiores
en sólo los asuntos criminales.
La existencia de un gran número de tribunales iguales en jurisdicción, sin un centro de
autoridad superior para dirigir el todo, debió haber dado lugar a muy diversas
interpretaciones de las leyes en los diferentes distritos.
Los jueces de los tribunales superiores eran sostenidos con el producto de una parte de las
tierras de la corona, reservadas para ese objeto y tanto ellos como el juez superior servían
sus empleos de por vida.
En el Régimen Colonial la Nueva España el derecho colonial se integró con el derecho
español en sus formas legal y consuetudinaria y por las costumbre indígenas, al
consumarse la conquista de México y al iniciarse la colonización, la penetración jurídica
española se encontró con un conjunto de hechos y prácticas sociales autóctonas, lejos de
desaparecer por el derecho peninsular, fueron consolidadas las disposiciones reales y por la
Recopilación de las Leyes de Indias de 1681. En la Nueva España estuvo vigente la
legislación exclusivamente para las colonias de América, las Leyes de Castilla tenían
también aplicación en la Nueva España, pues la Recopilación de 1681 dispuso que en todo
lo que no estuviese ordenado en particular para las Indias, se apliquen en las Leyes de
Castilla.
En el orden político, la autoridad suprema en las colonias españolas de América era el
mismo rey de España, el monarca español concentraba en su persona a las tres funciones
en que se desarrolla la actividad integral del Estado, en el derecho español positivo y el
colonial, tenía la pretensión de ser realista, lo que debía determinar la promulgación de
cualquier ley o inclusive su abrogación, era una motivación integrada por elementos y
factores propios de la realidad social para la que estaba destinada o que fuesen
incompatibles con ellas bajos estos auspicios se creó el llamado Consejo de India, que
actuaba como consultor del rey en las cuestiones que a éstas interesarán el rey Carlos II en
1681 y dicho Consejo ordenó la conjunción de ellas en un código que se conoce con el
nombre de Recopilación de Leyes de la Indias, tal recopilación se observa la tendencia de
proteger a la población indígena contra abusos y arbitrariedades de los españoles, criollos y
mestizos, así como el designo invariable de evangelizarlos, es así como se da parte de la
historia en la época.
Posteriormente al paso de los años el amparo mexicano surgió a la vida nacional a partir del
Acta Constitutiva y de Reformas de 1847, cuyo artículo 25 establecía su procedencia para la
protección de los derechos de los habitantes de la República establecidos en la
Constitución y Leyes Constitucionales, contra todo ataque de los poderes legislativo y
ejecutivo.  Posteriormente en la Constitución de 1857, en su artículo 101 se establecería
como un juicio en contra de leyes o actos de cualquier autoridad que violaran garantías
individuales o que vulneraran la esfera competencial ya de los estados o bien de la
autoridad federal. En tal virtud se mejoraba lo estipulado en el Acta de Reformas de 1847, al
no limitar la acción protectora del Estado, sólo a los actos de los poderes ejecutivo y
legislativo, sino que la extendía a leyes o actos de cualquier autoridad, incluyendo por
supuesto a las violaciones verificadas por parte del poder judicial también. 
Como se puede apreciar, el Amparo fue concebido como un instrumento de protección de la
Constitución en beneficio de los particulares que pudieran resultar afectados por las
violaciones a la misma; sin embargo a los pocos años de su surgimiento el ámbito de
protección constitucional con el que primeramente fue concebido se vería ampliado
sustancialmente convirtiéndolo en un medio de control de la legalidad de las sentencias de
todos los tribunales del país. 
Esta extensión protectora, con tintes casacionistas, sería duramente criticada por algunos
sectores académicos y actores jurídicos mientras que al mismo tiempo sería impulsada y
apoyada por otros, lo que daría lugar a un intensa polémica  que tendría su impacto y
consecuencias no sólo en el ámbito de los asuntos resueltos, sino que se reflejaría también
en los cambios establecidos en las leyes reglamentarias respectivas, así como en la
jurisprudencia de la época, dejando así mismo una profunda huella en la historia patria, a tal
grado, que dicha polémica, debate y discusión sobre el tema han subsistido hasta nuestros
días como una cuestión aún pendiente de resolverse. 
El núcleo de la cuestión consistió en la inclusión en la Constitución de 1857 del artículo 14
que estableció en su texto “Nadie puede ser juzgado ni sentenciado, sino por leyes dadas
con anterioridad al hecho y exactamente aplicadas a él, por el tribunal que previamente haya
establecido la ley”. Dicho artículo daría lugar a la denominada Garantía de la Exacta
