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LO BUENO Y LO DIVINO

LUNES 27 DE MARZO 2023 | DISCIPULADO REMPRO

Hechos 6:2-4
2 Entonces los doce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros
dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas. 3 Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a
siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos
de este trabajo. 4 Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra.

¿Qué hay de malo en servir mesas? ¡Absolutamente nada de malo!

Sin embargo en este capítulo de Hechos vemos que los Apóstoles, que fueron constituidos para
capacitar o discipular a los santos para la obra del ministerio, estaban descuidando su verdadera
asignación por estar sirviendo las mesas. Y a veces nos sucede lo mismo a nosotros, estamos
distraídos haciendo cosas buenas que nos desenfocan de nuestra verdadera asignación; “hacer
discípulos.”

“No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas” (Hechos 6:2). Se
negaron a hacerlo, no porque fuera una tarea indigna para ellos, sino porque no era el llamamiento
que habían recibido de Dios. Además, al negarse a hacer algo a lo que Dios no les había llamado,
dieron oportunidad de servicio a otros miembros del Cuerpo.

Cuando los pastores hacen tareas que no les incumben, están aceptando una tarea que ha sido
asignada a la Iglesia: cuidaos los unos a los otros. Aunque a veces es necesario que los pastores
ejerzan el cuidado pastoral, en la mayoría de las ocasiones los miembros deberían cuidarse los
unos a los otros. Los pastores pasan el tiempo visitando a gente en vez de invertir en desarrollar
el liderazgo, en adiestrar a personas para que crezcan hacia la madurez, en enseñar a otras a cómo
discernir la vocación al ministerio, en transmitir una visión del ministerio en la que todos los
miembros se ministran los unos a los otros.

Resumiendo, la situación es fácil de describir: tenemos una iglesia sin recibir discipulado porque los
líderes no han hecho de éste una prioridad.

El contexto que las Escrituras proponen para hacer discípulos es el de las relaciones. Jesús llamó a
los doce para que estuvieran con Él, porque sus vidas serían trasformadas mediante el contacto
personal con Él. Para hacer discípulos hace falta poner en práctica la proximidad. El apóstol Pablo
tenía a sus “Timoteo” que eran compañeros del ministerio, ya que en ese ministerio “codo a codo”,
podía formar a los líderes para que siguieran su trabajo cuando él ya no estuviera. Los discípulos
se hacen y crecen dentro del contexto de las relaciones intencionales y sinceras.
Cada discípulo es una persona única, que crece a un ritmo concreto. No lograremos hacer
verdaderos discípulos a menos que éstos reciban una atención personal, y así podamos atender
sus necesidades particulares de crecimiento de forma que lleguen a entender que el llamamiento
a negarse a sí mismo y a dejar que Cristo sea el Señor de sus vidas es un llamamiento individual,
personal.

Jesús definió claramente cuál era la misión de la Iglesia en lo que conocemos como La Gran
Comisión, que algunos, y no sin razón, han llamado La Gran Omisión. Jesús ya escribió la
Declaración de Misión que debían tener todas las iglesias del mundo: “Id, y haced discípulos a
todas las naciones” (Mateo 28:19). No lo dejó ahí, para que adivináramos de qué forma se hacían
discípulos. Jesús dijo que los discípulos debían ser bautizados en el nombre del Padre, y del Hijo,
y del Espíritu Santo (sumergir su identidad en el Dios trino) y que se les debía enseñar a observar
u obedecer lo que Él había ordenado.

Dicho de otra forma, un discípulo es alguien que, en el contexto de la comunidad, se deja moldear
por Jesús de forma que sea innegable que un poder transformador está actuando en él. Pero,
¿qué es lo que hemos hecho mal? No hemos animado a la gente a que se convierta en “aprendiz”
de Jesús. Muchos cristianos no miran a Jesús como su Maestro, como su Señor. No lo ven como
su Entrenador, que le ayudará a avanzar por la carrera de la vida. “Hoy en día no hay una
determinación seria a animar a los seguidores de Jesús a que se dejen ‘formar’, para así poder
obedecer y vivir en abundancia”.

Jesús dice: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y
sígame” (Lucas 9:23). Solo encontraremos la vida si primero estamos dispuestos a perderla por
su causa.

Jesús dijo que nuestro amor los unos por los otros (Juan 13:34-35) y la evidencia de nuestra
unidad (Juan 17:20-23) serían señales de que somos sus discípulos y de que Él fue enviado por el
Padre. Estas cualidades tienen que estar presentes en una comunidad que quiere hacer
discípulos. No obstante, muchas veces, nuestra falta de compromiso con la comunidad a la que
como creyentes pertenecemos hace que esta última declaración no sea más que un sueño no
cumplido.

Una de las causas del bajo nivel de discipulado es que la mayoría de cristianos nunca ha tenido a
nadie que les discipule de forma personal.

“¿Cómo podemos llegar a tener seguidores de Cristo completamente comprometidos, que tengan
la iniciativa de hacer discípulos, y transmitir a los que enseñen que luego ellos también tendrán que
hacer discípulos? La forma de lograrlo es tener grupos de discipulado cuyo objetivo sea
multiplicarse, en las que éstas se puedan relacionar con confianza, y se puedan apoyar y rendir
cuentas las unas a las otras.

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