Aplicación de la Ley con lo cual el Amparo dejó de ser un instrumento de control
constitucional en sentido puro, para adquirir además, la función de controlador de la
legalidad de todas las sentencias judiciales dictadas en el país. Lo anterior debido a que el
artículo antes mencionado abría la puerta para que por medio del Amparo se examinara el
apego de las sentencias a las leyes, es decir, la “correcta” aplicación de la ley  por parte de
los jueces (nomofilaquia) tanto federales como locales; situación que llevaría a que se
analizara en el Amparo la legalidad de las resoluciones judiciales, es decir se revisara la
legislación directamente y la Constitución sólo de manera indirecta. 
Esta situación llevó a que tratando de evitar la “desnaturalización” del Amparo y los “males”
que ello podría acarrear, se estableciera de manera tajante en la ley de Amparo del 19 de
enero de 1869 en su artículo 8º que: “No es admisible el recurso de Amparo en negocios
judiciales”. Éste precepto tendría una existencia efímera ya que al poco tiempo, el 29 de
abril de 1869, la propia Suprema Corte declararía implícitamente inconstitucional dicho
artículo en el célebre caso de Miguel Vega, situación que provocó incluso un enfrentamiento
entre la Corte y el Congreso, y con lo cual se establecería y permitiría ampliamente la
existencia del llamado amparo judicial, el cual traería la consecuencia de convertir al
Amparo, si no en todos los casos sí en un buen número de ellos, en una auténtica casación,
en un mero control de la legalidad saturando a los tribunales federales (juzgados de distrito y
Suprema Corte) de asuntos y convirtiéndolos en una instancia más – la última –, vulnerando
así la autonomía de los tribunales locales con la consecuente afectación y perjuicio al
sistema federal y desnaturalizando en opinión de algunos, la institución del Amparo. 
El rumbo que tomó el amparo fue censurado por diversos juristas y personalidades de la
época destacando entre ellos como el más acérrimo crítico: don Emilio Rabasa, quien tachó
de espurio, incorrecto, irreflexivo, improvisado y dislocador del sistema federal al referido
artículo 14 de la Constitución de 1857 y  por tanto lo consideró como un mal que debía ser
removido y expulsado del texto constitucional; llegando incluso a escribir un libro en el año
de 1906 denominado “El artículo 14”,  en el que de manera pormenorizada describe las
situaciones que llevaron a que la garantía del debido proceso legal (due process of law) de
la Constitución Americana fuera incorrectamente trasladado y pésimamente redactado,
estableciendo un sentido totalmente distinto de aquel con el cual fue originalmente
concebido, originando como ya se ha mencionado en el caso del amparo judicial, una
desviación de su naturaleza de juicio constitucional, para constituirse en un auténtico
recurso, cuya finalidad sería simplemente el corregir la inexacta aplicación de la ley, por lo
cual dicho amparo no se distinguiría en nada de un simple recurso de apelación.  
A pesar de las críticas y oposición al Amparo judicial se fue desarrollando y cobrando cada
vez mayor fuerza. La situación de notable desconfianza hacia los tribunales de los estados y
la tendencia al centralismo judicial originaría el que los litigantes utilizaran el artículo 14
constitucional como vía de procedencia del juicio de amparo y como un recurso legal en
contra de la aplicación inexacta de las leyes sustantivas, con lo cual la aplicación exacta de
la ley en las sentencias, se constituiría en una garantía individual derivada del texto del
artículo 14, arrebatándose a los tribunales superiores de los estados sus funciones de última
instancia en las controversias civiles y penales, para entregar esta potestad a la Suprema
Corte de Justicia. 
De esta manera no serían ya los tribunales estatales los que declararían y fijarían la
jurisprudencia interpretando sus propias leyes, sino que sería la Suprema Corte la que sería
la voz final y opinión definitiva para establecer la jurisprudencia de cada estado. Así la
argucia de los abogados litigantes daría satisfacción a la realidad social y pondría en acción
el verdadero espíritu colectivo, volviendo a la vieja costumbre jurídica mexicana,
centralizando nuevamente la administración de justicia como en el pasado. 
Para tratar de evitar los efectos “nocivos” y paliar los “males” que pudiera provocar el
amparo judicial, se fueron haciendo diversas modificaciones en la legislación respectiva,
creándose diversas leyes reglamentarias del juicio de Amparo durante la segunda mitad del
siglo XIX (Ley Orgánica Reglamentaria de los Artículos 101 y 102 de la Constitución, del 30
de noviembre de 1861; Ley Orgánica de los Artículos 101 y 102 de la Constitución, del 19 de
enero de 1869; Ley Orgánica de los Artículos 101 y 102 de la Constitución Federal del 5 de
febrero de 1857 del 14 de diciembre de 1882; Código de Procedimientos Federales, del 6 de
octubre de 1897), cuyas disposiciones vendrían a perfilar desde entonces muchas de las
características que incluso hoy en día todavía subsisten en el Amparo. 
La regulación del juicio de amparo fue haciéndose cada vez más detallada y
estableciéndose cada vez nuevas reglas para regular los procedimientos respectivos, entre
los cuales se encuentran: el establecimiento de plazos para la interposición de la demanda
(1882) y que después se reducirían (1897); la reducción de tres instancias a dos (1869); el
establecimiento de causales de sobreseimiento (1882); la regulación cada vez más detallada
de la suspensión de los actos reclamados; el establecimiento de rigorismos y formalismos
procesales; el establecimiento del listado de casos de improcedencia (1897);  el surgimiento
del principio de estricto derecho (aunque ya asomaba también una tímida suplencia de queja
en la cita de preceptos), de instancia de parte agraviada y por supuesto el de relatividad de
las sentencias de amparo;  la aparición de la figura del tercero perjudicado (1897); el
establecimiento de multas al quejoso cuando el amparo se declare improcedente (1897) o
se niegue por falta de motivo fundado para pedirlo (a partir de 1869); la concesión de
mayores derechos procesales a la autoridad responsable; la posibilidad de presentar la
demanda ante otras autoridades (jueces de primera instancia, jueces de paz, alcaldes o
conciliadores) en donde no exista juez de distrito como una jurisdicción auxiliar (1882 y
1897), etc. 
Como se puede apreciar los cambios que fueron introduciéndose en la regulación del
Amparo, en muchos de los casos, lejos de resolver el problema y de ayudar, vendrían a
complicar más las cosas, pues el amparo se fue convirtiendo en un proceso cada vez  más y
más complejo, con más reglas y formalismos (como puede apreciarse en el incremento en el
número de artículos, de 34 artículos en la primera ley de 1861 a 105 artículos en el código
de 1897), lo cual fue haciéndolo cada vez más inaccesible al pueblo en general,
condenándolo a ser un instrumento elitista que sólo podría ser utilizado por unos cuantos
abogados bien versados en la materia. Incluso como sabemos, finalmente ya en el siglo XX,
vendrían a establecerse procedimientos diversos y bien diferenciados para la tramitación del
Amparo judicial (amparo directo o de una sola instancia) y para los otros tipos de Amparo
(amparo indirecto o de dos instancias).
La extensión protectora del Amparo hacia la legislación ordinaria ha ido evolucionando en
México, si bien es cierto que en cierto modo, “pervirtió” la naturaleza constitucional del
amparo con la que fue originalmente concebido y ocasionó una alta concentración de
asuntos en la Suprema Corte debido al incremento desmesurado de los juicios de amparo
en materia judicial; no obstante ello, sirvió para garantizar en muchos casos también, el
respeto de los derechos de los individuos frente a tribunales poco independientes, parciales
y arbitrarios que pretendieron afectar a los justiciables, razón por la cual debemos concluir
que el Amparo judicial no sólo se admitió como un mal necesario sino que se fue poco a
poco consolidando y cobrando un lugar relevante dentro  de la cultura jurídica nacional,
regulándose y normándose su existencia  y tramitación no sólo en la legislación y en la
jurisprudencia, sino incluso llegándose a proveer también, posteriormente, dentro de la
propia Constitución (1917).
Al respecto, no debemos tampoco pasar por alto que el Amparo en México en realidad, es
una institución procesal muy compleja que no se agota en un solo instrumento uniforme, ya
que además de sus funciones originales de protección de los derechos de la persona
humana consagrados en el texto constitucional y del equilibrio de las facultades de la
federación y de las entidades federativas, ha asumido otras atribuciones por motivos de
carácter histórico y social, que le han otorgado una estructura singular, constituyendo una
verdadera federación de instrumentos procesales, en donde cada uno de ellos posee una
función tutelar específica y que a su vez determina una serie de aspectos peculiares propios
de cada cual.
Así dentro del amparo mexicano podemos descubrir cinco funciones diversas para las
cuales puede utilizarse y que son: para la tutela de la libertad personal; para combatir las
leyes inconstitucionales; para reclamar los actos y resoluciones de la administración; para
proteger los derechos sociales de los campesinos en materia agraria; y por supuesto
también como medio de impugnación de las sentencias judiciales.
Describe los supuestos para que proceda un juicio de amparo, así como los
principios constitucionales con los que debe contar.

Respecto a los supuestos de procedencia del juicio de garantías se estudia en concordancia


con los llamados principios generales del juicio de garantías, los cuales son un conjunto de
reglas jurídicas, de postulados que regulan tanto la preparación y procedencia de la acción
como el procedimiento del juicio respectivo, la resolución que se dicta y la ejecución de las
sentencias de amparo.

El juicio de amparo se rige, según la doctrina, la constitución y la ley, por los siguientes
principios:

Principio de instancia de parte

El principio de instancia de parte agraviada se refiere a que el juicio de amparo solamente


podrá ser promovido por aquella persona que siente agraviada por el acto reclamado. Es
decir, si un determinado acto de una autoridad afecta los derechos fundamentales de una
determinada persona, solo esa persona podrá acudir al juicio de amparo para el efecto de
impugnarlo, siendo improcedente el amparo que sea promovido por una persona diversa.
Esto excluye la posibilidad que el juicio de amparo inicie de oficio.

De igual forma, el principio de instancia de parte impone al quejoso la carga de dar impulso
procesal al juicio de amparo que haya interpuesto, pues solo él es quien se encuentra
interesado en salvaguardar sus derechos fundamentales. Una excepción a esta
característica sería cuando el quejoso se encuentre en uno de los supuestos de suplencia
de la queja, en los que el Juez de Amparo se encuentra constreñido a recabar, incluso de
oficio, pruebas que demuestren la procedencia de la acción constitucional ejercida por el
quejoso.

De la mano del presente principio va el de relatividad de las sentencias de amparo, pues la


sentencia que pudiere llegarse a dictar dentro de un juicio de amparo solamente podrá
afectar o beneficiar a la persona que haya pedido el amparo, es decir, a quien lo promovió.
Una excepción a esto es la declaratoria general de inconstitucionalidad.

Principio de agravio personal y directo

Este principio impone que quien promueve el juicio de amparo debe ser aquella persona
que, en su concepto, sufre la violación a sus derechos fundamentales por el acto de
autoridad que impugna. De aquí se desprende la existencia de dos conceptos un agravio, o
perjuicio, que deriva en la existencia del interés jurídico o legítimo, según sea el caso; es
decir, el acto de autoridad que se estima violatorio de derechos fundamentales de una
determinada persona debe de incidir directamente (interés jurídico) o indirectamente (interés
legítimo) en su esfera jurídica y perjudicar un derecho que se encuentra jurídicamente
tutelado.

Una excepción al presente principio sería cuando nos encontramos ante alguno de los actos
que se encuentran prohibidos por el artículo 22 constitucional, exista peligro de deportación,
incorporación forzosa a las fuerzas armadas, destierro o el quejoso ha sido incomunicado,
ya que ante tales supuestos un tercero, incluyendo menores de edad, pueden iniciar el juicio
de amparo correspondiente. No obstante lo anterior, el quejoso se encontrará obligado a
ratificar la demanda interpuesta por el tercero.

Principio de definitividad

El juicio de amparo es un medio de impugnación extraordinario, de lo cual se deriva que el


quejoso, previo a promover el juicio de amparo, se encuentra obligado a agotar todos los
medios ordinarios de defensas que existan contra el acto que se estima violatorio de
derechos fundamentales. En otras palabras, el acto que sea impugnado en el amparo debe
ser definitivo.

Principio de estricto derecho

El principio de estricto derecho impone que el juez de amparo se encuentra constreñido a


analizar el acto reclamado a la luz de los conceptos de violación hechos valer por el
quejoso, es decir, el quejoso tiene la obligación de hacer valer todos aquellos argumentos
que estime necesarios para demostrar la inconstitucionalidad del acto reclamado. La
excepción al presente principio es la suplencia de la queja, la cual consiste en que el
juzgador de amparo se encontrará obligado a estudiar el acto reclamado y, en su caso,
declarar su inconstitucionalidad con independencia de los argumentos que hubieren sido
vertidos por el quejoso.

Los supuestos que dan lugar a la suplencia de la queja se presentan cuando se reclaman
leyes declaradas inconstitucionales o su aplicación, en materia penal, a favor del reo, en
materia agraria, en materia laboral, a favor del trabajador, a favor de menores e incapaces y
en otras materias, cuando haya habido una violación manifiesta de la ley.

Principio de relatividad de las sentencias de amparo

También conocido como "La Formula Otero", el principio de relatividad es una consecuencia
del principio de agravio personal y directo, puesto que las sentencias de amparo solo podrán
beneficiar al quejoso que hubiere promovido el amparo correspondiente, incluyendo a los
juicios de amparo en los que se hubiere declarado la inconstitucionalidad de una ley. Es
decir, aunque una ley hubiere sido declarada inconstitucional por virtud de un juicio de
amparo, tal declaratoria solo podrá beneficiar al quejoso que hubiere promovido el referido
juicio.

La excepción a lo anterior es la figura de la declaratorio general de inconstitucionalidad, en


las cuales, de acuerdo a la ley, es factible que por virtud de la revisión de tres juicios de
amparo indirecto que hubieren sido promovidos en contra de la constitucionalidad de una ley
la declaratorio de inconstitucionalidad que se derive de los mismos tenga efectos erga
omnes.

Tales principios son los más importantes que deben observarse la tramitación de un juicio
de amparo, es importante recordar que los principios previamente señalados no son
absolutos y aceptan ciertas excepciones. Cabe destacar que ni la constitución ni la ley
señalan expresamente los principios que rigen al amparo, sino que la denominación de los
mismos han sido otorgados por la doctrina; sin embargo, ambos cuerpos normativos
recogen tales principios al momento de reglamentar al juicio de amparo.

Sabemos que el juicio de garantías no es un proceso unitario, sino que el legislador ha


determinado establecer dos tipos de procedimientos que se siguen en su trámite.

La diferencia de regulación obedece al tipo de actos impugnables en uno y otro casos, lo


que distingue básicamente al proceso de amparo directo del de amparo indirecto, en cuanto
al trámite procesal que se ha de seguir, es que en el primero las partes no tienen posibilidad
de ofrecer y rendir pruebas, en cambio, en el proceso de amparo indirecto si les es
permitido.

En los supuestos de procedencia del juicio de amparo directo los actos rebatibles son de
naturaleza jurisdiccional y generalmente de tipo judicial, o sea, sentencias definitivas, laudos
y resoluciones que no ponen fin a un juicio, dictadas por tribunales judiciales, administrativos
o del trabajo. Como este tipo de veredicto presuponen las existencias de un procedimiento
de naturaleza jurisdiccional, donde las partes tuvieron la posibilidad de ofrecer y rendir las
pruebas que se relacionaban con el fondo del asunto, el legislador establece un medio
rápido y ágil para que los tribunales colegiados de circuito tengan la posibilidad de analizar,
con los elementos que obran en el expediente, la constitucionalidad de los actos de
autoridad impugnados, pues sería ilógico que en esta fase se permitiera a las partes llevar
pruebas nuevamente.

En cambio por el tipo de actos que se combaten en el amparo indirecto, al no ser sentencias
definitivas ni resoluciones que pongan fin a un juicio y por tanto, no existe en algunos casis
un procedimiento jurisdiccional, se permite a las partes ofrecer y rendir pruebas, pues a
través de ellas aportaran elementos que posibiliten comprobar la inconstitucionalidad de los
actos de autoridad se reclamen.
Dicho en otra forma la inconstitucionalidad de los actos de autoridad que se impugnan en
amparo directo se demuestra con argumentos lógico_juridicos, esto es, evidenciando los
agravios que causa al particular dicho acto y que en materia de amparo se denominan
conceptos de violación y no es necesario aportar prueba alguna para comprobar dicha
inconstitucionalidad, porque esta puede ser analizada del contenido del propio acto y de las
constancias que obran en el expediente.

En cambio, la inconstitucionalidad de los actos de autoridad que se reboten en el amparo


indirecto se demuestra con agravios y además en la mayoría de veces es necesario aportar
elementos que comprueben ya que insistimos este vicio no puede ser analizado
exclusivamente con las constancias que obren en el procedimiento del cual emana el acto
que se reclama, sino que es necesario que el quejoso abone los medios de prueba que la
ley permite.

Por supuesto lo aquí afirmado es relativo, pues también existen actos de autoridad
impugnables en amparo indirectos respecto de los cuales se puede analizar su
inconstitucionalidad con los elementos que existen en el propio expediente del cual emanan.

Otra de las razones para que en el juicio de amparo indirecto se permita el ofrecimiento y
desahogo de pruebas es que, en algunos supuestos, existe la carga procesal para el
quejoso de acreditar la existencia del acto reclamado y su interés jurídico, de ahí que se
contemple este derecho procesal para tal efecto.

Entonces, el objeto de la prueba en los juicios de amparo indirecto se limitan a tres


finalidades: demostrar la existencia del acto reclamado, el interés jurídico del quejoso y la
inconstitucionalidad de dicho acto.

Mientras que por la propia naturaleza de los mismos en los juicios de amparo directo es
difícil imaginar la posibilidad de controversia respecto de la existencia misma del acto
reclamado y del interés jurídico del quejoso.

Los supuestos de procedencia

La procedencia del juicio de garantías está condicionada a la satisfacción de los requisitos


que la ley exige para que el gobernado pueda válidamente promoverlo y es
independientemente de la garantía que el promovente invoque y el derecho sustancial que
se trate de defender.

Ello se debe a que en materia de supuesto la procedencia solo se mira a la calidad y a las
características del acto reclamado y obliga a las instancias competentes a admitir la
reclamación planteada y decidir si el acto que la provoca incurre o no en las violaciones
constitucionales que el concepto de violación aduce, siendo este último aspecto una
cuestión de fondo.

La procedencia del juicio de amparo depende de la idoneidad del acto que se está
reclamando y principalmente del momento en que se reclama, cuestión independiente del
problema de fondo planteado.

De ahí que la procedencia del juicio constitucional este supeditada a la concurrencia de


ciertas cualidades intrínsecas del acto que el promovente reputa violatorio de sus garantías,
pues la Constitución General de la Republica y la Ley de Amparo han estimado conveniente
restringir mediante reglamentos limitativa, la procedencia de la acción de garantías con la
finalidad de evitar su abuso, que suele traducirse casi siempre en el entorpecimiento de la
actuación de las autoridades y para tal efecto la ley fija detallada y limitadamente los casos
en que las violaciones de garantías constitucionales pueden ser sometidas a la acción de
amparo.

Las hipótesis generales de procedencia de los juicios de amparo se encuentran reguladas


por los artículos 114 y 158 de la ley respectiva, primero sistematiza la procedencia del juicio
de amparo indirecto y el segundo la del juicio de amparo directo.

En términos muy amplios podemos establecer como regla generalmente valida que el
amparo directo procede en contra de sentencias definitivas, laudos y resoluciones que
pongan fin a un juicio, dictados por los tribunales judiciales, administrativos o del trabajo y
respecto de los cuales no proceda ningún recurso o medio de defensa ordinario por virtud
del cual puedan ser modificados o revocados.

Decimos que en términos muy amplios es esta la regla general, porque existen casos en los
cuales las sentencias definitivas pueden ser impugnadas a través del juicio de amparo
indirecto, como cuando el quejoso alega no haber sido citado a juicio o haberlo sido
indebidamente, sin haber comparecido en ninguna etapa al proceso de origen, en este caso
aparte de la impugnación de la sentencia como acto reclamado, en amparo indirecto deberá
impugnarse también el inexistente o indebido emplazamiento a juicio, junto con actuaciones
en el propio proceso y seguramente también actos de ejecución de sentencia.

Por otra parte los supuestos de procedencia del juicio de amparo indirectos se dan por
exclusión, esto es si no estamos ante la presencia de los actos de autoridad que sean
sentencias definitivas, laudos o resoluciones que pongan fin a un juicio, nos encontremos
ante los supuesto de procedencia del juicio de amparo indirecto, todo aquello en termino de
lo establecido por el artículo 114 de la Ley de Amparo.

¿Por qué decimos que en términos del artículo 114 de la ley de amparo? Porque no basta
que no sean sentencias definitivas, laudos o resoluciones que pongan fin a un juicio para
que automáticamente sea procedente el juicio de garantías indirecto, sino que habrá que
sujetarse a las disposiciones contenidas en el artículo antes mencionado.

En otras palabras no todos los actos de autoridad sin impugnables a través del juicio de
garantías, determinado tipo de actos de autoridad no admiten impugnación en amparos
directo ni indirecto, pues el legislador quiso que no fueran impugnables a través de este
medio para evitar que se entorpeciera el trámite de ciertos procedimientos o que el juicio de
garantías fuera utilizado como subterfugio para evadir el cumplimiento de órdenes legítimas
de autoridad, por ejemplo no son impugnables en ninguna vía los actos procesales
emanados de un juicio que no conlleven ejecución de imposible reparación sobre las
personas o las cosas no afecten las defensas del quejoso.

La procedencia de la acción constitucional contra actos de autoridad generales o


particulares que violan las garantías individuales, no es automática ya que no ocurre
respecto de todas las leyes no todos los actos de autoridad que transgreden los derechos
fundamentales, sino que el sistema ha tenido de ser pulido y perfeccionado para determinar
la procedencia con la mayor precisión que le ha sido posible al legislador.

Las fracciones III y IV del artículo 107 constitucional designan directamente y en términos
muy amplios, los actos susceptibles de ser sometidos a la vía de amparo, después el
artículo 73 de la Ley Reglamentaria acude a un sistema de exclusión que consiste en
establecer los casos en que el amparo no es procedente, el artículo 114 establece diversas
prescripciones para el ejercicio valido de la acción constitucional, limitando los supuestos en
los cuales se puede ejercer, finalmente el artículo 74 de la propia ley complemente el
sistema con una lista de los casos en los que siendo precedente la acción, no se debe
pronunciar sentencia en cuanto al fondo, por existir un obstáculo procesal que impide si
decisión.

Conclusión:

Atento a lo anterior y toda vez que de alguna manera el Amparo judicial tuvo cierta utilidad
práctica y ayudó a resolver ciertos problemas específicos de la época en la cual surgió a la
vida, considero que no debe ser juzgada tan duramente dicha extensión protectora pues si
bien quizás su existencia no fue lo óptimo, sí tal vez, fue lo necesario para atender algunos
problemas de aquellos tiempos. Ya que “no es en rigor que el Amparo haya degenerado;
sino que se trata más bien de su natural evolución pues el control que involucra como
principal la defensa del individuo y como secundaria la de la Constitución, tiene al cabo que
preocuparse más de la legalidad que de la constitucional, por interesar al individuo más la
primera que la segunda”.
Lo que resulta verdaderamente importante hoy en día es no quedar inmóviles y atrapados
en aquella añeja polémica y hacer evolucionar más al Amparo, para que pueda ser un
instrumento acorde a las necesidades actuales de nuestro tiempo, y que sirva para proteger
de una mejor manera todos los derechos fundamentales de las personas, y que realice un
control más efectivo de la constitucionalidad y de sus más altos principios como son la
protección y respeto de la dignidad humana, la democracia, el sistema federal y la división
de competencias entre poderes, órganos y niveles de gobierno. 
Las condiciones han cambiado y sin lugar a dudas hoy en día la situación es muy distinta a
lo que acontecía a fines del siglo XIX, y por tal razón el Amparo que ha sido una institución
dinámica y en constante cambio y desarrollo, debe continuar con su evolución a fin de que
pueda seguir siendo un instrumento efectivo de control constitucional a favor de las
personas y no quede irremediablemente rebasado por nuestra propia realidad.
Por tanto, hoy más que nunca sería prudente revisar el Amparo judicial y la garantía del
debido proceso legal con miras a lograr un verdadero federalismo judicial, en el cual las
cuestiones de mera legalidad estatal concluyan con la resolución judicial del tribunal superior
de cada estado, dejando a los tribunales federales solamente el conocimiento de aquellos
Amparos judiciales que impliquen violaciones directas a la Constitución.

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